Conventos Franciscanos

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FORMACIÓN Y USOS

DE LOS CONVENTOS EN LA PROVINCIA


FRANCISCANA DE MICHOACÁN
DURANTE EL VIRREINATO

José Manuel Martínez Aguilar


Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

U no de los principales intereses que tenían los reyes católicos


y la Iglesia en los territorios conquistados en América era
salvar a los naturales de los supuestos “engaños del demonio”
e implantar la nueva fe en un campo fértil, así como coadyuvar
en la pacificación y conquista militar. Fue a los predicadores
mendicantes a quienes se les confió inicialmente la tarea de lle-
var a cabo la labor evangélica y erradicar las antiguas prácticas
religiosas por medio de la evangelización y la implantación de
costumbres que los europeos consideraban civilizadas.1 Para
lograrlo era necesario fundar conventos, templos, capillas de
visita y misiones donde se pudiera bautizar, adoctrinar y ense-
ñar diversas artes a los neófitos, así como seminarios donde se
formaran nuevos apóstoles.

Fecha de recepción: 7 de octubre de 2019


Fecha de aceptación: 20 de enero de 2020

1  De fondo los religiosos tenían contemplado poner a disposición de los


infieles los medios normales de conversión para formar una Iglesia indiana,
lo cual finalmente no se logró por la eventual prohibición de que los indios se
ordenaran como sacerdotes. Ricard, La conquista espiritual, p. 21.

HMex, LXX: 2, 2020 599


600 José Manuel Martínez Aguilar

A menudo se cree que los conventos que han llegado hasta


nuestros días corresponden a las fechas de fundación que pro-
porcionan las crónicas; sin embargo, se tiene evidencia para
afirmar que muchos de ellos fueron reconstruidos en la segunda
mitad o a finales del siglo xvi, lo que nos lleva a hacer algunas
precisiones.2 Aunque parece contradictorio, en los primeros
años de la evangelización, cuando la población del occidente de
la Nueva España era de millones de indios, se construyeron un
puñado de capillas y conventos sumamente modestos, mientras
que a fines del mismo siglo, cuando la población había men-
guado de manera significativa, se levantaron la mayoría de los
conventos, más sólidos y mejor construidos; otro puñado de
edificios se erigieron en el siguiente siglo o incluso en el xviii.
Respecto a la actividad constructiva y funcionamiento de
los conventos y demás edificios religiosos administrados por los
franciscanos en la Nueva España se ha escrito muy poco y sólo
unos cuantos autores se han atrevido a establecer una periodiza-
ción de este fenómeno durante el virreinato. George Kubler dice
que la erección de conventos durante el siglo xvi, refiriéndose a
todas las órdenes mendicantes, se dio básicamente en dos etapas.
A la primera la llama preconventual y, la fija de 1524 a 1546; a
la segunda la nombra conventual y la ubica de 1546 a finales del
siglo xvi, con una actividad constructiva importante en los años
setenta.3 Kubler no aborda el resto del periodo virreinal, como sí
lo hace Carlos Chanfón, quien propone cuatro etapas más en la
formación y funcionamiento de los conventos novohispanos:
la primera la fija durante todo el siglo xvi y la llama provisional
o de prestado; la segunda la establece entre los siglos xvi y xvii
cuando, dice, se dio un crecimiento y producción conventual; la

2 En las crónicas franciscanas es común hablar de conventos para referirse por
igual a un convento pequeño que a un conjunto conventual compuesto por el
convento propiamente dicho, el templo, patio (atrio), capillas posas y demás
elementos constructivos.
3 Kubler, Arquitectura mexicana, p. 304.
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tercera la sitúa en los siglos xvii y xviii, en los cuales considera


que se puede observar una transformación en los espacios; la
cuarta y última la ubica en el siglo xix, cuando se experimen-
ta una reducción y pérdida espacial de los edificios.4 Las etapas
que presenta Chanfón, al igual que las de Kubler, no se refieren
específicamente a la provincia de Michoacán ni a la orden fran-
ciscana, que en este caso es la de nuestro interés.
Basado en las crónicas franciscanas, bibliografía especializa-
da, documentos de archivo y en la observación de los vestigios
materiales producidos por encargo de los franciscanos en la pro-
vincia de Michoacán, se proponen en este trabajo cinco etapas en
la historia de los conventos de la provincia de San Pedro y San
Pablo de Michoacán, durante la época virreinal, que correspon-
den también al proceso de evangelización, adoctrinamiento y
administración de la provincia franciscana. Aunque cada uno de
los conventos tuvo sus particularidades, se pretende identificar
procesos generales con situaciones que compartían, lo que pue-
de ofrecer un panorama general sobre el surgimiento, desarrollo
y colapso de la vida de los mismos, y que sirva como base para
estudios posteriores.

etapa 1. incursión o penetración, 1525-1540

La primera etapa en el proceso de evangelización, adoctrina-


miento y actividad constructiva de conventos y capillas de
visita en el occidente de la Nueva España, que después se con-
vertiría en la provincia de los Santos Apóstoles de San Pedro y
San Pablo de Michoacán, la hemos delimitado desde la llegada
de los primeros franciscanos a Tzintzuntzan hasta inicios de
1540. Durante este periodo se dieron los primeros pasos para ir
sembrando entre los pueblos de la ribera del lago de Pátzcuaro
las primeras capillas y conventos primitivos que servirían más

4 Chanfón (coord.), Historia de la arquitectura, vol. ii, t. II.


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tarde como puntos de irradiación de la religión católica hacia


otros asentamientos de la sierra central de Michoacán y poste-
riormente hacia todas direcciones.
Fue en 1524 cuando llegaron los llamados “doce primeros”
franciscanos y comenzaron su labor en los pueblos del Valle de
México, Texcoco, Huejotzingo y Tlaxcala, que se convirtieron
en los primeros centros de cristianización, ya que desde cada
uno de estos puntos se salía a dar atención a los habitantes de los
poblados cercanos. Teniendo todos los permisos y comisiones,
en 1525 se fundó la custodia del Santo Evangelio, dependiente
de la provincia española de San Gabriel, en Extremadura, la cual
abarcaba prácticamente toda la Nueva España. Desde ese año,
hasta 1536, la provincia de Michoacán estuvo sujeta a la custo-
dia recién fundada y era administrada desde el convento de San
Francisco de la ciudad de México.5
A finales de 1525 llegó fray Martín de Jesús a Tzintzuntzan,
acompañado de fray Antonio Ortiz y fray Andrés de Córdoba,
quienes encontraron una gran población nativa con la que em-
pezar a trabajar en la conversión.6 Ahí lo primero que hizo fray
Martín fue entrevistarse con el Tzintzicha Tangáxoan II –quien
ya había sido bautizado en la ciudad de México con el nombre
cristiano de Francisco– para pedirle un lugar en dónde edificar
una casa y una iglesia. El líder tarasco hospedó a los frailes en
su propio palacio y dio órdenes para que se comenzara la obra
solicitada por el ministro: “[…] y con el trabajo de los indios
de Tzintzuntzan construyeron una iglesia de madera y un mo-
nasterio de adobe con celdas techadas de paja, acordes con el
ideal franciscano de pobreza. Así se fundó el primer convento

5 Espinosa, Crónica de la provincia, p. 99; Beaumont, Crónica de Michoacán,

t. II, p. 349; Wright, Los franciscanos y su labor, p. 17.


6 Warren, La conquista de Michoacán, p. 112.
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de Michoacán, con su respectiva capilla, bajo la advocación de


Santa Ana.7
Desde entonces, esta sede se convirtió en el centro de irradia-
ción de la evangelización en un amplio territorio que tenía, según
Espinosa, 360 leguas de longitud y 150 de latitud. La mayoría de
capillas o ermitas que funcionaban como visitas –también llama-
das misiones, al pertenecer a una custodia que dependía de una
provincia– eran avanzadas para ponerse en contacto y predicar
entre poblaciones que jamás habían oído sobre el Evangelio.
Muchas de ellas podían estar lejos de la sede de la custodia y ser
de distintas etnias, algunas nómadas o seminómadas. Las visitas
o misiones podían ser de tres tipos básicamente: de ocupación,
de penetración y de enlace. Las de ocupación formaban una
estrecha red de visitas alrededor de un convento, que era de
mayor jerarquía; las de penetración eran conventos –en algu-
nas crónicas son llamados “casas”– en zonas alejadas, de difícil
acceso o clima hostil; las de enlace eran una serie de conventos y
capillas que, en lugar de estar alrededor de un convento de ma-
yor jerarquía, formaban parte de una línea más o menos directa
que ligaba a un grupo y que unía a varios pueblos en una ruta.8
Siendo aún dependientes de la custodia del Santo Evangelio,
las capillas de visita y los conventos franciscanos de Michoacán,
encabezados por el primitivo convento franciscano de Tzin­
tzun­tzan, comenzaron a multiplicarse y formar una red misional
alrededor del lago de Pátzcuaro: en Cocupao –actual Quiroga–,
Santa Fe de la Laguna, San Jerónimo Purenchécuaro, San An-
drés Tziróndaro, Erongarícuaro y Pátzcuaro; después en Urua-
pan, Zacapu, Acámbaro, Zinapécuaro, Charo y Ucareo –estos
dos últimos más tarde fueron administrados por los agustinos–,

7 Alcalá, La Relación de Michoacán, p. 264; Ramírez, La catedral de Vasco,

p. 440.
8 Ricard, La conquista espiritual, p. 160.
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así como los conventos del actual estado de Jalisco: Etzatlán y


