CLASE 14 - KORDON Y OTROS Trauma Social

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Trauma social y psiquismo.

Consecuencias clínicas 85

Trauma social y psiquismo.


Consecuencias clínicas de la violación de derechos humanos

Diana Kordon
Lucila Edelman
Darío Lagos
Daniel Kersner
EATIP

N os interesa en esta presentación abordar algunos aspectos de la problemática del


trauma de origen social y su incidencia en la subjetividad. Nos referiremos en
particular a las consecuencias de las violaciones a los derechos humanos producidas en
nuestro país en las últimas décadas, lo que se ha constituido en una de las más impor-
tantes situaciones traumáticas por las que ha atravesado el conjunto de la sociedad y no
solamente los afectados más directos.
A lo largo de los últimos veinte años hemos asistido a numerosas personas afectadas
por la represión política de la dictadura y también, posteriormente, en los últimos años,
a afectados por las nuevas formas de represión política, por la violencia policial y por la
impunidad. En estos años hemos conocido la forma en que esta situación traumática
afectó de diversos modos a personas de diferentes sectores sociales y en diferentes
etapas de la vida.
La represión política implementada durante la dictadura militar estuvo basada fun-
damentalmente en la desaparición de personas. La desaparición era secuestro, tortura y
asesinato, todo ello en un marco de clandestinidad, violando aun los instrumentos lega-
les autoritarios y represivos que la propia dictadura había impuesto, y que proscribían
toda actividad política o social opositora. Vale la pena recordar que además de los
30.000 desaparecidos, hubo más de 10.000 detenidos en cárceles, reconocidos como
presos, así como centenares de miles de exiliados e insiliados.
Toda la situación política y social producida por el terrorismo de Estado era de
carácter traumático. Este carácter traumático estaba dado, también, por la intimidación
abierta y encubierta, los constantes operativos, las requisas y sorpresivos chequeos en
los medios de transporte, la presencia de militares y policías en actitud amenazante, el
clima de sospecha, la inducción a la delación y a la culpabilización social, y muy
especialmente al silencio, inducción producida a través de campañas de acción psicoló-
gica que se implementaban utilizando los medios masivos de comunicación (sobre los
cuales existía un control monopólico), la exacerbación de los mecanismos de control
social. Todo esto sobre la base de la amenaza a la vida y a la integridad corporal, y a la
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libertad, amenaza que se volvía más eficaz a partir de la circulación de informaciones


en forma subrepticia y extraoficial, sobre hechos represivos, que el propio poder se
encargaba de difundir.
Las vivencias personales de peligro e indefensión, la ruptura de grupos de pertenen-
cia y la pérdida de grupos de referencia así como los fenómenos de alienación social
fueron consecuencias inevitables y, más aún, promovidas por esta situación.
El procedimiento mediante el cual se secuestraban personas era ya de por sí muy
traumático. En muchos casos, el secuestro se producía en el hogar, en una situación de
gran violencia, vivida también por los familiares más cercanos, que eran agredidos con
golpizas y amenazados en cuanto a su vida e integridad física.

Durante la dictadura militar, (1976-1983), nuestra experiencia fue principalmente la


atención de familiares de desaparecidos. En este primer período, además de madres y
otros familiares teníamos numerosas consultas de hijos de desaparecidos, por entonces
niños. Esas consultas disminuyeron luego durante un lapso, coincidente con la latencia
y la pubertad, y reaparecieron en forma muy importante en los últimos años, sobre la
adolescencia avanzada y primera juventud. La problemática central de los hijos de
desaparecidos es la de la identidad. Problemática que se expresa de distintas maneras y
que no casualmente aparece con mayor fuerza en el período de la vida en que es
necesario afianzar una identidad personal, en general vinculada con la realización de un
proyecto de vida.
Desde el punto de vista clínico, en los familiares de desaparecidos, durante el primer
período, un aspecto que se evidenciaba con fuerza era el correspondiente a una situa-
ción para nosotros inédita. Mientras que la dirección del trabajo de duelo está marcada
por el principio de realidad, que acaba triunfando sobre la tendencia a la negación de la
pérdida, en este caso no se podía apelar al principio de realidad, porque era imposible
tener claridad sobre cuál era la situación real. Más aún, se producía permanentemente
una desmentida sobre la existencia misma de los desaparecidos. Esta desmentida tenía
un efecto psicotizante, ya que para el funcionamiento del principio de realidad tiene una
importancia fundamental el apoyo que otorga el consenso social.
Cuando se produce una situación traumática, ésta va acompañada siempre por una
pérdida (etimológicamente trauma significa perforación o rotura, lo cual señala una
solución de continuidad que en mayor o menor grado implica una pérdida). Esta pérdi-
da puede ser de una persona significativa, de parte del propio cuerpo, de objetos, de
hábitat, de trabajo, de tiempos, de objetos imaginarios como las ilusiones, de objetos
abstractos como los ideales.
En la temática que abordamos podemos afirmar que siempre el trauma se asocia a
una o a varias pérdidas tan severas que pueden poner en juego el mantenimiento de la
continuidad del sí mismo. Por lo tanto, situación traumática, trauma, pérdida y duelo
constituyen un proceso casi indivisible con múltiples articulaciones.
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Analizando el proceso de nuestra propia conceptualización, con una mirada retros-


