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HERMENÉUTICA

BÍBLICA
AVANZADA
(Especialidad)

Participante

UNIVERSIDADTEOLOGICAGLOBAL.ORG
Wilson Baca Espino
MENTOR-ASESOR

Presentación
personal.

Wilson Baca Espino, tiene 31 años de


ejercer el pastorado en la Iglesia de Dios
de la Profecía, por gracia de Dios logró
Mi perfil
terminar su Maestría en Artes y Religión
Entregado al servicio de
en el Seminario Gordon-Conwell
nuestro Salvador, así mismo
apasionado por la Educación de Theological Seminary, este seminario es
nuestra gente. una de las escuelas teológicas más
Disfruto al máximo la enseñanza grandes de los Estados Unidos. Aunque
al compartir todo lo que he
tiene extensiones en Charlotte, NC, y en
recibido a lo largo de mi
formación personal
Boston, MA, su sede principal está en
y ministerial. South Hamilton, MA 130 Essex Street
South Hamilton MA 01982.

Actualmente está en el proceso para


defender su tesis doctoral en el año
INFORMACIÓN: 2024. Su doctorado lo está estudiando
Licencia ministerial.
Carnet de conducir.
en Western Theological Seminary,
Disponibilidad para ubicado en 101 E 13th St, Holland, MI
viajar.
49423.

CONTACTO:
El pastor y máster Wilson también ha
504-3322-3724
incursionado en el mundo literario como
wilsonespino75@gmail.com autor y escritor con su primer libro
Colonia "San Miguel Arcángel", público de gran aceptación y titulado:
Comayagüela, Honduras, C.A.
“¿PREOCUPADO?: ¡Cómo vivir en
Mi canal en YouTube lo libertad!”.
encuentra con el nombre
"Wilson Espino".
CONTENIDO

I. EL LIBRO DE LOS LIBROS Y SU INTERPRETACIÓN.

II. ESCUELAS DE INTERPRETACIÓN BÍBLICA.

III. MÉTODOS DE INTERPRETACIÓN BÍBLICA.

IV. IMPLICACIONES HERMENÉUTICAS CLAVES (1).

V. IMPLICACIONES HERMENÉUTICAS CLAVES (2).

VI. HERMENÉUTICA DEL ANTIGUO TESTAMENTO.

VII. HERMENÉUTICA DEL NUEVO TESTAMENTO.

VIII. EXÉGESIS Y HERMENÉUTICA CONTEMPORÁNEA.

IX. CONCLUSIONES Y CLAUSURA.


911 234 567 Cualquier Lugar hola@unsitiogenial.es

Estimado participante,

Un saludo cordial para todos los que tienen la


dicha y oportunidad de integrarse en esta
Especialidad de Hermenéutica Bíblica Avanzada.

En América Latina la mayoría de predicadores


usan la Palabra fuera de contexto. Esto es un
gran problema, porque "el texto sin su contexto
es un gran pretexto". Es por esa razón que surge
la necesidad de aprender, de la manera más
amplia posible, los principios y las reglas de la
Hermenéutica para comprender y explicar
correctamente el texto sagrado y en
consecuencia, aplicarlo debidamente a nuestro
ser y quehacer cotidiano.

Caminemos juntos durante esta promisoria


jornada de la que deseamos obtener el mejor
provecho con el alcance de los objetivos de la
misma.

Su servidor....

Wilson B. Espino
HBA

OBJETIVO GENERAL

Capacitar a cada participante en el dominio de la


interpretación bíblica y para el ejercicio eficiente de la
Hermenéutica sagrada, mostrando el propósito y el papel
importante que juega ésta disciplina de las ciencias
teológicas tanto en la vida personal, como en la labor
ministerial. Durante y después del curso, los estudiantes
conocerán y se apropiarán de los principios
hermenéuticos fundamentales, de manera que los
mismos puedan aplicarlos de manera correcta y eficaz en
su estudio personal de la Palabra de Dios y en el
desempeño de su oficio ministerial.

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OBJETIVOS ESPECÍFICOS

Comprender los principios fundamentales de la Hermenéutica


Bíblica y su aplicación en la interpretación de los textos
sagrados complejos.

Profundizar en el conocimiento de la cultura, historia y contexto


en el que se escribió la Biblia para una mejor comprensión de los
textos bíblicos.

Desarrollar habilidades para analizar y evaluar diferentes


interpretaciones de textos bíblicos y llegar a conclusiones
sólidas y coherentes.

Aprender a aplicar los principios hermenéuticos en la


predicación y enseñanza de la Biblia.

Desarrollar una actitud crítica y reflexiva hacia las


interpretaciones bíblicas populares y aprender a discernir entre
las interpretaciones válidas y las que no lo son.

Adquirir habilidades para enseñar Hermenéutica Bíblica a otros


con eficacia.

Desarrollar una comprensión más profunda del carácter de Dios


y su plan para la humanidad a través del estudio cuidadoso de
su Palabra.

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INTRODUCCIÓN

La Biblia, es el Libro de los libros, la Ley de las leyes y la Constitución del


Universo. (Don Samers/Medardo Salgado)

Por lo tanto, su importancia está fuera de toda discusión. Sus libros no son
sólo un tesoro de información sobre el judaísmo y el cristianismo; su
contenido constituye la sustancia misma de la fe cristiana y la fuente de
conocimiento que ha guiado a la Iglesia en cuanto concierne a su teología,
su culto, su testimonio y sus responsabilidades de servicio.

No obstante la trascendencia de las Sagradas Escrituras, nos encontramos


con el gran reto de siempre frente a ella; su interpretación y, en
consecuencia, la correcta aplicación de sus principios a la vida práctica de
los creyentes. A los principios y reglas que rigen la correcta interpretación
de la Biblia, se le llama "Hermenéutica Bíblica", y justo de ello se trata la
jornada que seguiremos a lo largo de éste curso, abarcando todo un
programa que le apunta a caminar en su dirección hacia un nivel avanzado
de la materia.

El trabajo y proceso interpretativo trata de descubrir a nivel personal lo que


Dios pretendió que el texto significara y efectuara al revelarse por medio de
sus autores humanos. Incluye su exploración con una amplia y profunda
escucha y visión, así como el esfuerzo de evaluar, sintetizar y aplicar los
principios fundamentales de la Heremenéutica tanto para integrarnos a la
actividad limitada de identificar y plantear lo que Dios estaba diciendo a
través de sus autores humanos en pasajes específicos como la actividad
más amplia de relacionar este mensaje al propósito global de Dios en la
redención, culminando en Cristo, con aplicación específica a nuestro tiempo
presente.

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Módulo 1

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Definición de Hermenéutica

La Hermenéutica es la ciencia de la interpretación. El término,


etimológicamente, se deriva del verbo griego herméneuo, que siginifica
explicar, traducir, interpretar. Por su raíz (herme), ha sido relacionado con
Hermes, el mitológico heraldo de los dioses griegos, a quien se atribuía la
invención de los medios más elementales de comunicación, en particular el
lenguaje y la escritura.

Tanto el concepto griego como el de épocas posteriores se refieren a la


determinación del significado de las palabras mediante las cuales se ha
expresado un pensamiento. Esto, de por sí, nos muestra la dificultad de la
tarea hermenéutica, pues a menudo hay pensamientos que apenas hallan
expresión adecuada mediante palabras. Tal es el caso, por ejemplo, en la
esfera religiosa. Por otro lado, las complejidades del lenguaje
frecuentemente conducen a conclusiones diferentes y aun contrapuestas en
lo que respecta al significado de un texto. El camino a recorrer entre el lector
y el pensamiento del autor suele ser largo e intrincado. Ello muestra la
conveniencia de usar todos los medios a nuestro alcance para llegar a la
meta propuesta. La provisión de esos medios es el propósito básico de la
Hermenéutica.

Un término sinónimo de hermenéutica es «exégesis» (del griego exegeomai


= explicar, exponer, interpretar). En el mundo greco-romano se aplicaba a
experiencias religiosas, particularmente a la interpretación de oráculos o
sueños. Actualmente se usa para expresar la práctica de la interpretación
del texto, mientras que la Hermenéutica determina los principios y reglas que
deben regir la Exégesis. Aplicada al campo de la teología cristiana, la
hermenéutica tiene por objeto fijar los principios y normas que han de
aplicarse en la interpretación de los libros de la Biblia.

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La Hermenéutica Histórica vrs. la "Nueva Hermenéutica"

En las últimas décadas, la Hermenéutica bíblica ha sido objeto de atención


renovada y ha adquirido nuevos perfiles bajo la influencia del pensamiento
filosófico del siglo XX, (y más fuerte en éste primer cuarto del siglo XXI), así
como de las escuelas más modernas de lingüística. Ante la llamada "Nueva
Hermenéutica", el valor de determinadas normas de interpretación es
minimizado. Sus impulsadores plantean que el proceso de comprensión de
un texto no se agota en la aplicación de unas reglas hermenéuticas. Afirman
que tales reglas no pueden por sí solas darnos una idea clara del contenido
del texto. Sus representantes asumen que la interpretación correcta sólo es
posible a partir de la situación del intérprete, el cual accede al texto con sus
propias presuposiciones (la "inteligencia previa" o pre-comprensión para
iniciar un diálogo en el que el intérprete, desde su particular situación,
interroga al texto y éste interroga al intérprete. En este "círculo
hermenéutico" el intérprete no sólo adquiere una nueva comprensión (sobre
el texto bíblico) que modifica y perfecciona sus conceptos mediante la
"fusión de horizontes", el suyo y el del texto, sino que se siente
personalmente interpelado por el contenido de éste. Así, mientras la
Hermenéutica tradicional (Histórica la llamamos en la UTG) se ocupa tan
sólo del texto en sus palabras, en su contexto, su estilo literario y su fondo
histórico. Mientras que en la actualidad se tiende a dar tanta importancia
como al texto al intérprete considerado en su contexto personal y en una
determinada tradición histórica. Es de comprender que en esta
posmodernidad prevalece una fuerte corriente antropocéntrica como
plataforma filosófica para la cosmovisión de la vida en general (humanismo
filosófico).

