Me Dejarás Amarte Dylan Martins Janis Sandgrouse PDF

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Primera edición.
¿Me dejarás amarte?
Dylan Martins. Janis Sandgrouse
©Mayo, 2023
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mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por
fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor.
 
ÍNDICE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Epílogo
 
 
Capítulo 1

 
Primera semana de junio, empezando el verano y, como cada año, mis dos
mejores amigos y yo estábamos llegando al hotel en el que pasaríamos los
próximos quince días de vacaciones.
 
¿El destino? El mismo de siempre desde que tenía veintiún años, una de las
paradisíacas playas de Acapulco, en México.
 
Aún hoy en día, a mis treinta años, aquel lugar era destino obligatorio para
desconectar, de la rutina y el trabajo, que, a pesar de ser gratificante, podía
estresarnos, y mucho, a los tres.
 
Christopher, el hombre al que debía tanto, mi socio y mano derecha en la
empresa a la que dimos vida hacía ya una década, a quien yo llamaba Chris
desde que era una niña, tenía treinta y cinco años, era moreno de ojos
marrones y a pesar de su metro ochenta de altura era como un oso de
peluche, me encantaban sus abrazos.
 
Tessa, una belleza pelirroja de ojos azules y metro sesenta de treinta años,
inteligente y una máquina con los números, dulce y encantadora, aunque
también un poquito fría, con según qué tipo de gente.
 
—Llegamos, por fin —dijo ella, con una sonrisa de oreja a oreja.
 
Sí, el autobús que nos traía a todos los turistas acababa de parar en la puerta
del hotel, bajamos y tras coger el equipaje, fuimos recibidos como siempre
por un grupo de mariachis que daban la bienvenida con una bonita serenata.
 
Entramos y fuimos directos a recepción por las llaves, era bien entrada la
tarde y, entre las horas de vuelo, el trayecto en autobús y el cansancio,
necesitaba darme una ducha rápida y cambiarme de ropa.
 
—Bienvenidos de nuevo, señorita Lara —la recepcionista, que nos conocía
más que de sobra, sonrió y tras acabar de hacer el registro seguimos al chico
que llevaba el carrito con nuestras maletas.
 
El hotel era una maravilla, un resort de lo más bonito y colorido. Los
jardines, con senderos de piedra y palmeras a cada lado, tenían fuentes de
agua y flores flotando distribuidas cada pocos metros. En la zona de césped
había árboles estratégicamente colocados para que dieran sombra, y en sus
ramas, los pájaros daban la bienvenida a los huéspedes con sus bonitos
cantos.
 
En el horizonte el cielo empezaba a teñirse de un bonito color anaranjado
dando paso al atardecer, ese que tantos recuerdos traía a mi mente de épocas
pasadas.
 
Había varias piscinas con barra de bar, zona de tumbonas en la playa con un
chiringuito, un gran restaurante y un total de seis edificios que contaban con
nueve habitaciones cada uno distribuidas en tres plantas.
 
Además, había algunas villas, todas cerca de la playa de modo que contaban
con una zona privada y exclusiva donde ningún otro turista los molestase.
 
Llegamos al edificio en el que nos alojaríamos y, tras dejar el chico las
maletas en cada habitación, le dimos una propina y se marchó sonriente.
 
—¿Nos vemos en una hora para ir a cenar? —preguntó Chris.
 
—Sí, perfecto, así deshago las maletas y me doy una duchita —respondió
Tessa, yo tan solo sonreí y asentí.
 
Cerré la puerta, y apoyándome en ella respiré hondo mientras contemplaba
por la ventana que tenía en frente, el mar de aquel maravilloso rincón del
mundo.
 
Coloqué el equipaje en el armario, dejé el neceser en el cuarto de baño y
tras coger ropa interior y un vestido blanco vaporoso y fresco para esa
primera noche, me metí bajo el agua de la ducha apoyándome en los
azulejos de la pared, notando cómo todo el cuerpo se iba destensando poco
a poco.
 
Me sequé el pelo, di color a mi rostro con una base suave de maquillaje, me
vestí y una hora después estaba saliendo de la habitación, al igual que ellos.
 
—Me encanta lo puntuales que sois —dijo Chris, pasando un brazo por los
hombros de cada una—. Os digo una hora, y es exactamente ese el tiempo
que tardáis en hacer las cosas. La de veces que me han dicho por teléfono:
“bajo en cinco minutos”, y me tocaba esperar media hora sentado en el
coche —volteó los ojos.
 
—A ver, es que, si se trata de una cita en la que exista posibilidad de un
poco de sexo, hay que arreglarse a conciencia, Chris —respondió Tessa.
 
—Tampoco vais tan mal esta noche —frunció el ceño.
 
—No, pero se refiere a que hay que seleccionar muy bien el conjunto de
lencería más sexy que tengamos. ¿O alguna vez has visto a una de tus
conquistas con una de esas braga fajas de las que usaban antiguamente las
abuelas? pregunté.
 
—Si te soy sincero, querida Lara, hay veces en las que ni me fijo en la
lencería.
 
—O sea, que les arrancas la ropa —rio Tessa.
 
—Tampoco eso, mujer. Simplemente me pierdo en el tacto de su cuerpo
mientras la beso y voy deshaciéndome de la ropa prenda a prenda y sin
pararme a verla.
 
—Madre mía, ¿tenías que decirlo con ese tono de voz tan sugerente y
seductor? —protestó Tessa, resoplando, lo que hizo que ambos acabáramos
dejando salir una carcajada.
 
Llegamos al restaurante que era tipo buffet y nos servimos un poco de cada
bandeja que había, cogimos una botella de vino y nos sentamos en una de
las mesas a disfrutar de aquella primera cena.
 
Desde la primera vez que les propuse visitar aquella playa, los dos quedaron
totalmente enamorados del lugar, y por eso, cuando al año siguiente fueron
ellos quienes propusieron volver a Acapulco, supe que ese sería nuestro
destino.
 
—¿Tomamos una copa? —preguntó Tessa cuando acabamos de llenar el
estómago.
 
—Por mí, perfecto. No tengo sueño —contestó Chris—. ¿Tú qué dices,
socia?
 
—Una copa suena bien —sonreí.
 
Fuimos a una zona con mesas y sofás en la que había una barra de bar
donde nunca faltaba la música, Tessa y yo nos sentamos mientras Chris fue
a pedir unos margaritas.
 
—Me encanta este sitio, Lara —dijo mi amiga cerrando los ojos y apoyando
la cabeza en el respaldo del sofá—. Es que transmite una paz. Nada que ver
con el ir y venir de gente en las grandes ciudades.
 
—Sí, aquí somos simplemente nosotros, sin trajes de negocios, sin agendas
que revisar, sin llamadas, e-mails, citas, reuniones…
 
—Uf, calla que me estás estresando —resopló y me eché a reír.
 
—Pues nada de estrés estos días, ya lo sabes.
 
—Sí, ya tendremos tiempo para eso cuando volvamos a España.
 
Asentí, a sabiendas de que a la vuelta habría muchas cosas que hacer, pero
que ahora no quería pensar, tan solo disfrutar de aquellos días en ese
paraíso.
 
—Margaritas y tequila, que la noche es joven —dijo Chris cuando regresó a
la mesa seguido de uno de los camareros que atendía en la barra.
 
—Tú quieres emborracharnos —Tessa entrecerró los ojos y él levantó
ambas manos.
 
—¿Yo? ¿Emborracharos? Por favor, jamás se me ocurriría hacer eso.
 
Cierto, él nunca tendría esas intenciones, solo que tanto Tessa como yo
estábamos poco acostumbradas a mezclar bebidas alcohólicas, por lo que,
entre el vino de la cena, los tres margaritas y un total de unos… ¿seis
chupitos de tequila, tal vez? Acabamos las dos un poquito más bebidas de lo
habitual, y nos dio por ir a la zona de baile que habían habilitado allí,
cantando a gritos por Marc Anthony.
 
“Voy a reír, voy a bailar. Vivir mi vida, la la la…”
 
Sí, era lo mejor, seguir con la vida, por dura que esta pudiera ser, olvidar las
penas, aunque fuera unas horas, y disfrutar del momento, del aquí y el
ahora, todos los días que nos quedaran por vivir en este mundo.
 
—Parecéis Las Grecas —dijo Chris cuando nos sentamos.
 
—Tú lo que quieres es que te cantemos eso de… —Tessa carraspeó, y con
la lengua de trapo que tenía a causa del alcohol, empezó a canturrear: “Te
estoy amando locamente”.
 
—Claro que sí, eso quería yo, que me cantaras —volteó los ojos y me eché
a reír.
 
Mal asunto, porque cuando me daba la risa, es que me daba, y no había
manera de parar. Pero es que ver a mi amiga cantando mientras daba
palmas, y a Chris suspirar con los ojos cerrados y la mano en la frente, era
para reírme.
 
—Nos van a echar del hotel, y solo es la primera noche —protestó Chris.
 
—Qué aguafiestas eres —dije poniéndome en pie, tan perjudicada por las
copas como Tessa, con tan mala pata que, al hacerlo tan rápido, noté que se
movía todo a mi alrededor, incluido el suelo, y al girarme y dar un paso,
tropecé con alguien, o algo, porque si eso era un cuerpo, estaba duro como
una piedra—. Huy, lo siento —balbuceé pasando la mano por ese torso—.
Madre mía, ¿esto es mármol o granito? —entrecerré los ojos, y una
profunda y varonil risa, llegó a mis oídos, al tiempo que retumbaba en aquel
torso.
 
—Piel, carne y huesos —respondió.
 
Levanté la vista y me quedé con la boca abierta, ese hombre me lo estaba
imaginando, ¿a qué sí?
 
Tan guapo y atractivo que no pasaría desapercibido. Metro ochenta, calculé,
puesto que mi barbilla quedaba a la misma altura de su cuerpo que del de
Chris, cabello negro azabache, ojos color miel y sonrisa de anuncio.
 
—¿Estás bien? —se interesó echándome un vistazo de arriba abajo.
 
—Sí, no voy tan borracha.
 
—Eso es discutible —sonrió.
 
Carraspeó, me aparté y tras disculparme, volví a sentarme en el sofá
esperando que aquel leve mareo se me pasara.
 
—Será mejor que nos vayamos a la cama —propuso Chris.
 
—Justo estaba pensando en lo mismo —dije.
 
—¿Ya no soy un aguafiestas? —arqueó la ceja y negué, pero moviendo el
dedo, que, si lo hacía con la cabeza, me marearía más— Pues vamos, a
dormir la mona, que mañana vais a tener una resaca de campeonato.
 
Tessa no decía ni una sola palabra, eso sí, la vi un poquito pálida, se
tambaleaba más que yo y Chris y acabó cogiéndola en brazos.
 
—Ah, siempre serás mi héroe —le dio un beso en la mejilla, y él sonrió.
 
Dejamos a Tessa en su habitación, Chris y yo nos despedimos y en cuanto
entré en la mía, me dejé caer a plomo en la cama.
 
Después de eso, no recordaba absolutamente nada más.
 
Capítulo 2

 
A la mañana siguiente salimos Tessa y yo del edificio como los vampiros,
evitando la luz a toda costa, con gafas de sol y una pamela que nos cubriera
los ojos para poder ver por dónde pisábamos.
 
—Dios mío, qué dolor de cabeza. Si parece que estén haciendo una calle
nueva ahí dentro, con el martillo percutor ese —dijo ella, sin levantar
mucho la voz.
 
—Eso pasa por beber tanto, bailar y cantar, como si no hubiera un mañana
—contestó Chris.
 
—¿Y tú cómo narices estás tan fresco? Bebiste lo mismo que nosotras.
 
—Son años de experiencia, Tessa —dije yo—, no intentes encontrarle la
lógica. Este hombre, además de cinco años más que nosotras, tiene el
cuerpo hecho al alcohol.
 
—No vuelvo a beber en todas las vacaciones —anunció, y Chris y yo nos
echamos a reír—. ¿Qué os hace tanta gracia?
 
—Eso que has dicho. ¿Vas a estar catorce días sin beber? No te lo crees ni
tú. Si solo te desmelenas cuando estamos aquí.
 
—Claro, Chris, porque no me conoce nadie y no tengo que ser la secretaria
seria y responsable de los dueños de una de las empresas más importantes
del país —volteó los ojos, lo supe incluso sin verlos puesto que aún llevaba
las gafas de sol.
 
Entramos en el restaurante y tras servirnos un buen desayuno, fuimos a una
de las mesas con vistas a la playa.
 
—Quitaros la pamela, al menos —dijo Chris, y ambas negamos.
 
—Danos una pastilla, anda, que nos quite la resaca —le pedí.
 
—¿Estas os servirían? —preguntó la misma voz que había escuchado la
noche anterior, por lo que no fue un sueño lo que ocurrió, como pensé al
despertarme.
 
Cuando miré, tenía una tableta de analgésicos en la mano además de una
sonrisa y la bandeja con su desayuno en la otra mano.
 
—Eh, sí, sí, nos van perfectas —respondí aceptándola y tras coger un par
para mí, se la di a Tessa.
 
—Nos ha salvado la vida —dijo ella—. Aún queda gente buena en el
mundo.
 
—Me alegra escuchar eso, no estaría bien que la humanidad perdiera dos
hermosas mujeres como vosotras, y tampoco el mundo del arte.
 
—¿El mundo del arte? —Tessa arqueó la ceja.
 
—Lo digo por cómo cantabais anoche, parecíais…
 
—Dos locas dando gritos, puede decirlo abiertamente —le interrumpió
Chris, y él se echó a reír.
 
—¿Quiere sentarse? Es lo menos que podemos hacer en agradecimiento por
las pastillas —dije.
 
—Claro, y por favor, tuteadme. Soy Joel Galán —sonrió y todos le
estrechamos la mano tras presentarnos—. ¿Habéis venido por negocios, o
por placer?
 
—Por placer, estamos de vacaciones, los negocios se quedan para la vuelta
—contesté—. ¿Y tú?
 
—Ambas cosas, negocios y placer. Disfruto de unas pequeñas vacaciones al
tiempo que trato de firmar nuevos acuerdos de trabajo. Dirijo una empresa
de publicidad en Madrid.
 
—Nosotros también tenemos una empresa…
 
—Sí, sí —Tessa interrumpió a Chris—, pero estamos aquí de vacaciones,
jefe. Va. Ca. Cio. Nes. Y, ¿qué dijimos nada más subir al avión? Prohibido,
no, prohibidísimo, hablar de trabajo. Gracias —Tessa cogió su tostada y se
la llevó a la boca para darle un buen bocado, cerrando los ojos y gimiendo
—. Si es que en vacaciones hasta el desayuno sabe mejor.
 
Joel sonrió al tiempo que negaba con un ligero movimiento de cabeza.
 
Seguimos desayunando y mi querida amiga le preguntó la edad, cuando dijo
que tenía cuarenta y dos años nos quedamos todos bastante sorprendidos, no
los aparentaba en absoluto, yo no hubiera dicho que tuviera más edad que
Chris.
 
Sonó su móvil y tras echar un vistazo suspiró.
 
—Hora de trabajar —anunció mientras se ponía en pie.
 
—Que te sea leve —dijo Tessa.
 
—Eso espero, tengo varias reuniones programadas para hoy.
 
—¿Por qué no cenas esta noche con nosotros? —propuse.
 
—Suena bien, y me vendrá genial desconectar de las reuniones en buena
compañía.
 
—Nos vemos a las nueve, entonces.
 
—Aquí estaré. Disfrutad del día, vosotros que podéis.
 
—Lo haremos, lo haremos —rio Tessa.
 
Cuando se marchó decidimos ir a la playa, así que en cuanto acabamos de
tomarnos el café, el segundo de la mañana porque estaba buenísimo,
pusimos rumbo a la zona donde pasaríamos un par de horas.
 
Alternamos algún que otro chapuzón, con aguadilla incluida, con ratos
recostados en las tumbonas tomando el sol.
 
—Joel parece un buen tipo —comentó Chris, que estaba bocabajo en la
tumbona en ese momento, con la cabeza apoyada en los brazos y los ojos
cerrados.
 
—Es simpático, sí —dijo Tessa.
 
—¿Habéis visto cómo te mira?
 
—¿A quién?
 
—A ti, Lara, ese hombre te mira a ti —contestó Chris.
 
—¿Qué dices? No inventes, anda —reí poniéndome bocarriba y cogiendo el
zumo de frutas para dar un sorbo y refrescarme.
 
—No invento, tengo ojos en la cara.
 
—Y yo, que también me he fijado en cómo te mira —añadió Tessa.
 
—La que faltaba por hablar —resoplé—. ¿Es que os ha dado una
insolación? No me mira de ningún modo especial.
 
—Ya te lo diré esta noche, ya —Chris me señaló—. Y tendrás que darme la
razón.
 
—Lo dudo.
 
—Puedes apostar por ello, socia —sonrió de medio lado.
 
—Me voy al agua —dije quitándome las gafas y caminé hacia ella.
 
Cuando me zambullí nadé alejándome un poco, evitando pensar en lo que
había dicho Chris. No iba a negar que Joel era un hombre atractivo, además
de simpático, de esos que entran por los ojos y con los que piensas que un
poco de sexo para liberar tensiones, estaría bien.
 
Y no sería la primera vez que me dejaba llevar durante las vacaciones y
acababa con un hombre en la cama, no era ninguna monja de clausura ni
tenía pareja, por lo que era libre de hacer lo que quisiera, con quien me
apeteciera.
 
Esa noche en la cena veríamos si Chris tenía razón y aquel empresario que
habíamos conocido, me miraba con ojitos de querer, de querer comerme
como el lobo a Caperucita, vaya.
 
Sonreí ante aquel pensamiento, puesto que era una locura, pero no
imposible. Muchas veces me había encontrado con clientes que trataban con
Chris en la empresa y que se interesaban por mí de un modo más íntimo que
profesional, pero eso nunca ocurría.
 
Jamás mezclaba los negocios con mi vida privada, ante todo, era una
profesional. Aunque según Tessa, era porque no había encontrado a nadie
que me hiciera temblar las piernas con solo una mirada.
 
Tal vez tenía razón, de hecho, ninguno de los hombres con los que me
acostaba me hacían sentir aquello, era solo atracción sexual, básica y
primitiva atracción sexual. En el momento que me di cuenta de que se
trataba de aquello, pensé que pasaba demasiado tiempo con Chris y me
había convertido en una versión femenina y dulce suya.
 
Él no se ataba a nadie, no se enamoraba, no quería caer en ese sentimiento
que decía podía volver débil incluso a la persona más fiera, dura y fría del
mundo.
 
En los años que hacía que lo conocía, nunca había tenido una relación seria
con una mujer, solo compartía su cama, o la de ellas, durante una o dos
noches, nada más.
 
Salí del agua tras haberme relajado unos minutos allí, tomando el sol, y
regresé a la tumbona, donde tanto Chris como Tessa parecían haberse
quedado dormidos.
 
—Si no os ponéis crema, vais a parecer dos langostas dentro de nada —dije
cogiendo el bote.
 
—¿Me pones un poquito, jefa? —preguntó Tessa.
 
—Claro que sí, pero no te acostumbres.
 
—Oh, me siento poderosa ahora mismo. Jefe, haz una foto que no me veré
en otra como esta.
 
—Serás… —reí.
 
—Tendrás queja, si te pagamos como si fueras directiva en vez de secretaria
—comentó Chris.
 
—Pero no soy directiva.
 
—No a ojos de los demás, pero sí a los nuestros, y lo sabes.
 
—Lo sé, Lara, solo bromeaba —sonrió.
 
—Ya lo sé, tonta —le di un beso en la mejilla y terminé de ponerle crema
para después hacer lo mismo con Chris.
 
Como todos los veranos, tras unos días disfrutando de la vitamina D,
regresábamos a España con un bonito bronceado, solo que la pobre Tessa
primero se ponía rojita al tener la piel algo más clara que nosotros.
 
—Listo, ya estáis protegidos de los rayos ultravioleta.
 
—Perfecto, este año no nos quemamos como si fuéramos el cangrejo de La
Sirenita —respondió Tessa.
 
Un par de horas más tarde dimos la mañana al sol por finalizada y fuimos a
comer, para después descansar antes de la cena, esa que podría ser de lo más
interesante. 
Capítulo 3

 
Cuando llegamos al restaurante Joel ya estaba allí esperándonos en la
puerta. Llevaba un pantalón de lino beige y una camisa, también de lino,
blanca, que le hacían resaltar el bronceado de su piel. Estaba guapísimo.
 
—¿Qué tal el día? —preguntó.
 
—Como los caracoles, toda la mañana al sol —respondió Tessa, a lo que él
se echó a reír—. Ey, pero sin los cuernitos que ellos tienen, ¿eh?
 
—No, no, tranquila que no os veo cuernitos a ninguno de los tres.
 
Pasamos por los expositores y el olor de toda esa comida hacía que tuvieras
aún más hambre de la que llevabas, estaba segura de eso, y por suerte nadie
escuchó el modo en el que mi estómago rugió como si tuviera al león de la
Metro Goldwin Mayer dentro. Dios, las vacaciones en Acapulco siempre
parecían abrirme aún más el apetito, en serio.
 
Tras llenar nuestras bandejas nos sentamos al fondo y comenzamos a
charlar, fue inevitable hacerlo de trabajo y al final acabó contándonos que
su visita al resort era para llevarle todo el tema publicitario, además de a un
par de empresas que le habían comentado que querían conocer el lugar y
aprovechando el viaje de ambas partes, se reunirían esos días.
 
—El tema publicitario debe ser interesante —comentó Tessa.
 
—La verdad es que sí, pero a veces da ciertos quebraderos de cabeza. Como
cuando por ejemplo el cliente no termina de decidirse por una foto u otro de
algún producto en concreto.
 
—Todo negocio tiene sus pros, y sus contras —respondí.
 
—Exacto. Pero no hablemos más de negocios, que Tessa ha empezado a
mirarme como si estuviera torturándome en su mente de cien formas
distintas —sonrió Joel.
 
—¿Tantas crees que se me ocurrirían? —dijo ella sorprendida— No me
saques de las cosquillas, que seguro que, de otro modo, fracasaría en el
intento.
 
—En ese caso me quedo mucho más tranquilo, sí.
 
Continuamos con la cena y las copas de vino, esas que tanto para Tessa
como para mí nunca parecían acabarse, y es que cuando Joel las veía medio
vacías, volvía a rellenarlas.
 
Durante esas horas me centré en él, en observarlo y comprobé con mis
propios ojos, y en mis propias carnes, que sí me miraba de un modo
diferente, por no hablar de aquellos leves roces que su rodilla daba en mi
muslo de manera accidental.
 
Chris propuso tomar algo en el bar de la piscina y ni lo dudamos, en cuanto
acabamos de disfrutar de la deliciosa cena, salimos del restaurante para ir al
mismo lugar en el que estuvimos los tres la noche anterior.
 
Los chicos fueron por las bebidas y cuando regresaron, ambas prometimos
que aquella sería la única copa que tomaríamos.
 
—Vamos, Tessa, un chupito de tequila sí tomaréis, ¿no? —preguntó Chris.
 
—Pero solo uno, que no quiero salir mañana de la habitación como si fuera
una famosa escondiéndome de los paparazzi —respondió.
 
Entre sorbo y sorbo la mano de Joel rozó mi rodilla, sentí un leve escalofrío
y cuando me encontré con sus ojos, lo vi sonreír de un modo con el que, no
me cabía duda, me quedaba claro que estaba interesado en mí.
 
Empezó a sonar una canción y Joel se puso en pie, tendiéndome la mano
para que lo acompañara a bailar.
 
Sonreí y acabé aceptando. Cuando llegamos a la zona destinada a ello, me
rodeó por la cintura con un brazo y entrelazó la otra mano con la mía
mientras yo le pasaba el brazo por los hombros.
 
Separó ligeramente mis piernas y colocó una de sus rodillas entre ellas y la
otra por el exterior, de modo que cada uno teníamos una encerrada entre las
piernas del otro.
 
Bailaba como todo un profesional, moviéndome de un lado a otro,
alejándome y acercándome una y otra vez, haciéndome girar sobre mí
misma al ritmo de aquella salsa que nos acompañaba con la voz de Marc
Antony.
 
“Volverme un ser irracional y amarte entera hasta el final…”
 
El modo en que sus ojos se clavaron en los míos cuando escuchamos esa
parte de la canción fue suficiente para que mi mente volara lejos de aquella
playa, a un lugar más íntimo en el que dejaría al dueño de aquella mirada
seductora del color de miel que me devorara por completo.
 
—¿Te gusto? —pregunté cuando me pegó a su torso, y sonrió.
 
—Directa al grano, ¿eh?
 
—Creo que somos lo suficientemente adultos como para hablar con
claridad. ¿O vas a decirme que no se te ha pasado por la cabeza follar
conmigo? —Arqueé la ceja.
 
El tono de sus ojos se volvió ligeramente más oscuro, señal de que parecía
gustarle, y mucho, esa idea. Me deseaba, al igual que yo a él, no podíamos
negar ninguno de los dos lo que parecía tan evidente por cómo nos
mirábamos.
 
—¿En tu habitación, o en la mía? —respondió con la voz ronca mientras me
acariciaba la mejilla.
 
Me mordisqueé el labio y le dije que me llevara a su habitación, sería el
mejor modo de salir de ella después sin tener que echarlo a él.
 
Nos despedimos de Chris y Tessa, quienes me miraron con esa sonrisa de:
“te lo dije” que tanto odiaba.
 
Joel y yo caminamos por el resort hasta el edificio en el que tenía su
habitación, no estaba muy lejos del mío, cosa que agradecí mentalmente.
 
Nada más entrar en la habitación, cerró la puerta y nuestros labios se
encontraron como si de un par de imanes se trataran, besos y más besos,
nuestras lenguas entrelazadas mientras nos arrancábamos la ropa sin piedad
alguna.
 
Estaba claro que aquel baile nos había encendido a los dos, por no hablar de
sus constantes roces con la mano o la rodilla en mi pierna, sin duda alguna
mandando señales de mi cuerpo de que estaba interesado en compartir cama
conmigo esa noche.
 
Nada más acabar de desnudarnos, noté sus dedos adentrándose entre los
pliegues de mi sexo, gemí y llevé la mano directa a su miembro, ese que
palpitó en respuesta cuando comencé a acariciarlo lentamente.
 
Gemí cuando me penetró con el dedo y aumenté los movimientos de mi
mano al igual que hizo él, de modo que tuve que agarrarme con la otra
mano a su hombro para no caer, dado que empezaron a fallarme las piernas
ante mis propios movimientos desesperados yendo con las caderas al
encuentro de su mano.
 
Estaba cerca de alcanzar el clímax, pero Joel paró, me cogió en brazos y se
sentó en la cama, dejándose caer sobre ella y llevándome consigo hasta que
mi sexo quedó perfectamente alineado con su boca.
 
Comenzó a lamer entre mis labios vaginales como si la vida le fuera en ello,
haciéndome gritar y consiguiendo que me moviera más y más rápido a cada
segundo que pasaba.
 
Ese hombre sabía cómo usar la lengua, no había duda al respecto.
 
Me incliné hacia adelante para sostenerme con ambas manos apoyadas en la
cama mientras seguía moviendo las caderas y él me ayudaba a ir más rápido
agarrándome con fuerza por las nalgas.
 
Me faltaba poco, muy poco para llegar a esa liberación que mi cuerpo pedía
a gritos. Noté un escalofrío recorriendo mi columna, me incorporé de nuevo
y eché el cuerpo hacia atrás, apoyando las manos en sus rodillas mientras él
seguía devorándome sin parar.
 
—Joel, joder —grité.
 
—Córrete, Lara —ordenó, y como si aquellas simples palabras fueran las
que esperaba mi cuerpo, lo hice.
 
Grité mientras el orgasmo me atravesaba de pies a cabeza, mientras Joel me
sostenía por las nalgas y me movía al tiempo que su lengua seguía
deslizándose rápida y sin parar sobre mi clítoris.
 
Exhausta me dejé caer sobre la cama, respirando con dificultad, hasta que
noté que se colocaba sobre mí y me besaba de ese modo fiero de apenas
unos minutos antes.
 
Se apartó y sacó un preservativo del cajón de la mesita, tras colocarlo, elevó
mis caderas y me penetró con fuerza, llevando una de mis piernas alrededor
de su cintura y sosteniéndola allí con fuerza, mientras se apoyaba en la
cama con el otro codo.
 
Ambos respirábamos entre jadeos, nuestros gemidos resonaban por la
habitación y mi cuerpo se estremecía ante las embestidas de aquel hombre.
 
Cuando hizo que volviera a correrme se retiró, tan solo para colocarme de
rodillas en la cama con ambas manos sobre la pared que hacía las veces de
cabecero.
 
Sin descanso, Joel me penetraba con fuertes y profundas embestidas
llegando a lo más hondo de mi ser, clavando los dedos en la suave piel de
mi cadera, mientras entrelazaba nuestras manos sobre la pared.
 
Gritaba y gemía pidiéndole más, no quería que parase, no quería que se
detuviera justo en ese momento, cuando iba a alcanzar de nuevo el
orgasmo.
 
Y llegué hasta él, chillando en el silencio de su habitación mientras él se
enterraba una y otra vez hasta que se unió a mí solo unos segundos después.
 
Nos dejamos caer en la cama, con el cuerpo cubierto de pequeñas gotas de
sudor, jadeantes y con los ojos cerrados. Joel me acarició la espalda y dejó
un beso en mi hombro antes de retirarse e ir al cuarto de baño.
 
Apenas tardó en regresar por lo que ni siquiera me dio tiempo a vestirme y
salir de su habitación.
 
—Debería irme —dije incorporándome.
 
—¿Por qué? —Frunció el ceño.
 
—Nunca me quedo a pasar la noche.
 
—Bueno, creo que por una vez que hagas una excepción, no pasará nada —
sonrió recostándose de nuevo en la cama y rodeándome por la cintura con
ambos brazos.
 
—Joel, yo no busco…
 
—Ni yo tampoco —no me dejó terminar—. Como tú dijiste, somos lo
suficientemente adultos como para hablar con claridad. ¿Has disfrutado del
sexo?
 
—Sí.
 
—Entonces, preciosa, te propongo que sigamos disfrutando de él estos días,
incluso si eso conlleva dormir juntos. ¿Qué te parece?
 
Sería la primera vez que haría algo así, nunca me quedaba a dormir después
de un poco de sexo, hacerlo podría ser peligroso, podría llevarme a tener
sentimientos por la otra persona, y eso, eso sí que sería un problema.
 
Pero, no había nada de malo en hacerlo una vez, ¿cierto?
 
—Señor Galán, me parece que tenemos un acuerdo verbal —dije mirándolo
por encima del hombro, él sonrió y se inclinó para besarme.
 
Capítulo 4

 
Habían pasado tres días desde la noche en que Joel y yo nos acostamos, esa
en la que llegamos al acuerdo de hacerlo siempre que nos apeteciera durante
nuestra estancia en Acapulco.
 
Desde ese momento, cuando no tenía alguna de sus muchas reuniones o
videollamadas de trabajo, pasaba el tiempo con nosotros, no se había
saltado el desayuno ni un solo día, como tampoco la cena, esa que acababa
en postre exclusivamente para nosotros.
 
Y ahí estaba de nuevo, en su habitación, enredada en las sábanas.
 
Me desperté sobresaltada y al incorporarme vi que su lado de la cama
estaba vacío. Eché un vistazo al reloj del móvil y vi que eran las cuatro de
la madrugada. No podría haber ido muy lejos, por lo que me levanté y tras
ponerme su camisa, fui a buscarlo.
 
Al pasar por el balcón vi una silueta a través de las cortinas, así que sonreí y
allí lo encontré, en bóxer, apoyado con una mano en la barandilla y
sosteniendo un vaso de whisky en la otra.
 
—¿Qué haces aquí? —pregunté pasando ambas manos por su piel desnuda
mientras dejaba un beso en su espalda.
 
—A veces me desvelo y esto —levantó el vaso— es lo único que me ayuda
a volver a dormir —le dio un sorbo.
 
—¿Por qué te desvelas? ¿Qué puede ser tan grave como para que perturbe
tu sueño?
 
—La empresa, es mi mayor tesoro, y a la vez, fuente de algunos problemas.
Pero qué te voy a contar que no sepas.
 
—Hay quien compara las empresas con los hijos. Y es por eso que, al igual
que ellos, estas dan alegrías y disgustos en la misma medida.
 
—Buena comparación. ¿Te has desvelado? —preguntó cogiendo una de mis
manos que seguía sobre su pecho.
 
—No, solo me desperté y al no encontrarte, salí en tu busca.
 
—Mi salvadora —sonrió mirándome por encima del hombro y me puse de
puntillas para darle un beso.
 
—¿Sabes lo que hago yo cuando no puedo dormir? —pregunté
apartándome un poco y comencé a desabrocharme los botones de la camisa.
 
—No, ¿qué haces?
 
—Ejercicio, es la mejor manera que encontré para agotarme de nuevo,
volver a la cama y dormir el resto de la noche como un bebé —acorté la
distancia que nos separaba, con la camisa completamente desabotonada y
los pechos liberados, le quité el vaso, lo dejé en la mesa, y volví a ponerme
de puntillas para besarlo.
 
—No hay gimnasio por aquí —sonrió mientras me sostenía con ambas
manos por las caderas.
 
—Como si necesitáramos uno —susurré mordisqueándole el labio.
 
Llevé la mano bajo la tela del bóxer y comencé a acariciarle el miembro,
ese que fue aumentando en tamaño y grosor rápidamente. No tardó en
romper el beso y masajeó un pecho mientras lamía y mordisqueaba el otro
pezón, jugando con la mano que le quedaba libre entre mis piernas.
 
Deslizaba los dedos entre mis pliegues, penetrándome y humedeciendo mi
zona hasta que me escuchó gemir, momento en el que volvió a besarme con
pasión y comenzó a penetrarme más y más rápido cada vez, al igual que yo
aumenté el ritmo de mi mano bajo el bóxer.
 
Me tenía al borde del grito de placer cuando retiró la mano de mi sexo y
cogió la mía para que hiciera lo mismo. Liberó su erección, intercambió
nuestras posiciones de modo que quedé de espaldas a su cuerpo, colocó mis
manos sobre la barandilla y tras elevar mis caderas, se enterró de una fuerte
y profunda embestida en mi sexo, haciendo que mi grito resonara en la
noche.
 
No tardó en cubrirme la boca con una mano mientras me follaba sin piedad,
golpeando mis nalgas contra su fibroso cuerpo y podía notar el modo en que
mis pechos se movían libres y rápido por el constante ritmo que él marcaba.
 
Agarrada con fuerza al hierro de la barandilla, dejé caer la cabeza hacia
atrás mientras le mordisqueaba la mano, esa que movió ligeramente hasta
introducir un par de dedos en mi boca, esos que lamí, succione y degusté
como si fuera su miembro el que me llenaba en ese instante.
 
Joel retiró los dedos y giró mi cabeza de modo que, con una leve
inclinación por su parte, se adueñó de mi boca en un beso profundo y rudo
mientras seguía penetrándome con fuerza. Noté sus dedos entre mis labios
vaginales y fue cuando supe que estaba completamente perdida.
 
Sin dejar de entrar y salir una y otra vez de mi cuerpo, sin romper aquel
beso con el que mis gemidos morían en nuestras bocas, pellizcándome el
clítoris y deslizando el pulgar sobre él con rápidos movimientos circulares,
noté que me recorría un escalofrío por la espalda y comencé a mover las
caderas hacia él, yendo al encuentro de su gruesa y palpitante erección,
hasta que el orgasmo me hizo gritar en su boca.
 
No paró de moverse, no dejó de penetrarme fuerte y de un modo casi
frenético, hasta que se retiró y liberó su placer en la parte baja de mi espalda
con un gemido ronco y bajo mientras apoyaba la frente en mi hombro.
 
—Definitivamente, esto es mucho mejor que el gimnasio —murmuré
mirándolo por encima del hombro.
 
—Absolutamente, mil veces mejor. Vamos a la ducha, te he puesto perdida
—sonrió.
 
—Eso me suena a excusa —fruncí el ceño—. ¿No será que quieres que te
ayude a liberar tensiones también en la ducha?
 
—Es una idea tentadora, pero mañana tengo una reunión y debería
descansar un poco.
 
—Ah, por eso te has desvelado —le acaricié la mejilla y asintió.
 
—La de mañana es una cita importante, si la cago, pierdo el contrato.
 
—Bueno, creo que este ha sido el polvo de la suerte —le hice un guiño y
soltó una carcajada.
 
—Preciosa, si ese fuera el caso, ¿dejarás que te llame para follar la noche
antes de una reunión importante, estemos dónde estemos? —interrogó
mientras me cargaba en brazos para llevarme a la ducha.
 
—Una oferta muy tentadora, señor Galán, ¿el acuerdo sería igual para
ambas partes?
 
—Por supuesto, estaría a tu entera disposición para una sesión de sexo
nocturno en un balcón, siempre que quisieras.
 
—No nos habrá visto nadie, ¿verdad? —pregunté, temiendo que así hubiera
sido.
 
—Si lo han hecho, pueden pasar varias cosas. Una, que se tratara de un
hombre o una mujer solos en su habitación y en este momento se estén
dando un homenaje a ellos mismos. Dos, que se trate de una pareja que con
nuestros gemidos y tus gritos se excitaron tanto que estén follando como
animales. O que hayamos despertado a alguien y esté maldiciendo a
nuestros antepasados.
 
—Mientras no nos hayan grabado y acabemos siendo el vídeo porno
amateur más visto de la historia, que hagan lo que quieran —me encogí de
hombros.
 
—Mañana busco en todas las webs porno que encuentre y si hay un vídeo
nuestro me lo descargo, este momento ha sido memorable.
 
—Serás —le di un leve puñetazo en el hombro cuando nos metíamos en la
ducha, se echó a reír y acabó besándome de nuevo.
 
