1 - Brigid Kemmerer - El Elixir de Flor de Luna
1 - Brigid Kemmerer - El Elixir de Flor de Luna
1 - Brigid Kemmerer - El Elixir de Flor de Luna
Argentina – Chile – Colombia – España
Estados Unidos – México – Perú – Uruguay
Título original: Defy the Night
Editor original: Bloomsbury
Traducción: Xavier Beltrán
1.ª edición: agosto 2022
Todos los nombres, personajes, lugares y acontecimientos de esta novela
son producto de la imaginación de la autora o son empleados como entes de
cción. Cualquier semejanza con personas vivas o fallecidas es mera
coincidencia.
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente
prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del
copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la
reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento
informático, así como la distribución de ejemplares mediante
alquiler o préstamo públicos.
Copyright © 2021 by Brigid Kemmerer
Mapa © Virginia Allyn
Esta edición de Defy the Night se publica en virtud de un acuerdo entre
Ediciones Urano y Bloomsbury Publishing Plc.
All rights reserved
© de la traducción 2022 by Xavier Beltrán
© 2022 by Ediciones Urano, S.A.U.
Plaza de los Reyes Magos, 8, piso 1.º C y D – 28007 Madrid
www.mundopuck.com
ISBN: 978-84-19251-24-4
Fotocomposición: Ediciones Urano, S.A.U.
Para la señorita Pat Bettridge
y para
la señorita Nancy Vaughan.
Dos profesoras maravillosas
que me enseñaron
lo poderosa que puede ser
la palabra escrita.
LOS LÍDERES POLÍTICOS DE KANDALA
Barnard Montague
Cónsul Tierras del Tratante*
(muerto)
NOMBRE PAPEL
Lochlan Rebelde
LA CURA
Tessa
L a parte más difícil de este trabajo no es robar. Es
escapar. En el mejor de los casos, tardo dos minutos
en escalar la pared para salir del Sector Real, pero la
noche es fría y se me empiezan a entumecer los dedos.
Queda tan solo una hora para el alba y los focos de los
centinelas salpican las altas murallas de piedra a
intervalos irregulares. Me coloco debajo del brazo el
zurrón de boticario de mi padre y lo agarro con fuerza,
sumida en la oscuridad, a la espera de una oportunidad.
A Wes.
—Tessa.
Lo ignoro.
Corrick
L levo horas escuchando la respiración de mi
hermano. Oigo un nuevo ruido cada vez que inhala,
un débil traqueteo de sus pulmones. En la Selva, lo
llaman el traqueteo de la muerte, porque signi ca que el
nal está cerca.
A mí me tienen miedo.
No lo hará.
Tessa
E n un día bueno, Weston y yo conseguimos repartir
cien frascos del elixir. Se me ocurrió que podríamos
hacer la ronda por separado, porque así llegaríamos al
doble de familias, pero Wes insiste en que uno de los dos
debe quedarse siempre vigilando; y, la verdad, tal
cantidad de frascos pesa tanto que dudo de que pudiera
llevarlos hasta cien hogares por mi cuenta.
—Eres incorregible.
Muriéndose.
No está muerto. Todavía.
—¿Mamá? —carraspea.
—Prométemelo.
—Te lo prometo.
Miro detrás de él. Hay poca luz, pero ahora oigo los
pasos que dan las botas de la patrulla nocturna. Wes
tenía razón: es probable que hayan oído los gritos de
Kendall y que ahora se presenten para saber qué ocurre.
Está demasiado oscuro como para que la vea a ella.
Puede que ellos tampoco vean nada y pasen de largo.
—Nunca aprenderán.
—Lo sé —susurra.
—¡Weston!
Corrick
C uando Harristan era muy pequeño, era un niño
débil y achacoso. Enfermaba a menudo. Fue antes
de que las ebres empezaran a aterrorizar a nuestro
pueblo, antes siquiera de que naciese yo. He oído
rumores de que mi madre y mi padre sintieron un gran
alivio cuando ella se quedó embarazada de mí, ya que
hubo un tiempo en que les preocupó que Harristan no
sobreviviera, y entonces no dispondrían de un heredero.
Nuestros padres se pasaron tantos años mimándolo que
nunca dejaron de hacerlo, tampoco cuando él superó
de nitivamente las enfermedades de la infancia. ¿Una
salida de un n de semana para ir a cazar? Harristan
permanecía en el palacio, mientras que yo era libre de
galopar con Padre y con los nobles. ¿Un viaje a sectores
alejados? Harristan iba en el carruaje, protegido de la luz
del sol y del aire frío, mientras que yo trotaba con los
guardias y los consejeros, sintiéndome mucho mayor de
lo que era al ver que me incluían en sus conversaciones.