No obstante, las mejores ilustraciones del concepto de Hermenéutica, asi


como de su práctica, las hallamos en la Biblia misma. En los días del
Antiguo Testamento, sobresale la labor de Esdras, el fiel sacerdote judío que
públicamente leía al pueblo "en el libro de la ley de Dios, aclarando e
interpretando el sentido para que comprendieran la lectura" (Nehemías
8:8).

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En el Nuevo Testamento, la práctica hermenéutica aparece no sólo como
elemento didáctico, sino como esencia de la proclamación evangélica
centrada en Cristo. Es de notar el interés con que una y otra vez los
escritores tratan de aclarar los términos o expresiones que pudieran resultar
de difícil comprensión para sus lectores. El verbo herméneuo aparece en el
texto griego de cada uno de los versículos aclaratorios que se mencionan a
continuación: Mateo. 1:23 (al nombre de Emmanuel se añade su significado:
"Dios con nosotros"), Marcos 5:41 (a la frase aramea Talitha, koumi sigue su
traducción: "Muchacha, levántate"), Marcos 15:22 (Gólgota es equivalente
a calavera), Juan 1:38 (rabí significa maestro). Aún podrían añadirse otros
ejemplos (Marcos 15:34; Hechos 4:36; 13:8). Pero mucho más notable es la
labor exegética de Jesús mismo, tanto en lo que concernía a la ley mosaica -
a cuya interpretación aporta una dimensión mucho más profunda que la de
los rabinos judíos como en torno a los textos mesiánicos del Antiguo
Testamento, que hallaban en El su cabal cumplímiento. Lucas sintetiza
admirablemente el magisterio hermenéutico de Jesús cuando refiere el
diálogo con los discípulos de Emaús: "Comenzando por Moisés y
siguiendo por todos los profetas, les iba interpretando..."
(diérméneuen), y El, a su vez, fue el intérprete del Padre (Juan 1:18).

Éste último texto es de importancia capital. En el fondo, la hermenéutica


bíblica no trata meramente de la interpretación de los textos sagrados. Su
finalidad última debe ser guiamos a una comprensión adecuada del Dios que
se ha revelado en Cristo, la Palabra encarnada. Por eso su objetivo no
puede limitarse a la intelección de unos escritos. La hermenéutica ha de ser
el instrumento que allane el camino para el encuentro del hombre con Dios.

Los apóstoles y sus colaboradores, siguiendo la línea de su Maestro,


realizaron una amplia labor interpretativa del Antiguo Testamento. Y tal tarea
nos ha sido heredada a lo largo de la historia de la Iglesia hasta su fin en
esta tierra.

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La necesidad de la Hermenéutica.

En la base de nuestra relación con el mundo y, especialmente, con nuestros


semejantes, hay siempre una acción más o menos consciente de
interpretación. El uso que hacemos de las palabras para expresar nuestra
observación de lo que nos rodea, nuestros sentimientos o nuestras
experiencias ya es un modo de interpretar esas realidades. Y la actividad
mental por parte de quien nos escucha (o lee), encaminada a determinar el
significado de lo que decimos, es también un proceso interpretativo.

A menudo lo que se expresa mediante el lenguaje es tan simple, frecuente o


conocido que la interpretación se lleva a cabo sin dificultad y sin que apenas
nos percatemos de la misma. Esto es así especialmente cuando la persona
que habla y la que oye viven en situaciones análogas, cuando su mundo
cultural, social y lingüístico es el mismo. Una disertación sobre anatomía
será bien seguida y comprendida por un médico, y una conferencia sobre
cuestiones ontológicas será captada sin dificultad por un filósofo. Pero en la
medida en que se agrandan las distancias entre quien habla y quien escucha
se hace más patente la necesidad de aclarar conceptos y términos, de
explicar, de ilustrar, en una palabra: de interpretar. Pensemos, por ejemplo,
en las dificultades de un campesino para entender un discurso sobre el arte
barroco, o de un minero que no tenga ni nociones de música para sacar
provecho de una explicación relativa a la estructura de una sinfonía.
Dificultades semejantes surgen cuando se lee un libro cuyo autor pertenece
a un país, a una cultura, a un tipo de sociedad y a un momento histórico
lejanos, o cuando las formas del lenguaje literario no coinciden con el
lenguaje cotidiano.

El trabajo hermenéutico es indispensable en el estudio de muchos textos


antiguos. En el caso de la Biblia, las dificultades se multiplican a causa de su
carácter integral que comprende razgos tan especiales como: su narrativa
histórica, espiritual, cultural, humana y divina. Todo ello conlleva el
reconocimiento de lo imperioso de un trabajo esmerado cuando se trata de
interpretar las Escrituras hebreo-cristianas.

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A veces la hermenéutica bíblica es mirada con recelo y hasta con
menosprecio. Tergiversando el principio de la perspicuidad de la Escritura
propugnado por los reformadores del siglo XVI, particularmente por Lutero,
se cree que lo esencial de la Biblia es suficientemente claro y no precisa de
minuciosos estudios exegéticos. Pero tal creencia es insostenible. Cierto es
que algunos pasajes de la Escritura son muy claros. Lo son especialmente
aquellos que se refieren al plan de Dios para la salvación del hombre y para
su orientación moral. Pero aun en estos casos los textos sólo son
comprendidos en la plenitud de su significado cuando se analizan
concienzudamente. No hay en toda la Biblia un versículo más fácil de
entender que Juan 3:16. Resulta comprensible aun para la mente más
simple. Sin embargo, lo incomparable de su riqueza espiritual sólo se
aprecia cumplidamente cuando se ahonda en los conceptos bíblicos
expresados por los términos «amor», «Hijo unigénito», «creer», «perdición»
y «vida eterna».

Si aun los textos claros deben ser objeto de cuidadoso análisis exegético,
¿qué diremos de los oscuros, de los que presentan expresiones ambiguas,
equívocas o en aparente contradicción con otros pasajes de la Escritura?
¿Qué significado atribuiremos al lenguaje figurado, a los tipos y alegorías, a
los salmos imprecatorios, a los enigmas proféticos, a las descripciones
apocalípticas?

Hay quienes opinan que la dirección del Espíritu Santo es suficiente para
una recta interpretación, por lo que no sólo se pone en tela de juicio la
utilidad de la hermenéutica, sino que se cuestiona su legitimidad por estimar
que constituye un intento de sustituir con la acción del hombre lo que debe
ser obra de Dios. Pero esta opinión, pese a su aparente profundidad
espiritual, carece igualmente de base sólida.

Es verdad que, como enseñó Lutero, posee la Escritura una claridad


subjetiva producida por el Espíritu Santo y que, en frases de Karl Barth,
"la palabra de la Escritura dada por el Espíritu sólo por la obra del
Espíritu de Dios puede ser reconocida como palabra de Dios".

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Pero debemos preguntarnos si el Espíritu Santo actúa normalmente con


completa independencia de los procesos ordinarios del entendimiento
humano, en una operación casi mágica o si lleva a cabo su acción
incorporando a ella las facultades mentales del hombre. Pablo, que tan
profundamente dependía del Espíritu de Dios, no renunció jamás al uso de
su enorme capacidad teológica. Por el contrario, esta aparece en su
ministerio, sobre todo en sus cartas, como uno de los medios más valiosos
usados por el Espíritu Santo para realizar su obra iluminadora en la Iglesia.

Por otra parte, la historia de la Iglesia y la experiencia diaria atestiguan que


una pretendida dependencia del Espíritu divorciada del estudio serio y
diligente en la interpretación de la Escritura es frecuentemente causa de
extravagancias religiosas o de herejías. La obra del Espíritu Santo es
indispensable para la comprensión de la Palabra de Dios; pero no es, por lo
general, una obra que nos ahorre la saludable tarea de la Hermenéutica. Es
guía, no atajo, para llevarnos al conocimiento de la verdad de Dios. Por, tal
razón, contar con el Espíritu seriamente no excluye la necesidad del estudio
encaminado a desentrañar lo mas exhaustiva y fielmente posible el
significado de los textos sagrados.

Y si alguien insistiera en sus objeciones contra la hermenéutica apoyándose


enrasajes como los de 1 Juan 2:20, 27 ("vosotros tenéis la unción del
Santo y conocéis todas las cosas...La uncion que recibisteis de él
permanece e~ vosotros y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe")
evidenciaría su ignorancIa u olvido de otros pasajes en los que se pone de
manifiesto que la clara comprensión de una enseñanza bíblica no siempre se
obtiene de manera directa e inmediata, sino que a menudo hace necesaria la
mediación del intérprete. Recordemos el ejemplo ya mencionado de la ley
leída al pueblo y explicada por Esdras, Algunas de las parábolas referidas
por Jesús no fueron suficientemente claras para los discípulos y el Señor
mismo tuvo que interpretárselas. El eunuco etíope leía una porcion del
profeta Isaías, pero solo comprendió su sentido después de la explicación de
Felipe. El apostol Pedro refiriéndose a algunos escritos de Pablo, afirma que
son «difíciles de entender» y que los indoctos e inconstantes «los
tuercen, al igual que las demás Escrituras» (2 Pedro 3.15-16).

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La Hermenéutica (interpretación) como riesgo

Evidentemente, lo expuesto sobre la necesidad de la hermenéutica nos sitúa


ante un problema. Por un lado, es obvio que no podemos prescindir de ella.
Por otro, existen posibilidades de que la interpretación sea incorrecta e
incluso dañina, que en lugar de aclarar engendre confusión. La tarea
interpretativa se nos presenta como arma de dos filos.

