I.I. Vich - Capítulo Ya Cortado. Pp.11-21

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Políticas culturales

y ciudadanía
Estrategias
simbólicas para
tomar las calles
Víctor Vich
POLÍTICAS CULTURALES
Y CIUDADANÍA
Créditos fotográficos

Martín Zeballos, fotografías de páginas 34 y 35.


Carlos Martín Tovar Samanez, fotografías de páginas 37 y 39.
Fernando Olivos Vargas, fotografías de páginas 43, 44, 48, 49 y 50.
Natalia Iguiñiz, fotografía de página 59.
Carlos Requena, fotografía de página 61.
Sergio Urday, fotografía de páginas 61, 62 y 64.
Giuliana Ortiz, fotografía de página 63.
Colectivo Emergente, fotografías de páginas 71, 72, 73 y 74. 80 y 81.
Colectivo Futuro Caliente, fotografías de páginas 75, 76 y 77, 78 y 79.
Laura Balbuena González, fotografía de página 86, 88 y 90
Agencia Reuters, fotografía de página 89.
Museo Itinerante Arte por la Memoria, fotografías de páginas 109. 111, 1212, 113,
114, 115, 116, 117, 118, 120, 121, 122, 123.
José Carlos Orrillo Puga, fotografías de páginas 130, 131, 132, 133, 134 y 136.

Vich, Víctor
Políticas culturales y ciudadanía : estrategias simbólicas para tomar las
calles / Víctor Vich. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : CLACSO ;
Lima : Instituto de Estudios Peruanos ; Rosario : Editorial de la Facultad de
Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, 2021.
Libro digital, PDF - (Temas)
Archivo Digital: descarga.
ISBN 978-987-722-904-2

1. Análisis Cultural. 2. Políticas Públicas. I. Título.


CDD 306.01

Otros descriptores asignados por CLACSO:


Políticas Culturales / Ciudadanía / Arte / Políticas Públicas / Estado /
Espacio Público / Intervenciones Urbanas / Movimientos Sociales /
Perú / América Latina

Arte de tapa y diseño de interior: María Clara Diez


Corrección de estilo: Melina Di Miro
POLÍTICAS CULTURALES
Y CIUDADANÍA
ESTRATEGIAS SIMBÓLICAS
PARA TOMAR LAS CALLES

VÍCTOR VICH
CLACSO - Secretaría Ejecutiva
Karina Batthyány - Secretaria Ejecutiva
María Fernanda Pampín - Directora de Publicaciones

Equipo Editorial
Lucas Sablich - Coordinador Editorial
Solange Victory - Gestión Editorial
Nicolás Sticotti - Fondo Editorial

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CONOCIMIENTO ABIERTO, CONOCIMIENTO LIBRE

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Políticas culturales y ciudadanía: estrategias simbólicas para tomar las calles


ISBN 978-987-722-904-2
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La responsabilidad del contenido
del contenido recae enteramente
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el creador. Asdi no comparte necesariamente las opiniones
opiniones e interpretaciones expresadas.
e interpretaciones expresadas.
ÍNDICE

La necesidad del arte: políticas culturales para recuperar


lo público y lo común.......................................................................................11

¿Qué es un gestor cultural? (En defensa y en contra de la cultura).................... 19

Políticas culturales y jornada laboral...............................................................29

Políticas culturales y género............................................................................41

Políticas culturales para combatir la corrupción.............................................55

Políticas culturales y medio ambiente.............................................................69

Políticas culturales y racismo..........................................................................83

Políticas culturales y políticas lingüísticas.......................................................95

Políticas culturales y derechos humanos.......................................................107

Políticas culturales y patrimonio...................................................................127

Colofón..........................................................................................................139

Sobre el autor .......................................................................................................... 141


Solamente lo fugitivo permanece y dura.