Zapotlán, entre otras capillas de visita difíciles de precisar.9
Cuando los religiosos llegaban a los pueblos colocaban cru-
ces en los cerros más eminentes, en las plazas, en los barrios y
en todas las casas, con las que “ahuyentaban los demonios”10
y se instalaban en los más importantes lugares de adoración o
de gobierno para abatir el paganismo de esos sitios y organizar
su trabajo apostólico. El corazón de cada poblado era el tem-
plo, comúnmente edificado en la parte más alta, con su altar
mayor colocado al oriente, mientras el convento se alzaba casi
siempre en el costado sur del templo.11
Los primeros conventos y capillas eran construidos por los
indios de cada pueblo con algunas indicaciones de los frailes,
utilizando los materiales y sistemas constructivos de la re-
gión: principalmente muros de adobe o piedra, cimientos de
piedra, cubiertas de madera y paja, pisos de piedra y madera,
y en algunos casos las puertas y ventanas eran enmarcados con
elementos de cantería; en la región de la Tierra Caliente los ma-
teriales de origen vegetal eran los más empleados. Todos los
edificios eran sencillos, pequeños, con espacio suficiente para
cubrir al sacerdote de las inclemencias del tiempo y que pudiese
celebrar misas y bautizar a los indios.12 De aquellos edificios
primitivos prácticamente no queda nada.
Ciertamente, el problema básico en los primeros años de
la evangelización de la Nueva España era el reducido número
de religiosos frente a la gran cantidad de pueblos que tenían
9  “Para erigir una custodia autónoma […] se requieren al menos 25 hermanos
profesos solemnes y 4 guardianías y la fundada esperanza del incremento de
la orden.” Estatutos generales de la Orden de Frailes Menores, artículo 116-2.
Alcalá, La Relación de Michoacán, p. 264.
10 Espinosa, Crónica de la provincia, p. 81.
11 Ricard, La conquista espiritual, p. 264.
12  Al hablar de los recintos religiosos las crónicas mencionan iglesias, capillas,

porciúnculas, ermitas, casas, conventicos, conventos o monasterios, algunas


veces refiriéndose a lo mismo.
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que atender. No obstante, ocho o nueve meses después de los


llamados “primeros doce”, vinieron a ayudarles en la segunda
barcada fray Antonio Maldonado, fray Antonio Ortiz, fray
Antonio de Herrera, fray Diego de Almonte y unos cuantos de
la provincia de San Gabriel, quienes, junto con fray Martín
de Jesús, fueron las columnas de la cristiandad en Michoacán.13
En el año 1527 llegó otra misión a la Nueva España, parte de la
cual pasó a Michoacán.14 Dos años después, en 1529, arribaron
a tierras michoacanas fray Juan de San Miguel, fray Jerónimo
de Alcalá, fray Miguel de Bolonia, fray Juan de Padilla y varios
franciscanos más.15 Todos ellos, según La Rea, “comenzaron a
levantar los estandartes de la fe y a batir los de la idolatría, que
tan radicados estaban, destruyendo los templos de sus dioses y
erigiendo la primera iglesia, en que se colocó la verdadera ima-
gen de Dios nuestro Señor”.16
Los doctrineros tuvieron libertad para moverse en distintas
direcciones, pero debían tomar en cuenta el clima, el personal del
que podían disponer, los recursos financieros, la manera de re-
accionar de los indios y el consentimiento de la corona –aunque
rara vez se pedía su autorización de manera directa–.17 Además,
para evitar una acogida hostil, antes del primer arribo de los
misioneros a cualquier poblado, enviaban a un mensajero intér-
prete a dar aviso a las autoridades para su aprobación y para que
tuvieran a bien recibirlos.
Las rutas de evangelización que utilizaron los religiosos se
basaban en los acuerdos fijados en los capítulos provinciales,
dando prioridad a los pueblos más numerosos o de cierta impor-
tancia y, posteriormente, a todos aquellos a donde no hubiese

13 Espinosa, Crónica de la provincia, p. 77; Mendieta, Historia eclesiástica


indiana, p. 401.
14 Espinosa, Crónica de la provincia, p. 81.
15 Alcalá, La Relación de Michoacán, p. 246.
16 La Rea, Crónica de la orden, p. 83.
17 Ricard, La conquista espiritual, pp. 146 y 162.
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llegado “la palabra de Dios”. Los caminos que utilizaban para


trasladarse de un pueblo a otro solían ser los preexistentes, es de-
cir, se aprovecharon los caminos que los guías nativos conocían
y que podían ser difíciles de transitar; en algunos casos el camino
entre pueblo y pueblo era a través de montes, barrancas o lagos.
Aun siguiendo los caminos conocidos, algunos de los religiosos
llegaban a morir por las difíciles jornadas que realizaban, la mala
alimentación que tenían, los peligros que enfrentaban en la natu-
raleza y los ataques de los indígenas de algunas áreas geográficas
–por ejemplo, en la Gran Chichimeca.
En los siguientes diez años después de la llegada de fray
Martín de Jesús, los franciscanos habían recorrido casi toda
la sierra central de Michoacán. Sin embargo, no habían tenido la
oportunidad de fundar nuevos conventos y apenas salían a ofi-
ciar misa una vez a la semana desde Tzintzuntzan, por lo que se
requería del arribo de más religiosos.18 Al irse multiplicando el
número de frailes y consolidando su labor, fue necesario ampliar
y levantar sus templos y conventos de materia más sólida y per-
manente.19 Con esta multiplicación de edificios se fue tejiendo
una red misional que hacía más cercano el contacto con las po-
blaciones de indios y por tanto se tenía un mejor control de las
mismas, no sólo por los religiosos sino por el gobierno español.
El aumento en el número de conventos y ministros religiosos
en Michoacán y Jalisco permitió que un territorio amplio al oc-
cidente de la Nueva España fuera elevado a custodia, al mismo
tiempo que la custodia del Santo Evangelio adquirió la categoría
de provincia. De manera oficial, en la bula del 11 de agosto de
1536, el papa Paulo III erigió la diócesis de Michoacán y la cus-
todia de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo de Michoa-
cán y Jalisco.20 A partir de entonces, la custodia de Michoacán
18 León, Los orígenes del clero, p. 68.
19 Espinosa, Crónica de la provincia, pp. 89-90; Mendieta, Historia eclesiás-

tica, pp. 255-256.


20 Bravo, Historia sucinta de Michoacán, p. 175.
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tuvo jurisdicción propia, pero en los asuntos de relevancia seguía


dependiendo de la provincia del Santo Evangelio de México. Su
jurisdicción abarcaba el actual estado de Michoacán, Jalisco, Na-
yarit, Colima, Guanajuato, Querétaro y parte de Guerrero,
mientras que hacia el norte, la frontera se encontraba abierta
hacia Sinaloa, Zacatecas, Durango, Nuevo León, una fracción de
San Luis Potosí y Tamaulipas. Según Espinosa, su extensión era
de 360 leguas de longitud por 150 de latitud –aproximadamente
2 005.9 km × 835.9 km–; un territorio demasiado amplio para el
número de predicadores disponibles.21
Por este tiempo, la sede de la custodia seguía siendo el con-
vento de la recién nombrada ciudad de Tzintzuntzan, el único
de Michoacán que, representado por los frailes residentes en él,
tenía voz y voto en las reuniones capitulares que se efectuaban
en el convento franciscano de México, al tener la categoría de
guardianía, en la que residían al menos cuatro religiosos, siendo
nombrado fray Martín de Jesús el primer custodio. Para en-
tonces, se había levantado un nuevo templo y convento a poca
distancia de las construcciones originales.22
El 20 de septiembre de 1537, obedeciendo a una cédula real,
el virrey Antonio de Mendoza asignó a la ciudad de Tzint-
zuntzan, o “ciudad de Michoacán”, como sede catedralicia.23
Al no aceptar fray Luis de Fuensalida el cargo de obispo de la
diócesis de Michoacán, se le confirió tal responsabilidad a don
Vasco de Quiroga, quien recibió la bula en la ciudad de México
a principios de 1538 e hizo formalmente la toma de posesión el
6 de agosto, en la capilla de Santa Ana.24 Es bien conocido que
en poco tiempo el obispo mudó la sede diocesana a Pátzcuaro,
que por entonces era barrio de Tzintzuntzan, y se llevó consigo
a los sacerdotes, autoridades civiles y una parte de la población
21 Espinosa, Crónica de la provincia, p. 111.
22 Warren, La conquista de Michoacán, p. 77.
23  Boletín eclesiástico del Arzobispado de Michoacán, 5 (1897), p. 15.
24 Martínez, “Los inicios de la evangelización”, p. 100.
608 José Manuel Martínez Aguilar

de la antigua capital michoacana.25 Por estas fechas es cuando se


fundan el convento de San Francisco de Pátzcuaro y el hospital
de indios de la misma orden.

etapa 2. expansión, 1540-1570

Ya que la población nativa se encontraba de por sí dispersa


por todo el occidente de la Nueva España, la disminución de
habitantes, resultado de las constantes epidemias, había dejado
numerosos asentamientos con poca población o totalmente des-
habitados. Ante esta situación, la corona española y los religio-
sos se dieron cuenta de la dificultad para recaudar los tributos y
adoctrinar a los neófitos de manera efectiva, por lo que se vieron
en la necesidad de concentrarlos –congregarlos o reducirlos– en
pueblos trazados ex profeso. Fue así que desde la década de
1530 los franciscanos llevaron a cabo una serie de congrega-
ciones de población en Michoacán,26 mismas que sirvieron de
referencia para otras concentraciones ordenadas por el virrey
Velasco a partir de 1559, con la indicación de que éstas se hicie-
ran “[…] en traza cerca de las iglesias y monasterios […] para
que vivan en policía cristiana, sin quitarles sus usos y costumbres
[…] porque es cierto que, como estaban dispersos por montes,
sierras y barran­cas, no se podía tener cuenta con el patrimonio
de Jesucristo ni con el de vuestra majestad”.27
En relación con la manera como los franciscanos realizaban
las fundaciones, Espinosa señala el siguiente procedimiento:
“[…] luego que los tenía congregados, se iniciaba el trazo de
calles, plazas y edificios administrativos y la repartición de los
lotes; dejando el convento como punto de partida hacia los cua-
tro puntos cardinales”. Después “los instruían en el modo que

