En Nombre Del Rey
En Nombre Del Rey
En Nombre Del Rey
González Rivas, presidente; la magistrada doña Encarnación Roca Trías; los magistrados don
Andrés Ollero Tassara, don Santiago Martínez-Vares García, don Juan Antonio Xiol Ríos, don
Pedro José González-Trevijano Sánchez, don Antonio Narváez Rodríguez, don Ricardo Enríquez
Sancho, don Cándido Conde-Pumpido Tourón; y la magistrada doña María Luisa Balaguer
Callejón, ha pronunciado
la siguiente
SENTENCIA
I. Antecedentes
1. Con fecha 30 de junio de 2015 tuvo entrada en el registro general de este tribunal el
recurso de inconstitucionalidad interpuesto por más de cincuenta diputados de los Grupos
Parlamentarios Socialista; Catalán de Convergencia i de Unió; IU, ICV-EUiA, CHA: La
Izquierda Plural; Unión Progreso y Democracia; Vasco (EAJ-PNV) y Mixto contra varios
apartados del artículo único de la Ley Orgánica 1/2015, de 30 de marzo (en adelante: LO 1/2015),
2
por la que se modifica la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal (en
adelante: CP).
El recurso se dirige contra los siguientes apartados del artículo único de la LO 1/2015:
Apartado veinticuatro, que da nueva redacción al art. 33.2 a) CP; apartado veinticinco,
que modifica el art. 35; apartado veintiséis, que modifica el art. 36; apartado treinta y cinco, que
introduce el art. 76.1 e); apartado treinta y ocho, que introduce el art. 78 bis; apartado cincuenta
y uno, que modifica el art. 92; apartado setenta y ocho, que modifica el art. 140; apartado
doscientos treinta y cuatro, que modifica el art. 485.1; apartado doscientos cincuenta y cinco, que
modifica el art. 605.1; apartado doscientos cincuenta y seis, que modifica el art. 607.1.1º y 2º; y
apartado doscientos cincuenta y siete, que modifica el art. 607 bis 2.1º.
El recurso bajo el epígrafe “hechos” reproduce en su literalidad los arts. 36.1, 78 bis y 92
CP, y alude, sin reproducir su contenido, a los arts. 33.2 a), 35 y 76.1 e) CP como preceptos en
los que también se regula la nueva pena, y a los arts. 140, 485.1, 605.1, 607.1.1º y 2º y 607 bis
2.1º CP, como preceptos en los que se prevé su imposición a los delitos en ellos tipificados;
reproduce asimismo el contenido literal del apartado II y del último párrafo del apartado V del
Preámbulo de la LO 1/2015 que tratan de la justificación y régimen jurídico de la nueva pena.
El recurso pasa seguidamente a exponer los motivos por los que los diputados que lo
suscriben han considerado oportuno plantear ante este tribunal la inconstitucionalidad de la ley,
que, sucintamente expresados, vienen a ser los siguientes:
Los recurrentes argumentan que tanto este tribunal como el TEDH han reconocido
expresamente que un riguroso encarcelamiento de por vida sin expectativas de libertad es
inhumano y atentatorio de la dignidad del penado que lo sufre. Los recurrentes sostienen que la
cadena perpetua es denigrante porque priva al reo de forma absoluta y de por vida de su autonomía
personal, le ocasiona padecimientos psíquicos de gran intensidad y produce tal deterioro de su
personalidad que equivale a una pena de naturaleza corporal. Afirman que el carácter revisable
de la pena no la convierte en una pena humana, porque se mantiene la posibilidad de que sea
perpetua y porque los criterios de revisión para su salida en libertad condicional establecidos en
la ley no dependen de la autonomía del reo ni le permiten responsabilizarse de la duración de su
encierro, aludiendo al régimen jurídico de la suspensión condicional de la pena y de su eventual
revocación recogido en el art. 92.1 y 3 CP: destacan, entre otras cosas, que la revocación de la
suspensión no requiere en todo caso la reincidencia del condenado, sino que basta que se haya
producido un cambio de las circunstancias que fundaron el pronóstico que permitió su libertad
condicional, circunstancias que pueden ser absolutamente ajenas al comportamiento del sujeto.
Consideran que no se cumple el parámetro fijado en la doctrina del TEDH de que el condenado
tenga el derecho a saber desde el comienzo de la ejecución de la pena lo que debe hacer para que
su liberación sea considerada y cuáles son las condiciones aplicables. También censuran que el
tribunal no disponga de un instrumento racional y certero para evaluar la reinserción social del
penado, que los plazos de seguridad establecidos como periodo mínimo de cumplimiento previo
al acceso a la libertad condicional son excesivos comparados con los previstos en la mayoría de
los países de nuestro entorno, y que no se contempla una regulación específica de los programas
de rehabilitación que se van a aplicar a estos penados, condiciones que a su juicio impiden que
se pueda generar una expectativa razonable de libertad.
El recurso desarrolla tres líneas argumentales que convergen en la idea de que la pena de
prisión permanente revisable constituye una restricción injustificadamente desproporcionada de
la libertad personal; se pueden sintetizar, debidamente ordenadas, como sigue:
(i) Desde un punto de vista general, la pena no tiene utilidad ni atiende a una genuina
necesidad social. Sostienen los recurrentes que en nuestro país, en el momento de la promulgación
de la ley impugnada, las estadísticas oficiales revelaban que los delitos graves a los que se aplica
presentaban una tasa que se situaba por debajo incluso de la correspondiente a los países que
tenían ya incorporada a sus ordenamientos penales la pena de prisión perpetua en alguna de sus
modalidades. Los recurrentes discrepan de la ponderación de los beneficios sociales verificada
por el legislador, que a su juicio no compensan su desmesurada severidad.
(ii) Desde el punto de vista de su concreto régimen jurídico, nos encontramos con que el
tribunal sentenciador no puede adecuar la magnitud de la pena a las circunstancias del hecho y
del culpable porque la pena de prisión permanente revisable se establece como pena de
imposición obligatoria y sin alternativa en los arts. 140.1 y 2, 485.1, 605.1 y 2 y 607 bis 1 CP, lo
que según los recurrentes, no puede satisfacer el canon de proporcionalidad estricta que la
doctrina constitucional viene aplicando al examen de la adecuación entre la pena prevista en la
ley y el hecho punible al que se aplica (STC 136/1999).
c) Vulneración del mandato de determinación de la pena recogido en el art. 25.1 CE, que
garantiza el derecho a la legalidad penal.
Los recurrentes citan doctrina constitucional (entre otras, STC 160/2012) que declara que
el art. 25.2 CE contiene un mandato dirigido por el constituyente al legislador para orientar en tal
sentido la política penal y penitenciaria, que del mismo no se derivan derechos subjetivos, y que
como finalidad de la pena ha de convivir con otros fines igualmente legítimos cuya satisfacción
puede exigir un cierto grado de sacrificio que resultará acorde con la Constitución en la medida
en que (i) sea razonable en atención a la preservación de esos otros cometidos de la pena o, más
en general, de otros intereses de rango constitucional, y (ii) no implique la completa desatención
del fin resocializador.
6
Los recurrentes consideran que la pena de prisión permanente revisable no cumple estas
exigencias por la desproporcionada duración de los períodos mínimos de cumplimiento
establecidos en la ley para el acceso al tercer grado de clasificación penitenciaria y a la libertad
condicional, porque restringen enormemente las posibilidades de hacer uso de formas de
cumplimiento y de beneficios penitenciarios orientados al fin de la resocialización; afirman que
la normativa española no se acomoda a las recomendaciones emanadas de órganos de Naciones
Unidas o del Consejo de Europa sobre tratamiento adecuado a los derechos de los internos que
sirven penas de prisión de larga duración o perpetuas, ni a la normativa y praxis más comunes en
los países que aplican distintas modalidades de prisión perpetua o de duración indeterminada;
censuran de forma más intensa la exigencia de periodos de cumplimiento superior a 25 años en
varios de los supuestos contemplados en el art. 78 bis CP; aducen que a estos plazos se suma el
plazo de cinco a diez años de suspensión condicional que como forma de cumplimiento de la
pena redunda en la cuasiperpetuidad del sometimiento del reo al ius puniendi del Estado.
3. El abogado del Estado, por escrito registrado en este tribunal el 24 de julio de 2015,
manifestó que se personaba en nombre del Gobierno y solicitó prórroga por el máximo legal del
plazo concedido para formular alegaciones, habida cuenta del número de asuntos que penden ante
la Abogacía. Por providencia de 1 de septiembre de 2015, el Pleno acordó dar por personado al
abogado del Estado, en la representación que legalmente ostenta, y prorrogarle en ocho días el
plazo concedido por providencia de 21 de julio de 2015.
7
4. Por escrito registrado en este tribunal el 26 de agosto de 2015 el presidente del Senado
interesó que se tuviera por personada a dicha Cámara en este procedimiento y por ofrecida su
colaboración a los efectos del art. 88.1 LOTC.
El abogado del Estado procede seguidamente a examinar cada uno de los motivos de
inconstitucionalidad planteados en el recurso, de los que solicita su íntegra desestimación
alegando, en síntesis, lo siguiente:
de permisos de salida y del régimen de semilibertad, lo que elimina su carácter inhumano. Los
periodos de seguridad que dilatan el acceso al tercer grado de clasificación penitenciaria y a la
libertad condicional son legítimos en la medida en que tratan de asegurar el principio de
proporcionalidad, la retribución del delito y la protección de la sociedad ante supuestos muy
graves de vulneración del derecho a la vida. Rebate, asimismo, que los fallos en los juicios
pronóstico de reinsertabilidad de los penados sean relevantes en el enjuiciamiento de la ley
impugnada porque dicho riesgo existiría con cualquier otra pena, y porque lo decisivo es que el
tratamiento penitenciario y el trabajo con los internos permita precisamente ir probando esa
reinsertabilidad.
