Mairal
Mairal
Ahora bien, Francia, gran potencia militar en Europa continental durante siglos, fue
derrotada sin atenuantes por Prusia en la breve guerra de 1870. Destronada así de su
rango de predominio militar, Francia buscó el liderazgo en el mundo de las ideas y halló
criticable el autoritarismo prusiano. La expresión de este nuevo enfoque en el campo del
derecho es, precisamente, la teoría del servicio público.
Oigamos a Duguit: "El Estado no es [...] una potencia que manda, una soberanía; es una
cooperativa de servicios públicos organizados y controlados por los gobernantes". En el
mismo sentido decía Bonnard: "El Estado es un organismo social constituido esencialmente
por un conjunto de servicios públicos"
El Estado como "cooperativa de servicios públicos" se opone a la visión del Estado como
titular de potestades que le permiten, por su sola voluntad, crear relaciones de
subordinación que son propias del derecho público y ajenas a las reglas tradicionales del
derecho privado. "La noción de servicio público reemplaza el concepto de soberanía como
fundamento del derecho público" sostenía Duguit.
Que Duguit fuera, además, partidario de las ideas políticas del socialismo (16) agregaba
una nota confirmatoria para su teoría: el rol verdadero del Estado es la prestación de los
servicios públicos, con lo que se aseguraba el control de uno de los principales factores de
la economía. El resultado de la teoría jurídica venía así a empalmarse armónicamente
con la concepción política del jurista.
El considerar que la prestación de los servicios públicos es la función propia del Estado,
llevó de la mano, en Francia, al paralelismo servicio público-jurisdicción administrativa.
Se cita la decisión del Tribunal de Conflictos en el caso "Blanco" como el punto de partida
de esta tesitura. En los años en que se decidió "Blanco" el criterio atributivo de la
jurisdicción administrativa era la presencia, en la especie, de un acto del poder público.
Inicialmente se consideraba que los actos que la administración cumplía como gestora de
los servicios públicos, y no como depositaria de la soberanía nacional, correspondían a la
competencia judicial. Como se ha señalado, la novedad que introdujo fue la de incluir "a los
actos de gestión de los servicios públicos dentro de la categoría de actos del poder público".
Lo que continuó siendo la
pauta definitoria para la jurisprudencia posterior.
Con la interpretación doctrinal del arrét "Blanco", y su recepción jurisprudencial a partir del
arrét "Terrier", la anterior distinción entre actos de autoridad y actos de gestión es
superada por la teoría que encuentra en la sola presencia de un servicio público la nota
distintiva del contencioso-administrativo: según esta teoría "el servicio público define el
criterio de 1a competencia del juez administrativo". Así, los litigios concernientes a
actividades de la administración que constituyen servicios públicos corresponden a la
jurisdicción administrativa, mientras que las controversias relacionadas con la gestión del
dominio privado de la administración o con contratos que no tengan relación directa con el
servicio público corresponden a la jurisdicción judicial.
El servicio público devino así la noción clave del derecho administrativo: "la responsabilidad
incurrida en el funcionamiento de los servicios públicos está sujeta a un régimen
exorbitante; los contratos celebrados por la administración son contratos administrativos
cuando tienen un fin de servicio público; los agentes entran en la situación de funcionarios
cuando participan de manera permanente en un servicio público; los bienes están
sometidos a una condición jurídica especial en razón de su afectación a un servicio público".
De allí que Jéze definiera al derecho administrativo como "el conjunto de reglas
relativas al funcionamiento de los servicios públicos".
Encontramos, entonces, tres circunstancias que confluyen en la caracterización del servicio
público como actividad estatal por excelencia. En primer lugar, la teoría jurídica de fondo.
Luego, la ideología política. Y por último, el enfoque adjetivo.
El derecho español
En los últimos años se ha difundido en nuestro medio el enfoque del derecho español
respecto del servicio público.