La sima existente entre judíos y cristianos fue abierta por el distinto modo de
interpretar el Antiguo Testamento. Las diferencias confesionales dentro del
propio cristianismo son básicamente diferencias de interpretación. Lo que
separa a protestantes de católicos es, en síntesis, una disparidad exegética
y hermenéutca en torno al texto de Mateo 16: 18 "Tú eres Pedro y sobre
esta piedra edificaré mi iglesia; ya ti te daré las llaves del reino de los
cielos". En el seno del protestantismo, las diferentes "denominaciones",
elementos históricos aparte, apoyan las características que las distinguen en
lo que cada una estima ser enseñanza de la Escritura.

¿Existe una respuesta válida a la cuestión del riesgo de la


interpretación?

La Iglesia Católica ha resuelto tradicionalmente el problema mediante la


autoridad de su magisterio, por el cual se decide la interpretación verdadera,
infalible, de la Escritura. En los últimos decenios, .especialmentea partir del
II Concilio Vaticano, esta postura ha sido matizada. Una mayor libertad para
la investigación bíblica permite a los escrituristas católicos salirse de los
rígidos moldes dogmáticos de su Iglesia y llegar a interpretaciones idénticas
o similares en no pocos puntos a las de exegetas protestantes. Pero
oficialmente la posición del catolicismo no ha variado. Sólo el magisterio de
la Iglesia tiene la palabra final en la determinación del significado de
cualquier texto bíblico.

Contra esta pretensión alzaron ya su voz los reformadores del siglo XVI. En
la interpretación de la Escritura, la autoridad final, afirmaron, no es la Iglesia,
sino la propia Escritura. La Escritura Sagrada es intérprete de sí misma,
expuso Lutero.

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Se daba así a entender que ningún pasaje bíblico ha de estar sometido a la
servidumbre de la tradición o ser interpretado aisladamente de modo que
contradiga lo enseñado por el conjunto de la Escritura. Con este principio,
fundamental en la Hermenéutica Bíblica se establecía la base del libre
examen, del derecho de todos los fieles a leer e interpretar la Biblia por sí
mismos. Por supuesto, nunca pensaron los reformadores, como muchos de
sus detractores han afirmado, que el libre examen fuese sinónimo de
examen arbitrario que justificara el epigrama satírico evocado por algunos:
"Este es el libro en que cada uno busca su opinión; y en él cada cual halla
también lo que busca".

La libertad se refiere a la ausencia de imposiciones eclesiásticas, no a la


facultad absurda de interpretar la Escritura como al lector le plazca o
convenga. El libre examen, cuando se ejerce con seriedad, Implica un juicio
responsable sujeto a los principios de una hermeneutIca sana. Observar
estos principios es el único modo legítimo de determinar el significado de
cualquier pasaje de la Biblia. Y cuanto más oscuro o ambiguo sea un texto
tanto más deberá extremarse el rigor hermenéutico con que se trate. No hay
otro camino.

Dimensiones de la interpretación bíblica

Si aceptamos la Biblia como vehículo de verdades trascendentales, la misión


del exegeta no se lleva a cabo plenamente en tanto no se llega a la
comprensión de esas verdades. Tomemos como ejemplo la narración del
éxodo israelita. Un estudio del relato histórico en su contexto geográfico,
cultural, de costumbres, etc., puede suministrarnos la información suficiente
para obtener un cuadro objetivo y claro de los acontecimientos. Pero detrás
de los hechos, y por encima de ellos, hemos de ver, de acuerdo con las
indicaciones del propio texto bíblico, la soberanía de Dios, el valor del pacto
con Israel, el desarrollo de la historia de la salvación. Así pasamos de la
mera intelección del texto histórico a la comprensión de su significado en
profundidad.

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No obstante, es necesario tener presente que no podemos llegar a la
comprensión profunda y al mismo tiempo correcta de un texto sin un análisis
cuidadoso que nos permita llegar a descubrir lo que el escritor pensaba y
quiso comunicar. Hacer caso omiso de este objetivo primario puede convertir
la hermenéutica en mera especulación. Cuando esto sucede, el resultado
suele ser una distorsión del texto, pues lo que de él saca el intérprete está
muy lejos del pensamiento del escritor o incluso en abierta contradicción con
el mismo. En tal caso, la interpretación ha degenerado en adulteración.

Lo que en su día fue declarado por profetas o apóstoles con fines prácticos
muy serios no puede ser hoy reducido a un simple conglomerado literario
que se somete fríamente a análisis en el gabinete de un erudito.
La interpretación de la Escritura ha de ser mucho más que un mero ejercicio
intelectual; debe hacer posible la asimilación de la fuerza vital de su
mensaje. Por eso no basta preguntarse: ¿Qué quiso decir el escritor bíblico
a los lectores de su día? Es necesaria una segunda pregunta: ¿Que nos dice
ese mismo texto a nosotros hoy? ¿Cómo incide en nuestra situación aquí y
ahora? Dicho de otro modo, a la interpretación debe seguir la aplicación. De
la una a la otra, como sugería Karl Barth, sólo hay un paso.

Si nos atenemos al testimonio de la propia Escritura en ella palpita un


espíritu, el Espíritu de Dios que la inspiró, y sólo hay interpretación auténtica
cuando se establece un nexo de comunión entre el Espíritu de Dios y el
espíritu del intérprete y cuando a la palabra de Dios que habla sigue la
respuesta de quien la escucha.

Esto nos lleva a la contextualización, es decir, a la determinación de


relaciones existentes entre el texto de la Escritura y el contexto existencial o
situación vital referido tanto al escritor como al intérprete, cualquiera que sea
el lugar, la época y las circunstancias históricas en que éste viva.
Es necesaria una comunicación entre el autor bíblico (y su mundo) y el
intérprete (y su mundo), la cual se lleva a cabo mediante el "diálogo".
En este diálogo, el intérprete inicia su tarea con su comprensión previa del
texto, la cual es confirmada o modificada por la luz que el texto arroja sobre
ella.

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Este "círculo hermenéutico"* es indispensable para la elaboración de una
teología seria, con todas sus implicaciones éticas y sociales, y debe
observarse con todo el dinamismo que lo distingue. Ello conducirá a
descubrir o enfatizar en un momento dado aspectos del mensaje bíblico que
antes habían permanecido ocultos u olvidados.

A lo expuesto debe añadirse una observación sobre los textos a los que
puede atribuirse más de un significado válido. No nos referimos a las
innumerables interpretaciones alegóricas que podrían hacerse de muchos
pasajes, sino a la pluralidad de sentidos de algunos de ellos. Además del
que hubo en la propia mente del autor, existe otro sentido distinto, más
hondo, que estaba en la mente de Dios y que, sin contradecir el primero, lo
trasciende, como se pone de manifiesto al examinar textos antiguos a la luz
posterior de una revelación progresiva. Es lo que se ha denominado sensus
plenior (sentido amplio) de la Escritura. Por ejemplo, el texto de Isaías 7:14,
relativo a Emanuel, se refería evidentemente a un acontecimiento próximo a
la profecía, pero el alcance pleno de su significado lo vemos en la
perspectiva mesiánica que nos ofrece el Nuevo Testamento (Mateo 1:23).

Esta característica de algunos pasajes bíblicos puede ser un estímulo


saludable para profundizar en el análisis hermenéutico de cualquier texto.
Pero al mismo tiempo un abuso del sensus plenior engendra errores. En la
practica, muchas veces este segundo significado invalida el pnmero, el
correspondiente a la interpretación hístórico-gramatical, que es el verdadero.
Esto es lo que sucede, por ejemplo, con la interpretación bíblica practicada
por las sectas. Una tendencia semejante se observa en la moderna
herrnenéutica. Como principio filosófico y hermenéutico, Hans-Georg
Gadamer expone:
"Toda época ha de entender un texto transmitido a su propio modo ... El significado real de un
texto, cuando éste habla al intérprete, no depende de las contmgencías del autor o de aquellos
para quienes se escribió originalmente..."
Así, pues, todo avance por la vía hacia un sensus plenior, todo significado de un
texto diferente de. su sentido original, debe ser controlado y autorizado por la
propIa Escritura. De otro modo, lo más probable es que se produzca el extravío.

*La expresión "círculo hermenéutico" se aplica a la relación entre un texto y el contexto amplio del libro
en que se encuentra. "El todo y las partes se interrogan, por así decirlo, mutuamente y de este
modo crece el conocimiento de ambos.".

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REQUISITOS DEL INTÉRPRETE BÍBLICO

Los libros de la Biblia tienen mucho en común con otros textos literarios,
pero también poseen caracter'ísticas propias que los distinguen como
especiales. Especial es, sobre, todo, el hecho de que sus autores aparecen
como instrumentos de la revelación de Dios. A través de ellos y de sus
escritos, Dios habla a los hombres. Por tal motivo, la interpretación de tales
escntos exige de quien la practica unos requisitos peculiares indispensables.
Así por un lado, consideraremos los requisitos que podríamos llamar
generales, y por otro, los especiales.

1. Requisitos generales.
a) Objetividad.
Es obvio que en la labor hermenéutica influyen multitud de factores.
Consciente o inconscientemente, el intérprete actúa bajo la acción de
condicionantes filosóficos, históricos, psicológicos e incluso religiosos, los
cuales, inevitablemente, colorean la interpretación. Esto sucede no sólo en
la interpretación de un texto, sino también en la de hechos históricos o de
formas de pensamiento. Ciertamente no se espera que el exegeta acceda al
texto en actitud de absoluta neutralidad o despreocupación. Hasta cierto
punto, las presuposiciones, la "pre-comprensión", pueden ser convenientes
para enjuiciar de modo fructífero determinados fenómenos. La historia, por
ejemplo, únicamente puede ser comprendida cuando se presuponen unas
perspectivas específicas. Pero es un grave error asegurar que el intérprete
moderno sólo puede entender la Biblia sobre la base de sus propias ideas
previas. Como lo sería renunciar a un examen crítico de los factores
subjetivos que pueden influir en la tarea hermenéutica con efectos
distorsionadores sobre el auténtico significado del texto.

