Santos y Sinverguenzas en La Hi - Nancy Guthrie
Santos y Sinverguenzas en La Hi - Nancy Guthrie
Santos y Sinverguenzas en La Hi - Nancy Guthrie
PORTADA
PORTADA INTERIOR
ELOGIOS
DEDICATORIA
INTRODUCCIÓN
1. LA VOZ
2. LA FAMILIA
3. LA PIEDRA
4. LOS HIPÓCRITAS
5. EL ESTAFADOR
6. EL OPORTUNISTA Y LA MUJER AGRADECIDA
7. EL SACERDOTE
8. LOS DELINCUENTES
9. EL DISCÍPULO
10. EL PEOR
BIBLIOGRAFÍA
MATERIAL ADICIONAL
COALICIÓN POR EL EVANGELIO
CRÉDITOS
EDITORIAL PORTAVOZ
INTRODUCCIÓN
LA VOZ
Juan el Bautista
LA FAMILIA
Los antepasados, los padres y los hermanos de Jesús
[5]. Julia H. Johnston, “Grace Greater Than Our Sin”, 1910; “¡Gracia admirable del Dios
de amor!”, trad. George P. Simmonds.
[6]. Johnston, “Grace Greater Than Our Sin”; “¡Gracia admirable del Dios de amor!”.
3
LA PIEDRA
Simón Pedro
Imagina que ves a una persona que no veías hace tiempo, y ella te
dice: “Sabes, has cambiado. Eres diferente”. E imagina poder
responder: “Déjame decirte lo que ha sucedido. He llegado a ser
partícipe de la naturaleza divina”.
El verdadero cambio —aquel que convierte a un Simón en un
Pedro, a un sinvergüenza en un santo— no se percibe por medio de
buenas intenciones, determinación personal, estricta
responsabilidad o una decisión de la voluntad. Fluye en nuestras
vidas cuando nos unimos a Jesucristo. El Espíritu Santo aplica el
poder de la muerte y resurrección de Jesucristo a las áreas de
nuestra vida que se resisten al cambio. El Espíritu Santo aplica este
poder a la parte de nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestro espíritu
donde estamos muertos para Dios y vivos para nuestros propios
deseos, nuestras tendencias y orientaciones. Descubrimos que
tenemos un nuevo poder para decir que “no” a esos deseos y que
no es un poder que desarrollamos por nosotros mismos. Se nos ha
otorgado. Nos convertimos en seres vivos, que respiramos,
caminamos y hablamos milagros de la gracia.
Así sucedió con Pedro.
En los Evangelios leemos que, cuando las redes de Simón
estaban llenas de más peces de los que podía cargar en su
barca, su primera respuesta fue caer de rodillas ante Jesús y
decir: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”
(Lc. 5:8). Sin embargo, todo cambió para él con la cruz y la
resurrección para que Pedro pudiera escribir en su primera
carta: “Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo
sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los
pecados, vivamos a la justicia” (1 P. 2:24). Su manera de
verse a sí mismo, de ver su pecado y su vida había
cambiado por completo.
En los Evangelios escuchamos a Simón reprender a Jesús
por insinuar que iba a sufrir. En su epístola, leemos las
palabras de Pedro, un hombre que había estado en el fuego,
que dice que no nos sorprendamos cuando debamos pasar
por el fuego ardiente de la prueba, como si algo extraño nos
estuviera sucediendo. En cambio, nos exhorta: “Gozaos por
cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo,
para que también en la revelación de su gloria os gocéis con
gran alegría” (1 P. 4:12-13). Pedro fue transformado.
Encontró su felicidad de una manera muy diferente a la que
había conocido antes.
En los Evangelios, vemos que Simón estaba entre los doce
que no tenían interés en lavar los pies de nadie. Luego,
cuando Jesús tomó la toalla para lavar los pies de Simón, le
dijo: “No me lavarás los pies jamás”, lo cual demuestra que
no entendía que una vida de servicio a otros fluye del
servicio de Jesús a nosotros. Sin embargo, en su carta, toda
resistencia a servir a los demás ha desaparecido. Pedro
escribió que cada uno debería usar cualquier don que se nos
hubiera concedido para servirnos unos a otros, no para que
otros se impresionen con nuestro servicio, sino “para que en
todo sea Dios glorificado por Jesucristo” (1 P. 4:11).
