Eucaristica PDF

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TERCERA PARTE

LA LITURGIA EUCARÍSTICA

I. OFERTORIO

En los ritos iniciales el centro de la celebración estuvo en la sede. En la


liturgia de la Palabra, en el ambón. Ahora se traslada el centro al altar, la
piedra desde la que se ofrece el Sacrificio, el lugar desde donde el sacerdote
ofrecerá a Cristo al Padre por medio del Espíritu Santo.
Hasta antes de ese momento, además de las velas y del crucifijo, en el altar
no debía haber nada. El Evangeliario pudo estar hasta que se proclamó el
Evangelio. Pero desde entonces, no había nada. Terminando la oración de
los fieles, todos se sientan, y sobre el altar se coloca el corporal, una tela
cuadrada sobre la que se dejará el pan y el vino. Se llama corporal por
corporis, en latín cuerpo, porque anteriormente el Cuerpo de Cristo se
colocaba directamente sobre esta tela. El corporal sirve para recoger los
fragmentos del Cuerpo del Señor que caigan al fraccionarlo.
Fuera del corporal se coloca el cáliz, el vaso sagrado en el que se verterá
el vino que más adelante se convertirá en la Sangre del Señor. El cáliz es un
símbolo de María. Conforme a la tradición de la Iglesia, se invoca a María
llamándola vaso: espiritual, digno de honor e insigne de devoción. María es
el vaso, el recipiente que contiene a Jesús dentro. Así como en el seno
virginal de Nuestra Señora su sangre se transformó en la sangre de su Hijo,
en el cáliz el vino se transformará en la Sangre de Cristo. Como Jesús estaba
en el vientre de María, en el cáliz estará Jesús tras la consagración.
Las rúbricas indican que es potestativo que el cáliz se cubra con un velo.
Cubrirlo es un bonito signo de que no se trata de una pieza fabricada para
la mirada, sino para contener al Señor. Por tanto, cuando no se usa es un
buen gesto cubrirlo. Podemos pensar que se cubre como María se colocaba
un velo sobre su cabeza.

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LITURGIA EUCARÍSTICA

Es obligatorio dejar sobre el mantel el purificador, una tela alargada que


sirve para limpiar los vasos sagrados y los dedos y los labios del sacerdote.
Además, se deja ahí el libro que contiene todo lo que habrá de decir el
sacerdote, el Misal.
No lo mandan las rúbricas, pero permiten también colocar un objeto
cuadrado llamado palia, que sirve para cubrir el cáliz, pues con éste se evita
que el polvo o algún insecto entren en el cáliz.
Quien coloca todos estos objetos, sea el sacerdote, el diácono o un
acólito, puede pensar que está realizando la misma acción que Jesús les
encargó a sus apóstoles antes de la Última Cena: ir a disponer todo para la
Cena (Mt 26, 17-19; Mc 14, 12-16; Lc 22, 7-13).

1. Procesión con las ofrendas

Antiguamente los fieles que acudían a la misa llevaban el pan que iba a
convertirse en Jesús mediante las palabras de la consagración y lo
depositaban sobre el altar. Era un símbolo de que sus esfuerzos se
transformaban en Cristo. Con su esfuerzo habían ganado un salario, y con
éste habían comprado el pan. O ellos mismos habían amasado el pan. Ese
pan ahora se transformaría en Cristo. Con el tiempo se dejó de hacer esta
entrega, pues empezó a emplearse pan sin levadura, que no estaba a la
venta. Los fieles donaban una limosna, y con éstas se compraba el pan
utilizado en la misa.
El Concilio Vaticano II quiso recuperar este simbolismo. Aunque los
fieles no compren o elaboren el pan y el vino, sino que se adquieran con las
limosnas que se entregan, los llevan en procesión hasta el sacerdote, quien
los recibe y los deposita sobre el altar. Son unos cuantos fieles, pero
representan a toda la comunidad.
Ahí está nuestro trabajo, nuestros esfuerzos, nuestros dolores, nuestras
alegrías. Todo lo que somos. Nuestro ser mismo lo entregamos al sacerdote
para que se vuelva Cristo. Para que la misa nos transforme en otros cristos,

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COMPRENDER LA MISA

en el mismo Cristo. Una misa bien vivida no nos puede dejar siendo iguales
que antes.
Se cuenta que, tras una Cuaresma de penitencia, san Jerónimo tuvo una
visión de Jesús. Nuestro Señor le preguntó sobre qué era capaz de darle. San
Jerónimo le fue respondiendo que sus ayunos, sus penitencias, su familia,
sus amigos. Jesús le volvió a preguntar qué era capaz de darle. San Jerónimo
no supo que responder. Jesús, entonces, le dijo: dame tus pecados. También
podemos entregar nuestros pecados en este momento, para que Jesús los
cargue (Is 53, 4) para redimirlos y para curarlos en sus heridas (1 Pe 2, 24).
La materia del sacramento, el pan y el vino, debe ser natural y de la mejor
calidad. Si se va a transformar en el Señor, debe ser lo mejor. El pan que se
utiliza debe ser ázimo exclusivamente de trigo y hecho recientemente.3 El
vino que se emplea debe ser natural, fruto de la vid no mezclado con
sustancias extrañas.4 Debe de usarse vio autorizado por los obispos pues el
vino comercial muchas veces no es natural y fruto de la vid. No puede
usarse vino avinagrado.5
El pan se lleva en un vaso sagrado llamado patena y en otro más grande
llamado copón. El vino, en cambio, no se lleva en el cáliz en donde ha de
consagrarse, sino en una jarra pequeña llamada vinajera. En realidad, son
dos vinajeras, pues en otra se lleva agua, ya que al vino debe de agregársele
un poco de agua para ofrecer el Sacrificio,6 por un simbolismo que veremos
adelante.
Los fieles llevan al altar pan y vino, pero después recogerán del altar, en
la comunión, el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, aunque se oculten bajo
las apariencias del pan y del vino.

3
CIC, cc. 924 y 926
4
CIC c. 924§3 e IGMR n. 322
5
IGMR n. 323
6
CIC c. 924§1

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LITURGIA EUCARÍSTICA

Junto con el pan y el vino pueden llevarse otros dones. No son símbolos,
sino regalos. Donaciones para el culto, como puede ser velas, o incienso. O
donaciones para los pobres, como ropa, alimentos, bebidas, que se les darán
posteriormente.
Esta procesión y entrega de los dones es potestativa; no obligatoria. Hay
ocasiones en que no puede realizarse, como en las misas entre semana. En
estos casos, el acólito lleva el pan y el vino al altar y con ello se simboliza
esta donación que todos hacemos del pan y del vino para que se conviertan
en Jesucristo, y de la donación que hacemos de nuestro propio ser para ser
transformados.

2. Presentación del pan y del vino

En la Última Cena Jesús realizó cuatro acciones relativas a la Eucaristía:


tomó, dio gracias, partió y dio (Lc 22, 19-20). Esas cuatro acciones las repite
el sacerdote en cada misa, en distintos momentos. La primera, tomar el pan
y el vino, la realiza en este momento: toma el pan y el vino que recibe de los
fieles o del acólito.
El sacerdote, toma el pan y se lo presenta al Padre. Es una selección de la
ofrenda. Como si entre todos los panes existentes, se eligieran unos
cuantos pedazos para que en ellos se realice el milagro eucarístico.
Coloca el pan que vaya a consagrarse sobre el corporal. Y una hostia
colocada sobre la patena la eleva un poco. La eleva sobre la patena, porque
no se trata de mostrarle al pueblo el Cuerpo de Cristo, como se hará tras la
consagración. La eleva un poco, para distinguir este gesto, en el que se le
presenta pan al Padre, del gesto en el que se le presentará a Cristo mismo,
al final de la plegaria eucarística, en donde hay que elevarlo más, porque lo
que se presenta no solo es flor de harina, sino el Hijo de Dios.
Al elevarlo, si no se está cantando, puede decir unas palabras de
presentación en voz baja o en voz alta. Si se está cantando, las dirá siempre
en voz baja. Hay veces que puede convenir decirlas en alto, para que se

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COMPRENDER LA MISA

enteren todos los presentes. Otras veces puede ser mejor decirlas en bajo,
para que en silencio cada uno de los presentes puedan presentarse a si
mismos al Padre. En cualquier caso, la ausencia de palabras de los fieles no
es una espera hasta que les toque decir algo, sino que debe ser un momento
en el que en el interior suceda lo que ocurre en el exterior. Si la ofrenda se
prepara, los fieles deben de prepararse a si mismos, ponerse en camino hacia
la transformación en Cristo.
Las palabras de presentación del pan bendicen a Dios. Como Jesús que
tomando el pan bendijo al Padre (Mt 26, 26; Mc 14, 22). Su contenido
recuerda las oraciones que los judíos recitaban en la mesa. Por ello, este
momento se enlaza con el gesto del cabeza de familia judío que eleva el pan
hacia Dios para de nuevo recibirlo de Él, renovado
Con estas palabras se expresa que se trata de una materia dada por Dios,
pero transformada por los hombres, quienes molieron el trigo y cocieron la
harina, pero que hemos recibido como producto de la generosidad de Dios,
que ha escuchado la petición que le dirigimos cada vez que rezamos el
Padrenuestro. Ese don gratuito se ha seleccionado para que se transforme
en el Pan de Vida, conforme a la expresión con la que se define el mismo
Jesús (Jn 6, 98):
“Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y
del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te
presentamos; él será para nosotros pan de vida.”
Si la presentación se hizo en voz alta, los fieles responden bendiciendo a
Dios:
“Bendito seas por siempre, Señor”
Después, el sacerdote prepara el cáliz, salvo que un diácono lo haya
hecho antes. El cáliz se prepara colocando vino y una gota de agua. En la
antigüedad el vino no era como actualmente. Era más denso. Parecía un
jarabe. Era necesario echarle agua para beberlo. Los maestresalas eran
expertos en eso; sabían qué cantidad de agua que echarle a un vino para que

