Metamorfosis - Mariana Enriquez
Metamorfosis - Mariana Enriquez
Metamorfosis - Mariana Enriquez
Es una operación de rutina. Los ovarios los tenés bien, así que te los dejamos
y tendrás la menopausia cuando llegue. Yo no doy hormonas. Bueno, le dije.
Pero ya estoy en menopausia. Pre-menopausia, me dice, aún sonriendo, si no
ya no tendrías la menstruación. Ok, pero se entiende lo que digo, ¿no? Estoy
seca. Tengo ataques de calor y tengo que volver a casa a cambiarme la ropa
porque transpiro como un camello. Los camellos no transpiran, se ríe, y yo la
miro con desprecio pero no mucho, porque ella es quien enarbolará el
cuchillo sobre mi vientre. Me sugiere unas cremas. Habla de climaterio,
palabra que me suena a flores preservadas en invernadero antes de la
muerte. Me recomienda gel y toallitas íntimas y otros dispositivos de
mantenimiento, en especial una sustancia para heridas producidas por el
resecamiento.
Me alegro de no tener pareja para que no tenga que tocar este cuerpo
chapoteante de cremas. Me asegura que ciertas marcas, las más caras --que
puedo pagar, le aclaro, porque estoy mal vestida por hartazgo, no por falta
de dinero-- absorben bien y enseguida queda la piel seca nutrida y sin
pegoteo. Es mentira por supuesto y algunas cremas, cuando me masajeo la
piel, sueltan asquerosos hilos negros que parecen mugre pero es solo la falta
de absorción. O mi piel renegada que todo lo rechaza.
En esa consulta además de con las cremas salgo con fecha de cirugía. Te va a
encantar dejar de menstruar, gorjea. Por una vez puede que tenga razón.
También me voy con una orden para comprar una faja que deberé usar para
no descoserme ni que los órganos queden flotando (sus palabras); recién me
avisó sobre su necesidad y existencia en esta último consulta porque, como
dije, no te avisan nada. No te dicen que el cuerpo vuelve a cambiar. Estoy tan
asombrada como cuando una amiga me contó que, en el parto, el esfuerzo y
la cabeza de la criatura le rompieron el coxis. Otra contó, en misma charla,
que había quedado con un problema pelviano que no la dejaba correr.
Pero por favor les dije, ¿no los odian a los chicos? No, me contestaron, no
tienen la culpa.
Claro que no, pensé. La tienen ustedes por querer ser madres.
***
Tampoco te avisan, claro, que sacarte el útero duele hasta el llanto y el grito,
de rutina repiten, de rutina, para ustedes de rutina sádicos insolentes, una
no se puede dar vuelta en la cama, pretenden que duerma boca arriba, pido
opiáceos aullando. Mi ex vino a “cuidarme” creo que porque aún no
firmamos divorcio y tenemos casa en común y se pretende solidario. Como
siempre, cuando yo no paraba de llamar el enfermero porque creía
descoserme por dentro y por fuera, porque sangraba, porque el dolor,
porque fiebre infección y muerte, él me decía “no te das cuenta que lo estás
molestando, tiene otra gente que atender”. A ver, le dije, entre lágrimas y
droga: es su trabajo atender gente. Si está sobrecargado no es mi culpa sino
de la clínica. Tener pacientes que joden es lo normal. Si me vas a seguir
corrigiendo como me corregiste toda la vida y te lo aguanté porque me daba
pereza dejarte, te vas. No me importa estar sola. Es bárbara la clínica. Se fue,
fingiendo que la mala era yo y no él por no poder soportar la pataleta de una
mujer recién salida de una histerectomía. Me da lástima su novio que parece
un buen tipo, tener que aguantar lo puntilloso de su carácter y la necesidad
de disciplinar que carga este inútil. Además, cabal muestra de lo poco que le
importa el prójimo, me dejó sola lo que implica mayor trabajo para los
enfermeros. La persona vanidosa, como él, piensa más bien poco.
