Francisco Valdes Subercaseaux Padre Jaime Correa
Francisco Valdes Subercaseaux Padre Jaime Correa
Francisco Valdes Subercaseaux Padre Jaime Correa
Inscripción N° 199.697
ISBN 978-956-9026-00-3
Primera edición 2011
© Padre Jaime Correa Castelblanco S.J.
IMPRESO EN CHILE
Francisco Valdés Subercaseaux O.F.M. Cap.
1908 - 1982
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Quisiera expresar mi gratitud a quienes han colaborado en este
libro. En especial, a la señora Margarita Valdés Subercaseaux,
cuya recopilación de las cartas y recuerdos de su hermano, que
publicó bajo el título de Fray Francisco Valdés Subercaseaux,
misionero de la Araucanía y primer obispo de Osorno, ha sido
fundamental para este trabajo.
Jaime Correa Castelblanco S.J.
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Capilla de Almagro. Nueva Imperial.
Primeros años
1908-1927
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Infancia
La primera comunión
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recibir la Eucaristía un mínimo de siete años, su madre escribió
una carta a Pío X, solicitándole un permiso especial.
Santísimo Padre muy amado:
Somos dos niños de Chile. Vivimos lejos, muy lejos de Vuestra
Santidad, pero os queremos mucho, tal vez más aún que los niños
de Europa, y tenemos Vuestro retrato en nuestra habitación.
¡Qué bueno es el Santo Padre por haber permitido que los niños
hagamos la primera comunión a los siete años! Nosotros no te-
nemos más que cinco y cuatro años.
Nos parece demasiado esperar hasta los siete, porque queremos
mucho a Jesús, al que deseamos recibir pronto.
Nuestra mamá nos enseña cada día el catecismo y ya sabemos
muchas oraciones. Ella dice que si Vuestra Santidad nos permite,
nosotros podríamos hacer nuestra primera comunión el próximo
año. Por este motivo, enviamos a Vuestra Santidad dos estampillas
para que en ellas nos escriba el anhelado permiso; las conservare-
mos toda la vida como preciosas reliquias.
Enviamos al mismo tiempo a nuestro Santo Padre muy querido la
fotografía de sus hijos.
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Maximiano y María Valdés el día de su primera comunión. 1913.
Blanca Subercaseaux con sus hijos Maximiano y María. 1913.
Juventud
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vivían, lo que contribuyó grandemente a la orientación que
más tarde iba a tomar su vida.
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en Punta de Tralca. Mi mamá rezaba. Nunca me hizo sugerencias
directas. Tenía confianza en que su oración sería escuchada.
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Vocación religiosa
1927-1934
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El año franciscano tocaba su fin. Todo en Italia hablaba del santo,
cantaba al santo de Asís. Me cautivó la inauguración del monu-
mento erigido delante de San Juan de Letrán. Me conmovió la
película sobre su vida, libreteada por Johannes Jörgensen. Las
estampillas de correo conmemoraban episodios de su vida.
Con mi tío Juan Subercaseaux, fuimos a un concierto sinfónico
donde se ejecutó el Tríptico Franciscano de Licinio Refice, dirigido
por su autor. La música y el texto me hirieron con la suavidad
de una sensación que nunca antes había sentido. Asistimos a la
clausura del año franciscano en la basílica de San Juan de Letrán.
Un cardenal predicó magistralmente y fue ejecutada por el coro
de la capilla Sixtina, la Misa del papa Marcelo de Palestrina. ¡Qué
música! Era como otra estocada que me hacía tambalear. El santo
me estaba seduciendo.
Pero, ¿quién era ese hombre? ¿Qué había hecho ese santo que le-
vantaba el mundo y me cautivaba con el eco de su vida? Para cer-
ciorarme, compré la Vida de San Francisco y Santa Clara, la última
edición, de Johannes Jörgensen. La red seguía envolviéndome.
Zarandeado, sin saber qué hacer, con mi secreto adentro, anduve
vagando solitario por las populosas callejas de Roma. Me puse
agresivo con los de mi familia. Después salí por días enteros.
Entrar a una iglesia y ponerme a llorar era una misma cosa. Llorar
era mi felicidad.
Un día, subía yo la rampa hacia San Pedro. Iba en busca de luz en
la soledad de algún rincón de las naves de la inmensa basílica. Y
una figura se cruzó conmigo en la subida; nunca se borró de mi
retina. No supe si era peregrino, penitente o un fraile: de todo eso
tenía. Hábito plomo, muy pobre, cordón a la cintura, descalzo,
cabeza tonsurada con cerquillo, barba negra. Me quedé mirándolo
hasta que se perdió en la columnata del Bernini. ¿Quién era? ¿No
sería el mismo que me estaba seduciendo en esos días? Me quedó
el interrogante y percibí su llamado: Señor, ¿qué quieres que yo
haga?
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Aconsejado por directores expertos, decidí ingresar al Pío Latino
Americano, colegio para eclesiásticos de nuestro continente donde
había un grupo de compañeros chilenos.
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plación, tal como la vivió y enseñó el santo fundador. El texto
extractaba los episodios que dieron origen a los capuchinos, así
como trozos selectos de las primeras Constituciones.
Ese artículo y sobre todo las Constituciones originales de la Orden,
me abrieron nuevas perspectivas para mirar un horizonte que me
atraía más y más.
Y vino el último campanazo. Estábamos los del Pío Latino de va-
caciones en Montenero, en la Toscana. En el Osservatore Romano,
leí la siguiente noticia: «Misiones de Araucanía, Chile. Voraz in-
cendio destruye convento de San Francisco en Valdivia. Mueren
carbonizados los padres Albuino y Eucario, misioneros capuchinos
bávaros».
La sangre se detuvo en mis venas y quedé como enajenado. Un
signo como éste no podía quedar ya sin respuesta. Desfiló por mi
mente una sucesión de escenas: el padre Tadeo devolviéndome la
salud, las acuarelas franciscanas del tío Pedro Subercaseaux, los
mapuches de Purén, el concierto de Refice, la beatificación de fray
Francesco de Camporosso, el penitente de la plaza de San Pedro,
las Constituciones de los capuchinos.
Hablé ese mismo día con mi director espiritual, el santo jesuita
padre Maina. Le urgí que comprendiera, después de tres años de
búsqueda, y cediera en su resistencia. Esta vez lo derroté. Decidí
definitivamente mi vocación, resuelto a realizarla: franciscano,
capuchino, misionero en la Araucanía.
