Clase de Dorcas N 1
Clase de Dorcas N 1
Clase de Dorcas N 1
ASISTENTES :
Tema: La Obediencia
Salmo 119
33
Enséñame, oh Jehová, el camino de tus estatutos,
Y lo guardaré hasta el fin.
34
Dame entendimiento, y guardaré tu ley,
Y la cumpliré de todo corazón.
35
Guíame por la senda de tus mandamientos,
Porque en ella tengo mi voluntad.
Salmo 119
REFLEXIONEMOS:
Dios nos llama a obedecer cada uno de sus estatutos, mandamientos y decretos para
poder obtener cada una de las bendiciones para nuestras vidas, solo pidiendo la
sabiduría, teniendo temor a nuestro Señor, esto es, guardar respeto a cada una de
sus enseñanzas y sobre todas las cosas perseverar y dar lo mejor de nosotros,
haciendo de corazón todo lo que el espíritu de Dios nos dicte y mande siguiendo y
dando testimonio de la palabra de Nuestro Señor en nuestras vidas y para con otros.
ANALICEMOS:
Muchas veces podemos pensar que el seguir los mandamientos, estatutos y decretos
del pacto con Dios, pueden parecer una carga para nuestras vidas, pero, basándonos
en la palabra de Dios y en lo vivido por Moisés, podemos decir que el principal
propósito de acatar estas normas y leyes, nos trae como consecuencia la bendición
de parte de Dios, cumpliendo así con cada una de sus promesas.
Debemos recordar que Dios tiene un amor incomparable para con nosotros y desde un
comienzo ha hecho un pacto con nuestras vidas velando por cada una de nuestras
necesidades.
Todo lo que Dios nos demanda, lo podemos encontrar en la lectura de los libros:
Levítico, Números y Deuteromonio, en donde podremos comprender dentro de muchas
cosas más, que en sus primeros tratos con el pueblo de Israel, Dios les pide
obediencia, reflejada en el cumplimiento de leyes, normas, decretos, normas,
reglas, estatutos y mandamientos, ante lo cual ellos desobedecieron. Dios les dio
promesas que dependían de su disposición a hacer lo que él les pidiera, pero ellos
no lo hicieron, tal cual nos pasa a nosotros hoy en día al olvidarnos de cumplir
con sus ordenanzas, lo que nos lleva a la desobediencia. Sin embargo, Dios no
abandonó a su pueblo al igual que no nos abandona a nosotros. Debemos comprender
que lo que está en juego, es la gloria de Dios reflejada en nuestras vidas, esto
quiere decir, la presencia y manifestación de nuestro Señor y su Espíritu Santo en
nuestras vidas.
De innumerables formas Dios fue paciente con el pueblo de Israel; los corrigió, los
castigó, los incitó y pese a siempre poner en duda y estar en disconformidad con
las promesas y bendiciones dadas por Dios, él los llevo a la tierra prometida,
mostrando el amor inexorable para con sus vidas y para con la nuestra. No olvidemos
que la gloria de Dios en nuestras vidas, implica la adoración expresada con
palabras y hechos, reflejada en nuestro estilo de vida y nuestras acciones.
Las leyes, los estatutos y los juicios de Dios establecen el fundamento de una
sociedad justa y los procedimientos administrativos necesarios para gobernarla.
Como cristianos y cristianas debemos tener presente, que todas estas leyes,
decretos y mandamientos, conllevan una serie de leyes espirituales, las cuales
debemos cultivar en nuestras vidas y sobre todas las cosas y como lo dice su
palabra hacerlas y guardarlas con todo nuestro corazón, ya que solo así podremos
realmente establecer una real relación con nuestro Señor.
Las leyes espirituales tratan de una forma clara y breve de explicar los aspectos
esenciales de la fe cristiana de acuerdo a la concepción que tenemos de la
salvación.
1. Dios te ama y tiene un plan maravilloso para tu vida (Juan 3:16, Juan 10:10).
Estamos acostumbrados a escuchar que existen leyes universales que rigen el normal
curso de la naturaleza y la física. Por su determinación, constancia y acreditación
práctica nadie niega la veracidad de famosas leyes como la de la gravedad, la
inercia y la termodinámica. Esta realidad nos inspira a los cristianos a comprender
que Dios también nos ha descubierto y enseñado leyes espirituales que aplican para
la vida y que no podemos olvidar, las cuales están escritas en su palabra y las
cuales Dios nos invitar a atesorar en nuestras vidas.
