mbaima,+Vol+01+-+Art+ +04
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Julio De Zan
1.-
" Verdad y Diálogo me parece el título más simple y apropiado
11
2.
1982, p. 69-76.
(2) Summa Theologiae, Q. 16, a.l. Cfr. también, De Veritate Q. I., Art. 2.
y
que parece irrebasable en la filosofía contemporánea, de la "epojé" de
los presupuestos teo-metafísicos, podríamos concluir que el problema
de la verdad ontològica debería reubicarse entonces en el ámbito de la
Filosofía práctica. Esta misma conclusión puede derivarse también a
partir de los ejemplos seleccionados por Hegel en el texto citado,
tomados precisamente de la filosofía política y de la estética ("un
verdadero estado, una verdadera obra del arte"). (Otra es la cuestión
terminológica. Este problema no lo replantearíamos hoy ya como
problema de la "verdad ontològica", sino quizás como problema de la
"racionalidad" en general, o de los otros tipos diferenciados de validez).
El desplazamiento propuesto de la cuestión de la verdad de las
cosas al terreno de la filosofía práctica no debería ocultar sin embargo
el hecho que los enunciados que se construyen con conceptos como
"verdadero estado" o "verdadera democracia", por ejemplo, nos
retrotraen de lleno al problema de la verdad epistémica que aquí nos
interesa, que es la verdad del pensamiento humano expresado en el
lenguaje.
La referencia precedente al lenguaje es sin embargo todavía muy
genérica. A partir de ella recién comienza la discusión contemporánea.
Si se atribuye la verdad, por ejemplo, directamente a las oraciones
enunciativas, nos topamos con el conocido problema que las mismas
oraciones pueden ser en algunos casos verdaderas y en otros falsas,
como por ejemplo: "yo estoy sentado", o "hoy es un día lluvioso", su
verdad o falsedad dependen de la situación concreta , de la persona y
de la fecha o del momento en que son enunciadas. Esta dificultad se
resuelve ai aclarar que los valores de verdad no pertenecen en rigor al
enunciado gramatical sino a lo dicho a través de él, a lo que se conviene
en llamar la "proposición", o a lo que Frege llamaba los pensamientos
0Gedanken), que tienen una referencia determinada y única, a diferencia
de las oraciones enunciativas. Las proposiciones satisfacen la exigencia
semántica de mantener constante su referencia objetiva y sus valores de
verdad. Pero con esto subsiste todavía una cierta vaguedad y se plantea
otro problema, por cuanto los mismos pensamientos o contenidos
proposicionales, pueden expresarse también en preguntas, órdenes,
promesas, etc., a las cuales no se les puede atribuir valores de verdad,
como lo había advertido ya Aristóteles (Cfr. De Interpr. 16-b33-17 a
7). A esta cuestión va a responder Habermas, (apoyándose en J. Searle),
que una proposición recibe su fuerza asertórica a través de su incorpo-
ración en un "acto de habla" por el cual alguien la afirma, o la puede
afirmar. No se trata de hacer residir la verdad ahora en las afirmaciones.
Con ello recaeríamos en el mismo problema anterior por cuanto la
afirmación es un episodio lingüístico particular y temporal, "mientras
que la verdad plantea, como es evidente, una pretensión de invariancia
y, por lo tanto, tiene un carácter no meramente episódico". (3). Bajo este
aspecto adhiere Habermas a la posición de Strawson cuando escribe: My
saying something is certenly an episode. Whatlsay is not, It is the later,
not theformer, we declare to be true". (4)
Además, para Habermas, las afirmaciones en cuanto actos de
habla no son ni verdaderas ni falsas. De una afirmación en cuanto tai
se puede decir solamente que está justificada o que no está justificada.