Joel era un encanto, me caía bien y lo pasaba genial a su lado, en todos los
sentidos, por lo que me resultaba una pena el hecho de tener que separarnos
cuando acabaran nuestras vacaciones.
 
Al menos me quedaría con el recuerdo de su forma de mirarme, esa como si
no hubiera otra mujer en el mundo cuando estábamos juntos.
 
Capítulo 5

 
Si había algo en la vida que me gustaba sentir, era el agua del mar bañando
mis pies mientras caminaba por la orilla de la playa.
 
La sensación del agua mezclándose con la arena a cada paso que daba,
acompañada de aquella brisa de la noche, era increíble, lo que conseguía
que me olvidara del resto del mundo y me relajara por unos minutos.
 
Las playas de Acapulco, en México, ese lugar al que solía ir a pasar unos
días cada verano.
 
Me senté en la arena dejando los zapatos a un lado, y abrazándome las
piernas miré hacia el mar, ese que estaba en calma y donde la Luna, en todo
su esplendor, se reflejaba.
 
En ese momento me llegaron las voces de la gente que estaba en el bar, en
el mismo en el que mis dos mejores amigos se habían quedado, y sonreí al
oír el modo en el que destrozaban a gritos una famosa y conocida canción
mexicana y con la que crecí escuchándola.
 
“Y volver, volver, volver. A tus brazos otra vez…”
 
Se notaba que el alcohol empezaba a pasar factura en esas pobres almas que
intentaban cantar, pero que más bien, gritaban.
 
—Esto va a ser cosa del destino —dijo una voz masculina a mi espalda.
 
—Yo me atrevería a decir que lo que hace usted, es seguirme —respondí
con una sonrisa.
 
—Nos conocimos hace dos semanas en el hotel en el que ambos nos
hospedamos, coincidimos en el restaurante, en la piscina y en algunos bares,
lo normal es que coincidamos también aquí —se sentó a mi lado.
 
—Señor Galán, voy a empezar a pensar que me vigila por algún motivo
oculto —entorné los ojos para mirarlo, y ahí estaba su sonrisa.
 
—¿De verdad vas a seguir llamándome de usted, con la de veces que hemos
intimado, Lara?
 
—Llamar intimar a tener sexo, sin más, es muy atrevido hasta para ti, Joel.
 
—Me gusta escuchar mi nombre saliendo de tus labios, ¿qué puedo decir?
 
No tardó en sostenerme la barbilla con dos dedos y besarme.
 
Sí, lo nuestro en aquellas playas paradisíacas de Acapulco no era más que
sexo, ambos lo dejamos claro la primera noche que, tras una cena, algunas
copas y un baile, acabamos arrancándonos la ropa en su habitación del
hotel.
 
Me senté en su regazo y jugué con los dedos entre aquel cabello que tantas
veces había tocado en esos días, mientras mantenía el equilibrio
agarrándome a su hombro con la otra mano.
 
Joel me mordisqueó el labio sosteniéndome con ambas manos por las
nalgas de modo que comenzó a moverme, haciendo contacto de su
entrepierna, esa que comenzaba a agrandarse con la mía.
 
Estábamos lo suficientemente lejos del bar como para que nadie pudiera ver
lo que realmente hacíamos, así que, cuando noté que ambos estábamos
excitados y deseando compartir un nuevo momento de intimidad,
llamémoslo así, desabroché los pantalones de Joel y tras liberar su erección,
hice a un lado la tela de mi braguita mientras él se colocaba el preservativo,
y la introduje hasta colmarme por completo.
 
Gemí rompiendo aquel beso y apoyando la frente en su hombro,
moviéndome sobre mi amante mientras él, se aferraba con fuerza a la carne
de mis nalgas bajo la tela del vestido, sabía que esa zona acabaría de un
tono rosado por la presión que hacía, pero no importaba.
 
No dejamos de movernos, de follar a la luz de la Luna en mitad de la playa,
donde cualquiera que pasara podría vernos, pero a ninguno nos importó.
 
Tenía treinta años, era una mujer adulta y libre que hacía lo que quería,
cuándo y con quién quería, y en ese momento, durante aquellos días, Joel
era quien me saciaba.
 
Lo habíamos hecho de todas las maneras posibles, en su habitación, en la
mía, en la ducha o en la terraza, y como despedida, la playa era testigo de
aquella fogosidad que ambos teníamos.
 
Comenzamos a movernos más rápido, Joel me mordió el hombro y yo tiré
de su cabello, señal inequívoca para ambos de que el clímax se acercaba.
 
Y lo hizo, arrasando con nosotros como lo haría un tsunami, golpeándonos
con fuerza e intensidad, por lo que tuvimos que esforzarnos por no gritar y
evitar de ese modo que nos vieran.
 
—Esto ha sido una despedida, ¿me equivoco? —dijo mientras seguíamos en
la misma posición, abrazados y ya recuperados de nuestro fugaz encuentro.
 
—Sí —fue cuanto respondí, y él asintió.
 
No le había contado mucho sobre mí, nunca lo hacía con los hombres con
los que compartía cama, no necesitaban saber nada más de mí, con mi
nombre y que era mayor de edad, el consentimiento de un polvo rápido o
varios era suficiente.
 
—Sabes que podemos mantener el contacto —comentó acariciándome la
espalda.
 
—Si te refieres a que hablemos por teléfono, que nos contemos cómo nos
ha ido el día y esas cosas, ya tengo a mis amigos para eso.
 
—Lara, me refiero a que cuentes conmigo si alguna vez necesitas algo —
me cogió ambas mejillas y me miró fijamente a los ojos—. Eres una mujer
fuerte, dura y fría como el hielo, pero yo he visto más allá de esa apariencia.
 
—Si me dices que te has enamorado, me da algo.
 
—No —rio mientras negaba moviendo la cabeza de un lado a otro—. Pero
no me negarás que el sexo entre nosotros es brutal —hizo un guiño y la que
rio en ese instante fui yo—. Ahora en serio, si alguna vez necesitas algo,
llámame.
 
Asentí, puesto que era la primera vez que alguno de los hombres con los
que me acostaba ofrecía algo más que sexo, y por cómo me miraba, parecía
hacerlo en serio.
 
Le di un beso antes de levantarme, cogí mis zapatos y regresé al bar donde
mis amigos y socios, Christopher y Tessa, me esperaban.
 
En cuanto me vieron llegar cogieron la botella de tequila que tenían en la
mesa y sirvieron tres chupitos.
 
—¡Viva México! —gritó alguien levantando un vaso en la barra, y todos le
imitamos.
 
—Se acabaron las vacaciones, Lara —dijo Tessa tras tomar su chupito.
 
—Ajá. Volvemos a la rutina.
 
—Solo que esta vez es diferente. ¿Estás segura? —preguntó Chris.
 
—Segurísima, nunca lo estuve tanto como ahora —sonreí.
 
—En ese caso, un brindis, chicos —propuso Tessa—. Por los nuevos
comienzos —levantó su vaso de chupito y Chris y yo la seguimos.
 
Los nuevos comienzos, como ella solía llamar al cambio de ciudad y
expandir la empresa aún más, siempre eran una locura, pero al lado de ellos
las locuras salían bien.
 
Teníamos todo listo y esperando nuestra llegada, el edificio, los empleados,
un apartamento para cada uno de ellos, y una casa para mí.
 
Por primera vez desde que pusimos la empresa en marcha, estaba
impaciente por vivir aquel nuevo comienzo, por saber si tendríamos éxito
como otras veces.
 
Miré hacia la barra y vi a Joel con un whisky en la mano, sonreí cuando lo
levantó hacia mí a modo de brindis e hice lo mismo con un chupito de
tequila.
 
—¿En serio vas a dejar escapar a ese hombre? —preguntó Tessa.
 
—Sí, ya sabes por qué.
 
—Si cuando nos conocimos me hubieran dicho que ibas a ser algo así como
una mantis religiosa, no me lo habría creído.
 
—Oye, que no decapito a mis amantes —protesté.
 
—No, pero seguro que a algunos les rompes el corazón —respondió Chris.
 
—Le dijo la sartén al cazo —arqueé la ceja—. ¿Cuántas mujeres han
pasado por tu cama?
 
—No llevo la cuenta —se encogió de hombros.
 
—En serio, chicos, soy fan vuestra. De mayor quiero ser así —dijo Tessa
bebiéndose otro chupito.
 
—Así, ¿cómo?
 
—Que me importe todo una mierda y tirarme a un tío sin después tener
remordimientos.
 
—Cuando lleguemos a nuestro nuevo destino, te daremos unas nociones
básicas para conseguirlo —contestó Chris señalándola.
 
—Vamos, que me vais a convertir en una mantis.
 
—No, no, tú seguro que pasas a ser una viuda negra —dije y ella se echó a
reír.
 
Tessa podría ser muy fría, pero, a diferencia de mí, ella soñaba con ese
caballero de brillante armadura que la convirtiera en su princesa, pero solo
en cuestiones románticas, porque no necesitaba que nadie la cuidara, como
tampoco lo necesitaba yo. Solo que mis dos amigos cuidaban y velaban por
mí, de no hacerlo, haría tiempo que me habría vuelto loca.
 
—Yo de ti iría a la barra y le propondría a ese hombre un último baile bajo
las sábanas —comentó Chris.
 
—No es necesario, hemos bailado en la playa.
 
—¿Habéis follado allí? —preguntó y asentí.
 
—Te lo dije, me debes doscientos euros —dijo Tessa extendiendo la mano.
 
—¿Cómo lo sabías tú, enana? —Chris frunció el ceño al tiempo que sacaba
el móvil para transferirle el dinero a nuestra amiga.
 
—Ese movimiento, aunque parecía discreto, era señal de que estaban
bailando en la arena —rio ella cogiendo el móvil y sonrió al ver el dinero en
su cuenta.
 
—Me encanta ser el motivo de vuestra apuestas —protesté.
 
—No te hagas la ofendida, que vosotras dos apostáis por cuánto tiempo
tardo en conquistar a una mujer y llevarla a mi cama —resopló.
 
—Touché.
 
Una copa más, una mirada fugaz a Joel que sonrió con una leve inclinación
de cabeza a modo de despedida, y regresamos al hotel a pasar nuestra
última noche en Acapulco, hasta el año siguiente que regresáramos, como
cada verano.
 
Cuando me metí en la cama tardé en dormirme, algo habitual cuando
estábamos a punto de comenzar de nuevo en otro lugar.
 
Pero a veces los cambios eran necesarios, y después de tanto tiempo, ese
que llevaba años esperando, al fin había llegado.
Capítulo 6

 
Madrid, una semana después…
 
Ya estábamos instalados en nuestro destino, ese que se convertiría en uno de
los centros neurálgicos de nuestra empresa.
 
Teníamos pequeñas sedes repartidas por España, la principal y que nos vio
crecer poco a poco, en Málaga, cerca de la casa de Esteban y Amelia, los
padres de Christopher.
 
Y tras varios años en el mercado, asumiendo riesgos, teniendo algunas
pérdidas, pero muchos beneficios, aterrizábamos en la capital para
quedarnos un tiempo.
 
Me encantaba la casa que había comprado, era justo lo que tenía en mente
cuando hablé con los de la inmobiliaria. Una cocina amplia, un gran salón
con chimenea, gimnasio, varios dormitorios y un precioso jardín con porche
y piscina.
 
Allí me encontraba en ese momento, disfrutando de un zumo de frutas que
me había preparado Lucrecia, la mujer que viajaba conmigo a cada sitio en
el que me instalaba, mientras tomaba el sol y echaba un vistazo a las
noticias de economía.
 
—Menuda casita tienes, Lara, y yo en un apartamento —resopló.
 
La voz de Tessa me llegó desde la puerta del salón, me bajé las gafas de sol
para mirarla y arqueé la ceja, ¿en serio me estaba diciendo aquello?
 
—Si mal no recuerdo, tus palabras cuando os pregunté a Chris y a ti dónde
queríais instalaros, fueron, en un ático con terraza y vistas al parque de El
Retiro.
 
—Es verdad, entonces no me quejo.
 
—Eso pensaba —volví a colocarme las gafas y me centré de nuevo en la
Tablet, y las noticias, mientras ella se acomodaba en la tumbona de al lado.
 
—¿Tienes todo listo para esta noche?
 
—Si te refieres al vestido, sí, está encima de mi cama. Puedes ir a verlo.
 
—No, prefiero que me sorprendas.
 
—¿Como hago siempre? —reí.
 
—Efectivamente.
 
—¿Qué tal en las oficinas? ¿Todos los puestos están cubiertos? —
interrogué.
 
—Sí, incluidos los vigilantes nocturnos.
 
—Bien.
 
—¿Queréis que os prepare algo para comer, niñas? —preguntó Lucrecia,
que tenía por costumbre llamarnos así desde que empezó a trabajar para mí.
 
—No, yo me iré enseguida —respondió Tessa.
 
—¿Qué has venido para hacerme la visita del médico? —Fruncí del ceño.
 
—No, solo te he traído algo que Ricky me ha enviado al e-mail.
 
—¿Es lo que creo que es?
 
—Sí. Y ahora me voy, que he quedado con Chris para comer y ultimar
detalles de esta noche. ¿Te recogemos a las ocho?
 
—Perfecto —respondí poniéndome en pie al igual que ella.
 
Nos despedimos con un beso y un abrazo, la acompañé al salón y sobre la
mesa vi la carpeta de color negra con el nombre de la empresa en letras
plateadas que antes no estaba. Cuando la cogí eché un vistazo a lo que
Ricky había enviado.
 
Sonreí al ser consciente de la eficiencia de la gente de confianza con la que
trabajaba en la empresa. Guardé aquella carpeta en la habitación y vi el
vestido que llevaría esa noche a la fiesta en la que estábamos invitados.
 
Ese modelo estaba hecho a medida y exclusivamente para mí por un
diseñador joven y con mucho talento que empezaba en el mundo de la
moda. Vestirme le ayudaría a conseguir hacerse un hueco en esa industria
en la que había tanta competencia y talento, puesto que en la fiesta estaría
presente la prensa y como era habitual, Chris y yo acapararíamos algunas
portadas.
 
El vestido era precioso, tenía el corpiño negro con cristales engastados,
escote en forma de v y tirante ancho. La parte de atrás era toda en tela
transparente que simulaba a la perfección el tono de mi piel, por lo que
parecía que iba descubierta. La falda se ceñía a la cintura con una fina tira a
modo de cinturón, y la tela de la gasa caía con sutileza hasta el suelo.
 
Tal como decía el diseñador, era una pieza sexy y elegante.
 
Fui a la cocina y encontré a Lucrecia preparando una ensalada de pasta y
cangrejo, sonrió al verme y le devolví el gesto.
 
—¿Nerviosa por lo de esta noche? —preguntó.
 
—Solo un poco, habrá muchos tiburones en esa fiesta —respondí cogiendo
un palito de zanahoria.
 
—Y tú serás uno de ellos.
 
—Nah, soy un pececillo inocente, ya lo sabes.
 
—No, mi niña, tú no eres ningún pececillo, tal vez en algún momento de tu
vida lo fuiste, pero ya, no. Nadie puede contigo, y nadie podrá jamás. ¿Has
visto cuánto has conseguido en diez años? Eres la dueña de una empresa
exitosa y de renombre, pocas personas pueden decir eso con treinta años.
 
—Sí, pero todo el mundo piensa que el dueño es Christopher —respondí.
 
—Eso es porque aún hoy en día, en el siglo en el que estamos, muchos
hombres no entienden que las mujeres pueden dirigir multinacionales como
ellos. Es más, hay quien teme el poder que pueden llegar a tener muchas de
esas mujeres.
 
—Lucrecia, tú habrías sido una gran directiva en Lapher —le aseguré,
sonriendo, al decir el nombre que Chris y yo decidimos para nuestra
empresa.
 
—Qué va, a mí siempre se me dio bien la cocina, no los números, ni las
finanzas, y mucho menos esos trabajos que Ricky hace para ti, que no
deben ser muy legales, imagino, si ese hombre se mantiene prácticamente
oculto entre las sombras viviendo en una cueva.
 
—Es hacker, Lucrecia —reí—, no Batman. Y vive en un apartamento.
 
—¿Pero tú lo conoces? —Elevó ambas cejas, puesto que Ricky se dejaba
ver poco, prácticamente nada.
 
—Sí, debo ser una privilegiada.
 
—Desde luego, porque yo solo le pongo voz —suspiró.
 
La dejé en la cocina terminando de hacer la comida y salí de nuevo al
jardín, necesitaba un cigarrillo. No es que fuera una fumadora asidua que no
podía dejar aquel vicio tan dañino, ni mucho menos. Solo fumaba de vez en
cuando, y principalmente en días como ese en el que tocaba exponerme una
vez más ante las personas que confiarían su dinero a mi empresa.
 
Lapher se centraba en el sector tecnológico, daba servicio a muchas
empresas que querían dar una nuevo aspecto a su imagen creando una
página web atractiva para sus potenciales clientes, además de la creación de
aplicaciones para móvil con las que estar en continuo contacto con ellos.
 
Restaurantes de comida rápida, de comida tradicional, tiendas de moda, de
cosmética, salud y belleza, y hoteles de todo el mundo, contaban con
Lapher para dar ese lavado de cara y adaptarse a los nuevos tiempos que
necesitaba su imperio.
 
La idea fue de Chris, él trabajaba en una pequeña empresa dedicada a eso y
cuando fue absorbida por una multinacional mucho más grande,
despidiendo a toda la plantilla dado que querían a su propio equipo de
trabajo, y con el contacto de muchos de los clientes que él mismo había
hecho en aquellos años de trabajo, nos lanzamos a la aventura.
 
Uno de esos clientes confió en nosotros, hicimos un buen trabajo, para ser
el primero que llevábamos a cabo con solo un par de técnicos
especializados en el sector, y él fue quien recomendó a otros muchos que
llegaron después.
 
Sí, la vida nos había sonreído, nos dio una buena mano de cartas y
ganamos, subiendo poco a poco y convirtiéndonos en una de las mejores
empresas del país.
 
Chris: ¿Qué te vas a poner esta noche para mí, querida?
 
Reí al ver el mensaje, pero no contesté, bien sabía él que cuando íbamos a
una fiesta de esa envergadura, donde conoceríamos a muchos de los
potenciales clientes que queríamos atraer, me ponía nerviosa y mandarme
alguna tontería como esa era su forma de decirme: “estoy contigo en esto, y
en todo lo demás”.
 
A veces estaba un poco loco, pero lo quería, era mi loco favorito.
 
Capítulo 7

 
Puntuales como siempre llegaron Chris y Tessa a recogerme, cuando salí al
salón, donde me esperaban, ambos silbaron al verme.
 
—Desde luego, esta noche serás el centro de todas las miradas —dijo Tessa.
 
—Tú también vas preciosa —sonreí.
 
Ella llevaba un vestido largo en rosa y tirante ancho de gasa, que resaltaba
el azul de sus ojos y el rojo de su cabello, ese que me recordaba al de Ariel,
la sirena más famosa de la factoría Disney.
 
—Yo a vuestro lado seré el hombre invisible —comentó Chris.
 
—Tendrá valor para decir eso, si parece sacado de una revista de modelos
—resopló Tessa.
 
Y era verdad, mi amigo y socio llevaba los trajes de tres piezas hechos a
medida como ningún otro hombre que yo hubiera visto.
 
—Estáis todos guapísimos —dijo Lucrecia—. Que os divirtáis.
 
—Lucrecia, vamos a hacer clientes, no a divertirnos —respondió él.
 
—Una cosa no está reñida con la otra, jovencito.
 
Nos despedimos de ella y salimos a la parte principal de la casa, donde tenía
una pequeña zona de aparcamiento. Allí se quedaría esta noche mi coche,
puesto que Chris haría de chófer para ambas.
 
—Señoritas —dijo abriendo las puertas para que subiéramos a su más
preciado tesoro, un coche de estilo deportivo negro.
 
Abandonamos la urbanización y nos adentramos en la autovía, esa que nos
llevaría a la zona centro de la ciudad, donde tendría lugar el evento.
 
Se trataba de la inauguración del nuevo restaurante del sobrino de un buen
cliente nuestro que también contrató nuestros servicios y nos había invitado.
 
Aceptamos porque él era un chef muy conocido y entre los comensales que
acudían habitualmente a sus otros restaurantes se encontraban directivos de
muchas empresas que nosotros queríamos captar.
 
Formábamos parte de un sector muy competitivo y queríamos darnos a
conocer, y que nos dieran la oportunidad de hacerles una presentación y que
barajaran la posibilidad de trabajar con nosotros.
 
Pasé todo el camino contemplando la noche a través de la ventana,
pensando una y otra vez en las palabras que debía decir, el modo en que
tenía que mostrarme ante los demás, nadie podía verme débil, sino todo lo
contrario.
 
Tenía que dejar claro que era un tiburón más en esas aguas, no una presa
fácil para el resto.
 
Cuando llegamos, uno de los empleados se hizo cargo del coche tras
abrirnos las puertas, y como siempre ocurría en esos momentos, la prensa
que se encontraba en la entrada comenzó a hacernos fotos.
 
El nombre de nuestra empresa comenzó a escucharse, algunos fotógrafos
nos pedían que nos paráramos unos minutos para disparar sus flashes, y
Chris sonreía colocando una mano en la cintura de cada una de nosotras.
 
—Gracias, pero si nos disculpan, no queremos llegar tarde —dijo al fin, y
emprendimos de nuevo el camino hacia el interior del restaurante.
 
La música, la iluminación, la decoración, las mesas altas con taburetes
colocadas en toda la sala, los camareros y camareras llevando bandejas de
bebida, y el murmullo de los invitados, nos metió de lleno en el lugar en el
que estábamos.
 
—Siempre he tenido una duda —dijo Tessa de pronto.
 
—Miedo me dan tus dudas —respondí mientras cada uno cogíamos una
copa de vino de la bandeja que nos ofrecía la camarera.
 
—A ver, todo el mundo piensa que él es el único dueño de Lapher, que tú
eres algo así como su mano derecha y la churri con la que se acuesta, y sí,
saben que yo soy la secretaria, pero, ¿qué piensan que hay entre nosotros
cuando nos vean aparecer a los tres juntos en estos eventos? —Entrecerró
los ojos.
 
—Que soy un cabrón con suerte, porque me acuesto con las dos —
respondió Chris encogiéndose de hombros.
 
—Venga ya, no pueden pensar eso —Tessa abrió los ojos ante la sorpresa de
esa respuesta.
 
—De hecho, sí, lo piensan. Más de una vez me lo han dicho a mí —
contesté.
 
—Si supieran que ninguna de las dos me habéis dejado ni tan siquiera
besaros.
 
—A mí lo que piensen que pasa de puertas para adentro, me da igual, lo que
quiero es que todo el mundo tenga claro que somos una empresa en auge,
que somos profesionales y damos un buen servicio al cliente.
 
—Estoy contigo, jefa —Tessa chocó su copa con la mía a modo de brindis y
ambas dimos un sorbo a aquel vino que estaba realmente bueno.
 
—Hay que hacerse con el dueño de estas bodegas, se nos lleva resistiendo
mucho tiempo —comentó Chris, y ambas asentimos.
 
—Al fin llegan mis invitados estrellado —la voz de Julen Villa, el chef y
dueño del restaurante, hizo que nos giráramos para saludarle—.
Bienvenidos a mi casa, chicos.
 
Como siempre que nos habíamos reunido con él, Julen sonreía con absoluta
felicidad y nos saludó con un abrazo a cada uno.
 
—Gracias por invitarnos, Julen —dije.
 
—¿Cómo no iba a hacerlo después del gran trabajo que hicisteis con mis
restaurantes? La nueva imagen es fantástica, por no hablar de la aplicación
para el móvil. Los pedidos a domicilio han aumentado en un sesenta por
ciento desde que la tenemos.
 
—Y eso es solo el principio, amigo mío —respondió Chris—, solo el
principio.
 
—Lo sé, quería que vinierais esta noche para presentaros a algunos posibles
clientes.
 
—De eso se encargan los jefes, yo voy a relacionarme con el resto de
mortales —comentó Tessa, haciendo que Julen riera al verla alejarse
mientras agitaba los dedos a modo de despedida.
 
Chris y yo lo acompañamos y nos presentó a varios empresarios del sector
hostelero, amigos suyos con los que había tenido el placer de cocinar en
alguna ocasión como invitados de un programa de cocina.
 
No me pasó desapercibido el interés comercial de algunos de ellos, y
cuando nos pidieron una tarjeta para concertar una reunión, tanto Chris
como yo sonreímos.
 
Más aún cuando la sorpresa se instalaba en sus ojos al ver que ambos
éramos los dueños, y no solo él como suponía todo el mundo.
 
—Reconocería esa risa en cualquier parte —y yo la voz que lo acababa de
decir, mientras la yema de su dedo se deslizaba lentamente por mi espalda
casi desnuda.
 
—Hola, Joel —sonreí cuando nuestras miradas se encontraron.
 
—¿Seguirás diciendo que no es cosa del destino que nos encontremos? —
arqueó la ceja con una sonrisa de lo más provocativa.
 
—¿Y si me estás siguiendo? ¿Debería pensar que instalaste alguna especie
de dispositivo de rastreo en mi móvil y por eso estás aquí?
 
—Soy dueño de una empresa de publicidad, no trabajo para el CNI.
 
—Eso es lo que tú dices, pero… —me encogí de hombros y él soltó una
carcajada al tiempo que posaba la mano en mi cintura, para después
inclinarse y besarme en la comisura de los labios.
 
No, por supuesto que el hombre que tenía delante era de fiar, y como decía,
dueño de una empresa de publicidad que obtenía suculentos beneficios cada
año. Ricky había hecho su trabajo cuando se lo pedí el día que conocí a Joel
Galán en Acapulco.
 
—¿Qué haces aquí, bonita? —preguntó cogiendo dos copas de vino,
ofreciéndome una de ellas.
 
—Disfrutar de la velada en la inauguración de uno de mis clientes, y tratar
de hacer algunos nuevos —di un sorbo a mi copa y miré hacia Chris, que se
alejó en cuanto llegó Joel.
 
—Puedo presentarte a algunos de los míos, también le llevo la publicidad a
Julen.
 
—¿Qué querrás a cambio si acepto conocer a tus clientes?
 
—Nada, soy un profesional y me considero un amigo que quiere ayudarte a
conseguir suculentos contratos. El tema personal, bonita, de puertas para
afuera —hizo un guiño y se inclinó para susurrar—. Mi ático está cerca de
aquí, y mi cama está más que dispuesta a hacerte revivir esas noches en
Acapulco.
 
Su tono de voz, el modo en el que lo decía y el recuerdo de aquellas noches,
hicieron que un escalofrío recorriera mi espalda. Cuando sus ojos color miel
se encontraron con los míos, me mordisqueé el labio y tan solo asentí.
 
No habría ningún problema por pasar una noche con él, ¿verdad?
 
—Vamos, hagamos negocios —dijo posando la mano en la parte baja de mi
espalda, y me llevó hasta una zona en la que había un grupo de hombres y
mujeres charlando.
 
Joel me presentó como una de las dueñas de Lapher, la empresa más
importante en temas páginas web y aplicaciones del sector tecnológico del
país, haciéndoles saber a todos que Julen Villa era uno de nuestros clientes,
y el interés en muchos de ellos fue en aumento según iba contándoles
algunas de las cosas que podíamos ofrecerles.
 
—Joel, te veo muy bien acompañado —dijo un hombre tan alto como él, de
cabello castaño y ojos marrones, mientras le estrechaba la mano.
 
—David Rivera, no sabía que estuvieras aquí esta noche —respondió.
 
—Somos unos buenos clientes de Julen, no podíamos faltar a la
inauguración de su nuevo restaurante.
 
—Deduzco por tus palabras que Aaron también ha venido.
 
—Deduces bien, viejo amigo —me giré al escuchar aquella voz ronca,
varonil y seductora que contestó—. Joel, como siempre un placer verte —
sonrió al tiempo que le estrechaba la mano.
 
Alto, tal vez solo cinco centímetros más que Joel y Chris, rubio y con los
ojos azules como el océano. Llevaba un traje gris oscuro, así como la
corbata, y una camisa blanca.
 
Fui consciente del momento exacto en el que sus ojos se olvidaron de Joel,
y se fijaron en mí.
 
No, no se fijaron sin más, se quedaron conectados a los míos de tal modo
que me puse nerviosa.
 
—Aaron Medina, el escurridizo empresario —sonrió Joel—. Ella es Lara,
dueña de Lapher —dijo al ver que no me quitaba los ojos de encima.
 
—He oído ese nombre en algún sitio —respondió entornando aquellos
gélidos ojos.
 
Joel pasó a contarle a lo que nos dedicábamos, y Aaron asintió. Fue David
quien comentó el hecho de que les sonara tanto el nombre, puesto que uno
de sus clientes se lo había mencionado en alguna ocasión para que se
pusieran en contacto con nosotros y les diéramos un aire nuevo a su imagen.
 
—¿Y por qué no lo han hecho aún, señores? —interrogué, dando un sorbo a
mi copa para mostrarme segura de mí misma.
 
—No hay un motivo concreto —se adelantó a responder Aaron antes de que
pudiera hacerlo su socio David.
 
Asentí, eché un vistazo hacia la zona en la que había visto a Chris, y una
vez le tuve localizado y me vio, hizo un guiño y sonrió. Sí, estaba pendiente
de mí por si tenía que acudir a mi rescate. No en el sentido estricto de la
palabra, obviamente, sino que se acercaría y formaría parte de la
conversación.
 
Al volver a querer centrarme en los tres hombres que se encontraban
conmigo en ese momento, hablando entre ellos sin que yo prestara la más
mínima atención a sus palabras, vi las cámaras y el personal de prensa
acreditado alrededor de alguien.
 
El hombre, sonriendo mientras posaba con dos mujeres de diferentes
edades, igual de sonrientes, salvo que todo parecía simple postureo para
esas fotos y de ese modo salir en las revistas de todo el país.
 
—Rafael Acosta, su mujer Mireia y su hija Elena —Joel, que estaba a mi
lado, pasó la mano por mi cintura cuando pareció darse cuenta de hacia
dónde miraba yo—. Dueños de una de las empresas de importación y
exportación más importantes del país. Entre los productos que exporta, el
vino que estamos disfrutando esta noche.
 
—¿Dueños? ¿Los tres? —pregunté.
 
—Rafael es el dueño, por mucho que su hija tomara las riendas hace un par
de años. Él siempre será quien dirija el negocio. Hasta que Elena se case
con Andoni, el hombre que los acompaña, la mano derecha de Rafael desde
hace veinte años.
 
—El señor Acosta es el tipo de hombre que no permitirá que una mujer sea
la que mande en su empresa —comentó David—, por muy hija suya que
sea.
 
—Es de la vieja escuela, a sus sesenta años, no le entra en la cabeza que las
mujeres también podéis dirigir igual, o mejor, que nosotros —dijo Joel.
 
—Vienen hacia aquí —anunció Aaron.
 
—Señores, cuánto bueno verles —aquel hombre de ojos azules y fieros,
sonrió al ver a los tres que me acompañaban. Saludó a todos uno a uno, y
cuando me vio, su sonrisa se amplió al instante—. ¿Quién es esta joven tan
hermosa?
 
—Lara, dueña de Lapher —me presenté al tiempo que le tenía la mano, esa
que estrechó con una ceja arqueada.
 
—¿Una mujer tan joven dirigiendo una empresa?
 
—No creo que sea mucho más joven que su propia hija, señor Acosta —
respondí.
 
—Puede que no. Permítame que se la presente.
 
Llamó a su hija Elena, así como a su esposa, me presentó a ambas y el
modo en el que dijo que yo era la dueña de la empresa, me dejó claro que
ese hombre era un idiota que no admitiría nunca la valía de las mujeres.
 
Pero tenía algo en lo que yo estaba interesada, por lo que cambiaría la
estrategia para conseguir la bodega tras la que Chris y yo llevábamos tres
largos años.
 
Me acerqué a Elena, entablé una conversación con ella centrada en los
negocios, el modo en que ambas dirigíamos nuestras empresas, y cuando la
vi sonreír supe que la tenía justo donde la quería.
 
—Deberíamos quedar a tomar café un día, Lara —dijo cuando tuvo que
marcharse con su padre para saludar a unos conocidos—. Es difícil
encontrar otra joven empresaria como yo.
 
—Estaré encantada de tomar ese café. Aquí tienes mi tarjeta —saqué una
del bolso y se la entregué—. Llámame el lunes y cuadro mi agenda.
 
—Lo haré, cuenta con ello. Adiós.
 
Asentí al verla marchar y cuando me giré, Joel sonrió al verme, mientras
que Aaron no dejaba de escudriñarme con la mirada, como si algo en mí
estuviera mal.
 
—¿Qué tal si me sacas de aquí? —le propuse a Joel— Me apetece una
última copa en tu ático.
 
—Eso está hecho —volvió a sonreír y tras posar su mano en la parte baja de
mi espalda, se despidió de sus amigos.
 
Eché un vistazo hacia donde Chris y Tessa tomaban una copa, ambos
asintieron al verme y caminé por el restaurante con Joel hasta la calle. No
tardó en aparecer uno de los empleados con su coche, un deportivo gris de
dos plazas que hacía rugir el motor por la ciudad.
 
Desconecté de inmediato, dejando a un lado la mujer de negocios, y
pasando a ser solo Lara, la amante.
 
Capítulo 8

 
Como tantas veces había ocurrido en Acapulco, nada más traspasar la
puerta de su casa me acorraló contra ella y comenzó a besarme de aquel
modo fiero que tan bien recordaba.
 
Levantó la falda de mi vestido con ambas manos y no dudó en arrancarme
el tanga negro de un tirón.
 
—¿Sabes cuánto me costó ese trocito de tela? —protesté cuando se apartó
para besarme el cuello.
 
—El lunes te mando uno igual a tu oficina —dijo mientras me
mordisqueaba el lóbulo de la oreja.
 
—Más vale que merezca la pena el polvo que vamos a echar, Joel, porque
me encantaba ese tanga.
 
—No lo dudes. Ahora dime una cosa, ¿tienes mucho cariño a este vestido?
Porque me lo está poniendo difícil para follarte aquí, y te juro que estoy
haciendo acopio de todas mis fuerzas para no romperlo también.
 
—Te mato si haces eso —amenacé cogiéndolo del pelo y haciendo que me
mirara—. Ni se te ocurra, es un diseño exclusivo, único, hecho para mí.
 
—Pues dime cómo coño se quita, porque necesito follarte contra la puta
pared. Ya.
 
Sonreí con malicia ante su desesperación, lo malo era que yo misma me
sentía igual, necesitada y deseosa de que su miembro me follara sin piedad.
 
Llevé ambas manos a los tirantes del vestido y comencé a bajarlo despacio,
poniéndome de puntillas para mordisquearle los labios.
 
Joel comenzó a deslizar los dedos entre mis pliegues, haciendo que me
fuera humedeciendo a cada segundo que pasaba.
 
Dejé caer el vestido al suelo en un montón de tela que quedó allí
abandonada, Joel me cogió en brazos y tras hacer que le rodeara la cintura
con las piernas, liberó su erección de los pantalones y se enterró en mí con
una certera embestida.
 
Grité mientras él devoraba uno de mis pechos, golpeando con fuerza en lo
más profundo de mi ser una y otra vez.
 
—Mierda, no puedo controlarme cuando estoy contigo —dijo retirando su
miembro de mi sexo.
 
—Oye, vuelve a meter eso ahí dentro ahora mismo —exigí.
 
—Preciosa, vamos a la habitación que es donde tengo los preservativos —
respondió mientras caminaba a oscuras por su casa.
 
—¿No has llevado ninguno en la cartera por si seducías a alguna pobre
incauta? —Arqueé la ceja.
 
—No contaba con terminar la noche acompañado, la verdad —me besó en
los labios cuando entramos en la que imaginé era su habitación.
 
Tras dejarme en el suelo se desnudó con prisas, sacó un preservativo y se lo
colocó antes de hacer que me inclinara sobre la cama, apoyada en mis
codos, con las piernas separadas y sin quitarme los tacones.
 
Elevó mis caderas y volvió a penetrarme con fuerza, grité dejando caer la
cabeza hacia atrás, momento que Joel aprovechó para coger mi cabello con
un mano, enrollarlo y tirar de él mientras seguía haciendo que el sonido de
nuestra carne al golpearse y mis gemidos se mezclaran en su habitación.
 
El simple roce que la tela de la cama hacía en mis pezones, causaba que
estos se irguieran más y que mi excitación creciera.
 
Gemía, gritaba, me mordía el labio inferior y le pedía a Joel que siguiera,
que no parara.
 
—No se me ocurriría, preciosa, no sabes lo mucho que echaba de menos
estar así, enterrado en ti.
 
Me hizo girar, recostarme en la cama con las piernas levantadas y juntas, y
tras sostenerlas por ambos tobillos con una mano, volvió a penetrarme con
fuerza. Llevó la mano libre a mi sexo, deslizó el dedo entre mis labios
vaginales y comenzó a hacer fricción con ellos sobre el clítoris hasta
conseguir lo que se proponía, que me corriera con fuerza mientras seguía
follándome.
 
Cuando acabé se retiró, me separó las piernas y tras arrodillarse en el suelo
entre ellas, colocándolas sobre sus hombros, saboreó mi zona con una lenta
y tortuosa lamida que me hizo estremecer.
 
Siguió con un ritmo aún mayor, más rápido y seguido, lamiendo mi clítoris,
mordisqueándolo y penetrándome con la lengua mientras me agarraba con
fuerza a las sábanas, gritando hasta el punto que pensé que, después de eso,
acabaría quedándome sin voz.
 
Tras un nuevo orgasmo, me ayudó a colocarme en el centro de la cama,
donde volvió a penetrarme con fuerza en cuanto llevó una de mis piernas
alrededor de su cadera, y se apoyó con el otro brazo en la cama.
 
Entraba y salía rápido, sin parar, jadeando al mismo tiempo que yo lo hacía.
 
