Metamorfosis - Mariana Enriquez

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 10

Metamorfosis

No te lo dicen, no avisan. Me enfurece. La piel se seca, la grasa se acumula en


las caderas y las piernas y el vientre, la celulitis se acentúa de un día para el
otro, el pelo muerto que es la cana resulta imposible de domar. No le pasa a
todas por eso es peor aún, porque deberían advertirte que vas a estar en la
minoría deforme y acalorada y llorona. Porque yo salgo a correr y a caminar
y ando por la vida a paso rápido; y en el verano de esta ciudad, que es largo e
intenso, miro las piernas de las mujeres de mi edad, cuarenta y muchos, y no
todas tienen grasa imantada, de ninguna manera, y no todas se ponen
matronas; y está lleno de caderas estrechas y pantalones que caen sueltos y
vientres más o menos planos. Y deben comer menos queso y carne que yo,
estoy segura, todas anoréxicas no son o a lo mejor sí, pero yo no puedo dejar
de comer porque tengo migrañas y uno de los disparadores de los dolores
de cabeza es tener el estómago vacío porque no sé qué ácido gástrico
produce ese martillazo que da en el ojo y duele hasta en el cuello. Capaz se lo
aguantan, quizá soy débil, en cualquier caso las odio y quiero que mueran. Se
lo dije a una amiga y me dijo no odies, todo vuelve, y no la vi más y ya no es
mi amiga, el pensamiento positivo es perverso, lo mismo que la buena
voluntad.
Mi ginecóloga exuda ambas cosas, las dispersa, aromatiza los ambientes con
su sonrisa. Yo la aguanto porque sé lo eficiente que es como profesional, su
experiencia en hospital público y como docente, su carísimo consultorio en el
que se aprovecha de su prestigio, lo que me parece bien. Sobre el escritorio
de madera vieja para dar idea de solidez supongo, o de masculinidad –
aunque ella es una pelirroja pecosa y delicada, tan femenina que huele a
jazmines-- tiene una escultura móvil del aparato reproductor femenino, un
objeto de intensa morbosidad porque los ovarios se mueven, mejor dicho
giran como en un ábaco, el útero parece flotar y, en una primera impresión,
es igual a un escorpión sin cola (y blanco). El útero es lo que ella señala con
su dedito pálido y pecoso y me indica que fizzz, hay que sacarlo. Tengo
muchos miomas, me explica. Son tumores benignos pero sangran
demasiado y por eso estás siempre anémica. Ya me di dos transfusiones de
hierro que me causaron tendinitis. No son transfusiones me dice ella. Lo que
sea, le dije yo, me inyectaron hierro, encima al lado de gente que se hacía
quimioterapia con lo cual todo mi mareo y dolor en el brazo resultaba,
además, cobarde y vergonzoso.

Es una operación de rutina. Los ovarios los tenés bien, así que te los dejamos
y tendrás la menopausia cuando llegue. Yo no doy hormonas. Bueno, le dije.
Pero ya estoy en menopausia. Pre-menopausia, me dice, aún sonriendo, si no
ya no tendrías la menstruación. Ok, pero se entiende lo que digo, ¿no? Estoy
seca. Tengo ataques de calor y tengo que volver a casa a cambiarme la ropa
porque transpiro como un camello. Los camellos no transpiran, se ríe, y yo la
miro con desprecio pero no mucho, porque ella es quien enarbolará el
cuchillo sobre mi vientre. Me sugiere unas cremas. Habla de climaterio,
palabra que me suena a flores preservadas en invernadero antes de la
muerte. Me recomienda gel y toallitas íntimas y otros dispositivos de
mantenimiento, en especial una sustancia para heridas producidas por el
resecamiento.

Me alegro de no tener pareja para que no tenga que tocar este cuerpo
chapoteante de cremas. Me asegura que ciertas marcas, las más caras --que
puedo pagar, le aclaro, porque estoy mal vestida por hartazgo, no por falta
de dinero-- absorben bien y enseguida queda la piel seca nutrida y sin
pegoteo. Es mentira por supuesto y algunas cremas, cuando me masajeo la
piel, sueltan asquerosos hilos negros que parecen mugre pero es solo la falta
de absorción. O mi piel renegada que todo lo rechaza.