"Al afirmar algo planteo yo una pretensión, a saber, que el enunciado
que afirmo es verdadero. Al plantear esa pretensión (que toda afirma-
ción conlleva necesariamente, pues de lo contrario no haría yo ninguna
afirmación), puede ser que yo tenga razón, o que no la tenga", eso es
precisamente lo que se habrá de mostrar en el terreno del discurso, o del
diálogo argumentativo.Si bien no corresponde entonces atribuir la
verdad a los propios actos de habla constatativos o afirmaciones (puesto
que estos pertenecen al plano de los hechos, son acciones lingüísticas,
comunicativas) tampoco se puede prescindir sin embargo de la fuerza
ilocucionaria de la afirmación para definir la verdad. Si privamos a las
proposiciones de toda fuerza asertórica tampoco se podría decir de ellas
que sean verdaderas o falsas, puesto que quedarían neutralizadas frente
a los valores de verdad. El mero decir algo no compromete todavía la
verdad mientras no se explicite cómo se lo dice: si como una pregunta
por ejemplo, o si se lo afirma como así existente de hecho. Esa fuerza
ilocucionaria (para usar la terminología de J. Austín) que los enuncia-
dos adquieren al ser afirmados, es el rendimiento propio de la parte
3.-
(11) Cfr. op. cit. en nota 8. Cfr. también; K.-O. Apel, Der Denkweg von
Charles Peirce, Frankfurt, 1975; del mismo: "Ch. S. Peirse and the Post-
Tarskian Problem of an Adaquate Explication of the Meaning of Truth;
Towards a Trascendental-Pragmatic Theory of Truth", en: E. Freeman (edit.),
The Relevance ofCharles Peirce, 1983; "Linguistic Meaning and Intentionality",
por aparecer en: G. Deledealle (edit.), Semiotique et Pragamatique; "Das
Problem der phänomenologischen Evidenz im Lichte einer transzendentalen
Semiotik", en M. Benedikt-R Burger (Editores), Die Krise der Phänomenologie
und die Pragmatik der Wissens chaftsfortschritts, Wien, 1986; "Intentions,
conventions and Reference to Things: Dimentions of Understanding Meaning
in Hermeneutics and Analitic Philosophy of Languaje", en Parret-J.Buveresse
(edit.), Meaning and Understanding, Berlin-N. York, 1981.
plantean en el uso del lenguaje. La pragmática apeliana del lenguaje
muestra más bien que estos, como los otros puntos de vista gnoseológicos
opuestos a ellos (racionalismo, idealismo), pero igualmente tributarios
del mismo paradigma moderno de la filosofía del sujeto, no han podido
encontrar una solución satisfactoria a estas cuestiones por cuanto ellas
no se pueden plantear siquiera y comprender adecuadamente en el marco
de la simple relación sujeto-objeto del solipsismo metódico de la
filosofía de la conciencia. La cuestión de las pretensiones de sentido y
validez de los enunciados del lenguaje, y con esto también de la verdad
proposicional, se plantea en la dimensión de la relación sujeto-cosujeto
del discurso comunicativo, por cuanto la idea misma de validez se define
por la exigencia de reconocimiento, o por la (pretendida) aptitud para
fundar un consenso racional, es decir, en cuanto constitutiva del
ámbito de la intersubjetividad.
Esta interpretación pragmática, o comunicativa del sentido de la
validez racional y de la verdad presupone, a su vez, una concepción del
lenguaje que no puede comprenderse sobre la base de los presupuestos
de la racionalidad instrumental. A fin de fundar la aptitud del lenguaje
para el entendimiento intersubjetivo, para la búsqueda cooperativa de
la verdad, o para la constitución consensual comunicativa del significa-
do y la validez, esta concepción tendrá que polemizar también, por lo
tanto, con otras tendencias recientes que se han manifestado en el campo
del propio giro pragmático de la filosofía del lenguaje. Porque algunas
de estas teorías lingüísticas en boga se manejan con una comprensión
de la pragmática del lenguaje que implica un retroceso, más atrás de
Wittgenstein, a una semántica intencionalista, concebida sobre la base
de los presupuestos de la filosofía de la conciencia, que se creían
definitivamente superados por el giro lingüístico. Este es el caso de Paul
Grice y de su escuela, o de John Searle en su libro: Intentionality. An
Essay in the Philosophy of Mind (1983). En este libro, el giro
pragmático, que tematiza la constitución del sentido y la validez
intersubjetivas a través del uso comunicativo del lenguaje y del
entendimiento con los otros, al que Searle había contribuido decisiva-
mente con su ya clásica obra: Speech Actsát 1969, parece reinterpretarse
ahora en el marco de la anterior filosofía de la conciencia y de sus
intenciones prelingüísticas, que conciben al lenguaje como un instru-
mento de acción del sujeto sobre los otros como objetos, o como
vehículo de transmisión de un sentido ya preconstituído en la esfera de
la subjetividad de la conciencia, independientemente del lenguaje.