pectiva y teniendo en cuenta la población predominante que atendíamos en el primer
período, familiares de desaparecidos, en los que la vivencia de pérdida y de dolor por la
pérdida era tan intensa, desde ya pérdida en condiciones traumáticas, nuestra concep-
tualización giró predominantemente alrededor de las características del proceso de due-
lo. Abordamos esta problemática teniendo en cuenta la concepción analítica sobre el
duelo, pero enfatizamos la importancia de las condiciones contextuales en relación a la
pérdida, de la ambigüedad desestructurante del psiquismo y la incidencia del discurso
social dominante que promovía la renegación.
De acuerdo a lo señalado precedentemente, consideramos el duelo como el proce-
so posterior a una pérdida significativa, ya se trate de «un ser amado o de un ideal o
abstracción equivalente» [Freud, 1981c] ; proceso cuyo objetivo es metabolizar el
sufrimiento psíquico producido. El psiquismo realiza un penoso trabajo de elabora-
ción que permite que, finalmente, la persona pueda inscribir como recuerdo al objeto
perdido y recuperar el interés por el mundo externo. En el caso de una muerte, des-
pués de un primer momento de renegación de la percepción, el aparato psíquico
utiliza el juicio de realidad que le permite discriminar las categorías presencia-ausencia
y puede ir dando a la condición de ausencia una cualidad definitiva, tratando de
acomodarse poco a poco al despegamiento que tendrá que operar respecto del objeto
que pierde. Este proceso es lo que denominamos desinvestir un objeto que estaba
previamente investido.
Si bien en el proceso normal de duelo hay primero una resistencia a aceptar la
pérdida, hay rabia, impotencia, no se quiere creer, no se puede creer, en el caso de los
desaparecidos no se sabe qué es lo que se debe aceptar, cuál es el carácter de la pérdida.
Esto tiene un efecto desestructurante para el psiquismo y confusionante para quien tiene
que acompañar el proceso de elaboración.1
Secundarizábamos en esa época la consideración conceptual del aspecto traumático,
aunque nos resultaba evidente que teníamos que dar cuenta de un tipo de duelo que
estaba en el límite de lo elaborable, por el carácter de la pérdida, por la situación
límite en que esta pérdida se producía y por la incidencia de lo que en su momento
llamamos inducciones psicológicas de la dictadura, efectuadas principalmente a par-
tir de los medios de comunicación de masas; en síntesis, por el carácter traumático de
la situación.

1
Las campañas proponían modelos operacionales y conductuales a los cuales las personas
debían someterse. Su eficacia estaba dada por el monopolio absoluto de los medios masivos
de comunicación y por el terror imperante. Para más información remitirse a los artículos:
«Observaciones sobre los efectos psicopatológicos del silenciamiento social respecto de
la existencia de desaparecidos» y «Efectos psicológicos de la represión política», de Diana
Kordon y Lucila Edelman en el libro «Efectos Psicológicos de la represión política». 1986.
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Posteriormente, nuestra tarea se amplió a personas que habían estado desaparecidas


