GENEALOGIA

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Los 21.

Primero eran muchos. Si, de esas casas que se escuchan murmullos constantes
debido a la cantidad de gente que habita sus habitaciones, sus pasillos, sus sillas
y su cocina. Eran muchos, más de los que yo podía contar con los dedos de mi
mano. Me tocaba con una, con la otra, con un pie, con el otro y un dedo más.
Eran muchos porque estaban todos, los tíos, los primos, los abuelos, los nietos y
los que pendían de un suspiro de vida para abrir los ojos diariamente. Pero de un
momento a otro, casi como un soplo rápido de aire frío empezamos a ser menos.
Un día fue María que ya la edad no le jugaba a su favor y pacíficamente cerró los
ojos. Luego Humberto por el cigarrillo sus pulmones un día dejaron de querer
tomar aire fresco. Seguimos como dominós llamando a la muerte y a la nada, a
una vida desatenta que nos dejó siendo siete. Se fue Leticia, se fue Cecilia, se fue
Beatriz. Puf, así tan rápido que no nos dio tiempo de hacernos a la idea de la
ausencia, solo no estaban y ya, no se hablará más del tema. Se fueron y están en
un lugar mejor, que mi dios me los bendiga, la bendición, un ave maría y un
rosario a cuestas y pa lante. Quedamos siete firmes, aunque a veces temblara la
base, la vida y la casa. Mi abuelo a mis 9 murió, mi abuela 7 años después. El
primero fue una sorpresa y la segunda un accidente tal vez. A mis 21 murió Inés,
la desmemoriada y la historia escondida entre sus canas pintadas será para ella un
secreto que jamás pude sacar, porque el tiempo me ganó la carrera. Ahora somos
4. Un, dos, tres, cuatro. Cuatro conmigo, tres sin mí. Y la casa se volvió larga y se
volvió fría, y silenciosa. Escuche el paso del polvo, escuche el viento cerrando
puertas sin permiso. Me sentí sola. Estaba muy sola y la casa me hablaba de las
historias pasadas y yo no quería escucharla. No, gracias es suficiente. Suficiente
con que se fueran uno, dos, tres, cuatro. Pero al décimo dejé de contar esa
cuenta regresiva que me hacía extrañar mis noches debajo de la cama queriendo
que mi casa estuviera vacía, que no hubiera ruido, que por favor la niña está
chiquita, que arrorró mi niño, que dejen dormir. La extrañé y extrañé por primera
vez el ruido, ese blanco que está en cada una de nuestras noches cuando
pequeños, esas voces de los padres que empiezan la vida después de nuestro
sueño. Extrañe el ruido de sus voces, porque ya no había ninguna que me hablara
en las noches. Somos 4. Qué número tan cerca a la ruina, a la desaparición. A la
cuenta regresiva. Tres sin mí. Tres, dos, uno…no se puede empezar de nuevo.

Me sentí nómada, nunca pude usar la palabra hogar. Hogareño. Hoguera.


Augurio.
Era una imposibilidad. No podía llamar casa a lo que se desaparecía de un
momento a otro. Y no era como si por arte de magia la casa desapareciera,
aunque a veces se sintiera así. No. Solamente me sentía huésped, huésped
dentro de ella, en los silencios por las ausencias, dentro del espacio grande y
yo pequeña; a veces intrusa, cohibida de tocar los muebles, de dejar de
caminar a ritmo lento, de poder pararme recta. Dentro de mí estuvo esa
sensación de sentirme errante dentro de los espacios caseros, desde la
muerte de ellos. Con ellos me refiero a mis abuelos, que uno por uno dejaron
de estar y yo, como constante en ese espacio ya vacío me preguntaba por la
ausencia. La ausencia y el silencio. Qué gran silencio . Me encontraba
encerrada en esta casa que se llenaba de susurros y de polvo por el paso del
tiempo. Ahora pienso en una frase que me dijo Sonnia un día: el tiempo
ocupa espacio. Es verdad, no lo vemos, pero el tiempo ocupa espacio. Así fue
como el silencio se fue llenando de sordera y de susurros inventados, y los
muebles, los objetos detrás del polvo encerrados, fueron desapareciendo
entre cajas y cajas, basuras, objetos viejos y queridos, que por el miedo al
olvido se fueron apropiando del lugar.

El vacío no fue parte de mi historia, al menos no de la casa. La recorrí varias


veces, en busca de respuestas sobre lo que buscaba. Era una sensación
extraña. Estar buscando algo y no saber qué querías como respuesta. Me
sentía como una arqueóloga lista para hacer mi gran descubrimiento. Aunque
de grande no tuviera nada, ni de nuevo. Quería encontrar una solución a mi
curiosidad sobre el vacío, unas ganas inmensas de entender cómo
llenábamos ese espacio hasta sentirlo nuestro y a veces en esa búsqueda nos
perdíamos en los objetos. Afirmo, que nuestra forma de ver el espacio es más
allá de una construcción racional, un imaginario colectivo. Yo imaginaba los
espacios, vivía en un mundo de fantasía. Creaba casas dentro de la casa, con
puertas secretas y cuartos ocultos, buscaba nuevos lugares para sentirme a
gusto. No es como que si mi fantasía fuera de hadas, duendes o dragones; ni
tampoco del espacio, mundos nuevos o viajes a nuevas regiones. Mis
fantasías eran crear casas dentro de la casa, jugar al escondite y a la
exploradora. Buscaba en la maquina de coser de mi abuela con linterna y
todo, tesoros escondidos en su mueble lleno de telas. Mi infancia y parte de
mi adolescencia fue encontrarme inmersa en ese espacio siendo una
arqueóloga de mis propias fantasías.
Y las ausencias fueron el detonante de mi gusto por los objetos. Estas para
mis padres, para mi tía y para mi fueron como parpadeos. Era hacer una
cuenta regresiva con los dedos. Ahora sólo tengo 3 dedos levantados, cuando
comencé con las manos abiertas. Deshabitamos ese espacio, esa casa con
una inocencia auto protectora. Me fui a los 16, volví hasta los 21. No entendía
que todo giraba en torno a ese acto de migrar, de no estar. Fue hasta mucho
tiempo después cuando me di cuenta que las ausencias me habían marcado.
Por querer investigar sobre por qué guardamos lo que guardamos, con ganas
de conservas a las personas. Y mi búsqueda fue en vano, por que era una
tarea totalmente imposible, no había forma de poder conservar toda la
imagen de alguien, era pelear contra el olvido. Olvido que marco Inés. Mi tía
abuela. Ella tenía alzhéimer, esa enfermedad, reina del olvido. La vi
desaparecer como cámara lenta y aun así yo no lograba parar su amnesia
constante, más constante que ella.

Decir que conocer esa enfermedad no fue importante sería hipócrita de mi


parte. Por qué lo que siguió fue una carrera contra el tiempo, que siempre
terminaba perdiendo debido a que se me escapaban como agua sus
recuerdos y no podía hacerla recordar. Era una brisa que pasaba sólo para
mínimamente hacerla recordar una esencia de lo que era y tan rápido como
había llegado se iba y nos dejaba otra vez a la intemperie de su olvido. Y me
di cuenta que de ahí partiría todo y ella sería el centro. El centro de la
curiosidad por cómo almacenamos los recuerdos, como en verdad somos un
archivo andante que no logra cargar con todo lo que tiene y en los miles de
cajones se refunden las hojas bien apuntadas, catalogadas de todas nuestras
memorias. Ese era el chiste, ser un archivo no capaz de recolectar todo, un
mal archivo, un mal catalogante, un mal recolector.

Inés, no tenía recuerdos ya, su memoria la traiciona y se convierte en mi


mejor archivo, llena de baches, de puentes entre historias, mezclas de
palabras, de confusiones de nombres y de su propia identidad. Pero su
archivo físico estaba intacto, toda su vida coleccionó. Desde peluches mal
vestidos, con caras tiernas y ojos feos, de botellitas de ron, manteles, esferos
hasta tacitas de té. Su casa, era limpia, sin una gota de polvo y parecía de
juguete. Con encajes, flores, muñecas, postres y café. Cuando su memoria la
hizo dejar su espacio, sus colecciones la acompañaron y hoy en día cuando
ella ya no está los objetos que tengo los guardo y son de mi colección.
Ana, mi abuela fue una coleccionista empedernida, creó un museo de ella
inconscientemente; sin ganas de botar nada, la mejor colección de sí. Mi
abuela fue mi mayor salvación, aunque el silencio fue nuestro mas grande
compañero, el cariño me lo demostró haciéndome parte de su museo, un
museo a su memoria y a la mía. Un museo de nuestra memoria. Acumuló
todo lo que para mi no tenia relevancia, pero se volvió la curadora de nuestro
archivo y lo catalogo con cuidado en maquinas de coser, cajas de galletas
navideñas vacías y bolsas debajo de la cama y sin darnos cuentas, mientras
nosotros perdíamos nuestros objetos, estos encontraban hogar en uno de
estos sitios protectores de las piezas del archivo más útil de la historia, la
función de crear una genealogía de un espacio. Acumuló todo y nos acumuló
a nosotros.

Me gusta la palabra acumular. Yo acumulo, tu acumulas, ellos acumulan,


todos acumulamos.

¿Qué se acumula? Me gusta de un espacio ver como se llena, libremente,


inconscientemente hasta ya ser indivisible. Nunca pude sentirme en casa sin
los objetos y no es por ser materialista, por que ese no era el caso, ya que
algunos de los objetos eran inútiles. Habían perdido la utilidad y ahora solo
eran significantes para mi o para las otras personas que habían sido parte de
la historia. Hay algo de magia en los objetos y en las colecciones. No es
cualquier tipo de categoría, pero tampoco hay límite. No se escoge a veces
algo por coleccionar solo por sus características, como colores, orden,
tamaño u olor. Las colecciones puedes ser inútiles, indeterminadas, un poco
por sensación. Somos archivos andantes y buscamos dentro de nuestras
categorías crear capsulas de tiempo físicas donde podamos reconocernos.

Me pregunto por la temporalidad. Por el carácter de la ruina: el desgaste que


recorre los cuerpos físicos y la memoria. Los lugares son habitados, son
deshabitados. La memoria comienza a agrietarse, a disolverse, a derribarse.
Mi abuela, que erigió espacios, que construyó memoria, también fue espacio
de recuerdos que se fueron borrando. Nosotros somos, por así decirlo,
museos andantes. Me veo en la interrogante de cómo la memoria se
constituye como escenario y cómo el museo también se consolida como tal.
De cómo, así se trate de un escenario, no se debe pensar en la artificialidad
del mismo, sino en el espacio de un escenario como el lugar en el que algo
acontece y se revela. Se baja el telón para ocultar aquello que sucede antes
de la revelación, del gran acto. Se baja el telón para hacer de ese acto uno
propio y de nadie más. Yo estoy lista para levantar el telón.

Para un niño, las ausencias no las entendemos, sino cuando por arte de magia
empezamos a ver que vivíamos en una inocencia infantil casi con los ojos
cerrados de a ratos, donde los abríamos donde nos decían, o donde la
imagen no fuera tan fuerte. Hay imágenes que, aunque solamente un
momento las veamos son mas fuertes que todas las demás y se quedan
grabadas con los parpados cerrados, como algo pegado atrás del ojo, difícil de
esconder. Los niños entienden quienes están y quienes no. Eso es lo
importante. No se entiende el por qué, el cómo a veces, solo no están.

Guillermo, mi abuelo fue mi primera ausencia, pero mi abuela Ana, erigió los
espacios. Decir que la relación con mi abuela era de esas de visitas eternas,
galletas y cogidas de cachetes. Eso sería mentirle a mi memoria, seria
instaurar en mi un recuerdo obligado a partir de otras narraciones, aunque no
falsas, no mías. Mi recuerdo de ella nace como una foto pegada a una pared,
como a un especifico escenario, más que a la recolección de varios
momentos. Nace, además con el silencio de una ausencia, la de mi abuelo. Él
fue mi primera ausencia, o bueno mejor dicho la que el hizo cambio. Cambio
el espacio, la dinámica y el sonido. El silencio se volvió inmenso. La casa
gigante y la parsimonia total. Mi casa, o bueno la casa de ellos es ahora un
escenario, con un telón de fondo que yo cambio a mi conveniencia. No por
querer borrar su historia real o por negarle a la casa su relato, sino por que
como dicen que no hay una sola verdad, pues así, yo construyo la mía.

Tenemos una adicción a la nostalgia y a lo que ya no está, a querer devolver el


pasado y aunque muchas veces me catalogaron como una nostálgica
empedernida, yo refuto: no, no lo soy. No lo soy y es por que yo no quiero
que vuelva a ser como antes, es una imposibilidad querer volver al pasado. Yo
en cambio soy una acumuladora, de palabras, de historias, de objetos, de
personas. La importancia del objeto inútil, lo que perdió su función.

Así me di cuenta que yo estaba enamorada del olvido, por una aventura que
estaba teniendo con la memoria. Era imposible recolectar todo, ser maquina
perfecta recolectora de recuerdos. Somos más ausencias. Y las mías que
fueron muchas y catalogadas por tres centrales de las 10 o más que podía
contar con los dedos. Guillermo, Ana e Inés. Guillermo, Ana e Inés. Eso es el
centro.

LA GENEALOGIA DE UNA CASA

Creo que yo me enamoré de la historia, y de las historias en todas sus formas. Las
reales, con fechas, detalles y hechos. También de esas de eventos surreales, de
viajes al centro de la tierra o de piratas y tesoros. Me enamoré de esas historias
ficcionales, de las princesas inventadas por mi tía o mi madre, a partir de una
muñeca de porcelana que se encontraba encerrada en un castillo del tamaño de
mi mano. Solo era alcanzar esa pieza del tocador de mi abuela y mi tía comenzaba
a relatar la historia de la princesa que me llevaba a lugares inimaginables, que
solo pueden existir en la imaginación de una niña. Siempre amé escuchar y leer
las historias que había por contar, las de mi familia, la de los cuentos y también las
que la historia relataba.

Me enamoré de mis abuelos, por que en ellos encontré más historias que nunca,
viví recordándolos, aún cuando mis recuerdos no eran suficientes para crear su
imagen. Empecé desde ellos y después por mi miedo a olvidarlos fue creciendo la
curiosidad por crear más imágenes de lo que me rodeaba, de su casa, de los
espacios, de su historia. Fui buscando más formas de entender una historia, a
partir de un espacio, un objeto, un pensamiento.

Ellos, Los de entonces.

Con ellos me refiero a mis abuelos, que fueron el comienzo de algo que todavía
está en proceso. Ellos fueron el inicio del recuerdo y el recuerdo que existe en su
mismo olvido. Su casa, que fue mía por muchos años, fue mi hogar, mi fuerte y mi
más grande espacio. Y es que los espacios existen porque uno los construye, uno
trata de definir y recordar, a partir de objetos, personas o simplemente a partir del
recuerdo ese lugar que alberga nuestra memoria. A veces solo tenemos que
recurrir a la fotografía, porque quizás solo se necesita eso, una foto, un objeto;
una imagen es la nos trae el conjunto de las demás. Lo construimos a partir de
historias apropiadas, inventadas o reales, sobretodo cuando se le quiere de una
manera tan entrañable.