Su previsión como pena de imposición obligatoria es igualmente una opción legítima del
legislador que se justifica por la gravedad de los delitos para los que se ha establecido. Reprocha
al recurso no precisar en qué concretos delitos se produce la desproporción denunciada,
incumpliendo así la carga de justificar la inconstitucionalidad de la norma. El modelo de prisión
permanente revisable admite una gradación de la pena, si bien no al inicio sino durante su
cumplimiento, por lo que se adecua a la realidad del penado. La sentencia puede hacer constar
las circunstancias atenuantes de la responsabilidad penal que concurren, circunstancias que serán
tenidas en cuenta en la ejecución de la pena para el tratamiento penitenciario del condenado y
asimismo a la hora de decidir sobre su libertad condicional.
El abogado del Estado destaca que el recurso no hace mención del art. 70.4 CP,
introducido en la misma ley, que dispone que “la pena inferior en grado a la de prisión permanente
es la pena de prisión de veinte a treinta años”, lo que permite la individualización de la pena
conforme al art. 66.1 CP, e incluso una eventual rebaja de más de un grado en función de la
concurrencia de eximentes incompletas y varias atenuantes.
10
c) Respecto del motivo que aduce que la norma recurrida vulnera el derecho a la legalidad
penal reconocido en el art. 25.1 CE por falta de determinación de la pena, el abogado del Estado
lo combate con el argumento de que, por el contrario, se trata de una pena suficientemente
determinada porque tiene previsto un límite mínimo de duración variable según la gravedad del
delito a partir del cual es posible la libertad condicional y que la pena puede extinguirse. El art.
92.1 c) CP establece con gran amplitud los criterios de acceso a la libertad condicional, los cuales
son previsibles y abarcan muchas circunstancias que pueden beneficiar al reo, especialmente las
que atienden a su conducta en prisión, y sus circunstancias personales y familiares con apoyo en
informes técnicos rigurosos. Por otra parte, la denegación de la libertad condicional es revisable
cada dos años, imponiéndose al tribunal una actuación de oficio. La pena, por lo tanto, tiene un
límite mínimo y un límite máximo, lo que pasa es que este es variable.
Cita doctrina de este Tribunal relativa al art. 25.2 CE, cuya vulneración no representa por
sí sola fundamento para un recurso de amparo, pues dicho precepto no contiene un derecho
fundamental, sino un mandato dirigido al legislador para orientar la política penal y penitenciaria,
mandato del que no se derivan derechos subjetivos, precisando, además, que el citado precepto
constitucional tampoco establece que la reeducación y la reinserción social sean la única finalidad
legítima de la pena privativa de libertad.
el art. 78.2 a) CP. La prolongación de los plazos para acceder a la libertad condicional también
está justificada por la concurrencia de otras penas.
Tras advertir del alcance limitado que en opinión de los diputados recurrentes tendría en
orden a fundamentar el juicio de constitucionalidad de la LO 1/2015 la doctrina precedente de
este tribunal sobre las condiciones de legitimidad constitucional de la pena de cadena perpetua
de posible aplicación en otros países al sujeto reclamado en procedimientos de extradición pasiva,
así como de los criterios fijados por el TEDH en los varios pronunciamientos en los que ha
examinado la compatibilidad de determinadas regulaciones y praxis judiciales y administrativas
de determinados Estados con el art. 3 CEDH, el recurso de inconstitucionalidad desarrolla varios
argumentos sintetizados en los antecedentes de esta resolución, donde se sostiene que la pena de
prisión permanente revisable incurre en las siguientes tachas:
d) Vulnera el mandato de resocialización del art. 25.2 CE por establecer periodos mínimos
de cumplimiento de una duración de 25 años y más, que resultan más amplios que los que se
suelen aplicar en el derecho comparado y que no se acomodan a los estándares de Naciones
Unidas y del Comité para la prevención de la tortura del Consejo de Europa, y por la propia
indeterminación de los criterios de revisión de la pena, incapaces de proporcionar al reo una
expectativa razonable de libertad.
2. Preceptos impugnados
El presente recurso de inconstitucionalidad impugna el art. 33.2 CP, que incorpora la pena
de prisión permanente revisable al catálogo de penas graves y el art. 35 CP, que la incorpora al
catálogo de penas privativas de libertad, así como el resto de los preceptos en los que se recoge
su régimen jurídico, cuyo contenido literal reproducimos a continuación.
“Cuando el sujeto haya sido condenado por dos o más delitos y, al menos, uno
de ellos esté castigado por la ley con pena de prisión permanente revisable, se estará a lo
dispuesto en los artículos 92 y 78 bis”.
14
“1. Cuando el sujeto haya sido condenado por dos o más delitos y, al menos, uno
de ellos esté castigado por la ley con pena de prisión permanente revisable, la progresión
a tercer grado requerirá del cumplimiento:
El art. 92 CP dice:
En el caso de que el penado lo hubiera sido por varios delitos, el examen de los
requisitos a que se refiere la letra c) se realizará valorando en su conjunto todos los delitos
cometidos.
necesario que el penado muestre signos inequívocos de haber abandonado los fines y los
medios de la actividad terrorista y haya colaborado activamente con las autoridades, bien
para impedir la producción de otros delitos por parte de la organización o grupo terrorista,
bien para atenuar los efectos de su delito, bien para la identificación, captura y
procesamiento de responsables de delitos terroristas, para obtener pruebas o para impedir
la actuación o el desarrollo de las organizaciones o asociaciones a las que haya pertenecido
o con las que haya colaborado, lo que podrá acreditarse mediante una declaración expresa
de repudio de sus actividades delictivas y de abandono de la violencia y una petición
expresa de perdón a las víctimas de su delito, así como por los informes técnicos que
acrediten que el preso está realmente desvinculado de la organización terrorista y del
entorno y actividades de asociaciones y colectivos ilegales que la rodean y su colaboración
con las autoridades.
podrá fijar un plazo de hasta un año dentro del cual, tras haber sido rechazada una petición,
no se dará curso a sus nuevas solicitudes”.
“1. El asesinato será castigado con pena de prisión permanente revisable cuando
concurra alguna de las siguientes circunstancias:
1.ª Que la víctima sea menor de dieciséis años de edad, o se trate de una persona
especialmente vulnerable por razón de su edad, enfermedad o discapacidad.
2.ª Que el hecho fuera subsiguiente a un delito contra la libertad sexual que el
autor hubiera cometido sobre la víctima.
2. Al reo de asesinato que hubiera sido condenado por la muerte de más de dos
personas se le impondrá una pena de prisión permanente revisable. En este caso, será de
aplicación lo dispuesto en la letra b) del apartado 1 del artículo 78 bis y en la letra b) del
apartado 2 del mismo artículo”.
Permisos de salida: 8 años como regla general, 12 años en casos de terrorismo y crimen
organizado.
Tercer grado de clasificación penitenciaria: 15 años como regla general; 20 años en caso
de terrorismo y crimen organizado.
Libertad condicional: 25 años como regla general.
Cuando el sujeto haya sido condenado por dos o más delitos, el art. 78 bis CP establece
las siguientes reglas especiales:
“1. Cuando el sujeto haya sido condenado por dos o más delitos y, al menos, uno
de ellos esté castigado por la ley con pena de prisión permanente revisable, la progresión
a tercer grado requerirá del cumplimiento:
19
El abogado del Estado pide, con carácter preliminar, la inadmisión del presente recurso
de inconstitucionalidad por falta de motivación al no especificar respecto de todos y cada uno de
los preceptos que son objeto de impugnación, cuáles son los fundamentos de su supuesta
inconstitucionalidad.
(ii) El recurso sitúa el centro de gravedad del desarrollo argumental de los alegatos de
inhumanidad, desproporción y vulneración del mandato resocializador en el factor de
incertidumbre que, a juicio de los diputados recurrentes, genera el sistema de revisión de la pena,
lo que hace comprensible que buena parte del recurso se consagre al análisis y reprobación del
contenido de los arts. 78 bis y 92 CP.
En atención a lo expuesto, no hay razones para que este tribunal se abstenga del ejercicio
de su función de control, pues el recurso identifica las disposiciones legales objeto de
impugnación y los preceptos constitucionales que entiende infringidos (art. 33.1 LOTC),
condensando su impugnación en unos razonamientos susceptibles de poner en marcha una vía
procedimental dirigida a la depuración del ordenamiento jurídico en la que “no rige de manera
completa el principio dispositivo” y en la que este tribunal “resta en libertad para rechazar la
acción en aquello en que se encuentre insuficientemente fundada o para examinar el fondo del
asunto si encuentra razones para ello” (STC 24/2004, de 24 de febrero, FJ 1, que cita la STC
11/1981, de 8 de abril, FJ 3).
abarcando toda la vida que le queda al penado, y (ii) por la especial intensidad de los sufrimientos
psíquicos y morales que su cumplimiento es susceptible de infligir en el penado, derivados de su
duración temporal -una prisión que se prolonga más allá de quince años produce efectos adversos
en la psique el interno- y la inseguridad jurídica del procedimiento de revisión, incapaz de ofrecer
una esperanza efectiva de alcanzar la libertad.
El abogado del Estado rebate este planteamiento alegando, en síntesis, que la pena de
prisión permanente revisable en la configuración que recibe en la legislación española no puede
ser calificada de inhumana porque satisface los parámetros de revisabilidad establecidos por el
TEDH y por este tribunal, y porque durante su ejecución se aplicarán al penado las normas
penitenciarias españolas basadas en el principio de individualización científica, lo que le dará la
oportunidad de disfrutar de permisos de salida, beneficios penitenciarios, y del tercer grado de
clasificación, antes de alcanzar la libertad condicional; los periodos de seguridad que restringen
temporalmente el acceso a algunas de estas previsiones están suficientemente justificados por
razones de proporcionalidad de la pena, retribución y protección de la sociedad frente a
delincuentes peligrosos; añade que el tratamiento penitenciario permite calibrar adecuadamente
la reinsertabilidad del interno.
de la Audiencia Nacional que autorizaron su extradición a su país de origen, en el que podía ser
condenado a pena de prisión perpetua (ergastolo), nos pronunciáramos en estos términos:
Esta doctrina se consolida y amplía en la STEDH de 9 de julio de 2013 (Gran Sala), asunto
Vinter y otros contra Reino Unido, donde se afirma que “los Estados tienen la obligación, de
conformidad con el Convenio, de tomar medidas para proteger a sus ciudadanos ante los delitos
violentos (…) el Convenio no prohíbe a los Estados que impongan a un condenado por un delito
grave una pena de prisión de duración indeterminada y lo mantengan en prisión mientras sea
necesario para la protección de la sociedad (véanse, mutatis mutandis, T. c. el Reino Unido, § 97,
y V. c. el Reino Unido, § 98, ambas citadas anteriormente). Asimismo, evitar que un delincuente
vuelva a reincidir es una de las ‘finalidades esenciales’ de una pena de prisión (véanse
Mastromatteo c. Italia [GS], nº 37703/97, § 72, TEDH 2002 VIII; Maiorano y Otros c. Italia, nº
28634/06, § 108, de 15 de diciembre de 2009; y, mutatis mutandis, Choreftakis y Choreftaki c.