En esa consulta además de con las cremas salgo con fecha de cirugía. Te va a
encantar dejar de menstruar, gorjea. Por una vez puede que tenga razón.
También me voy con una orden para comprar una faja que deberé usar para
no descoserme ni que los órganos queden flotando (sus palabras); recién me
avisó sobre su necesidad y existencia en esta último consulta porque, como
dije, no te avisan nada. No te dicen que el cuerpo vuelve a cambiar. Estoy tan
asombrada como cuando una amiga me contó que, en el parto, el esfuerzo y
la cabeza de la criatura le rompieron el coxis. Otra contó, en misma charla,
que había quedado con un problema pelviano que no la dejaba correr.

Pero por favor les dije, ¿no los odian a los chicos? No, me contestaron, no
tienen la culpa.

Claro que no, pensé. La tienen ustedes por querer ser madres.

***

Tampoco te avisan, claro, que sacarte el útero duele hasta el llanto y el grito,
de rutina repiten, de rutina, para ustedes de rutina sádicos insolentes, una
no se puede dar vuelta en la cama, pretenden que duerma boca arriba, pido
opiáceos aullando. Mi ex vino a “cuidarme” creo que porque aún no
firmamos divorcio y tenemos casa en común y se pretende solidario. Como
siempre, cuando yo no paraba de llamar el enfermero porque creía
descoserme por dentro y por fuera, porque sangraba, porque el dolor,
porque fiebre infección y muerte, él me decía “no te das cuenta que lo estás
molestando, tiene otra gente que atender”. A ver, le dije, entre lágrimas y
droga: es su trabajo atender gente. Si está sobrecargado no es mi culpa sino
de la clínica. Tener pacientes que joden es lo normal. Si me vas a seguir
corrigiendo como me corregiste toda la vida y te lo aguanté porque me daba
pereza dejarte, te vas. No me importa estar sola. Es bárbara la clínica. Se fue,
fingiendo que la mala era yo y no él por no poder soportar la pataleta de una
mujer recién salida de una histerectomía. Me da lástima su novio que parece
un buen tipo, tener que aguantar lo puntilloso de su carácter y la necesidad
de disciplinar que carga este inútil. Además, cabal muestra de lo poco que le
importa el prójimo, me dejó sola lo que implica mayor trabajo para los
enfermeros. La persona vanidosa, como él, piensa más bien poco.

Después de una noche entre las fauces de Cerbero por la mañana apareció
mi cirujana ginecóloga con sus pecas y ojos como de conjuntivitis, supongo
falta de sueño, y me enseñó a ponerme la faja. "¡Qué mala suerte que es
verano porque la vas a tener un mes o más!". Información de la que carecía
hasta el momento, otra vez. Me dijo que ya podía comer y deambular,
siempre faja puesta, me recetó una batería de antibióticos y calmantes, me
prohibió hacer fuerza un mes y me dijo que podía irme en dos días, que en
realidad podía irme ya, pero que había un punto que estaba medio raro y
que podíamos esperar. Me hizo la curación en el punto medio raro y
entonces me dijo:

--El mioma era del tamaño de un melón chico. Era un embarazo casi. No sé
cómo no te dolía al rozar o cómo no estabas más hinchada. Incluso se veía
más chico en las eco.

(Lo que les gusta abreviar palabras y usar siglas a los médicos no tiene
nombre. Eco, quimio, cardio, ACV, traumato, kinesio, BIRADS2, mamo).

--¿Lo querés ver? --me preguntó

Claro, dije. Ella enarboló su Iphone y abrió la foto que evidentemente ya tenía
preparada.

--Pensé que me lo ibas a sacar en una bolsa transparente con hielo –le dije,
con una sonrisa, porque reír, pensé, podría contribuir a la descosida además
de que no tenía ganas ni por qué reírme.

--No, ¡pero está en hielo en pato!