Yo nací y crecí en esta casa. Una casa en la calle 53 con caracas, al frente de las
tiendas de mascotas y a una cuadra a la izquierda del Éxito. Habité un espacio
que estaba a punto de pausarse, que estaba a unos años de mutar, como siempre
lo hacen, los espacios entrañables. La casa de mis abuelos es un espacio que fue
construido a partir de varias historias, no podré decir generaciones, no por que no
sea cierto, sino por que mi relato nace de todas y de ninguna. Fueron varias las
personas que hacen esa casa el centro de mi historia, otras que la habitaron sin
estar en ella y que, sin saberlo, poco a poco se lleno de escenas casi teatrales, de
objetos que después se agotarían en ese imaginario colectivo. Yo fui la ultima
historia. Habité esa casa, nueva para mi. La habité como era.

Este proyecto nace de una serie de reflexiones acerca de una casa en la que crecí,
habité y olvidé. Trata de una historia compuesta de otras más, que terminan
siendo una forma de crear imágenes, de reconstruir un imaginario, algo que ya
solo existe en pequeños destellos orales, visuales o a veces objetuales.

Esto es crónica se podría decir, basado en hechos reales, con un poco de ficción,
pero llenos de lo que para mi fue la casa, un lugar de tradición y eventos
sobrenaturales. En este libro la cronología no es relevante, no me refiero a el
orden de los eventos, sino en la antigüedad de las historias, cada una compone la
historia de una familia, de un espacio. Este proyecto es la genealogía de una casa.

ELLOS, LOS DE ENTONCES

EL ABUELO
Guillermo.

Se parecía mucho a su padre dicen, David. Desde muy joven tuvo grandes
entradas en el cabello, y desde los 40 su cabello se tornó gris. Ya cuando lo
conocí, o bueno entré a su vida, era blanco, totalmente, como si nunca hubiera
albergado ningún otro color. Usaba gafas, muchas, creo que siempre fue
cambiando; al final fueron bifocales, de marco grande, verde oscuro. De niña mi
imagen de el siempre es en vestido completo, o si no, en su bata verde, leyendo
el periódico, haciendo muecas, mejor dicho, siendo él. El del café después del
almuerzo, el de la pipa que siempre permanecía en el armario susurrando años de
uso olvidados. Mi abuelo caminaba lento, no recuerdo muchas veces verlo
parado, aunque en la mayoría de las fotos nunca está sentado. Su recuerdo es la
compilación de varias imágenes que nacen de mi cabeza y también de las
imágenes creadas por mi memoria a través de recuerdos apropiados; recuerdos
que me los han impuesto las fotografías de álbumes, las palabras de mamá, los
relatos de mi abuela.

Era muy pulcro, eso sí. Recuerdo verlo lavándose las manos unas incontables
veces al día. Le gustaba el olor a limpio, las manos tersas por tantas veces
utilizados el jabón, el agua fría y el cepillo. Por mi abuelo recuerdo la cama, la silla
de la sala y recuerdo la mesa del comedor. La silla por que ahí me leía, o eso
dicen, es un recuerdo que ni yo misma recuerdo en este instante. Esa silla también
por que mi mamá con ganas de que encontrara mayor comodidad en una silla
reclinable ultimo modelo, desperdicio su plata en una que nunca pudo usarse, no
por que el ya no estuviera, sino por su terquedad de no querer cambiar lo ya
conocido. La use yo en cambio, siendo inmensamente grande para mi, pero
donde mis juegos no pudieron ser menos. La cama, de ultimas, por que fue su
lugar al final, y por que su imagen ya tan albergada en ese objeto un día
desapareció, dejando solo la cama sin tender y a mi sin comprender que no la
volvería a habitar.

Guillermo era medico, farmacéutico. Trabajaba en una farmacia y no se mucho de


su vida. Solo que siempre que lo reconozco en las fotografías olvidadas de
álbumes que ni siquiera me pertenecen siempre me dicen algo nuevo pero ajeno
a él. Adoraba a su madre. Ella vivió con la familia hasta que falleció. Nunca la dejó
sola. Me nombraron María por ella. Dicen que me parezco, aunque no veo el
parecido. A veces solo siento que es las ganas de permanecer en imagen, su
imagen en mí.

Él tenia 6 hermanos. Humberto, Cecilia, Leticia, Stella, Beatriz e Inés.

Creo que no quise conocerlo, más allá de mis recuerdos. Una vez traté y en la
investigación se quedaron unas cartas y un montón de memorias orales sin
resolver, no por falta de información sino todo lo contrario, ya no sabia como
habitar su imagen, con tanto archivo de él. Creo que en la falta de conocimiento
esta la idolatría a la imagen y eso fue lo que hice yo, adorar a un personaje no real
y que al querer conocerlo más, llego la verdadera construcción de su persona, una
que me da miedo haberlo conocido, por que crecimos distantes, yo con mi
abuelo inventado era feliz, inventándome conversaciones que tendríamos, hasta
los regaños que quizá me daría… mejor dicho viví con el fantasma de su ausencia
que rellene de mi fantasía.

.
Tu eres la sensación de tu barba en mis cachetes, por tus besos. Tu eres tus caras
borrosas por el recuerdo, Tú eres tú en los olores, por el café, por tus manos. Tu eres mi
recolección de esos recuerdos apropiados. 

Hablo de mi abuelo por que él se volvió mi primer archivo, mi primeras ganas de


recolectar memorias, de recolectar historias. Fue grato tratar de construir su imagen, de
no perderla, de luchar contra su olvido. Conocí a quien era mi abuelo, Guillermo, el
médico, el farmacéutico, el cachaco, el que fumaba pipa, el que viajaba mucho. Fui
formando una imagen de él que hoy en día sigue significando. Por qué es mía.
Cuando mi abuelo falleció, quise empezar a conocerlo. Sé que es una frase un poco
complicada de entender, pero así fue. Mientras más pasaba el tiempo, sentía que lo
perdía, que su ausencia, ya casi completa, hacia que también fuera ausencia en mi. Un
día, ya más grande, me di cuenta que lo recordaba de a fragmentos, unas partes existan
en mi y otras solo ya no tenían nada más que hacer en mis recuerdos, entonces se iban.
Me encontraba a mi misma, con fugaces recuerdos de momentos con él. Y así se quedo,
mi abuelo inventado, de fantasía, una imagen irreal.

De ti no tengo mas que voces que me cuentan que existes.


Es tan dificil hacer la imagen que pienso que estoy engañandome a mi misma con
fantasias.

ANA.
La abuela

De Ana, no sé mucho. Más que fue una persona muy trabajadora. Le toco la vida
dura. Tuvo que cuidar de su mamá y su hermana Sara, desde muy pequeña. Su
mamá quedo sumida en la cama por una reumatismo muy fuerte y a ella le tocó
pararse y valerse por sí misma. Tenia a su adoración, su tía. Se llamaba Cordelia.

Dicen que cuando murió Cordelia, fue como una muerte divina. Mi abuela cuenta
que ella ya en cama, sabiendo que era su momento le dijo que ese día iba a
morir, que se iba a ir con Dios. De repente, mi abuela relata que una luz entro al
cuarto, iluminando a su tía Cordelia y casi no dejando divisar ninguna imagen, una
luz tenue pero divina, que venía de arriba. Y la Tía Cordelia murió.

Ana era muy religiosa, siempre creyó mucho en sus imágenes, en pedirles por
todo y por nada, por agradecerle desde que se levantaba, arrodillada hasta que
se acostaba con esfuerzo en su cama, muy baja para sus rodillas un poco
adoloridas por el pequeño trajín de sus días.

Trabajó de enfermera con varios doctores que la adoraron y ella a ellos. Amaba
cuidar a las personas y creo que a eso se dedico toda su vida, de todas las
maneras posibles, esa fue su misión. Se preocupaba por sus hijas, por su esposo
hasta que no lo tuvo, por las personas que conocía, su amor era algo fuerte, una
de esas cosas que te impulsan a vivir. Era una mujer pequeña que de a pocos iba
perdiendo más centímetros de estatura y ganaba una o dos arrugas más en sus
facciones. Caminaba lento, pero tenia una fuerza impresionante para su edad.
A Ana le encantaba cantar, cuando estaba de buen humor cantaba. Cantaba todo
y la casa se inundaba de su voz, de un susurro escondido en algún cuarto que era
difícil de omitir. Cantaba a veces sola y con el tiempo ya no le importaba si tenia o
no tenia compañía. Ella solo cantaba.

Recordar es vivir y regresando hacia el pasado


Entre sombras y luz, atrás todo ha quedado
Una historia de amor que fue mentira
Una gran ilusión que alegró nuestras vidas
En brumas del ayer se han quedado perdidas.

Y entonces empezaba a contar historias de su vida, que recordaba y nos contaba


como si hubieran pasado ese mismo día, con la misma energía y con la misma
emoción. Lo hacia cosiendo, lo hacia al comer o al solo estar sentada. Sus
historias invadieron la casa siempre por la noche, cuando estábamos todos,
sentados a la mesa. Poco a poco las historias fueron cambiando en detalles, luego
en el orden y por ultimo fue el contenido. Se le olvidaba que ya las había contado
y odiaba que la corrigieran, así que en un acto de cariño, dejamos que siguiera
contando sus historias, por que así ella estaba viviendo, mas alegre, más llena de
ella.

Amaba los animales. Era de la Asociación Protectora de Animales de Bogotá.

Sé que mi abuelo amaba su comida y no comía de nadie más. Ana se iba a visitar
a su tía Cordelia, o a ayudar a su hermana Sara antes y después cuando se casó
con mi abuelo. Dejaba todo preparado para que mi abuelo, a las 2 en punto, al
llegar él del trabajo comiera su almuerzo. La señora que los ayudaba le servía la
comida a mi abuelo. Pero dejó de hacerlo, porque cuando volvía a las 6 de la
tarde encontraba la comida sin servir y a mi abuelo sentado leyendo el periódico.
Cuando le preguntaba por que no había comido, él le decía que quería esperarla,
que ella sabia que él no comería a menos que ella le sirviera, que no le gustaba
que nadie más le sirviera. Mi abuela se enfurecía. Pero nada sirvió, no importó
qué, ni quien, mi abuelo nunca quería recibir otra comida que no fuera preparada
y servida por Ana.

Ana y Guillermo se conocieron en una clínica, sinceramente, no se cómo. Después


de un tiempo se casaron. Tuvieron 2 hijas. Consuelo y Diedre. Cecilia era solo hija
de mi abuela. Efraín era el padre.

Ana cuido a todos mis primos. Cuido hasta a los que ya no están. A los que se
fueron antes que ella, también a los que migraron. Cuido A Ivonne, A Arturo, Erika
y a Julio Cesar. Cuido a Cristian, el hijo de Ivonne. A todos los hijos de Cecilia.
Adoraba a Julio Cesar, siempre me hablo de él, se notaba el cariño. Nunca lo
conocí, murió cuando mi mamá tenia 18, se cayo de una ventana mal puesta.
Tenía la misma edad que mi madre.

Fuimos a verlo dos veces. Cementerio central. Solo las cenizas. No le pudimos
poner flores, la urna estaba muy alta para alcanzarla.

.
Mi abuela tenía el pelo más lindo de todos. Todas lo heredamos, fuerte,
abundante y sólo a sus 85 años empezó a volverse gris del todo. En sus últimos
años no dejaba que se lo cortaran, aunque ya le llegaba debajo de la cintura.
Siempre se peinaba igual. Muy por la mañana se cepillaba muy bien el cabello, se
lo recogía en una cola baja y empezaba la labor de hacer una trenza
cuidadosamente, sin que ningún pelo saltara al aire. Luego se amarraba esa cola
con un caucho hecho de medias veladas dañadas. Esos que se hacen para hacer
los rulos improvisados de mujeres con la vida de prisa. Después se envolvía esa
trenza en una cebollita ajustada por ganchitos, y se preparada a salir de la
habitación. Amaba su pelo, era como su más grande tesoro para rememoran la
juventud. Una vez mi tía se dispuso a córtaselo un poco y aprovechando que ya
no escuchaba bien, un día que ella le hacia la trenza; por que con el tiempo ya no
se la pudo hacer ella misma, por la osteoporosis, sus brazos no subían de cierto
punto, mi tía consuelo cogió unas tijeras con las que ella cosía, esas grandes de
tela y rápidamente le corto el pelo, le hizo la trenza, recogió la cebolla y se
dispuso discretamente a ir a la cocina y botar el final de la trenza subida sin
permiso. Mi abuela, no se dio cuenta hasta el otro día cuando, peinándose se dio
cuenta que estaba mas corto.

Ese día no paro de llorar.

.
Tenia dos maquinas de coser, que hoy siguen en la casa, con los mismos retazos
dejados desde que ella ya no está. Nunca la vi coser, o si lo hice no la recuerdo.
Yo fui su ultima nieta, habité su casa como último individuo antes de que se
cerrara ese espacio. Era brava, nunca jugó conmigo. Cuando Guillermo murió
quedamos ella y yo en una casa que poco a poco entraba en un silencio, cada vez
más profundo. Yo cree las barreras y ella los silencios. Construimos nuestros
fuertes sin querer que la otra entrara. Yo pensando que no me comprendía y ella
pensando que yo no quería comprenderla. Pensé que no teníamos buena
relación, yo en la habitación y ella en la sala cosiendo y en sus últimos años,
dibujando. Dibujó de todo y en todo. Hasta en mis cuadernos de matemáticas,
libros prestados del colegio y mis propias tareas. Dibujaba como una niña que
descubría el color, dibujaba pájaros, bodegones y perros que no parecían perros.
Se pasaba la tarde entera dibujando. Cuando cumplió 86 le regalaron colores y a
mi un libro de Julio Verne “la vuelta al mundo en 80 días”. La acusé días después
de robarme el libro, porque no lo encontraba y ella olvidaba donde ponía las
cosas. Me dijo que no lo tenia, yo nunca le creí.

En esa casa ya sin ella, están las maquinas con sus telas, sus cajones llenos de
todo menos hilos y sus dibujos. Dibujó tanto que al final hay paredes enteras de
ellos. Pensé que no teníamos buena relación y cuando ya no estaba me costo
volver a la casa. Un día fui a buscar unas telas dentro de los cajones de las
maquinas y encontré el libro de Julio Verne y al abrirlo todas sus paginas
dibujadas.

.
Casi me nombran Ana por ella. Por que se volvió después de todo, o bueno
siempre lo fue, la señora de la casa, esa casa que cada vez más le faltaban
personas, pero no recuerdos. De ella me llevo las telas, los dibujos y la ventana.
Esa ventana de la habitación que solía ser de mi abuelo y de ella y en donde
siempre se encontraba ella mirando pasar a la gente y yo cuando llegaba del
colegio, la encontraba esperándome, para saludarme con la mano y yo le devolvía
con una sonrisa. Así ella sabia que había llegado y me abría la puerta. Hace
mucho tiempo no voy de nuevo a esa casa, donde ahora vive mi tía y donde todo
parece haber quedado congelado en el tiempo. El mismo día que fui a buscar las
telas, al entrar miré hacia arriba y no sé por qué un reflejo de mi cuerpo espero
encontrarla en la ventana.

.
Siempre me arrepentí de haberle negado el rosario.
Me pregunto:
-Mija, reza conmigo?
La miré y negué con la cabeza.
Ella insistió.
Yo no dije nada.
Ella empezó.
Yo prendí la tele.

.
Ella se arrodilla a los pies de la cama, aunque sus rodillas ya no son tan fuertes
para levantarse sin ayuda. Se arrodilla porque es lo único que conoce cuando hay
un apuro. Me pide que me arrodille con ella.
Yo sigo viendo la Tele.

