El Mafioso Aldana Torres
El Mafioso Aldana Torres
El Mafioso Aldana Torres
“Vivimos en un mundo en el
que todo lo positivo que
hacemos está mal visto por los
hipócritas.” –Anónimo.
Salir de la ducha al día siguiente y tener sobre mi cama dos
cajas de terciopelo color crema, y con una fragancia que
emanaba y se impregnaba en mis fosas nasales, me hizo
sonreír automáticamente, hoy saldríamos a cenar, y yo no
podría estar más que contenta, me moría de ganas de salir de
esta villa, y mis expectativas hacía el sitio al que me llevaría
son altísimas, ¿para qué mentirme? Esa es la mera verdad,
sabía que no iba a decepcionarme, como tampoco me ha
decepcionado al desatar el nudo de cinta y por fin tener una
visión más clara de lo que había en el primer obsequio.
Se trataba de un vestido extremadamente sexy, de seda en
un tono negro ébano que sacaría a relucir mi lado más sensual,
ese era el propósito de este atuendo. Ya tenía diversos vestidos
no estrenados en mi armario, vestidos de los cuales ni siquiera
tenía idea de que existían, pero Matteo conoce muchísimo mis
gustos, y no me ha defraudado.
Me quito la toalla, para ponérmelo, me observo en el
espejo, es muy atrevido y elegante a la vez, veo que el vestido
es muchísimo más corto de lo que aparentaba, con diseño
abstracto, un estilo único y estrecho, con un tirante de un solo
hombro, un escote en el pecho y una cintura que le brinda un
toque más picante a mi figura. Y definitivamente mi destacado
escote crea un atractivo a la vista de cualquier ojo humano, me
preguntaba si debería llevarme una gabardina larga por si las
dudas… umm… la cogeré, pero no sé si terminaré por usarla.
También tenía una larga fila de zapatos para seleccionar y
combinar, así que opté por unos de plataforma media alta,
unos cinco centímetros, son de aguja y de un plateado
deslumbrante, mis piernas destacaban, me hacía lucir un poco
más alta, aunque de igual manera, me quedaría pequeña al
lado del italiano.
A continuación, pego un chillido de admiración al abrir el
segundo paquete, donde encuentro un conjunto de joyas tan
chispeantes como si el sol me diera en los ojos a unos metros
de distancia.
Cojo primeramente una pulsera de oro con un rubí redondo
en el centro, es tan delicada que temo dañarla, esto creo que
puede costar más de mil euros, eso es definitivo, y ni hablar de
los pendientes pequeños pero que también tiene el mismo
estilo que la pulsera. Y la cereza del postre se la lleva un solo
diamante con la preciosa piedra rubí pulida a mano que brilla
en el centro de un delicado y refinado colgante de oro, me
haría rica si lo empeño todito, es casi irreal saber que lo usaré,
no suelo deslumbrarme por este tipo de cosas, pero vamos a
ver, no hace daño a nadie si me siento feliz por modelarlos.
Finalmente acabo por arreglarme, y me froto con las
muñecas un poquito de colonia de zumo de frutas.
—Señorita Rubí —Fiorella entra a mi habitación—. El
señor la espera.
—Lo sé, gracias, Fiorella —sonrío—. ¿Cómo estoy?
—Preciosa —dice con dulzura—. Lo va a dejar babeando.
Me ruborizo, y una vez ya lista, bajo a la primera planta,
una manada de hombres esperan junto a su jefe, de espaldas, y
tras un signo por parte de uno de sus guaruras, él se gira,
quemándome con una mirada excitante.
Me dedica esa sonrisa impecable, y se queda bloqueado
mientras desciendo escalón a escalón. A pesar de mis tacones,
me veo obligada a levantar la cabeza para mirarlo
detenidamente, su altura me hace encogerme, aunque yo
estuviera de pie sobre un taburete de al menos diez
centímetros, él seguiría siendo más alto.
Me planto frente a él y el aroma oscuro y deleitoso con
notas de ámbar es una delicia para los sentidos, mucho más
exquisito incluso que una ronda de postres.
Tan cerca como estoy de él, también puedo olisquear su
aroma corporal natural, es mil veces superior al de cualquier
perfume suntuoso, y con ese traje que se ajusta tan
milimétricamente a su cuerpo y una mueca de cinco de
millones de dólares, no me cabe la menor duda de que pondría
de rodillas a la mitad de la población. Podría decirle que se
saltara la cena y me llevará directamente a su habitación, pero
me abstendré, ya tendremos tiempo más tarde.
