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Mireille Cifali: Comprometerse para Acompañar. Valores de Los Oficios

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MATERIAL INTERNO DE LA CATEDRA: Cifali: Comprometerse para acompañar.

Valores de los oficios de la


formación. PUF. Paris. 2018. Traducción y selección de párrafos: Viviana Mancovsky y Ángela Gallero.

Carreras de Educación: Materia: ANALISIS INSTITUCIONAL

MATERIAL INTERNO DE LA CATEDRA:


Mireille Cifali: Comprometerse para acompañar. Valores de los oficios
de la formación. PUF. Paris. 2018.
Traducción y selección de párrafos: Viviana Mancovsky y Ángela Gallero.

CAPÍTULO 1: ACOMPAÑAR DESDE UNA MIRADA CRÍTICA1


¿Tengo alguna legitimidad para hablar sobre el término “acompañamiento”? Si creo que
sí, supongo que tengo algo que decir sobre el mismo. En realidad, profesionalmente
hablando, utilizo muy poco esta noción. No la uso habitualmente para calificar lo que 1
hago. Sin embargo, por ejemplo, yo estoy profesionalmente “ahí” (en situación de
acompañar) para ayudar a los estudiantes a realizar su tesis al final de su formación
universitaria; yo estoy “ahí” para que ellos afronten y resuelvan una dificultad cuando
ellos la experimentan. Yo estoy humanamente “ahí” cuando alguien se encuentra en mi
camino y debiendo atravesar una prueba, esa persona requiere de mi presencia para que
ese pasaje se sobrelleve sin demasiada negatividad. Yo estoy terapéuticamente “ahí”
cuando alguien me formula una demanda con el fin de revisar el pasado de su historia
subjetiva que le pertenece. Cada mes y esto tal vez durante varios años, yo estoy
también “ahí” con los grupos de profesionales para elaborar su cotidiano personal e
institucional. En estos casos, yo utilizo las palabras “presencia” y “trabajo” pero no, la
de acompañamiento.
En cambio, yo “acompaño” a un niño a tomar su clase de piano, “acompaño” a mi
madre a un paseo… “Dale! ¿Me acompañás?”: estas palabras sellan una relación que se
instala entre dos personas, una está dentro de un proyecto y la otra, se suma a ese
proyecto para hacerlo posible. Hay una diferencia entre enunciar: “nosotros iremos
juntos a un concierto” o “¿Me acompañás a un concierto?”. En el primero, se trata de un
proyecto común; en el segundo, uno es el motor y el otro viene a sumarse.
La imagen que me mueve es, sin embargo, aquella de un adulto acompañando un niño,
teniéndole la mano y afrontando con él, a veces, una prueba difícil o una situación
placentera. La presencia de uno hará posible, tal vez, la travesía de la vida. No hay
necesidad de palabras; solo, a veces, el silencio y la confianza.
Sin embargo, tendría que reconocer la ausencia de este término en mi práctica
profesional, aunque lo conjugo en la cotidianeidad de mi vida privada. ¿Qué es lo que
me impide decir que soy una “acompañante”?

Otro tema en relación con una situación reciente: en una primera aproximación, la
palabra “acompañamiento” me resultó un término eminentemente positivo y coherente
con el programa que les envíe previamente para presentar mi conferencia. Esto es lo que
yo escribí y les propuse sintéticamente en dicho programa:
“Acompañar: mínimamente, se trata de “ir junto con”. Estamos en el registro de la
intersubjetividad. El otro, cuenta. Hay una relación “en acto”, uno se desplaza sobre un
camino que es, en principio, el suyo. Aquel que acompaña ocupa una posición particular
en los problemas de la alteridad que se presentan inevitables de toda relación.

1
Este capítulo se basa en una primera versión que la autora escribió en 1999 en el marco de una
conferencia que fue dictada en Marbella a profesores, formadores y docentes. En esta conferencia, ella
comenta que envió previamente una suerte de programa con los temas que iba a abordar en su
exposición.

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MATERIAL INTERNO DE LA CATEDRA: Cifali: Comprometerse para acompañar. Valores de los oficios de la
formación. PUF. Paris. 2018. Traducción y selección de párrafos: Viviana Mancovsky y Ángela Gallero.

Cada vez que alguien se confronta con una experiencia o con un proyecto que exige
desarrollar un compromiso personal y que nadie puede reemplazarlo u ocupar su lugar,
un acompañamiento puede resultar una postura adecuada. Sin embargo, hay escollos y
situaciones extremas a evitar. Entre la dependencia y la soledad ¿dónde se sitúa el
acompañamiento? ¿Cuál es esa posición? ¿Ayuda, sostén, guía, proveedor de recursos o
de recomendaciones? Uno navega muchas veces entre la imposición y la autorización.
Cualquiera sea el grado de la dificultad, el acompañante tiene necesidad de: estar
adentro pero también afuera, comprometerse sin perderse, desarrollar un trabajo
psíquico a fin de mantener una buena distancia. Ciertas cualidades de ser y de saber son
importantes: fiabilidad, autenticidad, sinceridad, discernimiento, fidelidad, capacidad de
salir de sí mismo, inteligencia intuitiva. ¿Cómo uno adquiere esa capacidad de
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“acompañar”?
El acompañamiento comprende una saber y una ética particular, una relación con el
saber específica y una utilización particular de la teoría. ¿En qué medida el enfoque
clínico ayuda a contextualizar este término de acompañamiento?
Uno escribe “acompañamiento” en primera persona y uno agrega un “tú” o un “usted”.
El autor es, por cierto, invariablemente un “nosotros”.

