CLASE 14 - KORDON Y OTROS Trauma Social
CLASE 14 - KORDON Y OTROS Trauma Social
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Consecuencias clínicas 85
Diana Kordon
Lucila Edelman
Darío Lagos
Daniel Kersner
EATIP
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Las campañas proponían modelos operacionales y conductuales a los cuales las personas
debían someterse. Su eficacia estaba dada por el monopolio absoluto de los medios masivos
de comunicación y por el terror imperante. Para más información remitirse a los artículos:
«Observaciones sobre los efectos psicopatológicos del silenciamiento social respecto de
la existencia de desaparecidos» y «Efectos psicológicos de la represión política», de Diana
Kordon y Lucila Edelman en el libro «Efectos Psicológicos de la represión política». 1986.
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tecimiento donde se producen muertes, heridos o existe una amenaza para la vida de
otras personas; o bien el individuo conoce a través de un familiar o cualquier otra
persona acerca de acontecimientos que implican muertes inesperadas o violentas, daño
serio o peligro de muerte o heridas graves».
Se señalan, entonces, tres niveles diferentes de compromiso ante la situación
traumática: la participación directa, la presencia como testigo del hecho traumático y el
conocimiento del mismo pero sólo como receptor de la información. Pensamos que el
diferente grado de compromiso y exposición corporal como así también el diferente
grado de compromiso del aparato perceptual puede incidir en la afectación posterior.
Dentro de los síntomas presentes, el DSM-IV señala en primer lugar que la respues-
ta del sujeto al acontecimiento traumático debe incluir temor, desesperanza y horrores
intensos. El cuadro sintomático característico incluye tres grupos de síntomas: a) los
relacionados con la re-experimentación del hecho traumático (por ejemplo recuerdos
recurrentes o intrusos o pesadillas recurrentes); b) evitación persistente de los estímulos
asociados al hecho traumático (por ejemplo se evita «caer en pensamientos, sentimien-
tos o mantener conversaciones sobre el suceso y para eludir actividades, situaciones o
personas que puedan hacer aflorar recuerdos sobre él» [Stagnaro, 1998]; c) síntomas
persistentes de aumento de la activación (entre otros: dificultad para conciliar el sueño,
irritabilidad o ataques de ira, hipervigilancia).
Cabe destacar que el DSM-IV no diferencia causas de origen social o natural como
tampoco causas accidentales o intencionales, pero sí hace mención a que puede ser
especialmente grave o duradero cuando es provocado por otro ser humano, dando como
ejemplo las torturas [Laplanche y Pontalis, 1972: 467-471]. Pensamos que las caracte-
rísticas del hecho traumático y muy especialmente la presencia de intencionalidad y,
posteriormente, las posibilidades de respuesta y reparación social tienen un alto grado
de incidencia en las posibilidades de elaboración personal del trauma, es decir, que lo
social es texto mismo de la subjetividad.
Si bien entendemos que hacen falta nomenclaturas y códigos comunes para poder
producir el intercambio científico necesario, consideramos que el TEPT plantea una
relación de exterioridad del sujeto y del contexto frente al proceso traumático, produce
una descripción sintomatológica homogeneizadora, no incluye el análisis del desenvol-
vimiento de un conflicto en los planos intrapsíquicos, vincular y trans-subjetivo. Al no
incluir estos diversos planos, la relación entre sujeto y contexto, se dificulta la com-
prensión de la especificidad de las diferentes situaciones traumáticas.
Juan Carlos Stagnaro señala en su discusión en relación a los conceptos de neurosis
traumática y trastorno por estrés post traumático, y a los correlatos de ambos conceptos
con diferentes paradigmas que «en la segunda propuesta paradigmática mencionada
(se refiere al DSM-IV) si bien se alude a lo psicosocial, tal alusión aparece meramente
contextuando una respuesta en último término biológica pasible de un tratamiento
medicamentoso y reeducativo. Adonde se buscaba comprensión e ininteligibilidad del
90 Paisajes del dolor, senderos de esperanza
La tortura constituye tal vez una de esas extremas experiencias en las que ronda
permanentemente el fantasma de la muerte. En algunos casos, como producto de la
misma situación de tortura, esto llega a cumplirse. Cuando esto ocurre, este hecho
funciona al mismo tiempo como fantasma sobre todas las personas que se encuentran
en esta situación.
Es conocido, en general, que la tortura pretende, además de la información que
busca extraer, afectar la identidad del sujeto. Utilizamos el concepto de identidad como
el conjunto de representaciones y la valoración que un sujeto posee de sí, que le produ-
ce un sentimiento de mismidad y que le permite mantener la cohesión interna a lo largo
del tiempo. La agresión física y psicológica intenta colocar a la persona que es torturada
en situación de estar a merced y producir efectos de despersonalización.
