Clase de Dorcas N 1

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CLASE DE DORCAS N°1

FECHA : Viernes 10 de junio de 2022.

HORARIO: 20:00 a 21:00 horas.

ASISTENTES :

1. Pastora María Fuentes.


2. Tiara Cubillos.
3. Susana Pérez.
4. María Eugenia Badilla.
5. Soledad Fuentes.
6. Raquel González.
7. Magali Serey.
8. Nataly Calderón.
9. Janet Maza.
10. Jocelyn González.

Tema: La Obediencia

REFERENCIA BIBLICA : Salmo 119:33-35

Salmo 119
33 
Enséñame, oh Jehová, el camino de tus estatutos,
Y lo guardaré hasta el fin.
34 
Dame entendimiento, y guardaré tu ley,
Y la cumpliré de todo corazón.
35 
Guíame por la senda de tus mandamientos,
Porque en ella tengo mi voluntad.

VERSICULO CLAVE : Salmo 119:34

Salmo 119

Dame entendimiento, y guardaré tu ley,


34 

Y la cumpliré de todo corazón.

REFLEXIONEMOS:

Dios nos llama a obedecer cada uno de sus estatutos, mandamientos y decretos para
poder obtener cada una de las bendiciones para nuestras vidas, solo pidiendo la
sabiduría, teniendo temor a nuestro Señor, esto es, guardar respeto a cada una de
sus enseñanzas y sobre todas las cosas perseverar y dar lo mejor de nosotros,
haciendo de corazón todo lo que el espíritu de Dios nos dicte y mande siguiendo y
dando testimonio de la palabra de Nuestro Señor en nuestras vidas y para con otros.

ANALICEMOS:

Muchas veces podemos pensar que el seguir los mandamientos, estatutos y decretos
del pacto con Dios, pueden parecer una carga para nuestras vidas, pero, basándonos
en la palabra de Dios y en lo vivido por Moisés, podemos decir que el principal
propósito de acatar estas normas y leyes, nos trae como consecuencia la bendición
de parte de Dios, cumpliendo así con cada una de sus promesas.

Debemos recordar que Dios tiene un amor incomparable para con nosotros y desde un
comienzo ha hecho un pacto con nuestras vidas velando por cada una de nuestras
necesidades.

Ahora debemos comprender que el cumplir, es decir, el obedecer a Dios, cumpliendo


con sus ordenanzas y mandamientos, nos otorga recibir todo lo que Dios nos ha
prometido, entre esto está la salud, sustento, vestimenta, alimento y por sobre
todas estas cosas, implica tener una relación y comunión con nuestro Dios.

Todo lo que Dios nos demanda, lo podemos encontrar en la lectura de los libros:
Levítico, Números y Deuteromonio, en donde podremos comprender dentro de muchas
cosas más, que en sus primeros tratos con el pueblo de Israel, Dios les pide
obediencia, reflejada en el cumplimiento de leyes, normas, decretos, normas,
reglas, estatutos y mandamientos, ante lo cual ellos desobedecieron. Dios les dio
promesas que dependían de su disposición a hacer lo que él les pidiera, pero ellos
no lo hicieron, tal cual nos pasa a nosotros hoy en día al olvidarnos de cumplir
con sus ordenanzas, lo que nos lleva a la desobediencia. Sin embargo, Dios no
abandonó a su pueblo al igual que no nos abandona a nosotros. Debemos comprender
que lo que está en juego, es la gloria de Dios reflejada en nuestras vidas, esto
quiere decir, la presencia y manifestación de nuestro Señor y su Espíritu Santo en
nuestras vidas.

De innumerables formas Dios fue paciente con el pueblo de Israel; los corrigió, los
castigó, los incitó y pese a siempre poner en duda y estar en disconformidad con
las promesas y bendiciones dadas por Dios, él los llevo a la tierra prometida,
mostrando el amor inexorable para con sus vidas y para con la nuestra. No olvidemos
que la gloria de Dios en nuestras vidas, implica la adoración expresada con
palabras y hechos, reflejada en nuestro estilo de vida y nuestras acciones.

Las leyes, los estatutos y los juicios de Dios establecen el fundamento de una
sociedad justa y los procedimientos administrativos necesarios para gobernarla.

Como cristianos y cristianas debemos tener presente, que todas estas leyes,
decretos y mandamientos, conllevan una serie de leyes espirituales, las cuales
debemos cultivar en nuestras vidas y sobre todas las cosas y como lo dice su
palabra hacerlas y guardarlas con todo nuestro corazón, ya que solo así podremos
realmente establecer una real relación con nuestro Señor.

Las leyes espirituales tratan de una forma clara y breve de explicar los aspectos
esenciales de la fe cristiana de acuerdo a la concepción que tenemos de la
salvación.

La concepción del mensaje de salvación contenido en la Biblia pueden tener


distintas interpretaciones, pero estas leyes espirituales rigen la relación del ser
humano con Dios de modo similar a la forma en que las leyes físicas rigen el
universo.

Dentro de las leyes espirituales esenciales podemos comprender que:

1. Dios te ama y tiene un plan maravilloso para tu vida (Juan 3:16, Juan 10:10).

2. El hombre es pecador pero está separado de Dios. Significa que no puedes


conocer ni experimentar el amor de Dios y el plan que él tiene para tu vida
(Romanos 3:23, Romanos 6:23).

3. Jesucristo es la única provisión de Dios para el pecador. Sólo a través de él


puedes conocer y experimentar el amor de Dios y su plan para tu vida (Romanos 5:8,
1Corintios 15:3-6, Juan 14:6).

4. Puedes recibir a Jesucristo como Señor y Salvador para poder conocer y


experimentar el amor de Dios y su plan para nuestras vidas (Juan 1:12, Efesios 2:8-
9, Juan 3:1-8, Apocalipsis 3:20).

Estas leyes están presentes al momento de evangelizar, cuya finalidad es la de


explicar nuestra fe a los no convertidos, en diversas formas y lenguajes, en donde
el objetivo será dar a conocer la palabra de Dios y ayudar a las personas a recibir
el Espíritu Santo, tal como lo hemos recibido nosotros en nuestras vidas y corazón.

Estamos acostumbrados a escuchar que existen leyes universales que rigen el normal
curso de la naturaleza y la física. Por su determinación, constancia y acreditación
práctica nadie niega la veracidad de famosas leyes como la de la gravedad, la
inercia y la termodinámica. Esta realidad nos inspira a los cristianos a comprender
que Dios también nos ha descubierto y enseñado leyes espirituales que aplican para
la vida y que no podemos olvidar, las cuales están escritas en su palabra y las
cuales Dios nos invitar a atesorar en nuestras vidas.
Veamos alguna de ellas:

1. Cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo
que tiene le será quitado. Mateo 13:12

2. El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama.


Mateo 12:30

3. Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo


aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. Mateo
7:7-8

4. Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también
segará. Gálatas 6:7

5. Más bienaventurado es dar que recibir. Hechos 20:35

6. Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme


ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los
cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. Malaquías 3:10

7. Con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que
medís, os será medido. Mateo 7:2

8. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos.
Mateo 7:18

9. Cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente,


por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa. Mateo
10:42

10. Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado, y toda ciudad o casa
dividida contra sí misma, no permanecerá. Mateo 12:25

11. Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando
reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando
llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros
siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel
hombre viene a ser peor que el primero. Mateo 12:43-46

12. Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida
por causa de mí, la hallará. Mateo 16:25

13. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.


Mateo 23:12

14. !!Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos!!
Mateo 18:7

15. Si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros


vuestro Padre celestial; más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco
vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas. Mateo 6:14-15

16. Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera


cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Mateo 18:19

17. Cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre,
o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la
vida eterna. Mateo 19:29

18. “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre
sembrare, eso también segará.6:8 Porque el que siembra para su carne, de la carne
segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida
eterna.” Gálatas 6:7-8

Dios no dejará caer en tierra su palabra, lo que él ha prometido lo cumplirá, así


que si somos sabios y creemos en las leyes espirituales que Dios nos ha revelado
vamos a poder disfrutar de sus beneficios, pues en todo caso aun así no creamos,
Dios que es justo hará cumplir sus promesas de la misma manera que actúan las leyes
de la naturaleza.

Debemos tener presente que los mandamientos no son las únicas leyes de Dios, pues
hay muchas otras que fueron establecidas incluso antes del Antiguo Pacto. Si bien
algunas leyes sí pertenecen solo al Antiguo Pacto, otras siguen vigentes en el
Nuevo Pacto también, y cada una de estas tiene un ingrediente espiritual.

Dios nos dio su ley por amor a nosotros y para nuestro propio beneficio. Y,
sabiendo esto, deberíamos preguntarnos algo fundamental: ¿amamos a Dios el Padre y
a Jesucristo? Y, si es así, ¿obedecemos la ley de Dios? ¿Lo demostramos con
nuestros actos, haciéndolo de todo corazón?

Además del Antiguo Pacto establecido en el Monte Sinaí (Éxodo 24:3-8; 34:28), Dios
promulgó leyes civiles y ceremoniales al pueblo de Israel. Las leyes de los
sacrificios son un ejemplo de esto, pues no formaban parte del Pacto en un
principio, sino que fueron agregadas después (Jeremías 7:22; Ezequiel 20:21-25;
Génesis 3:19).

Existen varios tipos de leyes bíblicas; mientras algunas pertenecen a un pacto en


particular, otras son incluso más antiguas que ambos pactos y por lo tanto son
válidas tanto en el Antiguo Pacto como en el Nuevo. Es más, muchas de estas leyes
son de gran importancia para nosotros en la actualidad, pues fueron creadas para
enseñarnos más acerca de lo que Dios espera de nosotros y su camino de vida.