—Adelante.
—No me he retirado.
—Adelante —exclamo.
No le falta razón.
—No.
—No.
Quint asiente y se levanta, llevándose el papel.
Tessa
N o debería soñar despierta con Weston. Es la forma
menos productiva de invertir mi tiempo. Debería
concentrarme en medir la cantidad de anémona para los
ungüentos de la señora Solomon o en pensar en cuántas
casas hemos dejado desatendidas esta mañana, ya que
Wes no ha considerado seguro adentrarnos en el Sector
Real. Debería pensar en cuántas monedas me quedan en
el bolso y en si sería reconfortante que comprara unas
cuantas pastas al con tero.
Me da igual.
—¡Tessa!
Levanto la vista.
El vendedor asiente.
—Tessa. ¡Tessa!
Abro los ojos y ahí está él. Durante unos instantes, creo
que es otro sueño, que he estado tan preocupada que mi
imaginación lo ha conjurado a mi lado, y que cuando me
despierte el taller seguirá vacío.
Pero no lo suelto.
Él tampoco me suelta.
—No. ¿Y tú?
—¡Wes! Ya lo sé.
—Tessa.
—¿Eso crees?
—Dios, Tessa…
Suspiro.
—De verdad que te odio —le digo.
Corrick
H arristan no visita nunca el presidio. Si desea ver a
un prisionero, lo arrastran encadenado hasta el
palacio y lo depositan en el suelo, delante de él. Que yo
sepa, no ha puesto un pie en la cárcel desde el día que
murieron nuestros padres. Es probable que ni siquiera
antes.
—No.
Pero no sobreviven.
Me agacho a su lado.
—Toma.
—Adelante —dice.
—Pero…
—Vete.
Espero.
—Tú —responde.
—Ya lo sé.
—Que ya lo sé.
—Espera y verás.
CAPÍTULO SIETE
Tessa
N o tengo ganas de ver cómo a ocho personas las
cuelgan o las matan a garrotazos o las despedazan
o cualquier otro destino horrible que se les haya
ocurrido al rey y a su hermano, pero la señora Solomon
quiere presenciar las ejecuciones, y espera que Karri y yo
nos unamos a ella.
Suerte.
Karri me aprieta la mano. Su mirada se ha vuelto
compasiva.
NO. NO LO CREO.
—Son horribles —murmuro.
Wes, pienso.
Pero no, se trata de Karri. Me levanta y tira de mí para
alejarme del escenario. Le está sangrando el labio. Le
brillan los ojos por las lágrimas.
Corrick
S eis meses antes de que mataran a nuestros padres,
hubo un intento de asesinato. Las ebres no habían
hecho más que aparecer, pero yo apenas era consciente
del problema. En esa época, mis padres seguían siendo
muy queridos, y yo hacía poco que había empezado a
asistir a sus reuniones con los cónsules. Mi hermano
llevaba años participando en ellas, y me contó todo tipo
de historias. El padre de Allisander, Nathaniel Sallister,
era un hombre dado a aparentar y a fanfarronear, y
cuestionaba a mi padre en cualquier asunto.
Micah Clarke, el que fuera justicia del rey antes que yo,
agarró a uno por el brazo. Se lo retorció a la espalda y le
estampó la cara contra la mesa, justo en el sitio en que
me había sentado yo. Abrí los ojos como platos y oí la
respiración de Harristan.
Yo sí.
—¿Qué parte?
—Las he oído.
—Sin duda.
Tessa
E sta vez, al dirigirme hacia el taller, estoy muy
atenta, la máscara bien sujeta en su sitio y los ojos
con la oscura sombra del kohl. Me duele la mandíbula,
pero no le presto atención. Me arde el pecho por la rabia
y la furia hacia el rey, el príncipe y la terrible manera en
que nos tratan por hacer lo que debemos hacer para
sobrevivir.
—Tessa.
—Eso he oído.
—Wes.
—¡No!
—Tessa…
—¡No podemos! —exclamo con furia—. ¡Los
estaríamos condenando a muerte nosotros! Y…
Decepción.
—Wes…
No aparece.
No puedo ir a buscarlo.
Nada.
A lo mejor ha tenido que volver a la forja. A lo mejor
no podía arriesgarse a venir por aquí. Mañana por la
mañana me esperará con una buena historia que
contarme.
—Sí, mamá.