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En la gran familia franciscana
En el noviciado de Laufen
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Le parecía un sueño estar revestido con el hábito inaugurado
por San Francisco, el poverello de Asís. Pero no todo era con-
solación. Con humildad, el novicio confesó sus problemas:
Había sido revestido por fuera. Pero por dentro había comenzado
el camino. Jamás imaginé que se me iba a exigir tanta renuncia.
Los primeros días fueron novedad, pero pronto vino la oscuridad
de la monotonía.
Mientras más avanzaban los días de esta nueva vida, más se ce-
rraba mi horizonte, más difícil se me hacía la existencia. El invi-
erno nórdico, sin divisar nunca el sol, bajo una nieve permanente,
me resultaba agobiante. Una luz muy viva me había conducido
feliz hasta dar este paso comprometedor. ¿No había sido todo una
ilusión? La luz había desaparecido, dejándome en una espan-
tosa oscuridad: en ella todo me parecía falso. Los religiosos, unos
hipócritas; yo, un iluso; el convento, un contraste con la pobreza
franciscana de mis sueños. Mi decisión había sido equivocada. Sin
haberlo imaginado, había venido a parar al purgatorio, si no en el
infierno. Rezar me resultaba imposible. Durante las interminables
jornadas oscuras de mi celda vacía, muchas veces tomé la decisión
de ir donde el padre maestro para comunicarle mi resolución
de irme. En la Orden no había encontrado nada de lo que había
venido a buscar.
¿Por qué no dejé todo? Dios lo sabe. Como el grano de trigo, si no
cae bajo la tierra en el surco y muere no produce fruto, muriendo
llega a dar nueva vida. Sí. Lo había asegurado el Maestro. Lo que
costaba era aceptarlo. Era preciso esperar contra toda esperanza,
creer en la resurrección del hombre que muere a sí mismo. La pelea
costaría un año: el noviciado.
[…]
A los religiosos de la comunidad, los iba encontrando buenos. Pero
sus defectos me saltaban a la vista. A los compañeros novicios, los
comencé a aceptar después de varios meses. Al fin, la primavera
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trajo una nueva vida a la naturaleza, ofreciéndome panoramas de
ternura desconocida, al mismo tiempo que empezaba a amanecer
en mi interior.
[…]
Al terminar el noviciado, lentamente, la Orden capuchina comenzó
a ser mi familia. Formulé mi profesión religiosa a medianoche el
27 de enero de 1931. La Orden me había probado. Yo había apren-
dido a morir, y fui aceptado.
Compromiso capuchino
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ciosa herencia de San Francisco. No me contentaré con carecer de
lo superfluo, sino también, muchas veces, de lo necesario, porque
la pobreza que no se sufre no es tal. Pediré hábitos viejos o usados
y los cuidaré y parcharé. Comeré sólo lo ordinario y barato.
Viajaré sólo por obediencia o caridad y, siempre que se pueda, en
el caballo de San Francisco [a pie]. Daré a los pobres todo lo que
permitan mis superiores. Rezaré frecuentemente para obtener la
verdadera y real pobreza, no contentándome con el desapego a las
cosas terrenas.
La Santa Obediencia. Como el principal de los votos y el más difícil
de cumplir, he de trabajar para observarla, ejercitándome en obe-
decer desde las pequeñeces, sin distinguir quién manda ni por qué.
Los deseos de los superiores serán para mí obligaciones. Obedeceré
en cuanto pueda a cualquiera que me ordene o me pida algo, sea
quien fuere. Pediré permiso para hacer cualquier cosa que no sea
común.
La Santa Castidad. La custodiaré como gran tesoro, especialmente
guardando mi vista. No importa no conocer muchas cosas de la
tierra, con tal de conocer las infinitas bellezas del cielo en el alma.
Especialmente en la ciudad, tendré los ojos dirigidos al suelo.
Trataré de evitar las conversaciones, canciones y lecturas en las
que se encuentre la más mínima sombra contra esta santa virtud.
La Santa Regla. Ella ha de ser mi fiel compañera y la he de estimar
en todo su valor, leyéndola, estudiándola y meditándola. Lo mismo
haré con las Constituciones que leeré muy seguido para observar
todos los mandatos con puntualidad. Y esto vale también para
cuando me encuentre en las misiones. Procuraré seguir todos los
consejos y la libertad de la Regla, para merecer las bendiciones que
a los observantes prometió San Francisco.
24
En la Universidad de Eichstätt
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doctorado en Filosofía o su experiencia en el trato con personas
de alto rango.
Era propio de su personalidad, por agere contra -hacer lo contrario
a la propia tendencia-, sobresalir en la virtud de la humildad.
Sabiendo que había abrazado la vida y la Regla de los Hermanos
Menores, él quería ser y vivir esa minoridad: ser el menor de todos
con respecto a los superiores, a los co-hermanos, a los condiscípu-
los. Nadie le oyó decir una palabra de su nobleza, de la riqueza
o de los méritos de su familia. No soportaba ese tipo de conver-
sación cuando alguno hacía una alusión a ese respecto. El padre
Paulino de Premariacco era el director, y algunas veces, estando
ausente Francisco, lo ponía como ejemplo a los otros seminaristas.
Él quedaba muy confundido si una voz indiscreta se lo refería:
Francisco no quería ser objeto de atención.
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Profesión solemne
y ordenación sacerdotal
1934
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rubia, nueva y crespa, de pies descalzos sobre gruesas suelas ama-
rradas con tiras de cuero, en túnica parda y capucha puntuda. Ése
era mi hijo mayor, el hijo dado al Señor.
Atravesamos Venecia a pie, como lo quiso mi hijo, a lo francis-
cano, llevando mis niños cada uno una maleta. Es largo el viaje
desde la estación al muelle o Riva dei Schiavoni, siempre orillando
canales, desembocando en sorpresas de plazuelas rosadas, atrave-
sando arcos de puentes levantados sobre las aguas azules.
Y se acercó el día de la Ordenación. A mi niño no lo vi más. Entró
a retiro largo y estricto. En la víspera, fui al jardín de una preciosa
villa y compré los jacintos más lindos que he visto en mi vida y
un atado de violetas. Embalsamada con mi cosecha, me vine al
convento y adorné el altar con esas flores húmedas de pureza. Al
atardecer, Juan, su tío, y yo fuimos al convento a ver a nuestro
niño, salido del retiro. Vino él, bañados sus ojos con lágrimas y, a
través de ese llanto, miraba con cariñosa sonrisa.
