Textos para Pensar, Folosofia Feli Pratto
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Filosofía
Unidad 1
Prof: Felicitas María Pratto
Se dice con frecuencia, en tono de reproche, que hay tantas filosofías como
filósofos, lo que no me parece demasiado exagerado. Podría suceder que también
hubiera, por esa misma razón, casi tantas filosofías de las matemáticas como
matemáticos o. digamos más exactamente, como matemáticos que reflexionan sobre lo
que hacen... La filosofía es el pensamiento más libre (no es prisionero de ningún saber)
y a la vez, y por eso mismo, el más singular. Así pues, que haya tantas filosofías como
filósofos es casi cierto (sólo casi, porque a veces hay varios filósofos que coinciden: hay
escuelas, maestros y discípulos, doctrinas con las que éste o aquél podrán identificarse),
pero, aunque fuera cierto por completo, no tendría sentido reprochárselo a la filosofía.
Que los filósofos no se pongan de acuerdo, no es una razón para no filosofar, es una
razón, y muy poderosa, para filosofar uno mismo. Cualquiera puede hacer matemáticas
por ti (porque, por hipótesis, puede llegar al mismo resultado al que tú habrías llegado),
por lo que, salvo por afición particular o por necesidad de ganarte la vida, no hay
ninguna razón por la que debas dedicarte a las matemáticas tú mismo.
No hay un oficio tonto, pero nadie está obligado a hacerlos todos. Las matemáticas,
desde ese punto de vista, son un oficio: se puede dejar ese menester en manos de otros.
La filosofía, no. O si la filosofía es también un oficio que tiene sus profesionales (los
que la enseñan, los que publican libros...), es ante todo una de las dimensiones que
constituyen la existencia humana. Por suerte, no estás obligado a seguir clases o a
escribir libros de filosofía. Pero nadie puede filosofar por ti: lo que yo puedo haber
descubierto, por más que me satisfaga a mí totalmente, o lo que Kant o Hegel hayan
podido hallar, sea cual fuere su genio, ¡nada de ello prueba que sea válido para ti!
Tienes que dedicarte a personalmente, y eso es lo que se llama filosofar...
Tomemos, por ejemplo, tu pregunta: «¿Qué es la filosofía?». Por el hecho de ser
una pregunta filosófica, admite muchas respuestas diferentes, y, en último término,
tantas respuestas diferentes como filósofos diferentes haya... No digo esto para
desmarcarme, para soslayar la respuesta, sino todo lo contrario, para decirte que la
respuesta que voy a darte sólo me atañe a mí y que otros filósofos responderían de un
modo disanto. Acabo de decir que hay filósofos que coinciden... Pues bien, en esta
cuestión me hallo muy cerca de lo que Epicuro decía hace unos veintitrés siglos: «La
filosofía es una actividad que, mediante discursos y razonamientos, nos proporciona una
vida feliz». Me entusiasma el hecho de que la filosofía sea una actividad.(y no un
sistema o un saber), que se lleve a cabo mediante discursos y razonamientos (y no por
medio de visiones o de eslóganes), en fin, que tienda a la felicidad... Y digo que tienda.
Porque, en cuanto a proporcionarla, me da la impresión de que nosotros, los modernos,
no somos capaces, ni siquiera de acercarnos a la hermosa confianza de los antiguos...
Yo, siempre pensando en Epicuro, he forjado para mi uso personal la siguiente
definición que te ofrezco como respuesta (pero es mi respuesta: no quiere decir que te
satisfaga) a tu pregunta: La filosofía es una práctica discursiva cuyo objeto es la vida,
cuyo medio es la razón y cuyo fin es la felicidad. Me parece que eso vale para cualquier
filosofía digna de ese nombre —pero justamente, sobre esa dignidad no todos los
filósofos se ponen de acuerdo...
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¿Puedo añadir una palabra? Puesto que estoy hablando de la felicidad, quizás
alguien quisiera concluir un poco a la ligera que eso sería para mí la esencia de la
filosofía. Pues no. ¡No cabe la menor duda de que se puede ser feliz sin filosofar, y es
perfectamente posible filosofar sin ser feliz! La felicidad es el fin, no el camino. Ante
todo, la felicidad no es la norma. ¿Qué puede probar el hecho de que una idea te haga
feliz? Eso es lo que ocurre, al menos durante un cierto tiempo, con la mayoría de
nuestras ilusiones... La felicidad no es la norma. La norma de la filosofía, lo mismo que
la de cualquier pensamiento, es o no puede ser otra que la verdad. Si debo tener o
mantener una idea no es porque me haga feliz; en ese caso la filosofía no sería más que
una variante sofisticada del método Coué. Si debo mantener una idea, incluso cuando
esa idea me llenara de tristeza, es sólo ¡porque me parece verdadera! Lo he dicho
muchas veces: si un filósofo tiene que elegir entre una verdad y la dicha —y eso puede
llegar a suceder— no se puede llamar filósofo más que en la medida en que elige la
verdad. Renunciar a la verdad, o a la búsqueda de la verdad, sería renunciar a la razón y,
por el mismo hecho, a la filosofía. Aquí la norma prevalece sobre el fin y debe prevale-
cer: la verdad, para el filósofo, se antepone a la dicha. Más vale una auténtica tristeza
que una falsa alegría.