Ella me mira, y yo siento su mirada, la verdad no sé por qué no me arrodillo.

Empieza a rezar y se escucha el susurro del rosario al unísono con una propaganda
de Huggies.

Ella sigue insistiendo cada vez que acaba un misterio doloroso, glorioso,
luminoso…

Yo sigo sin pararme de mi posición, casi inmutable.

Se para, me mira y sin decir una palabra se dirige lentamente a la puerta, con su
paso un poco cojo, en un ritmo total.

Al llegar a la puerta me dice


-Ya esta el almuerzo.

Que silencio.

Oigo los pasos de ella por el pasillo, alejándose.

No queda más.

La casa fue todo. Fue mañanas de navidades. Fue chocolate con tamal
de algunas noches y los almuerzos y vacaciones escolares. Fue vida y olores y
ruido. Mi abuelo murió a mis 10 y mi abuela 6 años después. Cuando él falleció
seguimos yendo todos los días a visitar a mi abuela, mi mamá le hacía la comida.
Yo llegaba del colegio no a mi casa sino a la de ellos. Ahí me cocinaba Blanca y
me servía la comida, mi abuela habitaba conmigo ahí, todos los días. Después ella
un día se cayó, fue una caída de esas que dicen que tienen recuperación, que es
algo fácil que pronto estará mejor, que no se preocupe que en navidad estará en
la casa de nuevo. Recuerdo que fue en la mañana y me despertaron los llantos de
mamá, fue un 28 de noviembre y yo estaba a las 6 de la mañana preparándome
para el colegio y de pronto suena el teléfono. Mi mama contesta y habla con mi
tía. Solo escucho un lado de la línea:

- ¿Cómo se cayó?
-Se puede mover?
-Ya voy para allá…
- ¿en donde están?

Yo me fui para el colegio y mi abuela al hospital.

Pasaba todos los días culpándome de no haber disfrutado más de ella y estar
pensando siempre que nuestras peleas quedarían como ultimo recuerdo de ese
espacio que hace 10 días ella seguía estando.

Un día la tuvieron que llevar a la UCI por que le había dado una bronquitis, una
infección después de esa recuperación en la caída. La tenían en una habitación y
yo fui a verla. Solo se podía entrar de a una persona y era mi turno, aunque yo no
quería por el miedo extremo de hacer real la tragedia.

Me acerqué y le sonreí y le dije que se iba curar, que no tenía de qué


preocuparse. Ella me apretó fuerte la mano y me dijo que me acercara más, yo lo
hice y ella me asintió con la cabeza como en otra seña de que todavía no me
había acercado lo suficiente. Ahí coloque mi frente contra la de ella y me susurro
en el oído -tengo miedo. Ese día la miré y cogí una tarjetita de San Antonio y del
divino Niño, que le habían puesto al lado del suero (les tenia devoción) y por
primera vez recé con ella. Rece con la mano de ella en la mía y la otra apretando
las estampitas. Recé con fe, por ella, por mi, por primera vez haberle aceptado el
rosario.

- Rece conmigo mija, a ver…EN el nombre del padre, del hijo y del espíritu
santo…
- (silencio)
- No la veo echarse la bendición. Rece conmigo que eso sirve en estos
momentos.
- Abuela, no creo que sirva ahora.
- ¿Cómo que no? ¿Cómo que no sirve, ah? La fe siempre sirve.
- NO digo que no sirva la fe, digo que no sirve ahora.
- ¿Por qué lo dice, mija? Siempre sirve, no hay mal momento para rezar. A
ver, en el nombre del…
- Ahora si abuela, por que tu no estás, ya no tengo el rosario y se me olvido
la oración.
- Eso no se olvida mijita… eso siempre está. Repita… Bendita sea tu pureza,
y eternamente lo sea, pues solo un Dios se recrea..
- En tan grandiosa belleza, a ti Celestial princesa, Virgen Sagrada MARIA Yo
te ofrezco en este día,
- Alma, vida y corazón.
- Miradme con compasión.
- No me dejes madre mía.
- Amen.
- Amen.
- (Silencio)

Hablar de Ana.

Yo hablo de ella, claro que sí.


Pero en silencio, casi en susurro,
Casi en una imperceptible conversación.

Si vuelvo a la casa la veo a ella sentada al frente mío.

INES
Mi tía

La Tía Inés, después de que murió Paúl de cáncer, se dedicó a cuidar a sus tres
hijos, vivía para ellos era muy pendiente del aseo, todo lo limpiaba mil veces y sus
pisos de madera uno se podía peinar en ellos. Cuando los niños tenían entre 12 y
18 años se fue a vivir a Alemania, y venía a Colombia cada 2 o 4 años para ver a
su familia, especialmente a su Mama a quien adoraba así como a sus hermanos
Humberto y Guillermo, durante el tiempo que vivió en Europa visitó muchos
países, con Jenny su hija consentida, cuando le empezó el Alzheimer, uno de los
hijos Jorge, la trajo para Colombia, porque ya estaba olvidando el alemán y
llegaría el momento en que no se podría comunicar, entonces la dejo en
Colombia en un hogar geriátrico, allí durante unos años se encargaba se sus cosas
la hija de Jorge, y posteriormente se encargo su sobrina Consuelo, durante el
último periodo de vida, Lo hizo Diedre su otra sobrina de aquí en adelante sabes
más tu.

No es que sepa más yo. Creo que soy la que menos sé. Mi tía Inés la conocí en el
olvido. La conocí sin que ella fuera capaz de reconocerme. Así es esa
enfermedad. Recuerdo que cuando tenía 6 años, quizás 7 (porque mi abuelo
murió a los 10 y mi tía migró a los 8) mi mama iba a visitar a su tía, la hermana de
mi abuelo todos los domingos. Era chistoso ir a esa casa, que olía a perfume de
señora bien vestida, de esas que se maquillan y usan perfumes fuertes, de esos
con los que te duele la nariz y no se te olvida el aroma. Mi tía Inés, (tía porque,
aunque era más abuela, jamás le dije distinto) era de esas señoras que su casa es
una reliquia. Esas casas que le recuerdan a uno la infancia, los encajes, sofás
estampados y la gelatina con uvas pasas. Sé que es muy específico decir eso,
pero mi recuerdo más feliz con ella empieza en esa casa.  
Todo en este lugar se me hacía tan extraño. Mi tía Inés coleccionaba figuritas de
porcelana, peluches y botellas pequeñas de tragos. También le gustaban los
perfumes y los collares. Tenía un tocador en su habitación impregnado con ese
aroma, que tanto recuerdo. Me regalo, uno de esos domingos, una botellita de
las pequeñas de ron, para que empezara mi propia colección. Nunca lo hice, pero
todavía tengo la botella. Mi tía era de esas mujeres que son independientes, que
se les nota la vida en la cara, que fueron solas, no porque así lo quisieron, sino
porque la vida lo dijo así. Amaba contar historias, no importaba si las repetía, las
contaba tan bien. Era placentero escucharla hablar.  Cuando se fue a Alemania, la
extrañe mucho. Uno es pequeño, no entiende muchas cosas; la infancia es linda
para tapar las verdades de la vida. Ella se fue y yo crecí y mientras yo
coleccionaba recuerdos, ella los perdía diariamente.

 Volvió años después a Colombia, porque un día en Berlín salió a comprar unas
verduras y no volvió en dos días. Nunca recordó el camino a casa. Sus hijos la
mandaron a un ancianato. Dos meses antes de que volviera murió mi abuelo. Y
cuando llegó a Bogotá, mi mama, mi tía y yo teníamos que pasar la horrible tarea
de recordarle la muerte de su hermano cada ocho días. 

Cuando ella volvió, en su memoria, yo me había quedado de 6 años, no me


reconocía, nunca me reconoció. Pero no me importo, yo solo decidí inventarle a
mi tía Inés otra niña que la amaba igual de esa de la que tanto hablaba. Y
funciono, nos volvimos amigas, de esas que juegan a las muñecas, que se cuentan
historias, se prestan cosas, unas amigas así. 

Hasta que un día, un día cualquiera ella se olvidó de mi nombre, se olvidó de mí.
Ya no me reconocía, no me volvió a reconocer. Pensaba que estaba en Alemania,
empezaba a decir que quería irse a Colombia. Un día la encontramos haciendo las
maletas en el ancianato, asegurando que ella viajaba al otro día a Colombia.
Nadie la pudo convencer de lo contrario. Su memoria fue desapareciendo cada
vez más, olvido sus idiomas, sus frases naturalmente, todo de sí. Hoy en día,
mientras guardo sus cosas para no verlas más, encuentro la botellita y una figura
de porcelana rota. Ya no está, hace tiempos no estaba, pero a veces pienso que
faltaron palabras.

Por eso digo que ella es un capitulo aparte. No pertenece al centro, ni a los
fantasmas recorriendo el espacio. Ella pertenece a unas ganas incesables por
querer entender la importacia del recuerdo, casi siempre haber estado en carrera
contra el tiempo para que me dejara sacarle uno o dos mas. Para poder haber
sido capaz de obtener su memoria antes de que el olvido se la llevara toda. Ines
es mi vínculo con las dos cosas que he estado buscando tanto. Es mi vinculo con
mi abuelo, fue único que me quedo…ya que cuando fallecio ella quedo a mi lado,
un poco lejos por haberse ido, pero era lo más cercano a el. Era muy unidos, se
querian mucho y ademas de todo el aprecido era impresionante. Era como el
ultimo destello que habia de la vida de el. Alguien que habría conocido hasta en
la infancia, que tendria los mas profundos recuerdos, que quizas si no fuera por mi
curiosidad quedarian enterrados en su memoria y desaparecerian al igual que ella.
Lamentablemente el alzeiheimer me gano la carrera.

Fue muy tarde cuando quise tener cualquier información sobre el, sobre su vida,
que le gustaba, como era, como existía en el Bogotá por mi inventado para poder
situarlo en mis imágenes mentales cada vez que queria o me contaban una
historia pasada de boca en boca.

Ella habitó esa casa siendo compañía casi inexistente e inconsciente en un


espacio que antes ella reconocia perfectamente. Ahora sé, que también fue mi
vinculo con esa casa, con las preguntas surgidas, por el silencio que causaba su
falta de recuerdos. Empece a verla, como dije antes, desaparecer, me vi
desaparecer a mi, a sus hijos, a sus hermanos y hasta su propia identidad, convivi
con ella en el silencio más grande, en los monologos más inmensos que hablaban
en intento de ser ambas.

Vivi en un cuento donde ella era mi principal personaje y yo su fiel lectora. La leia
en imágenes, todo el tiempo, en gestos todavia existentes en ella. En lo ultimo
que se lleva la memoria, la esencia de si.

Vivia al final en un ancianato y muchas veces no la lelvabamos los fines de semana


para que pdera estar en la casa y antes fe que se fuera Ana, para que se hicieran
mutua compañía. La casa tiene un sofa al lado del pasillo que conecta a las
habitaciones y ellas dos se sentaban ahí de vez en cuando, cuando todavia Ines
tenia palabras y ana existia. Yo pasaba muchas veces de la cocina las habitaciones
por ese sofa y me daba cuenta que habia una conversación que se repetia cada
ve que me veian.

-Tan gran que está la niña, no?

-si, si

Asentia con la cabeza, aunque no creo mucho que supiera a que niña se referia o
que conversación ella respondia.

-y tan juiciosa que es

-si, naturalmente, naturalmente

-como pasa el tiempo inesita, no?

-si, si…

Mi tia ya estaba sin palabras, pero mi abuela también tenia un poco de


desmemoria, por que ya se sabe, el tiempo, la vida. La conversación se repetia
cada vez que me veian y escuchaba el eco de ellas, mientras me alejaba a las
habitaciones. Tan grade que esta la niña, no? Si, si ….

Si tienes un hondo penar, piensa en mí


Si tienes ganas de llorar, piensa en mí

Hola tia, como estas? Me recuerdas?

Ya ves que venero tu imagen divina


Tu párvula boca que siendo tan niña…..

Te beso y sonries. No se en que piensas.

Piensa en mí, cuando sufras


Cuando llores, también piensa en mí

Pareciera que hablaras. Pero no hay palabras, sino mucho silencio.

Cuando quieras quitarme la vida


No la quiero para nada
Para nada me sirve sin ti…

Te miro mientras te canto, y tus ojos no parecen vacios, como siempre, parecen
otra vez llenos de ti. Pareces reconocerme…aunque no…

Piensa en mí, cuando sufras


Cuando llores, también piensa en mí

Te estoy perdiendo, por que se va la sonrisa y la cancion se acaba.

Cuando quieras quitarme la vida


No la quiero para nada
Para nada me sirve sin ti

Para nada me sirve sin ti.

.
Imagínense desaparecer ante tus propios ojos, saber que estas dejando de ser tú
y que tus más preciados recuerdos, lo que te compone, ya no te pertenece, que
aunque trates arduamente de no soltarlos ellos solo se van, sin que tu puedas
hacer algo. Ella lo sabia, estoy segura, pero por su propia vanidad no quería
aceptar lo que estaba sucediendo; se hacia la fuerte, la que no iba a dejar que eso
la venciera.

Pero eso no le correspondía y dolía más. Es un miedo al olvido que todos


tenemos, pero sinceramente, creo que no se puede ir contra ello. Muchos
desaparecemos o desapareceremos sin darnos cuenta…sin que nos enteremos a
veces o un poco a resignarnos de lo que será.

Mi tía es eso, las ganas de no dejar al olvido ser parte de uno. Queremos volver,
no queremos ser parte del eso. Cómo evitamos ese olvido? No creo que
podamos a veces, solo así, sin poder evitarlo lo haremos. Estamos también
destinados a eso, solo queremos que sea más lento, que no nos demos cuenta,
que ya sea tarde para ponernos de nostálgicos, que ya sea tarde.

.
Inventemos un lenguaje, ya que tu has olvidado el tuyo. Cogeré esfero y papel y
empezaré a escucharte. Con cuidado te iré escuchando, nos haré un diccionario
para que podamos comprendernos, lo hablaré contigo, solamente contigo.

Tranquila, sé que no recuerdas las palabras, ya no te angusties. Solo ayúdame a


crear un nuevo lenguaje, prometo escucharte atenta, escuchar tus sonidos, tus
acciones y tus señales. Miraré que señalas y la palabra que formas, le daremos
sonido, estudiaremos de fonética y trataremos de hacer una pequeña
enciclopedia de nosotras. Vámonos por los neologismos. Yo sé que es difícil,
tranquila, no te preocupes, que lo haremos con calma, pero solamente, por favor
todavía no te vayas, no dejes de darme las palabras, no importa que te digan que
no son palabras, que no significan nada, no les pongas cuidado. Se que a veces
no sabes que pasa, sé que me cuentas historias, solo que no te entiendo.

Haré entre nosotras un lenguaje tan maravilloso, que de todos los idiomas nos
miraran envidiosos, nos preguntaran cómo hicimos y yo recelosa, haré las
traducciones de nuestro idioma, pero te miraré de reojo y sonreiremos
discretamente alegrándonos de nuestro secreto.