Veamos alguna de ellas:
1. Cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo
que tiene le será quitado. Mateo 13:12
4. Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también
segará. Gálatas 6:7
7. Con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que
medís, os será medido. Mateo 7:2
8. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos.
Mateo 7:18
10. Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado, y toda ciudad o casa
dividida contra sí misma, no permanecerá. Mateo 12:25
11. Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando
reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando
llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros
siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel
hombre viene a ser peor que el primero. Mateo 12:43-46
12. Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida
por causa de mí, la hallará. Mateo 16:25
14. !!Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos!!
Mateo 18:7
17. Cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre,
o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la
vida eterna. Mateo 19:29
18. “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre
sembrare, eso también segará.6:8 Porque el que siembra para su carne, de la carne
segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida
eterna.” Gálatas 6:7-8
Debemos tener presente que los mandamientos no son las únicas leyes de Dios, pues
hay muchas otras que fueron establecidas incluso antes del Antiguo Pacto. Si bien
algunas leyes sí pertenecen solo al Antiguo Pacto, otras siguen vigentes en el
Nuevo Pacto también, y cada una de estas tiene un ingrediente espiritual.
Dios nos dio su ley por amor a nosotros y para nuestro propio beneficio. Y,
sabiendo esto, deberíamos preguntarnos algo fundamental: ¿amamos a Dios el Padre y
a Jesucristo? Y, si es así, ¿obedecemos la ley de Dios? ¿Lo demostramos con
nuestros actos, haciéndolo de todo corazón?
Además del Antiguo Pacto establecido en el Monte Sinaí (Éxodo 24:3-8; 34:28), Dios
promulgó leyes civiles y ceremoniales al pueblo de Israel. Las leyes de los
sacrificios son un ejemplo de esto, pues no formaban parte del Pacto en un
principio, sino que fueron agregadas después (Jeremías 7:22; Ezequiel 20:21-25;
Génesis 3:19).
Dios promulgó este tipo de leyes con el propósito de establecer el sistema civil y
expiatorio necesario para gobernar una nación, pues tenía la intención de apartar a
Israel como pueblo santo (Levítico 20:26) y dar muchas bendiciones a los israelitas
(Deuteronomio 28:1-14) si ellos le obedecían fielmente. Las leyes de Dios fueron
creadas para nuestro beneficio y nos enseñan cómo parecernos más a nuestro Creador.
Hoy en día las antiguas leyes civiles y ceremoniales ya no están vigentes, pues no
existe una nación como tal que se rija según las leyes de Dios, un templo o un
sistema expiatorio. Además, Dios estableció un Nuevo Pacto por medio del sacrificio
de Jesucristo (Apocalipsis 1:5). Y, como revela el libro de Hebreos, los antiguos
sacrificios y rituales del templo representaban el sacrificio de Cristo que se
llevaría a cabo en el futuro. Por lo tanto, estas leyes ceremoniales no son un
requisito de la vida cristiana en la actualidad.
CONCEPTOS:
LEY: es una norma dictada por una autoridad superior. Con ella se regulariza o
prohíbe los actos de conducta. Incluso, el universo se rige por leyes físicas para
su buen funcionamiento. Por otra parte, Dios es la fuente y dador de estatutos.
Con frecuencia se refiere a todo el cuerpo de la ley que Dios le dio al pueblo de
Israel, al conjunto de leyes dado por la autoridad suprema, Jehová Dios, se hallan
registradas en la Biblia. Él inspiró a hombres del pasado para que dejaran por
escrito sus mandatos. Como el creador del universo, tiene el derecho legal de dar
órdenes, a todos los seres humanos.
Los estatutos bíblicos pueden fijar fechas, tales como las fiestas bíblicas,
definir costumbres importantes y aun establecer la forma en que se debe proceder
para manejar ciertos asuntos cruciales. Como revelan el pensamiento de Dios y sus
prioridades, son cruciales y sirven como pautas divinas para un comportamiento
justo.