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LITURGIA EUCARÍSTICA

fuera bueno. Por la época, Jesús instituyó la Eucaristía con vino mezclado
con agua. Por eso se hace esa mezcla.
Pero además de esta razón histórica, hay una simbólica. El agua simboliza
a la humanidad. Es solo una gota que se pierde en la inmensidad del vino
ya vertido en el cáliz, que simboliza a la divinidad. No somos nada frente a
Dios. Nos perdemos en él. Pero más allá de esta realidad, este gesto puede
ser un deseo de vida: que nos perdamos en Dios, que nos abandonemos
totalmente en Dios. Una donación total podemos ofrecer mientras se
realiza este gesto.
Quien prepara el cáliz expresa con unas palabras, que dice en secreto, el
maravilloso intercambio que ha de producirse. A nosotros que somos nada,
podemos participar de la vida divina gracias al bautismo que nos ha
insertado en la Trinidad, del mismo modo que el Hijo participó en nuestra
humanidad al hacerse hombre:
“El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida
divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana.”
Esas palabras las puede decir en su corazón cualquiera de los presentes,
aunque no esté viendo el agua perderse en el vino, para abandonarse
totalmente en la inmensidad del amor de Dios.
La preparación del cáliz se hace en un extremo del altar y no en el centro,
pues no se trata de un gesto o de una oración dirigida a Dios, sino sólo de
un preparativo.
Después, el sacerdote presenta el vino elevando un poco el cáliz,
mientras dice unas palabras semejantes a las usadas para presentar el pan.
Se bendice al Padre, como lo hizo Jesús en la Última Cena, por habernos
dado las uvas que, gracias al trabajo del hombre, se transformaron en el
vino. No solo se presenta un producto de la naturaleza; el hombre ha
trabajado ese fruto. Y esa unión del don gratuito natural y del trabajo
humano ahora se presenta para ser transformado en la bebida de salvación
con estas palabras:

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COMPRENDER LA MISA

“Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este vino, fruto de la vid y del
trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te
presentamos; él será para nosotros bebida de salvación.”
Estas palabras las irá en voz baja si se canta y, de no cantarse, puede
decirlas en voz baja o voz alta, según se estime oportuno. Si se dicen en voz
alta, los fieles responden bendiciendo a Dios, como se hizo con el pan:
“Bendito seas por siempre, Señor”
Después de presentar el vino, el sacerdote se inclina profundamente
frente al altar de Dios. Es un gesto de humildad, de demostrar lo poco que
somos y valemos frente al Todopoderoso. Y en esta posición humilde, el
sacerdote le pide a Dios que reciba el sacrificio que va a ofrecerle.
Desde luego, el Padre recibe con agrado el sacrificio de su Hijo, el
sacrificio de quien hace su voluntad. Pero junto con el sacrificio de Cristo,
está el sacrifico que cada uno de los presentes le ofrecemos al Padre. Y no
queremos que le sea desagradable como el sacrificio de Caín (Gen 4, 5), o
como los sacrificios que le ofrecía la casa de Israel (Am 5, 22). Ofreciendo
un espíritu humilde y contrito, como dice el salmo (51, 17), y como ahora
quiere simbolizar el sacerdote al inclinarse, el sacrificio será agradable al
Señor.
Estas palabras el sacerdote siempre las dirá en voz baja, pero todos
pueden hacer un acto de humildad y ofrecer su corazón contrito en ese
momento con las mismas palabras:
“Acepta Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que
éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor,
Dios nuestro.”

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LITURGIA EUCARÍSTICA

3. Incensación

Si se emplea incienso, después de la oración anterior, el sacerdote pone


unos granos de incienso en el turíbulo. El incienso tiene el significado de
oración y de purificación. Por medio de la acción ritual de incensar se le
pide a Dios que suban nuestras oraciones a su presencia, así como sube el
humo hasta lo alto, como dice el salmo 141 (2). Así como el aroma del
incienso aleja los malos olores, le pedimos a Dios que purifique toda
putrefacción de nuestra vida.
El sacerdote inciensa las ofrendas para purificarlas, que sea santo lo que
se transformará en Jesús. Como los levitas, que disponían todos los días el
pan sobre la mesa y quemaban incienso (2 Cro 13, 11). Es como si bañando
esas materias con un humo sagrado las separara de un uso profano.
También inciensa el altar, para que sea un lugar puro en donde llegue
Jesús, y desde donde se ofrezca el Sacrificio. El sacerdote no dice nada al
incensar. Tanto él, como todos los fieles pueden pedirle a Dios que llegue
hasta él la oración, el trabajo y la vida de todos los fieles que se ha puesto
sobre el altar.
Después, un diácono o un acólito inciensa al sacerdote. Con esta acción
se le pide a Dios que purifique al hombre que ha de ofrecer el sacrificio, y
que sus oraciones suban hasta el Trono de la Gloria. También se pide lo
mismo con la incensación a los concelebrantes, si los hay, que se hace
después.
Finalmente se inciensa a los fieles, para rogar su purificación antes de
participar en el sacrificio que se ofrecerá al Padre por medio del Espíritu
Santo, para que sus oraciones también suban hasta el Cielo.
Se perfuma con el incienso a los celebrantes y a los fieles para rogarle a
Dios que los haga, a semejanza de Cristo, oblación y víctima de suave aroma
(Ef 5, 1).

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COMPRENDER LA MISA

4. Lavabo

Después de ser incensado, o tras la oración que el sacerdote dijo inclinado,


si no se usa el incienso, el sacerdote se dirige a un extremo del altar, en
donde se lava las manos.
En el Éxodo, se narra que el Señor le pidió a Moisés que hiciera una
fuente de bronce, para que Aarón y sus hijos, los sacerdotes, se lavaran las
manos antes de ministrar en el altar (30, 17-21). Del mismo modo los
sacerdotes, antes de ofrecer el Sacrificio, se lavan las manos a un costado
del altar.
Para el lavado de las manos se emplea una jarra llamada aguamanil, que
está llena de agua; un plato hondo que recoge el agua, llamado jofaina; y
una toalla, llamada manutegio, con la que el sacerdote seca sus manos al
final.
Los fieles pueden unirse con el corazón a este gesto sacerdotal, pidiendo
nuevamente la limpieza y la purificación de su ser, usando las mismas
palabras del salmo 50 (4), que dice el sacerdote mientras se lava las manos:
“Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado.”

5. Oración sobre las ofrendas

Después, el sacerdote, desde el centro del altar, se dirige a todos los


presentes, y los invita a orar. Si se empeló incienso, el pueblo se puso de pie
para ser incensado. De lo contrario, antes de la invitación todos se ponen
de pie para dirigirse a Dios para pedir que el sacrificio sea agradable:
“Oren, hermanos, para que este sacrificio, mío y de ustedes, sea agradable
a Dios, Padre todopoderoso.”
El sacerdote pide orar para que “este sacrificio mío y de ustedes”. No dice
“este sacrificio nuestro”, como parecería más lógico existiendo un
pronombre posesivo que los incluiría a todos. Con esta expresión se

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LITURGIA EUCARÍSTICA

distingue entre el sacerdocio real de todos los bautizados ahí presentes y el


sacerdocio ministerial que él posee por su ordenación. Además, distingue
entre el Sacrificio Santo del Hijo, y la ofrenda sacrificial de cada persona.
El Sacrificio de Cristo siempre será agradable al Padre. Pero el sacrificio que
cada uno ofrece, puede serlo o no. Por ello, con esta expresión se le pide
también que el sacrificio que cada uno va a ofrecer sea agradable. El del
sacerdote puede no ser agradable, pero el de una viejecita humilde que
participa en la misa sí serlo. Rogamos para que el sacrificio de cada uno sea
agradable al Padre.
El Misal prevé que el sacerdote abra y cierre los brazos mientras hace la
invitación a orar. No es extender las manos, como cuando se dirige
solemnemente a Dios. Es abrir y cerrar. Es un gesto que significa que recoge
las oraciones de todos los fieles.
En la traducción al español del Misal se prevén otras opciones para
invitar a orar. La primera hace referencia a que se ofrece el sacrificio de toda
la Iglesia:
“En el momento de ofrecer el sacrificio de toda la Iglesia, oremos a Dios,
Padre todopoderoso.”
La segunda a las alegrías y penas que todos los fieles depositaron en el
altar, para que se sean un sacrificio agradable al Padre:
“Oremos, hermanos, para que, llevando al altar
los gozos y las fatigas de cada día nos dispongamos a ofrecer el sacrificio
agradable a Dios, Padre todopoderoso.”
A la invitación a orar responden todos los fieles orando, pero sin dirigirse
a Dios, sino por mediación del sacerdote. Se pide al Señor que reciba el
sacrificio del sacerdote (reciba de tus manos) para dos cosas: para la
alabanza y gloria de su nombre, el nombre de Dios que pedimos en el
Padrenuestro que sea santificado; y para el bien no solo de los presentes,
sino de toda la comunidad que integra la Iglesia:

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COMPRENDER LA MISA

“El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su
nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia.”
Como todos ya están orando, el sacerdote no invita nuevamente a orar
diciendo “Oremos”, sino que continúa con la oración. La petición de la
asamblea la concluye el sacerdote dirigiéndose al Dios de forma solemne,
con las manos extendidas, y pidiéndole que acepte las ofrendas que se le
han presentado. Esta oración cambia cada día.
Como no somos mas que polvo, la oración que dirigimos a Dios en si no
vale nada. Por eso, el sacerdote concluye diciendo que no es por nuestros
méritos, sino por los de Jesucristo. Si es a él a quien se dirige la oración,
concluye:
“Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.”
Si la oración se dirigía al Padre, se pone como mediador al Hijo, y la
oración concluye:
“Por Jesucristo, nuestro Señor.”
Por concordancia en lo que se dice, si la oración se dirigió al Padre, pero
se mencionó al Hijo al final, concluye diciendo:
“Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.”

II. LA PLEGARIA EUCARÍSTICA: EL PREFACIO

Comienza la gran oración que se dirige al Padre, la Plegaria Eucarística. En


ella se hará presente Jesucristo bajo las apariencias del pan y del vino por
medio del Espíritu Santo, para ser elevado sobre el altar y ofrecido al Padre.
Los obispos usan un casquete circular sobre la cabeza que se llama
solideo. Solideo deriva de dos palabras latinas: soli, solo, y Deo, Dios. Tiene
ese nombre porque solo se lo quitan ante Dios. Antes de iniciar esta
plegaria deben de quitárselo, porque estarán ante Dios.