25 Warren, La conquista de Michoacán, p. 116.


26 Salazar,“Ordenamiento espacial del territorio”, p. 169.
27  Gerhard, Geografía histórica, p. 27.
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habían de observar en su gobierno, componiendo sus repúblicas


y trayendo maestros de todos los oficios para que los aprendie-
sen y así salieron los tarascos tan grandes oficiales”.28 Debido
a estas congregaciones, un número indeterminado de pueblos
fueron eliminados; y para evitar que los congregados regresaran
a sus lugares de origen, los templos, ermitas y conventos de los
pueblos abandonados eran demolidos y las casas quemadas.29
De acuerdo a estas indicaciones, la mayoría de congragaciones
implicaron la demolición de los templos, capillas y conventos
primitivos y la construcción de edificaciones más sólidas, alre-
dedor de las cuales se distribuían las casas, edificios y ­espacios
públicos. Cuando los frailes llegaban por primera vez a pobla-
dos con un número considerable de indios tomaban posesión
del lugar haciendo el ritual de fundación, con la consagración de
un espacio, la colocación de una cruz y la erección de un sencillo
cobertizo a manera de capilla, en tanto se construían edificios
más duraderos.
No obstante la minuciosa organización de los frailes, con
frecuencia surgían quejas por parte de las autoridades reales y
diocesanas respecto a que los mendicantes elegían los sitios con
mejor clima y construían conventos muy cercanos unos de otros
para su mayor comodidad.30 El mismo rey de España emitió una
cédula al comisario de la orden de San Francisco de la Nueva
España el 23 de agosto de 1538, en la que lo exhortaba a evitar
la construcción de conventos en partes no convenientes o muy
cercanos con los de otras órdenes o de la suya propia, “para
evitar conflictos y que algunas regiones queden sin ministros
por concentrarse tantos religiosos en un territorio pequeño”.31
Un claro ejemplo es el desacuerdo que expresó el obispo Vas-
co de Quiroga acerca de que se construyera el convento de
28 Espinosa,Crónica de la provincia, p. 125.
29 Castro, Los tarascos y el imperio, p. 86.
30 Ricard, La conquista espiritual, p. 161.
31 Becerril y Cerda (comp.), Catálogo de documentos, p. 55.
610 José Manuel Martínez Aguilar

Erongarícuaro, al considerar que era innecesario porque en las


cercanías ya existían el de Pátzcuaro y el de Tzintzuntzan.32 El
rey Felipe II también se manifestó en el mismo tenor en 1561,
asegurando que se ponía poco cuidado a “los monasterios que
se hacen, se edifican muy cerca unos de otros, porque tienen
fin a poblar en lo bueno, rico y fresco y cerca de esa ciudad de
México, y se dejan veinte y treinta leguas los indios sin doctrina,
por no querer los religiosos poblar en tierras fragosas y calientes
y pobres”, así que mandó que los conventos distaran al menos
seis leguas unos de otros –alrededor de 34 kilómetros–.33
Aunque es verdad que la mayoría de los religiosos se concen-
traban en zonas templadas, también incursionaron en la Tierra
Caliente, la costa y hacia el norte del río Lerma, donde, según
Espinosa, predicaron a muchas bárbaras naciones, bautizando
numerosos indios gentiles, como lo hicieron fray Francisco de
Facuencia,34 fray Juan de San Miguel y fray Jacobo Daciano,
entre otros.35 En estas regiones les fue más difícil la penetración
que en aquellas que habían pertenecido al señorío tarasco, pues
las hostilidades de los naturales estaban siempre latentes. Hacia
el norte, los llamados “chichimecas” les dieron constantes pro-
blemas durante toda la segunda mitad del siglo xvi; y cuando se
logró penetrar, por su lejanía con el centro de evangelización, las
visitas eran intermitentes, lo que hizo que el proceso fuera más
lento y complicado.
Respecto a los tipos de conventos, existían básicamente
tres bien determinados: las guardianías, que eran conventos a
cargo de un guardián, levantados en cabeceras territoriales de
antecedente indígena o en poblados de cierta importancia; en

32  En su estancia en España, a mediados del siglo xvi, consiguió una cédula


real, con fecha de 1555, para que no se continuara la construcción de este con-
vento. Beaumont, Crónica de Michoacán, t. II, p. 306.
33 Ricard, La conquista espiritual, pp. 160-161.
34 Espinosa, Crónica de la provincia, p. 95.
35 Escobar, Americana Thebaida, pp. 60-61.
FORMACIÓN Y USOS DE LOS CONVENTOS 611

ellos residían de cuatro a seis frailes –o más cuando los conven-


tos albergaban estudios o noviciado–; desde ahí se organizaba
un territorio denominado doctrina o convento-doctrina. Sus
funciones eran la evangelización de la población autóctona,
la vida conventual de la comunidad religiosa, la asistencia a la
población y a la congregación conventual, entre otras. De las
guardianías dependían las vicarías o asistencias, que ayudaban
a las primeras y, consecuentemente, las visitas o misiones, que
eran pequeños asentamientos con su capilla y casa, que no tenían
la residencia permanente de un fraile, sino que eran visitadas
esporádicamente por un religioso misionero para celebrar misas,
adoctrinar y administrar los sacramentos.36
Los misioneros permanecían corto tiempo en los lugares
que iban reconociendo, lo suficiente para bautizar a la gente,
hablar por medio de los intérpretes con los principales, descan-
sar y tomar algún alimento antes de continuar su labor. Una de
las claves del éxito de los evangelizadores en la consolidación
de sus doctrinas fue el apoyo de los propios indígenas que se
encargaban de procurar que se llevaran a efecto las indicacio-
nes de los frailes, tanto respecto a la construcción de edificios
como a las obligaciones de la vida cristiana. Cuando el fraile se
ausentaba dejaba en su lugar a indios fiscales, buenos cristianos,
que celasen la asistencia a la doctrina y que velasen el mantener
las buenas costumbres.37 Aun así, las ausencias de los religiosos
podían ser prolongadas, por lo que muchas veces fueron inter-
pretadas como abandono de los indios, y algunas fundaciones
como Charo, Ucareo, Cuitzeo y Yuririapúndiro, que habían
sido visitas franciscanas, fueran retomadas por los agustinos,
mientras que Tlazazalca, Chilchota y Jacona pasaron al clero
diocesano.38

36 Paso y Troncoso (recop.), Epistolario de la Nueva España, p. 166.


37 Espinosa,Crónica de la provincia, p. 170.
38 Chauvet, Los franciscanos en México, p. 54.
612 José Manuel Martínez Aguilar

En referencia a quiénes fabricaban los edificios religiosos,


se sabe que, a diferencia de otras órdenes que solían traer de
Europa alarifes, artesanos, carpinteros, canteros y pintores
para que dirigieran determinadas obras en la Nueva España
o para que enseñaran a los nativos los distintos oficios, los fran-
ciscanos se enorgullecían de levantar sus propios edificios con
la única ayuda de los indios. La limitada experiencia y poca su-
pervisión de los religiosos, combinado con el desconocimiento
de los nativos de ciertos sistemas constructivos, herramientas y
fundamentos de la arquitectura europea, no siempre tuvo bue-
nos resultados. Por esta razón, no era raro que algunas edifica-
ciones tuvieran deficiencias constructivas y que el rey solicitara
enviar a dos o tres buenos oficiales para que anduvieran “por
todas la tierra viendo obras y enmendando muchos defectos”.39
Con las disposiciones congregacionales se comenzó a organi-
zar a los indios para que se encargaran de construir sus propias
casas y luego trabajaban en la construcción de capillas, templos,
conventos, hospitales, edificios de gobierno y cárceles, de acuer-
do a sus recursos y capacidades,40 pero también de acuerdo a sus
aspiraciones, es decir, una población numerosa no representaba
necesariamente una construcción más amplia o vistosa, y en oca-
siones pueblos pequeños competían para que su iglesia, capilla o
convento fuera mejor o más grande que el del pueblo vecino.41
A pesar de los inconvenientes antes referidos, los conventos y
capillas en este periodo estaban mejor construidos que en los
primeros años de la conquista espiritual, pero no dejaban de
tener una “traza humilde y moderada”.42
Una vez que se conformó una cadena de conventos mejor
construidos alrededor del lago de Pátzcuaro, los francisca-
nos comenzaron a fundar otros en varios pueblos de la sierra
39 Zavala, El servicio personal de los indios, p. 509.
40 Gerhard, “Congregaciones de indios”, p. 366.
41 Ricard, La conquista espiritual, p. 279.
42 Cuevas, Historia de la Iglesia en México, t. II, p. 186.
FORMACIÓN Y USOS DE LOS CONVENTOS 613

central de Michoacán y Jalisco, unas pocas visitas en la Tierra


Caliente y se comenzó a incursionar hacia el norte del río Lerma.
Hay que recordar que con el descubrimiento de las minas de
Zacatecas, en septiembre de 1546, se comenzó a poblar el norte
de la Nueva España y en varios de los asentamientos existentes
se levantaron conventos. De esta manera, se fundaron conven-
tos en Chamacuero –1565–, Querétaro –1567– y Celaya –1570–,
mientras que los de Acámbaro y San Miguel el Grande, que eran
visitas, se convirtieron en guardianías hacia 1543.
Datos proporcionados por Carrillo Cázares indican que para
1559 sólo se habían construido en la provincia michoacana los
conventos de Acámbaro, Colima, Erongarícuaro, Peribán, Tan-
cítaro, Tarecuato, Tarímbaro, Taximaroa, Tuxpan, Tzintzunzan,
Uruapan, Jiquilpan, Zapotlán y Zinapécuaro43 –no menciona
conventos como los de Valladolid o Zacapu, que otros consi-
deran anteriores a esa fecha–, mientras que en la parte de Jalisco
existían unos 16 conventos.44 Las fechas exactas de la fundación
de estos conventos y los que les siguieron son difíciles de precisar
porque en la mayoría de los casos no existen los registros de di-
chos acontecimientos, ni siquiera en los archivos franciscanos, y
las crónicas se contradicen o son difíciles de corroborar, por ejem-
plo, las que da el cronista Tello para la parte de Jalisco.45 Por su
parte, Espinosa presenta una lista de los conventos fundados en
Michoacán y Jalisco, pero no ofrece fechas para la mayoría.46

43 Carrillo, Michoacán en el otoño del siglo xvii, p. 80.


44 Tello, Crónica miscelánea.
45 Tello, Crónica miscelánea, p. 246.
46  1.  Santa Ana de Tzintzuntzan, 2.  San Buenaventura de Valladolid,

3. Santiago de Querétaro, 4. Concepción de Celaya, 5. San Francisco de


Pátzcuaro, 6. San Felipe, 7. Zinapécuaro, 8. Asunción de María Santísima
de Erongarícuaro, 9. San Jerónimo Purenchécuaro, 10. San José Taximaroa,
11. Acámbaro, 12. Santa Ana Zacapu, 13. Uruapan, 14. Peribán, 15. Tan-
cítaro, 16. Tarecuato, 17. San Juan Bautista Zitácuaro, 18. San Francisco
Jiquilpan, 19. Apaseo, 20. San Francisco Tarímbaro y 21. San Pedro To-
limán. En Jalisco: 1. San Francisco Guadalajara, 2. San Francisco Colima,
614 José Manuel Martínez Aguilar

