Lutero Disputacion Leipzig

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La Disputación De Leipzig

LA DISPUTACIÓN DE LEIPZIG

Informe De Lutero A Jorge Spalatín

Martín Lutero

1519

1
La Disputación De Leipzig

Al Exelente Señor Jorge Spaltin, Predicador De La Corte Y Bibliotecario Del Ilustrísimo Príncipe
Elector De Sajonia, Su Amigo En Cristo.

Saludos. Nos alegramos que el Ilustrísimo Príncipe y que vosotros todos hayáis regresado
sanos y salvos, mi muy estimado Sapaltín. ¡Que Cristo acepte en gracia el alma de Pfeffinger! 1
Amén. De esta famosa disputación nuestra habíamos escrito ya, hace tiempo, pero no sabíamos
adonde ni como. La situación es como sigue: algunas personas de Leipzig que no son
precisamente puras ni rectas, están celebrando la victoria con Eck; así, a causa de este mismo
parloteo, el rumor se difunde. Por lo demás, la cosa misma traerá todo a luz.
Apenas habíamos llegado, y casi antes de que descendiésemos del coche, se fijó en las
puertas de la Iglesia una orden del obispo de Merseburg2, que prohibía la disputación. Junto con
ella se publicó esa nueva declaración que acababa de llegar, sobre el problema de las
indulgencias. La orden fue desestimada y el que la había fijado, encarcelado, pusto que el cabildo
de la ciudad no tenía conocimiento de tal acto.
Como con esta artimaña no tuvieron éxito recurrieron a otra. Llamaron a Andrés Carlstadt
aparte y, conforme al deseo de Eck le propusieron de muchas maneras que la disputación se
realizara solo oralmente y no se levantara por los notarios acta alguna. Eck esperaba imponerse
por sus gritos y ademanes en lo cual efectivamente, era desde hace mucho un verdadero maestro.
Carlstadt, en cambio, se opuso y exigió que interviniesen notarios, puesto que así se había
convenido y a ello era preciso atenerse. Finalmente, para conseguir esto, Carlstadt se vió obligado
a admitir, por lo menos, que el acta labrada por los notarios no se publicase sin antes oír el juicio
de algunas personas. En esta ocasión se suscitó una nueva discrepancia acerca de la elección de
los árbitros. Al fin, lo obligaron también a consentir que, después de terminar la disputación, se
pusieran en acuerdo respecto de los árbitros. No querían admitir la disputación de otra manera. Y
así, con un dilema falaz nos acosaron, poniéndonos ante la alternativa de renunciar a la
disputación o someterla necesariamente ante árbitros injustos. Por tanto, tú notarás esas taimadas
astucias por las cuales nos quitaron la libertad convenida. Sabemos perfectamente que las
universidades y el Pontífice Romano no se pronunciarán nunca o en caso dado, en contra de
nosotros, y esto es lo que ellos únicamente aspiran. Al día siguiente me llamaron aparte y me
propusieron lo mismo. Mas yo, suponiendo que detrás de ello estaba el Pontífice Romano,
rechacé todas estas condiciones, como me habían aconsejado los nuestros. Entonces ellos,
dejando a un lado el Pontífice Romano, me propusieron otras universidades. Yo exigí que se me
conservara la libertad convenida y oponiéndome a sus pretensiones renuncié a la disputación.
Pronto, entonces se propagó la noticia de que yo no me animaba a entrar en la disputación, y lo
que era aún más inicuo, que no quería admitir árbitros cualesquiera. Todo ello lo difundieron e
interpretaron de manera por demás odiosa y maligna, tratando de que hasta los mejores amigos se
volviesen contra nosotros; de modo que ya teníamos a la vista el perpetuo descrédito de nuestra
universidad. Después de esto, respondiendo al consejo de los amigos, fui y acepté indignadísimo
las condiciones, pero de tal manera que quedara asegurada mi apelación; que no se perjudicase en
nada mi pleito y que también quedasen excluida la Curia Romana. Durante una semana se
produjo primero con Carlstadt sobre el libre arbitreo. Carlstadt adujo de libros que llevaba
consigo argumentos pertinentes y sacó sus conclusiones (con la ayuda de Dios) de un modo
egregio muy elocuente.

1
Degenhart Pfeffinger, canciller de Federico el Sabio.
2
Obispo Adolfo de Merseburg.

2
La Disputación De Leipzig

Cuando después de esto se le dio a Carlstadt la oportunidad de oponerse, Eck no quiso