Comenzó a ir mucho más rápido, golpeando más profundamente, grité y
cuando él apoyó la cabeza en mi hombro, le rodeé con ambos brazos por la
cintura, arañando en alguna que otra ocasión su espalda.
 
Nos corrimos al unísono y con fuerza, alcanzados por aquel orgasmo que
parecía haber estado esperando que nos reencontráramos para estallar como
una bomba.
 
Acabamos saciados y cubiertos de una fina capa de sudor sobre su cama,
jadeando y con los ojos cerrados hasta que recuperamos el ritmo normal de
nuestras respiraciones.
 
Joel se retiró de mi interior mientras me daba un suave beso en los labios, y
cuando salió de la cama, me incorporé para hacer lo mismo.
 
—¿Dónde vas? —preguntó mientras se quitaba el preservativo.
 
—A pedir un taxi para volver a mi casa.
 
—Estás loca si crees que voy a dejar que te marches en mitad de la noche,
sola, y sin braga, por cierto.
 
—Braga que tú —le señalé de modo acusador— me has roto.
 
—Preciosa, tienes un aspecto de divino de recién follada, hueles a sexo, y tu
cuerpo incita al pecado.
 
—Ah, y crees que el taxista querría aprovecharse de una joven e inocente
como yo —hice un puchero.
 
—Lo de inocente… vamos a dejarlo a un lado —rio y me dio un beso—.
Ahora vuelvo, y dormimos abrazaditos.
 
—Eso, en cucharita, que es muy romántico.
 
—Obvio, ¿cómo si no, señorita? —respondió y volteé los ojos.
 
No podía con ese hombre, era capaz de hacerme sonreír incluso después del
sexo. Estaba segura de que Tessa diría que ese era el tipo de hombre que
merecía la pena tener como pareja.
 
Pero yo no podía dejar entrar a nadie en mi vida, no tenía tiempo para eso
que llamaban amor.
 
Joel regresó a la habitación, se metió en la cama y no dudó en rodearme con
ambos brazos hasta quedar completamente pegado a mi espalda.
 
—Dulces sueños, cucharita mía —dijo besándome el hombro y me eché a
reír—. Ay —suspiró—. Soy un romántico incomprendido.
 
Cerré los ojos y noté que me abrazaba aún más fuerte. Sabía que bromeaba,
para ambos quedó claro que lo nuestro, no era más que un poco de buen
sexo.
 
Capítulo 9

 
Pocas veces podía decir que hubiera dormido tan bien como lo había hecho
esa noche.
 
Desperté sola en la cama de Joel y tras mirar aquella habitación, masculina
y donde su perfume estaba en cada rincón, sonreí.
 
Muebles blancos, paredes grises, ropa de cama negra, así como algunos
marcos y jarrones que decoraban la estancia.
 
Me levanté y cogí una camiseta que encontré doblada en una silla, supuse
que el propio Joel la dejó allí para que no fuera desnuda por su casa.
 
Salí de la habitación y me encontré con un pasillo decorado con varias
láminas de lo que se conocía como arte moderno, o abstracto, donde cada
pincelada iba por el camino que mejor le convenía sin orden ni concierto.
 
El salón era exactamente igual a la habitación, y al entrar en la cocina vi
que los muebles eran negros, resaltando en las paredes blancas.
 
Fui recibida por un delicioso olor a café recién hecho, pan tostado, zumo de
naranja y fruta troceada, así como por un pecaminoso cuerpo en bóxer.
 
—Buenos días —dije anunciando mi presencia, puesto que iba descalza por
la casa.
 
—Buenos días —sonrió al tiempo que se giraba—. ¿Has dormido bien?
 
—Sí.
 
—Ah, sabía que la cucharita iba a ser efectiva —se inclinó y me dio un beso
rápido en los labios—. ¿Tienes hambre?
 
—Un poco sí, anoche apenas comí unos canapés.
 
—Siéntate —señaló uno de los taburetes de la barra e hice lo que me pidió.
 
Joel sirvió una taza de café que puso ante mí, llenó un plato de tostadas y
fruta, un vaso con zumo y tras servirse él, se sentó a mi lado.
 
—Así que eres un manitas en la cocina —dije pinchando un trozo de fruta.
 
—Me defiendo —sonrió—. Mi madre me enseñó lo básico para que no me
muriera de hambre cuando viviera solo.
 
—Yo tengo a Lucrecia —comenté—. Me defiendo en la cocina, pero ella es
mucho mejor en ese sector. Lo mío son los negocios —me encogí de
hombros.
 
—Y por lo que sé, eres buena en ello —dio un sorbo a su café.
 
—Ah, gracias por el cumplido.
 
—No es cumplido, estoy al día con las acciones y las de Lapher son un
activo que muchos quieren tener. El tema tecnológico es muy rentable.
 
—Eso espero, no quisiera que nadie se fuera a la quiebra por un error
nuestro.
 
—Chris y tú.
 
—Si quieres saber si hay algo más que amistad, no, no lo hay. Nunca hemos
cruzado esa barrera ni la cruzaremos. Él, sus mujeres, yo, mis hombres.
 
—Lara y sus hombres —sonrió.
 
—Nos conocemos desde hace años, somos algo así como primos.
 
—Es bueno tener familia, aunque no sea de sangre.
 
—¿Tú tienes familia?
 
—No, ya no. Mis padres tendrían ahora ochenta y cinco y ochenta años, fui
un hijo que llegó tarde, pero muy deseado. Fueron varios intentos para que
mi madre se quedara embarazada, todos con el mismo resultado. Una falta
no era más que eso, un retraso en su periodo. Hasta que una mañana
empezó a sentirse mal, fueron al médico y le dijeron que estaba
embarazada. Solía decirme que fue justo cuando dejaron de intentarlo y de
pensar en ello, cuando se habían hecho a la idea después de dos años de la
última vez, de que no tendrían hijos nunca.
 
—Eres algo así como un milagro para ellos —sonreí.
 
—Eso decía ella.
 
Su móvil empezó a sonar y cuando lo cogió de la encimera, frunció el ceño.
 
—¿A qué debo la llamada, Medina? —preguntó tras descolgar, y cuando
escuché ese apellido, caí en quién era la persona al otro lado, Aaron
Medina, el hombre que había conocido la noche anterior— Hablaré con
ella, sabes que, si no tengo el consentimiento de una persona, no le daré el
número a nadie. Bien, hablamos. Adiós.
 
—Medina, el que conocí anoche en la inauguración del restaurante de Julen
—dije, y asintió.
 
—Quería tu número de teléfono, al parecer está interesado en hacer
negocios con tu empresa.
 
—Vaya, ¿ahora está interesado cuando le decía a Julen que ya se pondría en
contacto con nosotros? —Arqueé la ceja dando un sorbo al café.
 
—Imagino que anoche debió hablar con él y acabó convenciéndolo —se
encogió de hombros, pero no parecía convencido ni él mismo ante sus
propias palabras—. ¿Se lo doy? —preguntó mirándome con interés.
 
—Aún no, vamos a hacer que espere un poquito —respondí al tiempo que
juntaba mis dedos—. Si no ha tenido prisa antes y ha esperado tanto tiempo
para querer hacer negocios con Lapher, no le importará esperar unos días
más.
 
—No, no lo creo —sonrió de medio lado y aquel gesto me mató por
completo. por lo que aparté la mirada y me centré de nuevo en mi desayuno
—. Eres una mujer de armas tomar —afirmó cogiéndome la mano y
llevándosela a los labios para besarla.
 
—Fuerte y luchadora como dice Chris.
 
—Lo sé, lo vi en Acapulco. Pero, Lara —me atrajo hacia él moviendo el
taburete y cuando lo miré a los ojos, me pareció ver preocupación en ellos
—. Ten cuidado, preciosa. Por muy fuerte que seas, siempre habrá alguien
dispuesto a hacerte daño, a querer que todo tu imperio caiga. No me
gustaría ver que lo pasas mal.
 
—Tranquilo, señor Galán, sé cuidarme sola —le aseguré con la mejor de
mis sonrisas.
 
—Estoy convencido de ello, pero, aun así…
 
—No te preocupes por mí, Joel —le acaricié la mejilla—, estaré bien,
siempre lo he estado.
 
Asintió y tras rodearme por la cintura me besó apasionadamente.
 
Podría pedirle que volviéramos a la cama, que me hiciera sentir todo lo que
había sentido la noche anterior, o en aquellas noches de Acapulco, pero en
lugar de hacerlo, me aparté de ese hombre que era todo un pecado para mí.
 
—Voy a pedir un taxi para que me lleve a casa y no —levanté un dedo
señalándolo en señal de protesta—, no se te ocurra decir que no puedo ir
por la calle sin braga, porque es culpa tuya.
 
—No iba a decir eso, sino que pensaba proponerte que pasaras el día
conmigo.
 
—No puedo, Joel, sabes que no es buena idea. Solo sexo, ¿recuerdas?
 
Me levanté y fui a vestirme mientras pedía ese taxi que me llevara a la
seguridad de mi casa, lejos de ese hombre al que, si se lo permitía, acabaría
sacándome toda esa información que nadie había conseguido saber de mí, y
así debía seguir siendo.
Capítulo 10

 
Cuando atravesé la puerta de mi casa vi aparcados los coches de Chris y
Tessa, no me habían llamado por lo que me extrañó que estuvieran un
sábado esperándome.
 
—Buenos días, os veo cómodos —dije al entrar en el salón, donde los
encontré tomando café.
 
—Esperando a que quisieras aparecer. ¿Dónde estabas, jovencita? —Tessa
puso los brazos en jarra y frunció el ceño, a veces parecía nuestra madre.
 
—Viene de follar, ¿no ves que aún lleva el vestido de anoche? Y despeinada
—respondió Chris.
 
—Veo que eres todo un observador —volteé los ojos.
 
—Así que has pasado la noche otra vez con Joel. Ese hombre me gusta para
ti —comentó Tessa con una sonrisa.
 
—No es mal tipo, sabes que cuando lo conocimos puse a Ricky a
investigarlo y no tiene un solo trapo sucio.
 
—Lo sé, Chris, lo sé, pero lo de anoche fue solo porque volvimos a
encontrarnos y yo necesitaba salir de allí.
 
—Sí, sí, pero, aun así, por la cara que traes, lo has pasado de vicio.
 
—¿Se puede saber a qué habéis venido? —protesté.
 
—A hablar del trabajo —respondieron al unísono.
 
—Voy a darme una ducha y ponerme cómoda —anuncié girándome para ir
a mi habitación.
 
—¿Vas a quitarte el olor de tu hombre? Qué mala amante eres —dijo Chris.
 
Suspiré, entré en la habitación y tras quitarme el vestido y comprobar que
debajo de aquella preciosa y exclusiva prenda estaba completamente
desnuda.
 
Se me dibujó la sonrisa en los labios en cuanto recordé el momento en el
que Joel rompió mi tanga, nunca lo había visto así de necesitado por estar
conmigo.
 
Entré en la ducha y tras unos minutos bajo el agua reconfortando mi cuerpo,
me puse un pantalón corto, una camiseta y regresé al salón con los chicos.
 
—¿Quieres un café, mi niña? —preguntó Lucrecia que estaba allí dejando
uno para ellos.
 
—Sí, gracias —sonreí y le besé en la mejilla. Desde que la conocí y empezó
a trabajar para mí, era lo más parecido a una madre que tenía.
 
Lucrecia asintió y fue a la cocina, no tardó apenas en regresar con mi café y
volvió a sus quehaceres.
 
—Bien, ¿de qué queríais hablar? —pregunté tras dar un sorbo.
 
—Anoche fue un éxito para Lapher —respondió Chris.
 
—Sí, varios de los empresarios que conocisteis, están interesados en
trabajar con nosotros —comentó Tessa.
 
—Me alegra escuchar eso, chicos.
 
—Algunos dijeron que se pondrían en contacto el lunes, otros han enviado
un e-mail a primera hora para concertar una reunión. La próxima semana
Chris apenas tendrá horas libres —rio Tessa.
 
—¿Qué empresas son? —curioseé y me pusieron al día.
 
Teníamos varios hoteles, restaurantes y una fábrica de cerveza que llevaba
apenas cuatro años en el mercado y estaba teniendo un gran éxito. Eché un
vistazo a los nombres y reconocí muchos de los hoteles, un par de ellos
estaban en nuestra lista de posibles clientes desde hacía meses, pero aún no
habíamos podido concertar una cita.
 
—¿Qué hay de las bodegas de Lorenzo Silva? —pregunté.
 
—Por el momento no ha habido suerte. Intenté acercarme a él anoche, pero
ese tipo es escurridizo —contestó Chris.
 
—Tendremos que usar otra táctica —suspiré—. Pasadle a Ricky los
nombres de esas empresas, así como el de sus directivos, y que los
investiguen.
 
—En cuanto llegue a casa se lo mando —dijo Tessa.
 
—¿Os apetece daros un baño? El agua a esta hora está perfecta —sonreí
haciendo un leve gesto de cabeza hacia la piscina.
 
—Venga, vamos a disfrutar de la piscina de la jefa un ratito, que en la
terraza de mi ático no tengo —respondió Tessa y me eché a reír.
 
Después de aquel momento en la piscina nos acomodamos en las tumbonas
y Chris recordó nuestros viajes a Acapulco.
 
Lucrecia apareció a la una y media anunciando que la comida estaba
servida, vamos que no pensaba dejar que los chicos se fueran de mi casa sin
alimentarse bien, como ella decía.
 
—Comeremos aquí fuera —le dije y ella asintió.
 
Mientras nos vestíamos, puso la mesa en el porche y fue trayendo platos
con comida como si allí hubiera veinte personas, y no tres.
 
—Madre mía, Lucrecia, va a sobrar un montón —dijo Tessa.
 
—Niña, ya sabes que cuando sobra, reparto raciones para los tres —hizo un
guiño y no pude evitar reír.
 
—No es que repartas porque sobre, Lucrecia, es que haces tanta cantidad
precisamente por eso, para que se la lleven.
 
—No quiero que se mueran de hambre, seguro que se alimentan a base de
comida precocinada.
 
—Y pizzas a domicilio —respondió Chris.
 
—El restaurante chico que hay cerca de mi casa, se ha convertido en uno de
los contactos de marcación rápida de mi móvil —dijo Tessa.
 
—¿Ves? No sabes lo que es un plato de comida casera desde hace semanas.
 
—Los malcrías, Lucrecia. Por eso vienen tanto a visitarme.
 
—Anda la otra, ¿pues no va y dice que venimos a verla por el interés? —
protestó la pelirroja— Lo que tiene una que escuchar —resopló.
 
Sonreí, porque así podíamos pasarnos horas, tirándonos pullitas unos a
otros, aunque los tres sabíamos perfectamente que no eran más que bromas,
tanto por mi parte como por la suya.
 
Comimos mientras me contaban cómo fue el resto de la noche para ellos, en
la que básicamente no hicieron otra cosa que relacionarse con todos los
empresarios invitados a la inauguración del nuevo restaurante de Julen.
 
Después de comer y tomar un par de cafés, se marcharon a casa.
Fue entonces cuando llamé a Ricky.
 
—Buenas tardes, jefa. ¿Qué necesitas? —preguntó nada más descolgar.
 
—Necesito toda la información que puedas encontrar sobre Aaron Medina y
David Rivera. Quieren trabajar con Lapher y ya sabes que sin conocerles,
no hacemos negocios con nadie.
 
—Medina, Rivera, vale, lo tengo.
 
—Ni siquiera sé de qué es su empresa.
 
—Ah, informe exhaustivo, entendido jefa. Me pongo a ello y te lo mando
en cuanto lo tenga.
 
—Gracias Ricky.
 
Como siempre, ni siquiera se despidió, cortó la llamada y supe que nada
más hacerlo se pondría a teclear en sus ordenadores como un loco hasta
averiguar todo cuando encontrara sobre esos hombres.
 
Pasé la tarde en el jardín tomando el sol mientras echaba un vistazo a
algunos de los proyectos que el equipo había preparado para la nueva
imagen de las empresas con las que firmamos contrato en días previos a
nuestras vacaciones.
 
Eran las nueve y estaba cenando en el jardín, cuando me llegó un e-mail de
Ricky con toda la información que le había pedido.
 
Un hotel, Aaron Medina y David Rivera eran dueños de un hotel. Ambos
tenían cuarenta años, se conocían desde la infancia y se decidieron a abrir
aquel negocio una década atrás.
 
No había trapos sucios, ni siquiera multas de tráfico, parecían ser
ciudadanos ejemplares de Madrid.
 
Se les había relacionado en algún momento de sus vidas con actrices o
modelos, pero nada escandaloso.
 
Sí, podríamos hacer negocios con ellos y dar una nueva imagen a su página
web. Pero eso sería más adelante, si el señor Medina no había tenido prisa
para ponerse en contacto con mi empresa antes, que no la tuviera ahora.
 
Terminé de cenar, disfruté de un baño en la piscina, y me fui a la cama,
necesitaba un descanso.
 
Capítulo 11

 
De nuevo lunes y había pasado las tres últimas horas reunida con el equipo
para que hicieran algunos cambios en los proyectos que tenían preparados
para mostrar a los clientes.
 
Regresaba al despacho cuando me llegó un mensaje de Joel.
 
Joel: Buenos días, preciosa. Aaron me ha vuelto a llamar, insiste en que le
dé tu número para concertar una reunión.
 
Lara: Buenos días, por el momento sigue sin dárselo, dile que no me has
localizado, soy una mujer muy ocupada.
 
Joel: Y cabezota, por lo que veo. Debo sentirme afortunado de poder verte,
entonces. Me alegra saberlo. Entro a una reunión, hablamos preciosa.
 
Sonreí al leer aquel último mensaje, no sabía lo cabezota que podía llegar a
ser.
 
Me centré en los informes que Ricky había enviado sobre un par de
empresas que querían trabajar con nosotros, hasta que me llegó un mensaje
de Elena que me pilló por sorpresa.
 
Elena: Hola, Lara, espero no molestarte. ¿Estarías libre para ese café en
media hora? Tengo unas cosas que hacer cerca de donde tienes las
oficinas, y podría pasarme hoy. Solo si te va bien, sin compromiso alguno.
 
Lara: Buenos días, Elena. En media hora me va genial. Hay una cafetería
justo en mi calle. Allí te espero.
 
Dejé el móvil en el escritorio y volví a centrarme en esas empresas. Tenían
claro qué era lo que querían para esa nueva imagen corporativa, y tras echar
un vistazo a sus páginas webs, supe que podíamos darles ese cambio.
 
—Tessa, voy a tomar un café con Elena Acosta —dije cuando pasé por su
mesa.
 
—Vale, si hay algo urgente te aviso.
 
Asentí y entré en el ascensor para marcharme. Aquel café con Elena era
justo lo que necesitaba para tratar de llegar a las bodegas que tanto nos
estaba costando conseguir como clientes.
 
Cuando llegué a la cafetería tomé asiento, pedí mi café y esperé a mi
acompañante, que se retrasó cinco minutos y entró apurada en el local.
 
—Siento el retraso, pero la reunión se alargó un poquito más de lo que
esperaba —dijo inclinándose para darme un par de besos.
 
—Tranquila, sé lo que es eso —sonreí.
 
—No sabes cuánto me alegro de poder hablar con alguien que me entiende.
Ser la directora de una empresa es estresante. ¿Cómo lo haces para lucir así
de bien? Quiero decir, yo tengo que ponerme corrector de orejas todas las
mañanas.
 
—Ah, eso —resoplé—. A veces también tengo que cubrir las ojeras, sobre
todo cuando he tenido una semana de locos. Mi secreto es dormir todo el fin
de semana —hice un guiño y se echó a reír.
 
—No puede ser, algo más tiene que haber —dijo cuando el camarero trajo
su café y volvimos a quedarnos solas.
 
—En serio, solo eso. Aunque si hablas con mi socio o nuestra secretaria, te
dirán que el sexo también ayuda a que tenga un cutis tan bonito.
 
—Claro, ahora lo entiendo. El sexo y yo parece que estamos reñidos —dio
un sorbo a su café y cambié de tema, interesándome por la empresa que
dirigía junto a su padre.
 
Hacía catorce años que la puso en marcha, dijo que fue cuando perdió al
antiguo socio con el que trabajaba desde mucho antes que ella naciera, pero
no entró en muchos detalles al respecto.
 
Se dedicaban a la importación y exportación de vinos, productos
alimenticios típicos de España que en otros países eran muy consumidos y
admirados, así como de productos de empresas textiles que llevaban
trabajando con su padre toda la vida.
 
—Estudié empresariales porque era lo que él quería, para que llegado el
momento me hiciera cargo de la empresa. ¿Puedo ser sincera contigo, Lara?
—preguntó, y noté cierto temblor en su voz.
 
—Por supuesto.
 
—Debo confesar que me declaro fan absoluta tuya. Te admiro, no sabes la
suerte que tienes de que tu socio te trate como una igual en lo que a dirigir
la empresa se refiere. A pesar mis esfuerzos, de todo el trabajo que he hecho
siempre por la empresa, mi padre no me da el lugar que me corresponde
según ha dicho siempre. Andoni se comporta como si ya fuera el dueño de
todo, solo porque es el hombre de confianza de mi padre.
 
—Lamento escuchar eso, pero estoy segura que, cuando tu padre os deje al
mando a vosotros, Andoni como tu esposo sí te dará ese lugar que mereces.
 
—No lo creo —se encogió de hombros.
 
—Voy a confesarte algo, aunque Christopher y yo estemos al mando de
igual modo, y luchemos por conseguir esos contratos que tan rentables
pueden resultarnos, siempre hay alguna empresa que se nos resiste. Las
bodegas de Lorenzo Silva, por ejemplo, por más intentos que hemos hecho
por conseguir que trabaje con nosotros, es un hombre de lo más escurridizo
y no lo hemos conseguido aún.
 
—¿En serio? Conozco a Lorenzo —sonrió de un modo muy distinto al que
solía mostrar cuando hablaba de Andoni, por ejemplo—. Es un poquito
cabezota, pero buen amigo mío, ten en cuenta que es mi empresa la que
distribuye sus vinos por todo el mundo. Es más, puede que, si yo hablo con
él, al menos acepte reunirse con Lapher.
 
—Oh, no, no quería que pensaras que yo…
 
—Lara, voy a ser clara contigo. Somos mujeres empresarias en un mundo
en el que los hombres, a veces, no nos toman en serio. Si nos ayudamos
mutuamente, nos irá mejor, ¿no crees? —hizo un guiño y sonreí.
 
—Tienes razón, pero llevo una década trabajando solo con Christopher y
confiando en la suerte, sin muchas ayudas externas salvo el boca a boca y
las recomendaciones de nuestros clientes, a amigos y conocidos que puedan
estar interesados en contratarnos.
 
—Pues soy una de esas personas que, con el boca a boca, ayudará a que las
bodegas de Lorenzo Silva dejen de resistirse. Voy a hacer que estés en la
misma cena que él, y yo misma os presentaré.
 
Me llegó un mensaje de Tessa en ese momento diciéndome que mi reunión
de las doce había llegado, fruncí el ceño puesto que no recordaba tener
ninguna reunión agendada para esa hora, Elena preguntó si iba todo bien y
dije que tenía que volver a las oficinas.
 
—Tenemos que volver a quedar, me siento bien estando contigo —dijo
cuando nos despedimos en la calle con un par de besos.
 
—Claro, cuando quieras, me avisas.
 
Llegué a las oficinas y cuando salí del ascensor no encontré a Tessa en su
puesto, y tampoco vi a nadie esperándome en aquella zona habilitada para
ese fin junto a los ventanales.
 
Llamé a mi amiga y secretaria al móvil y empezó a sonar en su escritorio.
Desde luego, esa mujer iba a olvidarse cualquier día la cabeza en la mesa.
 
Volteé los ojos y me dirigí al despacho, cuando abrí la puerta no esperaba
encontrar allí a nadie, y mucho menos a quien estaba de pie mirando por el
ventanal, con las manos en los bolsillos y las piernas ligeramente separadas,
como si aquel despacho fuera suyo.
 
¿Qué narices hacía Aaron Medina en mi empresa? Si no había querido que
Joel le diera mi teléfono, debería entender que estaba ocupada y no podía
atenderlo por el momento, ¿cierto? Parecía que aquel hombre iba a ser un
tanto cabezota, además de muy impaciente.
 
Capítulo 12

 
Carraspeé para hacerme notar, y cuando él se giró para mirarme únicamente
por encima del hombro, me crucé de brazos, molesta.
 
—¿Qué hace aquí, señor Medina? —exigí saber, enfadada.
 
—Acabo de llegar y Tessa, tu secretaria, me ha pedido amablemente que
espere aquí mientras iba por un café, ya que dijo que estabas a punto de
llegar —respondió caminando hacia mí.
 
—Eso no responde a mi pregunta. ¿A qué ha venido? Porque dudo que sea
para tomarse un café en mi despacho.
 
—Estoy aquí para hablar de negocios, y puesto que Joel no me ha dado tu
número, he decidido venir personalmente para hablar contigo.
 
—Supongo que Joel le habrá transmitido lo que yo le pedí que le dijera, que
estaba muy ocupada en estos días, y cuando tuviera un hueco libre en mi
agenda, me pondría en contacto con usted para concertar una reunión.
 
—Lo tienes ahora, soy tu reunión de las doce, esa que tu secretaria dijo no
tener anotada y que yo le aseguré que, dado lo ocupada que estabas,
seguramente se te había pasado mencionarlo.
 
—No va a darse por vencido hasta que hablemos, ¿me equivoco?
 
—No, no te equivocas. Y deja de tratarme de usted.
 
—Hasta que no haya cierto grado de confianza, seguirá siendo el señor
Medina. Siéntese, y hablemos de negocios.
 
Caminé hacia mi sillón y él se sentó en una de las sillas frente al escritorio,
desabotonando su chaqueta y cruzando una pierna sobre la otra.
 
—Aquí tiene… Ah, ya estás aquí —Tessa sonrió entrando en mi despacho y
yo la fulminé con la mirada—. ¿Quieres un café? —me preguntó mientras
dejaba el de Aaron Medina en la mesa.
 
—Sí, bien cargado y con azúcar.
 
—Enseguida lo traigo, jefa.
 
Volteé los ojos por el tono y la sonrisa que puso al decir aquella última
palabra, sabía que me ponía nerviosa que lo hiciera y ella insistía en eso tan
solo para molestarme.
 
—Bien, ¿en qué podríamos ayudaros, a David y a ti? —pregunté, yendo
directa al grano.
 
—Queremos darle una nueva imagen a la página web. Algo acorde con la
empresa.
 
—Ajá. ¿Vas a contarme de qué es la empresa? O tengo que adivinarlo.
 
—Es un hotel, un hotel muy exclusivo.
 
—Ok. Echaré un vistazo a la página en cuanto me des el nombre.
 
Aaron sonrió, sacó una tarjeta del bolsillo interior de la chaqueta y, tras
dejarla sobre mi escritorio, la deslizó por él sin dejar de mirarme.
 
—Ese es nuestro hotel —indicó, cogí la tarjeta de visita negra con letras
doradas, y asentí—. Y ahora, ¿qué te parece si hablamos de lo que podemos
hacer con la web, mientras comemos?
 
—No puedo, tengo la agenda llena.
 
—No es cierto y lo sabes. Tessa dijo que estabas libre el resto de la mañana.
 
—Una cosa es que no tenga reuniones y, otra muy diferente, que no esté
ocupada. Hay contratos y proyectos que debo revisar.
 
—Pero paras a comer, ¿verdad?
 
—Sí, pero…
 
—Nada de peros. Vamos, te invito al restaurante de Julen.
 
—Está bien, comamos juntos.
 
Volvió a sonreír y volteé los ojos sin que me viera mientras me levantaba y
cogía el bolso. Desde luego era un cabezón que, cuando se salía con la suya,
se enorgullecía de sí mismo.
 
Cuando salimos de mi despacho, avisé a Tessa de que salía a comer para
hablar de trabajo con el señor Medina y dijo que no me olvidara de la
reunión que tenía a las cuatro con uno de nuestros clientes más antiguos.
 
Le aseguré que no se me había olvidado y nos marchamos al restaurante
que había inaugurado Julen, donde Aaron y yo nos conocimos.
 
El trayecto en coche fue tranquilo y breve, por suerte para mí Julen tenía su
nuevo restaurante cerca de mis oficinas, de modo que algún día podría pedir
la comida por la aplicación si tenía mucho trabajo y poco tiempo para salir a
comer fuera.
 
—Qué grata sorpresa recibiros en mi casa —dijo Julen al vernos entrar, me
dio un abrazo, y estrechó la mano de Aaron—. Pero no teníais reserva.
 
—Ha sido algo de última hora, lo siento —respondió Aaron.
 
—No pasa nada, os acomodo en una mesa del fondo que tengo libre.
Seguidme.
 
Fuimos tras Julen hasta la mesa, donde retiró la silla para que me sentara y
me dio un beso en la mejilla cuando lo hice.
 
—¿Vino? —preguntó.
 
—Sí —respondimos Aaron y yo al unísono.
 
Eché un vistazo a la carta y tras decantarme por una ensalada y el pescado
de la casa, Aaron pidió lo mismo y hablamos de los cambios que había
pensado mientras esperábamos que nos lo sirvieran.
 
—Nos gustaría añadir algunas fotos más de las diferentes suites que tiene el
hotel —comenzó a decir, y asentí—. Ahora mismo solo hay un par de ellas,
además de los servicios que ofrecemos.
 
—Tendré que ver bien la página, necesitaré que me envíes fotos para ver
cómo son las suites…
 
—¿Por qué no mejor te invito a pasar el fin de semana y conoces una de las
suites por ti misma? —propuso llevándose la copa de vino a los labios para
dar un sorbo.
 
—Con una visita rápida a la web y las fotos, me puedo hacer una idea.
 
—Creo que, si lo ves, captarás mejor la esencia del lugar.
 
—En ese caso, con un vistazo a la suite, será suficiente.
 
—Créeme, es mejor que te alojes un fin de semana completo, y disfrutes en
primera persona de los servicios que tenemos. De ese modo podrás hablar
con conocimiento cuando hagáis el proyecto nuevo.
 
Tenía razón, normalmente solía visitar los hoteles que nos contrataban para
dar una nueva imagen a su página, pero el hotel que Aaron Medina y David
Rivera dirigían, no era un hotel como en los que solía alojarme.
 
Nos sirvieron la comida y fue contándome que les gustaría que el fondo de
la página fuera en concordancia con la tarjeta, negra y con el nombre, así
como el logo, en dorado.
 
Enumeró los servicios que tenían en cada suite y lo que ofrecían y fui
anotando ideas en mi mente.
 
—Con una sola llamada ahora mismo, tendrías la suite reservada para este
fin de semana —aseguró cogiendo el móvil de la mesa.
 
—Vale, iré y veré todos esos servicios por mí misma.
 
—Buena elección —hizo un guiño y cogí mi copa para beber, sin duda
alguna, ese hombre no paraba hasta que se salía con la suya.
 
Seguimos comiendo y tras confirmarme que una de las suites de su hotel
estaba reservada a mi nombre, pedimos el café.
 
En ese momento me llegó un mensaje y vi el nombre de Elena Acosta en la
pantalla.
 
Elena: ¡Hola! Quedas oficialmente invitada a la cena que dan mis padres
mañana en su casa. Como prometí, yo misma te presentaré a Lorenzo Silva.
Te dejo aquí mismo la dirección.
 
Así que Elena era una mujer de palabra… Era bueno saberlo.
 
—¿Todo bien? —preguntó Aaron, lo miré y guardé el móvil en mi bolso.
 
—Sí, pero tengo que irme, el trabajo manda —me encogí de hombros.
 
—Vamos, te llevo.
 
—No, llamaré un taxi. No quiero que te desvíes, seguro que tienes cosas
que hacer.
 
—No es molestia, Lara.
 
—Lo imagino, pero iré en taxi —me puse en pie, cogí el bolso y nos
dirigimos a la salida.
 
—¿Ya os marcháis? No me ha dado tiempo ni a tomar un café con vosotros
—dijo Julen.
 
—Lo siento, pero tengo trabajo —le di un par de besos y él me abrazó con
fuerza.
 
—Espero verte pronto por aquí, Lara.
 
—Vendré, te lo aseguro —sonreí y Aaron y yo salimos a la calle.
 
Ni siquiera marqué el número de la empresa de taxis con la que solía
trabajar, puesto que vi uno parando en la misma puerta del que se bajó una
pareja, le pregunté si podía llevarme y asintió.
 
—No olvides que tienes una suite reservada para el fin de semana —dijo
Aaron antes de cerrar la puerta.
 
—Descuida, no se me olvidará. Gracias por la comida.
 
—A ti por acompañarme.
 
El taxista se incorporó al tráfico y poco después estaba entrando en mi
edificio.
 
Cuando salí del ascensor no vi a Tessa en su puesto, aún era pronto para que
hubiera llegado de todos modos. Entré en el despacho, me serví un vaso de
agua y no había hecho más que sentarme y encender el portátil, cuando ella
y Chris irrumpieron por la puerta.
 
—Podéis llamar antes de entrar, no se os romperá la mano ni nada por el
estilo —volteé los ojos.
 
—Nosotros no necesitamos llamar —respondió Chris—. Me ha dicho Tessa
que has ido a comer con Aaron Medina. ¿Qué hacía aquí? Creí que no
íbamos a reunirnos con él, por el momento.
 
—Y no íbamos a hacerlo, pero ese hombre se presentó en las oficinas
diciéndole a nuestra secretaria que tenía una reunión conmigo —arqueé la
ceja.
 
—¿Era mentira? —preguntó Tessa con los ojos muy abiertos.
 
—Sí, lo era.
 
—Ay, la madre que lo parió. Qué mentiroso.
 
—¿Por qué no me llamaste para ver si era cierto?
 
—Parecía tan convencido que no lo puse en duda, sé que estás muy ocupada
y podría ser cierto que se te había olvidado.
 
—¿En serio, Tessa? ¿Cuándo se le ha olvidado a Lara algo? —Chris suspiró
y la pobre se sonrojó.
 
—Lo siento, de verdad.
 
—No pasa nada, al menos ha servido para tener un nuevo contrato —
anuncié.
 
—Así que está interesado en que Lapher haga un trabajo para su empresa.
Bien. ¿A qué se dedica?
 
—Son dueños de un hotel, y me ha invitado a visitarlo este fin de semana
con todos los gastos pagados para que lo vea en primera persona y pueda
hacer un buen proyecto.
 
—Ah, eso está bien. Ya tenemos plan para el fin de semana —dijo Chris.
 
—No, yo tengo plan —le advertí señalándole con el dedo—. El lunes
hablaremos de lo que podemos hacer para dar una nueva imagen a ese hotel.
Por cierto, antes de que se me olvide, tengo buenas noticias para vosotros.
 
—¿De qué se trata? —preguntó Tessa.
 
—Elena Acosta me ha invitado a la cena que dan sus padres mañana por la
noche —ambos se miraron unos segundos y después volvieron a centrarse
en mí—. Esa mujer es muy buena amiga de Lorenzo Silva, por lo que me ha
contado.
 
—Qué Lorenzo Silva, ¿el dueño de las bodegas, ese Lorenzo? —interrogó
Chris.
 
—¿Conoces a otro Lorenzo Silva, jefe? —resopló Tessa.
 
—Sí, ese Lorenzo. Estará en la cena, ella me lo presentará e intercederá por
Lapher para conseguir, al fin, el contrato que tanto tiempo llevamos
buscando.
 
—Si esa mujer consigue que Lorenzo Silva sea nuestro cliente, le mando
una caja de bombones, rosas y champán, fíjate lo que te digo —comentó
Chris.
 
—El miércoles te diré si tienes que hacer ese envío, socio —reí.
 
Dimos por terminada aquella improvisada reunión tras comentar un par de
proyectos y cada uno regresó a su trabajo.
 
Parecía que la decisión que habíamos tomado unos meses antes de
instalarnos en Madrid, estaba dando sus frutos, y solo llevábamos unos días
en la capital. ¿Qué otras sorpresas podríamos encontrarnos con el transcurso
de los días?
 
Solo esperaba que fueran todas buenas.
 
Capítulo 13

 
Para la cena de esa noche en casa de la familia Acosta me decanté por un
vestido de cóctel, el corpiño era negro de tirante ancho y la falda que tenía
algo de vuelo, en rosa pastel. Zapatos y bolso de mano negros, el cabello
recogido a un lado y maquillaje natural con los labios rosas.
 
—Qué guapa vas, mi niña —dijo Lucrecia al verme aparecer por la puerta.
 
—Hay que dar una buena imagen, esta noche espero hacer un nuevo cliente,
uno que se nos resiste mucho.
 
—No me digas que vas otra vez a por el dueño de esas bodegas.
 
—El mismo —reí acercándome para darle un beso en la mejilla—. Me
marcho, no quiero llegar tarde.
 
—Diviértete, al menos.
 
—Lo haré.
 
Salí a la calle y ya estaba el taxi esperándome, le di la dirección de los
Acosta, asintió y dejamos mi casa atrás para ir a aquella cena.
 
Estaba nerviosa, no iba a mentir al respecto, en el lugar al que iba
coincidiría con algunos empresarios de renombre, de esos que imponían
respeto y, a veces, incluso algo de miedo.
 
Pero la cuestión que me hacía estar en aquella cena no eran más que
negocios, por lo que saludaría cordialmente a quienes me presentara o
reconociera, y me centraría en mi objetivo, Lorenzo Silva y sus bodegas.
 
Si Elena Acosta conseguía que ese hombre se reuniera con mi empresa,
algo que ni el propio Julen Villa había logrado siendo cliente nuestro desde
hacía tiempo, sería yo quien le enviara a esa mujer un buen detalle por la
ayuda prestada.
 
El trayecto hasta mi destino se me pasó entre aquellos pensamientos y
controlando los nervios que, como solía ser habitual en mí, se me agarraban
al estómago e incluso me temblaba la voz a veces, solo esperaba que esa
noche no me pasara aquello, que mi voz sonara fuerte y decidida, tal como
quería mostrarme.
 