Por otro lado, para los religiosos, la importancia de los con-


ventos estaba más relacionada con su funcionamiento que con
su tamaño o materiales de construcción. Si bien, para que un
convento pudiera tener funciones importantes, como ser casa
capitular, se requería que tuviera los espacios adecuados, en los
inicios de la evangelización de ciertas áreas geográficas había
conventos que tenían amplia jerarquía en varias leguas a su alre-
dedor, a pesar de ser una construcción primitiva.
Al formarse la provincia franciscana de los Santos Apóstoles
de San Pedro y San Pablo de Michoacán y Jalisco en 1565, inde-
pendiente de la del Santo Evangelio, los hermanos menores de
San Francisco se habían fortalecido y habían superado muchos
de los obstáculos encontrados en los primeros años de la evan-
gelización. A partir de este año, Tzintzuntzan cedía la cabeza
de la provincia franciscana al convento de Buenaventura de
Valladolid, que también iniciaba una nueva etapa en la historia
de Michoacán, al obtener la silla episcopal, que por su muerte
había dejado vacante el primer obispo de Michoacán, don Vasco
de Quiroga.47
Entonces, la provincia de San Pedro y San Pablo estaba
fundada en dos obispados: el de Michoacán y el de Jalisco –y a
partir de 1584 en un arzobispado: el de México, al que pertenecía
Querétaro–. Dicha provincia tenía, según Ciudad Real, 120

3. Purísima Concepción de Etzatlán, 4. N. Patriarca Seráfico de Ahuacatlán,


5. San Francisco Juchipila, 6. Asunción de Zapotlán, 7. San Juan Bautista
Tuxpan, 8. Transfiguración de Autlán, 9. Santa María Magdalena de Zapo-
titlán, 10. San Francisco de Sayula, 11. San Francisco de Zacoalco, 12. San
Sebastián Techalutla, 13. San Francisco Amacueca, 14. San Juan Evangelista
Atoyac, 15. San Miguel Teoquitlán, 16. San Andrés Ajijic, 17. San Francis-
co Chapala, 18. Santos Apóstoles de San Pedro y San Pablo de Poncitlán,
19. Arcángel San Miguel Cocula, 20. San Antonio Tlajomulco, 21. San Fran-
cisco Teul, 22. Concepción Purísima de la Virgen María de Jala (Jala), 23. San
Juan Bautista de Jalisco, 24. San Francisco Zanticpac, 25. San Francisco
Guaynamota y 26. Sinaloa. Espinosa, Crónica de la provincia, pp. 240 y 246.
47 Espinosa, Crónica de la provincia, pp. 230 y 231.
FORMACIÓN Y USOS DE LOS CONVENTOS 615

leguas de oriente a poniente y pocas –no dice cuántas– de norte


a sur,48 abarcando el mismo territorio que tenía la custodia. El
número de conventos que tenía la provincia de Michoacán al
momento de su formación, en donde se administraban los sa-
cramentos y enseñaban la doctrina, era de 22, con un total de 33
sacerdotes.49 Ciudad Real dice que para ese momento Jalisco se
había quedado con 22 conventos y Michoacán con 23. En total
sumaban 125 frailes, de los cuales 78 se encontraban en Michoa-
cán y 57 en Jalisco, después que suprimió tres presidencias en
Jalisco.50

etapa 3. reconstrucción, 1570-1650

La tercera etapa, de “reconstrucción”, la fijamos de 1570 a 1650.


En este periodo se construyeron algunos conventos nuevos,
mientras que la mayoría de los que ya existían se ampliaron o
reconstruyeron con materiales menos perecederos. Práctica-
mente todos los conventos que adquirieron mayor jerarquía en
la provincia se encontraban en ciudades o villas con importante
población española, ubicados al norte del río Lerma; preci-
samente en estos centros de población, donde la economía se
estaba fortaleciendo gracias a la producción minera, agrícola y
ganadera, se destinaban mayores recursos para la fábrica mate-
rial de los edificios de regulares y seculares.
Un informe que puede dar una idea de la situación construc-
tiva de los conventos en el último cuarto del siglo xvi es el que se
emitió después de la visita del comisario general de la orden, fray
Alonso Ponce, a la provincia de Michoacán entre 1585 y 1587.
Se puede notar que de los 48 conventos que se describen 11 es-
taban en proceso, otros 11 eran de cal y canto, siendo la mayoría

48 Ciudad Real, Tratado curioso y docto, p. 64.


49 Morales,“Los franciscanos en la Nueva España”, p. 76.
50 Ciudad Real, Tratado curioso, vol. 2, p. 64.
616 José Manuel Martínez Aguilar

de adobe, madera y paja. Únicamente el de Tzintzuntzan es


calificado como bueno, acabado y con retablo vistoso; también
es el único que, según dicho informe, tenía gran vecindad de
tarascos. Asimismo, se destaca el de Querétaro, que es descrito
como amplio, donde hay mucha vecindad de otomíes; la igle-
sia de Tlajomulco es calificada como capaz; los conventos de
Acámbaro, Tancítaro y Sayula son clasificados como medianos
y 22 más como pequeños. A pesar de que el de Tzintzuntzan
era de los más grandes y con mayor población de la provincia,
para esos momentos tenía solamente 2 religiosos, al igual que
31 conventos más, en tanto que otros contaban con 1, 3, 4 –Ce-
laya, Uruapan y Tarecuato–, 5 –Querétaro–, 6 –Valladolid–,
7 –Acámbaro–, y hasta 16 –Guadalajara–.51 Las razones por
las que varios conventos llegaban a albergar tal cantidad de
religiosos tenían que ver con el número de visitas que atendían
y las actividades que se desarrollaban en ellos, como estudios y
noviciados.
Con las descripciones de Ponce se puede notar que en las úl-
timas décadas del siglo xvi la mayoría de los conventos eran de
materiales perecederos, pequeños o en proceso de construcción.
Estas últimas se estaban levantando con muros de adobe o cali-
canto, es decir, se ponía mayor empeño en su fábrica. En el caso
de Valladolid, se estaba haciendo uno fuerte, de calicanto, mismo
que se concluyó hasta 1626, con su templo. De los 48 conventos
descritos en el informe de Ponce –o 49 contando a San Andrés
Tziróndaro, del que sólo se dice que se estaba haciendo–, 24 se
situaban en Michoacán y 24 en Jalisco; eran atendidos por 130
religiosos en total, de los cuales 67 pertenecían a Michoacán y
63 a Jalisco.
Una crónica dice que para 1585 se contabilizaban 46 conven-
tos y el número de religiosos ascendía a 214, incluyendo coristas,

51 Ciudad Real, Tratado curioso, vol. 2.


FORMACIÓN Y USOS DE LOS CONVENTOS 617

legos y novicios.52 Unos años después, la cantidad de conventos


había aumentado a 54 y en poco tiempo se había llegado a la
cifra de 70,53 incluyendo asistencias y vicarías,54 por lo que se
reconocía a ésta como la provincia franciscana más numerosa
en conventos y en religiosos regulares de todos los territorios
sujetos a España, después de la del Santo Evangelio.55
Para el último cuarto del siglo xvi, la mayoría eran construc-
ciones de mala calidad, como lo afirmó fray Miguel López –en
algún momento entre 1585 a 1588–:56

[…] los conventos de su orden, de la provincia de Michoacán, están


cubiertos de paja y las paredes son de adobes, a cuya causa es en
ellos con indecencia y peligro el SSmo. Sacramento, suplicándome
atento a ello y su necesidad y que algunos de los dichos conventos
están en fronteras de indios de guerra y a riesgo de quemarse como
algunas veces ha sucedido con rayos que han caído en ellos, man-
dase se hiciesen de buen edificio […].57

52 Espinosa, Crónica de la provincia, p. 243.


53 Mendieta, Historia eclesiástica, p. 377.
54  En algunos documentos oficiales de la orden se habla de vicarías, presiden-

cias o asistencias como la misma cosa. En otros están separados. La asistencia


auxiliaba a un convento en específico, mientras que las vicarías o presidencias
eran conventos de menor jerarquía que las guardianías pero que tenían una
jurisdicción propia, similar a la que tenían las guardianías.
55  Espinosa dice que para 1586 había 21 en Michoacán y 26 en Jalisco, mientras

que Mendieta apunta que a finales del siglo xvi había 54 conventos franciscanos
en Michoacán y Nueva Galicia. Espinosa, Crónica de la provincia, pp. 100,
335, 240 y 246. Mendieta, Historia eclesiástica, p. 377.
56  El convento de Erongarícuaro, por ejemplo, se estaba construyendo, pues

antes era “una casa de paja no decente para poder vivir”, por lo que el virrey
Gastón de Peralta ordenó en 1567 continuar la obra. AGN, T, vol. 2737, exp.
19, 5 fs. Que Juan del Hierro, alcalde mayor de Mechuacan informe sobre lo
que piden los de Erongarícuaro, 1565. Paredes et al., Michoacán en el siglo xvi,
pp. 286-388. Hernández, “El convento de Nuestra Señora”, p. 75.
57  BNM, F, c. 52, 3404, fs. 10-12. Informe del venerable definitorio de la pro-

vincia de San Pedro y San Pablo de Michoacán, sobre el número de conventos


cabeceras y religiosos que residen en ellos, Querétaro, 19 de junio de 1696.
618 José Manuel Martínez Aguilar

A finales del siglo xvi muchos se reconstruyeron con materia-


les más sólidos, pero con la austeridad que distinguía a la orden.
Al respecto, el rey Felipe II había ordenado en 1594 lo siguiente:

Os mando proveáis que los conventos de la dicha orden de San


Francisco de dicha provincia de Michoacán se hagan como conven-
ga teniendo cuenta de que sean humildes y no haya en ellos superfi-
cialidad y que la costa se reparta en esta manera: que en los pueblos
que exhibieren en mi corona se hagan de mi hacienda ayudando a la
obra los indios de los tales pueblos y en los pueblos encomendados
a personas particulares a mi costa y del encomendero y también
ayuden los indios de los pueblos encomendados y tenéis de ellos
el cuidado que conviene advirtiendo que en un pueblo ni en la co-
marca del no se haga más de un monasterio de la dicha orden que
por esta mi cedula mando a los mis oficiales esa tierra que lo de mi
hacienda se hubiere de pagar para el dicho edificio y conforme a lo
sobredicho lo paguen luego y avisameis de lo que en ello se hiciere.
Hecha en Madrid a siete de febrero de mil quinientos y noventa y
cuatro.58