En los Evangelios, Jesús dijo a Simón que Satanás lo había
pedido para zarandearlo como a trigo. De hecho, Simón
sería sacudido hasta la médula por la crucifixión de Jesús y
las veces que él negó a Jesús. Sin embargo, la oración de
Jesús por Simón, para que se convirtiera en una fuente de
fortaleza para sus hermanos, se hizo realidad. En Hechos,
vemos a Pedro testificar de Jesús en lugar de negarlo. Se
convirtió en una piedra. Y, a fin de cuentas, cuando fue
zarandeado su fe no faltó.
[7]. Estoy en deuda con F. B. Meyer por esta imagen de Pedro al “echar sus redes” en
Pentecostés y luego en la casa de Cornelius, que se encuentra en Peter: Fisherman,
Disciple, Apostle (Nueva York: Revell, 1920), 22.
[8]. Edward Mote, “The Solid Rock”, 1843; “La Roca firme”, trad. desconocido.
4
LOS HIPÓCRITAS
Los fariseos
EL ESTAFADOR
Zaqueo
C reo que tenía solo cuatro o cinco años cuando, un domingo por
la noche, durante uno de esos largos llamados al altar en
nuestra iglesia bautista, dije a mis padres que quería pasar al frente.
En lugar de eso, mis padres sabiamente concertaron una cita con
nuestro pastor para que yo hablara con él. Recuerdo que me senté
en su oficina y me preguntó si sabía lo que significaba estar perdida.
Pensé en estar perdida en un bosque o un centro comercial, pero no
creo que esa fuera la respuesta que él estaba buscando. Quizás
aún no entendía lo que significaba realmente estar perdida.
A menudo me pregunto, cuando escucho cantar el himno “Sublime
gracia”[12] en todo tipo de escenarios, si el cantante piensa
realmente que ahora o alguna vez ha sido un “infeliz”. Cuando
canta: “Fui ciego mas miro yo, perdido y Él me halló”, tengo ganas
de preguntarle: “¿De qué manera estabas perdido y cómo o quién te
encontró?”.
Hasta que tengamos una idea de lo que significa estar perdido, no
estoy segura de que podamos entender quién es Jesús y por qué
vino a este mundo o por qué lo necesitamos. Nuestra perdida
condición yace en el mismo centro de estas cosas.
En su Evangelio, Lucas usa dos declaraciones de Jesús dirigidas
a aclarar la misión de Jesús. Una está cerca del comienzo de los
tres años de su ministerio, cuando Jesús llamó a su primer
discípulo, un recaudador de impuestos llamado Leví. Al ver a
quiénes había invitado a la fiesta después, los fariseos no podían
creer que Jesús se sentara a compartir la mesa con tales personas;
personas cuyos pecados los hacían intocables y no elegibles para la
gracia según creían los fariseos. En respuesta, Jesús explicó: “No
he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento”
(Lc. 5:32).
Luego, cerca del final del ministerio de Jesús, en su última parada
ministerial antes de su última semana en Jerusalén que culminaría
con su crucifixión, una vez más Jesús hizo una declaración de su
misión personal: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar
lo que se había perdido” (Lc. 19:10).
Jesús vino a llamar a los pecadores al arrepentimiento, a buscar y
salvar al perdido.
Entonces, ¿qué significa estar perdido? Creo que es no tener
ancla, dirección, propósito, destino a la vista. Es andar por la vida
sin rumbo, disperso y confundido, siempre a la espera de que la
próxima compra, la próxima experiencia, las próximas vacaciones, la
meta, el próximo logro, la próxima promoción o el próximo romance
llenen nuestro vacío. Si ahondamos un poco más, estar perdido es
estar a la deriva, sin lazos ni relación con el único ancla segura y
firme para el alma (He. 6:18-19). Es estar ajeno y apartado de la
única persona que puede dar descanso a tu alma. Es ser
susceptible a perderte para siempre.