En los diez años de vida de Lapher, muchos daban por hecho que era Chris
quien dirigía todo, el único dueño, y que yo no era más que una ayudante de
confianza. Eso a él solía molestarlo al principio, por eso cuando acudíamos
los dos a la firma del contrato y dejábamos nuestra rúbrica en él, los ojos de
los clientes parecían salírseles de las órbitas ante la sorpresa, y se mostraban
un poco más cordiales y profesionales conmigo.
 
Ahora nos tomábamos aquellos momentos con una sonrisa, a sabiendas de
que cuando fueran conscientes de que yo dirigía en el mismo porcentaje que
él la empresa que levantamos juntos, la victoria era nuestra.
 
—Aquí tiene, buenas noches —pagué al taxista y salí para ir hacia las
escaleras de la entrada.
 
La puerta estaba abierta y al entrar vi a varias personas en corrillos
hablando, bebiendo y sonriendo.
 
—¡Lara! —me giré al escuchar a Elena, que se acercó a mí para abrazarme
— Me alegra que hayas venido. Vamos, salgamos al jardín.
 
—No pensé que fuera a haber tanta gente —dije caminando a su lado.
 
—Mi padre es así, invita a todos los que le caen bien. Menos mal que
tenemos un salón amplio para poner tres mesas alargadas que alberga a
todos.
 
—¿Como en casa de la realeza? —murmuré.
 
—Justo así, sí —rio ella—. Rafael Acosta es muy ostentoso —suspiró—. Es
mi padre, pero no soporto que haga ciertas cosas.
 
—Bueno, seguro que a alguna de las personas que invita a sus cenas, lo hará
con intención de firmar contratos.
 
—Cómo se nota que diriges una empresa —volteó los ojos.
 
Cogimos una copa de vino de la bandeja que llevaba una de las camareras,
y caminamos hacia la zona en la que estaban sus padres.
 
—Papá, mamá, ¿recordáis a Lara? —les preguntó, y sonreí cuando me
miraron.
 
Mireia, la madre de Elena, sonrió con amabilidad y se acercó para darme
dos besos. Rafael Acosta, por el contrario, me trató como una igual,
sorprendentemente para todos, y me estrechó la mano.
 
—Cuando mi hija preguntó si podía invitarla, señorita, supe que acabaría
haciendo buenas migas con usted —dijo él—. A Elena le vendrá bien
relacionarse con una mujer de su edad acostumbrada a los negocios, estoy
seguro que aprenderá bastante de usted.
 
—Gracias, pero Elena ya es una magnífica empresaria —respondí, y su
madre sonrió aún más ante mis palabras.
 
—No lo dudo, pero ser magnífica no es suficiente, debe ser la mejor.
 
—Para ti nada es suficiente, papá —protestó ella, y no me pasó
desapercibido el modo en el que Andoni, mano derecha y hombre de
confianza de Rafael Acosta, así como futuro director de la empresa y
marido de Elena, la miró enfadado.
 
Antes de que se acercara a ella y dijera o hiciera algo a esa mujer, me puse a
su lado y entrelacé el brazo en el suyo.
 
—¿No ibas a mostrarme los jardines, Elena? —pregunté, ella me miró con
el ceño ligeramente fruncido y en cuando me vio hacerle un guiño, asintió.
 
—Cierto, voy a deslumbrarte con los preciosos rosales de mi madre. Si nos
disculpáis…
 
Su madre asintió con una bonita sonrisa, una que me pareció auténtica y
sincera, mientras que Andoni seguía con aquella cara de perro a punto de
mordernos a las dos.
 
—Siento la escena —dijo con un suspiro.
 
—No te preocupes, haré como que no ha ocurrido. Vamos a ver esos
rosales.
 
Llegamos a una zona amplia y allí había varios rosales, era verano y apenas
tenían rosas, pero sí algunas en tonos blancos, amarillos, rosas y rojos, eran
preciosas.
 
—A mi madre también le gustaban mucho los rosales —dije acercándome a
oler una de esas rosas.
 
—¿Le gustaban? —Frunció el ceño.
 
—La perdí hace tiempo, a ella, y a mi padre.
 
—Lo siento.
 
—Son preciosas. Tu madre tiene buena mano para la jardinería, por lo que
veo.
 
—Le encanta pasar horas en esta zona, dice que le relaja y se olvida de
muchas cosas. Bueno, ¿qué te parece si vamos en busca de Lorenzo?
 
—Me siento ahora mismo como una acosadora, o un paparazzi —reímos y
regresamos a la zona donde los invitados bebían y esperaban para entrar al
salón a cenar.
 
No tardamos en divisar a nuestro objetivo, ese que saludó a Elena con
cariño y afecto. Nos presentó, le dijo quién era yo y lo enfadada que estaba
ella misma por no haber querido hacer negocios conmigo, Lorenzo Silva
soltó una carcajada y tras una pequeña charla en la que le hablé de algunos
de nuestros clientes, asintió.
 
—Lara, admiro profundamente tu persistencia, y solo por eso, me reuniré
contigo y tu socio en vuestras oficinas el jueves. Es el día que tengo libre,
espero que os vaya bien a vosotros —dijo.
 
—Sí, sí, es un día perfecto.
 
—Bien, entonces, allí nos veremos. Si me disculpáis, tengo que saludar a
unos clientes.
 
Se despidió de nosotras con una sonrisa y cuando nos quedamos solas,
Elena se giró y empezó a dar palmadas.
 
—Ya lo tenéis, las bodegas Silva son todas vuestras.
 
—No cantes victoria, que solo va a reunirse con nosotros —le recordé.
 
—Conozco a Lorenzo, y sé que será vuestro nuevo cliente. Si no es así, se
las verá conmigo.
 
—No me digas que le tienes amenazado —sonreí.
 
—Solo un poquito —respondió al tiempo que afianzaba sus palabras con
los dedos índice y pulgar juntos.
 
—Qué grata sorpresa encontrarte aquí —la voz de Aaron Medina nos pilló a
ambas por sorpresa.
 
Cuando me giré lo encontré allí sonriendo con un vaso de whisky en la
mano.
 
—No sabía que fuera a estar aquí, señor Medina —respondí.
 
—Rafael Acosta suele invitar a sus cenas a muchos empresarios de la
ciudad, aunque no haga negocios con ellos, tan solo por ser conocidos suyos
—informó.
 
—Te lo dije —Elena sonrió—. Disculpadme, voy a saludar a un cliente
mío, enseguida vuelvo a buscarte, Lara.
 
Se marchó y me quedé allí con Aaron, que tras posar la mano en la parte
baja de mi espalda, me llevó hasta un lugar apartado del resto de invitados.
 
—¿Haciendo negocios con los Acosta? —preguntó.
 
—Intentando hacer negocios con Lorenzo Silva.
 
—¿Intentando?
 
—Elena me lo ha presentado, nos reunimos el jueves en mi oficina.
 
—Es un buen tipo, su vino nunca falta en mi hotel.
 
—Me alegra escucharlo, así podré tomar una copa el viernes —sonreí
levantando la que tenía en la mano, puesto que era de las bodegas Silva.
 
En ese momento anunciaron que iban a servir la cena, Aaron y yo entramos
al salón habilitado para tal fin, y no tardé en ver a Elena que se sentó con
nosotros.
 
Andoni miraba hacia ella de vez en cuando, y lo hacía de un modo que
incluso a mí me daba miedo, solo que ella parecía ignorar su presencia, se
centró en la charla con nosotros y nada más parecía importarle, ni siquiera
su propio padre.
 
Cuando terminamos, tomamos una copa los tres juntos y ella se disculpó
antes de marcharse.
 
—Hora de socializar con los demás invitados —volteó los ojos—. ¿Te
llamo y nos vemos otro día? —me preguntó.
 
—Claro, me encantará. Y gracias por lo de esta noche.
 
—Ha sido un placer. Como dije, entre mujeres empresarias tenemos que
ayudarnos —hizo un guiño y se alejó de nosotros.
 
—¿Qué te parece si nos marchamos de aquí? —propuso Aaron.
 
—¿Dónde quiere llevarme, señor Medina?
 
—A tomar una copa a un lugar más tranquilo. Y deja de llamarme señor
Medina, esta noche no vamos a hacer negocios.
 
—Vale. Acepto esa copa, pero solo una.
 
Aaron asintió y abandonamos la casa de la familia Acosta pasando
completamente desapercibidos entre el resto de invitados.
 
Subimos a su coche y acabó llevándome a un bar con música jazz que era
de lo más tranquilo y acogedor.
 
—¿Qué me cuentas sobre ti, Lara? —preguntó dando un sorbo a su whisky.
 
—No hay mucho que contar. Soy de una familia modesta, mis padres me
criaron con cariño y amor, los perdí demasiado pronto a mi modo de ver.
Christopher siempre estuvo en mi vida y cuando decidimos poner en
marcha la empresa, sus padres nos apoyaron mucho. Les debo todo, a los
tres —sonreí.
 
—Muy resumida, pero supongo que deberá valerme.
 
—Supones bien, no todo el mundo sabe todo de mí, solo los más allegados
y de mi máxima confianza.
 
—Está bien, no insistiré.
 
—¿Cómo fue que David y tú os decidisteis a poner un hotel de esas
características?
 
—Bueno, digamos que la idea surgió de un amigo nuestro, alguien muy
importante del que no diré el nombre.
 
—¿Empresario de renombre, alguien del mundo del cine, un político…? —
me aventuré y él soltó una carcajada.
 
—No vas a sacarme esa información, querida.
 
—Tampoco quería, solo bromeaba.
 
—Sabes cuándo retroceder en una batalla, me gusta —me señaló al tiempo
que daba un sorbo a su vaso—. Como decía, necesitaba un lugar tranquilo
donde tener intimidad, me llamó, le dejé mi casa y pasé la noche en un
hotel. Eso me llevó a pensar y dar forma a la idea, llamé a David en mitad
de la noche, primero me mandó a la mierda por despertarlo —rio—, y
cuando le conté mi proyecto, aceptó de inmediato.
 
—Ahora tengo más curiosidad aún por conocerlo.
 
—Solo te quedan unos días —hizo un guiño y seguimos charlando, fue
inevitable hacerlo sobre las ideas que tenía acerca de la nueva imagen de su
página web.
 
Cuando quisimos darnos cuenta era casi medianoche, así que pedí un taxi, a
pesar de su insistencia por llevarme a casa, y nos despedimos quedando en
hablar sobre el proyecto una vez hubiera visto el lugar.
 
—Buenas noches, Lara —dijo cerrando la puerta del taxi.
 
—Buenas noches, y gracias por la copa —sonreí.
 
—Ha sido un placer compartir la noche contigo. Que descanses.
 
Regresé a casa y a pesar de la hora que era, no pude evitar darles a mis
amigos la buena noticia, así que les envié el mismo mensaje a ambos.
 
Lara: El jueves nos reunimos con Lorenzo Silva en nuestras oficinas. Las
bodegas ya son prácticamente nuestras. Buenas noches, que descanses.
 
Capítulo 14

 
Aquel miércoles había sido un no parar de trabajo. Reuniones, llamadas,
revisión de proyectos, cambiar cosas en algunos de ellos.
 
Y ahí estaba aún, a las nueve y media de la noche y tras haberme comido un
sándwich de máquina, revisando unos contratos que no había podido ver en
todo el día.
 
Joel me había invitado a cenar, le respondí diciendo que seguía en la oficina
y que esa noche no podría, y volví a dejar el móvil en el escritorio para
concentrarme de nuevo en aquellos contratos.
 
Apenas unos minutos después un par de golpes en la puerta de mi despacho
hicieron que apartara la vista de los papeles en los que garabateaba los
cambios que había que hacer. Vi a Joel allí parado con ambas manos en los
bolsillos, sonriendo.
 
—¿Qué haces aquí? —pregunté, cuando comenzó a caminar hacia mí.
 
—Pasé a saludarte —se encogió de hombros.
 
—Pues, hola —sonreí dejando los papeles a un lado, y me llevé la mano al
cuello al notar que me dolía un poco después de tanto tiempo en la misma
postura.
 
Se colocó a mi espalda, me dio un beso en la mejilla y no tardó en
masajearme el cuello.
 
—Estás tensa, Lara —dijo.
 
—Ha sido un día demasiado estresante. Si hasta me he quitado los zapatos
—confesé y él se echó a reír al ver mis piececillos bajo la mesa.
 
—¿Has cenado?
 
—Un sándwich de la máquina y una botella de agua.
 
—Eso no es cenar, preciosa.
 
—Lo sé, Lucrecia me habría dicho lo mismo.
 
Cerré los ojos y dejé que las manos de Joel trabajaran en mi cuello y mis
hombros, Dios, ese hombre sabía lo que hacía.
 
Parecía un masajista profesional.
 
Cuando escuché una risa ronca saliendo de sus labios, caí en la cuenta de
que acababa de gemir ante aquel gusto que estaba sintiendo.
 
—¿Tienes un curso de masajista o algo así? —pregunté.
 
—No, ¿tan bien sé me da?
 
—Oh, por favor, es una maravilla.
 
—Es bueno saberlo —susurró y me besó el cuello.
 
Sentí que una de sus manos abandonaba mi cuello y comenzaba a deslizarse
por encima del pecho, desabotonó un par de botones de la camisa y se
adentró bajo la tela. Se me erizó la piel de esa zona al contacto con la palma
caliente de su mano, cubrió uno de mis pechos y comenzó a masajearlo
despacio.
 
No tardó en bajar la tela del sujetador para liberarlo y me pellizcó el pezón.
Otro gemido que salía de mis labios.
 
Retiró la mano y llevó ambas a mi camisa, desabotonándola por completo
para después liberar el otro pecho de la tela que lo cubría.
 
Hizo girar el sillón en el que estaba sentada, me separó ligeramente las
piernas y se arrodilló entre ellas mirándome fijamente.
 
Fue directo a lamer los pezones al tiempo que sostenía cada pecho en una
mano, y mientras atendía uno con la lengua, pellizcaba ligeramente el otro.
 
Me agarré a los reposabrazos y gemí cuando noté una punzada de deseo
irracional en el centro de mi sexo, quería cerrar las piernas y hacer fricción
yo misma, pero el cuerpo de Joel no me lo permitía.
 
Dejé caer la cabeza hacia atrás, arqueé la espalda y como si supiera lo que
necesitaba, llevó una mano bajo la falda y tras hacer a un lado la tela de la
braguita, deslizó el dedo entre mis húmedos pliegues.
 
—¿Ya estás tan excitada, preciosa? —preguntó en un susurro, y tan solo
pude jadear cuando noté que me penetraba con el dedo.
 
Siguió lamiendo mis pezones, alternando uno y otro, mordisqueándolos,
mientras su dedo entraba y salía de lo más hondo de mi cuerpo, llevándome
directamente al placer.
 
Gemí y comencé a mover las caderas, Joel aumentó el ritmo de su mano y
no tardé en gritar mi liberación.
 
Sosteniéndome ambas caderas me acercó a él, las elevó y lamió mi sexo con
avidez, con fuerza, arrancándome un gemido tras otro, mientras su lengua
entraba y salía de mi húmeda cavidad haciendo que volviera a correrme.
 
Tras incorporarse y coger mis manos, me levantó del sillón y nos besamos
con esa pasión que él siempre tenía para mostrarme. Enredé los dedos en su
cabello y tiré de él unos segundos mientras lo atraía más hacia mí, a mi
boca, esa que devoraba la suya con necesidad.
 
Fui rápida en mi siguiente movimiento y tras desabrocharle el pantalón,
llevé la mano bajo la tela de su bóxer para acunar en ella el peso de su
erección. Gemí, le mordisqueé el labio y empecé a moverla arriba y abajo
con suaves y lentos movimientos, consiguiendo que su desesperación fuera
en aumento y gruñera cuando él mismo sostuvo mi mano y la guio en
movimientos más rápidos.
 
Sonreí en sus labios, me aparté y sin dejar de mirarlo a los ojos,
arrodillándome ante él, liberé su miembro y lo llevé a mi boca para darle
aquello que quería.
 
Joel dejó caer la cabeza hacia atrás ligeramente con lo que me pareció un
gruñido. Lamí y saboreé cada parte de su miembro, gemí con él entre mis
labios y lo llevé tan profundamente como mi garganta me permitía.
 
Instantes después, y tras sacar un preservativo de su cartera, Joel me apartó,
se lo colocó y no dudó en aprisionar mi cuerpo entre el suyo y el ventanal
de mi despacho.
 
—Te voy a follar con Madrid a tus pies, preciosa —me susurró al oído antes
de besarme el cuello, para después coger mi cabello, enrollarlo en su mano
y tirar de él mientras se enterraba en mi cuerpo de una embestida fuerte y
profunda.
 
Grité, apoyada con ambas manos en el cristal, Joel entrelazó la que tenía
libre con una de las mías y así me folló, sin piedad, sin pausa, rápido y con
fuerza, mientras la noche y la ciudad eran testigos de aquel encuentro.
 
Ese momento me recordó al que vivimos en el balcón de su habitación de
hotel en Acapulco, lo que ocasionó que mi excitación aumentara aún más.
 
Moví las caderas hacia atrás con cada una de sus penetraciones en busca de
ese placer infinito que aquel hombre me proporcionaba.
 
—Joel —gemí, hizo que lo mirara por encima del hombro y se apoderó de
mis labios en un beso pasional, rudo y posesivo que me excitó aún más.
 
Fue así como nos llevó a ambos al clímax, ese que nos sorprendió al
unísono, una embestida tras otra, hasta que quedamos completamente
saciados y exhaustos.
 
Sin apartarse, sin salir de mi interior, con el pecho pegado a mi espalda y la
frente de ambos apoyada en el cristal, recuperamos el aliento. Me besó en el
cuello antes de retirarse y acomodé mi ropa mientras lo vi deshacerse del
preservativo y entrar en el cuarto de baño que tenía en el despacho.
 
Para cuando regresó, impecablemente vestido como si no acabáramos de
follar como dos seres irracionales en aquel cristal, me rodeó por la cintura y
me besó con un cariño que no esperaba en ese instante.
 
—Ven a pasar la noche conmigo —me pidió apoyando la frente en la mía.
 
Lo miré a los ojos y vi algo que no debería estar ahí, no quería creerlo, pero
así era. Si iba a su casa esa noche sería un error.
 
—No puedo, lo siento, debo acabar el trabajo, mañana me espera un día de
agobios también.
 
No era una simple excusa, era la verdad, solo que el hecho de ir a su casa y
pasar la noche allí, otra vez, era demasiado para mí. No quería tener ese
grado de intimidad con Joel, no quería que uno de los dos acabara
enamorado, no podía permitirme amar en estos momentos.
 
—¿Por qué huyes de mí, preciosa? —curioseó acariciándome la mejilla.
 
—No estoy huyendo, Joel, tengo trabajo.
 
—Huyes, no solo de mí, de cualquier hombre que muestre un poquito de
interés en ti. ¿Por qué?
 
Me aparté de él y tras abrazarme a mí misma mientras contemplaba la
ciudad por el ventanal, cerré los ojos unos segundos.
 
—Espero que algún día confíes tanto en mí, como para contarme eso que
tanto te atormenta, Lara —dijo abrazándome y sentí un escalofrío
recorriéndome el cuerpo.
 
No respondí, no podía hacerlo porque no estaba al cien por cien segura de
que pudiera contarle a alguien más, además de quienes ya lo sabían, aquello
que pesaba como una losa de mármol en mi espalda.
 
Joel me besó la cabeza y escuché sus pasos alejarse, cerré los ojos y retiré
aquella lágrima que se había atrevido a escapar del lugar en el que todas
ellas llevaban encerradas años.
 
Ese hombre había sido el primero en hacerme sentir así en mucho tiempo, y
eso era algo peligroso, debía cortarlo antes de que fuera a más.
 
Capítulo 15

 
Estaba terminando de guardar el neceser en la pequeña maleta que llevaba
para ese fin de semana en el hotel de Aaron y David bajo la atenta mirada
de mis amigos, cuando Chris volvió a insistir en que podía acompañarme.
 
—No, necesito estar sola un par de días —respondí.
 
—¿Se puede saber qué te pasa? El miércoles te dejamos bien, trabajando, y
el jueves ya estabas distinta —dijo Tessa—. ¿Tiene algo que ver con la
visita de Joel Galán esa noche?
 
—¿Cómo sabes que estuvo allí? —fruncí el ceño, yo no les había dicho
nada.
 
—Los chicos de seguridad son muy eficientes por la noche —se encogió de
hombros.
 
—Pero si no hablaron conmigo.
 
—Claro, porque les ordené no molestarte a ti, estabas ocupada, así que les
dije que en caso de emergencia o visita me llamaran. Yo dejé que subiera.
¿Qué pasó?
 
—Nada, no pasó nada —cerré la maleta.
 
—A ver, follar seguro que follaron —comentó Chris—. Pero, ¿qué más
ocurrió?
 
—Sí, follamos, me puso cachonda y me acabó acorralando contra el
ventanal, echamos un polvo de esos que hacen historia, y me invitó a pasar
la noche en su casa. Esto se nos está yendo a los dos de las manos, y tengo
que cortarlo antes de que vaya a más.
 
—O sea, que se piensa acostar con otro, se lo comentará, y acabarán con el
buen rollo de la relación que tienen —asumió Chris encogiéndose de
hombros.
 
—Me voy, nos vemos el lunes en la oficina.
 
Salí de la habitación, me despedí de Lucrecia y cogí el coche para ir al hotel
de Aaron. Había estado echando un vistazo a la web y la verdad era que
tenía unas instalaciones increíbles a las que se podía sacar partido. Y eso
que solo había un par de fotos de cada una de ellas.
 
Conduje hasta las afueras con el GPS y al llegar a la dirección que ponía en
la tarjeta que me dio Aaron, encontré un edificio grande, pero de lo más
discreto.
 
Giré con el coche por la zona en la que indicaba que estaba la entrada y paré
ante una ventana en la que podía leer que se trataba de la recepción.
 
—Buenas tardes, bienvenida —dijo una sonriente rubia.
 
—Gracias. Tengo una reserva a nombre de Lara.
 
—Un segundo, por favor —la chica echó un vistazo en el ordenador, y tras
teclear unos segundos, volvió a sonreír y cogió un pequeño mando—. Aquí
tiene, siga hacia delante y verá el número ocho en la izquierda, queda hacia
la mitad, aproximadamente. Esa es su suite.
 
—Perfecto, gracias.
 
Continué hacia donde me había dicho, lo hice despacio y mirando a la
izquierda, hasta que llegué a la que era sin lugar a dudas la puerta de un
garaje. La abrí con el mando que me había entregado, entré y tras aparcar el
coche salí y cogí la maleta.
 
Desde luego que aquello era de lo más discreto, nadie, salvo las personas de
recepción, podía ver a los demás huéspedes.
 
Subí por las escaleras que había situadas en la pared de la izquierda, y abrí
entrando directamente en la suite.
 
Amplia, paredes grises, muebles negros, así como algunos jarrones y
estatuas, otros jarrones eran rojos del mismo color que la ropa de la cama.
 
Contaba con una zona de cocina en la que había una mesa con dos sillas,
además de un teléfono junto al que encontré algunos folletos del hotel.
 
Servicio de comida, bebida y, cómo no, aquello que había visto en la página
web y me sorprendió encontrar.
 
El cuarto de baño era bastante amplio también, tenía una ducha en la que
cabrían perfectamente dos personas, así como una bañera. El exterior de
aquella suite contaba con un jardín donde había un par de tumbonas, una
mesa auxiliar, piscina y un jacuzzi. Desde luego que cuando Aaron ideó la
puesta en marcha de aquel lugar, lo hizo a conciencia y con todo lujo de
detalles, así como salvaguardar la identidad de los huéspedes con toda esa
intimidad y discreción.
 
Tras dejar la maleta en la zona de habitación, cogí una botella de agua que
había en la nevera y me senté en el sofá a echar un vistazo en la web. Desde
luego que se podían hacer muchos y buenos cambios para llamar la atención
de posibles clientes.
 
Aaron había dado con la clave, incluir varias fotografías llamativas de cada
una de las suites sería determinante para ese lavado de cara virtual.
 
Saqué la libreta del bolso y fui anotando cosas que podían cambiarse,
incluso alguno de los textos de presentación de las diferentes suites.
 
Tras un par de horas allí sentada, me serví una copa de vino y miré en la
carta de comida para ver qué podía pedir para cenar. Me llamaron la
atención varias cosas, y cuando iba a llamar al servicio de restaurante,
tocaron a la puerta que había junto a la cocina, lo que me resultó extraño
puesto que no esperaba a nadie.
 
Al abrir no encontré en aquel pequeño rellano nada más que un carrito con
varios platos cubiertos y una nota con mi nombre, frente a otra puerta que
permanecía cerrada.
 
“Espero que el menú sea de tu agrado. Me gustaría tomar una copa y
hablar de negocios. Si aceptas, solo tienes que llamarme. A.M.”
 
Sonreí ante aquel gesto, me enviaba la cena sin que yo tuviera que pedirla,
qué caballeroso por su parte.
 
Llevé el carrito al interior y destapé cada plato, encontrando todo lo que
contenía delicioso.
 
Canapés, tostas de salmón y queso brie, carne y patatas asadas con cebolla
caramelizada en salsa de manzana, y un coulant de chocolate.
 
Lo dispuse en la mesa estratégicamente colocado e hice una foto del menú,
además de una de cada plato de manera individual, puesto que sería bueno
mostrar aquellos platos dignos de un restaurante de esos conocidos como de
cinco tenedores en la página web.
 
Saboreé todos y cada uno de ellos, acompañados de aquel vino que tanto me
gustaba, y cuando acabé volví a leer la nota…
 
“Si aceptas, solo tienes que llamarme”.
 
Esas simples palabras podrían ser lo que cambiaran el curso de esa noche.
No se trataba de nada más que compartir una copa y hablar de trabajo, de
esos cambios que había anotado y con los que estaba segura que Aaron
quedaría satisfecho. 
 
Miré el móvil sobre la mesa, tamborileé con los dedos sobre aquel cristal y
acabé cogiéndolo.
 
No había nada de malo en tomar una copa con un posible nuevo cliente,
¿cierto?
 
Lara: Acepto esa copa.
 
Capítulo 16

 
Acabé con lo que me quedaba de vino en la copa justo en el momento el
que llamaron a la puerta.
 
Al abrir, Aaron sonrió cuando me vio y se inclinó para darme un beso en la
mejilla.
 
—¿Qué tal estaba la cena? —se interesó cuando cerré y fuimos hacia la
mesa, donde tenía la botella de vino abierta.
 
—Deliciosa, me ha gustado mucho.
 
—Me alegro de haber acertado —sirvió el vino y levantó su copa a modo de
brindis.
 
Tras un sorbo lo seguí al jardín, donde nos sentamos en las tumbonas.
Llevaba unos vaqueros, polo blanco y deportivas, nada de que ver con los
trajes de ejecutivo con los que había acudido a esos eventos las dos noches
que nos vimos, ni a la falsa reunión en mi despacho.
 
Yo me había puesto un cómodo vestido de algodón azul pastel y unas cuñas
blancas, esa noche no era Lara, la dueña de una empresa, sino una mujer
sencilla que iba a conocer las instalaciones de un cliente.
 
—¿Cómo has visto el hotel? —preguntó dando un nuevo sorbo a su copa.
 
—Interesante, y diferente a esos en los que me alojo cuando viajo —
respondí.
 
—La discreción es la principal regla de este lugar.
 
—Nadie ve a otros clientes, es un lugar perfecto para la intimidad de la
pareja.
 
—Eso fue lo que me llevó a querer ponerlo en marcha.
 
—Pues acertaste —sonreí—. He echado un vistazo a la web, y además de
modificar o incluir algunas cosas en los textos, lo de añadir más fotos de
cada suite es primordial. No puede ser que esta, por ejemplo, disponga de
un jardín exclusivo para los que se hospedan en ella, y no se vea, tan solo se
pueda leer en la descripción.
 
—Buen punto. ¿Algo más?
 
—Muchas cosas, he anotado varias ideas que irían perfectas para esa nueva
imagen de la web. En ella se habla del servicio de restaurante, así como de
bebidas, pero no hay ninguna foto de algo de eso. Mira —me levanté y fui a
por el móvil que había dejado en la mesa—. Imagina un montaje con estos
platos, unos sobrepuestos encima de otros, en el apartado en el que se habla
de la comida. Y se podría hacer lo mismo con las bebidas. He visto en el
folleto que hay muchos y diversos cócteles. Una imagen vale más que mil
palabras, Aaron, y eso, en la web, con el fondo en negro, quedaría visible y
muy destacado.
 
—Me gustan esas ideas, Lara —volvió a beber—. Si te soy sincero, estás
despertando mi interés en el proyecto, ya tengo ganas de ver cómo quedaría
en ese primer boceto.
 
—¿Es cierto que también dais ese servicio del que se habla en la página? —
pregunté dando un sorbo a mi copa, un poquito nerviosa.
 
—¿A qué te refieres? —respondió con una media sonrisa que me hizo
voltear los ojos, ese hombre sabía perfectamente a qué servicio me estaba
refiriendo.
 
—A ese tipo de pedidos… especiales.
 
—Compruébalo tú misma —se encogió de hombros sin perder la sonrisa, y
sin dejar de mirarme se llevó la copa a los labios, acabando de un sorbo con
el vino que quedaba—. ¿Otra copa?
 
—Habías dicho que sería una copa para hablar de negocios, no dos.
 
—Dos copas de vino, equivale a una de cualquier otra bebida alcohólica.
 
—¿Dónde dice eso? —Arqueé la ceja.
 
—Mi hotel, mis normas.
 
—Ah, es bueno saberlo. Sí, por favor, sírveme otra copa —le pedí y, tras
acabar el contenido que quedaba, le di la mía y le vi volver a la mesa para
servirlas.
 
Mientras lo hacía pensé en si sería buena idea comprobar por mí misma que
el hotel realmente disponía de aquel servicio de pedidos especiales, o no,
pero claro, si junto al teléfono había un folleto con las opciones de comida,
bebida y servicios especiales, era porque sí lo tenían.
 
Suspiré dejando caer la cabeza en la tumbona y mirando hacia el cielo, ese
manto negro con alguna que otra lejana estrella centelleante que podía verse
a través del techo acristalado.
 
—Aquí tienes —miré a Aaron y cogí la copa que me ofrecía, ambos
bebimos y le observé mirar al cielo—. ¿Vas a comprobar lo de ese servicio
que ofrecemos?
 
No era ninguna cobarde, y me podía la curiosidad de saber cómo
entregaban aquellos artículos. Suspiré, me tomé el vino de un sorbo
mientras el elevaba ambas cejas, y fui hacia el teléfono.
 
—Buenas noches, ¿en qué puedo ayudarles? —preguntó una chica joven al
otro lado de la línea.
 
—Hola, sí, buenas noches —respondí con el folleto en la mano, leyendo el
nombre de los productos—. Llamo de la suite ocho, y quería un pedido
especial.
 
—Ah, el folleto número tres. Perfecto. Dígame, señorita, ¿qué números ha
escogido para esta noche?
 
Tragué saliva y, echando un vistazo disimulado por encima del hombro
hacia donde Aaron estaba sentado, lo vi sonreír mientras se llevaba la copa
de vino a los labios.
 
—Quería un número seis, un número quince, el veintidós, el cuarenta y
cinco, un sesenta y un setenta.
 
—Perfecto, en unos minutos lo tendrá en su puerta. Que disfrute de todos
ellos, señorita.
 
—Claro, gracias.
 
Colgué y regresé al jardín donde Aaron parecía estar divirtiéndose.
 
—No esperaba que eligieras esos números —dijo rellenando mi copa de
vino, y ya era la tercera con él, la quinta para mí.
 
—¿Vas a decirme que conoces todos los productos que hay en ese folleto?
Son ochenta opciones.
 
—Todos, sin excepción —sonrió de medio lado y me miró con aquellos
ojos más oscuros de que costumbre.
 
Dos palabras vinieron a mi mente. Cuidado, peligro.
 
Sí, ese hombre, en aquella suite, con tanto vino y con lo que estaba por
llegar, era una compañía de lo más peligrosa.
 
Di un sorbo a mi vino y me prometí a mí misma tomarme esa copa, que
sería la última de la noche, en pequeños sorbitos, básicamente tan solo me
humedecería los labios con aquel líquido burdeos.
 
Unos minutos después llamaron a la puerta, fui hacia ella y al abrir allí
estaba el carrito con mi pedido especial.
 
Santo Dios, ¿en qué me había metido aceptando no solo ir al hotel, sino al
pedir aquello?
 
Todo estaba nuevo, perfectamente embalado en sus cajas correspondientes y
precintado. No esperaba menos, dada la exclusividad del hotel y el lujo que
se podía observar en cada rincón.
 
—Esto es algo que podríamos cambiar —dije llevando el carrito hasta el
jardín.
 
—Cada cosa tiene su uso, no podemos darle otro —respondió frunciendo el
ceño.
 
—Me refiero al modo de pedirlo —suspiré sentándome—. Por ejemplo, con
una aplicación para el móvil. Cuando el cliente haga la reserva de la suite a
través de la página web, se le enviará un mensaje con el enlace para
descargar la aplicación, en él encontrará además su número de reserva y de
habitación, de modo que desde ella tendrá acceso a los servicios que ofrece
el hotel, sin necesidad de llamar por teléfono. Podrá hacer el pedido de
comida, bebida y… esto —señalé el carrito que acababan de entregar.
 
—Juguetes eróticos, nena —sonrió de medio lado—, así se llama esto —él
también los señaló.
 
Lo sabía, no era ninguna niña inocente, y sabía perfectamente cómo se
llamaba todo aquello.
 
Concretamente, y según ponía en el folleto donde los había elegido, el
contenido de mi pedido era…
 
Con el número seis, un pequeño, pero potente succionador de clítoris. Con
el número quince, un vibrador de acero inoxidable anti alergénico. En el
número veintidós teníamos lo que podría parecer un collar de perlas, pero
no lo era, se trataba de un cordón de perlas que se iban introduciendo poco a
poco en la vagina y, una vez todas estaban ahí colocaditas, el amante
bandido tiraba de ellas con fuerza y, según decían, el roce era de lo más
placentero. No lo había probado nunca.
 
El número cuarenta y cinco correspondía a un par de pequeñas pinzas para
pezones unidas con una cadena que, a juzgar por el tamaño de esta, podría
llegarme al ombligo.
 
Un conjunto de lencería comestible con sabor a fresa correspondía al
número sesenta de mi pedido y, con un gel de efecto calor del número
setenta, completábamos aquel surtido de juguetes eróticos.
 
—Sé lo que es, y cómo se les llama. Ahora, si me disculpas. ya hemos
tomado más de una copa y hablado de algunas ideas para la nueva imagen
del hotel que podremos llevar a cabo, por lo que puedes irte —le informé
mientras me ponía de pie.
 
—¿Vas a usar algo de esto? —interrogó al tiempo que se levantaba para
acercarse.
 
—Puede —carraspeé.
 
—Es mejor usarlo en compañía, ¿lo sabías? —susurró quedando a solo unos
centímetros de mí.
 
—¿Estás proponiendo que lo use contigo? —pregunté, sin saber muy bien
cómo se me había pasado por la cabeza aquella loca idea.
 
—Exactamente eso, sí —dijo sin apartar los ojos de los míos, y
atrayéndome hacia él con una mano en mi cintura y la otra en la nuca, se
abalanzó sobre mis labios besándome con rudeza.
 
En shock, así me había quedado, pero con ganas de ver qué podía ofrecerme
el hombre que me devoraba a conciencia.
 
Capítulo 17

 
Aaron me alzó en brazos por las nalgas y poco después noté que se sentaba
llevándome consigo, colocándome a horcajadas sobre sus piernas.
 
Retiró uno de los tirantes del vestido bajándolo despacio, hizo lo mismo con
el otro y la tela quedó finalmente bajo mis pechos.
 
Con ambas manos los cubrió, masajeándolos despacio sin romper aquel
beso profundo y casi fiero que me daba.
 
Deslizó los pulgares por el interior de la tela del sujetador y gemí al
sentirlos frotando los pezones, esos que se irguieron erectos y excitados en
apenas unos segundos.
 
Sostuve sus mejillas entre mis manos y profundicé más en el beso,
atreviéndose a mordisquearle los labios de manera juguetona.
 
Sentí una palpitación entre mis piernas, Aaron llevó las manos a mis
caderas y comenzó a moverme sobre él, haciendo fricción con nuestros
sexos.
 
Gemí en su boca y comencé a quitarle el polo, descubriendo aquel torso
prácticamente cincelado como el mármol, y vi que tenía un tatuaje en el
costado izquierdo.
 
Pasé la yema de los dedos por él y noté que se estremecía ante el contacto.
Se trataba de una brújula, no muy grande, y un pequeño pájaro volando
sobre ella.
 
—Es para recordar que no debo volver a perder nunca el rumbo de mi vida
—dijo acariciándome la espalda.
 
—Me gusta el significado —sonreí.
 
Volví a besarle y las manos de ambos comenzaron a recorrer el cuerpo del
otro. Aaron retiró por completo los tirantes del vestido y me quitó el
sujetador, dejando libres de todo confinamiento mis pechos, esos que no
dudé en pegar a su torso y sentir el calor que desprendía. Ese simple y leve
roce en mis pezones hacía que se endurecieran aún más.
 
Noté las yemas de sus dedos subiendo por los muslos, deslizó los pulgares
por el interior y llevó ambas manos tan cerca de mi sexo que cuando
comenzó a moverlos sobre el clítoris, tuve que agarrarme con fuerza a sus
hombros.
 
Retiró la tela de la braguita a un lado y la fricción fue aún mayor, movía los
dedos al mismo tiempo, con un ritmo rápido y casi frenético que hacía que
yo misma contoneara las caderas.
 