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LITURGIA EUCARÍSTICA

En la Tienda del Encuentro había un candelabro que ardía junto al Arca


de la Alianza, símbolo de la presencia del Señor (Ex 25, 31-40). Ese
candelabro también se colocó en el templo (1 Rey 7, 48.50). En el
Apocalipsis, Juan narra que vio al Hijo del Hombre, a Jesucristo, entre velas
(Ap. 1, 2-3; 1, 20; y 2,1). Por eso ahora que no solo habrá un símbolo de la
presencia de Dios, sino que realmente estará presente Jesucristo, unos
acólitos con velas pueden colocarse frente al altar. Esas velas se portan en
las celebraciones solemnes, con independencia de las que ya estaban en el
presbiterio.
La Plegaria Eucarística inicia con una parte introductoria llamada
prefacio, que cambia dependiendo del día. Aunque cambie, tiene
elementos que son comunes.
En primer lugar, el sacerdote expresa el deseo de que Dios esté con todos
los presentes:
“El Señor esté con ustedes.”
Ese deseo ya lo pudo haber expresado al inicio de la misa, para reconocer
al Señor en la asamblea; y ya se expresó antes de proclamar el Evangelio,
para reconocer al Señor en sus palabras. Ahora nuevamente se hace, para
recocer al Señor que se hará presente de forma real, sustancial, y
permanente bajo las apariencias del pan y del vino, y para pedirle a Dios
que acompañe a todos de forma más intensa durante esta gran oración. Lo
hace mientras abre las manos, como gesto de que pide que el Señor
acompañe a todos.
El pueblo responde expresando el mismo deseo respecto al sacerdote,
pidiendo que el Señor lo acompañe mientras ejerce su función sagrada en
la Plegaria Eucarística:
“Y con tu espíritu”.
Luego, el sacerdote eleva las manos mientras dice:
“Levantemos el corazón”

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COMPRENDER LA MISA

Con las palabras y con un gesto está invitando a todos los presentes, y
también a él mismo, porque lo hace en la primera persona del plural. Si el
gesto y la palabra coinciden es para remarcar que es algo que debemos hacer
todos los que participamos en la misa. No es una frase hecha. Es una
invitación presente. Levantar es llevar a lo alto, al cielo. Es la dimensión
ascendente de la liturgia: subir a Dios. Levantar el corazón es subir los
afectos y los pensamientos al cielo; que a partir de ahora se dediquen en
exclusiva al que habita en lo alto (Sal 122, 2).
Mientras el sacerdote levanta las manos puede pensar que está haciendo
el gesto de los niños pequeños cuando piden a su papá que los cargue. Los
fieles pueden también pensar que el sacerdote en representación de todos
le pide al Padre que nos cargue en sus brazos.
Desde los ritos introductorios, la liturgia nos ha ido elevando. Por eso,
los presentes pueden contestar:
“Lo tenemos levantado hacia el Señor.”
Todo lo anterior nos ha subido. Si hemos estado distraídos, este es un
buen momento para concentrarnos, de manera que no sea una frase ritual
el responder que tenemos levantado el corazón hacia el Señor, sino que
venga acompañada de una elevación del pensamiento y de los afectos a
partir de ese momento.
En la Última Cena Jesús realizó cuatro acciones: tomar, dar gracias,
partir, y dar (Lc 22, 19-20), como antes dijimos. La segunda de las acciones
ahora la repetirá el sacerdote: dar gracias. Comenzará a darle gracias al
Padre, como lo hizo Jesús en el cenáculo. Como ya lo había hecho
anteriormente, diciendo: “Te doy gracias, Padre” (Lc 10, 21 Mt 11, 25). Y
como lo hizo antes de la segunda multiplicación de los panes (Mc 8, 6).
Jesús ofreció el sacrifico de acción de gracias al que se refería el salmo (50,
14), y ahora lo viviremos. Para ello invita a todos, él incluido, a dar gracias a
Dios:
“Demos gracias al Señor, nuestro Dios”

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LITURGIA EUCARÍSTICA

A esa invitación se responde diciendo:


“Es justo y necesario”
Justicia es dar a cada quien lo suyo. Lo que debemos darle a Dios es las
gracias. Eso es lo que le corresponde al Padre, que nos ha dado todo en
Jesucristo. El texto latino acompaña la justicia de otra palabra “digno”
(dignum et iustum est). En castellano se ha traducido como “necesario”.
Digno es quien es merecedor de algo. Si queremos merecer la salvación es
necesario agradecer. Es necesario porque gar gracias “es la voluntad de
Dios” (1 Tes 5, 18), es lo que quiere de nosotros. Y solo podremos salvarnos
cumpliendo su voluntad, pues así seremos familia de Jesús (Mt 12, 50). Así,
la oración que se iniciará es justa para Dios y necesaria para los hombres.
Ya preparados y convencidos de que debemos hacerlo, el sacerdote inicia
la plegaria de acción de gracias haciendo una referencia a lo que respondió
el pueblo:
“En verdad es justo y necesario […]”
Luego profundiza sobre la justicia diciendo que:
“[…] es nuestro deber […]”
Y sobre la necesidad diciendo:
“[…] y salvación […]”
Tras lo cual se refiere al tiempo y al espacio del agradecimiento,
indicando que el tiempo de dar gracias debe ser continuo (1 Tes 5, 18), y no
debe existir reserva a determinada zona:
“[…] darte gracias siempre y en todo lugar […]”
Y posteriormente indica a quién se le da gracias, al Padre, al
Todopoderoso, al Eterno:
“[…] Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno […]”
Después, el sacerdote continúa bordando el agradecimiento, indicando
el motivo por el que se da gracias, y explicando las razones. La mayoría de
las veces se le da gracias por Jesucristo. Muchas veces esto nos pasa

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COMPRENDER LA MISA

inadvertido. Dar gracias por Jesús. Por su encarnación, por sus enseñanzas,
por su muerte, por su resurrección. Por liberarnos (Rom 6, 18), por
comprarnos (1 Cor 6, 20) y hacernos hijos de Dios (1 Jn 3, 1). A veces damos
gracias por otras cosas, por un favor recibido; pero no la hacemos por lo más
importante, por Jesucristo.
Levantamos el corazón. Se encuentra en el cielo. Ahí están los santos y
los ángeles cantando al Señor. Nuestro lenguaje para darle gracias a Dios es
limitado. Por ello nos unimos al coro de los ángeles. De acuerdo al
Apocalipsis, los ángeles no se candaban de decir día y noche “Santo, Santo,
Santo, es el Señor Dios” (4, 8). El profeta Isaías también escuchó a los
serafines cantar tres veces la santidad del Señor: “¡Santo santo, santo es el
Señor de los ejércitos! Toda la tierra está llena de su gloria.” (6, 3). Esas
palabras tomadas de Isaías han servido para componer el himno angélico,
al que se suma la expresión de público exclamada por la multitud que
recibió a Jesús en Jerusalén: “¡Hosanna en las alturas! ¡Bendito el que viene
en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mt 21, 9; Mc 11, 9; Jn 12, 12),
tomando una expresión del salmo 118 (26). Unidos a los ángeles y a esa
multitud, cantamos:
“Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo. Llenos están el cielo y
la tierra de tu gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre
del Señor. Hosanna en el cielo.”

III. LA PLEGARIA EUCARÍSTICA: EL POST-SANTO

La Plegaria Eucarística, la gran oración de la Iglesia, inició con el prefacio.


Después de que nos unimos al coro de los ángeles y utilizamos sus palabras
para alabar a Dios, tres veces santo, continúa.
Antiguamente existía una sola fórmula para continuar con esta plegaria,
que se denominaba Canon. Canon significa regla, norma. Era la forma
mandada para que todas las iglesias que seguían el rito romano bendijeran

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LITURGIA EUCARÍSTICA

al Padre. Por ello se le conoce como Canon Romano. Se usaba desde los
primeros siglos, y su actual forma, sustancialmente, la definió san Gregorio
Magno.
Tras el Concilio Vaticano II se compusieron otras doce fórmulas
llamadas anáforas o plegarias eucarísticas. De esta forma, en el Misal se
prevén trece: cuatro en el apartado del ordinario; y en el apéndice aparece
la V (con cuatro variantes); la llamada “de la reconciliación” (con dos
variantes); y tres para las misas con niños.
Aunque son distintas, todas tienen elementos comunes. Vamos a
explicar estos únicamente en las cuatro plegarias que aparecen en el
ordinario, y que son las que se utilizan con más frecuencia.
Como la Plegaria Eucarística ya inició con el prefacio, la primera parte
después del Santo es una continuación de prefacio.

1. Canon Romano

El Canon Romano, en latín, inicia con una frase:


“Te igitur”
La traducción es “a ti mismo”. Es decir, se refiere al Padre, a quien se le
estaba dando gracias. Como en un principio no existía en Santo, se
continuaba la alabanza diciendo “a ti mismo”, a lo que se añadió “Padre
clementísimo”. Ahora, en la versión española, inicia:
“Padre misericordioso”
Tras lo cual se le hace la petición de que acepte los dones que se le ofrecen
por la mediación de su Hijo:
“te pedimos humildemente por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que
aceptes y bendigas estos dones, este sacrificio santo y puro que te
ofrecemos”

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COMPRENDER LA MISA

Al hacer esta petición, el sacerdote traza el siglo de la cruz sobre el pan y


el vino. Los bendice, como dice santo Tomás de Aquino, porque la
aceptación del sacrificio procede de la eficacia de la cruz de Cristo.7

2. Plegaria Eucarística II

La Plegaria Eucarística II, que se compuso ya que se había incorporado el


Santo a la Misa, continúa la alabanza del Santo, diciéndole al Padre que sólo
él es santo y es quien puede participar la santidad:
“Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad”

3. Plegaria Eucarística III

La Plegaria Eucarística II también se compuso tras la incorporación del


Santo. Por eso, también continúa hablando la santidad del Padre,
alabándolo por Jesucristo, y recordando que, por medio del Espíritu Santo,
el que aleteaba en los inicios del mundo para dar vida, santifica todo, y
congrega a la Iglesia a ofrecer un sacrificio. Este sacrificio, dice el Misal
usando las palabras del salmo (113, 3), se ofrece en todo el mundo: desde
oriente hasta occidente; y se ofrece en todo momento: desde que sale el sol
hasta el ocaso, en lo que esperamos el día en que no tendrá ocaso, el día en
que volverá el Señor.
“Santo eres en verdad, Padre, y con razón te alaban todas tus criaturas, ya
que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo,
das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo sin cesar, para que
ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta
el ocaso.”