Francisco de Quevedo
LA NECESIDAD DEL ARTE:
POLÍTICAS CULTURALES PARA RECUPERAR
LO PÚBLICO Y LO COMÚN

Debemos partir de tres principios. El primero de ellos afirma que el


capital es hoy el marco totalizante de nuestra experiencia histórica.
Esto significa que “el capitalismo lo ha tomado todo y sobredetermina
todas las formaciones alternativas y hasta los estratos no económicos
de la vida social” (Žižek, 2004, p. 15). Hoy, sin duda, la mercancía es
la forma general de buena parte de las relaciones sociales y de la ma-
yoría de los productos del trabajo. Vivimos, en efecto, bajo un poder
hegemónico que regula casi todo en la vida colectiva.
Como consecuencia de lo anterior, el segundo principio constata
la tendencia al debilitamiento de la vida pública. Sabemos que la des-
igualdad, la discriminación y la violencia son problemáticas muy gra-
ves que, sin embargo, actúan en paralelo a la carencia de verdaderas
políticas culturales capaces de contribuir a reinventar los vínculos hu-
manos y los espacios que habitamos. Hoy nos encontramos inscritos
ante fuerzas que nos obligan a replegarnos en nuestras propias casas
y que nos sujetan a través de nuevos y viejos dispositivos de control
social (Jameson, 2016, p. 13).
Partiendo de ahí, el tercer principio afirma que, a pesar de lo
descrito, el significado de la vida social sigue en disputa y que es ur-
gente continuar apostando por la construcción de un nuevo “sentido
común” y de una sociedad diferente. Hoy tenemos que afirmar que el
cambio político también debe librarse en los intentos por transformar

11
Víctor Vich

la cultura existente y la inercia cotidiana. Para quienes trabajamos


con el arte y las prácticas simbólicas, hacer política implica cons-
truir y proponer formas que alteren la percepción de lo existente, que
muestren posibilidades desconocidas y contribuyan a crear nuevas
identidades y nuevos modos de relación entre las personas. Es cierto
que vivimos un momento de absoluta degradación política, pero es
también verdadero que las prácticas simbólicas siempre tienen algo
inédito que decir (Nietzsche, 2007, p. 235).

El liberalismo concibe la ciudadanía como un mero estatus legal y percibe


al ciudadano como un individuo poseedor de derechos, libre de toda iden-
tificación con un “nosotros”. No obstante, la tradición democrática conci-
be la ciudadanía como un actuar como parte de un nosotros, conforme a
cierta concepción del interés general. (Mouffe, 2018, p. 89).

He escrito este libro para afirmar que las políticas culturales son de-
cisivas para intervenir en este contexto y cambiar la sociedad. En las
páginas que siguen, voy a comentar un conjunto de iniciativas que,
utilizando diferentes estrategias simbólicas, han intervenido en las
calles de Lima, en el Perú, a fin de visibilizar diversas relaciones de
poder instaladas en la vida social. Me ha interesado entenderlas como
ejemplos que las políticas culturales podrían apropiarse para ser re-
plicadas creativamente en otros contextos. Se trata de intervenciones
que se apropian del espacio público a fin de repensar las condiciones
en las que habitamos el mundo, vale decir, a fin de llamar la atención
sobre situaciones locales donde se condensan el poder, las fallas y los
límites del sistema social imperante. En estas páginas, me he propues-
to reflexionar sobre “su inscripción histórica, su densidad narrativa y
sus dimensiones éticas” (Escobar, 2004, p. 149).
El activismo es urgente y necesario, pero resulta fundamental defi-
nir bien el campo de acción en el que somos llamados a actuar (Groys,
2016, p. 39). Bajo la búsqueda permanente por construir nuevos len-
guajes de protesta, sostengo que estas intervenciones escenifican −con
compromiso, pero también con desgarro− la pérdida del sentido de “lo
común” y el profundo malestar por las actuales condiciones de vida.
Desde sus arriesgados lenguajes formales, desde su densidad simbólica
y desde la perturbación que la misma puesta en escena aspira a cau-
sar, estas intervenciones proponen “la primacía del lazo social sobre los
impulsos individualistas y competitivos que hoy priman en la sociedad
contemporánea” y, por lo mismo, intentan vislumbrar modos alternati-
vos de habitar el mundo (Jameson, 2013, p. 470). Todas estas interven-
ciones se propusieron operar sobre aquellas prácticas que impiden la
construcción de una sociedad justa y democrática.