Corrick
P ara lo rápido que va siempre por la vida, a Quint se
le da bastante bien el ajedrez. Cualquiera diría que
era la clase de juego que lo frustraría, ya que uno
invierte muchísimo tiempo en silencio y esperando al
oponente, pero quizá así tiene una excusa para estar
quieto. Esta noche, soy yo el que necesita algo que lo
obligue a estar quieto. Estoy intranquilo, preocupado y
nervioso.
—Adelante —digo.
No me muevo.
—Arella.
Arella no.
—¿Celoso, Corrick?
—No.
—Jaque.
Me quedo paralizado.
—Jaque mate.
CAPÍTULO ONCE
Tessa
P ierdo la noción de cuántos días han pasado. Quizá
cuatro, quizá cinco, quizá un mes entero. Voy a
trabajar, mezclo las pociones para la señora Solomon, y
después regreso como alma en pena a mi habitación
alquilada, donde me desplomo en la cama. Los frascos y
las balanzas y las botellas para los remedios auténticos
están en mi mesita de noche, intactos. Las hierbas y las
hojas y los pétalos se secan y se arrugan solos, sin valor.
Me aclaro la garganta.
—Perdón.
No llores. No lloro.
Las moscas se arremolinan a mi alrededor cuando me
obligo a avanzar. Las espanto con energía. Uno de los
guardias de las puertas da un paso adelante y él también
se sacude las moscas de encima. El sudor hace que le
brille una ceja, y parece aburrido y molesto. Yo sé que lo
estaría.
Y ahora, ¿qué?
He entrado en el palacio.
Tessa
N ada más encerrarme, solo he oído los ruidos
amortiguados de las personas que trabajaban en
los pasillos. De tanto en tanto he tenido que contener la
respiración cuando alguien se acercaba a este armario de
almacenaje. Ahora, hace tanto que se ha instalado un
silencio absoluto que no sé si sería seguro que me
arriesgara a asomar la cabeza. No hay ventanas ni tengo
manera alguna de saber cuánto tiempo llevo aquí dentro.
Recuerdo el reloj de bolsillo de la consulesa y pienso en
que no son conscientes del lujo que supone saber qué
hora del día es.
Bien.
Ni siquiera yo.
—Respóndeme.
Suelto un chillido.
—A mi amigo.
—¿Cómo te llamas?
—¿Ah, sí?
—Te odio.
Tessa
C uando me despierto, durante unos instantes de
feliz calma creo que todo ha sido un sueño,
parpadeo ante la luz del sol de la mañana y me
estremezco por la treta que me ha urdido mi propia
mente.
Es el príncipe Corrick.
—Desátate.
—La mitad del tiempo no, está claro. —Se prepara otra
copa—. Suelta la cadena. Ahora.
Corrick
Alo largo de las dos últimas semanas, siempre que
apresaban a un contrabandista me embargaba un secreto
terror por la posibilidad de que fuera Tessa. Me avisaban
desde el presidio y, durante todo el trayecto, debía
expulsar de mí la idea de encontrarla destrozada e
implorando en una celda. O peor, enterarme de que hay
un cadáver abandonado por ahí, como le sucedió a la
señora Kendall.
No lo acepta.
Vacila.
—Cómo no.
—Hazlo.
—No.
—Sí, alteza.
—Quint.
—¡Quint!
—Cállate.
Se calla.
Tessa
E n la última hora, me he enterado de muchas cosas, y
mi cerebro apenas si puede retenerlo todo. Es como
si me hubiera pasado los últimos años bajo el agua y
Weston —no, no Wes, el príncipe Corrick— me hubiera
sacado la cabeza a la super cie. Si me quedo totalmente
quieta, casi consigo imaginar que se trata de un sueño
espantoso del que me despertaré en cualquier momento.
Corrick asiente.
—Gracias.
Me apoyo en la pared.
—No.
—Por si te atrapan.
—Sí.
—Lo sabía.
Corrick
N o quiero llevar a Tessa a otra habitación. Quiero
que se quede aquí, justo aquí, donde sé que nadie
le hará daño. Donde no podrá hacer nada que me
obligue a actuar.
—¿No debería?
—Te lo recomiendo.
—Sí, alteza.
—Bien.
«Te odio».
No pinta bien.
—Cory.
Se aclara la garganta.
—Todavía es posible.
Tessa
D ebería estar en una celda de la cárcel.
Wes. Ayúdame.
Wes no existe. Solo existe Corrick.
Menudo desperdicio.
Me apresuro a asentir.
—Sí, teniente.
—Claro.
—¿Por qué?
—De etiqueta.
Abro la boca. La cierro.
—¿Vamos?