¿Por qué no definir entonces la filosofía por la búsqueda de la verdad? Ante todo,
porque esta búsqueda, evidentemente, no es lo propio de la filosofía; también se busca
la verdad en historia, en física, en el periodismo o en los tribunales... Después, porque
respecto de la verdad a la que supuestamente se llega (por cierto, de una manera parcial
y aproximativa) queda por saber qué hacer con ella: la filosofía se decide aquí por
entero. La verdad es la norma, pero en todo caso se trata de vivir y, si es posible, de
vivir feliz, o lo menos desgraciado posible. La filosofía no se libra del principio del
placer; pero el placer no prueba nada o, en todo caso, no prueba más que el propio
placer. De ahí esa tensión permanente, que me parece característica de la filosofía, entre
el deseo y la razón o, para decirlo de otro modo, entre el fin (la felicidad) y la norma (la
verdad). Que las dos puedan encontrarse es lo que enseña la vieja palabra de sabiduría.
¿Qué es la sabiduría sino una verdad gozosa? Y no verdadera porque es gozosa (en cuyo
caso no habría verdad: bastaría la ilusión), sino gozosa, más bien, por ser verdadera.
Nosotros nos hallamos lejos de ahí: la mayoría de las verdades nos son indiferentes o
nos molestan. En eso podemos ver que estamos lejos de ser sabios. Pero si la filosofía es
el amor a la sabiduría, como dice su misma etimología (es cierto que una etimología no
prueba nada), es que es el amor a la dicha y a la vez a la verdad, es que intenta, en !a
medida de lo posible, conciliarlas, ¿qué digo?, fundirlas mutuamente... Ya conoces la
canción: «Tengo dos amores...». Eso es lo que canta también la filosofía. En la
sabiduría, esos dos amores forman uno solo, que es dichoso y que es verdadero.
¿Y el filósofo?
Es todo el que practica la filosofía o, dicho de otro modo, quien utiliza su razón
para reflexionar sobre la vida, para liberarse de sus ilusiones (ya que la verdad es la
norma) y, si puede, ¡para ser feliz! Vas a decirme que, en ese sentido, todo el mundo es
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filósofo en mayor o menor medida... ¿Y por qué no? A veces utilizo esta definición aún
más sencilla: filosofar es pensar la vida y vivir el pensamiento. Nadie lo consigue por
completo (nadie es completamente filósofo), pero, asimismo, nadie podrá prescindir por
completo de ello. En el fondo, los llamados grandes filósofos no eran personas que prac-
ticaban una especie de actividad inaudita de la que los demás serían incapaces; son los
que hicieron mejor que los demás lo que todo el mundo hace y debe hacer. Si piensas
sobre el sentido de la vida, sobre la felicidad, sobre la muerte, sobre el amor, sobre la
justicia, si te preguntas si eres libre o si estás predeterminado, si existe un Dios, si se
puede estar seguro de lo que se sabe, etc., estás haciendo filosofía, con el mismo
derecho (¡lo que no quiere decir que igual de bien!) que Aristóteles, Kant o Simone
Weil. Es un tópico, en la enseñanza, contraponer la filosofía a la opinión, y yo mismo lo
he hecho durante muchos años. Después me he dado cuenta de que eso no estaba exento
de mala fe: porque la filosofía es ciertamente una opinión, aunque más elaborada, más
rigurosa, más razonable —pero no por eso deja de ser una opinión—. En el fondo, es lo
que Montaigne me ha enseñado (aunque he comenzado a leerle demasiado tarde), con lo
que me ha liberado de todos los dogmatismos. «La filosofía —decía él— no es más que
una poesía sofisticada, lo que no era una injuria ni para los poetas ni para los filósofos.