7
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, III, q. 83, a. 5

52
LITURGIA EUCARÍSTICA

4. Plegaria Eucarística IV

La Plegaria Eucarística IV cuenta con un prefacio propio, que no puede


cambiase por otro. En ese prefacio se le da gracias al Padre por ser el Dios
que existe desde siempre, la luz sobre toda luz, y la fuente de la vida,
recordando el prólogo del Evangelio de San Juan (1, 1, 18).
Por ello, tras el Santo continúa alabando al Padre, pero ahora
insertándolo en su intervención en la Historia. Inicia con la creación:
“Te alabamos, Padre santo, porque eres grande y porque hiciste todas las
cosas con sabiduría y amor. A imagen tuya creaste al hombre y le
encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su
Creador, dominara todo lo creado.”
Después recuerda el pecado original, y la misericordia de Dios frente a la
humanidad:
“Y cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al
poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para
que te encuentre el que te busca.”
Tras ello, hace una referencia a la antigua alianza, y a la función de
esperanza que tenían los profetas, mediante el anuncio de la salvación:
“Reiteraste, además, tu alianza a los hombres; por los profetas los fuiste
llevando con la esperanza de salvación.”
Luego, utilizando las palabras que Jesús le dijo a Nicodemo (Jn 3, 16)
recuerda que el Hijo vino por el gran amor de Dios al mundo; y usando las
palabras de san Pablo, recuerda que este instante se realizó al llegar la
plenitud de los tiempos (Ga 4, 4), que el tiempo fue pleno, fue lleno, cuando
el Eterno entró él.
“Y tanto amaste al mundo, Padre santo, que, al cumplirse la plenitud de
los tiempos, nos enviaste como salvador a tu único Hijo.”

53
COMPRENDER LA MISA

Prosigue profesando la fe en que el Hijo se hizo verdaderamente hombre,


que compartió en todo la condición humana, y explica la misión que había
profetizado Isaías de Jesús, y que él mismo confirmó que se había cumplido
en él en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 14-21): anunciar la salvación a los
pobres, la liberación a los oprimidos, y el consuelo a los afligidos:
“Él se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María, la Virgen, y
así compartió en todo nuestra condición humana menos en el pecado;
anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los
afligidos el consuelo. Para cumplir tus designios, él mismo se entregó a la
muerte, y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida.”
Y concluye la introducción con un recuerdo del fin de la muerte y
resurrección de Jesús usando las palabras de San Pablo (2 Cor, 5, 15), y de la
misión de la Iglesia por medio del Espíritu Santo:
“Y a fin de que no vivamos ya para nosotros mismos, sino para él, que por
nosotros murió y resucitó, envió, Padre, al Espíritu Santo como primicia
para los creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a plenitud
su obra en el mundo.”

IV. LA PLEGARIA EUCARÍSTICA: LA EPÍCLESIS

Epíclesis es una palabra que significa invocación al Espíritu Santo. El


sacerdote debe de invocar al Espíritu Santo para que se haga presente en la
Iglesia, y con su fuerza haga posible el gran milagro que ha de ocurrir: la
transformación del pan y del vino en Jesús.
Si con las palabras “levantemos el corazón” quedó clara la dimensión
ascendente de la liturgia, con la epíclesis queda clara la dimensión
descendente de la liturgia: Dios baja para encontrarse con nosotros.
En la primera página de la Biblia aparece el Espíritu Santo. Dice el
Génesis (1, 2) que el espíritu de Dios se cernía sobre las aguas. Cerner
significa mover las alas, y también puede significar depurar o dejar caer

54
LITURGIA EUCARÍSTICA

polen. Así, el Espíritu aparece en el primer momento produciendo vida en


el mundo.
El sacerdote invoca al Espíritu Santo para que realice una acción como la
que nos narra el Génesis. Que revolotee para que donde hay materia inerte,
pan y vino, ahora sea la misma Vida, que sea Jesucristo, que se definió a si
mismo como la Vida (Jn 14, 6).
Narra San Juan que el día de la resurrección, Jesús se le apareció a los
apóstoles y sopló sobre ellos y les dijo “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20,
22). Los apóstoles recibieron este soplo divino. Por la imposición de las
manos, los apóstoles se lo transmitieron a sus sucesores. Ellos, a su vez, a
sus sucesores.
Mediante la imposición de las manos, el celebrante ha recibido ese hálito
divino por una línea recta que se remonta a los mismos apóstoles. Ahora
extiende las manos sobre el pan y el vino. De esta manera aparece una
sombra sobre los dones. Esa sombra nos recuerda que la Palabra se hizo
hombre porque la sombra del altísimo cubrió a María (Lc 1, 35).
Haciendo sombra, el sacerdote invoca al Espíritu Santo para que
descienda sobre el pan y el vino como descendió sobre María. La misma
sombra vivificadora que se hizo presente en Nazaret está frente a nosotros,
aunque no lo podamos ver. Realmente ahí está para actuar, para permitir
que el mismo Jesús que se encarnó en María, se haga realmente presente
entre nosotros.
Es un momento impresionante el que vivimos en cada misa. Incluso,
podemos preguntarnos, como María en la Anunciación “¿Cómo puede ser
eso posible?” (Lc 1, 34), no porque dudemos del poder de Dios, sino porque
no comprendemos c0n nuestra razón este gran misterio que vivimos.
Ante la presencia del Señor y dador de vida los fieles se arrodillan. El
sacerdote no puede hacerlo, porque debe seguir actuando en el altar. Y en
este momento, en el corazón, todos podemos invocarlo para que también
descienda sobre nosotros y nos transforme en otros cristos. Con los himnos

55
COMPRENDER LA MISA

litúrgicos, en el corazón podemos decir, Ven Espíritu Creador, Ven


Espíritu para encender en nuestros corazones el fuego de tu amor.
En el Canon Romano, la invocación al Espíritu Santo no es expresa. Se
le pide al Padre que santifique la ofrenda, lo cuál hace a través del
Santificador, de la Tercera Persona de la Trinidad. Se le pide que la
santifique para sea perfecta, espiritual y digna, para que se convierta en el
Cuerpo y la Sangre de Jesucristo:
“Bendice y santifica esta ofrenda, Padre, haciéndola perfecta, espiritual y
digna de ti, de manera que se convierta para nosotros en el Cuerpo y la
Sangre de tu Hijo amado, Jesucristo, nuestro Señor.”
En la Plegaria Eucarística II se había recordado que el Señor no solo es
santo, sino la causa, la fuente de toda la santidad. Es por ese motivo que se
le pide la santificación de los dones por la efusión, por el derramamiento
del Espíritu Santo:
“por eso te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu
Espíritu”
En la Plegaria Eucarística III también se había recordado la santidad de
Dios ya cantada en el Santo, por lo que se le pide al padre que envíe al
Paráclito sobre los dones que fueron separados, que fueron seleccionados
en el ofertorio. Esta plegaria utiliza para referirse a la Tercera Persona una
expresión usada por San Pablo: “el mismo Espíritu” (1 Cor 12, 4-11)
“Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos
dones que hemos separado para ti”
En la Plegaria Eucarística IV se había recordado el envío del Espíritu
Santo. Por eso, continúa pidiendo que ese mismo Espíritu santifique las
ofrendas:
“Por eso, Padre, te rogamos que este mismo Espíritu santifique estas
ofrendas”

56
LITURGIA EUCARÍSTICA

En las plegarias eucarísticas II, III y IV, no se había trazado el signo de la


cruz sobre el pan y el vino antes de la epíclesis. Por ello, hay que hacerlo
después de la invocación al Espíritu Santo, recordando lo que dijo santo
Tomás: que el fruto del sacrificio procede de la eficacia de la cruz.
En la Plegaria Eucarística II, mientras se dice:
“de manera que se conviertan para nosotros en el Cuerpo y la Sangre de
Jesucristo, nuestro Señor.”
En la Plegaria Eucarística III, mientras se dice:
“de manera que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, Hijo
tuyo y Señor nuestro, que nos mandó celebrar estos misterios.”
Y en la Plegaria Eucarística IV, mientras se dice:
“para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, nuestro
Señor, y así celebremos el gran misterio que nos dejó como alianza eterna.”

V. LA PLEGARIA EUCARÍSTICA: LA NARRACIÓN DE LA INSTITUCIÓN Y LA


CONSAGRACIÓN

1. Consagración del pan

El sacerdote continúa la Plegaria Eucarística narrando la institución de la


Eucaristía. Inicia situando el tiempo en que se desarrolló. Sabemos que fue
en la Última Cena, pero se puede expresar de distintas maneras. En el
Canon Romano se dice que fue en la víspera de la Pasión. En la Plegaria
Eucarística II se dice que fue “cuando iba a ser entregado a su Pasión”,
añadiendo que fue voluntaria su entrega, porque Jesús se entregó porque
quiso (Jn 10, 18). La Plegaria Eucarística III sitúa la institución “la noche que
iba a ser entregado”, usando las palabras de san Pablo (1 Cor 11, 23). Y la
Plegaria Eucarística IV dice que fue llegada la hora en que Jesús iba a ser
glorificado por el Padre, usando la expresión del mismo Cristo después de

57
COMPRENDER LA MISA

entrar en Jerusalén, cuando unos griegos pidieron a Felipe verlo (Jn 12, 28);
y también indica que en ese momento había amado hasta el extremo a los
suyos, como indica Juan al inicio del relato de la Última Cena (Jn 13, 1).
Después, en las cuatro anáforas el sacerdote narra que Jesús tomó el pan,
como lo indican los cuatro relatos de la institución que aparecen en el
Nuevo Testamento. El Canon Romano explicita que lo tomó en “sus santas
y venerables manos”. En este momento, el sacerdote toma el pan en sus
manos.
El Canon Romano, después de narra esa acción, dice que Jesús elevó los
ojos al cielo, hacia el Padre, como hizo en la oración sacerdotal (Jn 17, 1). En
este momento, el sacerdote debe de elevar los ojos también.
Luego, salvo en la Plegaria Eucarística IV se narra que Jesús dio gracias,
como lo indican San Lucas y San Pablo (Lc 22, 19; 1 Cor, 11, 24). Después,
salvo en la Plegaria Eucarística II se narra que Jesús bendijo al Padre, como
lo indican San Mateo y San Marcos (Mt 26, 26, Mc 14, 22).
La narración continúa, en las cuatro anáforas, indicando que Jesús partió
el pan y lo dio, como aparece en los cuatro relatos de la institución. Estas
acciones no deben de ser imitadas por el sacerdote en este momento. Las va
a realizar, porque en la misa se repiten las mismas acciones de Cristo. Pero
en otros momentos posteriores.
De esta forma, en el Canon Romano se narra:
“Él mismo, la víspera de su Pasión, tomó pan en sus santas y venerables
manos y, elevando los ojos al cielo, hacia ti, Dios, Padre suyo todopoderoso,
dando gracias te bendijo, lo partió, y lo dio a sus discípulos, diciendo:”
En la Plegaria Eucarística II:
“El cual, cuando iba a ser entregado a su Pasión, voluntariamente
aceptada, tomó pan, dándote gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos,
diciendo:”
En la Plegaria Eucarística III

58
LITURGIA EUCARÍSTICA

“Porque Él mismo, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y dando
gracias te bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:”
Y en la Plegaria Eucarística IV
“Porque él mismo, llegada la hora en que había de ser glorificado por ti,
Padre santo, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los
amó hasta el extremo. Y, mientras cenaba con sus discípulos, tomó pan, te
bendijo, lo partió y se lo dio, diciendo:”

Indica la rúbrica que, con el pan en las manos, el sacerdote se inclina.