En la concepción intersubjetiva, en cambio, (que es la de Apel
y del propio Habermas) "el lenguaje no se entiende como un
instrumento para la transmisión de contenidos subjetivos, sino como el
medio en el cual los involucrados pueden compartir intersubjetivamente
la comprensión de una cosa" (La palabra "medio" (Médium) no se
entiende aquí en sentido instrumental (Mittel), sino en el sentido que
tiene en expresiones como: "el agua es el medio en el que viven los
peces"). "El signo lingüístico no puede comprenderse como una
herramienta, utilizable en forma individual, con la que un hablante da
a entender algo al destinatario. . . El signo es más bien elemento de un
repertorio usado en común que hace posible que los participantes
puedan entender del mismo modo la misma cosa". (13).
El éxito de un acto de habla no se puede comprender como el
hecho de ocasionar o de producir causalmente, en la mente del oyente,
una intención o una idea que reproduce o satisface un propósito
prelingüístico del hablante, de tal manera que la función del lenguaje se
limitara a ser la de un vehículo transmisor, o la de un instrumento de
acción sobre los otros. El rendimiento y la obra fundamental de la
comunicación lingüística se ha de comprender más bien como la
construcción cooperativa del sentido. El telos del lenguaje es el
entendimiento con los otros, que hace posible la constitución de un
nosotros, es decir, el ámbito de la intersubjetividad lingüísticamente
mediada, como un mundo de sentido y validez compartidos. La
comunicación lingüística es el proceso de la mediación por el cual se
constituyen, al mismo tiempo, la subjetividad del sujeto y el sentido del
mundo. "El mundo como comprensivo de todos los hechos posibles se
constituye solamente para una comunidad de interpretación, cuyos
miembros se entienden entre sí sobre lo que es, en el marco de un
mundo-de-la-vida intersubjetivamente compartido". (14).
(15) Cfer. K.-O. Apel, Semiótica Filosófica, Cap. IV. También, del mismo
autor: "Austin und die Sprachphilosophie der Gegenwart", en Herta Nagel-
Docekal, Überlegung und Aufgabe, Festscrift für Eric Heintel, Wien, 1982.
Sobre esta cuestión cfr. nuestro trabajo: J. De Zan, "Pragmática del lenguaje
y racionalidad comunicativa", en Stromata, Buenos Aires, 1990, p. 105-137.
estas posiciones radicarán en el alcance que se le reconoce a este a priori
del lenguaje, su pretensión de universalidad o su historicidad y
dependencia del contexto, su racional idad o su carácter de precomprensión
no racionalizable ligada a la estructura del ser-en-el-mundo, etc. Estas
diferencias tendrán que ser también discutidas, pero pierden relevancia
frente al antiguo paradigma en el cual tales discusiones carecerían de
sentido.
El modelo aristotélico de la función de los signos del lenguaje
presupone, y ha trasmitido a toda la tradición filosófica posterior, ese
completo oscurecimiento del problema mismo de una posible constitu-
ción del significado, mediada por la comunicación lingüística, al que
hemos aludido más arriba.
Lo que ha hecho posible que, desde la filosofía antigua, se haya
podido dejar de lado la problemática de la constitución del sentido y de
la justificación de la posible validez intersubjetiva de los enunciados a
través del discurso argumentativo, ha sido el presupuesto no
problematizado de la identidad de los significados en todos los sujetos,
como algo dado y fijado de manera igual en cada uno por separado,
independientemente del lenguaje y con anterioridad a él.