Me hizo levantar y ponerme de pie a su lado, bajó el vestido quitándolo por
completo y después se desprendió de la braguita. Sonrió al verme desnuda,
y acarició mi cuerpo sin apartar la vista ni un segundo.
 
Teniéndome allí delante, separó mis piernas ligeramente dejando una de las
suyas entre ellas, me lamió y mordisqueó los pezones y comenzó a deslizar
dos dedos entre mis pliegues, esos que ya estaban más que resbaladizos por
la excitación a la que me había ido llevando poco a poco.
 
Comenzó a penetrarme con ellos mientras me movía despacio, adelantando
las caderas hacia él, buscando que sus dedos llegaran a lo más hondo de mi
ser para alcanzar aquel orgasmo al que Aaron me llevaba directamente.
 
Enredé los dedos en su cabello, tiré de él dejando caer mi cabeza hacia
atrás, gimiendo ante lo que sentía con sus actos, y cuando comenzó a
penetrarme más rápido me concentré para correrme.
 
Lo hice gritando con todas mis fuerzas, aferrada a su cabello, pero sin tirar
demasiado, no era cuestión de dejar a ese hombre con algunas calvas
producto del frenesí que acababa de vivir.
 
Sin decir una sola palabra me arrodillé ante él, desabroché su pantalón y se
lo quité junto con el bóxer. Envolví su gruesa y dura erección con una mano
y comencé a masturbarlo mirándolo a los ojos.
 
Aaron me sostuvo por la nuca y tras atraerme hacia él con fuerza, se
apoderó de mis labios mientras yo seguía centrada en darle placer,
aumentando el ritmo y haciendo que gimiera, parando de vez en cuando y
haciendo movimientos más lentos, hasta que volvía a ir deprisa otra vez.
 
Hizo que me apartara antes de que su orgasmo fuera inevitable, y me cogió
en brazos, llevándome sujeta con una mano mientras con la otra empujaba
el carrito.
 
Tras recostarme en la cama, cogió todos los productos que había pedido y,
arrodillado entre mis piernas, sonrió.
 
—Espero que estés realmente dispuesta a jugar con todo esto —dijo.
 
—Lo estoy.
 
—Bien.
 
Se inclinó para besarme y lo primero que sacó de su envoltorio fueron las
pinzas para los pezones.
 
Lamió ambos durante unos minutos y después las colocó, el pellizco que
sentí me hizo protestar.
 
—Tranquila, en unos minutos apenas notarás el pellizco —me aseguró,
cogió la cadena y tiró de ella, llevando consigo ambos pezones haciendo
que gimiera levemente.
 
Cogió el bote de gel y puso un poco en sus dedos, esos que deslizó por mi
sexo, introduciéndolos en mi vagina mientras yo gemía y movía las caderas.
 
—Con el efecto calor, sentirás todo mucho más intensamente —dijo, y vi
que extendía un poquito alrededor de los pezones también.
 
Tras desempaquetar aquel cordón de perlas, comenzó a introducirlas una a
una despacio en mi vagina al mismo tiempo que jugaba con el pulgar
alrededor de mi clítoris.
 
En cuanto estuvieron todas dentro, salvo la última que era un poquito más
grande y con la que debía retirarlas después, sacó el succionador de clítoris
de su envase y sonrió.
 
—A ver qué velocidad alcanzamos para llevarte al orgasmo —dijo
colocándolo en mi sexo y poniéndolo en funcionamiento.
 
Jadeé al notar aquella vibración, era leve y moderada, soportable. Me mordí
el labio mientras le vi tirar de la cadena que unía las pinzas en mis pezones
y volví a gemir.
 
Aaron subió de velocidad el succionador sin dejar de dar pequeños tirones a
la cadena de las pinzas, lo que hacía que poco a poco me estremeciera y
quisiera más.
 
Como si me hubiera leído el pensamiento, noté que la vibración sobre mi
clítoris aumentaba un poco más, y tras unos minutos en los que mis
gemidos resonaban por la habitación, lo puso al máximo de potencia.
 
Aquello fue tan intenso que tuve que aferrarme con fuerza a las sábanas
mientras arqueaba la espalda. Aaron no dejaba de tirar de la cadena de las
pinzas, y añadiendo además que tenía gel efecto calor en los pezones y la
vagina, la sensación era increíble.
 
Comencé a mover las caderas de manera frenética en busca de mi
liberación, Aaron me animaba a correrme, decía que quería ver cómo
estallaba en un grito ensordecedor.
 
Me mordí el labio cuando sentí el orgasmo formándose en mi vientre, y
cuando le dije que estaba a punto de correrme, dejó de tirar de la cadena de
las pinzas y cogió el cordón de perlas.
 
—Oh, por Dios —grité, y en el momento en el que ambos fuimos
conscientes de que me corría, retiró rápidamente las perlas del interior de
mi vagina y me corrí a puros chillidos.
 
Caí jadeante en la cama, con los ojos cerrados y el cuerpo tembloroso.
Aaron retiró el succionador y tras sostenerme por las nalgas, hundió el
rostro entre mis piernas y comenzó a lamerme el sexo con la lengua.
 
Lo hacía casi con la misma velocidad que aquel succionador, era eso, o que
tenía el clítoris tan sensible que sabía que no tardaría en volver a tener un
orgasmo.
 
Gemía y gritaba mientras agarraba su cabello con fuerza, tirando de él,
incorporándome incluso y encontrándome con su mirada.
 
Aquel hombre estaba devorándome literalmente con avidez y lujuria, y no
apartaba la vista de mí, como si el simple hecho de mirarme le incitara a ir
más rápido.
 
El orgasmo me golpeó con mucha más fuerza que los anteriores, al punto de
que me dejé caer en la cama mientras movía las caderas, cubriendo su boca
con la esencia que manaba de mi sexo.
 
Escuché un nuevo envoltorio y vi que sacaba el vibrador, sonrió y tras
ponerlo en marcha, comenzó a penetrarme con él mientras sostenía mi
vientre con una mano, evitando así que pudiera moverme.
 
Agarrada a la almohada con ambas manos, gritando, con las piernas
flexionadas y aquel vibrador follándome fuerte y rápido, Aaron hizo que
volviera a correrme en apenas unos minutos.
 
Sacó un preservativo de la mesita de noche, se lo colocó y tras subirme las
piernas hasta dejarlas sobre uno de sus hombros, sosteniéndolas por los
tobillos, me penetró con fuerza y sin piedad, entrando y saliendo de mi sexo
sin perder el ritmo, golpeando en lo más hondo de mi ser mientras mis
gritos se escuchaban en la silenciosa habitación.
 
No me permitió correrme así, se retiró y tras colocarme de rodillas en la
cama, con las caderas elevadas, me llevó los brazos a la espalda y
sosteniéndome con una mano por las muñecas volvió a penetrarme con
fuerza de una sola vez.
 
Sus caderas golpeaban en mi cuerpo y notaba cada embestida colmándome
por completo, con fuerza y sin descanso.
 
Mis gritos pasaron a ser auténticos chillidos, esos que, si no fuera porque
cada una de las suites de aquel hotel estaba perfectamente insonorizada,
estaría escuchando todo el mundo.
 
Noté el momento en el que tanto él como yo estábamos a punto de alcanzar
el clímax, Aaron también lo supo y comenzó a moverse aún más y más
rápido.
 
Varias embestidas después, los dos liberábamos aquel intenso orgasmo
gritando como locos.
 
Noté que se dejaba caer sobre mí, me soltó las muñecas y tras masajearlas
un poco me ayudó a colocar los brazos sobre la cama. No, yo no tenía
fuerzas ni para eso.
 
Se retiró de mi interior y una vez se deshizo del preservativo, volvió a la
cama donde comenzó a masajearme la espalda.
 
¿Después de aquello? El cansancio me venció.
 
Capítulo 18

 
Desperté con una suave caricia en la espalda, bajando hasta la nalga y
volviendo a subir por el costado hasta que dos dedos de lo más juguetones
comenzaron a pellizcarme el pezón.
 
Las yemas de esos dedos volvieron a deslizarse hacia abajo, por mi vientre,
y en un sutil movimiento aquella mano separó mis piernas para adentrarse
en mi sexo. Esos dedos apenas encontraron resistencia por mi parte, más
aún porque parecía que el efecto calor del gel seguía estando en todo lo alto.
 
Aaron empezó a penetrarme con dos dedos mientras me besaba el cuello,
moví las caderas hacia atrás y noté su miembro erecto palpitando entre mis
nalgas.
 
Jadeé, me giré y encontré su boca apoderándose de la mía mientras sus
dedos me follaban con fuerza.
 
El orgasmo me azotó con fuerza y violencia apenas unos minutos después.
 
—Buenos días —dijo mirándome.
 
—Buenos días.
 
—Vamos a la ducha, después pediré el desayuno.
 
—Cuando tengas la aplicación, los huéspedes lo harán todo mucho más
rápido —sonreí mientras salíamos de la cama.
 
Aaron me dio un azote en la nalga cuando entré en el cuarto de baño, él se
encargó de poner el agua a la temperatura adecuada y tras meternos bajo el
agua, se encargó de enjabonarme a conciencia. Tanto, que de nuevo me
llevó al borde del orgasmo con ambas manos.
 
—Separa las piernas y eleva las caderas —me pidió tras apoyarme ambas
manos en los azulejos.
 
Por encima del hombro vi que rasgaba el envoltorio de un preservativo y se
lo colocaba, unos segundos después embistió con fuerza adentrándose en mi
cuerpo y haciéndome gritar.
 
Su erección entraba y salía con tanta fuerza que supe que aquel encuentro
iba a ser rápido e intenso.
 
Aaron se aferraba con ambas manos a mis caderas, moviéndolas sin parar al
ritmo que las suyas propias marcaban.
 
Se inclinó y noté que me mordisqueaba el cuello, comenzó a moverse aún
más rápido y en cuestión de unas pocas embestidas más, los dos gritamos
liberando el clímax que habíamos alcanzado.
 
Tras la ducha y llevando únicamente el albornoz del hotel, salimos a la
habitación y mientras Aaron pedía el desayuno eché un vistazo al móvil,
tenía un mensaje de Tessa diciendo que habíamos hecho un nuevo cliente.
Una de las empresas que la mañana anterior vio el proyecto, acababa de
mandarle un e-mail dando el visto bueno a todos los cambios que habíamos
propuesto para esa nueva imagen de su página web. El esfuerzo y las horas
de trabajo hasta tarde en la oficina, finalmente merecían la pena.
 
—¿Todo bien? —preguntó besándome la mejilla.
 
—Sí, perfecto. El lunes empieza una semana llena de trabajo —sonreí
mirándolo por encima del hombro.
 
Le respondí a mi amiga, secretaria y casi socia diciéndole que aquella era
una muy buena noticia y poco después llamaron a la puerta, señal de que
dejaban el carrito con el desayuno.
 
Café, zumo, fruta, tostadas, croissants, mantequilla, mermelada de varios
sabores, Aaron no había escatimado en pedir.
 
Servimos todo en la mesa del jardín, hice una foto global y algunas por
separado, además de una con varias cosas que me serví en un plato.
 
—¿Para la nueva web? —preguntó dando un sorbo a su café.
 
—Exacto. Bien hechas, las fotos pueden ser de lo más llamativas, no solo
de las instalaciones, sino también de la comida.
 
—No hiciste foto de los juguetes —sonrió de medio lado.
 
—Vaya por Dios, también podríamos habernos grabado en vídeo usándolos
—volteé los ojos y se echó a reír.
 
—Magnífica idea esa. Aún están ahí esperando en la cama, podemos repetir
después, si quieres.
 
—Te gustan mucho los juguetes, me parece a mí —entrecerré los ojos.
 
—Tendré que probar lo que ofrezco, ¿no te parece?
 
—¿A cuántas mujeres has traído a este hotel? —curioseé mientras me
llevaba una tostada a la boca, casi gemí al saborear la mermelada de frutos
del bosque.
 
—A ninguna, eres la primera con la que me acuesto aquí.
 
—No me lo creo.
 
—Es la verdad —se encogió de hombros—, no tengo porqué mentir. David
sí que ha venido con algunas, yo prefiero ir a sus apartamentos, de ese
modo puedo marcharme en cuanto acabamos de hacer lo que hemos ido a
hacer —dejó la taza tras dar un nuevo sorbo.
 
—No te has marchado de mi habitación.
 
—Ni tengo intención de hacerlo en todo el día —de nuevo esa sonrisa de
medio lado.
 
Desayunamos mientras me hablaba de los cambios que comentamos la
noche anterior, decía que tendría que comentarlos con David, pero que no
habría problema por parte de su socio, todo lo que fuera mejorar la imagen
que los clientes vieran al entrar en su página, así como el implementar la
aplicación para el móvil que sería todo un acierto en cuanto a avances y
facilidades para los huéspedes.
 
Eran cerca de las doce cuando propuso darnos un baño en la piscina, y lo
hicimos desnudos tal como estábamos bajo los albornoces.
 
La intimidad que ofrecía la suite era un buen aliciente para las parejas que
quisieran dar rienda suelta a todo aquello que se propusieran, y lo que
Aaron Medina se propuso en ese momento, fue acorralarme con su cuerpo
contra el borde de la piscina, y pegado a mi espalda, comenzó a
masturbarme mientras masajeaba y pellizcaba uno de mis pezones al tiempo
que me mordisqueaba el cuello y el hombro.
 
Agarrada con todas mis fuerzas a esas piedras, movía las caderas al ritmo
que él marcaba y me corrí entre gemidos.
 
Aaron me sacó de la piscina en brazos y acabamos en el jacuzzi.
Besándonos y entre aquellas burbujas relajantes, me colocó sobre su regazo
y comenzó a moverme sobre él de modo que nuestros sexos se rozaban y
con esa leve fricción volvió a llevarme al orgasmo.
 
No tardó en pedirme que me arrodillara, con las caderas tan elevadas como
me fuera posible mientras me sujetaba al borde del jacuzzi. Cogió un
preservativo de un pequeño compartimento que había en él y tras
colocárselo, me folló con fuerza e intensidad mientras notaba el agua
golpeando nuestros cuerpos.
 
Saciados y exhaustos cuando acabamos en un nuevo y brutal orgasmo, me
rodeó por la cintura con el brazo mientras me besaba el cuello antes de
retirarse de mi interior.
 
Regresamos a la habitación, pidió comida y al igual que habíamos hecho
con el desayuno, disfrutamos de esos deliciosos platos en el jardín.
 
Tal como había anunciado, Aaron no se marchó en todo el día, sino que se
quedó allí y lo hicimos en todos y cada uno de los rincones en los que
podíamos dar rienda suelta a esas fantasías que cualquier pareja pudiera
tener.
 
Después de dormir un par de horas y una ducha que me dejó como nueva,
estaba sentada en la mesa llevando únicamente una braguita y una camiseta,
tomando notas de algunas cosas que incluir en la página web mientras
cenábamos, y no me pasó desapercibido el modo en el que Aaron me
miraba.
 
—¿Tengo comida en los dientes? —fruncí el ceño, mientras me pasaba la
lengua por ellos.
 
—No.
 
—Entonces, ¿por qué miras así?
 
—Me sorprende verte tan concentrada tomando notas.
 
—Ah, eso —sonreí—. Tranquilo, es algo muy normal en mí —me encogí
de hombros y volví a lo que hacía—. Hay cosas muy buenas que podemos
incluir en la web, como el compartimento secreto del jacuzzi.
 
—Poca gente lo ha descubierto, te lo aseguro —dio un sorbo a su copa de
vino.
 
—Pues además de los preservativos, podrías dejar un pequeño bote de gel
en ese compartimento, todo un aliciente para jugar en el jacuzzi.
 
—Me gusta esa frase, ¿la incluirá en la descripción?
 
—La incluiremos, sí —sonreí.
 
—Vas a quedarte esta noche, ¿verdad? —preguntó y negué.
 
—Me marcho a casa, quiero descansar esta noche y mañana. Me espera una
semana de mucho trabajo, como te comenté en el desayuno.
 
—Quiero que te quedes —dijo cogiéndome la mano por encima de la mesa.
 
—Lo siento, pero no —lo miré a los ojos para que viera que no había
manera posible de hacerme cambiar de opinión, y asintió.
 
Terminamos de cenar mientras le iba contando punto por punto las ideas y a
todas ellas dio el visto bueno, incluso me pidió que reservara la hora de la
comida del lunes para reunirme con él y David en el restaurante de Julen de
modo que pudiera contarle a su socio todos esos cambios que darían una
nueva imagen a su negocio, le aseguré que así sería y le mandé un mensaje
a Tessa para que anotara esa hora en mi agenda, no fuera a ser que se me
acabara olvidando.
 
Aaron se puso en pie, sostuvo mi barbilla con dos dedos y se inclinó para
darme un beso rápido.
 
—¿Hay algo serio entre Joel Galán y tú? —preguntó con los ojos fijos en
los míos.
 
—No es de tu incumbencia, pero no lo hay.
 
—¿Se trata solo de sexo, entonces?
 
—Exacto, igual que ha sido contigo estas últimas horas —respondí.
 
—En ese caso, estaré encantado de repetir —sonrió acariciándome la
barbilla.
 
—Lo dudo mucho, nunca mezclo negocios con placer.
 
—Lo has hecho conmigo.
 
—A partir de ahora, no. Ya somos oficialmente socios de trabajo, y no
habrá más sexo.
 
—¿Es tu última palabra? —preguntó y asentí, segura de lo que decía.
 
Tras una sonrisa por su parte, y un último beso rápido, salió de la habitación
donde me quedé sola una vez más.
 
No, ahora que Aaron Medina era un cliente, y me pagaba por hacer mi
trabajo, no podía mezclar las cosas.
 
Había estado bien, una noche de juegos eróticos y sexo durante horas que
no significaban que fuera a haber nada más entre nosotros, como tampoco
lo había habido con otros hombres antes que él.
 
Recogí todo, me vestí y abandoné la suite de aquel hotel para volver a casa,
saliendo tal como había llegado, en la más absoluta intimidad y discreción,
sin cruzarme con un solo coche o persona que pudiera reconocerme o yo a
ellas.
 
Capítulo 19

 
Después de haber pasado el domingo en casa sin hacer nada más que
descansar y recargar pilas para la semana que tenía por delante, ahí estaba el
lunes, entrando a primera hora de la mañana en mi despacho con un café en
la mano.
 
Tras encender el portátil redacté un dosier con los cambios y todas las ideas
que había que incluir para la página web del hotel de Aaron Medina y
David Rivera, llamé a uno de los chicos del departamento digital para que
empezaran con el boceto y se lo envié.
 
Eran las diez cuando, sin llamar, Chris y Tessa irrumpieron en mi despacho
como si fuera suyo.
 
—Buenos días a los dos —dije de modo irónico, puesto que ellos no habían
saludado.
 
—Estuvimos echando un vistazo a la web de hotel —comentó Chris
mientras tomaban asiento frente a mí.
 
—¿Y?
 
—Es bastante interesante lo que ofrecen en ese sitio —respondió Tessa.
 
—Una comida deliciosa, el mejor vino del momento, comodidad, confort,
intimidad, discreción, un lugar donde desconectar de la rutina —me encogí
de hombros.
 
—Sí, sí, además de todo eso, tienen un servicio de pedidos especiales —
dijo ella entrecerrando los ojos, el modo en el que siempre me escudriñaba
para ver si mentía cuando hablaba.
 
—Interesante también ese servicio, sí —añadí.
 
—O sea, que hiciste un pedido especial —curioseó Chris.
 
—Ajá. Esa es una de las cosas que modificaremos para el hotel, en vez de
tener que hacer todos los pedidos por teléfono, cuando el cliente haga la
reserva recibirá un enlace para descargar la aplicación y poder realizar los
pedidos desde ella. Más fácil y discreto aún.
 
—¿Te has acostado con Aaron Medina?
 
Así era mi mejor amigo y socio, directo al grano y sin dar muchos rodeos.
En ocasiones lo agradecía, pero en otras, como esa, no tanto, a pesar de que
había mucha confianza entre nosotros, yo no le preguntaba jamás
directamente si se había tirado a una mujer en concreto.
 
—Sí, me acosté con él. Y antes de que lo preguntes —le corté levantando la
mano cuando vi que abría la boca—, el pedido especial, lo usamos juntos.
 
—Mira qué lista la jefa —comentó Tessa—, probando los servicios que
ofrece el hotel a conciencia.
 
Volteé los ojos y resoplé, y durante la siguiente hora les hablé de los
cambios que habíamos comentado Aaron y yo para la web, además de
incluir la nueva aplicación para el móvil.
 
Les mostré las fotos que había hecho de toda la comida que tomamos en la
suite y al recordar que el vino que tenían ellos era el de las bodegas de
Lorenzo Silva.
 
Nos habíamos reunido con él unos días antes, nos contó algunas cosas que
le gustaría ver en su nueva imagen corporativa, y sabía que el proyecto se lo
habían hecho llegar para que echase un vistazo.
 
—¿Sabemos algo de Lorenzo Silva? —pregunté, ambos se miraron y
durante unos segundos entré en pánico.
 
¿Y si no le gustaba el proyecto? ¿Y si perdíamos la última oportunidad que
tendríamos de conseguirle como cliente?
 
Cuando vi sus sonrisas podría jurar que el corazón me volvía a latir, sin
haber sido apenas consciente de en qué momento se había detenido.
 
—Quiere trabajar con nosotros —anunció Chris—. Le ha encantado el
proyecto que hicimos, esta semana viene a firmar el contrato.
 
—¿En serio? ¿No es una broma? —pregunté, aún sin salir de mi asombro.
 
—Totalmente en serio, Lara —dijo él, con esa sonrisa que siempre me había
ayudado a calmarme.
 
—Dios, creí que lo perdíamos —suspiré.
 
—Pues no, de eso nada. Esta vez, las bodegas de Lorenzo Silva pasan a ser
clientes nuestros oficialmente.
 
—Y todo gracias a Elena Acosta —comentó Tessa.
 
—Sí, sorprendente, pero cierto —suspiré.
 
—Voy a ir encargando esos bombones y flores que dije que le enviaría —
Chris se puso en pie, al igual que Tessa, y fueron hacia la puerta, pero antes
de salir, se giró—. Lara.
 
—Dime.
 
—Aaron Medina…
 
—No te preocupes por él —le corté antes de que siguiera hablando—, es
uno de tantos —me encogí de hombros y él asintió.
 
Sí, le había dicho que no volvería a acostarme con él, mucho menos ahora
que iba a pasar a ser uno de nuestros clientes, pero, ¿realmente había algo
de malo en tener una noche más con él? ¿O tal vez dos?
 
Suspiré dejando a un lado esos pensamientos, aunque no se me iban a ir de
la cabeza, así como así, ese hombre había sido un buen amante, de esos que
pocas veces había tenido el placer de cruzarme.
 
Cogí el móvil y marqué el número de Elena, que no tardó apenas en
contestar mi llamada.
 
—Hola, Lara. ¿Cómo estás?
 
—Feliz y agradecida —sonreí.
 
—¿Y eso?
 
—Lorenzo Silva, será cliente de Lapher.
 
—¿De verdad? No sabes cuánto me alegro. Muchas felicidades.
 
—No habríamos conseguido esas bodegas, sino hubiera sido por ti. En
breve recibirás un detalle de nuestra parte.
 
—No, no, por favor, no es necesario. Lo hice con mucho gusto. Si conozco
a Lorenzo y puedo influir un poquito en él, ¿por qué no hacerlo?
 
—Muchas gracias, de verdad. ¿Te apuntas a una copa conmigo esta noche?
 
—Por supuesto, me encantaría. Las amistades que tenía hace años, ya no
son las que eran. Todas ellas casadas con empresarios aburridos, y los
chicos, esa clase de empresarios —suspiró y me eché a reír.
 
—Nos vemos a las nueve, si te va bien.
 
—Perfecto, mándame dirección y allí estaré. Y de nuevo, felicidades por
ese gran contrato que vais a firmar, Lara.
 
—Gracias, Elena, de verdad.
 
Colgué y me quedé mirando la pantalla de mi teléfono unos minutos.
Seguía pareciéndome increíble que por fin contáramos con Silva como
cliente. Años detrás de él, intentando reunirnos, y esa mujer, en una sola
noche, había hecho posible que la reunión se llevara a cabo y que el
contrato, fuera una realidad.
 
Sonreí y me centré en el trabajo durante las siguientes horas, hasta que vi
que, si no salía del despacho, llegaría tarde a mi reunión con Aaron y
David.
 
Cogí el coche y en menos tiempo del que pensaba estaba entrando en el
restaurante de Julen, que me recibió con un efusivo abrazo.
 
—Mi chica favorita —sonrió—. Están esperándote en la mesa. ¿Negocios
otra vez?
 
—Sí, vamos a hacer cambios en su web.
 
—Ah, estoy deseando ver esos cambios.
 
—¿Eres asiduo a ese hotel? —Arqueé la ceja.
 
—Por tu cara, me aventuraré a decir que lo has visitado, recientemente,
además.
 
—No veo a mi abogado delante, no haré declaraciones.
 
—Ya lo has hecho, diablilla —sonrió y me llevó hasta la mesa—.
Caballeros, acaba de llegar su acompañante.
 
—Siento el retraso, la última reunión se alargó un poco más de lo esperado
—sí, era una mentira piadosa, pero solo para hacerles ver que era una mujer
de negocios y muy ocupada.
 
—Tranquila, no llevamos mucho aquí. ¿Una copa de vino? —preguntó
David.
 
—Sí, por favor.
 
—Me ha comentado Aaron que has pensado en algunos cambios que
podrían ser interesantes.
 
—Ajá, he traído un primer boceto, es algo rápido que ha hecho uno de los
chicos del equipo de diseño digital, solo para que os hagáis una idea.
 
Saqué la Tablet y les mostré cómo sería la nueva web, los textos, las
imágenes, ese pequeño aliciente de llamar la atención con la comida y la
bebida en los apartados de servicios que ofrecían, y supe el momento exacto
en el que ambos se convencieron de que contratar a Lapher había sido un
gran acierto.
 
Esas sonrisas, esas miradas cómplices entre ellos con las que parecían
hablar sin que yo formara parte de su conversación, estaban encantados con
lo que veían.
 
David me felicitó por dar aquel nuevo aire sensual, a la vez que elegante a
la página. Además, habíamos hecho una prueba para la aplicación, por lo
que se lo mostré a ellos, hablándoles de cómo el cliente de una suite se
pondría en contacto con el servicio de habitaciones, y eso fue como la
guinda del pastel.
 
—Pues esto merece una copa de champán, señores —dijo David, que llamó
al camarero y pidió tres copas.
 
—No debería beber más, tengo mucho trabajo aún —sonreí.
 
—Vamos, que estamos de celebración. Sin duda, ha sido un acierto
reunirnos al fin contigo, Lara —comentó David.
 
—Me alegra escuchar eso, y que os guste lo que pensé para ese lavado de
cara que queríais.
 
El móvil de David empezó a sonar, se disculpó y tras contestar a la llamada,
se fue hacia la calle.
 
—Has hecho un trabajo magnífico —dijo Aaron.
 
—Muchas gracias, pero solo es un proyecto, un boceto que no está acabado.
 
—Aun así, has captado lo que necesitábamos para llamar la atención de los
clientes. Si te invitara a cenar una de estas noches, ¿me rechazarías?
 
—¿En calidad de qué sería la invitación?
 
—Aaron y Lara, simplemente, nada de negocios.
 
—Quieres que vuelva a acostarme contigo —arqueé la ceja y él sonrió.
 
—¿Siempre eres tan directa en cuanto a relaciones íntimas se trata?
 
—No me suelo ir por las ramas, no —le aseguré cogiendo mi copa para dar
un sorbo al vino.
 
—Sí, Lara, quiero volver a follar contigo.
 
—Yo te llamaré para que eso pase. Y seré directa. Nada de cena, solo sexo.
 
Me levanté dejando allí a mi nuevo cliente mirándome con los ojos abiertos
ante la sorpresa. Sin duda, no estaba muy acostumbrado a que las mujeres le
dijeran las cosas tan abiertas y claramente.
 
Me despedí de Julen con un abrazo y quedando en ir a comer algún día con
él, salí y cuando David me vio frunció el ceño, me encogí de hombros
dándole a entender que tenía mucho trabajo y por eso me iba, y subí al
coche para volver a las oficinas.
 
¿Sería una locura pensar en volver a acostarme con Aaron Medina?
Probablemente sí, quizás incluso la cosa no acabara tan bien entre nosotros
y él decidiera mandar el contrato con mi empresa a la mierda, pero me
arriesgaría a ello.
 
De todos modos, Aaron Medina me recordaba a Chris, por lo que dudaba
que rompiera relaciones profesionales con nosotros si él y yo no
acabábamos de manera cordial.
 
Dejé a un lado aquellos pensamientos, entré en el edificio y pasé el resto de
la tarde entre una montaña de contratos por revisar.
 
Lapher tenía una trayectoria de una década, muchos clientes a sus espaldas
que hicieron posible aquel sueño de dos veinteañeros soñadores, pero desde
que nos instalamos en Madrid, nuestra cartera de clientes empezaba a subir
como la espuma.
 
Trabajo duro, esfuerzo, sacrificio, y finalmente los sueños, se hacían
realidad.
 
Capítulo 20

 
Cuando entré aquella noche en el local donde había quedado con Elena, me
recibió con una sonrisa y los brazos abiertos.
 
—Hola, guapísima —dijo cuando me aparté—. Silva es todo tuyo.
 
—Sí, por fin. Se nos resistía desde hacía tiempo —respondí sentándome.
 
—¿Qué quieres tomar?
 
—Lo mismo que estés tomando tú.
 
Asintió, llamó al camarero y tras pedir otro gin-tonic para mí, me cogió la
mano sonriente volviendo a darme la enhorabuena.
 
—Por cierto, recibí los bombones, las flores, y una botella de champán.
Muchas gracias, pero no era necesario —dijo.
 
—Ah, eso es cosa de mi socio —sonreí y le hablé de cuando Chris me dijo
que, si conseguíamos el contrato con las bodegas gracias a ella, le enviaría
un detalle.
 
—Pues me han encantado. Los bombones han caído esta tarde en la oficina.
Bueno, ahora vamos a lo importante —carraspeó.
 
—¿Qué ocurre?
 
—Mi padre me ha pedido tener una reunión con tu empresa, al parecer se ha
interesado por el trabajo que estáis haciendo con algunos empresarios
conocidos suyos, y le gustaría ver si podríais hacer cambios para nuestra
empresa.
 
—¿Qué cambios necesita hacer?
 
—La página web, dice que le gustaría hablar con vosotros y, como estáis
más puestos en ello, darle ideas para añadir o modificar cosas. Creo que lo
hace porque Andoni ha debido comentarle que sería bueno hacerlo, porque
si a mí se me ocurre proponérselo, habría dicho que no —se encogió de
hombros y dio un buen sorbo a su bebida—. Si puedo darte un consejo,
acepta la reunión antes de que cambie de opinión. Suele hacerlo a menudo
—volteó los ojos y me eché a reír.
 
—Deja que eche un vistazo a la agenda de esta semana, estamos bastante
saturados de trabajo —saqué el móvil y miré en la agenda que Tessa tenía
compartida conmigo, por suerte había un hueco libre—. Tendría que ser el
miércoles a las doce, es la única hora que tanto Chris como yo, tenemos
libre.
 
—Vale, se lo digo ahora mismo —sonrió mientras marcaba el número de su
padre, que aceptó reunirse con nosotros y en cuanto colgó, se lo comuniqué
a Tessa por mensaje para que lo anotara en mi agenda, y en la de Chris.
 
Seguimos charlando mientras tomábamos nuestra copa y le llegó un
mensaje que la hizo suspirar.
 
—Andoni, que me espera para hablar en casa de mis padres.
 
—No parece que estés muy entusiasmada con la boda que te espera —dije
poniéndome en pie, al igual que ella.
 
—La verdad es que no, pero no puedo hacer otra cosa. Lo quiere a él al
mando.
 
—Elena —la llamé cuando estábamos a punto de salir y me miró—. Puedes
llamarme para hablar si lo necesitas.
 
—Gracias, Lara. Me voy, no quiero llegar tarde. Nos vemos —nos dimos un
par de besos y me fui hacia el coche.
 
Acababa de cerrar la puerta para ponerlo en marcha cuando me llegó un
mensaje y vi que era de Joel.
 
Joel: Te invito a una copa.
 
Dejé caer la cabeza hacia atrás, apoyándola en el respaldo con los ojos
cerrados y pensando qué hacer. No es que hubiéramos acabado muy bien la
otra noche en mi despacho, cuando rechacé pasar la noche en su casa.
 
Acabé aceptando y quedamos en un bar de copas cerca de su casa.
Había oído hablar de aquel local, Chris estuvo una noche allí tomando algo
con un cliente y dijo que era muy tranquilo donde se podía charlar sin
problemas.
 
No tardé apenas en llegar y cuando entré, le vi sentado en la barra con un
whisky en la mano.
 
—Hola —saludé y cuando se giró sonreí.
 
—Hola, preciosa —me rodeó por la cintura y como solía hacer, se inclinó
para besarme el cuello. Cuando vi que tardaba en apartarse, lo miré y tenía
los ojos entrecerrados.
 
—¿Qué pasa?
 
—Tienes una marca en el cuello.
 
—¿Cómo? —Fruncí el ceño, extrañada— ¿Dónde?
 
—Aquí —señaló la zona en la que había visto aquella marca y suspiré
cerrando los ojos al recordar que había sido Aaron quien la hizo—. Un fin
de semana movidito, ¿eh? —preguntó sonriendo.
 
—Me acosté con alguien, sí —respondí con cierta timidez y temor a su
reacción.
 
—Haces bien, no somos exclusivos —dijo levantando su vaso a modo de
brindis antes de dar un sorbo.
 
Me hubiera esperado cualquier otra respuesta, excepto esa. En realidad, ni
siquiera sabría decir qué esperaba escuchar, pero eso, no. Otras veces había
estado en esa situación y el hombre con el que estaba montaba un número
de macho alfa celoso y posesivo con el que me desencantaba por completo
y decía romper toda relación en ese preciso momento.
 
Joel, en cambio, se limitó a decir algo que era evidente. No estábamos
juntos como pareja, no teníamos nada serio y tampoco un pacto de
acostarnos únicamente con el otro.
 
—¿Qué quiere tomar, señorita? —preguntó la camarera.
 
—Pues… un gin-tonic, por favor —sonreí y ella asintió, lo preparó y dejó la
copa ante mí en la barra.
 
—¿Cómo van los negocios? —se interesó Joel.
 
—Bien, muy bien la verdad. Tenemos varios clientes nuevos.
 
—Ah, brindemos por eso, entonces —hizo chocar nuestras copas.
 
—Las bodegas de Lorenzo Silva, entre ellos.
 
—¿Esas que tanto se os resistían? —elevó ambas cejas, y asentí sin poder
dejar de sonreír— Me alegro por vosotros, Lara.
 
—Gracias.
 
—Echaba de menos estos momentos —dijo de pronto, dejando el vaso en la
barra, mirándolo fijamente—. Estar así, en un bar contigo, tomando una
copa tranquilamente, como en Acapulco.
 
—Yo también —respondí con sinceridad.
 
—¿Por qué no lo hacemos más a menudo? Es decir, creo que podemos
pasar a ser buenos amigos y charlar de cómo nos ha ido el día, ¿no? Ahora
vives en Madrid, no tendría que tratarse de una llamada de teléfono.
 
—Me parece bien —dije cogiéndole la mano por encima de la barra, y
acabamos entrelazando nuestros dedos.
 
Ambos miramos nuestras manos unidas durante unos segundos mientras él
acariciaba la mía con el pulgar. Joel era el tipo de hombre que muchas
mujeres querrían tener a su lado, y sí, me iba a incluir a mí entre ellas.
 
Nuestros ojos se encontraron y fue como si uno supiera lo que pensaba el
otro, y me atrevería a decir que, sin ni siquiera tener que hablarnos,
estábamos manteniendo una conversación mientras nuestras manos se
tocaban.
 
—No he dejado de pensar en ti —dijeron sus ojos.
 
—También te has cruzado por mi mente —sonreí mientras me
mordisqueaba el labio, y él también sonrió.
 
—En cambio has estado con otro —arqueó la ceja.
 
—Surgió así, no era premeditado —me coloqué un mechón de cabello
tímidamente detrás de la oreja.
 
—Mi ático está cerca —sus ojos se movieron de manera sutil, yendo de los
míos a mis labios, esos que me mordisqueé pensando en lo que podría pasar
si subía con él.
 
Aparté la mirada, cogí mi copa y tras deslizar el dedo por el borde,
sopesando la respuesta que darle, noté que se acercaba más y me rodeaba
con el brazo por la cintura, girando mi cuerpo hasta quedar el uno frente al
otro, me acarició la barbilla y se lanzó a mis labios en un beso que mezclaba
pasión y deseo con una ternura que me hizo estremecer.
 
—Pasa la noche conmigo, Lara —susurró con los ojos fijos en los míos.
 
Me atraía Joel, me gustaba y me hacía sentir bien cuando estaba con él.
Entonces, ¿por qué me resultaba tan difícil quedarme a pasar la noche?
 
—Joel.
 
—No voy a negar que te deseo, porque los dos sabemos que es así, y que
sientes lo mismo —dijo, y asentí—. Te dije que había visto más allá de lo
que dejas ver. Lara —levantó mi barbilla haciendo que le mirara— no voy a
irme, jamás me marcharé.
 
Me puse de puntillas y fui yo quien le besó. Aquel simple movimiento fue
suficiente para él, para hacerle saber que esa noche sería suya.
 
Tras pagar y sin soltar mi mano, salimos del local para caminar por la
transitada calle hasta el edificio en el que vivía Joel.
 
Una vez en el ascensor, asaltó mis labios mientras me cogía en brazos
sentándome en la pequeña barandilla que había en la pared del fondo.
Comenzó a acariciarme el muslo y no tardó en llevar el pulgar al centro de
mi placer.
 