Todos los fieles están de rodillas. El sacerdote no puede arrodillarse, por lo
que está haciendo. Pero, por lo menos, se inclina ante el misterio, ante el
gran milagro que ha de suceder en sus manos.
Hasta ese momento, el sacerdote había narrado, había platicado como si
fuera un externo, lo ocurrido en la Última Cena. A partir de ahora hablará
en primera persona. Esto es así porque quien dice las palabras siguientes es
Jesús. Escuchamos la voz del sacerdote, pero es Jesús quien las dice. El
mismo que las dijo en el Cenáculo, las dice ahora usando las cuerdas
vocales del sacerdote.
En todas las plegarias eucarísticas las palabras son las mismas, que
aparecen en los relatos de Lucas y de Pablo, y son:
“TOMEN Y COMAN TODOS DE ÉL, PORQUE ESTO ES MI CUERPO, QUE
SERÁ ENTREGADO POR USTEDES".

En el gran himno eucarístico, el Adoro Te Devote, Santo Tomás de


Aquino dice refiriéndose a lo que tiene en las manos el sacerdote: “al juzgar
de ti se equivocan la vista, el tacto, y el gusto; pero basta con el oído para
creer con firmeza”. Si probamos lo que tiene el sacerdote, sabría a pan,
como antes de esas palabras; al verlo, no notaríamos diferencia entre el
antes y el después; y el sacerdote, al tocarlo, no percibe diferencia en sus
dedos. Pero la vista, el tacto y el gusto se equivocan, como dice el himno. El

59
COMPRENDER LA MISA

oído no. Hemos escuchado que Jesús dijo “es mi cuerpo”. Y le creemos,
porque solo él tiene palabras de vida eterna (Jn 6, 68).
En los primeros siglos, después de consagrar el Pan, el sacerdote lo dejaba
sobre el altar. Pero los fieles, llenos de fe, le pedían al sacerdote que les
mostrara la Hostia recién consagrada. Como los griegos que se le acercaron
a Felipe para pedirle: “queremos ver a Jesús” (Jn 12, 21). Para satisfacer esta
devoción eucarística, se dispuso que el sacerdote elevara el Cuerpo de
Cristo para que todos lo pusieran ver.
Durante el ofertorio se levantó un poco el pan en la patena. Ahora el
sacerdote lo eleva mucho más alto y sin la patena. Dice el Misal que el
sacerdote muestra el Cuerpo de Cristo a los fieles. El sacerdote muestra. El
gesto lógico de los fieles es mirar lo que se muestra. Ver ese Pan que no es
pan, sino Jesús que nos dice “yo soy el pan de vida” (Jn 6, 35), yo soy, aunque
con tus ojos no te des cuenta. Ahí esta Jesús, en las manos del sacerdote,
buscando miradas de amor. Y en este momento puede decirse la frase del
Apóstol Tomás: “Señor mío y Dios mío”, como lo recomendaba el papa san
Pio X.
Un himno eucarístico dice: “Ave, verdadero cuerpo nacido de María
Virgen”. El mismo cuerpo que vivió en María y que nació de ella, está ahora
presente bajo la apariencia pan. En este momento también podemos
encontrar a María, llevándonos a Jesús.
Durante la elevación, el acólito o el diácono puede incensar el Cuerpo de
Cristo. Los Magos regalaron incienso a Jesús (Mt 2, 11), porque reconocían
que ese pequeño niño era Dios. Ahora se inciensa como un acto de fe en
que no es Pan, sino Cristo. Como indica el salmo 141, el incienso también
representa la oración de todos los presentes que llega hasta Cristo presente
en lo alto de los brazos del sacerdote.
Una vez que termina la elevación, el sacerdote deja el Cuerpo de Cristo
en la patena. Y el Misal indica lo adora haciendo genuflexión. No es
simplemente hacer una genuflexión. Es adorar de esa manera. Es reconocer

60
LITURGIA EUCARÍSTICA

la pequeñez del sacerdote como hombre, igual que la de todos los fieles,
frente a Dios ahora presente sobre el altar.

2. Consagración del vino

Una vez que el sacerdote se pone de pie, continúa con el relato de la


institución, ahora en lo referente a la Sangre de Cristo. Todas las anáforas
inician diciendo “Del mismo modo, acabada la cena”, que son las palabras
que usa san Pablo para conectar la consagración del pan y del vino en el
relato de la institución (1 Cor 11, 25).
Luego, el sacerdote narra que Jesús tomó el cáliz, como indican Mateo,
Marcos y Pablo (Mt 26, 27; Mc 14, 23; y ,1 Cor 11, 25). Esta acción de Cristo,
que ahora repite el sacerdote nos recuerda al salmo 116 (12-13), que tras
preguntar cómo pagar al Señor por el bien que ha hecho, responde: “Alzaré
la copa de salvación e invocaré el nombre del Señor”. El Canon Romano
añade que lo tomó en sus santas y venerables manos, como había dicho en
la consagración del pan. La Plegaria Eucarística IV añade que el cáliz estaba
lleno del fruto de la vid, recordando la presentación del vino en el ofertorio.
Después, como indican Mateo y Marcos se narra que Jesús volvió a dar
gracias. Las plegarias eucarísticas I y III añaden que dio gracias y bendijo al
Padre.
Finalmente, siguiendo lo dicho por Mateo y Marcos, narra que se las pasó
a sus discípulos.
Así, en el Canon Romano se narra:
“Del mismo modo, acabada la cena, tomó este cáliz glorioso en sus santas
y venerables manos, dando gracias te bendijo, y lo dio a sus discípulos,
diciendo:”
En la Plegaria Eucarística II y en la III:
“Del mismo modo, acabada la cena, tomó el cáliz, y, dándote gracias de
nuevo, lo pasó a sus discípulos, diciendo:”

61
COMPRENDER LA MISA

Y en la Plegaria Eucarística IV:


“Del mismo modo, tomó el cáliz lleno del fruto de la vid, te dio gracias y
lo pasó a sus discípulos, diciendo:”
Nuevamente el Misal indica que el sacerdote se incline, como un gesto
de reverencia hacia el gran milagro que ha de suceder en sus manos, para el
que prestará su voz, que debe ser lo más clara posible.
El sacerdote, por eso, habla en primera persona, porque Jesús es el que
dice las palabras consagratorias. En todas las plegarias eucarísticas las
palabras son las mismas, que aparecen en los relatos de Mateo y Marcos, a
las que se le añade el mandato de hacer eso mismo en conmemoración de
Cristo que aparece en la Primera Carta a los Corintios, y son:
“TOMEN Y BEBAN TODOS DE ÉL, PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MI
SANGRE, SANGRE DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA, QUE SERÁ
DERRAMADA POR USTEDES Y POR MUCHOS PARA EL PERDÓN DE LOS
PECADOS. HAGAN ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA".
En el Éxodo se narra que el para concluir la alianza con Israel, Moisés
inmoló terneros al Señor, y que tomó la mitad de su sangre, la puso en unos
recipientes y con esa sangre roció al pueblo diciendo que esa era la sangre
de la alianza hecha por el Señor con ellos (Ex 24, 6-8).
En el cáliz, por las palabras de la consagración ahora está la Sangre de la
Nueva Alianza, está el mismo Cristo. No es una Sangre que rociarán sobre
nuestras cabezas. Como aparentemente es vino, es una Sangre para ser
bebida. Es la verdadera bebida, la bebida de Vida eterna (Jn 6, 53-56).
Un tiempo después de que se dispusiera la elevación del Cuerpo de
Cristo, se ordenó también la elevación del cáliz, por una simetría. Esto no
lo habían pedido los fieles devotos, porque se ve el cáliz y no la Sangre de
Cristo que contiene.
No lo vemos, pero sabemos que dentro del cáliz está también realmente
presente Jesús. El cáliz puede simbolizar a María. Así como su prima Isabel,
no veía a Jesús cuando Nuestra Señora fue a visitarla, pero creía que ahí

62
LITURGIA EUCARÍSTICA

estaba su Salvador, nosotros creemos que dentro del cáliz está Jesucristo
como estaba en el vientre de María.
Durante la elevación, el diácono o el acólito pueden incensar el cáliz,
como durante la elevación anterior. Si se inciensa, frente al altar podemos
ver una nube, que nos recuerda a la nube que guiaba al pueblo de Israel (Ex
13, 17-22), o la columna desde donde el Señor hablan a Moisés (Ex 24, 18). Es
la Eucaristía la guía de nuestra vida; en la Eucaristía escucharemos la voz de
Dios, porque no son pan ni vino, sino la misma Palabra de Dios hecha
hombre.
El sacerdote deja el cáliz sobre el altar, y el Misal indica nuevamente que
lo adora haciendo genuflexión. El sacerdote y los fieles adoran. Adorar es
rendir culto. Pero en castellano también significa amar con extremo. Es un
momento para manifestarle en el corazón nuestro amor a Jesús presente en
el altar.

