Savater, Razones para La Ética
Savater, Razones para La Ética
Savater, Razones para La Ética
Fernando Savater
Durante buena parte del día vivimos como si nos hubieran dado cuerda: nos levantamos, hacemos
cosas porque se las hemos visto hacer a los demás, porque nos lo enseñaron así, porque eso es lo que se
espera de nosotros. No hay demasiados momentos conscientes en nuestro día a día, pero de vez en
cuando, algo ocurre e interrumpe nuestra somnolencia, nos obliga a pensar: «¿Y ahora qué hago? ¿Le
digo que sí o le digo que no? ¿Voy o no voy?». Estas preguntas señalan distintas opciones éticas, nos
exigen una buena preparación mental, nos interpelan para que razonemos hasta alcanzar una respuesta
deliberada. Tenemos que estar preparados para ser protagonistas de nuestra vida y no comparsas [teatro].
La imagen del mundo como un teatro es muy antigua. El filósofo Schopenhauer imaginaba la vida
como un escenario, cada uno de nosotros ve entre bambalinas cómo unos personajes hablan, lloran,
gritan, luchan, se enfrentan y se asocian sobre las tablas. De pronto, sin previo aviso, una mano nos
empuja y nos sorprendemos en el centro del escenario, nos obligan a intervenir en una trama que no
conocemos demasiado bien porque hemos llegado con la obra comenzada, y tenemos que enterarnos a
toda prisa de quiénes son los buenos y los malos, de qué sería conveniente decir, de cuál sería la acción
correcta. Decimos nuestro monólogo y antes de enterarnos de cómo acabará todo, nos vuelven a
empujar, y nos sacan del escenario, esta vez ni siquiera nos dejan quedarnos entre bambalinas.
Pero no nos pongamos tétricos, no siempre tenemos un papel relevante en la obra. Podemos pasar
días actuando como figurantes en escenas pensadas y escritas por otros. Pero hay veces que nos apetece
ser protagonistas de nuestra vida, y pensar en las razones por las que actuamos como actuamos. No se
trata de vivir de manera muy original ni de hacer cosas muy extravagantes, sino de examinar los motivos
por los que actuamos, nuestras metas y si deberíamos buscar objetivos mejores, o cambiar la manera de
proceder. La ética no nos interesa porque nos entregue un código o un conjunto de leyes que baste con
aprender y cumplir para ser buenos y quedarnos descansados con nosotros mismos.
(...) La ética es la práctica de reflexionar sobre lo que vamos a hacer y los motivos por los que
vamos a hacerlo. ¿Y por qué debería yo razonar, vivir deliberadamente, entrenarme en la ética? Se me
ocurren dos buenos motivos para no hacer la vista gorda:
El primero es que no tenemos más remedio. Hay una serie de aspectos en la vida donde no se nos
permite razonar ni dar nuestra opinión: no depende de nosotros tener corazón, hacer la digestión,
respirar oxígeno… Son actividades que me vienen impuestas por la naturaleza, por el código genético,
por el diseño de la especie. Tampoco puedo elegir el año en que he nacido, ni que el mundo sea como es,
ni el país natal, ni los padres que tengo. Los hombres no son omnipotentes, no les ha sido dado el
poder de hacer y deshacer a voluntad. Pero si nos comparamos con los animales enseguida vemos que
disponemos de un campo de elección bastante amplio. El resto de los seres vivos parecen programados
para ser lo que son, lo que la evolución les ha deparado. Nacen sabiendo qué deben hacer para sobrevivir,
saben cómo ocupar su tiempo. No hay animales tontos. Muchas veces hemos visto las imágenes de los
chimpancés y los monos caminando cada vez más erguidos y al final un ingeniero con su casco, y ésa es la
idea que tenemos nosotros de la escala: pasamos de los animales inferiores al ser humano; pero según
cómo lo miremos, los animales son mucho más perfectos que los humanos. Observa el brazo de cualquier
mono arborícola: es un instrumento de precisión, de una flexibilidad y una potencia tan asombrosas que
puede subir un enorme peso hasta lo alto de un árbol. O piensa en la zarpa de un león, eso sí es un
aparato útil para desgarrar la carne de sus víctimas, o la aleta de un pez, etcétera, son apéndices
admirables, que sirven muy bien a su propósito. La limitación de los animales es que sólo puede hacer
una cosa cada especie, están especializadísimos. Unos nadan, otros vuelan, los otros hacen agujeros en el
suelo. Por eso cuando cambia el ecosistema empiezan a morir y desaparecen, porque no se pueden
adaptar. Los hombres venimos al mundo con un buen hardware, del que nos ha provisto la naturaleza,
pero no tenemos el programa establecido, tenemos que procurarnos un software para orientar
nuestras acciones sociales, los proyectos creativos, nuestras aventuras intelectuales. Los humanos no
estamos especializados en nada, y esta característica tiene su reflejo en el diseño anatómico: el brazo
humano sirve para trepar, pero mal; puede dar algún golpe, pero nada comparable con los del león;
podemos nadar, pero tampoco como el delfín; pero podemos hacer todas esas cosas y también tocar el
piano, disparar un misil, señalar a la luna, meternos en un barco para cruzar el océano sin saber adónde
vamos, y tampoco puede descartarse que un día destruyamos el mundo, algo que bien seguro no podrán
hacer los animales. Gracias a que no estamos circunscritos a una sola tarea, los humanos podemos elegir
