Manzoni en Basile Sobre Insensatez
Manzoni en Basile Sobre Insensatez
Manzoni en Basile Sobre Insensatez
Decano
Dr. Aníbal Viguera
Vicedecano
Dr. Mauricio Chama
Secretario de Posgrado
Dr. Fabio Espósito
Secretaria de Investigación
Dra. Susana Ortale
Directora
Dra. Gloria Chicote
Vicedirector
Dr. Antonio Camou
Directora de colección
Miriam Chiani
Consejo editorial
Teresa Basile
Enrique Foffani
Anahí Mallol
Alejandra Maihle
Laura Juárez
Secretaria de redacción
Silvina Sánchez
Índice
Prefacio
Teresa Basile ........................................................................................... 08
–6–
El culto de la violencia empieza por el lenguaje
Mónica Marinone ................................................................................... 144
–7–
Prefacio
–8–
de arte en un objeto en sí, absoluto, pura corporalidad y energía.
Sin embargo, la palabra, la poesía, el relato y la ficción pugnan contra lo
indecible y acechan el suceso límite de la violencia radical desde esa lengua
herida que balbucea en el temblor de la boca de César Vallejo y de Roberto
Bolaño; o desde una matriz que incluye ya para siempre una espina con-
tenciosa y provocadora de la ira furibunda, de la blasfemia, de la injuria y
del exabrupto en la lengua logorreica de ese otro Vallejo, Fernando Vallejo;
o también desde la melancolía, el desencanto y el cinismo que despiertan
el fracaso de la izquierda revolucionaria en Centroamérica y la insensatez
del genocidio guatemalteco en la narrativa de Horacio Castellanos Moya.
Los trabajos aquí reunidos interrogan, entonces, los modos y las retóricas
de narrar las experiencias extremas de la historia latinoamericana reciente,
las torsiones y torceduras que la violencia ejerce sobre la escritura literaria.
Asimismo exploran ciertos debates teóricos claves en torno a los límites de la
representación y a los modos de narrar.
Por sobre todo, el conjunto de estos artículos da cuenta de las territoria-
lizaciones de la violencia en el mapa de América Latina desde los años 60
hasta el presente, desde aquella violencia revolucionaria cuya pulsión inten-
taba transformar el orden capitalista y redimir a los condenados de la tierra,
hasta el presente sacudido por las violencias en clave neoliberal y aquellas
provocadas por la guerra de las drogas. La narrativa de Roberto Bolaño pa-
rece trazarnos cierto tramo de esta violencia que comienza con las dictaduras
del Cono Sur y arriba a las barbaries y crímenes de Ciudad Juárez en México,
esa zona de frontera escenario de más de setecientos femicidios, un recorrido
que va de sur a norte y de los 70 a los 90. En el campo de la literatura argen-
tina las obras de Luis Gusmán, Martín Kohan, Alan Pauls, Ricardo Piglia y
Daniel Moyano entre otros –analizadas en este volumen– permiten interro-
gar la violencia militar desatada por el régimen dictatorial. Las narrativas de
Iván Thays, Santiago Roncagliolo y Daniel Alarcón exploran los años de la
violencia en Perú (1980-200) durante el conflicto armado entre Sendero Lu-
minoso y las fuerzas militares y policiales en la llamada guerra sucia interna,
iniciando el recorrido con el movimiento guerrillero y arribando al final de la
guerra interna para exhibir el pasaje de una violencia limpiadora, violencia
purificadora, violencia que engendraría virtud a una violencia sanguinaria,
visible en los enfrentamientos entre las fuerzas militares con la guerrilla –
–9–
cuyos testimonios fueron recogidos por los informes de la Comisión de la
Verdad y Reconciliación. Si las obras de Horacio Castellanos Moya, Rodrigo
Rey Rosa y Franz Galich recorren el contexto de América Central –atrave-
sado por el genocidio guatemalteco, los conflictos armados, el colapso de la
izquierda armada y los derrumbes de la posguerra–, la narrativa de Fernando
Vallejo descubre el fracaso de la izquierda y el imperio de la violencia sin
ideología desatada por el narcotráfico en Colombia.
Los artículos que componen este volumen provienen, en su gran mayo-
ría, del Simposio Literatura y violencia en América Latina, llevado a cabo
durante el VIII Congreso Internacional Orbis Tertius, organizado por el Ins-
tituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (IdIHCS) /
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria (CTCL) de la Universidad
Nacional de La Plata, del 7 al 9 de mayo de 2012.
Teresa Basile
Coordinadora. La Plata, 2014
– 10 –
Narrativas de la violencia: hipérbole y exceso en
Insensatez de Horacio Castellanos Moya1
Celina Manzoni
Errar/Escribir
Los viajes, las migraciones, las diversas modalidades del exilio, las lla-
madas nuevas guerras y otros avatares de nuestra contemporaneidad han cua-
jado en la articulación de universos culturales atravesados por la perplejidad.
Complejas operaciones de escritura transforman los lenguajes y la sintaxis
de las narraciones para proponer nuevos relatos que, instalados a su vez en
los difusos márgenes que convencionalmente delimitan espacios y géneros,
transforman, entre otros imaginarios, las poéticas de la violencia.
En un ademán que superpone culturas, ciudades, lenguas, Guillermo Ro-
sales publica en Miami un texto brutal en su desamparo y audacia: Boarding
Home. Como en “Final de un cuento” de Reinaldo Arenas, dos mundos se
1
Una versión anterior con el título “Escritura de los límites: hipérbole, exceso y disloca-
ción de la escritura. A propósito de Insensatez de Horacio Castellanos Moya” fue publicada en
Janett Reinstädler (ed.), Escribir después de la dictadura. La producción literaria y cultural en
las posdictaduras de Europa e Hispanoamérica, Madrid / Frankfurt, Iberoamericana / Vervuert,
2011, pp. 327-343.