Grecia, nº 46846/08, § 45, de 17 de enero de 2012). Estas cuestiones son especialmente relevantes
en casos de personas condenadas por asesinato u otros delitos graves contra las personas. El mero
hecho de que estos reclusos hayan cumplido ya un periodo largo de pena de prisión no debilita la
obligación positiva del Estado de proteger a la sociedad; los Estados deben cumplir con esta
obligación manteniendo en prisión a estos reclusos mientras continúen representando un peligro
para la sociedad (véase, por ejemplo, Maiorano y Otros, citada anteriormente)” (§ 108).
persona condenada a cadena perpetua tiene el derecho a conocer, desde el primer momento en el
que la pena se impone, lo que tiene que hacer y bajo qué condiciones para poder obtener la
libertad, incluyéndose el momento en el que la revisión de su condena tendrá lugar o puede
esperarse que se produzca. En consecuencia, cuando el derecho nacional no prevea ningún
mecanismo de revisión de una pena a cadena perpetua, la incompatibilidad de este tipo de pena
con el artículo 3 se produciría en el mismo momento en el que se impone la pena a cadena
perpetua y no con posterioridad en algún momento del transcurso de la condena.” (§ 122).
Adaptada esta doctrina a nuestra realidad jurídica, el test de humanidad exige comprobar
los siguientes puntos: (i) la pena debe ser objetivamente revisable, esto es, no debe abarcar en su
configuración normativa ni en su imposición judicial toda la vida del reo; (ii) debe ofrecer al
interno una expectativa o esperanza realista, no meramente teórica, de alcanzar algún día la
libertad; (iii) el procedimiento para recuperar la libertad debe ser predeterminado, claro y
cognoscible desde el mismo momento de su imposición; (iv) la decisión liberatoria debe tener en
cuenta la evolución individual experimentada por el reo durante la ejecución de la condena, y (v)
el reo debe recibir, de manera voluntaria, no forzada, el tratamiento adecuado a sus circunstancias
y necesidades para favorecer dicha evolución.
Los cuatro primeros apartados son encuadrables en lo que la doctrina del TEDH denomina
“reductibilidad de iure”, pues se refieren a la configuración jurídica de la pena y, en particular,
de los presupuestos y del procedimiento para alcanzar la libertad; el quinto, en el de la
“reductibilidad de facto”, pues se refiere a una actividad prestacional u obligación positiva del
Estado, concebida como obligación de medios, no de resultado, de proporcionar al interno un
tratamiento adecuado a sus necesidades y circunstancias que posibilite su evolución personal y
haga factible su esperanza de liberación (STEDH Murray, §§ 103, 104 y 112).
27
Los diputados recurrentes afirman que la pena de prisión permanente revisable presenta
un grado de aflictividad constitucionalmente inadmisible por dos motivos: (i) porque el tiempo
desmesurado de privación de libertad redundará en un deterioro psíquico y cognitivo del reo
probablemente irreversible, y (ii) porque el procedimiento de revisión generará una enorme
incertidumbre en el penado sobre sus posibilidades de alcanzar algún día la libertad.
La respuesta que han ofrecido los países de nuestro entorno jurídico y político a esta crítica
no ha sido la abolición de la pena de prisión de larga duración, que se sigue considerando
necesaria en ausencia de medidas alternativas de similar eficacia disuasoria, sino el desarrollo de
estrategias dirigidas a humanizar su cumplimiento.
Ello exige integrar en el juicio la normativa penitenciaria, que en nuestro país conforman
la LOGP y el RD 190/1996, de 9 de febrero, por el que se aprueba el Reglamento Penitenciario,
que modaliza el cumplimiento de la pena de prisión en el marco de un sistema denominado de
individualización científica, que cabe afirmar satisface los estándares europeos fijados en la
Recomendación (2003) 23, de 9 de octubre de 2003, del Comité de Ministros del Consejo de
Europa a los Estados miembros sobre tratamiento a los penados que cumplen penas de prisión
perpetuas o de larga duración. Los apartados 21 a 24 de esta recomendación prevén como medios
de compensación de los efectos nocivos de la prisión prolongada, el fomento de la participación
de la población reclusa en las actividades y decisiones que conforman la vida del centro
penitenciario, la conservación de sus vínculos con familia y allegados, evitando su alejamiento
geográfico y facilitando su contacto por medio de comunicaciones postales, telefónicas, y visitas,
el mantenimiento de su contacto con el mundo exterior mediante el acceso a prensa, radio,
televisión y medios de comunicación social, el disfrute de permisos y salidas al exterior y el
acceso a la asistencia que precisen por sus circunstancias específicas. Estos medios se disponen
en el contexto de un sistema de ejecución progresivo basado en la individualización y
planificación de la ejecución en función de las necesidades del interno para incrementar o mejorar
sus posibilidades de reestablecerse en el seno de la sociedad y llevar una vida respetuosa de la
ley tras su puesta en libertad, definido en los apartados 3 a 11. Estos criterios se confirman en las
Reglas Penitenciarias Europeas, plasmadas en la Recomendación (2006) 2, de 11 de enero de
2006 del Comité de Ministros del Consejo de Europa.
30
arbitrariedad de una determinada ley o precepto legal se halla obligado a razonarla con detalle y
ofrecer una demostración que en principio sea convincente (SSTC 239/1992, de 17 de diciembre,
y 73/2000, de 14 de marzo)” (STC 120/2000, de 10 de mayo, FJ 3).
Recordábamos entonces que “[c]omo afirmábamos en la STC 11/1981, ‘en un plano hay
que situar las decisiones políticas y el enjuiciamiento político que tales decisiones merezcan, y
en otro plano distinto la calificación de inconstitucionalidad, que tiene que hacerse con arreglo a
criterios estrictamente jurídicos. La Constitución es un marco de coincidencias suficientemente
amplio como para que dentro de él quepan opciones políticas de muy diferente signo. La labor
de interpretación de la Constitución no consiste necesariamente en cerrar el paso a las opciones
o variantes imponiendo autoritariamente una de ellas’ (fundamento jurídico 7º). Lejos, pues, de
proceder a la evaluación de su conveniencia, de sus efectos, de su calidad o perfectibilidad, o de
su relación con otras alternativas posibles, hemos de reparar únicamente, cuando así se nos
demande, en su encuadramiento constitucional. De ahí que una hipotética solución desestimatoria
ante una norma penal cuestionada no afirme nada más ni nada menos que su sujeción a la
Constitución, sin implicar, por lo tanto, en absoluto, ningún otro tipo de valoración positiva en
torno a la misma”.
34
La afirmación verificada en su momento por este tribunal de que “no cabe deducir del
artículo 25.1 de la Constitución Española un derecho fundamental a la proporcionalidad abstracta
de la pena con la gravedad del delito” (STC 65/1986, de 22 de mayo, FJ 3), no impidió el
desarrollo ulterior de una doctrina que, mayormente en procedimientos de control de
constitucionalidad de las leyes, ha ido conformando unos parámetros de protección de la dignidad
humana frente al exceso punitivo arbitrario partiendo del presupuesto de que “el problema de la
proporcionalidad entre pena y delito es competencia del legislador en el ámbito de su política
penal, lo que no excluye la posibilidad de que en una norma penal exista una desproporción de
tal entidad que vulnere el principio del Estado de Derecho, el valor de la justicia y la dignidad de
la persona humana” [STC 160/1987, de 27 de octubre, FJ 6 b)]. Este presupuesto no es sino la
expresión de la sujeción de todos los poderes públicos a la Constitución (art. 9.1 CE).
jurídico 6º b); 111/1993, fundamento jurídico 9º; 50/1995, fundamento jurídico 7º]”, por lo que
“[s]ólo el enjuiciamiento de la no concurrencia de ese desequilibrio patente y excesivo o
irrazonable entre la sanción y la finalidad de la norma compete en este punto a este Tribunal en
su labor de supervisar que la misma no desborda el marco constitucional. Para su realización
también aquí habrá de partir de las pautas axiológicas constitucionalmente indiscutibles y de su
concreción en la propia actividad legislativa” (STC 55/1996, FJ 9].
(iii) En la tercera fase, se debe comprobar “el cumplimiento por parte de la norma penal
del principio de proporcionalidad, en virtud del cual la medida que ésta incorpora debe ser
adecuada, necesaria y proporcionada en sentido estricto”.
