GENEALOGIA
GENEALOGIA
GENEALOGIA
Primero eran muchos. Si, de esas casas que se escuchan murmullos constantes
debido a la cantidad de gente que habita sus habitaciones, sus pasillos, sus sillas
y su cocina. Eran muchos, más de los que yo podía contar con los dedos de mi
mano. Me tocaba con una, con la otra, con un pie, con el otro y un dedo más.
Eran muchos porque estaban todos, los tíos, los primos, los abuelos, los nietos y
los que pendían de un suspiro de vida para abrir los ojos diariamente. Pero de un
momento a otro, casi como un soplo rápido de aire frío empezamos a ser menos.
Un día fue María que ya la edad no le jugaba a su favor y pacíficamente cerró los
ojos. Luego Humberto por el cigarrillo sus pulmones un día dejaron de querer
tomar aire fresco. Seguimos como dominós llamando a la muerte y a la nada, a
una vida desatenta que nos dejó siendo siete. Se fue Leticia, se fue Cecilia, se fue
Beatriz. Puf, así tan rápido que no nos dio tiempo de hacernos a la idea de la
ausencia, solo no estaban y ya, no se hablará más del tema. Se fueron y están en
un lugar mejor, que mi dios me los bendiga, la bendición, un ave maría y un
rosario a cuestas y pa lante. Quedamos siete firmes, aunque a veces temblara la
base, la vida y la casa. Mi abuelo a mis 9 murió, mi abuela 7 años después. El
primero fue una sorpresa y la segunda un accidente tal vez. A mis 21 murió Inés,
la desmemoriada y la historia escondida entre sus canas pintadas será para ella un
secreto que jamás pude sacar, porque el tiempo me ganó la carrera. Ahora somos
4. Un, dos, tres, cuatro. Cuatro conmigo, tres sin mí. Y la casa se volvió larga y se
volvió fría, y silenciosa. Escuche el paso del polvo, escuche el viento cerrando
puertas sin permiso. Me sentí sola. Estaba muy sola y la casa me hablaba de las
historias pasadas y yo no quería escucharla. No, gracias es suficiente. Suficiente
con que se fueran uno, dos, tres, cuatro. Pero al décimo dejé de contar esa
cuenta regresiva que me hacía extrañar mis noches debajo de la cama queriendo
que mi casa estuviera vacía, que no hubiera ruido, que por favor la niña está
chiquita, que arrorró mi niño, que dejen dormir. La extrañé y extrañé por primera
vez el ruido, ese blanco que está en cada una de nuestras noches cuando
pequeños, esas voces de los padres que empiezan la vida después de nuestro
sueño. Extrañe el ruido de sus voces, porque ya no había ninguna que me hablara
en las noches. Somos 4. Qué número tan cerca a la ruina, a la desaparición. A la
cuenta regresiva. Tres sin mí. Tres, dos, uno…no se puede empezar de nuevo.
Para un niño, las ausencias no las entendemos, sino cuando por arte de magia
empezamos a ver que vivíamos en una inocencia infantil casi con los ojos
cerrados de a ratos, donde los abríamos donde nos decían, o donde la
imagen no fuera tan fuerte. Hay imágenes que, aunque solamente un
momento las veamos son mas fuertes que todas las demás y se quedan
grabadas con los parpados cerrados, como algo pegado atrás del ojo, difícil de
esconder. Los niños entienden quienes están y quienes no. Eso es lo
importante. No se entiende el por qué, el cómo a veces, solo no están.
Guillermo, mi abuelo fue mi primera ausencia, pero mi abuela Ana, erigió los
espacios. Decir que la relación con mi abuela era de esas de visitas eternas,
galletas y cogidas de cachetes. Eso sería mentirle a mi memoria, seria
instaurar en mi un recuerdo obligado a partir de otras narraciones, aunque no
falsas, no mías. Mi recuerdo de ella nace como una foto pegada a una pared,
como a un especifico escenario, más que a la recolección de varios
momentos. Nace, además con el silencio de una ausencia, la de mi abuelo. Él
fue mi primera ausencia, o bueno mejor dicho la que el hizo cambio. Cambio
el espacio, la dinámica y el sonido. El silencio se volvió inmenso. La casa
gigante y la parsimonia total. Mi casa, o bueno la casa de ellos es ahora un
escenario, con un telón de fondo que yo cambio a mi conveniencia. No por
querer borrar su historia real o por negarle a la casa su relato, sino por que
como dicen que no hay una sola verdad, pues así, yo construyo la mía.
Así me di cuenta que yo estaba enamorada del olvido, por una aventura que
estaba teniendo con la memoria. Era imposible recolectar todo, ser maquina
perfecta recolectora de recuerdos. Somos más ausencias. Y las mías que
fueron muchas y catalogadas por tres centrales de las 10 o más que podía
contar con los dedos. Guillermo, Ana e Inés. Guillermo, Ana e Inés. Eso es el
centro.
Creo que yo me enamoré de la historia, y de las historias en todas sus formas. Las
reales, con fechas, detalles y hechos. También de esas de eventos surreales, de
viajes al centro de la tierra o de piratas y tesoros. Me enamoré de esas historias
ficcionales, de las princesas inventadas por mi tía o mi madre, a partir de una
muñeca de porcelana que se encontraba encerrada en un castillo del tamaño de
mi mano. Solo era alcanzar esa pieza del tocador de mi abuela y mi tía comenzaba
a relatar la historia de la princesa que me llevaba a lugares inimaginables, que
solo pueden existir en la imaginación de una niña. Siempre amé escuchar y leer
las historias que había por contar, las de mi familia, la de los cuentos y también las
que la historia relataba.
Me enamoré de mis abuelos, por que en ellos encontré más historias que nunca,
viví recordándolos, aún cuando mis recuerdos no eran suficientes para crear su
imagen. Empecé desde ellos y después por mi miedo a olvidarlos fue creciendo la
curiosidad por crear más imágenes de lo que me rodeaba, de su casa, de los
espacios, de su historia. Fui buscando más formas de entender una historia, a
partir de un espacio, un objeto, un pensamiento.
Con ellos me refiero a mis abuelos, que fueron el comienzo de algo que todavía
está en proceso. Ellos fueron el inicio del recuerdo y el recuerdo que existe en su
mismo olvido. Su casa, que fue mía por muchos años, fue mi hogar, mi fuerte y mi
más grande espacio. Y es que los espacios existen porque uno los construye, uno
trata de definir y recordar, a partir de objetos, personas o simplemente a partir del
recuerdo ese lugar que alberga nuestra memoria. A veces solo tenemos que
recurrir a la fotografía, porque quizás solo se necesita eso, una foto, un objeto;
una imagen es la nos trae el conjunto de las demás. Lo construimos a partir de
historias apropiadas, inventadas o reales, sobretodo cuando se le quiere de una
manera tan entrañable.
Yo nací y crecí en esta casa. Una casa en la calle 53 con caracas, al frente de las
tiendas de mascotas y a una cuadra a la izquierda del Éxito. Habité un espacio
que estaba a punto de pausarse, que estaba a unos años de mutar, como siempre
lo hacen, los espacios entrañables. La casa de mis abuelos es un espacio que fue
construido a partir de varias historias, no podré decir generaciones, no por que no
sea cierto, sino por que mi relato nace de todas y de ninguna. Fueron varias las
personas que hacen esa casa el centro de mi historia, otras que la habitaron sin
estar en ella y que, sin saberlo, poco a poco se lleno de escenas casi teatrales, de
objetos que después se agotarían en ese imaginario colectivo. Yo fui la ultima
historia. Habité esa casa, nueva para mi. La habité como era.
Este proyecto nace de una serie de reflexiones acerca de una casa en la que crecí,
habité y olvidé. Trata de una historia compuesta de otras más, que terminan
siendo una forma de crear imágenes, de reconstruir un imaginario, algo que ya
solo existe en pequeños destellos orales, visuales o a veces objetuales.
Esto es crónica se podría decir, basado en hechos reales, con un poco de ficción,
pero llenos de lo que para mi fue la casa, un lugar de tradición y eventos
sobrenaturales. En este libro la cronología no es relevante, no me refiero a el
orden de los eventos, sino en la antigüedad de las historias, cada una compone la
historia de una familia, de un espacio. Este proyecto es la genealogía de una casa.
EL ABUELO
Guillermo.
Se parecía mucho a su padre dicen, David. Desde muy joven tuvo grandes
entradas en el cabello, y desde los 40 su cabello se tornó gris. Ya cuando lo
conocí, o bueno entré a su vida, era blanco, totalmente, como si nunca hubiera
albergado ningún otro color. Usaba gafas, muchas, creo que siempre fue
cambiando; al final fueron bifocales, de marco grande, verde oscuro. De niña mi
imagen de el siempre es en vestido completo, o si no, en su bata verde, leyendo
el periódico, haciendo muecas, mejor dicho, siendo él. El del café después del
almuerzo, el de la pipa que siempre permanecía en el armario susurrando años de
uso olvidados. Mi abuelo caminaba lento, no recuerdo muchas veces verlo
parado, aunque en la mayoría de las fotos nunca está sentado. Su recuerdo es la
compilación de varias imágenes que nacen de mi cabeza y también de las
imágenes creadas por mi memoria a través de recuerdos apropiados; recuerdos
que me los han impuesto las fotografías de álbumes, las palabras de mamá, los
relatos de mi abuela.