Corrick
E stoy acostumbrado a levantarme sin problemas
antes del alba. Durante años, he quedado con Tessa
de madrugada para hacer nuestra ronda. Últimamente,
me he despertado en la oscuridad al oír las sirenas,
preocupado por que la patrulla nocturna la hubiera
detenido.
Tessa
Q uint debe de estar acostumbrado a llenar silencios
incómodos. Me agarro a su brazo como si fuera lo
único que me mantiene en pie, con la respiración
entrecortada, mientras él se entusiasma hablándome
acerca de la relevancia histórica de los pomos de las
puertas.
No lo es.
—Adelante.
—Sí, majestad.
—¿Conociste a mi padre?
Titubeo.
—Sí.
—Ya lo sé.
—Mírame.
—Majestad.
—¿Qué? —exclamo.
No sé qué responder.
Corrick
N o es frecuente que me llamen desde el presidio
cuando el sol está alto en el cielo, y ahora es la
segunda vez en la misma semana. Nunca ha sido un
lugar especialmente agradable, pero por la noche suele
ser un sitio frío, con lo cual el hedor resulta soportable, y
silencioso, porque hasta los mayores delincuentes del
reino deben dormirse en algún punto.
—De verdad que tenéis que hacer algo con esta peste
—dice Allisander con un pañuelo sobre el rostro a modo
de máscara mientras atravesamos las puertas.
—Bien.
Aprieto la mandíbula.
—¿Se rindieron?
—Ya hablarás.
—¿Acaso importa?
—Para mañana.
—No sabía que las noticias volaran tan rápido hasta ti.
—Hago una mueca.
Harristan no me sonríe.
—Gracias.
Corrick
Q uint está despatarrado en una silla de mis
aposentos, comiendo fresas mientras el sol se pone
en la ventana que se alza detrás de él. Lleva veinte
minutos hablando de nada en particular, y normalmente
me da igual, pero tengo los nervios tan a or de piel que
estoy a punto de pedirles a mis guardias que lo saquen
de aquí.
—No —protesto.
—Quint.
—Todavía me detesta.
—Detesta que le hayas mentido. Es distinto. —Quint
me rodea para observar mi aspecto. Me aparta la mano
de los botones de un golpetazo y se afana en abrocharlos
él.
No me responde.
Pongo los ojos en blanco y me giro hacia la puerta.
—Ya lo sé.
—Alteza.
Cómo no.
Lissa titubea.
—Tessa.
—Alteza.
—¿Vamos?
—¿Qué?
—¿Por qué?
—Eso dicen.
—Tessa…
Su voz se va apagando.
Ya sé lo que vio.
Vuelve a tocarse los ojos y ja la mirada en la
ventanilla. El Arco del Martillo de Piedra se desvanece
en la distancia. Nos estamos acercando ya al nal de la
calle privada que transcurre por detrás del palacio y
pronto nos adentraremos entre las élites.
—Tessa.
—No.
No la culpo.
Perpleja, asiente.
—Espera…
Tessa
L a puerta del carruaje se cierra y me quedo sola. El
corazón me golpea el pecho. De nuevo, han
ocurrido demasiadas cosas y me da la impresión de que
hoy mi mundo se ha puesto del revés once veces ya. La
bolsita repiquetea con las monedas cuando la agarro y la
daga pesa bastante. Cuando la saco de la funda, la veo
a lada y dispuesta. Intento no preguntarme si la ha
utilizado con alguien.
Quizá.
Son muchos «quizá».
—Considéralo un regalo.
—Claro.
—¿Qué pasa?
Me encojo.
Corrick no.
—No siento lástima por ti. —Estoy sin aliento otra vez.
Cada segundo que paso con él cambia la forma en que lo
veo y la forma en que me veo a mí misma—. Si estás
intentando averiguar una manera de lograr que la
medicina sea más e caz para toda Kandala, te voy a
ayudar.
CAPÍTULO VEINTITRÉS
Corrick
L a Sala Blanca es uno de mis lugares favoritos del
palacio. Se encuentra en la última planta y las
ventanas son gigantescas y ofrecen las mejores vistas de
todo el Sector Real. La luz del sol inunda la estancia
durante el día, mientras que la luna y las estrellas
resplandecen en una amplia franja de oscuridad durante
la noche. Las paredes son blancas, pero decoradas con
pinturas abstractas de todos los colores: círculos y trazos
amarillos y rojos en una, destellos negros y sombras
rosas en otra. Por encima de la chimenea pende un
lienzo enorme con rayas grises, verdes y azules. La sala
siempre parece producir calma y silencio, un espacio
para re exionar en paz.
—Sí.