continuar a menos que se dejasen los libros a un lado. Andrés Carlstadt lo había hecho con el fin
de demostrarle en la cara que citaba rectamente las sentencias de la Escritura y los Padres y no las
manejaba arbitrariamente como se le pudo comprobar a Eck. Se produjo un nuevo tumulto. Al fin
se resolvió a favor de Eck que los libros debían quedar en casa. Pero, ¿quién no se daba cuenta de
que si en la disputación se trataba de la verdad, uno debería desear que se trajesen todos los
libros? Nunca tan abiertamente la envidia y la ambición fueron vistas como aquí.
Finalmente este hombre astuto concedió todo lo que Carlstadt argüía, lo que, no obstante,
anteriormente había impugnado con energía. Estaba todo de acuerdo con él en todo sentido y en
todos los puntos, gloriándose de que él había llevado a Carlstadt a su propia opinión. Despachó a
Duns Escoto y a los escotistas y a Capreolo 3 con los tomistas, afirmando que los demás
escolásticos habían opinado y enseñado lo mismo que Carlstadt. Así cayeron en esta oportunidad
Dun Escoto y Capreolo, es decir, los más célebres maestros de los escotistas y tomistas.
En la semana siguiente Eck debatió conmigo. Muy agriamente primero, sobre el primado del
Pontífice romano. Se basaba en las palabras: “Tú eres Pedro” 4 y “Apacienta a mis ovejas,
sígueme” y “Confirma a tus hermanos”5. A esto agregó muchas sentencias de los Padres. Lo cual,
como verás más tarde, yo contesté. Después, llegando al fin, se aferró obstinadamente al Concilio
de Conztansa, condenando el artículo de Hus, el cual había afirmado que el papado se debía al
Emperador, como correspondía por derecho divino. Estando en su propia arena promovía una
fortísima alaraca. Alzó a los bohemios contra mí y públicamente me acusó de ser hereje y
protector de los bohemios heréticos. En verdad, Eck es un sofista tan atrevido como falso. Era
sobre manera extraño que esas acusaciones halagasen más a los representantes de Leipzig que la
disputación misma.
Yo, por mi parte, rebatiéndole sostuve que los cristianos griegos, durante mil años, y los
Padres de la Iglesia, no estaban bajo la potestad del Pontífice romano, aunque no le negaban un
primado de honor. Finalmente disputamos también sobre la autoridad de los concilios. Confesé
públicamente que algunos artículos fueron indebidamente condenados por el Concilio de
Constanza puesto que Pablo, Agustín y aún Cristo mismo los habían enseñado con palabras
manifiestas y claras. En este momento la víbora se hinchó de verdad, exagerando mi delito y casi
enloqueció adulando a la gente de Leipzig. Finalmente le probé, con palabras del Concilio
mismo, que allí no se condenaron todos los artículos de Hus por heréticos y erróneos, de modo
que sus pruebas no tenían validez. A esa altura la discusión se detuvo.
En la tercera semana Eck y yo disputamos acerca de la penitencia, el purgatorio, las
indulgencias y el poder del sacerdote para conceder la absolución. Pero a Eck no le gustaba
disputar con Carlstadt y se dirigió exclusivamente contra mí. El debate sobre las indulgencias
quedó completamente eclipsado. Casi en todos los aspectos estaba de acuerdo conmigo. Su
defensa anterior de las indulgencias se desvaneció en burla y escarnio, mientras yo había
esperado que este fuera el tema principal del debate. Finalmente lo confesó aún en sermones
públicos, de modo que hasta el vulgo comprendió que para él las indulgencias no valían nada.
Se dice que también manifestó que si yo no hubiese disputado sobre la potestad del Papa, le
habría resultado muy fácil consentir conmigo en todos los puntos. Finalmente dijo al mismo
Carlstadt: “Si con Martín estuviera tan de acuerdo como contigo, hubiera podido trabar amistad
con él”. Tan veleidoso y taimado es este hombre que es capaz de cualquier cosa. Al fin, mientras
concedió a Carlstadt que todos los directores escolásticos enseñaban lo mismo, debatiendo
3
Domínico francés, tomista, fallecido en 1444.
4
Mt. 16:18.
5
Lc. 22:32.