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La necesidad del arte: políticas culturales para recuperar lo público y lo común

El objetivo de la lucha hegemónica consiste en desarticular las prácticas


sedimentadas de una formación existente y, mediante la transformación
de estas prácticas y la instauración de otras nuevas, establecer los puntos
nodales de una nueva formación social hegemónica. (Mouffe, 2018, p. 66)

Žižek (2000) ha sostenido que una comunidad se constituye (es decir,


se imagina a sí misma como un “todo” más o menos unificado) por
sus “formas de goce”. Una cultura, en efecto, es un estilo de vida, una
manera de actuar y de representar una relación con el otro. El goce,
por su parte, es un hábito instalado que se ha vuelto repetitivo y que
implica algún tipo de ejercicio de poder. Una forma de goce consiste,
por ejemplo, en la producción de estereotipos para discriminar (o vio-
lentar) a las personas. Preguntémonos entonces: ¿Cuál es el goce del
machismo en nuestras sociedades? ¿Cuál es el goce del racismo? ¿Cuál
el goce de la explotación laboral? ¿Cuáles son los factores culturales de
la corrupción, el autoritarismo y el individualismo consumista? ¿Qué
tipo de subjetividad produce la economía capitalista? ¿Son las prácticas
simbólicas un lugar para revelarlos y producir respuestas alternativas?
Más aún: ¿tenemos la capacidad de sentirnos interpelados y de
cambiar nuestra manera de relacionarnos unos con otros? ¿Somos
capaces de vivir de otra manera? Hoy el capitalismo arrincona nues-
tra imaginación hacia un margen donde ya no parece haber noción
de pasado y donde el futuro es un puro narcisismo cifrado bajo la ley
del más fuerte. Por eso, propongo que estas intervenciones −inscritas
en un sistema que invisibiliza sus propias contradicciones− deben ser
entendidas como prácticas deliberativas de una sociedad civil que in-
tenta colocar alternativas distintas para la vida colectiva. No se trata,
en ningún sentido, de que lo simbólico reemplace a la política ni de
que hoy se le pida al arte todo lo que la política tiene miedo de realizar
luego de su retirada neoliberal (Rancière, 2005, p. 67), sino de cons-
tatar que el campo cultural, lejos de ser entendido como una esfera
separada, autónoma y supuestamente destinada al “entretenimien-
to”, siempre ha optado por intentar articularse la política mostrando
sus intereses ocultos, deconstruyendo sus simplificaciones teóricas y
aportando nuevas prácticas y representaciones.
Digamos entonces que, si, por un lado, estas intervenciones in-
tentan cuestionar los sentidos comunes existentes, por otro lado, tam-
bién intentan modificar ciertos patrones de la propia escena artísti-
ca. Sabemos bien que hoy la especificidad del arte ha sido puesta en
cuestión en la medida en que nunca se ha dejado de experimentar con
los lenguajes heredados y de desbordar las fronteras entre prácticas
diversas (Garramuño, 2015, p. 26). La expresión “el arte fuera de sí”
nombra un momento en que todas las competencias artísticas tienden