Era muy pulcro, eso sí. Recuerdo verlo lavándose las manos unas incontables
veces al día. Le gustaba el olor a limpio, las manos tersas por tantas veces
utilizados el jabón, el agua fría y el cepillo. Por mi abuelo recuerdo la cama, la silla
de la sala y recuerdo la mesa del comedor. La silla por que ahí me leía, o eso
dicen, es un recuerdo que ni yo misma recuerdo en este instante. Esa silla también
por que mi mamá con ganas de que encontrara mayor comodidad en una silla
reclinable ultimo modelo, desperdicio su plata en una que nunca pudo usarse, no
por que el ya no estuviera, sino por su terquedad de no querer cambiar lo ya
conocido. La use yo en cambio, siendo inmensamente grande para mi, pero
donde mis juegos no pudieron ser menos. La cama, de ultimas, por que fue su
lugar al final, y por que su imagen ya tan albergada en ese objeto un día
desapareció, dejando solo la cama sin tender y a mi sin comprender que no la
volvería a habitar.
Creo que no quise conocerlo, más allá de mis recuerdos. Una vez traté y en la
investigación se quedaron unas cartas y un montón de memorias orales sin
resolver, no por falta de información sino todo lo contrario, ya no sabia como
habitar su imagen, con tanto archivo de él. Creo que en la falta de conocimiento
esta la idolatría a la imagen y eso fue lo que hice yo, adorar a un personaje no real
y que al querer conocerlo más, llego la verdadera construcción de su persona, una
que me da miedo haberlo conocido, por que crecimos distantes, yo con mi
abuelo inventado era feliz, inventándome conversaciones que tendríamos, hasta
los regaños que quizá me daría… mejor dicho viví con el fantasma de su ausencia
que rellene de mi fantasía.
.
Tu eres la sensación de tu barba en mis cachetes, por tus besos. Tu eres tus caras
borrosas por el recuerdo, Tú eres tú en los olores, por el café, por tus manos. Tu eres mi
recolección de esos recuerdos apropiados.
ANA.
La abuela
De Ana, no sé mucho. Más que fue una persona muy trabajadora. Le toco la vida
dura. Tuvo que cuidar de su mamá y su hermana Sara, desde muy pequeña. Su
mamá quedo sumida en la cama por una reumatismo muy fuerte y a ella le tocó
pararse y valerse por sí misma. Tenia a su adoración, su tía. Se llamaba Cordelia.
Dicen que cuando murió Cordelia, fue como una muerte divina. Mi abuela cuenta
que ella ya en cama, sabiendo que era su momento le dijo que ese día iba a
morir, que se iba a ir con Dios. De repente, mi abuela relata que una luz entro al
cuarto, iluminando a su tía Cordelia y casi no dejando divisar ninguna imagen, una
luz tenue pero divina, que venía de arriba. Y la Tía Cordelia murió.
Ana era muy religiosa, siempre creyó mucho en sus imágenes, en pedirles por
todo y por nada, por agradecerle desde que se levantaba, arrodillada hasta que
se acostaba con esfuerzo en su cama, muy baja para sus rodillas un poco
adoloridas por el pequeño trajín de sus días.
Trabajó de enfermera con varios doctores que la adoraron y ella a ellos. Amaba
cuidar a las personas y creo que a eso se dedico toda su vida, de todas las
maneras posibles, esa fue su misión. Se preocupaba por sus hijas, por su esposo
hasta que no lo tuvo, por las personas que conocía, su amor era algo fuerte, una
de esas cosas que te impulsan a vivir. Era una mujer pequeña que de a pocos iba
perdiendo más centímetros de estatura y ganaba una o dos arrugas más en sus
facciones. Caminaba lento, pero tenia una fuerza impresionante para su edad.
A Ana le encantaba cantar, cuando estaba de buen humor cantaba. Cantaba todo
y la casa se inundaba de su voz, de un susurro escondido en algún cuarto que era
difícil de omitir. Cantaba a veces sola y con el tiempo ya no le importaba si tenia o
no tenia compañía. Ella solo cantaba.
Sé que mi abuelo amaba su comida y no comía de nadie más. Ana se iba a visitar
a su tía Cordelia, o a ayudar a su hermana Sara antes y después cuando se casó
con mi abuelo. Dejaba todo preparado para que mi abuelo, a las 2 en punto, al
llegar él del trabajo comiera su almuerzo. La señora que los ayudaba le servía la
comida a mi abuelo. Pero dejó de hacerlo, porque cuando volvía a las 6 de la
tarde encontraba la comida sin servir y a mi abuelo sentado leyendo el periódico.
Cuando le preguntaba por que no había comido, él le decía que quería esperarla,
que ella sabia que él no comería a menos que ella le sirviera, que no le gustaba
que nadie más le sirviera. Mi abuela se enfurecía. Pero nada sirvió, no importó
qué, ni quien, mi abuelo nunca quería recibir otra comida que no fuera preparada
y servida por Ana.
Ana cuido a todos mis primos. Cuido hasta a los que ya no están. A los que se
fueron antes que ella, también a los que migraron. Cuido A Ivonne, A Arturo, Erika
y a Julio Cesar. Cuido a Cristian, el hijo de Ivonne. A todos los hijos de Cecilia.
Adoraba a Julio Cesar, siempre me hablo de él, se notaba el cariño. Nunca lo
conocí, murió cuando mi mamá tenia 18, se cayo de una ventana mal puesta.
Tenía la misma edad que mi madre.
Fuimos a verlo dos veces. Cementerio central. Solo las cenizas. No le pudimos
poner flores, la urna estaba muy alta para alcanzarla.
.
Mi abuela tenía el pelo más lindo de todos. Todas lo heredamos, fuerte,
abundante y sólo a sus 85 años empezó a volverse gris del todo. En sus últimos
años no dejaba que se lo cortaran, aunque ya le llegaba debajo de la cintura.
Siempre se peinaba igual. Muy por la mañana se cepillaba muy bien el cabello, se
lo recogía en una cola baja y empezaba la labor de hacer una trenza
cuidadosamente, sin que ningún pelo saltara al aire. Luego se amarraba esa cola
con un caucho hecho de medias veladas dañadas. Esos que se hacen para hacer
los rulos improvisados de mujeres con la vida de prisa. Después se envolvía esa
trenza en una cebollita ajustada por ganchitos, y se preparada a salir de la
habitación. Amaba su pelo, era como su más grande tesoro para rememoran la
juventud. Una vez mi tía se dispuso a córtaselo un poco y aprovechando que ya
no escuchaba bien, un día que ella le hacia la trenza; por que con el tiempo ya no
se la pudo hacer ella misma, por la osteoporosis, sus brazos no subían de cierto
punto, mi tía consuelo cogió unas tijeras con las que ella cosía, esas grandes de
tela y rápidamente le corto el pelo, le hizo la trenza, recogió la cebolla y se
dispuso discretamente a ir a la cocina y botar el final de la trenza subida sin
permiso. Mi abuela, no se dio cuenta hasta el otro día cuando, peinándose se dio
cuenta que estaba mas corto.
.
Tenia dos maquinas de coser, que hoy siguen en la casa, con los mismos retazos
dejados desde que ella ya no está. Nunca la vi coser, o si lo hice no la recuerdo.
Yo fui su ultima nieta, habité su casa como último individuo antes de que se
cerrara ese espacio. Era brava, nunca jugó conmigo. Cuando Guillermo murió
quedamos ella y yo en una casa que poco a poco entraba en un silencio, cada vez
más profundo. Yo cree las barreras y ella los silencios. Construimos nuestros
fuertes sin querer que la otra entrara. Yo pensando que no me comprendía y ella
pensando que yo no quería comprenderla. Pensé que no teníamos buena
relación, yo en la habitación y ella en la sala cosiendo y en sus últimos años,
dibujando. Dibujó de todo y en todo. Hasta en mis cuadernos de matemáticas,
libros prestados del colegio y mis propias tareas. Dibujaba como una niña que
descubría el color, dibujaba pájaros, bodegones y perros que no parecían perros.
Se pasaba la tarde entera dibujando. Cuando cumplió 86 le regalaron colores y a
mi un libro de Julio Verne “la vuelta al mundo en 80 días”. La acusé días después
de robarme el libro, porque no lo encontraba y ella olvidaba donde ponía las
cosas. Me dijo que no lo tenia, yo nunca le creí.
En esa casa ya sin ella, están las maquinas con sus telas, sus cajones llenos de
todo menos hilos y sus dibujos. Dibujó tanto que al final hay paredes enteras de
ellos. Pensé que no teníamos buena relación y cuando ya no estaba me costo
volver a la casa. Un día fui a buscar unas telas dentro de los cajones de las
maquinas y encontré el libro de Julio Verne y al abrirlo todas sus paginas
dibujadas.
.
Casi me nombran Ana por ella. Por que se volvió después de todo, o bueno
siempre lo fue, la señora de la casa, esa casa que cada vez más le faltaban
personas, pero no recuerdos. De ella me llevo las telas, los dibujos y la ventana.
Esa ventana de la habitación que solía ser de mi abuelo y de ella y en donde
siempre se encontraba ella mirando pasar a la gente y yo cuando llegaba del
colegio, la encontraba esperándome, para saludarme con la mano y yo le devolvía
con una sonrisa. Así ella sabia que había llegado y me abría la puerta. Hace
mucho tiempo no voy de nuevo a esa casa, donde ahora vive mi tía y donde todo
parece haber quedado congelado en el tiempo. El mismo día que fui a buscar las
telas, al entrar miré hacia arriba y no sé por qué un reflejo de mi cuerpo espero
encontrarla en la ventana.
.
Siempre me arrepentí de haberle negado el rosario.
Me pregunto:
-Mija, reza conmigo?
La miré y negué con la cabeza.
Ella insistió.
Yo no dije nada.
Ella empezó.
Yo prendí la tele.
