Saludos y Bosquejo

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I.

SALUDOS Y AGRADECIMIENTO
(1:1–9)

1:1–3. La primera carta de Pablo a los corintios difiere en varios aspectos de las otras
cartas que él les escribió a sus congregaciones, pero en la forma de su saludo no hay
mucha diferencia. Está escrita según las costumbres de su día: primero, el escritor se
identifica; luego, indica a quién le dirige la carta; y finalmente sigue el saludo.
Al presentarse, el escritor les da a sus destinatarios más que su nombre: también
identifica su posición y rango. Esta carta no sólo viene de Pablo, que fue el primer pastor
que tuvo la congregación de Corinto; también viene de Pablo, el apóstol. Ha énfasis en su
apostolado; no sólo se identifica como un apóstol de Jesucristo; también afirma que fue
llamado por Dios para ser un apóstol, y esto fue por la voluntad de Dios. Pablo enfatiza su
divina comisión en tres formas diferentes.
Fue importante que al escribir esta carta Pablo definiera su rango y su autoridad. Por
una razón, esta congregación necesitaba mucha corrección; en su carta Pablo los disciplina
por una serie de faltas y transgresiones que estaban cometiendo. Además, Pablo
enfrentaba una fuerte oposición en la congregación, algunos no lo tenían en alta estima
como pastor; otros lo atacaban tanto en su persona como en su ministerio.
Bajo estas circunstancias, era necesario que Pablo estableciera su autoridad sobre
ellos. Él era el apóstol de Dios, comisionado por Dios mismo para escribirles. Cuando este
apóstol hablaba, más valía que ellos le prestaran atención; de otra forma, serían culpables
de no querer escuchar a Dios mismo. Uno no puede desatender al embajador de un gran
Rey.
Sóstenes, que en la carta une sus saludos a los de Pablo, pudo haber sido un miembro
de la congregación de Corinto. Él se encontraba en este tiempo con Pablo en Éfeso y
estaba al tanto de los problemas que se habían suscitado en la congregación y confirmó
los informes que recibió Pablo.
Pablo dice que sus lectores son “la iglesia de Dios que está en Corinto”; los describe
como “santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos”. Con esa descripción, ¿quién
pensaría que hubiera tantos problemas espirituales y morales en esa congregación? Pablo
se dirige a sus lectores como santos, como el pueblo santo y sin culpa ante los ojos de
Dios. Esto solo era posible porque los débiles y desviados miembros de esa congregación
aún mantenían la fe en Jesucristo como su Salvador del pecado.
Cuando Pablo también incluye entre sus lectores a “todos los que en cualquier lugar
invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”, indica que su
carta está dirigida también a otros lectores. Muy probablemente Pablo pensaba en los
otros cristianos de la provincia griega de Acaya, en la que Corinto estaba situado.
En su segunda carta a los corintios Pablo también se dirigió a “todos los santos que
están en toda Acaya”. Y como la intención de Dios era que esta carta apostólica fuera leída
y le prestaran atención, no sólo los griegos cristianos a quienes originalmente había sido
dirigida, sino también toda su iglesia a través de todas las épocas, usted y nosotros nos
vemos incluidos entre “todos los que… invocan el nombre de nuestro Señor”. La primera
carta a los corintios también fue escrita para nosotros.
El saludo (versículo 3) es familiar para nosotros. Los pastores con frecuencia usan el
saludo de Pablo para dirigirse a su congregación antes de iniciar su sermón. Como Pablo,
los pastores desean para sus congregaciones las dos bendiciones que Dios puede dar: la
gracia de Dios que salva mediante Jesucristo, que los redimió; y la paz de Dios que gozan
porque ahora todo está bien con ellos.

Agradecimiento por las bendiciones espirituales (1:4–9)


