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Arte contemporáneo:
de marcos y marcas
3
UNIVERSIDAD NACIONAL DE TUCUMÁN
AUTORIDADES
ING. JOSÉ GARCÍA
Rector
4
Jorge Figueroa
Arte contemporáneo:
de marcos y marcas
Editorial de la
Universidad Nacional de
Tucumán (EDUNT)
5
Figueroa, Jorge
Arte contemporáneo : de marcos y marcas / Jorge Figueroa. - 1a ed . - San Miguel de Tucumán :
220 p. ; 21 x 14 cm. - (Saberes académicos ; 14)
ISBN 978-987-1881-83-3
© EDUNT
Rossana NOFAL, Directora
Equipo
editorial Valeria
CANGEMI Aldo
COCHERI
Lucía PALERMO
© EDUNT
Crisóstomo Álvarez 883, 4000 S. M. de Tucumán, Argentina
Tel-fax: 0381-4523140
e-mail: edunt@rectorado.unt.edu.ar
www.edunt.unt.edu.ar
Queda hecho el depósito que marca la ley Nº 11.723
Impreso en Argentina - Printed in Argentina
ISBN 978-987-1881-83-3
6
PALABRAS PRELIMINARES
Elena OLIVERAS
Miembro de la Academia Nacional
de Bellas Ae rItnetseryndaeciloanAalsodceiaCcriíótnicoAsrdg enAtirntae
9
10
PRÓLOGO
13
¿Cómo ignorar la cita artística de la deconstruc-
ción, la simulación, el rizoma, lo «figural» o el pensa-
miento conjetural?
Este libro inicia con un capítulo sobre el arte con-
temporáneo para intentar saldar deudas y posicionarme
eténtiecla dceobnattem, pcomráonean,
tuicniapés,enpsoirbqiluide adetdeirsmtininta. uEnsapeosr-
esto que escogí un nuevo nombre para el libro.
En la reseña editorial de Cúspide del texto
«Cuestiones de arte contemporáneo», de Elena Oliveras,
puede leerse:
La obra de arte contemporánea ha pasado a ser un objeto
para el pensamiento. El nuevo espectador tiene que mirar y
pensar; debe trabajar para hacer una lectura artística para
que poco a poco las obras vayan mostrando las
respuestas
a sus enigmas. Queda atrás el tranquilo contemplador
kantiano que se dejaba estar en la obra, que gozaba de su
pura apariencia (2015).
En Arte contemporáneo: de marcos y marcas
tam- bién se estudian algunas tendencias y se
puntualizan sus vínculos con la producción artística.
Además, se ofrece una síntesis y recopilación de textos
principales y una rápida bibliografía. Se encontrará,
asimismo, un capí- tulo expreso dedicado a la crítica
de arte entendiendo
que se trata de una de las disciplinas que, precisamente,
colaboran en ese soporte y un apartado sobre la curadu-
ría, práctica artística que se ha transformado en una de
las más notorias y determinantes en el último período.
Desde ya persiste mi pretensión de opinar sobre es-
tas tendencias; no en todos los casos, seguramente, pero
la tarea es de interpretación; por tanto, hay un recorte
establecido; opciones.
El pensador inglés Frederic Jameson (1991), por
ejemplo, que se negaba a separar el postmodernismo de
su condición económica-social, propone no detenerse
14
mucho en el estudio de un movimiento artístico y sostie-
ne su condición de lógica cultural del capitalismo tardío.
Cabe aquí consignar que alguna izquierda atrasada sigue
sin comprender estas manifestaciones y se las atribuye a
frivolidades, ¿Reivindicarán, acaso, la modernidad?
FrancQouisieLnyodtifaurndd(i1ó97en8)m,
saoysotirenmeeqduide alaecl otnérdmicinóon, pJoesatn-
moderna es propia de la situación postindustrial en una
sociedad en la que la industria, que fue una herramienta
triunfante y progresiva del capitalismo en ascenso, ha
perdido importancia en relación al capital financiero.
Escrito en esa década, el capital financiero no ha hecho
sino avanzar y disponer desde entonces.
Otros autores han distinguido con paciencia la
postmodernidad y el postmodernismo, así como antes
smeos. a my
eCpaormaobasemaopdrerc
omdoerdnoiszaycifóonrmyasmdoidsteirnt
niaidráa,dh,
ias-
de abordar las cuestiones estéticas y sus contextos, lo
que no invalida unas a otras. En principio, el objetivo
fue reducirnos a los problemas que más directamente
importan a los artistas o, al menos, en los que aparecen
más involucrados.
Estos estudios han ocupado mis lecturas durante
décadas y fueron el estímulo de mi profesora de la cáte-
dra en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional
de TuMcuomdiáfinc,arCel iparAogizriacmzoand. e la
Cátedra de Estética de la Facultad de Artes de la UNT
que llevaba décadas de estudio no ha sido sencillo. Ni
para los docentes, ni para los estudiantes, ni para la
institución. Significó, nada menos, mirar hacia otro lado.
Fijar nuestra percepción en el lenguaje. Y esto, más allá
de creer en la necesidad de una historia de la estética, de
sus ideas, como algo que podría constituir otra cátedra
que indudablemente inte- resa cuando el interrogante es
en qué contexto histórico
surgieron tales propuestas. Todo (el estudio, la investi-
15
gación, la reflexión) se ha modificado cuando el objeto
principal de la filosofía y de la estética se dirigieron al
lenguaje en los primeros años del siglo XX, más allá del
ser-no ser, lo ontológico.
La estética es un estudio que atraviesa las artes vi-
stseusalesc,éenlicdaiseyñoh,aesltatelatraor,qluaitfeoctoug
rara. fNíao, leaxdisatne,zae,nlarisgaor-, una estética del
diseño o de la fotografía; sí, una bajada de línea de las
teorías a algunas de las distintas discipli- nas. Excepto,
tal vez, para quienes reduzcan la estética a la belleza,
cuando se trata de una categoría más y cuan- do, en
definitiva, no sepamos nunca qué es lo bello, desde
Sócrates hasta aquí. Cada época ha dado su respuesta
al respecto, con sus influencias culturales y sus cánones,
pero de la belleza, no de lo bello. La deconstrucción, por
cEaiseon, mtiaen,e
FsruanekxpGrehsiróynoenZalhaaaHrqaudiitdecptuorsaee
pnesruos Ppertoer- pios estilos, aunque ellos no se
reconozcan en la decons- trucción.
La estética es, en rigor, una reflexión sobre el arte,
por tanto existe una estética contemporánea. Nuestro es-
tudio se dirige allí, de ahí la necesidad de modificar el
título del libro.
Jorge FIGUEROA
Agosto-Septiembre 2018
16
CAPÍTULO I
Arte contemporáneo: más que el presente
2
La expresión figura a veces como «no hay fuera de texto».
20
El tiempo, como se advertirá, está en la encrucijada
del arte contemporáneo, porque tampoco es todo aquello
que se produce simultáneamente, en un momento dado
al que denominamos contemporáneo. El tiempo, nada
me- nos, tiene miradas distintas.
tivo, DuensdoetrHo etniermi Bpoer,gqsoune nseo
rceocmonpoacreteulna tpiermopioedsaudbjde- irreversible
que nos brinda la ciencia; un tiempo subjetivo que no
puede medirse ni valorarse con algún grado de
objetividad. Incorporar la duración aporta a la cuestión
general: los hechos psíquicos se viven en una dimensión
distinta a los hechos físicos. Por ejemplo, el tiempo
vivido por la conciencia es una duración real en la que el
estado psíquico presente conserva el proceso del cual
proviene y es a la vez nuevo.
tendiEdlas rctoemc ontéermpionroásn, eqoue
sftuánpcliaognadnocdoempoailnajberatos,s e n- un
período en el que su relación con la filosofía es tan
intensa, un vínculo que no tiene casi antecedentes en la
historia. Palabras que construyen discursos, reflexiones.
Esta vinculación con la filosofía es determinante.
El arte contemporáneo está infectado con el virus
del lenguaje, lo carga en su ADN.
Que el lenguaje es un virus es, tal vez, la idea más
conocida de William Burroughs, un brillante escritor de
dlae
gpeanretricaicpiaórnebnelaatsdperlofosramñaonsc6es0,d
equLeaunroieseAnindteimrsiodnabdae los 80, por
ejemplo, o en algunos trabajos de Lou Reed. Un virus,
se sabe, sólo tiene por objetivo el repro- ducirse y
utiliza a otros seres animales como huéspedes y
vehículos para ello. El lenguaje, para Burroughs, es
inde- pendiente del hombre y no es hablado por éste sino
que es el hombre el que es hablado por el lenguaje. En
esto, Burroughs parece adelantarse y coincidir con el
trabajo filosófico de Derrida, quien formula la
siguiente frase:
«No hay nada por fuera del lenguaje» (1967).
21
En nuestra comunicación no podemos evadirnos del
lenguaje y el arte es, por necesidad, un lenguaje, aunque
tanto el Romanticismo como otras corrientes hayan que-
rido enmudecerlo y dejarlo abandonado entre sentimien-
tos, musas y emociones vacías y confusas.
utilizUandloen, agupaejseairmdpe ularoq,uheíjbardideolo;
stéqrumeinseods eqduiecavnenaibmuos- car lo nuevo con
alguna sospechosa desesperación, una aspiración
modernista demodè.
Tratamos de acercarnos a eso que denominamos
arte contemporáneo, un término —insisto— que se ha
insta- lado no sin resistencia y que parece haber quedado
para distinguirse de otras expresiones artísticas; que
algunos hoy insisten en ridiculizar en un movimiento
reaccionario como, en la historia del arte, sufrieron con
distinta suerte
dydyaif,edr enbtoesalmerotavrim,
eilensitsotsemaartítsrtaicdoicsioynavladnegluartdeia«s.igDu
esdene su lugar», pero, como sostiene Boris Groys, ese
sistema
«se torna cada vez más marginal» (2016, 14).
Parafraseando al filósofo español Santos
Zunzunegui propuse hace unos años «Pensar el arte»3.
«La imagen no es tanto algo que se ve, como algo que se
piensa» (1989, 243), reflexionaba ya en ese tiempo el
ensayista vasco.
¿Se puede, acaso, ser más claro al respecto cuando se
ha- bla del arte contemporáneo?
nologPíean, saurs evlínarctuel.oYs esnu lmasurteadceiós
nsopceiramleas,nen tlea pfotrolgaratefcía- en especial,
con aplicaciones que funcionan como arte, y que
sorprenden con asidua frecuencia. Pensar el arte es
oponer (se) al acelerado pensamiento visual, debo antici-
par. La estetización creada a través de los mass-media
(pro- ceso descripto por Gianni Vattimo), ha inundado
toda la
3
Ponencia presentada en el Congreso de la Asociación Internacional de
Críticos de Arte (AICA), en la Tate Modern (Londres, 2000).
22
cultura y el diseño se ha constituido en el vehículo
estéti- co de masas4.
En ese sentido, Paul Virilio habla de la industria de
la visión, que no permite la mirada; toda una industria
que no permite la reflexión. Esta visión es equiparable
ay
de lnzuaepstpriangm, asomlaetdiommienstoic
eladucualcti idrairdiag,idal acilóons
uórna
mass-media.
Observamos lo que otros miraron y eligieron por
nosotros. Creemos que tenemos el control, pero es una
ilusión. La mirada de los mass-media no es ingenua ni
imparcial. Tanto Vattimo como Derrida la han estudia-
do. El directo y live son, en rigor, efectos de «en vivo y
en directo», precisa el filósofo de la deconstrucción en
Ecografías de la Televisión (1998).
comoSiulna ecsattéetgicoarínao, ¿speoreqduéc el easltoudvia-
arlate bsel leimzaityarlía
sual? Pensar el arte es situarse en una posición, ubicarse
en un lugar en el que lo visual se comprende como parte
de una intervención general sobre el mundo de los con-
ceptos, en una inversión y desplazamiento. Pensar el arte
es tomar partido por los conceptos donde la imagen no
es imprescindible, ni menos, constitutiva exclusiva del
texto artístico.