Y llegó el gran día: Nos sentamos en primera fila, en la gran iglesia
del Redentor. Vi a los elegidos, una veintena, tendidos en el suelo,
la faz pegada a la tierra. El obispo sopló sobre ellos, y vino el
Espíritu Santo y cada uno era ahora un nuevo Cristo sobre la tierra.
Después pusimos un cable al papá. Saludamos con Francisco al
patriarca de Venecia, y almorzamos con Francisco Fresno.
A la mañana siguiente, muy temprano, estuvimos en la capilla
resucitada de jacintos, rosas, cirios, y violetas. Fue una Misa breve,
callada, al amanecer, como en las catacumbas.
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Quiero que hoy, precisamente en el día que vas por primera vez
a inmolar a Jesucristo, te llegue mi carta y con ella mi corazón
henchido de santo gozo por verte al término de una de tus más
grandes aspiraciones. Ahora que te veo llegar al altar, doy gracias
a Dios desde lo más íntimo de mi corazón, y no sé pedir para ti
otra cosa en este día sino que Dios acabe en ti lo que ha empezado:
que pronto puedas volar hacia donde tu vocación te llama, a ser
un nuevo Francisco Javier araucano. [Se refiere a San Francisco
Javier, primer compañero de San Ignacio, misionero jesuita y
apóstol en India, Japón y China.]
Junto a Cristo y al contacto de Su Sangre, has de acabar de formar
en ti al hombre nuevo, al hombre de Dios, para la gran misión a
que eres llamado, a la del apóstol que, bordón en mano y fuego
en el corazón, va por la sierra en busca de almas, dejando tal vez
en los zarzales del camino pedazos de sayal descolorido, el hábito
nupcial con que te has de presentar al festín eterno.
Goza, querido Max, goza santamente las primicias de tu sacerdocio
en el recogimiento y en la quietud de tu corazón. Que seas feliz con
la única felicidad verdadera, que es la que viene de Dios y que sólo
Dios sabe dar a sus fieles ministros y religiosos.
Que Dios y su Santísima Madre, desde el cielo, te concedan todas
aquellas gracias que yo aquí pido para ti y para tu familia que ha
hecho el sacrificio de darte eternamente al buen Dios.
Loreto y Asís
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Misa lo quiero pasar en silencio y recogimiento. Le ruego, pues,
venga sola conmigo y viajemos en tercera clase».
Y así íbamos como pobres, desconocidos, piadosos peregrinos.
Viajamos todo el día cambiando de trenes. Llegamos a Loreto en
la luz escasa de crepúsculo. Subimos al pueblo en un cochecito
campesino. Él se fue al convento y me dejó en un albergue cercano.
De allí salí con el alba. Y luego me encontré en la gran basílica.
Sonaban a fiesta las campanas. Era el 19 de marzo, fiesta de San
José, y estaba yo en su casita de Nazaret, de rodillas en el suelo,
cuando entró mi hijo revestido y subió al altar. El padre que venía
con él para ayudarlo se acercó a mí y dijo en voz alta, en italiano:
«Venga la madre del nuevo sacerdote». Y me colocaron en la pri-
mera grada del altar. Allí recibí a Jesús, por segunda vez de manos
de mi hijo.
Después de un frugal almuerzo en el convento, volvimos a bajar la
pendiente hasta la estación. Y esa misma tarde llegamos a Asís y,
como buen hijo de San Francisco, él subió al pueblo a pie, llevando
mi maleta. Él no tenía equipaje, sino el peso de su emoción.
En Asís, nos encontramos de nuevo Juan y Francisco Fresno,
ahora con Ettore, María y Gabriel, que venían desde Venecia, y mi
hermano León y Paz, con sus niños, desde Roma.
Al día siguiente, nos ocupamos de los preparativos para la primera
Misa cantada y la primera comunión de los niños Subercaseaux,
Pedro y Juanita.
El día 21 de marzo, a las ocho de la mañana, rodeaban el altar
mayor mis hijos, mis hermanos y unos pocos chilenos más. Yo
estaba al pie del altar con los niñitos que hacían la primera comu-
nión. Juan, que acompañaba a su sobrino en el altar, habló muy
bien y nos hizo llorar al evocar a nuestra madre tan amada, cuyo
amor a San Francisco había culminado, o más bien cristalizado,
en esta ceremonia.
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pequeña ciudad para recorrer todos los lugares franciscanos. La
Semana Santa de 1934 vivida allí fue para los tres peregrinos
un cielo en la tierra.
El día de Pascua, mi hijo dijo Misa en la cripta sobre la tumba del
Santo. Llevaba mi casulla; todo era marfileño. ¡Qué precioso!
Así pasaron los días de Asís. Nos dijimos adiós. Él, mi hijito, con-
tinuó a pie hasta la Alverna. Yo bajaba a Roma en el tren que se
anunciaba.
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Regreso a Chile.
Seminario Mayor de San Fidel
en San José de la Mariquina
1935 - 1939
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sus hermanos cantaban en coro y él insertaba su voz de tenor. Ése
fue un día inolvidable.
Al día siguiente, nuestra parroquia de San Miguel estuvo de gala.
Francisco cantó Misa en el altar mayor. La iglesia estaba repleta y
llena de lágrimas de emoción.
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misión. Sin darse un descanso, visitaba las pequeñas aldeas,
cruzaba los montes y llegaba hasta los valles más alejados,
incluso aquellos nunca antes visitados por un sacerdote. Así
llegó a las minas de Madre de Dios, en plena cordillera en
dirección al lago Panguipulli. Su trabajo misional con los indí-
genas y mineros de la zona lo continuó por varios años. Para
la fiesta de Pentecostés, enseñaba catecismo, hacía bautizos y
matrimonios, y predicaba una misión. También comenzó, en
esas lejanías, la construcción de una capilla y una escuela que
más tarde entregaría a las Hermanas Franciscanas del Sagrado
Corazón de Jesús de Purulón.
Otro de sus recorridos era a La Unión, cerca del Lago Ranco.
Y otro hasta San Juan de la Costa, el lugar más alejado del
vicariato.