y fueron liberadas, a personas que habían estado presas, en ambos casos torturados
física y psicológicamente, a exiliados, a insiliados y, más recientemente, a afectados
por las nuevas formas de represión y por la impunidad.
En el encuentro con este tipo de afectados se nos planteó la necesidad de profundi-
zar el concepto de trauma, dado que en estas personas resultaba evidente el impacto y
las consecuencias de la situación traumática en el corto y en el largo plazo.
Creemos que los mecanismos psíquicos del trabajo de duelo y de los intentos de
elaboración de lo traumático están en estos casos intrincados en cada sujeto y, por lo
tanto, en las manifestaciones clínicas observables. La distinción que efectuamos es a
los efectos de la conceptualización. Desde ya que en cada persona se puede observar la
preeminencia de unos u otros.
No es nuestro interés especial en este artículo realizar una discusión acerca de
las diferentes concepciones con las que tanto el psicoanálisis como la psiquiatría
han encarado la problemática del trauma psíquico y de sus consecuencias, denomi-
nadas entre otras formas como stress post traumático, neurosis traumáticas, etc.
Nos limitaremos, por lo tanto, a mencionar y discutir los conceptos más básicos,
para dedicar nuestra atención a las características particulares de la situación
traumática por la que han atravesado y atraviesan las personas afectadas por la
represión política y la impunidad .
Se puede tomar el concepto de trauma como el de una «experiencia que aporta en
poco tiempo un aumento de excitación tan grande a la vida psíquica, que fracasa su
liquidación o elaboración por los medios normales o habituales, lo que inevitablemen-
te dará lugar a trastornos duraderos en el funcionamiento energético» [Laplanche y
Pontalis, 1972: 467-471]. Esto puede darse por un solo acontecimiento muy violento o
por la suma de varios acontecimientos, alterando la economía del psiquismo y los
principios que rigen la vida psíquica. En este caso, al igual que en otras definiciones, se
pone el centro en la magnitud del estímulo traumático, en relación con el efecto
desorganizador que produce sobre el psiquismo.
Laplanche, siguiendo a Freud, define las neurosis traumáticas como aquellas en que
los síntomas son consecutivos a un choque emotivo, ligado a la situación de amenaza a
la vida o integridad del sujeto, donde el trauma posee parte determinante en el conteni-
do de los síntomas (pesadillas, repetición mental del hecho traumático, reacción de
angustia automática con gran compromiso somático y neurovegetativo: palpitaciones,
sudoración, ahogos, cólicos, etc.)
Por su parte, el DSM-IV señala que la «característica esencial del trastorno por
estrés post-traumático (TEPT) es la aparición de síntomas característicos que sigue a la
exposición a un acontecimiento estresante y extremadamente traumático, y donde el
individuo se ve envuelto en hechos que representan un peligro real para su vida o
cualquier otra amenaza para su integridad física; el individuo es testimonio de un acon-
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tecimiento donde se producen muertes, heridos o existe una amenaza para la vida de
otras personas; o bien el individuo conoce a través de un familiar o cualquier otra
persona acerca de acontecimientos que implican muertes inesperadas o violentas, daño
serio o peligro de muerte o heridas graves».
Se señalan, entonces, tres niveles diferentes de compromiso ante la situación
traumática: la participación directa, la presencia como testigo del hecho traumático y el
conocimiento del mismo pero sólo como receptor de la información. Pensamos que el
diferente grado de compromiso y exposición corporal como así también el diferente
grado de compromiso del aparato perceptual puede incidir en la afectación posterior.
Dentro de los síntomas presentes, el DSM-IV señala en primer lugar que la respues-
ta del sujeto al acontecimiento traumático debe incluir temor, desesperanza y horrores
intensos. El cuadro sintomático característico incluye tres grupos de síntomas: a) los
relacionados con la re-experimentación del hecho traumático (por ejemplo recuerdos
recurrentes o intrusos o pesadillas recurrentes); b) evitación persistente de los estímulos
asociados al hecho traumático (por ejemplo se evita «caer en pensamientos, sentimien-
tos o mantener conversaciones sobre el suceso y para eludir actividades, situaciones o
personas que puedan hacer aflorar recuerdos sobre él» [Stagnaro, 1998]; c) síntomas
persistentes de aumento de la activación (entre otros: dificultad para conciliar el sueño,
irritabilidad o ataques de ira, hipervigilancia).
Cabe destacar que el DSM-IV no diferencia causas de origen social o natural como
tampoco causas accidentales o intencionales, pero sí hace mención a que puede ser
especialmente grave o duradero cuando es provocado por otro ser humano, dando como
ejemplo las torturas [Laplanche y Pontalis, 1972: 467-471]. Pensamos que las caracte-
rísticas del hecho traumático y muy especialmente la presencia de intencionalidad y,
posteriormente, las posibilidades de respuesta y reparación social tienen un alto grado
de incidencia en las posibilidades de elaboración personal del trauma, es decir, que lo
social es texto mismo de la subjetividad.
Si bien entendemos que hacen falta nomenclaturas y códigos comunes para poder
producir el intercambio científico necesario, consideramos que el TEPT plantea una
relación de exterioridad del sujeto y del contexto frente al proceso traumático, produce
una descripción sintomatológica homogeneizadora, no incluye el análisis del desenvol-
vimiento de un conflicto en los planos intrapsíquicos, vincular y trans-subjetivo. Al no
incluir estos diversos planos, la relación entre sujeto y contexto, se dificulta la com-
prensión de la especificidad de las diferentes situaciones traumáticas.
Juan Carlos Stagnaro señala en su discusión en relación a los conceptos de neurosis
traumática y trastorno por estrés post traumático, y a los correlatos de ambos conceptos
con diferentes paradigmas que «en la segunda propuesta paradigmática mencionada
(se refiere al DSM-IV) si bien se alude a lo psicosocial, tal alusión aparece meramente
contextuando una respuesta en último término biológica pasible de un tratamiento
medicamentoso y reeducativo. Adonde se buscaba comprensión e ininteligibilidad del
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síntoma se coloca una modificación conductual como último objetivo terapéutico»