1:4–9. Antes de dirigir su atención a los problemas de la congregación, Pablo le da
gracias a Dios por las ricas bendiciones que los corintios han recibido en abundancia. La
primera entre ellas es su gracia en Cristo Jesús. No hay mayor bendición que la de la
gracia, el amor perdonador de Dios en su Hijo, que murió por nosotros. Este es el corazón
y el alma del evangelio, el fundamento seguro de nuestra fe cristiana.
Las bendiciones con las que Jesús los había dotado incluían su enriquecimiento en
toda palabra y en todo conocimiento. Parece que los corintios habían valorado la
elocuencia y la sabiduría sobre todo lo demás; muchos de ellos les pagaban muy bien a los
maestros itinerantes que los preparaban para ser oradores elocuentes y persuasivos.
Perseguían esa sabiduría como el sumo bien en la vida; estaban orgullosos de ese
conocimiento.
Ahora, los cristianos de Corinto, mediante la gracia en Cristo Jesús, habían ganado una
sabiduría mayor que cualquiera otra cosa que jamás hubieran conocido. Ni siquiera el más
elocuente de ellos había anunciado jamás un mensaje que fuera tan importante.
Verdaderamente eran ricos en toda palabra y en todo conocimiento.
¿Qué es lo que los hizo sabios? ¿Qué fue lo que los convirtió en oradores elocuentes?
Pablo lo dice de esta forma: “El testimonio acerca de Cristo ha sido confirmado entre
vosotros”. Lo que consolidó la fe de los corintios fue lo que Pablo les había predicado
acerca de Cristo, el Hijo de Dios y el Salvador de toda la humanidad. El cristiano tiene una
certeza que jamás ningún incrédulo puede tener; esa certeza afecta todo lo que sabe y
todo lo que dice.
Como resultado de esa “confirmación” los fieles de Corinto poseían muchos dones.
Tenían todos los dones que Dios les da a todos los creyentes: sabiduría, fe, amor, virtud,
devoción, paciencia, tolerancia; en la congregación de Corinto era posible encontrar hasta
dones tan extraordinarios como el de hacer milagros y el de hablar en lenguas.
Y como poseían los dones con los que Dios enriquece a su pueblo, estaban
convencidos de que su Señor iba a regresar en gloria para llevarlos con él a los cielos; y
por su parte los corintios esperaban ansiosamente su regreso. El cristiano que vive su vida
con la oración, “ven, Señor Jesús”, en su corazón, es rico en gracia, conocimiento, fe y
dones espirituales.
La promesa del Salvador de que los guardará en la fe hasta el fin viene como una
especial seguridad para los que esperan su regreso. Pablo les asegura a los corintios que
pueden contar con Dios para que les conserve viva la fe salvadora en el corazón; tiene la
certeza de que estarán con el Señor en la eternidad. Dios cumple las promesas que les
hace a los creyentes, que son los que comparten la vida de su Hijo.
Estos corintios, que con frecuencia eran descuidados para distinguir lo correcto y lo
incorrecto, que eran tan egoístas, tan seguros de sí mismos, necesitaban volver a leer lo
que Pablo escribe en la introducción a su carta. ¿Los alaba por el ejercicio de su fe? ¿Los
elogia por sus obras de amor y de servicio cristiano? ¿Los exalta por sus conocimientos
cristianos? Pablo alabó a otras congregaciones—por ejemplo a los romanos, a los efesios,
a los filipenses y a los colosenses—por estas virtudes, pero no a los corintios. En vez de
eso le da todo el crédito a Dios: todo lo que ellos son y tienen como cristianos se lo deben
a Jesucristo.
¿Nos sorprende la frecuencia con la que el apóstol menciona a Jesucristo en los
primeros nueve versículos de este capítulo? En ninguna otra parte de las Escrituras se
nombra a Jesucristo nueve veces en nueve versículos sucesivos. ¿Se dieron cuenta los
cristianos de Corinto por qué Pablo señalaba constantemente a Jesucristo, por qué
siempre estaba dando gracias por Jesucristo y no por el ejemplo de ellos como cristianos?

II. LUCHA CONTRA UN FALSO CONCEPTO DEL MINISTERIO


CRISTIANO
(1:10–4:21)

Divisiones en la congregación (1:10–17)

1:10–12. Pablo ha establecido el fundamento de toda su carta; es Jesucristo y lo que él