Su consejo (Sal. 73:24; Ef 1:11), enfatiza que son las deliberaciones y los
propósitos completos de las tres Personas de la Trinidad.
Su propósito (Isa. 14:24-27; Efesios 3:11), demuestra que sus decretos no son
arbitrarios, sino que todos tienen su gloria como meta final.
Su buena complacencia (Isaías 44:28; Lucas 12:32), enfatiza que los decretos
de Dios no dependen de nada ni de nadie sino de Dios mismo, ni siquiera en las
acciones previstas de los hombres o de las otras criaturas. Sus decretos son libres
e independientes. Dios decreta todas las cosas porque le agradó hacerlo.
Su voluntad (Rom 1:10; Ef. 1:5), demuestra que sus decretos no son meramente
al azar, sino mas bien son los pensamientos del corazón del Dios vivo.
Su decreto (Sal. 2:7), recordándonos que Dios determina todas las cosas como
el gran Rey que es, el soberano Creador y Señor del cielo y de la tierra.
NORMA: son reglas que se establecen y se busca que sean respetadas por todos los
ciudadanos para mantener el orden y la armonía en un determinado contexto.
Las normas de Dios son las mismas para todos los individuos en todas las culturas;
se aplican a todos sin importar edad, personalidad o trasfondo de cada quien. Por
consiguiente, no existen diferentes nomas para adultos, niños, ricos, pobres,
nacionalidades, ocupación, sexo o cualquier otra diferencia.
REGLA: guía que rige un grupo. Se constituye de criterios o normas que inspiran y
establecen un estilo de vida para los miembros de la comunidad, como los documentos
que rigen a los cristianos.
MANDAMIENTO: norma básica de cómo todo ser humano (no sólo el pueblo de Israel)
debería interactuar con Dios y su prójimo.
Moisés describe con detalles los “estatutos y decretos” que Dios le da a Israel (Dt
6:1).
Los diez mandamientos contribuyen en gran manera a la teología del trabajo. Estos
describen los requerimientos esenciales del pacto de Israel con Dios y son los
principios fundamentales que rigen la nación y el trabajo del pueblo. La exposición
de Moisés comienza con la afirmación más memorable del libro, “Escucha, oh Israel,
el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Dt 6:4-5). Como lo indicó Jesús
siglos después, este es el mayor mandamiento de toda la Biblia. Entonces, Jesús
agregó una cita de Levítico 19:18, “Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo” (Mt 22:37-40). Aunque el “segundo” gran mandamiento no se
expresa específicamente en Deuteronomio, veremos que los diez mandamientos sí nos
llevan a amar a Dios y al prójimo.
El pasaje es casi idéntico al de Éxodo 20:1-17 —con algunas variaciones
gramaticales—, excepto por algunas diferencias en el cuarto mandamiento (guardar el
Sabbath), el quinto (honrar a padre y madre) y el décimo (la codicia). De forma
sorprendente, las variaciones de estos mandamientos se tratan específicamente del
trabajo. A continuación repetiremos el comentario de Éxodo y el trabajo con algunas
añadiduras, explorando las variaciones entre los relatos de Éxodo y Deuteronomio.
En el campo del trabajo, esto significa que no debemos permitir que el trabajo o
sus requerimientos y frutos desplacen a Dios como nuestro mayor interés en la vida.
Como dice David Gill, “nunca permita que nada ni nadie amenace con tomar el lugar
principal de Dios en su vida”.[3]
Ya que la motivación principal de muchas personas en el trabajo es el beneficio
económico, probablemente el deseo desmedido de dinero es el riesgo más común
respecto al primer mandamiento. Jesús nos advirtió específicamente acerca de este
peligro. “Nadie puede servir a dos señores… No podéis servir a Dios y a las
riquezas” (Mt 6:24). Sin embargo, casi todo lo relacionado con el trabajo se puede
enredar con nuestros deseos, al punto de interferir con nuestro amor por Dios.