entre cosas distintas, y hemos desarrollado estrategias y culturas que nos permiten habitar el desierto,
reproducirnos en el polo. Ese campo abierto de elección tan amplio es una extraordinaria ventaja
evolutiva. Por contrapartida, esta indefinición conlleva una serie de responsabilidades. La principal es
que tengo que elegir qué voy a hacer con mi vida, qué voy a aceptar y qué voy a rechazar. Tengo que
escribir mi papel en la función de la vida. Tengo que elegir lo que hago y justificar mi decisión; si quiero
vivir humanamente y no como un animalito es bueno que sepa por qué creo que me vendrá mejor hacer
una cosa y no otra. A veces la explicación es bien sencilla; (...) pero hay decisiones más difíciles de tomar y
de justificar, y no puedo escabullirme, pues se trata de una serie de elecciones obligadas. El filósofo
Jean-Paul Sartre lo dijo en el siglo pasado con una frase contundente: «Estamos condenados a la
libertad». Es decir, somos libres pero no disfrutamos de libertad para renunciar a la libertad. Esta
necesidad de elegir es característica del ser humano, y no podemos desdecirnos de ser humanos. Estamos
destinados a inventar nuestro destino, sin segundas oportunidades. Por eso los hombres nos
equivocamos y nos defraudamos, y cometemos atrocidades, pero también, gracias a eso, podemos
transformar nuestra vida, inventar sus contenidos. Y reflexionar sobre esta naturaleza y buscar los
motivos adecuados y las mejores explicaciones por las que hacemos una cosa en lugar de otra es parte de
la tarea de la ética.
La segunda razón es muy sencilla de entender. Los humanos somos una especie vulnerable, nos
rompemos y morimos, es muy fácil hacernos daños físicos, morales y sentimentales, no podemos hacer
lo que se nos antoje con los demás, debemos tener cuidado con ellos. La deliberación ética se impone
porque somos mortales. Si fuésemos inmortales podríamos hacer lo que nos diese la gana, (...) como los
dioses griegos. Ellos eran unos tipos bravucones y feroces, arrogantes y mentirosos. La cuestión es que los
dioses no eran inmorales, sino que estaban fuera de la moralidad. Si eres inmortal, como no te haces
daño, ni haces daño a los otros porque son tan invulnerables como tú, para qué vas a tener miramientos;
si todos fuéramos inmortales, podríamos comportarnos los unos con los otros como quisiéramos, como
pasa en las leyendas de los dioses, que unos mueren y luego resucitan y es como si todo pasase en una
realidad virtual, como si fuese de mentira, como si viéramos una película. En realidad los dioses no se
matan ni se aman, sólo juegan a matarse y fingen el amor. Y, como bien sabéis, la vida humana no es
así, no es reversible, sigue una dirección y no podemos volver atrás. La nuestra es una vida irrepetible y
frágil, única para cada uno de nosotros, protagonizada por seres vulnerables que a cada minuto están en
peligro de muerte. Amenazados no sólo por la muerte física, sino también por otras muertes: la muerte
social, la muerte sentimental, la muerte de la salud, todo lo que se aleja y nos deja abandonados, todo lo
que nos hiere y nos deja tristes, solitarios, frustrados. Ése es el motivo por el que he dicho antes que
debemos tener miramientos con nuestros conciudadanos. «Miramientos» es una palabra española muy
significativa, que expresa muy bien la disposición ética. Presupone que vamos a mirar a los otros, que
vamos a fijarnos en cómo son y qué necesitan. Una de las características zoológicas que tenemos los
humanos es que somos capaces de leer en la cara de los demás. Muy pocas especies de animales son
capaces de hacerlo, la mayoría no tienen expresión. (...) [Podemos] interpretar si los demás están tristes,
alegres, burlones, si desean o envidian o detestan… Lo comprendemos porque somos capaces de
interpretar las facciones y ponernos en el lugar del otro, porque somos empáticos. Esta capacidad es
la raíz del dicho que han adoptado tantas religiones y propuestas morales: «No le hagas a los demás lo
que no quieres que te hagan a ti». Se trata, además, de un lenguaje (el de los gestos) y una capacidad (la
empatía) universales. (...)
Este reconocimiento de lo que le pasa al otro es propio del ser humano. Cuando decimos de alguien:
«Es una persona muy humana» (lo que en principio es una bobada porque todos somos igual de
humanos), significa que es sensible a la vulnerabilidad de los demás, que no les trata como si fuesen
de goma. La persona «humana» es la que cuando ve que te sangra la rodilla se preocupa y te advierte.
No hace falta que nos lo expliquen, entendemos el dolor y la fragilidad ajena porque todos somos
vulnerables. Son los dioses inmortales los que tendrían problemas para comprendernos. (...)
La libertad de elección y la vulnerabilidad de nuestra condición son las bases de la ética, y nos
imponen unas obligaciones. La reflexión ética pretende ayudarnos a entender cómo podemos ayudarnos
los unos a los otros a convivir mejor, a disfrutar de la mejor vida posible. Y aunque no exista un código,
podemos acudir a unas ideas útiles y consolidadas, emplearlas como instrumentos que nos ayuden a
pensar qué clase de vida preferimos. Y como los problemas se renuevan casi a diario, debemos reflexionar
constantemente, la vida razonada no termina nunca, y dura lo que dura la existencia.