Yo diría lo mismo: la filosofía no es más que una opinión sofisticada, pero no en el
sentido peyorativo de la sofisticación, en el sentido en que sofisticado, como nos dicen
los diccionarios, es lo que es «solicitado, complejo, desarrollado». Vale más una cadena
estéreo sofisticada que un vulgar tocadiscos; ¡vale más una filosofía que una opinión
vulgar! En definitiva, está también la simplicidad de la música o de la vida —la
simplicidad de la sabiduría—. Quizá conozcas a gente que prefiere su cadena estéreo a
la música... Yo también conozco a algunos que prefieren la filosofía a la vida, lo que me
parece un contrasentido del mismo género. La técnica más sofisticada carece de sentido
si no está al servicio de algo, por ejemplo al servicio de la música. Lo mismo ocurre con
la filosofía, carece de sentido si no está al servicio de la vida: se trata de vivir mejor, con
una vida más lúcida, más libre y más feliz a la vez... Pensar mejor para vivir mejor. Eso
es lo que Epicuro llamaba filosofar de verdad o, dicho de otro modo, por el propio bien,
como decía Spinoza, y ésa es la única filosofía válida. No se filosofa para pasar el
tiempo ni para juguetear con los conceptos: se filosofa para salvar la piel y el alma.
En cuanto al lugar del filósofo en la vida actual, ya he dicho bastante: si cualquiera
puede y debe ser filósofo, poco o mucho, bien o mal, el lugar del filósofo es,
exactamente, el de cualquiera. Ése es el punto de encuentro de lo universal con la
soledad.
Si lo supiera, hace mucho que habría dejado de filosofar: ¡con la sabiduría tendría
suficiente! Pero, por lo que creo haber entendido, no se trata precisamente de un saber,
la sabiduría, en la medida en que podemos alcanzarla, es el fruto de un trabajo (un poco
en el sentido en que Freud habla del trabajo del duelo), que implica, sí, un esfuerzo del
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pensamiento, pero que no puede reducirse a éste. La vida no es una idea. Incluso
añadiría: todas las ideas, en cierto sentido, nos apartan de la vida. Así pues, la filosofía
no puede conducir a la sabiduría si no es con la condición de tender constantemente a su
propia abolición: el camino está hecho de pensamientos, pero en el lugar adonde
conduce ya no hay caminos. ¿Se acabó el pensamiento? En todo caso, se acabó el
pensamiento teórico: lo real es suficiente, la vida es suficiente, y eso es lo que yo llamo
el silencio. Cuando Françoise Dolto escribe que «toda teoría es síntoma», no hay duda
de que no se equivoca por completo. La sabiduría, por el contrario, sería la salud del
alma, como decía Epicuro, y ninguna teoría podría reemplazarla. Sin síntomas, dirás tú
quizá, no hay sintomatología y, por lo tanto, no puede haber medicina..., ni remedio.
Pero la medicina no es la salud. La medicina es compleja, sofisticada, ardua... ¿Y qué
hay más sencillo, más fácil que la salud?
Se dirá que la salud es primordial, cosa que no se puede decir de la sabiduría. De la
sabiduría, sin duda, no. Pero de la vida sí, y para todo viviente. Ahora bien, la sabiduría
no es más que esa simplicidad de vivir. Si hay que filosofar es para hallar—clarum per
obscurius!— esa simplicidad. Se trata de liberarnos, decía yo antes, de todo lo que nos
estorba y que no deja de separarnos de lo real y de la vida. Para eso sirve la filosofía, de
la que, en definitiva, también hay que liberarse... La doctrina es una balsa, decía Buda:
una vez atravesado el río, ¿para qué cargar con la balsa? Déjala en la orilla, donde podrá
servir a otros; tú ya no tienes necesidad de ella. ¡Y eso es todo! El sabio es quien ya no
tiene necesidad de filosofar: sus libros, si ha escrito alguno, lo cual es más bien raro, son
corno balsas abandonadas en la orilla...
Eso es lo que muchos no aceptan y se pasan la vida reparando y retocando su
pequeña balsa, con la esperanza de perfeccionarla, cosa que consiguen con frecuencia.
Pero, ¿para qué, si no atraviesan el río, o si —una vez franqueado supuestamente el río
—llevan a cuestas durante toda su vida ese lastre? ¿A cuántos les ha llegado la hora de
la muerte agotados bajo el peso de su sistema? ¡Más vale la ligereza de la vida: la li-
viandad de la sabiduría!
Veo en torno a mí a filósofos a quienes gusta hacer cada vez más complejo su
pensamiento, con lo que, de este modo, tienden hacia una sofisticación cada vez mayor.
Veo claramente la riqueza, y a veces la necesidad, de tal proceder. Yo mismo lo he
hecho a veces: ¿cómo evitarlo? No todos los problemas tienen una solución sencilla.