La máxima declaración de propósito de Jesús —que vino a buscar
y a salvar lo que se había perdido— se encuentra al final de un
fragmento de cuatro capítulos que hablan sobre lo que está perdido.
La sección comienza con tres parábolas sobre cosas perdidas: una
moneda perdida, una oveja perdida y un hijo perdido (o, en realidad,
dos hijos perdidos). A partir de ahí, Lucas nos presenta una serie de
personas perdidas: fariseos que están perdidos en su amor al dinero
y logros humanos (16:14); un hombre rico que se encuentra perdido
en el tormento del Hades (16:23); leprosos perdidos en la alienación
social y la enfermedad (17:11-13); personas perdidas en las
preocupaciones cotidianas como beber y comer, comprar y vender,
plantar y construir, sin darse cuenta del juicio venidero (17:27);
fariseos perdidos en una religiosidad hueca (18:9-12); un
recaudador de impuestos perdido en su sentido de la vergüenza
(18:13); un joven rico perdido en su amor por el dinero (18:18-23); y
un ciego perdido en la oscuridad y la pobreza (18:35). La serie
culmina con la historia de la persona en la cual ahora nos
centraremos. Zaqueo, el principal recaudador de impuestos, vivía en
Jericó, pero estaba perdido en la codicia y la corrupción, perdido en
la soledad y la falta de sentido.
El escenario
La historia de este hombre perdido comienza cuando Jesús llega al
pueblo o, más exactamente, pasa por el pueblo.
Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad
(Lc. 19:1).
Jericó, denominada la “Ciudad de las palmas”,[13] se consideraba
un pequeño paraíso lleno de agradables fragancias de flores de
cipreses, jardines de rosas y plantaciones de bálsamo. Además,
estaba estratégicamente ubicada en la ruta de la caravana que iba
de Damasco a Arabia, por lo que era una ciudad de comercio activo.
El horizonte de la ciudad estaba dominado por cuatro fortalezas, que
la convertían en un centro de actividad militar. Solo piensa en todos
los bienes y servicios, negocios inmobiliarios y militares y, mucho
más, en todos los bienes de consumo que entraban y salían de
Jericó. ¡Imagínate cuánto dinero podía ganar una persona si le
daban un porcentaje de todo ese negocio!
Esta era la época del año cuando procesiones de personas se
dirigían desde las áreas circundantes para estar en Jerusalén para
la Pascua, y muchos de estos grupos o procesiones pasaban por
Jericó camino a la fiesta. En este día en particular, parece que se
corrió la voz acerca de un grupo de personas que pasaban por
Jericó camino a Jerusalén, que incluía a Jesús de Nazaret, el que
había realizado milagros de sanidad en toda Galilea y enseñaba con
autoridad. Entonces la gente escuchó que había hecho uno de sus
milagros de sanidad mientras iba de camino a la ciudad: había dado
vista al hombre ciego que siempre se sentaba junto al camino para
mendigar. Las personas salieron de sus hogares para echar un
vistazo a Jesús. Abarrotaron las calles para verlo. Quizás contaría
una de sus parábolas. Tal vez iría a la casa de alguien. Quizás
alguien más se sanaría.
El sinvergüenza
Alguien inesperado y sinceramente indeseable estaba a punto de
unirse a la multitud que esperaba ver a Jesús.
Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los
publicanos, y rico (Lc. 19:2).
Evidentemente, cuando sus padres le pusieron por nombre
Zaqueo, que significa “justo” o “puro”, imaginaron que crecería y
sería un hombre de integridad y pureza. En cambio, llegó a ser un
hombre cuya vida giraba en torno a la constante corrupción. ¿Cómo
lo sabemos? Era recaudador de impuestos y rico. La recaudación de
impuestos en Israel era sinónimo de corrupción.