Un cálido calorcito se me forma el en vientre cuando su
mandíbula se aprieta, mirándome y tratando de controlar sus
impulsos bestiales, sé lo que piensa, yo lo hago igual.
—¿Y? —pestañeo inocentemente—. ¿Cómo luzco, señor?
—Como el ángel más hermoso y malvado que ha caído del
cielo —responde, con sus pupilas dilatadas, enseguida
entrelaza su mano con la mía—. Estaré más que tentado de
reventarle los ojos a quien te mire, pero contendré mis
instintos animales por ti.
—Pero no lo hagas cuando me tengas desnuda y con las
piernas abiertas —le susurré traviesamente al oído, golpea mi
trasero en respuesta mientras salíamos y nos montábamos en
un coche negro y lustroso, dos más están delante y otros detrás
—. Oye, me siento como el presidente, viajando con una
docena de guardaespaldas para evitar atentados.
—No es lo más cómodo, lo sé —besa mi hombro—. Pero
vas a tener que acostumbrarte a ellos, a uno al menos,
princesa.
—¿Y tú ya lo hiciste? —alzo una ceja.
—Digamos que sí, aunque suelo salir solo la mayoría de
las veces, incluso para cenar en un sitio abierto —Matteo
desliza su mano entre mis muslos, gemí automáticamente,
quedándome sin aliento, su chófer no era ciego, nos vería, y a
mí no me cabría la vergüenza entera, aunque luego se alza
entre nosotros un cristal negro y grueso.
—¿Y por qué ahora es diferente? —pregunté, refiriéndome
al basto personal que nos seguía, mientras que mis muslos se
abrieron suavemente y me estremecí ante sus caricias. Pero
cuando sus dedos encontraron mis ya resbaladizos labios y con
mi clítoris ansioso, empecé a gimotear y el dolor placentero se
extendió por todo mi cuerpo.
Matteo no se detiene a darme una respuesta, sino que me
sube el vestido hasta por la cintura, y gimo al ver como mima
a mi clítoris anheloso, me muerdo los labios, echando la
cabeza hacia atrás al tiempo que ahueco mis pechos doloridos
con las manos, masajeándomelos y estrujándomelos.
Mis caderas se removían para sentir mucho más de él, el
oxígeno no llegaba a mis pulmones, apenas podía tomar aire,
imaginándolo sin ropa y posando para mí mientras lo pintaba,
se lo pediría más tarde, pero sinceramente tengo mis dudas de
que vaya a aceptar, aunque puedo persuadirlo, no dirá que no.
Y mi frecuencia cardiaca se dispara hasta el cielo cuando
de pronto descubro que unos proyectiles impactan en el coche,
Matteo gruñe al tener que soltarme.
—¡Aquí está tu respuesta, princesa! —Dice, sacando su
arma de la parte trasera de su cinturón—. Algunos cabezas
huecas saben que eres mi talón de Aquiles, y una cosa es que
intenten matarme cuando estoy solo, pero otra cosa muy
diferente es que lo intenten con los dos cuando estamos juntos,
es me cabrea muchísimo. Y contrataría hasta a la cia si fuera
necesario para mantenerte a salvo. ¡Agáchate!
—¿Será posible que algún día no se nos quieran ejecutar?
—Me quejo, bajando el dobladillo de mi vestido—. ¿Acaso no
sienten empatía por una mujer embarazada? Estos tipos se
merecen unas buenas chanclas de sus madres.
—Princesa, adoro que te lo cojas a la ligera, pero nadie
puede enterarse de tu embarazo por el momento —dice
Matteo, conforme se comunica con sus hombres por el móvil y
les da claras indicaciones de que hacer, luego me protege con
su cuerpo—. ¿Estás asustada?
—¡Estoy casi ya curada de espantos más o menos!
Mientras no te vea herido —Respondo, guiñándole un ojo, con
mi cabeza apoyada entre mis piernas—. Y tan bien que la
estábamos pasando, les encanta echarlo a perder todo, ¿no es
así?
—Me dan ganas de follarte, mi princesa valiente —me
roba un beso con lengua—. Pero primero salgamos de esta
mierda, y cenemos.
—¿El plan sigue en pie? —inquirí estupefacta.
—Ni siquiera el diablo puede estropearnos la noche, ¡nos
pertenece!
—Oye, ¿y qué vamos a comer? —pregunté, y me observa
con el ceño fruncido y embozando una sonrisa—. ¿Qué?
—Me sorprende que mientras nos intentan cazar, tú te
preocupas por la comida. La última vez que hubo un tiroteo,
casi te da un síncope y lloraste inconsolablemente.
—Bueno, es que una vez fue suficiente para
acostumbrarme —respondo honestamente—. Aunque sería
estupendo de que no ocurrieran cosillas así todos los días,
sabes…
—Te prometo que no será así.