Los ataques físicos tienden a producir vivencias de aniquilamiento y destrucción
del esquema corporal, lo que implica una pérdida del reconocimiento de la identidad
personal básica. Se trata de desidentificar, de que la persona se sienta desidentificada
consigo misma. Esto se procura no sólo a través de la producción de dolor, sino
también haciendo que la persona «vea» los resultados físicos de la tortura, tanto en sí
mismo como en las personas que están con él sufriendo la misma situación. Esto va
acompañado además de frases como «así vas a quedar vos» o «así estás vos». Muchos
testimonios señalaban que la peor tortura es escuchar los gritos de las otras personas
que están siendo torturadas.
El dolor físico produce en el momento una vivencia de desgarramiento corporal.
Esto se produce no solamente en el momento mismo de la tortura, sino que además se
prolonga a sus consecuencias posteriores, incluso desde el punto de vista estrictamente
físico; por ejemplo, erosión de la piel por quemaduras de cigarrillo, edemas generaliza-
dos en miembros inferiores, rotura de huesos, deshidratación, insuficiencia renal, etc.
Es decir, que se producen, como en todo politraumatizado, vivencias de desgarramiento
y fragmentación corporal, sumándose en este caso la falta de asistencia adecuada, la
amenaza de continuidad de nuevas sesiones de tortura, el aislamiento y la falta de una
situación mínima de contención.
También se produce una vivencia de soledad extrema. No se trata sólo del aisla-
miento espacial, sino que se produce también una vivencia de aislamiento temporal en
tanto permanentemente se sugiere que se tiene todo el tiempo disponible, necesario
para continuar con la tortura. La vivencia de soledad extrema está dada también por
este carácter de la tortura, de afectar el núcleo más personal y básico de la identidad
como es el cuerpo (el primer yo es el yo corporal).
Se pierden todos los referentes identificatorios, todo aquello que funciona como
apuntalador del psiquismo: el cuerpo, los grupos de pertenencia, los grupos de referen-
cia a los cuales se puede apelar, la presencia de un otro significativo que pueda brindar
una palabra, del cual se pueda recibir hasta una mirada que funcione como un espejo
que devuelva una cierta imagen de completud. Todas estas características inciden en
Trauma social y psiquismo. Consecuencias clínicas 93
que la tortura constituya una experiencia que el sujeto vive en completa soledad y que
la define como una situación límite para el mantenimiento del funcionamiento psíquico.
La amenaza de tortura por sí misma es tan traumática que ha llevado a muchas
personas al suicidio. En algunos de ellos, la decisión estaba tomada previamente para
ser realizada en el caso en que se fuera secuestrado como una medida de protección, en
la idea de preservar la identidad personal y morir dignamente ante la eventualidad de
ser torturado y poder llegar a brindar información que comprometiera a otras personas.
El suicidio en este caso evita pasar por una situación de sufrimiento ilimitada y es
vivido como una última posibilidad de decisión autónoma en contraposición con quedar
totalmente sometido al designio de otros.
En otros casos, el suicidio se produjo después de mucho tiempo de detención o en
personas que no resistieron la situación límite que les tocaba vivir, o incluso muchos
años después de haber sido liberadas. Conocemos en este momento el suicidio de
personas que pasaron por la experiencia de campos de concentración nazis, que pu-
dieron tener posteriormente una vida con logros personales y que, coincidiendo con
un período de mayor indefensión, como por ejemplo el de la vejez, se suicidaron.
Bruno Bettelheim y Primo Levi, entre otros. Semprun, quien también pasó por la
experiencia del campo de concentración dice: «se sueña la vida y se vive la muerte».
Como si la marca traumática de vivir la muerte siguiera presente a lo largo de toda la
vida hasta hacerse intolerable en algún momento.
La mayoría de las personas que han sido torturadas, una vez liberadas, describen
distintos sentimientos frente al horror sufrido: pudor, pena, rabia, desconcierto, odio,
etc. Pero no llegan a comunicar las vivencias más íntimas de esa experiencia. Callan.
Las hipótesis que formulamos para explicar el silencio posterior al trauma, silencio
que durante largo tiempo nos llamaba la atención, son aproximaciones que aún nos
resultan insuficientes. En principio podemos enunciar algunos posibles mecanismos:
a) En la tortura, por el intenso y prolongado dolor, se produce un shock neurogénico
que conlleva estados de inconsciencia en diversos grados: desde la obnubilación
(enturbamiento y estrechamiento de la conciencia) hasta el estupor (estado de inercia,
vacío y suspensión de la actividad psíquica). Esta situación afecta la memoria de fija-
ción durante el episodio traumático y la memoria evocativa subsecuente.
Se produce así una amnesia lacunar, con vacío de la memoria, que puede persistir
largo tiempo, incluso de por vida. Esta amnesia lacunar es, a su vez, una fuente de
angustia posterior.
b) El trauma corporal produce una regresión narcisista de tal carácter que no puede
efectuarse representación psíquica alguna de los hechos.
