Hermosa Eternidad - Renee Ahdieh
Hermosa Eternidad - Renee Ahdieh
Hermosa Eternidad - Renee Ahdieh
www.mundopuck.com
ISBN: 978-84-17981-91-4
De «Augurios de Inocencia»
de William Blake
J’ai voulu ce matin te rapporter des roses;
Mais j’en avais tant pris dans mes ceintures closes Que les
noeuds trop serrés n’ont pu les contenir.
de Marceline Desbordes-Valmore
HIVER, 1872
RUE ROYALE
JANVIER, 1872
—Pre ero un hombre feo antes que uno aburrido. Y una gran
barriga signi caría que es de buen comer, así que… —Celine
inclinó la cabeza hacia un lado.
—Al menos ninguna que hablara inglés tan bien como tú. Es
como si hubieras nacido hablándolo.
Ya no.
Como Pippa era quien estaba más cerca del conductor, fue
el a quien se inclinó hacia adelante para dirigirse a él.
—¿Perdón?
Esperanza.
No.
Celine parpadeó.
O a matar a un hombre.
Aunque nadie podía negar que los trabajos que Celine hacía
con seda fruncida y delicado encaje de Alençon no tenían
par, su habilidad no la favorecía en nada en esa situación.
Saber cómo diseñar vestidos para la élite parisina no era
considerado exactamente un gran logro en un convento.
VAUC
«Vete a un convento».
—N-no.
Celine creía que, por lo menos, ese alivio era algo por lo que
dar las gracias.
dejara ciega.
Jacques’
¿Bendecida?
MALVOLIO
Para Celine, «fal ecer» era una forma bastante sutil de decir
que había sido destrozada bajo un cielo estrel ado.
HIVER, 1872
Estoy divagando.
Mis convicciones.
Cada una de las muertes que sigan será más sentida que la
anterior.
Tal vez eso sea lo que me atrae hacia la vitalidad del Barrio
Francés.
UN POCO DE VIOLENCIA
Celine deseó con todo su ser tener aunque solo fuera una
única moneda consigo. Una única oportunidad de participar
en algo así de apetecible. Sabía que era una mala idea
acercarse al júbilo del des le que se aproximaba, pero había
pasado demasiado tiempo desde la
en la dirección contraria.
Ese fue el más alto de los dos, de pie a la derecha del otro,
que observaba el desarrol o de la violencia como si no fuera
más que un simple entretenimiento. Un espectáculo
representado sobre un escenario ante un público que había
comprado entradas para verlo.
de polvo de diamante.
No.
No.
Cuánta ironía.
Sabía muy bien qué aspecto tenía. Sabía cómo controlar ese
poder como un maestro de armas.
señor.
¿Está… muerto?
—Pero…
Amenazador.
—Sí. Eso es lo que creo. —Se colocó más erguida y sus nudil
os se pusieron blancos.
HIVER, 1872
Qué apropiado.
No era más que otra prueba de que había algo roto dentro
de Celine.
—¿Pippa?
¿Valdría la pena?
TOUSSAINT
Ruleta. Había oído hablar sobre ese juego, pero nunca había
tenido la oportunidad de jugarlo.
Quería volar.
Inhumana.
había causado.
Celine asintió.
—El chaleco de Jacquard es una elección excelente para
alguien de su tono de piel, y la confección es magní ca,
aunque yo hubiera usado una costura francesa en vez del
pespunte clásico para la terminación de los bordes.
—. ¿Una gorra con visera como las que usan en Eton? ¿Un
bombín?
—Para ser honesta, lo pre ero sin sombrero, pero sé que eso
no es lo
Así no era como se hacían las cosas. Pero estaba claro que
Odette disfrutaba de ir en contra de las convenciones. ¿Por
qué se comportaría de forma diferente en esa situación?
Celine adoptó una expresión que era la imagen misma de la
apatía mientras hurgaba en el bolsil o de sus enaguas y
extraía una cinta métrica.
Pippa asintió.
tomes.
—¿Qué vio?
desenfocados.
Quizás eso era todo. Quizás no tenía nada que ver con una
fascinación con él. Quizás era la l amada de la criatura que
acechaba dentro de el a. Hacía no mucho tiempo, esa
criatura le había otorgado un poder inmenso sobre un
acosador y libertad para controlar su vida.
EL FANTASMA
Inhumanos.