Sostengamos una conversación. Una de esas eternas donde tu me cuentas y yo


escucho, donde tu y yo existimos solas, sin nada más. Esas conversaciones que
uno recuerda, que no importa lo que pase se sostiene en la memoria, como una
imagen estática a la que uno puede recurrir sacándola con cuidado, aunque no se
desgaste, con cuidado. Hagámosla, si? Sin mucho afán, sin mucho cuidado, solo
algo que nace. Hagamos de nosotras una conversación constante, un dialogo
amable, sólo eso; donde seamos un lenguaje que tu y yo comprendamos.

Y lo logramos, la sostuvimos, en miradas, en tacto, hicimos un mundo de


nosotras.

Que hicimos primero, pensar o hablar


De donde sale el lenguaje
Como sale
Que es primero, como empezó
Que es la torre de babel
La memoria que nos ataca primero es la memoria
Es cierto, solamente la ataca, nos quita las palabras, desarticula nuestro
pensamiento
No hacemos las conexiones, solo dejan de funcionar, nos cuesta

Querer volver
Volver a la infancia
Quizás unos recuerdos a donde fueron felices
Por que el ser humano siente miedo
Sentimos ganas importantes de entender
De no dejarnos ir
Atados al pasado
Recuerdos y ataduras.

Documental

Mi abuela eta representada en las personas. Lo cultural, la tradición

GUILLERMO. EL principio LA foto mas no la historia.

INES. Los recuerdos perdidos en una memoria. El espejo

CECILIA. Las generaciones


Y LOS OTROS Los olvidados

LOS ESPACIOS

LA CASA
La casa de ellos, mi casa, ahora la casa de nadie.

Al comienzo habitarla se hacia una gran tarea. Cada vez que entraba en ella sentía
que era un espacio inabarcable, que vivía en una gran casa. Mi recuerdo me
traicionó al habitarla años después.

Cierro los ojos y la imagino inmóvil. Sin ningún ruido a su alrededor. Camino y
desde que paso la puerta puedo divisar la mitad de ella. A la derecha esta el
comedor y la sala, al frente la larga cocina y a mi izquierda el pequeño sofá, la
cama del perro y la biblioteca de él. Entro al comedor y en la esquina está la
maquina, esa maquina que ahora no suena y esta tapada de un montón de telas
que hace casi la presencia de su cuerpo debajo de estas, imperceptible. Me
acerco a la maquina y quiero esculcar los cajones, donde nunca había hilo sino
millones de tesoros que ella escondía con y sin intención para proclamarlos
después suyos, aunque su pertenencia primaria fuera mía o simplemente de la
casa.

Me doy cuenta que no puedo pasar a las otras partes, hay un montón de cosas
que no me dejan pasar, no se que pasa. Es como si el espacio fuera más
pequeño, lleno de grandes acumulaciones del tiempo. El tiempo ocupa espacio,
mas del que creemos, sólo que estamos sumergidos en él, no nos damos cuenta.
Era como si la casa no quisiera soltar nada, y todo lo retuviera en un limbo
constante, entre el pasado y el presente solamente no pudiera entrar.
El tiempo ocupa espacio.
No pasa desapercibido.

La miro y de frente la vuelvo a mirar, cada vez mas de frente.

LA CASA

La casa era grande.

Más que todo era fría, tan silenciosa que a veces, aunque hubiera gente uno se
sentía solo. Cuando abrías la puerta se encontraba la cocina

- ¿Por qué no quieres entrar?


- ¿Y sí va a haber café?
- El café no lo toman los niños.
- Pero siempre me da…
- Bueno… sí va a haber. Entonces, ¿entras?
- Sí
- Abre la puerta, hacia la izquierda.

La casa era una reliquia. Esas casas que le recuerdan a uno la infancia, los encajes,
sofás estampados y el color pastel en las paredes.

Ahora es borroso ir allá, olía a perfume de señora bien vestida, de esas que se
maquillan y usan perfumes fuertes, de esos con los que te duele la nariz y no se te
olvida el aroma.

Todo en este lugar era tan extraño. Había figuritas de porcelana, peluches y
botellas pequeñas de tragos, las coleccionaba.

Me regaló una botellita de las pequeñas de ron, para que empezara mi propia
colección. Nunca lo hice.

Ella se fue y yo crecí y mientras yo coleccionaba recuerdos, ella los perdía


diariamente.
Cuando ella volvió, ya no me reconocía. Pero no importó, yo sólo decidí
inventarle otra niña que sí recordara.

Y funcionó, nos volvimos amigas, de esas que juegan a las muñecas, que se
cuentan historias, se prestan cosas, unas amigas así.

Hasta que un día en esa casa, su memoria fue desapareciendo cada vez más,
olvidó sus idiomas, sus frases, naturalmente, todo de sí.

Ya no está, hace tiempos ella no estaba, pero a veces pienso que hubo problemas
en inventarla de nuevo.

Si la casa siguiera, buscaría otra botellita de ron. Ah… sí. Y un café.

Hay una ventana pequeña, la verdad es bien pequeña. Se asomaba por ella solo
para poder mirar a la gente que pasaba. Era como su gran pasatiempo, con la
casa sola, se sentaba y miraba y contaba, que colores había, que historias
ocurrían. A veces, solo esperaba. Me esperaba y al verme me saludaba.  

Había una pared enorme, blanca totalmente, con algún que otro rastro del
tiempo. Se ve la huella del marco que ya no está, por que al irse él, sus fotos
también se fueron. Ahora hay que pintarla de nuevo. 

Hay un pasillo corto, que a pesar de lo luminoso se sentía oscuro. Todavía hoy, se
iba caminando lento para no hacer ruido. Si se seguía por el y se volteaba a la
izquierda, se veía la pequeña ventana, donde al contrario de él, ella solo miraba el
horizonte.

LA COCINA

La cocina quedaba al frente, era estrecha y cuando uno abría la puerta, el primer
aroma que uno sentía era el del chocolate, el del café, siempre olía a alguno de
los dos.
Era larga, No ancha. Se podía caber perfectamente en ella peor no tantas
personas.

Mi tía Inés perdió la memoria, la perdió como algo que se te escapa de las manos
y no puedes hacer nada al respecto, no importa cuanto te aferres a ella no logras
retenerla. Ella fue un poco así, sin darse cuenta todo se le fue, los días, las
palabras, las personas, en fin, un poco todo de si. Aunque con el tiempo me di
cuenta que entre esos olvidos y ausencias de los espacios, ella alcanzaba a volver
a ser, ella. Como una pequeña luz, desde una sonrisa, un gesto, una palabra, un
recuerdo, un nombre, recobraba un poco de su identidad. Creo que a veces en
esos destellos de vida estaba todo.

Un día, después de navidad mi tía se quedo sola en la sala. Todos estábamos


haciendo diferentes cosas. A ella le encantaba limpiar y organizar la casa. Cuando
vivía sola, limpiaba su casa, ponía en orden los cojines, limpiaba insaciablemente
las boronas, las motas, quería todo impecable. Ese día, la vimos limpiando la
mesa del comedor, con delicadeza, todo lo ponía donde creía que iba, y la vimos
tan feliz que la dejamos seguir limpiando el espacio.

Por la noche, mi mama iba a hacer arepas con chocolate y cuando se fue a poner
el delantal, vio enterrada en la puntilla que lo sostenía, un buñuelo. Parece ser
que mi tía ordenaba, pero se le había olvidado completamente el lugar de las
cosas y que era un buñuelo. Creo que le pareció que se vería lindo decorando esa
puntilla.

Ellos los de entonces.


Ella, la casa.
Ellos, los de ahora.

A.

Diedre

Mi papa amaba su comida y no comía la de nadie más., solo cuando ya estuvo


muy viejo y ella no puedo cocinar empezó a aceptarla por mi lado. Ella se iba a
visitar a su tía Cordelia, o a ayudar a su hermana Sara, no importa si ya estaba
casada. Ana se encargaba de la casa, de la cocina, de nosotras, de la ropa por la
mañana de mi padre. De todo.
Dejaba todo preparado para que él, a las 2 en punto, al llegar del trabajo
comiera su almuerzo. La señora que los ayudaba le servía la comida a mi papá.
Pero dejo de hacerlo, por que cuando volvía a las 6 de la tarde encontraba la
comida sin servir y a mi padre sentado leyendo el periódico.

Cuando le preguntaba por que no había comido, él le decía que quería que la
señora la había metido la mano a la comida, que ya no tenia su sazón. Mi abuela
se enfurecía. Pero nada sirvió, no importó qué, ni de quien, mi abuelo nunca
quería recibir otra comida que no fuera preparada y servida por Ana. Ana siempre
cocinó, hasta cuando ya no pudo y hasta cuando ya no tuvo a quien cocinarle. No
hubo nada que lo convenciera a él.

Muchos años después cociné yo, ella me enseño a cortar la cebolla, a hacer el
guiso, hornear la carne, hacer el caldo, a preparar el arroz.

LA SALA

La sala no fue un espacio que me perteneció. Solo en navidades, algunos


cumpleaños y tardes familiares. La sala era espacio de reuniones.

COMEDOR

Espacio de reunión. De historias. De juegos de mesa, de nada. Ella al frente mío,


nunca se movió de ese puesto. Era una mesa rectangular donde los puestos
principales eran los dos de los lados paralelos.

LA CASA ROSADA.

Significa el pasado. Lo genealógico. De donde viene también muchas cosas.


La casa donde vivió mi mama, mi tía, mis abuelos y mi otra tía.
En la Candelaria
LA CASA Chiquita

La casa grande

El cuarto de los pájaros


En la casa estaba al final de la cocina, al pasar el patio, el cuarto de los pájaros. Mi
abuela fue ferviente enamorada de los animales y más de las aves, no se si por su
canto, por su tamaño, por su color.

Al comienzo me contaron que eran palomas las que vivían en ese cuarto,
rescatadas hasta que sanaran. Me imagino que sonaban, por las mañanas cucucu
y por las noches en todo el silencio cucucu.

Es un cuarto alargado, que era habitación de servicio, con un baño atrás.

Estuvo lleno de canarios de muchos colores, que mi abuela consentía y sacaba de


sus jaulas y les besaba su cabeza, escondida en sus manos que frágilmente lo
atrapaban.

Luego llego la cacatúa, un regalo de un cumpleaños, que cambio de nombre tres


veces, por que cada una se volaba al primer vestigio de libertad. Nunca nos
caímos bien, aunque era mía, siempre quiso a mi abuela más.

Ella dejo de estar en la casa, y los pájaros siguieron, pero poco a poco se
desaparecieron. Uno amarillo, uno naranja quedaron siendo pareja. Cuando uno
murió el otro también.

Quedo Sara, o Sofía, sola en una jaula grande. Las otras vacías, se fueron
botando. El cuarto de los pájaros ahora ya no tiene pájaros.
Tiene cajas, el pesebre, el árbol y papeles.
Cajas y cajas de papeles.

Y la cacatúa, Sara/Sofía o no recuerdo el otro que quizás es el correcto, ahora esta


en la sala, en la misma jaula, un poco mas irritable de lo usual.

LOS OBJETOS

El álbum.

Siempre se escondía de mi. A veces estaba en el armario en el estante


inalcanzable por mi poca estatura en esos tiempos, otras debajo de la cama y
unas pocas veces a la vista de todos, en las mesas de la sala. Cuando lo
encontraba solo quería estar buscando nuevas caras, entonces despegaba con
cuidado su pagina transparente, sacaba suavemente la fotografía y la volteaba
buscando nombres o fechas que me dieran un lugar para poder situar la imagen.
Nunca encontraba la tinta del esfero marcando la fecha detrás. Con el tiempo las
empecé a robar, a esconder debajo de cosas y el álbum empezó a estar vacío. No
me di cuenta que le robaba a la casa la poca historia. No me di cuenta.

Las fotos se perdieron, o se refundieron en los distintos lugares que las guardaba,
con las ganas que solo me pertenecieran a mi. Algunas están todavía en intervalos
de las paginas vacías de él, y otras creo que solo en mi memoria. A veces pienso
que yo misma desaparecí lo que trato de encontrar de nuevo, a veces se que es
así. Sin cuenta, en un error infantil.

LA CAMA

Siempre estaba tendida. El orden era una de sus mas grandes virtudes, digamos
que hasta obsesión. Se lavaba mas de 10 veces las manos, después de cualquier
actividad. Hasta en sus últimos días, donde no podía pararse de la cama pedía
una coca con agua tibia y jabón donde dispendiosamente, se las lavaba,
entrelazando los dedos, usando las uñas para limpiar las palmas, frotándolas
fuerte, hasta que no hubiera rastro ni de huellas.

Yo no encontraba su cama destendida, apenas se paraba la tendía y su cuarto


nunca estaba desarreglado. Todo tenía un perfecto orden, casi impecable, como
él. Siempre sentado en la sala, leyendo el periódico o tomando el café o viendo
televisión, pero igual sentado, pulcro. El olor de jabón era característico, como un
abrazo de él estaba impregnado de algo inodoro, neutro pero limpio. Una vez
encontré su cama destendida, solo una, fue la única.
LA MESA

Como dije, la mesa sí que era una distancia. Ella era una figura tan seria. No era la
abuela de las galletas, de los juegos y la consentidera absoluta. No. Ella era no
era ese tipo de abuela. Mi abuela era brava, de esas abuelas estrictas, que no regalan
galletas, ni cogen mejillas, ni abrazan muy fuerte, ni besan muy duro; mi abuela era seria y
distante. Recuerdo que en la casa de ellos, yo pasaba mucho tiempo de mis vacaciones, y
después del almuerzo, mi abuelo tomaba cafe. La mesa del comedor, era rectangular,
grande y en las dos cabeceras se hacían mi abuelo y mi abuela, por obvias razones de
conservación. Pero mi abuelo, cuando estaba yo, me cedía la cabecera, mientras mi
abuela, permanecía siempre al frente mio, distante, en su puesto. Desde entonces, y años
después de que murio mi abuelo, y que la casa está vacía, y que ya mi abuela no está, la
silla de ella siempre fue su lugar, y nunca me senté ahí. 

LA MAQUINA DE COSER

En la casa había dos maquinas de coser. Una en la esquina de la sala, atrás de la


mesa del comedor y otra al frente de la otra, un poco en diagonal. Una era usada
como una mesa donde ponían, desde que yo recuerdo, una gran canasta que
contenía todos los dulces imaginables. Mi tía, que vivía aquí también desde
pequeña me compraba un montón de golosinas que ponía en esa canasta para
que yo cogiera cuando quisiera.
Mi abuela, cada vez que yo tomaba un dulce de esa canasta, decía que era
negativo, que a ella nunca le había gustado el dulce, por que su hermana Sara
había muerto del azúcar, que era un problema grave.

Con el tiempo me fui dando cuenta que, mis dulces disminuían, por que con los
años a mi abuela se le fue el odio por el dulce y silenciosamente, mientras nadie
la veía cogía un dulce y lo metía dentro de las telas de la otra maquina de coser.
Nunca acepto que le gustaba el dulce.

LA PIPA

Me dicen que mi abuelo fumaba. Cuando yo llegue no había ni vestigios del


habito. Quizás por el simple hecho de que sus pulmones ya no daban y quiso
redimir los años que los había dañado, tratando de mantenerse al margen de lo
que ese mal habito había o podría causar. Fumaba pipa, una pipa que, hecha de
madera, con una franja dorada, tal y como la de Magritte, la tan conocida pipa
que no es pipa. La llevaba días enteros en su gabán y la prendía en las tardes de
un Bogotá lluvioso.