Teniendo esta disposición real, el virrey de la Nueva España,


don Luis de Velasco, ordenó un año después que:

Se hagan los conventos de la orden de San Francisco de la provin-


cia de Michoacán como convenga de manera que estén decentes
y acomodados y de segura acotación para cuyo cumplimiento es
acordado de mandar como por el presente mando a los alcaldes
mayores corregidores en cuya jurisdicción hubiere comprender la
dicha orden de San Francisco de la provincia de Michoacán que cada
uno en su jurisdicción sea los conventos que hubiere en ella y me
informe muy en particular del estado en que está el edificio de cada
uno declarando el tamaño, altura y achura de la iglesia y casa de los

58  BNM, Informe del venerable, fs. 13-15.


FORMACIÓN Y USOS DE LOS CONVENTOS 619

religiosos y las oficinas que tienen y están con necesidad de reparos


o de nuevo edificio y qué parte está necesitada de ello y qué tanto
durará la obra y qué indios y de qué pueblos acudirán a ella y qué
lengua hay en cada uno y a qué servicios van, y por cuyo mandado
y si son de la Corona real o de encomenderos, y lo que costará el
edificio, advirtiendo que han de ser las obras moderadas, como
para religiosos de dicha orden, y de todo me envió razón y relación
con su parecer jurado luego que este mandamiento o su traslado
autorizado les fuere mostrado fecho en México a ocho días del mes
de abril de mil quinientos y noventa y cinco D. Luis de Velasco por
mandato del virrey. Martin López de Gama.59

Con estos documentos se refuerza la idea de que muchos


de los edificios conventuales se reedificaron después de 1595 y
durante la primera mitad del siglo xvii, coincidiendo con la úl-
tima etapa de congregaciones. Los conventos en los que se puso
más empeño en el siglo xvii fueron los de Valladolid, terminado
en 1626; Querétaro, acabado cerca de 1640, y el de Celaya, re-
construido entre 1618 y 1637.60 En este periodo fue cuando se
erigieron los espacios que albergaron el Colegio de la Purísima
Concepción de Celaya. En el caso del de Tzintzuntzan, ya ha-
bían comenzado a reconstruirse antes de que el rey Felipe II lo
solicitara, terminándose la mayor parte del convento antes de
1586, mientras que el templo fue concluido en 1601.61
La labor evangélica y la actividad constructiva de los fran-
ciscanos de la provincia de Michoacán cambió de un sistema
de penetración y fundación básica hacia distintas direcciones,
a una actividad administrativa de las doctrinas y a una estra-
tegia de consolidación en los lugares donde ya se encontraban
establecidos, teniendo una especial atención a las doctrinas de

59  BNM, Informe del venerable, fs. 16-17v.


60 Escandón, “La provincia franciscana”, p. 21.
61  Martínez, “Las cofradías novohispanas”, p. 52.
620 José Manuel Martínez Aguilar

la llamada Gran Chichimeca, donde se encontraban centros


mineros, estancias de ganado y pueblos de frontera.62 Hay que
recordar que en 1570 el virrey organizó una campaña militar
contra los huachichiles, indios chichimecas que amenazaban
los centros mineros en auge, para lo cual fundó en Zacatecas los
presidios de Ojuelos y Portezuelos, y en Guanajuato el de San
Felipe. Además, se fundó la villa de Celaya en 1571, y en 1576,
la villa de León.
Ya desde el siglo xvi los frailes de las provincias de Michoacán
y Jalisco habían hecho incursiones a territorios del Bajío, norte,
noreste y noroeste de la Nueva España, fundando misiones
en los actuales estados de Nayarit, Sinaloa, San Luis Potosí,
Zacatecas, Durango, Nuevo León, Tamaulipas, Nuevo México,
Texas y otros lugares, pero es durante el siglo xvii que algunas
de ellas se empezaron a consolidar. Por ejemplo, las misiones de
Nuevo México conformaron la custodia de San Pablo en 1616.
Hacia Texas también se enviaron varios grupos de religiosos que
se habían especializado en el Colegio Apostólico de Propaganda
Fide, quienes fundaron el convento de la Santa Cruz de Que-
rétaro hacia 1683. De este colegio surgieron también religiosos
que trabajaron en las misiones de Río Verde.63
La labor misionera en Río Verde, actual estado de San Luis
Potosí, no había sido fácil. Los primeros religiosos habían inten-
tado pacificar la región y evangelizar a sus habitantes fundando
algunas misiones, hasta que llegaron a erigir la custodia de Santa
Catarina Mártir en 1621, a cargo del comisario general de los
franciscanos de la Nueva España. No obstante, después de que
algunos misioneros y colonos fueron sacrificados y la mayoría
de las misiones incendiadas, se determinó en el capítulo gene-
ral de Toledo, de 1641, que dicha custodia quedara nuevamente

62 Escandón, “La provincia franciscana”, p. 4.


63 Font, “Desarrollo y consolidación”, pp. 221-284. Cruz et al., Indios y
franciscanos.
FORMACIÓN Y USOS DE LOS CONVENTOS 621

sujeta a la provincia de San Pedro y San Pablo. Caso similar


fue el que sucedió con las primeras misiones de la Sierra Gorda
queretana, que tuvieron breve existencia ante la hostilidad que
mostraron los indígenas de la región.64
Los dos entes que organizaban el territorio franciscano de-
nominado provincia de San Pedro y San Pablo de Michoacán y
Jalisco tenían su cabeza principal en Valladolid; ambas compar-
tían estrategias, recursos humanos, pero a la vez tenían cierta in-
dependencia, pues a partir del convento de Valladolid se hacían
algunas incursiones y se administraban un número determinado
de conventos, mientras que desde el convento de Guadalajara
se hacía lo propio. Como se habían multiplicado los conventos
y muchos de ellos se encontraban consolidados, en el Capítulo
General celebrado en 1606 en la ciudad de Toledo, se pidió la
separación definitiva de los dos territorios. Después de haber
hecho la división de religiosos y conventos se eligieron dos
provinciales y ocho definidores, votando los de cada provincia
por su provincial y definidores.
La provincia de Michoacán quedó con 39 conventos, de los
cuales 33 eran guardianías y 6 presidencias, “con iglesias muy
decentes, y lo necesario para el divino culto”, mismo número
que mantenían cincuenta años después.65 En 1622 los francis-
canos de la provincia de Michoacán administraba más de 150
localidades, incluyendo ciudades, villas, pueblos, haciendas,
estancias y labores.66
La multiplicación de los conventos requería de más ministros
que los condujeran, y el número de religiosos que eran forma-
dos en los noviciados de la provincia de Michoacán no eran

64 Rangel, “Pames, franciscanos y estancieros”, p. 229.


65  AHCM, D, G, RF, S. XVII, c. 17, leg. 57, carp. 27, f. 42. Tabla capitular de
la provincia de San Pedro y San Pablo de Michoacán, 1676.
66  CEHM, CCXX-1, 15 fs. Copia y minuta de los pueblos cabeceras y visitas

y vecinos tributarios y conventos que hay en esta provincia de Mechoacán, año


de 1622, Erongarícuaro, 15 de agosto de 1622.
622 José Manuel Martínez Aguilar

suficientes, por lo que se seguían dando autorizaciones para que


pasaran a este territorio grupos formados por europeos, en su
mayoría españoles peninsulares. Como los criollos superaban
por mucho el número de los peninsulares, se buscaba equilibrar
las parcialidades y evitar más pugnas de las que ya se habían
generado por ocupar los cargos principales en la orden.67
Si durante casi todo el siglo xvi los franciscanos se habían
ocupado de levantar edificios modestos en la provincia michoa-
cana, para finales del mismo siglo y parte de la siguiente centuria
los nuevos templos y conventos de esta orden fueron, como se
dijo antes, mejor construidos y más amplios. Los frailes seguían
administrando y adoctrinando a los indios, pero también a es-
pañoles y castas. De hecho, los edificios más destacados fueron
los que se emplazaban en ciudades habitadas por numerosas
familias españolas, como la ciudad de Valladolid y las villas de
Querétaro, Celaya y San Miguel el Grande, donde, por cierto,
los españoles de la provincia y los frailes competían, tenían
pugnas y roces con los cabildos de las ciudades, los alcaldes
mayores y la jerarquía diocesana.68 En estos asentamientos, el
aumento de la población criolla significó una mayor canaliza-
ción de recursos económicos y humanos para el establecimiento
de colegios, conventos de monjas y fundación de cofradías,
pero también coadyuvó en el fortalecimiento económico de los
conventos mendicantes, incluyendo los franciscanos quienes, a
pesar de su voto de pobreza, enriquecían sus templos con obras
de arte y ornamentos de plata para el culto, mediante las aporta-
ciones de las mismas cofradías, las capellanías, dotaciones, obras
pías y limosnas del resto de la población, al menos hasta que la
secularización de los curatos y doctrinas tuvo efecto.