El sentido originario del "logos", sin embargo, (en contraste con
el "mitos" en cuanto relato monológico que no admite réplica, que debe
ser escuchado con reverencia y en silencio, porque está fundado en una
autoridad), incluía también la idea de la discusión y de la justificación
argumentativa en el marco del "diálogo". Y este sentido dialógico del
"logos" adquirió incluso con Sócrates una relevancia filosófica funda-
mental, como sabemos, en la concepción del método de la ciencia y de
la filosofía. Todavía en Platón se conserva mucho de aquella tradición
socrátrica, por lo menos en el estilo, pero en el fondo y en difinitiva el
significado del diálogo socrático como búsqueda cooperativa de la
verdad, va a ser suplantado ya en Platón por la intuición directa y la
reminiscencia interior de las ideas; y la dinámica interpersonal del
pensamiento dialógico quedará objetivada en el sentido de la dialéctica
de las relaciones lógicas que mantienen las ¡deas en sí, y los enunciados
verdaderos o falsos.
La restricción del sentido del logos que se considera relevante
para el sentido de la verdad a la función representativa de las
proposiciones y la abstracción de su dimensión comunicativa, en el
plano intersubjetivo, que le es constitutiva, olvida que, como se ha
dicho, lo que hace toda "proposición" es proponer, o enunciar algo, a
alguien, o frente a otro (s) sujeto (s). Esta abstracción y este olvido del
otro se consolida definitivamente por medio de la lógica aristotélica, en
cuya escuela se llegaráfinalmentea la demarcación paradigmática de la
orientación objetivante de la enunciación, frente a la dimensión
pragmática, intersubjetiva o comunicativa del lenguaje, que queda
excluida del discurso de la verdad. "Puesto que el logos (enunciación)
tiene una doble relación... una con referencia a los oyentes, a los cuales
se les comunica algo, y la otra a las cosas, sobre las cuales el hablante
quiere trasmitir una convicción, así es como surgen, desde el punto de
vista de la relación con los oyentes la Poética y la Retórica... del punto
de vista en cambio de la relación de las oraciones o enunciados con las
cosas se ocupa preferentemente el filósofo, cuidando de refutar lo que
es falso y de probar lo que es verdadero" (17).
K.-O. Apel traza un puente entre aquella demarcación de la
escuela aristotélica y la semántica lógica en el sentido de Frege, pasando
por la tradición de la lógica escolástica, a través de Leibnitz. "De la
misma manera... establece también Frege una neta separación entre la
problemática del sentido, del significado, (esto es, de la referencia) y
de la verdad de las proposiciones, o de los pensamientos por una parte,
y por otra parte la "fuerza" de las expresiones en las situaciónes de
comunicación, la cual se hace efectiva en el ámbitopsicosociaL De esta
fuerza se puede y se debe abstraer -según Frege- en la semántica" (18).
Una concepción semejante del lenguaje es la que se traduce en el
Tractatus Logico-philosophicus del primer Wittgenstein, y en depen-
dencia de éstos se desarrolla finalmente el análisis del lenguaje de
(19) K.-O. Apel, "Sparachliche Bedeutung, Gültigkeit und Zeit. Versuch einer
Explication des Sinns der Rede und der in Ihr vorausgesetzten Weltbezüge",
citamos del manuscrito inédito, p. 63-67.
(20) E. Tugendhat, Der Wahrheitsbegriff bei Husserl und Heidegger, Berlin.
W. de Gruyter, 1967. Cfr. también del mismo autor: Selbstbewusstsein und
Selbstbestimmung, Frankfurt, 1987.
del sentido con la verdad (entendida como Alétheia), confirmándolo
con su propia autocrítica
"Está claro que la pregunta por la alétheia, por el no ocultamiento
en cuanto tal, no es la pregunta por la verdad. Por eso, no era adecuado
para la 'cosa' e inducía a error, llamar a la alétheia, en el sentido de
Lichtung, verdad" (21).