(Pato es por Anatomía Patológica, donde se guardan las muestras de


biopsias y demás. No soy experta pero alguna vez acompañé a amigas a
dejar sus lunares y otros tejidos sospechosos). Siguió:

--Como es un mioma benigno va a ser de los últimos en analizarse, así que


hasta lo podrías visitar en serio –carcajeó ella.

Le di una mirada exhaustiva al mioma, porque la pantalla de su teléfono


nuevo era lo bastante grande. Era hermoso. Un huevo de carne rosa pálido,
irrigado, con una especie de cabeza o manija de tejido en forma de tubo y
una cabecita adicional, como si estuviera creciendo. Como un jengibre
hormonado. Como una mandrágora gorda. Pasé el dedo por la pantalla y
quise saber si lo que me mostraba incluía el útero. No, me dijo, este es el
mioma más grande, había otros chicos. Éste causaba el sangrado. ¡Pesa dos
kilos! Después siguió hablando de miomas gigantes (el mío no calificaba), de
algunos casos que le tocaron, y apagó la pantalla del celular pero yo me
quedé pensando en esa masa y su piel lisa, un poco pechuga de pollo con
venas rojas, esfera, planta de los dioses en mi vientre.
Ya podés comer, anunció la médica y se fue con sus tacos bajos elegantes. El
mucamo enfermero me trajo una horrenda sopa de zapallo y verduritas y
agua porque era fundamental que orinara (de lo contrario sonda amenazó).
Oriné enseguida, te quieren asustar con poco y, una vez más, con
información desconocida. Cómo podía saber yo que una de las
complicaciones de la cirugía era una vejiga desplazada o uretra tapada. En
fin, no pasó.

Mientras le daba vueltas en la boca a la sopa desagradable, con apenas


hilillos de calabaza, me puse a pensar. Primero busqué miomas online. No
todos eran tan bonitos como el mío. Algunos eran granulados y otros tenían
muchas cabezas, más jenjibre aún pero un jenjibre feo, digamos como uno
de esos animales con globos que hacen los payasos (o que hacían en las
fiestas de mi infancia). Globos retorcidos. El mío no: era una delicadeza con
sus crecimientos, sí, pero como decoraciones sutiles, como una tetera. Se me
ocurrían tantas comparaciones. No, no pensaba que era mi hijo. Un hijo se
cuida y es persona. Esto es algo que había creado sin personalidad ni vida,
pero me parecía injusto que no me lo pudieran dar. O a lo mejor sí me lo
podían dar: una amiga me contó que su madre, cuando le sacaron el útero,
pidió verlo en vivo. Cierto, el médico que le sacó el útero era su pariente y
ella una excéntrica que lo mantuvo a su lado toda la internación en una
heladerita como de hotel. Un minibar. Mi madre tuvo mi cordón umbilical
hasta que dijo qué asco y voló en una de sus periódicas limpiezas y sé de
madres intensas que guardan el apéndice de sus hijos. Un mioma no se
transplanta, no sirve para nada, se tira. ¿Por qué no me lo iban a dar? A quién
pedirlo. A mi ginecóloga, pensé.

La llamé ni bien terminé la gelatina. Atendió: no estaba operando, iba en


camino al consultorio. Sin demasiadas vueltas le pedí el mioma. Mi
consideración acerca de ella subió algunos puntos: no pidió explicaciones.

--Es tuyo, técnicamente. Los restos patológicos se tiran, se queman. Después


de la biopsia si querés te lo llevás.

Por la sencillez, algo seca pero no espantada, de su forma de acceder a mi


pedido, me di cuenta de que no era la primera vez. Imaginé a muchas bobas
pidiendo su útero porque albergó a sus niñitos. Detesto a esa ñoñas pero ya
no puedo sentirme tan diferente.
Entró un mensaje de la gineco (ahora yo también hablo en diminutivo):
“Traete tu propia heladerita con hielo porque no te van a dar. Después lo
podés dejar secar”.

Cómo cuidarlo eso no me lo dijo, porque seguro se pudre y debe haber


técnicas. Ponerlo en algún líquido pero es grande, necesito un botellón como
de agua para oficinas. Igual no es esa mi idea. En mi cabeza circulaba
Virginia.