Pero eso era imposible. ¿O no? Una cosa era creer en magia
e ilusiones. Pero creer en criaturas que pertenecen a la
imaginación de los niños era algo muy distinto.
Pippa giró sobre sus talones con una falta de gracia inusual
y perdió el equilibrio. Habría caído al suelo si Arjun no
hubiera estado al í para sostenerla con los brazos alrededor
de sus hombros.
—¡Sinvergüenza!
—Imperialista detestable.
—¡Imbécil patoso!
—Ramita sobrecrecida.
—No es necesario.
Hacía tan solo una hora, Pippa había señalado que no eran
amigas de verdad. No todavía. En ese momento, Celine se
había sentido dolida, pero ahora no podía negar la
veracidad de lo que Pippa había dicho. Las amigas
verdaderas compartían sin reservas sus pensamientos y
sentimientos, sus secretos y sus miedos. En París, antes de
aquel a
—No.
—¿Por qué…?
—¿Está…?
—Selene era una diosa lunar. Una titánide. Todas las noches,
conducía una carroza de cabal os blancos por el cielo para
abrir paso a la noche.
es un apodo de la infancia.
—Me lo merecía.
Eso hizo que Celine soltara una risa. Todo parecía fácil.
Demasiado fácil.
No muy lejos, el sonido de los dados de mar l contra la
madera de raíz se mezclaba con un coro de risas
estridentes. La atención de Celine se dirigió hacia la mesa
de la ruleta. Celine sonrío hacia dentro y volvió a
sorprenderse con la observación de que se encontraba
cómoda en ese sitio, rodeada de practicantes de magia y
señores del caos. Tal como Odette había sugerido, ese sitio
no se parecía a nada que Celine hubiera
conocido antes.
Eran como dos trenes que iban rumbo a una colisión. Era
mejor para todos los involucrados que no disfrutaran de la
compañía del otro.
—Vaya, qué odisea. Nunca creí que el voile pudiera ser una
tela tan testaruda. —Levantó las cejas a modo de pregunta
—. ¿Qué nos hemos perdido?
Anabel.
—¿Está…? —La voz de Pippa se quebró. Después se elevó
en un gemido agudo.
En el asesinato de Anabel.
de Celine.
UNA DE NOSOTRAS
¿Qué tenía Bastien —qué tenía ese sitio— que hacía que
todos temblaran en sus botas?
Celine hizo una pausa para respirar y usó sus ojos para
implorar sin usar palabras. Consideró estirar la mano para
tocar el brazo del detective, pero eso sería demasiado
atrevido, y no tenía ningún interés en estropear la pequeña
cantidad de magia que había conseguido conjurar en ese
momento para alcanzar una meta mayor.
Celine asintió.
—¿Disculpe?
Deleitarse en la oscuridad.
—En realidad… No creo que tenga nada que ver con las
matemáticas
Pensativo.
HIVER, 1872
Y aun así…
La silueta se desvaneció.
Solo una cosa era cierta: algo había cambiado esa noche.
¿O sí?
Sería amaril o.
Como el lazo faltante que había sujetado el pelo de Anabel.
Bhal-ee.
—Sí, es verdad.
espiara…
Si…
Era Arjun.
precio.
LA ACTUACIÓN DE SU VIDA
Para ser más especí ca, la ubicación del lazo amaril o para el
pelo que estaba desaparecida.
El detective Grimaldi se aclaró la garganta.
como irritante.
Había pil ado a Pippa en una mentira. Había sido muy fácil.
Celine asintió.
El detective asintió.
Inhumano.
Perturbada por el pensamiento recurrente, Celine volvió su
atención a Michael Grimaldi y se tomó un momento para
inspeccionar sus facciones.
¿Estaba equivocada?
—¿Disculpe?
enfadado.
—Para nada.
… no miente.
O quizás…
Mon amie:
Bisous,
Odet e
Celine leyó la carta de Odette tres veces. Incluso después
de múltiples lecturas, el contenido no dejaba de sonar
ridículo.
No importaba.
rosa vibrante bajo las palmas de las manos. Apenas eran las
diez de la mañana, pero el calor del día era tan intenso
como unas termas durante el verano. El calor espeso de
Nueva Orleans nunca dejaba de asombrarla. Finales de
enero en esa ciudad sería como julio en París…
si las cal es de París hubieran sido inundadas por el mar.