De las definiciones doctrinales cabe trascribir aquí la que Ariño Ortiz propone en su reciente
e importante obra sobre la problemática de la privatización y la regulación: "Servicio público
es aquella actividad administrativa del Estado o de otra administración pública, de
prestación positiva, con la cual, mediante un procedimiento de derecho público, se asegura
la ejecución regular y continua, por organización pública o por delegación, de un servicio
técnico indispensable para la vida social".
En España la concepción que ve en los servicios públicos una parte de la actividad estatal
tiene aceptación corriente: el servicio público como actividad administrativa de "prestación",
coexiste con el fomento y la coacción o policía (66). Paralelamente se afirma la titularidad
estatal de la actividad: "el servicio público implica la titularidad de una administración
pública". De allí que se considere a la concesión de servicios públicos como "la
trasferencia a uno o varios sujetos de una esfera de actuación originariamente
perteneciente a una entidad administrativa", trasferencia que se limita a la gestión del
servicio
Según Ariño Ortiz, las notas esenciales del concepto de servicio público son las
siguientes:
— la calificación de una actividad como "servicio público" debe ser hecha por ley formal;
— las actividades así calificadas son aquellas esenciales para la comunidad, o sea aquellas
en las cuales la comunidad se apoya necesariamente "para su supervivencia y
funcionamiento como tal";
— tal calificación implica incorporar la actividad al quehacer estatal, excluyéndola del sector
en el cual rige la libre iniciativa de los particulares;
— la gestión del servicio público por los particulares siempre requiere una concesión
discrecional y temporal (aunque prorrogable);
— como titular del servicio, la administración conserva siempre poderes internos de
dirección y control sobre la prestación del servicio y sobre el mismo prestador.
La Constitución española de 1978 viene aquí a aportar un dato fundamental: frente al
principio general de la libertad de empresa que sienta su art. 38, admite la iniciativa pública
en materia económica, que se manifiesta, entre otras formas, mediante la reserva, por ley,
de servicios esenciales a favor de la administración y en régimen de monopolio.
El modelo norteamericano
Como observación inicial cabe recordar que el derecho anglosajón no admite la división
tajante entre el derecho público y el derecho privado. En parte por razones históricas y
en parte como consecuencia del rechazo a esa distinción, no existen en los Estados Unidos
sistemas paralelos de jurisdicción administrativa y judicial, sino, en todo caso, sistemas
sucesivos que, después de recorrer la vía administrativa (ya sea por el agotamiento de los
recursos administrativos o por aplicación de la teoría de la jurisdicción administrativa
primaria), culminan en la instancia judicial, única constitucionalmente apta para expedir
pronunciamientos que hacen cosa juzgada absoluta (77). Por ello, dos de las funciones que
la teoría del servicio público cumplió en Francia (la demarcación del campo del derecho
administrativo y la asignación de competencia a la jurisdicción administrativa) no son
pertinentes en el derecho norteamericano.
Por otra parte, el sistema económico norteamericano enfatiza la iniciativa privada,
reservando para el Estado un mero rol subsidiario en la economía.
Existe una noción análoga: la "public utility". Originalmente se entendía por tal a toda
actividad en la que estaba involucrado un interés público y siempre que el legislador (federal
o estadual) lo hubiere así declarado, pero ante la expansión del primer factor, se reserva
ahora la noción para aquellas actividades que, además de cumplir con las condiciones
anteriores, están íntimamente conectadas con los procesos de trasporte y distribución.
Suelen dividirse en dos clases: las empresas que suministran servicios continuos por medio
de instalaciones fijas que unen la planta del prestador con las instalaciones del usuario
(electricidad, gas, teléfonos y obras sanitarias), y las empresas de trasporte público.
Paralelamente, también desde fines del siglo pasado se desarrolló en los Estados Unidos el
fenómeno de regulación de los public utilities por leyes que establecían las pautas
generales de dicha regulación y creaban tina entidad pública encargada de aplicarla y de
dictar las normas adicionales que fueren menester dentro del marco regulatorio legal. Así
Dentro de este esquema general, los principios que rigen la actividad de los public utilities
son los siguientes:
Estas reglas, desarrolladas desde fines del siglo pasado, se mantienen aún vigentes.