Pero tampoco hay que dejarse engañar por esta complejidad especulativa. En las
ciencias, el tecnicismo es con mucha frecuencia indispensable, porque es necesario para
el trabajo de la prueba. ¿Y en filosofía? En la medida en que ésta no es una ciencia, ni
puede serio, el tecnicismo no tiene valor de prueba, ni la sofisticación constituye
siempre un progreso. Unos sistemas se añaden a otros y eso es todo, lo que no deja de
ser una complejidad más... Kant es un filósofo genial, uno de los más técnicos y más
rigurosos que han existido. Pero si su rigor fuera realmente demostrativo, seríamos
todos kantianos, lo cual no es cierto. Spinoza es no menos riguroso, no menos técnico,
no menos genial; sin embargo, su filosofía se opone completamente a la de Kant... De
ahí que haya que elegir (lo que da la razón a Montaigne), porque con el rigor no basta.
O quizá no se trate de una elección propiamente dicha, sino de una especie de
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reconocimiento (más bien que conocimiento) que se comprueba más que se decide:
leyendo a Kant o leyendo a Spinoza se reconoce en ellos más o menos el mundo en que
se habita o el pensamiento que se cree cierto, o más cierto que otros, sin poder de-
mostrarlo nunca por completo... Es donde el rigor alcanza sus límites, que son los
límites del hombre.
En cuanto a mí, sin renunciar por completo al tecnicismo o a la complejidad, y
menos aún al rigor, tengo la tendencia inversa: busco ideas sencillas, cada vez más
sencillas, tan sencillas que al final no haya necesidad ni siquiera de enunciarlas.
Naturalmente, esto no siempre es posible: el pensamiento tiene sus dificultades y sus
exigencias, que son estrictas. Pero el pensamiento no es más que un medio, y la misma
complejidad que ese pensamiento desvela jamás podría enmascarar la simplicidad de lo
que está en juego: lo real. Cualquier organismo vivo, por ejemplo, es de una riqueza
inagotable, de una complejidad infinita —pero no por eso la vida es menos sencilla—.
¿Qué puede haber más complicado que un árbol cuando se trata de comprender su
funcionamiento interno? ¿Y qué otra cosa puede ser más sencilla que ese mismo árbol
cuando se le mira?
Y no hay duda de que una rosa es algo muy complicado. ¡Y, sin embargo, qué
sencillo! La botánica es una ciencia compleja, como todas, y esa complejidad también
tiene su riqueza. En todo caso, ahí está la rosa: sería una pena que la botánica nos
impidiera verla y apreciaría tal como es —sencillamente.
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¿Así pues, lo real sería sencillo, o al menos el sabio no debería quedarse más que con
la sencillez, dejando de lado la diversidad del fenómeno? ¿Por qué perder esta
riqueza fenoménica, y en beneficio de qué virtud de la sencillez?
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no han seguido filosofando v que por tanto sus declaraciones sólo pueden haber sido
casuales, pasa por alto un hecho: que los niños poseen con frecuencia una genialidad
que pierden cuando crecen. Es como si con los años cayésemos en la prisión de las
convenciones y las opiniones corrientes, de las ocultaciones y de las cosas que no son
cuestión, perdiendo la ingenuidad del niño. Éste se halla aun francamente en ese estado
de la vida en que ésta brota, sintiendo, viendo y preguntando cosas que pronto se le
escapan para siempre. El niño olvida lo que se le reveló por un momento y se queda
sorprendido cuando los adultos que apuntan lo que ha dicho y preguntado se lo refieren
más tarde.
Tercero. El filosofar original se presenta en los enfermos mentales lo mismo que en
los niños. Pasa a veces —raras— como si se rompiesen las cadenas y los velos
generales y hablase una verdad impresionante. Al comienzo de varias enfermedades
mentales tienen lugar revelaciones metafísicas de una índole estremecedora, aunque por
su forma y lenguaje no pertenecen, en absoluto, al rango de aquellas que dadas a
conocer cobran una significación objetiva, fuera de casos como los del poeta Hölderlin
o del pintor Van Gogh. Pero quien las presencia no puede sustraerse a la impresión de
que se rompe un velo bajo el cual vivimos ordinariamente la vida. A más de una
persona sana le es también conocida la experiencia de revelaciones misteriosamente
profundas tenidas al despertar del sueño, pero que al despertarse del todo desaparecen,
haciéndonos sentir que no somos más capaces de ellas. Hay una verdad profunda en la
frase que afirma que los niños y los locos dicen la verdad. Pero la originalidad creadora
a la que somos deudores de las grandes ideas filosóficas no está aquí, sino en algunos
individuos cuya independencia e imparcialidad los hace aparecer como unos pocos
grandes espíritus diseminados a lo largo de los milenios.