—Deberías retirarte.
—Ya lo sé.
—Continúa.
Yo la fulmino también.
—Continúa.
Tessa observa el mapa, y luego a mí. La censura no ha
abandonado sus ojos.
—¿Cómo? —Parpadeo.
—Puede.
Tessa suspira.
Yo suspiro.
—Menuda tontería.
Me echo a reír.
—Te odio.
Tessa
L a sala estaba muy tranquila y silenciosa cuando me
encontraba a solas con Corrick, pero ahora es un
caos de guardias y consejeros que entran y salen,
llevando órdenes y mensajes. El rey Harristan se ha
presentado a los diez minutos de la primera explosión.
Es evidente que se ha vestido a toda prisa, porque solo
lleva una camisa, sencillos pantalones de cuero y botas
sin abrochar. Corrick y él están sentados a una de las
mesas alargadas con Quint al lado. El intendente del
palacio toma notas apresuradamente con las cuales se
marchan los mensajeros en cuanto las arranca. A la sala
también han acudido varios cónsules, entre ellos el
cónsul Sallister, la consulesa Cherry y la consulesa
Marpetta, la mujer a la que vi junto a las puertas la
mañana que entré en el sector a entregar el pedido de la
señora Solomon. A los demás no los conozco. Enseguida
han rodeado al rey para discutir si todo el sector estaba
siendo atacado, cuál era la mejor manera de combatir los
incendios, quién andaba detrás de las explosiones.
Harristan ha escuchado los parloteos durante un minuto
más de lo que habría aguantado yo y al nal ha
exclamado:
—¿Cómo?
—Quint.
—Basta.
Sus ojos brillan con algo que puede ser irritación o bien
diversión. Espero que sea lo segundo, pero sospecho que
es lo primero, sobre todo cuando me ordena:
—Siéntate.
Me dejo caer en la silla que tengo más cerca y el rey
levanta la taza de té, ya vacía.
¿Y si resulta que tiene ebre? ¿Le digo que sí? ¿Le digo
que no?
No tiene ebre.
—Lo sé —susurro.
—Es obvio que no. —Hace una pausa y toma aire, pero
lo que fuera a decir se queda en el limbo porque Quint
cruza la puerta a toda prisa.
Yo también.
—Gracias.
Asiente y se marcha.
—No… no lo entiendo.
—¿Ah, no?
—¿A dónde?
Respiro hondo.
Corrick
E l suelo está cubierto de ladrillos chamuscados y de
astillas de madera, y el remanente de humo forma
una neblina alrededor de la única antorcha que sigue
encendida en esta zona del presidio. Los guardias han
sacado los cuerpos hace un rato, pero no han regresado.
Esta área no está en buenas condiciones, y seguro que
creen que me iré enseguida.
—Bien.
—No, no lo harás.
Tessa
N o sé dónde llevarlo, pero no podía permitir que
nos quedáramos en aquel espacio tan diminuto. El
olor a muerte y a sangre espesaba el aire. Ojalá
pudiéramos salir de este sector y perdernos en la Selva,
pero ya sé que no piensa abandonar a su hermano.
—De acuerdo.
—Si sabes que veo más allá de tus ilusiones —digo con
suavidad—, quizá deberías dejar de lanzarlas en mi
camino. Sé quién eres. Sé lo que has hecho. —Levanto la
vista y no sé si odiarlo o compadecerme de él… o algo
totalmente distinto—. Te conozco. Sé lo que esto te está
haciendo. Lo que te ha hecho ya.
—Dios, Tessa.
—Detente —murmura.
Me detengo.
—Sí.
El silencio que sigue a su respuesta se adueña de la
habitación hasta que no queda aire que respirar. Pienso
en el cónsul Sallister, que ha sido muy cruel durante la
cena, y en el control que ejerce sobre Corrick y Harristan.
El control que ejerce sobre todo el país.
—¿Qué ha ocurrido?
—Te he dicho…
—Te odio.
Interesante.
—No. ¿Por?
—Toma.
Corrick asiente.
—Lo sé.
—Lo sé.
—Entonces, ¿quién?
—Tú y yo.
Corrick
Y a casi ha salido el sol cuando me meto en la cama,
pero eso no evita que los guardias llamen a mi
puerta una hora después del alba para anunciar la
llegada del cónsul Sallister.
Por ahora.
—No es mi chica.
—Harristan.
—¿Deben serlo?
—Márchate.
—Harristan —susurro.
Y un poco desesperados.
Asiento.
—¿Era?
Al nal, suspira.
Se echa a reír.
—Cómo no.