¿Cuántas carreras terminan de manera trágica porque los medios para alcanzar las
metas por amor a Dios —tales como el poder político, la sostenibilidad financiera,
el compromiso con el trabajo, la posición entre los pares, o el desempeño superior—
se vuelven fines en sí mismos? Cuando por ejemplo, el reconocimiento en el trabajo
se vuelve más importante que el carácter en el trabajo, ¿no es esta una señal de
que la reputación está desplazando el amor a Dios al convertirse en el interés
supremo?
El tercer mandamiento también nos recuerda que respetar los nombres de los seres
humanos es importante para Dios. El Buen Pastor “llama a Sus ovejas por su nombre”
(Jn 10:3) y al mismo tiempo nos advierte que si llamamos a otra persona “idiota”,
entonces corremos “peligro de caer en los fuegos del infierno” (Mt 5:22 NTV).
Teniendo esto en cuenta, no deberíamos usar de forma incorrecta los nombres de
otras personas ni llamarlas con apelativos irrespetuosos. Es indebido usar los
nombres de las personas para maldecir, humillar, oprimir, excluir y defraudar. Le
damos un uso correcto a los nombres cuando los usamos para animar, agradecer,
sembrar solidaridad y recibir a otros. Tan solo memorizar el nombre de alguien y
decirlo es una bendición, especialmente si a él o ella los tratan con frecuencia
como anónimos, invisibles o insignificantes. ¿Usted sabe cuál es el nombre de la
persona que vacía su bote de basura, responde su llamada de servicio al cliente, o
conduce su autobús? Los nombres de las personas no son el mismo nombre del Señor
pero sí son los nombres de aquellos que han sido creados a Su imagen.
Los cristianos han traducido el día de descanso como el día del Señor (el domingo,
el día de la resurrección de Cristo), pero la esencia de Sabbath no es escoger un
día en particular de la semana por encima de otro (Ro 14:5-6). La polaridad que
realmente es la base del Sabbath es trabajo y descanso. Tanto el trabajo como el
descanso están incluidos en el cuarto mandamiento: “Seis días trabajarás y harás
todo tu trabajo” (Dt 5:13). Los seis días de trabajo hacen parte del mandamiento,
igual que el día de descanso. Aunque muchos cristianos corren peligro de permitir
que el trabajo disminuya el tiempo reservado para el descanso, otros están en
peligro de lo opuesto, de reducir el tiempo de trabajo y tratar de vivir una vida
de ocio y derroche. Esto es incluso peor que incumplir el Sabbath, ya que “si
alguno no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, ha negado la
fe y es peor que un incrédulo” (1Ti 5:8). Lo que necesitamos son periodos de tiempo
y lugares tanto para trabajar como para descansar, lo que es bueno para nosotros,
nuestra familia, nuestros trabajadores y nuestros visitantes. Esto puede o no
incluir veinticuatro horas continuas de descanso el domingo (o el sábado). Las
proporciones pueden cambiar de acuerdo con las necesidades temporales o las
necesidades cambiantes de las temporadas de la vida.
Una distinción importante entre los dos textos sobre este mandamiento es que uno se
basa en la creación y el otro en la redención. En Éxodo, el Sabbath se basa en los
seis días de la creación seguidos de un día de descanso (Gn 1:3-2:3). Deuteronomio
agrega el elemento de la redención de Dios. “El Señor tu Dios te sacó de allí con
mano fuerte y brazo extendido; por lo tanto, el Señor tu Dios te ha ordenado que
guardes el día de reposo” (Dt 5:15). Al integrarlos, vemos que las bases para
guardar el Sabbath son tanto la forma en la que Dios nos creó como la forma en la
que nos redimió.
Estas añadiduras resaltan el interés de Dios por aquellos que trabajan bajo la
autoridad de otros. No solo es un deber descansar, también se les debe dar descanso
a aquellos que trabajan bajo su autoridad, sus esclavos, otros israelitas e incluso
los animales. Cuando usted “recuerda que fue esclavo en la tierra de Egipto”, no ve
su propio descanso como un privilegio especial, sino que se acuerda de que le debe
dar descanso a otros, así como el Señor se lo dio a usted. No importa qué religión
profesen o lo que decidan hacer con el tiempo. Ellos son trabajadores y Dios nos
manda que les permitamos descansar a quienes trabajan. Tal vez estemos
acostumbrados a pensar en guardar el Sabbath para descansar nosotros mismos pero,
¿qué tanto pensamos en darle descanso a aquellos que trabajan para servirnos?
