LÓPEZ SERRANO. El Cambio Del Siglo XVII Al Siglo XVIII
LÓPEZ SERRANO. El Cambio Del Siglo XVII Al Siglo XVIII
LÓPEZ SERRANO. El Cambio Del Siglo XVII Al Siglo XVIII
2001-11
http://hdl.handle.net/10016/12376
La larga transición que supuso para España la Guerra de Sucesión nos sirve para
enmarcar el cambio de siglo que separa el reinado de los Austrias del de los Borbones en
suelo peninsular. Pero la guerra no sólo fue dinástica y regional en el interior del país, sino
que tuvo un carácter internacional y, en un alto grado, tuvo connotaciones ideológicas
relacionadas con las teorías filosófico-políticas de la época.
El nuevo siglo XVIII tendrá mejores perspectivas que el anterior para los
habitantes de Europa, pero no antes de 1715, pues hasta entonces parece continuar su
traumático Siglo de Hierro. La relativa calma y progreso que se logrará ya entrada la
centuria se mantendrán hasta 1789, en que el mundo inicia una nueva fase de convulsiones
sociales y bélicas.
La cartografía política de la época viene marcada por la Paz de Utrecht, pues los
dominios españoles se alteran profundamente antes y después de dicho acuerdo, teniendo
en cuenta la rápida evolución que se produce durante la Guerra de Sucesión. El panorama
artístico, por su parte, sigue estando presidido por el barroco, si bien en Francia este
barroco está condicionado por su papel al servicio de la monarquía absoluta, y fruto de
esta simbiosis es el arte clásico francés, con excelentes ejemplos en España, como son el
palacio y los jardines de La Granja (esa maqueta de los de Versalles, que Felipe V se hizo
construir para aliviar su nostalgia), conviviendo con manifestaciones más
contrarreformistas e incluso con el barroco italiano. Entre los personajes más
representativos de aquel cambio de siglo destacaríamos a Luis XIV, a su nieto Felipe V, a
Guillermo de Orange, rey de Inglaterra, y a los diversos pensadores políticos que
influyeron en aquel momento, como Hobbes, Bossuet o Locke.
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Destacaron inicialmente las victorias borbónicas en Italia, así como los avances
aliados en Cádiz, Gibraltar y Vigo. Valencia y Cataluña nombraron rey a Carlos III cuando
éste pisó su suelo, y poco más tarde también lo haría en Madrid, cuando entró con sus
ejércitos en la capital. Pero simultáneamente se produce el contraataque borbónico y en
1707, tras la batalla de Almansa, se decreta el fin de los fueros valencianos.
Para Cataluña, la postura de renuncia a continuar la guerra de los países aliados era
un verdadero desastre, pues significaba enfrentarse sola a las tropas de Felipe V. La
derrota llegó en 1714 y tras ella la pérdida de los fueros y las medidas centralizadoras de
los Decretos de Nueva Planta de 1715.
La idea de que el monarca debía tener todo el poder era un lugar común desde la
caída del Imperio Romano, pero el derecho germánico y el feudalismo había impuesto, de
hecho, que fuera un primus inter pares. Al comienzo de la Edad Moderna este regalismo,
es decir, esta voluntad del rey de controlar todos los resortes políticos del Estado comienza
a materializarse con fuerza. Enrique VIII rompe con la Iglesia de Roma, y los reyes
franceses y españoles avanzan también en este sentido, no sólo a despecho de la Iglesia
sino de los nobles o las Cortes.
Las ideas de Hobbes influyeron mucho a finales del siglo XVII (por ejemplo
Pascal afirmaba: “No pudiendo fortalecer la justicia, -los hombres- optaron por justificar la
fuerza: era el único modo de que lo justo y lo fuerte coincidiesen), pero su formulación
materialista y utilitarista, junto a la idea del contractualismo social, alejaba de sus
argumentos a los principales defensores del absolutismo, seguidores de la teoría del origen
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divino del poder. Ésta tiene su más acabado representante en el obispo Jacobo Benigno
Bossuet (1627-1704), coetáneo del cambio de siglo.
El parlamentarismo
Sin poder separar la génesis de las ideas políticas del contexto histórico en el que
se originaron, el holandés Baruch Spinoza (1632-1677), descendiente de judíos
portugueses, así como sus seguidores, y John Locke (1632-1704), ideólogo de la
revolución inglesa serían los autores que defenderían los principios filosóficos que
sustentan el parlamentarismo como sistema político.
Locke, en cambio, vivirá los momentos del cambio de siglo en constante debate
con sus amigos y rivales, a causa de las controversias filosóficas y políticas que originó su
pensamiento. Como todos los pensadores de su tiempo, fundamenta sus ideas en una
determinada concepción de la naturaleza humana. El ser humano no es ni bueno ni malo,
sino que tiene que desarrollar sus potencialidades, su libertad y su propiedad privada, y al
hacerlo puede chocar con sus semejantes; sin embargo, es más beneficioso asociarse y
llegar a un contrato entre ellos, para lograr mejor sus fines, por lo que por su propio bien
interesa a cada individuo entenderse con los demás, entendimiento que está en su
naturaleza. En resumen, que los seres humanos pueden resolver sus problemas comunes y
sus conflictos de intereses dialogando, parlamentando.