Él mismo escribe: «Me vi obligado a tratar con toda clase de
personas, entre las más heterogéneas que pueda encontrarse en
raza, religión, idioma y condición». No es fácil individualizar a
esas personas: mapuches auténticos, chilenos, inmigrantes, en-
tre los que había colonos alemanes, luteranos y católicos. «Me
tocaba alojar con los mapuches y también, dos o tres días, en
casas de familias chilenas y alemanas. En todas era considerado
no como un extraño, sino como uno que comparte la verdadera
amistad».
34
La misión de Boroa
1939 – 1943
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cielo. Los cinco obispos que asistían transportaban el Santísimo.
Pero la escena más deliciosa tuvo lugar en el día dedicado a los
niños, que habían venido en número de tres mil desde toda la
Araucanía. A mí me tocó darles la bienvenida en la iglesia total-
mente atestada por esa marea infantil, con tantos estandartes y
banderas. Ellos cantaron la Misa de Angelis y me pidieron que les
predicara. Estuve en mi elemento y como fuera de mí por la alegría
de encontrarme en medio de tantos niños chiquitos.
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Fray Francisco Valdés y seminaristas en San José de la Mariquina. c.1937.
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Monasterio de Santa Clara. Pucón.
Cruz de Maipú. 1967.
ejecutó con madera de los bosques del sur, una estrella central
de plata hecha con viejas monedas que regaló un minero de
Iquique, y una cinta roja tejida en Doñihue. De este modo, la
Cruz representaba el norte, el centro y el sur de Chile.
También es relevante su legado escrito. Los superiores le
pidieron que escribiera una historia novelada que relatara la
epopeya de los misioneros capuchinos alemanes en Chile. El
padre Francisco emprendió ese largo trabajo no sólo por obe-
diencia, sino con alegría y gratitud.
El libro Lemunantu, cuyo título se traduce como luz del
bosque, fue publicado en 1946 por la Imprenta San Francisco
de Padre Las Casas, en el vicariato de la Araucanía. La trama
relata la historia de Lemunantu, una joven mapuche que llega
a ser madre de un misionero, y tiene como fondo la historia de
los misioneros de la Araucanía, desde los primeros franciscanos
españoles enviados por Felipe II, seguidos de los jesuitas, y co-
ronada por la valiosa y sacrificada actuación de los franciscanos
y los capuchinos italianos y bávaros, que perdura hasta hoy.
Con este libro, el padre Francisco haría justicia a la figura
heroica de cientos de abnegados misioneros que murieron
en pos del lema de su santo fundador, Paz y bien. El mismo
Francisco se retrata en el personaje de un capuchino chileno,
el padre Gottlieb, que se entrega a la evangelización de sus
compatriotas.
Como constructor, el padre Francisco levantó y fundó una
decena de escuelas en las localidades más pobladas de su parro-
quia. Nada detenía su inagotable actividad que brotaba de la raíz
profunda de la contemplación y de una de sus frases paulinas
favoritas, que le llevaba a multiplicar las obras en bien de las al-
mas: No te dejes vencer por el mal, sino vence al mal con el bien.
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Segundo viaje a Europa
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Fray Francisco Valdés y su madre. c. 1949.
pierda su sabor. […] Más provecho hay en unirse a Dios en la con-
templación que con largarse a muchos proyecto. Si hemos nacido
para la contemplación, que es nuestro destino eterno, cómo no
hemos de ansiarla.
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de Santiago. Una y otra vez, el padre Francisco debió viajar a
Santiago para obtener las licencias eclesiásticas para que las
clarisas chilenas pasaran a la reforma capuchina.
El 12 de enero de 1953, llegaron a Pucón las cuatro clarisas
de Santiago. Como un niño lleno de felicidad, el padre Francisco
las instaló en una casita contigua a la casa parroquial. Él mismo
se preocuparía de que nada espiritual o material les faltase. Al
fin y al cabo, las había esperado tanto tiempo.
Al celebrarse, el 12 de agosto de 1953, el séptimo centenario
de la muerte de Santa Clara, el padre Francisco bendijo y colocó
la primera piedra del convento.
El 3 de marzo de 1957, cuando el padre Francisco ya no
vivía en Pucón, monseñor Guido Beck de Ramberga O.F.M.
Cap., vicario apostólico de la Araucanía, recibió de la Sagrada
Congregación de Religiosos los rescriptos que permitían
aceptar como clarisas capuchinas a las clarisas de Santiago y
erigir canónicamente el convento. El 26 de febrero de 1959, las
clarisas de Nuestra Señora de la Victoria emitieron la profesión
solemne en la Orden de las clarisas capuchinas, de manos del
obispo de Villarrica, monseñor Guillermo Hartl de Laufen,
quien, entre tanto, había sucedido a monseñor Guido Beck de
Ramberga. En Osorno, el nuevo obispo de la diócesis, monseñor
Francisco Valdés, daba gracias a Dios.
Las seis clarisas capuchinas italianas, ya no de Mondaino,
como inicialmente se previó, sino de monasterios en Ferrara,
Florencia, Capriate, San Vito, Moriondo y Borgo Po, en Turín,
llegaron a Valparaíso el 18 de enero de 1959. Con gran emo-
ción, las recibieron los obispos capuchinos monseñor Guillermo
Hartl de Laufen, y monseñor Francisco Valdés.
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El 10 de marzo de 1959, las religiosas chilenas y las italianas
empezaron a vivir en comunidad.
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un hombre joven, rubio, de aspecto sereno, con pies desnudos y
cabeza tonsurada que, en nombre de Cristo, les asegura que hay
una fuente eterna donde serán saciados todos los sedientos de
caridad y de justicia.
50
El Cristo del Tromen
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Cristo del Tromen. Parque Nacional Villarrica.
Primer obispo de Osorno
1956 – 1982
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A monseñor Valdés le apenó constatar el extremo abandono
religioso de la diócesis, por lo que decidió visitar personalmente
sus once parroquias. Los sacerdotes eran sólo una docena y no
daban abasto. La mayoría eran extranjeros y algunos de edad
muy avanzada. Sólo cuatro franciscanos eran chilenos.