Ello no quita que, en ocasiones, se haya sostenido el carácter público de estas actividades.
El derecho argentino
La evolución en la prestación de los servicios públicos.
En el primer tercio de este siglo, la prestación de los servicios públicos estaba
preponderantemente en manos privadas, siendo la propiedad y gestión estatal casos
excepcionales (correos y obras sanitarias constituían los casos principales). La prestación
privada se realizaba en virtud de concesiones en el caso de los ferrocarriles y de la
electricidad; de licencias en el caso de las radios; de permisos, como ocurría con los
teléfonos y algunos trasportes;
A partir de los fines de la última guerra mundial, la propiedad y gestión estatal de la
mayoría
de los servicios públicos pasó, por nacionalización, al Estado (teléfonos, ferrocarriles, gas,
electricidad, y aun algunas radios, y luego, a su advenimiento, la televisión), dando así
nacimiento a las empresas del Estado, luego sociedades del Estado.
El predominio estatal en el último medio siglo fue acompañado por la difusión del modelo
francés, cuya regla constitucional que hemos trascrito supra tuvo paralelo en nuestra
Constitución nacional de 1949.
De las conclusiones de dicha Conferencia que atañen más de cerca al presente análisis,
cabe señalar las siguientes:
● La caracterización de la concesión de servicios públicos como "un acto jurídico de
derecho público, por el cual el concedente delega en el concesionario un poder
jurídico sobre una manifestación de la actividad administrativa, con el fin de que
realice, por propia cuenta y riesgo, bajo el contralor del concedente, el servicio
público concedido". Se parte, pues, de considerar al servicio público como parte "de
la actividad administrativa".
● De ello se sigue que la concesión deba tener límite en el tiempo: ella es "un medio
transitorio de realización de un servicio público propiamente dicho,
● La concesión implica una delegación de parte de la autoridad del Estado
● Aunque no se lo hubiere estipulado, la administración tiene la facultad de rescate, o
sea, de revocar la concesión por motivos de interés público y pasar a prestar
directamente el servicio. Dicha facultad es inalienable.
Es así como a comienzos de la década de 1980 el Estado argentino prestaba, por medio de
empresas totalmente de su propiedad, los siguientes servicios públicos con carácter
monopólico o cuasi monopólico:
— correos y telégrafos;
— teléfonos;
— trasporte y distribución de gas;
— generación, trasporte y distribución de electricidad;
— obras sanitarias en el Gran Buenos Aires;
— trasporte aéreo de cabotaje; y
— trasporte ferroviario.
El proceso de privatización
El modelo que acabamos de describir ha sufrido una quiebra total en nuestro país en estos
últimos años.
Diversas fueron las razones que llevaron a su abandono: la percepción generalizada de la
ineficiencia de la gestión estatal, la carencia de recursos del Estado para continuar
invirtiendo en obras y servicios de infraestructura, y la moda universal de la privatización y
desregulación.
En este sentido, el decreto 1842/87 dispuso "como principio general, en materia de
producción y provisión de bienes y prestaciones de servicios, en el área de actividad de las
empresas públicas dependientes del Ministerio de Obras y Servicios Públicos; la libre
concurrencia del sector privado". El mismo decreto dejó "sin efecto todos los actos
unilaterales de la administración central, de las entidades descentralizadas y de las
empresas y sociedades estatales, así como todas las convenciones celebradas entre ellas,
por los cuales se hayan otorgado o reconocido privilegios, exclusividades o derechos de
cualquier naturaleza cuya finalidad o efectos sea la exclusión del sector privado de la
prestación de servicios al público".
Siguieron luego algunos intentos de privatización parcial (Entel, Aerolíneas Argentinas) que
fracasaron por razones políticas, para llegarse finalmente a un proceso de privatización
general de los servicios públicos basado en la Ley de Emergencia Administrativa y Reforma
del Estado (ley 23.696).
En su art. 1, la ley 23.696 declara "en estado de emergencia" la prestación de los servicios
públicos y la situación económico-financiera de la administración pública nacional.