"Sin duda, Heidegger y sus seguidores han prestado una
contribución imborrable al problema de la constitución del sentido,
pero se han equivocado con respecto al problema de la verdad y de la
validez. Por lo tanto, si queremos una hermenéutica crítica, que
incorpore la pregunta por la validez y la verdad, no podemos seguir
exclusivamente el camino heideggerianoy gadameriano. ..y no separar
la problemática de la constitución y del sentido, de la cuestión de la
justificación (fundamentación) y de la verdad (o validez)" (22).
5.-
(21) M. Heidegger, Zur Sache des Denkens, Tübingen, 1969, pp. 76 ss.
(22) Jesús Conill y Adela Cortina, en El pensamiento alemán contemporáneo.
Hermenéutica y teoría crítica, colectivo. Salamanca, 1985, p. 152-153.
se vincula esencialmente con la de justificación. Y el único tipo de
justificación posible para la validez de enunciados veritativos es la que
proviene de los argumentos capaces de obtener el asentimiento racional
de todos. Es claro que también el procedimiento argumentativo de
justificación puede encubrir el uso de medios estratégicos. Por eso la
condición para toda justificación válida es que ella se realice en el marco
de lo que Habermas llama una "situación ideal de diálogo". Las
condiciones de la situación ideal de diálogo se pueden sintetizar en la
exigencia de simetría de las posiciones de la relación comunicativa y
de apertura de la comunidad de diálogo. La exposición de estas tesis
centrales de la pragmática universal de Habermas requeriría un trabajo
aparte. Pero tenemos que retornar ahora al concepto de verdad.
Cuando uno se ve precisado de afirmar algo como verdadero es
porque se ha planteado alguna duda o problematización. La afirmación
se propone poner fin precisamente a este estado de cuestionamiento.
Pero si se trata precisamente de buscar la resolución de un problema
encontrando la verdad y no de una orden, una imposición, etc., entonces
lo que planteamos es la pretensión de validez objetiva de lo que
afirmamos. Sería sin sentido y contradictorio decir que "p es verdade-
ro", o mas simplemente: decir p, o hablar, y no plantear para "p"
ninguna pretensión de validez (escepticismo). Prentender que "p" tiene
validez quiere decir que tiene que ser reconocido por todos porque se
puede sostener o justificar con buenos argumentos. Decir que "p" es
verdadero y no estar dispuesto a fundamentarlo, o reconocer que no es
posible sostenerlo mediante argumentos (dogmatismo), es tan sin
sentido y autocontradictorio como afirmar algo y decir que no se
pretende ninguna validez para lo afirmado. Al afirmar "p" como
verdadero estoy diciendo al mismo tiempo que para "p" pueden aducirse
buenas razones, las cuales son capaces de justificar su validez, porque
ese es el sentido de la verdad. Bajo este aspecto podría concluirse
entonces que el sentido de la verdad implica el diálogo y se opone al
mismo tiempo tanto al dogmatismo (sostener algo sin dar razones) y a
la violencia (imponer algo por la fuerza), como al escepticismo (hablar
sin plantear pretensiones de validez para lo que se dice).
"Llamamos verdaderos a los enunciados que podemosfundamen-
tar" escribe Habermas, y por lo tanto, cuando uno afirma algo como
verdadero está asumiendo en ese mismo acto el compromiso de dar las
razones. Al ingresar en el diálogo de la verdad nos comprometemos
implícitamente o nos declaramos dispuestos a probar, en caso que
nuestras afirmaciones despierten dudas o cuestionamientos, que existen
fundamentos capaces de justificarlas, y de justificarlas ante todo
interlocutor posible, en cualquier tiempo y lugar, puesto que la verdad
es una pretensión de validez universal. Sería autocontradictorio soste-
ner algo como verdadero y al mismo tiempo plantear una validez
restringida para un nosotros particular, o para un lapso particular de
tiempo. Sostener algo como verdadero significa postular que puede
alcanzarse un acuerdo racional no forzado de todos, y solamente cuando
uno está cierto de ello puede estar justificado para afirmar un enunciado
como verdadero. Porque cuando nosotros sabemos que hay quienes
pueden rechazar con buenos argumentos nuestra afirmación, aunque sea
uno solo el que sostenga esos argumentos, aunque sea un interlocutor
hipotético, entonces tampoco nosotros mismos podemos estar seguros
de la validez de la afirmación y no podemos honestamente realizarla.