El arte resiste lo visual y pugna con la imagen. Esa
ensospureimtepnodretasenrc«iacoenseulmseibnloe»deo
lvaencudlitbulrea, pveisue al.laPsofruqeure- tes
presiones del mercado. No comparte aquello de que
«una imagen vale por mil palabras», porque las palabras,
la escritura, fundan el texto artístico. No las evalúa por
separado.
En todo caso, las palabras son una imagen y ésta,
aquellas.
4
La cultura visual no admite una mirada (crítica), afirmación que no es
difícil comprobar; no se ofrece para ser mirada, sino para ser vista.
23
Cuando se considera la fisicalidad del lenguaje
como un espaciamiento (un espacio devenido tiempo, o
tiempo devenido en espacio) lo que podría verificarse en
las instalaciones, en el video-creación y el arte digital, a
la par de la creciente influencia y transformación de la
tecnoNloagdía .más lejos del arte contemporáneo que la
golo- sina retiniana cuyo objetivo es ser vendida, ser
consumi- da, aunque muchas veces se plantee como un
conflicto.
La imagen parece ser la palabra de orden del siste-
ma, ¿No es, a su modo, una nueva catequesis del
sistema? Como lo hacía la Iglesia Católica o el realismo
socialista. Si en la Edad Media el analfabetismo obligaba
a la Iglesia a enseñar con imágenes, en la actualidad es
ignorante quien no domina el alfabeto visual. «El
analfabeto de hoy
eMs eyleqr, uen c i
e
d ta
o ti n e rla fo ctuoltgurrafíavi(sLuaalG»,aacesetag,u2ra01P
e xp er t o
6e)d. ro
Si la palabra de orden es, entonces, la imagen repre-
sentativa, pensar el arte está destinado a desarticular ese
orden, desordenar. Las manifestaciones artísticas traba-
jan lo visual, pero lo desbordan; no se detienen en él. El
texto artístico no opone lo no visual a lo visual, en todo
caso, deconstruye ese par. Si lo visual posee la autoridad
de la presencia, lo no visual es la ausencia. La
différance no elige entre una u otra: deconstruye.
cuanPdeonlsa irmeal gaernt e,secnapdaefia nlaitifivgau,
reas ydpepsabroaradlagrunl osvaiasutaol-:
res como Lyotard se sitúa en lo «figural», en lo no
repre- sentacional. Cuando la imagen está fundida en el
concep- to y no se distingue de él.
Arte contemporáneo sí, un nombre que, tal vez, era
necesario para que las casas de remates de obras de arte
puedan anunciar sus ventas y poner en los catálogos,
como sostiene César Aira: «Un nombre perfectamente
24
absurdo, ni descriptivo ni provocativo ni geográfico, de
una neutralidad apabullante, casi paródica» (2016, 32).
Pero que también, hay que decirlo, describe una era
especial:
npruonpcia
acnotnetsemlapohruamnaeindiada.dLeastEudvaodtaMnei
dnitaersesapdreaoecnupsau- ba por la eternidad, el
Renacimiento por el pasado y la modernidad por el
futuro. Nuestra época está interesada,
fundamentalmente, en sí misma (2016, 155).
Asevera Groys. Una opinión de Arthur Danto ad-
vierte que para que exista el arte ni siquiera es necesario
la presencia de un objeto:
Las Brillo box de Warhol, como los ready-made de
Duchamp, son obras que no poseen propiedades
diferentes de las cosas normales y corrientes; de hecho,
son cosas normales y corrientes. La importancia radica
en que mues-
tran que la esencia del arte estaba en su concepto y no en
alguna otra propiedad manifiesta del objeto artístico.
Una vez considerado artístico un objeto se percibe y se
analiza según la relación entre lo que se presenta y la
manera en cómo se presenta. La conversión del arte en
concepto (su des-artistificación) es el paso previo a su
verdadera auto- nomía (Danto, 1999).
Virus contagioso
28
un lenguaje infectado por un virus, es claro que está con-
taminado, no es puro; de repente aparecen y desaparecen
en esta producción; contagian, sí, pero el sistema
inmuno- lógico del arte lo asimila aunque también, en
oportunida- des, lo rechaza. Lo sabemos desde hace
mucho, y tanto se
h a es cri t o so b r e e l l o : l a rt vi v e e n te n s ió n
ci ónenytrel a in n o v a c i ó n , e s tá en l a l na at tu arr da lei za
d e us e x iste n-
cia. ¿De qué otro modo podría vivir sino es
desplazándose de un lugar a otro, corriéndose aquí y
allá?
La historia del arte no es sino una manifestación de
estas dislocaciones.
Con el giro lingüístico de principios del siglo
pasado (Wittgenstein de por medio), toda la filosofía y la
estética centran su objeto de estudio en el lenguaje y su
compor- tamiento.
U n s i st e m d e s
hace de ci r , u n a « si gn
g n o s , u n te x t o a tí s ti o ,
i fi c a n c ia », u n a p ro d u ct iv
q u e d ic e y
i d a d. E n l a intertextualidad, hay textos que
habitan otros textos, co- existen, cohabitan con ellos y en
calidad de anfitriones, invitados o paseantes; pinturas
que se pintan desde otras pinturas, fotografías que
reproducen la reproducción, y que, por tanto, no imitan
la realidad sino que linkean con ella desde un
posicionamiento distinto.
El lenguaje, sí, el primer afectado en las
operaciones artísticas porque desvían, interfieren la
comunicación, la
oscurecen, la desordenan.
Híbrido
30
Para Jacques Derrida, el arte híbrido puede ser la
deconstrucción de los lenguajes icónicos de la
representa- ción del arte moderno.
¿Qué arte puro, no contaminado, que respete un es-
tilo propio o determinado podemos encontrar en Estados
Unid o s e j e m p l o ,q u e sea d e
S í , c o n o c e m o s a r t ist a s
o E u r o p a , p e st e ti e m p o ?
se g u r a m e n t q u e t r ab a j an
or
e,
en una línea definida, por no llamarlo estilo, pero es esa
línea la que tiene incorporada arte y diseño, u otras dis-
ciplinas. Esa línea, pues, en los términos de Derrida, vie-
ne trabajada por el concepto de parergon, el «fuera de
obra», como lo denominaban los griegos. Traducido
tam- bién como «objeto accesorio», «extraño»,
«suplemento»,
«resto», el parergon se encuentra al lado de la obra, no
le es ajeno, pues afecta al interior y colabora con ella
desde
a fu er a . E l l a o bra e n
la m e d id a e l i n t e ri o r
p a r er g o n i nt e rv ie n e en el i n
e n q u e h a y u n a fa l ta en é l
t ri o r d e
, es d e c ir ,
del sistema en el que se agrega carece de algo y carece
de sí. Este «fuera de obra» que interviene, como se ha
pun- tualizado, desestabiliza al ergon (obra), y al
hacerlo tam- bién lo contamina, afecta su pureza;
remarca su hibridez. La performance no puede
soslayarse: es y no es danza,
es y no es teatro, es y no es música, es y no es arte visual.
Importa no olvidar la performance si se tiene en
cuenta que, desde los 50 y antes, es una acción que pasó
duenalademloads eprnáicdtaicdasa mloáscoentuemsop. oráneo y
por estos días,
¿No eran acaso performances lo que hacían los da-
daístas a principios del siglo pasado en el Café Voltaire?
En los términos de Derrida, podríamos sostener que es
un «indecidible». ¿Por qué? Porque no puede
establecerse un único valor de sentido. Si la hibridez
designa mezclas interculturales, y lo híbrido una
resistencia a la identidad, es porque no se deja
identificar. La performance no desea identificarse como
género artístico. Como «indecidible»,
31
ocurrió en su concepto la deconstrucción, escribí en mi
tesis En el palimpsesto (2005).
El arte híbrido se sitúa en los límites de los géneros
artísticos tradicionales y nuevos. Su propuesta es abolir
fronteras y por ello genera proyectos que son difíciles de
c l a s i fi c .
fl e x i o n ar
L o h íb ri d o e n e l a r te n o s l le v a a
s o br e la s r ef e re n c ia s c ru z a d a s c o
m ir a r y a r e
n o t r as d is c i- plinas, nos inserta en un proceso
interdisciplinar: artes visuales, cine, literatura,
arquitectura, psicología, etc. Se interpreta como proyecto
híbrido aquel que no busca es- pecificidad de género ni
se delimita dentro de una disci- plina. Obra heterogénea,
de medios mezclados, de carác- ter múltiple, que rompe
con los géneros tradicionales.
Mal que le pese a Donald Trump, todo arte es de
frontera (definición que se analizará más adelante), y se
i n s ta l a en u n e sp a c io e n
h a n s i do de r rib a d o s ha c e
el q u e lo s m u ro s n o e x is t e n y
d éc a d as , el lla m a d o ar t e c h i ca -
no (característico en Estados Unidos) puede explicar
todo este proceso.
El límite físico no existe, son los conceptos y
prácti- cas que van y vienen y que se desplazan de un
lugar a otro.
Un mercado particular
33
Adorno y Horkheimer (que dirigían la prestigiosa
Escuela de Frankfurt), valoraron de forma negativa la
industria cultural como una adaptación del arte a las exi-
gencias del mercado. Una industria, hay que aclararlo,
que terminó de conformarse con el cine. Consideraban
a a s i
c o om
u n a « m a la p a la b r a» a l e n tre t e n i
p r e nd e r q ue , e n e l sis t e m a c a p i t
m e n to, y n o p ía n
ali st a , t o d a p rodu c - ción en general se rige
por sus normas; no podían admitir que esa industria
totalizara al individuo y sometiera com- pletamente a sus
consumidores al dominio del capital.
Con la salvedad de algunas leyes, como la de
desarro- llo desigual y combinado (explicada por León
Trotsky), el capitalismo unifica toda producción. En el
primer capí- tulo de su Historia de la revolución rusa
Trotsky escribe:
EhEilsdtóesraicroro, l nl o
dse snigousarle,vqeulae ,ecsolanlleay emviádsegnecniaerya
ladeclopmropclesjio- dad con que la patentiza el destino
de los países atrasados. Azotados por el látigo de las
necesidades materiales, los países atrasados se ven
obligados a avanzar a saltos. De esta ley universal del
desarrollo desigual de la cultura se deriva otra que
calificaremos de ley del desarrollo combi- nado,
aludiendo a la aproximación de las distintas etapas del
camino y a la confusión de formas arcaicas y modernas.
36
En las redes sociales
37
Hay un marco teórico sobre el que «surfear» en la
in- vestigación, los conocidos estudios de Nicolas
Bourriaud (2008, 2014) sobre la estética relacional.
Pero entiéndase bien el verbo surfear: navegar por
esa teoría, aferrándome y deslizándome en ella, acercán-
dome, pero también tomando distancia. ¿Las acciones de
seleccionar, cortar, copiar y pegar (léase: colgar, subir,
postear) se constituyen en artísticas? En definitiva, lo
que trataré de demostrar, será la operación intertexual
más relevante en esta producción.
Siempre recuerdo una reflexión del crítico de arte
pop, Sam Wilson, la recorro y la parafraseo: la primera
operación artística es la elección, es lo que define al artista.
Mi mirada está conquistada por la propia producción y
p2o0racñiotassaqpuroe xriemcoardraemn
emnitep.eAnsealmlaisernetgoredseosduenhaayceotmraávs
edze, con la oculta esperanza de poder desembarazarme,
pero sin éxito. Las reitero y las repito, casi con
aburrimiento y tedio, recordando con Mircea Elíade que
las cosas se repi- ten porque desean permanecer. Tal vez
sea un ejercicio de resistencia contra la aceleración y lo
efímero, propias de la contemporaneidad (Figueroa,
2005, 130).
