Sobre Guerra Santa Von Rad
Sobre Guerra Santa Von Rad
Sobre Guerra Santa Von Rad
Gerhard von Rad, Holy War in Ancient Israel. Translated and edited by Marva J. Dawn.
Introduction by Ben C. Ollenburger. Bibliography by Judith E. Sanderson. Grand
Rapids: Eerdmans, 1991. Original alemán: Der Heilige Krieg im alten Israel, 19583.
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Resumen & traducción hechos por Fredi Arreola para su clase “Doctrinas Bíblicas
del Antiguo Testamento”, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, septiembre 14-16, 2002.
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oráculo divino directo, que puede ser uno de los factores más importantes del fenómeno
total de la guerra santa. Sobre este oráculo se basaba la seguridad absolutamente
inquebrantable de victoria, que era la característica que define a toda guerra santa.
Ahora la milicia marchaba hacia el enemigo. Yahvé se movía al frente de ellos (Jue.
4:14; Dt. 20:4; similarmente 2 S. 5:24). De acuerdo a Jos. 3:11 el arca de Yahvé precedía a
Israel.
Antes de la batalla, las tropas se alistan “delante de Yahvé” (Nm. 32:20ss., 27, 29, 32;
Jos. 4:13). Pero la preparación y el ejército y especialmente el número de guerreros no es
de decisiva significancia (Jue. 7:2ss.; 1 S. 14:6; 17:45, 47). Uno se avergonzaría de contar el
ejército, porque lo que es un milagro no debe racionalizarse (2 S. 24:1ss.; cf. Ex. 30:12 [P]).
Estas guerras eran las guerras de Yahvé (1 S. 18:17; 25:28; cf. Nm. 21:14). Los
enemigos son los enemigos de Yahvé (Jue. 5:31; 1 S. 30:26). El que actúa es Yahvé solo (Ex.
14:4, 14, 18; Dt. 1:30; Jos. 10:14, 42; 11:6; 23:10; Jue. 20:35; 1 S. 14:23). Esta actividad de
Yahvé es lo que determina —en un aspecto sicológico, sobre todo— el comportamiento de
Israel así como la de los enemigos. Israel no debe temer sino creer (Ex. 14:13-14; Dt. 20:3;
Jos. 8:1; 10:8, 25; 11:6; Jue. 7:3; 1 S. 23:16-17; 30:6; 2 S. 10:12).
Se podría objetar que esta lista contiene esencialmente sólo material deuteronómico
y por tanto muestra sólo cómo las tradiciones más antiguas han sido trabajadas de nuevo
por un estilo literario relativamente tardío. Sin embargo, no puede haber duda que una
palabra de ánimo y un llamado a la fe en Yahvé tiene que haber sido una función importante
en las guerras santas antiguas igualmente. Los guerreros tenían que ser aceptables a Yahvé
en cada aspecto y tenían que ser portadores de la intención de Yahvé aún con respecto a su
disposición interna. Así pues, por ejemplo, la remoción de los débiles y temerosos (Jue.
7:3ss.), a causa que constituían un peligro para la empresa, nos sorprende como muy
antigua. Tenemos que hablar más del hecho que este tema completo fue más tarde
sublimado y teologizado de una manera reflectiva.
El otro impacto del hecho que Yahvé actúa solo concierne al enemigo: El enemigo
perdía su valentía (Ex. 15:14-16; 23:27-28; Dt. 2:25; 11:25; Jos. 2:9, 24; 5:1; 10:2; 11:20;
24:12 [vea Ex. 23:27-28 arriba]; 1 S. 4:7-8). En este punto tenemos que referirnos
igualmente a las derrotas experimentadas en las guerras santas; se tienen que nombrar los
fracasos de Israel (Lv. 26:36; Jos. 7:5; 1 S. 17:11; 28:5).
La batalla misma iniciaba con un grito de guerra. Un tal grito de guerra se preserva
para nosotros en Jue. 7:20 (cf. Jos. 6:5; 1 S. 17:20, 52; cf. también Ex. 17:16). Más tarde
encontramos este elemento de nuevo (2 Cr. 20:21-22) en una forma extremadamente
espiritualizada.