Podría pensarse que se están invertiendo las relaciones, que un
enunciado "p" tendría que ser reconocido por todos porque es
verdadero y no que es verdadero porque sea reconocido por todos. En
principio puede admitirse la objeción. Pero el problema es: ¿cómo
podemos saber que algo es verdadero independientemente de su validez
intersubjetiva, mientras no haya sido expuesto al diálogo argumentativo
de todos y haya pasado la prueba de la confrontación con las objeciones
posibles de los otros? Como esta pregunta no tiene ninguna respuesta
posible, por lo tanto la tesis de la objeción aludida resulta epistémicamente
irrelevante.
Finalmente, la teoría de la racionalidad comunicativa se presenta
como una vía media entre el contextualismo historicista relativista y el
trascendentalismo puro de la validez a priorir. Habermas habla de "una
razón históricamente situada" (24).
Por un lado, toda pretensión de verdad se plantea ciertamente
como una pretensión de validez universal, que trasciende el contexto
situacional, (esta pretensión de universalidad pertenece al sentido y al
concepto mismo de la verdad o, -como Habermas dice, "a la gramática
de la expresión 'verdadero' . Pero sin embargo, al mismo tiempo, toda
M
(25) Sobre esto, cfr. nuestro libro reciente: Julio De Zan, Libertad, Poder y
Discurso, Ed. Amagesto, Buenos Aires, 1993.
bajo la forma de relatos monológicos revestidos de un poder que no
dejaba ninguna posibilidad de discusión, comenzaron a ser examinadas
y sometidas al control crítico del discurso en aquellas primeras
comunidades de diálogo que fueron las escuelas filosóficas de la antigua
Grecia. No ha sido casual por cierto que ese acontecimiento fundamen-
tal de la historia del pensamientos humano tuviera lugar en el mismo
contexto epocal en el que se logró también por primera vez la
constitución del espacio público del discurso político, abierto a todos los
ciudadanos, para el examen de las pretensiones de validez de las leyes
y para la búsqueda de consenso acerca de las decisiones colectivas. Esta
otra forma del discurso que es análogo al discurso de la verdad, alcanzó
como sabemos en la democracia ateniense una forma institucional que,
más allá de sus limitaciones y de su efímera duración, ha sido
paradigmática para toda la historia posterior.
El reconocimniento y el respeto del sentido de la verdad y de sus
presupuestos éticos y políticos solamente se comprenden como resulta-
do de un largo proceso evolutivo de aprendizaje histórico de la especie.
Y nunca nadie podrá garantizar que en esto, como en cualquier otro
aspecto, la historia esté exenta de regresiones.
(27) Ortega y Gasset, La Rebelión en Masas, Espasa Calpe, 1937, pp. 88-90,
subrayado de JDZ.
RESUMEN
El manifiesto predominio del punto de vista puramente semántico que
ha caracterizado al paradigma antiguo de la filosofía del lenguaje, por lo menos
desde Aristóteles hasta la Filosofía analítica contemporánea, ha radicado la
cuestión de la verdad en la función enunciativa o representativa de las
proposiciones, produciendo un completo oscurecimiento del problema de la
constitución misma de los significados intersubjetivos y de la tematización de
la verdad o de las pretensiones de validez, que solamente son posibles en la
comunicación y el discurso argumentativo. Aquí se expone la crítica de aquel
paradigma y se reconstruye el sentido de la verdad como una pretensión de
validez que se realiza en el diálogo.