—¡Menos promesa y más acción, mafiosillo! —Recalco
mis palabras—. Ay, ¿Cuándo dejaran de disparar? ¡Esto
llamará la atención de la policía, Matteo! Estaremos rodeados
en cualquier segundo, y adiós a la cena, y mi estómago quiere
devorar algo.
—Mi polla vas a devorar si no llegamos al restaurante —
me dice, y no bromea, solo me voy limitando a reír unos
segundos, no era la ocasión adecuada para partirme a
carcajadas.
—Umm… eso suena como una buena alternativa —digo,
recordado que aún estaba mojada—. ¡Lo necesito… Matteo!
—¿Necesitas venirte? —Gruñe, comunicándose de nuevo
con sus hombres—. ¿Es culpa de tus hormonas, princesa?
—Y parte de tu culpa también es —junto mis muslos,
conteniéndome—. ¡Felicidades! ¡Me has transformado en una
golosa!
—Me tienes duro también, princesa —zurra mi trasero—.
Pero de momento prefiero una y mil veces mejor asegurarme
de que no corres peligro que deslizarme dentro de su precioso
coño.
Pongo los ojos en blanco, es un descarado, me provocaba.
—¡Muy bien, Lucas! —dice Matteo, colgando y los
disparos cesaron de un momento a otro—. Listo, han
interceptados a todos, podemos continuar.
Me siento normal, y peino mi cabello con mis dedos.
—Falta que nos ataquen a quemarropa en el restaurante —
le digo, cruzándome de brazos—. Esta vida tuya es de
adrenalina pura, ¿no?
—Para bien o para mal, lo es.
La muerte nos respira en la nuca a cada segundo del día,
¿llegaríamos a un final apacible algún día?
—Matteo, sé que sabes quién te quiere muerto —digo—.
Dímelo, esa familia que me mencionaste una vez en Nueva
York, ¿es la responsable de la mayoría de los atentados?
Agacha la mirada, seriamente.
—¿Hubo un mal negocio? ¿Te metiste en un terreno que no
debías? ¿O es por esos narcotraficantes de los que me hablaste
el otro día?
Se rehúsa a hablarme.
—No voy a juzgarte, solamente dime la verdad —acaricio
su mejilla, me mira con esos grandes ojos azules—. ¿Y?
— Sabes perfectamente que otra de las maneras de
mantenerte protegida es que no sepas más de lo necesario —su
voz en grave y directa—. No quiero que te veas más
involucrada en toda esta mierda.
—Un poco tarde, ¿no crees?
—Rubí… no te lo diré, no insistas, por favor.
Ay, madre mía.
¿Qué es eso tan grave que esconde?
Ya sé a lo que se dedica, entonces… ¿Por qué ocultarme la
verdad del peligro que nos acecha?
Capítulo 15
“A veces me lamento de mi
pasado, pero luego miro mi
presente… y me lamento aún
más.” –Anónimo.
He estado tan ensimismado con mi mujer que casi me
olvido de mis obligaciones, tenía que volver a mi rutina
habitual, mis queridos adversarios se me han aproximado a mí
sigilosamente para tenerme de rodillas chupándoles la mierda
de sus putrefactos pies, y eso no ocurriría jamás, prefiero estar
mil veces dentro de una tumba pudriéndome.
En estos momentos tenía un negocio entre manos que
debería acaparar toda mi atención, tendría lugar mañana por la
noche en Nueva York y me ayudaría a blanquear la pasta
conseguida con mi trabajo algo ilícito, nada malo, quería más,
no estaba satisfecho con las cifras que ya había alcanzado, soy
un poco ambicioso o como lo quieras llamar, pero siempre voy
a por más.
Quiero encargarme personalmente de persuadir a algunos
de los policías no tan tramposos que tengo entre ceja y ceja, no
será difícil, pero alguna que otra bala volará por ahí, sin
intención de eliminar a nadie, solo de asustarlos para que se
preocupen de otra cosa, a menos que no tenga más remedio
que navegar por un río de sangre.
Repasando algunos documentos, mis pensamientos se
remontan a esta mañana, cuando recibí una de las noticias que
más me han crispado y me han alegrado a la vez. Iba a
convertirme en padre por partida doble, eso podría
considerarse un beso de muerte para mí, pues externos no van
a dudar en intentar arrebatármelos para dañarme, pero es por
eso que estoy creciendo más y más, e imponiendo miedo y
respeto, para que todos se enteren que no pueden siquiera
pensar en ponerles un dedo encima a los míos, mi sangre es
intocable, y si tengo que explotar misiles en territorios ajenos
para que lo capten y no duden, pues vamos, por mí no hay
problema.