Muchas personas trabajan en horas que interfieren con sus relaciones, sus ritmos de
sueño y oportunidades sociales con el fin de hacer que la vida sea más cómoda para
otros.
Las llamadas “leyes azules” que alguna vez protegieron a las personas —o las
estorbaron, depende del punto de vista— para que no trabajaran todo el tiempo, han
desaparecido en la mayoría de países desarrollados. Sin duda, esto les ha dado
muchas oportunidades nuevas a los trabajadores y a los empleadores. Pero, ¿siempre
deberíamos hacer parte de esto? Cuando compramos en una tienda tarde en la noche,
jugamos golf los domingos en la mañana o vemos eventos deportivos que no terminan
cuando pasa la medianoche, ¿consideramos cómo pueden verse afectados quienes están
trabajando a esas horas? Tal vez nuestras acciones ayudan a crear una oportunidad
laboral que no existiría de otra manera, pero por otra parte, puede que simplemente
estemos exigiendo que alguien trabaje a una hora espantosa aunque hubiera podido
hacerlo en un horario más conveniente.
Para muchas personas, las buenas relaciones con los padres son una de las alegrías
de la vida; servirlos amorosamente es un deleite y obedecer esto es fácil. Pero
este mandamiento nos pone a prueba cuando nos resulta difícil trabajar para el
beneficio de nuestros padres. Tal vez no hayamos recibido el mejor trato o cuidado
de parte de ellos. Puede que sean controladores o entrometidos. Es posible que
estar cerca de ellos perjudique nuestra auto-imagen, nuestro compromiso con
nuestros cónyuges (incluyendo las responsabilidades bajo el tercer mandamiento), e
incluso nuestra relación con Dios. Aunque tengamos una buena relación con nuestros
padres, puede que en algún momento cuidarlos sea una gran carga, simplemente por
causa del tiempo y del trabajo que requiere. Si la edad o la demencia les roba la
memoria, sus capacidades y su naturaleza bondadosa, cuidarlos se puede convertir en
una aflicción profunda.
Con todo, el quinto mandamiento viene con una promesa, “para que tus días sean
prolongados y te vaya bien en la tierra que el Señor tu Dios te da” (Dt 5:16). Al
honrar verdaderamente a los padres, los hijos aprenden el respeto verdadero en
todas las demás relaciones, incluyendo las que tendrán en sus futuros lugares de
trabajo. Obedecer este mandato hace que tengamos una vida larga y que nos vaya bien
porque desarrollar buenas relaciones de respeto y autoridad es esencial para el
éxito individual y el orden social.
En términos prácticos, esto significa que el robo ocurre de muchas formas aparte de
la tradicional de quitarle algo a alguien directamente. Incurrimos en hurto cuando
tomamos algo de valor del dueño legítimo sin su consentimiento. Robar es malversar
recursos o fondos para nuestro uso personal. Recurrir al engaño para realizar
ventas, ganar cuota de mercado o aumentar los precios es robar, porque la falsedad
implica que lo que se acuerda con el comprador no es la situación real (consulte
la sección sobre “La exageración” en Verdad y engaño para más información sobre
este tema). De igual forma, robar es sacar beneficio económico aprovechándose del
consentimiento que algunas personas pueden dar por causa de sus miedos,
vulnerabilidad, indefensión o desesperación. Robar también es violar los derechos
sobre patentes, derechos de autor y otras leyes de propiedad intelectual, ya que
esto no permite que los dueños reciban el pago por su creación bajo los términos de
la ley civil.
El respeto por la propiedad y los derechos de otros implica que no debemos tomar lo
que es de ellos ni entrometernos en sus asuntos. Sin embargo, eso no significa que
solo nos cuidemos a nosotros mismos. Deuteronomio 22:1 dice, “No verás extraviado
el buey de tu hermano, o su oveja, sin que te ocupes de ellos; sin falta los
llevarás a tu hermano”. Decir “no es de mi incumbencia” no es una excusa para la
insensibilidad.
