Reina de Los Mártires
Reina de Los Mártires
Reina de Los Mártires
Cuando la adversidad se abate sobre una familia, hay un corazón que tiene el privilegio de
sufrir más que los demás y de recibir en sí el dolor de todos: es el corazón de la madre.
Así en la inmensa familia humana, María tuvo este privilegio de sentir en su corazón los
dolores de todos sus hijos, los padecimientos de todos los mártires y los tormentos del Rey
de los Mártires. Por este privilegio, Ella ha obtenido el amor de los hombres. Por eso la
Iglesia la invoca con el título de Reina de los Mártires.
El Profeta Jeremías había predicho que los dolores de esta Virgen serían los más atroces
después de los de Jesucristo, los más crueles soportados por una sencilla criatura con el
auxilio de la gracia Divina. Sus dolores han sido comparados con el mar: "inmenso como el
mar es tu dolor", no que el mar sea la justa medida de este dolor, sino porque, así como las
aguas del mar superan sin comparación todas las que están esparcidas sobre la tierra, así
los dolores de María son incomparablemente mayores que los de las demás criaturas.
No se crea que los dolores de María duraron solamente aquellas tres horas que al pie de la
Cruz estuvo presente en el agonía y muerte de su Hijo, o el día que duró su santa Pasión;
sus dolores fueron continuos durante treinta años. Desde el momento en que fue Madre,
destinada a padecer con su Hijo su Pasión y su Muerte vino a ser al mismo tiempo madre
de dolor. Dotada, como estaba, de espíritu profético y con el conocimiento que tenía de las
Sagradas Escrituras, conoció la amargura de la cruel pasión y muerte de Jesús, por eso
empezó a experimentar aquella serie de angustias y dolores indecibles que tendrían fin
hasta la Resurrección de Cristo.
Con la profecía de Simeón: "una espada traspasará tu alma", María sintió desde ese día la
herida que se clavó profundamente en su corazón, hasta rasgar la última de sus fibras.
El Niño crecía bajo la mirada de la Madre y Ella pensaba en las humillaciones y en las
heridas de aquel rostro Divino que soportaría el beso de Judas, la bofetada del criado y los
salivazos de los judíos; cuando su mano delicada acariciaba la cabeza, las manos o los
pies del Niño, la visión de la corona de espinas y de los clavos le producía una gran
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angustia.
Aquella carne inmaculada que María vestía con tanto cariño y respeto, sería desgarrada
por los azotes y cubierta con la púrpura de la sangre.
Ella sintió especialmente los siete dolores que la Iglesia recuerda el 15 de Septiembre:
7. La sepultura de Jesús.
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a) Los dolores del pecado.
Ninguna criatura puede tener tal conocimiento y dolor del pecado que alcance a igualar su
gravedad; para concebir un dolor adecuado, sería preciso conocer perfectamente el Bien
infinito del cual nos priva, comprender la esencia de Dios, los atributos divinos, el daño
infinito que es perderlo eternamente. Sólo Dios, que se iguala y comprende a sí mismo,
conoce todo esto.
Sólo Jesucristo, porque es Dios, conoce a su Padre celestial, su esencia, sus perfecciones,
su amor Infinito y Eterno y el mal que ocasiona separarse de El; sólo Jesús tuvo un
adecuado e infinito dolor de la culpa mortal, como sólo El pudo expiada adecuadamente.
Después de Jesucristo, fue María la que experimentó el más perfecto y más intenso dolor
por el pecado, porque Ella mucho más que cualquier mente humana y angélica, estuvo
dotada del más elevado y sublime conocimiento de Dios, de su Infinito amor y de la
gravedad del pecado que separa de Dios.
Esta es la primera fuente de los Dolores de María Santísima: LOS DOLORES POR EL
PECADO.
b) Dolores de la naturaleza.
Para conocerlos de algún modo, consideremos que María es mujer y es madre, madre de
un Amantísimo Hijo, a quien no puede socorrer.
Ella no fue una mujer sino la MUJER por excelencia, perfecta, preservada de las heridas y
de las sombras del pecado, en Ella todo era sublime, aun el amor maternal que el Espíritu
Santo infundió en su corazón, en el instante de la Encarnación del Verbo. El amor de María
superó al amor maternal de naturaleza.
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que dimana de la naturaleza era ofrecido por Ella al Mártir Divino, porque María lo amaba
con el tierno amor de madre y a la vez con el fuerte amor de padre.