—Matteo, el avión está listo para ti —sacudo mi cabeza, al
oír a mi hermano chequeando algo en su móvil—. Nuestros
más leales hombres ya están en la ciudad, esperando tus
órdenes.
—¡Como debe ser! —resoplo, pesadamente. Me levanto, y
cierro la carpeta de documentos y me dirijo a la puerta de mi
despacho—. Vamos a comer, necesito bastante energía para
nuestros próximos movimientos.
Relajo mi expresión fácil cuando al llegar al comedor la
veo allí, sentanda, con la espalda recta y una mirada entre
nerviosa y todavía demostrando estar con los cables
entrecortados, me gustaba verla en ese estado, la hacía lucir
malota y dulce, una combinación que me convierte en una
peña empalmada detrás de mis pantalones. Tan grande como
listo, que podía venirme con un solo empujón, lo sé.
Y todo gracias a ese surcado labio inferior que se mordía,
su nariz aspiraba aire y luego lo soltaba con fuerza, y sus
pómulos lucían enrojecidos y tan preciosos como de
costumbre.
Su cabellera suelta cubriendo sus senos me está
encendiendo, pero me estaba controlando, odiaba no poder
siquiera abrazarla como quisiera, pero comprendo que no me
quiera en este momento a su lado, tengo que darle espacio, lo
necesita.
Ocultarle el asunto de su padre fue un desacierto, pero
sabía que ella querría correr hacia ellos en cuanto se enterara
de la noticia, entonces se convertiría en un blanco mucho más
fácil para cualquiera, estando bajo mi protección ya lo era, y
estando fuera, sería mucho más sencillo, pero ya he dispuesto
ponerlos bajo seguridad reforzada y darles la mejor atención
médica que existe, y en segundo lugar, me han informado que
la situación de su padre va a ir mejorando poco a poco, pero lo
hará que era lo importante aquí.
Ese hijo de puta de Feddei ha sido el autor principal de eso,
y ya me estaba poniendo las bolas azules.
Cuando fuimos a rescatarla, no pude tener el placer de
liquidarlo.
No se supone que mates a otro hombre que casi te iguale a
menos que sea absolutamente necesario, pero este me ha
convertido en su propia muerte. Pero meterse con lo más
preciado para mí, es algo que no puedo obviarlo, y ahora
definitivamente tiene que pagarlo. A pesar de pertenecer a una
familia influyente, su obsesión por mí y por cazarme le ha
hecho perder gente y también aliados. Eso es algo beneficioso
para mí, y brindo por eso.
Sonriendo suavemente, observo como nos sirven la
comida, una sopa Minestrone, con un poco de queso
parmesano espolvoreado por encima, es uno de mis platillos
preferidos.
Cojo una cuchara de plata y la introduzco en la sopa, pero
mi atención recae en mi mujer, tiene su mirada clavada en mi
plato.
Le tiemblan los dedos de cada una de sus manos, ni
siquiera la veo con el estómago de probar ni un trozo de pan.
Se rasca la nuca, atenta a que yo ya pueda saborear la cuchara
rellana, me la llevo a la boca despacio, y en ese entonces es
cuando sucede lo esperado, ella salta de su silla y corre a la
mía, tirando la sopa.
—Hey, ¡yo no me alimento del aire, princesa mía! —
Exclamé, limpiándome los restos que me ha salpicado, y
bebiendo de mi vino—. ¿Qué te ha dado? ¿Querías quemarme
como forma de un castigo? Me gustaría que me castigaras
mejor en la cama, es más entretenido.
—¿Qué pasa, cuñada? —inquiere mi hermano, en la otra
punta de la mesa.
— No voy a disculparme porque no mereces que me
disculpe por absolutamente nada contigo —comienza a decir
Rubí precipitadamente—. Pero, la sopa tenía drogas, que yo
misma he machacado y colocado, Matteo.
—¡Oh! —frunzo el ceño, con los labios torcidos—. ¿Y de
dónde lo has conseguido? ¿No me digas que ya te has metido
en los sucios negocios y yo apenas me voy enterando,
princesa?
—No, mira, resulta que ese estúpido ruso me ha impuesto
que yo… —va tragando saliva mientras habla sin detenerse,
pero se percata de mi semblante, y entonces me apunta con el
dedo índice—. ¡Tú ya lo sabías!
—Dicen que me he enamorado de ti por tu sensualidad,
pero es esa inteligencia que me ha penetrado hasta en el alma
—respondí honestamente, riéndome apenas—. Lo has
deducido rápido.