Los artistas se apropiaron de la fotografía en un fe-
nómeno que se inició a principios de la última década
del siglo pasado y que no para de expandirse.
Primero, la incorporaron a las pinturas y grabados;
luego sirvió
para registrar acciones (fotoperformance), y finalmente,
ella misma fue la obra. Es cierto que, al comienzo, no
se preocuparon mucho por las cuestiones técnicas, y les
resultó indiferente obturar la cámara; pero lo que más
llamó la atención de los artistas fue la capacidad de
expe- rimentación que ofrece el género; la manipulación
de las imágenes. Podría decirse que para el arte, la
fotografía es
«eso que ha sido» (Barthes), pero también «eso que tal
vez no ha sido» (Derrida, 1998, 193).
38
De este modo, el foco no está puesto en el grado de
veracidad, en el valor documental de la fotografía, sino
en la posibilidad de intervenir sobre su saber. Resulta
para- dójico que mientras la fotografía más puede
falsificar la realidad los artistas más se ocupen de ella.
Muy lejos han
quedado los días en que la fotografía se utilizaba como
documentación. Vivimos el tiempo de la
«postfotografía».
Recuerdo a mi maestro Juan Acha y debo recono-
cer que en los famosos triángulos que trazaba en un vie-
jo pizarrón (en los años 80, en el derruido edificio de la
Facultad de Artes en el aula B), entendía la obra en un
sistema de relaciones entre su consumo y su distribución
o circulación. Hago la salvedad, desde ahora, que un
cambio en la circulación o en el consumo, también
afecta a la propia obra. La palabra afectar, pues, no debe
enten-
d er s e c o m o u
nla v oa blor ar ns eegv eti vo ; t a l
in v o lu c ra da y h a s ta
v e z d e b i e ra e c ir se q u e mutaciones, en
t r an s f o r m ad a e n es t a s
ese sistema de relaciones; hay algo que la toca, hay algo
que la modifica. Desde hace mucho se sabe (lo
reiteramos) que la tecnología no sólo influye en el arte
sino que lo transforma, y vaya si lo hemos podido
observar; hasta podríamos hablar de los cambios en la
propia sensibilidad, algo que afecta —en este caso sí, es
la palabra adecuada— al productor y al receptor.
La visibilidad se construye hoy en cualquier espacio,
p er o no a c o s t a de
ga n do el pr e c i o d e
la n o v i i bi l d a d ; e so s í, t al
u na e sc a s a v is i b il id a d, p er o
v ez , p a -
e n r ig o r , dependerá del proyecto artístico del que
se trate. Las es- cenas artísticas locales vienen lidiando
con este tema.
Primera entrada: «Lo que une es Internet» era el
tí- tulo de un artículo que leí no sé en qué diario, y es
que ese espacio en la actualidad, se ha convertido por
excelencia en una instancia de circulación, de
distribución y de con- sumo de la obra, pero bien podría
anularse el verbo, y complicar la denominación: «Lo que
une Internet».
39
Internet es una red, la red de redes, se ha dicho. Y
no puedo sino recordar el concepto de rizoma de
Deleuze y Guattari, y sus principios de conexión y de
heteroge- neidad: «el rizoma conecta un punto
cualquiera con otro punto cualquiera» (1994, 12). El
modo de existencia del
rizoma es, si se quiere, su enlace, su conexión, su link.
En esa red no hay un centro, ni periferia, ni salida «por-
que es potencialmente infinito» interpreta Umberto Eco.
Internet es el rizoma.
Segunda entrada: Hoy por hoy, Internet pudo cum-
plir con creces aquella premonición de Andy Warhol,
pronunciada en 1968: «en el futuro, todo el mundo será
famoso durante 15 minutos [...] todos tendremos nues-
tros 15 minutos de gloria». «A lo largo de su vida, por
muy miserable que sea, todo el mundo tiene derecho a
sus
15 minutos de gloria», es otra de las tantas versiones de
esas palabras de Warhol.
Internet lo hace posible en la actualidad, en los
blogs, facebooks, instagrams. ¡Enjoy!, aunque vale acla-
rar que en algunos casos son más, y en otros menos,
esos 15 minutos.
Tercera entrada: Sabemos que los datos centrales de
nuestra época son la aceleración y la conciencia de lo
efí- mero de nuestra existencia. Estos datos, como no
podía ser de otra manera, determinan la producción
artística,
y e s l a r e d l a q u e e x p re s a de l
la d e l a r te c o n t em p o rá n e o, si
m e jo r m o d o e s ta r ea l id a d ,
s e q u ie re . P er o , po d rí a m o s
preguntarnos, en tal caso, si la red es una realidad.
Hasta no hace mucho se podía distinguir fácilmente
la realidad real de la realidad virtual; hasta pensar o em-
parentar, mejor dicho, lo virtual con la ficción; algo que
es y no es, a la vez. Sin embargo, el pensador Paul
Virilio advierte, en un texto pionero de 1993, sobre la
creación de la perspectiva del tiempo real (así como la
perspecti- va del espacio fue la gran invención del
Quattrocento),
y consigna que la realidad virtual será una realidad su-
40
plementaria, otra realidad, en otros términos. Digamos,
entonces, que la red se ha constituido en otra realidad,
si- multánea, donde vivimos el imperio de la
deslocalización. Virilio reconoce la deconstrucción en
esta dicotomía: rea- lidad real/realidad virtual. Bien que
en la actualidad, am-
bas se entremezclan y se funden.
Y siendo consecuente con esta línea de razonamien-
to, ¿por qué no recurrir a la lógica del suplemento de
Derrida, donde el suplemento es tanto un añadido como
su versión verbal, suplir?
El Diccionario de la Real Academia Española
define con las siguientes palabras el término
suplemento: «ac- ción y efecto de suplir // cosa o
accidente que se añade a otra cosa para hacerla íntegra o
perfecta» se indica en las dos primeras acepciones.
Se observará que suplir es tanto como reemplazar,
lo que de algún modo es más, mucho más que añadir.
La realidad virtual, en tal caso, en los términos de Virilio
es una realidad suplementaria, que es tanto como decir
una realidad añadida, pero también una que reemplaza a
la realidad real.
Ahora bien, desde estos razonamientos generales,
¿cómo situamos la producción artística contemporánea?
Podría reflexionarse que el fenómeno al que asisti-
mos no es sino, una profundización de la desmaterializa-
cci ón d
l i s t as ; e l a r t e, in i ci a d a
pe no r lo
q us e,
a ños i sh 6a 0y c o n lo s c o n c e p t ua -
a l go q u e ca r a ct e ri za a e s t e a r t e es
no ser material, ¿Lo podemos tocar? ¿Podemos sentirlo
entre nuestros dedos? En todo caso, a lo máximo que po-
demos acceder, desde este punto de vista, es a una
textura visual; la dimensión tridimensional ha
desaparecido; esto se ve claramente en las
manifestaciones de net art y en al- gunas expresiones de
lo que se conoce como arte digital. Pero, una pregunta
me asalta: ¿cuando estas creaciones son trasladadas a
plotters o a fotografías, siguen mante-
niendo su condición de tales?
41
Otra característica, esencial, a estos espacios de
circulación es la interactividad, es decir, la posibilidad
que tiene el receptor de intervenir sobre la propia obra.
Internet ha permitido que dejemos de ser partícipes para
convertirnos en protagonistas, se señala en numerosos
estudios. Pero debe aclararse que el propio concepto de
interactividad se ha visto modificado en los últimos
cinco
años. La interactividad como posibilidad de intervenir en
la obra se vió reducida a los trabajos en net art; pero en
los blogs y fotologs (que prácticamente son cosas del pa-
sado) el posteo se ha convertido en un espacio de
opinión, de diálogo, de intercambio. El posteo, así,
sencillamente, es el espacio inmediato de reacción, de
comunicación, en el que se crea, en pocas palabras, una
respuesta a la obra, a los textos.
Es necesario aclarar que el debate sobre el carácter
de red social del Blog es permanente, aunque haya caído
en desuso. Si consideramos que la esencia de internet es
el enlace, no puedo sino sostener que el Blog lo es,
porque la esencia —también— de las redes sociales es la
relación, el enlace, el link, y los blogs fueron las
primeras herra- mientas.
Respecto a la producción artística, podemos atender
diferentes situaciones: observamos artistas que han naci-
do en el Blog, en esa otra realidad. Marlok, por ejemplo,
fue la diva del Blog, una artista que rescata las pin up de
los años 50. Tuvo su bautismo en la red en 2007, pero
de esa red pasó a la realidad en la muestra «Escena
Pop». Vivió y trabajó en las dos realidades, en ese
«entre» dos realidades; una fotografía de su trabajo en el
Blog había ganado el primer premio del Salón de la
UNT en 2008.
Artistas que exhiben sus obras y procesos, como
Lucrecia Lionti, que hizo de su Blog no solo su diario
per- sonal sino su work in progress: la obra vive un
proceso permanente de contaminación a través de los
links y del
42
posteo, mecanismos que de una u otra forma interfieren
en la obra; crean ruidos alrededor de ella.
Otra categoría de artistas, los más numerosos, uti-
lizan estos dispositivos para mostrar y difundir sus tra-
bajos. Para ellos, se trata de un registro de sus pinturas,
fotos o performances, un espacio donde pueden colgar sus
obras y ganar visibilidad. En este cuadro, no han sido po-
cas las galerías de arte virtuales que se han creado y los
registros de archivo como los de la revista Bola de
Nieve. Advertimos que hay una intervención artística en
ese deslizamiento, el trabajo de edición que, deberá
insistirse, no es solo seleccionar y el corto, copio y pego:
la edición es, fundamentalmente, un trabajo de
interpretación. Y cuando se plantea la edición como
interpretación nos in-
corporamos al complejo mundo de la hermenéutica.
Interpretar, en sus acepciones básicas, es la búsque-
da de sentido (explicar o declarar el sentido de algo),
aun-
que en su segunda acepción se incorpora ya el ejercicio
de la traducción: traducir de una lengua a otra.
Pero regresemos a la proposición de que la edición
es interpretar. La edición designa a lo que conocemos
habitualmente con el proceso de postproducción, es de-
cir, denomina al conjunto de procesos aplicado a todo
material grabado o registrado: montaje, subtitulado,
voz en off, efectos especiales, inclusión de otras fuentes
audiovisuales, etc. Pertenece a un ámbito «tercero» al
no trabajar con materia prima, explica Bourriaud en el
texto Postproducción. La edición, entonces, es la post-
producción.
«Concebir, ordenar o expresar de un modo personal
la realidad», es la cuarta acepción que da el Diccionario
de la Real Academia Española, con lo que nos vamos
aproxi- mando a relacionar la edición con la
interpretación.
Será Jacques Derrida en Ecografías de la televisión,
sin embargo, quien esclarecerá este fenómeno cuando al
referirse a los medios de comunicación masiva, impug-
43
na la noción de actualidad, y señala que el «efecto de
directo» en una transmisión televisiva es una «hechura
ficcional», porque en una fracción de segundo cualquier
transmisión interviene para seleccionar, censurar, encua-
drar, filtrar; en definitiva, «lo que se transmite en directo
por un canal de televisión se produce antes de ser
retrans- mitido; la imagen no es una reproducción fiel e
íntegra de
lo que presuntamente reproduce» (1998, 55).
Es indudable que Derrida alude al trabajo de edi-
ción en el que las decisiones se adoptan en fracciones de
segundo, en el que, en suma, se impone una mirada por
sobre otra/s. Y entonces, desde este punto de vista, tal
vez pueda observarse con más claridad la relación entre
la edición y la interpretación.
Pero deseo referirme a la segunda acepción del diccio-
nario, la que atribuye a interpretar, traducir. En otros
tex- tos he señalado a la traducción como una
verdadera ope-
ración de cambio, en la que interviene la deconstrucción,
tanto en su fase de inversión como de desplazamiento.