Las miserias de Osorno sobrepasan lo que yo habría creído –escribe
a su madre-: los pobres hambrientos, sin techo y en harapos, me
asedian todo el día. He tenido que alojar familias en el garaje. Para
el día de San Francisco, me di el lujo de almorzar con cuarenta
pobres. […] Muchos en Osorno no sospechan que haya una miseria
tan grande, y se pasan de fiesta en fiesta.
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En varias diócesis europeas, obtuvo además seminaristas para
ser incardinados en Osorno.
En su testamento, monseñor Valdés agradece al Señor la
ayuda recibida de estos generosos religiosos: «Gracias por los
sacerdotes ejemplares y celosos que han venido a colaborar
abnegadamente en la tarea pastoral, tanto religiosos como dio-
cesanos, reunidos en un presbiterio que es la primera fuerza
espiritual de la diócesis, mi alegría y mi corona».
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en nombre suyo con el General de la Compañía de Jesús quien,
ante el deseo del Santo Padre, propuso el envío de jesuitas nor-
teamericanos. Para concretar esta posibilidad, monseñor Valdés
viajó desde Europa a la provincia jesuita de Maryland en los
Estados Unidos, a tratar todo lo relacionado con la fundación
del colegio.
En octubre de 1959, seis jesuitas norteamericanos viajaron a
Osorno a hacerse cargo del colegio y, con el apoyo de monseñor
Francisco Valdés, dieron comienzo a las nuevas construcciones.
El terremoto de 1960
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misma iglesia-catedral, debió sumar la amargura y la desespe-
ración de sus fieles, para quienes se transformó en su principal
animador.
Había que aunar fuerzas y reconstruir todo aquello. Sin
vacilar, monseñor Valdés se entregó a esa enorme tarea. Con
el intendente militar que designó el Gobierno, visitaron cada
lugar afectado, estudiaron proyectos y los fueron realizando.
Con ayuda externa, monseñor Valdés estableció en la diócesis
varias cooperativas de construcción, como Invica, Techo y el
Hogar de Cristo, presente en Osorno al igual que en las otras
seis provincias del Chile devastado.
Sin embargo, para reconstruir los lugares de culto y las
viviendas de los sacerdotes, él mismo debió buscar los medios
económicos.
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trataba de un edifico de líneas puras y ágiles cuyo conjunto,
tanto el pórtico como la ojiva central, unirían el estilo gótico a
la originalidad de la arquitectura moderna.
La colocación de la primera piedra se realizó en junio de
1962. La obra gruesa fue concluida diez años después. En oc-
tubre de 1976, el obispo comenzó a usar la catedral, y el 24
de noviembre de 1977, la consagró acompañado de todos los
obispos de Chile.
El Concilio Vaticano II
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con la misión recibida. La conciencia del pecado, el peligro de
mezclar miras humanas, de limitar la acción del Espíritu y de apa-
gar su luz, confunden al que se sumerge un tanto en el plano de
Dios, no quedando otra respuesta, sino la de Pedro: Señor, tú sabes
todas las cosas, Tu scis quia amo te!
La música sagrada
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música cantada en la juventud deja un eco que no silencia más
durante la vida; antes bien, modela las costumbres del hom-
bre»—, sino que traza además las líneas que fundamentan la
formación en Chile de un Instituto Superior de Música Sagrada.
En su libro, a partir de los decretos conciliares, monseñor
Valdés profundiza en el tesoro artístico y estético que represen-
tan la liturgia y la música sagrada de la Iglesia -que incluye el
canto gregoriano y el uso del órgano de tubos- como medios
que expresan de manera insuperable el encuentro profundo,
noble y universal –católico- entre el hombre y los grandes mis-
terios de la fe.
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En el sínodo de obispos en Roma
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Intervención decisiva en la solución pacífica del
diferendo austral
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El 25 de octubre de 1978, monseñor Valdés escribió una histórica
carta a los presidentes Jorge Rafael Videla, de Argentina, y
Augusto Pinochet Ugarte, de Chile, llamándolos a unirse y a
solicitar la mediación papal de modo de alcanzar la paz. En
dicha carta, sostenía que:
[…] por pequeñeces inexplicables, ambos pueblos se hallan a un
paso de una hecatombe fratricida.
La solución está en las manos de los jefes máximos, de ambos
presidentes: unirse y unir el destino de ambos pueblos, invocando
solemnemente la mediación del Santo Padre Juan Pablo II, vicario
de Cristo.
[…]
Ninguna gloria mayor para ambos presidentes que mostrar ante
el mundo, ansioso por aprender cómo se superan los conflictos,
cómo se prepara con sabiduría el mañana de las naciones. Ningún
aprecio mayor podrán obtener los gobernantes de nuestros pueblos
si aseguran la paz con una medida como es la acción del vicario
de Cristo, reconocido como tal por los católicos pueblos andinos.
Afianzar de esta manera la paz es poner a salvo el glorioso patri-
monio común que nos legaron los Padre de la Patria […].
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La mediación de la Santa Sede comenzó con el envío del carde-
nal Antonio Samoré, y la solución al diferendo austral, iniciada
con la intervención de Pablo VI, terminó con la plena satisfac-
ción de las partes, durante el pontificado de Juan Pablo II.
Pero no fue todo. En su lecho de muerte, monseñor Valdés
escribiría al Santo Padre un telegrama, donde le expresaba el
ofrecimiento de su vida por el éxito de la mediación papal y por
la paz entre ambos países.
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Tabor, en Jerusalén, en Belén, a donde llegamos el 4 de octubre,
día de San Francisco de Asís!
¡Con qué piedad, conocimiento y emoción, relató monseñor Valdés
el episodio del primer pesebre que el poverello organizó en Greccio!
La Misa en el Santo Sepulcro tuvo que ser a las seis de la mañana
para dar cabida a los demás cultos. La casi oscuridad del recinto,
impregnada por el olor de siglos, hecho de humedad e incienso,
se mezclaba con la certeza de estar en el lugar más sagrado de
la tierra, el más misterioso y también disputado por los distintos
cultos y liturgias.
Y regresamos a Roma. Los obispos, como niños que llegan a su
casa, se desparramaron gozosos. Monseñor Valdés se dirigió, como
siempre cuando iba Roma, a la vía Virginio Orsini, donde sus que-
ridas Hermanas de Santa Marta.
En esos momentos, se debatía en Roma la ardua cuestión de la
mediación papal en el conflicto entre Chile y Argentina. El obispo,
siempre interesado en este asunto como si fuese cosa propia, seguía
muy de cerca las conversaciones entre el cardenal Samoré y la dele-
gación chilena, encabezada por el embajador Enrique Bernstein.