.
Ella se arrodilla a los pies de la cama, aunque sus rodillas ya no son tan fuertes
para levantarse sin ayuda. Se arrodilla porque es lo único que conoce cuando hay
un apuro. Me pide que me arrodille con ella.
Yo sigo viendo la Tele.
Empieza a rezar y se escucha el susurro del rosario al unísono con una propaganda
de Huggies.
Ella sigue insistiendo cada vez que acaba un misterio doloroso, glorioso,
luminoso…
Se para, me mira y sin decir una palabra se dirige lentamente a la puerta, con su
paso un poco cojo, en un ritmo total.
Que silencio.
No queda más.
La casa fue todo. Fue mañanas de navidades. Fue chocolate con tamal
de algunas noches y los almuerzos y vacaciones escolares. Fue vida y olores y
ruido. Mi abuelo murió a mis 10 y mi abuela 6 años después. Cuando él falleció
seguimos yendo todos los días a visitar a mi abuela, mi mamá le hacía la comida.
Yo llegaba del colegio no a mi casa sino a la de ellos. Ahí me cocinaba Blanca y
me servía la comida, mi abuela habitaba conmigo ahí, todos los días. Después ella
un día se cayó, fue una caída de esas que dicen que tienen recuperación, que es
algo fácil que pronto estará mejor, que no se preocupe que en navidad estará en
la casa de nuevo. Recuerdo que fue en la mañana y me despertaron los llantos de
mamá, fue un 28 de noviembre y yo estaba a las 6 de la mañana preparándome
para el colegio y de pronto suena el teléfono. Mi mama contesta y habla con mi
tía. Solo escucho un lado de la línea:
- ¿Cómo se cayó?
-Se puede mover?
-Ya voy para allá…
- ¿en donde están?
Pasaba todos los días culpándome de no haber disfrutado más de ella y estar
pensando siempre que nuestras peleas quedarían como ultimo recuerdo de ese
espacio que hace 10 días ella seguía estando.
Un día la tuvieron que llevar a la UCI por que le había dado una bronquitis, una
infección después de esa recuperación en la caída. La tenían en una habitación y
yo fui a verla. Solo se podía entrar de a una persona y era mi turno, aunque yo no
quería por el miedo extremo de hacer real la tragedia.
- Rece conmigo mija, a ver…EN el nombre del padre, del hijo y del espíritu
santo…
- (silencio)
- No la veo echarse la bendición. Rece conmigo que eso sirve en estos
momentos.
- Abuela, no creo que sirva ahora.
- ¿Cómo que no? ¿Cómo que no sirve, ah? La fe siempre sirve.
- NO digo que no sirva la fe, digo que no sirve ahora.
- ¿Por qué lo dice, mija? Siempre sirve, no hay mal momento para rezar. A
ver, en el nombre del…
- Ahora si abuela, por que tu no estás, ya no tengo el rosario y se me olvido
la oración.
- Eso no se olvida mijita… eso siempre está. Repita… Bendita sea tu pureza,
y eternamente lo sea, pues solo un Dios se recrea..
- En tan grandiosa belleza, a ti Celestial princesa, Virgen Sagrada MARIA Yo
te ofrezco en este día,
- Alma, vida y corazón.
- Miradme con compasión.
- No me dejes madre mía.
- Amen.
- Amen.
- (Silencio)
Hablar de Ana.
INES
Mi tía
La Tía Inés, después de que murió Paúl de cáncer, se dedicó a cuidar a sus tres
hijos, vivía para ellos era muy pendiente del aseo, todo lo limpiaba mil veces y sus
pisos de madera uno se podía peinar en ellos. Cuando los niños tenían entre 12 y
18 años se fue a vivir a Alemania, y venía a Colombia cada 2 o 4 años para ver a
su familia, especialmente a su Mama a quien adoraba así como a sus hermanos
Humberto y Guillermo, durante el tiempo que vivió en Europa visitó muchos
países, con Jenny su hija consentida, cuando le empezó el Alzheimer, uno de los
hijos Jorge, la trajo para Colombia, porque ya estaba olvidando el alemán y
llegaría el momento en que no se podría comunicar, entonces la dejo en
Colombia en un hogar geriátrico, allí durante unos años se encargaba se sus cosas
la hija de Jorge, y posteriormente se encargo su sobrina Consuelo, durante el
último periodo de vida, Lo hizo Diedre su otra sobrina de aquí en adelante sabes
más tu.
No es que sepa más yo. Creo que soy la que menos sé. Mi tía Inés la conocí en el
olvido. La conocí sin que ella fuera capaz de reconocerme. Así es esa
enfermedad. Recuerdo que cuando tenía 6 años, quizás 7 (porque mi abuelo
murió a los 10 y mi tía migró a los 8) mi mama iba a visitar a su tía, la hermana de
mi abuelo todos los domingos. Era chistoso ir a esa casa, que olía a perfume de
señora bien vestida, de esas que se maquillan y usan perfumes fuertes, de esos
con los que te duele la nariz y no se te olvida el aroma. Mi tía Inés, (tía porque,
aunque era más abuela, jamás le dije distinto) era de esas señoras que su casa es
una reliquia. Esas casas que le recuerdan a uno la infancia, los encajes, sofás
estampados y la gelatina con uvas pasas. Sé que es muy específico decir eso,
pero mi recuerdo más feliz con ella empieza en esa casa.
Todo en este lugar se me hacía tan extraño. Mi tía Inés coleccionaba figuritas de
porcelana, peluches y botellas pequeñas de tragos. También le gustaban los
perfumes y los collares. Tenía un tocador en su habitación impregnado con ese
aroma, que tanto recuerdo. Me regalo, uno de esos domingos, una botellita de
las pequeñas de ron, para que empezara mi propia colección. Nunca lo hice, pero
todavía tengo la botella. Mi tía era de esas mujeres que son independientes, que
se les nota la vida en la cara, que fueron solas, no porque así lo quisieron, sino
porque la vida lo dijo así. Amaba contar historias, no importaba si las repetía, las
contaba tan bien. Era placentero escucharla hablar. Cuando se fue a Alemania, la
extrañe mucho. Uno es pequeño, no entiende muchas cosas; la infancia es linda
para tapar las verdades de la vida. Ella se fue y yo crecí y mientras yo
coleccionaba recuerdos, ella los perdía diariamente.
Volvió años después a Colombia, porque un día en Berlín salió a comprar unas
verduras y no volvió en dos días. Nunca recordó el camino a casa. Sus hijos la
mandaron a un ancianato. Dos meses antes de que volviera murió mi abuelo. Y
cuando llegó a Bogotá, mi mama, mi tía y yo teníamos que pasar la horrible tarea
de recordarle la muerte de su hermano cada ocho días.
Hasta que un día, un día cualquiera ella se olvidó de mi nombre, se olvidó de mí.
Ya no me reconocía, no me volvió a reconocer. Pensaba que estaba en Alemania,
empezaba a decir que quería irse a Colombia. Un día la encontramos haciendo las
maletas en el ancianato, asegurando que ella viajaba al otro día a Colombia.
Nadie la pudo convencer de lo contrario. Su memoria fue desapareciendo cada
vez más, olvido sus idiomas, sus frases naturalmente, todo de sí. Hoy en día,
mientras guardo sus cosas para no verlas más, encuentro la botellita y una figura
de porcelana rota. Ya no está, hace tiempos no estaba, pero a veces pienso que
faltaron palabras.
Por eso digo que ella es un capitulo aparte. No pertenece al centro, ni a los
fantasmas recorriendo el espacio. Ella pertenece a unas ganas incesables por
querer entender la importacia del recuerdo, casi siempre haber estado en carrera
contra el tiempo para que me dejara sacarle uno o dos mas. Para poder haber
sido capaz de obtener su memoria antes de que el olvido se la llevara toda. Ines
es mi vínculo con las dos cosas que he estado buscando tanto. Es mi vinculo con
mi abuelo, fue único que me quedo…ya que cuando fallecio ella quedo a mi lado,
un poco lejos por haberse ido, pero era lo más cercano a el. Era muy unidos, se
querian mucho y ademas de todo el aprecido era impresionante. Era como el
ultimo destello que habia de la vida de el. Alguien que habría conocido hasta en
la infancia, que tendria los mas profundos recuerdos, que quizas si no fuera por mi
curiosidad quedarian enterrados en su memoria y desaparecerian al igual que ella.
Lamentablemente el alzeiheimer me gano la carrera.
Fue muy tarde cuando quise tener cualquier información sobre el, sobre su vida,
que le gustaba, como era, como existía en el Bogotá por mi inventado para poder
situarlo en mis imágenes mentales cada vez que queria o me contaban una
historia pasada de boca en boca.
Vivi en un cuento donde ella era mi principal personaje y yo su fiel lectora. La leia
en imágenes, todo el tiempo, en gestos todavia existentes en ella. En lo ultimo
que se lleva la memoria, la esencia de si.
-si, si
Asentia con la cabeza, aunque no creo mucho que supiera a que niña se referia o
que conversación ella respondia.
-si, si…
Te miro mientras te canto, y tus ojos no parecen vacios, como siempre, parecen
otra vez llenos de ti. Pareces reconocerme…aunque no…
.
Imagínense desaparecer ante tus propios ojos, saber que estas dejando de ser tú
y que tus más preciados recuerdos, lo que te compone, ya no te pertenece, que
aunque trates arduamente de no soltarlos ellos solo se van, sin que tu puedas
hacer algo. Ella lo sabia, estoy segura, pero por su propia vanidad no quería
aceptar lo que estaba sucediendo; se hacia la fuerte, la que no iba a dejar que eso
la venciera.