Hago obra con la historia de arte, como un autorretrato
apócrifo biogiano cyberg, como en una biblioteca de
Alejandría virtual e infinita, citando a Hipolyta, la fi-
lósofa y astrónoma. Borges, Italo Calvino, Grete Stern
hacen del texto y la imagen una ficción con corazón de
verdad. Un sueño. El arte es estilística de la existencia,
según Foucault. El arte contemporáneo es metalenguaje
como existencia estética. Con polaroid o computadoras
un breve gesto poético8.
Describe Fabiana Barreda al hablar sobre la
naturaleza de su trabajo en el Facebook. Y precisa, sobre
la especifici- dad de ese lenguaje: «es que como dice
Macluhan, el medio es el mensaje. Facebook tiene imagen
+ sonido + interactivi- dad inmediata y está condicionada
por un software especí- fico. Uso su forma de comunicar
para crear una pieza de
8
Entrevista inédita realizada por el autor.
44
arte con formato de álbum, diapoface o face haiku con
el texto, o foto de perfil como obra y así
sucesivamente». Las respuestas de Barreda sintetizan
diversas opera- ciones artísticas y conceptuales: señalar
la existencia de un metalenguaje; su obra planteada
con la historia del
arte; la siempre interpretable definición de McLuhan, y,
nuevamente, aparece la idea de formato, una palabra
que en las artes plásticas tradicionales se puede referir a
los tamaños de la pieza y/o al soporte.
Pero en el lenguaje informático, el formato es lo
que permite a una aplicación interpretar los datos crudos
en un archivo.
El formato, en uno y otro caso, con-forma, da for-
ma, a una expresión; no debe subestimarse, pues, esta
tarea en la actividad artística, porque una obra, una pro-
ducción está determinada también por su formato.
¿Formato pequeño, mínimo? ¿Formato video, insta-
lación? ¿Cuál es el formato (presentación)? ¿Formato?
El tamaño, la presentación, la herramienta que se utiliza,
no está fuera de la obra, es parte de ella: un artista sabe
que
«dar forma», es la obra misma. Dar forma, nada menos.
Si hasta utilizamos con frecuencia el verbo «formatear».
Está claro, sí, que el término se confunde entre su
uso publicitario, informático, marketinero y artístico,
pero está presente aquí porque la producción artística de
redes sociales no puede prescindir de él. Pertenece a la
es- pecificidad de su lenguaje. El lenguaje nos constituye,
nos
nombra, nos menciona, nos etiqueta, nos postea.
«Twitter es una manera de pensar. Creo que es el
cerebro colectivo de nuestra época. Pensamos en Twitter
y pensamos según Twitter: es la forma contemporánea
de estar en el mundo» afirma el crítico de arte Daniel
Molina.
45
En este sentido Manuel Carlino señala:
¿Cómo influye esto en nuestra forma de ver? Estamos en
la constante búsqueda, de un paisaje o el simple humor
en lo cotidiano. Lo enmarcamos, y lo inscribimos.
Nuestras
faodrompatasndleaspecnastaegmoireínatsoyyelcaletengouraizjeacdi
eonlae s sherardaampiteantays
dominantes. Pues de la misma manera que funcionan
estas redes sociales, por asociación, hoy tomamos un
recorte de aquello que sirve para agitar las jornadas
laborales y el estudio y producir la risa o la lluvia de
comentarios o derivar en el efecto viral de muchos hits
en «compartir» o volverse un trending topic ¿acaso
importa ver las obras de arte, hoy, con nuestras propias
retinas?9
48
existió Warhol»: así la editorial Taschen presentó el
libro que editó con las polaroids que el artista tomó a las
cele- bridades de su época, muchos de ellos sus amigos.
Warhol fue un incansable cronista de su vida pro-
fesional y personal. Acompañado siempre de una cáma-
ra Polaroid desde finales de la década de 1950 hasta su
muerte en 1987, reunió una enorme colección de instan-
táneas de amigos, amantes, mecenas, famosos, personas
poco conocidas, paisajes, todo lo relacionado con la
moda y de sí mismo.
Describe la editorial Taschen:
Con frecuencia de un modo improvisado, las fotos
Polaroid de Warhol documentan su época del mismo
modo que Instagram refleja nuestra actualidad,
moviéndose entre la
elaspconteaxnieóindaedn,trlea ar. epresentación, y
lpaufeostoageranfíeascyenla fyaml
El propio artista, un adelantado a su época, sentó
en una frase las que también son las bases de la popular
red de fotos de Facebook: «Una fotografía significa que
sé dónde estoy en cada momento. Por eso las hago. Es
un diario visual». Esta idea de un «diario visual» intere-
sa mucho para hacer una vuelta de tuerca del intimismo
que domina gran parte del arte contemporáneo, o a un
sector de él.
Si el arte, por naturaleza es autorreferencial y auto-
rreflexivo, ambiguo, como sostiene Umberto Eco (1962),
es claro que en el arte contemporáneo se avanza un poco
más en esa dirección: se profundizan estas
características, y el intimismo pasa a ser un dato
relevante.
La cama de Tracey Emin (My bed, pieza finalista
en 1999 del premio Turner Prize), del Reino Unido,
puede ser un retrato de esta situación: la cama, desecha,
un tes- timonio: condones usados, botellas vacías de
vodka, test de embarazos, compresas con orina y
pantalones man- chados con sangre, entre otros
elementos y objetos.
49
Podemos anotar, siempre con el carácter provisorio
que anticipamos, algunas características del arte contem-
poráneo: una práctica híbrida, que carga el virus del len-
guaje (por tanto, que desorganiza) y que se desarrolla o
tiene lugar en el mercado capitalista internacional; inti-
mista —en muchos casos—, político y contestatario, en
otros (críticos como Cuauhtémoc Medina han escrito
que
el arte contemporáneo es un espacio para el pensamiento
radical y que es la consciencia de la hipermodernidad del
capitalismo); planteado en las redes sociales, como en
los blogs, facebooks, instagrams y twitters.
Pero, es fundamental entender que cuando se indica
que habla del presente, ese presente, precisamente, está
cargado de un pasado diferido. Y, ese mismo presente,
es diferido. Desde un punto de vista muy general po-
dríamos sostener que el arte contemporáneo tiene como
preocupación central el tiempo.
Como se puede observar, el arte contemporáneo es
una problematización del tiempo, un arte dependiente
de su época, y desde su propia etimología, sea relacio-
nado con la ciencia o la filosofía, con la epistemología
o la tecnología.
12
«Puede decirse contemporáneo sólo aquel que no se deja cegar por las
luces del siglo y que logra distinguir en ellas la parte de la sombra, su íntima
oscuridad. Sin embargo, con todo ello, no hemos logrado todavía responder
a nuestra pregunta. ¿Por qué el lograr percibir las tinieblas que provienen de
la época tendría que interesarnos? ¿No es quizá la oscuridad una experiencia
anónima y por definición impenetrable, algo que no está dirigido a nosotros y
que no puede, por eso mismo, correspondernos? Al contrario, el
contemporáneo es aquel que percibe la oscuridad de su tiempo como algo que
le corresponde y no deja de interpelarlo, algo que, más que otra luz se dirige
directa y espe- cialmente a él. Contemporáneo es aquel que recibe en pleno
rostro el haz de
tinieblas que proviene de su tiempo», escribe Giorgio Agamben en «¿Qué es lo
contemporáneo?» (2013, 1).
51
Damien Hirst, al que no pocos consideran como
uno de los que inauguró el arte contemporáneo, regre-
só en 2017 con una impactante exposición en Venecia.
Las doscientas obras están construidas sobre un relato,
cuyo planteo principal parece ser: entre la verdad y la
fic-
ción, ¿dónde está la verdad? Tesoros del naufragio del
«Increíble» está organizada a través de una historia que
resulta un invento, pero en el que hay datos reales (o
casi). Hirst ha esculpido esta frase: «En algún lugar
entre la mentira y la verdad yace la verdad». ¿La post
verdad? En la colección, encontrada en 2008 y rescatada
con el con- curso del artista, figuran bustos egipcios y
torsos griegos, estatuillas de mármol y budas en bronce
oscuro, medusas de cristal y discos monolíticos aztecas.
En el patio central del edificio se erige un coloso de 18
metros. Objetos inspi-
rados en la mitología se mezclan con imágenes del
univer- so Disney; diosas antiguas que comparten los
rasgos de
deidades actuales como Kate Moss o Rihanna. Pero todo
esto es una fábula que el artista inventó para acompañar
sus monumentales obras, y para establecer una relación
entre el pasado y el presente (mitología griega y azteca e
iconografía Disney y pop).
¿No es, acaso, una reflexión sobre el tiempo? Y
más allá de todo el debate que genera siempre Hirst,
sobre su supuesta especulación comercial, su
dependencia del
mercado de arte,
imposibilidad etc.
física de Un auténtico
la muerte provocador.
en la En La
mente de alguien
vivo (1991) el tiburón13 ha provocado numerosas re-
flexiones donde el tiempo no está ausente: envejeció la
pieza y la deterioró. ¿El arte depende del tiempo?
Damien Hirst juega entre el pasado y el presente. Un
presente que trabaja con ese pasado y que construye el
arte a través de un relato, lo que no deja afuera el arte
conceptual.
13
La obra, que supuestamente inaugura lo que denominamos arte contemporá-
neo, consiste en un tiburón de algo más de cuatro metros de longitud
suspendido en un tanque transparente de aldehído fórmico.
52
¿Y Banksy? ¿Presente «puro»? Las intervenciones
públicas toman partido, no son indiferentes, son políticas
desde que alteran la vida cotidiana, desde que modifican
un recorrido, un camino que obliga o propone una orien-
tación distinta. Lo político es lo que incursiona en la
vida
pública, se debe aclarar; no se define por el contenido de
la acción. De todos modos, el trabajo de Banksy opera
en
una doble dirección: por la acción pública, que provoca
un corte, y por el contenido.
Con el grafiti y el stencil, la guerra, el militarismo,
el trabajo infantil, el consumo y el cambio climático
están presentes en sus trabajos, así como la cultura gay y
la iconografía pop: el beso entre dos soldados ingleses es
ya una obra histórica. El artista acostumbra entrar disfra-
zado a museos importantes del mundo para colgar sus
trabajos de manera clandestina. Esto le permitió figurar
en museos como el Museo Nacional Británico de Arte
Moderno, el Museo de Brooklyn, el Museo
Metropolitano de Arte de Nueva York, el Museo
Americano de Historia Natural de Nueva York y el
Museo Británico de Londres. En 2005 Bansky ingresó al
Museo Louvre en París y col- gó una pintura suya donde
mostraba una mujer que se parecía a la Mona Lisa, pero
en vez de rostro tenía una sonrisa amarilla. Su estética
apareció en Los Simpson.
Más allá del carácter político de su obra, en el doble
sentido apuntado, interesa marcar que sus grafitis con-
tinúan, completan o se insertan en algo preexistente. El
soldado que orina la pared, por ejemplo. El artista, cuya
identidad es anónima, trabaja con el presente. Pero ¿está
el presente re-presentado allí? Lo que se ve es posterior
a lo que ocurrió pero, en algunos casos, es eso que está
pasando. Es un tiempo Twitter, podríamos decir: es eso
que está pasando, indica la publicidad. Una fotografía y
un video al mismo tiempo.
La obra política del artista alcanzó recientemente
una polémica internacional que se reflejó con centenares
53
de memes graciosos y ocurrentes. La autodestrucción de
su obra en plena subasta de Sotheby’s es,
objetivamente, una denuncia al mercado del arte; lleva a
su punto final una venta millonaria de una obra que se
destruye, y cuyo proceso aparece pocos segundos
después en un video de
instagram. «Banksy recuerda que, incluso en una venta
de prestigio, todo su arte es efímero», comenta Thierry
Ehrmann, presidente de Artprice. «Banksy no destruyó
una obra de arte durante la subasta, sino que creó una»
afirma en un comunicado Alex Branczik, jefe del depar-
tamento de arte contemporáneo de Europa de Sotheby’s.