El principio de necesidad supone que «[s]egún hemos afirmado reiteradamente, desde “la
perspectiva constitucional sólo cabrá calificar la norma penal o la sanción penal como
innecesarias cuando, 'a la luz del razonamiento lógico, de datos empíricos no controvertidos y del
conjunto de sanciones que el mismo legislador ha estimado necesarias para alcanzar fines de
protección análogos, resulta evidente la manifiesta suficiencia de un medio alternativo menos
restrictivo de derechos para la consecución igualmente eficaz de las finalidades deseadas por el
legislador' (STC 55/1996, fundamento jurídico 8)” (STC 136/1999, de 20 de julio, FJ 23). De ahí
que con carácter general no baste para justificar la inconstitucionalidad de la norma penal en
virtud del principio de necesidad con proponer diversas medidas alternativas a la que se deriva
de la disposición impugnada. En efecto, “el juicio de necesidad que compete a este Tribunal es
mucho más complejo y matizado. Como hemos dicho en otras ocasiones, el control del Tribunal
Constitucional sobre 'la existencia o no de medidas alternativas menos gravosas pero de la misma
eficacia ... tiene un alcance y una intensidad muy limitadas, so pena de arrogarse un papel de
legislador imaginario que no le corresponde y de verse abocado a realizar las correspondientes
consideraciones políticas, económicas y de oportunidad que le son institucionalmente ajenas y
para las que no está constitucionalmente concebido'; por ello, esta tacha de desproporción
solamente será aplicable cuando 'las medidas alternativas [sean] palmariamente de menor
intensidad coactiva y de una funcionalidad manifiestamente similar a la que se critique por
desproporcionada' (STC 161/1997, fundamento jurídico 11)” (STC 136/1999, de 20 de julio, FJ
28)» (FJ 14).
en tal caso producirá la norma un “patente derroche inútil de coacción” (STC 136/1999, de 20 de
julio, FJ 23, entre otras) y resultará la declaración de su inconstitucionalidad por nuestra parte
respetuosa con el margen de libre configuración política que corresponde al legislador
democrático” (FJ 16).
a) Fines de la pena de prisión permanente revisable: Ya hemos hecho referencia más arriba
a la declaración de principios efectuada en el Preámbulo de la LO 1/2015, que apela a la necesidad
de proporcionar una respuesta extraordinaria a delitos extraordinarios, con el elemento
compensatorio de la posible revisión de la pena en principio indeterminada: esta declaración
trasluce una voluntad inequívoca de intensificar la reacción penal frente a unos delitos que tenían
asignada hasta entonces una pena de prisión de duración no superior a los 25 años, que el
legislador de 2015 consideró insuficientemente disuasoria desde una determinada percepción del
clima social.
El debate constitucional no giraría, por ello, en torno a la legitimidad de los fines, sino a
la adecuación de los medios dispuestos en la norma para su realización.
que el periodo de seguridad más corto es el de 12 años previsto en Dinamarca y Finlandia, que
se exigen 15 años en Austria, Bélgica, Alemania y Suiza, y que el más extenso es el de 40 años,
previsto en Turquía para determinados delitos. En el caso del Reino Unido, es el tribunal
sentenciador el que fija un periodo de cumplimiento mínimo, que no está predeterminado de
forma absoluta en la ley; en otros países, como Bulgaria, Lituania, Malta, Holanda, y, para ciertos
crímenes, Hungría, Eslovaquia y Turquía, no hay un sistema de libertad condicional para los
condenados a cadena perpetua. Por su parte, los países que no tienen prevista pena de prisión
perpetua, como Andorra, Bosnia Herzegovina, Croacia, Montenegro, Portugal, San Marino,
Serbia y Eslovenia, prevén penas de duración temporal para los delitos más graves que oscilan
entre los 20 y 40 años.
El art. 110.3 del Estatuto de la Corte Penal Internacional establece un plazo mínimo de 25
años para la reducción de la pena de cadena perpetua prevista en su art. 77.1 b).
En la STEDH, asunto Vinter, § 120, se hacen estas consideraciones: “el Tribunal también
destacaría los documentos de derecho comparado y derecho internacional presentados ante él que
apoyan con claridad la existencia de un mecanismo de revisión que tenga lugar no más tarde del
transcurso de los veinte y cinco años desde la imposición de la pena a cadena perpetua, con la
previsión de revisiones periódicas con posterioridad a esa fecha”.
que responden a la legítima finalidad de proteger, mediante una reacción penal adaptada a la
medida de la culpabilidad y suficientemente disuasoria, los bienes jurídicos protegidos por la
norma y lesionados por la actividad criminal del penado, sino en la posibilidad de que, vencidos
estos plazos, la prisión se prolongue más allá de la subsistencia de todo motivo legítimo de
política criminal.
Este riesgo, sin embargo, no sería achacable a la norma, pues el art. 92 CP dispone que el
tribunal acordará la suspensión de la ejecución de la pena cuando “pueda fundar, previa
valoración de los informes de evolución remitidos por el centro penitenciario y por aquellos
especialistas que el propio tribunal determine, la existencia de un pronóstico favorable de
reinserción social” [apartado 1, letra c)], y establece asimismo la obligación de revisar “al menos
cada dos años” el cumplimiento de los requisitos de la libertad condicional (apartado 4), lo que
supone que vencidos los plazos mínimos de seguridad, es obligatoria la verificación judicial
periódica de la subsistencia de fundamentos criminológicos legítimos para la prolongación del
cumplimiento carcelario de la pena.
8. Rigidez de la pena.
Los diputados recurrentes sostienen que la pena de prisión permanente revisable infringe
también los principios de proporcionalidad y culpabilidad por la rigidez excesiva que presenta su
régimen de aplicación, dado que se establece como pena de imposición obligatoria y sin
alternativa en los arts. 140.1 y 2, 485.1, 605.1 y 2 y 607 bis 1 CP, lo que a su juicio impide
44
Desde el mismo punto de vista, consideran que la pena de prisión permanente revisable
no es susceptible de graduación al no tener un límite máximo previsto en la ley, y
consecuentemente un marco en el que moverse, lo que impide al tribunal valorar las
circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal y graduar la pena conforme a las
mismas, lo que genera una restricción desproporcionada de la libertad, dado que no se pueden
tomar en consideración las circunstancias atenuatorias de la culpabilidad que hubieran concurrido
en el sujeto.
En sus alegaciones el abogado del Estado rebate estos argumentos señalando que la
imposición obligatoria de la pena de prisión permanente revisable es una opción legítima del
legislador justificada por la gravedad de los delitos para los que se ha establecido; añade que el
modelo de prisión permanente revisable admite una gradación de la pena, si bien no en el
momento de su imposición, sino durante su cumplimiento, lo que permite adecuarla a la realidad
del penado, de modo que las circunstancias atenuantes de la responsabilidad penal apreciadas en
la sentencia serán tenidas en cuenta en la ejecución de la pena para diseñar el tratamiento
penitenciario del condenado y a la hora de decidir sobre su libertad condicional. Apunta que el
recurso de inconstitucionalidad omite citar el art. 70.4 CP donde se dispone que “la pena inferior
en grado a la de prisión permanente es la pena de prisión de veinte a treinta años”, precepto que
a su juicio permite una individualización de la pena conforme al art. 66.1 CP y su posible
reducción en más de un grado en función de la concurrencia de eximentes incompletas y varias
atenuantes.
En relación con la pena de prisión permanente revisable, no hay razones para entender
que represente una tacha insalvable de inconstitucionalidad la decisión de nuestro legislador de
exigir esta pena en hechos que presentan por sí mismos una extrema gravedad, parámetro que
cumplen las modalidades hipercualificadas de asesinato y los asesinatos múltiples descritos en el
art. 140.1 y 2 CP, los delitos contra la vida humana cualificados por la condición de la víctima
(art. 485.1 CP), o por el derecho de gentes (arts. 605.1 CP), el homicidio terrorista (art. 573 bis
1.1ª CP) y los crímenes contra la vida y la libertad sexual perseguidos en el derecho internacional
humanitario (arts. 607. 1.1º y 2º, y 607 bis 2.1º CP).
permitido atemperar la sanción penal a la entidad de actos de colaboración con banda armada
que, si bien pueden en ocasiones ser de escasa trascendencia en atención al bien jurídico
protegido, no por ello deben quedar impunes” debido a “la ausencia en el precepto de la
correspondiente previsión que hubiera permitido al juzgador, en casos como el presente, imponer
una pena inferior a la de prisión mayor en su grado mínimo” (FJ 30).
El reproche hecho entonces al art. 174 bis a), basado en el riesgo de una reacción penal
desmesurada derivado de la deficiente correlación que se daba entre un supuesto de hecho muy
amplio y un marco penal muy estricto, no es trasladable a los tipos penales para los que se prevé
la pena de prisión permanente revisable, caracterizados por una estricta delimitación de los
hechos punibles, constitutivos de formas extremadamente graves -y afortunadamente
infrecuentes- de ataque a la vida humana independiente y a la libertad sexual, y en los que queda
descartado de antemano todo riesgo de que en su descripción típica puedan cobijarse conductas
de gravedad menor susceptibles de quebrar la correlación debida entre gravedad de la pena y
gravedad del ilícito. Se trata además de conductas de imposible conexión con el ejercicio de
derecho fundamental alguno.
Dos son las vías por las que las circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal
han de contribuir de manera eficiente a la individualización de la pena:
a) El art. 70.4 CP, que establece que “[l]a pena inferior en grado a la de prisión permanente
es la pena de prisión de veinte a treinta años”, precepto del que se infiere con claridad que en el
ámbito de los delitos que llevan aparejada pena de prisión permanente revisable tienen plena
47
b) El art. 92.1 c) CP, que, ya en fase de ejecución de condena, contempla entre los factores
para considerar la existencia del pronóstico favorable de reinserción social habilitante de la
suspensión condicional de la pena “las circunstancias del delito cometido”, referencia inequívoca
a las circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal, circunstancias que pueden
operar tanto en sentido adverso al reo, en el caso de las circunstancias agravantes, que constituyen
formas complementarias pero no menos esenciales de valoración de la gravedad de la
culpabilidad, como a favor del reo, en el caso de las circunstancias atenuantes, que también deben
tener una influencia decisiva en la determinación de la duración efectiva de la pena en fase de
ejecución. En definitiva, no es cierto que la ley elimine la eficacia de las circunstancias atenuantes
que hayan sido apreciadas en sentencia, pues tales circunstancias constituirán criterios de valor
en la concreción posterior de la duración de la pena a través del procedimiento revisor.
9. Indeterminación de la pena.
a) Taxatividad de la pena
48
Los diputados recurrentes argumentan que una sanción que no tiene predeterminado en la
norma su límite máximo vulnera la Constitución, a cuyo efecto citan las SSTC 29/1989, de 6 de
febrero, FJ 3, y 129/2006, de 24 de abril, FJ 4. Aducen, por lo tanto, la incompatibilidad de la
prisión permanente revisable con las exigencias inherentes a la vertiente material del principio de
legalidad penal, en su ámbito normativo o de calidad de la ley, que como recuerda la STC
91/2021, de 22 de abril, FJ 11.1, B), con abundante cita de doctrina previa, es trasunto del
principio de seguridad jurídica (art. 9.3 CE), comporta un mandato de taxatividad o certeza
traducido en la exigencia de predeterminación normativa de las conductas y de sus
correspondientes sanciones (lex certa), y exige del legislador normas concretas, precisas, claras
e inteligibles para que los ciudadanos puedan conocer de antemano el ámbito de lo proscrito y
prever, así, las consecuencias de sus acciones.
anticipada del condenado crearía una gran inestabilidad social” (letra c), “así como los efectos de
una liberación anticipada sobre las víctimas y sus familias” (letra d).
gran medida en su pronóstico de reinserción social y en la evaluación de los efectos que quepa
esperar de la suspensión de la ejecución.