Mi tía es eso, las ganas de no dejar al olvido ser parte de uno. Queremos volver,
no queremos ser parte del eso. Cómo evitamos ese olvido? No creo que
podamos a veces, solo así, sin poder evitarlo lo haremos. Estamos también
destinados a eso, solo queremos que sea más lento, que no nos demos cuenta,
que ya sea tarde para ponernos de nostálgicos, que ya sea tarde.
.
Inventemos un lenguaje, ya que tu has olvidado el tuyo. Cogeré esfero y papel y
empezaré a escucharte. Con cuidado te iré escuchando, nos haré un diccionario
para que podamos comprendernos, lo hablaré contigo, solamente contigo.
Haré entre nosotras un lenguaje tan maravilloso, que de todos los idiomas nos
miraran envidiosos, nos preguntaran cómo hicimos y yo recelosa, haré las
traducciones de nuestro idioma, pero te miraré de reojo y sonreiremos
discretamente alegrándonos de nuestro secreto.
Querer volver
Volver a la infancia
Quizás unos recuerdos a donde fueron felices
Por que el ser humano siente miedo
Sentimos ganas importantes de entender
De no dejarnos ir
Atados al pasado
Recuerdos y ataduras.
Documental
LOS ESPACIOS
LA CASA
La casa de ellos, mi casa, ahora la casa de nadie.
Al comienzo habitarla se hacia una gran tarea. Cada vez que entraba en ella sentía
que era un espacio inabarcable, que vivía en una gran casa. Mi recuerdo me
traicionó al habitarla años después.
Cierro los ojos y la imagino inmóvil. Sin ningún ruido a su alrededor. Camino y
desde que paso la puerta puedo divisar la mitad de ella. A la derecha esta el
comedor y la sala, al frente la larga cocina y a mi izquierda el pequeño sofá, la
cama del perro y la biblioteca de él. Entro al comedor y en la esquina está la
maquina, esa maquina que ahora no suena y esta tapada de un montón de telas
que hace casi la presencia de su cuerpo debajo de estas, imperceptible. Me
acerco a la maquina y quiero esculcar los cajones, donde nunca había hilo sino
millones de tesoros que ella escondía con y sin intención para proclamarlos
después suyos, aunque su pertenencia primaria fuera mía o simplemente de la
casa.
Me doy cuenta que no puedo pasar a las otras partes, hay un montón de cosas
que no me dejan pasar, no se que pasa. Es como si el espacio fuera más
pequeño, lleno de grandes acumulaciones del tiempo. El tiempo ocupa espacio,
mas del que creemos, sólo que estamos sumergidos en él, no nos damos cuenta.
Era como si la casa no quisiera soltar nada, y todo lo retuviera en un limbo
constante, entre el pasado y el presente solamente no pudiera entrar.
El tiempo ocupa espacio.
No pasa desapercibido.
LA CASA
Más que todo era fría, tan silenciosa que a veces, aunque hubiera gente uno se
sentía solo. Cuando abrías la puerta se encontraba la cocina
La casa era una reliquia. Esas casas que le recuerdan a uno la infancia, los encajes,
sofás estampados y el color pastel en las paredes.
Ahora es borroso ir allá, olía a perfume de señora bien vestida, de esas que se
maquillan y usan perfumes fuertes, de esos con los que te duele la nariz y no se te
olvida el aroma.
Todo en este lugar era tan extraño. Había figuritas de porcelana, peluches y
botellas pequeñas de tragos, las coleccionaba.
Me regaló una botellita de las pequeñas de ron, para que empezara mi propia
colección. Nunca lo hice.
Y funcionó, nos volvimos amigas, de esas que juegan a las muñecas, que se
cuentan historias, se prestan cosas, unas amigas así.
Hasta que un día en esa casa, su memoria fue desapareciendo cada vez más,
olvidó sus idiomas, sus frases, naturalmente, todo de sí.
Ya no está, hace tiempos ella no estaba, pero a veces pienso que hubo problemas
en inventarla de nuevo.
Hay una ventana pequeña, la verdad es bien pequeña. Se asomaba por ella solo
para poder mirar a la gente que pasaba. Era como su gran pasatiempo, con la
casa sola, se sentaba y miraba y contaba, que colores había, que historias
ocurrían. A veces, solo esperaba. Me esperaba y al verme me saludaba.
Había una pared enorme, blanca totalmente, con algún que otro rastro del
tiempo. Se ve la huella del marco que ya no está, por que al irse él, sus fotos
también se fueron. Ahora hay que pintarla de nuevo.
Hay un pasillo corto, que a pesar de lo luminoso se sentía oscuro. Todavía hoy, se
iba caminando lento para no hacer ruido. Si se seguía por el y se volteaba a la
izquierda, se veía la pequeña ventana, donde al contrario de él, ella solo miraba el
horizonte.
LA COCINA
La cocina quedaba al frente, era estrecha y cuando uno abría la puerta, el primer
aroma que uno sentía era el del chocolate, el del café, siempre olía a alguno de
los dos.
Era larga, No ancha. Se podía caber perfectamente en ella peor no tantas
personas.
Mi tía Inés perdió la memoria, la perdió como algo que se te escapa de las manos
y no puedes hacer nada al respecto, no importa cuanto te aferres a ella no logras
retenerla. Ella fue un poco así, sin darse cuenta todo se le fue, los días, las
palabras, las personas, en fin, un poco todo de si. Aunque con el tiempo me di
cuenta que entre esos olvidos y ausencias de los espacios, ella alcanzaba a volver
a ser, ella. Como una pequeña luz, desde una sonrisa, un gesto, una palabra, un
recuerdo, un nombre, recobraba un poco de su identidad. Creo que a veces en
esos destellos de vida estaba todo.
Por la noche, mi mama iba a hacer arepas con chocolate y cuando se fue a poner
el delantal, vio enterrada en la puntilla que lo sostenía, un buñuelo. Parece ser
que mi tía ordenaba, pero se le había olvidado completamente el lugar de las
cosas y que era un buñuelo. Creo que le pareció que se vería lindo decorando esa
puntilla.
A.
Diedre
Cuando le preguntaba por que no había comido, él le decía que quería que la
señora la había metido la mano a la comida, que ya no tenia su sazón. Mi abuela
se enfurecía. Pero nada sirvió, no importó qué, ni de quien, mi abuelo nunca
quería recibir otra comida que no fuera preparada y servida por Ana. Ana siempre
cocinó, hasta cuando ya no pudo y hasta cuando ya no tuvo a quien cocinarle. No
hubo nada que lo convenciera a él.
Muchos años después cociné yo, ella me enseño a cortar la cebolla, a hacer el
guiso, hornear la carne, hacer el caldo, a preparar el arroz.
LA SALA
COMEDOR
LA CASA ROSADA.
La casa grande
Al comienzo me contaron que eran palomas las que vivían en ese cuarto,
rescatadas hasta que sanaran. Me imagino que sonaban, por las mañanas cucucu
y por las noches en todo el silencio cucucu.
Ella dejo de estar en la casa, y los pájaros siguieron, pero poco a poco se
desaparecieron. Uno amarillo, uno naranja quedaron siendo pareja. Cuando uno
murió el otro también.
Quedo Sara, o Sofía, sola en una jaula grande. Las otras vacías, se fueron
botando. El cuarto de los pájaros ahora ya no tiene pájaros.
Tiene cajas, el pesebre, el árbol y papeles.
Cajas y cajas de papeles.
LOS OBJETOS
El álbum.
Las fotos se perdieron, o se refundieron en los distintos lugares que las guardaba,
con las ganas que solo me pertenecieran a mi. Algunas están todavía en intervalos
de las paginas vacías de él, y otras creo que solo en mi memoria. A veces pienso
que yo misma desaparecí lo que trato de encontrar de nuevo, a veces se que es
así. Sin cuenta, en un error infantil.
LA CAMA
Siempre estaba tendida. El orden era una de sus mas grandes virtudes, digamos
que hasta obsesión. Se lavaba mas de 10 veces las manos, después de cualquier
actividad. Hasta en sus últimos días, donde no podía pararse de la cama pedía
una coca con agua tibia y jabón donde dispendiosamente, se las lavaba,
entrelazando los dedos, usando las uñas para limpiar las palmas, frotándolas
fuerte, hasta que no hubiera rastro ni de huellas.
Como dije, la mesa sí que era una distancia. Ella era una figura tan seria. No era la
abuela de las galletas, de los juegos y la consentidera absoluta. No. Ella era no
era ese tipo de abuela. Mi abuela era brava, de esas abuelas estrictas, que no regalan
galletas, ni cogen mejillas, ni abrazan muy fuerte, ni besan muy duro; mi abuela era seria y
distante. Recuerdo que en la casa de ellos, yo pasaba mucho tiempo de mis vacaciones, y
después del almuerzo, mi abuelo tomaba cafe. La mesa del comedor, era rectangular,
grande y en las dos cabeceras se hacían mi abuelo y mi abuela, por obvias razones de
conservación. Pero mi abuelo, cuando estaba yo, me cedía la cabecera, mientras mi
abuela, permanecía siempre al frente mio, distante, en su puesto. Desde entonces, y años
después de que murio mi abuelo, y que la casa está vacía, y que ya mi abuela no está, la
silla de ella siempre fue su lugar, y nunca me senté ahí.
LA MAQUINA DE COSER
Con el tiempo me fui dando cuenta que, mis dulces disminuían, por que con los
años a mi abuela se le fue el odio por el dulce y silenciosamente, mientras nadie
la veía cogía un dulce y lo metía dentro de las telas de la otra maquina de coser.