Ahora bien, después del envío de estas reflexiones introductorias en el Programa de mi


conferencia, tres acontecimientos me han mostrado “el revés del derecho”, lo negativo
de lo positivo y lo positivo de lo negativo. Voy a compartir en estas líneas la evolución
de mis ideas.

1. Compromisos sensibles

Me gustaría situarme en la cotidianeidad de nuestros actos de formadores sin


preguntarme, en principio, si esto releva o no, de “un acompañamiento”. ¿Qué es lo que
nosotros hacemos frente a un otro, a nuestra jerarquía, a nuestros practicantes? ¿Qué
inteligencia exige nuestra presencia profesional frente al otro? ¿En qué proceso nos
situamos? ¿Qué saberes movilizamos y cómo? ¿Cómo tomamos nuestras decisiones? Se
trata, irreductiblemente, de un sujeto que va a estar sometido a un cierto número de
presiones, que va a acudir a su inteligencia, a su ética, a su concepción de poder. Esta
situación, en la cual, nosotros tenemos delegada una autoridad, ¿vamos a bloquearla?
¿Y si es así, por qué? ¿Con qué interés? ¿El nuestro? ¿Aquel del grupo? ¿De la
comunidad? ¿Tendremos nosotros el gesto adecuado en el momento justo?
Yo parto de la siguiente hipótesis: para ser “inteligentes” frente a la singularidad de una
determinada situación, necesitamos los conocimientos extraídos de las ciencias
humanas, pero tenemos necesidad, también, de desplegar “competencias relacionales”.
Si no utilizo para mí misma la palabra “acompañamiento” es porque prefiero utilizar la
expresión “enfoque clínico”.
Si existen diversas denominaciones para “acompañamiento”, “enfoque clínico”,
“enfoque sistémico”, es porque aparecen diferencias que no se pueden obviar ni
desconocer. Todo no es intercambiable y todo no va con todo. Por el momento, diré
solo que detrás de estas denominaciones hay comunidades de investigación.
Sería importante no caer en “la política de la pequeña diferencia” que atesta nuestra
originalidad y comprender qué nos une y hacia dónde tendemos. Para cada uno de
nosotros, es fundamental construir un marco teórico de referencia para sostener nuestra
ética de lo cotidiano y no encerrarnos dentro de una mirada “irreflexiva” o en una secta
particular.

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¿Qué necesitamos cuando estamos en una relación profesional singular donde hay un
otro en juego?

A lo largo del tiempo, se ha ido construyendo aquello que se reconoce como


“perspectiva clínica” o “enfoque clínico” a partir de la medicina, después en psicología,
luego, en el conjunto de las ciencias humanas (ya sea la etnología, la historia, la
sociología o las ciencias de la educación). Una obra ha sido dedicada a esto, “El enfoque
clínico en las ciencias humanas” bajo la dirección de Claude Revault d´Allones (1989)
y cuatro obras concernientes a la psicosociología clínica también han sido publicados
(Enriquez, et al, 1985, 1993, Gaulejac et Roy, 1993, Levy, 1993).
Aquellos que trabajan desde el enfoque clínico, definen los siguientes rasgos: se trata de
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situaciones donde los actores están implicados; se mezclan psíquica y socialmente; en
esa situación se elabora, entre dichos sujetos y en co-presencia, una comprensión de lo
que pasa; una co-construcción de sentido que provoca, a veces, un cambio; se instala
una articulación teoría-práctica particular, un lazo entre conocimiento y acción; se
realiza una práctica de la alteridad y de la singularidad en la cual, la escritura puede
adoptar prioritariamente la forma de un narrar.
El enfoque clínico no pertenece, entonces, a una sola disciplina ni a un campo de
conocimiento específico. Es un arte de la investigación y de la intervención que apunta
a un cambio, se sostiene en la singularidad, no tiene miedo del riesgo ni de la
complejidad. Para Jacques Ardoino, por ejemplo, el enfoque clínico es, más bien, una
perspicacia de acompañamiento que se despliega en el tiempo, en una duración, ofrece
una intimidad compartida. El trabajo del historiador, los ejemplos psicoanalíticos,
socioanalíticos, etnológicos, etnográficos, o mismo etnometodológicos, pueden darnos
una idea de este enfoque (Ardoino 1989, p. 64).
En resumen, cuando nos confrontamos a situaciones sociales a lo largo del tiempo, en
las cuales se entremezcla lo social, lo institucional y lo personal, donde la finalidad no
apunta a construir conocimientos generalizables y donde el desafío es permitir que otro
sujeto se cure, acceda al saber o sobrepase una dificultad, estaríamos en un espacio que
yo calificaría de “clínico”. Estamos en la situación de tomar en cuenta: la alteridad y
una manera particular de construir conocimiento, junto con la necesidad de una
“inteligencia de la situación, o una “sabiduría práctica” que representa una inteligencia
de la acción.

