La Filosofía No Sirve para Nada
La Filosofía No Sirve para Nada
La Filosofía No Sirve para Nada
Miquel Seguró
elperiodico.com, 20/5/2018
Decir que la filosofía no sirve para nada es ya una afirmación filosófica. Y lo es porque
se trata de una convicción que asume que tanto el utilitarismo como el positivismo son
verdaderos y definitivos. El utilitarismo porque se sostiene que solamente tiene valor
aquello que, de manera medible, produce la mayor cantidad de felicidad posible, y el
positivismo porque se acepta que el verdadero conocimiento es el científico, el que se
basa en la experiencia empírica. Al considerar que la filosofía no encaja en estos
paradigmas se “deduce” que no sirve.
Filosofía es una palabra de origen griego que significa amor, en el sentido de amistad, al
saber. En los tiempos de la Grecia clásica proliferaron los sofistas, los que se
consideraban sabios, los profesionales de la sophia. Platón, por boca de Sócrates, no
dejó de alertar que eran unos charlatanes, unos impostores, usuarios de la retórica y al
servicio de la persuasión interesada. Más tarde Aristóteles fijaría la noción de sofisma,
que todavía definimos como razón o argumento falso con apariencia de verdad. Platón y
Aristóteles contraponían a la grosera certeza del 'sabelotodo 'la implacable verdad
socrática de que si algo se sabe es precisamente que no se sabe.
La razón de ser de la filosofía, como la del resto de las humanidades, es otra. Tiene que
ver con la exploración de las experiencias personales y comunitarias que construimos y
los conceptos que las rigen, por ejemplo, los del utilitarismo o positivismo. Hasta hace
poco podía verse en La Seca-Espai Brossa de Barcelona 'A mí no me escribió Tennesse
Williams', una obra preparada por el dramaturgo Marc Rosich. La tragicomedia
representa una mujer que expone las miserias de la vida que la han llevado a ser la
persona desahuciada que es, y lo hace a través de las expresiones más melodramáticas
de las divas de la historia del cine. Pero lo cómico no esconde la dura realidad, por eso
la obra trasluce de manera implacable las dificultades socioeconómicas que tantas
Sí, tenemos asumido que una sociedad que no da espacio a la sensibilidad humanística y
que se rige por un solo patrón de utilidad acaba perdiéndose a ella misma. Vivir es
pensar, es expresarse y saber interrelacionarse con propios y extraños. Sin filosofía, sin
arte, sin humanidades, apenas se sobrevive. Y, sin embargo, reincidimos en su olvido.
Que la filosofía no sirva para nada es en el fondo una buena noticia. Significa que no se
acomoda a los imperativos del paradigma de verdad dominante ni a la voluntad de
reducir todo a una sola lógica de vida. Y precisamente porque a la filosofía se le pide,
con razón y como al resto de expresiones y conocimientos existentes, que nos ayude a
conseguir una vida mejor, su camino pasa por no dar nunca por concluido el recorrido
de la pregunta. La filosofía florece en el fecundo terreno que media entre la ignorancia y
el saber, y ahí está su peculiaridad.
Así que no es algo de unos pocos, de supuestos “expertos”, sino que tiene que ver con
lo cada uno de nosotros es: un ser finito, vulnerable, abierto al mundo, que aspira a
saber más y mejor de qué va la vida. De ahí también que sea el punto de partida de toda
experiencia propiamente humana, ya que implica atreverse a preguntar y repreguntar,
sin hacerse trampas al solitario, si realmente estamos viviendo, individual y
colectivamente, como podríamos llegar a hacerlo. Lo que verdaderamente sorprende es
que en la era de hiperinformación y la hipercomunicación nos cueste tanto convivir con
esta parte tan elemental de nuestra condición. Sin duda, todo un signo de los tiempos.