Nunca acepto que le gustaba el dulce.
LA PIPA
LAS GAFAS
No se por qué, con que propósito o de donde nació esa bolsa de gafas que se
encontraba en la casa. Había muchas. Marcos delgados, gruesos, transparentes,
una ya tenía formula, otros ya no o solo tenían un lente. Era como el lugar donde
las gafas iban a parar cuando habían perdido todo su uso. Pero eran infinitas para
la cantidad de personas que habitaban ese espacio. Habían de mi mamá, de mi
abuela y otras muchas que quizás también pertenecieron a las personas, pero sin
ya ser útiles para ayudarles habían sido puestas en esa bolsa de gafas perdidas.
Me encantaba jugar con ellas, sacaba la bolsa del armario y empezaba a
desordenar, cosa que mi abuela odiaba, buscando cual ponerme y jugar a varios
personajes en el espejo. Desde una estudiante a una enfermera o una mujer de
negocios.
Las gafas nunca as volví a ver, creo que siguen en la casa, por que esa bolsa,
como todo lo demás, nunca se movió de su puesto. Vine a descubrir varias de las
gafas en fotos del álbum, y las verdes, las encontré en una no tan antigua, eran de
Guillermo.
LAS
PORCELANAS
En la casa siempre había porcelanas. Desde pequeña las observaba. Ella las
adoraba, las coleccionaba. Las limpiaba, las cambiaba de posición, las volvía a
limpiar. Yo jugaba con ellas, cuando no me veía. Había una muñequita, con un
vestido azul y paraguas, siempre la adore en imagen, la quería para mi. Ella se fue,
se mudo y se llevo las porcelanas con ella.
LAS
CARTAS
No se quien será Maluquita. Nadie sabe decirme. Me imagino que fue una amiga
de él con la cual existía una gran amistad. Quizás en un tiempo, hasta se quería un
romance, no se sabe.
Viajaba mucho. MI abuelo. No se por que, me han dicho que lo necesitaba por su
trabajo, por que trabajaba en una farmacéutica e iba vendiendo los productos por
diferentes partes de Colombia.
Maluquita existió en sus viajes. Nunca en sus historias. No se quien era ella, solo
sé que encontré estas cartas, eran tres de diferentes fechas pero de años casi
seguidos. No daban mucha información, solo debajan a la imaginación lo que
parecio ser un gran recuerdo compartido de estos dos personajes de tiempo
atrás.
La
SILLA
Había una silla, debió ser rosada en sus primeros tiempos pero que ahora solo
tenia vestigios de ese color, en donde me sentaba a verlas cocinar y hablar. Su
lugar era en la cocina, nunca se movió de ahí. Más adelante yo miraba desde la
puerta y mi abuela, ya sin poder mantenerse mucho tiempo al lado de la estufa,
se sentaba en esa silla, que siempre tuvo muchos usos.
Ayer encontré la silla que ya solo tenia como tres pedazos del esmalte rosa de sus
primeros tiempos. Estaba en la mitad de la sala. La recordaba mucho más grande
y un poco más alta. Me senté en ella y no cabía completamente. Traté de usarla
como escalera, pero después recordé su pata coja por la cual mi abuelo se cayó al
piso lastimándose la cadera muchos años atrás. Traté de ponerla de nuevo en la
cocina, pero tampoco cabía, ya no había espacio. Por ultimo la volví a dejar en la
sala, creo que no le pude encontrar lugar.
Mira, mira
No puede ser tan malo.
Si miras veras que no es tan malo.
.
Mi tía vivía en esa casa, casi ni la tocaba, no parecía habitada por ella. Era más
bien un fantasma que rondaba en ese espacio antes tan concurrido por tantos
personajes de estas fabulas acá relatadas. No quiso tocar nada, vivía caminando
por espacios sin querer transformarlos, casi respetando de su propia manera esa
memoria quizás, por no dejar ir del todo el recuerdo.
Un día quiso limpiar la casa y arreglarla de nuevo, para tener visita, para sentirse
de nuevo en ella. Y empezó. Saco las cajas arreglo los cajones, boto muchas cosas
y cuando ya estaba terminando
Me llamo y me dijo:
Me di cuenta con el tiempo que yo vivía en una casa que no la componían sus
paredes,
Que tampoco fueron después las personas, por que ya saben, el tiempo, la vida,
la muerte,
Fueron los objetos que crearon imágenes claras de casa, de las personas, de lo
que era el espacio.
Yo me apropié de los objetos, hice las historias de una casa contada por todos
construida entre fragmentos orales y relatos ficcionales que tenían toda la realidad
que se necesitaba.
La casa no es la casa sin los objetos, por que a fin de cuenta a veces un objeto
compone todas las imágenes.
¿Acudir a la imagen?
Foto?
Vas a hacer
TU TIA
Particular. Como hablar del recuerdo cuando una persona tiene Alzheimer.
Como recuperar un recuerdo, teniendo esta enfermedad
Como llevarlo a una imagen o una imagen.
Algunos los guardan, tan bien que después no saben como encontrarlos. Los
envuelven como si fueran una pieza de cristal delicado, que se tiene miedo de
que se rompa. Otros los dejan en su memoria, libres, corriendo para que salten en
cada intento de rememorar un momento. Pero a veces cuando los perdemos,
tendemos a esforzarnos en encontrarlos de nuevo. Los buscamos dentro de
nuestros otros recuerdos bien envueltos, o de los que van corriendo libres. A
veces atrapamos a los que se nos escapan, los cogemos y después no queremos
soltarlos. Los agarramos fuerte, con miedo a que se nos vayan de nuevo.
Por que ya saben que el tiempo se lleva los malos, esos que nos causan las
melancolías o noches de insomnio. Pero esos buenos que no queremos soltar a
veces se pierden y los olvidamos, sin saber que antes eran tan importantes.
Aparecen como ráfagas a veces, otras se pierden y no se sabe cuando volverán.
¿Cómo se recuperan? Ese es el secreto, hay veces que se recuperan fácil, por un
objeto, una persona o otra cosa que haya pasado que nos deja de nuevo con ese
desaparecido. Hay otras que simplemente no vuelven, no se recuperan, por que
los hemos dejado solos en la intemperie de nuestros demás pensamientos.
¿Me recuerdas?
¿Cómo me llamo?
-No puedo hablar, o bueno si puedo, pero nadie me entiende, las palabras que
me salen no son coherentes con lo que quiero decir. Cómo pido ayuda. Ah, ahí
viene otra vez. ¿quién será ella? Siempre viene.
-Hola mamá.
-mmmelna
y nada, no sale nada. ¿Por qué no puedo hablar? ¿quién es ella? Nunca la había
visto. ¿Por que me llama así?
-Ayer te gusto la sopa? Sonríes. Veo que si. Te traje más hoy.
Iba cabalgando con rapidez, sentía las pisadas del caballo, constantes. Le decía
-“más rápido, ¡más rápido! ¡Nos van a alcanzar!” El caballo se apuraba y ella
seguía mirando hacia adelante, con la fiel seguridad que iba a llegar a tiempo. De
pronto se detiene. Ella voltea la cabeza, mira a su abuelo y le dice ¿Por qué
paraste? Ya casi llegábamos. El abuelo sonríe, acomodándola mejor en sus
piernas, ya cansadas de galopar.
Juguemos un juego.
Tu dices pelota yo digo lanza
Tu dices café y yo digo abuelo
Tu dices tiempo y yo digo escaso
Tu dices hola y yo digo chao
Tu dices quédate y yo digo no
Tu dices cobijas y yo digo cama
Tu dices ausencia y yo digo muero.
La casa se expande
La casa
Espacio
La casa es el personaje?
Quienes son?
Objetos.
Que es el centro de la casa
Constituyen la vida de la casa, estaba formada por gestos
Historias, de todos y de nadie.
-La casa esta viva
-Cuando llega el silencio
La casa se invade de silencio y los objetos después hablan de esos personajes y
los objetos empiezan a tener que contar
.Voy a hablar la casa después de la muerte? O hablare de los personajes que
anteceden a el silencio y a los objeto …
Parte 1
Voy a de la casa
OBJETO DE ESTUDIO
QUE ES?
ESPEACIO
ARCHIVO
Bogotá
LOS OTROS
CECILIA
Una Tía
Nunca tuvo buena relación con mi abuelo. No se a que edad entraron a la vida
del otro. No se tampoco como fue la vida de ella. Se que un día por teléfono
escuche una voz desconocida que peleaba con mi mamá por que al momento de
pasarle el teléfono yo sólo le había dicho por su nombre, pero no por su titulo en
mi vida. Mi tía. Vivía, desde que yo nací, en EEUU. Se fue a buscar un mejor
futuro.
HUMBERTO
¿Y LETICIA?
Consuelo:
la última hija de mi abuelita María y la mas consentida, se caso muy joven con
Efraín y tuvo tres hijos Lorna, Pilar y Hernán. La relación con Efraín no fue muy
buena y se separaron y un día cualquiera dijo me voy para los EU allí tengo más
futuro y sin ninguna planeación cogió sus tres hijos y llegó a NY allí trabajo mucho
y pudo educar a sus tres hijos, fue muy trabajadora y. omo toda la familia muy
pulcra, vivía muy preocupada de su bienestar, siempre tomaba vitaminas y
suplementos y estaba muy pendiente de cuidar su rostro con cremas, para verse
muy bien. Sin embargo a los 65 años empezó a olvidar en que lugar del parking
dejaba el carro, si ya había comido o no y le diagnosticaron alzheimer, vivía sola y
a veces me llamaba y me decía que no sabia si Lorna ya la había llamado o no y
que no podía dormir, que se sentía mal, que escuchaba voces, Leticia venia a
Colombia cada cinco años para ver la Tía Inés pues se querían mucho y l
Ya cuando mi Tia vivía en Alemania venia a ver mi Papá en, siempre me decía que
no hiciera tanto oficio y que saliera a divertirme, ños queríamos mucho. Cuando la
enfermedad avanzo Lorna la llevo a un hogar sondeos cuidaban bien, y allí murió.