Cuando las presuposiciones, filosóficas o teológicas, adquieren rango de


árbitros, cuando su peso es decisivo, entonces la interpretación objetiva es
imposible. El racionalista interpretará todo lo sobrenatural negando la
literalidad de la narración y atribuyéndole el carácter de leyenda o mito.

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El existencialista prescindirá de la historicidad de determinados relatos y
acomodará su interpretación a lo que en el texto busca: una mera aplicación
adecuada a su situación personal aquí y ahora. El dogmático -católico,
protestante u ortodoxo griego- interpretará la Escritura de modo que siempre
quede a salvo su sistema doctrinal. Aun los creyentes más deseosos de ser
fieles a la Palabra de Dios pueden caer, y con harta frecuencia caen, en este
error, víctimas de las ideas teológicas prevalecientes en su iglesia. Esto
sucede sin que el propio intérprete se percate de ello. Apropiándonos una
metáfora de R. E. Palmer, "estamos inmersos en el medio de la tradición,
que es transparente para nosotros, y por lo tanto invisible, como el
agua para el pez".

El exegeta (en este caso, sinónimo para hermeneuta), sean cuales sean sus
puntos de vista iniciales, ha de acercarse con actitud muy abierta al texto,
permitiendo que éste los modifique parcial o totalmente, en la medida en que
no se ajusten al verdadero contenido de la Escritura examinada. Si cumple
honradamente su cometido, lo que haga será exégesis, no eisegesis; es
decir, extraerá del texto lo que éste contiene en vez de introducir en él sus
propias opiniones. Como bien reconoce el profesor Leo Scheffczyk:
"Toda interpretación... es un proceso espiritual de mediación en el que el interpretante
siempre se vincula al texto y en el fondo se le subordina, desempeñando una función de
servicio. La interpretación de un texto es una mayéutica, una obstetricia espiritual en
que el intérprete de por sí no ejerce ninguna función creadora, en el sentido de inventar
algo nuevo, sino que solamente debe ser eficaz a modo de instrumento para hacer salir a
luz lo que ya existe en el texto. De este modo, mirando siempre al fenómeno puro e ideal
de la interpretación, el intérprete nunca se erige en señor de su texto, sino que está
subordinado al contenido y a las exigencias del mismo. Siguiendo el ejemplo que con
frecuencia se aduce a este propósito, el intérprete desempeña el mismo papel que el juez,
que interpreta una materia legal dada y la aplica y, si lo hace con esmero, nunca tendrá
la conciencia de que se alza sobre la ley".

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REQUISITOS DEL INTÉRPRETE BÍBLICO
b) Espíritu científico.
Se han adoptado a menudo dos modos dispares de acercarse a la Biblia: el
que podríamos llamar devocional o pietista y el racionalista. El primero
nos lleva al texto en busca de lecciones espirituales que puedan aplicarse
directa e inmediatamente y está presidido no por el afán de conocer el
pensamiento del escritor bíblico, sino por el deseo o la intención de derivar
aplicaciones edificantes (pero eso no es intepretación legítima, en muchos
casos lo que hacen es alegorizar del texto en cuestión). Es el que distingue
a algunos comentarios y a no pocos predicadores. El racionalista, con toda
su diversidad de tendencias, analiza la Escntura sometiéndola a la presion
de rígidos prejuicios filosóficos. De este modo muchos textos son
gravemente tergiversados.
Tanto en un caso como en el otro, se da poca importancia al significado
original del pasaje que se examina. No se investiga lo que el autor quiso
expresar. En ambos falta el rigor científico (objetividad, de nuevo).

El exegeta (hermeneuta) debe estar mentalizado y capacitado para aplicar a


su estudio de la Biblia los mismos criterios que rigen la interpretación de
cualquier composición literaria. El hecho de que tanto en la Biblia como en
su interpretación haya elementos especiales no exime al intérprete de
prestar la debida atención a la crítica textual al análisis lingüístico, a la
consideración del fondo histórico y todo cuanto pueda contribuir a aclarar
el significado del texto (arqueología, filosofía, obras literarias más o menos
contemporáneas, etc.).

Pero no basta la posesión de conocimientos relativos a la labor hermenéutica. El


intérprete ha de saber utilizarlos científicamente, poniendo a contribución un recto
juicio, agudeza de discernim!ento, independencia intelectual y disciplina mental
que le permitan analizar, comparar, sopesar las razones en pro y en contra de un
resultado y avanzar cautelosamente hacia una interpretación aceptable. Bernard
Lonergan, refiriéndose a la importancia de estas cualidades, llega a la siguiente
conclusión: "Cuanto menor sea la experiencia, cuanto menos cultivada la
inteligencia, cuanto menos formado el juicio, tanto mayor será la
probabilidad de que el intérprete atribuya al autor una opinión que el autor
jamás tuvo.".

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c) Humildad.
Esta cualidad es inherente al espíritu científico. Cuanto más se amplía el
círculo de lo sabido, mayor aparece el de aquello que aún queda por
descubrir. Y aun lo que se da por cierto ha de mantenerse en la mente con
reservas, admitiendo la posibilidad de que nuevos descubrimientos o
investigaciones más exhaustivas obliguen a rectificaciones. En el campo
científico nunca se puede pronunciar la última palabra. Esto es aplicable a la
interpretación, por lo que todo laborioso hermeneuta debe renunciar aun a la
más leve pretensión de infalibilidad. En la práctica, no es sólo la Iglesia
Católica la que propugna la inerrancia de su magisterio. También en las
iglesias evangélicas hay quienes se aferran a sus ideas sobre el significado
del texto bíblico con tal seguridad que ni por un momento admiten la
posibilidad de que otras interpretaciones sean más correctas. A veces ese
aferramiento va acompañado de una fuerte dosis de emotividad y no poca
intolerancia, características poco recomendables en quien practica la
exégesis bíblica.

Quien se encastilla en una tradición exegética, sin someter a constante


revisión sus interpretaciones, pone al descubierto una gran ignorancia, tanto
en lo que concierne a las dimensiones de la Escritura como en lo relativo a
las limitaciones del exegeta. La plena comprensión de la totalidad de la
Biblia y la seguridad absoluta de lo atinado de nuestras interpretaciones
siempre estará más allá de nuestras posibilidades.

Por supuesto, la prudencia en las conclusiones no significa que el proceso


hermenéutico, al llegar a su fase final, no haya de permitir sentimientos de
certidumbre. Después de un estudio serio, imparcial, lo más objetivo posible,
la interpretación resultante debe mantenerse con el firme convencimiento de
que es correcta, a menos que dificultades insuperadas del texto aconsejen
posturas de reserva y provisionalidad. En cualquier caso, ha de evitarse el
dogmatismo, admitiendo siempre la posibilidad de que un ulterior estudio con
nuevos elementos de investigación imponga la modificación de
interpretaciones anteriores.

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REQUISITOS DEL INTÉRPRETE BÍBLICO

2. Requisitos especiales.
Obviamente, quien sólo vea en la Biblia un conglomerado de relatos históricos,
textos legales, normas cúlticas, preceptos morales, composiciones poéticas y
fantasías apocalípticas, es decir, un conjunto de libros comparables a otros
semejantes de la literatura universal, pensará que puede proceder a su
interpretación sin otros requisitos que los ya apuntados. Pero aun el lector neutral,
si es objetivo, admite que en muchos aspectos la Biblia es una obra única y que es
razonable la duda en cuanto a la suficiencia de requisitos ordinarios para su
interpretación. Si nos situamos en el plano al que la propia Escritura nos lleva, es
decir, el plano de la fe, encontramos en ella la Palabra de Dios, siempre dinámica,
rebosante de actualidad. Por eso sus páginas son mucho más que letra impresa.
A través de ellas llega a nosotros la voz de Dios. De ahí que el intérprete de la
Biblia necesite unos requisitos adicionales de carácter especial.

a) Capacidad espiritual.
La mente, los sentimientos y la voluntad de trabajador hermenéutico han de estar
abiertos a la acción espiritual de la Escritura. Ha de establecerse una sintonía con
el mensaje que la Biblia proclama. En palabras de Gerhard Maier, "la exposición
de la Escritura exige del expositor una congenialidad espiritual con los
textos." La carencia de sensilidad religiosa incapacita para captar en profundidad
el significado de los pasajes bíblicos. Aun tratándose de obras que no sean la
Biblia, la falta de compenetración entre autor e intérprete merma la calidad de la
obra de éste. En toda labor exegética se debe ahondar en el espíritu que hay
detrás del texto. En el caso de la Biblia, se trata de descubrir lo que había en la
mente y en el espíntu de sus autores. Esto logrado, se advierte en ellos la
presencia del Espíritu de Dios. Tal es la razón por la que el intérprete ha de estar
poseído del Espíritu Santo y ser guiado por El.

Como escribiera Pablo, "el hombre natural no percibe las cosas que son del
Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque
se han de examinar espiritualmente" (1 Corintios 2: 14). Por eso es necesario
haber tenido la experiencia que en el Nuevo Testamento se denomina nacimiento
del Espíritu (Juan. 3:5,6).