Las circunstancias externas bajo la cual la batalla tomaba lugar eran naturalmente
diversas en extremo. Esto hace más sorprendente la uniformidad con la que los narradores
describen la intervención de Yahvé. Es un asunto del terror divino que viene sobre el
enemigo (Ex. 23:27; Dt. 7:23; Jos. 10:10, 11; 24:7; Jue. 4:15; 7:22; 1 S. 5:11; 7:10; 14:15, 20).
Este vistazo hace claro que la intervención de Yahvé en la forma de un terror divino
que confunde era un elemento indispensable de la tradición [nota 9: En un oráculo de
destrucción también Israel está bajo la amenaza de tal terror divino, Lv. 26:37]. Lo que
pasaba era que, por el pánico creado por Yahvé, el orden de batalla del enemigo y seguido
también el campamento entraba en tal confusión que en ocasiones los enemigos se
destruían unos a otros. Sin duda era la intención del narrador atribuir la causa de la victoria
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solo a Yahvé, pero de tal manera que no excluyera la actividad beligerante de Israel. Tomar
parte en tal batalla es ocasionalmente referida sin inhibiciones como “venir a ayudar a
Yahvé” (Jue. 5:23). En los tiempos más primitivos no había problemas intelectuales
involucrados en el concepto de tal sinergismo, aún cuando el acto que era decisivo era el de
Yahvé [cf. quizá Jos. 11:6, luego v. 8]. El levantamiento posterior de la reflexión teológica
fue reducir la cooperación de Israel y disminuir su importancia a aquella de alguna clase de
demostración (Jue. 7:16ss.).
El punto climático y la conclusión de la guerra santa se forma por el herem, la
consagración del botín a Yahvé. Como es el caso para la guerra santa completa, también éste
era un fenómeno cúltico; los seres humanos y los animales eran masacrados, el oro y la
plata y cosas semejantes van como kadosh al tesoro de Yahvé (Jos. 6:18-19). Sin embargo,
como todo el procedimiento completo de la batalla —aunque sagradamente prescrito—
también tenía algo muy fuertemente improvisado, así la implementación de este rito exhibe
considerables diferencias [nota 12: De la disimilitud entre la concepción y la ejecución
—especialmente con respecto a la extención del declive del herem —podemos fácilmente
hacernos un cuadro (Nm. 21:2; Dt. 2:34ss.; 3:6ss.; 7:1ss.; 7:26; 20:13ss.; Jos. 6:21; 8:26;
10:28; 11:11-12; 1 S. 15:3; 30:26; 2 S. 8:11; 1 R. 7:51; 15:15; 2 R. 12:18]. No es útil seguir estas
variaciones aquí; no levantan ningún problema, especialmente cuando uno considera el
hecho que aquí —es decir, en la descripción literaria— la teoría del narrador rápidamente
jueva un grado especial como el traer una exageración. Ya sea que históricamente hubo una
evolución en el sentido de una mitigación progresiva y humanización es a lo menos
cuestionable a la luz de la perspectiva radical del deuteronomista. El llevar a cabo el herem
se podía considerar como un status confessionis (1 S. 15) —esto es, que alguna otra manera
positble de comportarse también estuvo bajo cuestionamiento— sólo se puede entender
como una señal de desarrollo ya junto con ella o incluso produciendo una crisis, que
tendremos que describir todavía más plenamente. De igual manera, la concepción del
herem como un voto (Nm. 21:2) tiene que ser más reciente que aquel que lo entiende como
ejecutando un mandamiento de Yahvé (1 S. 15:3) porque una promesa ya presupone una
decisión sobre si llevarlo o renunciarlo. En el nivel puramente terminológico, los textos con
su uso estereotipado del concepto del herem no nos muestra nada particular.