66
¡Qué feliz estabas cuando llegamos a Lourdes! Repetías «Aquí se
vive el cielo». Y hacías cantar tu rosario al pie de la gruta, una,
cien, mil veces. Y al despertar el alba te ibas de nuevo a saludar
a la Madre.
Después nos fuimos a la abadía de Fontgombault, en el corazón
de Francia, siempre soñando con la fundación de un monasterio
benedictino en tu diócesis de Osorno. Allí, junto a esos monjes
que tanto te quieren, entonabas los más bellos cantos gregorianos,
y como última oración de la jornada, cantabas al pie de Nuestra
Señora de la Buena Muerte el Salve Regina.
Llegamos a Roma los últimos días de julio. «Cada vez que vengo, me
parece que es la última vez». Y en esta ocasión no te equivocaste.
68
Las parroquias en la ciudad de Osorno eran dos y aumentaron
a seis.
Monseñor Valdés incorporó a la diócesis varias órdenes
religiosas: la Compañía de Jesús, los Hermanos Penitentes de
San Francisco, las Hermanas de Santa Marta, las Hermanas
Misioneras Catequistas de Boroa, las Hermanas Franciscanas
del Sagrado Corazón de Jesús de Purulón, las Hermanas de la
Asunción, las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón, las
Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, las Hermanas de la
Preciosa Sangre y las Carmelitas Descalzas, para que recen por
la diócesis.
En los medios de comunicación social y educación rural,
tuvo un lugar destacado la inauguración, en 1967, de la radio
La voz de la costa, fundada por los capuchinos holandeses.
Quiero manifestar mi agradecimiento a los fieles de Osorno que,
cada vez más numerosos, se han ido incorporando a las filas de la
Iglesia, militando, escuchando su llamado y comprendiendo cada
cual su responsabilidad apostólica como laicos en tantos frentes
del trabajo, en la construcción de la Iglesia, en la transformación
del mundo. A aquéllos que estén en vías de acercarse, que superen
con confianza los restos de temor, los prejuicios y egoísmos, y
den los pasos hacia la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo en el seno de la Iglesia.
Enfermedad incurable
69
trasladarse a Santiago. El 27 de noviembre, fue internado en
el Hospital Clínico de la Universidad Católica. El diagnóstico
fue unánime: su enfermedad no tenía curación ni tratamiento.
Contaba, a lo más, con dos meses de sobrevida.
Monseñor Valdés fue informado de su estado de salud.
Tranquilo, pidió ser traslado al Hospital San Francisco de
Pucón, donde quedaría al cuidado de sor Theola, la superiora
del hospital, de sor María Lukas Bergenthal, quien sería su mé-
dico de cabecera, y de sor Rosa Ester Higueras, su enfermera.
Lo visitaron autoridades, obispos, sacerdotes, religiosas y
fieles. La presencia frecuente de su vicario general, el padre
Remo Pistrín O.F.M. Cap., le fue especialmente grata. El 28 de
diciembre, encontró fuerzas para dictar un último mensaje a los
amigos y fieles de Osorno, donde agradecía a Dios haber podido
cumplir con Su voluntad, y recomienda las intenciones por las
cuales ha ofrecido la vida, y la principal de ellas: el éxito de la
mediación papal en el conflicto austral entre Chile y Argentina.
70
Sor Rosa Ester, su fiel hermanita enfermera, lo acompañaba. La
emoción me impidió hablar. Le di un beso en su mejilla ahuecada
y me senté a su lado. Tenía en su brazo una jeringa con suero. A
los pies de su cama, había una mesita con los signos de la reciente
Navidad pasada: un Niño Jesús de madera de olivo de Jerusalén
que yo le había obsequiado cuando fuimos juntos a Tierra Santa,
unas pajas y un cirio rojo. Frente a su cama, un gran afiche de
la catedral de Osorno le recordaba su gran obra. Le nombré las
personas que habían preguntado por él. Y sus extraordinarios ojos
azules se llenaron de lágrimas. La madre Theola me dijo que los
médicos le daban alrededor de diez días de vida.
El 2 de enero, amaneció un lindo día: el volcán parecía una visión.
Encontré a Francisco más pálido y decaído. Conversamos un rato,
hicimos recuerdos de nuestra niñez, de Venecia, de Pucón. Llegó
el doctor y lo examinó mientras yo me ausentaba. Después éste
se sentó a conversar conmigo y me explicó cuál era el mal de
Francisco, y que no cabía esperanza. Había que dejarlo morir en
paz, aliviándolo lo más posible.
Entré de nuevo a su pieza y me mostró el telegrama que había
recibido del cardenal Baggio desde Roma.
Me hizo escribir la respuesta, que tendré que despachar mañana.
Dice así:
71
de la mediación que él mismo había concertado, por el bien de los
pueblos de Chile y Argentina.
Le conté a monseñor Santos la revelación que me había hecho
Francisco. Se tapó la cara con las dos manos y lloró. El padre
Remo, vicario del obispo, me dijo: «Yo ya lo sabía».
El día 3 estuvo espléndido. Nos dijo que se había sentido muy
mal en la noche, y que, como de seguro la Virgen lo vendría a
buscar ese sábado, le pusieran la extremaunción. Vino el capellán,
padre Ambrosio, y la madre superiora de las clarisas capuchinas.
Le administraron el sacramento y la madre Lukas nos aconsejó que
lo dejáramos solo. Nos alejamos de mala gana del hospital.
Llamé a Santiago para que se vinieran mi marido y mi hermano
Gabriel. Mi hermano llegó como a las once del día y entró a ver a
Francisco. Él se incorporó y le tendió los brazos con gran cariño,
diciéndole: «El grande entre los grandes». Conversaron. Francisco
bendijo a su hermano y se despidió serenamente.
El día 4, Francisco amaneció más lejano y más inmóvil. La madre
Lukas me dijo: «Hace dos días que noto la muerte cerca de él;
tiene como un halo que he visto en los que mueren en santidad».
Entré a su pieza y me dijo cariñosamente: «¡Maiga!» Me pidió que
me encargara del altar de la Virgen en la catedral de Osorno; la
imagen que él había encargado a los talladores del Tirol aún no
había llegado, y me rogó que quedara bien puesta. Seguí largo
rato en silencio. Sor Rosa Ester y yo aguardábamos inmóviles que
pasaran los minutos, mirando el rostro enfermo.