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Sólo el creyente puede ahondar en el verdadero significado de la Escritura
porque el mismo Espíritu que la inspiró realiza en él una obra de iluminación
que le permite llegar, a través del texto, al pensamiento de Dios. Así lo
reconoce Pablo cuando, hablando de las maravillas de la revelación, afirma:
"Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu, porque el Espíritu todo
lo escudriña, aun lo profundo de Dios" (l Corintios 2: 10). El pensamiento
de Pablo sobre este punto fue enfatizado por Calvino y ha sido mantenido
como principio básico de la hermenéutica evangélica hasta nuestros días.

La facultad de discernimiento espiritual del creyente ha de ser alimentada


por una actitud de reverente dependencia de la dirección divina. Todo
trabajo de exégesis debe ir de la mano con la oración. En el campo de la
hermenéutica tiene perfecta aplicación el aforismo <orar bien es estudiar
bien>. Todo hermeneuta, más que cualquier simple lector de la Biblia,
habría de hacer suya la súplica del salmista: "Señor, abre mis ojos y
miraré las maravillas de tu Ley". (Salmo 119:18).

Es necesario recordar que la acción iluminadora del Espíritu Santo no ahorra


al intérprete cristiano el esfuerzo hermenéutico. Tampoco lo preserva de la
posibilidad de caer en errores. El don de la infalibilidad no se cuenta entre
los dones con que Dios ha querido enriquecer a su pueblo. Así, pues, la
realidad del Espíritu Santo debe ser un estímulo no para elaborar sistemas
dogmáticos cerrados, sino para ahondar incansablemente en el significado
de los textos bíblicos, modificando nuestras interpretaciones anteriores
siempre que una mejor comprensión nos lleve a ello.

b) Disposición de compromiso.
El verdadero intérprete de la Biblia no se limita al estudio frío de sus páginas
como si efectuase un trabajo de laboratorio. Por grande que sea su
erudición, ésta no es suficiente para hacer revivir el espíritu y el propósito
originales de la revelación. La comprensión de la Palabra de Dios lleva
inevitablemente al compromiso con Dios, a la decisión de aceptar lo que Él
ofrece y darle lo que exige, a hacer de su verdad nuestra verdad, de su
voluntad nuestra voluntad y de su causa nuestra causa. Así lo entendieron
los reformadores del siglo XVI. Para Lutero, la exposición de la carta a los
Romanos y de otros libros de la Biblia, no fue un mero trabajo propio de su
labor docente Constituyó una fuerza colosal que, a la par que

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transformó radicalmente su vida, cambió el curso de la historia de la Iglesia y
del mundo. Únicamente una acción comprometida, de identificación práctica
con el texto que se interpreta, puede extraer de éste la plenitud de su
significado. Aquí es válida la expresión de Carl E. Braaten, en su prefacio a
Paul Tillich (en su obra "Pensamiento cristiano y cultura en Occidente").
"La tarea del historiador consiste en «revivir.», lo que, esta muerto. «Sólo el compromiso
profundo con la acción histórica puede sentar las bases para la interpretación de la historia.
La actividad histórica es la clave para la comprensión de la historia.".

De modo análogo, podríamos decir que la «actividad» bíblica es la clave


para la comprensión de la Biblia. En la medida en que el estudio de sus
textos va compañado de una acción consecuente en la teología, en el culto y
en la conducta, es factible una interpretacion en profundidad que irá
enriqueciéndose a medida que se vaya asumiendo su contenido.
La realización de este propósito pasa por la "encarnación" del mensaje
bíblico, encarnación en la que deben asumirse los problemas, las
inquietudes y las necesidades de aquellos a quienes se pretende comunicar
la Palabra de Dios.

c) Espíritu mediador.
En último término, la misión del intérprete es servir de puente entre el autor
del texto y el lector. Entre el pensamiento de ambos media a menudo una
gran sima que se debe salvar. Para ello no basta llegar a captar lo que el
autor bíblico quiso expresar. La plenitud de significado sólo la descubrimos
cuando acercamos el mundo del autor a nuestro mundo y viceversa.

El contexto histórico del intérprete ha sido con frecuencia factor


determinante de auténticos descubrimientos en la práctica de la Exégesis.
Fue la angustia de Lutero, abrumado por la doctrina católica de las obras
meritorias y la opresion espiritual de Roma impuesta a la cristiandad, lo que
llevó al reformador aleman a comprender el alcance grandioso del texto
"el Justo por la fe ,vivirá". Al descubrimiento de la justificación por la fe,
seguirían otros que inducirían a Lutero, a la luz de una Biblia interpretada en
un contexto personal nuevo, a una nueva formulación teológica. La sola
fides tendría su apoyo en la sola gratia, el solus Christus y la sola
Scriptura.

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Así se recuperaba la esencia del Evangelio para la Iglesia del Siglo XVI
después de más de un milenio de desviaciones doctrinales. Hoy, en plena
evolución hermenéutica, se recobra el concepto bíblico del hombre total. No
se piensa sólo en salvar su alma y en su inmortalidad (conceptos heredados
de Platón más que de la Escntura). Se piensa también en el cuerpo y en la
vida más allá de la muerte. Se recobra, asimismo, la dimensión social de la
fe cristiana, el sentido pleno del Reino de Dios, el valor de la creación
presente pese al deterioro producido por la falta de cordura y el pecado del
hombre.

La Hermenéutica debe abrir un diálogo entre el pasado del autor bíblico y el


presente del lector. Y como mediador en el diálogo esta el intérprete, quien
ha de recorrer una y otra vez el círculo hermenéutico, acercándose por un
lado al texto y por otro a su propio contexto histórico, interrogando a ambos
hasta llegar a discernir el verbo de Dios, significativo para los hombres de
cualquier lugar o época.

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CARACTERÍSTICAS ESPECIALES DE LA BIBLIA

Al ocuparnos de la interpretación de la Biblia, hemos de preguntarnos: ¿Qué


lugar ocupan sus libros en la literatura universal? ¿Son producciones
comparables a los libros sagrados de otras religiones? ¿Constituyen
simplemente el testimonio de la experiencia religiosa de un pueblo,
engalanado por la agudeza de sus legisladores, poetas, moralistas y
profetas? ¿o forman, como sostiene la sinagoga judía respecto a Antiguo
Testamento y la Iglesia cristiana respecto a la totalidad de la Escritura, un
libro diferente y superior a todos los libros, el Libro, cuya autoría, en último
término, debe atribuirse a Dios? ¿Puede establecerse una paridad entre
Biblia y Palabra de Dios? Obviamente, la respuesta a estas preguntas
desempeña un papel decisivo en la interpretación de las Escrituras judeo-
cristianas. Pero ¿cómo obtener una respuesta válida?

El testimonio de la propia Escritura.

No puede negarse seriamente que la Biblia, en su conjunto y en gran


número de sus textos, presupone su origen divino, la peculiaridad de que,
esencialmente, recoge el mensaje de Dios dirigido a los hombres de modos
diversos y en diferentes épocas. Como reconoce C. H. Dodd, "la Biblia se
diferencia de las demás literaturas religiosas en que se lo juega todo en la
pretensión de que Dios se reveló realmente en unos acontecimientos
concretos, documentados, públicos. A menos que tomemos esta pretensión
en serio, la Biblia apenas si tiene sentido, por grande que sea el estímulo
espiritual que nos procuren sus pasajes selectos".

El testimonio que una persona da de sí misma no es decisivo. Puede no ser


verdadero; pero puede serlo y, de acuerdo con un elemental principio de
procedimiento legal, tal testimonio no puede ser desechado a priori.
A menos que pueda probarse fehacientemente su falsedad, la información
que aporta siempre es de valor irrenunciable. Este principio es de aplicación
a la Escritura.

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Cuando afirmamos la autoridad sin par de la Biblia, ¿es legítimo apelar al
propio testimonio de la Biblia en apoyo de tal afirmación? ¿No es esto una
forma abusiva de dar por cierto lo que está bajo discusión, hacer de la Biblia
misma el árbitro primero y final de su propia causa? ¿No somos culpables de
presuponer aquello que somos requeridos a probar? La respuesta a esta
pregunta es, por supuesto, que no acudimos a la Biblia en busca de
pruebas, sino de información. Y esta información, examinada sin prejuicios,
hace difícil rechazar la plausibilidad de una intervención divina en la
formación de la Escritura y relegar sus libros a la categoría de literatura
histórico-religiosa de origen meramente humano.

Abundan los textos de la Escritura en los que se atestigua una revelación


especial de Dios, quien de muy variadas maneras habla a sus siervos para
comunicarles su mensaje. Una de las frases más repetidas en el Antiguo
Testamento es: "y dijo Dios", o la equivalente: "Vino palabra de Jehová." .
Esta "palabra" de Dios es creadora y normativa desde el principio mismo ge
la hitoria de Israel. (He aquí sólo algunas citas del Pentateuco: Éxodo 4:28;
19:6, 7; 20:1-17; 24:3; Números 3:16, 39, 51; 11:24; 13:3; Deuteronomio 2:2,
17; 5:5-22; 29: 1-30:20.) Israel adquiere plena conciencia de su entidad
histórica bajo la influencia de los grandes actos de Dios y de la
interpretación verbal que de esos actos da Dios mismo por medio de Moisés.
Negar esta realidad nos obligaría a explicar el fenómeno del origen histórico
de Israel sobre la base de leyendas fantásticas, inverosímiles, poco acordes
con la objetividad del marco geográfico-histórico y de costumbres que
hallamos en los relatos bíblicos y con la seriedad del hagiógrafo. Por otro
lado, mal cuadraría una base plagada de falsedades con la estructura
político-religiosa de un pueblo que, desde el primer momento, es instado a
condenar enérgicamente el engaño de todo falso profeta (Deuteronomio
capítulo 13).