67 Rubial,“Las órdenes mendicantes”, p. 224; Becerril y Cerda, Catálogo


de documentos, p. 122; Escandón, “La provincia franciscana”, p. 80.
68 Escandón, “La provincia franciscana”, pp. 6 y 177.
FORMACIÓN Y USOS DE LOS CONVENTOS 623

Es importante resaltar que, a pesar de que el convento de Va-


lladolid fue desde 1565 la sede oficial de la provincia, el convento
de San Francisco de Querétaro fue durante casi todo el siglo xvii
el lugar en donde tenían lugar las reuniones capitulares y donde
residían la mayoría de los provinciales. Este convento se encon-
traba en una ciudad que cobraba cada vez más importancia y
cuya ubicación geográfica era estratégica para el funcionamiento
de la orden, por encontrarse en el camino entre la ciudad de
México y las minas de Zacatecas, en la frontera noreste de los
conventos de la sierra de Michoacán, al este de los conventos del
Bajío guanajuatense y al sur de las misiones de Río Verde. Pero
quizá la verdadera razón de que las reuniones no se realizaran
en Valladolid era evitar la intromisión de la élite diocesana en los
asuntos de la orden regular.

etapa 4. ampliación y mejoramiento, 1650-1750

A partir de la segunda mitad del siglo xvii y la primera del xviii,


algunos de los conventos de la provincia se reconstruyeron, am-
pliaron y mejoraron; muchos templos de los conjuntos conven-
tuales también se agrandaron, sus muros y artesones –o bóvedas
interiores– se decoraron con pintura sacra y se embellecieron
con retablos, imágenes y lienzos costosos, gracias a donaciones
de particulares y a la ayuda económica de las cofradías; a esta
etapa la llamamos de “ampliación y mejoramiento”. En este lap-
so de tiempo se fundaron muy pocos conventos, como el de
Tlalpujahua en 1703 y el de Santiago Apóstol de Silao en 1739.
En la segunda mitad del siglo xvii la Nueva España se había
consolidado y adquirido cierta autonomía política y económica
respecto a su metrópoli, con base en el comercio, la ganadería y
la producción agrícola. En este periodo, la mayoría de las ins-
tituciones eclesiásticas, incluyendo las órdenes religiosas y las
cofradías de los pueblos, también se consolidaron. La cultura
floreció en todos los ámbitos, sin exceptuar la arquitectura de
624 José Manuel Martínez Aguilar

los franciscanos, ya fueran capillas, templos o conventos, se em-


bellecieron con pintura y escultura barrocas. Desde luego que
la primera mitad del siglo xviii fue una etapa de altibajos para la
provincia. Por un lado, las medidas impuestas por los Bor-
bones comenzaron a tener mayor control sobre las finanzas
de las diferentes doctrinas a la vez que limitaban la influencia
que los religiosos habían tenido en la toma de decisiones, prin-
cipalmente en los pueblos de indios. Por otro lado, se habían
fundado numerosas cofradías de indios y españoles por toda la
provincia, con bienes que les permitían sostenerse a sí mismas,
realizar las fiestas religiosas de cada año y pagar misas y arreglos
de los templos, capillas, conventos. A principios de este siglo,
el número de conventos había aumentado poco en relación con
los que había un siglo antes, pero la mayoría de ellos, al igual
que los templos, se habían renovado y ampliado de nuevo, o lo
harían en las siguientes décadas, principalmente aquellos que se
encontraban en ciudades y villas de españoles, o de predominan-
cia criolla, que se sostenían de la extracción minera, las estancias
ganaderas y las haciendas agrícolas.
Un ejemplo claro fue el templo de Celaya, que se demolió
en 1682 para dar paso a un nuevo edificio que quedó con-
cluido en 1715; sólo le faltaba la torre, que se terminó diez
años después.69 Para ese entonces fue uno de los conventos
más imponentes de la provincia. En sus instalaciones se había
fundado en 1624 el Colegio de la Purísima Concepción y hacia
1725 comenzaba a funcionar la Universidad Real y Pontificia.70
El convento de San Francisco de Querétaro, por su parte, se
reconstruyó en 1664, junto con la torre, enfermería y capilla,
aunque el claustro se concluyó hasta 1698; en el siglo siguiente,
los interiores del templo fueron decorados con ricos y costosos

69  Los retablos, fachada y cúpula que se ven en la actualidad fueron obra del
arquitecto Tresguerras en el siglo xix.
70  López, La Universidad Real, p. 21.
FORMACIÓN Y USOS DE LOS CONVENTOS 625

retablos y lienzos. Un ejemplo más es el templo de San Francis-


co de Acámbaro, que se rehízo entre 1734 y 1743, y el convento
de Santa María de Gracia, en el mismo lugar, que fue edificado
entre 1744 y 1749.71 El templo antiguo de Guatzindeo –actual
Salvatierra– quedó abandonado y se erigió uno nuevo dedicado
a San Buenaventura en 1743. Al templo de Chamacuero –actual
Comonfort– se le colocaron retablos churriguerescos entre 1765
y 1789 y sus muros fueron decorados con óleos que se atribuyen
a Miguel Cabrera. El convento y templo de Tzintzuntzan tuvo
poca actividad constructiva en este periodo, pero sí se edificaron
varias capillas en la ciudad alrededor de 1750, gracias a las co-
fradías y obras pías.72 En resumen, se pudo detectar que en los
principales conventos, especialmente los que se encontraban al
norte de la provincia, los feligreses, por medio de las cofradías o
de manera particular como obras piadosas, mandaron construir
retablos barrocos de madera y pintar cuadros de temas religiosos
para adornar los templos y capillas. Además, muchas de las ca-
pillas de visita ubicadas en toda la provincia fueron construidas
o reconstruidas en el siglo xvii, y sus campanarios y remates del
frontispicio corresponden a finales de este siglo y al posterior,
como dan testimonio sus vestigios y algunas inscripciones en sus
muros y piezas de cantería.
En este periodo también se dio inicio a una importante ac-
tividad misional al norte de la Nueva España. Con la finalidad
de impulsar nuevamente la actividad pastoral, sobre todo en
los pueblos chichimecas y otomíes de los actuales estados de
Tamaulipas y San Luis Potosí, el franciscano Antonio Linaz
y 24 frailes más fundaron el primer Colegio de Propaganda
Fide de toda América, para lo cual les fue asignado el convento
de la Santa Cruz de los Milagros de Querétaro, perteneciente
a la provincia de Michoacán. Este centro de preparación para

71  Anónimo, Conjunto Arquitectónico, pp. 7-8.


72  Martínez, “Las cofradías novohispanas, pp. 11-57.
626 José Manuel Martínez Aguilar

los misioneros fue el centro de irradiación misionera hacia los


pueblos de la frontera norte de la Nueva España desde 1683
hasta 1860, año en que se dio la exclaustración de los frailes; sin
embargo, su trabajo tuvo trascendencia continental, porque de
aquí surgieron los colegios de Cristo Crucificado en Guatemala,
Guadalupe en Zacatecas, San Antonio en Texas, San Francisco
en Pachuca, San Fernando en México y Zapopan en Jalisco.73
Hacia el territorio conocido como Río Verde los francisca-
nos enviaron algunos misioneros desde 1612, logrando erigir la
custodia de Santa Catarina Mártir en 1621, independiente de
la provincia de Michoacán, pero en el Capítulo General de To-
ledo de 1641 se determinó que ésta quedara nuevamente sujeta
a la provincia de San Pedro y San Pablo, a cargo del convento
de Valladolid. Para entonces ya funcionaban las misiones de San
Antonio de las Lagunillas, Nuestra Señora de la Presentación de
Pinihuán, San Felipe de Jesús de los Gamotes, Nuestra Señora
de la Concepción del Valle del Maíz. También se administraban
la de San Antonio de Tula, San Juan Bautista de Jaumave, Nues-
tra Señora de los Ángeles de Monte Alberne, Santa Catarina de
las Montañas y San Cristóbal de Río Blanco, en el actual Nuevo
León. Después se agregaron la de Santa María Teotlán, San Pe-
dro Mártir de las Alpujarras y San Juan Tetla, en la Sierra Gorda
queretana, aunque las últimas seis tuvieron breve existencia ante
la hostilidad de los indígenas de la región.74 Luego, en 1671,
parte de la custodia de San Salvador de Tampico se agregó a la de
Río Verde, aumentando el número de misiones dependientes
de la provincia Michoacana.75
A finales del siglo xvii, el provincial fray Pablo Sarmiento
informó que el convento sede de la custodia de Santa Catari-
na tenía claustro y celdas suficientes para 4 religiosos; que los

73 González, Estructura, organización y vida.


74 Rangel,“Pames, franciscanos”, p. 229.
75 Chauvet, Los franciscanos en México, p. 230.
FORMACIÓN Y USOS DE LOS CONVENTOS 627

indios eran de nación otomí y que había otros pueblos en la


misma custodia de nación chichimeca y pames. Por todos, dice,
son 60 familias, 6 estancias de españoles, mestizos y mulatos,
de las cuales da detalle.76 En cuanto a la provincia de San Pedro
y San Pablo, un informe de 1696 emitido por el mismo padre
Sarmiento indicaba que las doctrinas de dicho territorio eran 29,
las vicarías 13, una custodia con 5 misiones y una hospedería, la
de Acapulco.77 De acuerdo a una relación de este tiempo, la pro-
vincia de Michoacán tenía 144 religiosos,78 aunque otro informe
indicaba que eran 228, que atendían 42 casas y 2 misiones.79 Es
posible que la diferencia se deba a que en la segunda se incluían
coristas y legos, como se hizo unas décadas después, en 1733,
cuando se informó que los religiosos sumaban 337, según una
nómina, de los cuales 39 eran españoles, 180 criollos, 83 coristas
y 35 legos.80 En 1751 se contaban 221 religiosos,81 y en 1762 se
registraron 298 frailes, 53 españoles y 245 criollos. Entre los
españoles se contabilizaban 48 sacerdotes, corista y 4 legos; de
los criollos, 199 eran sacerdotes, 19 coristas y 27 legos.82 Tres
años después se tenían 41 españoles, 208 criollos, 26 legos y 13
novicios, que sumaban un total de 288 religiosos (ver tabla 1).83

76  AGN, H, vol. 30, exp. 3, Testimonio y razón del estado en que hoy se halla
la custodia del Río Verde sujeta a esta Sta. Provincia de los Apóstoles San
Pedro y San Pablo de Michoacán, por el padre fray Pablo Sarmiento Ministro
Provincial, 1695.
77  BNM, Informe del venerable, fs. 10-17 v.
78  BNAH, F, vol. 134 (rollo 44), fs. 101-102, Lista de los religiosos de la

Provincia de Michoacán, durante el provincialato de fray Pablo Sarmiento,


1694-1696.
79  BNM, Informe del venerable, fs. 10-17v.
80  BNAH, F, vol. 134 (rollo 44), fs. 131-138, Nómina de los religiosos de la

Provincia de Michoacán, 1733-1765.