[Stagnaro, 1998].
Es importante destacar que en el concepto de trauma, además del acontecimiento
traumático per-se y de las condiciones psicológicas del sujeto, interviene la situación
efectiva, entendiendo por tal las circunstancias sociales y las exigencias del momento.
Ya en 1919 en «Introducción al simposio sobre las neurosis de guerra» Freud habla-
ba de un yo que se defiende de un peligro real, un peligro de muerte presente en la
etiología de estas neurosis. Más tarde, en 1926 [Freud, 1981b] describirá un tipo de
angustia presente ante un peligro exterior real.
La descripción de la etiología y psicodinamia de las neurosis de guerra (donde el
factor sexual no se hallaba presente como en las neurosis transferenciales) y el concepto
de angustia real abrieron, desde el psicoanálisis, el reconocimiento a aquellas situacio-
nes de la vida social que, por sus características, constituyen una amenaza para la vida
de los sujetos y una fuente de producción de sufrimiento psíquico. El efecto traumático
está dado porque queda un remanente de angustia sin simbolización, no representable
por medio de la palabra. De acuerdo a Freud esta angustia no representable se corres-
ponde con energía no ligada.
Cuando son superadas las defensas, esta angustia, angustia automática, avasalla al
yo. Entendemos que se produce una regresión narcisística que impide al sujeto
implementar defensas eficaces, de carácter neurótico, como ocurre en el caso en el que
la angustia funciona como angustia señal. Estos momentos pueden ser considerados
como momentos psicóticos en los que no existe un yo capaz de establecer un comando,
que implemente medidas adecuadas para ejercer alguna protección sobre el sujeto. En
el mejor de los casos, los mecanismos de defensa son arcaicos e ineficaces para el
mantenimiento de un funcionamiento neurótico.
La angustia-señal está en relación al miedo. Este funciona al estilo de una vacuna, es
una reacción circunscripta y controlada, que permite al psiquismo organizar su
autodefensa, en términos neuróticos o normales. La angustia automática está, en cam-
bio, en relación al pánico. Este, como ya dijimos, avasalla al yo, dejando al sujeto
paralizado frente al peligro.
Personas que han estado detenidas-desaparecidas describen vivencias de
desidentificación vinculadas con las angustias más primitivas de desamparo e indefen-
sión. Una mujer refiere que el no ser nombrada ni mirada es una de las peores experien-
cias vividas, es sentirse perdido como un existente para el otro. Continuamente repetía
«me llamo Silvia y tengo 24 años» para seguir sintiéndose ella misma. Uno de sus
guardianes le acercaba alguna vez un cigarrillo o le tomaba la mano. Esta vivencia de
ser tomada de la mano ha sido recuperada como recuerdo. En el orden neurótico le
produce culpa, especialmente en la actualidad, por la falta de odio hacia un represor,
pero en el plano más primario de la existencia psíquica, esto funcionó como un elemen-
to que le devolvía una condición humana de sí misma.
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La problemática del trauma está vinculada no sólo al monto desestructurante del