Gemí al notarlo frotándolo despacio, tentándome, provocándome para
hacerme enloquecer.
 
Mordisqueé su labio y en respuesta, Joel apartó la tela de la braguita a un
lado y me penetró con fuerza con dos dedos.
 
En cuanto el sonido del ascensor avisó que habíamos llegado a la última
planta, se retiró y volvió a dejarme en el suelo antes de salir de allí.
 
No habíamos hecho más que cruzar el umbral de su casa, cuando lo tenía de
nuevo asaltando mis labios con fiereza.
 
No perdimos tiempo y nos quitamos la ropa con prisa, los dos parecíamos
necesitar sentir el contacto del otro.
 
Una vez desnudos, me llevó hasta el salón y me recostó en el sofá bocabajo,
con las caderas elevadas y las piernas muy separadas, se arrodilló y su
lengua se hizo con el control absoluto de mi cuerpo y mis gemidos.
 
Joel lamía cada rincón, cada pliegue, sin dejar un solo pedazo de mi sexo
sin atender. Comenzó a penetrarme con el dedo al mismo tiempo que su
lengua recorría mi húmedo y resbaladizo clítoris, y me corrí agarrándome
con fuerza al sofá.
 
Sin pensarlo, me arrodillé en el sofá y acerqué mis labios a su miembro,
acogiéndolo por completo en mi boca y dejando que Joel se moviera a su
antojo mientras enrollaba mi cabello en una de sus manos.
 
Lo llevé al límite hasta que se apartó y, tras colocarme en el respaldo del
sofá, con los brazos extendidos y entrelazando nuestras manos, me penetró
con fuerza desde atrás, entrando y saliendo de una manera casi salvaje,
golpeando sus caderas con las mías mientras mis gritos resonaban en el
oscuro salón.
 
No paramos de follar allí mismo, moviéndonos al unísono en busca del
placer, hasta que alcanzamos el clímax dejando caer la cabeza hacia atrás al
mismo tiempo.
 
Jadeando y con el cuerpo cubierto de esa fina capa de sudor por el esfuerzo,
Joel se recostó en mi espalda besándome el hombro.
 
Cerré los ojos y sentí algo que nunca antes había sentido, pero no quise
pensar en ello. Había ciertas cosas que no podía permitirme, al menos por el
momento.
 
Escuchamos sonar un móvil casi en la lejanía, hasta que Joel se dio cuenta
que era el suyo.
 
Se retiró maldiciendo a quien quiera que fuera el que llamaba a esas horas,
y cuando escuché poco después que su tono de voz se volvía preocupado,
fui a recoger mi ropa para vestirme.
 
—Dame media hora —dijo antes de colgar—. Una emergencia en las
oficinas. Tengo que irme, pero tú puedes quedarte aquí, preciosa —me
aseguró abrazándome por detrás y besándome el cuello mientras terminaba
de abrocharme la falda.
 
—Será mejor que me marche, no quiero invadir tu espacio sin que estés
aquí.
 
—Eso no sería un problema, Lara. Quédate.
 
—Me voy, es lo mejor. Mañana tengo mucho trabajo —dije mirándolo por
encima del hombro y cuando le acaricié la mejilla, dejó caer la cabeza hacia
mi mano, como si no quisiera que aquel contacto acabara nunca.
 
Asintió y salí de su casa dejando que se vistiera y se fuera a resolver aquello
por lo que le habían llamado.
 
Cuando llegué a mi casa, a mi oasis de paz, encontré a Lucrecia viendo la
televisión en el salón.
 
—¿Aún estás despierta? —protesté.
 
—Claro, niña, si andas por la calle y sin avisar a las tantas de la noche, me
preocupo.
 
—Lo siento, debí llamarte —suspiré.
 
—Lara, trabajas mucho y apenas descansas —dijo acariciándome la mejilla.
 
—Ya tendré tiempo para eso, cuando llegue el momento. Vete a la cama, yo
no tardaré en hacerlo —le di un beso en la mejilla y, tras un suspiro, se
marchó.
 
Salí al jardín a fumarme un cigarro, necesitaba ese pequeño vicio y más aún
en ese momento, en el que me había dado cuenta de algo que no quería ver,
o que me negaba a ver, mejor dicho.
 
Miré al cielo, fijándome bien en las estrellas que brillaban esa noche, y
sonreí cuando dos de ellas parecieron centellear más que el resto.
 
Acabé mi cigarro y tras tomar un vaso de agua me fui a la cama.
 
¿Qué me estaba pasando con Joel? ¿Por qué tenía la sensación de que me
costaría alejarlo de mi vida, si el simple pensamiento de que eso pasara me
dolía?
 
Capítulo 21

 
Los tres estábamos deseando que llegara la hora de marcharnos a casa ese
martes por la tarde, y es que habíamos quedado para cenar en mi casa con
Esteban y Amelia, los padres de Chris.
 
Llegaron esa mañana desde Málaga y pensaban quedarse unos días con
nosotros. Por más que insistí en que se alojaran en mi casa, puesto que tenía
una habitación a su entera disposición, no quisieron, se quedaron en un
hotel de la ciudad.
 
Cuando entré en casa me recibió el delicioso aroma del famoso asado de
Lucrecia, ese que acompañaba de puré de patatas y verduras.
 
—Ya estoy aquí, ¿te ayudo en algo? —pregunté dejando el bolso en la mesa
de la cocina.
 
—No, tú date una ducha, ponte cómoda, y espera a que lleguen tus
invitados. La cocina es mi lugar de trabajo, jovencita.
 
—Mira que eres cabezona, Lucrecia —reí.
 
—Mucho.
 
Negué cogiendo un palito de zanahoria, me colgué de nuevo el bolso y fui a
hacer lo que me había pedido, no, ella no me pedía, me exigía hacer las
cosas.
 
Sonreí mientras me desnudaba pensando en cómo sería mi vida sin tener a
esa mujer conmigo, abrí el grifo de la ducha y tras comprobar que el agua
estaba a la temperatura perfecta, me metí bajo aquel chorro que relajó cada
músculo de mi cuerpo.
 
Me sequé el pelo, dejando la melena lisa y suave, cogí un vestido cómodo
para estar por la casa con las cuñas negras, y tras un leve toque de
maquillaje salí a recibir a los padres de Chris, que llegaban junto con mi
mejor amigo, y Tessa, en ese momento.
 
—Lara, cariño —Amelia me abrazó con los ojos vidriosos, esa mujer me
quería con locura, y yo a ella.
 
—Hola, Amelia.
 
A sus sesenta años, seguía conservando el cabello rubio, y el brillo de sus
ojos verdes no había cambiado nada desde que la conocía.
 
—¿No hay un abrazo para mí? —preguntó el padre de Chris.
 
—Esteban —me lancé a él, y al igual que me pasaba con su hijo, desaparecí
entre sus brazos.
 
Esteban, que también tenía ya sesenta años, era tan alto como Chris, y mi
mejor amigo había heredado no solo la altura y el cuerpo, sino el cabello
oscuro y los ojos marrones del hombre que, en ese momento, me daba ese
cariño paternal que tanto había echado de menos.
 
—¿Cómo estás, cariño? —se interesó cogiéndome ambas mejillas entre sus
manos.
 
—Ahora mucho mejor —sonreí.
 
—Christopher nos ha puesto al día de algunas novedades. Estáis
consiguiendo mucho en estas semanas.
 
—Sí, eso parece.
 
—Bien, seguid por ahí, que lleváis buen camino —me besó en la frente y
tanto él como Amelia fueron a saludar a Lucrecia.
 
—¿Dónde vamos a cenar? —preguntó Tessa.
 
—Había pensado que lo hiciéramos en el jardín.
 
—Pues voy a preparar la mesa —sonrió y se marchó, dejándonos a Chris y
a mí solos.
 
—¿Les has contado todo? —le pregunté a mi mejor amigo, que asintió.
 
—Sabes que con ellos no podemos tener secretos, y mucho menos en lo que
a la empresa se refiere.
 
—Lo sé, siempre han estado ahí para mí, y sé que también lo estarán ahora.
 
—Eso no lo dudes, porque al igual que yo, ellos son tu familia, Lara —
Chris me abrazó y como había hecho su padre, dejó un beso en mi frente—.
Oye, has estado todo el día muy pensativa. ¿Qué te pasa?
 
—Nada importante, no te preocupes.
 
—Ay, Lara, Lara, Lara —suspiró—. Sabes de sobra que, cuando me pides
que no me preocupe, automáticamente, me pongo en alerta y me preocupo,
¿verdad? —Arqueó la ceja.
 
—Sí —volteé los ojos—, pero esta vez hazme caso, no tienes de qué
preocuparte.
 
—Solo una pregunta más. ¿Tiene algo que ver cierto moreno que
conocimos en México? —Arqueó la ceja.
 
—No hay más preguntas, señoría —respondí apartándome de él.
 
—Vale, tiene que ver con él —se echó a reír y fuimos a la cocina para
ayudar a Tessa con los platos y demás.
 
Nunca entendería cómo Chris era capaz de conocerme tan bien, de verdad
que no, pero lo hacía.
 
Con la mesa puesta en el jardín, y toda la cena allí esperándonos, incluso
Lucrecia se sentó con nosotros a cenar.
 
Ella era amiga de los padres de Chris desde hacía algunos años, y cuando
decidí independizarme se ofreció a trabajar para mí en la casa, de modo que
yo pudiera centrarme en la empresa y sacar adelante aquel proyecto que
ambos pusimos en marcha.
 
Esteban y Amelia seguían trabajando en su asesoría, y como no podía ser de
otra manera eran quienes se encargaban de las finanzas de Lapher, estando
siempre en continuo contacto con Tessa y el departamento de contabilidad.
 
—¿Cuánto tiempo os quedáis en la ciudad? —les preguntó Chris a sus
padres.
 
—Unos días, pero no aún no sabemos hasta cuándo —respondió su madre.
 
—Bueno, al menos para cenar otro día y celebrar los nuevos contratos que
estamos consiguiendo, sí estaréis, ¿no? —interrogué.
 
—Por supuesto que sí, cariño —contestó Esteban con una sonrisa.
 
Lucrecia se levantó para recoger y Amelia, a pesar de las protestas de su
amiga, también lo hizo. Eran tal para cual, y a veces las veía a ellas
interactuar y me recordaban a Tessa y a mí, y cuando Esteban entraba en
escena, era como si a nosotras se nos añadiera Chris.
 
Esos momentos eran los que me daban vida, los que conseguían que mis
sonrisas fueran sinceras y no forzadas como a veces tenía que fingir ante
otras personas.
 
Y caí en algo que amplió más la sonrisa que se me había dibujado en los
labios. Joel Galán era capaz de hacerme sonreír como mis seres más
queridos conseguían.
 
Ningún otro hombre lo había hecho antes, y con él me di cuenta en aquellos
momentos de sexo compartido, que me hacía reír incluso en esos instantes
de intimidad.
 
—¿Y esa sonrisa? —preguntó Esteban cogiendo la copa de vino y
mirándome con la ceja arqueada.
 
—¿Qué sonrisa? —me hice como la que no sabía, incluso dejé de sonreír,
aunque me costó un poquito conseguirlo.
 
—La que tenías en la cara, cariño. Esa no es una sonrisa cualquiera.
 
—¿Qué clase de sonrisa es, Esteban? A ver si coincides conmigo —
comentó Tessa.
 
—Es la clase de sonrisa que le sale a una mujer, sin darse cuenta, cuando
piensa en un hombre.
 
—Joder, papá, ¿en serio? —protestó Chris sacando la cartera.
 
—¿Otra apuesta? —resoplé.
 
—Lara, vamos a tener que bajarle el sueldo a nuestra secretaria, si sigue
robándome dinero con las apuestas —dijo él dándole a Tessa, que esperaba
agitando la mano, cien euros.
 
—Solo me falta saber quién es el afortunado receptor de esas sonrisas.
¿Algo que contar, jefa? —preguntó Tessa.
 
—Nada en absoluto.
 
—¿De verdad no lo sabes, o quieres apostar con Christopher? —interrogó
Esteban, muerto de risa.
 
—No, no lo sé.
 
—Al fin algo que yo sé, y ella no. Me siento poderoso —contestó Chris y
tanto Tessa como yo lo miramos con el ceño fruncido.
 
Ella empezó a decir que no era posible que supiera quién era el hombre que
conseguía sacarme esas sonrisas, y ella no, pero no me quedé a escucharlos
puesto que mi móvil empezó a sonar y vi el nombre de Joel en la pantalla.
 
—Hola —saludé cuando entré en el salón.
 
—Hola preciosa, ¿te apetece una copa en mi casa?
 
—No puedo, han venido los padres de Chris y estamos cenando con ellos.
 
—Vaya, sabía que tenía que haberte invitado a cenar anoche antes de que te
marcharas —escuché que hacía chascar la lengua y sonreí—. Bueno, tenía
que intentarlo.
 
—Lara, el postre —dijo Lucrecia desde el jardín.
 
—Oye, tengo que dejarte —suspiré.
 
—No te preocupes. Nos vemos, ¿sí?
 
—Sí, otro día… cenamos.
 
—Esperaré que me llames. Siempre esperaré por ti.
 
Colgó antes de que pudiera decirle adiós, cerré los ojos y de nuevo, sonreí.
 
¿Sería que estaba dejando entrar a ese hombre donde nadie más había
entrado antes?
 
Capítulo 22

 
De los nervios, así estaba desde que faltaba apenas media hora para que
Rafael Acosta llegara a nuestras oficinas.
 
—¿Quieres calmarte? —exigió Tessa dejando aquel té en mi mesa— Como
sigas con semejante tembleque, ese hombre va a pensar que tienes hormigas
por el cuerpo.
 
—Sabes que los nervios se me agarran al cuerpo, y no hay quien me relaje.
 
—Pues ya estás diciéndole a ese cuerpazo que Dios te dio que se relaje, o
del bofetón que te doy, te quito los nervios de golpe.
 
—Qué agresiva —protesté—. Y te recuerdo que soy tu jefa.
 
—Prácticamente soy la tercera socia de la empresa, aunque no esté
reconocida como tal en las escrituras de la sociedad —se encogió de
hombros.
 
—Tienes un morro —reí cogiendo el té y di un sorbo.
 
Tessa me preparaba un rico té verde con limón y unos granitos de anís que
le daban un sabor más dulce.
 
Me lo tomé mientras esperábamos a Chris y cuando llegó, con un café en la
mano, también notamos que estaba un poco nervioso.
 
—Relajaos un poco, que no os note así de nerviosos que parecéis aquellos
dos chiquillos que acababan de crear Lapher —dijo Tessa tras ponerse en
pie para ir a su puesto—. Os avisaré cuando llegue, pero le diré que estáis
terminando una videollamada con un cliente, solo para daros unos minutos
de cortesía y que os relajéis, ¿me habéis escuchado?
 
—Alto y claro —respondimos los dos y ella asintió.
 
Cuando nos dejó a solas, cada uno se quedó en su asiento en silencio,
obedeciendo los sabios consejos de la persona que mejor nos conocía a los
dos.
 
A las doce en punto del mediodía de aquel miércoles, el teléfono de mi
despacho sonó, descolgué y la voz de Tessa me llegó desde el otro lado.
 
—Rafael Acosta ha llegado —silencio por ambas partes, hasta que volvió a
hablar unos segundos después—. Muy bien, le haré pasar en cinco minutos
entonces —y colgó.
 
—Ya está fuera —dijo Chris y asentí—. Vale —cogió aire y se puso en pie,
caminando por mi despacho—. Va ir bien, es un hueso duro de roer por lo
que Ricky nos contó, pero si su hija ha hablado con él…
 
—Fue Andoni —le recordé.
 
—Ya, pero tal vez Elena también haya querido hablar con él. Bueno, sea
como sea, está ahí fuera, esperando para hablar con nosotros y hacer
negocios. Quiere que hagamos su nueva página web, somos unos
profesionales, los mejores en esta rama del sector tecnológico, unos
tiburones, y Acosta solo un pececillo asomado en nuestro estanque.
 
Un par de golpecitos en la puerta hicieron que Chris volviera a sentarse,
Tessa se asomó sonriendo, anunció a Rafael Acosta y cuando entró, lo hizo
sonriendo y seguido, cómo no, de su mano derecha, Andoni.
 
—Señor Acosta, bienvenido a nuestra humilde morada —dije poniéndome
en pie tras haberle saludado Chris.
 
—No seáis modestos, este edificio, de humilde, no tiene nada. Es grande y
me ha dicho Elena que tenéis un gran equipo de profesionales trabajando
para vosotros.
 
—Correcto, grandes profesionales —sonrió Chris.
 
—Eso me gusta, no quiero dejar mi empresa en manos de cualquiera.
 
—¿Cómo está Elena? —pregunté.
 
—Centrada en el negocio, y debo decir que es gracias a ti, Lara.
 
—¿A mí? —Fruncí el ceño, sorprendida.
 
—Sí. A Elena le gusta la empresa, trabajar e involucrarse en ella, pero
desde que te conoce, se esfuerza más en todo lo que al negocio concierne.
 
—Es una gran mujer, y muy buena para los negocios, se lo aseguro, señor
Acosta.
 
—No lo dudo, y sé que el día que delegue en ella, y en Andoni —miró a su
hombre de mayor confianza y le dio una palmada en el hombro—, mi
empresa crecerá aún más.
 
—¿Quieren un café? —preguntó Chris, y ambos hombres dijeron que sí.
 
Salió a pedirle a Tessa café para todos, y cuando regresó a mi mesa,
comenzamos a hablar con Rafael Acosta de lo que tenía pensado para dar
un gran cambio a su imagen corporativa y mayor visibilidad en la red.
 
Sabía que Chris estaba prestando mucha más atención que yo a ese asunto,
mi mente pareció alejarse de allí, cosa que no debía haber pasado, pero era
inevitable, aquel hombre y su perro guardián, no me terminaban de gustar,
aunque debía hacer de tripas corazón y seguir adelante con los negocios.
 
Cuando entró Tessa con los cafés y se dio cuenta de mi estado, puesto que
al igual que Chris me conocía perfectamente, fingió que había un empleado
esperándome fuera para hablar de un asunto urgente.
 
—Si me disculpan, regreso enseguida —sonrisa forzada, como siempre,
cogí el móvil y seguí a mi amiga y secretaria fuera del despacho.
 
—Respira, Lara —dijo mientras me frotaba los brazos.
 
Cerré los ojos y me centré en mí, en respirar y recuperar el ritmo cardíaco.
Cuando lo conseguí, al menos a medias, tomé aire y regresé al despacho.
 
—Ah, estás de vuelta —Rafael Acosta sonrió poniéndose en pie—. Tu
socio tiene todo anotado, esperamos un boceto esta tarde.
 
—¿Esta tarde? —miré a Chris y asintió, seguro de lo que les había dicho.
 
—Sí, esta tarde estará listo, se lo enviaremos y si está de acuerdo, podremos
firmar el contrato —me contestó.
 
—Nos marchamos ya, tenemos una reunión con uno de nuestros clientes.
Lara, ha sido un placer volver a verte.
 
—Igualmente, señor Acosta —estreché su mano y los vimos salir del
despacho.
 
En cuanto nos quedamos solos, me senté en el sillón suspirando.
 
—Te he perdido por unos minutos.
 
—Lo siento, Chris, es que…
 
—Tranquila, sabes que lo entiendo. ¿Por qué no te vas a casa?
 
—No puedo, tenemos varias reuniones.
 
—De las que nos podemos encargar Tessa y yo, perfectamente. Vamos,
vete, te mantendré al tanto en caso de apocalipsis.
 
Sonreí, dejé que me abrazara y tras recoger mis cosas, me marché a casa.
 
Necesitaba un descanso, de eso no tenía duda, y en cuanto Lucrecia me vio
entrar por la puerta dijo lo mismo.
 
—A la ducha, y a la cama. Y no se te ocurra rebatirme —me advirtió, sonreí
y no lo hice.
 
Seguí aquella orden al pie de la letra y cuando me metí en la cama, después
de haber corrido las cortinas y dejar mi habitación en la más absoluta
oscuridad, acabé quedándome dormida.
 
Cuánto tiempo, no sabría decirlo, pero sí que cuando volví a abrir los ojos
ya era de noche y las estrellas brillaban en aquel manto negro que cubría la
ciudad.
 
Fui a la cocina y encontré a Lucrecia preparando una ensaladilla para el día
siguiente, me recordó que tenía cita en el oculista y no sabía si le daría
tiempo a preparar comida cuando volviera.
 
Me sirvió un plato de lasaña que había hecho para comer ese día y salí al
jardín a tomarlo. En cuanto me senté, escuché el timbre y no tardó en
aparecer Chris.
 
—¿Cómo estás? —me dio un beso en la sien y se sentó a mi lado.
 
—Recién levantada —sonreí.
 
—Y con hambre, por lo que veo —rio.
 
—Un poco sí. ¿Quieres?
 
—Tranquila, que me va a traer Lucrecia un plato —hizo un guiño y poco
después lo tenía delante, además de un vaso de agua.
 
Cenamos en silencio, él sabía que en ese momento necesitaba solo que
estuviera allí conmigo, no hacían falta palabras.
 
En cuanto acabamos, recogió la mesa sin dejarme hacerlo a mí, y cuando
regresó, lo hizo con una botella fría de champán y dos copas.
 
—Y ahora, voy a animarte —sonrió.
 
—¿Animarme, o emborracharme? —reí.
 
—Las dos cosas —se sentó y tras descorchar la botella, sirvió ambas copas
—. Hay que celebrar que tenemos muchos clientes nuevos, entre ellos,
Rafael Acosta.
 
—¿Va a firmar el contrato?
 
—Ajá, le ha gustado el boceto del proyecto que le envié esta tarde.
 
Suspiré dejándome caer hacia atrás, con los ojos cerrados y apoyando la
cabeza en el respaldo de la silla.
 
—Algunas de esas empresas eran nuestra prioridad, Lara, y ya los tenemos.
 
—Lo sé —lo miré, sonreí cogiendo la copa que me ofrecía y las hicimos
chocar.
 
Nos quedamos en silencio mientras bebíamos, copa a copa, aquella botella
de champán que me supo a victoria, en mayúsculas.
 
En apenas unas semanas habíamos conseguido lo que llevábamos tiempo
esperando.
 
—Cuando pusimos este proyecto en marcha, veía todo esto tan lejano —
dije con las piernas flexionadas y los pies en la silla mientras me las
abrazaba.
 
—Han pasado diez años desde entonces.
 
—Una década, puede que más —sonreí y él me devolvió el gesto con la
misma tristeza.
 
Acabamos con aquella última copa de champán, nos levantamos y
caminamos por el borde de la piscina, disfrutando de la brisa que ofrecía la
noche a esas horas.
 
Rodeé el brazo de Chris con los míos y apoyé la cabeza en él como solía
hacer años atrás cuando paseábamos por Málaga de noche.
 
Cuando llegamos al final de la piscina, se detuvo y me cogió ambas mejillas
entre sus manos para besarme en la frente.
 
—Te prometí que lo conseguiríamos, pequeña, y estamos cada vez más
cerca.
 
Asentí, y dejé que me estrechara entre sus brazos como tantas veces había
hecho, cerré los ojos y sonreí al recordar que, con él, siempre estaría en
casa.
Capítulo 23

 
Elena me había llamado esa mañana de viernes para ver si podíamos vernos
por la noche. Según dijo, necesitaba salir y tener una noche con alguien que
no la juzgase.
 
No sabía qué podía haberle pasado desde que nos vimos para celebrar que
las bodegas de Lorenzo Silva ya eran clientes de Lapher, pero dado que eso
fue gracias a ella, y que su propia empresa quería trabajar con nosotros,
sentía que, como mínimo, le debía una noche para poder distraerse.
 
Cuando entré en el bar donde habíamos quedado, ya estaba esperándome
con dos copas en la mesa.
 
—No me digas que vas a tomarte tú las dos —sonreí sentándome y cuando
me vio, me devolvió el gesto.
 
—Una es para ti, mujer. ¿Cómo estás?
 
—Bien, pero aquí lo que importa es cómo estás tú. ¿Qué ha pasado estos
días? —pregunté cogiendo el gin-tonic que había esperándome y di un
sorbo.
 
—¿Alguna vez has tenido la sensación de que estás viviendo una vida que
no te corresponde? Quiero decir: que todo el mundo te dice qué hacer y
cómo hacerlo, sin importar lo más mínimo qué es lo que tú realmente
quieres.
 
—No, nunca.
 
—Pues brindemos por la suerte que quieres —levantó su copa y bebió.
 
—Esto tiene que ver con tu padre, ¿verdad?
 
—No quiero casarme con Andoni —confesó inclinando la mirada hacia
abajo—. Y no es que sea un mal hombre, porque estoy segura de que sería
el marido perfecto, el padre ideal, pero no para mí, ni los hijos que quiero
tener. Ni siquiera hay una pizca de amor entre nosotros. ¿Sabes cómo es el
sexo? De lo más mecánico, diría que incluso para él es casi por obligación.
Pero esa boda es lo que me impone mi padre para estar al mando de la
empresa, y no puedo hacer otra cosa.
 
Elena comenzó a llorar en silencio, algo que debía llevar haciendo toda la
vida puesto que ni siquiera se le escuchó un leve sollozo. Bebía y lloraba, se
secaba las mejillas y seguía diciendo que no quería casarse con Andoni.
 
Yo no podía hacer nada al respecto, salvo estar ahí con ella en ese momento
de bajón que tenía, darle un poco de apoyo moral y hacerle compañía.
 
Un gin-tonic dio paso al segundo, el segundo, a un tercero, y para cuando
llegó el cuarto, la pobre Elena estaba bastante bebida y siguió confesando
sus penas.
 
—Yo estaba enamorada de un compañero de universidad, tuvimos unos
meses de amor preciosos y entonces él se marchó al acabar la carrera para
trabajar fuera. Nunca lo olvidé, hasta que lo encontré en redes y vi que
estaba felizmente casado y tenía dos hijos. Él sí que pareció olvidarme —
sonrió con pena—. Mi padre dijo que el amor era así, que a veces la persona
a la que amamos decide casarse con otra y no podemos hacer nada por
evitarlo, salvo desearles felicidad. Y se la deseo, de verdad que sí, siempre
le deseé felicidad, pero, ¿y la mía? ¿Quién me desea a mí felicidad?
 
Volvió a llorar y entre el llano y la lengua de trapo que le había quedado por
el alcohol, costaba un poquito entenderla.
 
—Yo te deseo felicidad, Elena —le aseguré cogiéndole la mano—. Sé que
no hay amor entre Andoni y tú, y ahora tal vez lo veas todo negro porque no
tienes a tu padre de tu lado. No me gustaría estar en tu lugar, te lo aseguro,
pero, ¿has pensado que una vez que seas dueña de la empresa, aunque sea
solo al cincuenta por ciento, podrás divorciarte?
 
—Lo pensé, pero imagino que mi padre también lo hizo, y hay una cláusula
en el contrato que me hará firmar, en la que pone, y cito textualmente: que
no podré divorciarme de Andoni al menos hasta que él muera. ¿Qué hago,
le pongo veneno en el whisky? —suspiró dejándose caer hacia el respaldo
de la silla.
 
—Sí que lo ha pensado todo, sí —resoplé.
 
—Es astuto, muy astuto. ¿Y sabes lo peor de todo? Que creo que por su
culpa perdí a ese gran amor universitario —dijo con los ojos cerrados.
 
No entré más en ese asunto, pero imaginaba que su padre, siendo como era,
y si Andoni era su mano derecha desde hacía veinte años, habría urdido
todo ese plan macabro para que el novio de Elena rompiera con ella y de
ese modo, en un futuro, que Andoni y no cualquier otro hombre ocupara el
cargo de director de la empresa.
 
Ricky había sacado un informe sobre Rafael Acosta y algunos de los trapos
sucios que en los que se había visto envuelto, pero esto jamás se le habría
pasado por la cabeza.
 
Cuando Elena llamó al camarero para pedir otra ronda, le dije que no había
más alcohol por esa noche.
 
—Mi padre siempre dice que es bueno beber para olvidar —protestó.
 
—Claro, y tú debes querer provocarte un coma etílico esta noche. No voy a
ser cómplice de esa locura, jovencita.
 
Cogí el móvil y llamé a Chris para que viniera a buscarnos, no es que yo
hubiese bebido mucho, pero nunca conducía si me había tomado más de dos
copas, y tampoco pensaba meter a Elena en un taxi que allí se encargaran de
ella.
 
Dijo que le diera media hora de margen y pedí una botella de agua para
cada una, Elena resopló y dijo que le recordaba a la mujer que trabajara con
ella.
 
Salimos a la calle poco antes de que Chris llegara, un poco de aire le
sentaría bien, solo que el ir con tacones nos complicaba un poquito la tarea
de caminar, y más aún cuando ella llevaba más grados de alcohol en sangre
que una de esas botellitas del minibar de los hoteles.
 
Cuando vi el coche de Chris aparecer, no tardó en parar y salir para echarme
una mano con Elena.
 
—Qué guapo es tu socio —dijo ella, cuando la cogió en brazos.
 
—Verás la resaca que vas a tener mañana —rio él.
 
—Te seguiré viendo guapo, siempre me lo has parecido.
 
—Me alegra saberlo —la sentó en el asiento trasero y le pedí la dirección de
su casa puesto que sabía que no vivía con sus padres.
 
En cuanto nos la dio, Chris la puso en el GPS y pusimos rumbo para allá,
abriendo las ventanillas del coche y que le diera el máximo aire posible.
Hasta que vi que se quedaba dormida.
 
—¿Os habéis pasado con la celebración? —sonrió mientras conducía.
 
—No, más bien ha sido una sesión de beber para olvidar —suspiré.
 
—¿Qué necesitas olvidar tú, Lara?
 
—Yo, nada, ella, toda su vida diría yo.
 
Le hice un resumen de lo que me había contado y soltó un silbido, si Elena
estaba en lo cierto y su padre había hecho que perdiera al amor de su vida,
solo para que su hombre de confianza se pusiera al mando de la empresa,
era de lo más rastrero.
 
Llegamos a la dirección que nos había dado y se trataba de un edificio de lo
más moderno. Elena estaba medio adormilada por lo que tuve que sacar las
llaves del bolso y probar todas y cada una de ellas para ver cuál era la del
portal.
 
—Mira en el buzón a ver dónde vive, porque está la señorita como para
preguntarle —dijo Chris, que cargaba con ella en brazos.
 
Eché un vistazo y comprobé que vivía en el ático, por suerte había ascensor.
Subimos y de nuevo tuve que ir probando llave a llave, hasta que se abrió la
puerta y casi nos da un infarto a Chris, a mí, y a la mujer que abrió en bata y
con los rulos puestos.
 
—¿Elena? —preguntó, asustada— ¿Qué le ha pasado a mi niña?
 
—Ha bebido un poquito más de la cuenta —dije con una leve sonrisa.
 
—Ay, Señor, pobre niña. Pasad, pasad —se echó hacia un lado, Chris entró
primero y yo le seguí, la mujer cerró la puerta y nos pidió que la
siguiéramos a la habitación de Elena.
 
Fuimos por el pasillo hasta el final donde nos encontramos con una
habitación amplia, cama de matrimonio en el centro, vestidor y cuarto de
baño. Chris la recostó en la cama, le quité los zapatos y la mujer no dejaba
de lamentarse.
 
Eché un vistazo y vi que había varias fotos de una joven Elena con otra
chica, las dos sonrientes, abrazadas o haciendo alguna mueca de esas
divertidas y graciosas para la foto.
 
—Esa era su mejor amiga —escuché decir a la mujer a mi espalda—. Mi
niña Elena nunca fue la misma desde que murió —suspiró.
 
Sabía a lo que se refería, cuando pierdes a alguien a quien has querido tanto,
por mucho que el dolor se disipe con el paso del tiempo, siempre estará ahí,
al igual que los lamentos de saber que no volverás a ver a esa persona, que
nunca más escucharás su risa, que jamás podrás volver a abrazarla y decirle
lo mucho que la quieres.
 
—Gracias por traerla —dijo cuando salimos de la habitación.
 
—No iba a dejarla sola —sonreí—. Dígale que me mande mañana un
mensaje para decirme cómo se encuentra. Soy Lara.
 
—Lo haré, señorita Lara. Buenas noches.
 
Salimos de la casa de Elena, subimos al ascensor y pisamos de nuevo la
calle, todo eso en el más absoluto silencio.
 
—¿Estás bien? —preguntó Chris cogiéndome la mano una vez nos
sentamos en el coche.
 
—Llévame a casa, por favor.
 
Asintió, me besó en la mano y puso el coche en marcha.
 
Elena había pasado por muchas cosas, por lo que pude comprobar esa
noche, solo esperaba que el hecho de que hubiera seguido las palabras de su
padre a rajatabla, no fuera algo que hiciera asiduamente.
 
Chris me dejó en casa y quedamos en vernos el lunes, le pedí que tanto él
como Tessa se tomaran el fin de semana libre, después de tanto esfuerzo en
esas semanas, se lo habían ganado con creces.
 
Descalza caminé por la casa sin hacer ruido, a esas horas Lucrecia estaría
dormida y no quería interrumpir su descanso.
 
Salí al jardín, me recosté en una tumbona y pasé la siguiente media hora
mirando las estrellas. Aquello, al igual que pasear por la orilla de la playa y
sentir el agua y la arena en mis pies, me relajaba.
 
Me fui a la cama y di por terminada una semana más, una en la que muchos
de nuestros propósitos, al fin habían sido llevados a cabo.
 
Capítulo 24

 
Ese sábado me levanté temprano y ya tenía dos mensajes en el móvil. Uno
era de Elena, estaba resacosa, pero agradecida porque la dejáramos en casa,
además un poquito avergonzada por lo que le había dicho a Chris.
 
El otro era de Chris, preguntando cómo me sentía después de la noche que
había tenido.
 
Le respondí que todo bien y que no quería volver a saber de él hasta el
lunes. Con eso le dije bastante.
 
Fui a la cocina y Lucrecia estaba hablando con la madre de Chris, sonreí, le
di un beso en la mejilla y me serví un café.
 
—¿Por qué no te tomas el día libre? —le propuse cuando colgó, mientras
cogía una galleta del plato.
 
—¿Tomarme el día libre? ¿A cuento de qué, niña? —Frunció el ceño.
 
—Pues para estar con ellos, ¿crees que no sé qué los echas tanto de menos
como nosotros? Venga, vete a pasar el día por la ciudad con Esteban y
Amelia.
 
—¿Seguro?
 
—Sí, yo tengo trabajo que revisar. Y hay comida en la nevera, ¿verdad?
Estaré bien, puedes irte, Lucrecia —le aseguré, y ella suspiró, no parecía
convencida—. Es una orden, o te tomas el día libre, o me busco otra
empleada.
 
—Siempre fuiste una mandona, no sé cómo te he aguantado todos estos
años como jefa —resopló.
 
—Porque me quieres como si fueras mi madre —sonreí y ella volteó los
ojos.
 
—Desde luego que sí, y siempre será así, mi niña —me besó en la frente y
sonrió antes de ir a su habitación a cambiarse de ropa.
 
Y salió de casa una hora después, no sin antes decirme, como mil veces,
que la llamara si necesitaba que volviera. Sin duda alguna, era como una
mamá gallina, siempre controlando que yo estuviera bien.
 
Me serví un segundo café y tras coger el portátil, salí al jardín para disfrutar
de aquella maravillosa mañana de sábado en pleno mes de julio. Eché un
vistazo a los contratos, algunos habían sido devueltos por los clientes para
que hiciéramos algún cambio, y otros simplemente estaban a esperas de ser
firmados.
 
Recibí un mensaje de Aaron Medina para saber cómo iba el proyecto final
de su página web y la aplicación, le contesté que estaban con ello los del
equipo y me invitó a comer. Preferí llamarlo en vez de responderle con un
mensaje.
 
—Creí que no ibas a contestar —dijo nada más descolgar.
 
—Tengo algunas cosas de trabajo que revisar, ¿por qué no vienes a comer a
mi casa?
 
—Vaya, eso sí que es una grata sorpresa. ¿A qué hora te va bien que esté
allí?
 
—A la una, así tomamos un vino antes.
 
—Perfecto, mándame la dirección y allí nos vemos.
 
Colgué, le mandé un mensaje con la dirección de mi casa y seguí trabajando
sin perder la concentración.
 
Bueno, realmente sí que la perdí en, al menos, un par de ocasiones.
 
¿Qué hacía invitando a Aaron Medina a comer en mi casa, y había un
cincuenta por ciento de probabilidades de que nos sintiéramos con la
necesidad de tener sexo?
 
Pues porque se me debía de haber ido la cabeza por completo, básicamente
por eso.
 
A la una escuché el telefonillo de la puerta exterior, comprobé en la pantalla
que se trataba de él y abrí. Tras aparcar el coche caminó hacia la entrada
donde ya estaba esperándolo.
 
—Hola —sonrió y se inclinó para besarme en la mejilla.
 
—Hola. Pasa, estás en tu casa —dije haciéndome a un lado.
 
—Bonita casa, en una de las mejores zonas de Madrid.
 
—Gracias. Me gusta la privacidad.
 
—Ya lo veo.
 
Lo llevé hasta el jardín, donde ya tenía una botella de vino aireándose y dos
copas, Aaron las sirvió y nos sentamos en las tumbonas.
 
Iba vestido de lo más sport, con vaqueros, una camiseta y las deportivas, al
igual que Chris, dejaba los trajes para los días de diario. Yo me había puesto
uno de los conjuntos de verano que tenía para estar en casa lo más cómoda
posible, y además descalza, me gustaba sentir el frío suelo bajo mis pies.
 
Le conté un poco por encima cómo iba su web y la aplicación, me dijo que
estaban los dos deseando ver todos los cambios y que estuviera todo en
funcionamiento, y así pasamos una hora entre copa y copa.
 