Es una performance, debe decirse en primer lugar. Y en
segundo, ante tanta crítica y desconfianza, que se sepa:
el arte siempre estuvo flojo de papeles para obtener el
esta- tuto de verdad ¿Una operación de mercado para
duplicar
su precio? Es posible ¿Publicidad del artista?
Una falsificación de la verdad. Pero me pregunto:
¿desde cuándo debe encontrarse verdad en el arte? El
tiempo de la llamada posverdad llegó a la producción ar-
tística mucho antes que a otras áreas del pensamiento;
forma parte de su naturaleza crear una realidad distinta.
Banksy es un presente, pues, pero que se está co-
rriendo, que se desliza y se desplaza. El inglés cita lo co-
tidiano con una crítica implacable y una mirada con hu-
mor, sarcasmo y hasta ironía.
Tomás Saraceno, por el contrario, reflexiona sobre
el futuro, sobre lo que no pertenece al pasado ni al
presente,
si es que es posible una distinción tan clara. Imagina ciu-
dades urbanas, en las alturas, desarrolla cosmos perso-
nales, en los que la atmósfera, la naturaleza y el aire son
herramientas de sus instalaciones; establece una relación
directa entre el arte y la ciencia.
Cuando miro los niveles de varias capas de líneas diá-
fanas y esferas, me acuerdo de los modelos del universo
qpulaeneretaprieose.nPt anralmasí,fuelertrzabs adjoe
vlaisugralivzeadealdcoynltoins ucou erspoas-
54
cio-tiempo, la red tridimensional de una araña, las rami-
ficaciones de los tejidos en el cerebro, la materia oscura
o la estructura del universo. Con En órbita (una
instalación planteada una altura de más de 20 metros
sobre la plaza del K21 Ständehaus, Alemania), las
proporciones entran
en npulaenveatsasr,elmacoiolénceusl,also, socuagerupjeorsohs
unmegarnos soecicaolnesvi(eBrtloeng
del Artista, 2013).
«Un laberinto cósmico tejido por 7000 arañas» es el
título del diario El País (España) para informar sobre el
último trabajo en Buenos Aires (abril 2017): Como
atra- par el universo en una telaraña.
Tomás Saraceno ve el mundo como un laberinto,
imagen que se repite en algunas de sus obras. ¿No son
acaso esos laberintos, redes? ¿No son esos laberintos, ri-
zomáticos, red de redes que se conectan sin orden, todos
con todos?
Imposible no pensar en la teoría de Deleuze y
Guattari y en el modelo epistemológico, que carece de
centro y todo (se) comunica con todo. Como para que no
que- den dudas, en la propia presentación del museo se
indi- ca: «el visitante podrá vivir la experiencia del
universo entendido como una red de interconexiones
donde cada elemento se despliega y transforma,
reconfigurando sus límites materiales y sociales». El
modelo rizomático es
propio del presente, pero se trata de un pasado diferido,
que viene construido y construyéndose de atrás, pero
que también se perfila en el futuro, que siempre está
por ve-
nir. Pensemos en la telaraña, en la obra de Saraceno,
pero además nos interroguemos sobre la identidad del
autor de la obra: ¿las arañas o el artista que figura como
tal? Las que tejieron las telarañas, efectivamente, las
redes, fueron las 7000 arañas durante seis meses en el
Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.
El artista organizó la puesta y puso el concepto.
¿Fueron asistentes las arañas o las verdaderas creadoras
55
porque el diseño surgió de ellas? En esta instalación, en
particular, Tomás Saraceno deconstruye la dicotomía au-
tor/obra. La noción de artista se difumina, se desplaza en
realidad. Se desliza, en rigor y, por tanto, se prorroga, se
difiere.
Diferir es, según el diccionario: “Retardar o sus-
pender la ejecución // Distinguir una cosa de otra, no ser
igual”. Un futuro-pasado-presente que siempre está por
venir. Damien Hirst, Banksy y Tomás Saraceno son tres
expresiones distintas del arte contemporáneo, pero mar-
can líneas de trabajo importantes, líneas que se entrecru-
zan, que se conectan y se distancian y que permanecen.
Apropiación, ironía, parodia, presentes desde los
años 80, como verdaderas operaciones conceptuales
del arte.
56
CAPÍTULO II
Introducción al estructuralismo
Noción general
Antecedentes históricos
62
sin demasiadas objeciones. ¿Cómo conocemos las cosas
sino es en relación a otras?
e)La Escuela de Copenhague, impulsada por
Hjelmslev, quien a partir de 1934 examina el plano de la
expresión (sig- nificante) y el plano del contenido
(significado).
f) La Gestalt, o psicología de la forma, nos habla
de la percepción no atomizada como un todo coherente;
sobre el isomorfismo; y establece las «leyes de la for-
ma». La influencia de la Gestalt en relación a la plástica
y el diseño debe destacarse en los siguientes aspectos:
En primer lugar, se postula que la percepción es global y
no es posible atomizarla en sus componentes; las formas
se perciben como algo estructurado; es un todo
coherente más que la suma de las partes (Vasily
Kandinsky y Piet Mondrian); en segundo lugar, las
Leyes de fondo-forma,
cerramiento de las figuras, formas simétricas y de ópti-
ma vecindad y similitud; en tercer lugar, el Isomorfismo:
analogía de las estructuras entre nuestra psique y cons-
titución fisiológica, y la naturaleza externa. Es evidente
que la gestalt estuvo determinada, en buena medida, por
los avances de la física y la química de la época.
Pierre Bourdieu considera a la percepción artística
como una operación consciente o inconsciente de desci-
framiento, lo que avanza hacia una consideración de tipo
más general pero, además, revela los estudios específicos
sobre la percepción.
Las escuelas y teorías mencionadas pueden evaluarse
como los antecedentes más directos del estructuralismo
rápidamente planteados, aunque no deben soslayarse el
materialismo histórico y el dialéctico, desde un punto de
vista más amplio, como se ha apuntado.
El pensamiento marxista ha sostenido siempre la
no- ción de estructura como concepto clave, pero no de
un modo abstracto. La sociedad se asienta en su
estructura económica y en las relaciones de producción,
base sobre
la cual se eleva una superestructura ideológica, jurídi-
63
ca, política, religiosa y estética. La base es comprendida
como lo sugiere la palabra misma: el soporte de la so-
ciedad, lo que no es decir poco. La estructura, entonces,
planteada como base y soporte, sostén de la sociedad.
Campos de aplicación
Estructura
66
e) Simón Marchán Fiz: «La estructura no es una
suma o reunión de partes que la forman sino un todo co-
herente donde cada miembro singular exige a los demás
e instaura con ellos relaciones formales determinadas. El
todo es más que la suma de las partes» (1981).
f) Concha Fernández Martorell: «Una retícula rela-
cional, formada por elementos o partes que sólo adquie-
ren sentido en el seno del sistema, en las relaciones y
opo- siciones que establecen con los otros» (1994).
g) Petit Larousse: «Cualquier cosa que no es amorfa
posee una estructura // Manera en que las partes de un
todo están ordenadas entre sí».
h) Diccionario de la Real Academia Española:
«Distribución y orden de las partes importantes de un
edificio // Distribución y orden con que está compues-
ta una obra de ingenio, como poema, historia, etc. //
Armadura, generalmente de acero u hormigón armado».
i) Gillo Dorfles (1971) indica que en estética, la es-
tructura debe encararse más que como un esqueleto, el
plan o la armazón de la obra de arte, como un elemento
relacional entre el objeto estético y las demás formas de
la creatividad humana; la superestructura es el contexto.
En el estructuralismo hay dos constantes, que son las
parejas de significante-significado; sincronía y
diacronía.Como podrá apreciarse, hay denominadores
comunes en la ma-
yoría de estas definiciones. Las palabras que aparecen y
reaparecen son: orden, distribución, relaciones, sistema,
todo, partes.
Es necesario advertir, no obstante, que en la afirma-
ción de Jean Piaget se puntualiza un conflicto que, en un
primer momento, parece una contradicción y que marca-
rá mucho del debate alrededor del estructuralismo: trans-
formaciones y leyes.
¿Pueden proyectarse y sancionarse leyes de lo que
está en permanente transformación, más allá de su previ-
sible cambio?
67
El Diccionario de la RAE determina que ley «es la
regla y norma constante e invariable de las cosas, nacida
de la causa primera o de las cualidades y condiciones de
la mismas». Se diría, pues, que una ley existe donde no
hay transformación. ¿Se podrá, acaso, proyectar leyes de
transformación?
Estructura y Forma
Modelos
Análisis estructural
Escuchamos hablar del análisis estructural con fre-
cuencia. Obvio, se lo realiza desde un conocimiento,
des- de una metodología, cuyos conceptos centrales son,
más o menos, los que hemos dado cuenta hasta aquí.
Uno de los aportes decisivos del estructuralismo fue
la posibilidad de interrogar desde dónde se habla, es de-
cir, cuánta importancia tiene formular un discurso desde
una posición determinada, puesto que ese sitio define al
mismo discurso.
71
En el análisis estructural podemos señalizar dos va-
riantes (no son las únicas, anticipamos), por así decirlo,
que sirven para la crítica de arte: la semiótica y el
criterio relacional.
La semiótica estructural es uno de los instrumentos
en esta investigación, desde los planos (o niveles) comu-
nicativos en los que diferenciamos el plano sintáctico (la
relación de los signos entre sí), el semántico (la relación
de los signos con su significación) y el pragmático (los
efectos de los signos con el receptor o sus intérpretes).
Una obra puede ser sometida a esta lectura desde
la semiótica estructural. En una pintura o escultura, por
ejemplo, la sintaxis observa la composición, la factura, y
los elementos plásticos (textura, color, línea); lo
pictórico de la pintura, el volumen de la escultura.
¿Cómo olvidar
la coreografía en la danza o la iluminación en las artes
escénicas? El actor, el bailarín, los planos en el cine. Un
plano no es igual a otro, son miradas distintas. ¿Y el
dise- ño? ¿Acaso el espacio y la composición son
indiferentes? La composición, eso es, uno de los
elementos prin- cipales del análisis sintáctico. Componer
es poner orden; la composición tiene su estilo, puede ser
apolínea o dio- nisíaca; son numerosas las posibilidades,
las «variantes». En el plano semántico la pregunta es por
el tema y su significación, aspecto que indudablemente
tuvo su valor
en la historia del arte hasta el impresionismo, momento
en el que comienza a prestarse atención a la especificidad
del lenguaje con Cézzane. Pero esa significación, que en
un momento tuvo su valor central en el análisis, todavía
en nuestros días es un interrogante cotidiano.
El plano pragmático cobra gran importancia con el
arte conceptual desde los 60 en adelante: ¿acaso puede el
min- gitorio de Duchamp analizarse desde los planos
sintácti- co y semántico?
No es el único examen que puede realizarse desde
este punto de vista, sin embargo.
72
Sin dudas, el llamado criterio relacional de Juan
Acha es estructural; marca sin dudar, su carácter, identi-
ficado desde su inicio. La obra, entendida como un todo
conformado por relaciones y no por la dependencia (so-
metimiento) de la superestructura a la estructura; o en
su consideración formal, exclusivamente. «A las cosas
las conocemos por sus relaciones» acostumbraba decir el
maestro en sus conferencias.
La figura geométrica del triángulo, en el que el arte
es el producto, distribución y consumo en cada uno de
los tres vértices; o que ubica la obra como un triángulo
producido por el individuo, la sociedad y el sistema de
producción. El arte está planteado como un sistema rela-
cional. Cada lado, entonces, está fuertemente vinculado
con el otro; pero no solo eso, como la propia noción de
estructura, se establecía un sistema de dependencias.
