Reflexiond El Padre CASALDIGA

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Universidad Centroamericana José Simeón Cañas

Estudiante: Bordones Santos Magdaleno 00305020


Profesor: Melvin Otero SJ
Tema: Reflexión sobre la película del padre Pedro Casaldáliga.

: las causas por encima de la propia vida


La causa de los pobres
Desde sus inicios, el cristianismo siempre ha tenido un mensaje lacerante
contra las riquezas, considerándolas inmorales a la par que existía la
pobreza. Con el paso del tiempo, esta visión convive junto con otra que se
hace mayoritaria: una óptica vertical, paternalista e instrumental de los
pobres por parte de las élites.

Sin embargo, la teología de la liberación va a las raíces del Evangelio:


Jesús de Nazaret fue alguien pobre que optó por los más humiles y por
querer una sociedad radicalmente nueva basada en la fraternidad (el Reino
de Dios), lo crucificaron.

Por tanto, los desheredados ya no son instrumentos a través de los cuales


conseguir la salvación celestial mediante la limosna, sino que son sujetos
activos. No solo eso, sino que la teología de la liberación comienza a hacer
una relación dialéctica entre riqueza y pobreza. Hay pobreza porque existe
riqueza. Existe pobreza porque es producto de un sistema desigual e inicuo.
Hay explotados porque existen explotadores. Y aquí comienza el salto de lo
individual a lo colectivo, a la necesaria respuesta política.

Casaldáliga fue ejemplo de esta práctica. Dejó de tener buenas relaciones


con los latifundistas y su parroquia se llenó de campesinos junto con los que
articulaba respuestas a la explotación.  A los que defienden que la Iglesia
debe atender por igual a los proyectos de los ricos y de los pobres y que el
Evangelio acepta todas las clases sociales existentes por igual, esto les
contestaba el obispo catalán:

Respondería que Cristo también vino para todos, y optó por los pobres. Y
condenó a los ricos. Y rechazó el privilegio. Y fue sentenciado, torturado,
ejecutado y colocado en la cruz por los poderes de latifundio, de la ley, del
imperio.
No es posible pensar que el Evangelio sea para todos por igual. Lo peor que
se podría decir del Evangelio es que el Evangelio es neutro. Yo suelo decir
que el Evangelio es para todos, a favor de los pobres y contra los ricos:
contra la posibilidad, la capacidad que ellos tienen de vivir en un privilegio
que expolia a la inmensa mayoría de los hermanos. El rico, normalmente
hablando, está excluido del Reino de los cielos.
La causa política y la causa indígena
Una vez hecha la opción por los pobres a nivel individual, hay un segundo
paso que llega de inmediato: el salto a lo político, a la transformación de la
sociedad. Para Casaldáliga, todo estaba relacionado con la actividad
política, concibiéndola como el principal instrumento de liberación y
emancipación.

Ese asumir la miseria, el sufrimiento, la indignación, la revuelta, el proceso


de liberación de los pobres, la voluntad del de salir del estado en que viven,
nos pondrá automáticamente en una postura política (revolucionaria incluso)
de transformación radical de una sociedad que no responde a la voluntad de
Dios, al proyecto del Reino. […] Entramos necesariamente en el proceso de
transformación de la sociedad, en el proceso de la revolución.

No se entiende el amor por los oprimidos sin una respuesta política que
conlleve un cambio de raíz. Es cuando se comienza a identificar al
capitalismo como un pecado estructural y se hacen del marxismo junto con
la teoría de la dependencia los métodos de análisis para comprender la
realidad y buscar una necesaria alternativa.
La sociedad capitalista no responde a los estándares básicos que deben
conformar la sociedad según el Evangelio. Por tanto, la revolución se hace
necesaria y urgente. De hecho, como por ejemplo en el propio Brasil, el
cristianismo de base iba más allá que los partidos comunistas oficiales,
presos de su burdo mecanicismo histórico.

Mientras los aparatos comunistas, dirigidos desde Moscú, apostaban por


una democracia burguesa tras el fin de las dictaduras, el Sínodo de los
Obispos en Perú durante 1968 proponía la “superación de la democracia
formal encubridora de la injusticia” junto con la necesaria expropiación de
bienes y recursos a los que más tienen para construir una sociedad
socialista.