Cuarto. Como la filosofía es indispensable al hombre, está en todo tiempo ahí,
públicamente, en los refranes tradicionales, en apotegmas filosóficos corrientes, en
convicciones dominantes, como por ejemplo en el lenguaje de los espíritus ilustrados,
de las ideas y creencias políticas, pero ante todo, desde el comienzo de la historia, en los
mitos. No hay manera de escapar a la filosofía. La cuestión es tan sólo si será consciente
o no, si será buena o mala, confusa o clara. Quien rechaza la filosofía, profesa también
una filosofía, pero sin ser consciente de ella.
¿Qué es, pues, la filosofía, que se manifiesta tan universalmente bajo tan singulares
formas? La palabra griega filósofo (philósophos) se formó en oposición a sophós. Se
trata del amante del conocimiento (del saber) a diferencia de aquel que estando en
posesión del conocimiento se llamaba sapiente o sabio. Este sentido de la palabra ha
persistido hasta hoy: la busca de la verdad, no la posesión de ella, es la esencia de la
filosofía, por frecuentemente que se la traicione en el dogmatismo, esto es, en un saber
enunciado en proposiciones, definitivo, perfecto y enseñable. Filosofía quiere decir: ir
de camino. Sus preguntas son más esenciales que sus respuestas, y toda respuesta se
convierte en una nueva pregunta.
Pero este ir de camino —el destino del hombre en el tiempo— alberga en su seno la
posibilidad de una honda satisfacción, más aún, de la plenitud en algunos levantados
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Bien que la filosofía pueda mover a todo hombre, incluso al niño, bajo la forma de
ideas tan simples como eficaces, su elaboración consciente es una faena jamás acabada,
que se repite en todo tiempo y que se rehace constantemente como un todo presente—
se manifiesta en las obras de loa grandes filósofos y como un eco en los menores. La
conciencia de esta tarea permanecerá despierta, bajo la forma que sea, mientras los
hombres sigan siendo hombres.
No es hoy la primera vez que se ataca a la filosofía en la raíz y se la niega en su
totalidad por superflua y nociva. ¿A qué está ahí? Si no resiste cuando más falta haría...
El autoritarismo eclesiástico ha rechazado la filosofía independiente porque aleja de
Dios, tienta a seguir al mundo y echa a perder el alma con lo que en el fondo es nada. El
totalitarismo político hizo este reproche: los filósofos se han limitado a interpretar
variadamente el mundo, pero se trata de transformarlo. Para ambas maneras de pensar
ha pasado la filosofía por peligrosa, pues destruye el orden, fomenta el espíritu de
independencia y con él el de rebeldía y revolución, engaña y desvía al hombre de su
verdadera misión. La fuerza atractiva de un más allá que nos es alumbrado por el Dios
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revelado, o el poder de un más acá sin Dios pero que lo pide todo para sí, ambas cosas
quisieran causar la extinción de la filosofía.
A esto se añade por parte del sano y cotidiano sentido común el simple patrón de
medida de la utilidad, bajo el cual fracasa la filosofía. Ya a Tales, que pasa por ser el
primero de los filósofos griegos, lo ridiculizó la sirviente que le vio caer en un pozo por
andar observando el cielo estrellado. A qué anda buscando lo que está más lejos, si es
torpe en lo que está más cerca.
La filosofía debe, pues, justificarse. Pero esto es imposible. No puede justificarse
con otra cosa para la que sea necesaria como instrumento. Sólo puede volverse hacia las
fuerzas que impulsan realmente al filosofar en cada hombre. Puede saber qué promueve
una causa del hombre en cuanto tal tan desinteresada que prescinde de toda cuestión de
utilidad y nocividad mundanal, y que se realizará mientras vivan hombres. Ni siquiera
las potencias que le son hostiles pueden prescindir de pensar el sentido que les es
propio, ni por ende producir cuerpos de ideas unidas por un fin que son un sustitutivo de
la filosofía, pero se hallan sometidos a las condiciones de un efecto buscado —como el
marxismo y el fascismo. Hasta estos cuerpos de ideas atestiguan la imposibilidad en que
está el hombre de esquivarse a la filosofía. Ésta se halla siempre ahí.
La filosofía no puede luchar, no puede probarse, pero puede comunicarse. No
presenta resistencia allí donde se la rechaza, ni se jacta allí donde se la escucha. Vive en
la atmósfera de la unanimidad que en el fondo de la humanidad puede unir a todos con
todos.
En gran estilo, sistemáticamente desarrollada, hay filosofía desde hace dos mil
quinientos años en Occidente, en China y en la India. Una gran tradición nos dirige la
palabra. La multiformidad del filosofar, las contradicciones y las sentencias con
pretensiones de verdad pero mutuamente excluyentes no pueden impedir que en el
fondo opere una Unidad que nadie posee pero en torno a la cual giran en todo tiempo
todos los esfuerzos serios: la filosofía una y eterna, la philosophia perennis. A este
fondo histórico de nuestro pensar nos encontramos remitidos, si queremos pensar
esencialmente y con la conciencia más clara posible.