Tessa
H a sido un día repleto de vestidos y de rizos y de
clases y de tantas reverencias que quiero presentar
una queja.
No he visto a Corrick.
No he visto al rey.
—Silencio.
—Pero…
—Silencio, te digo. —Me empuja hacia su cuarto y
asoma la cabeza por el pasillo—. ¡Guardias! ¿Qué
ocurre?
—Sí, alteza.
—¿Qué pasa?
—Cla-claro.
—Bueno.
—¿Preparada? —dice.
—Cuéntamelo.
—Mira. La puerta.
—Tessa. Ya lo sé.
Corrick
C uando éramos pequeños, Harristan y yo nos
escapábamos por el túnel y dejábamos atrás
nuestra vida real como si mudáramos de piel. Él quizá
fuera más lento que yo corriendo y trepando, pero
siempre tuvo un don para la gente. Los comerciantes a
veces veían a un muchacho con demasiadas monedas en
su haber e intentaban tomarle el pelo, pero mi hermano
nunca se dejaba engañar. A menudo decía que crecer
siendo un niño mimado, protegido y envuelto en mantas
le había dado mucho tiempo para estudiar a la gente. Es
un auténtico milagro que yo haya sido capaz de
esconderle a Weston Lark durante tanto tiempo.
—Depende.
—Ya lo sé.
Asiento.
—Sí.
—Escucha.
Demasiadas cosas.
—Alfred se ha ido.
Un momento.
—¿Cómo?
Perdóname.
Por favor, Tessa.
Lo daría todo por tu perdón.
—¡Ahí! —exclama un hombre, y doy un brinco y
protejo a Tessa con la espalda apoyada en la pared de la
casa.
Tessa
T odo ocurre demasiado rápido. He agarrado una
piedra con la mano y he echado a correr hacia la
patrulla, pero mis pensamientos son una desordenada
maraña de pánico y terror. Después doy un buen brinco
y lanzo la piedra lo más fuerte posible. Oigo el
chasquido de la ballesta y luego el golpe seco de mi
piedra contra la cabeza del guardia. Cae al suelo.
—Mocoso mugriento…
—Yo lo ayudaré.
—Yo… Sí.
Corrick no se mueve.
—¿Por qué?
—Te matarán.
El taller está frío por culpa del aire nocturno, y hay una
na capa de polvo por todos lados. Es evidente que
nadie lo ha tocado desde que nos fuimos por última vez.
Corrick agarra leña de la pila y la lanza a la chimenea
con una sola mano, lo cual me hace pensar que el brazo
le está molestando más de lo que da a entender. Prende
una cerilla y enciende el fuego mientras yo paso la
escoba para quitar las telarañas grandes y el polvo.
—Muchísimo.
Él tampoco.
—Corrick —susurro.
Le da un pequeño tirón.
—¿Puedo?
Está tan cerca que mis dedos dan con la piel desnuda
de su pecho, que prende fuego en mi interior.
Suspira. Suspiro.
—Debemos terminar la ronda —dice. Busca la camisa
y pasa los brazos por las mangas—. Nos dirigiremos
hacia Artis, a ver qué podemos descubrir antes de que se
haga de día.
—¿Como forajidos?
Me da un vuelco el corazón.
Corrick
S abía que debería haber matado a ese hombre cuando
tuve ocasión.
—¿Quién es?
—Me rindo.
Espero. Espero.
Mi padre me comentó un día que la esperanza es
poderosa, pero inútil sin acciones que la acompañen. Si
Lochlan no quiere dinero, ¿qué va a querer? ¿Un
indulto? Seguro que sabe que así jamás lo conseguiría.
Me levanto. Camino.
Sinceramente, no lo entiendo.
Roydan y Arella.
Me escupe en la cara.
Se ha ganado a la muchedumbre.
Tessa
C uando la multitud se abalanza hacia delante, estoy
segura de que nos van a atacar a los dos, pero su
objetivo es Corrick, solo Corrick. Tengo las manos
atadas, los dedos entumecidos, y alguien me sujeta los
brazos para mantenerme erguida. Me duele la garganta
y no sé cuánto rato llevo chillando. Me duelen los oídos
por los gritos. No le veo. Demasiados cuerpos se
interponen entre nosotros. Los ruidos de los puñetazos y
de las patadas, sin embargo, sí que los oigo. Los ruidos
de la gente al clamar una rabiosa violencia.
Busco a otro.
Y mirándome jamente.
Me armo de valor.
—Sé… —Se me rompe la voz y tomo aire para volver a
intentarlo—. Sé que el príncipe Corrick ha cometido
muchas atrocidades, pero también ha sido bondadoso.