No se piense que el martirio de María no era tan intenso por su fortaleza sobrehumana: no
olvidemos que la fortaleza del alma, hace que se soporten los dolores, pero no quita que se
sientan.
Ella contempla el cuerpo lacerado y las manos y los pies atravesados por los clavos y la
cabeza en la que se hunden las espinas y no le está permitido aliviar ni su cuerpo ni su
cabeza: oye las blasfemias del ladrón y los insultos de los que le crucifican, los gritos de los
enemigos y no puede repararlos con una palabra de respeto, de consuelo, de amor: resuena
en el corazón de la Madre el grito de Jesús "tengo sed" y no puede aliviarle con un sorbo
de agua y ve como le dan a beber hiel y vinagre. Exhala el Hijo el último suspiro y no le está
permitido a la Madre endulzar la amarga agonía y recoger el último aliento. Se lamenta
Jesús de ser abandonado por su Padre y la Madre debe también dejarlo como abandonado
y sin auxilio.
Desolada y privada de todo consuelo debía ser la muerte de Jesús y desolada y privada de
todo consuelo debía ser también la pasión de María Santísima.
c) Dolores de la gracia.
Los dolores de la gracia y los dolores divinos, que nuestro pobre entendimiento no puede
penetrar, fueron para Ella los más duros y crueles.
El dolor deriva del amor, un amor humano, un amor de naturaleza, produce un dolor
humano; un dolor natural, un amor de gracia, un amor divino causa un dolor del mismo
linaje, un dolor de gracia y divino; cuanto más fuerte es el amor, tanto más fuerte será el
dolor.
La naturaleza nos hace hombres, la gracia y el amor divino nos hacen santos. Si la Virgen
María, modelo perfecto de mujer y de madre experimentó los más fuertes y agudos dolores
de la naturaleza, Ella, a su vez, modelo de perfección sobrenatural y de santidad, debió
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experimentar los más agudos y fuertes dolores de la gracia y los sufrimientos divinos.
Para penetrar esta verdad pensemos: ¿cuál es el efecto de la gracia sobre nosotros? Una
elevación del alma sobre la naturaleza; una unión, una amistad con Dios, una cierta
comunicación que Dios nos otorga, por la cual somos hechos partícipes de la naturaleza
divina. Esta es precisamente la esencia de la santidad.
Esta relación sobrenatural fue perfectísima entre Jesucristo y su Santísima Madre, no solo
por vía natural, sino más aún por razón de gracia. Ella fue más feliz por haber llevado a
Dios en su corazón que en su seno, como respondió Jesús a la mujer que ensalzaba la
maternidad natural de la Virgen: "más bien son bienaventurados aquellos que oyen la
palabra de Dios y la guardan".
Cristo fue Rey de los Mártires y María fue Reina de los Mártires porque experimentó todas
las penas del amado Jesús.
d) Dolores divinos.
• Es artículo de nuestra fe que el Padre Eterno es el Padre de Jesús; que Jesús Dios y
Hombre es el Hijo de Dios Padre: que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo y que
es el Amor Increado ... el amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre.
• Qué en la Cruz murió este Dios Hombre, este Hijo del Padre Eterno y de María Virgen,
para redimirnos. Esto constituye un tercer artículo de fe.
En la muerte de un hijo debe sentir, y siente extremo dolor, no solo la madre, sino también
el padre, es esto ley inexorable de nuestra naturaleza humana.
Pero Dios Padre no puede sufrir, porque la naturaleza Divina es inmutable y Dios no puede
ni por un momento perder su felicidad ... es decir no puede sufrir.
La Madre de Cristo debía experimentar, en la muerte del Hijo, todo el dolor, aun aquel que
en los casos ordinarios habría experimentado el Padre; la totalidad de esta divina aflicción,
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íntegra e indivisa. recayó sobre el corazón afligido de María. Tan inmenso dolor soportó la
Madre que la omnipotencia de Dios la tuvo que sostener para que no muriera con Jesús en
el Calvario.
¡Oh Reina de los mártires, que con constancia tan heroica y divina soportaste aquellos
prolongados y atroces dolores que en la muerte de tu Hijo, la naturaleza y la gracia, los
pecadores y Dios acumularon sobre tu amoroso corazón de Madre, alcánzanos fortaleza
para aceptar la voluntad divina y bendecir al Señor que con misericordia nos visita en el
dolor, y que con él nos purifica y quiere hacernos dignos del gozo eterno.
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La Virgen, Reina de los Mártires
San Alfonso María de Ligorio insiste en que para llegar al Cielo es necesario ser
mártir y nadie puede llegar al Cielo sin serlo. O bien mártir de sangre o bien mártir
de paciencia.
