La Crueldad
La Crueldad
Florencia Abadi
II
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La ética sadiana propone no hacer caso a ningún freno en el
ejercicio de la crueldad, pero tal exigencia entraña una
contradicción evidente: si no consideramos ningún límite, la
transgresión se desvanece. El gusto de Sade por la blasfemia
expresa esta tensión de manera elocuente: para que haya
profanación hace falta sacralidad. El velo y su
desgarramiento (así como la prohibición y la transgresión)
conforman un único mecanismo que define la estructura de
nuestro modo de ser y de actuar en el mundo. En este
sentido, quizás no convenga asumir una definición
materialista ontologizante como la sadiana, que concibe la
crueldad como “energía”, ni tampoco pensarla como una
pasión: más bien se trata de un gesto (de desgarrar el velo),
de un acto. Lo mismo vale para el gesto que se le
contrapone, el piadoso, que sostiene el velo y se priva de las
delicias de la crueldad. La piedad no consiste primeramente
en una com-pasión, en sufrir con otro –en la escultura de
Miguel Ángel que lleva ese nombre se destaca la ausencia
total de sufrimiento en el rostro de María–, sino que cumple
la doble función de decir no a la crueldad (el freno) y de
sostener lo que carece de vitalidad. El acto piadoso en su
aspecto positivo es en extremo sutil: consiste en sostener la
escena cuando el deseo –perteneciente por principio a la
lógica curiosa y erótica de la crueldad y proclive siempre a
caer desfallecido, como Jesús en la escultura– se ha retirado.
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cobardía no es tanto el miedo, como el acto que cede ante el
miedo, y al ceder se priva también de gozarlo, de enfrentarlo,
de vencerlo. La hipocresía, por su parte, tiene la virtud de la
humildad: no provoca, no lucha, sostiene la escena, cede el
protagonismo. La soberbia es entre los griegos la acción de
extralimitarse (la hybris), es decir, de no aceptar el límite, el
carácter limitado de la humanidad frente a los dioses. Tomar
el cielo por asalto, no bajar la cabeza: la curiosidad no juega
otro papel desde el Génesis. La advertencia de los mitos es
clara: la crueldad permite el movimiento vital creador, pero
sin piedad no puede haber supervivencia de lo creado.
IV
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devolviera una bolsa de oro que encontré por casualidad.
Deja en la ruina a cualquiera que la conserve; la destierran
de los pueblos y las ciudades por ser cosa peligrosa, y todo el
que pretenda vivir bien, se esfuerza por fiarse de sí mismo y
vivir sin ella”. Fiarse de sí mismo, del propio impulso
inmediato o instinto, y no someterse a la voz consciente,
duplicadora, reflexiva, aquella que engendra la culpa: esa es
la ética soberana de Sade. Bataille tiene el mérito de haberla
expuesto en su verdad y también en su mentira. Las dos
mentiras de Sade pueden resumirse así: la soledad es
indefectible (no habiendo lazo posible entre personas), y
existe la posibilidad de un hombre soberano cuya fuerza no
se detiene ante ningún límite y por tanto ningún otro. Como
ha mostrado Bataille, ni estamos solos ni existe tal ser
soberano: aún reconociendo la relación entre soberanía,
egoísmo y fuerza, lo cierto es que no disponemos de esa
fuerza de la que nos quiere hacer dueños el marqués. La
cobardía es constitutiva del ser humano y contribuye a
hacerle frente al gesto cruel con siempre relativo éxito.
Bataille define al ser humano a partir de las prohibiciones; en
nuestros términos, el velo y la crueldad son dos caras de una
misma moneda.
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su consejero Catesby. Ese arrojo desmedido no es humano.
“¿Tener compasión? No, eso es de cobardes y mujeres”,
exclama el asesino del cristiano Clarence, a lo que este
responde: “No tener compasión es de bestias, salvajes y
demonios”. Shakespeare supo mostrar que ambas
afirmaciones son ciertas.