Se ha de dar la razón en este punto a los recurrentes: la ley otorga al juez de vigilancia
penitenciaria, como órgano competente para el control de la libertad condicional, una facultad
casi omnímoda para ordenar el reingreso en prisión del liberado en virtud de una valoración de
sus circunstancias personales exenta de pautas legales.
El art. 17.1 CE establece que “[n]adie puede ser privado de su libertad, sino con la
observancia de lo establecido en este artículo y en los casos y en la forma previstos en la ley”. En
la interpretación de este precepto este tribunal ha dicho que “toda restricción a la libertad ha de
ser cierta y previsible, pues en otro caso la Ley perdería su función de garantía del propio derecho
fundamental al que afecta y sometería el ejercicio del derecho a la voluntad de quien ha de aplicar
la Ley” (STC 53/2002, de 27 de febrero, FJ 7); asimismo se ha afirmado que “este precepto remite
a la Ley, en efecto, la determinación de los ‘casos’ en los que se podrá disponer una privación de
libertad, pero ello en modo alguno supone que quede el legislador apoderado para establecer,
51
libre de todo vínculo, cualesquiera supuestos de detención, arresto o medidas análogas. La Ley
no podría, desde luego, configurar supuestos de privación de libertad que no correspondan a la
finalidad de protección de derechos, bienes o valores constitucionalmente reconocidos o que por
su grado de indeterminación crearan inseguridad o incertidumbre insuperable sobre su modo de
aplicación efectiva y tampoco podría incurrir en falta de proporcionalidad. Vale aquí recordar lo
que ya dijimos en la STC 178/1985, esto es, que debe exigirse ‘una proporcionalidad entre el
derecho a la libertad y la restricción de esta libertad, de modo que se excluyan -aun previstas en
la Ley- privaciones de libertad que, no siendo razonables, rompan el equilibrio entre el derecho
y su limitación’ (fundamento jurídico 3)” (STC 341/1993, de 18 de noviembre, FJ 5).
“a) Sea condenado por un delito cometido durante el período de suspensión y ello ponga
de manifiesto que la expectativa en la que se fundaba la decisión de suspensión adoptada ya no
puede ser mantenida.
b) Incumpla de forma grave o reiterada las prohibiciones y deberes que le hubieran sido
impuestos conforme al artículo 83, o se sustraiga al control de los servicios de gestión de penas
y medidas alternativas de la Administración penitenciaria.
52
c) Incumpla de forma grave o reiterada las condiciones que, para la suspensión, hubieran
sido impuestas conforme al artículo 84.
Consideramos que el art. 92.3 párrafo tercero CP admite, sin forzar su literalidad, la
reducción teleológica a la que nos hemos referido de modo que “un cambio de las circunstancias
que hubieran dado lugar a la suspensión que no permita mantener ya el pronóstico de falta de
peligrosidad en que se fundaba la decisión adoptada” solo tenga efecto revocatorio cuando vaya
acompañado de alguno de los incumplimientos tipificados en el art. 86.1 CP.
El art. 92.4 CP dice: “Extinguida la parte de la condena a que se refiere la letra a) del
apartado 1 de este artículo o, en su caso, en el artículo 78 bis, el tribunal deberá verificar, al menos
cada dos años, el cumplimiento del resto de requisitos de la libertad condicional. El tribunal
resolverá también las peticiones de concesión de la libertad condicional del penado, pero podrá
53
fijar un plazo de hasta un año dentro del cual, tras haber sido rechazada una petición, no se dará
curso a sus nuevas solicitudes”. La revisión de la pena se ha de verificar de oficio, o a petición
del penado, a partir del cumplimiento de los periodos de seguridad establecidos en los arts. 92.1
a) y 78 bis CP. No se contempla, sin embargo, la situación del penado que haya reingresado en
prisión tras la revocación de una libertad condicional previamente concedida, lo que deja abierta
la posibilidad de interpretar que la revocación puede constituir un obstáculo para obtener una
nueva revisión de la pena.
Los diputados recurrentes sostienen que la pena de prisión permanente revisable infringe
el art. 25.2 CE “por conllevar una reducción desproporcionada de las posibilidades de reinserción
social hasta el punto de anular completamente toda expectativa de resocialización” y aducen la
desmesurada duración de los periodos de cumplimiento efectivo exigidos antes de alcanzar la
suspensión condicional.
El abogado del Estado en sus alegaciones rebate esta queja señalando que el mandato
resocializador se realiza a través del sistema de individualización científica que concibe la pena
como tratamiento adaptado a las circunstancias personales del penado, lo que dota de flexibilidad
a la ejecución de la pena; que la dilación temporal del acceso al tercer grado de clasificación
penitenciaria y a la libertad condicional no quiebra la sistemática del Código Penal; que también
la establece para las penas de prisión de duración determinada en los arts. 36.2 y 78.2 a) CP, y
que el mandato resocializador permite concretar la duración de la prisión y acomodar el régimen
penitenciario a los pronósticos de peligrosidad, siendo necesario atender a otros bienes jurídicos,
como la justicia, y la protección de las víctimas, especialmente niños.
Este Tribunal ha establecido que el art. 25.2 CE contiene un mandato dirigido al legislador
para orientar la política penal y penitenciaria que puede servir de parámetro de constitucionalidad
de las leyes [SSTC 2/1987, de 21 de enero, FJ 2; 28/1988, de 23 de febrero, FJ 2; 79/1998, de 1
de abril, FJ 4; 120/2000, de 10 de mayo, FJ 4; 160/2012, de 20 de septiembre, FJ 3 a), y 128/2013,
de 3 de junio, FJ 3]; también hemos dicho que dicho precepto “no determina, en ningún caso, una
obligación del legislador de contemplar específicos institutos resocializadores, ni mucho menos
le impone una obligación adicional de darles un determinado y concreto contenido”, si bien con
el matiz de que no podía descartarse “una proyección legislativa de ese principio en el ámbito de
las penas de prisión de larga duración” (ATC 3/2018, de 23 de enero, FJ 5).
Se dijo entonces que “nuestro enjuiciamiento deberá atender a su armonización con otros
fines legítimos de las medidas privativas de libertad, analizando tanto el grado en que se reducen
las posibilidades de articulación de la reinserción social —pues, sin lugar, a dudas, una norma
que impidiera de modo radical tal posibilidad sí resultaría contraria al art. 25.2 CE—, como si
ello aparece justificado por un fin legítimo” (FJ 5), razón por la cual concluimos que el mandato
del art. 25.2 CE no se infringía por el hecho de que la ley hubiera establecido una restricción
temporal de acceso a la suspensión de la ejecución de una medida sancionadora-educativa en el
ámbito de la jurisdicción de menores, al tratarse de una restricción que “no cierra completamente
la posibilidad de atender a necesidades preventivo-especiales, pues permite que, una vez superada
la mitad de la medida, el juez pondere la necesidad de mantener el cumplimiento de la misma y,
en caso de no considerarlo así, acuerde la suspensión de su ejecución” [FJ 6 a)].
(i) La existencia de un fin legítimo, que en este caso se corresponde con la finalidad de
protección de los bienes jurídicos tutelados por los tipos penales en relación con los cuales se
contempla la imposición obligatoria de la pena, “una función ésta que no sólo corresponde a la
norma que prohíbe la realización de la conducta típica, sino también a la que prevé para tal caso
la imposición de una determinada pena o de una concreta combinación de penas” (STC 60/2010,
de 7 de octubre, FJ 10), sin descartar los fines inmediatos de la pena como son la retribución, la
prevención general, y la evitación de la venganza privada; y
víctima. Se trata de fines que no plantean ningún problema de encaje en el orden constitucional
de valores, pues protegen posiciones jurídicas que tienen rango de derecho fundamental y que
pueden verse en peligro si falla el efecto disuasorio de las normas penales.
(ii) En su dimensión cualitativa, las medidas deben ser analizadas en el contexto del
sistema penitenciario en el que se inserta el condenado a pena de prisión permanente revisable,
que no es distinto del que se aplica en la ejecución de las penas privativas de libertad de duración
determinada. La STC 120/2000, de 10 de mayo, FJ 4, b), estableció que el art. 25.2 CE “opera
como parámetro de ponderación del completo sistema de ejecución de las penas y de las
instituciones que lo integran”, y que esa ponderación se ha de verificar “en el marco de un sistema
del que son piezas claves instituciones como la condena o remisión condicional, las formas
sustitutivas de la prisión, o, por último, los distintos regímenes de cumplimiento de la pena de
prisión”.
Los estándares europeos sobre el trato que se ha de dispensar a los condenados a penas de
prisión perpetuas exigen que para que sea verídica su expectativa de liberación venga respaldada
por la aplicación de un plan individualizado de ejecución, adaptado a sus necesidades y
circunstancias personales, que les permita progresar en el sistema penitenciario y prepararse para
su liberación con vistas a una fecha predeterminada para verificar su primera revisión [Comité
Europeo para la prevención de la tortura y las penas o tratos inhumanos o degradantes, 25º
Informe General, año 2016, apartados 73, 75 y 76; Recomendación (2003) 23, de 9 de octubre,
del Comité de Ministros del Consejo de Europa sobre el tratamiento que se ha de dispensar a los
condenados a penas perpetuas o de larga duración].
Este Tribunal considera necesario, por ello, reforzar la función moderadora que el
principio constitucional consagrado en el art. 25.2 CE, y sus concretas articulaciones normativas,
debe ejercer sobre la pena de prisión permanente revisable.
