Sobre La Antropologia Filosofica Que Fun
Sobre La Antropologia Filosofica Que Fun
Sobre La Antropologia Filosofica Que Fun
André Sassenfeld J.
aspectos del psicoanálisis relacional (Feinstein, 1990; Gomez, 2004; Hycner &
Jacobs, 1995; Jacobs, 1992; Kahn, 1985, 1989, 1996; Portnoy, 1999; Sassenfeld, 2004a,
2004b; Tobin, 1990, 1991). Aunque terapeutas como Hutterer (1993) creen que el
hecho de que muchos psicólogos humanistas-existenciales recurran a técnicas
psicoterapéuticas adicionales a aquellas enseñadas y utilizadas en una metodología
particular en la cual han recibido formación profesional indica la existencia de una
crisis de identidad, nosotros nos inclinamos por pensar que tal situación más bien
es expresión del verdadero espíritu de la psicología humanista-existencial.
Frente a este trasfondo, Krippner (1999) aclara:
No es fácil presentar un modelo único de la psicología humanista porque cada
descripción importante refleja los antecedentes y los intereses de su autor. En
consecuencia, es más apropiado referirse a las ´psicologías humanistas´ y reconocer
que han realizado contribuciones distintivas con sus énfasis sobre la importancia
de los valores, la creatividad, las potencialidades humanas y la intencionalidad.
(p. xi)
existenciales es, en realidad, una antropología filosófica específica −es decir, una
punto de vista, lo que unifica en alguna medida a los psicólogos humanistas-
visión filosófica determinada que define al ser humano y que establece, con ello,
las características o los atributos singulares que le confieren y que circunscriben su
condición humana. En el núcleo de la diversidad teórica y práctica que constituye
la psicoterapia humanista-existencial se encuentra una concepción filosófica
organizada del individuo.
Los psicoterapeutas humanistas-existenciales, a diferencia de lo que
históricamente ha ocurrido con numerosas otras aproximaciones psicoterapéuticas,
desde muy temprano han estado interesados en poner al descubierto y aclarar los
fundamentos filosóficos que sustentan su práctica clínica (Binswanger, 1951, 1973;
Boss, 1957; Frankl, 1946, 1984, 1987a; Gendlin, 1966; May, 1961a, 1961b, 1967; May,
Angel & Ellenberger, 1958; Perls, 1966a, 1966b; Rogers, 1961a; Weigert, 1967). La
temática central de la antropología filosófica no es una excepción a esta tendencia.
De hecho, los representantes de esta orientación psicológica se han ocupado, en
particular, de explicitar su concepción antropológica ya que, en comparación con
las antropologías explícitas, muchos enunciados de apariencia científica, supuestos
resultados de la investigación empírica sobre la cuestión del ser humano, contienen
antropologías implícitas que no se reconocen como tales y pasan la frontera mental
de contrabando. De ese modo escapan a la crítica y al control. Pero la falta de una
consciencia que reflexione sobre el método acarrea el peligro de que las
antropologías implícitas olviden el elemento propiamente humano. (Frankl, 1984,
p. 86)
y agresivo y dominado por el imperativo natural del principio de placer −esto es, el
motivado primordialmente por poderosas pulsiones instintivas de carácter sexual
Frankl (1984) agrega que, debido a ello, la antropología filosófica propia del
psicoanálisis resulta funesta porque puede favorecer la neurosis. Considera que el
neurótico, a diferencia del no neurótico, se ocupa más de sí mismo y de sus estados
anímicos que de buscar a personas, objetos y cosas pertenecientes al mundo; desde
esta perspectiva, observa que una concepción de la existencia humana exclusiva y
unilateralmente psicodinámica, que prescinde de la significación inmediata del
mundo exterior en cuanto mundo humano, fomenta la auto-referencia típica de la
neurosis. Por otro lado, se muestra en desacuerdo con las suposiciones
deterministas características del psicoanálisis, que hacen caso omiso de la
relevancia de las posibilidades humanas de libertad y de las potencialidades del
individuo para la responsabilidad (Frankl, 1984). Sin embargo, subraya que las
concepciones deterministas de Freud se centraron en el ámbito teórico ya que, en la
práctica, el psicoanálisis freudiano se proponía de manera explícita ampliar el
margen de libertad de elección del paciente.