La historia de la filosofía como pensar metódico tiene sus comienzos hace dos mil
quinientos años, pero como pensar mítico mucho antes.
Sin embargo, comienzo no es lo mismo que origen. El comienzo es histórico y
acarrea para los que vienen después un conjunto creciente de supuestos sentados por el
trabajo mental ya efectuado. Origen es, en cambio, la fuente de la que mana en todo
tiempo el impulso que mueve a filosofar. Únicamente gracias a él resulta esencial la
filosofía actual en cada momento y comprendida la filosofía anterior.
Este origen es múltiple. Del asombro sale la pregunta y el conocimiento, de la duda
acerca de lo conocido el examen crítico y la clara certeza, de la conmoción del hombre y
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Primero. Platón decía que el asombro es el origen de la filosofía. Nuestros ojos nos
"hacen ser partícipes del espectáculo de las estrellas, del sol y de la bóveda celeste".
Este espectáculo nos ha "dado el impulso de investigar el universo. De aquí brotó para
nosotros la filosofía, el mayor de los bienes deparados por los dioses a la raza de los
mortales". Y Aristóteles: "Pues la admiración es lo que impulsa a los hombres a
filosofar: empezando por admirarse de lo que les sorprendía por extraño, avanzaron
poco a poco y se preguntaron por las vicisitudes de la luna y del sol, de los astros y por
el origen del universo."
El admirarse impele a conocer. En la admiración cobro conciencia de no saber.
Busco el saber, pero el saber mismo, no "para satisfacer ninguna necesidad común".
El filosofar es como un despertar de la vinculación a las necesidades de la vida.
Este despertar tiene lugar mirando desinteresadamente a las cosas, al cielo y al mundo,
preguntando qué sea todo ello y de dónde todo ello venga, preguntas cuya respuesta no
serviría para nada útil, sino que resulta satisfactoria por sí sola.
Segundo. Una vez que he satisfecho mi asombro y admiración con el conocimiento
de lo que existe, pronto se anuncia la duda. A buen seguro que se acumulan los
conocimientos, pero ante el examen crítico no hay nada cierto. Las percepciones
sensibles están condicionadas por nuestros órganos sensoriales y son engañosas o en
todo caso no concordantes con lo que existe fuera de mí independientemente de que sea
percibido o en sí. Nuestras formas mentales son las de nuestro humano intelecto. Se
enredan en contradicciones insolubles. Por todas partes se alzan unas afirmaciones
frente a otras. Filosofando me apodero de la duda, intento hacerla radical, mas, o bien
gozándome en la negación mediante ella, que ya no respeta nada, pero que por su parte
tampoco logra dar un paso más, o bien preguntándome dónde estará la certeza que
escape a toda duda y resista ante toda crítica honrada.
La famosa frase de Descartes "pienso, luego existo" era para él indubitablemente
cierta cuando dudaba de todo lo demás, pues ni siquiera el perfecto engaño en materia
de conocimiento, aquel que quizá ni percibo, puede engañarme acerca de mi existencia
mientras me engaño al pensar.
La duda se vuelve como duda metódica la fuente del examen crítico de todo
conocimiento. De aquí que sin una duda radical, ningún verdadero filosofar. Pero lo
decisivo es cómo y dónde se conquista a través de la duda misma el terreno de la
certeza.
Y tercero. Entregado al conocimiento de los objetos del mundo, practicando la
duda como la vía de la certeza, vivo entre y para las cosas, sin pensar en mí, en mis
fines, mi dicha, mi salvación. Más bien estoy olvidado de mí y satisfecho de alcanzar
semejantes conocimientos.
La cosa su vuelve otra cuando me doy cuenta de mí mismo en mi situación.
El estoico Epiciclo decía: "El origen de la filosofía es el percatarse de la propia
debilidad e impotencia." ¿Cómo salir de la impotencia? La respuesta de Epicuro decía:
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Prof: Felicitas María Pratto
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aquí subsiste el límite. Sólo allí donde los Estados se hallaran en situación de que cada
ciudadano fuese para el otro tal como lo requiere la solidaridad absoluta, sólo allí
podrían estar seguras en conjunto la justicia y la libertad. Pues sólo entonces si se le
hace injusticia a alguien se oponen los demás como un solo hombre. Mas nunca ha sido
así. Siempre es un círculo limitado de hombres, o bien son sólo individuos sueltos, los
que se asisten realmente unos a otros en los casos más extremados, incluso en medio de
la impotencia. No hay Estado, ni iglesia, ni sociedad que proteja absolutamente.