ha hecho, está haciendo y hará por los corintios. ¿Qué hará Jesucristo por ellos si es que él
les llena su vida?
Primero, sanará las divisiones que existen en la congregación. Antes de que esta
congregación pueda funcionar como debe funcionar una congregación cristiana, deben
estar unidos en mente y corazón. La congregación está plagada de facciones que
amenazaban con dividirla en cuatro grupos; Pablo deplora esas divisiones, los exhorta a
que hagan un esfuerzo para llegar a un acuerdo y terminen con las divisiones, que se
esfuercen para llegar a vivir en una unidad perfecta. Quiere que todos se pongan de
acuerdo entre sí, acerca de lo que creen, en quién esperan, y en la forma en que deben
vivir. Necesitan pensar de la misma manera en cuanto a las Escrituras, en cuanto a
Jesucristo, en cuanto al evangelio, en cuanto al amor cristiano.
Esa unión no existía; el corazón de los corintios no estaba unido en amor cristiano. En
vez de haber unidad cristiana, había divisiones. Los corintios se estaban peleando entre sí.
Pablo fue informado de esto por una fuente fidedigna, por los miembros de la casa de
Cloé. Como miembros de la congregación, tanto Cloé como los de su casa estaban
preocupados por los altercados y las divisiones que ocurrían, de modo que acudieron a
Pablo en busca de ayuda para que restaurara la unidad y la armonía en la congregación.
No se trataba de un chisme vulgar; era un grito que pedía ayuda.
Los miembros de la casa de Cloé dejaron en claro ante Pablo que la congregación se
estaba dividiendo en partidos debido a las lealtades excesivas hacia sus diferentes líderes
espirituales. Había unos cuyo lema era “yo sigo a Pablo”, o los que decían “Pablo es mi
predicador favorito”. Otros consideraban que Apolos, que también era pastor en Corinto,
era el mejor predicador, porque era un orador muy elocuente. Cefas (Pedro) también
tenía sus seguidores, tal vez porque creían que era más importante que Pablo ya que
había sido el primero entre los apóstoles.
Había todavía otros que, menospreciando abiertamente a aquellos que convertían en
héroes a sus pastores, decían: “Yo soy seguidor de Cristo”. Estas personas, que afirmaban
que eran totalmente fieles a Cristo, también eran culpables de causar división; su lema,
“yo soy seguidor de Cristo”, llegó a ser el lema de un partido más. Quizás se preocupaban
menos en reparar las divisiones que en probar que ellos eran el mejor partido. Además
ese lema tendía a menospreciar el ministerio de los apóstoles, como si lo que Pablo y
Pedro enseñaban pudiera ser ignorado.
1:13–17. Pablo no estaba complacido con la devoción de los que se ufanaban
diciendo: “Yo soy de Pablo”. Pablo no era Cristo, el que había muerto por los pecados del
mundo; Pablo no era Dios, en cuyo nombre se bautiza a los pecadores. No quería ser
adorado, rechazó también a los partidos de Apolos y de Pedro, porque las tres facciones
estaban dividiendo a Cristo al idolatrar a sus mensajeros. Los corintios estaban dividiendo
a Cristo de acuerdo a Pablo, de acuerdo a Apolos, y de acuerdo a Pedro, como si el héroe
de cada partidario representara al “verdadero” Cristo. ¿Quién puede negar que las
preferencias y las divisiones de esta clase también produzcan un detrimento para la obra
de Cristo hoy en día? Hay más de un pastor que puede predicar a Cristo, y hay más de un
estilo en el púlpito para predicarlo.
Algunos miembros de nuestras iglesias tienen una forma de decir, “fui confirmado por
tal o cual pastor”, casi como si esa confirmación hubiese sido superior a la de otros.
Aunque generalmente esas preferencias no conducen a partidos divisivos en nuestras
congregaciones, sin embargo Pablo sí tenía razón para estar preocupado por las
preferencias por tal o cual pastor en Corinto; hasta se alegraba de haber bautizado
solamente a Crispo y a Gayo. Con las facciones que existían en Corinto, los que habían sido
bautizados por su pastor predilecto podrían haber sentido que en realidad su bautismo
había sido en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y de Pablo. ¡Qué idolatría!
Nos intriga el versículo 16. ¿Acaso Pablo olvidó primero mencionar a Estéfanas y su
casa? ¿Es que Sóstenes le hizo recordar a Estéfanas? ¿O tal vez Estéfanas se trasladó a
Corinto después de haber sido bautizado por Pablo en otro lugar? ¿Quizá estos corintios
pendencieros estaban en contra de Estéfanas? No lo sabemos. Estéfanas fue uno de los
hombres que había visitado a Pablo en Éfeso. Algún día se lo preguntaremos a Pablo.
Lo que era mucho más importante que el registro de los bautizos que había hecho
Pablo era la predicación del evangelio. Cuando Pablo escribe, “no me envió Cristo a
bautizar”, no les está dando a los corintios la idea de que se deba omitir el bautismo; sólo
está indicando que sus colaboradores como Silas y Timoteo se podían encargar de los
bautismos. La difícil tarea de predicar el evangelio entre la sabiduría mundana de los
corintios absorbía toda la capacidad y las energías de Pablo.
Cuando Pablo, en el versículo 17, habla de la predicación de su evangelio “no con
sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo”, comienza con un nuevo
tema que le ocupará desde aquí hasta el capítulo dos y aún más allá. Este tema es la
“sabiduría”. La palabra griega para “sabiduría” se encuentra 51 veces en todo el Nuevo
Testamento; y aparece 16 veces en los primeros capítulos de 1 Corintios.
¡Qué apropiado era hablarles de sabiduría a los corintios! Para ellos, la meta más
elevada en la vida era obtener sabiduría. “Los griegos”, diría más tarde Pablo, “buscan
sabiduría”. Para ellos, tener sabiduría era sinónimo de poder y de prestigio. Los griegos
adoraban la sabiduría, pero valoraron la sabiduría equivocada; querían la sabiduría
mundana, la sabiduría de los humanistas.
Comenzado con este versículo, Pablo desafía esta clase de sabiduría, dice que su
predicación no es “con palabras persuasivas de humana sabiduría”. No presenta la clase
de sabiduría que ellos conocen y aprecian; no les ofrece la clase de filosofía que tanto les
deleita. Tampoco se la ofrece con la destreza del discurso que tanto admiran. El evangelio
de Pablo es un tema nuevo para los corintios, y las palabras que usa son un nuevo
lenguaje para ellos.
Había una buena razón para evitar tanto su sabia filosofía como su destreza de
palabras. La cruz de Cristo pierde su poder cuando se le da más importancia a la sabiduría
y a la elocuencia humana. Cuando en el púlpito se glorifica la sabiduría humana, el
mensaje sencillo de la cruz de Cristo se diluye y pierde su poder.

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