Con posterioridad a las críticas existencialistas fundamentales planteadas
por Binswanger y Frankl a la concepción antropológica de Freud, la gran mayoría
de los terapeutas humanistas-existenciales se ha opuesto y se ha querido
diferenciar de la antropología filosófica freudiana debido a que esta es percibida,
por un lado, como determinista, mecanicista y monocausal (Giordani, 1988; Kriz,
1985) y, por otro lado, como visión reduccionista con bases biológicas (Moss,
1999b; Tageson, 1982). Reconocen que el reduccionismo se caracteriza por
desembocar “en un descuido de la estructura multidimensional de la existencia
humana” (Frankl, 1987b, p. 262). Para Martínez (1982), Freud presenta al individuo
como estrictamente reactivo y sujeto a causalidad, una postura antropológica que
la psicología humanista-existencial rechaza. Giordani (1988) agrega que los
representantes del movimiento humanista-existencial también se muestran en
desacuerdo con las tendencias pesimistas respecto del ser humano implícitas en las
teorías de Freud.
2En este contexto no deja de ser interesante que Frankl (1984) cita a Freud afirmando que los
psicoanalistas son “mecanicistas y materialistas incorregibles” (p. 42), excluyendo en alguna
medida al mismo Freud dela participación en una postura mecanicista y materialista categórica.
Asimismo, la psicología humanista-existencial reprocha a la teoría
psicoanalítica hacer caso omiso de las aspiraciones y esperanzas del ser humano
(Maslow, 1961) y, aunque no ignora la relevancia del pasado en la vida del
individuo, destaca el descuido de las circunstancias presentes en el cual incurre el
psicoanálisis (Maddi, 1988). Más allá, como todavía tendremos oportunidad de
verificar, en diferentes grados y con acentos dispares, la mayor parte de los
psicoterapeutas que se identifican con la orientación humanista-existencial
comparten un gran número de los conceptos desarrollados por Jung, Adler, Rank,
Reich y Fromm como ampliaciones o alternativas a distintos aspectos de la
antropología filosófica que forma parte del trabajo original de Freud.
En el contexto esbozado, Frankl (1987a) advierte que la sobreinterpretación
reduccionista característica de la psicología psicoanalítica conduce a resultados
problemáticos: la tarea legítima del psicoanalista es el desenmascaramiento de
motivaciones inconscientes, pero desafortunadamente tiende a no detenerse
cuando se encuentra
con lo genuinamente humano en el hombre, con algo que ya no se puede
4En términos de definición, en general “los psicólogos existenciales definen la personalidad como
una combinación de realidades (determinismos) y de posibilidades [...]” (Maddi, 1988, pp. 253-254).
la oposición temporal entre facetas psíquicas divergentes que mencionamos con
anterioridad. Para Jung, como dijimos, de una lucha psicológica pueden resultar
alternativas insospechadas de solución a problemáticas que, durante un tiempo y
debido al conflicto, parecieron irresolubles. De este modo, incluso la deseabilidad
de la eliminación duradera de las luchas interiores se ve puesta en entredicho.
Siguiendo a Quitmann (1985), la consideración del punto de vista holístico
no implica desconocer la importancia del saber que se desprende del conocimiento
del funcionamiento particular de las diversas partes que conforman al individuo.
Los psicoterapeutas humanistas-existenciales aceptan ”la utilidad de constructos
tales como ´ellos´, ´yóes”, ´esquemas´, ´representaciones objetales´ y ´hábitos
condicionados´ [aunque], en términos globales, nos enfocamos en la persona total
que elige, coloca metas, busca sentido, establece y vive en relaciones y crea”
(TFDPRPHPS, 2001, p. 7). La comprensión del ser humano exige la formulación y
el uso de herramientas conceptuales que, dada su naturaleza, son analíticas y
hacen referencia a partes separadas de la totalidad que las engloba y que les
confiere un significado. La psicología humanista-existencial asume la
funcionamiento del organismo que se suponía natural −y, por ello, más deseable.
menospreciarlos por su aparente rol protagónico a la hora de distorsionar el
5
A partir de la obra de Frankl y los posteriores desarrollos de la denominada psicología
transpersonal, cabría aquí incluir también características personales de naturaleza espiritual.
individual, la psicología humanista-existencial reconoce, una vez más
adscribiéndose a las ideas originales de Jung, que los seres humanos comparten
determinadas modalidades y posibilidades de experiencia y crecimiento en cuanto
representantes particulares de la especie humana. El antecedente conceptual
directo de esta noción se encuentra, como puede imaginarse, en el concepto
jungiano del inconsciente colectivo (Jung, 1943 [1917]; Quintanar, 2002).