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Absolutismo Parlamentarismo
La postescolástica española.
La justificación del poder del monarca y la del propio imperio español está
indisolublemente ligada al papel que éste realice en la evangelización de sus súbditos y
defensa de las leyes cristianas.
El jesuita Francisco Suárez será el más eminente escritor dentro de esta corriente,
y el que más influencia tendrá en las concepciones teóricas del poder en la España de todo
el siglo XVII. Según sus ideas, el poder que ostenta el rey emana directamente de Dios (en
esto coincide con las teorías posteriores de Bossuet) pero, si bien en el ámbito francés este
poder es tan evidente que jamás puede equivocarse y sólo debe dar cuentas ante Dios, en
Suárez y otros teólogos y filósofos jesuitas, como Juan de Cabrera, el modelo de
monarquía que se concibe está más inmediatamente sujeto al control por parte de las
autoridades eclesiásticas, pues si un rey no cumple con la voluntad de Dios, entonces
resulta lícito resistirse por la fuerza y oponerse al poder real. Por otra parte, en su
concepción de la naturaleza humana se pretenden conciliar la libertad individual (más bien
el libre albedrío escolástico) con el poder omnímodo de la gracia divina. Teniendo en
cuenta que cuestiona un sistema de tan difícil justificación en la actualidad como el
absolutismo radical, podríamos pensar que se trata de teorías jurídicas y políticas muy
avanzadas, pero este cuestionamiento se produce en favor de poderes que podríamos
considerar, sin miedo a equivocarnos, feudales, y particularmente el que procede del
estamento clerical.
Incluso los clásicos del absolutismo francés admiten que el rey ha de estar
sometido a la ley: a la de Dios, a la ley natural y a las que él mismo dicta. Pero los
pensadores españoles ponen el énfasis en esta idea, ya que si los soberanos no acatan esta
ley de Dios (y a su interlocutor privilegiado: la Iglesia), así como a las tradicionales del
reino, entonces se le debe considerar un tirano, y el tiranicidio está justificado. Por tanto,
las dificultades en España para la implantación del poder absoluto de corte francés no sólo
procederán de las circunstancias críticas del cambio de siglo (la guerra y la presión de los
poderes tradicionales o feudales), sino de la propia tradición de la filosofía política, muy
influida por los postulados eclesiásticos.
El regalismo, es decir, la tendencia a que el poder del rey se eleve por encima de
cualquier otro, había sido una tendencia generalizada de los monarcas españoles al menos
desde los Reyes Católicos. Sin embargo, esta pretensión había chocado sistemáticamente
con poderes diversos, con la aristocracia terrateniente siempre dispuesta a volver por sus
fueros en cuanto el rey daba síntomas de debilidad, las Cortes del reino, las instancias de
poder regionales y locales y, sobre todo, la Iglesia católica.
El cambio del siglo XVII al siglo XVIII. 1700-1715: El arranque del absolutismo borbónico español en el
universo ideológico de la época
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Bibliografía
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El cambio del siglo XVII al siglo XVIII. 1700-1715: El arranque del absolutismo borbónico español en el
universo ideológico de la época
TEXTOS
No es extraño, por consiguiente, que (aparte del pacto) se requiera algo más para
que haga su convenio constante y obligatorio; ese algo es un poder común que los
mantenga a raya y dirija sus acciones hacia el beneficio colectivo (...). Esto es algo más
que un consentimiento o concordia; es una unidad real de todo ello en una y la misma
persona, instituida por pacto de cada hombre con los demás, en forma tal como si cada
uno dijera a todos: autorizo y transfiero a este hombre o asamblea de hombres mi
derecho de gobernarme a mí mismo, con la condición de que vosotros transferiréis a él
vuestro derecho, y autorizaréis todos sus actos de la misma manera. Hecho esto, la
multitud así unida, en una persona se denomina Estado.
Para mí, el Estado es una sociedad de hombres constituida únicamente con el fin
de adquirir, conservar y mejorar sus propios intereses civiles.
Intereses civiles llamo a la vida, libertad, salud y prosperidad del cuerpo; y a la
posesión de bienes externos, tales como dinero, tierras, casas, mobiliario y cosas
semejantes (...). En cuanto al cuidado de las almas no está encomendado más
especialmente a la magistratura civil que a los demás hombres. No le ha sido
encomendado, quiero decir, por Dios; porque no parece que Dios haya dado nunca tal
autoridad a ningún hombre sobre otro como para obligar a alguien a practicar
determinada religión.
John Locke: Carta sobre la tolerancia (1698)
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Dios instaura a los reyes como ministros suyos y reina mediante ellos sobre los
pueblos. El trono real no es el trono de un hombre, sino el trono del mismo Dios. Es la
imagen de Dios, que, sentado en su trono, en lo más alto de los cielos, da impulso a toda
la naturaleza. La persona de los reyes es sagrada: atentar contra ella es un sacrilegio.
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