De Aquellos Cuya Sangre Corría Por Sus Venas

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de aquellos cuya sangre corría por sus venas.

Allí estaba Philip Herbert, de


quien Francis Osborne, en su Memoires on the Reigns of Queen Elizabeth
and King James, nos dice que era «mimado por la corte debido a su
apostura, aunque su bello rostro no lo acompañó durante mucho tiempo».

Y allí, con su jubón rojo bordado en oro,


gabán enjoyado, gorguera y puños con bordes dorados, se hallaba sir
Anthony Sherard, con la armadura negra y plata a los pies

desde el lienzo de colores apagados, sonreía lady Elizabeth Devereux, con


su capucha de gasa, peto de perlas y mangas rosas acuchilladas. Una flor en
la mano derecha, y en la izquierda un collar esmaltado de rosas blancas y
damasquinadas. Sobre una mesa, a su lado, descansaban una mandolina yAunque
vuestros
pecados fuesen como la grana, quedarían blancos como la nieve
una manzana. Y grandes rosetas sobre sus puntiagudos zapatitos. Dorian

Y qué decir de George


Willoughby, con su peluca empolvada y sus lunares extravagantes?
sido un pisaverde del siglo XVIII, y amigo, en su juventud, de lord Ferrars.
¿Y del segundo lord Beckenham, compañero del Príncipe Regente en sus
años más locos, y uno de los testigos de su matrimonio secreto con la
señora Fitzherbert? ¡Qué orgulloso y apuesto, con sus bucles de color
castaño y su pose de perdonavidas!

Todos despertaban en Dorian una horrible fascinación. Los veía de


noche y le perturbaban durante el día. El Renacimiento conoció extrañas
maneras de envenenar: por medio de un casco y una antorcha encendida; de
un guante bordado y un abanico enjoyado; de una almohadilla perfumada y
un collar de ámbar. A Dorian Gray lo había envenenado un libro. En
determinados momentos veía el mal únicamente como un medio que le
permitía poner por obra su concepción de lo bello.

Fue el nueve de noviembre, la víspera de su trigésimo octavo cumpleaños,


como Dorian recordaría después con frecuencia.

persona muy hospitalaria. Me gusta mucho más que aquel francés que
tenías
Creo que se casó con la doncella de lady Radley antes. Por cierto, ¿qué se ha hecho de
él?
S dicen coas malas d edoria en londre
Berwick abandona
el salón de un club cuando tú entras en é

por qué Berwick se marcha de una habitación


cuando yo entro. Se debe a todo lo que yo sé acerca de su vida, no a lo que
él sabe acerca de la mía. Con la sangre que lleva en las venas, ¿cómo podría
ser una persona sin mancha? Me preguntas por Henry Ashton y el joven
Perth. ¿Acaso soy yo quien les ha enseñado sus vicios a uno y al otro su
Libertinaj
Oxford. Me mostró una carta
que le escribió su esposa cuando moría, sola, en su villa de Mentone

¡Eso es una blasfemia, Dorian!

«No nos dejes caer en la tentación. Perdona nuestros pecados. Borra

nuestras iniquidades.»

Dorian Gray lanzó una ojeada al cuadro y, de repente, un


odio
incontrolable hacia Basil Hallward se apoderó de él, como si se lo
hubiera
sugerido la imagen del lienzo, como si se lo hubieran susurrado al
oído eso labos burlones

gran vena que se halla detrás del oído,


aún clavó el cuchillo dos veces más

Francis mayordom de Dorian


. «Alan Campbell, 152 Hertford Street, Mayfair».
Sí; era el hombre que necesitaba.
|
entró Alan Campbell, con aspecto severo y bastante pálido, la
palidez
intensificada por los cabellos y las cejas de color negro azabache.

Dorian miento sobre la muerte de basil dic que fuie un suicdiop

—luego admite que lo mato ,Ha sido un asesinato, Alan. Lo he


matado.
Al cabo de unos diez minutos se oyó llamar a la puerta, y entró el
criado
con una gran caja de caoba llena de productos químicos, junto
con un rollo
de hilo de acero y platino, así como dos pinzas de hierro de forma
bastante
extraña.
ácido nítrico
por lady Narborough, mujer muy inteligente, poseedora de
lo que lord Henry solía describir como restos de una fealdad
realmente
notable, que había resultado ser una excelente esposa para uno
de los más
Dorian era uno de sus invitados preferidos, y siempre le decía que
se
alegraba muchísimo de no haberlo conocido de joven. «Sé,
querido mío,
que me hubiera enamorado perdidamente de usted», solía decir,
«y que me
habría liado la manta a la cabeza por su causa. Es una suerte que
nadie
hubiera pensado en usted por entonces. Cabe, de todos modos,
que la idea
de la manta no me atrajera demasiado, porque nunca llegué a
coquetear con
nadie. Aunque creo que la culpa fue más bien de Narborough. Era
terriblemente miope, y se obtiene muy poco placer engañando a
un marido
que no ve absolutamente nada».

eran: Ernest Harrowden,


una de las mediocridades de mediana edad que tanto abundan en
los clubs
londinenses y que carecen de enemigos pero a quienes sus
amigos
aborrecen cordialmente;
ady Ruxton, una mujer de cuarenta y siete años y
de nariz ganchuda, que se vestía con exageración y trataba
siempre de
colocarse en situaciones comprometidas, si bien, para gran
desencanto
suyo, nadie estaba nunca dispuesto a creer nada en contra suya,
dada su
extrema fealdad;
Dieciocho años QUYE MURIO SYBIL VANE

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