Además, Casaldáliga también hizo suya la causa de los indígenas. Nunca


quiso ser el protagonista y el líder de ninguna lucha, sino un sustento y
apoyo de sus hermanos y hermanas. Desde un principio hasta el final luchó
por la reforma agraria, contra el latifundio y la dictadura brasileña. De hecho,
también fue muy crítico con la política adoptada por Lula, diciendo que no
se respetaban la cultura de los pueblos indígenas, sino que solo se les
consideraban sujetos con derechos si se integraban en la sociedad
brasileña, renunciando a su propia cultura.

La causa de una Iglesia de base y popular


Para Pedro era necesario renovar la vida eclesial de arriba-abajo. La
teología de la liberación siempre ha tenido un problema con la
Iglesia jerárquica. Nunca ha negado que deba existir cierta jerarquía, ni el
papel de unidad de la Iglesia reservado al Papa. Sin embargo, siempre ha
entrado en conflicto con la autoridad papal. El propio Casaldáliga fue
llamado al Vaticano, acusado de apartarse de la ortodoxia católica. No
olvidemos que otro de los grandes teólogos, como Leonardo Boff, se vio
obligado a abandonar el sacerdocio porque el Vaticano le impuso un año
de silencio obsequioso.
Otro de los fallos estructurales internos contra los que luchaban Pedro y
otros obispos latinoamericanos fue el clericalismo. A lo largo de toda
América Latina comenzaron a formarse las Comunidades Eclesiales de
Base. En ellas, aparte de realizar actividades de culto, se empoderaba a los
laicos, se realizaban actividades políticas y los miembros de estas
comunidades participaban simultáneamente en partidos y movimientos de
carácter anticapitalista. No se concebía formar parte de una comunidad
cristiana sin, a la vez, organizarse políticamente en los movimientos cuyo fin
era la transformación radical de la sociedad.

¿Qué va a ser de la teología de la liberación?


En pleno siglo XXI, el panorama político y social ha cambiado plenamente.
América Latina está viviendo un proceso radicalmente contrario: el
protestantismo crece en el continente y éste nutre a los movimientos de
extrema derecha. Se ha pasado de una mayoritaria teología de la liberación,
defensora de que el mandato divino es el fin de la explotación, a la teología
de la prosperidad, arguyendo esta que si posees más dinero, eres más
agraciado y estás más cerca de Dios.

Cuando la teología de la liberación estuvo en auge, tuvo al Vaticano como


uno de sus principales perseguidores. Sin embargo, ahora se encuentra el
Papa Francisco, primer Papa latinoamericano de la historia y mucho más
abierto a sus postulados. Pero no pertenece a esta escuela, sino a la
teología del pueblo.

Esta corriente ya no usa el marxismo como método analítico, abandona la


hipótesis de la lucha de clases y se centra más en el pueblo y la cultura.
Para entendernos, la teología del pueblo es a la teología de la liberación lo
que el populismo es al marxismo. Eso sí, nadie niega que bajo el papado de
Francisco, los postulados progresistas tienen muchas más posibilidades que
en otros, como por ejemplo, los de Benedicto XVI y Juan Pablo II. De hecho,
los documentos papales escritos por Bergoglio tienen un marcado carácter
ecologista y anticapitalista, sobre todo Evangeli Gaudiumy Laudato Si.
A pesar de no atravesar un buen momento, la teología de la liberación
siempre va a ser más que necesaria dentro de la Iglesia Católica. Ignacio
Ellacuría, jesuita asesinado por la dictadura salvadoreña, decía que la
teología de la liberación está encaminada a humanizar el socialismo,
mientras que la Doctrina Social de la Iglesia (documento oficial de la Iglesia
católica sobre postulados político-sociales) lo está para humanizar el
capitalismo, llegando esta última a poder criticar las características más
salvajes de tal sistema socio-económico, pero jamás a cuestionar la
explotación del trabajo por el capital.

En definitiva, con Casaldáliga, se va uno de los últimos obispos


latinoamericanos que han sido fieles a sus causas durante toda su vida: la
construcción de una sociedad libre de toda explotación. Muchas y muchos
han dejado una huella indeleble en muchas comunidades cristianas que,
frente a los nuevos retos del contexto actual, buscan rehacerse y mantener
el mensaje y ejemplo intacto de la teología de la liberación.

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