CECILIA
Cecilia se caso con Oscar quien trabajo toda la v8da en el Instituto Agropecuario
Colombiano - ICA- tuvo tres hijos Jenny, Amparo y Oscar. Cecilia vivió muchos
años en Caracas con su familia, nosotras fuimos de paseo y nos atendió muy bien.
Jenny se caso y tuvo una hija y se separó, Amparo tuvo dos hijos, igualmente se
separó de Germán y tuvo dos hijos y Oscar tiene dos hijas también esta separado,
Cecilia vivió para atender a Oscar, tenía un carácter fuerte. Pero quería mucho a
Oscar.
STELLA
Stella se caso con un médico famoso rn Cerete y allí vivió toda la vida, tuvo una
hija Sonia y adopto otra, quien inicialmente Sonia no quería mucho p9rque su
papá vivía para ella y la consentía muchísimo, lógicamente con
La nueva niña se vio un poco desplazada. Stella era diabética y cardiaca como
toda la familia, también murió de un infarto y su esposo poco tiempo después
BEATRIZ
tuvo 7 hijos se caso muy joven, siempre fue muy alejada de la casa porque no
querían al esposo, sin embargo los niños visitaban a mi abuelita, especialmente
Eduardo el mayor, murió muy joven un sábado en la noche y papá salió corriendo
a su casa también de infarto, Eduardo vive en Cali con su esposa e hija.
EL MUSEO DE nuestra MEMORIA.
Decir que la relación con mi abuela fue maravillosa, esa de tardes de casa de la
abuelita”, de comida y risas sería mentirle a mi memoria, seria instaurar en mi un
recuerdo obligado a partir de otras narraciones, aunque no falsas, no mías. Mi
recuerdo de ella nace como una foto pegada a una pared, como a un especifico
escenario, mas que a la recolección de varios momentos. Nace, además con el
silencio de una ausencia, la de mi abuelo.
Para un niño, las ausencias no las entendemos, sino cuando por arte de magia
empezamos a ver que vivíamos en una inocencia infantil casi con los ojos cerrados
de a ratos, donde los abríamos donde nos decían, o donde la imagen no fuera tan
fuerte. Hay imágenes que, aunque solamente un momento las veamos son mas
fuertes que todas las demás y se quedan grabadas con los parpados cerrados,
como algo pegado atrás del ojo, difícil de esconder. Los niños entienden quienes
están y quienes no. Eso es lo importante. No se entiende el por qué, el cómo a
veces, solo no están y eso es una imagen que roba todas las palabras.
Así fui contando, bajando dedo por dedo las ausencias. Entendí cada una de
ellas, por que algunas, no las viví, otras por que me las explicaron y otras también
por que, como dije, hay imágenes que pueden quedarse aun si uno cierra los
ojos. Fui creciendo entendiendo que la casa se hacia mas grande y necesitaba
menos dedos para contar las personas. El espacio lo habité, sola y acompañada,
el ruido era inmenso y luego el silencio era profundo. Caminaba por sus pasillos
entendiendo que mis pasos sonaban cada vez más duros, como si todo se
volviera mas sonoro, esa madera quisiera sonar mas que otras veces y que
recorrerla cada vez se volvía menos una tarea arqueológica sino una mina oscura
por momentos.
Los espacios me asustan, por lo cambiantes que son (aunque culpar al espacio es
una traición contra todo lo que creo) cómo nosotros somos capaces de
transformar, olvidar y así deconstruir un lugar entrañable. Lo vemos en la historia,
en los monumentos más grandes que tenemos, no todos, pero muchos han sido
capturados por la falta de necesidad de recordarlo, o mas bien por no
interesarnos un poco inocentemente en su historia. Creemos tanto en la historia y
en la historia que cuentan los espacios “importantes” que vivimos sumidos en
unas ganas de visitar esos, que, según los libros, son imposibles de borrar, que
debemos restaurar, cuidar y visitar. Aunque muchos hayan desaparecido, que ya
no quede ni rastro de lo que fueron, y que dejaron, por así decirlo solo en palabra
su existencia, una vaga prueba de lo importante que fueron.
Creo que así vi esa casa, sumida en una incontrolable trasformación causada por
la falta de, no digamos interés, sino miedo a tocar lo que no nos pertenecía. Sin
darnos cuenta estábamos olvidando el mayor archivo que había, la casa en sí.
Recuerdo cuando tenia unos seis años, ser amante de los grandes edificios, pero
no esos perfectos y sin una grieta, no. Era fanática de la ruina, de esos espacios
que mostraban tanta historia que ni los sostenía sus paredes ajadas y sus
columnas haciendo un esfuerzo inmenso para sostener el techo que se caía de a
pedazos. Me obsesionaba lo deshabitado, lo que tenia vestigios de vida pero que
por cosas del tiempo se había perdido en el olvido o no se que más historias
contenidas en ese polvo.
Yo me tape los ojos de ese espacio, cuando para contar necesitaba solo una
mano abierta. Hui del espacio, y me concentré en la memoria mía. Una vez me
dijeron que la nostalgia era lo que nos mantenía vivos, de alguna u otra forma
totalmente consciente del pasado. Inés, mi tía abuela, la hermana de mi abuelo
marco esa línea trazada tan débilmente entre la nostalgia y la verdadera
curiosidad. Me sentaba con ella cuando ya no me podía contar sus historias,
cuando ya había olvidado a su hermano, cuando había olvidado su nombre y en
esos pequeños vestigios de quien era me di cuenta que, había veces que su
memoria venia de carreras a ella, como destellos efímeros regalados por
instantes. Pasaba de vez en cuando, pero sobretodo cuando íbamos a ese
espacio, esa casa y sus manos tocaban los objetos, sus ojos se iluminaban, como
si algo hubiera encontrado y me miraba, con asombro, con unas ganas inmensas
de hablar, pero así como tan rápido había llegado, se iba y otra vez y su cara
volvía a unas facciones neutras y seguía haciendo como si limpiara, dejando al
lado el objeto encontrado.
Y necesitaba ser arqueóloga, de un espacio que era entrañable, que había pasado
a ser ruina de momentos. Necesitaba la casa.
La casa, por que mi abuela fue su mejor archivo, creó un museo de ella
inconscientemente; sin ganas de botar nada, la mejor colección de sí. Amamos las
colecciones por que tenemos una adicción a la nostalgia, al archivo y sin darnos
cuenta, todo el tiempo lo creamos. Mi abuela fue mi mayor salvación, aunque el
silencio fue nuestro mas grande compañero, el cariño me lo demostró
haciéndome parte de su museo, un museo a su memoria y a la mía. Un museo de
nuestra memoria.
.
Ese museo empieza así, de la nada, pero se descubre como se descubren los
grandes descubrimientos, sintiéndome arqueóloga de un espacio que como se
encuentra ahora, ya yo no lo reconocía. Habían pistas desde antes de que esto
era el archivo más grande encontrado, que no requería de experiencia de
excavaciones pero si de limpiar las piezas del polvo para reconocer su origen. Era,
y es mas que toda la mayor colección de una memoria de lo que somos, y todo
empieza por un álbum.
Una vez vi una casa, rosada, de techo blanco. Parecía de cuento. Tenía seis
ventanas y ninguna puerta. La miré de frente, cada vez más cerca y luego me tuve
que acercar. La recorrí por los lados, mirando la entrada y nunca encontré la
puerta. Cerca a una ventana había una grieta y empecé a escarbar. Escarbé con
una cuchara, que tenía en el bolsillo, no me pregunten que hacía ahí; comencé de
a pocos y con miedo, con ganas de saber como se entraba. Al comienzo, solo fue
un hueco y luego quise convertirla en puerta, hice un rectángulo grande que me
delimitaba, que sólo podía contenerme a mi, en mi tamaño, en mis dimensiones.
Poco a poco la estructura fue mas clara, la puerta fue siendo puerta, pero aun así
el muro era fuerte. Tomé todas mis fuerzas, apoyé mis dos manos en esa entrada
falsa, y empecé a empujar, con todos mis esfuerzos hasta que el pedazo
rectangular cayó al suelo. Nunca pude ver el interior, ahí, mis ojos se abrieron y la
luz de la mañana me calentó la cara; me desperté.
Estaba la casa en silencio. Apagué, ya cansada todo por un instante ya en la
noche y me senté en el sofá. Miraba mi alrededor reconociendo el espacio, las
paredes, los cuadros, los muebles, las fotos; miraba la sala que estaba al frente, la
miraba fijamente sin mucho más que pensar. No se escuchaba ningún ruido,
ningún vestigio de vida, como si por un instante nada me acompañara, nada
existiera en mi alrededor, nada. Ahí llegaron los fantasmas, se sentaron al lado
mío, hicieron callados, su espacio en el vacío. No les ofrecí quedarse, aunque
quería hacerlo…ellos se quedaron solos, como invitados por mis recuerdos. Me
sentí extraña y no dije nada, solo los veía habitar la casa, los veía cotidianos,
tranquilos como si yo no existiera, como si yo fuera el fantasma y ellos no me
vieran. Me sentí invisible y me empecé a mirar las manos, sospechosa de que el
sentimiento fuera verdadero. Entonces, de pronto me fue consumiendo una
sensación en el pecho, una presión extraña, una melancolía que me comía el
alma, en lo hondo, más allá del corazón; la nostalgia entraba a mi cuerpo, por
cada una de las partes y ya fue tarde. Me convertí en fantasma, de un momento a
otro, ya mi pecho no explotaba de emociones, ni de sensaciones, no sonaba
latido, no sonaba mi respiración. Me vi a mi misma caminando por la sala, ahora
acompañada, de los fantasmas del salón.