Siempre me causó curiosidad la pipa. Años después cuando la encontré me di


cuenta que no entendía como funcionaba y que a pesar del objeto su uso me
parecía sin importancia. Siempre la encontraba en los cajones del armario, o si la
cambiaban de lugar la terminaba encontrando en las repisas o tocadores de mi
tía, en la mesa de coser de mi abuela, era su objeto más encontrado que le
brindaba al azar esas ganas de seguir en delirios infinitos de una personalidad de
mi abuelo que nunca vi. Quise inventarme a un Guillermo que se basaba en las
calles empapadas de un Bogotá de los años 70, donde andaba con su maletín, su
gabán su sombrilla y pipa en el bolsillo. Todo un hombre de negocios, quizás.

Mi abuelo murió de cáncer de pulmón, al comienzo, que se fue expandiendo y al


final, creo que si, la pipa fue el objeto que marco eso que lo había o pudo causar.

LAS GAFAS

No se por qué, con que propósito o de donde nació esa bolsa de gafas que se
encontraba en la casa. Había muchas. Marcos delgados, gruesos, transparentes,
una ya tenía formula, otros ya no o solo tenían un lente. Era como el lugar donde
las gafas iban a parar cuando habían perdido todo su uso. Pero eran infinitas para
la cantidad de personas que habitaban ese espacio. Habían de mi mamá, de mi
abuela y otras muchas que quizás también pertenecieron a las personas, pero sin
ya ser útiles para ayudarles habían sido puestas en esa bolsa de gafas perdidas.
Me encantaba jugar con ellas, sacaba la bolsa del armario y empezaba a
desordenar, cosa que mi abuela odiaba, buscando cual ponerme y jugar a varios
personajes en el espejo. Desde una estudiante a una enfermera o una mujer de
negocios.

Un día llegaron unas, eran verdaderamente grandes. Me encantaban por que


tenían una formula que no me dejaba ver y jugar con ellas era siempre lo que más
me gustaba. Se volvió costumbre buscarlas y ponérmelas. Era un marco gigante.

Las gafas nunca as volví a ver, creo que siguen en la casa, por que esa bolsa,
como todo lo demás, nunca se movió de su puesto. Vine a descubrir varias de las
gafas en fotos del álbum, y las verdes, las encontré en una no tan antigua, eran de
Guillermo.

LAS
PORCELANAS

En la casa siempre había porcelanas. Desde pequeña las observaba. Ella las
adoraba, las coleccionaba. Las limpiaba, las cambiaba de posición, las volvía a
limpiar. Yo jugaba con ellas, cuando no me veía. Había una muñequita, con un
vestido azul y paraguas, siempre la adore en imagen, la quería para mi. Ella se fue,
se mudo y se llevo las porcelanas con ella.

La muñequita fue hasta Alemania. Yo no me fui con ella. Yo olvide la porcelana.

Me volví a encontrar con la muñeca años después en el ancianato donde ella se


encontraba. Solo estaba ella, con unos cisnes y unas pocas mas figuritas que
habían sobrevivido a los corridos viajes de los años. Pensé que si dejaba la
muñequita iba a ayudarla a ella a recordar como era su espacio. Empecé a
ayudarle a poner organizadas las pobres figuritas en estantes dentro del cuatro,
pero a ella ya no le interesaba.

Un día llegue y la muñeca estaba en el piso, se le había roto la sombrilla y ella,


Inés, estaba barriendo los pedazos.

LAS
CARTAS
No se quien será Maluquita. Nadie sabe decirme. Me imagino que fue una amiga
de él con la cual existía una gran amistad. Quizás en un tiempo, hasta se quería un
romance, no se sabe.

Viajaba mucho. MI abuelo. No se por que, me han dicho que lo necesitaba por su
trabajo, por que trabajaba en una farmacéutica e iba vendiendo los productos por
diferentes partes de Colombia.

Maluquita existió en sus viajes. Nunca en sus historias. No se quien era ella, solo
sé que encontré estas cartas, eran tres de diferentes fechas pero de años casi
seguidos. No daban mucha información, solo debajan a la imaginación lo que
parecio ser un gran recuerdo compartido de estos dos personajes de tiempo
atrás.

La
SILLA

Había una silla, debió ser rosada en sus primeros tiempos pero que ahora solo
tenia vestigios de ese color, en donde me sentaba a verlas cocinar y hablar. Su
lugar era en la cocina, nunca se movió de ahí. Más adelante yo miraba desde la
puerta y mi abuela, ya sin poder mantenerse mucho tiempo al lado de la estufa,
se sentaba en esa silla, que siempre tuvo muchos usos.

Los perros siempre fueron malcriados, ninguno comía por si solo, se


acostumbraron a ser mimados y a recibir en la mano. Todos nos dictábamos a la
tarea de darles, con plato en el regazo, manotadas de comida a cada uno de los
perros que pasaron por esa casa. La silla rosada fue el lugar de mi abuelo para
darle comida a Dicky, a Roy y después más adelante mi abuela la seguiría usando
para Toby.

Ayer encontré la silla que ya solo tenia como tres pedazos del esmalte rosa de sus
primeros tiempos. Estaba en la mitad de la sala. La recordaba mucho más grande
y un poco más alta. Me senté en ella y no cabía completamente. Traté de usarla
como escalera, pero después recordé su pata coja por la cual mi abuelo se cayó al
piso lastimándose la cadera muchos años atrás. Traté de ponerla de nuevo en la
cocina, pero tampoco cabía, ya no había espacio. Por ultimo la volví a dejar en la
sala, creo que no le pude encontrar lugar.

Mira, mira
No puede ser tan malo.
Si miras veras que no es tan malo.

Vamos, abre los ojos.


Ya quítate las manos de la cara….Eso, así!
¿Muy bien, ves que no es tan grave como lo imaginabas?
Tienes que creerme cuando te digo que no va a ser malo. No siempre lo
desconocido tiene que ser malo. No vayas a la experiencia.

Como se hace la genealogía de una casa


Escenas
Las cosas los objetos
Teatralidad

Me encantan las escenas, escribir por ejemplo lo que me voy imaginando.


Escribir entonces, que mis manos escriben y vn pasando rápidamente po cada
una de las letras del teclado y a veces no me da tiempo para pensar como en las
letras y en cada una de ellas, sino en las palabras que quiero formar. Y borro y
repito la acción arduamente por varios ratos, sin darme cuenta que ha pasado ya
una pagina y sigo escribiendo.

¿Por que se creó el lenguaje?


Por unas ganas de tocar el cielo,
Por tocar la nube, mirar que escondía su azul celeste,
¿Por que no nos entendemos?

.
Mi tía vivía en esa casa, casi ni la tocaba, no parecía habitada por ella. Era más
bien un fantasma que rondaba en ese espacio antes tan concurrido por tantos
personajes de estas fabulas acá relatadas. No quiso tocar nada, vivía caminando
por espacios sin querer transformarlos, casi respetando de su propia manera esa
memoria quizás, por no dejar ir del todo el recuerdo.

Un día quiso limpiar la casa y arreglarla de nuevo, para tener visita, para sentirse
de nuevo en ella. Y empezó. Saco las cajas arreglo los cajones, boto muchas cosas
y cuando ya estaba terminando

Me llamo y me dijo:

- Ya la casa está limpia, ya he botado todo.


- ¿Cómo así que botaste todo? -Le conteste yo.
- Pues si, bote todo lo que no servía, lo que estorbaba.
Bote las sillas viejas, las cartas de Álvaro y todos esos recuerdos de mi pasado, las
fotos donde no salía linda, las muy viejas, y los álbumes, ya esta todo como
nuevo. - Dijo ella.
-¿Para que botaste todo eso?, el pasado hay que recordarlo, y son tu historia. A
eso no me refería, cuando te dije que arreglaras. - Le dije al otro lado de la línea,
casi sin comprender como a Eso si llamaba limpiar la casa.
- El pasado ya es pasado, mi amor. Ya no existe y por ende ya no importa. Esa
persona ya no soy yo y esas cartas ya no me componen. Ya no queda nada de mi
pasado, no existe, la que existe ahorita solo soy yo.

Me quede pensando. El día que yo quiera componerla de nuevo, desde antes,


desde sus fotos y sus cartas y sus logros. ¿A donde voy a ir a buscar si ella misma
quiso acabar con su archivo?
Y así fue su limpieza, aunque dejo todo lo mío, lo de mi abuelo y lo de mi abuela,
las sillas viejas las volvió a entrar a la casa, solo que esta vez si se convirtió en un
fantasma, uno que siempre habitara en mi memoria.

Que construye una casa

Me di cuenta con el tiempo que yo vivía en una casa que no la componían sus
paredes,

Que tampoco fueron después las personas, por que ya saben, el tiempo, la vida,
la muerte,

Fueron los objetos que crearon imágenes claras de casa, de las personas, de lo
que era el espacio.

Yo me apropié de los objetos, hice las historias de una casa contada por todos
construida entre fragmentos orales y relatos ficcionales que tenían toda la realidad
que se necesitaba.

La casa no es la casa sin los objetos, por que a fin de cuenta a veces un objeto
compone todas las imágenes.

O la ausencia de uno es miles de historias no contadas.

Mencionar los objetos


Descriptivo

¿Acudir a la imagen?
Foto?
Vas a hacer
TU TIA
Particular. Como hablar del recuerdo cuando una persona tiene Alzheimer.
Como recuperar un recuerdo, teniendo esta enfermedad
Como llevarlo a una imagen o una imagen.

¿Como se recupera un recuerdo?

Algunos los guardan, tan bien que después no saben como encontrarlos. Los
envuelven como si fueran una pieza de cristal delicado, que se tiene miedo de
que se rompa. Otros los dejan en su memoria, libres, corriendo para que salten en
cada intento de rememorar un momento. Pero a veces cuando los perdemos,
tendemos a esforzarnos en encontrarlos de nuevo. Los buscamos dentro de
nuestros otros recuerdos bien envueltos, o de los que van corriendo libres. A
veces atrapamos a los que se nos escapan, los cogemos y después no queremos
soltarlos. Los agarramos fuerte, con miedo a que se nos vayan de nuevo.

Por que ya saben que el tiempo se lleva los malos, esos que nos causan las
melancolías o noches de insomnio. Pero esos buenos que no queremos soltar a
veces se pierden y los olvidamos, sin saber que antes eran tan importantes.
Aparecen como ráfagas a veces, otras se pierden y no se sabe cuando volverán.
¿Cómo se recuperan? Ese es el secreto, hay veces que se recuperan fácil, por un
objeto, una persona o otra cosa que haya pasado que nos deja de nuevo con ese
desaparecido. Hay otras que simplemente no vuelven, no se recuperan, por que
los hemos dejado solos en la intemperie de nuestros demás pensamientos.

¿COMO SE HABLA DESDE EL OLVIDO?, sin la memoria

La vieja Inés, la de las naguas al revés.


LA de vamos de paseo en un carro feo, pero no me importa, por que como torta.

¿Me recuerdas?

¿Cómo me llamo?
-No puedo hablar, o bueno si puedo, pero nadie me entiende, las palabras que
me salen no son coherentes con lo que quiero decir. Cómo pido ayuda. Ah, ahí
viene otra vez. ¿quién será ella? Siempre viene.

-Hola mamá.

-mmmelna
y nada, no sale nada. ¿Por qué no puedo hablar? ¿quién es ella? Nunca la había
visto. ¿Por que me llama así?

-Ayer te gusto la sopa? Sonríes. Veo que si. Te traje más hoy.

No puedo hablar. Se parece mucho a la niña del cuadro.

Iba cabalgando con rapidez, sentía las pisadas del caballo, constantes. Le decía
-“más rápido, ¡más rápido! ¡Nos van a alcanzar!” El caballo se apuraba y ella
seguía mirando hacia adelante, con la fiel seguridad que iba a llegar a tiempo. De
pronto se detiene. Ella voltea la cabeza, mira a su abuelo y le dice ¿Por qué
paraste? Ya casi llegábamos. El abuelo sonríe, acomodándola mejor en sus
piernas, ya cansadas de galopar.

La casa se volvió pequeña.


Casi ya no cabía nada.
Y no es que hubiéramos comprado cosas, que hubiéramos sido mas gente, sino
que por casi arte de magia se empezó a volver pequeña. Tanto que me tocaba
andar de cuclillas, con miedo a pegarme en la cabeza, con miedo de botar algo,
un cristal o un plato que sonara fuerte.

Andaba ya arrastrada buscando llamar a los otros en susurros, ya que era


pequeña, pero seguía siendo larga, decía sus nombres casi con un miedo a ser
oída, a ser encontrada.

La casa se volvió pequeña,


Ya no cabía nada.
Ya desesperada, empecé a empujar cosas, a romper las paredes, a dejar de
caminar en cuclillas, a poder pararme recta.
Rompí el techo primero.
Respiré aire fresco.

La casa es muy pequeña.


Tanto que mi cuerpo empezó a tocar las paredes.
Se rompieron cuando quise estirarme, cuando quería moverme de nuevo.
Logre salir por un hueco de la cocina, rompiendo más la grieta.
La vi encogerse de nuevo.

La casa era muy muy pequeña.


Rota y todo logré ponerla en mi bolsillo.
Ahora llevo la casa o lo que queda.

Un día me desperté en medio de la noche, creyendo que estaba en la casa.


Recorde que lo que ahora quedan son ruinas.

Juguemos un juego.
Tu dices pelota yo digo lanza
Tu dices café y yo digo abuelo
Tu dices tiempo y yo digo escaso
Tu dices hola y yo digo chao
Tu dices quédate y yo digo no
Tu dices cobijas y yo digo cama
Tu dices ausencia y yo digo muero.

La ves que nos tomaron esa foto fue

El tiempo ocupa espacio.

El tiempo ocupo el espacio


No fueron las personas
Solo e tiempo se encargo de llenar los vacios
Los que se querían llenar y los que también no querían ser llenados.

Me quería despedir bien de ella.


La casa contiene al cuerpo y el cuerpo se expande

La casa se expande
La casa
Espacio

La casa es el personaje?
Quienes son?
Objetos.
Que es el centro de la casa
Constituyen la vida de la casa, estaba formada por gestos
Historias, de todos y de nadie.
-La casa esta viva
-Cuando llega el silencio
La casa se invade de silencio y los objetos después hablan de esos personajes y
los objetos empiezan a tener que contar
.Voy a hablar la casa después de la muerte? O hablare de los personajes que
anteceden a el silencio y a los objeto …

Parte 1

Voy a hablar de mi casa de mi infancia

Voy a de la casa

¿Qué es ¿ ¿Cómo se define la genealogía de la casa?

OBJETO DE ESTUDIO

QUE ES?

LA CASA MIS ABUELOS MIS OTROS

MEMORIA LOS BJETOS

ESPEACIO

ARCHIVO

Esto nace de conversaciones de cama. De miles de noches y llamadas colectivas


entre mi gran centro, entre personas que luchábamos en contra de las ausencias,
en un intento inmenso de hacer la casa, ese espacio ya escondido entre
fragmentos olvidados de nuestras memorias como esos objetos escondidos
debajo de los muebles, que uno en una alegría infantil encuentra después de
mucho tiempo sin verlo y con inmenso entusiasmo lo coge como cuando se
encuentra algo que ya se creía perdido.