estímulo, sino también al sentido que éste adquiere para cada persona y a la posibilidad
de encontrar o mantener apoyos adecuados para el psiquismo.
Pero tanto el sentido individual del trauma como la posibilidad de mantener u
obtener los apoyos adecuados, están vinculados en estos casos al procesamiento so-
cial de la situación traumática. Esto desde ya relacionado a las series complementa-
rias de cada sujeto.
De acuerdo a nuestra concepción del trauma, existe una relación de interioridad
entre los factores causales, la conformación previa de la personalidad, la situación
vincular, el proceso de traumatización, las apoyaturas y apuntalamientos grupales con
los que cuenta el sujeto, los modelos identificatorios, el discurso y los sistemas de
ideales colectivos hegemónicos, los efectos psicológicos, las posibilidades de elabora-
ción personal y social de la afectación por el trauma, y los fenómenos de retraumatización.
Además de la fortaleza del yo y de las condiciones previas de personalidad, factores
indudablemente importantes, la comprensión de la situación, el posicionamiento ideo-
lógico previo, el sentirse parte de un conjunto trans-subjetivo, que en el plano social
comparte un proyecto, el sostenimiento de un nivel de pertenencia maduro respecto del
grupo del que se es miembro, tienen importancia en cuanto a la incidencia de la situa-
ción traumática en la subjetividad y a la posibilidad de preservación personal.
Tener en cuenta que la situación vivida tiene un significado tanto para el poder que
ejerce la violencia traumatizante como para aquel que la sufre, no es en absoluto inde-
pendiente del nivel de afectación que puede producir la situación traumática. Por eso
también tiene importancia para la elaboración del trauma la posición, activa o pasiva,
que el sujeto asuma . No es indiferente tampoco la resolución que se produzca en el
marco social. Este posicionamiento respecto de la situación traumática incide en la
consideración que hacemos acerca de la falta de linealidad en la relación causa-efecto,
entre situación traumática y efectos en el psiquismo, y está vinculado a que no necesa-
riamente una situación traumática produce enfermedad psíquica.

La tortura es uno de los factores traumatizantes más severos. Ha producido, en


numerosos casos, efectos patológicos a mediano y largo plazo. En consultantes adultos
la afectación psicológica incluye crisis de despersonalización, patologías hipocondríacas
transitorias o permanentes, fobias severas, sentimientos persecutorios ante estímulos, a
veces aparentemente menores, que detonan la revivencia de la situación traumática;
depresiones, restricciones en los contactos sociales y en la actividad laboral.
Se observan también dificultades en los mecanismos de adaptación a la realidad y en
el manejo de los vínculos, especialmente de pareja y familia. Esta última problemática
está ligada al tipo de vínculos fusionales que muchas veces tienden a establecerse como
restituciones, como compensaciones, frente a los sentimientos de inermidad vividos en
ocasión de las situaciones de tortura física o psicológica.
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La tortura constituye tal vez una de esas extremas experiencias en las que ronda
permanentemente el fantasma de la muerte. En algunos casos, como producto de la
misma situación de tortura, esto llega a cumplirse. Cuando esto ocurre, este hecho
funciona al mismo tiempo como fantasma sobre todas las personas que se encuentran
en esta situación.
Es conocido, en general, que la tortura pretende, además de la información que
busca extraer, afectar la identidad del sujeto. Utilizamos el concepto de identidad como
el conjunto de representaciones y la valoración que un sujeto posee de sí, que le produ-
ce un sentimiento de mismidad y que le permite mantener la cohesión interna a lo largo
del tiempo. La agresión física y psicológica intenta colocar a la persona que es torturada
en situación de estar a merced y producir efectos de despersonalización.
Los ataques físicos tienden a producir vivencias de aniquilamiento y destrucción
del esquema corporal, lo que implica una pérdida del reconocimiento de la identidad
personal básica. Se trata de desidentificar, de que la persona se sienta desidentificada
consigo misma. Esto se procura no sólo a través de la producción de dolor, sino
también haciendo que la persona «vea» los resultados físicos de la tortura, tanto en sí
mismo como en las personas que están con él sufriendo la misma situación. Esto va
acompañado además de frases como «así vas a quedar vos» o «así estás vos». Muchos
testimonios señalaban que la peor tortura es escuchar los gritos de las otras personas
que están siendo torturadas.
El dolor físico produce en el momento una vivencia de desgarramiento corporal.
Esto se produce no solamente en el momento mismo de la tortura, sino que además se
prolonga a sus consecuencias posteriores, incluso desde el punto de vista estrictamente
físico; por ejemplo, erosión de la piel por quemaduras de cigarrillo, edemas generaliza-
dos en miembros inferiores, rotura de huesos, deshidratación, insuficiencia renal, etc.
Es decir, que se producen, como en todo politraumatizado, vivencias de desgarramiento
y fragmentación corporal, sumándose en este caso la falta de asistencia adecuada, la
amenaza de continuidad de nuevas sesiones de tortura, el aislamiento y la falta de una
situación mínima de contención.
También se produce una vivencia de soledad extrema. No se trata sólo del aisla-
miento espacial, sino que se produce también una vivencia de aislamiento temporal en
tanto permanentemente se sugiere que se tiene todo el tiempo disponible, necesario
para continuar con la tortura. La vivencia de soledad extrema está dada también por
este carácter de la tortura, de afectar el núcleo más personal y básico de la identidad
como es el cuerpo (el primer yo es el yo corporal).
Se pierden todos los referentes identificatorios, todo aquello que funciona como
apuntalador del psiquismo: el cuerpo, los grupos de pertenencia, los grupos de referen-
cia a los cuales se puede apelar, la presencia de un otro significativo que pueda brindar
una palabra, del cual se pueda recibir hasta una mirada que funcione como un espejo
que devuelva una cierta imagen de completud. Todas estas características inciden en
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que la tortura constituya una experiencia que el sujeto vive en completa soledad y que
la define como una situación límite para el mantenimiento del funcionamiento psíquico.
La amenaza de tortura por sí misma es tan traumática que ha llevado a muchas
personas al suicidio. En algunos de ellos, la decisión estaba tomada previamente para
ser realizada en el caso en que se fuera secuestrado como una medida de protección, en
la idea de preservar la identidad personal y morir dignamente ante la eventualidad de
ser torturado y poder llegar a brindar información que comprometiera a otras personas.
El suicidio en este caso evita pasar por una situación de sufrimiento ilimitada y es
vivido como una última posibilidad de decisión autónoma en contraposición con quedar
totalmente sometido al designio de otros.
En otros casos, el suicidio se produjo después de mucho tiempo de detención o en
personas que no resistieron la situación límite que les tocaba vivir, o incluso muchos
años después de haber sido liberadas. Conocemos en este momento el suicidio de
personas que pasaron por la experiencia de campos de concentración nazis, que pu-
dieron tener posteriormente una vida con logros personales y que, coincidiendo con
un período de mayor indefensión, como por ejemplo el de la vejez, se suicidaron.
Bruno Bettelheim y Primo Levi, entre otros. Semprun, quien también pasó por la
experiencia del campo de concentración dice: «se sueña la vida y se vive la muerte».
Como si la marca traumática de vivir la muerte siguiera presente a lo largo de toda la
vida hasta hacerse intolerable en algún momento.