– 111 –
cruzan en la breve novela de Rosales, el de Miami y el de La Habana, con
el resultado de que el protagonista no acierta a reconocer la propia imagen
en las vidrieras espejadas de la ciudad cuando se retira cantando bajito una
canción de los Beatles: “Nowhere man in nowhere land” (Manzoni, 2012:
89-106). Como en muchos otros textos publicados en la zona de pasaje de
uno a otro siglo, los espacios, muchas veces urbanos, parecen constituirse en
una compleja tensión entre aceptación y rechazo, cercanía y extrañamiento
correlativa de la que desgarra a los personajes: “los lugares y los espacios, los
lugares y los no lugares se entrelazan, se interpenetran. La posibilidad del no
lugar no está nunca ausente de cualquier lugar que sea” (Augé, 2005: 110).
Se tensan las contradicciones en torno a las grandes urbes: el DF, una ciu-
dad amada, apropiada y reapropiada en novelas tan diferentes entre sí como
Y retiemble en sus centros la tierra de Gonzalo Celorio y Amuleto de Roberto
Bolaño; Medellín en La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo; La Ha-
bana en registros tan opuestos como “Un arte de hacer ruinas” de Antonio
José Ponte y El rey de La Habana de Pedro Juan Gutiérrez; Buenos Aires
en La ciudad ausente de Ricardo Piglia. Ciudades propias, apropiadas, nom-
bradas una y otra vez en sus calles, sus rincones, sus edificios en ruinas o en
la memoria de lo que fueron: todo parece apuntar a la conformación de una
hermenéutica de la pérdida. En un esguince de ese juego de reconocimiento-
desconocimiento, plenitud-falta, Insensatez (2005) de Horacio Castellanos
Moya conforma, en cambio, una ciudad ajena, una ciudad que nunca se nom-
bra pero sobre la cual flota, también ominosa, la sombra del desastre.
Lo que podría parecer en este rápido recuento un catálogo sospechosa-
mente turístico, sólo se propone abrir una reflexión, que podría ser mucho
más amplia, acerca de las transformaciones de los lenguajes que sustenta esa
casi desaforada creación de nuevos espacios urbanos y de nuevas estéticas en
la que los quiebres de la lengua y de la memoria identitaria articulan, por una
parte, nuevos modos de narrar la violencia y provocan, entre otros efectos,
una desmitificación de los modelos urbanos que en los sesenta espejearon en
los brillantes textos de Guillermo Cabrera Infante, Carlos Fuentes o Vargas
Llosa. Una violenta fragmentación afecta los modos de una imaginación erra-
bunda que atraviesa no sólo a los personajes de las novelas sino a los escrito-
res. Así sucede también con Horacio Castellanos Moya, nacido en Honduras,
hijo de padre salvadoreño, residente en El Salvador, México, Guatemala, Ca-
– 112 –
nadá, Estados Unidos, Alemania y otros países europeos que, puede decirse,
parece realizar ejemplarmente una errancia que afecta a los protagonistas de
sus narraciones y también al narrador de Insensatez.
Con sus libros, los de Arturo Arias, Dante Liano, Rodrigo Rey Rosa,
Eduardo Halfon o Sergio Ramírez y con un renovado interés editorial tanto
por la prosa como por la poesía de la región, después de décadas de violencia
y de olvido, la literatura de esa estrecha franja de tierra entre el sur y el norte
de América, ha vuelto a circular algo más allá de los límites de la ciudad le-
trada. Una literatura que en Guatemala se constituye en la manifestación más
reciente de una compleja tradición que en el siglo XX pareció condensarse
en la fama de Miguel Ángel Asturias, la universal admiración por Augusto
Monterroso y por Luis Cardoza y Aragón, o, en otro registro, por el explosivo
interés que provocó la más reciente tradición del testimonio inaugurada allí
con el exitoso Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia.
Los cruces de tradiciones entre una cultura mestiza (“ladina”) y la intensa
reivindicación de la cultura maya, objeto de renovado interés académico por
parte de los llamados estudios subalternos, han sido motivo de análisis en
términos altamente polémicos por Arturo Arias (2000) y por Mario Roberto
Morales (2000). De ese modo, la inclusión de la literatura centroamericana en
el mapa continental de las letras del siglo XXI, aunque todavía incompleta,
propone algo más que una ampliación del registro; diluye el aura de invisi-
bilidad de que había estado rodeado un imaginario formidable que no puede
menos que remitirse al Popol Vuh, un texto que en sus propias vicisitudes
(destrucción, pérdida, ocultamiento, traducción, retraducción) parece consti-
tuirse en el epítome de una cultura poderosa que, si afincada secularmente al
mismo tiempo se proyecta como fragmentada y hasta nómada.
Borrar/Encubrir
Aunque Insensatez apuesta por la ficción, como de manera ostensible
destaca uno de los paratextos de la novela, no es posible evitar que la lectura
se inserte en esa lábil frontera, esa como tierra de nadie en la que se demoran
la ficción y la historia del presente. El narrador protagonista, extranjero en
tierra ajena, propone desde la primera frase una inmersión en lo espantoso.
Comprometido en la corrección de estilo de un informe sobre la violación de
los derechos humanos en un país que no es el suyo, se sumerge en la perturba-
– 113 –
ción, la duda y la desconfianza, y en ese complejo movimiento, mientras que
por un lado ratifica la voluntad de cumplir con un contrato profesional cuyo
carácter crematístico exhibe, por el otro pretende apartarse, cerrar los ojos,
huir de lo que de manera forzosa se presenta a su mirada.
