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¿Quién dijo que

todo está perdido?

TURNER NOEMA
¿Quién dijo que
todo está perdido?
Biografía de una canción

GASTÓN GARCÍA MARINOZZI


Título:
¿Quién dijo que todo está perdido? Biografía de una canción
© Gastón García Marinozzi, 2021
c/o Schavelzon Graham Agencia Literaria
www.schavelzongraham.com
© Martín Kohan, por el prólogo
c/o Schavelzon Graham Agencia Literaria

De esta edición:
© Turner Publicaciones SL, 2021
Diego de León, 30
28006 Madrid
www.turnerlibros.com

Primera edición: noviembre de 2021

Diseño de la colección:
Enric Satué

Ilustración de cubierta:
Fito Páez en el show Movistar Fri Music, fotografía de Guido Adler.
Wikimedia Commons, 2019

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública


o transformación de esta obra solo puede ser realizada con
la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos)


si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra
(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).

ISBN: 978-84-18895-07-4
DL: M-26725-2021
Impreso en España

La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:


turner@turnerlibros.com
A mi madre y a mis hijos,
mi mismo lazo
Si pudiera explicar, lo hice para quebrar,
para quebrarme a mí…
Cada punta del lazo que une a la muerte y el cenit
Quiero dejarlas partir, creo que viven en mí.
“Dejarlas partir”
fito páez

Sólo la música es desgarradora.


El odio a la música
pascal quignard

Las canciones vienen de un lugar


que no conozco.
charly garcía
ÍNDICE

Prólogo de Martín Kohan 11


Introducción 19

Primera parte. Biografía de una canción


i La patria 25
ii La democracia 35
iii La música 51
iv La canción 57
v Rosario 97
vi Giros 101

Segunda parte. Memoria coral


i Argentina: y uniré las puntas de un mismo lazo 125
ii Cuba: hablo de cambiar esta nuestra casa 135
iii México: luna de los pobres siempre abierta 155
iv Chile: no será tan simple como pensaba 169
v Colombia: tanta sangre que se llevó el río 181
vi Perú: algo que me alivie un poco más 191
vii España: y te daré todo, y me darás algo 197

Bonus track: una tarde en México 207


Algunas versiones de “Yo vengo a ofrecer mi corazón” 225
Discografía aproximada 229
Bibliografía 247
Entrevistas 251
Agradecimientos 253
PRÓLOGO

A
diferencia de otros objetos artísticos, como los libros o
los cuadros o las películas, una canción no ocupa de-
masiado espacio ni ocupa demasiado tiempo. Espacio,
poco y nada: por lo general, apenas la décima parte de un disco
o un cassette, es decir unos pocos surcos o unos pocos centíme-
tros; y hoy por hoy, con los medios virtuales, esos por los cuales
las canciones se escuchan sin ser parte ya de un conjunto llama-
do disco, podría decirse que ningún espacio, ninguno en abso-
luto. Y en cuanto al tiempo, poco tiempo: por lo común, unos
tres minutos; salvo excepciones, no mucho más. Las canciones,
como objetos artísticos, son entonces especialmente asibles, es-
pecialmente abarcables y especialmente portables. Aquello que
hace tantos años detectó Walter Benjamin como una de las cla-
ves de la transformación de la condición social del arte en la era
de la reproductibilidad tecnológica, a saber, el traspaso de la ló-
gica de la restricción a la lógica de la accesibilidad, encuentra en
el caso de las canciones una expresión consumada. Porque de
nada, como de una canción, puede decirse que “sale al encuen-
tro de su destinatario”. Y eso porque lo hace, ya no solamente
en la copia discográfica, como podría hacerlo por caso un libro
que llega a la librería del barrio o una película que se estrena en
el cine o la reproducción a colores de un cuadro impresa acá o
allá, y ya no solamente en la circulación porosa pero infinita de

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¿quién dijo que todo está perdido?