¿Qué es “ser clínico”? ¿Puede trazarse un retrato del profesional clínico? ¿Cómo se
diferencia de un otro profesional? Entre los médicos, no es raro escuchar decir “fulano
es un buen clínico”. ¿Qué cualidades reúne? Si retomo las palabras de Michel Foucault
(1993), son las características propias de una inteligencia del “instante”: instinto,
sagacidad, sensibilidad. Yo quisiera también agregar: presencia, autenticidad, capacidad
de atención. Diría que ser un “buen clínico” no es una cualidad que nosotros adquirimos
y permanece para siempre. A veces, lo somos; a veces, no. Es siempre una posibilidad a
alcanzar en cada nueva situación. El término de “clínico” molesta, a veces, a los
profesionales de las ciencias humanas porque le encuentran un matiz o un “tinte
médico” que este término sugiere. Es por eso que, sería preferible hablar de una
“actitud clínica” más apropiada para toda situación humana.
El término de “clínico” es, sin embargo, más manejable y seguiré usándolo. Voy a
intentar exponer, en los párrafos siguientes, algunas constantes o rasgos de esta postura
particular.

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formación. PUF. Paris. 2018. Traducción y selección de párrafos: Viviana Mancovsky y Ángela Gallero.

-Presencia: Un clínico está presente en una situación singular frente a un enfermo,


frente a un alumno. Está “ahí” en esa situación. No se trata solamente de una presencia
corporal, sino, por el contrario, de una presencia psíquica. A pesar de lo que haya
sucedido antes de ese encuentro, sus preocupaciones cotidianas externas, el clínico está
“ahí”. La situación lo involucra, lo separa de sus inquietudes anteriores, y me animaría a
decir que hasta, a veces, lo alivianan y las olvida.
“Estar presente” no es nada simple.
Es necesario poder abstraerse de nuestras ansiedades profesionales y/o personales, de
nuestras preocupaciones. Saber “estar ahí” es una primera cualidad. Los rasgos de esta
presencia son, la mayor parte del tiempo, no verbales: se trata de la mirada y de las
posturas del cuerpo. El otro no se equivoca: o siente nuestra presencia o nuestra
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ausencia.

-Interés: Este modo de estar presente en una situación viene, en gran parte, del interés
que nosotros sintamos por ella. Un profesional clínico considera toda la situación como
importante y digna de interés. Aunque sea la más pequeña e insignificante, su interés lo
convoca. Dicho de otro modo, él valora la situación: un alumno, un enfermo, un
estudiante en su singularidad. No la vive como algo aburrido, rutinario o molesto.
El interés no está ligado a un “buen” caso sino, a todos los casos. No hay una jerarquía.
Cada situación interpela su interés.
De este modo, “estamos presentes” cuando nos interesamos por eso que vivimos, si el
otro de la relación nos importa, si no lo consideramos como un objeto, sino, por el
contrario, como un sujeto vivo capaz de tomar la palabra. Estaremos presentes cuando,
cual sea la dificultad o la complejidad de la situación, tengamos ganas de estar “ahí”
aunque el otro esté fuera de la norma. Nuestra curiosidad y nuestra capacidad de
interesarnos por la situación juegan un rol muy importante. ¿Es una banalidad subrayar
esto? Tal vez, pero uno suele ver muchos profesionales que apenas tienen ganas de estar
allí donde ellos se encuentran.
El “sentirse interesado” es una capacidad muy simple que deriva de nuestra conciencia:
toda situación es portadora de conocimiento, de desarrollo, no solo para aquel que está
enfrente sino también, para uno mismo. El hecho de que un otro nos confronte a
problemas inexplicables nos da la ocasión de tratar de entender, buscar comprender, de
ser interpelados por un enigma, de volvernos astutos, sentir y convocar a nuestra
inteligencia. La alegría que experimentamos al pensar, como dice Mishari (1987), nos
recompensa en relación con la dificultad de la situación.
Lo más difícil es mantener ese interés a pesar de la repetición y de que, el hecho ya lo
conocemos. Ya sabemos “eso que le pasa a un otro” porque profesionalmente tenemos
frente a nosotros, muchos de casos. Para cada uno, el profesional clínico tiene que sentir
que es “la primera vez”. ¿Cuál es el interés de alcanzar un vaso de agua a una persona
mayor durante nuestra jornada, mientras que, uno lo hace muchas y repetidas veces?
Podemos estar legítimamente cansados por ese nuevo pedido y no ver nada interesante
en la repetición de nuestro gesto. Sin embargo, si nosotros consideramos la singularidad
de una demanda, guardamos ese interés que da un rasgo humano precioso a nuestra
presencia. La repetición de gestos corre el riesgo de empobrecerse, ya que va quedando
nada más que el esqueleto de nuestra relación con el otro.
En nuestros oficios, ¿qué nos provoca interés al frecuentar lo humano?
A veces, la dificultad de un alumno o de un estudiante no despierta interés, sino que, al
contrario, molesta. Uno lo reta o lo sanciona por no saber resolver dicha dificultad. Uno
se enoja o hace comentarios despectivos, sobre eso que nos cansa porque nada pasa
como estaba previsto. No soportamos la dificultad porque esa torpeza es contagiosa y