Dios promulgó este tipo de leyes con el propósito de establecer el sistema civil y
expiatorio necesario para gobernar una nación, pues tenía la intención de apartar a
Israel como pueblo santo (Levítico 20:26) y dar muchas bendiciones a los israelitas
(Deuteronomio 28:1-14) si ellos le obedecían fielmente. Las leyes de Dios fueron
creadas para nuestro beneficio y nos enseñan cómo parecernos más a nuestro Creador.

Hoy en día las antiguas leyes civiles y ceremoniales ya no están vigentes, pues no
existe una nación como tal que se rija según las leyes de Dios, un templo o un
sistema expiatorio. Además, Dios estableció un Nuevo Pacto por medio del sacrificio
de Jesucristo (Apocalipsis 1:5). Y, como revela el libro de Hebreos, los antiguos
sacrificios y rituales del templo representaban el sacrificio de Cristo que se
llevaría a cabo en el futuro. Por lo tanto, estas leyes ceremoniales no son un
requisito de la vida cristiana en la actualidad.

CONCEPTOS:

LEY: es una norma dictada por una autoridad superior. Con ella se regulariza o
prohíbe los actos de conducta. Incluso, el universo se rige por leyes físicas para
su buen funcionamiento. Por otra parte, Dios es la fuente y dador de estatutos.

Con frecuencia se refiere a todo el cuerpo de la ley que Dios le dio al pueblo de
Israel, al conjunto de leyes dado por la autoridad suprema, Jehová Dios, se hallan
registradas en la Biblia. Él inspiró a hombres del pasado para que dejaran por
escrito sus mandatos. Como el creador del universo, tiene el derecho legal de dar
órdenes, a todos los seres humanos.

La ley de Dios es aquella que regula el camino de vida, es decir, es el conjunto de


mandamientos divinos y perfectos en cuanto a su propósito, equidad y aplicación.

ESTATUTO: se refiere a una ordenanza, decreto o edicto.

Los estatutos bíblicos pueden fijar fechas, tales como las fiestas bíblicas,
definir costumbres importantes y aun establecer la forma en que se debe proceder
para manejar ciertos asuntos cruciales. Como revelan el pensamiento de Dios y sus
prioridades, son cruciales y sirven como pautas divinas para un comportamiento
justo.

DECRETO: Los decretos de Dios son su soberana y eterna determinación acerca de


todas las cosas que son, que han sido, y que serán en la creación, en la historia,
y en la salvación de personas.
La Biblia utiliza las siguientes palabras para hablarnos acerca de estos decretos
eternos:

 Su consejo (Sal. 73:24; Ef 1:11), enfatiza que son las deliberaciones y los
propósitos completos de las tres Personas de la Trinidad.

 Su propósito (Isa. 14:24-27; Efesios 3:11), demuestra que sus decretos no son
arbitrarios, sino que todos tienen su gloria como meta final.

 Su buena complacencia (Isaías 44:28; Lucas 12:32), enfatiza que los decretos
de Dios no dependen de nada ni de nadie sino de Dios mismo, ni siquiera en las
acciones previstas de los hombres o de las otras criaturas. Sus decretos son libres
e independientes. Dios decreta todas las cosas porque le agradó hacerlo.

 Su voluntad (Rom 1:10; Ef. 1:5), demuestra que sus decretos no son meramente
al azar, sino mas bien son los pensamientos del corazón del Dios vivo.

 Su determinación (Isaías 19:17; Lucas 22:22), enfatiza la importante verdad


de que sus decretos son fijos e inmutables.

 Su decreto (Sal. 2:7), recordándonos que Dios determina todas las cosas como
el gran Rey que es, el soberano Creador y Señor del cielo y de la tierra.

NORMA: son reglas que se establecen y se busca que sean respetadas por todos los
ciudadanos para mantener el orden y la armonía en un determinado contexto.

Las normas de Dios son las mismas para todos los individuos en todas las culturas;
se aplican a todos sin importar edad, personalidad o trasfondo de cada quien. Por
consiguiente, no existen diferentes nomas para adultos, niños, ricos, pobres,
nacionalidades, ocupación, sexo o cualquier otra diferencia.

REGLA: guía que rige un grupo. Se constituye de criterios o normas que inspiran y
establecen un estilo de vida para los miembros de la comunidad, como los documentos
que rigen a los cristianos.

MANDAMIENTO: norma básica de cómo todo ser humano (no sólo el pueblo de Israel)
debería interactuar con Dios y su prójimo.

GLORIA DE DIOS: es el peso abrumador de la presencia del Señor, la manifestación


sobrenatural de su presencia.

LECTURA PARA ESTUDIAR:

Los estatutos y decretos (Deuteronomio 4:44-28:68)

Moisés describe con detalles los “estatutos y decretos” que Dios le da a Israel (Dt
6:1).

Los diez mandamientos (Deuteronomio 5:6-21)

Los diez mandamientos contribuyen en gran manera a la teología del trabajo. Estos
describen los requerimientos esenciales del pacto de Israel con Dios y son los
principios fundamentales que rigen la nación y el trabajo del pueblo. La exposición
de Moisés comienza con la afirmación más memorable del libro, “Escucha, oh Israel,
el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Dt 6:4-5). Como lo indicó Jesús
siglos después, este es el mayor mandamiento de toda la Biblia. Entonces, Jesús
agregó una cita de Levítico 19:18, “Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo” (Mt 22:37-40). Aunque el “segundo” gran mandamiento no se
expresa específicamente en Deuteronomio, veremos que los diez mandamientos sí nos
llevan a amar a Dios y al prójimo.
El pasaje es casi idéntico al de Éxodo 20:1-17 —con algunas variaciones
gramaticales—, excepto por algunas diferencias en el cuarto mandamiento (guardar el
Sabbath), el quinto (honrar a padre y madre) y el décimo (la codicia). De forma
sorprendente, las variaciones de estos mandamientos se tratan específicamente del
trabajo. A continuación repetiremos el comentario de Éxodo y el trabajo con algunas
añadiduras, explorando las variaciones entre los relatos de Éxodo y Deuteronomio.

“No tendrás otros dioses delante de Mí” (Deuteronomio 5:7; Éxodo 20:3)


El primer mandamiento nos recuerda que todo lo que está en la Torá surge del amor
que tenemos por Dios, lo que a su vez es una respuesta al amor que Él tiene por
nosotros. Dios demostró este amor por medio de la liberación de Israel “de la casa
de servidumbre” en Egipto (Dt 5:6). Nada en la vida debería interesarnos más que
nuestro deseo de amar y ser amados por Dios. Si tenemos algún otro interés mayor
que el de amar Dios, no se trata tanto de que estemos rompiendo las reglas de Dios,
sino que en realidad no tenemos una relación con Él. El otro interés —ya sea
dinero, poder, seguridad, reconocimiento, sexo o cualquier otro— se ha convertido
en nuestro dios. Este dios falso tendrá sus propios mandamientos, los cuales no
concuerdan con los de Dios, e inevitablemente incumpliremos la Torá al obedecer sus
requerimientos. Obedecer los diez mandamientos solo es posible para aquellos que
empiezan por adorar únicamente al Señor.

En el campo del trabajo, esto significa que no debemos permitir que el trabajo o
sus requerimientos y frutos desplacen a Dios como nuestro mayor interés en la vida.
Como dice David Gill, “nunca permita que nada ni nadie amenace con tomar el lugar
principal de Dios en su vida”.[3]
Ya que la motivación principal de muchas personas en el trabajo es el beneficio
económico, probablemente el deseo desmedido de dinero es el riesgo más común
respecto al primer mandamiento. Jesús nos advirtió específicamente acerca de este
peligro. “Nadie puede servir a dos señores… No podéis servir a Dios y a las
riquezas” (Mt 6:24). Sin embargo, casi todo lo relacionado con el trabajo se puede
enredar con nuestros deseos, al punto de interferir con nuestro amor por Dios.
¿Cuántas carreras terminan de manera trágica porque los medios para alcanzar las
metas por amor a Dios —tales como el poder político, la sostenibilidad financiera,
el compromiso con el trabajo, la posición entre los pares, o el desempeño superior—
se vuelven fines en sí mismos? Cuando por ejemplo, el reconocimiento en el trabajo
se vuelve más importante que el carácter en el trabajo, ¿no es esta una señal de
que la reputación está desplazando el amor a Dios al convertirse en el interés
supremo?

“No te harás ídolo” (Deuteronomio 5:8; Éxodo 20:4)


El segundo mandamiento plantea el problema de la idolatría. Los ídolos son dioses
que creamos nosotros mismos, dioses que pensamos que pueden satisfacer nuestros
deseos. En tiempos antiguos, la idolatría se evidenciaba en la adoración de objetos
físicos, pero el problema realmente radica en la confianza y la devoción. ¿En qué
basamos principalmente nuestra esperanza de bienestar y éxito? Cualquier cosa que
no sea capaz de hacer efectiva nuestra esperanza —quiere decir, nada aparte de Dios
— es un ídolo, sea o no un objeto físico. La historia de una familia que forja un
ídolo con la intención de manipular a Dios y las desastrosas consecuencias
personales, sociales y económicas que esto causó, se relatan de forma memorable en
Jueces 17 al 21.