Los políticos buscan destruirse unos a otros en campañas negativas; los columnistas
chismosos alimentan la calumnia; y en las salas de estar de los cristianos, se
destruyen o manchan reputaciones mientras se disfruta de una taza de café servida
con un postre en vajillas finas. Estas son en realidad salas de tribunal que
funcionan sin el proceso que dicta la ley. Se hacen acusaciones; se permiten los
rumores; se expresan calumnias, perjurio y comentarios difamatorios sin ninguna
objeción. Sin evidencias, sin defensa. Como cristianos, debemos abstenernos de
participar o tolerar cualquier conversación en la que se difame una persona que no
esté allí para defenderse. No es correcto difundir rumores de ninguna manera, ni
como peticiones de oración o preocupaciones pastorales. Más que simplemente no
participar, los cristianos deben detener los rumores y a aquellos que los divulgan.
[7]
Esto también sugiere que el chisme en el trabajo es una ofensa seria. Algunas
veces, los rumores se relacionan con temas personales externos al trabajo, lo cual
ya es bastante cruel. Pero, ¿qué hay de los casos en los que un empleado mancha la
reputación de un compañero de trabajo? ¿Realmente se puede encontrar la verdad
cuando aquellos que son objeto de las habladurías no están allí para hablar por sí
mismos? ¿Y qué hay de las evaluaciones de rendimiento? ¿Qué garantías deben existir
para asegurar que los reportes son justos y precisos? A mayor escala, la industria
de mercadeo y publicidad opera en el espacio público entre organizaciones e
individuos. En aras de presentar los productos propios y servicios de la mejor
manera, ¿hasta qué punto se pueden indicar los defectos y debilidades de los
competidores sin incorporar la perspectiva de ellos? ¿Los derechos de “su prójimo”
pueden incluir los derechos de otras compañías? En realidad, el alcance de nuestra
economía global sugiere que este mandato puede tener una aplicación bastante
amplia.
El mandamiento prohíbe específicamente decir algo falso sobre otra persona, pero a
partir de esto surge el interrogante de si debemos decir la verdad en toda
situación. ¿Incumplir el noveno mandamiento también es emitir estados financieros
falsos o engañosos? ¿Qué hay de la publicidad que aunque no desprestigia con
falsedad a la competencia, es exagerada? ¿Qué hay de las garantías de la gerencia
que engañan a los empleados sobre los despidos inminentes? En un mundo en el que
con frecuencia la percepción cuenta como realidad, puede que a la retórica de la
persuasión le importe poco la verdad. El origen divino del noveno mandamiento nos
recuerda que Dios no puede ser burlado. Al mismo tiempo, reconocemos que algunas
veces el engaño se practica, se acepta e incluso se aprueba en el relato de las
Escrituras. Una teología completa sobre la verdad y el engaño se debe basar tanto
en el noveno mandamiento como en otros textos (consulte Verdad y engaño para una
discusión más amplia acerca de este tema, incluyendo si la prohibición de “falso
testimonio contra su prójimo” incluye todas las formas de mentir y engañar).
“No codiciarás… Nada que sea de tu prójimo” (Éxodo 20:17; Deuteronomio 5:21)
El décimo mandamiento dice que no debemos codiciar “nada que sea del prójimo” (Dt
5:21). Ver lo que los demás poseen no es malo, ni tampoco desear obtenerlo
legítimamente. La codicia se da cuando alguien ve la prosperidad, logros o talentos
de otra persona y le causan resentimiento o se los quiere quitar, o
quiere castigar a la persona exitosa. Lo que está prohibido no es el deseo de tener
algo, es hacerle daño a otra persona, “al prójimo”.
Tenemos dos opciones: una es dejar que el éxito de los demás nos inspire y la otra
es codiciar. La primera opción produce prudencia y el deseo de trabajar duro. La
segunda produce pereza, genera excusas para el fracaso y desencadena actos de
apropiación indebida. Nunca alcanzaremos el éxito si creemos que la vida es un
juego de suma cero y que de alguna forma nos perjudica que a otros les vaya bien.