Semejante protección fue la bella ilusión de tiempos tranquilos en los que permanecía
velado el límite.
Pero en contra de esta total desconfianza que merece el mundo habla este otro
hecho. En el mundo hay lo digno de fe, lo que despierta la confianza, hay el fondo en
que todo se apoya: el hogar y la patria, los padres y los antepasados, los hermanos y los
amigos, la esposa. Hay el fondo histórico de la tradición en la lengua materna, en la fe,
en la obra de los pensadores, de los poetas y artistas.
Pero ni siquiera toda esta tradición da un albergue seguro, ni siquiera ella da una
confianza absoluta, pues tal como se adelanta hacia nosotros es toda ella obra humana;
en ninguna parte del mundo está Dios. La tradición sigue siendo siempre, además,
cuestionable. En todo momento tiene el hombre que descubrir, mirándose a sí mismo o
sacándolo de su propio fondo, lo que es para él certeza, ser, confianza. Pero esa
desconfianza que despierta todo ser mundanal es como un índice levantado. Un índice
que prohíbe hallar satisfacción en el mundo, un índice que señala a algo distinto del
mundo.
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Desde hace unos años, visitar una gran librería es un placer discutible para quienes
se Interesan por la filosofía- No es posible sustraerse al encanto de los grandes tramos
dé anaqueles que exhiben el deslumbrante rótulo de sección de "New Age" o de
"Filosofía alternativa". Y es que resulta francamente apetecible el qué una librería
disponga de una selección tan amplia de filosofía alternativa; parece entrañar la promesa
de una sección más amplia aún dedicada a la "verdadera" filosofía. Pero después de un
largo e inútil deambular entre las estanterías, no nos queda más remedio que reconocer
que la auténtica literatura filosófica brilla sobre todo por sil ausencia.
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Prof: Felicitas María Pratto
buena parte del “material alternativo” tiene que ver tan poco con la verdadera filosofía
como la pornografía con el amor verdadero. La filosofía y el amor requieren tiempo y
profundidad. No hay atajos, ni en el amor ni en el pensamiento filosófico.
La filosofía nació en los mercados de las ciudades-estado griegas. Pero la filosofía
también hace en los Jardines de la Infancia. En los últimos años he tratado de llevar de
nuevo la filosofía a esas dos fuentes o raíces. En este texto utilizaré la novela
"Kubalmisteriet" ("El misterio solitario", o "El misterio de los naipes") como base para
mis comentarlos sobre la restitución de la filosofía a la Infancia.
En "El misterio de los naipes", he contado la historia de Hans Thomas, que
emprende un largo viaje al "país de la filosofía". Era mi deseo expresar algo acerca de
Europa, algo acerca de la tradición y de la historia. Deseaba, de manera especial, viajar
a través de las cuestiones existenciales de una manera que resultase atractiva para los
Jóvenes.
En un viaje a Atenas, Hans Thomas queda absorto ante una historia que le traslada
a un naufragio ocurrido en 1790. Escucha la historia de Frode, el marinero que durante
52 años ha vivido solo en una isla desierta del Caribe. Su única compañía en todo ese
tiempo ha sido una baraja de naipes, que de alguna extraña manera ha transformado en
53 enanos vivos y bulliciosos. Estos 53 enanos construyen una aldea entera a su
alrededor. Pero, con una excepción, ninguno de ellos puede explicar quiénes son ni de
dónde vienen. La excepción es el comodín de la baraja...
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Prof: Felicitas María Pratto
Dentro de nosotros
encontramos el desfile
de malabaristas y
comediantes de la vida.
Podemos engañarnos
y aparentar que sabemos todo
lo que vale la pena saber.
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LA ALEGORÍA DE LA CAVERNA
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sin concluir que ella es la causa de todo lo bello y bueno que existe. Que en el mundo
visible es ella la que produce la luz y el astro de la que procede. Que en el mundo
inteligible es ella también la que produce la verdad y la inteligencia. Y por último que
es necesario mantener los ojos fijos en esta idea para conducirse con sabiduría, tanto en
la vida privada como en la pública. Yo también lo veo de esta manera, dijo, hasta el
punto de que puedo seguirte. [. . .]