***

Le pedí a mi hermana que me trajera heladerita: me dieron el mioma junto


con el alta. Ella me llevó a casa y no preguntó por la heladera, no sé qué
pensaba, a lo mejor que eran medicamentos. Igual no se hubiese espantado
porque está loquísima, pero no quiero compartir cosas con ellas: las
entiende pero las difunde, es la mujer más bocona que existe, lo desconoce
todo sobre el respeto, el secreto y la privacidad.

Así se viste también, anda siempre medio desnuda. Por suerte tiene un
cuerpazo y el calor de la ciudad es una desmesura sahariana.

Como es loca pero atenta me llenó la heladera –la grande-- de comida fácil
de manipular y arregló para que mi padre se quedara por las noches: es viejo
pero útil, no como mi madre a quien no quiero cerca: mi hermana tiene
órdenes de alejar de mí su amor pegajoso e inútil. Que sea todo por video
llamada.

Total lo único que tengo que hacer es permanecer quieta, no en la cama, y


curar yo misma la herida que, la verdad, no es para nada impresionante. La
primera noche di un grito porque, de repente, sentí que todo el vientre
perdía sensibilidad y supe, presentí con certeza, que era el inicio de la
muerte. Mi padre que es un exagerado como yo se acercó a la habitación con
su cadera crujiente y me dijo:

--Llamá a la cirujana. Son las tres de la mañana pero es responsabilidad de


ella.

Lo hice. No estaba durmiendo. Es infatigable.

--Es normal –me dijo. --Pensá que cortamos nervios…

La interrumpí, harta de la micro información.

--Me tendrías que haber dicho. Me asusté.


--Es que no siempre pasa y no queremos sugestionar.

--Bueno. ¿Se va?

--Por ahora no.

--¿Dura mucho?

--Puede durar meses o no irse. Pero te vas a acostumbrar.

--Ok.

Yegua, pensé. Y me pasé el dedo por el ombligo y nada, nada, como si tocara
una de las naranjas que estaban en mi mesa de luz.

Mi padre, cuando se enteró que no era grave, volvió a la cama. Mis


indignaciones por falta de información no le molestaban, es hombre y está
acostumbrado a la indecencia verbal de mi hermana y las descripciones
escatológicas de mi madre. Para él ocultar está bien.

No estoy en desacuerdo, pero depende qué.

Tampoco preguntó por la heladerita dentro de la heladera grande: no es su


estilo investigar pertenencias ajenas. Ya bastante esfuerzo además era, a los
77, cuidar de su hija histerectomizada, aunque él hace yoga y es de esos
viejos que están en buen estado. Espero por su bien que la muerte lo
encuentre en alguna de sus caminatas, por el bien de todos, especialmente
suyo.

Lo primero que hice después de la noche de pérdida de sensibilidad fue


llamar a Virginia. No la veía hace años pero vivía en el lugar de siempre y
seguía siendo la dueña de Piel, su local de tatuajes y de modificaciones
corporales, aunque esto es medio secreto porque muchas son consideradas
ejercicio ilegal de la medicina, entonces ella te las hace, pero no las anuncia.
Y las hace bien, porque nadie se infectó (no de gravedad al menos) ni le hizo
un juicio.

Virginia tiene dos cuernos de silicona sobre las cejas, no muy grandes. Hace
unos cuttings hermosos, o escarificaciones, que dejan dibujos delicados
sobre todo en espaldas, donde la piel es gruesa. Hace poco me mandó una
foto con su nuevo cuello: totalmente tatuado de negro. En la imagen ella está
apoyada sobre un fondo oscuro y parece que su cabeza flota. Es una gran
foto. También es hermoso un trabajo que hizo a mujeres con mastectomías
que decidieron evitar la prótesis y se tatuaron diseños sobre las cicatrices
donde estuvieron los pechos. Sé que está ocupada pero también sé que
pocas como ella respetan las amistades juveniles, las noches intensas de
sangre y primeros piercings, las búsquedas de prótesis para nuestras amigas
trans y travestis que no querían meterse silicona barata ni aceite de avión.