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ella se “nos pega” como una mala imagen de nosotros mismos; como si nosotros
dependiéramos del logro del otro para dar valor a nuestra propia existencia.
La dificultad del otro nos convoca, nos confronta tanto a la impotencia de nuestro
pensamiento cuanto al interés por comprender y actuar en consecuencia. Lo vivo de la
relación se sitúa en esa conjunción, en esa singularidad, en ese proceso vivido, en ese
sufrimiento sentido, aunque ese sufrimiento no sea el nuestro.
Encontrar interés a la situación nos interpela para que podamos ser inteligentes. Aún
falta que, una institución nos de espacio: que ella no reduzca nuestros gestos a la
prescripción, negando nuestra capacidad inventiva, como sostiene Cristophe Dejours
(2008).
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-Confianza: ¿Se trata de un esfuerzo que está por detrás de dicha presencia? No, no me
parece. Esta presencia se da por sí misma, sin que nosotros sepamos qué va a
producirse. Hay una confianza que se despliega. No me gusta el término “confianza en
sí mismo” aunque sea necesario una cierta tranquilidad en uno. Cuando uno comienza y
es principiante, no se tiene dicha confianza desde el inicio. Nos preside la angustia, el
miedo a lo que va a suceder, el temor al fracaso. Y después... no sé cómo, algo sucede,
algo del orden de la evidencia. No se trata de volverse “apto” y superado. No se trata de
una creencia por la cual uno suponga que no va a equivocarse más. No, al contrario. Se
trata de la certeza de que podemos fracasar y eso, ya no nos angustia; solo debemos
estar atentos.
La confianza nace también al tener en cuenta al tiempo. Sabemos que la dificultad de
hoy es transitoria, que el tiempo permite, a menudo, un pasaje, y que, es necesario
resituar a aquel que está “desbordado” por el presente. Esta es, justamente, una de las
cualidades ligadas a nuestra competencia relacional: saber trabajar con el tiempo.
El tiempo nos libera de la catástrofe del presente. Esto nos revela nuestra capacidad de
considerar al sujeto de otra manera que lo que el instante presente nos muestra. De
algún modo, “tener confianza” supone considerar las fuerzas de la vida por encima de
las fuerzas destructivas. Y, cuando el tiempo empuje hacia la degradación de sí y de la
situación, es importante aceptar que el futuro de la muerte es nuestro destino y que una
vez más, la confianza en las fuerzas humanas debe ser convocada.
Confianza en la situación, confianza en el otro paciente o en el otro alumno, confianza
en el otro profesional; en fin, con todo aquello con lo que trabajamos.
La psicopatología del trabajo no cesa de repetirnos que: aquello que nos hace sufrir más
en las relaciones profesionales es la falta de confianza en el otro colega o en la
jerarquía. En estos casos, es muy difícil “ser inteligente” ya que, en esa situación es el
miedo que domina.

2. Precauciones sensibles

En nuestras profesiones, vivimos situaciones de dependencia. El otro depende de


nosotros, está ligado a nosotros por su angustia, por una imposibilidad a sobrellevar, por
el intento de aprender. Todos nuestros oficios son oficios de dependencia por lo tanto de
poder. En ellos, podemos abusar de la subordinación y por ello, debemos prestar una
extrema atención para no aprovechar de la debilidad del otro.

-Entre dependencia y fiabilidad: En nuestros oficios, es necesario ser fiables (en el


sentido de ser seguros y honestos). La fiabilidad profesional forma parte de la
inteligencia clínica. ¿Cómo definirla? Recurriría a la definición que da Winnicott en su
artículo titulado “La cura”: “Cuando nosotros somos profesionalmente fiables,

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protegemos a nuestros pacientes de lo imprevisible”. (1988, p. 128). Esto quiere decir


que, anticipamos aquello que puede llegar a pasarle al otro y tenemos la capacidad de no
someterlo. Sabemos que está presente su propia ansiedad, ligada a su estado de
enfermedad o a sus propias realidades que le provocan angustia. Ser fiable tiene que ver
con “no pronunciar promesas en el aire”. Por eso, cuando nosotros le decimos “voy a
hacer esto” y no lo hacemos, el otro puede preguntarse: ¿Puedo contar con él? Esto que
me dice, ¿es realizable? ¿Es posible?
En la posición de dependencia, hay angustia, desorden. La fiabilidad forma parte del
sentido clínico: ser “un hombre o una mujer de palabra”.
En nuestros oficios, también estamos con seres que no están “en dificultad” sino que,
simplemente, “aprenden”. Aprender nos vuelve frágiles, ya sea en la niñez como en la
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adultez. En un adulto, se juega más aun, una imagen de sí mismo, una confrontación a
una posible derrota. Por todo ello, depender de un otro, nos vuelve frágiles ¿Qué
fiabilidad tenemos que encontrar? Aunque nos asumimos como ignorantes, el hecho de
ponernos a prueba, pone de manifiesto una fragilidad que preferiríamos esconder. Nos
enfrentamos al juicio del otro y debemos confesar, a veces, nuestra vulnerabilidad. Por
eso, como profesionales de los cuales algunos dependen de nosotros, esas cualidades
relacionales son imprescindibles.
En educación, y por lo tanto en el acompañamiento, apuntamos a la autonomía. Todos
valoramos esa palabra. En un plano ideal, se trataría de poder estar solo; no tener
necesidad de un otro como sostén.
Ahora bien, este ideal puede ser mal interpretado y tender a la autosuficiencia que
rechaza el principio por el cual: “no somos humanos sin los otros”. Desde el elogio a la
autonomía, deberíamos sostener también un “elogio a la dependencia”. Si rechazamos la
dependencia, en la cual se impregna la infancia hasta el presente, creeremos ser
autosuficientes y quedaremos encorsetados en una identidad cerrada, permeable a las
modas o a las influencias difusas. La dependencia tiene sus trampas, ella puede ser
destructiva de sí misma cuando el otro se vuelve tan indispensable que no podemos
desprendernos de él.
El movimiento que va de la dependencia a la independencia es aquel al que nosotros
debemos apuntar; esto no quiere decir que deberíamos curarnos para siempre de la
dependencia.
El fundamento de la humanidad se sostiene en esa intersubjetividad, en nuestra
dependencia en relación a un otro. No vivimos sin un otro. Nosotros tenemos una deuda
hacia aquellos que nos han dado nacimiento. Si yo hago el elogio de la dependencia, es
en el sentido de reconocer nuestra fragilidad, nuestra necesidad del otro, nuestra deuda
cara a cara frente a él. Esto no significa que nosotros deberíamos permanecer bajo su
influencia y que no somos nada sin él.