El texto surge del impacto que le provoca la “incursión en esas mil cien
cuartillas impresas” (Castellanos Moya, 2005: 13). Una tensión en cuyo vór-
tice construye una compleja estrategia narrativa que, en una primera flexión,
se apoya en el encubrimiento de los nombres: de la ciudad y del país en el que
se desarrolla la acción, de personas históricas –Rigoberta Menchú, monseñor
Juan José Girardi, Carlos María Beristain, a veces reemplazados por las fun-
ciones que desempeñan, otras escondidos bajo nombres falsos. Una estrategia
que al ocultar las referencias, problematiza los códigos de la representación y
propicia una atmósfera de secreto que involucra al mismo narrador, quien, am-
parado en la convención de la narración en primera persona, nubla su nombre
así como nubla el nombre del destinatario o destinataria del libro: “A S. D.,
quien me hizo prometerle que jamás le dedicaría este libro” (Castellanos Moya,
2005: 9), dando cuenta de paso de la violación de un pacto de silencio. El gesto
del encubrimiento, leído además en el contexto de la advertencia antes mencio-
nada, más que proponer un juego de intriga y suspenso, que por lo demás logra,
parece insinuar la peligrosidad de su revelación, algo que, mutatis mutandis,
volvería justificable el clima persecutorio que atraviesa todo el relato.
La primera frase del libro, Yo no estoy completo de la mente (Castellanos
Moya, 2005: 13), desglosada de un testimonio atribuido a un indígena cak-
chiquel sobreviviente del desastre y escrita en bastardilla, instala otro límite
borroso, esa zona en la que parecen ponerse a prueba los frágiles bordes ge-
néricos que separan el testimonio de la ficción. Surgida del estupor, desata,
junto con la pasión coleccionista de frases, la paranoia del narrador, un delirio
de persecución que lo convierte en un personaje intratable, violento y absur-
do. Arrastrado y consumido por una forma o un grado de la locura en la que
se siente inmerso, su violencia se sobreimprime a la violencia que realizan
los testimonios. Se van borrando los límites entre lo que lee y lo que escribe
o reescribe, para constituir un texto en el que, superada la estética del testi-
monio tal como fue canonizada en los años setenta, las voces se le imponen
con la fuerza de la gran poesía, ajena tanto a la compunción de las buenas
conciencias como a la hipocresía de la corrección política.
– 114 –
Escribir/Injuriar
Insensatez, lo mismo que El asco, una novela que suscitó encendidas
polémicas y hasta amenazas de muerte a su autor, se sustenta en una estética
que apuesta al uso de la diatriba, una figura retórica que se vincula con la in-
juria y con la imprecación, eventualmente con la ironía, y que en sus orígenes
dio lugar con Bion (c.325-255 AC) a la diatriba cínica, finalmente una forma
de discurso moral tal como se desprende de las definiciones del diccionario.
Quizás haya que buscar en este uso proliferante de la diatriba la frecuente
atribución de cinismo a la prosa de Castellanos Moya aunque, contradictoria-
mente, no se la diferencie del cinismo vulgar y se ignore su carácter subver-
sivo cuando las formas del cinismo que se leen de manera oblicua en Insen-
satez se perfilan más bien como herederas de las originadas en el cinismo de
Diógenes. Una actitud filosófica que, en palabras de Michel Onfray, propone
“una gaya ciencia, un alegre saber insolente y una sabiduría práctica eficaz”
y que remite a una definición clásica del cinismo debida a M. Goulet-Cazé:
– 115 –
posibles procedimientos. Un gesto que podríamos reconocer también en La
virgen de los sicarios de Fernando Vallejo con sus violentas operaciones de
traducción, escritura y reescritura (Manzoni, 2004: 45-55).
Si en “Arte de injuriar” Borges destaca irónicamente como cualidad del
género el “contrabando pertinaz de argumentos necesariamente confusos”
mientras recupera su origen en “la tenebrosa raíz de la sátira” (1953: 150,
151); si también se lo puede relacionar con formas más o menos sutiles del
humor siempre entendido como crítica del poder, de cierta moralidad o sim-
plemente de las supersticiones, un uso de la diatriba o de la injuria como ex-
ceso, al provocar, entre otros efectos, la risa sarcástica parece transgredir tam-
bién los límites de las buenas costumbres y el gusto. En Insensatez además,
el uso hiperbólico de la diatriba desata una desconfianza en los individuos
pero sobre todo en las instituciones, todas las instituciones, aun aquellas que
tradicionalmente parecen instaladas en el ilusorio espacio del bien absoluto.
Aunque su facundia se inhibe, casi se podría decir que se paraliza ante
la muchacha torturada por Octavio Pérez Mena, el humor chocarrero desata
como en cascada un machismo desaforado que se ensaña en las jóvenes espa-
ñolas con las que el narrador fantasea. De todos modos, el blanco de sus dia-
tribas, más que las personas, como en todo discurso moral, serán los vicios:
para el caso, la corrección política, la hipocresía, la indiferencia vestida de
bondad y compromiso, el oportunismo de la astuta conveniencia.
En el oprimente contexto de oscuridad y encubrimiento en que se des-
envuelve la novela, la exaltada paranoia y la violencia de la injuria parecen
sostener y agudizar un buscado efecto de distanciamiento al cuestionar la
relación entre el mundo, el autor, el texto y el lector, pero, por sobre toda otra
consideración, parecen funcionar como un contrapunto salvaje al horror y el
miedo que desata la lectura de los testimonios.
La proliferación de la injuria como estética se constituye así, aunque
pueda parecer contradictorio, en una estrategia que posibilita el avance de
la narración. Como en Estrella distante de Roberto Bolaño, Insensatez trata
de responder a una pregunta que compromete la pulsión ética y la búsqueda
artística: ¿Cómo narrar el horror? Si la formulación de la pregunta es más o
menos la misma, la configuración de las respuestas es diversa. Castellanos
Moya propone una articulación del texto a partir de las frases pronunciadas
por hablantes cuya lengua materna no sería el español; en cualquier caso, esas
– 116 –
frases resultan doblemente descoyuntadas, por su sintaxis sí pero también por
la violencia a que se las somete al arrancarlas del texto original para incorpo-
rarlas a la clandestina libreta de apuntes del narrador que se va armando como
un texto dentro del texto, un segundo libro, una verdadera puesta en abismo,
un espacio de apropiación-reapropiación que involucra también al lector.