Junto a su pie todavía había rastros de un charco pequeño,
probablemente donde se había soltado el pelo mojado antes
de vestirse.
Ese demonio había pagado por sus pecados ese mismo día.
Había comprado la absolución de la iglesia con su
«generosidad in nita». Ese tenía que ser el motivo por el
cual había quedado con el obispo y se había ocupado de
asistir a la misa.
—. Adoro que vistas con tonos tan bril antes. Es mucho más
intrigante que todo este mar de pasteles aburridos. —Agitó
una mano enguantada para señalar a la plaza—. Algún día
tendrás que contarme cuál es tu inspiración.
estaba a su lado.
Odette asintió.
—¿Invitarme?
Una vez más, sus intentos por controlar a Celine habían sido
frustrados,
convento.
Celine suponía que eso mismo era lo que haría esa noche.
HIVER, 1872
Desatadas. Solas.
La plata pura.
Pero, en de nitiva, ninguno de estos detal es son
importantes.
—Haz sitio para mí, Ash. Quiero ver qué se siente al estar de
pie en la cima del mundo.
O a Émilie.
bromeó Art.
Phoebus tragó saliva, sus ojos marrones bril aban detrás del
marco de sus gafas y traicionaban lo halagado que se sentía
de haber recibido la atención de Bastien.
en arrojarle.
Orleans.
—Yo jamás…
Ash luchó contra sus ataduras mientras las guras con capas
que lo rodeaban se acercaban cada vez más con ojos como
monedas de plata bajo la luna creciente.
—No… no lo entiendo.
—Quiero… olvidar.
CHAMPÁN Y ROSAS
Celine se reclinó contra el damasco de color intenso de su
sila dorada.
—De todas las cosas que has dicho, esa es mi favorita, mon
amie. —
Guiñó un ojo.
Prometida.
—Ah, no seas tan difícil, mon amie. —Odette hizo una pausa
l ena de signi cado—. Ya has admitido que es… ¿cómo lo has
dicho?
—Hola. —Celine asintió una sola vez con la tela del vestido
apretada en sus puños.
—Me temo que debo irme. —Se abrió paso junto a la mesa
con la cara sonrojada.
—¿Islas otantes?
CONOCE A TU CREADOR
No lo hizo.
No había nada.
Bastien.
Celine asintió.
—Puede volver.
Bastien asintió.
Pero es que…
Una nueva cadena musical otó por el cielo con una melodía
bril ante. Efervescente.
MÉFIEZ-VOUS DU ROUGAROU
—El rougarou.
Celine parpadeó.
—Malos católicos.
—Tú también.
—¿Tril ado? ¿Por qué sería tril ado conocerse a uno mismo?
—Llevó los labios hacia adelante.
Una vez que se alejaron del des le, Celine se movió junto a
Bastien, cómoda por primera vez desde que había salido de
Jacques’, cuando su preocupación principal había sido la
reciente humil ación que había sentido en manos de Odette.
Celine casi se reía de sí misma. No podía creer que eso
había sucedido hacía menos de una hora.
Y estaba agradecida.
—¿Y mañana?
Desde los cuatro años, Celine había escuchado que esa era
la única forma de hacer las cosas.
Celine palideció.
—¿Y lo eres?
—Yo también.
Con el rabilo del ojo, Celine vio cómo la última vela que
tenían comenzaba a parpadear y apagarse.
—Ay —soltó Pippa, cuya gura menuda era una silueta contra
un rayo de luz de luna—. Lo siento muchísimo. —Usó el pie
para abrir la puerta a medias—. Pero traigo regalos. —Entró
en la habitación. Entre las manos l evaba una bandeja de
madera sencil a cargada de lo que parecía ser comida y el
cabo de una vela en un candelabro antiguo de latón.
Una vez que el sol se había ocultado, Celine pasó sus cosas
a la celda de Pippa, que era un poco más grande que la
suya, donde su amiga había elegido trabajar en sus
acuarelas mientras Celine daba puntadas a la luz de sus
velas compartidas.
—Ante ti.
Segura.
—¡Yo no me he burlado de el a!
Hizo una pausa para mirar a Celine a los ojos con una
expresión sombría—. Los próximos días no serán fáciles, mi
niña.
—Estás temblando.
—¿En serio?
asesino.
—No.
—Bastien.