Uno tenía que ser rico para convertirse en un recaudador de
impuestos para Roma. Los ciudadanos judíos ricos compraban en
subastas públicas los derechos de Roma para recaudar los
impuestos a la tierra e impuestos a exportaciones e importaciones
en ciertas ciudades o regiones. Hacían una oferta por los impuestos
que estimaban que podrían recaudar y, si ganaban la licitación,
entonces podían establecer las tasas y regulaciones de impuestos
en esa región. Eran libres de cobrar todo lo que quisieran al margen
de lo que habían prometido enviar a Roma, y los contribuyentes no
tenían ningún recurso ni alivio.
El pueblo judío ya estaba resentido con Roma y la pesada carga
fiscal que Roma les imponía. Así que detestaban a los judíos que
colaboraban con Roma para aprovecharse de ellos. Por lo tanto, no
se permitía recaudadores de impuestos en el templo o las
sinagogas. Ni siquiera se les permitía testificar en la corte, ya que se
los consideraba completos estafadores y corruptos.
Zaqueo no era solo un recaudador de impuestos; era el principal
recaudador de impuestos. Tenía una gran cantidad de recaudadores
de impuestos de menos categoría que trabajaban para él, y obtenía
ganancias de cada uno. Podríamos llamarlo “el rey del cartel de
impuestos de Jericó”.[14]
Zaqueo podría haber sido rico, pero todo el dinero del mundo no
podía comprar lo que Zaqueo necesitaba en lo más profundo de su
alma. Estaba perdido en la avaricia, el materialismo y el mal uso del
poder. ¿Quién sabe cuánto tiempo había pasado desde que había
estado en la sinagoga y había escuchado las palabras de la Ley y
los Profetas, las palabras que dan vida, dirección y significado?
El buscador
Tal vez fue el vacío o la soledad lo que llevó a Zaqueo a correr el
riesgo de mezclarse con multitudes de personas que lo odiaban. O
tal vez fue simple curiosidad. Lucas escribe que “procuraba ver
quién era Jesús” (Lc. 19:3).
Quizás Zaqueo había escuchado sobre lo que sucedió en el
desierto donde Juan el Bautista predicaba a multitudes y ofrecía un
bautismo de arrepentimiento. Lucas registra: “Vinieron también unos
publicanos para ser bautizados”. No eran bienvenidos en la
sinagoga, pero fueron bienvenidos a las aguas del bautismo. Los
recaudadores de impuestos recién bautizados preguntaron a Juan:
“Maestro, ¿qué haremos? Él les dijo: No exijáis más de lo que os
está ordenado” (Lc. 3:12-13). Juan estaba explicando cómo debían
demostrar su arrepentimiento, sin abandonar el negocio de la-
recaudación de impuestos, sino con una conducción justa y honesta
de ese negocio.
Me pregunto si algunos de esos recaudadores de impuestos que
Juan bautizó trabajaban para Zaqueo o en ciudades vecinas.
¿Volvieron a casa y comenzaron a hacer negocios de manera
diferente? Y aunque sus cuentas bancarias podrían haber sido más
pequeñas, ¿se había dado cuenta Zaqueo de que ahora eran más
felices? ¿Se había preguntado si Jesús podía ofrecerle esa misma
felicidad?
Tal vez Zaqueo sabía o había oído hablar del recaudador de
impuestos llamado Leví que estaba sentado en su taquilla de
impuestos un día cuando Jesús le dijo: “Sígueme”, y Leví dejó todo
para seguir a Jesús. Quizás Zaqueo tenía curiosidad por lo que Leví
había visto en Jesús: algo tan atractivo, alguien tan convincente que
valía la pena dejar un negocio lucrativo solo para estar con Él.
Quizás Zaqueo había escuchado algunas de las historias que
Jesús contó mientras viajaba de Galilea a Jericó, particularmente la
del fariseo y el recaudador de impuestos. Los fariseos siempre eran
los héroes de las historias en los días de Zaqueo, y los
recaudadores de impuestos siempre eran objeto de bromas, pero no
en la historia que Jesús había contado. En su historia, se demostró
que el fariseo moralista era un extraño para Dios, mientras que el
recaudador de impuestos consciente de sí mismo era bienvenido.