3. Aclamación

Cuando el sacerdote se pone de pie tras la genuflexión, inicia una


aclamación a Cristo ahora presente en el altar. La las palabras para hacerlo,
que antes se insertaban en la consagración, son tomadas de san Pablo (1 Tim
3, 9), que son “Mysterium fidei”, misterio de la fe. San Pablo las usa para
invitar a custodiar esa realidad. En castellano se ha tradujo inicialmente
como “Sacramento de nuestra fe”, y en las siguientes ediciones también
aparece la tradición literal. Por ello, el sacerdote dice:
“Este es el Misterio de la fe”, o bien,
“Este es el Sacramento de nuestra fe”
El pueblo continúa aclamando con unas palabras que expresan que se
está siguiendo el mandato de Jesús de anunciar su muerte y resurrección a
todos los pueblos (Lc 24, 46):

63
COMPRENDER LA MISA

“Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor


Jesús!”
Al final se le pide a Jesús que venga. Puede resultar extraño decir esto
después de la consagración. ¿Qué no vino ya Jesús, y se encuentra
realmente presente en el altar? Ciertamente Cristo está presente, pero esta
expresión se refiere a su segunda venida. Los cristianos somos los que
aguardamos y esperamos esta nueva manifestación, porque entones lo
veremos tal cual es y seremos semejantes a él, como escribió san Juan (1 Jn
3, 2).
Al aclamar el Misterio de la fe, le pedimos que se manifieste tal cual es,
que venga ya. Y lo hacemos con una expresión que decían los primeros
cristianos. Aparece, por ejemplo, al final de la Primera Carta a los Corintios
(16, 24) como Maranatá, que es la transcripción griega de dos palabras
hebreas que significan el Señor viene, y que los primeros cristianos ya
decían en la Misa.8 También aparece en el penúltimo versículo de la Biblia,
en el Apocalipsis (22, 20), en la forma en que se dice en la misa: ven, Señor
Jesús.
En el Misal se prevé otra fórmula de aclamación que puede usarse, en la
que el sacerdote invita a realizarla:
“Aclamen el Misterio de la redención.”
A esta aclamación se responde usando las palabras que utiliza san Pablo
al final del relato de la institución de la Eucaristía (1 Cor 11, 26), en las que
se afirma que cada vez que hacemos lo que Jesús mandó proclamamos la
muerte del Señor hasta que vuelva:
“Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos
tu muerte, Señor, hasta que vuelvas.”

8
Didaché 10.6

64
LITURGIA EUCARÍSTICA

Y también prevé una tercera opción de aclamación, en la que el


sacerdote, continuando con las últimas palabras de la consagración del
vino, afirma:
“Cristo se entregó por nosotros.”
A lo que se responde:
“Por tu cruz y resurrección nos has salvado, Señor.”

VI. LA PLEGARIA EUCARÍSTICA: LA ANAMNESIS

Después de la aclamación tras la consagración, sigue una parte de la plegaria


llamada anamnesis. Anamnesis es una palabra que procede del griego que
significa hacer presente.
La Carta a los Hebreos (7, 27) dice que Jesús ofreció su sacrificio de una
vez para siempre. El de una vez comporta el siempre, explica san Bernardo
de Claraval. El Sacrificio de Cristo sólo sucedió una vez, pero esa vez es
siempre. Como dice Joseph Ratzinger, en la misa no alcanzamos un pasado,
sino la contemporaneidad con Jesucristo. En la misa penetramos en la
contemporaneidad de Cristo. Todo el tiempo de la Iglesia está en la misa.9
Esto no lo podemos comprender, porque estamos inmersos en el tiempo,
y todo lo pensamos en relación al tiempo. Clasificamos y hablamos
refiriéndonos a lo que fue, a lo que es y a lo que será. Pero Dios está fuera
del tiempo, es eterno. Dice la Carta a los Hebreos que Jesucristo es el mismo
ayer, hoy y siempre (13, 8). Por eso, su sacrificio es el mismo ayer hoy y
siempre. Todo es en el mismo instante para Dios. Y en la misa entramos en
la eternidad.
En la misa no se hace un simple recuerdo, como cuando unos amigos
recuerdan un viaje o antiguas clases. En la misa, hacer memoria es renovar,
es estar presente en el momento en el que sucede algo. El velo del tiempo se

9
Ratzinger, El espíritu de la liturgia, Madrid, Cristiandad, 2001, p. 78

65
COMPRENDER LA MISA

rasga y estamos presenciando, aunque no lo veamos, todos los misterios de


nuestra salvación.
En la misa, explicó el papa Francisco, 10 no hacemos una representación
del misterio pascual de Jesús. Es otra cosa. Es propiamente el misterio
pascual de Jesús. Podemos estar presentes en todos los acontecimientos del
misterio pascual.
El sacerdote ya narró la institución de la Eucaristía en la Última Cena.
Pero no solamente estamos presentes en la Última Cena. Estamos presentes
en todo el misterio pascual. Por eso, se hace memoria de todos los
acontecimientos pascuales: de la pasión, de la muerte, de la resurrección y
de la ascensión del Señor.
Para hacerlo, el sacerdote vuelve a dirigirse al Padre después de haber
dicho las palabras de la consagración del vino.
En el Canon Romano se hace esta anamnesis diciendo:
“Por eso, Padre, nosotros, tus siervos, y todo tu pueblo santo, al celebrar
este memorial de la muerte gloriosa de Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor;
de su santa resurrección del lugar de los muertos y de su admirable
ascensión a los cielos, te ofrecemos, Dios de gloria y majestad, de los mismos
bienes que nos has dado, el sacrificio puro, inmaculado y santo: pan de
vida eterna y cáliz de eterna salvación.”
En la Plegaria Eucarística II se dice:
“Así pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la muerte y resurrección
de tu Hijo,”
En la Plegaria Eucarística III se hace la memoria se dice:
“Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de
tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras
esperamos su venida gloriosa.”

10
Homilía del 10 de febrero de 2014.

66
LITURGIA EUCARÍSTICA

Y en la Plegaria Eucarística IV se hace el memorial diciendo:


“Por eso, Padre, al celebrar ahora el memorial de nuestra redención,
recordamos la muerte de Cristo y su descenso al lugar de los muertos,
proclamamos su resurrección y ascensión a tu derecha;”

VII. LA PLEGARIA EUCARÍSTICA: LA OBLACIÓN

En el Antiguo Testamento podemos leer que se le ofrecían oblaciones al


Señor. Oblación significa sacrificio y ofrenda. Abel, ofreció lo mejor de su
ganado (Gen 4, 4). Melquisedec, el rey de Salem, ofreció pan y vino (Gen
14, 18). Abraham iba a ofrecer a su propio hijo, Isaac, pero el Señor se lo
cambió por un carnero (Gen 22 1-13). Después, se constituyó el sacerdocio
levítico, que se dedicaba a ofrecer a Dios distintos dones, como pan o
animales (Lev 1-5), dependiendo de su función.
Como dice la Carta a los Hebreos, en Dios constituyó a Jesucristo Sumo
y Eterno Sacerdote, que remplaza el sacerdocio de los Hijos de Leví (7-8,8).
Como Sacerdote, Jesucristo no ofreció algo en sacrificio. Se ofreció a sí
mismo al Padre (Hb 9, 14). Es decir, no sólo fue el Sacerdote, sino también
la Víctima.
El sacerdote, al celebrar la Misa, participa del sacerdocio eterno de
Cristo. Por eso, no ofrece ningún don, ni siquiera a si mismo, sino que
ofrece a Jesucristo, ofrece la misma Víctima ofrecida por Cristo Sacerdote.
Por tanto, en la misa debe de existir un momento en el que el sacerdote
ofrezca a Cristo al Padre. Esto sucede después de la anamnesis. Este instante
es el verdadero ofertorio de la misa. En lo que llamamos ofertorio se le
presentó al Padre el pan y vino que se separó. Pero ahora se le ofrece a
Jesucristo realmente presente en el altar. Esta es la verdadera ofrenda de la
Iglesia, porque es la única capaz de reconciliarnos con el Padre. El pan y el
vino por si mismos no pueden quitar los pecados (Hb 10, 4). Pero con la
ofrenda de Cristo sí puede realizarse la santificación y, de hecho, se realiza.

67
COMPRENDER LA MISA

La Iglesia enseña que, en este momento, además de ofrecer la Víctima


inmaculada, el sacerdote y los fieles deben de ofrecerse a sí mismos.11 Todo
lo que se presentó en el ofertorio, ahora se ofrece al Padre. Nuestras
angustias, penas y alegrías y, sobre todo, nuestra existencia misma, se ofrece
al Padre. Gracias a la misa nuestra vida puede ser corredentora.
En el Canon Romano se hace la oblación recordando los sacrificios que
aparecen en el Génesis: el de Abel, el de Abraham y el de Melquisedec:
“Mira con ojos de bondad esta ofrenda y acéptala, como aceptaste los
dones del justo Abel, el sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe, y la
oblación pura de tu sumo sacerdote Melquisedec.”
Prosigue con una expresión que en latín se dice “supplices”, y que
literalmente significa profundamente inclinados, y que se traduce al
español como “te pedimos humildemente”. Al iniciar esa expresión, el
sacerdote debe de inclinarse profundamente para que la postura física
recuerde la posición espiritual que debe tenerse: la humildad. Si Cristo para
ofrecer el sacrificio se humilló a si mismo (Fil 2, 8), el sacerdote debe hacer
lo mismo. El pueblo no se inclina corporalmente, pero puede recordar en
este momento que la grandeza está en servir a los demás (Mt 20, 26). Y
nuestro servicio a los demás, se le ofrece al Padre junto con Cristo, mientras
el sacerdote dice:
“Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea
llevada a tu presencia, hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel, para
que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí
de este altar,”
Y para decir las últimas palabras de la oblación, el sacerdote se endereza
y para que sigan correspondiendo los gestos con las palabras se signa
mientras concluye:

11
Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm.
48; Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, de 25 de mayo de 1967, núm. 12.

68
LITURGIA EUCARÍSTICA

“seamos colmados de gracia y bendición.”


Los fieles no se signan, pero el ofrecimiento de su vida que hicieron
también les alcanza de la Ofrenda del altar la gracia y la bendición.
En la Plegaria Eucarística II el sacerdote hace la oblación de forma más
sencilla, diciendo:
“te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de salvación, y te damos gracias
porque nos haces dignos de servirte en tu presencia.”
En la Plegaria Eucarística III el sacerdote hace la oblación del sacrificio al
que llama vivo y santo, usando las palabras de San Pablo (Rom 12, 1):
“mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos, en esta acción de
gracias, el sacrificio vivo y santo.
Y en la Plegaria Eucarística IV:
“y mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos su Cuerpo y su
Sangre, sacrificio agradable a ti y salvación para todo el mundo.”