El santo hace hincapié en que María fue Reina de las mártires porque su martirio
fue más cruel y más prolongado que el de todos ellos. San Alfonso recuerda que
para que el martirio sea considerado como tal, basta que se sufra un dolor capaz de
quitar la vida, aunque no se siga realmente la muerte.
Aunque el cuerpo de María no fue herido por mano del verdugo, su corazón bendito
fue traspasado de dolor de la Pasión de su Hijo, dolor que era suficiente para darle
no una, sino mil muertes. Recuerda el santo doctor que los demás mártires
padecieron sacrificando la vida propia, pero la Virgen sufrió sacrificando la vida de
su Hijo, al cuál amaba mucho más que la suya propia.
María sufrió mucho en la Pasión de Cristo y sufrió sin alivio. Hay que recordar que
algunos santos mártires de la Iglesia sufrieron crueles martirios como San Vicente,
San Bonifacio o San Lorenzo entre otros muchos. Pero el Señor les otorgaba
gracias singulares para que no sintieran el dolor físico en toda su magnitud. Pero
María sufrió sin ningún tipo de consuelo.
Nos enseñan los teólogos que María, al estar llena de gracia y tener un amor puro
a Dios, ganaba más méritos recogiendo un alfiler del suelo por amor a Dios que San
Lorenzo quemándose en la parrilla.
Debemos recordar siempre que María sufrió durante la Pasión de Cristo mucho más
que una madre normal en las mismas circunstancias, que ya hubiera sido
espantoso. Dado que María era esposa del Espíritu Santo, amaba a Jesús con un
amor casi infinito, incomparablemente superior al que las madres humanas juntas
sienten hacia sus hijos.
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María, reina de los mártires
Prof. Jean Galot, Roma
El valor del martirio ha sido subrayado en particular por Jesús al dirigirse a Pedro:
"En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde
querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te
llevará adonde tú no quieras". Y el evangelista agrega: "Con esto indicaba la clase
de muerte con que iba a glorificar a Dios" (Jn 21,18-19).
El anuncio hecho a Pedro nos hace comprender la importancia del martirio como
don supremo que asocia al apóstol al destino de su Maestro. Jesús le había dicho
a su discípulo: "Apacienta mis ovejas". Para cumplir adecuadamente su misión
como pastor, Pedro estaba llamado a compartir el sacrificio de su propia vida: "El
buen pastor da su vida por las ovejas" (Jn 10,11).
La predicción del martirio fue especialmente más dura para Pedro porque, en el
primer anuncio de la Pasión, había reaccionado con violencia; se había rebelado y
había pedido que el acontecimiento doloroso fuera borrado del programa, pero
Jesús le había reprochado: "Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los
hombres" (Mc 8,32). Luego, entendió que la prueba era necesaria para el
cumplimiento de la misión. El anuncio del martirio futuro confirma esta verdad.
Podemos observar que las circunstancias del anuncio suscitaron una reflexión en la
mente de Pedro, con la comparación entre su suerte y la del discípulo predilecto:
cuando Pedro había preguntado por Juan: "Señor, y éste, ¿qué?" (Jn 21,21), había
recibido una respuesta que mostraba un destino muy distinto del martirio: "Si quiero
que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa?".
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Por voluntad de Cristo, el apóstol Juan no moriría de muerte violenta, sino que
esperaría la llegada de aquel que lo había llamado y que, en el momento que él
escogiera, pondría fin a su vida en la tierra.
El destino dispuesto para Juan nos demuestra que no todos los apóstoles han
acabado sus vidas con el martirio. Nos ayuda a comprender mejor que no era
necesario que María diese el testimonio supremo del martirio para estar plenamente
unida a su Hijo en el cumplimiento de su misión redentora.
Desde este punto de vista, María es reina de los mártires, porque en ella el martirio
ha encontrado una expresión nueva, el compromiso en un dolor que toca el fondo
del alma en unión con el dolor de Cristo crucificado. Ese dolor es ofrecido
perfectamente, con una generosidad sin reservas.
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Según un ángel reveló a Santa Brígida María prefirió sufrir todo tipos de tormentos
antes que ver las almas de los hombres sin redimir. Su único consuelo en medio del
gran dolor era pensar en el mundo redimido con su muerte y reconciliados los
hombres con Dios en el futuro, gracias a la Pasión de Cristo. No nos olvidemos,
pues, nunca de meditar los terribles dolores de María.
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