En su capítulo II la ley establece un régimen para la privatización de las empresas, bienes y
servicios cuya propiedad o gestión corresponde al Estado o está a su cargo, y fija las
modalidades entre las que puede optar el Poder Ejecutivo al poner en ejecución las
facultades que dicha ley le encomienda. Entre ellas figura la de "otorgar permisos, licencias
o concesiones, para la explotación de los servicios públicos o de interés público a que
estuvieren afectados los activos, empresas o establecimientos que se privaticen"
Apoyandose en dicha ley, fueron dictados numerosos decretos y resoluciones ministeriales
mediante los cuales se privatizaron y regularon los servicios telefónicos, ferroviarios y de
obras sanitarias.
Posteriormente, las leyes 24.065, 24.076 y 24.145 dispusieron las privatizaciones en las
áreas de electricidad, gas y petróleo.
Modalidades.
● En algunos casos, se ha eliminado expresamente el carácter de servicio público de
la actividad, la que queda así librada a la libre competencia: tal sucede con la
generación de electricidad.
● se recurrió a la figura de la concesión, y a la trasferencia del uso de los bienes de
propiedad del Estado afectados al servicio, en el caso de los ferrocarriles y las obras
sanitarias en el Gran Buenos Aires.
● En el caso del trasporte y distribución de gas natural se otorgó una licencia por
treinta y
● cinco años, con la posibilidad de diez años de prórroga. Los bienes fueron
entregados en
● propiedad, si bien con la obligación de devolverlos al Estado, o a quien éste designe,
al vencimiento de la licencia.
● los nuevos prestadores del servicio telefónico recibieron sendas licencias sin límite
de tiempo, así como la propiedad de los bienes afectados al servicio.
Consecuencias jurídicas
Acarrearon importantes transformaciones en la teoría del servicio público.
— los servicios públicos han dejado de constituir "actividad administrativa".
nuestra actual Constitución que permita identificar a los servicios públicos con las funciones
de la administración pública. Más aún, a estar a las opiniones de su principal inspirador, el
Estado debería abstenerse de prestarlos.
En efecto, parece un contrasentido aplicar hoy, en nuestro país, la doctrina española de la
publicatio. Nada más lejos de la ley que reserva para el Estado una determinada actividad y
que prevé el art. 128.2 de la Constitución española, que las leyes 24.065 y 24.076, que
regulan los servicios públicos de electricidad y gas.
La primera de ellas, solo reconoce al rol del Estado como subsidiario, ya que debe proveer
el servicio sólo si, cumplidos los procedimientos de selección de concesionarios, no
existieren oferentes para prestar el servicio.
Por su parte, la ley 241.076 dispone que el transporte y la distribución de gas natural, a los
que califica como "servicio público" en su art. 1, "deberán ser realizados por personas
jurídicas de derecho privado a las que el Poder Ejecutivo nacional haya habilitado mediante
el otorgamiento de la correspondiente concesión, licencia o permiso", quedando
nuevamente para el Estado el rol de suplir la falta de particulares interesados en prestar el
servicio.
Por otra parte, nada hay en la distribución de electricidad o de gas, o en las comunicaciones
telefónicas, que obligue a reputarlas actividades estatales por naturaleza. No hay allí
presencia soberana del Estado, ni ejercicio general de potestades públicas, ni rasgo
fundamental que las separe de otras actividades que realizan los particulares a las que se
niega el carácter de servicio público, a punto tal que los servicios públicos sobre los cuales
se centra la atención en nuestro país y que son mencionados siempre que se enumeran
estos servicios (190) (el gas, la electricidad, los teléfonos y el trasporte), son considerados
en Francia "servicios públicos industriales y comerciales" y como tales regidos en
importante medida por el derecho privado. La partida de nacimiento de la noción del
servicio público industrial y comercial, el célebre caso "bac d'Eloka", se fundó,
precisamente, en la distinción entre los servicios públicos "administrativos", o sea, aquellos
que presta el Estado "en cumplimiento de un acto normal de su función para alcanzar su fin
natural", de aquellas otras actividades que no son de la esencia de la administración y
podrían, por ello, ser organizadas por cualquier persona o sociedad (192).