Comenzó a respirar más fuerte y más rápido. Entonces le pedí al
padre Remo que rezara las letanías de los santos. Él comenzó a
rezar las letanías de la Virgen. Nosotros contestábamos: «Ruega
por nosotros». Una por una se sucedían. Cuando llegó la invo-
cación Reina de la Paz, Francisco movió su cabeza como si alguien
lo llamara desde el lado derecho, esbozó una sonrisa y se quedó in-
móvil. Continuamos rezando hasta la última letanía; entonces una
de las monjitas le cerró los ojos y le acomodó las manos juntas.
72
El adiós de Pucón
Los funerales
74
«[…] que no se haga ningún gasto superfluo por mi sepultación.
Que se cante la misa en gregoriano y salmos en castellano
por todo el pueblo. Que sea depositado en un cajón de ma-
dera rústica bajo el suelo de la catedral, en espera del día de la
Resurrección», había pedido monseñor Valdés en su testamento
espiritual.
75
Monseñor Francisco Valdés. 1981.
Interior de catedral San Mateo de Osorno.
Hasta el día de hoy.
Pasos del proceso de canonización
Homenajes públicos
79
Freire a la frontera, lleva el nombre de Camino Internacional
Monseñor Francisco Valdés Subercaseaux.
Por Ley de la República Nº 20.188, el 17 de mayo de 2007
se autorizó erigir monumentos a monseñor Valdés en Pucón y
en Osorno.
En septiembre de 2008, Correos de Chile, emitió dos sellos
postales para conmemorar el centenario del nacimiento de
monseñor Francisco Valdés Subercaseaux.
80
Oración
81
Cronología
82
— El 1 de febrero, comenzó el curso de Teología en la Universidad de
Eichstätt.
1932. Viajó a Venecia, donde continuó sus estudios de Teología en el
Convento del Santísimo Redentor en la Giudecca.
1933. El 1 de abril, recibió las Órdenes menores de Ostiario y Lector.
— El 23 de septiembre, recibió las Órdenes menores de Exorcista y
Acólito.
1934. El 2 de febrero, emitió la profesión solemne en manos del pro-
vincial, padre Giacinto Ambrosi da Trieste.
— El 22 de febrero, fue ordenado diácono por el obispo auxiliar de
Venecia, monseñor Giovanni Jeremich, en la basílica de Nuestra Señora
de la Salud.
— El 17 de marzo, fue ordenado sacerdote por monseñor Giovanni
Jeremich en la iglesia del Santísimo Redentor.
— El 18 de marzo, celebró la Misa privada en la capilla de San Juan
Bautista.
— Asís. Peregrinó al monte Alverna.
— En junio y julio, rindió los exámenes finales de Teología.
— El 23 de julio, recibió las licencias para confesar.
— El 30 de julio, regresó a Baviera donde fue destinado como sacerdote
coadjutor en el Santuario de Altötting.
— En noviembre, salió a pie desde Baviera y peregrinó a diversos san-
tuarios en Francia. Atravesó el Canal de la Mancha y visitó a su tío, el
padre Pedro Subercaseaux, en la Abadía benedictina de Nuestra Señora
de Quarr, en la isla Wight en Inglaterra.
— A comienzo de diciembre, en Hamburgo, se embarcó a Chile, en
compañía de otros capuchinos y religiosas destinados a las misiones
de la Araucanía.
1935. El 3 de enero, desembarcó en Valparaíso.
— El 4 de enero, cantó Misa solemne en la parroquia de San Miguel en
Santiago.
— El 6 de enero, partió hacia San José de la Mariquina para su primer
destino como misionero.
83
— Durante cuatro años, fue profesor de Filosofía en el Seminario de
los padres capuchinos San Fidel de Sigmaringa en San José de la
Mariquina. Los fines de semana y durante las vacaciones es misionero
en los campos.
1939. El 3 de febrero, fue destinado a la misión de Boroa como vicario
coadjunto del párroco. Al mismo tiempo, fue guía espiritual de las re-
ligiosas de la Congregación de Misioneras Catequistas de Boroa.
1943. El 3 de marzo, fue nombrado párroco de la parroquia Santa Cruz
de Pucón. Desempeñó este cargo durante trece años.
1944. El 11 de febrero, coloca la primera piedra de la gruta de la Virgen
de Lourdes, en la península de Pucón, que fue inaugurada el 19 de
noviembre.
1946. Publicó su relato histórico Lemunantu.
1947. Expuso en Santiago sus acuarelas con paisajes de la Araucanía.
Su venta la destinó a la construcción del Hospital San Francisco de
Pucón.
1948. Monseñor Guido Beck de Ramberga O.F.M. Cap., vicario apos-
tólico de la Araucanía, le encomendó viajar a Europa para conseguir
sacerdotes para las misiones de la Araucanía, y religiosas para el
convento de clarisas capuchinas en Pucón.
— El 16 de mayo, se inaugura el Hospital San Francisco de Pucón.
— El 30 de agosto, visitó en Roma a monseñor Hermenegildo Pasetto
O.F.M. Cap., secretario de la Sagrada Congregación de Religiosos.
— El 17 de septiembre, celebró en Asís la fiesta de los Estigmas de San
Francisco.
— En septiembre, viajó al norte de Italia y luego a Baviera en busca de
sacerdotes para las misiones de Araucanía.
— El 24 de octubre, regresó a Roma.
— El 19 de noviembre, regresó a su parroquia de Pucón.
1950. El 26 de febrero, inauguró el Cristo del Tromen, que talló en
madera en sus años de cura párroco de Pucón.
1953. Colocación de la primera piedra del convento de clarisas capu-
chinas de Pucón.
84
1954. El 9 de abril, el padre Francisco trasladó el Cristo de madera del
Tromen al sector Antumalal. En su reemplazo, dejó uno de cemento,
más apropiado al clima cordillerano.
1955. El 15 de noviembre, Pío XII creó la diócesis de Osorno.
1956. El 7 de julio, se publicó en Roma la bula donde Pío XII nombró
obispo de Osorno a fray Francisco Valdés Subercaseaux.