Se arriesgó muchísimo para ayudaros. Para ayudaros a
todos. No es un hombre terrible. Las ebres son terribles.
La situación es terrible. Esto… —Debo respirar hondo—.
Esto…, lo que estáis haciendo…, es terrible. Él os ayudó.
Yo os ayudé. Parad, por favor. Por favor.
—Corrick. Corrick…
El príncipe no se mueve.
Lo sé. Ya lo veo.
—¡Karri!
Se encoge de hombros.
—Me da igual.
Está… escuchando.
—Tessa.
—Sí.
Corrick
C reía conocer el presidio desde todos los ángulos.
Allisander.
Harristan no se fía de él más que yo, pero me imagino
al cónsul utilizando su estatus para doblegar la mano de
mi hermano. Así Allisander se convertiría en la segunda
persona más poderosa de Kandala. Podría hacerles lo
que quisiera a los contrabandistas, algo que lleva meses
deseando. Mi corazón tamborilea a un ritmo veloz.
Allisander querría dar ejemplo conmigo. No me cabe
ninguna duda.
—Corrick.
—Abre la puerta.
—Sí, majestad.
Aparto la mirada.
Donde me hallaron.
—Todavía no.
—Soy un afortunado.
—Tiene razón.
—Ay —murmuro.
—Cuéntame la verdad.
Tessa
C uando Rocco hace acto de presencia junto a los
barrotes de mi celda con un odre de agua, creo que
los ojos me están jugando una mala pasada. El suelo de
piedra está helado, y, aunque he intentado formar una
montaña con la paja, llevo horas temblando. Miro al
guardia y parpadeo una, dos, tres veces, como si mis ojos
se negaran a creérselo.
—Yo… Yo…
—Al palacio.
—¿A Corrick?
—Tessa.
—Tessa.
Aparto la mirada.
—¿La mitad?
Corrick
E n cuestión de una hora, en mi celda hay un colchón,
sábanas gruesas y no una, sino dos sillas. También
me han traído una muda limpia, así que ya no es
necesario que siga llevando esta lana raída manchada
con mi propia sangre. En un rincón me han dejado una
cesta con botellas de agua y de vino, además de cuñas de
queso, manzanas con miel y peras en el punto de
maduración justo, hogazas de pan que todavía están
calientes del horno y carne en salazón; más comida de la
que podría zamparme en una semana. Seguro que las
ratas se pegarán un buen banquete con la mayoría de los
alimentos antes que yo, pero agradezco el detalle de mi
hermano. Probablemente sea más de lo que merezco.
—¿Qué quieres?
Rocco me mira.
Lo ignoro.
—¿Cómo? —susurro.
—¿Qué haces?
Tessa
E l rey es un público intimidante, aunque tenga a
Quint a mi lado. No me ayuda que el intendente del
palacio muestre los mismos nervios que siento yo. Al
principio hablo con voz vacilante y el crepitar del fuego
enfatiza mis palabras, pero el rey Harristan no dice nada
cuando le cuento de nuevo la historia de mis padres,
cómo fueron asesinados por la patrulla nocturna… y que
Corrick evitó que a mí me ocurriera lo mismo que a
ellos. Le cuento lo del taller, y la gente a la que
ayudamos, y que yo no sabía quién era el príncipe
Corrick de verdad hasta la noche en que me detuvieron
en el palacio.
Quint me mira.
—Durante… años.
—No podía…
—Tessa.
—Corrick —suspiro.
—¡Corrick! No deberías…
Otros no.
Corrick
S abía que nos estallaría una revolución.
Tessa
E l taller siempre fue diminuto para Wes y para mí.
Siendo cuatro, está hasta los topes. Es arriesgado
después de que los rebeldes nos encontraran aquí la
última vez, pero estamos fuera del sector, y no sé dónde
ir si no. Los guardias vigilan el exterior, Rocco junto a la
puerta y Thorin dando vueltas al perímetro. El rey no
quiere que nos arriesguemos a prender un fuego, pero
tenemos unas cuantas velas que Quint enciende sobre la
mesa, así que no estamos atrapados en una completa
oscuridad. Corrick está sentado erguido en una silla,
pero respira de forma super cial y se ha puesto un brazo
sobre la barriga como si le doliera todo. Me da la
impresión de que hace semanas que nos besamos en esta
casita, sus manos y su boca calentándome de la cabeza a
los pies, y solo ha pasado poco más de un día.
—¿Majestad?
Tomo aire para decir que puedo hacerlo yo, pero luego
me lo pienso mejor y le entrego lo que me ha pedido.