EL RETRATO EMBRUJADO
crítico.
Celine asintió.
—Correcto.
— Merci, Odette. —Celine soltó una risa suave sin abrir los
ojos.
— Pas du tout, mon amie —respondió Odette—. Nosotros
cuidamos a los nuestros.
—No.
—Por favor…
Después, como una ola que golpea contra la costa, todos los
eventos de la noche anterior inundaron su cabeza. Estaba
enclaustrada en la suite de la última planta del hotel más
elegante de la ciudad. Un ascensor adornado con aves
doradas la había l evado hasta ese sitio.
Celine observó su re ejo. Los ojos eran más grandes que los
de un mapache y el pelo parecía una bandada de cuervos.
Todavía tenía salpicaduras de sangre seca sobre la piel. Las
diminutas manchas rojas resultaban más perturbadoras
cerca de los ojos, que desprendían un bril o tuberculoso,
como si Celine estuviera sufriendo una ebre. Sin pensarlo
dos veces, l enó el cuenco con agua transparente de la jarra
y se dispuso a salpicar su cara y frotar sus mejil as hasta
que estuvieran rojas. Hasta que las tres versiones de el a
que se re ejaban en los espejos se vieron apropiadamente
irritadas.
Qué gracioso.
HIVER, 1872
RUE BIENVILLE
Sonrío.
Es lo justo.
—¿Él lo sabe?
—¿Jefe?
Su confusión me irrita.
Se equivocaron.
No. — B
Pero ese día era otra historia. La intención de Celine era que
ese evento cumpliera varios propósitos, todos a su favor. De
hecho, frecuentaría todas las ridículas funciones de carnaval
en el futuro
Pero ya no importaba.
las amazonas.
—Fascinante.
Por el momento.
—¿Por qué crees que lo tengo yo? —Bastien dio otro paso
hacia delante y acorraló a Celine contra la esquina.
—Detente —ordenó el a.
—No… no lo sé.
—Odette hace que todo sea posible. Arjun es hábil con las
palabras.
Él no respondió nada.
TEN CUIDADO
—Yo también.
—¿Quién era?
—Un joven que intentó violarme.
—¿Qué…?
—Pertenecía a mi hermana, Émilie —explicó Bastien—. Me lo
dio el día que murió. —Respiró y sintió que el aire le
quemaba los pulmones en el momento en el que pronunció
su nombre—. Siempre lo l evo conmigo. Me da fuerza.
—Pero lo haremos.
—No lo haré.
Valdría la pena.
Bastien soltó una risa. Cada contacto con su piel, cada roce
con su mano enviaba una nueva ola de deseo por sus
venas.
—Celine.
—Bastien.
—Sí.
—Sí.
—¿Y… esto?
Nigel.
HIVER, 1872
RUE BIENVILLE
LA PIANTAGRANE
Eres mía.
Sé el a ti misma.
Esas eran las únicas verdades que tenían sentido entre todo
ese caos.
¿Y si no funcionaba?
—De mi madre.
Se aclaró la garganta.
—Gracias, Nonna.
Luca rio en voz baja, cruzó los brazos y se reclinó sobre la sil
a mientras Celine miraba con jeza el cuenco de sopa y
rezaba por que alguien cambiara de tema.
Celine tragó.
Siete. Ocho.
—Marceline.
Casi.
Imposible.
—Soy Nicodemus Saint Germain —dijo e interrumpió los
pensamientos de Celine.
El primer corte.
La indignación comenzó a tomar forma en el pecho de
Celine. Abrió
El cuarto corte.
A pesar de su creciente irritación, Celine sintió que
comenzaba a encogerse por dentro, como si el miedo
amenazara con superar todo lo demás. En el siguiente
instante, se forzó a sí misma a reanimarse. A canalizar a la
diosa Selene, quien dominaba el cielo nocturno y sus
innumerables estrel as.
Una risa suave cayó de los labios del conde, como si pudiera
sentir su creciente terror.
El conde no lo dudó.
Celine parpadeó.
Él volvió a asentir.
Hazle daño ahora una sola vez y evita una vida de dolor
para ambos. Si cumples con mi deseo, te otorgaré cualquier
favor que pidas. Y te darás cuenta de que mi alcance no
tiene límites en ningún ámbito. —Hizo una pausa y la línea
volvió a estropear su frente—. Si me desafías, verás tus
peores miedos convertidos en tu realidad. Me aseguraré de
que te quedes absolutamente sola, Celine Rousseau. Me
aseguraré de que tengas que encarar todo aquel o de lo que
has huido sin tener a nadie que culpar más que a ti misma.