Bogotá

LOS OTROS

CECILIA
Una Tía

Nunca tuvo buena relación con mi abuelo. No se a que edad entraron a la vida
del otro. No se tampoco como fue la vida de ella. Se que un día por teléfono
escuche una voz desconocida que peleaba con mi mamá por que al momento de
pasarle el teléfono yo sólo le había dicho por su nombre, pero no por su titulo en
mi vida. Mi tía. Vivía, desde que yo nací, en EEUU. Se fue a buscar un mejor
futuro.

HUMBERTO

El Tío Humberto era el mayor, el más atractivo de la familia, trabajo en la caja de


previsión, en la Tesorería, era una persona muy agradable, un gran conversador,
era el centro de atención en las reuniones, fumaba cigarros cubanos y después
por sus problemas coronarias se paso a la pipa. Siempre estaba haciendo bromas
y en las reuniones lo veías con su vaso de Whisky toda la noche y su cigarro.

Dos hijos Humberto y ya no recuerdo el nombre (ahora lo recordaré). era una


persona muy social, se enfermo del corazón y del pulmón, sin embargo, duro
mucho tiempo haciendo su vida socio. Mama en el tiempo que estuvo en la
clínica le preparaba el almuerzo y se lo llevaba, siempre en su afán de servir a los
demás, así lo hizo hasta el día en que Humberto murió, la esposa de Humberto se
llamaba Elvira, una Sra. Muy elegante y de sociedad

¿Y LETICIA?
Consuelo:
la última hija de mi abuelita María y la mas consentida, se caso muy joven con
Efraín y tuvo tres hijos Lorna, Pilar y Hernán. La relación con Efraín no fue muy
buena y se separaron y un día cualquiera dijo me voy para los EU allí tengo más
futuro y sin ninguna planeación cogió sus tres hijos y llegó a NY allí trabajo mucho
y pudo educar a sus tres hijos, fue muy trabajadora y. omo toda la familia muy
pulcra, vivía muy preocupada de su bienestar, siempre tomaba vitaminas y
suplementos y estaba muy pendiente de cuidar su rostro con cremas, para verse
muy bien. Sin embargo a los 65 años empezó a olvidar en que lugar del parking
dejaba el carro, si ya había comido o no y le diagnosticaron alzheimer, vivía sola y
a veces me llamaba y me decía que no sabia si Lorna ya la había llamado o no y
que no podía dormir, que se sentía mal, que escuchaba voces, Leticia venia a
Colombia cada cinco años para ver la Tía Inés pues se querían mucho y l
Ya cuando mi Tia vivía en Alemania venia a ver mi Papá en, siempre me decía que
no hiciera tanto oficio y que saliera a divertirme, ños queríamos mucho. Cuando la
enfermedad avanzo Lorna la llevo a un hogar sondeos cuidaban bien, y allí murió.

CECILIA

Cecilia se caso con Oscar quien trabajo toda la v8da en el Instituto Agropecuario
Colombiano - ICA- tuvo tres hijos Jenny, Amparo y Oscar. Cecilia vivió muchos
años en Caracas con su familia, nosotras fuimos de paseo y nos atendió muy bien.
Jenny se caso y tuvo una hija y se separó, Amparo tuvo dos hijos, igualmente se
separó de Germán y tuvo dos hijos y Oscar tiene dos hijas también esta separado,
Cecilia vivió para atender a Oscar, tenía un carácter fuerte. Pero quería mucho a
Oscar.

STELLA

Stella se caso con un médico famoso rn Cerete y allí vivió toda la vida, tuvo una
hija Sonia y adopto otra, quien inicialmente Sonia no quería mucho p9rque su
papá vivía para ella y la consentía muchísimo, lógicamente con
La nueva niña se vio un poco desplazada. Stella era diabética y cardiaca como
toda la familia, también murió de un infarto y su esposo poco tiempo después

BEATRIZ

tuvo 7 hijos se caso muy joven, siempre fue muy alejada de la casa porque no
querían al esposo, sin embargo los niños visitaban a mi abuelita, especialmente
Eduardo el mayor, murió muy joven un sábado en la noche y papá salió corriendo
a su casa también de infarto, Eduardo vive en Cali con su esposa e hija.
EL MUSEO DE nuestra MEMORIA.

Decir que la relación con mi abuela fue maravillosa, esa de tardes de casa de la
abuelita”, de comida y risas sería mentirle a mi memoria, seria instaurar en mi un
recuerdo obligado a partir de otras narraciones, aunque no falsas, no mías. Mi
recuerdo de ella nace como una foto pegada a una pared, como a un especifico
escenario, mas que a la recolección de varios momentos. Nace, además con el
silencio de una ausencia, la de mi abuelo.

Mi casa, o bueno la casa de ellos es ahora un escenario, con un telón de fondo


que yo cambio a mi conveniencia. No por querer borrar su historia real o por
negarle a la casa su relato, sino por que como dicen que no hay una sola verdad,
pues así, yo construyo la mía. Una que esta siendo construida por unas ganas de
ganar una carrera contra el tiempo, que ya me ha vencido en varios rounds. Una
curiosidad inmensa por ellos, por su espacio y por las transformaciones de unas
memorias colectivas, que cambiaban con cada personaje. Fue como hacer una
cuenta regresiva con los dedos. Ahora solo tengo 4 dedos levantados, cuando
comencé con las manos abiertas.

Para un niño, las ausencias no las entendemos, sino cuando por arte de magia
empezamos a ver que vivíamos en una inocencia infantil casi con los ojos cerrados
de a ratos, donde los abríamos donde nos decían, o donde la imagen no fuera tan
fuerte. Hay imágenes que, aunque solamente un momento las veamos son mas
fuertes que todas las demás y se quedan grabadas con los parpados cerrados,
como algo pegado atrás del ojo, difícil de esconder. Los niños entienden quienes
están y quienes no. Eso es lo importante. No se entiende el por qué, el cómo a
veces, solo no están y eso es una imagen que roba todas las palabras.
Así fui contando, bajando dedo por dedo las ausencias. Entendí cada una de
ellas, por que algunas, no las viví, otras por que me las explicaron y otras también
por que, como dije, hay imágenes que pueden quedarse aun si uno cierra los
ojos. Fui creciendo entendiendo que la casa se hacia mas grande y necesitaba
menos dedos para contar las personas. El espacio lo habité, sola y acompañada,
el ruido era inmenso y luego el silencio era profundo. Caminaba por sus pasillos
entendiendo que mis pasos sonaban cada vez más duros, como si todo se
volviera mas sonoro, esa madera quisiera sonar mas que otras veces y que
recorrerla cada vez se volvía menos una tarea arqueológica sino una mina oscura
por momentos.

Vi ese espacio como fotografías pegadas en la pared. Lo vi a través de los


álbumes fotográficos, reconociendo a veces sus paredes, que ya han pasado por
otras dos capas de pintura y que, aunque tengan más cosas sigue siendo el
mismo. Mi casa, su casa, la casa de ellos, la casa de nadie, la casa de tía sigue
siendo un espacio que estoy en búsqueda de volver a reconocer como mío.

Los espacios me asustan, por lo cambiantes que son (aunque culpar al espacio es
una traición contra todo lo que creo) cómo nosotros somos capaces de
transformar, olvidar y así deconstruir un lugar entrañable. Lo vemos en la historia,
en los monumentos más grandes que tenemos, no todos, pero muchos han sido
capturados por la falta de necesidad de recordarlo, o mas bien por no
interesarnos un poco inocentemente en su historia. Creemos tanto en la historia y
en la historia que cuentan los espacios “importantes” que vivimos sumidos en
unas ganas de visitar esos, que, según los libros, son imposibles de borrar, que
debemos restaurar, cuidar y visitar. Aunque muchos hayan desaparecido, que ya
no quede ni rastro de lo que fueron, y que dejaron, por así decirlo solo en palabra
su existencia, una vaga prueba de lo importante que fueron.

Creo que así vi esa casa, sumida en una incontrolable trasformación causada por
la falta de, no digamos interés, sino miedo a tocar lo que no nos pertenecía. Sin
darnos cuenta estábamos olvidando el mayor archivo que había, la casa en sí.

Recuerdo cuando tenia unos seis años, ser amante de los grandes edificios, pero
no esos perfectos y sin una grieta, no. Era fanática de la ruina, de esos espacios
que mostraban tanta historia que ni los sostenía sus paredes ajadas y sus
columnas haciendo un esfuerzo inmenso para sostener el techo que se caía de a
pedazos. Me obsesionaba lo deshabitado, lo que tenia vestigios de vida pero que
por cosas del tiempo se había perdido en el olvido o no se que más historias
contenidas en ese polvo.

Pensamos que el polvo, es muestra de olvido, de que el tiempo también cubre


todo. Yo lo veía mas que todo como prueba faciente de que estaba intocable,
como si nadie se hubiera preocupado, no se si por falta de interés, respeto o
simplemente miedo al recuerdo; por quitar la capa que cubre todo.

Yo me tape los ojos de ese espacio, cuando para contar necesitaba solo una
mano abierta. Hui del espacio, y me concentré en la memoria mía. Una vez me
dijeron que la nostalgia era lo que nos mantenía vivos, de alguna u otra forma
totalmente consciente del pasado. Inés, mi tía abuela, la hermana de mi abuelo
marco esa línea trazada tan débilmente entre la nostalgia y la verdadera
curiosidad. Me sentaba con ella cuando ya no me podía contar sus historias,
cuando ya había olvidado a su hermano, cuando había olvidado su nombre y en
esos pequeños vestigios de quien era me di cuenta que, había veces que su
memoria venia de carreras a ella, como destellos efímeros regalados por
instantes. Pasaba de vez en cuando, pero sobretodo cuando íbamos a ese
espacio, esa casa y sus manos tocaban los objetos, sus ojos se iluminaban, como
si algo hubiera encontrado y me miraba, con asombro, con unas ganas inmensas
de hablar, pero así como tan rápido había llegado, se iba y otra vez y su cara
volvía a unas facciones neutras y seguía haciendo como si limpiara, dejando al
lado el objeto encontrado.

Ahí quedo la línea. Borrada y empecé a escarbar.

Había algo más que solo nostalgia.

Y necesitaba ser arqueóloga, de un espacio que era entrañable, que había pasado
a ser ruina de momentos. Necesitaba la casa.

La casa, por que mi abuela fue su mejor archivo, creó un museo de ella
inconscientemente; sin ganas de botar nada, la mejor colección de sí. Amamos las
colecciones por que tenemos una adicción a la nostalgia, al archivo y sin darnos
cuenta, todo el tiempo lo creamos. Mi abuela fue mi mayor salvación, aunque el
silencio fue nuestro mas grande compañero, el cariño me lo demostró
haciéndome parte de su museo, un museo a su memoria y a la mía. Un museo de
nuestra memoria.

.
Ese museo empieza así, de la nada, pero se descubre como se descubren los
grandes descubrimientos, sintiéndome arqueóloga de un espacio que como se
encuentra ahora, ya yo no lo reconocía. Habían pistas desde antes de que esto
era el archivo más grande encontrado, que no requería de experiencia de
excavaciones pero si de limpiar las piezas del polvo para reconocer su origen. Era,
y es mas que toda la mayor colección de una memoria de lo que somos, y todo
empieza por un álbum.

Una vez vi una casa, rosada, de techo blanco. Parecía de cuento. Tenía seis
ventanas y ninguna puerta. La miré de frente, cada vez más cerca y luego me tuve
que acercar. La recorrí por los lados, mirando la entrada y nunca encontré la
puerta. Cerca a una ventana había una grieta y empecé a escarbar. Escarbé con
una cuchara, que tenía en el bolsillo, no me pregunten que hacía ahí; comencé de
a pocos y con miedo, con ganas de saber como se entraba. Al comienzo, solo fue
un hueco y luego quise convertirla en puerta, hice un rectángulo grande que me
delimitaba, que sólo podía contenerme a mi, en mi tamaño, en mis dimensiones.
Poco a poco la estructura fue mas clara, la puerta fue siendo puerta, pero aun así
el muro era fuerte. Tomé todas mis fuerzas, apoyé mis dos manos en esa entrada
falsa, y empecé a empujar, con todos mis esfuerzos hasta que el pedazo
rectangular cayó al suelo. Nunca pude ver el interior, ahí, mis ojos se abrieron y la
luz de la mañana me calentó la cara; me desperté.
Estaba la casa en silencio. Apagué, ya cansada todo por un instante ya en la
noche y me senté en el sofá. Miraba mi alrededor reconociendo el espacio, las
paredes, los cuadros, los muebles, las fotos; miraba la sala que estaba al frente, la
miraba fijamente sin mucho más que pensar. No se escuchaba ningún ruido,
ningún vestigio de vida, como si por un instante nada me acompañara, nada
existiera en mi alrededor, nada. Ahí llegaron los fantasmas, se sentaron al lado
mío, hicieron callados, su espacio en el vacío. No les ofrecí quedarse, aunque
quería hacerlo…ellos se quedaron solos, como invitados por mis recuerdos. Me
sentí extraña y no dije nada, solo los veía habitar la casa, los veía cotidianos,
tranquilos como si yo no existiera, como si yo fuera el fantasma y ellos no me
vieran. Me sentí invisible y me empecé a mirar las manos, sospechosa de que el
sentimiento fuera verdadero. Entonces, de pronto me fue consumiendo una
sensación en el pecho, una presión extraña, una melancolía que me comía el
alma, en lo hondo, más allá del corazón; la nostalgia entraba a mi cuerpo, por
cada una de las partes y ya fue tarde. Me convertí en fantasma, de un momento a
otro, ya mi pecho no explotaba de emociones, ni de sensaciones, no sonaba
latido, no sonaba mi respiración. Me vi a mi misma caminando por la sala, ahora
acompañada, de los fantasmas del salón.

DICCIONARIO (palabras claves)

ESPACIO

Objeto
Religion
Fe
Imagen

Ausencia

Tradición

Silencio

Grieta

Pared

Cultura
Reflejo.

Ceguera

Genealogía.

ORIGEN

CASA

Calor

Comodidad

Historia

Generación

Ausencia

Frágil

Afecto

Cuidado

Acto

Memoria

Memorable

El mundo está huerfano zx


REFERENTES/ BIBLIOGRAFIA

- El museo de la inocencia Orhan Pamuk


- La poética del espacio Gaston Bachelard
- Especie de espacios Perec
- Respirando el Verano Hector Rojas Erazo
- Akerman
- Molano
- María teresa Hincapie
- Desarticulaciones Silvia Molloy
- LA vida instrucciones de uso Perec
- Las cosas Perec
-

Un literato hablando de la casa


Un cineasta hablando de la casa
Un artista hablando de la casa

Siempre me han gustado las historias, pero sobretodo las que son basadas en
hechos reales, pero terminan siendo algo totalmente sacado de la imaginación.

Quiero contarles de ellos. Creo que vale la pena escuchar su historia. No es


diferente ni interesante por que sea única, creo que al revés la magia esta en lo
simple. Mi vida con ellos es llevarlos en un bolsillo, como única imagen que
queda, una que fue arrancada rápidamente en unas ganas por darles cara, por
inventarles unas facciones y poder usarlas en mis recuerdos. Creo que se amaban,
y mucho, por que su historia nació de miradas de toda clase, de desaprobación y
de odio; pero al final las únicas que importaban eran las que ellos compartieron.
-

Me interesa la memoria, por que siento una curiosidad inmensa por el recordar.
Recuerdo a mi abuelo, no por imagen sino por fragmentos de pequeñas escenas
que me dan pistan y construyen su identidad. Por que somos eso, una identidad
creada a partir de lo que recordamos y vivimos. Me di cuenta que recordaba la
sensación de su barba en mis mejillas cuando me abrazaba, que una parte de mi
jura recordar su voz, como un leve susurro que no logra ser claro peor a la vez no
puede ser mas cierto que es la de el. Recuerdo sus manos y su olor lo reconocería
a leguas. No lo recuerdo entero. El fue mi primera ausencia. Bueno, no la primera,
pero la que hizo cambio.