Glosar/Traducir
En el origen del libro existe un documento que recupera los informes de
los sobrevivientes de 36 años de guerra civil en Guatemala (1960-1996) re-
cogidos por una cadena de voluntarios: grupos de catequistas seguidos de los
encargados de transcribir las cintas grabadas del maya al castellano, equipos
de profesionales que clasificaron y analizaron los testimonios y redactaron
el informe final.2 A partir de ese material Castellanos Moya realiza una serie
de operaciones de escritura que pasa por una compleja apropiación y reapro-
piación de las frases de los testigos. En ese camino realiza movimientos vin-
culados en parte con la práctica de la glosa en el sentido de su acepción más
corriente: “explicación o comentario de un texto oscuro o difícil de entender”
(Diccionario de la Lengua Española, RAE). Las formas de la glosa que des-
pliega son diversas: en algunos casos parecen ceñirse a un comentario amplio
acerca de los sentidos que se desprenden de una frase. Yo no estoy completo
de la mente, que como se ha dicho está en el origen del relato, y que desata el
tono angustioso y precipitado de la reflexión acerca del impacto que provoca
en el narrador, no sólo porque supone en el hablante un grado de perturbación
mental simultáneo a la conciencia del quiebre de la cordura, sino porque el
motivo de ese trastorno hace extensiva la locura a la totalidad de los habi-
tantes de un país en el que ese horror pudo suceder, a quienes elaboraron el
informe y al propio narrador que concluye: “Yo tengo que estar mucho menos
completo de la mente que estos sujetos” (Castellanos Moya, 2005: 15).
El concepto de glosa como comentario autorizaría, por lo demás, su am-
pliación al ejercicio de la traducción, lo que Borges denominó “las traslacio-
nes literarias”, un gesto que realizó de manera notoria en sus ensayos y en
2
Carlos María Beristain fue el coordinador del Informe REMHI (Proyecto de Reconstruc-
ción de la Memoria Histórica de Guatemala), presentado públicamente el 24 de abril de 1998 por
monseñor Juan José Girardi quien fue asesinado dos días después.
– 117 –
su propia práctica y que lo llevó a suponer que los dos tipos de traducciones
(la literal y la que practica la perífrasis), se corresponderían con dos tipos de
mentalidades: la romántica que reverencia al individuo y justifica la literali-
dad y la clásica que aprovecha los repertorios de la propia lengua al verter un
original. A partir de esos parámetros, así como de la posibilidad de traducir
en el interior de una misma lengua, imagina dos versiones de los primeros
versos del Martín Fierro y aunque ambas resultan ridículas, la broma subraya
los lazos entre la traducción y la creación literaria y hasta cierto punto, su
apuesta por la perífrasis. Reconoce sin embargo, que una traducción podrá
parecer más pobre que su original:
también los versos de Evaristo Carriego parecerán más pobres al ser es-
cuchados por un chileno que al ser escuchados por mí, que les maliciaré
las tardecitas orilleras, los tipos y hasta pormenores de paisaje no regis-
trados en ellos, pero latentes […]. Es decir, a un forastero no le parece-
rán más pobres; serán más pobres. Su caudal representativo será menor
(Borges, 1997: 256).
– 118 –
mostrarle la riqueza de lenguaje de sus mal llamados compatriotas abo-
rígenes, y ninguna otra cosa más, suponiendo que él como poeta hubiera
podido estar interesado en ello, en esas intensas figuras de lenguaje y en
la curiosa construcción sintáctica que me recordaba a poetas como el
peruano César Vallejo (32).
Escribir/reescribir
Si las frases descoyuntadas desquician al narrador, su misma fuerza ex-
presiva aguza el ademán anticonformista; entusiasmado con su autocelebrada
función de crítico literario se sorprende por el uso de la repetición en la frase
que lee en uno de los testimonios: Lo que pienso es que pienso yo (Castella-
nos Moya, 2005: 43). Lo atrapa un tipo de musicalidad “cuya calidad poética
era demasiada como para no sospechar que procedía de un gran poeta y no de
– 119 –
una anciana indígena que con ese verso finalizaba un desgarrador testimonio
que ahora no viene al caso” (44). También puede reaccionar con ferocidad
cuando lee en las paredes de un bar “propiedad de comunistas reciclados”
versos horribles de “mediocres poetas izquierdistas vendedores de esperan-
za” (41). Frente a esos poemas penosamente bienintencionados cuya gastada
sensiblería rechaza, recupera la poesía de las frases indígenas y la gran poesía
política de César Vallejo. Su gesto en España, aparta de mí este cáliz cuando
supo provocar la intensificación interpretativa con una estética del asombro
asentada en un quiebre de la norma:
– 120 –
contra los ciudadanos, Dos veces junio de Martín Kohan apela a un cuaderno
de notas: “Había una sola frase escrita en esas dos páginas que quedaban a la
vista: Decía: ‘¿A partir de qué edad se puede empesar a torturar a un niño?’”
(Kohan, 2005: 11). La brutalidad de la pregunta que abre esta novela se ex-
pande con el error ortográfico por el cual la “z” del infinitivo es reemplazada
por una “s”. Desde ese narrador, alguien a quien perturba la violación de la
ortografía pero no el horror que la pregunta encierra, todo el texto se consti-
tuye como una estrategia dirigida a la reflexión sobre lo que parece resistirse
a la racionalidad.
