100% encontró este documento útil (1 voto)
101 vistas6 páginas

La Crueldad

El documento analiza la naturaleza de la crueldad y su relación con la curiosidad y la piedad. Sostiene que la crueldad consiste en desgarrar el velo que cubre aquello que no queremos ver, como la sangre. Está asociada a la curiosidad destructiva de descubrir la verdad. Sin embargo, sin algún grado de piedad y cobardía que ponga límites, no puede haber supervivencia de lo creado. La ética de la crueldad propuesta por Sade es refutada por Bataille, quien muestra que

Cargado por

VitovanRip
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como DOCX, PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
100% encontró este documento útil (1 voto)
101 vistas6 páginas

La Crueldad

El documento analiza la naturaleza de la crueldad y su relación con la curiosidad y la piedad. Sostiene que la crueldad consiste en desgarrar el velo que cubre aquello que no queremos ver, como la sangre. Está asociada a la curiosidad destructiva de descubrir la verdad. Sin embargo, sin algún grado de piedad y cobardía que ponga límites, no puede haber supervivencia de lo creado. La ética de la crueldad propuesta por Sade es refutada por Bataille, quien muestra que

Cargado por

VitovanRip
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como DOCX, PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 6

La crueldad

Florencia Abadi

“La crueldad no es otra cosa que la energía del hombre”,


define el marqués de Sade, reconocido experto en la materia;
“el niño rompe su sonajero, muerde la teta de su nodriza y
estrangula a su pájaro mucho antes de entrar en razón”. La
energía que nos habita, la fuerza que pone en movimiento la
vida, está intrínsecamente asociada al goce destructivo. Tal
impulso se orienta a transgredir una prohibición, un límite,
un velo –prohibición que según Sade procede de afuera, de
la sociedad, pero que Bataille ha mostrado ya en su carácter
constitutivo del ser humano–. La crueldad consiste entonces
en desgarrar el velo que cubre desde el origen lo que no
soportamos ver o saber: nacemos con los ojos cerrados.

En un sentido literal y simbólico, se trata de la sangre, que


debe permanecer en el interior, y cuya visión produce el
desvanecimiento de los corazones piadosos. En efecto la
crueldad se vincula etimológicamente con lo cruento (lo
sangriento) y lo crudo: la crueldad es recrearse en la sangre,
divertirse o gozar con la sangre. Cuando el velo-piel se
rompe, esta se derrama y la morbosidad se relame. Así
sucede cuando herimos, pero también cuando hurgamos,
espiamos, exhibimos, chusmeamos, provocamos,
aguijoneamos, desafiamos. Esas son las delicias de la
crueldad, que atraviesan con mayor o menor intensidad a
todo aquel que esté vivo. La sangre es precisamente la cifra
1
de la vida, lo saben los vampiros y también sus presuntos
enemigos cristianos, que la beben en la eucaristía como
alimento vital. Cuanto más íntimo es aquello que se exhibe
al rasgarse el velo, mayor es la crueldad, mayor la
profanación del espacio sagrado que delimita la intimidad.

II

Concebida como desgarramiento de velos, la crueldad revela


su profunda afinidad con la curiosidad. Cualquiera que haya
visto a un niño desarmar un juguete comprende el sesgo
destructivo del acto curioso. La gran cantidad de mitos y
relatos que nos advierten sobre el carácter destructivo de la
curiosidad da cuenta del asunto: si se transgrede el límite, no
hay vuelta atrás. Pandora, Eva, Psique, la mujer de Barba
Azul, Orfeo, todos han conocido las consecuencias de violar
la prohibición: el estado de cosas existente no podrá
conservarse. La curiosidad mueve y transforma, y por lo
tanto pierde y destruye.

La curiosidad supone la persecución de alguna verdad o


conocimiento que es por necesidad una cruda verdad (no hay
verdades piadosas). Esa persecución requiere más coraje que
inteligencia. La fórmula ilustrada sapere aude supo captar
esa relación del saber con el atrevimiento, con el arrojo. No
hay curiosidad sin coraje, ni coraje sin crueldad: el gesto
consiste en soportar la pérdida para saber, investigar,
destapar, desvelar.
III