Cambio el espacio, la dinámica y el sonido. El silencio se volvió inmenso. La casa


gigante y la parsimonia total.

Hace tiempo que llevo analizando esa ausencia, por que para mi marco unas
ganas de entender como archivamos esa memoria. Las ausencias que siguieron
fueron rápidas, como parpadeos, y los 12 nos volvimos 6, luego vinieron dos mas,
y ahora 4 quedamos. Las ausencias fueron por varios motivos, muchos ya no
están, otros se fueron, migraron y algunos ni se el motivo de su ausencia.
Solamente se que ya no están, que lleva a una colección de escenarios, de cada
uno de ellos.

Yo hablo desde mi lugar, el seguro y el estable, peor no recuerdo poder hablar


desde otro punto más allá.

Era un dolor alegre. Por que las guerras de almohadas siempre son un lugar
donde el dolor se llora con risa y te duele el estomago de tanto aire
aguantado, de tanta carcajada suelta. Esa casa estaba llena de esas guerras
con mis primos que ahora se confunden a mi memoria sus rostros, pero no el
momento, por que somos selectivos y decidimos cómo recordar. Así que
recuerdo la casa de estrechos y pequeños pasillos y a lo ultimo su habitación.
El estaba ahí, o esta en mi memoria como un recuerdo inmutable, casi como
una fotografía pegada en mi cabeza. Yo entro casi corriendo con un propósito
ya seguro y salto encima de él con impulso, me acomoda y yo me pongo en
sus piernas y cabalgo con rapidez. Sus piernas se cansaban de galopar cada
vez mas deprisa, él sonido del galopeo se vuelve constante con los segundos
del reloj y yo inconsciente seguía pidiéndole más velocidad a mi caballo. Mi
abuelo era dueño de ese espacio y yo su fiel compañera y espectadora de
cada paso que daba. El habita mi primera imagen, ya que, si recorro
intensamente mi cabeza, todas llevan a esa como primera que conformó esa
historia. Había una ventana que tenia los atardeceres mas lindos, aunque
decir que los poseía es una frase poco verídica en mi cabeza era como si solo
por arte de magia en ese recuadro de menos de dos menos de largo
aparecieran las mejores tardes, el mejor sol de los venados. Ese nombre fue
apropiado por mi y antes por mi abuelo, que me contaba que se llamaba así
porque en los bosques a esa hora se ponía ver a los venados galopar hacia el
sol, por que el sol los recogía, ellos ya cansados se dirigían a hacerle
compañía. Nunca contradecía su historia, y desde ese momento para mi fue
la frase más mía y más suya de nombrar un atardecer.

Sentía el corazón en la boca, pensé siempre que esa expresión sólo


era una exageración de la gente, pero yo sentía el corazón en la boca.
Mi cabeza se nublaba de todos sus colores y llegaba a los grises
haciendo difuso cualquier pensamiento. Quería gritar, pero solo salían
lágrimas, no existían forma de pararlas, me sentía envuelta en una
tristeza enorme, tan desgarradora que ni yo misma sabía cómo salir a
flote. Yo entendía que ya no había vuelta atrás, que lloraba por lo
pasado pero lo que no podía solucionarse. Mi corazón latía fuerte, mi
pecho se cerraba y sentía poder navegar en un mar de mis
pensamientos. Y en ese instante sucedió. Estaba la casa en silencio.
Apagué, ya cansada todo por un instante ya en la noche y me senté
en el sofá. Miraba mi alrededor reconociendo el espacio, las paredes,
los cuadros, los muebles, las fotos; miraba la sala que estaba al frente,
la miraba fijamente sin mucho más que pensar. No se escuchaba
ningún ruido, ningún vestigio de vida, como si por un instante nada
me acompañara, nada existiera en mi alrededor, nada. Ahí llegaron los
fantasmas, se sentaron al lado mío, hicieron callados, su espacio en el
vacío. No les ofrecí quedarse, aunque quería hacerlo…ellos se
quedaron solos, como invitados por mis recuerdos. Me sentí extraña y
no dije nada, solo los veía habitar la casa, los veía cotidianos,
tranquilos como si yo no existiera, como si yo fuera el fantasma y ellos
no me vieran. Me sentí invisible y me empecé a mirar las manos,
sospechosa de que el sentimiento fuera verdadero. Entonces, de
pronto me fue consumiendo una sensación en el pecho, una presión
extraña, una melancolía que me comía el alma, en lo hondo, más allá
del corazón; la nostalgia entraba a mi cuerpo, por cada una de las
partes y ya fue tarde. Me convertí en fantasma, de un momento a otro,
ya mi pecho no explotaba de emociones, ni de sensaciones, no
sonaba latido, no sonaba mi respiración. Me vi a mi misma caminando
por la sala, ahora acompañada, de los fantasmas del salón.
¿Que me interesa?

El museo
El recuerdo
Archivo
Objeto
Arqueología
La casa como museo
La casa como ausencia
Parte del álbum
Reconstrucción
Me interesa la memoria
Durante toda mi carrera
La ausencia se ve vinculada la memoria
Como la casa se marcan los silencios peores aun así hablan

¿Que constituye el concepto de museo?


. ¿Y qué es la casa sino un sitio que en el que se guardan objetos y se ordenan
según los criterios de quienes la habitan? ¿Y qué es la memoria si no un espacio
en donde se guardan recuerdos según los criterios de quien recuerda?

Me parece maravillosa esa pregunta por lo que constituye el concepto del


museo. Tan público y esquemático parece, que nunca había pensado que
su función principal es la de coleccionar elementos y organizarlos/exhibirlos
según los criterios de un curador. ¿Y qué es la casa sino un sitio que en el
que se guardan objetos y se ordenan según los criterios de quienes la
habitan? ¿Y qué es la memoria si no un espacio en donde se guardan
recuerdos según los criterios de quien recuerda?
La casa y la memoria son ambas archivos. Una se alimenta de la otra. Pero
volviendo a la diferencia entre el museo como Institución y la casa como
museo, veo una diferencia muy grande entre ambos. Una evidente, la otra
no tanto. En la casa se habita, en los museos … no. ¿Qué implicaciones
tiene habitar en un museo? Su texto lo hace manifiesto. Otra diferencia es
la arbitrariedad y, en contravía, la meticulosidad con la que la casa se
ordena como archivo: “La casa, por que mi abuela fue su mejor archivo,
creó un museo de ella conscientemente; sin ganas de botar nada, la mejor
colección de sí. Amamos las colecciones por que tenemos una adicción a la
nostalgia, al archivo y sin darnos cuenta, todo el tiempo lo creamos” , pero
también se lee: “Ese museo empieza así, de la nada, pero se descubre
como se descubren los grandes descubrimientos, sintiéndome arqueóloga
de un espacio que como se encuentra ahora, ya yo no lo reconocía.

También veo una pregunta, evidentemente, por la temporalidad. Por el


carácter de la ruina: el desgaste que recorre los cuerpos físicos y la
memoria. Los lugares son habitados, son deshabitados. La memoria
comienza a agrietarse, a disolverse, a derribarse. Su abuela, que erigió
espacios, que construyó memoria, también fue espacio de recuerdos que
se fueron borrando. Es una analogía muy interesante. Nosotros somos, por
así decirlo, museos andantes.

Por otro lado, alcancé a notar cierta pregunta acerca de cómo la memoria
se constituye como escenario y cómo el museo también se consolida como
tal. De cómo, así se trate de un escenario, no se debe pensar en la
artificialidad del mismo, sino en el espacio de un escenario como el lugar
en el que algo acontece y se revela. Se baja el telón para ocultar aquello
que sucede antes de la revelación, del gran acto. Usted baja el telón para
hacer de ese acto uno propio y de nadie más. Y así, veo también una
preocupación por la autenticidad del acto de recuerda y de mostrar.

Por qué coleccionamos? Por qué guardamos esos objetos, las cartas, peluches y
hasta cucharitas de plata.

Que me interesa.

Me interesa la ausencia tratada sobre las memorias objetuales o los objetos que
están cargados de significancias. Simbologías que existen en ellos por las huellas
del pasado, porque aprendemos de las huellas como ultimo vestigio de la
existencia de algo anterior a nosotros. Creo decir con esto que es fácil entender
por que la ausencia solo se nota o primordialmente se nota en los objetos. Hablar
de la mesa del comedor, esa vieja y coja, que ya no tiene el mismo color y que
durante varios diálogos con mi abuela quisimos convencerla de que la cambiara,
la vieja, inútil, sin uso ya para nosotros, es hablar de el objeto central de la casa,
donde recorren más que todo los cumpleaños, cenas y varias tardes donde ella en
la soledad de la casa vacía de mi abuela, sin la presencia mía y en el silencio de su
propio tarareo sin sentido, se sentaba a coser numerosas carpetas en crochet,
esas de las mesas de noche, para el centro de la mesa, que se hacían con
parecidos a las flores, a los manteles de encaje y al tiempo antiguo. Es aceptar
que en ese objeto hay más de mi que de nadie y hay más de ellos que en
cualquier fotografía que pueda demostrar la veracidad de los recuerdos.

Cargar el objeto de significancia me toca a mi, o mejor dicho me toca permanecer


en la búsqueda de ese símbolo que no es oculto para mis relativos y menos para
mi ya que fui la ultima que uso esa mesa como lugar común y le dio la utilidad
para la cual fue construida. La mesa existe todavía y no va a dejar de existir a
menos que se transforme en pedazos de manera por ganas insaciables de
cambiarla o en humo por agotamiento de su ultima facultad: ser madera. Hablar
de cada uno de los objetos de una casa es una tarea ardua y al final de toda
cuenta sin sentido, por que cada uno esta encontrado en un mundo simbólico
más grande de lo que se puede abarcar y mis pocas palabras no podrán alcanzar
la verdadera historia de ellos ni acá en el presente ni de lo que fueron, o puedo
imaginar que fueron en el pasado. Una simple mesa de manera. Y aunque el
análisis de una mesa de madera parezca literalmente una investigación sin sentido
y un poco inútil, ahí esta la verdadera incógnita. Porque nos apegamos a estos
objetos que terminan su utilidad solo para convertirse una carga nostálgica y
simbólica de la que a veces nos cuesta salir y nos convertimos en acumuladores
de objetos sin uso y de grandes eslabones con ganas de crear historias o
rememorar nostálgicamente el pasado.

Creo que entre más miremos las fotografías encontraremos que a lo largo de la
historia lo que más ha habido es la distinción entre el objeto utilitario y el objeto
lleno de significante, de simbologías que se han creado por el vestigio de una
persona. Notamos las ausencias, es algo que no se puede evitar que pase, ni las
que perduran, las causadas por la muerte ni las que son solo causadas por un
vestigio del pasado, o una gran tragedia o migraciones que no logramos ya
devolver. Las notamos por que vivimos de rememorar esas personas y también a
los espacios, nuestra mente funciona como una gran colección de recuerdos
formados por estas personas, espacios y objetos. Los afectos que tenemos y
creamos son determinantes para las asociaciones dentro de nosotros y de cómo
queremos recordar. Somos selectivos y no insubordinadamente sino
inconscientemente hacemos de nuestra memoria un palacio y un santuario donde
la veracidad más grande son las imágenes creadas por nuestro inconsciente.

Podemos hablar de grandes hallazgos al encontrar una fotografía y reconocernos


en brazos de un rostro desconocido, le creemos a los grandes. Ese era tu tío, tu
madrina o la vecina, estabas tan feliz, que gran dia fue ese. Lo cogemos como la
verdad absoluta y ahora esa fotografía esta atada a ese recuerdo apropiado, de
que era feliz y qué gran dia fue ese. Nuestra memoria es traicionera y mentirosa.
Vivimos de ella y sin ella tampoco somos nada. Es una relación un poco
simbiótica, donde la necesitamos más que cualquier cosa.

Si hablamos de las imágenes que nos creamos a partir de recuerdos entraremos a


una gran vertiente de imágenes totalmente posibles donde se ven en color o
como pequeños borrosos destellos a la hora de recordar. Las creamos sobre el
fondo negro de la cabeza vacía. Maltratamos nuestra cabeza esforzándonos por
crearlas claramente como si en ellas existiera algo más allá de cualquier cosa. Es
nuestro elemento para unir las otras sensaciones y guardarlas y por tener miedo a
olvidar. Creer que en nosotros está la llave de ese cuarto oscuro que no tenemos
forma de observar más que con ayuda de otros pocos interrogantes, es querer
organizar ese cuarto en caos donde están almacenados todos los pensamientos.
Así que no lo haremos. Pensaremos más bien en la importancia de lo que queda,
de lo que nos ayuda a recordar o que parte del recuerdo para crearse como
simbología: los objetos cotidianos.

Somos creadores de esos objetos y les hemos dado la utilidad. Hemos sido parte
de una gloriosa historia de creaciones inútiles y que han evolucionado hasta dejar
a otras totalmente fuera del juego. Jugamos a construir recuerdos a partir de ese
objeto. La casa es el lugar más común que hemos estado abarcado a lo largo de
la vida, es nuestro lugar común y nuestro lugar seguro. Lugar de tradición y de
juegos y sobretodo de acumulación de cosas que vuelven el espacio nuestro
hogar. Mi abuela tendía a creer que todo objeto dentro de su maquina de coser o
pequeña cosa tenia una significancia más grande que muchas de las cosas que
son materiales y habitaban la casa. Por muchos años quisimos limpiar ese espacio,
ese rincón al lado de la sala que se convertía en montana de telas y cajas donde
por dentro estaban contenidas el mundo de ella. Se volvió una niña que guarda
tesoros en lugares secretos, que roba inocentemente cosas y las esconde para
proclamarlas de ella, se volvió guardiana de un templo que empezaba en ese
rincón y nosotros los conquistadores que querían robarle lo que pensábamos que
era oro, pero que terminaría siendo maíz. Para ella eran las cosas más importantes
y su colección consistía en grandes arrumes de botones de todo tipo, algún que
otro mío libro infantil, aretes de mi madre, relojes, enemas que recordaban su
tiempo de enfermera, fotografías en negativos y muchas cosas más menos agujas
e hilos. Este lugar después de su muerte se convirtió en santuario intocable, como
una escultura que no podíamos tocar ni querer saber que estaba ahí sino solo
observar como último vestigio de su presencia y del sonido del pedal de la
máquina cuando cosía mis faldas para la escuela. Pasaron 6 años. Nadie lo toco.
No sabíamos que botar y nos sentíamos, cuando fuimos a arreglar su casa
después que ella no estuviera, como viles ladrones y usurpadores de un templo
digno de su construcción, donde no sabíamos su idioma y menos el significado
de todos sus tesoros. Las colecciones son individuales y su taxonomía es a veces
más que extraña totalmente personal. Para el inventario de la máquina de mi
abuela se necesitaría unas horas y muchas hojas para poder etiquetar, cada
elemento existente en toda esta gran estructura de madera y de metal, que subía
por ahí un piso en altura solo hecha de telas, ropas viejas, cajas, botones y un
delantal.