81  BNM, F, c. 51, exp. 1091, fs. 7-14, Razón de los conventos de esta provin-

cia de San Pedro y San Pablo de Michoacán, jurisdicción, idiomas, familias y


demás circunstancias, 1751.
82  BNAH, Nómina de los religiosos, fs. 84-89.
83  BNAH, Nómina de los religiosos, fs. 93-100.
628 José Manuel Martínez Aguilar

Tabla 1
número de religiosos de la provincia franciscana
de michoacán (1696-1765)
Columna 1 Columna 2 Columna 3 Columna 4 Columna 5 Columna 6
Año Españoles Criollos Coristas Legos Total
1696 … … … … 144
1698 … … … … 228
1733 39 180 83 35 337
1751 … … … … 221
1762 48 245  1  4 298
1765 41 208 13 26 288
Fuente: elaboración propia con base en documentos arriba citados.

Durante casi todo el periodo virreinal, pero con más claridad


en el siglo xviii, el número de conventos considerados guar-
dianías, asistencias y vicarías había variado constantemente,
porque unos cambiaban su jerarquía –de guardianía se degra-
daba a vicaría, o viceversa–. Se tiene información respecto a que
en 1736 los conventos con la categoría de guardianías eran 17,
más 19 asistencias, 19 visitas y 11 misiones, es decir, que la pro-
vincia franciscana tenía al menos 66 conventos a su cargo. Las
guardianías eran Querétaro, Celaya, Valladolid, Tzintzuntzan,
Pátzcuaro, Acámbaro, Taximaroa, Uruapan, Peribán, Zitácuaro,
Jiquilpan, Apaseo, León, Salvatierra, Chamacuero, San Felipe y
San Antonio del Valle de San Miguel. Las asistencias eran Con-
tepec y Jerécuaro –de Acámbaro–, San Pedro de la Cañada, San
Sebastián, Espíritu Santo, Huimilpan y Señora del Pueblito –de
Querétaro–, San Juan Bautista de la Vega, Neutla, San Miguel,
Comontuoso, Amoles y San Bartolomé del Rincón –de Cela-
ya–, Cocupao –de Tzintzuntzan–, Chapatuato y San Mateo –de
Zitácuaro–, San Cristóbal y Mazamitla –de Jiquilpan–, y San
Bartolomé –de Apaseo–. Las vicarías eran Tarecuato, Zinapé-
cuaro, Erongarícuaro, Zacapu, Tancítaro, Tarímbaro, Tolimán,
Zichú, Charapan, Tuxpan, Amatlán, Apatzingán, Pichátaro,
FORMACIÓN Y USOS DE LOS CONVENTOS 629

Patamban, Tlalpujahua, Acapulco, Ziróndaro, Purenchécuaro y


el hospicio de Zamora. Un documento diferente, probablemente
de fecha cercana al anterior, tiene los mismos datos, pero agrega
como vicarías a San Ángel, los Santos Apóstoles de San Pedro
y San Pablo de Pecuaro y Jarácuaro. Además menciona como
misiones de la custodia de Santa Catarina a Pinihuán, Laguni-
llas, Camotes, Alaquines, Valle del Maíz, Tula, Jaumave, Monte
Alberne, Santa María, Tetla y San Rafael.84
Un censo de 1751 presentaba información de 14 doctrinas de
la provincia y una misión, por medio de la cuales se administra-
ban alrededor de 78 pueblos, la mayoría de indios; 27 barrios
que se encontraban en las ciudades o villas y más de 200 asenta-
mientos menores, que incluían haciendas, ranchos y estancias.
Las personas que administraban los franciscanos de la provincia
michoacana sumaban 210 178 repartidas en 42 367 familias, de
las cuales la mitad eran españolas y castas, la otra mitad indios,
administrados en lengua tarasca, mexicana, otomí, mazahua y
pame.85 Las doctrinas que tenían mayor número de personas a
su cargo eran Celaya, León, Acámbaro y Querétaro.

etapa 5. secularización y nuevas misiones, 1750-1790

Las medidas llevadas a cabo para la secularización de las doctri-


nas de las órdenes regulares, desde mediados del siglo xviii hasta
la década de 1780, afectó sensiblemente el funcionamiento de las
provincia agustina de San Nicolás Tolentino y la franciscana
de San Pedro y San Pablo de Michoacán, más que al resto de

84  BNAH, F, vol. 98. Tabla capitular de 1736. BNAH, F, vol. 98, Razón espe-
cífica de los conventos de que se compone la provincia de los Santos Apóstoles
San Pedro y San Pablo de Michoacán, sus guardianías, asistencias, vicarías y
misiones, s. a., f. 238.
85  BNM, Razón de los conventos.
630 José Manuel Martínez Aguilar

las provincias de la Nueva España.86 En este periodo se pasaron


al clero diocesano 18 casas, de las 41 que tenía, incluyendo las vi-
sitas y misiones.87 Después de que se habían recogido la mayoría
de los conventos y se habían restituido los que estaban fundados
con licencia real o tenían al menos ocho frailes residentes antes
de la secularización, el conteo de los religiosos sacerdotes, co-
ristas y legos era de 274, 20% menos que los que se contaban en
1733, de los cuales a muchos se les había mandado recluirse
en alguno de los conventos de recolección.88
La imposición de un incisivo programa de secularización, im-
pulsado por las autoridades reales y el clero diocesano desde me-
diados del siglo xviii, cambiaría el rumbo de la administración
religiosa de manera determinante en la Nueva España. Mediante
dos cédulas emitidas en 1749 y 1753, respectivamente, se ordenó
que todas las doctrinas administradas por las órdenes mendican-
tes de ultramar fuesen entregadas para ser administradas por el
clero secular.89 La justificación que externaban las autoridades
para tomar estas medidas era que la mayoría de conventos en
la Nueva España habían sido edificados sin la autorización
legal correspondiente. Asimismo, consideraban que a pesar de
que había un número excesivo de frailes, en la mayoría de los
conventos sólo había uno o dos frailes residentes, además de
que los mendicantes habían relajado su disciplina, inmiscuyén-
dose en asuntos que no les correspondían, y que algunos de los

86  Cuando ya se habían secularizado tres conventos, 9 vicarías y 6 asistencias,


los religiosos que quedaban eran 280 y 12 novicios. Los conventos con cate-
goría de guardianía que quedaban eran 15, más 8 vicarías y 12 visitas. BNAH,
F, vol. 134 (rollo 44), fs. 90-91. Lista de los conventos, vicarías y misiones que
han quedado a la provincia de Michoacán, ca. 1763-1764.
87 Chauvet, Los franciscanos en México, pp. 147-148.
88  BCUNAM, FA, E, CF, “Copia del estado de la provincia de Michoacán.

Religión de N. P. S. Francisco”, Valladolid, 1771, Copia de los estados de los


conventos de Santo Domingo de México y la Puebla, fs. 56-66.
89 Brading, Una iglesia asediada, p. 77.
FORMACIÓN Y USOS DE LOS CONVENTOS 631

conventos se estaban convirtiendo en establos, talleres textiles


o refugios para pobres.90
En realidad, lo que más molestaba a los Borbones, como lo
había hecho con los monarcas predecesores, era que las órde-
nes religiosas tenían gran influencia en la vida de la sociedad
novohispana y que las parroquias controladas por los frailes no
contribuían a las cajas reales. Al respecto, el Conde de Revillagi-
gedo, virrey de la Nueva España, exteriorizaba que las órdenes
religiosas eran ya tan prósperas que absorbían la mayor parte
de las riquezas de la corona, debilitando así su comercio con la
Península. Fue así que, en una labor conjunta del virrey Juan
Francisco de Güemes y Horcasitas y el arzobispo Manuel Rubio
y Salinas, se ejecutó el retiro sistemático de las doctrinas entre
1749 y 1755. Como era de esperarse, estas acciones desataron
numerosas protestas por parte de los frailes y las repúblicas de
indios, así como algunos grupos de españoles y criollos que
veían en la secularización una amenaza para la supervivencia
de sus cofradías y bienes.91
Mientras que el virrey de Güemes había ignorado la mayoría
de las protestas e insistía en aplicar la transferencia de parroquias
con agilidad, su sucesor, Agustín de Ahumada y Villalón, emitió
un decreto en 1757 que facilitó el proceso. En él se determi-
nó que se debía dejar a los frailes en el lugar en que habían sido
canónicamente nombrados párrocos y que sus parroquias sólo
serían secularizadas tras la muerte o renuncia del ministro que
las ocupara, de modo que el proceso sería más gradual y más
lento el traslado de los frailes de los pueblos a los conventos
urbanos. Asimismo, determinó que todos los conventos que
albergaban regularmente de ocho frailes en adelante se man-
tendrían abiertos y, si ya habían sido expropiados, se les devol-
verían. Agregaba que en cada provincia las órdenes religiosas

90 Brading, Una iglesia asediada, p. 78.


91 Brading, Una iglesia asediada, p. 81.
632 José Manuel Martínez Aguilar

tenían derecho a conservar una o dos parroquias de las más


prósperas, para que ahí pudieran residir los frailes y se educara
a los religiosos que irían a las misiones del norte. Por último, les
concedía conservar los conventos que se hubieran fundado con
las solemnidades debidas y ratificaba que se respetarían aquellos
donde vivieran ocho o más religiosos de continua habitación.92
En tanto que una gran parte de los conventos del centro de
México habían perdido presencia, en la diócesis de Michoacán
las antiguas misiones de frontera se habían convertido en prós-
peras ciudades rodeadas por ricas posesiones agrícolas. Esta
prosperidad se había reflejado claramente en la materialidad de
los edificios religiosos de la región, con ampliaciones erigidas
de calicanto, altares ricamente decorados y muros embellecidos
con lienzos de artistas de renombre.
Para mediados del siglo xviii, los franciscanos mantenían en
la provincia de San Pedro y San Pablo los tres grandes conventos
de Querétaro, Valladolid y Celaya, así como 36 doctrinas. El
número máximo de religiosos llegó a ser de 326 en 1755, de los
cuales casi la mitad vivían dispersos en grupos de dos a cuatro.
Los conventos de Querétaro y Valladolid tenían noviciados y
enfermería, mientras que Celaya mantenía un colegio donde los
estudiantes que concluían sus estudios obtenían un grado por la
Universidad de México.93
Los intentos por parte de los franciscanos de la provincia de
Michoacán no tuvieron el éxito que se esperaba, pero al menos
los regulares lograron conservar algunas doctrinas, conventos y
colegios. En 1785 se les concedió quedarse con el templo y co-
fradía de la Purísima Concepción de Celaya, que tenía uno de los
mayores ingresos en toda la provincia.94 También consiguieron