-Por tanto, si todo esto es verdadero, dije yo, hemos de llegar a la conclusión de que
la ciencia no se aprende del modo que algunos pretenden. Afirman que pueden hacerla
entrar en el alma en donde no está, casi lo mismo que si diesen la vista a unos ojos
ciegos. -Así dicen, en efecto, dijo Glaucón. -Ahora bien, lo que hemos dicho supone al
contrario que toda alma posee la facultad de aprender, un órgano de la ciencia; y que,
como unos ojos que no pudiesen volverse hacia la luz si no girase también el cuerpo
entero, el órgano de la inteligencia debe volverse con el alma entera desde la visión de
lo que nace hasta la contemplación de lo que es y lo que hay más luminoso en el ser; y a
esto hemos llamado el bien, ¿no es así? -Sí. -Todo el arte, continué, consiste pues en
buscar la manera más fácil y eficaz con que el alma pueda realizar la conversión que
debe hacer. No se trata de darle la facultad de ver, ya la tiene. Pero su órgano no está
dirigido en la buena dirección, no mira hacia donde debiera: esto es lo que se debe
corregir. -Así parece, dijo Glaucón.
Filosofía
Unidad 1
Prof: Felicitas María Pratto
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Lo que yo quiero hacer es contrastar varios elementos de ese sentido común con la
evidencia que lo contradice. Lo haré en una forma muy condensada puesto que la
evidencia ha sido ya presentada en este libro.
2-Es absurdo pensar que podemos conocer los elementos que hacen posible el
desarrollo psicológico de los seres humanos.
Pero
Tales elementos han sido definidos, identificados como condiciones actitudinales y
medidas, y se ha demostrado que son efectivos.
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3-Es algo sin sentido pensar que la terapia puede ser democrática.
Pero
Cuando la relación terapéutica es igualitaria, cuando cada uno toma la
responsabilidad por sí mismo, entonces el crecimiento independiente (y mutuo) es
mucho más rápido.
4-Es irrazonable pensar que una persona con problemas pueda progresar sin la guía
y la dirección de un psicoterapeuta que sepa mucho.
Pero
Hay bastante evidencia de que en una relación caracterizada por las condiciones
facilitadoras, la persona con problemas puede meterse a explorarse a sí misma y
convertirse en una persona auto dirigida de maneras profundamente sabias.
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5-Es peligroso pensar que los individuos psicóticos pueden ser tratados como
personas.
Pero
La evidencia muestra que éste es el camino más rápido para que el psicótico pueda
utilizar el mismo brote psicótico como material para ser asimilado en el crecimiento
personal.
7-Una familia o matrimonio que no tenga una autoridad fuerte y reconocida está
condenada al fracaso.
Pero
Se ha demostrado que cuando se comparte el control y están presentes las
condiciones facilitadoras se produce una relación llena de vida, firme y enriquecedora.
10-Si quieren que se dé el aprendizaje, los maestros deben ser firmes, estrictos con
la disciplina y duros en la evaluación.
Pero
Se ha probado que el maestro que comprende empáticamente el significado que
tiene la escuela para el estudiante, que respeta al estudiante como persona y que es
auténtico en su relación, promueve un clima de aprendizaje definitivamente superior es
sus efectos al maestro de “sentido común”.
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14-No hay esperanza de que puedan ser resueltos los profundos odios religiosos que
tienen ya muchos años de existir, la amargura y el rencor culturales y raciales. Es una
fantasía pensar que pueden ser reconciliados.
Pero
El hecho es que existen muchos ejemplos en pequeña escala que muestran que es
posible mejorar la comunicación, reducir la hostilidad y dar algunos pasos para resolver
las tensiones, y que todo esto se basa en enfoques de grupos intensivos que han sido
probados ya.
15-Un coloquio o un taller tienen que ser organizados y dirigidos por uno o más
líderes que se hagan cargo. Cualquier otro punto de vista es poco realista y quijotesco.
Pero
Se ha demostrado que una actividad grande y compleja puede ser sentada en la
persona desde el principio hasta el fin – en su planificación, en su operación y en sus
resultados – y que una concentración de personas de tal naturaleza, al sentir su propio
poder, puede moverse creativamente hacia áreas nuevas e inexploradas, un resultado
que no podría haberse conseguido a través de los métodos del sentido común.
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16-Es obvio que en una situación completamente controlada, con poder absoluto en
la parte de más arriba, los que no tienen poder no pueden ejercer ninguna influencia
significativa.
Pero
En una situación casi perfecta de laboratorio, los miembros sin poder de un
campamento, que habían llegado a respetar su propia fuerza porque habían sido tratados
de una manera centrada en la persona, se demostraron a sí mismos ser bastantes
poderosos.
17-En los sesentas hubo una corriente que trataba de promover el cambio social
básico, pero ahora está muerta. Sólo un soñador dejaría de reconocer esto.
Pero
Más y más personas que sostienen un enfoque centrado en el individuo en la vida
están infiltrando nuestras escuelas, nuestra vida política y nuestras organizaciones, y
están estableciendo estilos de vida alternativos. Ellas están viviendo nuevos valores y
constituyendo un fermento continuamente creciente para el cambio social.
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Este material ha sido realizado, compilado y provisto por el profesor Eduardo D. Rodriguez
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