Nunca haremos grandes cosas si, en vez de trabajar duro, nos dedicamos a soñar que
los logros de otros son nuestros. Aquí de igual forma, la base primordial de este
mandamiento es adorar únicamente a Dios. Si Dios es el centro de nuestra adoración,
desearlo a Él reemplaza todo deseo impío y codicioso de cualquier otra cosa,
incluyendo lo que le pertenece a nuestro prójimo. Como dice el apóstol Pablo, “he
aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación” (Fil 4:11).
Deuteronomio agrega a la lista de Éxodo de lo que no se debe codiciar las palabras
“ni su campo”. Como en las demás añadiduras a los diez mandamientos en
Deuteronomio, esta nos lleva a pensar en el trabajo. Los campos son lugares de
trabajo y codiciar un campo es codiciar los recursos productivos que tiene otra
persona.
Y sucederá que porque escuchas estos decretos y los guardas y los cumples, el Señor
tu Dios guardará Su pacto contigo y Su misericordia que juró a tus padres. Y te
amará, te bendecirá y te multiplicará; también bendecirá el fruto de tu vientre y
el fruto de tu tierra, tu cereal, tu mosto, tu aceite, el aumento de tu ganado y
las crías de tu rebaño en la tierra que El juró a tus padres que te daría. (Dt
7:12-13)
No sea que cuando hayas comido y te hayas saciado, y hayas construido buenas casas
y habitado en ellas, y cuando tus vacas y tus ovejas se multipliquen, y tu plata y
oro se multipliquen, y todo lo que tengas se multiplique, entonces tu corazón se
enorgullezca, y te olvides del Señor tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto de
la casa de servidumbre. (Dt 8:12-14)
En algunas partes del mundo, usualmente los padres venden a sus hijos en
servidumbre por deudas, una forma de trabajo que es esclavitud aunque se llame de
otra manera. Otros pueden ser engañados por el tráfico sexual, del cual es difícil
o hasta imposible escapar. En algunos lugares, los cristianos están liderando
movimientos para erradicar estas prácticas, pero todavía se puede hacer mucho más.
Imagine la diferencia si muchas más iglesias e individuos cristianos hicieran de
esta una prioridad para la misión y la acción local.
Los lugares de trabajo y las sociedades modernas siguen siendo susceptibles a los
sobornos, la corrupción y los sesgos, igual que el antiguo pueblo de Israel. De
acuerdo con las Naciones Unidas, el principal impedimento para el crecimiento
económico de los países menos desarrollados son las fallas en el estado de derecho
imparcial.[1] Puede que en los lugares en donde la corrupción es endémica, sea
imposible ganarse la vida, viajar por el país o estar en paz sin pagar sobornos.
Esto parece señalar que en general aquellos que tienen el poder de exigir sobornos
tienen una mayor culpa que quienes los pagan, ya que se prohíbe aceptar sobornos,
no pagarlos. Aun así, cualquier acción que puedan realizar los cristianos para
reducir la corrupción —ya sea en la parte de recibir o de dar— es una contribución
al “juicio justo” (Dt 16:18) que es sagrado para el Señor (para un estudio más
detallado de las aplicaciones económicas del estado de derecho, ver “Apropiación de
la tierra y derechos de propiedad” en Números 26-27; 36:1-12 anteriormente).
Los lugares de trabajo actuales están regidos por leyes, regulaciones y prácticas
con procesos de apelación, cortes y procedimientos para interpretarlas y aplicarlas
apropiadamente. Pablo también afirmó que debemos obedecer estas estructuras legales
(Ro 13:1). En algunos países, los que están en el poder ignoran de forma rutinaria
las leyes y regulaciones o las evitan por medio de sobornos, corrupción y
violencia. En otros países, pocas veces los negocios y los demás lugares de trabajo
incumplen la ley intencionalmente, pero pueden tratar de infringirla por medio de
acciones legales engorrosas, favores políticos o presiones que se oponen al bien
común. Sin embargo, los cristianos están llamados a respetar el estado de derecho,
obedecerlo, defenderlo y buscar fortalecerlo. Esto no implica que nunca deba
existir la desobediencia civil; algunas leyes son injustas y se deben quebrantar si
el cambio no es factible, pero estas instancias son escasas y siempre involucran un
sacrificio personal en busca del bien común. En cambio, quebrantar la ley por causa
del interés propio no se justifica.