HIVER, 1872
JACKSON SQUARE
pequeña y malvada
BELLA PUTREFACCIÓN
Celine subió las escaleras. Esa noche no era una chica que
temía encarar sus elecciones. Era una diosa que estaba
tendiendo una trampa para atrapar a un asesino.
Su mirada fue atrapada por una gura al otro lado del salón.
Un joven que se había detenido en seco y había jado sus
ojos plomizos en el a.
Orleans.
Nicodemus.
—El amor es, sin ninguna duda, una debilidad. —Se inclinó
hacia la oreja derecha de Celine—. Y es cierto que me caes
bien, Marceline Rousseau. Sobre todo cuando haces lo que
quiero.
Le sentaba bien.
L, O, U… ¿P?
Solo el diablo sabe por qué. Se suponía que todo esto había
terminado hace años.
oscuridad.
desafío.
Eres mía.
Sé el a ti misma.
—No tengo tiempo para ver quién orina más lejos. —Sujetó
las muñecas de Michael y las retorció para que soltaran su
disfraz absurdo
EL ÚLTIMO CLAVO
Celine despertó de costado, con la mejila apoyada sobre la
piedra fría.
—¿Quién eres? —Su voz estaba ronca pero rme—. ¿Por qué
me has traído aquí?
¿Nigel?
—Pero estabas muerto —susurró Celine cuando Nigel
avanzó hasta hacerse visible, fuerte y sano y entero,
rodeado por un aroma a tierra que impregnaba el aire. La
conmoción l egó a las extremidades de Celine e hizo que
sus hombros se sacudieran—. Yo te vi. Tu brazo. Tu cabeza.
—Celine ahogó un grito al l egar a una conclusión que le
robó todo el aire de los pulmones—. Fuiste… tú.
—¿Queríamos?
Vampiro.
Bastien lo ignoró.
—Primero suéltalo.
—Bastien.
Bastien abrió la boca, y sus ojos bril aron con una luz feroz.
Intentó hablar, pero un rastro de sangre brotó de su boca.
absorbía su calidez.
—Por favor —rogó Celine, con lágrimas que caían por sus
mejil as y la cabeza de su sobrino sostenida contra el pecho
mientras la sangre se acumulaba en un círculo cada vez
más amplio alrededor de los dos—.
Sálvalo.
Entumecido.
Nicodemus no se movió.
¿lo salvarías?
—¿Tenemos un trato?
NO ES AMOR EL AMOR
He desmantelado su legado.
Mi precioso hermanito.
Pero ahora mis lealtades están en otro sitio. Yacen con las
criaturas que me ofrecieron el don que el tío Nico se negó a
entregarme hace diez años. Con las verdaderas bestias
inmortales del Otro Mundo. Las mismas a las que los
vampiros han hecho a un lado para usar como perros
guardianes a los que alimentan con los restos que sobran de
sus mesas. A los que han tratado como si no fueran más
que carne de cañón en una guerra de siglos contra el Val e
Silvano.
—Celine.
—Michael.
—Por favor.
descansar.
—¿Qué es eso?
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS
que tú.
Document Outline
Diferente de lo que parecía
Un estudio sobre contrastes
Por las estrellas
Tu nombre es Marceline Béatrice Rousseau
Malvolio
Un poco de violencia
La Corte de los Leones
Toussaint
El Fantasma
DES QUESTIONS, DES QUESTIONS
Un equilibrista sobre la cuerda floja
Una de nosotras
Una silueta en un sueño
Una visita sorpresa
La actuación de su vida
Una asesina en la misa del domingo
Las palabras son armas
Champán y rosas
Conoce a tu creador
Méfiez-vous du rougarou
La hora de las brujas
La libertad solitaria de una calle neblinosa
El retrato embrujado
Velada de una noche de verano
La encarnación de las tinieblas
Ten cuidado
La piantagrane
Mil cortes pequeños
Bella putrefacción
Dos caras de la misma moneda
Medio kilo de carne
El último clavo
Los muchos caminos que conducen a la felicidad
No es amor el amor
Epílogo
Agradecimientos