En el mundo del trabajo, es común y correcto señalar que el dinero, la fama y el


poder son ídolos potenciales. Estos como tal no representan ídolos, y de hecho
pueden ser necesarios para que desempeñemos nuestros roles en el trabajo creativo y
redentor de Dios en el mundo. Aun así, cuando nos imaginamos que al lograrlos
garantizamos nuestra seguridad y prosperidad, hemos comenzado a caer en idolatría.
La idolatría comienza cuando ponemos nuestra confianza y esperanza en estas cosas
más que en Dios. Lo mismo puede ocurrir con casi todos los demás elementos del
éxito, incluyendo la preparación, el trabajo duro, la creatividad, el riesgo, la
riqueza y otros recursos, e incluso las oportunidades. ¿Somos capaces de reconocer
cuando comenzamos a idolatrar estas cosas? Por la gracia de Dios podemos vencer la
tentación de adorarlas y ponerlas en el lugar del Señor.

“No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano” (Deuteronomio 5:11; Éxodo 20:7)


El tercer mandamiento le prohíbe al pueblo darle un uso indebido al nombre de Dios.
Esto no se limita al nombre “YHWH” (Dt 5:11), sino que incluye “Dios”, “Jesús”,
“Cristo”, etc. Pero, ¿qué significa tomar Su nombre en vano? Por supuesto, esto
incluye el uso irrespetuoso al maldecir, calumniar y blasfemar. Pero de igual
forma, incluye el atribuirle a Dios los designios humanos equivocadamente. Esto nos
prohíbe declarar que nuestras acciones o decisiones tienen la autoridad de Dios.
Lamentablemente, pareciera que algunos cristianos creen que seguir a Dios en el
trabajo consiste en hablar de Dios basándose en su comprensión individual, en vez
de hacerlo trabajando con otros de forma respetuosa o haciéndose responsables de
sus actos. Es muy peligroso decir, “es la voluntad de Dios que…” o “Dios te está
impulsando a…”, y casi nunca es válido cuando lo dice alguien sin el discernimiento
de la comunidad de la fe (1Ts 5:20-21). Desde este punto de vista, la renuencia
tradicional judía a pronunciar incluso la palabra en español “Dios” —y aún más el
nombre divino como tal— demuestra una sabiduría que con frecuencia le falta a los
cristianos. Si fuéramos un poco más cuidadosos de no usar la palabra Dios a la
ligera, tal vez seríamos más prudentes al afirmar que sabemos cuál es la voluntad
de Dios, especialmente cuando aplica para otras personas.

El tercer mandamiento también nos recuerda que respetar los nombres de los seres
humanos es importante para Dios. El Buen Pastor “llama a Sus ovejas por su nombre”
(Jn 10:3) y al mismo tiempo nos advierte que si llamamos a otra persona “idiota”,
entonces corremos “peligro de caer en los fuegos del infierno” (Mt 5:22 NTV).
Teniendo esto en cuenta, no deberíamos usar de forma incorrecta los nombres de
otras personas ni llamarlas con apelativos irrespetuosos. Es indebido usar los
nombres de las personas para maldecir, humillar, oprimir, excluir y defraudar. Le
damos un uso correcto a los nombres cuando los usamos para animar, agradecer,
sembrar solidaridad y recibir a otros. Tan solo memorizar el nombre de alguien y
decirlo es una bendición, especialmente si a él o ella los tratan con frecuencia
como anónimos, invisibles o insignificantes. ¿Usted sabe cuál es el nombre de la
persona que vacía su bote de basura, responde su llamada de servicio al cliente, o
conduce su autobús? Los nombres de las personas no son el mismo nombre del Señor
pero sí son los nombres de aquellos que han sido creados a Su imagen.

“Acuérdate del día de reposo para santificarlo” (Deuteronomio 5:12; Éxodo 20:8-11)


El asunto del Sabbath es complejo, no solo en los libros de Deuteronomio y Éxodo y
en el Antiguo Testamento, sino también en la teología y la práctica cristiana. La
manera concreta en la que los creyentes gentiles deben aplicar el cuarto
mandamiento ha sido un tema de debate desde la época del Nuevo Testamento (Ro 14:5-
6). Sin embargo, el principio general del Sabbath se aplica directamente al tema
del trabajo.

El Sabbath y nuestro trabajo (Deuteronomio 5:13)


La primera parte del mandamiento ordena que cesen las labores durante uno de siete
días. Por una parte, este era un regalo inigualable para ellos. Ningún otro pueblo
antiguo tenía el privilegio de descansar durante uno de siete días. Por otra parte,
este requería una confianza extraordinaria en la provisión de Dios. Seis días de
trabajo debían ser suficientes para sembrar, recoger la cosecha, llevar el agua,
tejer las telas y tomar su sustento de la creación. Mientras que Israel descansaba
un día de cada semana, las naciones alrededor seguían forjando sus espadas,
arreglando sus flechas y entrenando soldados. Israel tuvo que confiar que Dios no
dejaría que un día de descanso los llevara a la catástrofe económica y militar.

Actualmente, nosotros enfrentamos el mismo tema de confianza en la provisión de


Dios. Si acatamos el mandamiento de guardar el ciclo propio de Dios de trabajo y
descanso, ¿seremos capaces de competir en la economía moderna? ¿Debemos dedicarle
siete días a mantener un trabajo (o dos o tres), limpiar la casa, preparar las
comidas, cortar el césped, lavar el auto, pagar las cuentas, terminar el trabajo
escolar y comprar la ropa, o podemos confiar en que Dios proveerá para nosotros
incluso si nos tomamos un día cada semana? ¿Podemos dedicarle tiempo a adorar a
Dios, orar y reunirnos con otros para estudiar y animarnos y, si lo hacemos, eso
nos hará más o menos productivos en general? El cuarto mandamiento no explica cómo
Dios hará que todo nos salga bien, simplemente nos dice que descansemos un día de
cada siete.

Los cristianos han traducido el día de descanso como el día del Señor (el domingo,
el día de la resurrección de Cristo), pero la esencia de Sabbath no es escoger un
día en particular de la semana por encima de otro (Ro 14:5-6). La polaridad que
realmente es la base del Sabbath es trabajo y descanso. Tanto el trabajo como el
descanso están incluidos en el cuarto mandamiento: “Seis días trabajarás y harás
todo tu trabajo” (Dt 5:13). Los seis días de trabajo hacen parte del mandamiento,
igual que el día de descanso. Aunque muchos cristianos corren peligro de permitir
que el trabajo disminuya el tiempo reservado para el descanso, otros están en
peligro de lo opuesto, de reducir el tiempo de trabajo y tratar de vivir una vida
de ocio y derroche. Esto es incluso peor que incumplir el Sabbath, ya que “si
alguno no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, ha negado la
fe y es peor que un incrédulo” (1Ti 5:8). Lo que necesitamos son periodos de tiempo
y lugares tanto para trabajar como para descansar, lo que es bueno para nosotros,
nuestra familia, nuestros trabajadores y nuestros visitantes. Esto puede o no
incluir veinticuatro horas continuas de descanso el domingo (o el sábado). Las
proporciones pueden cambiar de acuerdo con las necesidades temporales o las
necesidades cambiantes de las temporadas de la vida.

Si nuestro principal peligro es el exceso de trabajo, debemos encontrar una forma


de honrar el cuarto mandamiento sin instituir un legalismo nuevo y falso, poniendo
lo espiritual (la adoración los domingos) contra lo secular (el trabajo de lunes a
sábado). Si nuestro peligro es eludir el trabajo, debemos aprender a encontrar gozo
y significado en nuestra labor, como un servicio para Dios y nuestro prójimo (Ef
4:28).

El Sabbath y el trabajo de nuestros empleados


La mayoría de las diferencias entre las dos versiones de los diez mandamientos son
las adiciones al cuarto mandamiento en Deuteronomio. Primero, la lista de aquellos
que no se deben obligar a trabajar en el Sabbath se amplía, incluyendo “ni tu buey,
ni tu asno, ni ninguno de tus animales” (Dt 5:14a). Segundo, se agrega una razón
por la cual no se debe forzar a los esclavos a trabajar ese día: “para que tu
siervo y tu sierva también descansen como tú. Y acuérdate que fuiste esclavo en la
tierra de Egipto” (Dt 5:14b-15a). Finalmente, se añade un recordatorio de que la
capacidad de descansar de forma segura en medio de la competencia militar y
económica contra otras naciones es un regalo de Dios, quien protege a Israel “con
mano fuerte y brazo extendido” (Dt 5:15b).

Una distinción importante entre los dos textos sobre este mandamiento es que uno se
basa en la creación y el otro en la redención. En Éxodo, el Sabbath se basa en los
seis días de la creación seguidos de un día de descanso (Gn 1:3-2:3). Deuteronomio
agrega el elemento de la redención de Dios. “El Señor tu Dios te sacó de allí con
mano fuerte y brazo extendido; por lo tanto, el Señor tu Dios te ha ordenado que
guardes el día de reposo” (Dt 5:15). Al integrarlos, vemos que las bases para
guardar el Sabbath son tanto la forma en la que Dios nos creó como la forma en la
que nos redimió.

Estas añadiduras resaltan el interés de Dios por aquellos que trabajan bajo la
autoridad de otros. No solo es un deber descansar, también se les debe dar descanso
a aquellos que trabajan bajo su autoridad, sus esclavos, otros israelitas e incluso
los animales. Cuando usted “recuerda que fue esclavo en la tierra de Egipto”, no ve
su propio descanso como un privilegio especial, sino que se acuerda de que le debe
dar descanso a otros, así como el Señor se lo dio a usted. No importa qué religión
profesen o lo que decidan hacer con el tiempo. Ellos son trabajadores y Dios nos
manda que les permitamos descansar a quienes trabajan. Tal vez estemos
acostumbrados a pensar en guardar el Sabbath para descansar nosotros mismos pero,
¿qué tanto pensamos en darle descanso a aquellos que trabajan para servirnos?
Muchas personas trabajan en horas que interfieren con sus relaciones, sus ritmos de
sueño y oportunidades sociales con el fin de hacer que la vida sea más cómoda para
otros.

