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mental?
Además, como los antecedentes que nos ofrecen estudiosos en el tema como Piaget,
Vygotsky, Erickson, entre otros que ofertan cada uno su propuesta concreta en relación a
la función epistemológica asignada al concepto. Por último, partiendo de la hipótesis de la
representación como una operación entre el cerebro y el mundo, se descubre globalmente
el debate epistemológico actual entre realismo y constructivismo acerca de la naturaleza
de la representación, en particular, y el conocimiento, en general.
En general, para que una creencia constituya conocimiento y este a su vez se convierta
en ciencia no basta con que sea válida y consistente lógicamente, pues ello no implica de
suyo su verdad. Así por ejemplo, téngase un sistema lógico deductivo consistente y
válido. Niéguese la totalidad de las premisas del sistema, y se obtendrá un sistema
igualmente consistente y válido, sólo que contradictorio al sistema previo. De tal manera,
validez no garantiza verdad. Para que una teoría deba ser considerada como verdadera,
deben existir, desde el punto de vista de la ciencia, pruebas que la apoyen. Es decir, debe
poder demostrarse su verosimilitud empleando el método científico, también conocido
como método experimental. Ello sin embargo se ve seriamente complicado si se
introducen interrogantes relativas a la suficiencia de dicho método, como, por ejemplo, la
transparencia de los hechos (¿existen los hechos puros o más bien interpretaciones?), la
factibilidad de la pretensión de objetividad y neutralidad valórica (¿es posible la
comprensión de la realidad desde un punto de vista neutro, tal como fuera el de un dios, o
estamos condenados a perspectivas?), etc.
Esta perspectiva implica una visión fenomenológica, empírica e íntima del conocimiento,
en la cual el conocer se sustenta en la relación individual existente entre el sujeto que
experimenta la acción de conocer y el intento que éste realiza por reformular la
experiencia a través del lenguaje, que es el medio que permite reformular
conceptualmente dicha experiencia.
Esta integración entre conceptos, llevados a una metáfora del cuerpo dentro de las
Ciencias Cognitivas, debemos tenerlas en cuenta para todos y a la vez atender a la
distinción de cada una de ellos, ya que como lo hemos dicho con anterioridad, nos otorga
un punto de convergencia llamado aprendizaje como fenómeno necesario frente al cuál se
encuentran los conceptos referidos, y cómo y cuándo se debe pasar de uno a otro para
explicar los fenómenos cognitivos. Parece razonable pensar que esto deba hacerse
mediante un lenguaje y métodos al menos en parte nuevos, ya que, si estos métodos
fuesen privativos y solo basados en uno de los conceptos que anteriormente
diferenciamos, en gran medida estaríamos ignorando al resto y cayendo en situaciones
poco favorecedoras en el ámbito de la docencia, que se constituiría en la “vara de medir”
de la validez de las explicaciones.
Mi actividad como docente contemporáneo es desafiada a ser cada día más relacional en
la toma de iniciativas y la elevación de responsabilidades, la evaluación, el trabajo en
equipo, la resolución de conflictos y la comunicación. Asimismo, debo tener claro el riesgo
de una institución que se torna aún más primaria y pre-burocrática en su función de
garantizar lo mínimo en materia de condiciones para la inclusión. Por otra parte, la
exigencia de trabajar en equipo choca fuertemente con la idea de autonomía individual en
el salón de clase, contradictoriamente asociada a un alto nivel de regulación y control
burocrático que articula el anonimato con el reglamentarismo. La heterogeneidad del
alumnado y la complejidad del proceso educativo convocan a un trabajo articulado entre
todos los docentes de diferentes etapas y con otros agentes profesionales. Y, asimismo,
el desarrollo de la capacidad para trabajar en equipo es una exigencia creciente para los
alumnos, cada vez más requerida por el mercado de trabajo y/o por el ejercicio de la
ciudadanía.