La mayoría de las personas que han sido torturadas, una vez liberadas, describen
distintos sentimientos frente al horror sufrido: pudor, pena, rabia, desconcierto, odio,
etc. Pero no llegan a comunicar las vivencias más íntimas de esa experiencia. Callan.
Las hipótesis que formulamos para explicar el silencio posterior al trauma, silencio
que durante largo tiempo nos llamaba la atención, son aproximaciones que aún nos
resultan insuficientes. En principio podemos enunciar algunos posibles mecanismos:
a) En la tortura, por el intenso y prolongado dolor, se produce un shock neurogénico
que conlleva estados de inconsciencia en diversos grados: desde la obnubilación
(enturbamiento y estrechamiento de la conciencia) hasta el estupor (estado de inercia,
vacío y suspensión de la actividad psíquica). Esta situación afecta la memoria de fija-
ción durante el episodio traumático y la memoria evocativa subsecuente.
Se produce así una amnesia lacunar, con vacío de la memoria, que puede persistir
largo tiempo, incluso de por vida. Esta amnesia lacunar es, a su vez, una fuente de
angustia posterior.
b) El trauma corporal produce una regresión narcisista de tal carácter que no puede
efectuarse representación psíquica alguna de los hechos.
La secuela a observar es la producción de escotomas en el registro de lo vivido.
c) Se produce una disociación esquizoide defensiva. La disociación es un mecanis-
mo de defensa característico de los niveles mentales más primitivos. Esta defensa se
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implementa frente a la vivencia de aniquilación producto de la situación de tortura. La