El fin de la guerra santa era entonces la despedida de la milicia con el grito, “¡A tus
tiendas, oh Israel!” En discurso directo este grito ha sido preservado para nosotros sólo en
2 S. 20:1 y 1 R. 12:16 (cf. 1 R. 22:36). Pero más frecuente es el reporte estereotipado en
tiempo perfecto que cada uno se fue (o huyó) a su tienda, que precisamente significa la
despedida de la milicia y el fin de la empresa (1 S. 4:10; 2 S. 18:7; 19:8; 20:22; 2 R. 8:21;
14:12; cf. Jue. 20:8).
Así que, podemos en realidad considerar la guerra santa como una empresa
eminentemente cúltica —esto es, prescrita y sancionada por ritos y observaciones fijos,
tradicionales y sagrados. “El ejército acampado, la cuna de la nación, también era el lugar
santísimo más antiguo. Allí estaba Israel y allí estaba Yahvé” (Julius Wellhausen,
Israelitische und jüdische Geschichte, 3a. ed. [Berlin: Georg Reimer, 1897], 26).
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Capítulo 2: La Guerra Santa en la Historia del Antiguo Israel
Aún cuando el cuadro compuesto de los elementos de la tradición que hemos ofrecido se
ha sacado de fuentes de la más grande variedad, no se puede decir que hemos hecho una
colección arbitraria de material heterogéneo. Al contrario, uno ve aquí ya un bosquejo de
una celebración cúltica de considerable credibilidad histórica. Sin embargo, tenemos que
notar: difícilmente tal guerra santa alguna vez se llevó a cabo en tal totalidad ortodoxa y
esquemática. Si nos movemos a la esfera de la historia actual, esta rigidez rápidamente sería
eliminada. De hecho, ciertamente nunca una guerra santa se parece a otra. Al contrario,
cada una era de alguna manera única de la forma en que se llevaba a cabo, incluyendo
dentro de sí misma tal plenitud de sorpresas y maravillas que el observador ciertamente no
puede ser demasiado cuidadoso sobre cualquier homogeneización o generalización, a la cual
nosotros mismos estamos inclinados.
[I] Por tanto, de acuerdo al método propio, preguntamos primero la cuestión del Sitz im
Leben histórico actual que esta institución cúltica tiene que haber tenido
incuestionablemente en algún tiempo en el antiguo Israel. La respuesta que la literatura
relevante, sobre todo, sugiere con unanimidad abrumadora nos dirige al tiempo de la
inmigración y Conquista. Sin embargo, la idea que Israel se movió a través del desierto en
una gran masa y luego tomó la tierra de Palestina paso a paso ha sido eliminada por la
investigación reciente como siendo totalmente esquemática y teórica. El primer golpe fue
dado por la crítica literaria; llegó a ser aparente que esta idea generalizante se había
desarrollado a través de la habilidosa composición de muchas sagas individuales y que junto
con esta composición o en ella, otras tradiciones eran visibles, de acuerdo a las cuales las
tribus tomaron sus territorios particulares en la tierra arable uno a la vez e
independientemente. Por ejemplo, en Jue. 1 en el cuadro de las antiguas listas se expresa
una concepción que es mucho más antigua que la generalización dibujada en el libro de
Josué. Y en lo que a esto tiene que ver, contiene dentro de su componente narrativo
tradiciones que de hecho describen la conquista de la tierra de sólo una tribu, es decir,
Benjamín. Todo eso se ha reconocido desde hace mucho, así que nuestra pregunta sólo
puede ser esta: las tribus, operando individualmente, ¿tomaron sus territorios a través del
proceso de la forma sagrada de la guerra santa? En el caso de Benjamín, la concepción de
una conquista militar —para nombrar solo el mejor ejemplo conocido— ya había pasado a
través de revisión, como un resultado de los hallazgos arqueológicos con respecto a la
famosa toma de la ciudad de Ai (Jos. 7-8). Las excavaciones han demostrado con seguridad
que Ai fue abandonada ya en la Era de Bronce Temprana y volvió a ser habitada sólo al
principio de la era israelita. Así que, una conquista militar por Israel no pudo haber
sucedido allí. En el colapso aún más famoso de Jericó (Jos. 6) la situación no es muy
diferente.