-Preocupación de conjunto: Las situaciones que nosotros abordamos son complejas,


ellas movilizan múltiples parámetros; la inteligencia del instante no privilegia a uno más
que a otro pero, es necesario ser capaz de comprender todos los parámetros a las vez:
parámetros técnicos, posición institucional de un paciente, posición del equipo, manera
por la cual el médico ve a esa situación, si nosotros estamos en un contexto de cura, etc.;
situación institucional, demanda, efectos de grupo, tensiones/obligaciones
presupuestarias, personalidad de quienes hacen la demanda, etcétera, en toda la
situaciones. Nuestra capacidad de ver lo que pasa en el conjunto, nos lleva a darnos
cuenta que: tal paciente ocupa tal lugar en tal equipo con tal médico y que es en ese
contexto institucional determinado. Esto nos permite tener en cuenta todos los
elementos para llegar a una decisión tomada con fundamento.

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Toda situación es singular, ella no se repite jamás. Más allá que sea una patología que
nosotros conozcamos, el enfermo que se encuentra ahí, no es simplemente un enfermo
con una enfermedad. Se trata de un sujeto que habla en una unidad de cuidados con
problemas institucionales y con problemas psicosociológicos. Se trata de tal estudiante,
en tal contexto, con tal dificultad en relación con nosotros, que vuelve esa situación a la
vez diferente y parecida a muchas otras que nosotros ya hemos atravesado. Tendremos
que tomar en cuenta todos esos elementos. Nosotros somos especialistas, sin olvidar por
todo ello, el contexto.
A menudo, cuando uno está centrado sobre un solo elemento, no considera el resto. Así,
uno toma una “buena” decisión sobre un elemento, pero si no ha considerado el
conjunto, esa decisión es portadora de malestar, aunque sea pertinente el ángulo sobre el
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cual se ha fundamentado. Es necesario ser especialistas con competencias puntuales,
pero también, tener una mirada de conjunto. Pertenecemos a los oficios donde no faltan
las tensiones entre los contrarios, donde se vincula lo técnico y las relaciones, los
especialistas y los generalistas. Actualmente, lo que me parece más doloroso es la
multiplicación de miradas especialistas analizando solamente “una parte” de la
situación. En consecuencia, uno toma “buenas” decisiones pero que se vuelven
inoperantes, difíciles y más aún, destructivas porque el conjunto no ha sido percibido.
Los profesionales “de terreno” no pueden ser solamente cognitivistas, psicólogos del
comportamiento, sociólogos o psicoanalistas. Las ciencias han segmentado la realidad
para comprenderla. Cuando uno está en la acción, no hay un recorte que sostener. Y es
ahí, donde reside la dificultad. François Dagognet (1996) define a la medicina como “un
arte que utiliza varias ciencias”. Yo creo que podemos tomar por nuestra cuenta a esta
definición para pensar nuestros oficios. Un psicoanalista en lo social, que se identifica
solo con eso que él ha construido en el espacio de la cura, puede volverse destructivo.
Un sociólogo que actúa solamente refiriéndose a sus conceptos, puede también
equivocarse en la acción. Es importante, como lo dice Morin (1990), tejer lazos y
entramar nuestros saberes. Es necesario trabajar la cuestión de la acción y de la
movilización a través de ella, de los conocimientos. Cuando nosotros actuamos, no
aplicamos una teoría, pero movilizamos conocimientos siendo “permeables al
conjunto”. Tendemos a conquistar una lucidez de sí en relación al otro, una lucidez
institucional. Esta preocupación del conjunto es una postura de la cual, no siempre uno
toma conciencia. Hay una apertura y no, un cierre. También, uno sabe que nuestras
decisiones no son solo racionales y esto es mejor. Existe lo arbitrario en nuestras
decisiones y nosotros debemos asumirlo.
La inteligencia, la sabiduría práctica, llaman a ciertas capacidades como los griegos las
había descripto: la metis. La sagacidad y la intuición. Cuando nosotros somos hombres
o mujeres “de terreno”, movilizamos, a la vez, nuestros conocimientos y esa capacidad
de “ser en situación”. Así, tomamos al otro como un sujeto y no, como un objeto. En
determinados momentos, para mantener nuestra intersubjetividad, tomamos al otro
como objeto del cual uno habla. Cuanto más el otro está en dificultad, más tendemos a
hablar en su lugar, a apropiarnos de su palabra en nombre de un saber.