Las llamadas “leyes azules” que alguna vez protegieron a las personas —o las
estorbaron, depende del punto de vista— para que no trabajaran todo el tiempo, han
desaparecido en la mayoría de países desarrollados. Sin duda, esto les ha dado
muchas oportunidades nuevas a los trabajadores y a los empleadores. Pero, ¿siempre
deberíamos hacer parte de esto? Cuando compramos en una tienda tarde en la noche,
jugamos golf los domingos en la mañana o vemos eventos deportivos que no terminan
cuando pasa la medianoche, ¿consideramos cómo pueden verse afectados quienes están
trabajando a esas horas? Tal vez nuestras acciones ayudan a crear una oportunidad
laboral que no existiría de otra manera, pero por otra parte, puede que simplemente
estemos exigiendo que alguien trabaje a una hora espantosa aunque hubiera podido
hacerlo en un horario más conveniente.

La cadena de restaurantes de comida rápida Chick-fil-A es reconocida porque cierra


los domingos. Con frecuencia se cree que esto se debe a la interpretación que le da
el fundador Truett Cathy al cuarto mandamiento, pero de acuerdo con el sitio web de
la compañía, “su decisión fue tanto práctica como espiritual. Él cree que todos los
trabajadores de la franquicia de Chick-fil-A y los empleados en los restaurantes
deben tener la oportunidad de descansar, pasar tiempo con su familia y amigos y
practicar una religión si eso quieren”. Por supuesto, interpretar el cuarto
mandamiento como una forma de cuidar a sus empleados es una interpretación
particular, pero no es sectaria o legalista. La cuestión es compleja y no hay una
respuesta universal, pero sí podemos tomar decisiones como consumidores y (en
algunos casos) como empleadores que afectan las horas y las condiciones del trabajo
y el descanso de otras personas.

“Honra a tu padre y a tu madre” (Deuteronomio 5:16; Éxodo 20:12)


El quinto mandamiento dice que debemos respetar la autoridad más básica entre los
seres humanos: la de los padres sobre los hijos. Dicho de otro modo, ser padres es
uno de los trabajos más importantes que hay en el mundo y merece y requiere el más
grande respeto. Hay muchas maneras de honrar (o deshonrar) a padre y madre. En el
tiempo de Jesús, los fariseos querían restringirlo a hablar bien de los padres,
pero Jesús señaló que obedecer este mandamiento requiere trabajar para proveer para
los padres (Mr 7:9-13). Honramos a otros cuando trabajamos para su bien.

Para muchas personas, las buenas relaciones con los padres son una de las alegrías
de la vida; servirlos amorosamente es un deleite y obedecer esto es fácil. Pero
este mandamiento nos pone a prueba cuando nos resulta difícil trabajar para el
beneficio de nuestros padres. Tal vez no hayamos recibido el mejor trato o cuidado
de parte de ellos. Puede que sean controladores o entrometidos. Es posible que
estar cerca de ellos perjudique nuestra auto-imagen, nuestro compromiso con
nuestros cónyuges (incluyendo las responsabilidades bajo el tercer mandamiento), e
incluso nuestra relación con Dios.  Aunque tengamos una buena relación con nuestros
padres, puede que en algún momento cuidarlos sea una gran carga, simplemente por
causa del tiempo y del trabajo que requiere. Si la edad o la demencia les roba la
memoria, sus capacidades y su naturaleza bondadosa, cuidarlos se puede convertir en
una aflicción profunda.

Con todo, el quinto mandamiento viene con una promesa, “para que tus días sean
prolongados y te vaya bien en la tierra que el Señor tu Dios te da” (Dt 5:16). Al
honrar verdaderamente a los padres, los hijos aprenden el respeto verdadero en
todas las demás relaciones, incluyendo las que tendrán en sus futuros lugares de
trabajo. Obedecer este mandato hace que tengamos una vida larga y que nos vaya bien
porque desarrollar buenas relaciones de respeto y autoridad es esencial para el
éxito individual y el orden social.

Ya que esta es una instrucción de trabajar por el beneficio de los padres, es un


mandato que de forma inherente se relaciona con el lugar de trabajo. Puede que allí
sea donde ganamos dinero para sustentarlos o puede ser el lugar en el que les
ayudamos en las tareas diarias. Los dos son trabajo. Cuando tomamos un empleo
porque nos permite vivir cerca de ellos, enviarles dinero, hacer uso de los valores
y talentos que desarrollaron en nosotros o lograr cosas que nos enseñaron que son
importantes, los estamos honrando. Cuando limitamos nuestra carrera para poder
estar con ellos, ayudarles a limpiar y cocinar, darles un baño y abrazarlos,
llevarlos a los lugares que les gustan, o disminuir sus miedos, los estamos
honrando.

Consecuentemente, los padres tienen el deber de ser dignos de confianza, respeto y


obediencia. Criar hijos es un trabajo y ningún lugar de trabajo requiere estándares
más altos de confiabilidad, compasión, justicia y equidad. Como lo dice el apóstol
Pablo, “padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en la
disciplina e instrucción del Señor” (Ef 6:4). Solo por la gracia de Dios se puede
servir debidamente como padre, lo que indica una vez más que la adoración a Dios y
la obediencia a sus caminos es la base de todo Deuteronomio.

En nuestro lugar de trabajo podemos ayudarles a otras personas a cumplir el quinto


mandamiento y podemos obedecerlo nosotros mismos. Podemos recordar que tanto
empleados, como clientes, compañeros de trabajo, jefes, proveedores y los demás
también tienen familias, y entonces podemos adecuar nuestras expectativas para
apoyarlos en su labor de honrar a sus familias. Cuando otros hablan o se quejan de
sus luchas con sus padres, podemos escucharlos con compasión, apoyarlos de forma
práctica (por ejemplo, ofreciéndonos a tomar un turno para que puedan estar con sus
padres) o tal vez ofrecer una perspectiva piadosa para que ellos la consideren. Por
ejemplo, si un colega que está enfocado en su carrera nos revela una crisis
familiar, tenemos la oportunidad de orar por su familia y recomendarle que
considere ajustar su tiempo familiar y laboral.

“No matarás” (Deuteronomio 5:17; Éxodo 20:13)


Desafortunadamente, el sexto mandamiento tiene una aplicación demasiado práctica en
el lugar de trabajo moderno, en donde el diez por ciento de las muertes
relacionadas con el trabajo son asesinatos (en los Estados Unidos).
[4] Desafortunadamente, el sexto mandamiento tiene una aplicación demasiado
práctica en el lugar de trabajo moderno, en donde el diez por ciento de las muertes
relacionadas con el trabajo son asesinatos (en los Estados
Unidos).Desafortunadamente, el sexto mandamiento tiene una aplicación demasiado
práctica en el lugar de trabajo moderno, en donde el diez por ciento de las muertes
relacionadas con el trabajo son asesinatos (en los Estados
Unidos).Desafortunadamente, el sexto mandamiento tiene una aplicación demasiado
práctica en el lugar de trabajo moderno, en donde el diez por ciento de las muertes
relacionadas con el trabajo son asesinatos (en los Estados Unidos).
El asesinato no es la única forma de violencia en el lugar de trabajo, solo es la
más extrema. Una forma más práctica de verlo es recordar que Jesús dijo que incluso
la ira es una violación del sexto mandamiento (Mt 5:21-22). Como lo señaló Pablo,
puede que no seamos capaces de prevenir el sentimiento de la ira, pero sí podemos
aprender a sobrellevarlo. “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre
vuestro enojo” (Ef 4:26). Entonces, puede que la implicación más importante del
sexto mandamiento para el trabajo sea, “si te enojas en el trabajo, pide ayuda para
manejar la ira”. Muchos empleados, iglesias, gobiernos estatales y locales y
organizaciones sin ánimo de lucro ofrecen clases y consejería en el manejo de la
ira, y hacer uso de esto puede ser una forma altamente efectiva de obedecer el
sexto mandamiento.

Quitarle la vida a alguien intencionalmente es lo que definimos como asesinato,


pero la ley derivada de casos que surge del sexto mandamiento también nos muestra
la obligación de prevenir las muertes no intencionales. Un caso particularmente
gráfico es cuando una persona era corneada por un buey (un animal que hace parte de
trabajo) y esto le causaba la muerte (Éx 21:28-29). Si el evento era predecible, el
dueño del buey debía ser tratado como un asesino. En otras palabras, los dueños o
administradores son responsables de garantizar la seguridad en el trabajo dentro de
lo posible. Este principio está bien establecido legalmente en la mayoría de
países, y la seguridad laboral es objeto de vigilancia gubernamental,
autorregulación por parte de la industria y políticas y prácticas organizacionales.
A pesar de esto, muchos tipos de trabajo siguen exigiendo o permitiendo que los
trabajadores realicen sus labores en condiciones innecesariamente inseguras. El
sexto mandamiento les recuerda a los cristianos cuyo rol está relacionado con el
establecimiento de condiciones de trabajo, supervisión de trabajadores o el diseño
de prácticas laborales, que las condiciones seguras de trabajo deben estar entre
sus más altas prioridades en el mundo laboral.