En definitiva, las tensiones que el nuevo modelo de pena genera en el art. 25.2 CE precisan
ser compensadas reforzando institucionalmente por medios apropiados la posibilidad de
realización de las legítimas expectativas que pueda albergar el interno de alcanzar algún día su
libertad.
Fallo
que son situaciones proscritas constitucionalmente, a pesar del silencio constitucional, la prisión
a perpetuidad sin posibilidad de remisión (SSTC 148/2004, de 13 de septiembre, FJ 9; o
181/2004, de 2 de noviembre, FJ 16) o la prisión por deudas (STC 230/1991, de 10 de diciembre,
FJ 5).
Tres son las razones en las que nos vamos a detener para justificar nuestra posición
favorable a la declaración de inconstitucionalidad de una pena privativa de libertad indeterminada
y potencialmente indefectible de por vida como la que representa la pena de prisión permanente
revisable. La primera se funda en la regla básica de justificación de nuestro sistema jurídico,
vinculada en nuestra sociedad, en consonancia con la evolución de la cultura, al constante
perfeccionamiento de la democracia como proyecto civilizador unido en su esencia a la
protección de los derechos humanos, cuyo eje central en el debate sobre las penas se ubica en el
respeto a la dignidad de la persona (art. 10.1 CE) y en la prohibición de penas inhumanas y
degradantes (art. 15 CE). Las dos siguientes son de carácter técnico-jurídico, y se refieren a
derechos y principios constitucionales informadores del ius puniendi estatal, a saber el mandato
de reinserción social (art. 25.2), del que se deriva, según argumentaremos, la prohibición de penas
potencialmente a perpetuidad; y los derechos a la libertad (art. 17.1 CE) y a la legalidad
sancionadora (art. 25.1 CE), en relación con el principio de seguridad jurídica (art. 9.3 CE), de
los que a su vez se implica, a nuestro juicio, la prohibición de penas temporalmente
indeterminadas.
De ese modo, el desarrollo de los derechos humanos en el ámbito nacional cuenta con un
mínimo indisponible en las previsiones de estos textos internacionales. En la Constitución
aparece reflejado a través del mandato de interpretación conforme con “la Declaración Universal
de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas materias
ratificados por España” (art. 10.2 CE). Como ya ha reiterado la jurisprudencia de este Tribunal,
si bien esta previsión no convierte a tales textos en canon de constitucionalidad desde la
perspectiva de los derechos fundamentales, ni da rango constitucional a los derechos y libertades
internacionalmente proclamados, en tanto no estén también reconocidos en la Constitución, en la
práctica su contenido se convierte también en contenido constitucionalmente declarado de los
derechos fundamentales y libertades que la Constitución reconoce (STC 172/2020, de 19 de
noviembre, FJ 8). Por tanto, al margen del necesario diálogo entre los máximos órganos
encargados de la interpretación de los derechos fundamentales dentro de su ámbito de
competencias respectivo, que son conformadores de una comunidad jurídica común e
interrelacionada, nunca podría concederse constitucionalmente menos que lo reconocido en el
ámbito regional o universal de los derechos humanos (principio de interpretación conforme).
4
Ahora bien, tampoco satisface la lógica de la relación entre la parte dogmática de una
constitución nacional y los textos regionales y universales de derechos humanos que el contenido
constitucionalmente declarado de los derechos fundamentales y libertades a nivel nacional quede
limitado o se agote al proclamado por los intérpretes de esos textos internacionales (principio de
no limitación). Mucho menos, que a su amparo se perjudiquen contenidos de los derechos y
libertades fundamentales ya consolidados o que pudieran consolidarse conforme al nivel de
reconocimiento estatal (principio de no regresión). Ambos principios de no limitación y no
regresión aparecen codificados y reconocidos en el ámbito del derecho regional europeo de los
derechos humanos en el art. 53 CEDH, en el que se afirma que “Ninguna de las disposiciones del
presente Convenio se interpretará en el sentido de limitar o perjudicar aquellos derechos humanos
y libertades fundamentales que podrían ser reconocidos conforme a las leyes de cualquier Alta
Parte Contratante o en cualquier otro Convenio en el que ésta sea parte”. Un precepto de
contenido similar se contiene en el art. 53 CDFUE. Estos principios, además, deben
complementarse con un tercero que aparece reconocido en el art. 2.2 del PIDESC, al establecer
el compromiso del logro progresivo de la plena efectividad de los derechos reconocidos en dicho
instrumento internacional, lo que ya se considera de aplicación a la totalidad del contenido del
derecho universal de los derechos humanos (principio de progresividad).
históricas– desde penas corporales como la tortura, tormento, trabajos forzados y similares y la
pena de muerte hasta penas privativas de libertad. Dentro de las penas privativas de libertad este
tránsito se ha producido desde penas a perpetuidad indefectibles de por vida, pasando por penas
permanentes redimibles, hasta las penas delimitadas temporalmente.
los códigos decimonónicos afirmaban que quitaba toda esperanza y eliminaba el rasgo esencial
del hombre, la sociabilidad)” (fundamento de derecho cuarto).
(ii) La jurisprudencia del TEDH pronunciada en relación con penas perpetuas redimibles
y su conformidad con la obligación del art. 3 CEDH de prohibición de penas inhumanas y
degradantes se ha desarrollado en situaciones en que dichas penas fueron reguladas en sustitución
de la pena de muerte y en las que, por tanto, para dichos países, con el margen de apreciación
nacional que ello implica, suponían un avance humanizador en su sistema interno de penas.
Del mismo modo, aunque no se hiciera constar expresamente esa circunstancia en el texto
de las resoluciones, también se produce ese supuesto de sucesión normativa sin solución de
continuidad entre la pena de muerte y la pena perpetua en los supuestos resueltos en las SSTEDH
de 25 de mayo de 2014, as. László Magyar c. Hungría; de 4 de octubre de 2016, as. T.P. y A.T.
c. Hungría; y de 17 de junio de 2021, Sándor Varga y otros c. Hungría, toda vez que la pena de
muerte quedó abolida en Hungría a partir del pronunciamiento de su Tribunal Constitucional de
24 de octubre de 1990; o en la STEDH de 22 de julio de 2014, as. Čačko c. Eslovaquia, ya que
la abolición de la pena de muerte se produjo por mandato constitucional en 1990.
Por tanto, durante casi cien años, con diferentes regímenes políticos democráticos –
monárquicos o republicano– y dictatoriales, España se constituyó como un país abolicionista de
9
las penas privativas de libertad a perpetuidad o indeterminadas no indefectibles de por vida. Esta
situación se mantuvo también para los casos de conmutación de la pena de muerte, cuando estuvo
vigente, y en los momentos en los que las democracias propiciadas por las Constituciones de
1931 y 1978 abolieron la pena de muerte.
De ese modo, parece que las razones legislativas de política criminal en favor de la imperiosa
necesidad de una pena de estas características en el ordenamiento penal del actual régimen
democrático español quedan limitadas, por un lado, al fortalecimiento de la Administración de
Justicia mediante resoluciones judiciales previsibles y socialmente percibidas como justas; y, por
otro, a una demanda social de penas proporcionadas para delitos de extrema gravedad.
También hizo una velada crítica a esa ausencia de justificación, en este caso vinculada al
encaje con el sistema vigente de penas de larga duración propio del ordenamiento jurídico
español, la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo en la ya citada sentencia núm. 716/2018, de 16
de enero de 2019, al afirmar que “el legislador, no invoca precedentes históricos, sino derecho
comparado, a pesar de la singularidad de la dilatada extensión de las penas de prisión, normas
dosimétricas concursales, ámbito de la individualización judicial y límites máximos de
cumplimiento de nuestro ordenamiento, sobre los que tal pena debería sistemáticamente
incorporarse, tan dispares del derecho comparado invocado” (fundamento de derecho cuarto).
protección de los derechos fundamentales. Este principio proscribe, con carácter general, el
retorno peyorativo en el nivel de consolidación de una situación generada a partir de la
comprensión del contenido de un derecho fundamental o de mandatos, valores y principios
constitucionales sin razones extraordinarias que lo justifiquen. En el ámbito ahora discutido, el
principio constitucional de respeto a la dignidad humana (art. 10.1 CE) y la prohibición de penas
inhumanas y degradantes (art. 15 CE) propician que el sistema de penas progrese hacia penas
cada vez más humanizadas en que las penas privativas de libertad resulten determinadas en el
tiempo y no potencialmente de por vida.
(ii) La jurisprudencia del TEDH en relación con este tipo de penas ha concluido su
conformidad con el CEDH en caso de que resultaran redimibles. Esos pronunciamientos lo han
sido en situaciones en que, asumiendo el respeto al margen de apreciación nacional propio de
esta jurisdicción regional de derechos humanos, dichas penas fueron establecidas sucediendo a la
pena de muerte como un avance humanizador del sistema interno de penas de los países
respectivos.
(iii) En España, el avance civilizador que supuso la abolición de las penas privativas de
libertad indeterminadas y potencialmente perpetuas se consumó con el CP de 1928 y así se
mantuvo durante regímenes constitucionales y dictatoriales e incluso en supuestos de vigencia de
la pena de muerte y cuando esta resultó abolida. Singularmente en el actual régimen
constitucional se ha mantenido esa posición abolicionista juntamente con la de la pena de muerte.
No parece que el ordenamiento jurídico del vigente sistema democrático –con la sola presencia
de penas privativas de libertad determinadas en su extensión temporal el espacio – haya
desarrollado su política criminal de manera poco exitosa y deficiente atendiendo a las cifras de
criminalidad.
gravedad parecían poner en peligro la paz social y la propia pervivencia del sistema
constitucional.
7. El art. 25.2 CE establece que “las penas privativas de libertad y las medidas de
seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social”. Este mandato, al incidir
de manera directa en que el objetivo de que estas penas es la futura reintegración en la sociedad
del penado tras el cumplimiento de su condena, permite concluir que implica la interdicción de
cualquier tipo de pena que pueda frustrar ese objetivo, que es lo que sucede con las penas
diseñadas legislativamente como potencialmente perpetuas. Esta conclusión viene avalada por el
principio de progresividad, conforme al cual se asume el compromiso de avanzar en la plena
efectividad de los derechos fundamentales, que en este contexto es la irrenunciable finalidad de
que la privación de libertad sirva y sea instrumental para la reinserción social del condenado y,
por tanto, prohibitiva de penas potencialmente perpetuas.
reinserción social se ofrece, con apoyo en el principio de progresividad, como fundamento contra
la constitucionalidad de la pena de prisión permanente revisable.