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Víctor Vich

a salir de su propio dominio y a intercambiar sus lugares y poderes


(Escobar, 2004, p. 149; Rancière, 2010, p. 27). Si bien estas interven-
ciones se inscriben en la opción por colocar el arte como un agente de
transformación social, lo cierto es que ninguna de ellas nunca sacrifi-
ca lo conceptual y, más bien, apuntan a deconstruir estéticas en curso
y convenciones asentadas (Bishop, 2007).
Plantémoslo de otra manera: contra toda la tradición moderna
que reprimió y censuró los componentes pedagógicos (y didácticos)
que siempre caracterizaron las prácticas del arte, estas iniciativas no
han tenido miedo de construir nuevos lenguajes simbólicos para mos-
trar, con coraje, las fallas del orden social y señalar caminos alterna-
tivos. Estas prácticas callejeras intentan proponer un nuevo modo de
conocimiento donde lo estético emerge como un laboratorio para re-
pensar, con complejidad, las fallas de las identidades y de la totalidad
social (Jameson, 2015, p. 221).
Notemos que muchos teóricos han señalado la importancia de
pensar el “espacio” como algo que siempre puede ser apropiado polí-
ticamente. El espacio, en efecto, nunca se encuentra completamente
“dado”, sino que es algo que se produce culturalmente a razón de las
intervenciones que van proponiéndose. ¿Cómo entonces intervenir?
¿Cómo “crear” nuevos espacios dentro de los espacios existentes?
¿Cómo salir de una lógica puramente mercantil? Sostengo que el va-
lor político de estas intervenciones radica, sobre todo, en la creación
de nuevos espacios. Se trata, en efecto, de propuestas que cuestionan
el espacio dado, lo intervienen y lo interrumpen por un instante. Es
decir, el objetivo no solamente consiste en crear nuevos símbolos y
contenidos, sino en horadar el espacio existente para intentar hacer
emerger uno nuevo. Todas estas intervenciones entienden la vida so-
cial como drama y disputa (Lefebvre, 1978, p. 136) y han tratado “de
crear de nuevos espacios para hacer visible aquello que el consenso
dominante tiende a ocultar” (Mouffe, 2014, p. 99).
En ese sentido, notemos que todas ellas se encuentran involu-
cradas en ese conjunto de reivindicaciones que exigen el “derecho a
la ciudad” y que han diseñado sus luchas, no por la defensa de in-
tereses privados, sino por derechos colectivos codificados en térmi-
nos de “clase”, “raza”, “género”, “medio ambiente”, “diversidad cul-
tural” o “cultura de la memoria” (Lefebvre, 1972, p. 155). Este tipo
de problemáticas salta hoy a la esfera pública de nuestros países sin
que los sucesivos gobiernos reaccionen con verdadera contundencia.
El “derecho a la ciudad” no es otro que el derecho a un uso, a una
apropiación y disfrute de ella más allá del mercado y las lógicas del
valor de cambio (Lefebvre, 1978, p.168). Es decir, la importancia de
estas intervenciones radica tanto en sus potencias simbólicas como

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La necesidad del arte: políticas culturales para recuperar lo público y lo común

en dirigirse a un ciudadano al que siempre se le interpela como un


sujeto público. La política –ha sostenido Badiou– no es algo referido
a un interés particular, sino una fuerza que concierne al destino de la
comunidad” (2016, p. 81).
¿Es posible que el arte y la cultura puedan llegar a ocupar un lu-
gar de mayor centralidad en la vida pública? ¿Es posible que puedan
desmarcarse de la simple lógica del mercado? Algunos podrían soste-
ner que estas intervenciones han sido muy modestas en sus impactos
públicos, pero aquí sostengo que ello no les resta importancia. “Lo
que importa no son las cantidades, sino los símbolos y los actos sim-
bólicos” sostuvo Jean Améry (2013, p. 157). Estas páginas sostienen
que la opción por hacer más visibles los problemas sociales trae consi-
go un potencial liberador. Más allá de enriquecer el archivo cultural de
luchas ciudadanas, todas estas intervenciones proponen una negativa
a seguir siendo lo que somos (o lo que nos han dicho que somos) y
sostienen que el acto mismo de simbolizar los antagonismos sociales
contribuye a encaminar una acción política diferente y a activar un
nuevo pensamiento crítico.
Es claro que cambiar una cultura (la manera de vivir) no es cosa
fácil y para ello hace falta “una especie de reorganización de todo el
lenguaje disponible” (Eagleton, 2017, p. 153). Por eso mismo, este li-
bro sostiene que las prácticas simbólicas deben cumplir una función
decisiva, porque ellas son, justamente, las encargadas de proveer nue-
vos lenguajes que cuestionen la inercia de la realidad, que la desqui-
cien, que sean capaces de imaginar otros mundos y, sobre todo, que
pongan en escena el carácter arbitrario (ideológico) de lo existente. El
arte, en efecto, es un tipo de discurso que produce una suspensión de
lo asentado y que permite abrir la realidad hacia lo posible e inexplo-
rado. Me parece urgente sostener que, sin ese momento suspensivo,
activado por las luchas de los movimientos sociales o por el propio
arte, solo hay inercia y reproducción del poder. De hecho, frente a una
sociedad tan cínica como la actual, el arte, como lugar de creación
de símbolos para que las sociedades reflexionen sobre sí mismas, es
un discurso de disenso que intenta volver extraña la realidad para in-
tentar conocerla mejor. Muchas veces es anticipación y, tal como ha
sostenido Appadurai, es el elemento decisivo hacia una cartografía del
futuro (2015, p. 388).
A partir de allí, debemos volver a insistir en que el capitalismo
no es solo un sistema económico, sino también un modo de vida que
es preciso seguir cuestionando y combatiendo. Bajo el imperativo de
éxito individualista, de apropiación desvergonzada del trabajo ajeno,
de acumulación estéril y de consumo frívolo, las capacidades huma-
nas se empobrecen día a día. A través de un sofisticado conjunto de