“No cometerás adulterio” (Éxodo 20:14; Deuteronomio 5:18)


El trabajo es uno de los lugares más comunes en donde ocurre el adulterio, no
necesariamente porque suceda en el sitio como tal, sino porque surge de las
condiciones de trabajo y las relaciones con los compañeros. Por esto, la primera
aplicación en el lugar de trabajo es literal: una persona casada no debe tener
relaciones sexuales en su trabajo o como consecuencia de este con alguien que no
sea su cónyuge. Algunos trabajos, tales como la prostitución y la pornografía, casi
siempre incumplen este mandamiento, ya que en muchos casos conducen a que personas
casadas tengan relaciones sexuales con alguien que no es su cónyuge. Cualquier
clase de trabajo que debilite el vínculo matrimonial infringe el séptimo
mandamiento. Hay muchas maneras en las que esto puede ocurrir: en un trabajo que
fomenta fuertes vínculos emocionales entre compañeros y no favorece de manera
adecuada el compromiso con los cónyuges, como puede ocurrir en hospitales, en
iniciativas de emprendimiento, instituciones académicas o iglesias, entre otros
lugares; con unas condiciones laborales que lleven a las personas a tener un
contacto físico cercano por periodos extensos de tiempo o que fallen en promover
límites razonables para los encuentros fuera del horario laboral, como puede pasar
en trabajos extensos de campo; un trabajo que expone a las personas al acoso sexual
y a la presión de tener relaciones sexuales con los que están al mando; el trabajo
que exagera el ego o expone a la adulación, como puede ocurrir con las
celebridades, atletas famosos, titanes de negocios, oficiales del gobierno de alto
rango y personas adineradas; un trabajo que demande tanto tiempo lejos del cónyuge
(física, mental o emocionalmente) que corroa los lazos entre esposos. Todos estos
ejemplos pueden representar riesgos para los cristianos, quienes deben
reconocerlos, evitarlos, mitigarlos o prevenirlos.

“No hurtarás” (Éxodo 20:15; Deuteronomio 5:19)


El octavo mandamiento también toma el trabajo como tema principal. El robo es una
vulneración del trabajo justo, ya que despoja a la víctima de los frutos de su
labor. También es una violación del mandamiento de trabajar seis días a la semana,
ya que en la mayoría de los casos, el robo funciona como un atajo para evitar el
trabajo honesto, lo que nos muestra de nuevo la interrelación de los diez
mandamientos. Así que podemos tomar esto como palabra de Dios: no debemos robarle a
nuestros jefes, a nuestros compañeros ni otras personas en nuestro trabajo.

La idea misma del “robo” implica la existencia de propiedades y derechos de


propiedad. Solo hay tres formas de adquirir cosas: crearlas, obtenerlas por medio
del intercambio voluntario de bienes y servicios con otras personas (comercio o
regalos), y conseguirlas a través de la apropiación indebida de bienes, categoría
en la que el robo es la forma más evidente (cuando alguien toma algo que le
pertenece a otra persona y se va). Sin embargo, la retención también ocurre a una
escala mayor y más sofisticada cuando una compañía estafa a sus clientes o cuando
un gobierno les ordena a sus ciudadanos que paguen impuestos que los llevarán a la
ruina. Tales instituciones no respetan los derechos de propiedad. Aquí no
estudiaremos lo que constituye el comercio justo y el monopolista ni la tributación
legítima y la excesiva, pero el octavo mandamiento nos dice que ninguna sociedad
puede prosperar cuando individuos, bandas criminales, compañías o gobiernos
vulneran los derechos de propiedad con impunidad.

En términos prácticos, esto significa que el robo ocurre de muchas formas aparte de
la tradicional de quitarle algo a alguien directamente. Incurrimos en hurto cuando
tomamos algo de valor del dueño legítimo sin su consentimiento. Robar es malversar
recursos o fondos para nuestro uso personal. Recurrir al engaño para realizar
ventas, ganar cuota de mercado o aumentar los precios es robar, porque la falsedad
implica que lo que se acuerda con el comprador no es la situación real  (consulte
la sección sobre “La exageración” en Verdad y engaño para más información sobre
este tema). De igual forma, robar es sacar beneficio económico aprovechándose del
consentimiento que algunas personas pueden dar por causa de sus miedos,
vulnerabilidad, indefensión o desesperación. Robar también es violar los derechos
sobre patentes, derechos de autor y otras leyes de propiedad intelectual, ya que
esto no permite que los dueños reciban el pago por su creación bajo los términos de
la ley civil.

El respeto por la propiedad y los derechos de otros implica que no debemos tomar lo
que es de ellos ni entrometernos en sus asuntos. Sin embargo, eso no significa que
solo nos cuidemos a nosotros mismos. Deuteronomio 22:1 dice, “No verás extraviado
el buey de tu hermano, o su oveja, sin que te ocupes de ellos; sin falta los
llevarás a tu hermano”. Decir “no es de mi incumbencia” no es una excusa para la
insensibilidad.

Desafortunadamente, parece que muchos empleos requieren que las personas se


aprovechen de la ignorancia de otros o de su falta de alternativas, para forzarlos
a participar en operaciones en las que de otra manera no lo harían. Algunas
compañías, gobiernos, individuos, uniones y otros actores pueden usar su poder para
forzar a otros a que acepten injusticias en cuanto a sus salarios, precios,
términos financieros, condiciones laborales, horas de trabajo y otros factores.
Aunque tal vez no robemos bancos, tiendas ni a nuestros jefes, es muy probable que
estemos participando en prácticas injustas o poco éticas que privan a los demás de
los derechos que deberían tener. Resistirnos a participar en estas prácticas puede
ser difícil e incluso limitante en nuestras carreras, pero somos llamados a hacerlo
a pesar de todo.

“No darás falso testimonio contra tu prójimo” (Éxodo 20:16; Deuteronomio 5:20)


El noveno mandamiento honra el derecho a la reputación.[5] Este se aplica de forma
significativa en los procedimientos legales, en donde lo que las personas dicen
describe la realidad y determina el rumbo de vidas humanas. Las decisiones
judiciales y los demás procesos legales tienen un gran poder; por lo tanto,
manipularlos constituye una ofensa bastante grave ya que le resta valor al tejido
ético social. Walter Brueggemann dice que este mandamiento reconoce “que la vida en
comunidad no es posible a menos que exista un escenario en donde el público confíe
que se describirá y reportará fiablemente la realidad social”.[6]
Aunque se formula en lenguaje judicial, el noveno mandamiento también aplica a un
amplio rango de situaciones que se relacionan con prácticamente todos los aspectos
de la vida. Nunca debemos decir ni hacer algo que distorsione la imagen de otra
persona. Brueggemann aporta más ideas al respecto:

Los políticos buscan destruirse unos a otros en campañas negativas; los columnistas
chismosos alimentan la calumnia; y en las salas de estar de los cristianos, se
destruyen o manchan reputaciones mientras se disfruta de una taza de café servida
con un postre en vajillas finas. Estas son en realidad salas de tribunal que
funcionan sin el proceso que dicta la ley. Se hacen acusaciones; se permiten los
rumores; se expresan calumnias, perjurio y comentarios difamatorios sin ninguna
objeción. Sin evidencias, sin defensa. Como cristianos, debemos abstenernos de
participar o tolerar cualquier conversación en la que se difame una persona que no
esté allí para defenderse. No es correcto difundir rumores de ninguna manera, ni
como peticiones de oración o preocupaciones pastorales. Más que simplemente no
participar, los cristianos deben detener los rumores y a aquellos que los divulgan.
[7]
Esto también sugiere que el chisme en el trabajo es una ofensa seria. Algunas
veces, los rumores se relacionan con temas personales externos al trabajo, lo cual
ya es bastante cruel. Pero, ¿qué hay de los casos en los que un empleado mancha la
reputación de un compañero de trabajo? ¿Realmente se puede encontrar la verdad
cuando aquellos que son objeto de las habladurías no están allí para hablar por sí
mismos? ¿Y qué hay de las evaluaciones de rendimiento? ¿Qué garantías deben existir
para asegurar que los reportes son justos y precisos? A mayor escala, la industria
de mercadeo y publicidad opera en el espacio público entre organizaciones e
individuos. En aras de presentar los productos propios y servicios de la mejor
manera, ¿hasta qué punto se pueden indicar los defectos y debilidades de los
competidores sin incorporar la perspectiva de ellos? ¿Los derechos de “su prójimo”
pueden incluir los derechos de otras compañías? En realidad, el alcance de nuestra
economía global sugiere que este mandato puede tener una aplicación bastante
amplia.

El mandamiento prohíbe específicamente decir algo falso sobre otra persona, pero a
partir de esto surge el interrogante de si debemos decir la verdad en toda
situación. ¿Incumplir el noveno mandamiento también es emitir estados financieros
falsos o engañosos? ¿Qué hay de la publicidad que aunque no desprestigia con
falsedad a la competencia, es exagerada? ¿Qué hay de las garantías de la gerencia
que engañan a los empleados sobre los despidos inminentes? En un mundo en el que
con frecuencia la percepción cuenta como realidad, puede que a la retórica de la
persuasión le importe poco la verdad. El origen divino del noveno mandamiento nos
recuerda que Dios no puede ser burlado. Al mismo tiempo, reconocemos que algunas
veces el engaño se practica, se acepta e incluso se aprueba en el relato de las
Escrituras. Una teología completa sobre la verdad y el engaño se debe basar tanto
en el noveno mandamiento como en otros textos  (consulte Verdad y engaño  para una
discusión más amplia acerca de este tema, incluyendo si la prohibición de “falso
testimonio contra su prójimo” incluye todas las formas de mentir y engañar).