8. Esta conclusión, además, viene fortalecida tanto por una interpretación del contexto
histórico del surgimiento de este mandato como por una interpretación subjetiva de la voluntad
constituyente.
9. El legislador orgánico, en interpretación del art. 25.2 CE, también ha mostrado las
fundadas dudas que le generaba la posible compatibilidad del mandato de reinserción social con
penas potencialmente de por vida. A esos efectos, es de destacar que cuando se autorizó la
ratificación por España del Estatuto de la Corte Penal Internacional, mediante la LO 6/2000, de
4 de octubre, ante la previsión en este Estatuto de la pena de reclusión a perpetuidad [art. 77.1.a)]
reducible bajo las condiciones establecidas en el art. 110, se formuló la declaración de que
España, “en su momento, estará dispuesta a recibir a personas condenadas por la Corte Penal
Internacional, a condición de que la duración de la pena impuesta no exceda del máximo más
14
elevado previsto para cualquier delito con arreglo a la legislación española”. Esta declaración
aparece justificada en el apartado V de la exposición de motivos de la citada LO 6/2000, de 4 de
octubre afirmando que “era necesaria por las previsiones del artículo 25.2 de la Constitución, que
exige que las penas privativas de libertad estén orientadas a la reeducación y reinserción social
del condenado”.
Estas mismas dudas han sido destacadas por la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo en
la ya citada sentencia núm. 716/2018, de 16 de enero de 2019, que de manera franca afirma que
la ahora denominada prisión permanente, con el adjetivo añadido de revisable, “no evita la
posibilidad de que integre prisión por vida, aunque paradójicamente se afirma su
constitucionalidad, porque existe posibilidad de que no sea perpetua o si se prefiere, porque su
'permanencia' no es inexorable” (fundamento de derecho cuarto).
10. En resumen, una interpretación del mandato de reinserción social del art. 25.2 CE, de
conformidad con el principio de progresividad, propicia la declaración de inconstitucionalidad
de la pena de prisión permanente revisable, en tanto que no excluye su potencial perpetuidad, con
fundamento en estos argumentos: (i) La incipiente vinculación en el derecho constitucional
comparado del mandato de reinserción social con la prohibición de este tipo de penas como
fundamento para su abolición constitucional; (ii) el contexto histórico del surgimiento de este
mandato constitucional de reinserción social, que da razón suficiente justificativa de que no fuera
acompañado de una previsión expresa sobre la abolición de penas de esta naturaleza; (iii) la
interpretación subjetiva de la voluntad constituyente, derivada del proceso de elaboración de la
Constitución, que demostraría que la inclusión del mandato constitucional de reinserción social
pretendía servir de previsión suficiente contra la reinstauración de penas perpetuas; y (iv) la
propia percepción del legislador orgánico, previa a la regulación de la pena de prisión permanente
revisable, de que este mandato constitucional impedía la vigencia de penas de estas
características.
Las ideas más destacadas de la jurisprudencia del TEDH en la materia son: (i) El principio
de la dignidad humana impide privar a una persona de su libertad sin atender simultáneamente a
su reinserción social y sin proporcionar la oportunidad de recuperar esa libertad algún día, lo que
implica dar a los condenados a penas a perpetuidad una posibilidad real de liberación. (ii) El
mandato de reinserción social, aunque no implica una obligación positiva de resultados, sí la
implica de medios, por lo que se deben garantizar sistemas penitenciarios compatibles con el
objetivo de una posibilidad efectiva de reinserción social. Y (iii) este mandato es incompatible
con situaciones normativas que objetivamente obstaculicen las posibilidades efectivas de
reinserción social [STEDH de 13 de junio de 2019, as. Marcello Viola c. Italia (n. ° 2), § 113].
Esta posición del TEDH solo puede asumirse por la jurisprudencia constitucional, en la
línea ya expuesta anteriormente, como el contenido mínimo del mandato de reinserción social de
conformidad con el principio de interpretación conforme del art. 10.2 CE. Sin embargo, no es
16
obstáculo para alcanzar la conclusión desarrollada en este voto de que en este caso la Constitución
española es susceptible de una interpretación del mandato de reinserción social ubicado en un
estándar superior de contenido que propicia la declaración de inconstitucionalidad de la pena de
prisión permanente revisable a partir de principio de progresividad por no excluirse la posibilidad
de que sea una pena a perpetuidad.
C) La aplicación de los derechos a la libertad (art. 17.1 CE) y a la legalidad sancionadora (art.
25.1 CE) y del principio de seguridad jurídica (art. 9.3 CE) a la pena de prisión permanente
revisable, como pena temporalmente indeterminada.
de lex certa que el propio Abogado del Estado identifica como integrante del derecho
fundamental garantizado por la citada norma constitucional” (FJ 3).
II. CONCLUSIÓN.
Tenemos la firme convicción de que un régimen constitucional avanzado con los niveles
de delincuencia que presenta la sociedad española dispone de los resortes e inteligencia
suficientes para poder diseñar una política criminal acorde con los principios constitucionales, en
particular con las exigencias que impone el principio que garantiza la dignidad de la persona (art.
10.1 CE), el que establece que las penas han de estar orientadas hacia la reeducación, reinserción
social (art. 25.2 CE) y las garantía de certeza que impone el principio de legalidad (art. 25.1 CE).
Las supuestas demandas sociales que exigen la imposición de esta pena para delitos muy graves,
aunque existieran, carecen de fuerza para desconocer los referidos principios. La madurez y
grandeza de un Estado social y democrático de derecho también se demuestra cuando es capaz
de alzarse y mostrarse resistente con esas demandas supuestamente mayoritarias si materialmente
suponen una regresión en la racionalidad de su ordenamiento penal y en las cuotas de avance
civilizador que implica la propia democracia. Así lo impone también el compromiso
intergeneracional. Es responsabilidad de cada generación reforzar la justificación del sistema
jurídico democrático perfeccionando la protección de los derechos fundamentales y
profundizando en los valores y principios vigentes con el fin de sentar precedentes que permitan
a las generaciones futuras seguir avanzando en esa inmensa tarea de humanización.
Este voto compartido por los tres magistrados firmantes no hace referencia a la cuestión
de si las condiciones de revisabilidad de la pena de prisión permanente revisable serían o no
adecuadas desde el punto de vista constitucional, por entender el magistrado don Juan Antonio
Xiol Ríos y la magistrada doña Maria Luisa Balaguer Callejón que no es necesario un mayor
abundamiento respecto de la tajante inconstitucionalidad de la figura de la pena de prisión
permanente revisable.
exigidos por la previsión legal que permite suspender su ejecución para, desde ellos, abordar las
razones de inconstitucionalidad que han sido alegadas y desestimadas en la sentencia.
Con el fin de facilitar la exposición, mi disconformidad puede ser agrupada en tres
aspectos: el carácter inicialmente indeterminado de la pena, la duración e intensidad de la
reacción penal que contempla y las dificultades que impone al mandato constitucional según el
cual las penas privativas de libertad han de estar orientadas hacia la reeducación y reinserción
social de los condenados.
Entiendo que los requisitos a que queda sometida la posibilidad abstracta de
revisión de la pena de prisión permanente permiten anticipar que, en la mayor parte de los
supuestos, la pena devendrá irrevisable de facto, dados los extensos límites mínimos de
cumplimiento en prisión exigidos, las condiciones penitenciarias a que dicho cumplimiento queda
sometido y los criterios que el tribunal sentenciador ha de tomar en consideración para acceder a
suspender la ejecución de la pena.
El análisis diferenciado de cada uno de estos aspectos que, no obstante, se hallan
intrínsecamente relacionados, no debe distraer la atención de su enjuiciamiento constitucional
conjunto, pues es la suma de déficits que aprecio la que considero debiera haber llevado a la
estimación, en su mayor parte, del recurso de inconstitucionalidad analizado, dando lugar a una
intervención legislativa precisa y acorde con nuestro entendimiento de las normas y principios
constitucionales en los que la impugnación se halla sólidamente fundada.
2. Como punto de partida debo poner de relieve que, a diferencia del resto de las
penas privativas de libertad (arts. 36, 76 y 78 bis CP), la pena de prisión permanente revisable no
tiene duración determinada ni límite máximo de cumplimiento.
Su carácter indefinido solo muta cuando así lo aprecia el tribunal sentenciador
acordando la suspensión de la ejecución de la pena; posibilidad para la cual se exige en la ley el
cumplimiento de tres requisitos básicos, que tienen que ver: (i) con el tiempo ya transcurrido de
cumplimiento efectivo en prisión; (ii) con la previa clasificación penitenciaria en tercer grado del
penado; y (iii) con la apreciación judicial de un pronóstico favorable de reinserción social. Y así:
a) El requisito temporal: la suspensión de la ejecución de la pena sólo puede
otorgarse una vez superado un límite mínimo de cumplimiento; esto es, una vez el condenado
haya extinguido un mínimo de 25 años de su condena. Este plazo se extiende hasta 30 años si el
penado ha sido condenado por dos o más delitos; y hasta 35 años en los delitos de terrorismo.
b) La clasificación en tercer grado: debe ser autorizada por el tribunal sentenciador
previo pronóstico individualizado y favorable de reinserción social, pero no podrá efectuarse
hasta que el penado haya cumplido un mínimo de 15 años de prisión efectiva (regla general); que
3
se amplía a 18, 20 ó 22 años si el penado ha sido condenado por dos o más delitos graves. En los
casos de terrorismo, se exige el cumplimiento efectivo de 20 años de prisión si se trata de un solo
delito, y de 24 o 32 años en caso de concurso de delitos. Y, dada la naturaleza de la pena impuesta,
dicho pronóstico será difícilmente obtenible.
c) La apreciación judicial de un pronóstico favorable de reinserción social:
conforme al art. 92.1.c) CP, es necesario que el tribunal, a la vista de la personalidad del penado,
sus antecedentes, las circunstancias del delito cometido, la relevancia de los bienes jurídicos que
podrían verse afectados por una reiteración en el delito, su conducta durante el cumplimiento de
la pena, sus circunstancias familiares y sociales, y los efectos que quepa esperar de la propia
suspensión de la ejecución y del cumplimiento de las medidas que fueren impuestas, pueda
fundar, previa valoración de los informes de evolución remitidos por el centro penitenciario y por
aquellos especialistas que el propio tribunal determine, la existencia de un pronóstico favorable
de reinserción social.