De acuerdo con Deuteronomio 17:9, tanto los sacerdotes como los jueces —o como lo
decimos actualmente, tanto el espíritu como la letra— son fundamentales para la
Ley. Si estamos preocupados, usando tecnicismos legales con el fin de justificar
las prácticas cuestionables, tal vez necesitamos un buen teólogo y un buen abogado.
Debemos reconocer que las decisiones que toman las personas en el trabajo “secular”
son cuestiones teológicas, no solamente legales y técnicas. Imagine a un cristiano
en tiempos modernos pidiéndole a su pastor que le ayude a analizar detenidamente
una decisión laboral importante cuando las cuestiones éticas o legales parezcan
complicadas. Para que esto sea fructífero, el pastor debe entender que el trabajo
es una tarea profundamente espiritual y debe aprender a darle una ayuda útil a los
trabajadores. Tal vez un primer paso sea simplemente preguntarle a las personas
acerca de su trabajo. “¿Qué acciones y decisiones toma a diario?” “¿Qué retos
enfrenta?” “¿Sobre qué temas le gustaría hablar con alguien?” “¿Cuáles son sus
peticiones de oración?”
El ejercicio justo de la autoridad gubernamental (Deuteronomio 17:14-20)
Así como las personas y las instituciones no deben oponerse a la autoridad
legítima, las personas en el poder no deben usar su autoridad de forma ilegítima.
Moisés trata específicamente con el caso de un rey.
El rey no tendrá muchos caballos… Tampoco tendrá muchas mujeres… tampoco tendrá
grandes cantidades de plata u oro. Y sucederá que cuando él se siente sobre el
trono de su reino, escribirá para sí una copia de esta ley en un libro… La tendrá
consigo y la leerá… observando cuidadosamente todas las palabras de esta ley y
estos estatutos, para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos y no se desvíe
del mandamiento ni a la derecha ni a la izquierda. (Dt 17:16-20)
Cuanta más autoridad tenga, mayor será la tentación de actuar como si estuviera por
encima de la ley. Aquí Moisés prescribe un antídoto: el rey debe leer la ley (o la
palabra) de Dios todos los días de su vida. Al hacerlo, aprende a reverenciar al
Señor y cumplir las responsabilidades que Dios le ha dado y así, recuerda que
también está bajo la autoridad de alguien más. Dios no le da el privilegio de hacer
una ley para sí mismo, sino el deber de cumplir la ley de Dios para el beneficio de
todos.
Esto mismo se aplica hoy para aquellos que tienen autoridad. Para ejercer el
liderazgo de forma justa, es necesario ir a la Escritura todos los días de su vida
y practicar aplicándola a las circunstancias diarias y comunes del trabajo. Solo
por medio del arte de la práctica continua, no yendo ni a derecha ni a izquierda de
la palabra de Dios, podemos dominar el impulso de hacer uso indebido de la
autoridad. El resultado es que el líder le sirve a la comunidad (Dt 17:20), no
viceversa.
Dios demanda que pongamos nuestros recursos a disposición de aquellos que tienen
necesidad y que al mismo tiempo seamos buenos mayordomos de los recursos que Él nos
da. Por una parte, todo lo que tenemos le pertenece a Dios y Su mandato es que
usemos lo que es Suyo para el bien de la comunidad (Dt 15:7). Por otro lado,
Deuteronomio no dice que el terreno de una persona es patrimonio común; la gente no
podía tomar todo lo que quisiera. La exigencia de contribuir al bien público está
establecida en un sistema en el que la propiedad privada es el medio principal de
producción. Aunque la Biblia no puede imponer normas en cuanto al balance entre la
propiedad privada y pública y la sostenibilidad de varios sistemas económicos en
las sociedades actuales, sí puede aportar principios y valores al respecto.
Maldito el que pervierta el derecho del forastero, del huérfano y de la viuda. (Dt
27:19)
Maldito el que acepte soborno para quitar la vida a un inocente. (Dt 27:25)