Para muchos terapeutas humanistas-existenciales, la notable complejidad de
los procesos de distinto orden que transcurren en el organismo exige, con la
finalidad de dar cuenta de la admirable coordinación y eficiencia de las múltiples
interacciones y retroalimentaciones que conforman el funcionamiento organísmico,
el supuesto de un principio organizador o núcleo central estructurado que es
entendido como origen, portador y regulador de los estados y procesos de la
experiencia humana (Lueger & Sheikh, 1989; Martínez, 1982; Tageson, 1982). Desde
el punto de vista psicológico, este principio organizador es denominado self o
sistema del self y definido, en general, como el “centro en el cual percepciones,
sentimientos, emociones, pensamientos, necesidades e impulsos (conscientes o
inconscientes) son integrados, armonizados y expresados de manera activa en el
impacto que la realidad externa −p. ej., otro ser humano− efectúa sobre él.
tú sólo surge cuando el yo está implicado totalmente y responde por completo al
6 Dicho sea de paso que la psicología humanista-existencial no defiende una visión epistemológica
solipsista. Aunque algunos autores piensan que rechaza el supuesto de la existencia de un mundo
objetivo del cual el ser humano es parte (Martínez, 1982), el punto de vista epistemológico tal vez
−incluyendo los objetos y las personas que aparecen como objetivas− pertenece en consecuencia a la
más aceptado y difundido es un realismo crítico: “El mundo completo que encontramos
realidad vivenciada (evidente, fenoménica), que debe ser diferenciada de modo estricto respecto de
la realidad que trasciende la experiencia (física, transfenoménica) [...]” (Soff, Ruh & Zabransky,
2004, p. 26). En esta misma línea, Maddi (1988) asevera que existe un mundo objetivo, pero que
únicamente las interpretaciones humanas le confieren forma y sustancia. También han sido
desarrollados algunos puntos de vista constructivistas (Gimeno-Bayón & Rosal, 2001).
corresponde al Eigenwelt o mundo propio al que hemos hecho alusión con
anterioridad y que Gimeno-Bayón y Rosal (2001) definen como la visión particular
que el ser humano tiene de sí mismo, de sus experiencias, de las personas y de las
situaciones de la vida, junto a los significados y valores que les confiere.
De acuerdo a Giordani (1988), quien se apoya en las teorías de Rogers, el
fenómeno de la percepción es de especial relevancia en este contexto. El proceso
perceptivo implica que el individuo da significados subjetivos a lo que ocurre
dentro y fuera de él, participando de esta manera en la construcción de su propia
realidad. Más allá, el “organismo reacciona al campo perceptivo como es
experienciado y vivido por el sujeto; nuestro comportamiento no es la respuesta a
una realidad en su aspecto objetivo, sino a la percepción que de la realidad
tenemos [...]” (p. 50). Es decir, el ser humano se comporta en base a su percepción
de sí mismo y del mundo, más que en función de una supuesta aprehensión de los
aspectos objetivos de la realidad exterior. Por ejemplo, un mismo objeto externo
puede convertirse, dependiendo de cómo los factores subjetivos del individuo
influencien su percepción en un momento determinado, en una herramienta o en
una amenaza.
La noción de subjetividad implica, desde la perspectiva humanista-
existencial, el concepto de consciencia. El ser humano vive no sólo de modo
subjetivo, sino también de manera consciente y, en especial, de manera auto-
consciente (Giordani, 1988; Martínez, 1982; Quitmann, 1985; Tageson, 1982;
TFDPRPHPS, 2001; UKAHPP, 2005). Tal como afirma Martínez (1982), la
capacidad de consciencia del individuo hace referencia, al mismo tiempo, a sus
distintivos y es, también, origen de sus cualidades más elevadas. En conjunto con
la concomitante capacidad de simbolización, entre otras cosas le permite
distinguirse del mundo externo, habitar tanto el pasado como el futuro, planificar,
utilizar símbolos, empatizar con los demás a partir de su reconocimiento de sí
mismo, actuar éticamente, entregarse a ideales y ensanchar su espectro de acción y
la riqueza y variedad de sus vivencias posibles. “Realizar estas posibilidades es ser
persona” (p. 75). Con independencia de “cuánta consciencia sea asequible al
hombre, aquélla de la que dispone representa una característica esencial del ser
humano y es la base para la comprensión de la experiencia humana” (Quitmann,
1985, p. 20).