92  AGN, RCO, vol. 7, exp. 77-78, Real Cédula modificante de 23 de junio
de 1757.
93 Brading, Una iglesia asediada, pp. 87 y 93.
94  Fray Domingo de Ocaranza consiguió la restitución de estas parroquias que

habían sido secularizadas o que se pretendía secularizar argumentando que


FORMACIÓN Y USOS DE LOS CONVENTOS 633

que se restituyera el curato de Acámbaro, con sus respectivas


asistencias de Jerécuaro, Contepec y Coroneo, al igual que el
templo de San Juan Zitácuaro. También se les permitió conser-
var la parroquia de San Juan de la Vega y las misiones de Río
Verde, el Colegio de Santa Cruz de Querétaro y los conventos
de Valladolid, Pátzcuaro, San Miguel y San Felipe, pero sin sus
beneficios, sino como casas de recolección.95 Las fundaciones
del siglo xviii, como Irapuato, el Pueblito, el hospicio de Za-
mora y el nuevo convento de Tlalpujahua no fueron afectadas
por tener permiso real.
Los franciscanos lamentaron la pérdida de sus doctrinas,
pero finalmente se resignaron a dejarlas atrás y se dedicaron
a administrar los conventos que les quedaron, junto con las
misiones en Nuevo México y Texas, por medio del Colegio
Apostólico de Propaganda Fide de Santa Cruz de Querétaro.96
Un informe escrito entre 1772 y 1777 indica que por ese tiempo
el número de religiosos era de 244 y les quedaban 12 conven-
tos, 10 vicarías y 12 misiones.97 Lo que muestran las cifras es
una disminución continua de religiosos de hasta 35% en 40
años a causa de las medidas secularizadoras y a que se frenó
la formación de nuevos ministros. Los que no se regresaron a
España se reco­gie­ron en los conventos para llevar una vida de

los conventos tenían al menos 8 religiosos y que la cofradía había sido erigida
mediante bula papal. BNM, 47: 1057.19, f. 89-89v. Carta de fray Domingo de
Ocaranza al comisario general de Indias, fray Plácido de Pinedo, Querétaro,
20 de mayo 1767.
95  Las casas de recolección eran aquellos conventos en los cuales los religio-

sos vivían la regla y constituciones de manera más rigurosa en cuanto a los


votos de pobreza, clausura, oración y penitencia para “acentuar la devoción
de los seglares y conservar la pureza de la orden”. Escandón, “La provincia
franciscana”, pp. 134 y 140.
96 Espinosa, Crónica de la provincia, p. 427.
97  BNAH, Nómina de los religiosos, fs. 76-78. Dice Chauvet que en 1785 le

quedaban sólo 23 casas a la provincia y que se habían entregado 18 al clero


secular. Chauvet, Los franciscanos en México, pp. 145-148.
634 José Manuel Martínez Aguilar

claustro o se especializaron en el Colegio de Propaganda Fide


de Querétaro para ejercer su ministerio en las misiones del nor-
te de Nuevo México.
Un censo de 1751 presentaba información de 14 doctrinas de
la provincia y una misión, mediante las cuales se administraban
alrededor de 78 pueblos, la mayoría de indios; 27 barrios que se
encontraban en las ciudades o villas, así como más de 200 asen-
tamientos menores, que incluían haciendas, ranchos y estancias.
Las personas que administraban los franciscanos de la provincia
michoacana sumaban 210 178, repartidas en 42 367 familias, de
las cuales la mitad eran españolas y castas, la otra mitad indios,
administrados en lengua tarasca, mexicana, otomí, mazahua y
pame.98 Las doctrinas que tenían mayor número de personas a
su cargo eran Celaya, León, Acámbaro y Querétaro.
Mientras se llevaba a cabo la secularización de muchos de los
conventos de la provincia michoacana y sus doctrinas, los fran-
ciscanos fundaron cinco misiones en la Sierra Gorda de Queré-
taro, entre 1750 y 1762. Éstas fueron construidas por los pames
que habitaban la región, bajo la dirección de varios frailes, entre
los que destaca fray Junípero Serra, quien también fundó mi-
siones en la Sierra Gorda de Querétaro y en California. Por
esos mismos años se fundaron en la custodia de Río Verde las
mi­siones de la Divina Pastora, Piedra Negras, Dulce Nombre de
Jesús y San José del Valle, en la frontera con la Gran Chichimeca,
con el objetivo de pacificar a los grupos nómadas que hostiliza-
ban la demarcación.99
Para 1771 los ingresos de los conventos que aún pertenecían
a los franciscanos llegaban a casi 200 000 pesos, por concepto
de misas, entierros, limosnas, obras pías y demás aportacio-
nes de cofradías y particulares, concentrado en los conventos
de Querétaro, Celaya, Valladolid, San Miguel, Salvatierra y

98  BNM, Razón de los conventos.


99  Rangel, “Pames, franciscanos”, pp. 246-250.
FORMACIÓN Y USOS DE LOS CONVENTOS 635

Pátzcuaro. Del resto sólo se dice que los religiosos se mantenían


de las obvenciones.100
Los conventos que siguieron funcionando después de la
secularización llegaron hasta mediados del siglo xix, cuando, a
partir de las leyes de nacionalización de bienes eclesiásticos, el
gobierno federal recogió los edificios religiosos y buena parte
de sus predios fueron vendidos al mejor postor. Muchos de los
conventos se convirtieron en cuarteles militares, se utilizaron
para oficinas o almacenes, mientras que otros quedaron aban-
donados y se vinieron abajo por falta de mantenimiento. No
faltaron los que se quemaron, como el de Zamora, que se había
fundado en 1791, el cual sucumbió en un incendio ocurrido
en 1863, y la mayor parte del predio que había sido parte del
conjunto conventual se dividió y fue vendido a particulares.101

conclusiones

La presencia de los franciscanos en la Nueva España ha sido


motivo de interés para numerosos investigadores debido a la
importancia que tuvieron en el devenir de los pueblos por ellos
administrados. Sin embargo, siguen quedando lagunas y con-
fusión sobre diversos aspectos relacionados con su actuar, por
ejemplo, respecto al uso y temporalidad de los edificios erigidos
en sus doctrinas y misiones, que fueron indispensables para que
su labor pudiera llevase a cabo de manera eficaz.
La principal aportación de este trabajo fue establecer una pe-
riodización de los edificios religiosos levantados por indicacio-
nes de los franciscanos de la provincia franciscana de San Pedro
y San Pablo de Michoacán, en la época virreinal, que resulta de
gran utilidad para comprender, valorar y conservar los edificios
que permanecen como testimonio de la labor evangelizadora

100  BCUNAM, “Copia del estado”, fs. 65-66.


101 Sigaut,Catálogo del patrimonio, p. 66.
636 José Manuel Martínez Aguilar

en esta parte de lo que fue la Nueva España. De igual manera


establece algunas pautas que pueden ser de interés para los his-
toriadores de la orden franciscana y la historia de la arquitectura
mexicana.
Nos interesaba averiguar si la actividad constructiva de con-
ventos, capillas y templos impulsados por los franciscanos de
la provincia de Michoacán durante el periodo virreinal podía
agruparse en etapas, de acuerdo a las estrategias que tenía la
orden para la evangelización, adoctrinamiento y administración
de sacramentos de dichos pueblos. Evidentemente nos enfren-
tamos a una falta de información sobre la historia constructiva
de la arquitectura religiosa de muchas de las unidades que con-
formaban la provincia de Michoacán; sin embargo, las crónicas
franciscanas, una serie de documentos de archivo, estudios
bibliográficos y la observación de los vestigios de la mayoría
de los conventos, nos permitieron identificar cinco etapas de la
presencia de los frailes menores en la provincia de Michoacán y
su actividad constructiva.
En la primera etapa, que nombramos incursión o penetración
(1525-1540), los primeros frailes, liderados por fray Martín de
Jesús, arribaron a Tzintzuntzan, y desde ahí comenzaron los
primeros intentos de evangelizar a los pueblos de la ribera del
lago de Pátzcuaro y de unos cuantos asentamientos de la sierra
central de Michoacán, para lo cual encomendaron levantar
edificios provisionales de materiales efímeros. En la segunda
etapa (1540-1570) en el occidente de la Nueva España aumen-
tó el número de religiosos, quienes fundaron pueblos, hicieron
congregaciones, levantaron más conventos o renovaron los pri-
mitivos e incursionaron en la Tierra Caliente, Jalisco y la Gran
Chichimeca. En este periodo también es cuando se levanta la
mayoría de hospitales y capillas de la Concepción en los pueblos
de indios. Durante la siguiente etapa (1570-1650) se consolida la
presencia franciscana y se reconstruye la mayoría de conventos,
templos y capillas franciscanos en toda la provincia, pero sobre
FORMACIÓN Y USOS DE LOS CONVENTOS 637

todo se pone atención a los pueblos y villas fundadas al norte


del río Lerma, que prosperaban debido a la actividad minera de
la zona. La penúltima etapa (1650-1670) se caracterizó por una
renovación, ampliación y embellecimiento de templos, conven-
tos y capillas, principalmente en las villas, pueblos y ciudades
prósperas de la Gran Chichimeca. La última etapa del virreinato
se identifica por los procesos de secularización que afectaron el
funcionamiento de una buena parte de doctrinas franciscanas,
quedando sólo algunas de ellas en uso, lo que sería el primer
golpe para la disminución de poder de las órdenes regulares
y la paulatina desaparición y deterioro de la mayoría de sus
edificios, no sólo en la provincia de Michoacán sino en toda la
Nueva España.
Aunque cada uno de los pueblos y cada una de las unidades
religiosas de Michoacán manejadas por los hermanos menores 
tuvieron sus particularidades, podemos afirmar que existieron
procesos generales compartidos que ayudan a ver una historia,
sí como un proceso de larga duración, pero también identificar
puntos coyunturales, debido en gran parte a que las políticas
de la corona española y virreinal, así como los acuerdos que se
tomaban en los capítulos generales y provinciales de la orden,
determinaban el proceder de los frailes en todo su territorio y
muchas veces se reflejaban en la actividad constructiva de su
arquitectura.
638 José Manuel Martínez Aguilar

Mapa 1
conventos, vicarías y misiones de la provincia
franciscana de michoacán de la época virreinal

Fuente: elaboración propia.


FORMACIÓN Y USOS DE LOS CONVENTOS 639

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