Pasión de Nuestro Señor Jesucristo Según San Mateo
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EVANGELIO
✠ Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo 26, 3-5. 14—27,
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1
+ “Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: “El Maestro
dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis
discípulos””.
C. Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la
Pascua.
C. Al atardecer; estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían,
Jesús les dijo:
+ “Les aseguro que uno de ustedes me entregará”.
C. Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por
uno:
S. “¿Seré yo, Señor?”
C. El respondió:
+ “El que acaba de servirse de la misma fuente que Yo, ése me va a
entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de
aquél por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber
nacido!”
C. Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó:
S. “¿Seré yo, Maestro?”
+ «Tú lo has dicho».
C. Le respondió Jesús.
C. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo
partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
+ “Tomen y coman, esto es mi Cuerpo”.
C. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo:
+ “Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la
Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados. Les
aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día
en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre”.
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C. Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los
Olivos.
C. Entonces Jesús les dijo:
+ “Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a causa de mí.
Porque dice la Escritura: “Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del
rebaño”. Pero después que Yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea”.
C. Pedro, tomando la palabra, le dijo:
S. “Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no me escandalizaré
jamás”.
C. Jesús le respondió:
+ “Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me
habrás negado tres veces”.
C. Pedro le dijo:
S. “Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré”.
C. Y todos los discípulos dijeron lo mismo.
C. Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada
Getsemaní, les dijo:
+ “Quédense aquí, mientras Yo voy allí a orar”.
C. Y llevando con Él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a
entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo:
+ “Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando
conmigo”.
C. Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así:
+ “Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se
haga mi voluntad, sino la tuya”.
C. Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo.
Jesús dijo a Pedro:
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+ “¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni
siquiera una hora? Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación,
porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”.
C. Se alejó por segunda vez y suplicó:
+ “Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se
haga tu voluntad”.
C. Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se
cerraban de sueño. Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez,
repitiendo las mismas palabras. Luego volvió junto a sus discípulos y les
dijo:
+ “Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo
del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense!
¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar”.
C. Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas, uno de los Doce,
acompañado de una multitud con espadas y palos, enviada por los sumos
sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta señal:
S. “Es aquél a quien voy a besar. Deténganlo”.
Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole:
S. “Salud, Maestro”.
C. Y lo besó. Jesús le dijo:
+ “Amigo, ¡cumple tu cometido!”
C. Entonces se abalanzaron sobre Él y lo detuvieron. Uno de los que
estaban con Jesús sacó su espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote,
cortándole la oreja. Jesús le dijo:
+ “Guarda tu espada, porque el que a hierro mata, a hierro muere. ¿O
piensas que no puedo recurrir a mi Padre? Él pondría inmediatamente a mi
disposición más de doce legiones de ángeles. Pero entonces, ¿cómo se
cumplirían las Escrituras, según las cuales debe suceder esto?”
C. Y en ese momento, Jesús dijo a la multitud:
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+ “¿Soy acaso un bandido, para que salgan a arrestarme con espadas y
palos? Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y ustedes no me
detuvieron”.
C. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que escribieron los
profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
C. Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del Sumo
Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos.
Pedro lo siguió de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; entró y se
sentó con los servidores para ver cómo terminaba todo.
Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio
contra Jesús para poder condenarlo a muerte; pero no lo encontraron, a
pesar de haberse presentado numerosos testigos falsos. Finalmente, se
presentaron dos que declararon:
S. “Este hombre dijo: “Yo puedo destruir el Templo de Dios y
reconstruirlo en tres días””.
C. El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a Jesús:
S. “¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti?”
C. Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió:
S. “Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si Tú eres el Mesías, el
Hijo de Dios”.
C. Jesús le respondió:
+ “Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante
verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir
sobre las nubes del cielo”.
C. Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:
S. “Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes
acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?”
C. Ellos respondieron:
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S. “Merece la muerte”.
C. Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. Otros lo golpeaban,
diciéndole:
C. “Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó”.
C. Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una
sirvienta se acercó y le dijo:
S. “Tú también estabas con Jesús, el Galileo”.
C. Pero él lo negó delante de todos, diciendo:
S. “No sé lo que quieres decir”.
C. Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo a los que
estaban allí:
S. “Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el Nazareno”.
C. Y nuevamente Pedro negó con juramento:
S. “Yo no conozco a ese hombre”.
C. Un poco más tarde, los que estaban allí se acercaron a Pedro y le
dijeron:
S. “Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu acento te
traiciona”.
C. Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese
hombre. En seguida cantó el gallo, y Pedro recordó las palabras que Jesús
había dicho: “Antes que cante el gallo, me negarás tres veces”. Y saliendo,
lloró amargamente.
C. Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo
deliberaron sobre la manera de hacer ejecutar a Jesús. Después de haberlo
atado, lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo entregaron.
C. Judas, el que lo entregó, viendo que Jesús había sido condenado,
lleno de remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos
sacerdotes y a los ancianos, diciendo:
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S. “He pecado, entregando sangre inocente”.
C. Ellos respondieron:
S. “¿Qué nos importa? Es asunto tuyo”.
C. Entonces él, arrojando las monedas en el Templo, salió y se ahorcó.
Los sumos sacerdotes, juntando el dinero, dijeron:
S. “No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de
sangre”.
C. Después de deliberar, compraron con él un campo, llamado “del
alfarero”, para sepultar a los extranjeros. Por esta razón se lo llama hasta el
día de hoy “Campo de sangre”. Así se cumplió lo anunciado por el profeta
Jeremías: “Y ellos recogieron las treinta monedas de plata, cantidad en que
fue tasado aquel a quien pusieron precio los israelitas. Con el dinero se
compró el “Campo del alfarero”, como el Señor me lo había ordenado”.
C. Jesús compareció ante el gobernador, y éste le preguntó:
S. “¿Eres Tú el rey de los judíos?”
C. Él respondió:
+ “Tú lo dices”.
C. Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no
respondió nada. Pilato le dijo:
S. “¿No oyes todo lo que declaran contra ti?”
C. Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy
admirado al gobernador. En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a
poner en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había entonces uno
famoso, llamado Jesús Barrabás. Pilato preguntó al pueblo que estaba
reunido:
S. “¿A quién quieren que ponga en libertad, a Jesús Barrabás o a Jesús
llamado el Mesías?”
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C. Él sabía bien que lo habían entregado por envidia. Mientras estaba
sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir:
S. “No te mezcles en el asunto de ese justo porque hoy, por su causa,
tuve un sueño que me hizo sufrir mucho”.
C. Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a
la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús.
Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó:
S. “¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?”
C. Ellos respondieron:
S. “A Barrabás”.
C. Pilato continuó:
S. “¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?”
C. Todos respondieron:
S. “¡Que sea crucificado!”
C. El insistió:
S. “¿Qué mal ha hecho?”
C. Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:
S. “¡Que sea crucificado!”
C. Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto,
Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo:
S. “Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes”.
C. Y todo el pueblo respondió:
S. “Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.
C. Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de
haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.
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C. Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron
a toda la guardia alrededor de Él. Entonces lo desvistieron y le pusieron un
manto rojo. Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su
cabeza; pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla
delante de Él, se burlaban, diciendo:
S. “Salud, rey de los judíos”.
C. Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la
cabeza. Después de haberse burlado de Él, le quitaron el manto, le pusieron
de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.
C. Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y
lo obligaron a llevar la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que
significa “lugar del Cráneo”, le dieron de beber vino con hiel. Él lo probó,
pero no quiso tomarlo. Después de crucificarlo, “los soldados sortearon sus
vestiduras y se las repartieron;” y sentándose allí, se quedaron para
custodiarlo. Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su
condena: “Este es Jesús, el rey de los judíos”. Al mismo tiempo, fueron
crucificados con Él dos bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
C. Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían:
S. “Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar,
¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!”
C. De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y
los ancianos, se burlaban, diciendo:
S. “¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de
Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en Él. “Ha confiado en Dios;
que Él lo libre ahora si lo ama”, ya que Él dijo:
“Yo soy Hijo de Dios””.
C. También lo insultaban los bandidos crucificados con Él.
C. Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron
toda la región. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz:
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+. “Elí, Elí, lemá sabactaní”.
C. Que significa:
+. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
C. Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:
S. “Está llamando a Elías”. En seguida, uno de ellos corrió a tomar una
esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio
de beber. Pero los otros le decían:
S. “Espera, veamos si Elías viene a salvarlo”.
C. Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su
espíritu.
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el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro
nuevo que se había hecho cavar en la roca. Después hizo rodar una gran
piedra a la entrada del sepulcro, y se fue. María Magdalena y la otra María
estaban sentadas frente al sepulcro.
C. A la mañana siguiente, es decir, después del día de la Preparación,
los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron y se presentaron ante
Pilato, diciéndole:
S. “Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese impostor, cuando
aún vivía, dijo: “A los tres días resucitaré”. Ordena que el sepulcro sea
custodiado hasta el tercer día, no sea que sus discípulos roben el cuerpo y
luego digan al pueblo: “¡Ha resucitado!” Este último engaño sería peor que
el primero”.
C. Pilato les respondió:
S. “Ahí tienen la guardia, vayan y aseguren la vigilancia como lo crean
conveniente”.
C. Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del sepulcro, sellando la
piedra y dejando allí la guardia.
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