Aunque los psicoterapeutas humanistas-existenciales piensan que la
consciencia humana es de gran significación para la comprensión del
comportamiento, este hecho no equivale a una negación de la importancia
motivacional de los factores no conscientes. La aproximación humanista-
existencial, a pesar de que se declara en desacuerdo con la existencia de una
dicotomía o separación tajante entre lo consciente y lo inconsciente, admite la
presencia de fenómenos y procesos inconscientes en la vida subjetiva del ser
humano (Bagladi, 1994; Gimeno-Bayón & Rosal, 2001; Giordani, 1988; Tageson,
1982). Sin embargo, tal como indican Tageson (1982) y Quitmann (1985), también
enfatiza que el concepto de lo inconsciente muchas veces es utilizado como medio
para postergar o eludir el asumir la responsabilidad sobre ciertos sentimientos o
ciertas conductas al culpabilizar a supuestas tendencias inconscientes.
La psicología humanista-existencial no define lo inconsciente en términos de
contenidos específicos. Giordani (1988), por ejemplo, piensa que lo inconsciente es
“el conjunto de las experiencias que quedan en el ´fondo´ frente a las otras que
están presentes en la consciencia y que juegan un papel de ´figura´” (p. 53).
Gimeno-Bayón y Rosal (2001), por otro lado, señalan que muchos procesos
inconscientes son de carácter pragmático, en el sentido de que la funcionalidad de
la percepción depende de la exclusión de diversos estímulos existentes pero
irrelevantes en una situación determinada. Desde el punto de vista de la naturaleza
de lo inconsciente, los terapeutas humanistas-existenciales consideran que lo
inconsciente está constituido por aquellas potencialidades de conocer y
experimentar que el individuo no puede, no se permite o no quiere actualizar
(May, 1967). Más allá, siguiendo los pasos originales de Jung, a menudo lo
inconsciente es conceptualizado “como una fuente de recursos, soluciones y
desarrollo” (Bagladi, 1994, p. 102) y, asimismo, como origen y estímulo de la
creatividad.
No obstante, la psicología humanista-existencial no hace caso omiso de la
circunstancia de que lo inconsciente y, por lo tanto, el ser humano es también de
carácter instintivo, incluyendo impulsos sexuales y agresivos.
El hombre tiene instintos, hablando ónticamente; y debe tenerlos, hablando
éticamente. En modo alguno negamos los instintos del ser humano; lo que
negamos es sólo la reducción del hombre a un haz de instintos. Lo que negamos es
que el hombre sea arrastrado por los instintos. Él ´tiene´ instintos, pero no ´es´ una
realidad instintiva. El hombre tiene instintos, pero los instintos no le tienen a él. El
hombre hace algo con los instintos, pero los instintos no le constituyen en un ser.
(Frankl, 1984, pp. 172-173)
adopte.
Con todo, el grado de libertad que el individuo ejerce y experimenta no
siempre permanece estático, sino que puede variar. Según Martínez (1982), el
grado de libertad aumenta en la medida en la que la persona se abre y acepta sus
propias experiencias, en la medida en la que “la persona es ella misma y da
entrada y hace accesibles a su consciencia todos los datos disponibles y
relacionados con la situación [...]” (p. 77). Indica, en este sentido, que la capacidad
humana de consciencia es crucial en términos de las posibilidades de ampliación
de la capacidad de libertad, ya que el incremento del rango de conocimiento que la
consciencia puede generar tiende a expandir el espectro de acciones potenciales.
Martínez asevera, por ejemplo, que el conocimiento y reconocimiento de sus
propias necesidades biológicas libera al individuo, en algún grado, de la
determinación que la naturaleza establece. May (1967) opina, apoyando a
Martínez, que la capacidad del ser humano de ser consciente de sí mismo como
individuo que siente debe ser entendida como la base psicológica de la libertad.
Tageson (1982), de modo similar a Martínez, cree que,
en la medida en la que uno es consciente y puede conscientemente ser dueño de las
propias necesidades, sentimientos y valores más profundos, uno estará capacitado
para escoger libremente, sin una necesidad compulsiva, entre las diversas
alternativas que prometen, en un grado más o menos idéntico, alguna medida de
auto-mejoramiento, auto-realización o auto-actualización. (pp. 137-138, cursiva del
original)
En este sentido, tal como afirma Giordani (1988), el ser humano goza de libertad en
el sentido de que su enriquecimiento depende, de manera fundamental, de él
mismo. Quitmann (1985), por su parte, piensa que la libertad humana crece,
paradójicamente, en la medida en la que el individuo es capaz de admitir su falta
de libertad o, como cree May (1967), aumenta en la medida en la que la persona va
tomando consciencia de aquellas experiencias que la determinan.