“No codiciarás… Nada que sea de tu prójimo” (Éxodo 20:17; Deuteronomio 5:21)
El décimo mandamiento dice que no debemos codiciar “nada que sea del prójimo” (Dt
5:21). Ver lo que los demás poseen no es malo, ni tampoco desear obtenerlo
legítimamente. La codicia se da cuando alguien ve la prosperidad, logros o talentos
de otra persona y le causan resentimiento o se los quiere quitar, o
quiere castigar a la persona exitosa. Lo que está prohibido no es el deseo de tener
algo, es hacerle daño a otra persona, “al prójimo”.

Tenemos dos opciones: una es dejar que el éxito de los demás nos inspire y la otra
es codiciar. La primera opción produce prudencia y el deseo de trabajar duro. La
segunda produce pereza, genera excusas para el fracaso y desencadena actos de
apropiación indebida. Nunca alcanzaremos el éxito si creemos que la vida es un
juego de suma cero y que de alguna forma nos perjudica que a otros les vaya bien.
Nunca haremos grandes cosas si, en vez de trabajar duro, nos dedicamos a soñar que
los logros de otros son nuestros. Aquí de igual forma, la base primordial de este
mandamiento es adorar únicamente a Dios. Si Dios es el centro de nuestra adoración,
desearlo a Él reemplaza todo deseo impío y codicioso de cualquier otra cosa,
incluyendo lo que le pertenece a nuestro prójimo. Como dice el apóstol Pablo, “he
aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación” (Fil 4:11).
Deuteronomio agrega a la lista de Éxodo de lo que no se debe codiciar las palabras
“ni su campo”. Como en las demás añadiduras a los diez mandamientos en
Deuteronomio, esta nos lleva a pensar en el trabajo. Los campos son lugares de
trabajo y codiciar un campo es codiciar los recursos productivos que tiene otra
persona.

La envidia y la codicia son realmente peligrosas especialmente en el trabajo, donde


el estatus, el pago y el poder son factores rutinarios en nuestras relaciones con
personas con las que pasamos bastante tiempo. Tal vez tengamos muchas razones
buenas para desear el éxito, el progreso o la recompensa en el trabajo, pero la
envidia no es una de ellas, y tampoco lo es trabajar obsesivamente por la posición
social que esto pueda traer siendo motivados por la envidia.

Concretamente, en el trabajo enfrentamos la tentación de exagerar falsamente


nuestros logros a costa de los demás. El antídoto es simple, aunque a veces
difícil. Debemos reconocer los logros de otros y darles todo el crédito que
merecen, y hacer de esta una práctica consistente. Cuando aprendemos a alegrarnos
con los éxitos de los demás —o al menos a reconocerlos—, atacamos la esencia de la
envidia y la codicia en el trabajo. Mejor aún, si aprendemos a trabajar para que
nuestro éxito vaya mano a mano con el éxito de los demás, la codicia se reemplaza
con la colaboración y la envidia con la unidad.

Leith Anderson, antiguo pastor de la iglesia Wooddale Church en Eden Prairie,


Minnesota, dice “ser el pastor principal es como tener una provisión ilimitada de
monedas en mi bolsillo. Cada vez que le doy crédito a un miembro del staff por una
idea buena, elogio el trabajo de un voluntario o le doy gracias a alguien, es como
si pusiera una de mis monedas en sus bolsillos. Ese es mi trabajo como líder, poner
monedas de mi bolsillo en el bolsillo de otros, para aumentar el aprecio que otras
personas tienen por ellos.”[8]
En la segunda parte de la segunda sección, Moisés describe con detalles los
“estatutos y decretos” que Dios le da a Israel (Dt 6:1). Estas reglas abordan una
gran variedad de temas, como la guerra, la esclavitud, los diezmos, los festivales
religiosos, los sacrificios, la comida kosher, la profecía, la monarquía y el
santuario central. Este material contiene varios pasajes que hablan directamente
sobre la teología del trabajo, los cuales consideraremos en el orden en que
aparecen en la Biblia.

La ley de Dios y sus aplicaciones (Deuteronomio 4:44-30:20)


Deuteronomio presenta una segunda sección, que contiene la parte principal del
libro. Esta sección se centra en el pacto de Dios con Israel, especialmente la ley,
o los principios y reglas que debían regir la vida de los israelitas. Después de la
introducción (Dt 4:44-49), esta sección consta de tres partes. En la primera parte,
Moisés expone los diez mandamientos (Dt 5:1-11:33). En la segunda parte, describe
con detalle los “estatutos y decretos” que Israel debe seguir (Dt 12:1-26:19). En
la tercera parte, Moisés describe las bendiciones que experimentará el pueblo de
Israel si guarda el pacto y las maldiciones que los destruirán si no lo hacen (Dt
27:1-28:68). De esta manera, la segunda sección sigue el patrón de primero señalar
los principios reinantes más grandes (Dt 5:1-11:32), después las reglas específicas
(Dt 12:1-26:19) y luego las consecuencias de la obediencia y la desobediencia (Dt
27:1-28:68).

Las bendiciones de obedecer el pacto con Dios (Deuteronomio 7:12-15; 28:2-12)


En caso de que los mandamientos, estatutos y decretos del pacto con Dios parezcan
solamente una carga para Israel, Moisés nos recuerda que su propósito principal es
bendecirnos.

Y sucederá que porque escuchas estos decretos y los guardas y los cumples, el Señor
tu Dios guardará Su pacto contigo y Su misericordia que juró a tus padres. Y te
amará, te bendecirá y te multiplicará; también bendecirá el fruto de tu vientre y
el fruto de tu tierra, tu cereal, tu mosto, tu aceite, el aumento de tu ganado y
las crías de tu rebaño en la tierra que El juró a tus padres que te daría. (Dt
7:12-13)

Si obedeces al Señor tu Dios: Bendito serás en la ciudad, y bendito serás en el


campo. Bendito el fruto de tu vientre, el producto de tu suelo, el fruto de tu
ganado, el aumento de tus vacas y las crías de tus ovejas. Benditas serán tu
canasta y tu artesa. Bendito serás cuando entres, y bendito serás cuando salgas...
El Señor te hará abundar en bienes, en el fruto de tu vientre, en el fruto de tu
ganado y en el producto de tu suelo, en la tierra que el Señor juró a tus padres
que te daría. Abrirá el Señor para ti Su buen tesoro, los cielos, para dar lluvia a
tu tierra a su tiempo y para bendecir toda la obra de tu mano. (Dt 28:2-7; 11-12)

La finalidad de obedecer el pacto es que sea una fuente de bendición, prosperidad,


gozo y salud para el pueblo de Dios. Como dice Pablo, “La ley es santa, y el
mandamiento es santo, justo y bueno” (Ro 7:12), y “el amor es el cumplimiento de la
ley” (Ro 13:10).

Esto no se debe confundir con el llamado “evangelio de la prosperidad”, el cual


declara de forma incorrecta que Dios inevitablemente les da riqueza y salud a las
personas que se ganan su favor. Lo que esto significa es que si el pueblo de Dios
vivía según el pacto, el mundo sería un mejor lugar para todos. Por supuesto, los
cristianos somos testigos de que no podemos cumplir la ley por nosotros mismos. Es
por eso que hay un nuevo pacto en Cristo, en el cual la gracia de Dios está
disponible para nosotros por medio de la muerte y resurrección de Jesús y no
estamos limitados por nuestra propia obediencia. Al vivir en Cristo, encontramos
que somos capaces de amar y servir a Dios y que después de todo, lo que hacemos es
bendecido como lo describe Moisés, en cierta medida en la actualidad y lo será
completamente cuando Cristo traiga el cumplimiento del reino de Dios.

En todo caso, el tema general en todo el libro de Deuteronomio es la obediencia del


pacto con Dios. Así como en estos tres pasajes, el tema es evidente en muchas
partes breves a lo largo de libro y Moisés regresa a este en la última sección al
final de su vida, en los capítulos 29 y 30.

Los peligros de la prosperidad (Deuteronomio 8:11-20)


La obediencia a Dios con gozo es lo contrario a la arrogancia que con frecuencia
surge en la prosperidad. Esto es similar al peligro de la autosuficiencia del que
Moisés nos advierte en Deuteronomio 4:25-40, pero con un enfoque en el orgullo
activo y no en una expectativa pasiva de recibir privilegios.

No sea que cuando hayas comido y te hayas saciado, y hayas construido buenas casas
y habitado en ellas, y cuando tus vacas y tus ovejas se multipliquen, y tu plata y
oro se multipliquen, y todo lo que tengas se multiplique, entonces tu corazón se
enorgullezca, y te olvides del Señor tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto de
la casa de servidumbre. (Dt 8:12-14)

Cuando alguien que ve que su negocio o su carrera, su proyecto de investigación, la


crianza de hijos u otro trabajo que ha realizado llega a ser un éxito después de
muchos años de trabajo duro y sacrificios, es justificable que se sienta orgulloso.
Sin embargo, no debemos permitir que el orgullo gozoso se convierta en
arrogancia. Deuteronomio 8:17-18 nos recuerda, “No sea que digas en tu corazón: ‘Mi
poder y la fuerza de mi mano me han producido esta riqueza.’ Mas acuérdate del
Señor tu Dios, porque Él es el que te da poder para hacer riquezas, a fin de
confirmar Su pacto, el cual juró a tus padres como en este día”. Como parte del
pacto con Su pueblo, Dios nos da la capacidad de vincularnos en la producción
económica pero debemos recordar que esta es un regalo de Dios. Cuando le atribuimos
el éxito a nuestras habilidades y esfuerzos únicamente, olvidamos que esas
habilidades y la vida misma vienen de Dios. No somos nuestros propios creadores. La
ilusión de la autosuficiencia hace que nuestro corazón se endurezca. Como siempre,
el antídoto se encuentra en la adoración correcta y en ser conscientes de depender
de Dios (Dt 8:18).