—¿Cómo lo supiste?
—Princesa, estamos rodeados de vigilancia humana las
veinticuatro horas del día, ¿no crees que no lo estaríamos
también tecnológicamente? Hay cámaras de seguridad justo
hasta dentro de los zapatos, y detecté la bolsa con las pastillas
desde el principio, solo me quedaba esperar a ver qué hacías
con ellas —le di otro sorbo a mi vino, luce indignada ante mis
palabras—. Y añadiendo algo más, los cocineros te vieron
ponerle algo blanco a mi sopita, no fuiste muy discreta en eso,
o… puede que querías que te descubrieran a propósito.
—¿Y de todos modos te ibas a tragar la sopa? —exclama,
suspirando.
— Esa no tenía más que vegetales —dije—. Lo han
cambiado antes de dármela. ¿Cuál era el propósito de esas
drogas, princesa?
—Ay, no recuerdo muy bien —resopla enfadada, rodeando
la mesa, y alejándose de mí—. El de las drogas y cosas así,
eres tú, mafiosillo, no yo. Aunque creo que tenía que ver con
algo de afectar tu cerebro.
—Umm… sí, ya sé de lo que me hablas —me levanto de la
silla—. Antonello sigue comiendo, mi mujer y yo tenemos que
conversar.
—Por favor, no te entretengas demasiado, el trabajo espera
—responde, y solamente asiento.
—El trabajo delictivo, ¿no es así? —Chilla Rubí, conforme
subimos a la segunda planta—. Ay, ya suéltame, que puedo
caminar por mis propios medios. Deberías de disculparte
conmigo por poner cámaras sin notificármelo.
—¿Qué es lo que en realidad te molesta? —Inquirí,
sentándome en un sillón de mi habitación—. ¿Qué yo sepa lo
que haces dentro de las cuatro paredes de tu habitación cuando
estás sola y la luna se asoma por tu ventana?
Abre la boca para protestar, pero las palabras se ahogan en
su garganta, y me ignora, corriendo la mirada a un costado.
Amaba verla sonrojarse, y más cuando se quedaba sin el
habla, a ella que le encantaba cuestionarme por todo.
—¿Cuántas pastillas picaditas le has metido? Eso no me ha
quedado muy claro.
—¡Todas las que tenía! —responde.
—Oh, ¿Así que querías que me diera una sobredosis o algo
mucho peor? —le sonrío.
— Fue un acto de pura nerviosidad, y como no sé qué tipo
específico de droga me ha proporcionado el ruso para ti, no
creí que fuera a provocarte la muerte. Pero él me ha
amenazado Matteo, y sin embargo, me he retratado. Merezco
un agradecimiento, ¡eh! —niego rotundamente—. Va a
intentar cobrárselas con mis padres.
—No lo hará —le aseguro, colocándome de pie y
acercándome a ella, aunque retrocede—. No sucederá una
segunda vez, princesa. No permitiré que otra lágrima rebose
por tus mejillas, ¿entiendes? Y si fallo en no verte llorar, me
desviviré por hacerte sonreír hasta el final de mis días, no es
una promesa hueca, es un juramento.
Me mira a los ojos, buscando sinceridad, pero los desvía de
mí, y eso lo odiaba profundamente, quería sus ojos en mí
siempre, ella me recargaba de energía, más que cualquier otra
cosa.
—Más te vale que a mis padres no les vuelva a suceder
nada, porque te haré beber del baño, Matteo, y te harán un
lavado de estómago, será peor que las drogas —gruñe—.
Dijiste antes que te ibas, ¿A dónde?
—Nueva York.
—Mi ciudad —alarga esas dos palabras—. Deseo que
encuentres a Ivanov para que ya pueda volver a mi hogar. Y
que la próxima vez que regresé a Italia, sea por gusto y no
porque alguien me ha secuestrado. ¿Y vas por negocios o por
puro placer?
—¡Negocios! —Recalco, sonriendo de lado—. ¿Por qué
iría por placer?
—Porque eres hombre y tienes necesidades, ¿no? —finge
ser indiferente.
—La única mujer a la que quiero besar, follar y amar el
resto de mi vida me ningunea y está esperando a mis hijos. Si
quiero satisfacción sexual pero no puedo tenerla, siempre
puedo confiar en mis manos, ¿no?
Una sonrisa escapista se dibuja en sus labios, pero se
esfuma tan velozmente como una estrella fugaz.
— Pasaría el resto de mis días sin follarte, tocarte o hacerte
el amor lenta o duramente solo para demostrarte que soy
hombre de una sola mujer. Soy tuyo, princesa. Tanto que duele
que lo pongas en tela de juicio.