VIII. LA PLEGARIA EUCARÍSTICA: LAS INTERCESIONES

Narra San Juan, que en la Última Cena Jesús oró al Padre pidiéndole por
sus apóstoles: “Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos
que tú me diste, porque son tuyos” (Jn 17, 9), y por los que habríamos de
seguirlo en el futuro: “No solo por ellos ruego, sino también por los que
crean en mi por la palabra de ellos” (Jn 17, 20).
Jesús pidió por los que lo seguían en ese momento como por los que lo
seguiríamos en un futuro. Pidió por los que componemos la Iglesia en
cualquier momento de la historia. Por eso, el sacerdote intercede en este
momento por la Iglesia, tanto por los vivos como por los difuntos, y
expresando que la misa se celebra en comunión con toda la Iglesia, tanto la
del cielo como la de la tierra.

69
COMPRENDER LA MISA

1. Intercesión por la unidad de la Iglesia

Se intercede por la Iglesia en general, para la que se pide la unidad, como lo


hizo Jesús diciendo: “para que todos sean uno, como tu, Padre en mi y to en
ti, que ellos sean uno en nosotros” (Jn 17, 21).
En el Canon Romano, esta intercesión se hace antes de la consagración.
Y en ella, además de la unidad, se pide para la Iglesia la paz, la protección y
que la gobierne en el mundo entero:
“este sacrificio santo y puro que te ofrecemos, ante todo, por tu Iglesia santa
y católica, para que le concedas la paz, la protejas, la congregues en la
unidad,”
En las otras plegarias eucarísticas esta intercesión por la Iglesia se hace
después de la consagración. No se hace una referencia explícita a la Iglesia,
sino que se pide la unidad de los que participan del Sacramento,
recordando la eficacia unificadora de la Eucaristía de la que habla san Pablo,
al decir que somos miembros de mismo cuerpo porque comemos del mismo
pan (1 Co 10, 16-17).
Se pide que la unidad se logre por medio del Espíritu Santo. Es una nueva
epíclesis, una nueva invocación al Paráclito. Si en la primera se pidió
transformación de los dones en el Cuerpo de Cristo, ahora se pide la
unidad del Cuerpo Místico de Cristo, recordando las palabras de san Pablo
acerca de que todos los fieles fuimos bautizados en un mismo Espíritu para
formar un solo cuerpo (1 Cor, 12, 13).
En la Plegaria Eucarística II, se dice:
“Te pedimos, humildemente, que el Espíritu Santo congregue en la unidad
a cuantos participamos del Cuerpo y la Sangre de Cristo.”
En la Plegaria Eucarística III, se pide:
“Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la
Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que,

70
LITURGIA EUCARÍSTICA

fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu


Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu.”
Y en la Plegaria Eucarística IV se pide:
“Dirige tu mirada sobre esta Víctima que tú mismo has preparado a tu
Iglesia, y concede a cuantos compartimos este pan y este cáliz, que,
congregados en un solo cuerpo por el Espíritu Santo, seamos en Cristo
víctima viva para alabanza de tu gloria.”
En esta última plegaria, aparece dos veces la palabra víctima. La primera
con mayúscula y la segunda con minúscula. La Iglesia es el Cuerpo Místico
de Cristo. La Víctima con mayúscula es la Jesús, la cabeza. Y la víctima con
minúscula somos los demás miembros de ese cuerpo. Todos unidos somos
la Iglesia por obra del Espíritu Santo.

2. Intercesión por las cabezas de la iglesia terrena

En su oración sacerdotal, Jesús no solo pidió por sus apóstoles, sino


también “por los que crean en mi por la palabra de ellos” (Jn 17, 20). Lo que
nos une a esta oración de Jesús es la palabra de los apóstoles por la que
hemos creído. La unidad con Jesús es a través de los apóstoles y de sus
sucesores. Por ello, en la misa se hace mención de la comunión con los
sucesores de los apóstoles y se intercede por ellos.
Antiguamente, en Roma y en otras ciudades, los domingos todos los
fieles acudían a la misa que celebraba el obispo, para manifestar la unidad
de toda la iglesia con su cabeza. Cuando aumentó el número de fieles, esto
ya no fue posible. Para tener un símbolo de la unidad con el obispo, éste le
entregaba un fragmento de la Hostia (fermentum se llamaba), que había
consagrado a los presbíteros que asistían, para que la unieran a la Hostia
que ellos consagrasen en su misa, y así demostrar la unión de la misa del
presbítero con la del obispo. Actualmente la unión con el obispo, y con la
cabeza de todo el colegio episcopal se hace patente con unas palabras.

71
COMPRENDER LA MISA

La cabeza de la Iglesia es Cristo, pero de la Iglesia que peregrina en la


tierra, es el papa, el sucesor de Pedro, a quien Jesucristo le dio las llaves del
reino, sobre quien se edificó la Iglesia, a quien le encomendó apacentar a
sus ovejas. En toda misa se confiesa la comunión con el papa, y se pide por
él, para que el Señor lo auxilie en la dificilísima tarea de apacentar a las
ovejas (Jn 21, 15-17).
Las distintas porciones de la Iglesia universal se llaman iglesias
particulares. Cada una tiene como cabeza a un obispo, a un sucesor de los
apóstoles. Por eso en la misa también se manifiesta la comunión con la
cabeza de la iglesia particular que está en comunión con la cabeza de la
Iglesia universal. La iglesia particular puede ser una arquidiócesis, una
diócesis o una prelatura. Dependiendo de ello, se pide por un arzobispo, un
obispo o un prelado.
En el Canon Romano esta intercesión tiene lugar antes de la
consagración, en donde se dice que el sacrifico se ofrece por la Iglesia para
que
“la gobiernes en el mundo entero, con tu servidor el Papa N., con nuestro
obispo N., y todos los demás Obispos que, fieles a la verdad, promueven la
fe católica y apostólica.”
En la Plegaria Eucarística II se pide por la Iglesia terrena y sus autoridades
diciendo:
“Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra; y con el Papa
N., con nuestro Obispo N. y todos los pastores que cuidan de tu pueblo,
llévala a su perfección por la caridad.”
En la Plegaria Eucarística III se pide por la fe y la caridad para Iglesia
terrena, mencionando también a los presbíteros, a los diáconos y a todos
los fieles laicos:
“Confirma en la fe y en la caridad a tu Iglesia, peregrina en la tierra: a tu
servidor, el Papa N., a nuestro Obispo N., al orden episcopal, a los
presbíteros y diáconos, y a todo el pueblo redimido por ti.”

72
LITURGIA EUCARÍSTICA

Y en la Plegaria Eucarística IV se pide por las autoridades de Iglesia


terrena, pro los presbíteros, por los diáconos, y por los oferentes:
“Y ahora, Señor, acuérdate de todos aquellos por quienes te ofrecemos este
sacrificio: de tu servidor el Papa N., de nuestro Obispo N. del orden
episcopal y de los presbíteros y diáconos, de los oferentes y de los aquí
reunidos,”

3. Intercesión por los fieles difuntos

Por medio del Bautismo nos incorporamos a la Iglesia, y recibimos un


carácter, una marca indeleble en nuestra alma. Seremos para siempre
miembros de la Iglesia, incluso después de nuestra muerte. Cuando
rogamos al Padre por los miembros del cuerpo eclesial, lo hacemos por
todos, incluyendo a los difuntos. Por eso hay una intercesión especial por
los fieles difuntos en la Plegaria Eucarística.
En el Canon Romano se pide por aquéllos que nos precedieron con el
signo de la fe, es decir, con el Bautismo pero que ya duermen, usando la
expresión de Jesús al referirse a Lázaro (Jn 11, 11), pudiendo decir sus
nombres:
“Acuérdate también, Señor, de tus hijos N. y N., que nos han precedido
con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz.”
Tras lo cual el sacerdote hace una pausa para orar en silencio. Luego
prosigue pidiendo para ellos, en latín, el “locum refrigerii”, el lugar fresco, el
lugar del alivio, que sea también “lucis et pacis”, de la luz y de la paz:
“A ellos, Señor, y a cuantos descansan en Cristo, concédeles el lugar del
consuelo, de la luz y de la paz.”
En la Plegaria Eucarística II se pide por los que murieron (usa la palabra
durmieron, como en el Canon), creyendo en la resurrección, como se
profesa la fe en el Bautismo, pidiendo con el salmo (4, 6) que les muestre la
luz de su rostro:

73
COMPRENDER LA MISA

“Acuérdate también de nuestros hermanos que se durmieron en la


esperanza de la resurrección, y de todos los que han muerto en tu
misericordia; admítelos a contemplar la luz de tu rostro.”
En la Plegaria Eucarística III se intercede por nuestros hermanos difuntos
y por los que, pese a no estar bautizados murieron en amistad con Dios:
“A nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu amistad
recíbelos en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud
eterna de tu gloria,”
La tercera anáfora cuenta con un texto especial para las misas de
difuntos, en el que se pide especialmente por el fiel. Con las palabras de san
Pablo (Rom 6, 3-5) se pide que ese fiel no solo comparta con Cristo la
muerte, sino también la resurrección. Y que en la resurrección se
transforme el cuerpo mortal en uno glorioso como el de Cristo, usando otro
fragmento paulino (Fil 3, 21):
“Recuerda a tu hijo [hija] N. a quien llamaste [hoy] de este mundo a tu
presencia: concédele que, así como ha compartido ya la muerte de
Jesucristo comparta, también, con él la gloria de la resurrección, cuando
Cristo haga surgir de la tierra a los muertos, y transforme nuestro cuerpo
frágil en cuerpo glorioso como el suyo.”
Tras ello, se pide por el resto de los difuntos, con la fórmula habitual,
aunque se le agrega que en la plenitud de la gloria Dios enjugara las
lágrimas, usando las palabras del Apocalipsis (21, 4) y seremos semejantes a
Cristo, usando la expresión de San Juan (1 Jn 3, 2):
“Y a nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu
amistad recíbelos en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la
plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros
ojos, porque, al contemplarte como tú eres, Dios nuestro, seremos para
siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas,”

74
LITURGIA EUCARÍSTICA

Y en la Plegaria Eucarística IV se pide por los que murieron en la paz de


Cristo y de los aquéllos cuya fe solo puede conocer Dios:
“Acuérdate también de los que murieron en la paz de Cristo y de todos los
difuntos, cuya fe sólo tú conociste.”