Nos decantamos por una ensalada de pasta para comer y tras tomar un café,
nos lanzamos a la piscina para paliar el calor que empezaba a hacer a esas
horas.
 
Estaba apoyada en el bordillo de la piscina con los ojos cerrados, cuando
noté que Aaron me rodeaba la cintura.
 
No tardó en besarme el cuello y deslizar una mano por mi vientre hasta
introducirla bajo la tela de mi braguita.
 
Me mordisqueó el cuello y comenzó a juguetear con sus dedos entre mis
pliegues, gemí y cuando me penetró unos minutos después, moví las
caderas rozando las nalgas con su erección de modo que él las movía como
si estuviera follando conmigo.
 
Tuve que agarrarme con fuerza al bordillo de la piscina cuando aumentó el
ritmo, llevándome a gritar a todo pulmón en el momento en el que me corrí
con intensidad.
 
Hizo que me girara y se adueñó de mis labios como había hecho en su hotel,
mordisqueaba y lamía al tiempo me alzaba en brazos para hacer que le
rodeada con ambas piernas por las caderas.
 
Salió de la piscina llevándome en brazos, besándome y supe que no íbamos
a llegar muy lejos.
 
Me recostó sobre el césped, retiró la tela del sujetador con el que cubría mis
pechos y comenzó a lamerlos, morderlos y succionarlos como si no hubiera
un mañana, mientras volvía a penetrarme con dos dedos por mi húmeda y
excitada vagina.
 
Me corrí de nuevo intensamente y fue cuando me quitó la braguita, colocó
mis piernas sobre sus hombros y me devoró sin piedad.
 
Cerré los ojos y dejé que todo cuanto me rodeaba en ese momento
desapareciera, solo necesitaba sentir…
 
Tras conseguir aquel tercer orgasmo Aaron me pidió que me arrodillara y,
apoyándome con ambas manos en aquel rincón de mi jardín, lo observé
penetrarme por encima del hombro.
 
Sostenía con fuerza mis caderas, apretando la carne con los dedos mientras
entraba y salía una y otra vez de mi cuerpo, rápido, fuerte, sin pausa,
gimiendo al mismo tiempo que yo lo hacía.
 
Me corrí a chillidos y él se retiró justo a tiempo para hacerlo en su mano,
puesto que con las prisas y el calentón ni siquiera habíamos usado
preservativo.
 
Besó mi hombro y entró en la casa para ir al cuarto de baño, yo volví a la
piscina para refrescarme tras aquel sudoroso y fugaz encuentro, y cuando
Aaron regresó, salí con él y nos tomamos una botella de vino en las
tumbonas.
 
Las horas se nos pasaron volando y cuando quisimos darnos cuenta, era de
noche y le propuse quedarse a cenar.
 
—Pero no a dormir —le advertí y se echó a reír, asintiendo.
 
Saqué los canelones que había preparado Lucrecia el día anterior y fue lo
que cenamos en el jardín. Tras disfrutar de aquel delicioso plato, cogimos
las copas y la botella de vino y nos recostamos en la misma tumbona.
 
—¿Cuál es tu verdadera historia, Lara? —preguntó de pronto mientras me
acariciaba la espalda.
 
—No sé a qué te refieres.
 
—La noche que pasamos juntos en mi hotel, te escuché murmurar en
sueños, y temblabas, como si tuvieras miedo de algo.
 
—Mi vida no es asunto de nadie —respondí mientras me incorporaba—, y
menos de los hombres con los que solo follo.
 
Me puse en pie y caminé hasta el borde de la piscina, abrazándome a mí
misma.
 
—Vete, por favor —le pedí cuando sentí su presencia cerca.
 
—Algún día tendrás que dejar entrar a alguien aquí —susurró llevando la
mano sobre mi corazón.
 
Lo último que noté fueron sus labios en mi cabeza, en un beso que, sin
duda, había sido el último.
 
Ni siquiera me giré a ver cómo se iba, me quedé allí de pie, en mitad de la
noche, frotándome los brazos mientras luchaba por no derramar una sola
lágrima.
 
Con el paso de los años me había convertido en una mujer fría, como Joel
se atrevió a describirme, pero lo había hecho porque no quería enamorarme,
no quería sentir nada por alguien a quien también tuviera que arrastrar
irremediablemente al pozo en el que estaba, ese que solo conocían los míos,
y en el que tanto Chris como Tessa estaban sumergidos de lleno.
 
No, no permitiría que nadie más se viera envuelto en eso que guardaba con
tanto recelo.
 
Capítulo 25

 
Viernes, y había llegado el día de que Rafael Acosta viera el proyecto final
de la nueva imagen que tendría su página web.
 
Los nervios estaban ahí, no iba a mentir, pero esa vez no permitiría que me
hicieran colapsar como el día que nos reunimos con él y Andoni.
 
La reunión la habíamos dejado para última hora de la tarde, puesto que él
había viajado fuera de Madrid el día anterior y nos comentó que no estaría
de vuelta hasta las siete de la tarde del viernes. Por nuestra parte no hubo
ningún problema.
 
Le pedí a Tessa que trajera café para los cuatro, Chris entró silbando alguna
canción que solo él debía conocer, y dio una palmada tras sentarse frente a
mí.
 
—¿Tienes el contrato listo? —preguntó.
 
—Sí, aquí está —tamborileé los dedos sobre ella y fue justo en ese
momento cuando Tessa entró por la puerta, con los cafés, y seguida de
Rafael Acosta y Andoni.
 
—Veo que hoy nos agasajáis con el café antes de que lo pidamos —
comentó Rafael sonriendo mientras nos estrechaba la mano.
 
—Hay que atender bien a nuestros invitados —respondió Chris.
 
Nos sentamos, cogí la Tablet y les mostré el proyecto final. Cómo quedaría
la web, los textos de las diferentes secciones, las fotos nuevas que habíamos
incorporado, todo, y quedaron satisfechos con el resultado.
 
—Mucho mejor de lo que imaginaba —dijo Andoni.
 
—Sí, el boceto fue perfecto para hacernos una idea, pero, esto —Rafael
Acosta señaló la pantalla—, es mejor. La empresa se ve mucho más
llamativa ahora.
 
—Nos alegramos que les guste —sonreí.
 
—El dinero invertido merece la pena, desde luego. ¿Dónde está el contrato
que tenemos que firmar? —preguntó Rafael.
 
Abrí la carpeta que tenía entre las manos, saqué las dos copias del contrato
y tras firmarlas nosotros dos y él, nos pusimos en pie.
 
—Es un auténtico placer hacer negocios con Lapher, sé que no vamos a
arrepentirnos. Andoni insistió en que nos asociáramos, y confío plenamente
en este hombre —Rafael le dio una palmada en el hombro a Andoni y le
miró con orgullo, como si de su propio hijo se tratara. Era una lástima que
no sintiera ese mismo orgullo por su única hija.
 
Tras acordar que en cuanto todo estuviera ultimado y sin fallos de ningún
tipo les haríamos llegar el enlace de su nuevo dominio web, nos despedimos
y salieron del despacho.
 
Chris y yo nos miramos, sonreímos y me abrazó dándome un beso en la
frente.
 
Iba a decirme algo cuando se abrió la puerta y vi a Tessa asomarse.
 
—Tienes visita, Lara —dijo.
 
—No había ninguna reunión agendada para ahora —fruncí el ceño.
 
—¡Soy Ricky! —lo escuché gritar desde fuera.
 
—¿Por qué no le has hecho pasar? —le pregunté a Tessa.
 
—Porque no me creía que fuera el hacker, por eso. O sea —Tessa se hizo a
un lado y entró Ricky, ese hombre alto, de cabello negro azabache, y ojos
azules, que vestía con vaqueros, camiseta y deportivas—, ¿este tío tiene
pinta de hacker informático? Joder, yo me lo imaginaba más friki, no sé,
con pinta de empollón, o una mezcla entre empollón y hípster, no este
pedazo de tío bueno que tengo delante. Si ni siquiera lleva gafas —resopló
levantando una mano para señalarlo.
 
—¿De verdad pensabas que llevaría pantalones de pana, camisa y un
chaleco de lana? —Chris arqueó la ceja y tanto él como Ricky soltaron una
carcajada— No te veo yo con ese look de empollón, colega.
 
—Ni yo tampoco, más que nada porque con el chalequito de lana me darían
picores y me saldría urticaria —respondió Ricky.
 
—Veo que os divertís a mi costa, muy bonito —protestó Tessa cruzándose
de brazos.
 
—No te enfades, mi reina, que no nos reímos de ti —dijo Ricky
acercándose a ella y acariciándole la mejilla, lo que provocó que mi amiga y
secretaria, casi socia, se sonrojara—. Yo, en cambio, sabía perfectamente
cómo eres, y ya que estamos aquí, ¿qué me dices si te invito a cenar?
 
—Pues que voy a ir cogiendo el bolso y podemos irnos —contestó
sonriendo y diría que incluso la vi emocionada.
 
En cuanto salió del despacho y nos quedamos los tres solos, Chris le
preguntó qué hacía allí.
 
—Lara me pidió que investigara algo, bueno, a alguien, más bien —
respondió y me entregó la carpeta que tenía en la mano—. Es todo lo que he
podido averiguar.
 
—Gracias —dije cogiéndola.
 
—¿Puedo darte un consejo? —comentó, y asentí— Lee esto con calma, y
prepárate porque verás algunas cosas fuertes.
 
—¿Qué hay en esa carpeta? —quiso saber Chris, pero con una mirada a
Ricky supo que no debía decir nada, hasta que yo misma decidiera hablar
con mi socio.
 
—Respecto a lo otro, ¿estás listo para cuando llegue el momento? —le
pregunté a Ricky.
 
—Como te dije cuando me contrataste, soy tu hombre para llevarlo a cabo,
está todo preparado y esperando, y yo, más listo que nunca —hizo un guiño
y asentí.
 
—Ya estoy lista —nos giramos al escuchar la voz de Tessa en la puerta—.
Cuando quieras podemos irnos.
 
—Pues vamos entonces, mi reina, que te voy a llevar a cenar al mejor sitio
de todo Madrid.
 
—Si me sigues llamando mi reina, me lo acabaré creyendo y todo —Tessa
arqueó la ceja y Chris y yo nos reímos.
 
—No sabes lo que has hecho, colega —dijo Chris—, cualquier día te pide
una reverencia.
 
—Será un placer hacérsela —respondió él, que no dudó en coger la mano
de Tessa y, con una reverencia de lo más teatral, se la llevó a los labios para
besarla.
 
—Lo que faltaba para que se nos suba a nosotros a la espalda —comenté—.
Su majestad vamos a tener que llamarla.
 
—Obvio, querida jefa —la muy loca batió las pestañas, pero todo aquello
para nosotros no era más que una broma.
 
Ricky y Tessa salieron de mi despacho y Chris insistió en saber qué había
en la carpeta que me había dado nuestro hacker.
 
—Algo que le pedí que investigara, solo eso.
 
—¿Sobre quién? ¿Un posible cliente del que no me has hablado? ¿Algún
tipo que has conocido y quiere que folléis?
 
—Elena Acosta —dije, tras un suspiro, y su mirada se agrandó.
 
—Pensé que, al tener información de su padre y la empresa, no
necesitábamos saber mucho más sobre ella.
 
—Yo sí lo necesito —mi mirada fue suficiente para que se limitara a asentir
sin decir una sola palabra más.
 
Se acercó a mí, me besó en la frente y le rodeé con ambos brazos, en ese
momento tenía la imperiosa necesidad que mi mejor amigo me diera la paz
que me faltaba.
 
—¿Estarás bien si te dejo sola? —susurró.
 
—Sí, me voy a ir a casa para leerlo.
 
—Llámame si me necesitas, y ahí estaré, ¿me oyes?
 
—Lo sé, pero no será necesario. Ve a cenar con tus padres, disfruta de ellos.
 
—Sabes que querían verte, preguntarán por qué no has ido conmigo.
 
—Tráelos mañana a cenar a casa, yo también los echo de menos.
 
—¿A las ocho?
 
—Sí.
 
—Nos vemos mañana entonces —volvió a besarme—. Te quiero, pequeña.
 
—Y yo a ti, osito de peluche.
 
—Menos mal que nunca me has llamado así en público, perdería mi
reputación de seductor y amante apasionado.
 
—O muchas más mujeres querrían que las achucharas como a Tessa y a mí.
 
—No, eso, jamás. Mis abrazos de oso son exclusivamente de mis dos chicas
favoritas. Ten cuidado al volver a casa.
 
—Lo tendré.
 
Chris salió del despacho, cogí el bolso y tras echar un vistazo a la carpeta
que tenía en la mano, respiré hondo y me marché a casa.
 
Necesitaba estar en mi jardín, bajo las estrellas y con una copa de vino para
leer lo que fuera que encontraría en aquellos documentos.
 
Ricky era bueno buscando allí donde nadie más lo hacía, y a pesar de que
en el informe que nos entregó sobre Rafael Acosta y su empresa aparecía el
nombre de su hija y el cargo que ocupaba en ella, no habíamos indagado en
su vida, no lo necesitaba, hasta ahora.
 
La noche en la que se emborrachó y lloró confesando algunas cosas de su
vida, decidí pedirle a Ricky que encontrara todo lo que pudiera sobre Elena
Acosta.
 
Eché un último vistazo a la carpeta que reposaba sobre el asiento del
copiloto, puse el coche en marcha y me fui para casa. Intuía que aquella iba
a ser una noche larga, muy, muy larga.
 
Capítulo 26

 
Llevaba sentada en la tumbona del jardín con la carpeta sobre mis piernas,
más de media hora.
 
Sí, tenía no solo la curiosidad de leer aquello, sino también la necesidad
para saber el motivo de las palabras que dijo la mujer que trabajaba para
Elena.
 
Suspiré, di un último sorbo a la copa de vino y tras dejarla en el suelo, abrí
la carpeta.
 
Elena Acosta, treinta años, hija de Rafael Acosta y Mireia Sáez.
 
A los quince años sufrió una fuerte crisis nerviosa tras enterarse de la
muerte de su mejor amiga, esa con la que había crecido desde que ambas no
eran más que un par de bebés.
 
Eso la llevó a estar ingresada una semana en el hospital, puesto que el
simple recuerdo de saber que había perdido a esa persona tan importante en
su vida, le hacía recaer en un estado de nervios que solo se controlaba con
calmantes que la mantenían dormida la mayor parte del tiempo.
 
Tras el entierro de su amiga pasó el resto del verano encerrada en casa sin
querer salir, apenas comía y acabó cayendo en una fuerte depresión de la
que su madre pensó que jamás saldría. Pero lo hizo.
 
Con la ayuda de médicos y especialistas, Elena Acosta salió de aquella
depresión en la que se había sumido tras dos largos años en los que pasó a
quedarse en casa recibiendo clases de profesores cualificados y sacó
adelante los últimos años de instituto.
 
Comenzó la universidad, hizo nuevas amistades, pero según su niñera, la
mujer que actualmente trabajaba para ella en su casa, ninguna de esas
amistades fue tan fuerte e importante como la de aquella chiquilla a la que
perdió, ningún vínculo fue tan real.
 
Durante aquellos años universitarios conoció a un chico un par de años
mayor del que se enamoró y con el que planeó toda una vida, de nuevo ese
vínculo fuerte entre ella y otra persona le devolvía la sonrisa, hasta que, al
graduarse, él decidió marcharse a trabajar fuera.
 
Tal como ella sospechaba todo había sido cosa de su padre, aunque nunca se
atrevió a preguntarlo. La prueba de ello la tenía en mis manos, puesto que
aquel joven universitario fue contratado en una empresa para la que Rafael
Acosta exportaba sus productos por todo el mundo.
 
Una oferta de trabajo que llegaba de la nada, o al menos así debía parecer,
cuando lo cierto era que el señor Acosta había movido hilos y pedido
favores para que ese muchacho se fuera de Madrid y se alejara de Elena.
 
Aquello debía tener un motivo, y conociendo el pasado y la relación de
Rafael Acosta y Andoni, todo llevaba hacia la misma dirección.
 
Elena Acosta recayó de nuevo, años después, en una profunda depresión de
la que ella misma no quería salir, negándose incluso a tomar su medicación.
 
Fue entonces cuando su padre, el empresario Rafael Acosta, puso en sus
manos la posibilidad de dirigir la empresa, con la condición de que le
demostrara que saldría de ese lugar oscuro en el que se encerraba. Durante
un año, Elena tomó su medicación y salió de la depresión para ponerse,
junto a su padre, al mando de la empresa, salvo que había algo que no le
contó en su momento, y no era otra cosa que Andoni sería su marido y
dirigirían la empresa juntos.
 
De eso habían pasado dos años, Elena se esforzaba por involucrarse en la
empresa y daba lo mejor de sí misma con cada nuevo cliente, teniendo una
cartera de ellos por los que cualquier padre se sentiría orgulloso.
 
En aquellos papeles también encontré información sobre Andoni, aunque ya
teníamos mucha de ese hombre al haber investigado a Acosta y su empresa.
 
Salvo que los papeles que leía en ese momento contenían información que
Ricky no nos dio cuando investigamos la vida y los negocios de Rafael
Acosta.
 
En ellos había algunas fotos de Andoni, fotos íntimas, con mujeres que
estaba claro que no eran su prometida Elena. Además de otras muchas en
las que parecía hacer algún tipo de negocios con empresas de la
competencia de su jefe.
 
¿Por qué Andoni, la mano derecha y hombre de máxima confianza de
Rafael Acosta, haría negocios con otras empresas de importación y
exportación?
 
Llamé a Ricky quien contestó de inmediato.
 
—Dime, jefa.
 
—Andoni y sus negocios con empresas de la competencia.
 
—Sabía que eso llamaría tu atención, estoy en ello, en cuanto tenga algo te
lo doy.
 
—¿Crees que puede traicionar a Acosta?
 
—No lo sé, ese tío tiene un pasado con Rafael Acosta, se conocen desde
hace veinte años y, que hayamos visto, la relación era como de padre e hijo.
 
—No me cuadra que ande en negociaciones con la competencia, se supone
que él dirigirá la empresa de su jefe cuando se case con Elena.
 
—Lo sé. ¿Tal vez se ha cansado de ser el perro fiel de ese tío? A ver qué
sacamos de todo esto.
 
—¿Sigues con Tessa? —curioseé, puesto que escuchaba música de fondo.
 
—Sí, la he traído a bailar y tomar una copa.
 
—Sobra decir que como juegues con ella, pasarás a ser mi peor enemigo.
 
—Esta mujer me tiene loco, te lo dije una vez y te lo repito, es mi reina y lo
será siempre.
 
—Ricky, eres un hacker de lo más romántico —sonreí.
 
—Hay pocos como yo, jefa, soy una especie en extinción.
 
Cortó la llamada y me eché a reír. Dejé la carpeta de nuevo en mis piernas y
cogí la copa de vino para dar un sorbo.
 
Qué gran verdad aquella que aseguraba que la mirada era el espejo del
alma.
 
La de Elena Acosta hablaba de la más absoluta tristeza, provocada por la
pérdida de las dos personas que más había querido en su vida.
 
—¿Qué haces aquí en mitad de la noche? —preguntó Lucrecia sentándose
en la tumbona de al lado.
 
—Disfrutar de la brisa en compañía de una copa de vino —respondí dando
un sorbo.
 
—Y trabajando, porque esa carpeta lleva el nombre de tu empresa —suspiró
—. ¿Cuándo llegará el día en el que no te traigas el trabajo a casa, niña?
 
—Esto no es trabajo, era solo curiosidad —me encogí de hombros.
 
—¿Curiosidad? —Frunció el ceño y le di la carpeta.
 
Lucrecia echó un vistazo, esa mujer era de mi máxima confianza al igual
que Chris, sus padres y Tessa, por lo que no tenía secretos con ella. Bueno,
alguno sí que tenía porque jamás le contaría que en una misma época de mi
vida había tenido noches de sexo con dos amantes diferentes.
Concretamente, en esta en la que me encontraba ahora.
 
—Pobre chica —dijo cerrando la carpeta—. No te vayas muy tarde a la
cama —se puso en pie y me besó en la frente.
 
—Te recuerdo que mañana es sábado, y que muy probablemente, pase todo
el fin de semana durmiendo —arqueé la ceja.
 
—Lo sé, por eso ya tienes todas las cortinas de tu habitación cerradas. Ni un
solo rayo de sol te despertará mañana.
 
—Me conoces demasiado bien, Lucrecia —sonreí.
 
—De toda la vida, mi niña, te conozco de toda la vida —dio un leve
golpecito en mi hombro antes de irse y no perdí la sonrisa.
 
Así era, esa mujer me conocía casi tanto como el resto de nuestra familia.
 
Me terminé el vino, dejé la copa vacía y la carpeta sobre la mesa del salón y
fui a mi habitación para dar aquella semana por terminada de manera
oficial.
 
Pero aún quedaba trabajo por delante, aún estaba por llegar el momento
que, durante tanto tiempo, Chris, Tessa, Ricky y yo habíamos estado
esperando.
 
Pronto llegaría la hora de la verdad, la única verdad que nos había llevado a
todos hasta ese punto común de nuestras vidas.
 
Capítulo 27

 
Me desperté sobresaltada y cubierta de sudor. Hacía tiempo que no me
ocurría puesto que no era algo extraño para mí.
 
Salí de la cama y comprobé al coger el móvil que no eran más que las cinco
de la mañana. Me di una ducha y tras ponerme algo de ropa cómoda, fui a
tomarme un café.
 
—¿Lucrecia? —pregunté al verla allí.
 
—Buenos días, mi niña.
 
—¿Qué haces levantada? No son más que las seis.
 
—No podía dormir —se encogió de hombros—. ¿Y tú?
 
—Un mal sueño.
 
—Ay —Lucrecia suspiró y nos tomamos el café en silencio.
 
Cuando acabé le di un beso en la mejilla, cogí mis cosas y salí de casa con
la idea de ir a las oficinas, el trabajo siempre me mantenía con la mente
ocupada, era lo mejor.
 
Sin saber cómo, cuándo quise darme cuenta estaba aparcada delante del
edificio en el que vivía Joel. ¿En qué pensaba mientras conducía, por el
amor de Dios?
 
—¿Lara? —un par de golpecitos en el cristal de la ventana del copiloto y la
voz de Joel, hicieron que me mortificara aún más.
 
Llevaba ropa deportiva y estaba sudando, lo cual dejaba claro que venía de
correr. No tuve más remedio que bajar del coche.
 
—Hola —sonreí levemente mientras levantaba la mano a modo de saludo.
 
—¿Qué haces aquí, y a estas horas?
 
—Ni idea —suspiré—. Salí de casa con la intención de ir a la oficina y
acabé aquí aparcada.
 
—¿Crees que podemos decir oficialmente que esto debe ser cosa del
destino? —arqueó la ceja sonriendo— Ven, vamos a casa.
 
Me ofreció la mano y durante unos segundos dudé si cogerla o no, pero
finalmente lo hice y la calidez que sentí cuando su enorme mano se
entrelazó con la mía, fue suficiente para hacerme sonreír como una tonta
enamorada.
 
Maldita fuera, tendría que empezar a creer que esto era cosa del destino.
 
—¿Quieres un café? —preguntó cuando entramos en su ático, y asentí.
 
Fuimos hasta la cocina, preparó café y un par de tostadas, hizo zumo de
naranja natural y mientras lo observaba, sentada en aquel taburete con las
manos apoyadas en la barra, me sentí como si aquel fuera el lugar correcto
para mí.
 
—¿Cómo es que te has levantado un sábado tan pronto? —interrogó
dejando el zumo ante mí.
 
—Me desperté por una especie de pesadilla.
 
—Ah, eso ha sido porque no estaba yo para abrazarte y que volvieras a
dormir.
 
—¿Perdón? —respondí tras dar un sorbo al zumo.
 
—En Acapulco, te inquietaste alguna noche, murmurabas algo que no
conseguí entender, empezabas a temblar y cuando te abrazaba, conseguía
que te calmaras y volvieras a dormirte.
 
—¿Por qué no me lo dijiste?
 
—No quise que te sintieras incómoda, estabas de vacaciones y preguntarte
por esos episodios de pesadillas nocturnas, no me parecía buena idea.
 
—Debería irme, ni siquiera sé qué hago aquí, no entiendo cómo mi
subconsciente me ha traído a tu casa.
 
Ni siquiera pude dar un paso tras levantarme del taburete, que ya tenía a
Joel sosteniendo mi muñeca, me quedé parada y noté su cuerpo sudoroso
pegado al mío, cuando cerré los ojos y respiré hondo, el olor mentolado de
su champú me invadió.
 
—Estás justo donde debes estar, preciosa —susurró besándome el cuello
mientras me rodeaba con ambos brazos por la cintura.
 
—No me conoces de nada, Joel, no sabes nada de mí.
 
—Sé lo suficiente para no tener ninguna duda de que estás en casa.
 
—Joel, hay algo que debería contarte, y será mejor que te sientes.
 
Me besó la cabeza y sin soltarme, regresó al taburete de la cocina donde me
hizo sentarme, terminó de servir el desayuno, acercó el otro taburete y se
sentó muy cerca de mí.
 
—Come, después hablamos —ordenó.
 
—Cuando más lo retrase, peor.
 
—Come.
 
Suspiré y me tomé el desayuno que aquel hombre había preparado para mí,
lo hice en silencio y dando vueltas una y otra vez al modo en el que contarle
la verdad, mi verdad, mi historia.
 
Porque, ¿cómo se le dice a alguien que conoces de poco más que un mes,
que no eres la persona que cree? ¿Cómo le explicas que ocultas algo solo
para protegerte?
 
Cuando acabamos de recoger y retiró todo a un lado de la barra, ni siquiera
había dado con la mejor manera de contarle aquello que me hacía tener
pesadillas nocturnas, como él las había llamado.
 
—Soy todo oídos, preciosa —dijo cogiéndome la mano entre las suyas
mientras la acariciaba.
 
Lo miré a los ojos y aunque algo me decía que podía confiar en él, no me
atreví a contarle nada, tan solo negué cerrando los ojos.
 
—Las pesadillas es por algo que ocurrió en el pasado, a veces lo revivo en
sueños y, como hoy, me despierto cubierta de sudor. En Acapulco, la noche
que te encontré en el balcón de tu habitación, también me desperté
sobresaltada por eso, solo que no fue tan intenso como otras veces.
 
—Sabes que puedes confiar en mí —dijo acariciándome la mejilla y
colocando un mechón de cabello detrás de mi oreja.
 
—Lo sé.
 
—Cuando estés preparada para contarme algo más, lo que sea, seguiré
estando aquí. Siempre estaré aquí.
 
Asentí y dejé que me abrazara, en ese momento lo necesitaba. Me besó el
cuello y por primera vez en mucho tiempo sentí un nudo en la garganta y
una opresión en el pecho. ¿Quería llorar estando con un hombre? ¿Con un
amante?
 
No, no me permitiría mostrar esa debilidad ante nadie.
 
—¿Me acompañas a la ducha? —susurró mientras llevaba ambas manos por
debajo de mi camiseta— No hace mucho, alguien me dijo que, lo mejor
cuando uno se desvela, es hacer ejercicio. Yo acabo de volver de correr,
pero a los dos nos vendría bien un poco de ese ejercicio que hace que nos
agotemos y volvamos a poder dormir —me besaba el cuello despacio sin
dejar de acariciarme.
 
Gemí cuando sus manos me cubrieron los pechos y en un rápido
movimiento sus labios se adueñaron de los míos.
 
Aquel beso era mucho más tierno y suave que otros, y me gustaba.
 
Joel se puso en pie cogiéndome en brazos y caminó por su apartamento
hasta llegar a la habitación, entramos en el cuarto de baño y nuestra ropa
quedó por allí desperdigada sin un orden concreto.
 
Abrió el grifo de la ducha y cuando el agua estuvo a la temperatura
adecuada, nos metimos bajo ella volviendo a besarnos.
 
Acarició cada centímetro de piel que sus manos encontraban en el recorrido
que hicieron por mi cuerpo, me estremecía ante el contacto y en
anticipación a lo que pasaría en esa ducha.
 
Masajeó mis pechos, se arrodilló y lamió y mordisqueó ambos pezones
mientras yo, con la espalda pegada a la pared y los ojos cerrados, dejaba
caer la cabeza hacia atrás con las manos enredadas en su cabello.
 
Bajó una mano por mi vientre hasta encontrar la humedad entre mis piernas,
y no solo por el agua que moría en esa zona, sino por lo excitada que estaba
desde que ese hombre había empezado a tocarme.
 
Deslizó el dedo despacio por mis pliegues y gemí, comenzó a mover el
pulgar sobre el clítoris y gemí aún más, hasta que me penetró con el dedo y
los gemidos pasaron a ser gritos.
 
No paró hasta llevarme con sus manos y su lengua al orgasmo, y cuando lo
consiguió, se incorporó para besarme con una mezcla de ternura y pasión
que me hizo estremecer.
 
Cogiéndome en brazos y acorralándome con su fibroso cuerpo contra la
pared de aquella ducha, me penetró con fuerza haciendo que gritara. Pero
no se movió, se quedó allí quieto, unido a mí por nuestros sexos, y podía
jurar que en mi vida me había sentido tan conectada a alguien como con él.
 
Nos miramos a los ojos, volvió a besarme y comenzó a entrar y salir
lentamente, le rodeé con los brazos el cuello y noté que él afianzaba más el
agarre de los suyos en mi cintura. Rompimos el beso como en una especie
de acuerdo silencioso y al mismo tiempo, él apoyó la frente en mi hombro y
yo en el suyo.
 
A pesar de estar de pie, y dentro de aquel reducido espacio en el que nos
encontrábamos, sentí que Joel y yo no solo follábamos, sino que hacíamos
el amor.
 
Y fue así como alcanzamos juntos el clímax, nos besamos y permanecimos
abrazados hasta tiempo después como si no quisiéramos soltarnos, pero no
tuvimos más remedio que hacerlo si no queríamos arrugarnos bajo el agua.
 
Nos duchamos rápido y tras secarnos un poco, cogidos de la mano salimos a
la habitación, donde nos metimos en la cama, abrazados, y ambos dejamos
que nos venciera el cansancio y el sueño.
 
Suspiré, sintiendo que realmente aquel era mi sitio, como si siempre lo
hubiera sido. Sintiendo que allí, con Joel, estaba en casa.
 
 
Capítulo 28

 
Después de quedarnos dormidos Joel me había despertado horas después
entre besos y caricias, volviendo a entregarnos el uno al otro bajo las
sábanas que fueron testigo de horas de amor, sexo y pasión.
 
Pidió comida en el restaurante de Julen y comimos en la cocina, él en bóxer
y yo llevando una de sus camisetas. Tras el café, las ganas de amarnos de
nuevo nos pilló mientras recogíamos todo, por lo que acabó devorándome y
follándome sobre la encimera.
 
Eran las ocho de la tarde y estábamos desnudos y sudorosos en el sofá de su
salón, después de un nuevo encuentro, cuando empezó a sonar mi móvil.
 
—No me jodas —dije al ver el nombre de Chris en la pantalla, y me puse de
pie de inmediato.
 
—¿Qué pasa? —preguntó con el ceño fruncido.
 
—Mierda, mierda, mierda. ¿Dónde está mi ropa?
 
—En el cuarto de baño.
 
—Chris, hola —descolgué al fin.
 
—¿Dónde estás?
 
—En la oficina, salí temprano para trabajar y…
 
—No mientas, allí no has estado en todo el día. Repetiré la pregunta, dado
que mis padres y yo estamos en tu casa, para cenar, como dijiste, y no estás.
¿Dónde estás?
 
Miré a Joel por encima del hombro y sonreía, parecía estar divirtiéndose
ante mi estupor, así que acabé contándole a mi mejor amigo dónde había
pasado todo el día.
 
—Pues invítalo a cenar, mujer, ya que te ha preparado el desayuno, te ha
dado varias raciones de sexo espectacular y te ha invitado a comer…
 
—Eres —suspiré y cerré los ojos.
 
—El mejor amigo del mundo, lo sé. Mis padres estarán encantados de
conocerlo. No tardéis mucho, a fin de cuentas, eres la anfitriona.
 
Colgó y dejé caer los hombros, derrotada por las palabras de mi amigo.
 
—¿Qué ocurre, preciosa? —Joel me abrazó y besó mi hombro desnudo.
 
—Pues que me he olvidado de que mi mejor amigo y sus padres cenaban en
mi casa, y ya están allí.
 
—Entonces, tienes que irte.
 
—Sí —lo miré por encima del hombro y asintió para después darme un
beso en los labios—. ¿Quieres venir? Después, no sé, si quieres puedes
quedarte a dormir.
 
—¿Estás segura?
 
—No —reí—. Pero no quiero marcharme, y si me quedo, dejaré plantada a
mi familia.
 
—Vamos a la ducha, nos vestimos, y podremos ir a cenar a tu casa.
 
Me besó de nuevo y fuimos a hacer todo lo que había dicho, paso por paso.
 
Llegamos a mi casa una hora más tarde, él lo hizo en su coche de modo que
cuando quisiera volver a casa no tuviese que pedir un taxi.
 
—Ya estoy aquí, siento el retraso —dije saliendo al jardín donde estaban los
tres tomando una copa de vino.
 
—No pasa nada, cariño, Christopher nos contó que estabas en una reunión
de última hora —comentó Esteban.
 
—Eh, sí, sí, eso.
 
—¿Y esa reunión tiene nombre? —preguntó Amelia, mirándome con la
picardía típica de quien sabe lo que vienes de hacer, más que nada porque
aún tenía el pelo algo húmedo.
 
—Joel Galán —lo señalé—, ellos son Esteban y Amelia, los padres de
Chris.
 
—Encantado de conocerlos —dijo estrechando la mano de él y dándole dos
besos a ella.
 
—Ah, el hombre que hace que sonrías —comentó Esteban.
 
—Ay, por Dios —me moría de vergüenza, de verdad que sí.
 
Intenté huir, pero Joel no me lo permitió, rodeándome por la cintura con el
brazo y pegándome a él.
 
—Ya está la cena —anunció Tessa saliendo con Lucrecia.
 
Sonrió al ver a Joel, lo saludó con un par de besos y se lo presenté también
a Lucrecia.
 
La charla que ocupó toda la cena fue sobre Joel, Esteban se interesó por su
negocio e incluso le ofreció sus servicios como contable. Joel no perdía la
ocasión de mirarme, cogerme de la mano o sonreírme, cosas que para
Esteban no pasaron desapercibidas, al igual que tampoco lo hicieron para
Amelia ni Lucrecia.
 
Terminamos de cenar y dejamos allí a los tres hombres tomando un vaso de
whisky mientras hablaban de negocios y nosotras recogíamos la mesa,
momento que aprovecharon las tres para someterme a un interrogatorio.
 
—¿Qué hay entre vosotros? —preguntó Amelia.
 
—Nada serio, es solo…
 
—Ah, una de esas relaciones de ahora, un poco de cama, algunas cenas y ya
—suspiró Lucrecia.
 
—Bueno, yo diría que la jefa y el moreno un poco de cama solo no
comparten, tienen que haber probado más de un sitio en casa de él —
comentó Tessa.
 
—¿Cuándo te diste cuenta que te habías enamorado de él, cariño? —la
pregunta de Amelia me pilló por sorpresa, pero como madre, además de
mujer que era, ella sabía las cosas incluso antes de que el interesado en
cuestión fuera consciente.
 
—Creo que ha sido esta mañana —suspiré—, cuando me sorprendí parada
delante de su edifico en vez de estar en las oficinas, que era donde yo
realmente quería ir.
 
—Jefa, en algún momento tendrás que contarle algunas cosas, lo sabes,
¿verdad? —dijo Tessa, y asentí.
 
Las tres me miraron con cariño y una sonrisa en los labios, una de esas que
me hacían saber que, pasara lo que pasara después de hablar y sincerarme
con Joel, ellas estarían allí.
 
Me abrazaron, Lucrecia puso el pastel de chocolate en platos y salimos al
jardín donde Joel me recibió con una amplia sonrisa y un brillo en los ojos
que me enterneció.
 
¿Qué me llevó a acercarme, apoyar las manos en sus hombros y besarle en
los labios delante de mi familia sin que eso me importara lo más mínimo?
No lo sabía, pero lo había hecho.
 
Joel sonrió aún más ampliamente después de aquel gesto por mi parte, me
senté a su lado y entrelazó nuestras manos, acariciándome distraídamente el
interior de la muñeca.
 
Esteban me miró, sonrió con un leve asentimiento y con eso simplemente
supe que Joel le gustaba, que, si era el hombre que yo elegía para mí, para
dejarlo entrar en mi vida, en nuestras vidas, él lo aceptaba como lo haría un
padre.
 
Durante el resto de la velada no faltaron las risas, como tampoco las
promesas por parte de Esteban y Joel de que, antes de regresar a Málaga, se
reunirían para hablar de negocios.
 
Cuando por fin nos quedamos solos en casa, y tras darle las buenas noches a
Lucrecia, llevé a Joel a mi habitación.
 
Era la primera vez que metía a un hombre en mi casa, y me prometí a mí
misma que, si podía, él sería el primero y el último en hacerlo.
 
Nadie más lo haría, solo él.
 
Capítulo 29

 
Aquella mañana de jueves estábamos los tres en mi despacho hablando de
uno de los clientes, cuando me llamó Ricky.
 
—Pon las noticias —fue todo lo que dijo.
 
Busqué en Internet las noticias de última hora y ahí estaba, el nombre de
Rafael Acosta en todos los titulares.
 
Había perdido millones de euros que habían acabado repartidos por
diferentes cuentas de todo el mundo, cuentas de las que nadie sabría jamás
el verdadero nombre de los titulares.
 
A consecuencia de esas millonarias pérdidas, todo el que tuviera algún tipo
de negocio con él, se vería afectado puesto que no podría cobrar.
 
Sabía que pronto se pondría en contacto con nosotros, como empresa con la
que tenía un contrato comercial, y querría hablar de ese pago que nunca
llegaría.
 