En realidad, las pocas facultades exorbitantes que los prestadores tienen respecto de sus
usuarios u otros particulares, como el constituirse en sujeto expropiante e imponer ciertas
restricciones y servidumbres administrativas, no bastan para equiparar su rol con el de un
órgano público (193). Como dice un autor italiano: "allí donde haya trasferencia al particular
de una potestad pública se deberá hablar del ejercicio privado de una función pública (o de
administración pública), no de servicio público"
En efecto, obsérvese, en primer lugar, que la facultad expropiatoria es atribuida por el art. 6
de la Ley de Expropiaciones 21.499 a todo "particular" autorizado por ley o por acto
administrativo fundado en ley, sin restringir tal posibilidad a los prestadores de servicios
públicos. En cuanto a la constitución de servidumbres, el Código de Minería y la Ley
de Hidrocarburos otorgan tal facultad a los titulares de las concesiones que dichos
cuerpos prevén, y nunca se ha considerado a tales titulares como prestadores de servicios
públicos.
Esta disociación entre delegación de potestades públicas y prestación de servicios públicos
se ha observado también en Francia, donde existen concesionarios de servicios públicos a
quienes no se les han otorgado potestades públicas, así como particulares a quienes sí se
les han delegado pese a que no prestan servicios públicos.
La intensa reglamentación (incluido el control tarifario) a que tales prestadores están sujetos
no requiere basarse en el carácter administrativo de la actividad, ya que basta el interés
general en ella involucrado y la posición dominante.
● Tampoco es suficiente el mero uso del dominio público para llevar a cabo sus
actividades, o fijar sus instalaciones, para convertirlas en actividades estatales.
● Por último, la regularidad y continuidad de una actividad no son suficientes para
convertirla en "administrativa", dado que hay actividades privadas que cumplen tales
extremos y no son consideradas servicio público (la enseñanza y los servicios de
salud prestados por entes particulares), así como hay actividades administrativas,
como el fomento, que no merecen tales calificativos; aparte de que, como se ha
resuelto recientemente, el principio de la continuidad del servicio público no es
absoluto ni coloca al prestador en un rango "supra legal".
— no es posible mantener hoy como nota definitoria del servicio público la "titularidad"
estatal de la actividad;
Tal premisa tampoco se apoya en la Constitución nacional, la cual, a lo sumo, es neutra
sobre el punto, admitiendo como válidas las soluciones que el legislador adopte. Con la
posible excepción de las postas y correos, no se puede decir que la Constitución tome
partido en favor o en contra de la propiedad estatal de los servicios públicos.
Oyhanarte ha tenido la virtud de precisar, como pocos, el alcance de la titularidad estatal de
los servicios públicos, que serían los siguientes:
— el funcionamiento está sujeto a la ley del servicio, dado que "la actividad debe
gestionarse tal como si el Estado la tuviera a su cargo, sin disminución alguna de
eficiencia";
— el Estado retiene el poder de controlar, intervenir y dirigir;
— el servicio público es un "bien propio del Estado", lo que intensifica el control policial;
— existe delegación de potestades públicas, tales como la facultad expropiatoria, la
ocupación del dominio público y en ciertos casos posiciones de monopolio;
— se aplican reglas exorbitantes del derecho común.
Todo ello parece actualmente excesivo en nuestro país a la luz de las facultades que las
normas vigentes otorgan a los entes reguladores y que no incluyen tales potestades, amén
de que, si la privatización consiste justamente en el intento de abandonar la dirección de los
servicios públicos por el Estado en vista de su deficiente administración, no sería coherente
utilizar una teoría que mantiene tal dirección en manos del Estado, con la particularidad de
que ella ahora se ejercería a costa y riesgo de una empresa privada (y de sus inversores
bursátiles), quienes sólo encontrarían remedio después de un largo proceso judicial.
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— en el ámbito nacional, se tiende a reemplazar el modelo francés por uno basado en gran
medida en el derecho norteamericano o, dicho de otro modo, a pasar del régimen tradicional
europeo del servicio público a uno de regulación.