Me pregunto si Zaqueo escuchó esa historia y si podría haber
plantado un destello de esperanza de poder encontrar paz con Dios
en lugar de despertarse todos los días e irse a la cama todas las
noches con una conciencia intranquila y sin poder limpiarla.
Quizás había escuchado que a los fariseos les gustaba llamar a
Jesús “amigo de publicanos y de pecadores” (Mt. 11:19; Lc. 7:34). Y
tal vez se preguntó si Jesús también sería su amigo.
Los siguientes dos versículos captan gran parte de lo que
recordamos cuando pensamos en Zaqueo: que era un hombre bajito
que se subió a un árbol de sicómoro para poder ver al Señor.
Procuraba ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la
multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante,
subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por
allí (Lc. 19:3-4).
Imagina a un jefe delincuente rico y poderoso que hayas visto en
las noticias. No corre a ninguna parte; más bien, se pavonea. ¿Te
imaginas a uno de esos tipos que pierdan su dignidad para subirse a
un árbol? No solo eso, ¿sino subirse a un árbol para ver a un pobre
carpintero de Nazaret? Parece algo que haría un niño, no un
hombre rico y poderoso. En el capítulo anterior, leemos que Jesús
dijo: “De cierto os digo, que el que no recibe el reino de Dios como
un niño, no entrará en él” (Lc. 18:17). Zaqueo parecía estar
posicionándose para entrar en el reino de Dios.
¿Por qué tuvo que subirse a un árbol? Sabemos que era bajo de
estatura y había una multitud, pero generalmente una persona baja
puede llegar al frente de la multitud. Es probable que nadie de esa
multitud tuviera interés en abrir paso a Zaqueo. Era un estafador y
un traidor. Siempre se salía con la suya y se quedaba con algo para
sí mismo. Su ropa fina no los impresionaba, porque sabían que la
había comprado con lo que él les había quitado. Lo odiaban. Así que
los evitó, evadió su tangible desprecio, y se posicionó para ver a
Jesús.
Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y
le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario
que pose yo en tu casa (Lc. 19:5).
Mientras Jesús caminaba, las multitudes se apretujaban a su
alrededor a la altura de los ojos y le aclamaban. Sin embargo, Jesús
se detuvo y alzó la vista. Miró más allá de la multitud, más allá de la
indignidad de un hombre subido a un árbol, más allá de la
reputación pecaminosa de Zaqueo y a sus ojos, incluso a su
corazón.
Zaqueo había ido a ver quién era Jesús. Lo que no sabía era que
Jesús había ido a Jericó a buscarlo. El buscador principal de esta
historia en realidad no era Zaqueo, sino Jesús. Jesús era el buen
pastor, y, cuando apartó la mirada de la multitud que lo rodeaba,
estaba dejando a las noventa y nueve para ir tras esta oveja perdida
llamada Zaqueo.
Jesús había visto a Zaqueo y lo buscaba. ¿Y no es eso lo que
todos anhelamos?
Zaqueo escuchó a Jesús que lo llamaba por su nombre. “¡Sabe mi
nombre!”. En ese momento, algo comenzó a suceder en su corazón.
Nunca había oído hablar de la doctrina del llamado eficaz. Solo
sabía que Jesús lo había llamado y le había dicho que se diera prisa
y bajara, y ahora no había nada que quisiera más que darse prisa y
hacer que Jesús entrara a su casa y a su vida.
Tener una comida y pasar la noche en la casa de alguien ese día
significaba más que solo una comida. Indicaba aceptación y
relación. Jesús quería estar relacionado con Zaqueo para salvación.
La salvación
Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso (Lc. 19:6).
Una vez más, había algo infantil en la respuesta de Zaqueo a Jesús.
Este hombre rico y poderoso bajó del árbol y se apresuró a preparar
las cosas para su invitado.