Dada su condición de libertad, tal como ya se ha insinuado, el ser humano
dispone de la capacidad para elegir y tomar decisiones de manera libre (Giordani,
1988; Kriz, 1985; Maddi, 1988; Martínez, 1982; Quitmann, 1985; TFDPRPHPS, 2001;
UKAHPP, 2005). Esta posibilidad es otro de los elementos que contribuye a
convertir al individuo en un ser capaz de variar su situación vital mediante sus
decisiones y elecciones activas. Tal como indica Maddi (1988), “los psicólogos
existenciales consideran la vida como una serie de decisiones que continuamente
se están haciendo, aún cuando la persona no sea consciente de ello” (p. 250). Desde
una perspectiva complementaria, muchos psicoterapeutas humanistas-
existenciales han enfatizado que el individuo puede acceder a la posibilidad de
auto-determinarse (Frankl, 1978; Tageson, 1982; UKAHPP, 2005). Tal como señala
Frankl (1978), no es una cosa entre otras cosas, sino que se determina a sí mismo y,
además, decide si se deja o no determinar por las condiciones que lo rodean.
Por otro lado, la condición básica del ser humano como ser que es libre, que
escoge y que decide trae consigo el hecho antropológico de que, con ello, es
responsable de sus elecciones y decisiones (Frankl, 1984; Giordani, 1988; Kriz, 1985;
May, 1967; Quitmann, 1985; TFDPRPHPS, 2001; UKAHPP, 2005). Según May
(1967), el término responsabilidad significa “respuesta” o “responder a” y, a partir
de esta definición, afirma que “no puedo convertirme en un yo si no me
comprometo continuamente respondiendo al mundo del cual soy parte” (p. 167,
cursiva del original). La autenticidad de la experiencia de auto-determinación y
autonomía está sujeta a la aceptación de la propia responsabilidad por lo que se
hace o deja de hacer, una responsabilidad que involucra, entre otras cosas, el
respeto hacia la libertad de los demás y la admisión de las diferencias y la
diversidad humana. Es en este sentido que Frankl (1978) asevera que la libertad
degenera en arbitrariedad cuando no está complementada por una actitud
responsable. En circunstancias favorables, el individuo despliega su potencialidad
intrínseca para transformarse en “un ser activo capaz de intervenir en su propio
desarrollo y de tomar sobre sí la responsabilidad de su propia vida” (Kriz, 1985,
p. 226).
Y, desde la perspectiva que hemos esbozado en este trabajo, cabe agregar que una
concepción individualista no es, en esencia, compatible con la antropología
filosófica que fundamenta la psicoterapia de orientación humanista-existencial.
Contradice los múltiples corolarios del punto de vista holístico que hemos descrito
y hace caso omiso de la relevancia de las relaciones humanas para el crecimiento y
la actualización de las potencialidades del organismo.
La difusión de un énfasis individualista ha llevado a que muchos
psicoterapeutas de esta corriente han vuelto a explicitar y destacar la importancia
de los aspectos relacionales de la psicoterapia (Doubrawa & Staemmler, 2003;
Hycner & Jacobs, 1995; Sassenfeld, 2004b; Yontef, 1993). Es posible que, en este
contexto, sea de interés retomar la distinción entre individuación e individualismo
que Jung introdujo hace ya muchos años atrás. Jung (1928) pensaba que
no distinguimos suficientemente entre individualismo e individuación.
Individualismo significa enfatizar y conferir importancia, de modo deliberado, a
una supuesta peculiaridad, más que a consideraciones y obligaciones colectivas.
[La individuación] sólo puede referirse a un proceso de desarrollo psicológico que
realiza las cualidades individuales dadas; dicho de otra manera, es un proceso por
medio del cual un ser humano se convierte en el ser definido, único que es. Al
hacer esto, no se torna ´egoísta´ en el sentido ordinario de la palabra, sino que
meramente se encuentra realizando la particularidad de su naturaleza y esto, como
hemos afirmado, es radicalmente diferente de egoísmo o individualismo. (pp. 182-
183).
Por nuestra parte, esperamos que este estudio contribuya a que quienes pretenden
poner en práctica la aproximación humanista-existencial de manera auténtica lo
hagan en conocimiento de y basándose efectivamente en las consideraciones
antropológicas básicas que le subyacen y que la fundamentan.
Hace casi cuarenta años, May (1967) afirmó que, en términos generales, “se
debe entender la naturaleza del hombre mismo como la base de la ciencia y el arte
de la psicoterapia” (p. 93). En la actualidad, yendo más allá de May y recogiendo
las ideas originales de Frankl 8 , los psicoterapeutas humanistas-existenciales se
que se plantea la antropología filosófica −¿qué es el ser humano y que lo hace ser
atreven a aseverar que las respuestas específicas que damos a la pregunta central
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