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La Disputación De Leipzig

conmigo rechazó a Gregorio de Rímini, quien, como único, sostuvo con nosotros, contra todos
los escolásticos, la misma opinión. De esta manera, él no parece considerar errado ora afirmar
algo, ora negarlo. Los representantes de Leipzig no lo notan. Tan estúpidos son. Aún más
monstruoso resulta que en la disputación concediera algo y en la Iglesia enseña lo contrario. Pero
interpelado por Carlstadt a causa de su actitud tan voluble, este hombre, haciendo un guiño con el
ojo, manifestó que no era oportuno enseñar al pueblo lo que se disputaba.
Luego, habiendo terminado la discusión conmigo, Eck disputó nuevamente en los últimos
tres días con Carlstadt, y una vez más, haciendo concesiones en todos los puntos, estaba de
acuerdo en que pecar es hacer aquello que de mi depende; que el libre arbitreo sin la gracia no
puede otra cosa que pecar; que en toda buena obra hay pecado; y que se debe a la gracia misma si
el hombre, al hacer aquello que de él depende, se predispone para recibir la gracia. Todas estas
cosas son negadas por los escolásticos. De ese modo, casi nada se trató en esta disputación, con
alguna dignidad, a no ser mi décimo tercera tesis. No obstante, Eck cosechaba aplausos, triunfa y
es considerado vencedor; pero solamente hasta que nosotros publiquemos lo nuestro, puesto que
habiendo resultado tan mala la disputación, evitaré nuevamente las Resolutiones.
Los de Leipzig no nos saludaron ni nos visitaron, más bien nos trataron como enemigos muy
odiados. En cambio, Eck fue escoltado hasta la ciudad, siendo considerado y homenajeado, y al
fin le regalaron un gabán agregando un corte de camelote; y andaban con él de paseo a caballo.
En resumen, lo que pudieron excogitar lo hicieron para injuriarnos.
Además persuadieron a César Pflug y al príncipe 6 a dar su beneplácito. Lo único que nos
hicieron, como de costumbre, fue honrarnos ofreciéndonos vino, lo cual por decencia no
podíamos omitir. Aquellos que estaban de nuestra parte nos visitaron casi clandestinamente. Sin
embargo, nos invitó el Dr. Auerbach7, hombre de rectísimo juicio, y el profesor Pistoris, el
joven8. También el Duque Jorge nos invitó a los tres a la vez.
El mismo Ilustrísimo Duque me hizo llamar para que lo visitara solo y departió mucho
conmigo con respecto a mis opúsculos, sobre todo mi exposición del Padrenuestro,
manifestándome que los bohemios conjeturaban mucho sobre mi persona. Además dijo que, con
el librito sobre el Padrenuestro, había confundido a muchas conciencias, que no podían orar ni un
solo Padrenuestro en cuatro días, si fuesen compelidas a hacerme caso; y muchas cosas más.
Empero no fui tan estúpido como para no distinguir entre la flauta y el flautista. Me dolía que un
príncipe muy bueno y piadoso se dejara influir de esa manera por personas ajenas y se guiase por
sus opiniones, puesto que vi y supe que se desempeñaba como un verdadero príncipe cuando
hablaba por sí mismo.
La última demostración de infamia fue la siguiente: cuando el día de Pedro y Pablo, nuestro
señor rector, el Duque de Pomerania9, me solicitó que predicase a su Alteza en la capilla del
castillo, se difundió rápidamente la noticia de mi sermón por toda la ciudad y se congregó una
gran multitud de hombres y mujeres; de modo que me vi obligado a predicar en el aula donde se
disputaba. Nuestros enemigos ya habían llamado a estudiantes avanzados y los habían repartido
convenientemente en el recinto, como asimismo a hostiles observadores. El Evangelio del día
(Mateo 16:13-19) abarcaba con claridad los temas de ambas disputaciones, lo cual me dio
oportunidad de exponer un resumen completo de la disputación, muy a disgusto de los
universitarios de Leipzig.

6
Jorge de Sajonia.
7
Dr. Enrique Stromer de Auerbach, profesor de medicina en Leipzig.
8
Dr. Simón Pistoris o Pistorius, profesor de derecho en Leipzig.
9
Duque Barnin XI, rector de la Universidad de Wittenberg.

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La Disputación De Leipzig

Entonces Eck fue concitado contra mí y predicó cuatro veces en diferentes Iglesias
zamarreando y zarandeando cuanto yo había expuesto. Así se lo habían ordenado los malos
teólogos. A mí no se me dio ya oportunidad de predicar, aunque muchos lo pedían. Ellos podían
acusarme e inculparme sin que yo tuviera oportunidad de defenderme. De la misma manera
procedieron también en la disputación, de modo que Eck, aunque era opositor, tuvo la última
palabra, sin que yo pudiera impedirlo.
Finalmente, cuando Cesar Pflug oyó que yo había predicado (no había estado presente),
exclamó: “Ich wollt Dr. Martinus hätt sein Predigt gen Wittenbergk gesparet”. En resumen, yo
había experimentado la infamia en otra ocasión, pero nunca en forma tan desvergonzada y cínica.
He aquí toda la tragedia. El resto lo contarán Juan von Planitz, quien estaba presente e hizo
mucho para que no se suspendiese la disputación. Y como en ella Eck y los de Leipzig buscaron
solo su gloria mas no la verdad, no era extraño que comenzara mal y terminara peor. Mientras era
de esperar que se llegase a la concordia entre los de Wittenberg y los de Leipzig, temo que por
todo ese rencor dieron motivo para que la discordia y la antipatía nazca de verdad. Esto es la
consecuencia de la ambición humana. Aunque trato de refrenar mi violencia no puedo suprimir
del todo mi antipatía, porque también soy de carne, y demasiado cínico, pues su odio y maligna
su iniquidad en un asunto tan sagrado y divino. Que te vaya bien, recomiéndame al Ilustrísimo
Príncipe.

Miércoles después de San Alejo del año 151910.

Tu Martín Lutero

Al Reverendo Padre, el Vicario Staupitz, lo encontré en Grimma.

SE TERMINÓ DE DIGITALIZAR POR


ANDRÉS SAN MARTÍN ARRIZAGA, 25 DE MARZO DE 2007

10
20 de julio de 1519.

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