La admiro unos minutos, hasta que Antonello me da aviso
de que debemos salir.
—¡Tengo que irme! —Me desplazo hasta la puerta—. Tus
padres están a salvo, no te me intranquilices por eso.
No me dice nada, tampoco lo esperaba.
Me reúno con mi hermano y salimos directo, resulta que
tenemos unos problemitas sutiles con el negocio, una familia
rival quiere arruinármelo, por lo que sé que tendré mucha
acción al aterrizar en Nueva York, bien, me hace falta para
quitarme el estrés, suena interesante.
—¿Tenemos una pista de Ivanov? —pregunté.
—No, hermano. Se ha desvanecido de la tierra, y el tipo
que capturamos cuando fuimos a rescatar a Rubí murió en
silencio.
—Mis hijos no nacerán con ese engendro acechando,
¿entiendes? Y tampoco me joderá mis futuros planes —él
asiente—. De acuerdo, creo que es hora de cobrar unos favores
que tengo por allí. Pero de que encuentro a ese bastardo antes
de finalice el año, lo encuentro.
Mi mujer no viviría con temor toda su vida.
Y al regresar a casa, debo confesarle mi historia con
Britanny Ivanov también, necesitaba que dejara de mirarme
como lo hacía últimamente.
Capítulo 27
“Descubrirás nuevos
horizontes, aunque tengas que
trastabillar para ello.” –
Anónimo.
Matteo supervisó que todo el asunto con Fiorella quedará
sellado para siempre, y lo logró, dado que dos meses y medio
después, la sentenciaron a pasar una vida entera en el mejor
centro psiquiátrico del país, y es el mejor puesto que tiene una
seguridad avanzada y del que nunca podrá escapar aunque lo
intentara un millón de veces. Y yo puse mi granito de arena,
asegurándome de que ese lugar sería un verdadero infierno
para ella, no estará en paz.
Sigue loca, y sigue divagando tanto verdades e
incoherencias, sobre todo, su obsesión inamovible por mi
italiano sigue tan despierta como nunca antes, lo quiere a él al
precio que sea, y es increíble haberla visto en semejante estado
de chifladura de la noche a la mañana, la chica realmente hizo
muy bien su papel de amiga y santa, me lo tragué por
completito.
A mí por otro lado, ni siquiera se me ha mencionado en el
juicio o en la misma estación de policía, como tampoco el
nombre de Matteo, eso me daba a entender el poder, todavía
más, el poder enorme que él poseía aunque a veces pareciera
que no. Y al final, pudimos respirar, ya estábamos libres de los
que nos amenazaban constantemente, es un capítulo final.
Y a pesar de que mis manos quedaron ensuciadas, me sentí
extrañamente de maravilla.
Ojo por ojo.
Por otra parte, ya estábamos de regreso en la ciudad de
Nueva York, el lugar en donde todo empezó.
Mis padres no se encontraban aquí, ya habían retornado al
pueblo, así que los visitaríamos en unos días, y se llevarán la
sorpresa de sus vidas cuando descubran mi enorme pancita, ya
estoy rogándole al cielo que les conceda algo de paciencia,
porque querrán sacrificarme de inmediato, ojalá que no, pero
no estoy segura de eso, cualquier cosa puede suceder, eso es
aterrador.
Nos dirigimos directamente al penthouse de Matteo,
porque sí, el mafiosillo se cargaba uno de puta madre, como si
fuera el presidente de la nación o algo por el estilo, de verdad
que es increíble.
En lo alto del rascacielo, observo el horizonte de
Manhattan, me encantaba tener la ciudad casi a mis pies, y
sentir la brisa de la noche soplar mi rostro, mientras unas
manos me rodean la cintura.
Aspiré su embriagador perfume, y ese jabón que utilizaba
en la ducha, y perduraba en su deliciosa piel madura, y juntos
miramos las luces de los cientos de edificios rodeándonos.
—¿Estás feliz de regresar? —pregunta.
—Sí, y mucho —cubro sus manos entrelazadas en mi
barriga con las mías—. Tú a tus negocios, aunque nunca los
has dejado… y yo… a mis clases universitarias. Aunque claro,
será cuando nazcan tus dos hijos, Porque, ¿te imaginas que me
pasease por todo un campus con tan enorme barriga? ¡Me
detendría cada dos segundos!
—Podría cargarte —ríe, besando mi cuello.
—Eso no lo pongo en duda, mafiosillo —me río con él.
—Ummm… vaya, ¿hace cuánto no te escucho llamarme
así? ¿Unos días?
—Prometo hacerlo más seguido —me giro y lo enfrento—.
