Una Realidad Que No Cabe en El Idioma

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Fantasía y creación artística en América Latina y el Caribe

Gabriel García Márquez


Publicado en Voces. Arte y literatura. San Francisco - California. Marzo de 1998. Número 2.

Una realidad que no cabe en el idioma

Un problema muy serio que nuestra realidad desmesurada plantea a la literatura, es el de la


insuficiencia de palabras. Cuando nosotros hablamos de un río, lo más lejos que puede
llegar un lector europeo es a imaginarse algo tan grande como el Danubio, que tiene 2,790
Km. Es difícil que se imagine si no se le describe, la realidad del Amazonas, que tiene 5,500
Km. de longitud. Cuando nosotros escribimos la palabra tempestad, los europeos piensan
en relámpagos y truenos, pero no es fácil que estén concibiendo el mismo fenómeno que
nosotros queremos representar. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con la palabra lluvia. En la
cordillera de los Andes, según la descripción que hizo para los franceses otro francés
llamado Javier Marimier, hay tempestades que pueden durar hasta cinco meses. "Quienes
no hayan visto esas tormentas –dice - no podrán formarse una idea de la violencia con que
se desarrollan.

De modo que sería necesario crear todo un sistema de palabras nuevas para el tamaño de
nuestra realidad. Los ejemplos de esa necesidad son interminables. F.W. Up de Graff, un
explorador holandés que recorrió el alto Amazonas a principios de siglo, dice que encontró
un arroyo de agua hirviendo donde se hacían huevos duros en cinco minutos, y que había
pasado por una región donde no se podía hablar en voz alta porque se desataban aguaceros
torrenciales. En algún lugar de la costa de Colombia yo vi a un hombre rezar una oración
secreta frente a una vaca que tenía gusanos en la oreja, y vi caer los gusanos muertos
mientras transcurría la oración. Aquel hombre aseguraba que podía hacer la misma cura a
distancia, siempre que le hicieran la descripción del animal y le indicaran el lugar en que se
encontraba.

IV. El Caribe: centro de gravedad de lo increíble

Esa realidad increíble alcanza su densidad máxima en el Caribe, que, en rigor, se extiende
(por el norte) hasta el sur de los Estados Unidos, y por el sur hasta el Brasil. No se piense
que es un delirio expansionista. No: es que el Caribe no es sólo un área geográfica, como
por supuesto lo creen los geógrafos, sino un área cultural muy homogénea.

En el Caribe, a los elementos originales de las creencias primarias y concepciones mágicas


anteriores al descubrimiento se sumó la profusa variedad de culturas que confluyeron en los
años siguientes en un sincretismo mágico cuyo interés artístico y cuya propia fecundidad
artística son inagotables. La contribución africana fue forzosa e indignante, pero afortunada.
En esa encrucijada del mundo, se forjó un sentido de libertad sin término, una realidad sin
Dios ni ley, donde cada quien sintió que le era posible hacer lo que quería sin límites de
ninguna clase: y los bandoleros amanecían convertidos en reyes, los prófugos en
almirantes, las prostitutas en gobernadoras. Y también lo contrario.

Yo nací y crecí en el Caribe. Lo conozco país por país, isla por isla, y tal vez de allí provenga
mi frustración de que nunca se me ha ocurrido nada ni he podido hacer nada que sea más
asombroso que la realidad.
Mi experiencia de escritor más difícil fue la preparación de El otoño del patriarca. Durante
casi 10 años leí todo lo que me fue posible sobre los dictadores de América Latina, y en
especial del Caribe, con el propósito de que el libro que pensaba escribir se pareciera lo
menos posible a la realidad. Cada paso era una desilusión:
+ El doctor Duvalier, en Haití, había hecho exterminar los perros negros en el país porque
creía que uno de sus enemigos, tratando de escapar del tirano, se había escabullido de su
condición humana y se había convertido en perro negro.
+ Nuestro Antonio López de Santana enterró su propia pierna en funerales espléndidos.
+ La mano cortada de Lope de Aguirre navegó río abajo durante varios días, y quienes la
veían pasar se estremecían de horror, pensando que aun en aquel estado de aquella mano
asesina podía blandir un puñal.
+ Anastasio Somoza García, padre del último dictador nicaragüense, tenía en el patio de su
casa un jardín zoológico con jaulas de dos compartimientos: en uno estaban encerradas las
fieras, y en el otro separado apenas por una reja de hierro, estaban sus enemigos políticos.

En síntesis, los escritores de América Latina y el Caribe tenemos que reconocer, con la mano
en el corazón, que la realidad es mejor escritor que nosotros. Nuestro destino, y tal vez
nuestra gloria, es tratar de imitarla con humildad, y lo mejor que nos sea posible.

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