Sin embargo, la historia más antigua de Jue. 1 (J) apoya el cuadro de una acción
militar (Jue. 1:1-3a). Pero incluso esta concepción no puede corresponder a la realidad
histórica actual. En varios estudios penetrantes Albrecht Alt nos enseñó a ver el progreso
de la Conquista de las tribuas de una manera que ciertamente es más cercana a la realidad
histórica. Primero, tenemos que considerar que la religión del establecimiento de las tribus
israelitas en gran parte era tierra montañosa no cultivable; más tarde en la historia de Israel
ellos necesitaron las planicies donde estaban las ciudades-estados cananitas. Esta
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consideración indica la probabilidad de un choque militar que no fue muy grande. También
el progreso de la Conquista ahora nos aparece en otra luz: los nómadas pastores que a
través de toda la historia habían estado infiltrándose a la tierra arable del desierto no
estaban preparados militarmente. En realidad, al principio, al cambiar los pastos ellos
emigraban a las estepas en verano y tiempo de agua, pero regresaban a sus lugares. Así que
el contacto que tuvieron fue menor y se hacían negociaciones amigables (cf. Gn. 26 & 34).
Pero al debilitarse la soberanía de Egipto, estos nómadas se aprovecharon de la situación
y se establecieron. Los encuentros militares fueron secundarios.
Esto no significa que no hubo guerras en el tiempo de la Conquista o antes. Pero si
nos liberamos de la poderosa sugerencia de Josué respecto a la realidad histórica, entonces
casi todo material tangible desaparece.
Podemos atribuir guerras santas al grupo de José, que vinieron del Mar de los Juncos
y trajo a Palestina la fe en Yahvé. Éxodo 17:8ss., parece ser una guerra muy primitiva. Aquí
tenemos que pensar de una alianza con el grupo de las tribus de Lea. Pero no sabemos
mucho de su adoración.
[II] Si tomásemos el libro de Jueces en su forma presente, nuestros hallazgos serían más
o menos al tiempo de la Conquista y la peregrinación en el desierto. Sin embargo, la
situación histórica tiene que juzgarse diferente.
Tomamos nuestro punto de partida la batalla de Débora. El canto de Jueces 5 es el
más antiguo. La historia en prosa (Jueces 4) coincide con el Canto, excepto en detalles. El
Canto es primario. El Canto menciona seis tribus involucradas; Jueces 4, sólo a Zabulón y
a Neftalí.
En cuanto a la historia de la tradición no debemos hacer que un texto dependa del
otro, ni tampoco que provienen de una fuente común. Mas bien debemos entender que fue
una tradición oral. En su totalidad, la prosa es más secular que el canto. Sin embargo, en
un espacio muy pequeño Jueces 4:14-16 dibuja casi en su totalidad los elementos
fundamentales de lo que casi es un pequeño prototipo de una guerra santa.
Casi con toda seguridad tenemos una guerra santa históricamente. Constitutivo al
evento es el comportamiento colectivo de las tribus, que en este tiempo vivían aisladas. Aún
cuando no sea perfecta, aquí en esta batalla se levantó “Israel”, y no meramente una o varias
tribuas. Israel se sintió obligada a seguir el liderato del líder carismático, y Yahvé dio la
victoria. El canto declara algo muy importante: en este evento las tribuas se experimentaron
como “Israel” —esto es, como una unidad dirigida y protegida por Yahvé. Más
acertadamente, inesperadamente experimentaron que su vínculo cúltico con Yahvé también
tenía consecuencias de grande alcance en el nivel político. Y en ese tiempo Israel principió
a ser un pueblo.