Harristan desenrolla un largo pedazo de tela y lo corta a
la perfección.
—No.
Me cruzo de brazos.
—Adelante, Quint.
Re exiono.
—No.
—Pero, majestad…
Tessa
M e había imaginado que treparía por las murallas o
que regresaría por el túnel con el rey, pero
Harristan escoge adentrarse en las profundidades de la
Selva en lugar de encaminarse hacia el Sector Real. Dice
que quiere ingresar en el sector por las puertas, para así
contar con más guardias a su espalda antes de entrar en
la contienda. Ha dejado la chaqueta con su hermano y se
ha quitado los anillos, y también ha cambiado la daga
engarzada en joyas que llevaba en el cinturón por el
puñal más sencillo de Quint. Thorin blande sus armas,
pero va en mangas de camisa porque Harristan no
quería que nadie viera el emblema real. En la oscuridad,
nadie lo conocerá. Con un poco de suerte, nadie nos
mirará un par de veces.
—Claro. Lo siento.
—¿Por qué?
A Corrick, no.
«Sublevación».
El rey asiente.
Corrick
C uando me despierto, me late la cabeza tan fuerte
que me entran ganas de arrancármela. La boca me
sabe como si algo hubiera muerto dentro. Estoy
desorientado, mi visión está un poco borrosa, pero
reconozco las paredes del taller. Sobre la mesa hay tres
velitas encendidas, y cuando me incorporo veo que
Quint está medio dormido junto a la sombría chimenea.
—Quint —digo.
—¿Alteza?
—Sí, alteza.
—No lo esperaba.
Tessa
N o estaba equivocada. La caballeriza está intacta.
Aquí las calles están desiertas, pero el olor a humo
espesa el aire. Veo un resplandor rojizo detrás de los
edi cios más cercanos. Los focos han dejado de moverse
por completo. Esperaba que la patrulla nocturna barriera
las calles, o que hubiera soldados, pero quizá se han
dirigido todos hacia el palacio. No hay nadie, ni siquiera
en los establos.
—¿Cómo?
—Retira a tu ejército.
—No.
Harristan titubea.
Corrick
C onseguimos encontrar caballos en las afueras del
Sector Real, pero el ejército nos detiene antes de
que nos acerquemos a Tessa y a Harristan.
—Disparad a otro.
—Sí, alteza.
—¿A dónde?
Espoleo a mi caballo.
—No todos.
—No.
—Pártele un dedo.
—Que me lo digas.
—Ni una.
—Ocho semanas.
—Seis —contraataco.
—Cuatro.
—Seis.
Tessa
H emos retrocedido para colocarnos entre el ejército.
Los rebeldes no han matado a más cónsules, pero
parecen contar con un arsenal interminable de
explosivos de cristal, porque se los lanzan a cualquiera
que se les acerque. Han avivado las llamas para que se
alcen aún más y sus cánticos pasan de «Matad al rey» a
«Queremos medicinas» y viceversa.
Observo al rey.
—Amnistía —susurro.
Se inclina para posar los labios sobre los míos, pero tan
solo durante un breve instante antes de tirar de mí hacia
él. Sus brazos me rodean la espalda con calidez y
seguridad, pero noto que está agotado. Detrás de
nosotros, el ejército se retira mientras las llamas se
apagan y los rebeldes liberan a los rehenes.
Corrick
E l ala este del palacio ha sufrido daños por el fuego y
por el humo, y es inhabitable, pero la zona oeste ha
aguantado mucho mejor. Ha habido numerosas víctimas,
pero, por la hora tardía del ataque, gran parte de los
trabajadores del palacio ya se habían marchado a casa.
Cuando regresamos al palacio con Tessa y los cónsules,
me sorprende ver que Quint ya ha dado órdenes y ha
preparado habitaciones antes de desplomarse en una
chaise longue del salón, tenuemente iluminado.
Los cónsules van hacia sus cuartos, pero Harristan
vacila en el pasillo. Está observando a Quint, dormido
como un lirón hasta el punto en que casi babea y todo.
—Mañana —susurra.
Exigencias.
—Sí —contesto.
No sé qué decir.
—De nada.
—Cory.
—Te lo dije.
—¿Pero…?
—Estás perdonado.
Llaman a la puerta.
Sonrío a mi hermano.
—Pongámonos a trabajar.
CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO
Tessa
Una semana después de la rebelión, el rey Harristan me
acompaña hacia una nueva habitación del palacio.
O… quizá no. Tal vez esa sea una parte del problema.
No solo suyo. También de los miembros de las élites.
—Podemos lograrlo.