Así, por ejemplo, la modificación de la distribución
alteraba
el consumo, lo que llegaba a cambiar al propio producto.
Entendida así, corresponde casi igual al concepto arriba
citado de Dorfles.
Para Marchán Fiz (1982), el estructuralismo está
imbuido de un neopositivismo racionalista que pretendía
liquidar el arte y la estética a manos de la ciencia y la
técnica; corresponde, ciertamente, a un momento de gran
confianza en la investigación científica, lo que se
verifica,
como su manifestación más extrema, en la posición de
Abraham Moles, entre otros autores.
Concha Fernández Martorell subraya que el estruc-
turalismo desplaza el centro de atención del sujeto al
dis- curso y elimina al sujeto del panorama
epistemológico;
«cada vez que el sujeto toma la palabra, sólo el lenguaje
habla» (1994, 40).
Sea como fuere, lo cierto es que el estructuralismo
y el análisis estructural en particular, han sido
herramien- tas útiles para la comprensión del
fenómeno artístico,
bien que limitadas y acotadas, y sin que puedan consi-
73
derarse exclusivas. La exhaustividad en la pesquisa ha
brindado niveles y planos de gran consideración que
trascendieron a las propias disciplinas a las que se desti-
naron en principio.
Más allá de los excesos y ortodoxias, significaron
un paso importante en el camino de la búsqueda de ex-
plicaciones a las producciones artísticas, más si se
evalúa
que colaboraron a despejar el halo de misterio y todas
las fantasías que el Romanticismo hizo trascender y que
obs- taculizaron las investigaciones durante más de un
siglo.
Al distinguir dentro de los «hechos del lenguaje», lengua
y habla (langue et parole) y al hacer de la primera el
ob- jeto social por excelencia de la lingüística, De
Saussure se constituyó en uno de los fundadores del
estructuralismo en
cioensctiatus tsiovcaiadle sla[..l.e]nLgauaL ens geul
asiegsnloa, estaruecntuidr a;dlaquenisdóalod existe por la
asociación del significante y el significado; el sistema de
la lengua es un sistema de signos, este sistema está
constituido por entidades puramente relacionales (Verón,
1991, 25).
74
CAPÍTULO III
El desborde del estructuralismo:
el postestructuralismo
7
entre significante y significado. Por eso indica que la es-
tructura en la obra es un sistema de relaciones subyacen-
te. En ella, el significante y el significado son
asimétricos y no se relacionan de un modo lineal. Sin
abandonar (nun- ca) el estructuralismo, Lèvi-Strauss,
delimita su posición.
Pierre Francastel, por su parte, admite la imposibi-
lidad de establecer la «doble articulación» en la pintura
(pasar de las morfemas a los fonemas, previa identifica-
ción en lo pictórico), y Gillo Dorfles alerta contra el tras-
vasamiento de las leyes de la gramática al análisis crítico.
Casi simultáneamente, a mediados de la década del
60, se conocía el trabajo Obra abierta (1968) del
italiano Umberto Eco, aunque pasarán casi dos décadas
para que se constituya en Italia el movimiento del
«Pensamiento débil» fundado por Gianni Vattimo y
cuyos postulados
aparecen coincidentes. Eco sostiene que no hay una re-
lación en un solo sentido entre la obra y sus contenidos.
En el contexto de la década del 60 (el Mayo
Francés, la revolución cubana, la revolución cultural
china, la con- tracultura norteamericana, el movimiento
contra la guerra de Vietnam), no es aventurado prever
las consecuencias relativas a la caída de ciertos valores
que se tenían por seguros, y una desvalorización del
concepto de la razón instrumental.
Numerosas fueron las tendencias artísticas de la dé-
cada que surgieron al calor de estas teorías y debates, in-
fluidas también por la amplia difusión del budismo zen,
y
por un «redescubrimiento» francés de la cultura oriental,
cuestión que no debe ser subestimada.
El postmodernismo surgirá de estos movimientos,
aunque con expresiones y manifestaciones en muchos
casos contradictorias, en una situación revulsiva que se
inicia en la propia década del 60 y se extiende por los
70, 80, 90 y principios del milenio (cuando su nombre
cae en desuso).
7
El estructuralismo implicó un neopositivismo racio-
nalista; el postestructuralismo instaló la sospecha, y cer-
tificó la desconfianza en el «triunfo y reinado de la
razón enciclopédica». El «fin de las certidumbres» en la
ciencia (concepto del Premio Nobel de Química, Illya
Prigogine),
la falta de certezas, son las nociones que se incorporarán
luego, dominando la producción científica, tecnológica y
artística, pero sus comienzos y difusión se extienden por
aquellos años.
La filosofía, la estética y las artes se cuestionan la no-
ción de signo y entonces se produce una teoría del texto.
Son los dos aspectos más relevantes en los que se
observa el acentuado desborde señalado líneas arriba.
En definitiva, la teoría rebasa el contenido concep-
tual con el que se venía trabajando hasta este momento.
El desborde debe entenderse como un movimiento que
toma como base la preocupación y el objeto de estudio
del mismo estructuralismo: la investigación del lenguaje.
Es su punto de partida, pero no para continuarlo, para
afirmarlo, sino para cuestionarlo, para derramarlo,
para sobrepasarlo, para problematizarlo. Lo conflictúa.
En otras palabras: la pretensión de exhaustividad en
el análisis, de un estudio de la totalidad de la realidad,
comenzaron a ser abandonadas. Porque, finalmente, la
ciencia (del lenguaje en este caso) no podía explicarlo
todo. La totalidad deja de funcionar como la aspiración
principal de cualquier pensamiento; muchos conceptos
dejan de ser absolutos y son relativizados.
La noción de signo
7
b) Significante: forma —expresión—, lo presente (lo
sensible).
c) Significado: contenido —concepto—, lo ausente
(lo inteligible).
La obra era un signo y, por tanto, bastaba con es-
tablecer su significante y significado para acceder a ella,
para comprender su sentido.
Jacques Derrida impugna esta relación, pero no
para señalar la inexistencia de significante y significado
—como se lo ha acusado frecuentemente—, sino para
advertir que el producto cultural no puede comprender-
se (o explicarse) únicamente por la puesta en función de
estas relaciones. El filósofo respeta la noción tríada de
Charles Peirce («el signo es algo que representa algo,
para alguien»), pero abre un cuestionamiento general
(lo que
constituye su teoría) contra la autoridad de la presencia
en el pensamiento metafísico. Indica que allí se
encuentra la justificación de por qué, pese a Ferdinand de
Saussure, la
relación simétrica entre significante y significado fue un
ideal que no pudo mantenerse, puesto que con el estruc-
turalismo el acento se inclina a la atención de la
estructu- ra = forma-significante (lo sensible).
Hay algo en el significante que ya funciona como
significado, advierte Derrida (1977), idea que refeuerza
lo que intento plantear en el presente capítulo.
Así como el presente debe entenderse como un pa-
sado diferido o un futuro anticipado, se observa de qué
modo se explica el presente pero a partir del pasado. A
ese algo que funciona como significado en el significan-
te mismo el filósofo argelino lo denomina la huella, una
archiestructura, una marca que trabaja ya el significante
propio.
Esta posición se desarrollará en el próximo capítu-
lo, en particular, cuando se inscriba la différance que,
no por azar, sólo puede ser resaltada con la escritura
porque
la voz no alcanza a distinguirla (différence y différance
7
se pronuncian igual en francés. El término différance es
el participio presente del verbo diferir, pero en tanto está
escrito con «a» y no con «e», tiene la particularidad de
ser una forma gráfica que se puede escribir o leer pero
no escuchar).
La noción de signo se halla desbordada por el pos-
testructuralismo porque lo estudia de un modo distinto
que De Saussure o Peirce.
El signo, en su clásica formulación, en definitiva,
no contiene todo el sentido del producto cultural o
estético. Esa huella previa al significante/significado
sobre la que llama la atención Derrida, contextualizada,
producirá la denominada différance. El presente difiere
de sí mismo (no es idéntico, es distinto), y el presente
siempre es un presente diferido (reenviado para
adelante); tales apare-
cen como los dos sentidos del término différance.
Por tanto, en adelante, no se tratará únicamente de
descifrar o decodificar el signo en relación a significante
y significado, como lo venía planteando el
estructuralismo en la teoría crítica.
8
«No hay nada fuera del texto» (1967, 202), senten-
cia Jacques Derrida —reitero—. El texto es un juego de
diferencias: de presencias y ausencias.
«El texto es un tejido, cuyo trabajo debe efectuarse
como un entrelazado, una trama» (1987, 104), entre las
funciones, las acciones y la narración, señala Barthes en
su celebrado e influyente libro El placer del texto y
lección inaugural. El abandono del estructuralismo por
parte de
este escritor y su asunción del postestructuralismo puede
comprenderse en el paso del estudio de la estructura al
texto: «el análisis textual intenta decir, no de dónde
viene el texto (crítica histórica), ni tampoco cómo se
hace (aná- lisis estructural), sino cómo se deshace,
explota, disemina: por qué caminos codificados se va»
(Barthes, 1970).
Se anticipa, desde ya, la necesidad de un espacio que
debe ser trabajado y producido. El párrafo citado descri-
be bien el proceso y el pasaje de un análisis a otro.
En su complejo ensayo Semiótica (1981), Kristeva
consigna que el texto está construido por un mosaico de
citas; todo texto es la absorción y transformación de otro
texto. «Una inmensa operación de acordarse», sostiene.
Acordarse es poner en puesta el recuerdo y recordar pro-
viene del latín re-cordis («volver a pasar por el corazón»).
Lo que significa un recuerdo, esa operación de acordarse
del texto, como indica Kristeva en su investigación so-
bre las posiciones y el relevamiento de campo que
efectúa Michel Bajtin.
Hay dos ideas centrales que recorren esta teoría: la
del intertexto y la de la productividad, cuyas nociones
están presentes con mucha fuerza en la actualidad. Rige
la intertextualidad, no hay dudas, como una retícula de
textos precedentes que advierte la presencia de otros tex-
tos en el texto. Esa presencia —como ausencia— tendrá
un valor decisivo en las distintas consideraciones, y
parte de aquella impugnación a la autoridad de la
presencia,
anticipada ya por Derrida.
8
Me pregunto: estas posiciones ¿no están presentes
en el arte contemporáneo?
En adelante, deberá tenerse en cuenta lo presente/
ausente en cada texto, en cada consideración y cuánto
tiene el primero del segundo y éste de aquél. Si todo
texto
es absorción y transformación de otro, la intertextuali-
dad aparece como el modo de ser, o mejor aún, el modo
de existir del propio texto.
La intertextualidad, así entendida, también ha sido
so- metida a clasificaciones por autores como Gerard
Genette quien avanza en esa ordenación.
El texto como intertexto, paratexto, architexto e hi-
pertexto. Se podrá discutir el valor de esta
«transtextuali- dad», como la denomina Genette, pero
indudablemente es un intento legítimo de formalizar la
existencia del texto en
sus diversas expresiones. En el intertexto, Genette
incluye la «cita», la «alusión» y el «plagio» o el
«calco», con lo que no habrá dudas sobre el carácter de
aquellas activida-
des. En Palimpsestos (1982) exhibe las relaciones del texto
con los que lo han precedido, en un vínculo en el que el
tiempo ha quedado ya unificado: pasado-presente-futuro.
El tan meneado hipertexto, puede adelantarse para
evitar confusiones, es la puesta en manifiesto de todas
estas relaciones intertextuales. ¿Qué otra cosa es, sino,
internet, red de redes?
Si tomamos en cuenta que nuestra época está
marca- da por las citas de otras (no hay otra forma de
entender el presente contemporáneo), podemos advertir
la impor-
tancia de esta teoría en la práctica discursiva cotidiana
de la actualidad.