La generosidad (Deuteronomio 15:7-11)


El tema de la generosidad surge en Deuteronomio 15:7-8. “Si hay un menesteroso
contigo… no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino
que le abrirás libremente tu mano”. La generosidad y la compasión son la esencia
del pacto. “Con generosidad le darás, y no te dolerá el corazón cuando le des, ya
que el Señor tu Dios te bendecirá por esto en todo tu trabajo y en todo lo que
emprendas” (Dt 15:10). Nuestro trabajo recibe la bendición plena solamente cuando
bendice a otros. Como dice Pablo, “el amor es el cumplimiento de la ley” (Ro
13:10).

La mayoría de nosotros tenemos la oportunidad de ser generosos gracias al dinero


que ganamos con nuestro trabajo. ¿En realidad lo usamos con generosidad? Aún más,
¿hay formas en las que podamos ser generosos en nuestro trabajo? El pasaje habla de
la generosidad especialmente como un aspecto del trabajo (“todo tu trabajo”). Si un
compañero de trabajo necesita ayuda para desarrollar alguna destreza o habilidad, o
necesita una palabra honesta de recomendación, o paciencia tratando con sus
falencias, ¿estas serían oportunidades para ser generosos? Estas formas de
generosidad nos pueden costar tiempo y dinero, o pueden precisar que reconsideremos
nuestra autoimagen, examinemos nuestra complicidad y cuestionemos nuestras
motivaciones. Si lográramos hacer estos sacrificios con una buena actitud,
¿podríamos abrir una puerta nueva para que Dios bendiga a otros por medio de
nuestro trabajo?

La esclavitud (Deuteronomio 15:12-18)


Un tema difícil en Deuteronomio es la esclavitud. El hecho de que se permita la
esclavitud en el Antiguo Testamento genera muchos debates, los cuales no podremos
resolver aquí. Sin embargo, debemos saber que la esclavitud en Israel no es igual a
la esclavitud en la época moderna, incluyendo la esclavitud en los Estados Unidos,
en la que se secuestraban personas africanas en su tierra natal, eran vendidos como
esclavos y sus descendientes se convertían en esclavos de por vida. El Antiguo
Testamento condena esta clase de práctica (Am 1:6) y la castiga con la muerte (Dt
24:7; Éx 21:16). Los israelitas se convirtieron en esclavos unos de los otros no a
través del secuestro o del nacimiento desafortunado, sino debido a las deudas o la
pobreza (“se vende a ti como siervo” Dt 15:12, NTV). Era preferible ser esclavo que
morir de hambre, y las personas se podían vender a sí mismas como esclavas para
pagar una deuda y al menos tener un lugar donde vivir. Pero la esclavitud no debía
durar toda la vida. “Si tu hermano hebreo, hombre o mujer, se vende a ti como
siervo y te sirve por seis años, al séptimo año deberás dejarlo en libertad.” (Dt
15:12). Luego de su liberación, las personas debían recibir una parte de la riqueza
que habían producido con su trabajo. “Cuando lo libertes, no lo enviarás con las
manos vacías. Le abastecerás liberalmente de tu rebaño, de tu era y de tu lagar; le
darás conforme te haya bendecido el Señor tu Dios” (Dt 15:13-14).

En algunas partes del mundo, usualmente los padres venden a sus hijos en
servidumbre por deudas, una forma de trabajo que es esclavitud aunque se llame de
otra manera. Otros pueden ser engañados por el tráfico sexual, del cual es difícil
o hasta imposible escapar. En algunos lugares, los cristianos están liderando
movimientos para erradicar estas prácticas, pero todavía se puede hacer mucho más.
Imagine la diferencia si muchas más iglesias e individuos cristianos hicieran de
esta una prioridad para la misión y la acción local.

En países más desarrollados, los trabajadores desesperados no se venden para


trabajos forzados pero toman cualquier trabajo que encuentran. Si Deuteronomio
contiene medidas de protección incluso para los esclavos, ¿no deberían aplicar
también para los trabajadores? Deuteronomio les exige a los amos que cumplan los
términos de los contratos y las regulaciones laborales, incluyendo la fecha
establecida para la liberación, la provisión de alimento y refugio, y la
responsabilidad por las condiciones laborales. Las horas de trabajo deben ser
razonablemente limitadas e incluir un día de descanso semanal (Dt 5:14). Por encima
de todo, los amos deben ver a sus esclavos como iguales ante los ojos de Dios,
recordando que todos en el pueblo de Dios son esclavos rescatados. “Te acordarás
que fuiste esclavo en la tierra de Egipto, y que el Señor tu Dios te redimió; por
eso te ordeno esto hoy” (Dt 15:15).

Los empleadores modernos pueden abusar de los trabajadores desesperados de forma


similar a la que los amos antiguos abusaban de sus esclavos. ¿Los
trabajadores pierden estas medidas de protección simplemente porque no son llamados
esclavos? Si no, al menos los empleadores tienen la obligación de no tratar a los
trabajadores peor que a unos esclavos. Los trabajadores vulnerables en la
actualidad pueden enfrentar exigencias de trabajo de horas extra sin paga,
entregarle sus propinas a los gerentes, trabajar en condiciones peligrosas o
tóxicas, pagar pequeños sobornos para conseguir turnos de trabajo, sufrir acoso
sexual o un trato degradante, recibir beneficios inferiores, o soportar
discriminación ilegal y otras formas de maltrato. Incluso los trabajadores en
buenas posiciones pueden enfrentar situaciones en las que se les niega injustamente
una parte razonable de los frutos de su trabajo.

Para los lectores modernos, la aceptación de la Biblia de la esclavitud temporal


parece difícil de entender —incluso aunque reconozcamos que la esclavitud antigua
no era igual a la que existió entre los siglos dieciséis y diecinueve— y podemos
estar agradecidos porque la esclavitud es al menos técnicamente ilegal en todo el
mundo hoy día. Pero en vez de ver la enseñanza de la Biblia sobre la esclavitud
como obsoleta, estaría bien que trabajáramos para abolir las formas modernas de
servidumbre involuntaria y que promoviéramos las medidas de protección de la Biblia
para los miembros de la sociedad que están en desventaja económica.

El soborno y la corrupción (Deuteronomio 16:18-20)


A menudo, la efectividad de los derechos de propiedad y las medidas de protección
para los trabajadores dependen de los sistemas judiciales y la aplicación de la
ley. La petición de Moisés para los jueces y oficiales es especialmente importante
cuando se trata del trabajo. “No torcerás la justicia; no harás acepción de
personas, ni tomarás soborno, porque el soborno ciega los ojos del sabio y
pervierte las palabras del justo” (Dt 16:19). Sin la justicia imparcial sería
imposible vivir y poseer la tierra que el Señor Dios nos da (Dt 16:20).

Los lugares de trabajo y las sociedades modernas siguen siendo susceptibles a los
sobornos, la corrupción y los sesgos, igual que el antiguo pueblo de Israel. De
acuerdo con las Naciones Unidas, el principal impedimento para el crecimiento
económico de los países menos desarrollados son las fallas en el estado de derecho
imparcial.[1] Puede que en los lugares en donde la corrupción es endémica, sea
imposible ganarse la vida, viajar por el país o estar en paz sin pagar sobornos.
Esto parece señalar que en general aquellos que tienen el poder de exigir sobornos
tienen una mayor culpa que quienes los pagan, ya que se prohíbe aceptar sobornos,
no pagarlos. Aun así, cualquier acción que puedan realizar los cristianos para
reducir la corrupción —ya sea en la parte de recibir o de dar— es una contribución
al “juicio justo” (Dt 16:18) que es sagrado para el Señor (para un estudio más
detallado de las aplicaciones económicas del estado de derecho, ver “Apropiación de
la tierra y derechos de propiedad” en Números 26-27; 36:1-12 anteriormente).

La aceptación de las decisiones de los tribunales judiciales (Deuteronomio 17:8-13)


Moisés establece un sistema de tribunales y cortes de apelación que tienen una
estructura sorprendentemente similar a la de los tribunales judiciales actuales, y
le ordena al pueblo que obedezca sus decisiones. “Según los términos de la ley que
ellos te enseñen, y según la sentencia que te declaren, así harás; no te apartarás
a la derecha ni a la izquierda de la palabra que ellos te declaren” (Dt 17:11).

Los lugares de trabajo actuales están regidos por leyes, regulaciones y prácticas
con procesos de apelación, cortes y procedimientos para interpretarlas y aplicarlas
apropiadamente. Pablo también afirmó que debemos obedecer estas estructuras legales
(Ro 13:1). En algunos países, los que están en el poder ignoran de forma rutinaria
las leyes y regulaciones o las evitan por medio de sobornos, corrupción y
violencia. En otros países, pocas veces los negocios y los demás lugares de trabajo
incumplen la ley intencionalmente, pero pueden tratar de infringirla por medio de
acciones legales engorrosas, favores políticos o presiones que se oponen al bien
común. Sin embargo, los cristianos están llamados a respetar el estado de derecho,
obedecerlo, defenderlo y buscar fortalecerlo. Esto no implica que nunca deba
existir la desobediencia civil; algunas leyes son injustas y se deben quebrantar si
el cambio no es factible, pero estas instancias son escasas y siempre involucran un
sacrificio personal en busca del bien común. En cambio, quebrantar la ley por causa
del interés propio no se justifica.