Añadimos otra breve descripción del evento que concluye la época de los jueces —es
decir, la guerra de Saúl contra los amonitas (1 S. 11). Las investigaciones que se han hecho
de esta amenaza indica que era más grande que lo encontrado en la Biblia. De nuevo, el
llamado a las armas es proclamado por un líder carismático. 1 S. 11:8 probablemente es un
anacronismo. El relato ha sido secularizado, excepto en el llamado de Saúl (vv. 6-7) y en la
palabra concluyente de Samuel sobre el acto salvífico de Yahvé.
La amenaza tiene que haberse sentido muy profunda porque un líder de Benjamín
tiene que levantarse. Pero con él, se levanta todo Israel. También 1 S. 14 completa el cuadro.
Elementos raros aparecen: temblor, terror divino en el campamento (1 S. 14:15). Explícitos
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son el cuestionamiento de Dios (v. 18), los votos de continencia (v. 24), el pánico numinoso
que hace al enemigo autodestruirse (v. 20), el sacrificio y la edificación de un altar (vv. 33-
35).
Con estos dos eventos tenemos el tiempo cuando Israel peleó guerras santas.
La historia de Eglón (Jueces 3:12-30) nos lleva a tiempos muy antiguos porque Moab
todavía se presupone como el vecino del lado opuesto de Jericó. Aod, miembro de la
delegación benjamita responsable de llevar el tributo al rey enemigo, mata a Eglón
(obviamente en Jericó) y luego suena la trompeta en Efraín.
Desde hace tiempo se ha reconocido que en la guerra de Gedeón contra los
madianitas (Jue. 7:1ss.) dos narrativas muy distintas han sido tejidas. De acuerdo a una
parte de la historia (Jue. 7:1-8:3), los líderes de los enemigos se llaman Oreb y Zeeb; de
acuerdo a la otra (8:4-21), Zeba y Zalmuna. Esta distinción es importante, porque sólo la
primera historia es una de aquellas guerras santas. La rapacidad de los madianitas es
enorme. Pero esta vez es un manasita que da la señal. La historia no es clara, ya que indica
que Manasés, Aser y Zabulón [y Neftalí] proveen servicio militar. Pero luego el ejército se
reduce a 300 hombres. Tal parece que sólo la familia de los abiezeritas participó, lo cual
haría difícil clasificar esta historia como guerra santa. La segunda parte indica que era un
asunto de venganza.
Si la historia de Gedeón ya nos alerta del problema de la concepción literaria de la
guerra santa, la historia de Jefté (Jue. 11) nos mete completamente al problema. Jefté era
un soldado profesional y un bandido. La manera cómo negocía con los ancianos indica que
no tenemos un líder carismático. Tampoco encontramos un llamado a las tribus (12:1).
Jueces 9 es un capítulo valioso porque nos indica que en el tiempo de los jueces hay
una secularización de la guerra. También Jueces 17-18, donde se lleva a cabo una guerra que
no está bajo la ayuda de Israel ni de Yahvé. Números 21:21-31 tampoco debe atribuirse a
todo Israel, sino a Gad. Se ha demostrado que Josué 1-9 sólo cuenta la conquista de la tribu
de Benjamín.
* * *
El cuadro histórico de la guerra santa no se puede escuchar sin crítica, porque
cuando se cuenta la historia de la Conquista, la tradición ha distorsionado el cuadro
histórico ya que sostiene que la guerra santa era lo ordinario y normal. Además del hecho
que no todas las tribus participan, estas guerras se llevaron a cabo en el nombre de Yahvé,
que no era un dios tribal sino el Dios de “Israel”. Segundo, estas guerras parecen ser guerras
de defensa. En este sentido, Josué 1-9 tiene que leerse con mucho cuidado. Pero Jueces
21:6-7a presenta una pregunta muy hermosa del sentimiento israelita.
Las causas de la guerra fueron exactamente tan diversas como la historia puede
proveer. Y en algunos casos algunas de las tribus estuvieron en relación con algunos
pueblos como con Amalec (“guerra perpetua”) o Esaú (“hermano”).
El tamaño de los ejércitos es imposible precisar. En ocasiones la palabra “miles”
corresponde a “familia”. La unidad más pequeña era de “cincuenta”, pero la palabra
“cincuenta” simplemente puede significar un ejército listo para la batalla.