La secuela a observar es la producción de escotomas en el registro de lo vivido.
c) Se produce una disociación esquizoide defensiva. La disociación es un mecanis-
mo de defensa característico de los niveles mentales más primitivos. Esta defensa se
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De acuerdo a los elementos ya señalados, podemos afirmar que las reacciones frente a
la acción traumática así como las consecuencias posteriores han sido de las más diversas,
evidenciando un amplio y variado espectro de respuestas individuales posibles.
La presencia constante de los factores de retraumatización, la impunidad el principal
de ellos, y el desarrollo de diferentes formas de respuesta social, constituyen el fondo
sobre el cual se despliegan las diferentes respuestas individuales frente a lo traumático.
En este sentido observamos frecuentemente cómo personas que han atravesado situa-
ciones límites, incompatibles no sólo con lo pensable, sino con la vida misma, han podido
luego mantener e incrementar sus intereses específicos, incluidos en muchos casos aque-
llos por los cuales fueron violentados, y desarrollar proyectos de vida alcanzando logros
en su realización personal y vincular que evidencian la preservación del yo.
Hemos observado una gran variedad de síntomas en nuestros asistidos; señalaremos
aquellos que por su frecuencia o gravedad nos resultan más significativos:
♦ Repetición mental del hecho traumático: ya sea como sueño angustiante (pesadilla) con
despertar brusco e importante repercusión neurovegetativa, ya sea como vivencia de repe-
tición desencadenada por algún estímulo externo asociable al hecho traumático (sirenas,
presencia de personal policial o militar, timbres o ruidos violentos durante la noche, etc.).
Trauma social y psiquismo. Consecuencias clínicas 95
«Yo me quebré». «Aguanté hasta salir de la cárcel y ahí me quebré». Es así como
una persona se describe a sí misma. Sostuvo una actitud de dignidad personal tanto en
no delatar a nadie durante la tortura como en cuanto a no someterse a órdenes humillan-
tes mientras estaba preso, esto último en una actitud compartida con otros. Al salir de la
cárcel y perder el sostén grupal, lo que él describe con estas palabras se refiere en
realidad a un cambio en su identidad personal y al abandono de proyectos, actividades
sociales e intereses que tenía previamente.
Los sentimientos de impotencia y hostilidad fueron más frecuentemente observables
en los padres, como así también las depresiones narcisísticas más severas y los trastor-
nos somáticos más graves. Pensamos que esto se debe en buena medida a la función de
protección de los hijos que, en nuestra sociedad, tradicionalmente se le asigna al padre.
Esto a su vez se articulaba con la campaña oficial de inducción psicológica que
culpabilizaba a las víctimas y a sus familiares.2
Otras personas mantienen lo esencial de sus intereses y actividades previas pero siem-
pre queda un resto traumático, un síntoma que se expresa detonado ante distintas circuns-
tancias asociativas. Por ejemplo: Una propaganda de una agencia de publicidad muestra a
un hombre con su cabeza metida adentro de una pecera. El slogan tiene que ver con cómo
serían presionados los creativos de esa agencia para producir buenas ideas. Esta propa-
ganda provoca en un paciente una vivencia de angustia con su correspondiente
sintomatología física que inunda toda su cotidianeidad y va acompañada de insomnio
pertinaz y sensaciones de ahogo. El terapeuta es informado de este modo, por primera
2
En una investigación cuantitativa y cualitativa, realizada por los doctores Lía Ricón, Julia
Brauna, Diana Kordon, Lucila Edelman y Darío Lagos, sobre cincuenta casos de familiares
de desaparecidos, hemos comprobado un grado mayor de mortalidad en los padres hombres
de desaparecidos en relación al grupo testigo. Por el contrario, no se encontró diferencia
entre madres de desaparecidos y grupo testigo.
Esta investigación fue de carácter estadístico, no habitual en nuestra metodología.
La mortalidad global del grupo de control da casi un 15%. En el grupo estudiado la
mortalidad global es casi del 35%. El intervalo de confianza va entre el 23% y el 43%. Si
tomamos en cuenta que el límite inferior del intervalo de confianza es del 23%, habría
una diferencia del 9% con el grupo control, lo cual de por sí ya es altamente significativo.
En todo el período entre la desaparición y la realización de la encuesta, la mortalidad de
las madres es 1% menor que la del grupo control (datos catastrales de la Municipalidad
de Buenos Aires). Ese 1% no es significativo porque está dentro del intervalo de confianza.
Si tenemos en cuenta que prácticamente no hay variaciones entre el grupo de madres
muertas y el grupo control, la diferencia está dada por el significativo aumento de
mortalidad en los padres: supera el 55%, siendo en el grupo control del 15%.
Causas de muerte de los padres en este período: 50% de cáncer, 30% de infarto, ACV 15%,
accidente respiratorio 5%, accidente 0%.
En las mujeres: cáncer 66,7%, infarto 16,7%, accidente16,7%.
Es significativa la muerte por cáncer.
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