representación del propio cuerpo es escindida y proyectada al exterior, «el cuerpo no
me pertenecía». En la salida de la disociación extrema queda un remanente que no será
reintroyectado al yo y en el que se depositan ciertos aspectos de la identidad.
Esta disociación es percibida no sólo desde la hipótesis de un mecanismo origen
del silencio, sino en la situación que se presenta a veces con personas que han pasado
por la experiencia de dar algún testimonio, llevadas por un propósito de denuncia. Lo
hacen muchas veces como una descripción desafectivizada de los hechos, como si le
hubieran ocurrido a otro.
d) Los sentimientos de pudor, vergüenza o humillación, que dificultan la comunica-
ción de lo ocurrido durante la tortura, están vinculados a ciertas vivencias íntimas en las
que queda comprometida la relación entre el Yo y el Ideal del Yo. Se produce una fisura
en relación a la imagen previa que la persona tenía de sí misma y a sus expectativas en
cuanto al tipo de respuesta que pudiera producir.
Este tipo de desilusión narcisista no necesariamente se corresponde con aspectos
fundamentales que pudieran cuestionar su conducta frente al agresor, de acuerdo a su
propia escala de valores. A veces, se trata de hechos nimios donde se pone en juego
para la persona una cierta tensión en el eje sometimiento-resistencia. Otras veces, no
tienen que ver con el cuestionamiento de la conducta, pero la humillación a la que ha
sido sometido, por ejemplo estar sucio en los propios excrementos, puede ser lo sufi-
cientemente grande como para no ser comunicada. Nos referimos no a la incontinencia
por miedo sino al caso de personas a las que no se les permitió ir al baño.

De acuerdo a los elementos ya señalados, podemos afirmar que las reacciones frente a
la acción traumática así como las consecuencias posteriores han sido de las más diversas,
evidenciando un amplio y variado espectro de respuestas individuales posibles.
La presencia constante de los factores de retraumatización, la impunidad el principal
de ellos, y el desarrollo de diferentes formas de respuesta social, constituyen el fondo
sobre el cual se despliegan las diferentes respuestas individuales frente a lo traumático.
En este sentido observamos frecuentemente cómo personas que han atravesado situa-
ciones límites, incompatibles no sólo con lo pensable, sino con la vida misma, han podido
luego mantener e incrementar sus intereses específicos, incluidos en muchos casos aque-
llos por los cuales fueron violentados, y desarrollar proyectos de vida alcanzando logros
en su realización personal y vincular que evidencian la preservación del yo.
Hemos observado una gran variedad de síntomas en nuestros asistidos; señalaremos
aquellos que por su frecuencia o gravedad nos resultan más significativos:
♦ Repetición mental del hecho traumático: ya sea como sueño angustiante (pesadilla) con
despertar brusco e importante repercusión neurovegetativa, ya sea como vivencia de repe-
tición desencadenada por algún estímulo externo asociable al hecho traumático (sirenas,
presencia de personal policial o militar, timbres o ruidos violentos durante la noche, etc.).
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♦ Conductas evitativas en relación al hecho traumático: abandono de actividades e