Además, la palabra de Dios se entrelaza con la historia del pueblo israelita


no sólo en sus inicios, sino a lo largo de los siglos, hasta que Malaquías
cierra el registro de la revelación veterotestamentaria. Así, a lo largo de los
siglos, se va acumulando un riquísimo caudal de enseñanza, normas,
promesas y admoniciones que guían al pueblo escogido hasta los umbrales
de la era mesiánica.

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Pero no es únicamente la riqueza de contenido del Antiguo Testamento lo
que sorprende. Llama la atención su coherencia y armonía. No se nos
presenta como una simple acumulación de hechos, ideas y experiencias
religiosas, sino como un proceso regido por una finalidad, como un conjunto
en el que las partes encajan entre sí y que responde a esa finalidad. La
historia de Israel, tal como aparece en la Escritura, es un todo orgánico, no
una agrupación de historias. No es fácil explicar esta característica del
Antiguo Testamento, y de la Biblia en general, si no admitimos la realidad de
la acción de Dios, tanto en la revelación como en la preservación y
ordenamiento de ésta en la Escritura. Al pasar al Nuevo Testamento, se
observa igualmente el lugar preponderante de la palabra de Dios.
Los evangelistas, testigos de cuanto Jesús hizo y dijo (l Juan 1:1-3), ven en
ella culminación de la revelación de Dios. Era la palabra de Dios encarnada,
el gran intérprete de Dios (Juan 1:14, 18). Ponen en sus labios palabras que
muestran la autoridad y el origen divino de sus enseñanzas (Mateo 5:21-48;
7:28,29; Juan 7:16; 13:2,26; 8:28; 12:49; 14:10,24 y pasajes paralelos de
Marcos y Lucas).

La comunicación divina no se extingue con el ministerio público de Jesús.


Se completaría, según palabras de Jesús mismo, con el testimonio y el
magisterio de los ?póstoles bajo la guía del Espíritu Santo (Juan 14:26;
16:13). Así lo entendieron los propios apóstoles, persuadidos de que sus
palabras, eran ciertamente "la palabra de Dios" (1 Tesalonicenses 2:13;
véase también Hechos 4:31; 6:2, 7; 8:14,25; 11:1; 12:24; 17:13; 18:11;
19:10; Colosenses 1:25,26; 1 Tesalonicenses 4:15; 2 Timoteo 2:9;
Apocalipsis 1:2, 9). La convicción generalizada en profetas y apóstoles de
que eran instrumentos para comunicar el mensaje recibido de Dios. Si nos
libramos de prejuicios filosóficos, ¿no es más honesto dar crédito al
testimonio de aquellos hombres? Si Dios existe, ¿no era de esperar su
revelación? La Escritura se atribuye la función de ser testimonio y registro de
esa revelación.

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Revelación y Escritura.

A éstas alturas es necesario recordar que la revelación tiene su base en el


contenido de la Biblia. Sin ésta nada sabríamos de aquélla. Existe, pues, una
correlación entre ambas. No es accidental esa correlación, sino que responde
a un propósito y a una necesidad. No se produce porque algunos de los
hombres a quienes Dios hizo objeto de su revelación se sintieran movidos por
sus propias reflexiones a registrar en textos escritos el contenido de lo
revelado. Según el testimonio bíblico, es Dios mismo quien, directa o
indirectamente, ordena la "inscripturación" (Éxodo 17:14; 24:4; 34:27;
Deuteronomio 17:18, 19; 27:3; Isaías 8:1; Jeremías 30:2; 36:2-4; Daniel 12:4;
Habacuc 2:2; Apocalipsis 1:11, 19). No es preciso un gran esfuerzo mental
para comprender que tanto los profetas del Antiguo Testamento como los
apóstoles vieron en la Escritura el único medio de preservar fielmente la
revelación y lo utilizaron. La gran reverencia con que el pueblo judío miró
siempre sus Escrituras y la autoridad divina que les atribuían se debían, sin
duda, al convencimiento de que eran depósito de la revelación de Yahvéh. Lo
mismo puede decirse en cuanto al significado que para la Iglesia cristiana
tenían tanto los libros del Antiguo Testamento como los del Nuevo. Los textos
del primero son considerados como santos (Romanos 1:2) o sagrados (2
Timoteo 3: 15); como palabra de Dios (Juan 10:35, Romanos 3:2). A los del
Nuevo Testamento, desde el primer momento, se les atribuye un rango tan
elevado que los equipara a "las demás Escrituras" (2 Pedro 3:16).

No se pretende que la Escritura haya recogido todo lo que Dios había revelado.
Parte de los escritos proféticos no llegaron a ser incorporados al canon
veterotestamentano (2 Crónicas 9:29). Jesús hizo "otras muchas cosas" que
no aparecen en los evangelios (Juan 21 :25) y los apóstoles escribieron cartas
que no aparecen en el Nuevo Testamento (1 Corintios 5:9; Colosenses 4:6).
Pero el material recogido en los libros de la Escritura es suficiente para que se
cumpliera el propósito de la revelación. Nada esencial ha sido omitido. El
contenido de la Biblia es determmado para la finalidad de la misma: guiar a los
hombres al conocimiento de Dios y a la fe. Una comprensión clara del objeto
de la Escritura nos librará de los problemas que a menudo se han planteado,
alegando deficiencias de la Biblia desde el punto de vista científico o histórico.

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Inspiración de la Biblia

Es éste uno de los puntos más controvertidos de la teología cristiana. Aun dando
por cierto que la revelación dio origen a la Escritura, queda por determinar hasta
qué punto y con qué grado de fidedignidad lo escrito expresa lo revelado. ¿Cabe
atribuir la acción de escribir los libros de la Bibla una intervención divina, paralela
y complementaria a la de la revelación, que garantice la fiabilida de los textos?
¿Puede decirse que la Escritura fue inspirada por Dios de modo tal que nos
transmite sin error lo que Dios tuvo a bien comunicarnos?

En opinión de muchos, aun de los más racionalistas, la Biblia constituye una obra
magna y a sus autores puede atribuírseles el don de la inspiración, pero sin
reconocer en ésta nada de sobrenatural. La inspiración bajo la cual escribieron
los autores del Antiguo y del Nuevo Testamento es análoga a la que mueve al
poeta, al pintor o al escultor a realizar sus obras maestras. Es la inspiración de
los genios. La Biblia, según esta opinión, es la monumental producción del genio
religioso de Israel. Pero el concepto cristiano de la inspiración de la Escritura es
diferente y superior. Tal concepto podía resultar mucho más claro en los días
apostólicos que en nuestro tiempo. El antiguo mundo helénico estaba
familiarizado con los oráculos paganos. Éstos eran tenidos por inspirados en el
sentido de que procedían de personas sobrenaturalmente poseídas, según se
creía, por un poder divino, que hablaban bajo el impulso de un impulso
misterioso. Lo que de fraudulento o demoníaco pudiera haber en aquellos
oráculos no modifica el concepto de inspiración existente en la mente popular
cuando Pablo declaró: que "toda Escritura es inspirada divinamente". Sus
lectores, tanto judíos como griegos, entenderían perfectamente lo que quería
decir: que la Escritura era la obra de hombres especialmente asistidos por el
Espíritu de Dios para comunicar el mensaje de Dios.

A partir del concepto expuesto, podemos definir la inspiración de la Biblia como la


acción sobrenatural de Dios en los hagiógrafos que tuvo por objeto guiarlos en
sus pensamientos y en sus escritos de modo tal que éstos expresaran,
verazmente y concordes con la revelación, los pensamientos, los actos y la
voluntad de Dios. Por esta razón, puede decirse que la Biblia es Palabra de Dios
y, por consiguiente, suprema norma de fe y conducta.

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El texto de 2 Timoteo 3:16, al que ya nos hemos referido, es fundamental para
compender el significado de la inspiración. El término griego usado por Pablo,
theopneustos, indica literalmente que fueron producidas por el "soplo de Dios".
Con ello se da a entender no sólo que los escritores fueron controlados o
guiados, sino que, de alguna manera, Dios infundía a sus escritos una cualidad
especial, de la que se derivaba la autoridad y la finalidad de la Escritura ("es útil
para enseñar, para convencer, para corregir", etc.).

Que el texto mencionado se traduzca como algunos lo han traducido ("toda


Escritura divinamente inspirada es útil. ..") no modifica esencialmente el
sentido de lo que Pablo quiso expresar, y esto no era otra cosa que la convicción
generalizada entre los judíos de su tiempo de que el Antiguo Testamento, en su
totalidad, había sido escrito bajo la acción inspiradora de Dios. De modo gráfico y
con gran acierto lo expresa G. W. H. Lampe cuando escribe: "La palabra
(theopneustos) indica que Dios, de alguna manera, ha puesto en estos
escritos el hálito de su propio Espíritu creativo, al modo como lo hizo
cuando sopló aliento de vida en el hombre que había formado del polvo de
la tierra (Gn. 2:2)."

No menos significativo es el texto de 2 Pedro 1:20, 21, en el que categóricamente


se señala la función profética del Antiguo Testamento en relación de
subordinación a la acción del Espíritu Santo. De modo tan correcto como
expresivo traduce la Nueva Biblia inglesa (New English Bible) el versículo 21:
"Porque no fue por antojo humano que los hombres de antaño profetizaron.
Hombres eran, pero, impelidos por el Espíritu Santo, hablaron las palabras
de Dios." "Impelidos" o "movidos" son términos usados para traducir el original
erámenoi, es decir "llevados", como lo es un barco de vela impulsado por el
viento.

La acción divina sobre los escritores sagrados no debe entenderse en todos los
casos como un fenómeno de manifestaciones psíquicas extraordinarias, tales
como la visión, el trance, el sueño, audición de voces sobrenaturales, estados de
éxtasis en los que el hombre es mentalmente transportado más allá de sí mismo.
Podía consistir simplemente en la influencia sobre el pensamiento o en la guía
divina que dirigiera la investigación y la reflexión del escritor (compare
Lucas 1:1-3).