— El 16 de septiembre, en la iglesia del Sagrado Corazón de El Bosque
en Santiago, el padre Francisco fue consagrado obispo por el nuncio
apostólico, monseñor Sebastián Baggio, y por los obispos monseñor
Guido Beck de Ramberga O.F.M. Cap., obispo de Araucanía, y monseñor
Manuel Larraín Errázuriz, obispo de Talca y gran amigo suyo.
— El 26 de octubre, tomó posesión de la diócesis de Osorno.
1957. El 22 de junio, asistió a su padre, Horacio Valdés Ortúzar, en el
momento de su muerte.
1958. El 23 de junio, viajó a Europa y a los Estados Unidos, para con-
seguir clero y recursos económicos para organizar mejor su diócesis.
1960. El 22 de mayo, Chile sufrió el más grande terremoto en su histo-
ria. Monseñor Valdés se dedicó a socorrer a los damnificados.
1961. Llegan a Osorno, desde Italia, las religiosas de Santa Marta.
1962. El 10 de junio, se colocó la primera piedra de la futura catedral
San Mateo de Osorno.
— Participó en la primera sesión del Concilio Vaticano II.
1963. Participó en la segunda sesión del Concilio Vaticano II.
1964. Primera visita ad Limina a Roma. Participó en la tercera sesión
del Concilio Vaticano II.
1965. El 26 de agosto, muere su madre, Blanca Subercaseaux Errázuriz,
asistida por su hijo obispo.
— Participó en la última sesión del Concilio Vaticano II.
1966. Publicó su libro Concilio y música sagrada, con el que buscaba
restaurar el aprecio por la música y la liturgia de la Iglesia.
— Incorporó en Osorno el Movimiento de Cursillos de Cristiandad.
1967. Realizó la Cruz de Maipú, para el sínodo de Santiago.
85
— El 8 de diciembre, convocó en Osorno el primer sínodo de la diócesis.
1969. Segunda visita ad Limina a Roma.
1974. Tercera visita ad Limina a Roma. Asistió al sínodo de obispos en
representación de los obispos de Chile.
1977. El 24 de noviembre, consagró la nueva catedral de Osorno.
— Viaja a Europa. Vuelve a tomar contacto con Chiara Lubich, funda-
dora del movimiento focolare, que ayudaría a introducir en Chile.
1978. Durante todo el año, intentó hacer aceptar la mediación papal a
los Gobiernos de Chile y Argentina.
1979. Cuarta visita ad Limina a Roma. Participó en el sínodo de obispos.
— El 22 de septiembre, peregrinó a Tierra Santa.
— El 4 de octubre, fiesta de San Francisco, celebró Misa en la gruta de
Belén.
— El 19 de noviembre, regresó a su parroquia de Pucón.
1981. Realizó su último viaje a Roma.
— El 4 de octubre, en Osorno, publicó su última carta pastoral.
— El 6 de octubre, celebró el jubileo de la diócesis y sus veinticinco años
como obispo. Ese mismo día escribió una carta al papa Juan Pablo II,
pidiendo ser exonerado del gobierno de la diócesis.
— El 27 de noviembre, fue trasladado a Santiago aquejado de una crisis
cardiaca y un tumor gástrico fulminante. Desahuciado en el Hospital de
la Universidad Católica, pidió ser transferido al Hospital San Francisco
de Pucón.
— El 26 de diciembre, escribió su último mensaje a sus diocesanos.
1982. El 4 de enero, a las 19:10 hrs., monseñor Francisco Valdés
Subercaseaux falleció en el Hospital San Francisco de Pucón.
— El 5 de enero, el obispo de la Araucanía, monseñor Sixto Parzinger
O.F.M. Cap., ofició la Misa de funeral en Pucón. El féretro fue trasladado
a Osorno.
— El 7 de enero, se celebraron sus funerales en la catedral San Mateo
de Osorno. La Misa fue presidida por el cardenal Raúl Silva Henríquez,
arzobispo de Santiago, asistido por el nuncio apostólico, monseñor
86
Ángelo Sodano. El féretro fue depositado en la cripta de la catedral
bajo el altar mayor.
— En agosto, las Hermanas Franciscanas del Sagrado Corazón de Jesús
de Purulón, por expreso pedido de monseñor Valdés en su lecho de
muerte, crean el Hogar Betzaida en Osorno, destinado a apoyar espi-
ritual y físicamente a los lisiados.
1998. El 9 de octubre, el secretario de Estado del Vaticano, el cardenal
Ángelo Sodano, trajo a Osorno el nihil obstat de la Congregación.
— El 3 de noviembre, el obispo de Osorno, monseñor Alejandro Goic
Karmelic, inició su causa de canonización, designando como juez al
padre Jaime Correa S.J.
2002. La Santa Sede emitió el Decreto de Validez de las Actas de
Beatificación de monseñor Valdés. El vicepostulador es fray Johann
(Juan) Bauer Beck, que reside en Pircunche, IX Región de Chile. El re-
dactor de la positio sobre la vida, virtudes heroicas y fama de santidad
es fray Pere Cardona Bueno, quien reside en Barcelona, España.
— El 25 de septiembre, la Santa Sede otorgó el nihil obstat al proceso
de beatificación de monseñor Valdés.
2006. El 21 de junio, la ruta internacional hacia Argentina, en la región
de la Araucanía, desde Freire a la frontera, pasó a llamarse Camino
Internacional Monseñor Francisco Valdés Subercaseaux.
2007. El 17 de mayo, por Ley de la República Nº 20.188, se autorizó
erigir monumentos a monseñor Valdés en Pucón y en Osorno.
2008. En septiembre, Correos de Chile emitió dos sellos postales para
conmemorar el centenario del nacimiento de monseñor Francisco
Valdés Subercaseaux.
— El 4 de diciembre. La Asociación de Exalumnos Jesuitas de Chile y
los Laicos Ignacianos entregaron una distinción póstuma a monseñor
Francisco Valdés Subercaseaux por haberse destacado en el servicio a
la Iglesia, a la patria y a los más pobres.
87
Índice
Presentación 4
88
Párroco de Pucón 1943 – 1956 40
Pintor, escultor, escritor y constructor 41
Segundo viaje a Europa 45
El convento de clarisas capuchinas 45
El Hospital San Francisco de Pucón 49
El Cristo del Tromen 51
Oración 80
Cronología 82
89
PAZ Y BIEN
A.M.D.G.