3. Recepciones sensibles

Nuestro sentido clínico se apoya en el reconocimiento de nuestros propios límites para


evitar caer en el idealismo, desde un rol que no nos sea posible de sostener. Se trata de
conocer nuestros límites y de explicitarlos, porque, a veces, el otro nos pide mucho: una
presencia, una ayuda constante y permanente. Y nosotros sabemos que, no vamos a
poder dársela. No porque lo desestimemos, sino porque nuestras condiciones de trabajo

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a veces no lo permiten. Cuando nosotros lo explicitamos, el otro puede entender. El


sentido clínico explicita eso que suele quedar implícito.
Aquello que es claramente entendido para uno, puede no serlo para otro. Una
explicación no es una justificación culpabilizante. Se trata de explicitar eso que, para
uno se sobreentiende pero que, no es forzosamente entendido del mismo modo para
otro. Se trata de una posición en relación a otro, teniendo en cuenta que siempre es un
otro diferente. El sentido clínico está ligado al esclarecimiento que nosotros aportamos a
la cuestión siguiente: “¿a dónde queremos ir nosotros con “ese otro” o “esos otros”?”.
“El sentido clínico nos pide el ejercicio de la lucidez para esclarecer dónde estamos”.
“¿Qué es lo posible?” Lucidez en situaciones cambiantes donde, muchas veces, el
profesional sabe posiblemente dónde va, pero no sabe cómo puede llegar.
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- ¿Quién eres tú?
A menudo, vemos que el otro a quien acompañamos, “da vueltas en falso”. Se vuelve
un obstáculo cuando llevamos a cabo una acción que creemos valiosa. De golpe, se nos
vuelve en contra y adopta una posición completamente diferente a la nuestra. El otro se
resiste. No quiere cuidarse. No es un paciente “dócil” que hace lo que quisiéramos que
haga. El otro no se siente parte de un trabajo conjunto en el que haya comprendido que,
un determinado cuidado se hace de tal manera y no, de otra. El otro es un alumno que
no responde en el momento esperado. Asume una lógica diferente: va a comportarse de
manera agresiva mientras que debería hacerlo cooperativamente. A veces, pensamos al
otro como aquel que nos impide, en estos casos, realizar nuestro trabajo como nosotros
quisiéramos que se concrete. Sin embargo, debemos evitar dialogar con él como si fuese
un “mal” paciente o un “mal” alumno, fuera de lo esperado, que molesta y que no se
adapta a nuestra imagen ideal. Debemos realizar un importante trabajo de
desidealización. Se trata de encarar la realidad de un otro para hacerla progresar y no,
para querer transformarla y adaptarla a partir de la imagen que nosotros tengamos de él.
Sino, uno crea situaciones de confrontación y de poder donde se ubica en el lugar de
quien “tiene la razón”. Cuando uno cree que solo tiene la razón, no puede ir muy lejos.
Podemos tenerla, pero en una situación intersubjetiva, estamos obligados a tener la
razón al menos de “a dos”. Esto quiere decir que, se trata de cambiar nuestra visión y
modificarla en función de la visión del otro. A veces, ese otro es justamente interesante
porque pone en escena la diferencia. El sentido que vamos a construir a partir de una
situación individual es, entonces, una co-construcción de sentido. Si el otro no
comprende, nuestra sola inteligencia no es suficiente.

- ¿Quién soy yo?


Nuestra relación con el otro es casi siempre dolorosa, ya sea en nuestras profesiones o
en nuestras relaciones cotidianas.
El otro nos desestabiliza, nos hace perder nuestros apoyos identificatorios y esto, es
peligroso. Sin embargo, hemos elegido actividades donde estamos confrontados a
“ayudar”. El otro, a veces, nos irrita y provoca en nosotros, sentimientos de malestar o
de odio. Así, actualizamos nuestra crueldad para hacerle “pagar” eso que nos impide
realizar.
Nuestra relación con el otro, y también nuestra relación profesional, está llena de
sentimientos. A veces, escucho decir: “ser profesional es mantenerse limpio, aséptico,
sin emociones; lo ideal es trabajar sin sentirse tocado ni implicado, sin experimentar
emociones positivas ni negativas”. Ahora bien, toda relación profesional, comprendida
la clínica terapéutica, muestra que esos sentimientos que emergen en nosotros son
extremadamente importantes. Ellos nos indican aquello que un paciente, un alumno, un

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practicante nos hace vivir; es decir, de qué está hecha nuestra participación justamente
en esa relación.
Felizmente, ninguna relación de ayuda, ningún oficio de lo humano, ninguna técnica
nos protege de esta relación: el otro nos toca y nosotros estamos implicados, afectados.
La relación con el otro es un acelerador del inconsciente: ponemos en juego una parte
de nosotros mismos, de nuestra historia. Sin embargo, profesional y éticamente, no
estamos autorizados a informar a los otros eso que nos pasa, que nos concierne. A
veces, experimentamos también sadismo, el deseo de castigar a un paciente, a un
alumno, a un equipo, a un practicante porque no actúa como esperamos. Esto nos exige
todo un trabajo de construcción de la buena distancia. ¿Qué es lo que está en juego en
todo esto? Una parte de nosotros mismos.
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En nuestra profesión, no podemos actualizar nuestra crueldad. Tenemos obligación de
trabajar esos sentimientos ambivalentes. Esto es importante, porque estamos
inevitablemente confrontando situaciones que nos ponen fuera de nosotros mismos.
Tenemos nuestros dispositivos técnicos, pero somos seres humanos. Los pacientes, los
alumnos, los practicantes tienen necesidad de seres humanos que los miren y que estén
implicados. Esto no quiere decir: estar implicado al punto de vivir la muerte, el dolor, la
dificultad del otro.
La inteligencia clínica viene a la vez de: poder “estar implicados y desimplicados”, estar
tocados sin estar invadidos. Jamás estamos en la buena distancia. Esto es un trabajo
constante que tiene que construirse. Dicho trabajo permite al profesional como al otro,
no sentir que uno paga un precio muy alto por todo ello.

- ¿Con qué conocimientos?