La apropiación estética de una sintaxis y de una ortografía descentrada o
excéntrica –respecto de un centro del que se margina– produce una fractura,
un efecto de momentánea suspensión en la percepción del lector, el asombro
que al operar sobre la violación de los códigos de la lengua intensifica y re-
significa la escritura. Con la copia en su libreta de apuntes de las frases que lo
sorprenden, el narrador de Insensatez reescribe y traslada, metafóricamente,
traduce la violencia de los códigos sociales. La libreta de apuntes se constitu-
ye así en una inversión o quizás en una parodia de la libreta de apuntes de los
naturalistas; mientras Émile Zola y sus discípulos anotaban hechos que so-
metían a la observación y la experiencia para evitar el misterio de influencias
desconocidas o que escapaban a las leyes de la naturaleza –lo que el maestro
denominó el método experimental– este narrador anota la palabra de los so-
brevivientes y a partir de esa subjetividad construye un texto.
Si el gesto de recuperar para la lectura y relectura en soledad “aquellas
frases que me parecían estupendas literariamente” (Castellanos Moya, 2005:
43) es presentado con insolencia como un modo de satisfacción personal:
“con suerte [las] podría utilizar posteriormente en algún tipo de collage lite-
rario” (43), el choque con la insensibilidad de sus interlocutores o el temor de
que sea descubierta la infidencia de la libreta de apuntes refrena su entusias-
mo. No obstante, ni disfrute en soledad ni pieza de museo; alaba una vez más
“un texto preciso en el análisis y con unos testimonios conmovedores, aluci-
nantes, en especial ese lenguaje de una riqueza expresiva digna de la mejor
literatura” (68). Ante una experiencia que en muchos sentidos lo supera, esas
frases serán su amuleto, llegarán a ser no sólo salvaguarda del miedo, sino
descripción de su propio estado de ánimo: ¡pero yo siempre me siento muy
cansado de que no puedo hacer nada! (113).
– 121 –
Otra inflexión del ademán que enlaza escritura y reescritura parece en-
contrar su propio límite en un episodio desplegado en la mitad del libro (capí-
tulo seis) en el que recupera la historia de un funcionario indígena encargado
de llevar el registro escrito de los muertos de la aldea. Porque se resiste a
entregar el documento al ejército, antes de ser asesinado sufre la mutilación
de las manos. La lectura de ese testimonio, verdadero centro productor de
la escritura de la novela que leemos, desata en el narrador la voluntad o el
deseo de la escritura propia, imagina que podría escribir una novela aunque
dice saber que: “en realidad no había tal novela sino las ganas de hacerla, de
trastornar la tragedia, de convertirme en el alma en pena del registrador civil
de un pueblo llamado Totonicapán” (71-72). Imagina un posible comienzo
y una trama imposible de suspenso y aventuras en la que no falta una refe-
rencia irónica a la estética del realismo mágico pero en la que se privilegia
una identificación, un deseo de escritura que discursivamente se frustra: la
escritura de la novela que hubiera sido posible “si yo hubiera sido entonces
un novelista, claro está, y no el corrector de barbaridades que soñaba con ser
quien no era” (74).
Como consecuencia de todos estos procedimientos se difuminan los lí-
mites, en particular los que podrían llegar a establecerse entre una definición
rutinaria de ficción y una definición clásica y altamente ideologizada de testi-
monio; al eludir las trampas de la sentimentalidad bienpensante, un narrador
en las antípodas de corrección política se apropia y reapropia de las voces no
con la pretensión de hablar en su nombre; son los miembros de las comuni-
dades quienes hablan, voces de víctimas pero voces reflexivas que desplazadas
del cuerpo del informe restallan en el libro. Como en el operativo vanguardista
de traslado realizado famosamente por Marcel Duchamp, en el desplazamiento
de las voces desde el espacio normativizado del informe al de la ficción, ellas
adquieren una identidad literaria que las hace únicas e irrepetibles.
El otro/el mismo
La identificación con el miedo y las voces de los sobrevivientes provoca
en el narrador un exaltado y fulminante delirio persecutorio: “al borde del
trastorno, luego de darme cuenta de que me encontraba tan incompleto de
la mente que había aceptado y estaba iniciando un trabajo con los curas que
ya me habría puesto en la mira de los militares” (Castellanos Moya, 2005:
– 122 –
16). En todo ve los signos de una conspiración; la imagen que va ofreciendo
de sí mismo se confunde con la de un individuo desorbitado y presa del pá-
nico que vive cada minuto como un desafío contra emboscadas, crímenes y
persecuciones. La hipérbole, el exceso y la paranoia en contrapunto con una
cotidianidad en apariencia normal, exacerban la violencia de la escritura. El
brindis supuestamente tranquilizador de su amigo: “por que salgás vivo de
esa mierda” (24), así como su desenfadada desestimación de las sospechas,
más bien las corrobora: “Dejate de culeadas, cuando los chafas te quieran
enviar un mensaje, mínimo te van a pegar un trabón” (64).
En esa tensión y a medida que el narrador avanza en el alucinante pro-
ceso de lectura/escritura/reescritura de las frases, el nombre sin rostro de Oc-
tavio Pérez Mena, el teniente torturador, que luego ascendido a general, se
convertirá en el Jefe de Inteligencia del Ejército, se volverá casi omnipresente
en la segunda parte del libro cuando en un instante de terror sospecha (¿o in-
tuye?) que es el tercer personaje de una reunión secreta entre su empleador en
el Arzobispado y un antropólogo forense. Basa su caprichoso reconocimiento
en tres rasgos arquetípicos: el porte militar, la mueca rígida y “esa mirada de
cobra a punto de atacar” (128), imagen que no tarda en relacionar con una de
las frases que atesora: “al principio quise haber sido una culebra venenosa,
pero ahora lo que pido es el arrepentimiento de ellos” (135-136). El habitual
procedimiento de la glosa y la transformación trabaja aquí por acumulación
de sentidos en torno a la venganza y los modos imaginarios de la venganza
por parte de un indígena para, en un movimiento circular, invertir al sujeto
de la venganza y volver a “la jeta de culebra venenosa que tenía el general
Octavio Pérez Mena” (136) y con ella a un miedo que lo paraliza y lo confina
en el encierro.