Y no solo tenía prisa. Estaba feliz. Jesús lo había visto y lo había
llamado. Jesús estaba entrando a su hogar y a su vida, y Zaqueo
estaba feliz. Estaba comenzando a entender qué debió haber
motivado a Leví a dejar el negocio de recaudación de impuestos
para estar con Jesús.
Zaqueo no era ingenuo acerca de lo que significaría para él recibir
a Jesús, lo que le costaría. Y aun así estaba feliz. De manera que su
respuesta fue contraria a la del joven rico del capítulo anterior en el
Evangelio de Lucas. La interacción de Jesús con el joven rico
terminó cuando el hombre rico se fue triste (Lc. 18:24). No así
Zaqueo. Estaba llevando a Jesús a casa, y estaba feliz por lo que
eso significaría para su corazón y su vida. Estaba siendo libre de la
avaricia que pensó que le daría felicidad, pero que no lo había
logrado.
Mientras Zaqueo estaba feliz de que Jesús fuera a casa con él,
nadie más en la ciudad estaba feliz por ello.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a
posar con un hombre pecador (Lc. 19:7).
¿De todas las personas con las que Jesús pudo haberse quedado
en la ciudad, Jesús fue directo a la casa de Zaqueo? ¿No sabía
Jesús cuán estafador y corrupto era Zaqueo, cuán sinvergüenza
era? Lo interesante de esta historia es que unos minutos antes,
cuando Jesús sanó al mendigo ciego de camino a la ciudad, “todo el
pueblo, cuando vio aquello, dio alabanza a Dios” (Lc. 18:43). Les
parecía bien si Jesús se limitaba a buscar y salvar al tipo de
personas perdidas que ellos aprobaban, pero no aceptaban que se
mezclara con perdidos como Zaqueo. Estaban de acuerdo en que
Jesús salvara a alguien que estimaban, pero no que salvara a
alguien que despreciaban, alguien que los había lastimado y robado.
Lucas no consideró apropiado registrar la conversación de Jesús
durante la cena con Zaqueo. Acabamos de escuchar los anuncios
aparentemente públicos que ambos hicieron, tal vez durante o
después de la cena.
Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor,
la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he
defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado (Lc. 19:8).
Esta es la primera vez que Zaqueo habló en este relato, y sus tres
primeras palabras fueron reveladoras: “He aquí, Señor”. En cierto
sentido, estaba diciendo: “Mírame bien, Señor. Quiero que veas que
tenerte en mi vida no es algo insignificante para mí. Me está
transformando. Está cambiando toda mi vida. El ídolo del dinero ya
no tiene control sobre mi alma y, por lo tanto, descubro que ya no
estoy aferrado a mi billetera. El amor que muestras por mí me hace
querer mostrar ese mismo amor a mis semejantes”.
Antes quería ver quién era Jesús, y ahora estaba claro que había
visto quién era Jesús. Jesús es el Señor, y Zaqueo quería que él
fuera el Señor de su casa, el Señor de su dinero, el Señor de sus
prácticas comerciales y el Señor de todo. Jesús no era solo una
figura religiosa interesante para él. No era solo un amigo de los
recaudadores de impuestos y pecadores, era el Señor de este
recaudador de impuestos, amigo de este pecador y Salvador de
este pecador.
En primer lugar, Zaqueo dijo que iba a donar la mitad de sus
bienes a los pobres. No hay evidencia de que Jesús le dijera que
hiciera eso. El corazón de Zaqueo cambió, y él mismo quería
hacerlo. Su motivación era el amor, desprovisto de la antigua
codicia. Probablemente, iba a tener que vender esa casa grande en
la que estaban cenando. Tal vez no podría permitirse el lujo de
seguir viviendo el mismo estilo de vida que había estado llevando,
pero estaba totalmente decidido ¡Y había más! Iba a repasar los
libros y hacer una lista de todas las personas que había defraudado
a lo largo de los años. Y no solo iba a devolverles lo que no debería
haberles quitado. Les iba a dar cuatro veces la cantidad que no
debería haberles quitado.