ESPACIO
Objeto
Religion
Fe
Imagen
Ausencia
Tradición
Silencio
Grieta
Pared
Cultura
Reflejo.
Ceguera
Genealogía.
ORIGEN
CASA
Calor
Comodidad
Historia
Generación
Ausencia
Frágil
Afecto
Cuidado
Acto
Memoria
Memorable
Siempre me han gustado las historias, pero sobretodo las que son basadas en
hechos reales, pero terminan siendo algo totalmente sacado de la imaginación.
Me interesa la memoria, por que siento una curiosidad inmensa por el recordar.
Recuerdo a mi abuelo, no por imagen sino por fragmentos de pequeñas escenas
que me dan pistan y construyen su identidad. Por que somos eso, una identidad
creada a partir de lo que recordamos y vivimos. Me di cuenta que recordaba la
sensación de su barba en mis mejillas cuando me abrazaba, que una parte de mi
jura recordar su voz, como un leve susurro que no logra ser claro peor a la vez no
puede ser mas cierto que es la de el. Recuerdo sus manos y su olor lo reconocería
a leguas. No lo recuerdo entero. El fue mi primera ausencia. Bueno, no la primera,
pero la que hizo cambio.
Hace tiempo que llevo analizando esa ausencia, por que para mi marco unas
ganas de entender como archivamos esa memoria. Las ausencias que siguieron
fueron rápidas, como parpadeos, y los 12 nos volvimos 6, luego vinieron dos mas,
y ahora 4 quedamos. Las ausencias fueron por varios motivos, muchos ya no
están, otros se fueron, migraron y algunos ni se el motivo de su ausencia.
Solamente se que ya no están, que lleva a una colección de escenarios, de cada
uno de ellos.
Era un dolor alegre. Por que las guerras de almohadas siempre son un lugar
donde el dolor se llora con risa y te duele el estomago de tanto aire
aguantado, de tanta carcajada suelta. Esa casa estaba llena de esas guerras
con mis primos que ahora se confunden a mi memoria sus rostros, pero no el
momento, por que somos selectivos y decidimos cómo recordar. Así que
recuerdo la casa de estrechos y pequeños pasillos y a lo ultimo su habitación.
El estaba ahí, o esta en mi memoria como un recuerdo inmutable, casi como
una fotografía pegada en mi cabeza. Yo entro casi corriendo con un propósito
ya seguro y salto encima de él con impulso, me acomoda y yo me pongo en
sus piernas y cabalgo con rapidez. Sus piernas se cansaban de galopar cada
vez mas deprisa, él sonido del galopeo se vuelve constante con los segundos
del reloj y yo inconsciente seguía pidiéndole más velocidad a mi caballo. Mi
abuelo era dueño de ese espacio y yo su fiel compañera y espectadora de
cada paso que daba. El habita mi primera imagen, ya que, si recorro
intensamente mi cabeza, todas llevan a esa como primera que conformó esa
historia. Había una ventana que tenia los atardeceres mas lindos, aunque
decir que los poseía es una frase poco verídica en mi cabeza era como si solo
por arte de magia en ese recuadro de menos de dos menos de largo
aparecieran las mejores tardes, el mejor sol de los venados. Ese nombre fue
apropiado por mi y antes por mi abuelo, que me contaba que se llamaba así
porque en los bosques a esa hora se ponía ver a los venados galopar hacia el
sol, por que el sol los recogía, ellos ya cansados se dirigían a hacerle
compañía. Nunca contradecía su historia, y desde ese momento para mi fue
la frase más mía y más suya de nombrar un atardecer.
El museo
El recuerdo
Archivo
Objeto
Arqueología
La casa como museo
La casa como ausencia
Parte del álbum
Reconstrucción
Me interesa la memoria
Durante toda mi carrera
La ausencia se ve vinculada la memoria
Como la casa se marcan los silencios peores aun así hablan
Por otro lado, alcancé a notar cierta pregunta acerca de cómo la memoria
se constituye como escenario y cómo el museo también se consolida como
tal. De cómo, así se trate de un escenario, no se debe pensar en la
artificialidad del mismo, sino en el espacio de un escenario como el lugar
en el que algo acontece y se revela. Se baja el telón para ocultar aquello
que sucede antes de la revelación, del gran acto. Usted baja el telón para
hacer de ese acto uno propio y de nadie más. Y así, veo también una
preocupación por la autenticidad del acto de recuerda y de mostrar.
Por qué coleccionamos? Por qué guardamos esos objetos, las cartas, peluches y
hasta cucharitas de plata.
Que me interesa.
Me interesa la ausencia tratada sobre las memorias objetuales o los objetos que
están cargados de significancias. Simbologías que existen en ellos por las huellas
del pasado, porque aprendemos de las huellas como ultimo vestigio de la
existencia de algo anterior a nosotros. Creo decir con esto que es fácil entender
por que la ausencia solo se nota o primordialmente se nota en los objetos. Hablar
de la mesa del comedor, esa vieja y coja, que ya no tiene el mismo color y que
durante varios diálogos con mi abuela quisimos convencerla de que la cambiara,
la vieja, inútil, sin uso ya para nosotros, es hablar de el objeto central de la casa,
donde recorren más que todo los cumpleaños, cenas y varias tardes donde ella en
la soledad de la casa vacía de mi abuela, sin la presencia mía y en el silencio de su
propio tarareo sin sentido, se sentaba a coser numerosas carpetas en crochet,
esas de las mesas de noche, para el centro de la mesa, que se hacían con
parecidos a las flores, a los manteles de encaje y al tiempo antiguo. Es aceptar
que en ese objeto hay más de mi que de nadie y hay más de ellos que en
cualquier fotografía que pueda demostrar la veracidad de los recuerdos.
Creo que entre más miremos las fotografías encontraremos que a lo largo de la
historia lo que más ha habido es la distinción entre el objeto utilitario y el objeto
lleno de significante, de simbologías que se han creado por el vestigio de una
persona. Notamos las ausencias, es algo que no se puede evitar que pase, ni las
que perduran, las causadas por la muerte ni las que son solo causadas por un
vestigio del pasado, o una gran tragedia o migraciones que no logramos ya
devolver. Las notamos por que vivimos de rememorar esas personas y también a
los espacios, nuestra mente funciona como una gran colección de recuerdos
formados por estas personas, espacios y objetos. Los afectos que tenemos y
creamos son determinantes para las asociaciones dentro de nosotros y de cómo
queremos recordar. Somos selectivos y no insubordinadamente sino
inconscientemente hacemos de nuestra memoria un palacio y un santuario donde
la veracidad más grande son las imágenes creadas por nuestro inconsciente.
Somos creadores de esos objetos y les hemos dado la utilidad. Hemos sido parte
de una gloriosa historia de creaciones inútiles y que han evolucionado hasta dejar
a otras totalmente fuera del juego. Jugamos a construir recuerdos a partir de ese
objeto. La casa es el lugar más común que hemos estado abarcado a lo largo de
la vida, es nuestro lugar común y nuestro lugar seguro. Lugar de tradición y de
juegos y sobretodo de acumulación de cosas que vuelven el espacio nuestro
hogar. Mi abuela tendía a creer que todo objeto dentro de su maquina de coser o
pequeña cosa tenia una significancia más grande que muchas de las cosas que
son materiales y habitaban la casa. Por muchos años quisimos limpiar ese espacio,
ese rincón al lado de la sala que se convertía en montana de telas y cajas donde
por dentro estaban contenidas el mundo de ella. Se volvió una niña que guarda
tesoros en lugares secretos, que roba inocentemente cosas y las esconde para
proclamarlas de ella, se volvió guardiana de un templo que empezaba en ese
rincón y nosotros los conquistadores que querían robarle lo que pensábamos que
era oro, pero que terminaría siendo maíz. Para ella eran las cosas más importantes
y su colección consistía en grandes arrumes de botones de todo tipo, algún que
otro mío libro infantil, aretes de mi madre, relojes, enemas que recordaban su
tiempo de enfermera, fotografías en negativos y muchas cosas más menos agujas
e hilos. Este lugar después de su muerte se convirtió en santuario intocable, como
una escultura que no podíamos tocar ni querer saber que estaba ahí sino solo
observar como último vestigio de su presencia y del sonido del pedal de la
máquina cuando cosía mis faldas para la escuela. Pasaron 6 años. Nadie lo toco.
No sabíamos que botar y nos sentíamos, cuando fuimos a arreglar su casa
después que ella no estuviera, como viles ladrones y usurpadores de un templo
digno de su construcción, donde no sabíamos su idioma y menos el significado
de todos sus tesoros. Las colecciones son individuales y su taxonomía es a veces
más que extraña totalmente personal. Para el inventario de la máquina de mi
abuela se necesitaría unas horas y muchas hojas para poder etiquetar, cada
elemento existente en toda esta gran estructura de madera y de metal, que subía
por ahí un piso en altura solo hecha de telas, ropas viejas, cajas, botones y un
delantal.
Mamá que estoy bien, estoy feliz. Si, si la niña también te quiere, ya te la paso.