Ya casi en el límite de la perturbación, una imagen que se repetía en
los informes “me fue penetrando hasta poseerme […] como si yo fuese ese
teniente que irrumpía brutalmente en la choza de la familia indígena, tomaba
con mi férrea mano al bebé de pocos meses por los tobillos, lo alzaba en vilo
y luego lo hacía rotar por los aires, cada vez a más velocidad, como si fuese
la honda de David” (137). Cuando “mi mente se me fue de las manos” (139),
culminación de todas las vueltas que le dio a la frase inaugural del libro, yo
no estoy completo de mi mente, el narrador se desdobla; transformado en el
teniente Octavio Pérez Mena, fuera de sí (nunca se dijo mejor “fuera de sí”),
– 123 –
deambula desesperado y sale al parque a aullar: un modo del desdoblamiento
que recupera algunas de las formas literarias que se han vuelto clásicas en la
literatura del doble estudiadas por Otto Rank y Sigmund Freud. También lo
que Bercovitch denominó una “‘automachia’, a battle of the self against the
self” (Folkenflik, 1993: 216).
La transformación en el doble siniestro, como si “fuera la catarsis que me
liberaba del dolor acumulado en las mil cien cuartillas en las que enseguida
me volvía a sumir, en un ciclo repetitivo de concentración prolongada con in-
tervalos para la misma fantasía macabra” (Castellanos Moya, 2005:138-139),
se constituye en el límite de un lector perturbado. Miedo del otro, miedo de
sí mismo, no se permite dar batalla y sólo le queda la huída, cualquier otra
estrategia sería una insensatez.
Finalmente, en el cierre y desde otro espacio, el texto parece proponer un
cambio de tono. El narrador, con cierta ecuanimidad, imagina ahora su aven-
tura como la de un cometa que ha rozado a la tierra de manera esporádica:
“La Tierra no quiere saber nada ni entiende lo que le cuenta el cometa, pues
ella está feliz en su órbita y odia ser perturbada por quien solo aparece de vez
en cuando y quién sabe de dónde” (147). Apoyado en la barra de un bar una
noche de carnaval en Alemania, racionaliza: su fugaz intervención sólo ha-
bría servido para perturbar un ritmo aceptado por todos, inclusive por algunos
testigos indígenas (“que se borre el nombre de los muertos para que queden
libres y ya no tengamos problemas”, 144). Sin embargo, de pronto no se reco-
noce en el espejo: “mi expresión […] se me hizo ajena, como si el que estaba
ahí no hubiera sido yo, como si ese rostro por un instante hubiera sido de
otro, de un desconocido, y no mi rostro de todos los días” (147). Vuelven el
pánico, el miedo a la locura, la obsesión por la libreta de apuntes y las frases
que conoce de memoria: Para mí recordar, siento yo que estoy viviendo otra
vez (149). Una frase “cuya sintaxis cortada era la constatación de que algo se
había quebrado en la psiquis del sobreviviente que la había pronunciado, una
frase que cabalmente se aplicaba a mi situación en esa ciudad extranjera […]
donde para mí recordar era vivir otra vez los testimonios de pesadilla tantas
veces leídos” (149).
Si escribir es escribirse, la ajenidad del propio rostro en la escena del
espejo, su extrañamiento, es muestra de una identidad resquebrajada que con
temor busca conjurar la peligrosidad del doble y por un juego de asociaciones
– 124 –
recupera una frase: eran personas como nosotros a las que teníamos miedo
(150). La repite tres veces en un tono cada vez más alterado; cercado por una
lengua que desconoce, habla solo y, eludiendo el espejo, vuelve a la libreta
de apuntes; de nuevo disfruta de las frases, las repite en voz alta, recupera
su música y con ellas las emociones. De nuevo inmerso en aquello de lo que
huyó se pregunta si habrán aceptado el título que propuso para el informe que
en esos días se presentará: Todos sabemos quiénes son los asesinos (153);
es cuando al repetir la frase una y otra vez, en voz alta, descubre que a su
derecha de la barra está sentado el general Octavio Pérez Mena y lo provoca
a un brindis: Todos sabemos quiénes son los asesinos (154). El otro rehúsa
como quien no entiende la lengua en la que le hablan, un subterfugio, según
la lógica paranoica del narrador que lo desafía: Después vivimos el tiempo de
la zozobra (154). De nuevo un exceso persecutorio que se resignifica cuando
conocemos de manera casi simultánea que el informe ha sido presentado y
que monseñor Gerardi ha sido asesinado.
La propuesta de utilizar la frase de una anciana indígena como lápida de
los huesos desenterrados: Que siempre los sueños allí están todavía (122),
“esa espléndida frase que había iluminado mi tarde de trabajo en el palacio
arzobispal con su sonoridad, su estructura impecable abriéndose a la eter-
nidad sin soltar el instante, con ese uso del adverbio que retorcía el pescue-
zo del tiempo” (122), realiza en otra inflexión, el drama de las tumbas sin
nombre. Recupera la importancia que tuvo la sepultura en los más antiguos
sistemas de pensamiento: “el que carece de tumba carece hasta de la oscura
inmortalidad de la especie”, dice María Rosa Lida (1994: 37-38) comentando
la Antígona de Sófocles, obra en la que el entierro de los restos de Polinices
ha pasado de la posición episódica que ocupara en las obras de Eurípides a
una posición esencial. Tan fundamental es ese texto clásico en un contexto de
guerra civil, que el epígrafe de Insensatez reproduce las palabras con que Is-
mene justifica a Antígona abatida por la fuerza del Estado. Contra la razón de
Estado, la razón de Antígona: “Con todo, Hades, al menos dispone idénticas
leyes para uno y otro” (Sófocles: verso 519); un saber que, reputado de insen-
satez y locura por Creonte, es defendido por Ismene: “Nunca, señor, perdura
la sensatez en los que son desgraciados, ni siquiera la que nace con ellos, sino
que se retira” (Sófocles: versos 563-565). Una lápida para los huesos desen-
terrados con la esperanza de que el tiempo de la zozobra pueda expresarse
– 125 –
“en poesía de la mejor”, como si un vez más lo único que pudiera sostener el
mundo fuera la escritura.