intereses que se relacionen directa o indirectamente con el hecho traumático (activi-
dades o intereses políticos, gremiales o culturales. En estos casos la evitación se
encontraba reforzada por el riesgo real que implicaba desarrollar estas actividades);
abandono de los grupos de pertenencia habituales; retracción o inhibición de la vida
social.
♦ Suspensión o abandono de proyectos vitales: (estudios, casamiento, hijos). Este fenó-
meno fue particularmente frecuente y estaba en relación directa con la indefinición que
conlleva el status del desaparecido. Los familiares no podían decidir proyectos vitales
en tanto la situación del ser querido permanecía indefinida.
♦ Trastornos del humor: mal humor, irritabilidad, ataques de ira.
♦ Trastornos del sueño: insomnio, hipersomnia.
♦ Sentimientos de impotencia.
♦ Sentimientos de hostilidad.
♦ Descompensaciones psicóticas.
♦ Trastornos somáticos severos: trastornos cardiovasculares, cáncer.
Pero, como planteábamos antes, el listado de síntomas poco dice sobre lo que ocu-
rre. Lo importante es el sentido que estos síntomas tienen, la multideterminación pre-
sente en ellos y el lugar que lo social ocupa en los mismos. Citaremos algunas viñetas
clínicas y algunos ejemplos.
«Me asombré cuando un amigo me dijo que yo siempre hablo de que soy un sobre-
viviente. Me dijo si no tendría que pensar más en vivir que en sobrevivir.» Esta frase
dicha por un hombre de 40 años que estuvo secuestrado y fue torturado nos ofrece una
posibilidad de comprender varios significados de su situación. En primer lugar, alguien
desde afuera lo pone en contacto con un aspecto que ha pasado a ser naturalizado: la
identidad de sobreviviente. Esta identidad tiene una doble marca. En primer lugar,
registra una elaboración social que categoriza en desaparecidos-muertos y sobrevivien-
tes. En segundo lugar, indica su propia ubicación por la cual el conjunto de su identidad
personal ha quedado adscripto a la situación traumática. La situación traumática marca
así en nuestra experiencia un antes y un después profundamente transformadores del
sujeto. Es muy frecuente escuchar la expresión «yo antes no era así». No se trata en
estos casos de hacer una investigación minuciosa sobre la certeza absoluta de esta
afirmación, sino que lo que más importa es cómo ha quedado grabada en la subjetividad
una marca que suele abarcar toda la vida del sujeto. En otros casos, por el contrario, la
persona no es consciente de esta diferencia.
Pensar más en vivir que en sobrevivir implica una modificación en el psiquismo que
permite la recuperación de un proyecto personal. Es frecuente la suspensión o el aban-
dono de proyectos vitales, o el hecho de que los nuevos proyectos sean vividos como
situaciones de sobrevivencia, en una permanente nostalgia por aquellos otros proyectos
que se han abandonado después de atravesar la situación traumática.
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«Yo me quebré». «Aguanté hasta salir de la cárcel y ahí me quebré». Es así como
una persona se describe a sí misma. Sostuvo una actitud de dignidad personal tanto en
no delatar a nadie durante la tortura como en cuanto a no someterse a órdenes humillan-
tes mientras estaba preso, esto último en una actitud compartida con otros. Al salir de la
cárcel y perder el sostén grupal, lo que él describe con estas palabras se refiere en
realidad a un cambio en su identidad personal y al abandono de proyectos, actividades
sociales e intereses que tenía previamente.
Los sentimientos de impotencia y hostilidad fueron más frecuentemente observables
en los padres, como así también las depresiones narcisísticas más severas y los trastor-
nos somáticos más graves. Pensamos que esto se debe en buena medida a la función de
protección de los hijos que, en nuestra sociedad, tradicionalmente se le asigna al padre.
Esto a su vez se articulaba con la campaña oficial de inducción psicológica que
culpabilizaba a las víctimas y a sus familiares.2
Otras personas mantienen lo esencial de sus intereses y actividades previas pero siem-
pre queda un resto traumático, un síntoma que se expresa detonado ante distintas circuns-
tancias asociativas. Por ejemplo: Una propaganda de una agencia de publicidad muestra a
un hombre con su cabeza metida adentro de una pecera. El slogan tiene que ver con cómo
serían presionados los creativos de esa agencia para producir buenas ideas. Esta propa-
ganda provoca en un paciente una vivencia de angustia con su correspondiente
sintomatología física que inunda toda su cotidianeidad y va acompañada de insomnio
pertinaz y sensaciones de ahogo. El terapeuta es informado de este modo, por primera

2
En una investigación cuantitativa y cualitativa, realizada por los doctores Lía Ricón, Julia
Brauna, Diana Kordon, Lucila Edelman y Darío Lagos, sobre cincuenta casos de familiares
de desaparecidos, hemos comprobado un grado mayor de mortalidad en los padres hombres
de desaparecidos en relación al grupo testigo. Por el contrario, no se encontró diferencia
entre madres de desaparecidos y grupo testigo.
Esta investigación fue de carácter estadístico, no habitual en nuestra metodología.
La mortalidad global del grupo de control da casi un 15%. En el grupo estudiado la
mortalidad global es casi del 35%. El intervalo de confianza va entre el 23% y el 43%. Si
tomamos en cuenta que el límite inferior del intervalo de confianza es del 23%, habría
una diferencia del 9% con el grupo control, lo cual de por sí ya es altamente significativo.
En todo el período entre la desaparición y la realización de la encuesta, la mortalidad de
las madres es 1% menor que la del grupo control (datos catastrales de la Municipalidad
de Buenos Aires). Ese 1% no es significativo porque está dentro del intervalo de confianza.
Si tenemos en cuenta que prácticamente no hay variaciones entre el grupo de madres
muertas y el grupo control, la diferencia está dada por el significativo aumento de
mortalidad en los padres: supera el 55%, siendo en el grupo control del 15%.
Causas de muerte de los padres en este período: 50% de cáncer, 30% de infarto, ACV 15%,
accidente respiratorio 5%, accidente 0%.
En las mujeres: cáncer 66,7%, infarto 16,7%, accidente16,7%.
Es significativa la muerte por cáncer.
100 Paisajes del dolor, senderos de esperanza

S TAGNARO , Juan Carlos. 1998. De la neurosis traumática al trastorno por stress


postraumático. En: Desarrollos de la psiquiatría argentina. Buenos Aires, año 3, Nº 1.

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