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La inspiración no anula ni la personalidad, ni la formación, ni el estilo de los
escritores sagrados, sino que usa tales elementos como ropaje del contenido de la
revelación. Los hagiógrafos pueden ser considerados como órganos humanos que
Dios usa para producir la Escritura. Cada órgano conserva su particular naturaleza,
lo que da como resultado una mayor variedad, belleza y eficacia al conjunto
escriturístico. Este hecho ha sido ilustrado desde tiempos de los Padres de la
Iglesia mediante metáforas de instrumentos musicales que suenan por el soplo del
Espíritu Santo. Lo que se ha querido significar es que el origen de la Escritura es a
la vez divino y humano.

Es de suma importancia mantener equilibradamente el doble carácter de la


Escritura. La exaltación desmedida de cualquiera de sus aspectos conduce a error.
Pretender salvar la plena inspiración de la Biblia y lo que de divino hay en su origen
anulando prácticamente su componente humano sería introducir en la bibliología
una nueva forma de docetismo. La enseñanza doceta pugnaba por salvaguardar la
plena divinidad de Cristo negando lo real de su humanidad. Tan equivocada como
esta doctrina es la que sólo ve en la Biblia palabra de Dios y no palabra de
hombres. Pero igualmente errónea, y de consecuencias más graves, es la
conclusión a que llega la crítica radical de que los textos bíblicos son producción
meramente humana a la que no hay por qué atribuir elemento alguno de inspiración
sobrenatural.

En los sectores evangélicos conservadores se tiende al desequiIibrio por el lado del


énfasis en el elemento divino de la Escritura por lo que debemos ponderar
objetivamente la dimensión humana de ésta. De lo contrario resultaría difícil refutar
la acusación de «bibliolatría» que se hace contra los que sostienen tal énfasis. Una
posición intermedia es la de quienes admiten la existencia de una revelación
especial, pero ven en la humanidad de la Escritura una causa de pérdida parcial y
alteración de aquélla dado que las características humanas condicionan lo escrito
de tal manera que no es posible discernir en su texto la verdad de Dios.

Cuando pensamos en Dios el Señor dando por su Espíritu unas Escrituras


autoritativas a su pueblo, hemos de recordar que El es el Dios de la providencia y
de la gracia como lo es de la revelación y de la inspiración, y que Él tiene todos los
hilos de la preparación tan plenamente bajo su dirección como la operación
específica que técnicamente denominamos en el sentido estricto, con el nombre de
"inspiración".

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Reconocida la concurrencia de ambos factores en la Escritura el divino y el
humano, hemos de admitir este último en su naturaleza real, no idealizada. Los
hagiógrafos no se expresaron en lenguaje divino o angélico, sino en lenguaje de
hombres, en el lenguaje que sus libros fueron escritos, con todas las limitaciones y
debilidades inherentes a toda forma de lenguaje: No obstante, estas debilidades y
limitaciones no menguan la riqueza de la revelación que la Escntura entraña ni la
cualidad de su inspiración divina. Que la Escritura llegue a nosotros como sierva no
quiere decir que sea una sierva maniatada a por la ambigüedad y la incertidumbre.
Por el contrario, a pesar de su humana condición no deja de ser el instrumento
escogido para hacer llegar a nosotros con toda autoridad la palabra de Dios.

La humanidad de la Biblia plantea problemas de interpretación, pero no de


credibilidad. A lo largo de sus páginas se suceden las más duras denuncias contra
los falsos profetas. Toda Invención o toda tergiversación del mensaje divino es
condenado enérgicamente (Deuteronomio 13:1-5; 18:20; Jeremías 14:15; 28:5-17;
Zacarías 10.2,3, 13:3; Mateo 7:22, 23; Gálatas 1:6-9; 2 Pedro 2:1-3;. Apocalipsis
22:18, 19). Podernos, pues tener la seguridad de que los escritores sagrados
fueron fieles transmisores del mensaje divino. Las difcultades exegéticas con que a
menudo tropezamos en los textos bíblicos no afectan ni a la integridad moral de los
escritores ni a la fidedignidad de sus escritos.

Cristo y la Escritura

Para el cristiano, la opinión de Cristo sobre cualquier cuestión es, lógicamente,


decisiva. Y es evidente que la autoridad de la Escritura, derivada de su inspiración
divina, fue reiteradamente reconocida por Jesús. Con respecto al Antiguo
Testamento, Jesús pone su sello de aprobación sobre todas sus partes al
reconocer su normatividad, con vigencia en su propia vida y en sus ensenanzas.
Con el "Escrito está" rechaza las tentaciones del diablo. Con la misma frase u
otras análogas, refuta las objeciones de sus adversanos y ratifica los principios
éticos que han de regir la vida rumana. Asimismo hace aflorar el abundante
testimonio que de Él mismo dan los libros del Antiguo Testamento. Tanto su
ministerio de la predicación como sus obras milagrosas los realizaba en
cumplimiento de lo que estaba escrito. Si en algún momento parece que Jesús no
sigue lo preceptuado en el Antiguo Testamento (compare Mateo 5:21 :44), antes ha
dejado bien sentado que el propósito de su venida al mundo no es abrogar la ley o
los profetas. No ha venido para anularla, sino para cumplirla (Mateo 5:17-19).

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Las aparentes modificaciones de las enseñanzas veterotestamentarias eran más
bien una elevación de las mismas a un plano superior. Jesús superaba la letra de la
ley para penetrar en la interioridad viva de los pensamientos, los sentimientos y las
intenciones del hombre. En algún caso (la cuestión del divorcio, por ejemplo), la
discrepancia de Jesús con lo prescrito en el Antiguo Testamento no hace sino
poner de relieve la firmeza de los fundamentos morales revelados desde el
principio, así como las vicisitudes de la revelación en el seno de una sociedad
caracterizada por la dureza de corazón. Las normas mosaicas que regulaban el
divorcio (lo mismo podría decirse de las relativas a la esclavitud) no significaban
que Dios lo aprobaba. Reflejan simplemente la intervención divina para mitigar en lo
posible los males causados por el pecado humano. Pero el advenimiento de Jesús
abre plenamente las perspectivas del Reino de Dios; y en este Reino ya no caben
concesiones de desorden moral. Sus principios éticos son absolutos. Esto es lo que
Jesús quería decir, y de este modo, lejos de vulnerar la autoridad del Antiguo
Testamento, la confirmaba a la par que depuraba su interpretación. Esa
confirmación se apoyaba en el reconocimiento del elemento divino de la Escritura.
Si para El "la ley y los profetas" han de permanecer esencialmente inalterables
"hasta que pasen el cielo y la tierra" (Mateo 5:18) es porque equipara la Escritura
con la Palabra de Dios que "permanece para siempre" (Isaías 40:8).

Jesús no sólo corrobora la autondad del Antiguo Testamento. Implícitamente sitúa


en el mismo plano el testimonio apostólico, esencia de los libros del Nuevo
Testamento. Era consciente de que su magisterio habría de ser completado por la
acción del Espíritu Santo a través de los apóstoles (Juan 15:12-15; 14:25,26). Ellos
serían, además de sus testigos, los intérpretes de su palabra. Por eso fueron
considerados desde el principio "fundamento" de la Iglesia (Efesios 2:20). Sus
palabras, inspiradas por el Espíritu Santo, eran consideradas como palabra de Dios
(1 Corintios 2: 13; 1 Tesalonicenses 2: 13). Y si esto podía decirse de sus mensajes
orales, no hay motivo por el que no se hubiera de reconocer el mismo hecho en sus
escritos. Las razones que existieron para plasmar por escrito la revelación anterior
a Cristo subsistían para fijar, también mediante escritura inspirada, el testimonio y
las enseñanzas de los apóstoles y sus colaboradores. Solo así la tradición original
permanecería libre de corrupción en el correr de los siglos.

Al comparar el Nuevo Testamento con el Antiguo, se observa cómo ambos se


complementan admirablemente en tomo a su centro: Cristo. Y en ambos se
percibe, a través del lenguaje humano, el hálito del Espíritu de Dios.

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Infalibilidad e inerrancia de la Biblia

Ambos conceptos, aplicados a la Escritura, son ampliamente aceptados con las


debidas matizaciones. Ambos se desprenden lógicamente de la inspiración de la
Escritura. Sin embargo, los términos son teológicos más que bíblicos. Por este motivo,
hemos de ser cautos en toda formulación dogmática respecto a estas características
de la Biblia. La etimología de "infalibilidad" nos ayuda a precisar su significado.
Falibilidad se deriva del latín fallere, que quiere decir engañar, inducir a error, o bien
ser ínfíel, no cumplir, traicionar. En este sentido, puede decirse que la Biblia es
infalible, que no induce a error y que no traiciona el propósito con el cual Dios la
inspiró. Si así no fuese, la Escritura, como instrumento de comunicación de la
revelación de Dios, carecería de valor. La inerrancia (neologismo teológico) indica la
ausencia de error en los libros de la Biblia.

Al hablar de infalibilidad e inerrancia, no podemos perder de vista que la finalidad de la


Escritura no es proveemos de una enciclopedia a la cual recurrir en busca de
información sobre cualquier tema. Ninguno de sus libros fue escrito para ser usado
como texto para aprender cosmología, biología, antropología o incluso historia en un
sentido científico. Lo que Agustín de Hipona dijo acerca del Espíritu Santo podría
aplicarse a la Escritura: no nos ha sido dada para instruimos acerca del sol y de la
luna; el Señor quería cristianos, no matemáticos ni científicos. La revelación, y por
consiguiente la Escritura, tiene por objeto dar al hombre el conocimiento que necesita
de Dios, de sí mismo y de su salvación, entendida ésta en sus dimensiones individual
y social, temporal y eterna.