De acuerdo con Deuteronomio 17:9, tanto los sacerdotes como los jueces —o como lo
decimos actualmente, tanto el espíritu como la letra— son fundamentales para la
Ley. Si estamos preocupados, usando tecnicismos legales con el fin de justificar
las prácticas cuestionables, tal vez necesitamos un buen teólogo y un buen abogado.
Debemos reconocer que las decisiones que toman las personas en el trabajo “secular”
son cuestiones teológicas, no solamente legales y técnicas. Imagine a un cristiano
en tiempos modernos pidiéndole a su pastor que le ayude a analizar detenidamente
una decisión laboral importante cuando las cuestiones éticas o legales parezcan
complicadas. Para que esto sea fructífero, el pastor debe entender que el trabajo
es una tarea profundamente espiritual y debe aprender a darle una ayuda útil a los
trabajadores. Tal vez un primer paso sea simplemente preguntarle a las personas
acerca de su trabajo. “¿Qué acciones y decisiones toma a diario?” “¿Qué retos
enfrenta?” “¿Sobre qué temas le gustaría hablar con alguien?” “¿Cuáles son sus
peticiones de oración?”
El ejercicio justo de la autoridad gubernamental (Deuteronomio 17:14-20)
Así como las personas y las instituciones no deben oponerse a la autoridad
legítima, las personas en el poder no deben usar su autoridad de forma ilegítima.
Moisés trata específicamente con el caso de un rey.

El rey no tendrá muchos caballos… Tampoco tendrá muchas mujeres… tampoco tendrá
grandes cantidades de plata u oro. Y sucederá que cuando él se siente sobre el
trono de su reino, escribirá para sí una copia de esta ley en un libro… La tendrá
consigo y la leerá… observando cuidadosamente todas las palabras de esta ley y
estos estatutos, para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos y no se desvíe
del mandamiento ni a la derecha ni a la izquierda. (Dt 17:16-20)

En este texto vemos dos restricciones en el ejercicio de la autoridad: aquellos en


el poder no están por encima de la ley sino que deben obedecerla y defenderla, y
además, no deben abusar de su poder para enriquecerse a sí mismos.

Hoy día, las personas en posiciones de autoridad pueden intentar ponerse a sí


mismos por encima de la ley; por ejemplo, cuando la policía y los trabajadores de
los juzgados “arreglan” sus propias multas de tránsito o las de sus amigos, o
cuando los servidores públicos de alto rango o empleados de negocios no obedecen
las políticas de desembolso a las cuales los demás están sujetos. De forma similar,
los funcionarios pueden usar su poder para enriquecerse a sí mismos recibiendo
sobornos, exenciones de licencias y zonificación, acceso a información privilegiada
o uso personal de propiedad privada o pública. Algunas veces, por política o ley se
les otorgan beneficios especiales a quienes están en el poder, pero en realidad eso
no elimina la ofensa. El mandato de Moisés a los reyes no es que consigan una
autorización legal para sus excesos, sino que eviten por completo tales excesos.
Cuando aquellos en el poder usan su autoridad para ganar privilegios especiales
pero también para crear monopolios para sus secuaces, apropiarse de grandes
territorios y bienes y para llevar a la cárcel, torturar o asesinar a sus
oponentes, lo que está en juego es la vida misma. No existe una diferencia en
especie entre los abusos mínimos de poder y la opresión totalitaria, solamente el
grado en el que se ejecutan.

Cuanta más autoridad tenga, mayor será la tentación de actuar como si estuviera por
encima de la ley. Aquí Moisés prescribe un antídoto: el rey debe leer la ley (o la
palabra) de Dios todos los días de su vida. Al hacerlo, aprende a reverenciar al
Señor y cumplir las responsabilidades que Dios le ha dado y así, recuerda que
también está bajo la autoridad de alguien más. Dios no le da el privilegio de hacer
una ley para sí mismo, sino el deber de cumplir la ley de Dios para el beneficio de
todos.

Esto mismo se aplica hoy para aquellos que tienen autoridad. Para ejercer el
liderazgo de forma justa, es necesario ir a la Escritura todos los días de su vida
y practicar aplicándola a las circunstancias diarias y comunes del trabajo. Solo
por medio del arte de la práctica continua, no yendo ni a derecha ni a izquierda de
la palabra de Dios, podemos dominar el impulso de hacer uso indebido de la
autoridad. El resultado es que el líder le sirve a la comunidad (Dt 17:20), no
viceversa.

El uso de los bienes para el beneficio común (Deuteronomio 23:1-24:13).


Deuteronomio les exige de una forma clara a los dueños de bienes productivos que
los usen para el beneficio de la comunidad. Por ejemplo, los propietarios de
terrenos deben permitir que sus vecinos usen su tierra para ayudar a satisfacer sus
necesidades inmediatas. “Cuando entres en la viña de tu prójimo, entonces podrás
comer las uvas que desees hasta saciarte, pero no pondrás ninguna en tu cesto.
Cuando entres en la mies de tu prójimo, entonces podrás arrancar espigas con tu
mano, pero no meterás la hoz a la mies de tu prójimo” (Dt 23:24-25). Esta fue la
ley que les permitió a los discípulos de Jesús recoger grano de los campos locales
en su camino (Mt 12:1). Quienes realizaban esta actividad eran responsables de
recoger el alimento para ellos mismos, y los dueños de las tierras eran
responsables de darles acceso al campo.   (para más información sobre esta
práctica, ver “Espigar” en Levítico 19:9-10 anteriormente).

De igual forma, aquellos que otorgaban préstamos de capital no debían exigir


condiciones que pusieran en peligro la salud o la vida del que tomaba prestado (Dt
23:19-20; 24:6, 10-13). Incluso, en algunos casos, debían estar dispuestos a
prestar cuando era probable que perdieran su dinero, simplemente porque la
necesidad de la otra persona era demasiado grande (Dt 15:7-9) (para más
información, ver “Préstamos y garantías” en Éxodo 22:25-27 anteriormente).

Dios demanda que pongamos nuestros recursos a disposición de aquellos que tienen
necesidad y que al mismo tiempo seamos buenos mayordomos de los recursos que Él nos
da. Por una parte, todo lo que tenemos le pertenece a Dios y Su mandato es que
usemos lo que es Suyo para el bien de la comunidad (Dt 15:7). Por otro lado,
Deuteronomio no dice que el terreno de una persona es patrimonio común; la gente no
podía tomar todo lo que quisiera. La exigencia de contribuir al bien público está
establecida en un sistema en el que la propiedad privada es el medio principal de
producción. Aunque la Biblia no puede imponer normas en cuanto al balance entre la
propiedad privada y pública y la sostenibilidad de varios sistemas económicos en
las sociedades actuales, sí puede aportar principios y valores al respecto.

Justicia económica (Deuteronomio 24:14-15; 25:19; 27:17-25)


Las diferencias de patrimonio y clases sociales pueden dar lugar a las injusticias.
La justicia exige que se trate a los trabajadores de forma imparcial.
En Deuteronomio 24:14 vemos el mandato, “No oprimirás al jornalero pobre y
necesitado, ya sea uno de tus conciudadanos o uno de los extranjeros que habita en
tu tierra y en tus ciudades”. Ni los pobres ni los extranjeros tenían la posición
en la comunidad para desafiar a un propietario de tierras en las cortes, y por eso
eran vulnerables al abuso. Santiago 5:4 contiene un mensaje similar. Los
empleadores deben ver sus obligaciones hacia todos sus empleados como sagradas e
ineludibles.

La justicia también exige el trato equitativo de los clientes. “No tendrás en tu


bolsa pesas diferentes, una grande y una pequeña” (Dt 25:13). Las pesas en cuestión
se usan para medir el grano y otras mercancías en las ventas. Para el comprador
sería provechoso pesar el grano con una pesa que fuera más ligera de lo que parece
(la pesa pequeña). El vendedor se beneficiaría usando una pesa más pesada (la pesa
grande). Deuteronomio demanda que se use siempre use la misma pesa, sea que esté
comprando o vendiendo. La protección contra el fraude no se limita a las ventas,
sino que aplica para toda clase de acuerdos con todos a nuestro alrededor.

Maldito el que cambie el lindero de su vecino. (Dt 27:17)

Maldito el que haga errar al ciego en el camino. (Dt 27:18)

Maldito el que pervierta el derecho del forastero, del huérfano y de la viuda. (Dt
27:19)

Maldito el que acepte soborno para quitar la vida a un inocente. (Dt 27:25)

En esencia, estas reglas prohíben toda clase de fraude. De forma similar en la


actualidad, una compañía puede vender un producto que sabe que es defectuoso
olvidando la implicación moral. Los clientes pueden abusar de las políticas sobre
la devolución de mercancía usada de las tiendas. Las compañías pueden emitir
estados financieros que incumplen los principios contables aceptados. Los
trabajadores pueden dedicarse a asuntos personales o ignorar su trabajo durante el
tiempo remunerado. Estas prácticas no solo son injustas, sino que quebrantan el
mandato de adorar únicamente a Dios, “serás un pueblo consagrado al Señor tu Dios”
(Dt 26:19).

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