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– 127 –
Los autores
Paula Aguilar
(Campana, Argentina). Es Profesora, Licenciada y Doctora en Letras
con orientación en Literatura Latinoamericana por la Universidad Nacional
de La Plata. Se desempeña como profesora de Literatura e investigadora en
la Universidad Autónoma de Entre Ríos. Actualmente es becaria posdoctoral
de CONICET. Participa del Comité de edición de Katatay. Revista crítica de
literatura latinoamericana y colabora como traductora en la revista Orbis
Tertius editada por el Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria de la
Facultad de Humanidades de la UNLP. Tanto su tesis de licenciatura como su
tesis doctoral en CONICET-UNLP giran en torno a la narrativa de Roberto
Bolaño en el contexto de la posdictadura en el Cono Sur, focalizando los
vínculos entre literatura, política y memoria. Ha publicado artículos sobre la
narrativa de Roberto Bolaño, entre estos: “El policial en la postdicatdura chile-
na: una lectura de El Tercer Reich de Roberto Bolaño” (Ed. Lucero de Vivan-
co); Representaciones de violencia política en la literatura Latinoamericana
(con especial atención a las literaturas de Argentina, Chile y Perú) (Santiago-
Chile, Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2013); “Monsieur Pain o los
comienzos de un escritor melancólico” (Teresa Basile y Ana María Amar Sán-
chez eds. Narrativas de la derrota, de la melancolía y del desarme, en prensa,
Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana de Pittsburgh).
– 213 –
escritura (1992, reeditado en 2008 por Ed. De la Flor); Juegos de seducción
y traición. Literatura y cultura de masas (Beatriz Viterbo, 2000); Instruccio-
nes para la derrota. Narrativas éticas y políticas de perdedores (Anthropos,
2010). Ha publicado antologías y dossiers en Revista Iberoamericana, en Ka-
tatay y en Iberoamericana (Vervuert), y numerosos artículos sobre narrativa
contemporánea, ética, política y cultura de masas. Su actual proyecto explora
las relaciones entre estética y política en la Literatura Latinoamericana de las
últimas décadas. Es presidenta del Instituto Internacional de Literatura Lati-
noamericana, University of Pittsburgh, por el período 2012-2014.
Teresa Basile
(La Plata, Argentina). Es Profesora en Letras y Doctora por la Univer-
sidad Nacional de La Plata. Actualmente se desempeña como profesora de
Literatura Latinoamericana II, investigadora del Centro de Teoría y Crítica
Literaria (CTCL) de la Universidad Nacional de La Plata. Sus trabajos abor-
dan los vínculos entre literatura, política y memoria en las literaturas de las
últimas décadas, focalizando el Cono Sur y Cuba. Ha publicado: La vigilia
cubana. Sobre Antonio José Ponte (Beatriz Viterbo, 2008); el Posfacio a la
edición de Corazón de skitalietz (Beatriz Viterbo, 2010); Onetti fuera de sí
(T. Basile y E. Foffani comps., Buenos Aires: Ediciones Katatay, 2013); Le-
zama: orígenes, revolución y después... (T. Basile y N. Calomarde coord.
y edit., Editorial Corregidor, 2013); Derrota, melancolía y desarme en la
literatura latinoamericana de las últimas décadas (A. M. Amar Sánchez y
T. Basile eds., Número Especial de la Revista Iberoamericana Vol. LXXX
Abril-Junio 2014 Núm. 247, del Instituto Internacional de Literatura Ibe-
roamericana (IILI), de Pittsburgh). Es directora y editora, junto con Enrique
Foffani, de la revista Katatay. Revista crítica de Literatura latinoamericana.
Gustavo Lespada
(Fray Bentos, Uruguay). Es Doctor en Letras por la Universidad de Bue-
nos Aires (UBA). Es crítico, ensayista y poeta. Se desempeña como docente
e investigador en la Universidad de Buenos Aires y es autor de los siguientes
libros: Carencia y Literatura. El procedimiento narrativo de Felisberto Her-
nández (Ensayo: 2013, en prensa); Tributo de la sombra (Poesía: 2013), Las
palabras y lo inefable (Ensayo: 2012); Naufragio (Poesía: 2005); Esa pro-
– 214 –
miscua escritura. Estudios sobre literatura latinoamericana (Ensayo: 2002);
Hilo de Ariadna (Poesía: 1999). Tiene en preparación Poemas selectos. Anto-
logía poética de César Vallejo (2013, en prensa); editó y prologó una antolo-
gía de Felisberto Hernández, Cuentos selectos (2010) y coeditó una antología
crítica de Noé Jitrik, Suspender toda certeza (1997). Participa en revistas
académicas y en diversas ediciones colectivas, nacionales e internaciona-
les. Obtuvo el Premio Internacional Juan Rulfo 2003 – Colección Archivos
(UNESCO) y el 2° Premio de la Academia de Letras del Uruguay en 1997.