La gran preocupacIón del Espíritu Santo, al inspirar a los escritores sagrados no era
controlar su forma de escribir a fin de no escandalizar a los científicos e historiadores
de épocas posteriores, sino guiarlos en su testimomo de los grandes hechos salvíficos
y en la fiel expresión de lo que se les había revelado. En cuanto al modo de escribir,
sería absurdo pensar que lo hubieran hecho en lenguage diferente del propio de su
tiempo. Al interpretar la Escritura, hemos de hacerlo de acuerdo con las costumbres,
reglas y pautas de las épocas en que los varios libros fueron escritos y no según una
noción un tanto abstracta o artificial de la inerrancia.

Asimismo conviene tomar en consideración que el concepto antiguo de narración


histórica no correspondía al de nuestro tiempo ni implicaba el mismo rigor científico.
Ello nos ayuda a entender la presencia en el texto bíblico de algunas posibles
"inexactitudes" de poca monta que en modo alguno comprometen la veracidad
esencial del relato y menos aún el valor de su enseñanza.

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No podemos olvidar que los hagiógrafos, cuando escribían historia, no lo hacían
como simples cronistas, sino con una finalidad eminentemente didáctica. Sus
escritos son, más que un tratado de historia, una teología de la historia. Es de
destacar, sin embargo, que la libertad con que los escritores de la Biblia,
especialmente del Antiguo Testamento, trataban los hechos históricos se
mantenía dentro de los límites de la veracidad básica, como lo han demostrado
repetidamente los descubrimientos arqueológicos.

Tampoco los textos que pudiéramos considerar documentales como las


genealogías, revisten la exactitud que cabría esperar de un documento notarial
o de una certificación del registro civil en nuestros días. La lista genealógica de
Mateo 1 contiene "errores" si como tales interpretamos la omisión de algunos
nombres. Pero la estructura de la mencionada genealogía, dividida en tres
grupos de catorce generaciones cada uno (Mateo 1:17), evidencia un propósito
que no era precisamente el de reproducir meticulosamente una línea
genealógica completa. Un ejemplo más, entre otros que podríamos citar.
Marcos empieza su evangelio (Marcos 1:2) con una doble cita. La primera es
tomada del libro de Malaquías; la segunda, de Isaías. Pero Marcos atribuye
ambas a Isaías. Aquí el "error" parece clarísimo; pero se desvanece si tenemos
presente la práctica normal entre los judíos de citar textos de varios profetas
bajo el nombre del principal de ellos.

Por supuesto, no todos los problemas relativos a la inerrancia de la Escritura


son tan fáciles de resolver. Algunos siguen esperando soluciones realmente
satisfactorias. Pero las dificultades que subsisten en torno a determinados
textos no afectan a la fidedignidad de que se ha hecho acreedora la Escritura en
su conjunto. No son suficientes, ni en número ni en naturaleza, para devaluar la
veracidad de la Biblia hasta el punto de reducirla a una colección de escritos
humanos plagados de errores, mitos, leyendas y contradicciones.

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Puntos claros y puntos oscuros

En el estudio de la Escritura llegarnos a ver con transparencia los atributos de


Dios que presiden las obras de Dios, así corno los principios morales y religiosos
que deben regir la conducta humana. Resulta claro el significado de la muerte de
Cristo y la salvación del pecador por la gracia de Dios en virtud de la obra
expiatoria consumada en el Calvario y mediante la fe. Claro es asimismo lo que
concierne a la naturaleza y misión de la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, o lo
relativo a la segunda venida de Cristo en majestad gloriosa. Podríamos citar otros
puntos importantes igualmente caracterizados por la perspicuidad con que
aparecen ante nosotros. El material bíblico sobre el que descansan es tan
abundante e iluminador que, a pesar de las dificultades naturales para
comprender algunos de ellos, resultan realmente diáfanos. Cualquier oscuridad
procederá no del testimonio de la Escritura, sino de prejuicios filosóficos.

Pero no puede decirse lo mismo de todo el contenido de la Biblia. El principio de


Deuteronomio 29:29 ("Las cosas secretas pertenecen a Yahvéh nuestro Dios,
mas las reveladas son para nosotros") no resuelve de modo simplista todos
los problemas epistemológicos. No sitúa automáticamente todas las cuestiones
relativas a conocimiento en dos zonas: la secreta, reservada exclusivamente a
Dios, y la de la revelación, en la que todo se nos muestra con claridad radiante.
En esta segunda zona hay puntos menos iluminados que otros; están envueltos
en la penumbra y en ella permanecerán. Mencionamos unos pocos ejemplos en
forma de preguntas: ¿Cómo se produjo la caída de Satanás y sus huestes? ¿En
qué consistió el "descenso de Cristo a los infiernos"? ¿Existe una distinción
esencial entre alma y espíritu? ¿Cómo armonizar las limitaciones de la
encarnación de Cristo con la conservación de sus atributos divinos? ¿Es posible
ordenar la escatología en sus detalles de modo que podamos llegar a determinar
minuciosamente todos los hechos relacionados con la parusía del Señor?

Ninguno de los puntos más o menos oscuros de la revelación bíblica es


fundamental. Y aunque el estudiante de la Biblia hará bien en esforzarse por
tener la mayor luz posible sobre todos los textos difíciles, obrará mejor si a lo
largo de su investigación y aun al final de ella mantiene una sana reserva en
cuanto a sus conclusiones, una reserva emparejada con el respeto a las
opiniones diferentes de otros cristianos igualmente amantes de la Palabra de
Dios.

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CONCLUSIÓN.

Un reconocimiento sincero de la realidad respecto a los problemas planteados en


las regiones sombrías de la revelación libraría a la Iglesia cristiana de
controversias tan acaloradas como estériles, en las que suele primar el prejuicio
teológico por encima de una exégesis objetiva e imparcial. La teología tiene un
lugar en la Interpretación bíblica, pero un abuso en la sistematización teológica
puede bloquear fatalmente el camino hermenéutico. El exegeta no tiene por qué
divorciarse del teólogo, pero tampoco debe hacerse su esclavo. Donde halle
claridad, dará gracias a Dios por la luz. Pero cuando llegue a lugares oscuros, se
guardará de encender su propia linterna a fin de iluminar lo que Dios, en su sabia
soberanía, decidió dejar en la perspectiva del misterio diversas realidades y
asuntos de la vida humana temporal y eterna contenidos en las Escrituras
Sagradas.

Aun el más erudito en cuestiones bíblicas reconocerá que la Escritura no nos ha


sido dada para tratarla como si fuese un gigantesco crucigrama en el que aun los
detalles más insignificantes encajarán perfectamente en una solución a la medida
de nuestra curiosidad. Es cierto que el conjunto de la Escritura muestra en la
interrelación de todas sus partes una coherencia, una unidad y una fuerza
comunicativa del mensaje de Dios realmente maravillosas. Pero no es menos
cierto que, respecto a determinadas cuestiones secundarias presenta algunos
cabos sin atar. A este hecho no siempre se conforma el teólogo, tan dado a
ligarlo todo sólidamente en su afán sistematizador. El intérprete de la Biblia ha de
recordar a menudo, y con humildad, que sólo "en parte conocemos y en parte
profetizamos" (1 Corintios 13:9). La vastedad del tema de la Escritura nos
impide entrar en otras consideraciones acerca del mismo; pero lo expuesto puede
ayudarnos a entender la especial naturaleza de la Biblia, requisito preliminar e
indispensable para su interpretación.

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Módulo 1 HBA
TRABAJO A DESARROLLAR PARA CERRAR ÉSTE MÓDULO 1

INSTRUCCIONES:
De acuerdo al contenido en el presente módulo, más lo expuesto durante
la clase sincrónica (en vivo) por el mentor, resuelva lo que a continuación
se le asigna.
Una vez realizado el trabajo, envíelo a través de la ventanilla de
la TAREA 1 dentro de la Sección correspondiente a éste Módulo desde
la plataforma de la Universidad Teológica Global UTG.
NOTA IMPORTANTE. Su trabajo debe ser presentado con la respectiva
portada conteniendo los correspondientes detalles de éste curso de
especialidad.

CUESTIONARIO
1. ¿Qué relación existe entre la Teología y la Hermenéutica?
2. Escriba la diferencia práctica entre Exégesis y Hermenéutica.
3. ¿Qué diferencia puede señalarse entre la Hermenéutica tradicional y
la "Nueva Hermenéutica"?
4. ¿Por qué es necesaria la Hermenéutica?
5. ¿Hasta qué punto es posible tener la certeza de que se ha llegado a la
interpretación correcta de un texto?
6. ¿Por qué son necesarios los requisitos especiales del intérprete de
La Escritura?
7. Escriba los requisitos generales y especiales para el intérprete bíblico.

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1. ¿Qué relación existe entre la Teología y la Hermenéutica?
2. Escriba la diferencia práctica entre Exégesis y Hermenéutica.
Módulo 1
3. ¿Qué diferencia puede s HBA
4. ¿Por qué es necesaria la Hermenéutica?
5. ¿Hasta qué punto es posible tene
6. ¿Por qué son
7. Escriba los requisitos generales y especiales para el intérprete bíblico.
8. ¿Qué valor tiene el testimonio de la propia Escritura acerca de su origen
divino?
9. ¿Por qué ha sido necesaria una revelación especial de Dios?
10. ¿Cómo debemos entender el concepto de "inspiración" aplicado a la
Biblia?
11. ¿Cuáles son los errores más frecuentes relativos a la inspiración?
12. ¿En qué sentido debe interpretarse la "humanidad" de la Escritura y qué
extremos deben evitarse?

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