Me pasan el teléfono. No me dejan decir mucho. Salúdala, dile que la quieres,
cuelga. Hago caso y colgamos el teléfono. Yo solo no entiendo, ¿Por qué no
huye? ¿Y por que le miente? Juego con la muñeca que me regalo y la extraño,
extraño a ella que ya no sonríe y que ya no juega conmigo, quiero que vuelva.
Tengo que decirte esto hoy, para que mañana no sea muy tarde, para que me escuches,
quizás una última vez, aunque no se si lo hagas, si lo logres o si todo esto sea un intento
fallido. Tengo que decirte que todavía la conservo. Conservo la botella, la botella esta llena
de recuerdos y yo no los he podido soltar. Tengo que confesártelo, lo siento. Tengo que
sincerar este último llamado, esta última esperanza que te quedes, que me escuches.
Aunque no se si lo estás haciendo, te veo mirarme, te veo sonreírme, ¿pero estás ahí? ¿Te
encuentras? Por favor dame una señal de que me oyes…
¿Me oyes? He tratado de hablarte, de que el silencio sean palabras, pero ya no me aguanto
las ganas de decirte estas ultimas promesas. No entiendo cómo llegar a ti y aunque no lo
logro, sigo intentando desesperadamente que me vuelvas a reconocer. Que me mires y
sonrías por que me reconozcas. Si, soy yo, la misma que jugaba contigo, que cocinaba a tu
lado y que escuchaba tus historias sin parar. Soy yo, mi nombre es el mismo, y mis ojos
también, aunque dentro de ti no se halle mi cara ya, te prometo que es esta, que he
cambiado, he crecido, ya no soy la misma y mi pelo esta largo y mis rasgos de niña ya no
existen, pero mírame, estoy ahí, soy la misma. No me desdibujo.
Tengo que decirte que es difícil escribirte, hablarte sabiendo que las palabras entran y tú
cómo un fantasma no puedes contestarme, la verdad no se si me entiendes. ¿Te llamo, por
tu nombre? ¿Es tu nombre? ¿Sabes de él? Un día me dijiste que el nombre es lo último que
se pierde y lo más valioso que uno entrega. Me lo entregaste, pero ahora tu lo perdiste. Veo
que te estoy perdiendo y que estoy en una carrera contra el tiempo, que me deja dar el
último paso, pero no puedo, no te alcanzo. Vengo a decirte que entiendo, entiendo la
imposibilidad, ya que sé que no lo haces de aposta y aunque no te des cuenta, desesperada
te noto al ver que las palabras no salen. Te pierdo, te pierdo en cada instante que pasa y
cómo estúpida me quedo mirándote, casi impotente de ver cómo los recuerdos se escapan y
tus palabras pierden el peso de siempre. Terminas hablándome, pero ninguna de las cosas
que salen por tu boca tienen sentido. No quiero decirte que no te entiendo, no me siento
capaz. Entonces me convierto en tu cómplice, no nos entendemos, pero no quiero que lo
notes. Prefiero vivir en la coexistencia donde nuestro lenguaje sea la incomprensión.
¿Que tal si inventamos un lenguaje? Yo sé que se oye difícil, que no parece nada fácil,
¿pero tratemos sí? Intentemos entendernos en los silencios y que las pausas signifiquen
risas y menos confusiones. Formemos neoglogismos, subamos a la torre. Quitesmosla.
Babel se cae. Se cayo. Pum. Adios.
Yo sé que te es difícil hablar, que a veces las palabras no te salen y no me entiendes.
Tranquila, no es tu culpa, no te pongas triste. He visto como se ponen bravos contigo al ver
que no puedes hablar, que no te salen las palabras, que no te es fácil recordar. Hace tiempo
que lo sé, pero entiendo que eres orgullosa, que tus canas jamás se han notado, que te pintas
los labios para estar en casa y los rulos hasta el domingo te los haces. La vanidad es
primero, me decías y te negabas a pedirme ayuda para ponerte tus collares, tus coloretes o
para arreglar la casa. ¿Éramos felices, lo recuerdas? Siempre lo fuimos.
No, por favor no te pongas triste. Es nuestro secreto, aunque a veces me da miedo cuanto
tiempo lo podremos guardar. ¿Yo era pequeña, recuerdas? Cuando todo comenzó y tu lejos
de tu país, lejos de tu hermano, de tu casa y de tu lengua, me hablabas de las maravillas de
los mundos, de lo mucho que extrañabas las frutas, tu casa de encajes y las botellitas de ron.
Cómo es de importante la lengua, lengua, lenguada, lingüística, la lingua, las figuras de las
letras, esas perlas negras que no logran comprender o expresar todos los sentimientos. Yo
estoy aquí y no te alcanzo. Las palabras se desdibujan, ya es tarde, veo como antes de llegar
a mi cada frase tuya dicha vuela y no llega a mí.
Si hablábamos por horas, hablábamos de todo y de nada, de tus cosas y de las mías. Esas
conversaciones de cama o del sofá donde no parábamos de sentirnos únicas a la mirada de
la otra. Cómo se siente de bien, ¿no? Ser esa persona, de esas que lo son todo para la otra y
que las palabras llenan la casa, se retumban en las paredes y como ecos constantes quedan
en el espacio, llenándolo de todo y quitando el vacío de la ausencia. Ya no tengo las
palabras para poder llenar el espacio, me hace falta el otro lado, ¿no lo entiendes? ¿Quién
me va a contestar al otro lado? Es así, de tanto tratar de cruzar, no te alcanzo, el puente está
quebrado. No existe un puente que pueda construirse con un solo lado. No lo curaremos, ni
con cascaras de huevo, ni con remiendos de afecto.
Si, es una imposibilidad. Es un acto de último llamado al fantasma de tú cuerpo, por que tu
ya no estás ahí, hace rato que te fuiste y no piensas volver, no creo que puedas. Yo me
aferro a tu recuerdo por que nunca comprendí esa ausencia tan dañina de tu olvido, y de un
olvido involuntario que no me dejaba ni ponerme brava contigo por no recordarme. Una
parte de mí una vez pensó que lo hacías de aposta y que era por que preferías olvidar todo
lo que dolía. Pero se que no lo haces de aposta haciendo más difícil mi molestia a tu
memoria. Tu memoria que ahora es así, de a partes, llena de cosas, y al mismo tiempo de
nada, de nada que sirva para devolverte a mi lado. Siento que la tuya es una tela en blanco,
que no logra quitar esa cortina de tu boca y de tus ojos y la mía es casi un lienzo negro de
tanta palabra lanzada y revuelta y estorbosa por querer llamarte, a gritos, a susurros que
vuelvas, que por favor vuelvas, que no te vayas. No lo acepto.
No te vayas, sin que te haya dicho las últimas palabras, escúchame y espero que no se te
olvide. Sé que es algo raro pedirte esto cuando sé que estoy hablando con tu ausencia. Pero
necesito esa última palabra, que me dejes decirte y esperar que la retengas al menos un rato,
que se llene boca de ella, que la sientas en el cuerpo, que la saborees y no se te olvide que
se siente decirla en la boca, saborearla y pronunciarla lentamente cuantas veces te sea
necesario. Repítela cuando te la diga, una, dos, tres veces y sino, la repetimos juntas, pero
dila ¿sí? Necesito que intentes, con las ultimas fuerzas. Entonces di estas últimas palabras,
este último intento de que vuelvas a mí. Tu nombre es…
Y te fuiste. No pude retenerte más. Ahora te tengo a mi lado, pero sé que ya no queda ni
una parte mínima de ti, de lo que eras. Tu nombre era Inés.
Inés, Inés, Inés. Yo aprendí tu nombre, letra por letra. I-N-E-S. MI tía Inés, la loca Inés. La
de las naguas al revés. Te decía tu hija Neco. Y mi tía te decía Grace. Inés de la gracia, Inés
batiendo la oreja, Inés. Inés. Inés. Tan linda como la princesa Grace. Tengo que decirlo, lo
siento. Es un ultimo llamado.
Inés?
Tengo que hacer este llamado. A tu ausencia, a los fantasmas, a la ruina y al olvido. Hoy
no triunfaré, pero quizás mañana alguien lo haga y consiga decir esa última palabra.
Archivé, guardé, coleccioné, robé. Archive las cartas de mi casa, las escondidas
detrás de lo muebles destinatarios nunca conocidos. Guardé recortes de mi casa
y de otras casazs en las cuales yo me reconocía. Coleccione objetos de los
cajones perdidos de mi abuela donde el tiempo no pasa y robe las fotos de los
álbumes que deje vacíos y ahora por mi culpa las páginas son blancas y las
fotografías faltan. Archive todo como mío, como propia siendo ladrona de todas
esas partes de las casas. Mi papá archivaba sus memorias como fotos donde las
historias no faltaban, mi papá le tenia miedo al archivo y mi tía nunca archivo,
botaba todo, con gusto si no servía, no quería nada que no fuera útil. El archivo
no era útil ? Yo no me reconocí.
Archivo todo lo que quiero y necesito para reconocer el espacio. Las porcelanas
de mi abuela y la ropa que se debería botar. Me vuelvo acumuladora. Archivo mis
palabras, que son recogidas de tantas partes que ya no las recuerdo. Archivo las
historias todas ellas, me son. Me son difíciles de guardar.
Mi abuelo fue medico,y mi abuela era enfermera, fueron personas del cuidado y al
amor al otro y por eso tengo que agradecerles. Por el cuidado de sus actos, por
darme esa inmensa curiosidad en preservar una imposibilidad.
Mi tia fue el olvido. La ausencia de las palabras. Fue otro tipo de perdida de
comunicación. Aunque escuchaba, no podía comunicarse. La enfermedad le había
quitado la lengua, el idioma, las palabras, el habla.