De cualquier modo, estas nociones disuelven el
con- cepto de «originalidad» de la obra, tema sobre el
que aún en estos días se debate.
A principios del siglo XX, se redescubre al poeta
con- de de Lautreàmont —casi un paradigma para los
surrea-
listas—, que había sostenido que «el plagio es necesario».
8
El conde es considerado como el exponente del cadáver
exquisito. Al parecer la idea está relacionada con la obra
de 1869, titulada Los cantos de Maldoror. En ella, el
au- tor enuncia su concepción de la belleza: «el
encuentro fortuito en una mesa de disección de una
máquina de co-
ser y un paraguas».
El conde, cuya lectura es recuperada principalmente
por Kristeva, se constituye en una de las orientaciones
de los años 60. A ello contribuirá el estudio de Walter
Benjamin El arte en la era de la reproductibilidad
técnica (1936).
Siempre se lee un libro desde otro libro y se pinta
un lienzo desde otro cuadro; hay un sistema de
referencias presentes-ausentes que impiden asegurar que
una obra sea original.
¿Qué es una obra original si en ella podemos pun-
tualizar un sistema de referencias (la vigencia de la
inter- textualidad)?
Con respecto a la productividad del texto, la teoría
de Kristeva activa en el lenguaje más que su plano signi-
ficativo-representativo, su poder generador. En el diccio-
nario se indica que se determina entre lo que se ha
produ- cido y los medios que se han empleado para
conseguirlo. La productividad, pues, se establece entre la
cantidad de productos obtenida por un sistema
productivo y los re-
cursos utilizados para lograr dicha producción. También
puede ser definida como el vínculo entre los resultados
y el tiempo utilizado para obtenerlos: cuanto menor sea
el tiempo que lleve llegar al resultado deseado, más pro-
ductivo es el sistema. En realidad, la productividad es el
indicador de eficiencia que está en concomitancia entre
la cantidad de recursos utilizados y la cantidad de
produc- ción como resultante.
Este es el otro planteo central: hacer trabajar el
texto en un proceso que abandona la significación para
arribar
a lo que Kristeva llama «significancia»; es decir, atender
8
la productividad del texto, lo que éste puede generar en
el proceso de la significancia en la perspectiva del
sentido, antes que su carácter representativo. En otras
palabras: el sentido debe ser producido en el texto como
un trabajo que no se detiene en el significado previo; al
sentido dado.
Obviamente, las cuestiones del signo y del texto no son
las únicas expresiones del debate, pero sí, con seguridad,
las más trascendentes e influyentes a otros campos del
saber a través de un complejo e intrincado proceso de
mediaciones.
El desborde apuntado al inicio del capítulo es el
rebasamiento de la estructura en el texto; excederse del
todo y las partes, de la entidad, del sistema de relaciones
continente-contenido. En una palabra, desestructurar. El
desborde es un movimiento incontenible en la historia
del
pensamiento de los 60 en adelante. La preocupación se
trasladará de lo invariable-constante a las diferencias; la
mirada se dirige al proceso siempre en transformación,
más que al resultado. Es un proceso cuyo movimiento
y fluidez no se detiene. Y escribí fluidez, una palabra de
moda en este tiempo, pero que recuerda a los 60.
Modernidad y Posmodernidad
8
Los debates mencionados no pueden independizarse
y es posible indicar que algún soporte teórico postestruc-
turalista fue asumido por los postmodernistas. Al post-
modernismo, aclaro, se lo ha acusado, irresponsablemen-
te, de cierta liviandad y banalidad de algunos conceptos,
sin considerar su carácter contradictorio, como el propio
modernismo.
Jean Franҫois Lyotard, por ejemplo, pertenece a la
generación de filósofos que colaboró en la revista Tel
Quel y recibió esa influencia; pero recién a fines de la
década del 70 escribió el famoso texto La condición
posmoderna (1978); «explicado luego a los niños», a
mediados de los 80 (con artículos de 1982, 1984 y
1985).
De todos modos, sería una simplificación inacepta-
ble establecer una exacta correspondencia entre ambas
discusiones.
La querelle entre modernos y postmodernos también
tiene lugar en la década del 60. Los términos del deba-
te se refieren, fundamentalmente, al rol del arte y de las
vanguardias, a la función de las ideologías; al declarado
objetivo de acercar el arte a la vida.
Desde una visión filosófica, Lyotard indica que la
condición postmoderna corresponde a una sociedad
postindustrial. Cuando debe caracterizar el rasgo cen-
tral de esta condición, Lyotard menciona la increduli-
dad en los metarrelatos; Vattimo (1990) señala la
pérdida de la fe en la razón instrumental y la crisis de la
noción del progreso.
Para el escritor italiano, la postmodernidad se carac-
teriza por «la disolución de la categoría de lo nuevo; no
es un estadio diferente de la historia, es el fin de la histo-
ria» (1990, 18), sentencia, influenciado notablemente
por Nietzsche.
Lyotard entiende que los metarrelatos son aquellos
que poseen un carácter emancipatorio como el cristianis-
mo, la metafísica y el marxismo. Aunque no hay fechas
8
coincidentes, autores como Pierre Restany, Juan Acha,
Simón Marchán Fiz, Andreas Huyssen, y el propio
Lyotard, datan los inicios del postmodernismo en la
década del 60. Si se recuerda la diversidad de tendencias
y corrien-
tes artísticas que se han sucedido desde entonces, podrá
comprenderse por qué, si el modernismo no fue un pro-
ceso único y homogéneo, esencialmente contradictorio,
el postmodernismo comparte ese carácter central, como
se
adelantó líneas arriba.
La modernidad tuvo su versión festiva y celebrato-
ria, pero también su propio cuestionamiento. Esto hay
que recordarlo, caso contrario, se termina idealizando un
período histórico.
Ese gran poeta del siglo XIX, Charles Baudelaire,
supo definir esa contradicción: lo efímero y fugaz, pero
también
lo permanente y eterno. El positivismo elogió el avance
de la técnica y la ciencia alrededor de la razón
instrumen- tal, como fundante del orden del progreso.
Pero, a la par,
Karl Marx advertía sobre la alienación y la explotación
del hombre en ese proceso, y alentaba la revolución so-
cial. Con pocos años de diferencia, Friedrich Nietzsche
(y antes, el mismo Søren Kierkegaard) marcaba otra
línea de cuestionamiento de esa racionalidad del sistema,
aunque desde perspectiva y alcance totalmente
diferentes.
La frase de Marx marca la historia por siglos:
«Todo lo sólido se desvanece en el aire», todas las
relacio- nes estancadas y enmohecidas, con su cortejo de
creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas;
las nuevas se hacen añejas antes de haber podido
osificarse. Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo
sagrado es profa- nado, y los hombres, al fin, se ven
forzados a considerar serenamente sus condiciones de
existencia y sus relaciones recíprocas (2000, 31).
El modernismo comprendió tanto al «pintor de la
felicidad», como se definía el impresionista Jean Renoir,
8
y a El grito, del precursor del expresionismo, Edward
Munch; los expresionistas militantes de «Espartaco» (el
ala izquierda del comunismo alemán que lideraban Rosa
Luxemburgo y Karl Liebnecht, asesinados ambos en la
revuelta de 1918), y los futuristas italianos que elogia-
ban al Ducce. Marshall Berman analiza estas contradic-
ciones en el texto titulado Todo lo sólido se desvanece
en el aire (1988).
El postmodernismo, igualmente, comprendió pen-
samientos como los de Francis Fukuyama y Daniel Bell,
neoliberales y sostenedores incondicionales del sistema
capitalista, pero además, acentuando los escatalógicos
«fin de...» (de las ideologías, del sujeto, de la historia,
de las vanguardias, etc.), aquello que se conoce con la
deno- minación general de neoconservadurismo.
Hal Foster distingue ese postmodernismo de
reacción, y advierte que hay un retorno a lo anterior, a
lo viejo,
«que es una huida, un escapismo; una vuelta que abarca,
igualmente, un regreso a la familia, a la religión, etc.»
(2008, 12-13). Pero subraya la existencia de un postmo-
dernismo de resistencia. «Se actúa en tensión entre la
tra- dición y la innovación, entre la conservación y la
renova- ción, entre la cultura de masas y la élite» (2008,
10-11), puntualiza. No son pocos los historiadores y
pensadores que olvidan estas posiciones, como la de Hal
Foster.
A principios de siglo, expresionistas, futuristas,
cons- tructivistas, dadaístas y surrealistas, entre otros,
otorgaban al arte una misión social liberadora; la
creación artística se
entendía como otro terreno en el que se podía desarrollar
una posición revolucionaria; los ejemplos prácticos de
ese compromiso son numerosos y grandilocuentes.
El postmodernismo, por el contrario, pretende eli-
minar el concepto de vanguardia y resta al arte cualquier
tipo de cometido social, al analizar las barreras entre el
arte y vida; determina la muerte de las vanguardias, uno
de los conceptos alrededor del cual se organizaban las
8
tendencias. Una aclaración: que se pretenda eliminar el
concepto de vanguardia es una cosa, pero en los hechos,
algunas tendencias funcionaron como tales, como la mis-
ma transvanguardia italiana de los 80, creada por el críti-
co de arte Achile Bonito Oliva, y las neovanguardias que
resurgen por estos días.
Igual sucede con el mentado cometido social, lo que
puede entreverse en tendencias como el movimiento
femi- nista o chicano de los 70.
Por el contrario, la revista Tel Quel, con Sollers y
Barthes, proclamarán cambiar el lenguaje para cambiar
el mundo y durante la década del 60 la militancia en el
comunismo ortodoxo de algunos de sus miembros sufrió
el pasaje al maoísmo.
Mientras el modernismo proponía el rechazo ge-
neralizado de lo antiguo, el postmodernismo postula el
trabajo con el pasado. En el primer caso, la búsqueda de
lo nuevo siempre nuevo y la ruptura de la tradición se
convierte en la tradición de la ruptura, como advirtieron
diversos autores.
En ese trabajo con el pasado puede observarse la
presencia de la cita, es decir del intertexto, uno de los
núcleos principales de la teoría del postestructuralismo.
Se puntualiza aquí una relación explícita entre los
debates estructuralismo-postestructuralismo, y moder-
nismo-postmodernismo, que habíamos prometido al co-
mienzo de este capítulo. La cita del pasado, a través de
los reciclajes, remakes y revivals de toda especie, se
pre-
senta casi como un espíritu de época. Esta tendencia per-
manece aún: basta considerar el uso (y abuso) del
vintage en el diseño y el arte.
Esta operación con el pasado es motivo de estudio
en estos últimos años: para algunos autores hay una
persis- tencia en conservar «lo patrimonial» como un
dato reac- cionario, que obstaculizaría la búsqueda de
innovaciones;
al punto que la memoria se momifica... o se mercantiliza.
88
Fragmento y repetición
Laberintos
De la deconstrucción
¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de
decons- trucción? ¿Será posible establecer el modo como
los ar- tistas citan o, mejor aún, incorporan en su
intertexto la deconstrucción? ¿Se trata sólo de una
estrategia de lectu- ra o también de producción artística?
Definir esto último, por ejemplo, será imprescindible
para poder trabajar de qué manera opera esta teoría.
Si el propio Jacques Derrida ha insistido una y otra
vez en lo indecidible de su deconstrucción, la imposibili-
dad de formularse como un programa o una metodolo-
gía, no es menos cierto que ha terminado por admitir la
realidad de su enseñanza para defender su propia cohe-
rencia como docente.
No es una metodología, si se entiende por ella un
conjunto sistematizado, riguroso de procedimientos que
debe conducir a un resultado. Derrida distingue —si-
guiendo a Martín Heidegger— método y camino, y ex-
plica su rechazo al primer término, aunque la etimología
equipare a ambos. En rigor, rechaza el método racional.