2
La ética sadiana propone no hacer caso a ningún freno en el
ejercicio de la crueldad, pero tal exigencia entraña una
contradicción evidente: si no consideramos ningún límite, la
transgresión se desvanece. El gusto de Sade por la blasfemia
expresa esta tensión de manera elocuente: para que haya
profanación hace falta sacralidad. El velo y su
desgarramiento (así como la prohibición y la transgresión)
conforman un único mecanismo que define la estructura de
nuestro modo de ser y de actuar en el mundo. En este
sentido, quizás no convenga asumir una definición
materialista ontologizante como la sadiana, que concibe la
crueldad como “energía”, ni tampoco pensarla como una
pasión: más bien se trata de un gesto (de desgarrar el velo),
de un acto. Lo mismo vale para el gesto que se le
contrapone, el piadoso, que sostiene el velo y se priva de las
delicias de la crueldad. La piedad no consiste primeramente
en una com-pasión, en sufrir con otro –en la escultura de
Miguel Ángel que lleva ese nombre se destaca la ausencia
total de sufrimiento en el rostro de María–, sino que cumple
la doble función de decir no a la crueldad (el freno) y de
sostener lo que carece de vitalidad. El acto piadoso en su
aspecto positivo es en extremo sutil: consiste en sostener la
escena cuando el deseo –perteneciente por principio a la
lógica curiosa y erótica de la crueldad y proclive siempre a
caer desfallecido, como Jesús en la escultura– se ha retirado.

Si la crueldad es hermana del coraje, de la verdad y la


franqueza, la piedad tiene como parientes a la cobardía, la
mentira y la hipocresía. Sin un poco de cobarde piedad, no
hay freno para la crueldad intrínseca a la vida humana. La

3
cobardía no es tanto el miedo, como el acto que cede ante el
miedo, y al ceder se priva también de gozarlo, de enfrentarlo,
de vencerlo. La hipocresía, por su parte, tiene la virtud de la
humildad: no provoca, no lucha, sostiene la escena, cede el
protagonismo. La soberbia es entre los griegos la acción de
extralimitarse (la hybris), es decir, de no aceptar el límite, el
carácter limitado de la humanidad frente a los dioses. Tomar
el cielo por asalto, no bajar la cabeza: la curiosidad no juega
otro papel desde el Génesis. La advertencia de los mitos es
clara: la crueldad permite el movimiento vital creador, pero
sin piedad no puede haber supervivencia de lo creado.

IV

La ética de la crueldad insiste con el siguiente argumento: el


freno a la crueldad procede de la debilidad, los fuertes en
cambio son aquellos que carecen de piedad y de (mala)
conciencia; los débiles buscan debilitar a los fuertes, que
deben liberarse del yugo de la conciencia. William
Shakespeare ha colocado parte de este argumento en boca de
Ricardo III, el rey sanguinario de crueldad irrefrenable: “La
conciencia es solo una palabra que usan los cobardes,
inventada para asustar a los fuertes”. Por su parte, el asesino
mercenario contratado por Ricardo lanza esta jocosa
invectiva contra la conciencia: “No quiero tratos con ella; a
cualquiera lo vuelve un cobarde. Uno no puede robar sin que
lo acuse, no puede jurar sin que le tape la boca, no puede
acostarse con la mujer del vecino sin que los pesque. Es un
espíritu ruboroso y vergonzante que se amotina en el pecho
del hombre. Te llena de obstáculos: una vez hizo que

4
devolviera una bolsa de oro que encontré por casualidad.
Deja en la ruina a cualquiera que la conserve; la destierran
de los pueblos y las ciudades por ser cosa peligrosa, y todo el
que pretenda vivir bien, se esfuerza por fiarse de sí mismo y
vivir sin ella”. Fiarse de sí mismo, del propio impulso
inmediato o instinto, y no someterse a la voz consciente,
duplicadora, reflexiva, aquella que engendra la culpa: esa es
la ética soberana de Sade. Bataille tiene el mérito de haberla
expuesto en su verdad y también en su mentira. Las dos
mentiras de Sade pueden resumirse así: la soledad es
indefectible (no habiendo lazo posible entre personas), y
existe la posibilidad de un hombre soberano cuya fuerza no
se detiene ante ningún límite y por tanto ningún otro. Como
ha mostrado Bataille, ni estamos solos ni existe tal ser
soberano: aún reconociendo la relación entre soberanía,
egoísmo y fuerza, lo cierto es que no disponemos de esa
fuerza de la que nos quiere hacer dueños el marqués. La
cobardía es constitutiva del ser humano y contribuye a
hacerle frente al gesto cruel con siempre relativo éxito.
Bataille define al ser humano a partir de las prohibiciones; en
nuestros términos, el velo y la crueldad son dos caras de una
misma moneda.

Shakespeare sugiere que la crueldad de Ricardo está ligada a


un coraje que roza lo maravilloso: “El rey ha hecho más
prodigios que un hombre, osando enfrentarse con todos los
peligros. Su caballo ha caído y sigue el combate a pie,
buscando a Richmond en las fauces de la muerte”, comenta

5
su consejero Catesby. Ese arrojo desmedido no es humano.
“¿Tener compasión? No, eso es de cobardes y mujeres”,
exclama el asesino del cristiano Clarence, a lo que este
responde: “No tener compasión es de bestias, salvajes y
demonios”. Shakespeare supo mostrar que ambas
afirmaciones son ciertas.

También podría gustarte