La casa estaba llena de esos encuentros de colecciones antiguas de las personas


que ya no están. Se volvió el cementerio del objeto inútil, pero el baúl de la caja
más importante de todo el lugar.

No, no me pega, te juro. Ya te he dicho que no, no me pega.


Si, te lo juro. Mi mamá habla en la línea del teléfono y yo la escucho desde mi
cuarto, yo sé que si le pegan. Dice que está feliz, pero yo sé que es mentira. El
otro día me regalo una muñeca. Es tan linda. Tiene pelo rojo, unos botones azules
como ojos y un vestido amarillo de flores. Es de trapo, y me la cosió ella mientras
estaba en el trabajo. Me gusta mucho mi muñeca.

Mamá que estoy bien, estoy feliz. Si, si la niña también te quiere, ya te la paso.
Me pasan el teléfono. No me dejan decir mucho. Salúdala, dile que la quieres,
cuelga. Hago caso y colgamos el teléfono. Yo solo no entiendo, ¿Por qué no
huye? ¿Y por que le miente? Juego con la muñeca que me regalo y la extraño,
extraño a ella que ya no sonríe y que ya no juega conmigo, quiero que vuelva.

A la muñeca se le ha descocido un brazo, le pido a mamá que se lo cosa y ella


me sienta en sus piernas y con hilo y aguja coge el brazo ya casi separado
totalmente del torso de la muñeca y cantamos juntas mientras ella cose mi
muñeca. Me la da de nuevo con un beso en la frente y yo vuelvo a mi cuarto.

Me despierta el llanto, creo que es mamá. Salgo de mi cuarto y llevo a mi muñeca


y veo a mi mamá llorando en el piso y él me pide que me vaya, que los deje solos
y yo corro, pero a la sala, trato de marcar. El me alcanza, me tira y caigo al suelo.
Mi muñeca también. Ya no tiene el brazo, no se a donde se ha caído. Lloro y el
me pregunta que qué iba a hacer y yo le respondo: tan solo quería hablar por
teléfono.

Manifiesto a querer ver la Luz.


Tengo que decir esto mientras ella esté viva, mientras todavía no haya muerte o clausura,
para tratar, quizás, de entender este estar/ no estar de una persona que se desarticula ante
mis ojos. Tengo que hacerlo así para que yo pueda seguir adelante, para hacer durar esa
relación que aun continua pese a la ruina, que subsiste, aunque apenas queden palabras.

Tengo que decirte esto hoy, para que mañana no sea muy tarde, para que me escuches,
quizás una última vez, aunque no se si lo hagas, si lo logres o si todo esto sea un intento
fallido. Tengo que decirte que todavía la conservo. Conservo la botella, la botella esta llena
de recuerdos y yo no los he podido soltar. Tengo que confesártelo, lo siento. Tengo que
sincerar este último llamado, esta última esperanza que te quedes, que me escuches.
Aunque no se si lo estás haciendo, te veo mirarme, te veo sonreírme, ¿pero estás ahí? ¿Te
encuentras? Por favor dame una señal de que me oyes…

¿Me oyes? He tratado de hablarte, de que el silencio sean palabras, pero ya no me aguanto
las ganas de decirte estas ultimas promesas. No entiendo cómo llegar a ti y aunque no lo
logro, sigo intentando desesperadamente que me vuelvas a reconocer. Que me mires y
sonrías por que me reconozcas. Si, soy yo, la misma que jugaba contigo, que cocinaba a tu
lado y que escuchaba tus historias sin parar. Soy yo, mi nombre es el mismo, y mis ojos
también, aunque dentro de ti no se halle mi cara ya, te prometo que es esta, que he
cambiado, he crecido, ya no soy la misma y mi pelo esta largo y mis rasgos de niña ya no
existen, pero mírame, estoy ahí, soy la misma. No me desdibujo.

Tengo que decirte que es difícil escribirte, hablarte sabiendo que las palabras entran y tú
cómo un fantasma no puedes contestarme, la verdad no se si me entiendes. ¿Te llamo, por
tu nombre? ¿Es tu nombre? ¿Sabes de él? Un día me dijiste que el nombre es lo último que
se pierde y lo más valioso que uno entrega. Me lo entregaste, pero ahora tu lo perdiste. Veo
que te estoy perdiendo y que estoy en una carrera contra el tiempo, que me deja dar el
último paso, pero no puedo, no te alcanzo. Vengo a decirte que entiendo, entiendo la
imposibilidad, ya que sé que no lo haces de aposta y aunque no te des cuenta, desesperada
te noto al ver que las palabras no salen. Te pierdo, te pierdo en cada instante que pasa y
cómo estúpida me quedo mirándote, casi impotente de ver cómo los recuerdos se escapan y
tus palabras pierden el peso de siempre. Terminas hablándome, pero ninguna de las cosas
que salen por tu boca tienen sentido. No quiero decirte que no te entiendo, no me siento
capaz. Entonces me convierto en tu cómplice, no nos entendemos, pero no quiero que lo
notes. Prefiero vivir en la coexistencia donde nuestro lenguaje sea la incomprensión.

¿Que tal si inventamos un lenguaje? Yo sé que se oye difícil, que no parece nada fácil,
¿pero tratemos sí? Intentemos entendernos en los silencios y que las pausas signifiquen
risas y menos confusiones. Formemos neoglogismos, subamos a la torre. Quitesmosla.
Babel se cae. Se cayo. Pum. Adios.
Yo sé que te es difícil hablar, que a veces las palabras no te salen y no me entiendes.
Tranquila, no es tu culpa, no te pongas triste. He visto como se ponen bravos contigo al ver
que no puedes hablar, que no te salen las palabras, que no te es fácil recordar. Hace tiempo
que lo sé, pero entiendo que eres orgullosa, que tus canas jamás se han notado, que te pintas
los labios para estar en casa y los rulos hasta el domingo te los haces. La vanidad es
primero, me decías y te negabas a pedirme ayuda para ponerte tus collares, tus coloretes o
para arreglar la casa. ¿Éramos felices, lo recuerdas? Siempre lo fuimos.
No, por favor no te pongas triste. Es nuestro secreto, aunque a veces me da miedo cuanto
tiempo lo podremos guardar. ¿Yo era pequeña, recuerdas? Cuando todo comenzó y tu lejos
de tu país, lejos de tu hermano, de tu casa y de tu lengua, me hablabas de las maravillas de
los mundos, de lo mucho que extrañabas las frutas, tu casa de encajes y las botellitas de ron.
Cómo es de importante la lengua, lengua, lenguada, lingüística, la lingua, las figuras de las
letras, esas perlas negras que no logran comprender o expresar todos los sentimientos. Yo
estoy aquí y no te alcanzo. Las palabras se desdibujan, ya es tarde, veo como antes de llegar
a mi cada frase tuya dicha vuela y no llega a mí.

Si hablábamos por horas, hablábamos de todo y de nada, de tus cosas y de las mías. Esas
conversaciones de cama o del sofá donde no parábamos de sentirnos únicas a la mirada de
la otra. Cómo se siente de bien, ¿no? Ser esa persona, de esas que lo son todo para la otra y
que las palabras llenan la casa, se retumban en las paredes y como ecos constantes quedan
en el espacio, llenándolo de todo y quitando el vacío de la ausencia. Ya no tengo las
palabras para poder llenar el espacio, me hace falta el otro lado, ¿no lo entiendes? ¿Quién
me va a contestar al otro lado? Es así, de tanto tratar de cruzar, no te alcanzo, el puente está
quebrado. No existe un puente que pueda construirse con un solo lado. No lo curaremos, ni
con cascaras de huevo, ni con remiendos de afecto.

Si, es una imposibilidad. Es un acto de último llamado al fantasma de tú cuerpo, por que tu
ya no estás ahí, hace rato que te fuiste y no piensas volver, no creo que puedas. Yo me
aferro a tu recuerdo por que nunca comprendí esa ausencia tan dañina de tu olvido, y de un
olvido involuntario que no me dejaba ni ponerme brava contigo por no recordarme. Una
parte de mí una vez pensó que lo hacías de aposta y que era por que preferías olvidar todo
lo que dolía. Pero se que no lo haces de aposta haciendo más difícil mi molestia a tu
memoria. Tu memoria que ahora es así, de a partes, llena de cosas, y al mismo tiempo de
nada, de nada que sirva para devolverte a mi lado. Siento que la tuya es una tela en blanco,
que no logra quitar esa cortina de tu boca y de tus ojos y la mía es casi un lienzo negro de
tanta palabra lanzada y revuelta y estorbosa por querer llamarte, a gritos, a susurros que
vuelvas, que por favor vuelvas, que no te vayas. No lo acepto.

No te vayas, sin que te haya dicho las últimas palabras, escúchame y espero que no se te
olvide. Sé que es algo raro pedirte esto cuando sé que estoy hablando con tu ausencia. Pero
necesito esa última palabra, que me dejes decirte y esperar que la retengas al menos un rato,
que se llene boca de ella, que la sientas en el cuerpo, que la saborees y no se te olvide que
se siente decirla en la boca, saborearla y pronunciarla lentamente cuantas veces te sea
necesario. Repítela cuando te la diga, una, dos, tres veces y sino, la repetimos juntas, pero
dila ¿sí? Necesito que intentes, con las ultimas fuerzas. Entonces di estas últimas palabras,
este último intento de que vuelvas a mí. Tu nombre es…
Y te fuiste. No pude retenerte más. Ahora te tengo a mi lado, pero sé que ya no queda ni
una parte mínima de ti, de lo que eras. Tu nombre era Inés.

Inés, Inés, Inés. Yo aprendí tu nombre, letra por letra. I-N-E-S. MI tía Inés, la loca Inés. La
de las naguas al revés. Te decía tu hija Neco. Y mi tía te decía Grace. Inés de la gracia, Inés
batiendo la oreja, Inés. Inés. Inés. Tan linda como la princesa Grace. Tengo que decirlo, lo
siento. Es un ultimo llamado.
Inés?

Tengo que hacer este llamado. A tu ausencia, a los fantasmas, a la ruina y al olvido. Hoy
no triunfaré, pero quizás mañana alguien lo haga y consiga decir esa última palabra.

Archivé, guardé, coleccioné, robé. Archive las cartas de mi casa, las escondidas
detrás de lo muebles destinatarios nunca conocidos. Guardé recortes de mi casa
y de otras casazs en las cuales yo me reconocía. Coleccione objetos de los
cajones perdidos de mi abuela donde el tiempo no pasa y robe las fotos de los
álbumes que deje vacíos y ahora por mi culpa las páginas son blancas y las
fotografías faltan. Archive todo como mío, como propia siendo ladrona de todas
esas partes de las casas. Mi papá archivaba sus memorias como fotos donde las
historias no faltaban, mi papá le tenia miedo al archivo y mi tía nunca archivo,
botaba todo, con gusto si no servía, no quería nada que no fuera útil. El archivo
no era útil ? Yo no me reconocí.

Archivo todo lo que quiero y necesito para reconocer el espacio. Las porcelanas
de mi abuela y la ropa que se debería botar. Me vuelvo acumuladora. Archivo mis
palabras, que son recogidas de tantas partes que ya no las recuerdo. Archivo las
historias todas ellas, me son. Me son difíciles de guardar.

Hablabamos de una casa y no de cualqueir casa.


Hablamos por horas, de todo y de nada.
Hablo desde la experiencia y desde los ultimos llamados a la ausencia.
Hable desde el afecto y traté de irme de su lado, por que era demasiado el dolor.
Huí de la nostalgía.
Huí de lo racional.
Me quede mirando al vacio más de una vez, llena de baches, de partes sin union.
Me quede esperando una señal.
Algo divino que me dijera el final.
Algo sagrado, sacro, algo lo cual adorar.
Por que se adoraba lo cotidiano y de ahí nacio el gusto por esto,
Un acto de fe al afecto.
A los actos del cuidado.
El cuidado de la memoria
La memoria del cuidado.

Nací en una generación de mujeres trabajadoras, donde el hombre era


importante, pero no indispensable. Nací desnuda, sin un oido y llorando fuerte,
como todas las mujeres de mi hogar. Con un llanto que decía a gritos las ganas de
vivir. Nací y crecí en un hogar lleno de afecto, de cuidado y de actos de amor,
rodeada de personas que conformaron mi imaginario, mis historias más grandes y
mis mayores temores. Crecí con una curiosidad hacia la ausencia, hacia sentirme
nomada en un lugar nunca propio, pero siempre mio. Nomada por ser cambainte
y migrante en espacios donde los recuerdos quedaban, pero las personas no. Por
qiue la ausencia fue constante en mi vida, en mi familia, sin ser trauma o algo de
historia de terror. Solo se fueron, uno, dos, tres, cuatro y perdí la cuenta. La
verdad nunca me gusto contar. Migraron, murieron, se mudaron o dejaron de
hablar. Yo fui el centro de una casa y soy la ultima generación. La ultima
generación de este arbol caido, un poco roto, un poco muerto que no sabemos
llamar. No sabemos como nombrar, porque genealogico no es a veces, ni
cronologico, ni propio.

Me paro fuerte para hablar de la ausencia como eje principal de mi interes. Me


interesaban las maquinas de archivo, que son formas de poder retener los
recuerdos. El album familiar fue mi aliado para sin culpa perder y refundir mi
propia historia, por que mis manos de niña jugaban con las fotos dispuestas en las
paginas de este objeto y curiosa las sacaba, como ladrona sin par de fotografias
ajenas que queria que fueran mias. Poco a poco sin darme cuenta fui creando los
vacios que hoy en dia componen el albúm. Y las fotos? No se. Sincermanete creo
que mi curiosidad era desorganizada y mi acto descuidado, y las refundi con el
tiempo en lugares que mi memoria no me quiere abrir para poder encontrar su
paradero. Solo sé que ahora esos vacios ya no podran ser llenados por imagen,
pero agradezco esos pequeños robos por que fue el principio, o mejor dicho la
antesala a este proyecto.

Mi abuelo fue medico,y mi abuela era enfermera, fueron personas del cuidado y al
amor al otro y por eso tengo que agradecerles. Por el cuidado de sus actos, por
darme esa inmensa curiosidad en preservar una imposibilidad.

Me di cuenta que mi proyecto gira en torno a una genealogia de la ausencia y


poco de la presencia. La presencia la componen las ultimas generaciones de esta
familia.
Mi abuelo abrio la puerta al mundo de la ausencia, en la cual siguieron mi abuela
y la hermana de mi abuelo. Explicar por terminologia o clasificación familiar a
estas personas termina siendo un poco engorroso y me salgo de lo que trato de
decir. Igualmente vale aclarar que estaas tres personas fueron el centro y los tres
simbolgos de este trabajo.
Mi abuela fue la archivadora, la que un poco inconscientemente hizo un museo de
todos nosotros, de ella y de lo que le rodeaba. A la edad, pocos años antes de su
muerte su sordera ya avanzada habia creado una ruptura entre nosotros y ella,
que andaba en su mundo un poco lejana, un poco arisaca de las palabras.
Aunque no perdiera el lenguaje, si perdió la comunicación con el otro lado.

Mi tia fue el olvido. La ausencia de las palabras. Fue otro tipo de perdida de
comunicación. Aunque escuchaba, no podía comunicarse. La enfermedad le había
quitado la lengua, el idioma, las palabras, el habla.

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