En el caso de delitos referidos a organizaciones y grupos terroristas y delitos de
terrorismo se establecen requisitos sustantivos adicionales (art. 92.2 CP). En todo caso, el
cumplimiento de los requisitos es obligado y acumulativo. Hasta tanto no se cumplan todos los
requisitos legales expuestos, la privación de libertad se mantiene durante el resto de la vida
biológica del penado.
3. La opinión mayoritaria de la que disiento rechaza el cuestionamiento
constitucional de la regulación legal de la pena de prisión permanente poniendo el acento en la
posibilidad legal de que su suspensión sea judicialmente acordada. Siguiendo el método de
análisis propuesto por la STEDH (Gran Sala) de 9 de julio de 2013, en el asunto Vinter y otros c.
el Reino Unido, se concluye ahora que la regulación impugnada es conforme a la Constitución
en tanto supera el estándar mínimo de respeto a los derechos alegados establecido por el Tribunal
Europeo de Derechos Humanos.
No cabe compartir dicha conclusión. Respetar el Convenio no es, en todos los
casos, respetar la Constitución. La jurisprudencia del TEDH expresa un estándar mínimo común
para todos los países firmantes que la Constitución de cada estado puede incrementar, lo que
impide una traslación mimética de sus pronunciamientos que ignore las diferencias normativas
existentes entre aquella y éste (STC 303/1993, de 25 de octubre, FJ 8; y 119/2001, de 24 de mayo,
FJ 6). En este caso, dicho estándar mínimo se refiere únicamente a la compatibilidad de la prisión
perpetua con el art. 3 CEDH, que prohíbe las penas o tratos inhumanos o degradantes, pero no
toma en consideración el resto de los mandatos del Convenio que puedan ser equivalentes a los
4
atentados contra personas con resultado de muerte que se cometen actuando al servicio o
colaborando con las organizaciones o grupos terroristas (art. 572), y delitos de genocidio y lesa
humanidad (arts. 605, 607 y 607 bis), todos ellos del Código penal. Se refiere también la mayoría
a los exigentes periodos de seguridad que, antes de la reforma, venían establecidos en el vigente
art. 78 CP para los casos de concurso de delitos de extrema gravedad.
De nuevo, debo poner de relieve que el término de comparación no es equivalente
ni, por ello, pertinente. No resulta adecuado poner en relación los tiempos máximos de
cumplimiento de un conjunto de penas determinadas impuestas en diferentes sentencias por una
pluralidad de delitos distintos, jurídicamente enjuiciados o enjuiciables en un solo proceso, con
los tiempos mínimos exigidos para el cumplimiento de una pena indeterminada. Allí donde antes
se presentaba la más desfavorable de las hipótesis, ahora se expresa la más benigna. Y siempre
con la posibilidad de que la duración se extienda aún más o de forma indefinida. No solo es la
duración mínima de la prisión perpetua sino su propia naturaleza indeterminada la que exige un
juicio estricto y diferente de su constitucionalidad que, en mi opinión, no se supera por las razones
que ya han sido apuntadas.
4. Cabe añadir una objeción adicional relativa a las condiciones de cumplimiento
y a la configuración legal de los supuestos en los que se prevé su imposición.
a. Una primera discrepancia general con el criterio de la mayoría del colegio de
magistrados debe ser expuesta: el enjuiciamiento constitucional de la restricción de la libertad
que impone la norma recurrida no puede ser resuelto, como de alguna forma se propone, por
referencia al mejor de los supuestos de aplicación posibles, es decir, a aquel en el que la
suspensión de la ejecución se produce transcurridos 25 años de cumplimiento.
Entiendo, por el contrario, que tratándose de penas de larga duración no pueden
ser obviadas las peores hipótesis que establece y admite la norma, esto es, que la duración de la
privación de libertad sea de más larga duración, o indefinida, por mantenerse un pronóstico de
peligrosidad criminal hasta que la natural minoración de su capacidad física se vea minorada por
la edad biológica del penado.
Por ello, un adecuado juicio de constitucionalidad de la regulación legal exigía
haber evaluado también la certeza, determinación y flexibilidad de los criterios de aplicación de
la suspensión de la ejecución que abre la puerta a declarar el cumplimiento definitivo.
El art. 92.1.c) CP establece los criterios que el tribunal sentenciador habrá de
valorar para fundar su pronóstico sobre la reinserción social del reo; son los siguientes: “la
personalidad del penado, sus antecedentes, las circunstancias del delito cometido, la relevancia
de los bienes jurídicos que podrían verse afectados por una reiteración en el delito, su conducta
7
durante el cumplimiento de la pena, sus circunstancias familiares y sociales, y los efectos que
quepa esperar de la propia suspensión de la ejecución y del cumplimiento de las medidas que
fueren impuestas”.
Se trata de criterios de valoración incierta en un juicio pronóstico que no se apoya
de forma decidida en la evolución personal del reo, en su propia conducta durante los 25 años de
cumplimiento mínimo, sino también en la toma en consideración del pasado (sus antecedentes,
el delito, los bienes jurídicos afectados, su personalidad) y de un difícil juicio de riesgo futuro
que atiende a criterios sobre los que el penado no puede incidir con su autonomía personal, como
la relevancia de los bienes jurídicos que podrían verse afectados por una reiteración en el delito,
los efectos que quepa esperar de la propia suspensión de la ejecución, y sus circunstancias
familiares y sociales.
b. Al hacer el juicio de proporcionalidad también debieron haberse tomado en
consideración los supuestos de hecho, las conductas delictivas a las que, según la previsión legal,
la pena se aplica.
Así se propone en el recurso de inconstitucionalidad al impugnar los preceptos de
la parte especial que asocian la pena a conductas determinadas. En muchos de los casos
constituyen objetivamente situaciones de concurso de delitos en los que la reacción penal se
exacerba. Así viene ya ocurriendo en los delitos de asesinato de personas especialmente
vulnerables, o subsiguientes a cualquier delito contra la libertad sexual, o cometidos por quien
forma parte de una organización criminal (art. 140 CP); y en los casos de terrorismo.
En las escasas resoluciones dictadas por el Tribunal Supremo en relación con
varias condenas de prisión permanente ya impuestas, la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo,
el órgano jurisdiccional superior en su orden, ha alertado sobre la previsión legal en los siguientes
términos literales (STS núm. 418/2020, de 21 de julio, FJ 6.2):
“Esta Sala no ha sido ajena, en alguno de sus precedentes, a una línea doctrinal
de intensa crítica al valorar los efectos jurídicos de la aplicación de la prisión permanente
revisable. Hemos advertido de los inconvenientes acarreados por una decisión de política
legislativa representada por la LO 1/2015, 30 de marzo, que implicaba -decíamos
entonces- la resurrección de un denostado precedente legislativo que hundía sus raíces
históricas en el código penal de 1848. Aludíamos también a la equívoca cobertura del
derecho comparado, invocada por el legislador para justificar su reforma, que prescindía
de otros datos que singularizan, frente al nuestro, algunos de esos modelos comparados
(cfr. SSTS 716/2018, 16 de enero y 5 de mayo de 2020, recaída en el recurso núm.
10461/2019).
8
restricción de los beneficios penitenciarios, así como con criterios de revisión intensamente
anclados en el pasado, en realidades sobre las que la evolución personal del interno no puede
incidir.
Como ya he expuesto antes, incluso en las situaciones más favorables y benignas
se produce una traslación legislativa de los fines retributivos de la condena a su ejecución,
desplazando así a los que, constitucionalmente, deben orientar el cumplimiento de la pena. Tal
decisión legislativa, plasmada en la exposición de motivos de la reforma, orilla nuestra tradición
jurídica y la normativa penitenciaria vigente, que deviene inaplicable de hecho en los casos de
prisión perpetua. Este conjunto de características me lleva a considerar que la regulación legal de
la pena de prisión permanente desatiende el mandato de resocialización expresamente recogido
en la Carta Magna como principio orientador del sistema de penas privativas de libertad (art. 25.2
CE).
Expertos en derecho penitenciario vienen poniendo de relieve la dificultad de
aplicar un programa de tratamiento a quien no tiene expectativa cierta de libertad; han puesto
también el acento, empíricamente constatado, en los indeseables efectos que el internamiento
continuado en régimen de cumplimiento efectivo tiene sobre el desarrollo de la personalidad de
las personas condenadas. Las tachas de desproporción e indeterminación se extienden
fundadamente a los periodos de seguridad que se prevén en la ley con un marcado fin
retribucionista. No se ha intentado que las diversas finalidades de la pena, legítimas, se
cohonesten en concordancia práctica. Simplemente, la finalidad retribucionista desplaza de hecho
a cualquier otra consideración en muchos supuestos.
No se trata de analizar si la posibilidad de reinserción queda anulada, sino si la
regulación la favorece o la posibilita. Considero que este Tribunal ha perdido la oportunidad de
dar contenido material a un principio expresamente recogido en la Constitución que representa el
compromiso fuerte del constituyente con la finalidad resocializadora de la pena. Atender a la
culpabilidad es el criterio más objetivo posible para fijar la duración de la pena; su forma de
cumplimiento, individualizado conforme a un sistema progresivo, fue la apuesta de la primera
Ley Orgánica (1/1979, General Penitenciaria), aprobada por unanimidad en el Parlamento
surgido de la nueva Constitución. Ante esta tesitura, la tarea moderadora y de definición del
contenido de los derechos que compete a este Tribunal pudiera haber tenido mucho más recorrido
y hubiera podido reducir los previsibles efectos desocializadores que se anuncian como
consecuencia lógica del régimen de cumplimiento penitenciario que se impone desde el Código
Penal.
10