Cualquier líder se podía reconocer como líder de la milicia si era validado por el
Espíritu de Yahvé. Pero en ocasiones la historia demuestra que el carisma se demostraba
por los hechos. Así que, aquí llegamos a un punto difícil. Los Deuteronomistas veían las
guerras como eventos donde todo Israel estuvo involucrado. Por eso nos sorprende cuando
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encontramos mucha referencia a la participación limitada.
El asunto del arca es interesante. En el tiempo de los jueces (i.e., en el tiempo clásico
de las guerras santas), el arca difícilmente fue llevada al campo. Ninguna de las historias de
guerras la menciona. Si hacemos a un lado a Josué 3ss., porque desde un punto de vista
histórico es muy sospechoso, entonces encontramos al arca en las guerras en el período
tardío (1 S. 4-6; 2 S. 11:11). Pero ¿quién puede decir qué tradiciones tribales están detrás de
las sagas de la conquista benjamita? Los “dichos del arca” (Nm. 10:35-36) trae al arca en
conexión con el comportamiento guerrero de Yahvé, pero el texto ciertamente no es una
formulación del tiempo de Saúl o David. Así que, no podemos tener claridad sobre la
función del arca en las guerras santas. El hecho que en algún tiempo y en algún lugar tal
conexión existió alguna vez es, desde Números 10:35-36, más allá de toda duda. Por el otro
lado, curiosamente, las historias del tiempo de los jueces le hace falta alusiones a ella; con
esto 1 S. 4:3 está de acuerdo, tomar el arca era un caso extremo. Cuando estudiamos los
asuntos cúlticos es aún más aparecente que cuando estudiamos los hechos históricos. De
todas maneras, las narrativas de Josué 3-6 no están basados inmediatamente sobre hechos
históricos, sino en una tradición definitiva que ya se había solidificado, no sólo respecto al
arca sino también al curso de eventos de la Conquista misma.
La imperfección de la institución de la guerra santa es obvia al historiador. El vínculo
sagrado era demasiado débil para las tribus regadas. Además, la aparición esporádica del
líder carismático, hasta entonces una persona desconocida y sin oficio, era un factor de
inconsistencia. El hecho que las tribus iban solas, lo que lamenta el libro de Jueces —“cada
uno hacía lo que bien le parecía”— era más poderoso que el sentimiento de pertenecer
unidos.
Por tanto, tratamos con una institución cúltica que históricamente nunca llegó a
manifestarse plenamente en su forma esencial e intencionada. Aunque, la naturaleza de los
hechos indica que no era necesaria tan seguido como tal. La institución existió como tal.
Muy hondo en el suelo debe haber existido una reserva continua porque sigue apareciendo
de vez en cuando en la historia de Israel.
Pero malentenderíamos en gran parte estas guerras si las buscamos comprender
como guerras religiosas en el sentido que ha llegado a ser nuestro —esto es, como un pleito
consciente por una religión. Éstas no lo fueron, a lo menos no en sentido de llevar a cabo
una guerra en contra de los dioses enemigos y sus cultos. Es notable que en el Canto de
Débora y en las tradiciones antiguas los dioses de los enemigos y su esfera cúltica no entran
en el campo de visión para nada. De hecho, estas guerras no tienen un espíritu ofensivo. En
otras palabras, en las guerras santas, Israel no se levantó para proteger la fe en Yahvé, sino
que es Yahvé que entra en escena para defender a Israel. Hemos visto que la conquista de
las tribus toma lugar en su mayor parte de maneras pacíficas. Cuando las tribus, entonces,
en el curso del desarrollo histórico de repente experimentan el poder de Yahvé en sus
formas sagradas de guerra, eso fue una nueva revelación de su esencia. Así, la hermosa
observación de Wilhelm Caspari se confirma, que el grito “Yahvé es hombre de guerra” (Ex.
15:3) debe entenderse en el sentido de un descubrimiento, una sorpresa gozosa.
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