Después de una noche entre las fauces de Cerbero por la mañana apareció
mi cirujana ginecóloga con sus pecas y ojos como de conjuntivitis, supongo
falta de sueño, y me enseñó a ponerme la faja. "¡Qué mala suerte que es
verano porque la vas a tener un mes o más!". Información de la que carecía
hasta el momento, otra vez. Me dijo que ya podía comer y deambular,
siempre faja puesta, me recetó una batería de antibióticos y calmantes, me
prohibió hacer fuerza un mes y me dijo que podía irme en dos días, que en
realidad podía irme ya, pero que había un punto que estaba medio raro y
que podíamos esperar. Me hizo la curación en el punto medio raro y
entonces me dijo:
--El mioma era del tamaño de un melón chico. Era un embarazo casi. No sé
cómo no te dolía al rozar o cómo no estabas más hinchada. Incluso se veía
más chico en las eco.
(Lo que les gusta abreviar palabras y usar siglas a los médicos no tiene
nombre. Eco, quimio, cardio, ACV, traumato, kinesio, BIRADS2, mamo).
Claro, dije. Ella enarboló su Iphone y abrió la foto que evidentemente ya tenía
preparada.
--Pensé que me lo ibas a sacar en una bolsa transparente con hielo –le dije,
con una sonrisa, porque reír, pensé, podría contribuir a la descosida además
de que no tenía ganas ni por qué reírme.
***
Así se viste también, anda siempre medio desnuda. Por suerte tiene un
cuerpazo y el calor de la ciudad es una desmesura sahariana.
Como es loca pero atenta me llenó la heladera –la grande-- de comida fácil
de manipular y arregló para que mi padre se quedara por las noches: es viejo
pero útil, no como mi madre a quien no quiero cerca: mi hermana tiene
órdenes de alejar de mí su amor pegajoso e inútil. Que sea todo por video
llamada.
--¿Dura mucho?
--Ok.
Yegua, pensé. Y me pasé el dedo por el ombligo y nada, nada, como si tocara
una de las naranjas que estaban en mi mesa de luz.
Virginia tiene dos cuernos de silicona sobre las cejas, no muy grandes. Hace
unos cuttings hermosos, o escarificaciones, que dejan dibujos delicados
sobre todo en espaldas, donde la piel es gruesa. Hace poco me mandó una
foto con su nuevo cuello: totalmente tatuado de negro. En la imagen ella está
apoyada sobre un fondo oscuro y parece que su cabeza flota. Es una gran
foto. También es hermoso un trabajo que hizo a mujeres con mastectomías
que decidieron evitar la prótesis y se tatuaron diseños sobre las cicatrices
donde estuvieron los pechos. Sé que está ocupada pero también sé que
pocas como ella respetan las amistades juveniles, las noches intensas de
sangre y primeros piercings, las búsquedas de prótesis para nuestras amigas
trans y travestis que no querían meterse silicona barata ni aceite de avión.
--¿Y Robi?
***
Es tan hermoso. Por primera vez entiendo lo que significa amar el propio
cuerpo. Virginia me sacó muchas fotos y me pidió discreción una vez más
sobre Colson, que trabaja en la clandestinidad, pero debo decir: es muy fino
y muy limpio y lo recomiendo. Tuve un poco de hinchazón, nada más. Ya
estaba sobrepasada de antibióticos y vacunada antitetánica, así que no dejé
demasiados rastros: no tuve que comprar nada ni darme ninguna inyección
extra. Mi espalda, ahora, tiene otro relieve. Tiene algo de dragón. Colson
tatuó la piel de colores y parece tornasolada. Una falsa columna reptílica.
Algo de camaleón, de lagarto, de serpiente mítica, de sangre fría. No puedo
acariciar mi espalda porque no me alcanzan los brazos pero puedo pasar
horas mirándola en el espejo, y Virginia puede ayudarme a estirar la mano, o
tocarla con sus dedos, con delicadeza. No hay dolor. Me siento antigua, de
movimientos lentos y precisos. Con mi cuerpo entero y donde debe estar:
bajo la piel.