15
Víctor Vich

dispositivos, el capitalismo continúa produciendo ciudadanos que,


paradójicamente, viven su libertad en el mismo proceso de su someti-
miento y sujeción. Así, Agamben manifiesta:

Hoy tenemos el cuerpo más dócil y cobarde que jamás se haya dado en la
historia de la humanidad. Los gestos cotidianos, la salud, el tiempo libre,
las ocupaciones, la alimentación, los deseos, son dirigidos y controlados
por los dispositivos hasta en sus más mínimos detalles. (2015, pp. 32-33).

Sostengo, entonces, que el valor de estas intervenciones radica en que


todas intentan volver a subjetivar a los ciudadanos al interior de un
proyecto emancipador. Ellas intentan “profanar” las diferentes formas
de control social proponiendo un conjunto de desidentificaciones con
la manera en la que hemos sido socializados o, mejor dicho, con las
maneras con las que hemos sido interpelados y constituidos como
sujetos. Si hoy el mundo de las mercancías se ha apoderado com-
pletamente del espacio urbano, resulta claro que estas intervenciones
buscan construir otras esferas públicas y recuperar las posibilidades
que todavía tiene la “ciudad política” sobre la “ciudad comercial”. De
esta manera, señala Mouffe:

Una batalla crucial en la lucha contra-hegemónica consiste en resignifi-


car lo público como un ámbito donde los ciudadanos puedan tener voz
y ejercer sus derechos, desplazando a la concepción individualista y hoy
dominante del ciudadano como “consumidor”. (2018, p. 90)

En resumen, este libro sostiene la importancia de que las políticas


culturales trabajen con la “estética” y con la “política” simultánea-
mente. En palabras de Didi-Huberman, estas son las encargadas de
“denunciar el equívoco de la cultura” mostrando la “base cultural” de
problemas aparentemente “no culturales” (2014, p. 96). Las políticas
culturales no deben ser entendidas, por tanto, como una herramienta
para producir simples espectáculos ni mucho menos como una sim-
ple gestión únicamente destinada para ganar dinero o administrar lo
que ya existe. Su verdadero objetivo consiste en neutralizar las distin-
tas formas de poder para contribuir a la producción de una sociedad
nueva.
Contra el pesimismo que nos acosa, es necesario seguir afirman-
do que la utopía es un objetivo ético para la vida humana, pero que lo
utópico no refiere a lo ficticio o a lo imposible, sino al develamiento
de las posibilidades latentes, o todavía no realizadas, que existen en
la realidad. Este libro cree que el arte y las políticas culturales sirven
para “intensificar nuestra relación con la realidad” y para activar, no