4. Intercesión por los fieles vivos y conmemoración de los santos

Jesús oró por quienes lo seguían en ese momento y por quienes lo


seguiríamos en el fututo. Además de interceder por todo el cuerpo eclesial,
por los fieles difuntos, se ruega sus miembros vivos. Se pidió por su la
cabeza de la Iglesia terrena y en un segundo momento se pide por el resto
de los bautizados. Somos los que peregrinamos en la tierra. Peregrinar es
dirigirse a un lugar. Nuestro destino es el cielo. Por eso, lo que se pide al
Padre es que, después de pelear la batalla y acabar la carrera (2 Tim 4, 7),
lleguemos a la gloria.
Al final de nuestros días queremos unirnos a los miembros de la Iglesia
triunfante, a los que ya corrieron y recibieron el premio que no se marchita
(1 Cor 9, 25). Por eso, con esta intercesión se conmemora a los santos. Ellos
son nuestro ejemplo y nuestros intercesores. Por la comunión de los santos,
ellos se encuentran presentes en la celebración eucarística. En la misa, está
presente la Reina enjoyada (Sal 44), pues Santa María no se despegó de los
pies de la cruz (Jn 19, 25). A ella se le menciona en todas las plegarias
eucarísticas, y el sacerdote debe de inclinar la cabeza al decir su nombre. Los
fieles pueden hacerlo por devoción. También se menciona en todas las
anáforas a San José, el custodio del tesoro más precioso de Dios Padre,
Patrono celestial de toda la Iglesia.
En el Canon Romano se pide en dos ocasiones por los vivos. La primera
es antes de la consagración, cuando se puede nombrar a los fieles vivos por
los que se tenga intención de orar:
“Acuérdate, Señor, de tus hijos N. y N.”

75
COMPRENDER LA MISA

Tras decir sus nombres, el sacerdote hace una pausa para orar en silencio
por ellos. Luego, prosigue pidiendo por los presentes y por los suyos,
rogando por el perdón de sus pecados y por su salvación:
“y de todos los aquí reunidos, cuya fe y entrega bien conoces; por ellos y
todos los suyos, por el perdón de sus pecados y la salvación que esperan, te
ofrecemos, y ellos mismos te ofrecen, este sacrificio de alabanza, a ti, eterno
Dios, vivo y verdadero.”
En esta oración se reconoce que no solo el sacerdote ofrece el sacrificio,
sino que también los fieles lo hacen. Cada uno de distinto modo. Pero con
ello se corrobora que los fieles deben aprender a ofrecerse a si mismos en la
misa.
El sacerdote prosigue conmemorando a los santos, quienes dan ejemplo
e interceden por los vivos. Tras nombrar a Santa María y a San José,
aparecen veinticuatro santos, pues San Gregorio Magno fijó en “dos veces
doce” el número de santos que se mencionarían. Primero a los Doce
Apóstoles, sustituyendo a Matías por Pablo. Luego a doce mártires: cinco
papas (Lino, Cleto, Clemente, Sixto y Cornelio) un obispo de Cártago
(Cipriano), un diácono (Lorenzo) y cuatro laicos (Crisógono, Juan, Pablo,
Cosme y Damián):
“Reunidos en comunión con toda la Iglesia, veneramos la memoria, ante
todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro
Dios y Señor; la de su esposo, San José; la de los santos apóstoles y mártires
Pedro y Pablo, Andrés, Santiago y Juan, Tomás, Santiago, Felipe,
Bartolomé, Mateo, Simón y Tadeo; Lino, Cleto, Clemente, Sixto,
Cornelio, Cipriano, Lorenzo, Crisógono, Juan y Pablo, Cosme y Damián,
y la de todos los santos; por sus méritos y oraciones concédenos en todo tu
protección.”
También se pide por los vivos tras la consagración. Dándose un golpe en
el pecho, como reconociendo la culpa de sus pecados (Lc 18, 13), pero
también que el Padre es profundamente misericordioso (Lc 6, 36), se le pide

76
LITURGIA EUCARÍSTICA

que por su bondad y no por nuestras obras nos admita en el cielo. Se


nombran entonces a otros santos distintos a los antes referidos. En primer
lugar, al Precursor, a San Juan Bautista, al más grande de los nacidos de
mujer (Mt 11, 11), al que le sigue una lista de catorce mártires desde que San
Gregorio Magno estableció una lista de “dos veces siete”. De ellos siete son
varones (Esteban, Matías, Bernabé, Ignacio, Alejandro, Marcelino y Pedro)
y siete mujeres: (Felicidad, Perpetua, Águeda, Lucía, Inés, Cecilia y
Anastasia):
“Y a nosotros, pecadores, siervos tuyos, que confiamos en tu infinita
misericordia, admítenos en la asamblea de los santos apóstoles y mártires,
Juan el Bautista, Esteban, Matías y Bernabé, Ignacio, Alejandro,
Marcelino y Pedro, Felicidad y Perpetua, Águeda, Lucía, Inés, Cecilia,
Anastasia, y de todos los santos; y acéptanos en su compañía, no por
nuestros méritos, sino conforme a tu bondad.”
En la Plegaria Eucarística II se le pide al Padre compartir la vida eterna
con Santa María, San José y todos los que vivieron en su amistad:
“Ten misericordia de todos nosotros, y así, con María, la Virgen Madre
de Dios, su esposo san José, los apóstoles y cuantos vivieron en tu amistad
a través de los tiempos, merezcamos, por tu Hijo Jesucristo, compartir la
vida eterna y cantar tus alabanzas.”
En la Plegaria Eucarística III se le pide al Padre que nos trasforme en
ofrenda, pues de ese modo podremos gozar de la herencia eterna con Santa
María, San José y todos los santos. En esta anáfora puede añadirse el
nombre del santo del día o del patrono, lo que no se permite en las otras:
“Que Él nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu
heredad junto con tus elegidos: con María, la Virgen Madre de Dios, su
esposo san José, los apóstoles y los mártires, (san N.: santo del día o
patrono) y todos los santos, por cuya intercesión confiamos obtener siempre
tu ayuda.”

77
COMPRENDER LA MISA

Y en la Plegaria Eucarística IV nombrando nuevamente al Padre, se le


pide que nos reúna en su reino de libertad del pecado y de la muerte,
usando la expresión paulina (Rom 8, 2), con Santa María San José, y todos
los santos:
“Padre de bondad, que todos tus hijos nos reunamos en tu reino, con
María, la Virgen Madre de Dios, con su esposo san José con los apóstoles
y los santos; y allí, junto con toda la creación libre ya del pecado y de la
muerte, te glorifiquemos por Cristo, Señor nuestro, por quien concedes al
mundo todos los bienes”

IX. LA PLEGARIA EUCARÍSTICA: LA DOXOLOGÍA FINAL

En la Plegaria Eucarística se han hecho diversas intercesiones al Padre. Por


nosotros mismos, los ruegos no valen nada. Hay que hacerlos en nombre
de Jesús. En la Última Cena él mismo nos invitó a pedir en su nombre. Si
así pedimos, se hará lo que pedimos, porque de esta manera se hará que sea
glorificado el Padre en el Hijo (Jn 14, 13).
Por eso, todas las plegarias eucarísticas terminan poniendo a Jesucristo
como mediador de nuestra intercesión en una doxología, en una expresión
de alabanza a toda la Trinidad. Las palabras previas a la doxología hacen
referencia al Hijo. Por eso, la doxología en latín inicia “Per ipsum”, es decir,
“Por él.” En la versión castellana se ha cambiado la literalidad, y dice “Por
Cristo”, quizá para que no haya confusión.
Todo lo pedimos por Jesucristo. Pero no solo por él, sino que lo pedimos
con él, que en la cruz con gritos y lágrimas presentó suplicas y fue
escuchado (Hb 5, 7). Nos unimos a su plegaria al Padre.
Además, lo pedimos en Cristo. Por el bautismo nos incorporamos a
Cristo (Rm 6, 5). Somos parte del Cristo total. Jesús dijo que nosotros
estamos en él y él en nosotros (Jn 14, 20). Por eso no solo pedimos por y con
Cristo, sin que lo hacemos formando parte Cristo, pedimos en Cristo.

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LITURGIA EUCARÍSTICA

Todo lo pedimos al Padre que todo lo puede, al omnipotente, a quien se


le ha dirigido toda la Plegaria. Y lo hacemos en la unidad del Espíritu Santo
(Ef 4, 3). Podemos pedírselo al Padre, porque así lo llamamos gracias al
Espíritu (Rom 8, 15). Se lo podemos pedir por mediación de Cristo, del
Ungido, porque el Espíritu es su Unción.12
A las Tres Personas que se han mencionado las alabamos con las palabras
que escuchó san Juan que cantaban todas las creaturas al Cordero y a quien
estaba sentado en el trono (Ap 5, 13), y que usaba San Pablo (1 Tim 1, 17), con
las que reconocemos que para Dios es todo honor y gloria por los siglos de
los siglos.
Así, la Plegaria Eucarística termina diciendo:
“Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del
Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.”
Estas palabras las pronuncia el sacerdote mientras eleva el Cuerpo de
Cristo en la patena y la Sangre de Cristo en cáliz conjuntamente, y no de
forma separada, como había sucedido antes. En el ofertorio se elevó la
hostia en la patena para presentarla al Padre; después de la consagración se
elevó sin la patena, para mostrarla a los fieles. Ahora se eleva nuevamente
en la patena porque no es para mostrarla a los fieles, sino para presentar al
Padre a Jesucristo con quien, con quien y en quien se ofrece el sacrifico. Y
lo hace junto con el cáliz que contiene la Sangre Preciosa. Para elevar el
cáliz, un diácono puede ayudar al sacerdote.
A la doxología toda la asamblea responde aclamando:
“Amén.”
Al decir Amén hacemos un acto de fe, pues esa palabra significa tres
cosas: “esto es así”, “esto lo creo” y “esto me compromete”. Esta expresión,
que puede ser cantada tres veces, recuerda que el pueblo de Israel respondía
a las plegarias de los sacerdotes de la antigua alianza diciendo Amén (Dt

12
CEC 690

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COMPRENDER LA MISA

27,15-26; 1Crón 16,36; Neh 8,6). Aunque todos los fieles se han ofrecido a si
mismos y se han unido al Sacrificio, lo han hecho en el interior de su
corazón. Ahora, en voz alta, se unen a todo lo dicho por el sacerdote. Es,
como decía san Agustín, como si firmaran la petición.
No lo mandan las rúbricas, pero es conveniente que el sacerdote espere a
que el pueblo responda el Amén, como signo de que se unen a esta
presentación de la Víctima inmaculada al Padre en el Espíritu, como signo
de que todos son atraídos hacia Cristo cuando es levantado (Jn 12, 32).

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