¿De dónde surgió Zaqueo con esta idea de restituir cuatro veces a
quienes había defraudado? Obedecer el mandato de Dios de
acuerdo con la Ley de Moisés con respecto a la restitución
significaba que debía devolver el doble de lo que tomó (Éx. 22). Sin
embargo, Zaqueo no estaba solo tratando de obedecer la letra de la
ley. La gracia estaba obrando en su corazón, y él quería hacer más.
Les daría a los que había estafado cuatro veces lo que les había
quitado.
No estaba tratando de ganarse el cielo. No estaba tratando de
anotarse puntos religiosos. Estaba tomando decisiones sobre su
vida por el deseo de seguir los caminos de Jesús. Su restitución no
fue el resultado de la ley que cayó sobre él, sino la obra de la gracia
en él. Sinclair Ferguson dijo: “Cuando le entregas tu corazón al
Señor Jesús, es increíble lo que se te cae de las manos, porque se
te ha caído del corazón”.[15]
Zaqueo no solo decía: “Lo siento si te lastimé”. Él decía: “Sé que
te lastimé, y estoy asumiendo la responsabilidad de enmendar el
daño”. Estaba viviendo un arrepentimiento genuino. El
arrepentimiento genuino a menudo requiere de un cambio radical.
[12]. John Newton, “Amazing Grace”, 1772; “Sublime gracia”, trad. Cristobal E. Morales.
[13]. Wayne Stiles, “Sites and Insights: Jericho, City of Palms”, The Jerusalem
Post, 18 de octubre de 2012, https://www.jpost.com/Travel/Around-Israel /Sites-and-
Insights-Jericho-city-of-palms/.
[14]. R. Kent Hughes, Luke: That You May Know the Truth, Preaching the Word
(Wheaton, IL: Crossway, 2015), 656.
[15]. Sinclair Ferguson, “A Tale of Two Seekers” (sermón, First Presbyterian Church,
Columbia, SC, 24 de octubre de 2010).
[16]. James G. Small, “I’ve Found a Friend, O Such a Friend”, 1866; “Hallé un buen
amigo”, trad. Enrique S. Turrall.
6
EL SACERDOTE
Caifás
[18]. Charitie Lees Bancroft, “Before the Throne of God Above”, 1863; “Ante el trono
celestial”, trad. Bell y Mavar.
8
LOS DELINCUENTES
Los dos ladrones en la cruz
EL DISCÍPULO
Esteban
[25]. Charles Wesley, “O for a Thousand Tongues”, 1739; “Mil voces para celebrar”, trad.
Federico J. Pagura.
10
EL PEOR
Saulo (Pablo)
Título del original: Saints and Scoundrels in the Story of Jesus, © 2020 por Nancy Guthrie,
y publicado por Crossway, un ministerio editorial de Good News Publishers, Wheaton,
Illinois 60187, U.S.A. Traducido con permiso. Todos los derechos reservados.
Edición en castellano: Santos y sinvergüenzas en la historia de Jesús, © 2021 por Editorial
Portavoz, filial de Kregel Inc., Grand Rapids, Michigan 49505. Todos los derechos
reservados. Publicado por acuerdo con Crossway.
Traducción: Rosa Pugliese
Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida, almacenada en un sistema de
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El texto bíblico indicado con “rva-2015” ha sido tomado de la Reina Valera Actualizada ©
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El texto bíblico indicado con “NTV” ha sido tomado de la Santa Biblia, Nueva Traducción
Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Usado con permiso de Tyndale House
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Todos los derechos reservados.
El texto bíblico indicado con “PDT” ha sido tomado de la versión Palabra de Dios para
Todos © 2005, 2008, 2012, Centro Mundial de Traducción de La Biblia © 2005, 2008, 2012,
World Bible Translation Center.
Las cursivas en el texto bíblico son énfasis de la autora.
Realización ePub: produccioneditorial.com
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ISBN 978-0-8254-5959-7 (rústica)
ISBN 978-0-8254-6892-6 (Kindle)
ISBN 978-0-8254-7739-3 (epub)
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