¿Te cuento un secretito?
—Dime.
—Estar en Italia fue maravilloso, han sido los meses más
fascinantes de mi vida. Se despertó en mí toda esa creatividad
e inspiración que hasta entonces tenía apagada, estoy deseando
volver a centrarme en mis estudios, es como si volviera a
renacer esa parte de mí, ¿sabes?
—Bueno, independientemente del hecho de cómo llegamos
a Italia, y de las veces que nos intentaron aniquilar de forma
miserable, también creo que tuvo algo positivo en medio de
toda la mierdería —me mira con esos ojazos azules que
incluso de noche relucían mejor que de día, era un vicio
tenerlos puesto en mí—. ¿En qué piensas?
—En que no te has librado que quieran matarte. Mis padres
lo harán, créeme —me río, pasando mis dedos por su cabello
mojado, unas gotitas golpean sus hombros amplios y desnudos
—. Usted ha corrompido a su inocente y noble hijita, señor D
´angelo.
—De inocente solo tu bello rostro de angelito, pero por
dentro, ambos sabemos de qué estamos compuestos, ¿verdad?
En cuanto terminó su oración, me empezó a besar, sin ser
salvaje ni ser mi italiano rudo, esta vez lo hizo dulcemente,
como si tratara de memorizar ese momento, aunque tiene
muchísimos para memorizar, batimos el récord de besos y de
folladas y de hacer el amor en el mundo.
Éramos una pareja insaciable, vinimos a este mundo para
encajar el uno en el otro, y que le den a quien diga lo
contrario, los dos sabemos lo que somos y lo que estamos
dispuestos a hacer para protegernos el uno al otro, si el mundo
apesta y es tan duro, nosotros también podemos ser duros y
mejores.
—¿A quién no debo de subestimar? —pregunta, otra vez
contemplando la ciudad.
—A mi madre —digo, sonriendo—. Esa señora puede
amedrentar a una tropa de soldados si lo quisiera.
—¡Menuda casualidad! —Me guiña un ojo—. Su hija ha
heredado su carácter, ¿no crees?
—Pues no, señor mafiosillo. He salido más a papá, los dos
compartimos más cosas en común, aunque si te admito, que
soy un poquitito rudita como ella, pero no al extremo que tu
suegra. Más no te preocupes, tampoco es que va a quemarte
con la simple mirada, no literalmente al menos.
—Oh, eso me tranquiliza —dice con sarcasmo,
cogiéndome en brazos y llevándome directito a la cocina—.
La cena está lista en el horno, ¿cenamos?
—¿Cómo es que no te fracturo los brazos? —pregunté
cuando me baja, y me siento en uno de los taburetes—. Estoy
a un mes y medio de dar a luz.
Eleva una ceja, como diciéndome: “¿en serio?”
Hago caso omiso y me emociono al ver las verduras
horneadas y bien condimentadas, ya ansío comer.
Y sí, estoy muy cerca de conocer a mis bebés, y aunque al
principio pensaba hacerlo en uno de los hospitales de Italia,
como ya hemos vuelto a Nueva York, los planes han variado, y
ya hemos dado con una clínica privada muy buena y súper
íntima que me hará la cesárea que tenía programada, todo
gracias a Guido Serra, él fue el que me puso en contacto con el
hospital de aquí, tenía varios colegas que son muy discretos,
ese hombre es un genio, y ya ha aceptado ser el padrino de mis
hijos.
Ahora tengo que ir allí para que me hagan los exámenes, y
también tengo que llevar todos los exámenes médicos que me
hice en Italia.
Antes de volver aquí, consulté con mis médicos para ver si
era prudente viajar, e inmediatamente y de forma muy
profesional me dieron luz verde, mis bebés estaban en perfecto
estado de salud, y yo recuperaba el mío propio después de
dejar de consumir esas sustancias que me suministraba la loca
innombrable, y que lo hizo por un determinado tiempo.
Aunque más tarde me enteré de que Antonello había cambiado
la droga de Fiorella por unos pequeños caramelos picaditos.
Mi cuñado resultó ser un buen tipo, y yo lo califiqué muy mal,
no me canso de agradecérselo y de disculparme por ello.
Me siento más fortalecida y preparada para ejercer el rol de
madre, y Matteo, ese hombre saltaba cada vez que sentía los
movimientos de sus bebés, puede que fuera un tipo rígido y
sombrío, pero conmigo y con sus bebés, era un ser diferente,
detrás de su oscuridad, había una luz, que no todo el mundo
tenía el privilegio de poder conocer, eso se lo guardaba para
mí.