16
La necesidad del arte: políticas culturales para recuperar lo público y lo común

una contemplación pasiva frente a ella, sino un firme llamamiento a


la acción (Fischer, 1973, p. 5), vale decir, para intentar generar una
nueva voluntad común y un nuevo poder constituyente.
Las intervenciones que pasaré a comentar hacen más visible
cómo opera el poder y subrayan cómo lo verdaderamente político no
consiste en “administrar lo dado”, sino “en practicar lo que la políti-
ca dominante declara imposible” (Badiou, 2006, p. 27). A través de
sus prácticas y símbolos, estas intervenciones emergen en las calles
como lugares estratégicos para intentar cambiar nuestra visión de la
realidad, alterar nuestros sentidos estéticos, exigir nuevos derechos y
ofrecer radicales alternativas hacia una nueva vida colectiva.

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18
¿QUÉ ES UN GESTOR CULTURAL?
(EN DEFENSA Y EN CONTRA DE LA CULTURA)

La cultura ha sido siempre un problema para el pensamiento, pero hoy


lo es también para la acción política. Hoy el activismo está en cuestión
porque se encuentra atravesado por fallas propias, por trabas de todo
tipo y por inercias diversas. El activismo es algo que debemos repen-
sar urgentemente. Hay algo que necesitamos modificar no solo en el
contenido de la acción, sino también en el discurso que la acompaña y
que, en cierta medida, también configura nuestra acción. Desde todos
lados, desde la academia o desde el activismo callejero, las políticas
culturales necesitan repensarse y repensar su transversalidad.
Partamos sosteniendo que la cultura no es solo una “buena” pa-
labra. No podemos seguir entendiendo la cultura como algo siempre
“positivo” para la sociedad. No podemos continuar conceptualizán-
dola desde el “aura” de las artes o desde el campo de los objetos o
prácticas simbólicas socialmente valoradas. Las políticas culturales
también deben entender la cultura como “modo de vida”, como “vín-
culos humanos”, como hábitos asentados en la cotidianidad más or-
dinaria. La cultura –nos dijo Raymond Williams (1958)– es siempre
“algo ordinario”.
De hecho, si pensamos la cultura como un problema coti-
diano, nos damos cuenta de que se trata, en gran medida, de un
conjunto de hábitos discriminatorios y prácticas excluyentes. La
cultura es siempre hegemonía y hoy la hegemonía sigue siendo

19
Víctor Vich

la discriminación en todas sus formas. Por lo mismo, es sensato


continuar reconociendo que hemos construido culturas en las que
la desigualdad sigue naturalizada y la corrupción se ha vuelto cí-
nica, en las que el espíritu de competencia prima sobre la “vida
en común” y la heterogeneidad solo consigue visibilizarse como
subalternidad, en las que, finalmente, la frivolidad se ha vuelto la
principal educación sentimental.
Desde ese punto de vista, lo cotidiano aparece entonces como
una “mala palabra” y la cultura como parte, o como soporte, de eso
mismo. En América Latina, continuamos viviendo al interior de so-
ciedades desiguales, corruptas, violentas. Para Agnes Heller, organi-
zada siempre en torno al trabajo, la vida cotidiana es “la verdadera
esencia de la sustancia social” (1985, p. 42). En principio, podríamos
definir lo cotidiano como el mundo de los hábitos asentados, de los
sentidos comunes existentes, de la inercia del día a día, de las ma-
neras establecidas del hacer. En ese sentido, lo cotidiano es, por un
lado, un sinónimo de “complicidad”, pero, por otro lado, también lo
es de “resistencia”; es inercia, pero también posibilidad de cambio y
transgresión. Esta podría ser una definición correcta, aunque tam-
bién parcial, pues lo cotidiano es –simultáneamente– el lugar de la
creatividad y de la agencia, el lugar donde se pueden ir produciendo
pequeños cambios sociales.
De hecho, sabemos que cultura es una palabra compleja porque
da cuenta de una tensión entre “producir” y ser “producido”, entre la
reproducción pasiva de los hábitos sociales y la posibilidad siempre
presente que tenemos de transformarlos (Eagleton, 2000, p. 16). La
cultura es también aquello que contribuye a producir las identidades
existentes, aquello que ha servido para regular las relaciones sociales
y aquello que ha naturalizado un conjunto de relaciones de poder. Por
una parte, la cultura es uno de los dispositivos que permite la repro-
ducción de la sociedad, pero, por otra parte, es también un agente
para contribuir a su transformación.
Es en ese sentido que hay que sostener que el objetivo de las po-
líticas culturales debe consistir, sobre todo, en el intento por “reorga-
nizar lo cotidiano”. Vale decir, en el intento por contribuir a la cons-
trucción de una nueva cultura cotidiana, o de una nueva hegemonía.
Repasemos la noción de hegemonía:

Una formación hegemónica es una configuración de prácticas sociales de


diferente naturaleza –económica, cultural, política, jurídica−, cuya articu-
lación se sostiene en ciertos significantes simbólicos clave que constituyen
el “sentido común” y proporcionan el marco normativo de una sociedad
dada. (Mouffe, 2018, p. 66)

20
¿Qué es un gestor cultural? (En defensa y en contra de la cultura)

La gestión cultural debe trabajar, entonces, simultáneamente con las


dos definiciones de cultura: aquella que la define como dispositivo de
organización social y aquella otra que la observa como producción
destinada a simbolizar (y, a veces, a retar) dicho estado de organiza-
ción. Para Eagleton, en efecto, la cultura es “tanto un problema como
una solución” (2017, p. 118), y así podemos decir que se trata de apos-
tar por intervenir en la Cultura con elementos de la cultura.
¿Cómo intervenir en lo cotidiano? Sostengo, ante todo, que las
políticas culturales deben concentrar esfuerzos en mostrar cómo ha
surgido el sistema social que tenemos. En principio, deben proponer-
se visibilizar cómo distintas formas de poder se han sedimentado en
los hábitos cotidianos que regulan las interacciones del día a día. Hoy
se nos dice que, para transformar la sociedad, es necesario cambiar la
forma que tenemos de mirarla. Ya sabemos que buena parte del poder
es hábito y costumbre (produce los significados a partir de los cuales
nos relacionamos con los demás) y que es el encargado de formular y
establecer sentidos comunes que han llegado a neutralizase hasta el
extremo. En ese sentido, las políticas culturales deben ser las encarga-
das de proporcionar distintas imágenes que nos hagan ver las causas
de lo cotidiano a partir de sus múltiples contrastes. Žižek ha soste-
nido que un acto verdaderamente político es el que hace más visible
el “trasfondo de lo dado”, uno que intenta cambiar las coordenadas
desde las cuales definimos la propia realidad (2011, p. 414).
Detengámonos más en este punto: una verdadera transformación
social no puede concebirse como “exterior” a lo cotidiano, sino como
un cambio fundamental en la vida diaria. ¿Qué quiere decir esto en tér-
minos de gestión propiamente dicha? Quiere decir que las políticas cul-
turales deben ser transversales y deben estar articuladas con políticas
económicas, de medio ambiente, de género, de seguridad ciudadana,
de salud, de vivienda, de combate contra la corrupción, de educación
en general (Vich, 2013). Me explico mejor: los ministerios de cultura
no pueden seguir funcionando al igual que los demás ministerios, vale
decir, no pueden tener como principal objetivo el desarrollo de su “sec-
tor”, sino que su verdadera función radica –debe radicar− en el intento
por intervenir transversalmente en la sociedad en su conjunto. Hasta
el momento, nuestros ministerios han concentrado su trabajo en el fo-
mento de las artes y en el cuidado del patrimonio. Eso, sin duda, es
importante, pero habría que sostener que también deben concentrarse
en intervenir en lo cotidiano, vale decir, en los poderes que se ejercen en
la vida cotidiana. Si las políticas culturales no se articulan con instan-
cias fuera de sí mismas, la cultura seguirá siendo vista como el último
escalón de las políticas de gobierno, como un simple entretenimiento o
como el interés de un reducido grupo de especialistas.

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