Rafael Acosta estaba en la más absoluta ruina.
 
—¿Cómo estará Elena? —preguntó Chris, y negué puesto que podía
imaginarlo.
 
Aquello sería un golpe duro de lidiar para ella, pero saldría adelante.
 
Llamaron desde la recepción del edificio y dijeron que Rafael Acosta estaba
allí y quería vernos, por lo que les pedimos que les hicieran subir. Chris
cogió el móvil, aparentando estar distraído cuando llegaran las visitas, yo
me centré en la pantalla del ordenador y cuando escuchamos la puerta,
Tessa fue a abrir.
 
—Lara.
 
—Que pase —dije y ella asintió.
 
—Lara, Christopher, lamento deciros que no recibiréis el pago por el trabajo
—Rafael Acosta sonaba conmocionado, y por la cara que tenía, debía
haberse pasado la noche entera sin dormir, puesto que según las noticias lo
ocurrido había comenzado a las siete de la tarde del día anterior.
 
—Hemos visto las noticias, ¿qué ha ocurrido? —pregunté.
 
—Debe haberse tratado de algún tipo de hackeo, pero no entendemos cómo
es posible, si nuestro sistema de seguridad es inquebrantable —respondió.
 
Una mirada a Chris y lo vi sonreír con disimulo, sí, pensé lo mismo que él,
inquebrantable para alguien que no supiera por dónde entrar.
 
—Lo hemos perdido todo, y ni siquiera sabemos dónde está el dinero.
 
—Tal vez su hombre de confianza tenga una ligera idea, señor Acosta —
dijo Chris, aprovechando la ausencia de Andoni en mi despacho, puesto que
Rafael había llegado solo.
 
—¿Andoni? No puede ser, le conozco desde que era un chiquillo.
 
—La gente se vuelve ambiciosa, Rafael —lo tuteé, y me miró ligeramente
extrañado—. Chris, puedes, por favor…
 
—Será un placer, socia.
 
Mi mejor amigo se puso en pie, cogió la Tablet y tras teclear en ella acabó
encontrando lo que buscaba.
 
Se la entregó a nuestro invitado y le mostró las fotos que Ricky me había
dado con la información de Elena.
 
—Andoni no vendía información a la competencia —le informé—, sino que
les prometía acciones de la empresa cuando se hiciera cargo de ella. Su
hombre de confianza, ese al que iba a casar con su única hija y poner al
mando de lo que le corresponde a Elena, le estaba robando sin que se diera
cuenta.
 
—¿Cómo habéis averiguado esto?
 
—Bueno, hacemos nuestro trabajo a conciencia, investigamos a nuestros
posibles clientes para no encontrarnos ningún trapo sucio que pueda
involucrarnos y manchar nuestra reputación.
 
—¿Desde cuándo lo sabéis?
 
—Hace unos días —respondió Chris.
 
—De todos modos, hay algo más que siempre hemos sabido sobre ti,
Rafael, y sobre ese hombre en el que tanto confiabas.
 
—No entiendo, ¿qué podríais saber sobre nosotros? Todo en la empresa es
legal.
 
—Hace quince años, enviaste a Andoni a asesinar a tu socio, a su esposa y
su hija. ¿Te suenan de algo los nombres de Alejandro Mendoza, Elvira y
Rosa? Eran tus amigos, te consideraban de su familia, y tu hija y Rosa eran
amigas desde que nacieron —el momento en el que dije aquellos nombres,
se le abrieron los ojos y el rostro se le volvió de un color ceniciento como si
acabara de ver un fantasma.
 
—No sé de qué hablas.
 
—Claro que lo sabes, Rafael, y no me reconoces porque una persona
cambia mucho físicamente en quince años, pero tu cara, y la del hombre
que enviaste a asesinarnos, jamás las olvidé.
 
—¿Rosa? —murmuró.
 
—Rosa murió hace quince años, como lo hicieron mis padres. ¿Sabes eso
que dicen de que la venganza es un plato que se sirve frío?
 
—No hice eso de lo que me acusas, jamás enviaría a nadie a asesinar a una
niña.
 
—Pero sí a mis padres —arqueé la ceja.
 
—No lo entiendes.
 
—Claro que lo entiendo, te volviste ambicioso, querías expandir la empresa
y mi padre no quería asumir ese gran riesgo por el momento. Enviaste a tu
hombre a asesinarlos, pero alguien te traicionó, los avisó.
 
—No.
 
—Señor Acosta, ¿debo recordarle que le investigamos a conciencia? —dijo
Chris— Tenemos llamadas con fecha y hora, así como mensajes en los que
habla con Andoni y hablan de que está hecho. El teléfono de Andoni
curiosamente en esas conversaciones, se encontraba en Acapulco, donde su
socio había viajado con su mujer y su hija.
 
—Estáis locos, nadie creerá ni una sola palabra de lo que digáis.
 
—Puede apostar que sí, en estos momentos toda esa información debe estar
en manos de la policía, concretamente en la de un inspector que lleva años
detrás de algunas irregularidades que ha cometido Andoni.
 
—No tenéis nada contra mí.
 
—Ese ha sido tu error, Rafael, subestimar a mi hija.
 
Cuando Rafael Acosta escuchó la voz de su antiguo socio, se giró hacia la
puerta como a cámara lenta.
 
Sonreí al volver a ver a mis padres, a quienes hacía años que no veía.
 
—No puede ser, estabais muertos, los tres debíais estarlo.
 
—Ya ves que no, conseguimos ponernos a salvo, aunque sí que tuvimos que
enterrar a las personas que fuimos, y convertirnos en las que somos desde
hace quince años —respondió mi padre.
 
Su móvil empezó a sonar y cuando respondió, me pareció escuchar que
decía el nombre de su esposa, se apoyó en la silla y cerró los ojos, señal de
que las cosas empeoraban.
 
—Imagino que la policía está en su casa —dijo Chris.
 
—¿Por qué habéis hecho esto? ¿Por qué destruís mi familia? —preguntó.
 
—Porque tu destruiste la nuestra primero, Rafael, y por tu ambición, por
quedarte con el dinero de mi padre y su empresa, esa que vendiste a los dos
meses para poner en marcha la tuya. Le he devuelto a mi padre lo que es
suyo, y el resto del dinero, jamás sabrás qué ha sido de él.
 
—Mi hija, mi familia.
 
—¿Ahora te preocupas por Elena? Ibas a casarla con un hombre al que no
ama, la separaste del verdadero amor de su vida porque Andoni te
amenazaba con contar la verdad de lo que le ordenaste hacer. ¿Y ahora
piensas en ella? Puedes estar tranquilo, no volveré a dejarla sola —le
aseguré.
 
—¿No sientes curiosidad por saber quién te traicionó? —preguntó mi
madre.
 
—Mireia —cuando mencionó a su esposa, mi madre asintió.
 
Ellas siempre habían estado muy unidas, aquella noche mi madre recibió su
llamada, estaba nerviosa y le dijo que había escuchado a Rafael hablando
con Andoni, que estaba en Acapulco y que iba a por nuestra familia.
 
Nunca pregunté cómo, ni quién los ayudó, o tal vez esa parte de la historia
mi mente la borró puesto que lo que recordaba era el modo en el que mi
padre me sacaba de la casa en la que nos hospedábamos en mitad de la
noche, vi llegar gente por una de las entradas y acabé cerrando los ojos con
fuerza.
 
Esa noche mis padres dijeron el nombre de Rafael y Andoni, y me asaltó el
miedo más intenso que jamás había sentido.
 
—Vas a pasar una larga temporada en la cárcel, Rafael —dijo mi padre, y
apenas unos minutos después, mi despacho se llenó de policías.
 
Rafael Acosta fue detenido por el asesinato de la familia Mendoza, así
como por irregularidades en su empresa, mismos cargos de los que
culparían a su hombre de confianza, Andoni.
 
En cuanto nos quedamos los cuatro solos, me acerqué a mis padres y los
abracé entre lágrimas.
 
—Os echaba de menos —susurré.
 
—Y nosotros a ti, hija —respondió mi madre, acariciándome ambas
mejillas.
 
—Se acabó —dije sonriendo.
 
—Sí, solo que ya sabes que nosotros no podemos dejar que nos vean
mucho.
 
—¿En Londres estáis bien? —pregunté, y ambos asintieron— Eso es lo
único que me importa.
 
—Lara, tienes visita —dijo Tessa, que estaba llorando.
 
—¿Quién es?
 
—Hola, preciosa —la sonrisa de Joel fue como un rayo de sol, de esos que
te hacen ver que todo irá bien.
 
Pareció no sorprenderse al encontrarme llorando y abrazada a esas
personas, y cuando se acercó, me sostuvo ambas mejillas y me besó, noté
que me ardía el rostro por la vergüenza. ¿Cómo le explicaba yo eso a mis
padres?
 
Escuché a mi padre carraspear y, cuando lo miramos, estaba sonriendo.
 
—Joel, creo que tienes algo que contarnos a mi esposa y a mí —dijo, y
fruncí el ceño.
 
—Espera, ¿conocéis a Joel? —pregunté, puesto que nadie había
mencionado su nombre.
 
—Sí, mi vida —contestó mi madre sonriendo—, y tú también, solo que no
lo recuerdas. Han pasado quince años desde que os visteis.
 
No entendía nada, ¿cómo iba a conocer a ese hombre que tenía doce años
más que yo y le había visto por primera vez en Acapulco hacía unas
semanas?
 
—¿Qué quieres decir?
 
—¿Recuerdas por qué viajamos a Acapulco? —preguntó mi padre.
 
—Pues…
 
—Fuimos para ver a unos amigos nuestros, su hijo estaba con ellos
aprovechando el viaje para hacer negocios, fue cuando conociste a Joel —
dijo mi padre.
 
Miré al hombre de ojos color miel que tenía delante, busqué en mi mente,
en los recuerdos de quince años atrás, esos de una adolescente que acabó
traumatizada porque intentaron asesinar a toda su familia.
 
Y entonces, un recuerdo fugaz, una conversación en la playa, yo sentada en
la orilla y él llegó sentándose a mi lado.
 
Hacía un par semanas que nos conocíamos y a pesar de la diferencia de
edad, congeniamos mucho, incluso me atreví a decirle que algún día sería
su novia.
 
Él se echó a reír, pero antes de irme, y mostrándome seria, dije algo que él
mismo me había dicho no hacía mucho.
 
—Esperaré por ti —susurré, Joel sonrió y volvió a besarme.
 
—¿Ves cómo esto era cosa del destino?
 
La noche en la que mis padres y yo nos separamos fue en Londres, donde
viajamos ya con aquellas identidades que, según me estaban contando en
ese momento, los padres de Joel les consiguieron. Ellos se quedaron allí y
yo me fui a Málaga con los padres de Chris, quienes sabían toda la verdad.
 
Entre todos acordamos que yo debía fingir que mis padres habían muerto,
aunque al haberme separado de ellos fue así como realmente me sentía.
 
De Joel nunca supe nada, por no hablar de que mi mente lo había borrado
de mi vida para siempre.
 
Mi padre dijo que le pidieron que me observara en la distancia, de ese modo
cuando él viajaba a Londres para ver a sus padres, que vivían allí desde
hacía algunos años, hablaba con ellos y les contaba sobre mí.
 
Yo mantenía contacto con mis padres al menos una vez cada tres meses,
siempre llamadas cortas y en las que nos asegurábamos que estábamos bien
dejando tranquila a la otra parte de la familia.
 
—Entonces, que estuvieras en Acapulco este verano, no fue casualidad —
comenté.
 
—Siempre he viajado allí, pero me las ingeniaba para que no me vieras. Esa
noche debería haber sido así, pero tropezaste conmigo —dijo Joel.
 
—Si es que mira que os dije que no teníais que haber bebido tanto —Chris
suspiró y lo fulminé con la mirada.
 
—Dime que tú no estabas al tanto de esto —le exigí, y negó levantando
ambas manos.
 
—No, no sabía quién era. Pero, ¿mis padres lo saben? —les preguntó a los
míos, y asintieron.
 
—O sea, que ya conocías a Esteban y Amelia cuando te invité a ir a mi
casa.
 
—Sí.
 
—Claro, por eso me dijo mi padre, y cito textualmente: “me gusta mucho
ese hombre para nuestra pequeña Lara, la va a querer toda la vida”. Viejo
diablo… —rio.
 
—No sé si enfadarme por llevar quince años siendo engañada, o alegrarme
porque siempre supisteis de mí, aunque no pudiera llamaros.
 
—Mejor lo segundo, mi vida —me pidió mi madre, abrazándome—. Todo
lo que hicimos tu padre y yo, fue porque te amamos.
 
—Yo sí que debería estar enfadado, con los dos —comentó mi padre,
señalándonos a Chris y a mí—, por la idea que tuvisteis de robar a Rafael,
pero sé que habéis destinado gran parte del dinero para un buen fin.
 
—Ricky —dijimos Chris y yo al mismo tiempo, volteando los ojos.
 
—Estoy orgulloso de vosotros, de verdad.
 
—Papá, ¿puedo sincerarme con Elena? Ella lo hizo conmigo y…
 
—Estás perdiendo el tiempo, ya deberías haberla llamado para invitarla a tu
casa esta noche —fue mi padre quien respondió—. Se alegrará de recuperar
a su mejor amiga.
 
Sonreí, sabiendo que así sería, puesto que yo misma estaba emocionada por
haberla podido ver, a pesar de tener que ocultarle la verdad, durante ese
tiempo.
 
Capítulo 30

 
Esa noche estaba en casa con Joel esperando a Elena, y me mataban los
nervios.
 
—¿Cuánto has fumado ya? —preguntó abrazándome desde atrás.
 
—No llevo la cuenta —me encogí de hombros y él me quitó el cigarro, lo
miré y me sorprendió ver que se lo acababa—. No sabía que fumaras.
 
—Solo a veces, como tú. Otras, me sirvo un whisky.
 
—Ah, como la noche que no podías dormir en Acapulco.
 
—Exacto. Esa noche te mentí —dijo de pronto mirando hacia la piscina.
 
—¿Me mentiste? No entiendo.
 
—Me desvelé cuando te vi temblar, tus padres siempre me contaron que
tenías alguna que otra pesadilla, por lo que les habían dicho Esteban y
Amelia.
 
—Y no podías desvelar que tú sí sabías quién era yo realmente —acabé por
él, y asintió, me miró y posó sus cálidos labios sobre los míos—. ¿En qué
momento sentiste que te gustaba?
 
—No tengo respuesta para esa pregunta, porque no lo sé con certeza.
Supongo que el hecho de verte cada cierto tiempo, de sonreír cuando tú lo
hacías, o de querer verte, incluso acercarme y hablar, ver la mujer en la que
te habías convertido, quizás fue todo eso lo que me llevó en algún momento
de estos años a quererte a mi lado.
 
—Sigo en shock por esto, que lo sepas.
 
—Lo imagino —sonrió.
 
—Lara, está aquí Elena —dijo Lucrecia, ambos nos giramos y la vimos
justo detrás de ella.
 
—Os dejo solas, preciosa —Joel me besó el cuello y se alejó, saludó a
Elena que sonrió y cuando me miró, arqueó la ceja.
 
—¿Desde cuándo estás con Joel Galán, pillina? —preguntó abrazándome.
 
—Es una larga historia, que ya te contaré —respondí sonriendo—. Ahora
tenemos que hablar de otras cosas.
 
—Sí, te debo una disculpa porque no vais a poder cobrar el trabajo que
hicisteis para mi empresa —suspiró al tiempo que se sentaba en el sofá—.
No pensé que esto pudiera pasar. Nos hackean, roban todo el dinero,
descubro que Andoni estaba hablando con la competencia, que había
irregularidades en la empresa, y detienen a mi padre. Dios, mi vida ahora
mismo es un caos —se pasó las manos por el pelo, y le froté la espalda.
 
—No es solo de eso de lo que quería hablarte, Elena. ¿Sabes por qué han
detenido a tu padre?
 
—Por temas de la empresa.
 
—Y algo más.
 
—¿Qué sabes tú de eso? —frunció el ceño, y vi que se le humedecían los
ojos.
 
—Mírame, ¿no te resulto conocida?
 
Elena se quedó observándome unos minutos, en silencio, entrecerrando los
ojos, y vi justo el momento en el que se dio cuenta.
 
—No puede ser —murmuró llevando la mano a mi ceja izquierda—.
¿Rosa?
 
—Sí, soy yo —sonreí.
 
—Pero, te enterramos, lloré tu muerte, yo…
 
—No digas nada, sé lo que vino después de aquello, y lo siento. Fue tu
padre.
 
—No me lo recuerdes —sollozó y la abracé.
 
Aquella pequeña cicatriz que tenía en la ceja izquierda me la hice cuando
apenas éramos unas niñas de ocho años. Estábamos jugando en el jardín de
su casa con Luna, la cachorrita que sus padres le regalaron el mes anterior
por su cumpleaños. Era una perrita curiosa y algo traviesa, que no dudó en
subirse a una estantería que tenían por allí, y no pudo bajar.
 
¿Quién se atrevió a trepar y bajarla? Yo misma, con la mala suerte de que
me caí, una de las pequeñas macetas que había en la estantería se tambaleó
y cayó golpeándome la ceja.
 
No sabría decir por qué lloró mi amiga más en ese momento, si porque
recuperé a Luna sin que se hiciera daño, o por verme sangrar a causa del
macetazo que me había llevado.
 
—¿Cómo pudo mi padre hacerme pasar por eso? —preguntó en un susurro
mientras lloraba.
 
—Se volvió ambicioso, mi padre se convirtió en un obstáculo para él.
 
—Eran amigos, por Dios.
 
Pasé las siguientes dos horas contándole el periplo que pasamos mis padres
y yo para salir de Acapulco, siendo otras personas, cómo tuve que
separarme de ellos tras haber fingido nuestras muertes y lo que había sido
mi vida desde aquel momento con Chris y sus padres.
 
Elena seguía sin poder creer que su padre enredara todo aquello para
hacerse con la empresa él solo, y que aceptara el chantaje de Andoni de
casarme con él para dirigirla y no contar nunca la verdad.
 
—Ahora entiendo que contigo conectara de aquel modo desde el primer
momento que nos conocimos. No me había pasado con nadie, salvo con mi
ex, claro —sonrió.
 
—Quise decírtelo muchas veces, pero no podía, antes teníamos que
conseguir hacer caer a tu padre. ¿Podrás perdonarme por arruinar tu
empresa?
 
—¿Perdonarte? ¿Estás loca, Rosa? Mi padre os quitó de en medio sin
miramientos, créeme, mi empresa ahora mismo no me importa nada. Estás
de vuelta, mi mejor amiga está de vuelta, y juro por Dios que no voy a
permitir que nadie me la arrebate de nuevo.
 
—Rosa Mendoza murió hace quince años, Elena —dije, con pesar.
 
—No me importa si ahora tengo que llamarte Lara, siempre sabré quién
eres —sonrió y en ese momento lloramos las dos.
 
Después de tantos años sabiendo de ella, de que en esas semanas la hubiera
tenido tan cerca sin poder contarle nada, al fin volvía a reunirme con mi
mejor amiga.
 
—Lara —miré a Lucrecia y me sequé las mejillas—. Están aquí, los tres.
 
—Diles que pasen, por favor.
 
Asintió y poco después la primera en entrar, tal como habíamos hablado,
fue Mireia, la madre de Elena.
 
La pobre mujer lloró al ver a su hija, no entendía que hacía en mi casa y le
pedí que se sentara, no fuera a ser que al ver a su mejor amiga se acabara
desmayando.
 
En cuanto vimos aparecer a mis padres, Mireia se llevó las manos al rostro,
llorando aún más.
 
—Elvira —la escuché murmurar.
 
Reconoció a mi madre al instante, como si no hubieran pasado quince años
sin verse.
 
Se puso en pie y la abrazó mientras ambas lloraban con desgarro.
 
—Lo siento, lo siento tanto —dijo Mireia.
 
—No fue culpa tuya, sino de Rafael —respondió mi madre.
 
—No pude hacer nada, no pude impedir que él…
 
—Claro que lo hiciste, Mireia —la interrumpió mi padre, acercándose—.
Llamaste a Elvira por teléfono y pudimos escapar de la casa a tiempo. Nos
salvaste la vida.
 
Elena y yo no pudimos evitar llorar al igual que nuestras madres, esas que,
al igual que nosotras, se reunían tras quince años.
 
Cuando se calmaron un poco preguntaron qué sería de ellas ahora que lo
habían perdido todo, y sonreí.
 
—Todo esto se estuvo planeando durante años, yo quería vengar a mis
padres y muy a su pesar, lo hice —dije.
 
—Ya desde pequeña era un poquito rebelde —comentó mi padre,
cogiéndome la mano.
 
—No habéis perdido todo. Es cierto que han hackeado la empresa, fue uno
de mis empleados quien lo hizo a través del enlace que le enviamos a Rafael
con el nuevo dominio de la página web. Recuperó el dinero que le robó a mi
padre, envió una parte a lugares que yo le pedí y que, lo lamento mucho,
pero nunca sabréis dónde está, nadie lo averiguará, de hecho. Otra parte,
está en esta cuenta —les entregué un papel doblado en el que había anotado
la numeración, así como las claves de acceso— y es vuestro. Para quien
pregunte, quedará claro que esa cuenta la abristeis vosotras cuando Elena
tenía veinticinco años y cada mes hacíais una transferencia, son vuestros
ahorros de cinco años, dinero legal que Rafael os daba para vuestros gastos.
 
—Pero, ¿cómo lo has hecho? —preguntó Elena.
 
—Tengo al mejor hacker en plantilla —le hice un guiño y sonrió.
 
No necesitaban saber más, nadie en realidad necesitaba saber nada más de
lo que en esos años habíamos planeado y llevado a cabo Chris, Tessa, Ricky
y yo, tan solo que la vida volvía a hacer que nos reuniéramos.
 
Vi a Joel apoyado en el marco de la puerta, sonreí y se acercó para sentarse
a mi lado. Elena me miró como cuando teníamos quince años y el chico que
me gustaba por aquella época se sentó conmigo en el banco del instituto.
 
Sí, esa mirada que decía: “ahí está tu hombre, pillina”, seguía siendo la
misma que recordaba.
 
Tras una noche de confesiones y momentos en los que las lágrimas volvían
a ser las protagonistas, Joel y yo nos quedamos solos de nuevo.
 
Estábamos en el jardín, sentados en una de las tumbonas bajo aquellas
estrellas que iluminaban la noche, y no dejaba de acariciarme los brazos.
 
—Deberíamos irnos a la cama, preciosa, ha sido un día largo —dijo
besándome la sien.
 
—Sí, estoy cansada.
 
—Lara, ¿me dejarás amarte? —me susurró al oído abrazándome con fuerza.
 
—Solo si tú me dejas hacerlo a mí —lo miré por encima del hombro.
 
—Siempre, preciosa, siempre dejaré que me ames —sonreí y lo vi
inclinarse para besarme con ternura.
 
Aquella era una promesa, y yo nunca las rompía.
Capítulo 31

 
Un año después…
 
No me podía creer que el lugar en el que todo empezó, fuera a ser testigo
del día más feliz de mi vida.
 
Aquella bonita playa de Acapulco había sido el lugar escogido por Joel y
por mí para convertirnos en marido y mujer.
 
Esa playa fue donde Rosa Mendoza murió dieciséis años atrás, dando vida a
Lara Granados, y esa misma fue en la que Joel Galán y yo nos conocimos,
o, mejor dicho, nos reencontramos sin que yo lo recordara.
 
—Ya estás lista —dijo Elena, quien se había ofrecido para maquillarme en
el día más importante de mi vida—. Hay, Lara, eres la novia más guapa que
he visto en mi vida.
 
—No llores, que me vas a hacer llorar a mí, y verás dónde acaba el
maquillaje.
 
—Tranquila, es de esos resistentes al agua, al sudor y al sexo, como los que
usan en las pelis, que ellas se meten en la cama todas maquilladas por la
noche, y amanecen igual, bien folladas, eso sí, pero con el maquillaje
intacto.
 
—Elena, pasas demasiado tiempo con Tessa —entrecerré los ojos y ella
soltó una carcajada.
 
Y sí, así era, después de que la empresa de la familia Acosta se fuera al
garete, porque yo me encargué de que así fuera, le pedí a Elena que se
uniera a Lapher, y ella no lo dudó ni un segundo.
 
Se había convertido en el quinto elemento fundamental de la empresa más
importante y conocida en el sector tecnológico, y estaba encantada de
contar con ella.
 
Era muy buena negociando, un tiburón como nosotros, y en este año se
había hecho con una magnífica cartera de clientes.
 
—¿Se puede? —nos giramos al escuchar la voz de Aaron Medina.
 
—Claro, pero no la entretengas mucho o el novio vendrá a buscarla —dijo
mi amiga.
 
—El novio está desesperado esperándola —rio él.
 
Cuando nos quedamos a solas, me eché un último vistazo en el espejo y vi a
Aaron a mi espalda. No me producía nada, ni deseo, ni excitación, ni
siquiera el querer arrancarle la ropa. Era un cliente de mi empresa, además
de un buen amigo.
 
—Estás preciosa.
 
—Y nerviosa, ahora mismo me fumaría un cigarro, pero Elena no me ha
dejado —volteé los ojos y se echó a reír.
 
—Tengo un regalo para ti, algo que quería darte a solas.
 
—¿Un regalo? Por Dios, Aaron, ya me diste tu regalo.
 
—Un fin de semana en mi hotel con tu marido para disfrutar de la soltería
antes de que llegara este día y que ampliéis la familia, fue un regalo para los
dos. Este, es para ti sola —levantó una caja que puso en mis manos y fruncí
el ceño.
 
Era de una conocida joyería, y cuando lo abrí, me llevé la mano a los labios,
emocionada y con las lágrimas queriendo salir.
 
—Aaron.
 
—¿Me dejas que te lo ponga? —sonrió y asentí.
 
Cogió aquella fina cadena de oro blanco de la que colgaban dos finas
cadenas con brillantes, las toqué cuando me la puso y me dio un beso en la
mejilla.
 
—Un pajarito me dijo que no tenías nada que ponerte adornando ese bonito
cuello.
 
—Es preciosa, muchas gracias. No tenías por qué.
 
—Eres mi amiga, Lara, aunque tengamos un pasado, eres y siempre serás
mi amiga. ¿A quién llamo cuando tengo dudas sobre una cita?
 
—A mí —reí.
 
—Cierto, y quiero que seas la primera en saber algo.
 
—¿El qué?
 
—Voy más en serio que nunca con Olivia.
 
Lo abracé y dejé que él me apretara con todas sus fuerzas. Olivia era una de
mis empleadas, para ser exactos, la secretaria de Elena a quien ella había
traído de la empresa de su padre. En el momento en el que Aaron la vio,
algo cambió en él, y durante ese tiempo tuvo dudas de si acercarse a esa
chiquilla de veinticinco años, o no, hasta que le dije que, si no lo hacía,
podría estar arrepintiéndose toda la vida.
 
—Me alegro por ti, de verdad —le aseguré.
 
—¿Lara? —Esteban me llamó desde la puerta, Aaron me dio un último
beso en la frente y se marchó.
 
—Estoy lista —le aseguré cogiendo el ramo de novia.
 
El padre de Chris sería quien me entregase, a fin de cuentas, Lara Granados
no tenía padres desde hacía años, por lo que él, que se había convertido en
mi tío, me acompañaría hasta el novio.
 
Mis padres estaban en la boda, obviamente, pero en calidad de clientes tanto
de Joel como míos, nadie sabría jamás quiénes eran realmente.
 
Cuando salimos de la habitación del hotel, Esteban y yo caminamos por la
playa y al ver a Joel, con aquellos pantalones y camisa blancos de lino
esperándome, acompañado de nuestra familia y amigos, sonreí.
 
Me recibió con una amplia sonrisa él también, entrelazó nuestras manos y el
oficiante comenzó con la ceremonia.
 
No podía evitar mirar al fondo de aquellas sillas donde estaban sentados mis
padres, ambos lloraban emocionados y yo les sonreí. Habíamos pasado por
tanto en esta vida, que el simple hecho de que ahora pudiéramos vernos
todos los veranos en este rincón del mundo, tal como habíamos acordado,
para mí era un sueño.
 
—Marido y mujer —dijo el oficiante y Joel sostuvo ambas mejillas entre
sus manos y me besó.
 
Le rodeé el cuello con mis brazos y mientras nos besábamos, lloré.
 
Lo hice porque aquel hombre que una vez conocí siendo adolescente, a
quien le dije que algún día sería mi marido, ahora ya lo era.
 
Fue una chiquillada, lo reconocía, pero aquel hombre se fue enamorando de
mí poco a poco y sin darse cuenta, yo lo hice casi al instante y no quería
creerlo, pero ahora entendía que mi corazón siempre había sabido quién era
él.
 
Recibimos las felicitaciones de todos, disfrutamos de una cena increíble y
bailé con Chris, con Aaron, con Ricky, con Esteban y con mi padre, después
de aquel primer baile con mi marido. Todos los hombres que eran
importantes en mi vida, de un modo u otro, estaban allí conmigo.
 
—¡Viva la novia! —gritó Tessa levantando su copa de champán cuando Joel
y yo nos acercamos a la mesa en la que estaban ella, Elena y Olivia con los
chicos.
 
—¡Viva yo! —levanté la mano y acabamos todos riendo.
 
—¿Quién será la próxima en pasar por el altar? —preguntó Elena.
 
—Creo que será Tessa —dije, dándome golpecitos en la barbilla.
 
—¿Yo? —preguntó ella y miró a Ricky, con quien llevaba saliendo de
manera oficial nueve meses.
 
—A mí no me mires, que no he dicho nada —contestó él levantando ambas
manos.
 
—Decir, no, pero hacer… —rio Joel.
 
—¿Qué sabéis vosotros, que yo no sepa? —interrogó Tessa con los brazos
en jarra.
 
—Nada, mi reina, no saben nada.
 
Claro que sabíamos, solo que no podíamos desvelar que, esa misma noche,
y a la luz de la Luna, aquel hacker había planeado una pedida de mano de lo
más romántica.
 
—Me aventuro a decir que, después de Tessa, será Olivia quien se case —
comentó Elena.
 
—Eso dalo por hecho —respondió Aaron, que entrelazó la mano con su
chica y la besó, haciendo que ella se sonrojara.
 
—Al que me va a costar casar es a Chris —resoplé.
 
—Ey, soy como un caballo salvaje, indomable —dijo encogiéndose de
hombros.
 
—Ya, hasta que aparezca una buena amazona que te haga caer de rodillas
—rio Aaron.
 
No me pasó desapercibido el modo en el que mi mejor amigo, y mi mejor
amiga Elena, se miraron.
 
Sonreí mirándola a ella con esa misma picardía que solía mostrarme a mí y
abrió la boca y los ojos sorprendida.
 
Sí, la había pillado con el carrito de los helados.
 
Ahora solo me faltaba saber, ¿cuándo tendría que preparar las bodas de mis
mejores amigos?
 
Epílogo

 
Seis años después…
 
Dicen que la vida puede llegar a sorprendernos tanto, que una vez que lo
hace, nada vuelve a ser como antes.
 
Yo podía asegurar que así había sido, que eso me había pasado a mí cuando
apenas era una niña de quince años, y me arrebataron la vida y los sueños.
 
Pero en aquel mismo momento comenzó mi nueva vida, esa en la que tuve
un objetivo claro, el de la venganza.
 
Quería y necesitaba vengar la traición de la persona en la que más confiaba
mi padre, y tras mucho tiempo, lo logré.
 
Destruí todo lo que él consiguió con engaños, y al igual que él había hecho
conmigo, le arrebaté lo que tanto quería.
 
En esos seis años desde que Joel y yo nos casamos, habíamos ampliado la
familia con dos preciosos hijos, Alejandro y Elvira, nombres que una vez
llevaron mis padres.
 
Alejandro fue concebido durante nuestra luna de miel en Acapulco, tenía
cinco años y era el vivo retrato de su padre. Elvira solo tenía dos años y era
igual que yo.
 
Adoraba a mis hijos por encima de todo, y cuando veíamos a mis padres se
les caía la baba con ellos.
 
A los padres de Joel no los conocí, o, mejor dicho, no pude volver a verlos
cuando todo lo que había planeado se llevó a cabo, puesto que hacía
algunos años que habían fallecido.
 
Esteban y Amelia seguían en nuestras vidas, eran esos otros abuelos que
colmaban de amor a mis pequeños.
 
Tal como presagiamos el día de mi boda, Tessa y Ricky se casaron al año
siguiente, y tenían una hija de cuatro años, Rebeca, que apuntaba maneras
con los ordenadores. Ahí teníamos un hacker en potencia.
 
Aaron y Olivia también formalizaron su relación hacía ya tres años, y eran
padres de un niño guapísimo, Raúl, de apenas un año.
 
No me equivoqué al decir que mis dos mejores amigos también acabarían
juntos, y así fue. Chris y Elena se casaron hacía año y medio, y ella estaba
embarazada de nueve meses, iban a tener una niña y ambos decidieron que,
el nombre que querían darle, sería Rosa.
 
Lloré cuando me lo dijeron, y me sentía tremendamente feliz y alagada por
ello.
 
—Mami, ¿puedo ir a la piscina? —preguntó Alejandro.
 
—Sí, papá está trabajando en el jardín. Voy a por tu hermana y salimos
también —mi hijo sonrió y fue corriendo hacia donde estaba su padre,
mientras gritaba llamándolo.
 
Cogí en brazos a mi pequeña, nos pusimos el bañador y salimos al jardín de
dónde venía Lucrecia con una bandeja.
 
—Tenéis limonada para después —sonrió.
 
—Gracias.
 
Esa mujer no quería dejarme, dijo que al igual que había cuidado de mí
durante quince años, lo seguiría haciendo con mis hijos hasta que le
aguantaran las fuerzas.
 
—Mira, ya están aquí, papi —le dijo Alejandro a Joel.
 
—Dame a la niña, preciosa —me pidió y, tras ponerle el flotador, se la
entregué.
 
Alejandro llevaba sus manguitos y, como él decía, era mayor y no
necesitaba que le anduviéramos vigilando todo el tiempo, pero tanto Joel
como yo lo hacíamos, éramos sus padres y aquella nuestra obligación.
 
En esos años tanto la empresa de Joel como la mía, habían crecido mucho,
al punto de que, a pesar de habernos quedado en Madrid a vivir, en la casa
que yo compré, y de que Lapher siguiera manteniendo aquella primera y
pequeña sede en Málaga, ampliamos las dos empresas poniendo una sede
más en Londres.
 
Algunos de los empleados que trabajaban con nosotros en Madrid
estuvieron dispuestos a ser trasladados allí para encargarse de ellas, y
sabíamos que ambas empresas estaban en buenas manos.
 
Joel se acercó hasta mí con la niña en brazos, me besó y sin soltarla, me
rodeó por la cintura pegándome a su costado.
 
—¿Ya has acabado de trabajar? —pregunté dejando caer la cabeza en su
pecho.
 
—Sí, Fernando me ha dicho que tenemos un par de clientes nuevos, mañana
trabajaré en esas empresas. Hoy es día en familia.
 
—Va a ser verdad lo que dice siempre Lucrecia.
 
—¿Trabajamos mucho? —Arqueó la ceja.
 
—Y descansamos poco —reí.
 
—Tendremos que empezar a delegar en otra gente, ¿no te parece?
 
—Es una buena idea, después del verano buscamos a los mejores
candidatos.
 
—¿Tienes ya los billetes para Acapulco? —preguntó besándome la sien.
 
—Sí, y el hotel reservado. Mis padres salen pasado mañana para allá,
nosotros, dentro de cuatro días.
 
Aquello nunca cambiaría, le dije a Joel que durante diez años había ido cada
verano a aquella playa, y que quería seguir haciéndolo, estuvo de acuerdo
conmigo y más aún cuando supimos que sería el mejor lugar para poder
estar con mis padres sin que alguien pudiera reconocerlos.
 
Pasamos el resto de la tarde en el jardín, alternando la piscina con las toallas
donde descansábamos, y estábamos a punto de sentarnos a cenar cuando
salió Lucrecia corriendo.
 
—Ha llamado Christopher, Elena se ha puesto de parto —dijo.
 
Joel y yo dejamos a los niños con ella y salimos de casa para ir al hospital.
Mis mejores amigos habían estado en el nacimiento de mis hijos, y yo iba a
estar en el de la suya.
 
Cuando llegamos encontramos allí a Tessa, Ricky, Aaron y Olivia, y nos
sentamos en la sala de espera hasta que nos dieran noticias.
 
A la una de la madrugada del que podría ser un día cualquiera del mes de
julio, llegó Rosa al mundo, solo que, para mí, no era un día cualquiera.
 
La cogí en brazos, le besé la frente y se me escapó alguna lágrima.
 
—A ver, esa madrina que deje de llorar —dijo Tessa, sonriendo.
 
—No puedo, porque esta niña ha nacido exactamente veintidós años
después de que la Rosa que le da el nombre, fuera declarada oficialmente
muerta.
 
Joel me abrazó y dejó un beso en mi cabeza, Chris apoyó la mano en mi
hombro y Tessa me cogió de la mano.
 
Esas tres personas siempre supieron quién era yo, los demás que había en
aquella habitación se enteraron años después, y a pesar de saber la verdad
nunca la contaron.
 
Sí, era cierto que la vida puede llegar a sorprendernos tanto, que una vez
que lo hace, nada vuelve a ser como antes.
 
Pero también lo es que, cuando se ama, es para siempre.
 
Amaba a mis padres, y fue por ellos por quienes hice lo que hice.
 
Amaba a mis amigos, a los que siempre estuvieron conmigo y a los que
llegaron después.
 
Amaba a sus hijos por ser parte de la familia que habíamos construido todos
juntos.
 
Y, por encima de todo, amaba a mi marido y a mis hijos, y los amaría hasta
el último día de mi vida.
 
 
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