—Matteo, ¿de verdad quieres casarte conmigo? —me ha
salido preguntarle, conforme comíamos.
—Más que cualquier cosa que haya en el universo, pero
¿por qué oigo inseguridad en tu voz?
—No sé… quizá dentro de unos años te canses de mí y ya
no quieras tenerme como esposa, ya no me ames, a veces el
amor no suele durar siglos por más que lo prometamos.
Deja de comer, sin creerse lo que le he dicho, se levanta del
taburete y se pone detrás de mí, con los puños cerrados
chocando contra la encimera, yo miro mi comida, pero
sonriendo.
—Respirar un minuto sin ti a mi lado se convirtió en un
suplicio, Rubí. Te calaste en mi piel cuando me miraste con
esos ojos cautivadores la primera noche que te conocí, no
podía mirar a ninguna otra mujer, solo te veía a ti —Su voz
áspera me azota la oreja izquierda, tiene la mandíbula bien
apretada y me está excitando—. ¿Cansarme de ti? No eres un
objeto para que me cansé de ti, eres una persona, eres el puto
amor de mi vida, soy tu esclavo, y la única forma de
separarme de ti es que la tierra se extinguiera, e incluso
después de eso, creo que te seguiría amando y deseando con
toda mi locura. ¿Y te preguntas si alguna vez dejaré de
amarte? Rubí, no te haces una idea de lo que mi corazón siente
por ti entonces.
—¿Por qué no me lo demuestras por millonésima vez más?
Siento un cosquilleo cuando vuelve a golpear la mesa, ya
preparado para mí. Me coge en brazos y me arrastra de vuelta
a la terraza, haciendo jirones mí vestido en cuanto pone mis
pies en el suelo.
Esto prometía una sesión de sexo caliente y gemidos que se
oirían por toda la ciudad.
—Abre bien las piernas para que te la meta hasta los sesos,
mimada manipuladora —sus labios pican mi oreja, y
temblando, hago lo que me dice—. Parece que cuanto más
embarazada estás, más apetitosa y más sexópata te vuelves,
¿verdad?
Miro por encima del hombro, sin contestarle, y veo como
extrae su erección por debajo de la toalla y se empotra en mi
cuerpo apasionadamente, con su toquecitos de dulzura, una
adicción.
—¡Sí, maldición! ¡Esto se siente bien! —gruñe,
azotándome.
No consigo articular ni una sola palabra, soy una gemidora
ingobernable, sabía que no me iba a defraudar, conseguí lo que
quería, desatornillarle como a mí me gustaba para que me lo
hiciera como a mí más me apetecía, lo amaba, lo amaba de
verdad.
Una semana después, conducíamos por las calles del
pueblo que me ha visto nacer y crecer, la nostalgia se instala
en mí. Y todo se profundiza más cuando nos detenemos frente
a la casa de mi infancia y mi adolescencia.
Matteo me abre la puerta del copiloto, y me bajo.
—¡Dame tu saco! —le exijo antes de caminar hacía la
entrada.
—¿Qué?
—Necesito que me des tu saco, y recuerda, nada de
mencionar que te dedicas a negocios chungos y que eres un
capo de la mafia, de ninguna manera. Ni de chiste, ¿vale? —
me entrega su saco, y me cubro el vientre.
—Eso lo disimula estupendamente, ¿eh? —Se burla, y le
saco la lengua—. Anda, vamos.
Nos detenemos en la puerta de madera principal, sobre el
tapete de bienvenida que ya tiene años con nosotros, y me trae
recuerdos que me hacen querer llorar.
—Mira, Matteo, esas sin mis manitas de cuando tenía diez
añitos —digo emocionada—. Primero eran de pintura acrílica,
pero luego se fueron borrando con el tiempo, entonces mamá
envió a que la tejieran y así duraran muchísimo.
—¿Te parece copiarnos? —Pregunta, tocando el timbre—.
Es muy hermoso después de todo, ¿no?
Asiento sonriendo, pero la sonrisa se me va tan pronto
como vino, mi madre abre la puerta y enseguida el saco llama
su atención, y a la misma vez, mi colosal barriga la hace
chillar, cubriéndose la boca, y como la cereza del postre, se
descompensa.
—Bueno, al menos no nos abatió como primera reacción,
¿no? —dice Matteo, mientras ayuda a mi madre a levantarse.
A pesar de todo esto, era bueno estar de vuelta en casa.
Respiro feliz y muy agradecida a la vida.
Capítulo 49
“Los seres humanos creemos
que somos inmortales, pero
solo somos seres efímeros y,
con un primer paso en falso,
podemos acabar perdiéndolo
todo.” –Anónimo.