Celina Manzoni
(Río Cuarto, Argentina). Es Profesora Titular Consulta de Literatura La-
tinoamericana de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Secretaria Aca-
démica del Instituto de Literatura Hispanoamericana y Co-Directora de la
revista Zama. Ha dictado cursos y conferencias en universidades de América
y Europa, y ha publicado en revistas académicas nacionales e internacionales
numerosos artículos de la especialidad que han sido traducidos al inglés, al
portugués y al húngaro. Su libro Un dilema cubano. Nacionalismo y vanguar-
dia obtuvo el Premio Ensayo 2000 de Casa de las Américas (La Habana). En
sus publicaciones más recientes ha analizado problemas teóricos de la Litera-
tura Latinoamericana contemporánea: La fugitiva contemporaneidad. Narra-
tiva latinoamericana: 1990-2000; Violencia y silencio (2005); Errancia y es-
critura (2009). En el año 2002 organizó el primer libro crítico sobre Roberto
Bolaño: La escritura como tauromaquia, traducido al portugués. Organizó y
dirigió el volumen 7 (Rupturas) de la Historia crítica de la literatura argenti-
na (2009); compiló Vanguardistas en su tinta. Documentos de la vanguardia
en América Latina (2007) y Margo Glantz, narraciones, ensayos y entrevista.
Margo Glantz y la crítica (2007). Otros libros: El mordisco imaginario. Crí-
tica de la crítica de Pablo Palacio; José Martí. El presidio político en Cuba.
Último diario y otros textos.
Mónica Marinone
(Mar del Plata, Argentina). Es Doctora en Letras por la Universidad de
Buenos Aires (UBA). Especialista en Literatura y Cultura Latinoamericanas,
docente e investigadora en la Facultad de Humanidades-CELEHIS (Univer-
sidad Nacional de Mar del Plata) y profesora invitada por universidades ar-
– 215 –
gentinas y del exterior. Ha desarrollado sus últimas investigaciones sobre el
Caribe continental, que derivaron en los ensayos: Escribir novelas. Fundar
naciones y Rómulo Gallegos. Imaginario de Nación, siendo convocada para
la actualización del Diccionario General de Literatura Venezolana (DGLV).
Es co-autora de: La reinvención de la memoria, Senderos en el bosque de
palabras y Escrituras y exilios en América Latina. Ha publicado artículos
en volúmenes colectivos, revistas nacionales e internacionales, coordinado
antologías y, en colaboración, tres volúmenes internacionales: Grabar lo que
se desvanece. Narrativas de la memoria en América Latina; Viaje y Relato en
Latinoamérica, y Noticias del diluvio. Textos latinoamericanos de las últimas
décadas. Está escribiendo, por solicitud de una editorial española, un ensayo
sobre las novelas de Denzil Romero.
Julia Musitano
(Rosario, Argentina). Es Profesora en Letras por la Facultad de Humani-
dades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. Becaria del
CONICET para realizar el Doctorado en Letras abarcando las áreas de Litera-
tura Iberoamericana Contemporánea, Escrituras del yo y Teoría y Crítica Li-
terarias. Proyecto de tesis doctoral: “Autoficción y melancolía en la narrativa
de Fernando Vallejo”. Publicaciones recientes: “Detrás de una máscara fan-
tasmagórica. Una lectura de La rambla paralela de Fernando Vallejo” (Orbis
Tertius, UNLP, año XVII, número 18, 2012); “Lo propio y lo ajeno de una
vida. Una lectura decadente de Barba Jacob el mensajero de Fernando Valle-
jo” (Estudios de Literatura Colombiana, Universidad de Antioquia, número
31, julio-diciembre 2012).
Carlos Pabón
(San Juan, Puerto Rico). Es Profesor de Historia de la Universidad de
Puerto Rico. Es autor del libro Nación postmortem. Ensayos sobre los tiem-
pos de insoportable ambigüedad (San Juan, Ediciones Callejón, 2002), y edi-
tor de El pasado ya no es lo que era. La historia en tiempos de incertidumbre
(San Juan, Ediciones Vértigo, 2005). Investiga el fenómeno del genocidio y
otras formas de violencia extrema y sobre las implicaciones éticas y políticas
de las representaciones de este fenómeno. Trabaja en un libro titulado: Ante el
abismo. Representaciones del genocidio y la violencia extrema del siglo XX.
– 216 –
Claudia Torre
(Buenos Aires, Argentina). Es Doctora en Letras por la Universidad de
Buenos Aires. Ha sido becaria de la UBA, del Fondo Nacional de las Artes y
del Iberoamerikanischer Institut de Berlín. Es profesora del Departamento de
Humanidades de la Universidad de San Andrés y Secretaria académica de la
Maestría en Literaturas española y latinoamericana de la Universidad de Bue-
nos Aires. Coordina el Taller de Narrativa del ECUNHI (Fundación Madres
de Plaza de Mayo). Ha publicado artículos sobre literatura argentina, narrati-
va de viaje, literatura y terror, y sobre historia de las mujeres y género en li-
bros y revistas académicas nacionales e internacionales. Es coautora de Ciu-
dades Alteradas. Nación e inmigración en la cultura moderna (Granica,
2003); autora de Literatura en tránsito. La narrativa expedicionaria de la
Conquista del Desierto (Prometeo, 2010) y compiladora de El otro desierto
de la nación argentina. Antología de narrativa expedicionaria (Universidad
de Quilmes, 2011).
– 217 –
el medio siglo chileno y co-editora de Travesías del ensayo latinoamericano
del siglo XX. Sus últimos trabajos integraron: Moradas narrativas. Siglo XX
en Latinoamérica (A. de Llano, editora), “Fuera de quicio”. Sobre Bolaño
en el tiempo de sus espectros (Raúl Rodríguez Freire, editor) y Memorias del
silencio. Literaturas en el Caribe y en Centroamérica (Graciela Salto, edito-
ra). Publicó artículos en revistas especializadas nacionales e internacionales.
– 218 –