107
Centro/margen
Ornamento
Centro/margen (II)
Desenfocando
Límite-frontera
ipimlepnoarmtaecnitoenecsonqtuaemisneapdroesyenstalnpicyaudxotapo
urestrasd. icAiol nestaor
122
Centro/margen (III)
De la figuración a la neofiguración
l l a r up t u r a d e la u n i da d d e l
ac aua d ro
l a , lhau pe ri
l lao ri, d a dal otrt aorz go a sd ob
a r el
e
e l p ro d u c to , a l p r o ce s o s o b r e
sistema; se desestructura a golpe de pincel y espátula la
intelegibilidad de lo estético; mecanismo de descentra-
miento y desfocalización, el juego de las inversiones, la
complejidad del laberinto, la oscilación del dentro/fuera,
la arremetida contra el límite; la práctica de la citación,
la incentivación de la mezcla; la imagen llevada al
borde, el pliegue (1986, 32-36).
15
«en el propio edificio en ruinas había piedras que al sostenerlo y unirlo
lo deconstruían, participando en la construcción de lo que al mismo tiempo
ame-
nazan con deconstruir» (1989, 81).
128
siguiente párrafo:
la différance es lo que hace que el movimiento de la signi-
ficación no sea posible más que si cada elemento llamado
«presente», que aparece en la escena de la presencia, se
relaciona con otra cosa, guardando en sí la marca del
elemento pasado y dejándose ya hundir por la marca de
su relación con el elemento futuro, no relacionándose la
marca, menos con lo que se llama el futuro que con lo
que se llama el pasado, y constituyendo lo que se llama
el presente por esta misma relación con lo que no es él;
no es absolutamente, es decir, ni siquiera un pasado o
un futuro como presentes modificados. Es preciso que
le separe un intervalo de lo que no es él para que sea él
mismo, pero este intervalo que lo constituye en presente
debe también a la vez decidir el presente en sí mismo. Este
proceso de espaciamiento y la constitución del presente
con las marcas, rastros y retenciones propongo llamar ar-
chi-escritura, archi-rastro; ésta es, a la vez,
espaciamiento y temporización (1968, 48-49)
Sobre el lenguaje
17
Espaciamiento: «esta palabra dice la articulación del espacio y del tiempo,
el devenir-espacio del tiempo, y el devenir-tiempo del espacio» (1971, 88),
Derrida,
en De la
137
Otras puntualizaciones
D e st a c a
geom ét r i c a s ,
a ll í q ue Siq u ie r r ep re s e n t a
r íg i da s, con u n d ise ñ o o r n a m
« s o m b r as
en t a l c o m -
plejo, con tramas y perspectivas, pero las sombras no
parecen provenir de ningún objeto; éstos se han desma-
terializado, sólo quedan la luz y la sombra».
Fabio Kacero —prosigue el análisis de López Anaya—,
«se caracteriza por objetos escépticos, de apariencia mi-
nimalista; estas obras que simulan ser un packaging, son
envoltorios grises cubiertos con gruesas telas vinílicas;
todo en ello es despersonalizado, distante, geométrico»
( 1 9 9 6 , 4 0 -5 1 ) . K a c e r o
p p lá s t ic o y c al c o m a n í a s ,
u sa l a m a d e r a , g o m ae s p u m a,
a sí co m o o b je t o s d e t ap ic e r ía .
Otros artistas reemplazan la madera por la fórmi-
ca, en la que se cumple un doble objetivo: simular un
material noble, por un lado y, por el otro, ofrecer un
soporte que remite a un decorado de entrecasa, con su-
perficies cromadas, como Miguel Harte, quien también
realiza su actividad con vidrio, poliester, poxilina, sili-
conas, masillas y resinas.
El reputado crítico francés, Pierre Restany, men-
ciona igualmente a Nicolás Guagnini quien «evoca las
144
CAPÍTULO V
El tono es el borde
Oposiciones de la tradición
La tradición impone oposiciones, algunas de vieja
data y otras recientes, porque la metafísica nos sigue do-
minando. No debe confundirse uno con que la tradición
esté muerta; tal vez pertenezca al orden del deseo creer
que es cosa del pasado. Se alimenta siempre, injertando
su discurso en otros que, paradójicamente, postulan su
abandono.
Estas oposiciones tampoco son neutrales: están je-
rmrmairnqouieznadraesla, ctiaólncoaml soegluonfdorm,
puelóroDesrtorisdav;ínecluplorismsermtéor- difican y se
invierten, aunque no siempre las operaciones de este tipo
son manifiestas y conscientes.
Derrida avanzó en relación a la oposición cuadro/
marco, abordada desde la lógica del parergon, del suple-
mento en su doble propiedad de complemento (necesa-
rio) y mero añadido, como un plus. Asimismo, en la ley
del género, las tajantes marcas se debilitan y se
evidencia el cruce como un comportamiento habitual.
antigau)asNea lheizsat/ dt l a s o p si cio e s
v e z c om o un a
d meráis-
ntulra oArriate:dels a e
aurntea, l
vación necesaria de naturaleza/cultura; desde que Fidias
podía hacer confundir a las propias aves con sus uvas de
piedra, o cuando Galileo enjuicia la escultura de Miguel
Ángel.
Pero de construir «de acuerdo a», «según la» y «en
imitación a» la naturaleza, los artistas pasaron a cons-
truir «en contra» de ella. Luego generaron otros mun-
dos, agregaron personajes sobrenaturales para regresar,
con Baudelaire, a valorar la infancia y, con Freud, a la
149
uhnaymeonveismteiecnatmo,poslcuilcahcaioanlgesu.na contra la
naturaleza, solo
b) Figuración/Abstracción: una de las grandes
oposi- ciones del presente siglo, que el movimiento de la
Nueva Figuración deconstruyó y dejó atrás en la década
del 60. La figura tratada de un modo tan libre como
informal, sin respeto alguno a las supuestas
proporciones, a la ar- monía: ¿cuál es el color de nuestro
cuerpo? ¿Qué canon rige nuestra geometría, el de 7 1/2
cabezas, el de 8 o el de 8 1/2? La deformación
expresionista y su anulación en
laucahbastcroanctcriaónla,
fqueireotundl,ohs apsrtaimel rdoesplaszoasmdienitnoveyr
sniuóenvya con-figuración en la Nueva Figuración.
c) Vida/Arte: la relación trabajada por las vanguar-
dias atraviesa momentos contradictorios; las proclamas
de derrumbar las barreras entre el arte y la vida fue-
ron anunciadas desde los inicios de este siglo. Con sus
ready-made, Duchamp delimita que arte es lo que los
artistas señalan como tal; en definitiva, cualquier cosa
puede serlo a condición de quién lo presenta. Los neo-
pdpeaerdoaílsatarsesdpeuleosta6c0olnlecveaprtounaliaslt
aexntoresmeoheizsotaesspoersaicri,oyn esn; la misma
década. La «estetización» generalizada desde los mass-
media ha sido puntualizada debidamente por Gianni
Vattimo (1990), y puede comprenderse como otro
momento de estas complejas relaciones.
Interrogantes
el miSsmeñoaltaítLulaon)d: ow en el capítulo I de su
libro (y desde
Hay coincidencia entre la tecnología y la teoría literaria
en abandonar los actuales sistemas conceptuales basados
en nociones como centro, margen, jerarquía y linealidad,
y sustituirlos por otras de multilinealidad, nodos, nexos y
redes (1997, 14).
De entrada, se podrá apreciar un parentesco de pri-
mer grado en la terminología utilizada, pero también el
firme propósito expresado de deshacer oposiciones tra-
dicionales, preocupaciones fundamentales en la obra de
Derrida, como se ha visto. Agrega:
El hipertexto y su experiencia de lectura esclarece
muchas de las ideas más significativas de la teoría
crítica. Barthes describe un ideal de textualidad que
coincide exactamente con lo que se conoce como
hipertexto electrónico; tam- bién Foucault concibe al
texto en forma de redes y nexos (Landow, 1997, 14).
1
construcción de la identidad en la era de Internet (1997), de Sherry Turkle.
154
CAPÍTULO VI
ilne,cpoorprqourae ylofsudsieojnaav,epre;
161
¿Qué actividad?
¿Qué clase de actividad es la crítica de arte? ¿Qué
ta- reas realiza el crítico de arte? Son interrogantes
relevantes a la hora de clarificar posiciones,
desviaciones.
Lionello Venturi (1982) escribió que la historia del
arte es tarea de la crítica de arte. ¿Es un historiador el
crítico? Si historiar es el registro de los hechos del
pasado, la exigencia de actualidad se opone a esa tarea.
Pero ade- más, con frecuencia, se limita la historia del
arte como la
C u l q u ie r
163
164
La interpretación
cuióna
traidore, reza un antiguo adagio latino. Explicar hechos
o acciones, con acierto o no, recuerdo. Es muy impor-
tante que el código de la lengua (el diccionario), la ley,
admita que no le interese que la explicación sea acerta-
da, sólo que se ejerza. Concebir u ordenar de modo per-
sonal. La interpretación es personal, pero, obviamente,
está determinada y sobredeterminada por un conjunto de
condiciones, requisitos y circunstancias; desde ya, desde
dmdeáste, rarabristeralraioid, peaordteanqtuoe. se trata
de algo subjetivo, sin En Los límites de la
interpretación Umberto Eco rea-
liza un estudio específico sobre la actividad, pero desde la
siguiente posición: «hay un sentido de los textos, o mu-
chos sentidos, pero no se puede decir que no hay
ninguno, o que todos son igual de buenos» (1992, 121-
122) con lo que polemiza con las posiciones de Jacques
Derrida. Es más, todo el libro es una discusión
encubierta (y no tanto) con la deconstrucción a la que
califica de «deriva
hermEétl ipcala»n,tyeoa cloanqcueptoupaol
neestláar«easelimzaiodsoisdielsimdeitdaidfear»e.ntes
distinciones: entre lector semántico, quien ante un texto
lo llena de significados, y lector crítico (o semiótico),
que intenta explicar por qué razones estructurales el
texto puede producir esas interpretaciones. El texto
estético (al que caracteriza de polisémico y
autorreferencial), adelan- ta, provoca ambos tipos de
interpretaciones.
Después, distingue tres intenciones en el proceso
de la obra, las que regularán el trabajo de explicación.
Intentio operis, intentio auctoris e intentio lectoris.
166
alcance, es
170
172
173
De lenguajes y género
176
177
En la obra
son ajenas a cómo mirar la obra, o qué contemplar en
178
179
180
181
La crítica y la obra
ción de intertextualidad
182
183
185
186
187
188
La curaduría
189
192
APÉNDICE
195
196
197
198
199
200
202
203
204
205
206
207
OBRAS CITADAS
209
210
211
212
213
ÍNDICE
PALABRAS PRELIMINARES 7
PRÓ LOGO 11
CAPÍTULO I
Arte contemporáneo: más que el presente 17
CAPÍTULO II
Introducción al estructuralismo 57
CAPÍTULO III
El desborde del estructuralismo:
el postestructuralismo 75
CAPÍTULO IV
De la deconstrucción 107
CAPÍTULO V
El tono es el borde 147
22
CAPÍTULO VI
La crítica de arte: ni juicio, ni 157
mediación
195
APÉ NDICE 209
OBRAS CITADAS
216
TUCUMéN
ANe SC n
uno. Es un n1.zri ual q‹ie realiza ri n «xhaustivo estud io Ie Ias
corriente que funcionan marco
teorico prâcticas arti“sticas. Es una toma de posicién en
los debates polémicas sobre el arte conteniporâneo su
deveni r. Es un‹a intervention cr iticz que decOnstruye la
npos cién teoria/prlct ca gara .abordar el arte. Un ensayo
donde jorge Figueroa invita al lector a pensar la forma enque
las nuevas tecnologias atraviecan y modifican a la obrd de
“;Exist« un espccffico,
Arantxa