La encontré en su estudio, con el inconfundible sonido de su local de


tatuajes, medio parecido a un consultorio de dentista con música de fondo
(Slipknot en este caso, ella es clásica). Cuando éramos chicas, ponerse
silicona bajo la piel se llamaba body modification o modificación corporal,
ahora están con lo de bodyhackers y el trans humanismo. Pero es el mismo
procedimiento + tiempo +

léxico. Y se pueden hacer cosas increíbles como implantarse una oreja en el


brazo o globos oculares de colores.

Le expliqué. Que quería el mioma de vuelta en el cuerpo. Como es enorme,


es muy complicado pensar en un espacio afuera, además de que es
potencialmente mortal andar con un órgano antes de que se pudra y
dejando de lado el riesgo me parece horrible estéticamente. Pero pensé esto:
vos hiciste algunos implantes reptilianos en columna, una bolita de silicona
bajo la piel de la espalda sobre cada vértebra. ¿Y si a la bolita le metemos
adentro parte del mioma? No lo va a rechazar, es mío.

Virginia me dijo que ella no se atrevía a hacer semejante cirugía y que


desconocía los riesgos. Vamos, le contesté. Me lo repitió con seriedad pero
agregó: tengo un amigo más joven que sí se especializa en pedidos
complejos. No sé si puede hacer esto. Pero le pregunto. Y después:

--¿Duele mucho la cirugía?

--Ahora estoy muy drogada pero sí, es nefasta.

--Me dijeron que era sencilla.

--Mienten. No es cuestión de umbral del dolor.

--Tenés quien te cuide.

--Mi viejo y mi hermana viene de vez en cuando.

--¿Y Robi?

--Me separé ahora está en pareja con un chico.

--Nos tenemos que poner al día.


***

Entré al departamento limpísimo de Colson, el amigo sudafricano de Virginia,


un mastodonte de pelo canoso tatuado de pies a cabeza con un castellano
aceptable. Yo había mentido a mi padre que iba para un control y podía
tardar. Colson, después de una charla introductoria, me pidió el espécimen.
Se lo di, aún en excelente estado a mi juicio y coincidió. Pensé que iba a
hacer la cirugía ese día después de tanto preámbulo y repaso de CV pero me
dijo que tenía que implantar el mioma en las siliconas y ver cómo
reaccionaba la fusión. Y recién entonces podría hacerlo sin riesgo. Cerca de la
médula, explicó, hay que ser extra cuidadoso.

Me pareció confiable y por supuesto mejor comunicador que las diversas


ginecólogas a cargo de mi pre climaterio y sangrado y útero miomático.
Mejor además la tardanza, pensé. Porque con eso en la espalda tendría que
al menos poder dormir de costado y fletar a mi padre, que es discreto y deja
vivir, pero no tanto.

Virginia se ofreció a cuidarme, además de que quería ver el resultado de la


modificación.

***

Es tan hermoso. Por primera vez entiendo lo que significa amar el propio
cuerpo. Virginia me sacó muchas fotos y me pidió discreción una vez más
sobre Colson, que trabaja en la clandestinidad, pero debo decir: es muy fino
y muy limpio y lo recomiendo. Tuve un poco de hinchazón, nada más. Ya
estaba sobrepasada de antibióticos y vacunada antitetánica, así que no dejé
demasiados rastros: no tuve que comprar nada ni darme ninguna inyección
extra. Mi espalda, ahora, tiene otro relieve. Tiene algo de dragón. Colson
tatuó la piel de colores y parece tornasolada. Una falsa columna reptílica.
Algo de camaleón, de lagarto, de serpiente mítica, de sangre fría. No puedo
acariciar mi espalda porque no me alcanzan los brazos pero puedo pasar
horas mirándola en el espejo, y Virginia puede ayudarme a estirar la mano, o
tocarla con sus dedos, con delicadeza. No hay dolor. Me siento antigua, de
movimientos lentos y precisos. Con mi cuerpo entero y donde debe estar:
bajo la piel.

También podría gustarte