El sentido clínico vincula nuestros conocimientos precisos con nuestra intuición.
Requiere de nuestra capacidad de observación y de numerosos vínculos. Dar un vistazo
y a la vez, tener memoria de lo que le pasó antes a ese alumno o a ese paciente. Ser
capaz de hacer emerger las observaciones hechas hace ya algún tiempo, para percibir
algún cambio o para tener en cuenta un elemento nuevo que apareció. Se trata de
procesos cognitivos de búsqueda de información y procesos afectivos en la totalidad de
la situación.
El sentido clínico exige no estar centrado sobre sí mismo. Poder escuchar eso que pasa
y sobre todo, creer en un saber previo que nosotros aplicaríamos frente a un
acontecimiento. Las situaciones clínicas ponen siempre en cuestión nuestro saber. Esto
es clave porque nos obliga a inventar sobre la marcha. Nuestro saber previo nos permite
guiarnos. Sin embargo, la solución inventada será diferente de eso que habríamos
podido prever, ya que cuenta el momento de ese acontecimiento.
Esta inteligencia interroga nuestra propia relación con el saber y nos insta a reflexionar
sobre su utilización en función de la situación: si estamos ciegos por nuestro saber,
corremos el riesgo de perder el objetivo profesional. En filiación con la corriente
hermenéutica, estamos más en la lógica del ensayo y de la comprensión que, de la
explicación.
Así, cuando hablamos de sentido clínico vemos que infaltablemente es necesario poseer
algunas cualidades humanas, tales como: la empatía, el respeto a la alteridad, la
capacidad de comprender y descentrarse, de tomar distancia, de identificar los lugares
en relación a sí mismo y al otro y saber dónde cada uno se sitúa. Cualidades o virtudes
del ser: coherencia, constancia, fiabilidad, atención y cuidado, paciencia, generosidad,
respeto, etc. Pero, ¿esas cualidades son suficientes? ¿No estamos directamente
refiriéndonos a lo que es el ser?

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MATERIAL INTERNO DE LA CATEDRA: Cifali: Comprometerse para acompañar. Valores de los oficios de la
formación. PUF. Paris. 2018. Traducción y selección de párrafos: Viviana Mancovsky y Ángela Gallero.

Existe una perversión de saber cuando éste se reduce solo a una racionalidad
desconectada del afecto que no se compromete con una reflexión ética; cuando el saber,
aliado al tecnicismo, rima con la frialdad, la ausencia de sentimientos, el funcionalismo.
Sin embargo, existe otra situación cuando el acceso a los conocimientos toca, a la vez,
la razón y el corazón.
Cuanto más aprendemos, más desarrollamos nuestras cualidades del ser y de saber. Esto
sería mi ideal. A través del acceso a los conocimientos, construimos cualidades
humanas. Estas cualidades ¿están forjadas por la educación, por el ejemplo dado por los
adultos? La moral y la religión no son suficientes. Se trata más bien de la influencia de
la educación y sobre todo de una construcción psíquica que es habilitada por aquellos
que la transmiten, esa sabiduría del saber considerada como sublimación “lograda” y no,
10
como una construcción defensiva (Eugène Enriquez, 1997). Cuando el saber es
búsqueda de comprensión, al ser considerado fundamentalmente en las exigencias de
una comunidad, permite al ser humano crecer en su humanidad. Sería más simple
agrupar todas estas ideas, bajo el término “cualidades personales” pero no alcanza.
¿Qué educación ofrecer para que esas cualidades sean auténticamente construidas?
¿Qué formación, qué recorrido, qué presencia en el mundo y consigo mismo? ¿Cómo
construir esas cualidades? Una reflexión sobre nuestros propios actos, sobre lo que
nosotros hacemos; la capacidad de cuestionarnos, de aceptar que no tenemos siempre
razón y de confrontarnos a los otros: estos serían algunos de los elementos de base.
De una profesión a la otra me parece encontrar algunas constantes: un alto grado de
conocimiento de los elementos en juego en una situación determinada, un interés
preciso sobre ella, una conciencia de la responsabilidad ejercida, una cierta manera de
no sentirse omnipotente o capaz de hacer todo solo, la necesidad de medir sus
posibilidades y sus límites en cada nueva situación.
Retomemos. Frente a una situación profesional, ponemos en movimiento todos nuestros
conocimientos para tomar decisiones adaptadas a la particularidad de cada caso.
Movilizamos nuestros saberes en una relación viva con el otro para permitir que la
situación dada (enfermedad, dificultad escolar o profesional) progrese. Somos, a la vez,
racionales e intuitivos. Estamos presentes frente al problema encontrado y buscamos un
camino que, a veces, resulta valioso après-coup, después de haber tenido los efectos de
dicha progresión.
Allí donde había sufrimiento, dificultad, repetición, incomprensión, puesta en peligro,
allí donde un ser humano no parecería poder resolver por sí solo el enigma en el cual se
encontraba atravesando, un profesional junto con él, ha construido los medios para que
no quede adherido a eso que lo llevaba al peligro. Un profesional y un paciente están en
relación con un mismo sufrimiento y uno no puede resolverlo sin el otro. Esto convoca
a nuestra capacidad de tener en cuenta al conjunto de los factores, de poder discriminar
los elementos, de darles un sentido, de estimar la importancia o no, de tal o tal factor, en
relación con la situación dada. En ese instante, emerge una decisión, una palabra, una
pregunta que “hace sentido” para uno y para el otro y a partir del cual, nos damos cuenta
que dicho sentido es efectivamente estructurante.
Esta movilización del sentido clínico recupera algunas posturas filosóficas que
encontramos en la hermenéutica o en aquellas que desarrolla Nathalie Sarthou-Lajus en
su obra “L’ éthique de la dette” (1996) cuando sostiene que, nuestra intersubjetividad,
se funda sobre una deuda. Esta última se inscribe en la dependencia con el otro como
fundamento de nuestra intersubjetividad. el reconocimiento de nuestra falibilidad es
necesario. Reencontramos así aquello que Morin (1990) desarrolla alrededor de nuestra
aceptación de la incertidumbre, de nuestra capacidad de saber jugar con lo imprevisto.
Esto nos conduce a cuestionar nuestra concepción de la racionalidad o de la relación

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MATERIAL INTERNO DE LA CATEDRA: Cifali: Comprometerse para acompañar. Valores de los oficios de la
formación. PUF. Paris. 2018. Traducción y selección de párrafos: Viviana Mancovsky y Ángela Gallero.

entre la racionalidad y la acción para comprender justamente los límites de una


racionalidad científica en una acción social e intersubjetiva.

(…)

4. El acompañamiento en acto y sus riesgos

¿El acompañamiento encuentra sus apoyos en el enfoque clínico? A veces sí y a veces,


no.
En una relación profesional con el otro el acompañamiento se especifica en
comparación con otros términos. Uno suele hablar de “hacerse cargo”, de “transmisión”
11
o de “obligación” que no es lo mismo que se entiende por el término de
acompañamiento.
Acompañar sería “ir junto con”, “estar al lado de”, dar lugar al otro, partir del otro y no
de sí mismo. “Ir junto con” remite a un profesional que se sitúa sobre el camino de un
otro, está ahí presente y permite que el otro atraviese la prueba, un momento o un
acontecimiento; ese otro podría contar con nosotros. Nos ponemos a su servicio.
Acompañar significaría que uno acepta el hecho de que no puede actuar o decidir
ocupando el lugar del otro. En algunos registros de la vida, uno no puede contradecirlo
y es necesario “ir junto con” en el movimiento impuesto por el otro. En el acompañar,
uno se alejaría de la toma de poder que puede aparecer fácilmente en nuestros oficios.
En comparación el “hacerse cargo” puede, en efecto, sonar como a la desapropiación de
un otro en cuanto a su libertad y a su autonomía. Uno lo lleva sobre su espalda; uno
“administra” su vida o lo toma en cargo, y él queda librado en nuestras manos, en
nuestro saber y en nuestras competencias. Uno lo considera ignorante, débil, en
dificultad; en síntesis, lo considera un pobre. Uno sabe mejor que él lo que él debe
hacer…
Hay tantos y tantos ejemplos que nos han sido dados en el espacio de enseñanza y de
una empresa donde hay lucha y no acompañamiento, dónde hay humillación y no
ayuda, donde el poder es utilizado sobre el otro, donde uno se siente manipulado.
Tantos ejemplos donde el trabajo es negado, donde uno se vuelve loco por la falta de
fiabilidad de quién uno depende, o desde el cual uno debería ser de otro modo de
aquello que es.
Algunos docentes rechazan trabajar con los adolescentes porque ellos no son como
antes, rechazan ir a buscarlos ahí donde ellos están para llevarles un saber y tienen, al
hablar acerca de los jóvenes, un lenguaje destructivo y de confrontación. Uno se maneja
con ese lenguaje cuando tiene miedo, cuando está en posición de rivalidad o de
enfrentamiento, cuando se siente desestabilizado, cuando se encuentra en un país
desconocido mientras que debería sernos familiar, cuando nuestra identidad se ve
movilizada. Muchos profesionales de lo humano sienten esta fragilidad identitaria, esta
dificultad por aceptar que el oficio aprendido puede transformarse. (…)
Se trata de una evolución, de un progreso que deseamos a todos aquellos que no estiman
a los otros, que los tratan como enemigos. Por ejemplo, numerosos profesionales de la
enseñanza solo consideran al otro como un objeto, capaz de resistirse y de pasividad. No
lo ubican en el camino de la intersubjetividad, se defienden de ese otro desvalorizándolo
y humillándolo. A nivel de la enseñanza, a veces asistimos a una fractura, a un cara a
cara con la violencia donde reina la falta de respeto de parte de uno, donde la
transmisión de saber está interrumpida y la destrucción está a la orden del día. Se trata
de una suerte de: “sos vos o soy yo”. En estas situaciones, uno habla de guerra y no, de

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MATERIAL INTERNO DE LA CATEDRA: Cifali: Comprometerse para acompañar. Valores de los oficios de la
formación. PUF. Paris. 2018. Traducción y selección de párrafos: Viviana Mancovsky y Ángela Gallero.

acompañamiento. Uno habla de exclusión y no, de reconocimiento. El diálogo está


bloqueado y el otro se vuelve insoportable.
Por el contrario, el acompañamiento supone la intersubjetividad y un trabajo consigo
mismo en relación con el otro. Estamos entre términos que sentimos como positivos:
responsabilidad, alteridad, escucha, respeto, solicitud, reconocimiento. Son términos
que nos vienen de lejos y que establecen lazos con autores que vienen de horizontes
diferentes. El acompañamiento es una postura en la cual no hay igualdad, pero busca
una equidad: toma en cuenta las fuerzas del sujeto, aun en los casos de los más
desposeídos y se prohíbe hacer algo desplazando al otro. Por lo tanto, acompañar
describe un acto que sería eminentemente positivo, valorizado por los profesionales,
reconociendo las cualidades del ser y las competencias relacionales que son finalidades
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de la formación.
(…)

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