las redes y sus plataformas, sino también, y sobre todo, por la


manera en que puede salirnos al cruce en cualquier parte, la escu-
chamos de pronto en la radio en un viaje en taxi, o en la banda de
sonido de una película, o como cortina de apertura y cierre de un
programa de televisión, o como entorno de ambiente en un café,
o simplemente “en el aire” (es “parte del aire”, canta Fito Páez).
Podemos ir en busca de una canción, por supuesto; pero muy
a menudo, y acaso más a menudo, es la canción la que parece
haber salido a buscarnos. Y nos encuentra en cualquier lado
(en un auto, en la calle, en una sala de espera) y se integra a
nuestras vidas. No ocurre de igual manera con un cuadro o con
un cuento o con una sinfonía; podemos dar con ellos, es cierto,
pero vamos a tener que detenernos para poder contemplar, leer
o escuchar. Una canción se deja llevar de una manera más plena
y a la vez más fluida, y se acompasa con nuestro andar o hace
que nuestro andar se pliegue y se acompase con ella de una for-
ma única (un libro también se deja llevar, pero tenemos que in-
terrumpir el curso de las cosas para dedicarnos a él; hay algo de
impostado o sobreactuado en quienes caminan por la calle le-
yendo: si no se llevan las cosas por delante, y de hecho no se las
llevan, ha de ser porque no están demasiado concentrados en la
lectura). La aparición del walkman, en los años ochenta, intro-
dujo en este sentido una transformación fundamental (como la
introdujo la incorporación de los pasacassettes en los automó-
viles). La música ya había salido a nuestro encuentro, en el sen-
tido en que Benjamin señalaba que para escuchar un concierto
ya no era preciso acudir a la sala de conciertos, que ahora era
posible escucharlo en la sala de la propia casa; con el walkman,
esto es, con la evolución de la reproductibilidad tecnológica,
la música además de estar en nuestra casa, podía salir a la calle
con nosotros, podía venir de viaje con nosotros. Y si bien nada
impedía poner en el walkman un cassette con un concierto de

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prólogo

violín o de piano, o uno con alguna sinfonía predilecta, como


nada lo impide hoy con los nuevos dispositivos de reproducción
portable, nada parece ser más propicio para eso que el formato
de una canción; en principio, por su duración, pero también
por su propio carácter, su espesor, su consistencia. Cuando una
sinfonía recorre el mundo (como la Novena de Beethoven, para
ir al caso mayor), lo hace como quien conquista un territorio;
cuando una canción recorre el mundo (como “Let it be”, como
“Satisfaction”, como “Bésame mucho”), lo hace como quien ha-
bita un lugar, se incluye en él, se incorpora a él, vive en él. Y po-
demos perfectamente tararear cualquier melodía de cualquier
género musical, pero nada parece adecuarse mejor que una
canción a la consabida indicación de cantábile, está hecha para
recordarla entera, está hecha para cantarla entera. No hay un
traspaso así con las películas que nos gustan, no podemos pasar
así sin más de verlas a filmarlas; no hay un traspaso así con las
pinturas que nos gustan o con las esculturas que nos gustan,
no podemos pasar así sin más de contemplarlas a pintarlas o es-
culpirlas; no hay un traspaso así con los libros que nos gustan, no
podemos pasar así sin más de leerlos a escribirlos. En cambio,
con una canción, podemos escucharla y de inmediato ponernos
a cantarla, y hacerla nuestra en ese sentido específico; o también
podemos ponernos a cantarla mientras la escuchamos, y en ese
sentido integrarnos a ella e integrarla a nosotros. No filmamos con
Godard, pero cantamos con Charly García; no escribimos con Bor-
ges, pero cantamos con Mick Jagger. Y eso incluso en los concier-
tos, es decir, en co-presencia. Y además de cantar, bailamos;
integramos también el cuerpo, lo metemos en la canción y me-
temos la canción en el cuerpo. Sobre la fusión de arte y vida, o
sobre la articulación del arte y la vida, se ha pensado y se ha es-
crito muchísimo, con perspectivas celebratorias o recelosas, ya
se trate de las utopías de las vanguardias, de la industria cultural

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¿quién dijo que todo está perdido?

y sus consensos o de las relaciones posibles entre experiencia y


narración. Se diría en cualquier caso que las canciones, como
tales, tienen una forma especial de existir en nuestras vidas y
formar parte de ellas (en el sentido en que Luis Alberto Spinetta
compuso una canción que se llama “Canción para los días de
la vida”). Es tal vez por esa manera singular de impregnarse
en la vida y cargarse de vida, que cabe hacer esto que ha hecho
Gastón García Marinozzi con “Yo vengo a ofrecer mi corazón”
de Fito Páez: escribir su biografía. De un libro clásico o de
una sinfonía memorable, de un cuadro célebre o de un poema
trascendental, en todo caso puede escribirse algo así como una
historia (o bien probablemente una Historia). A una canción le
corresponde tanto mejor esta variante, la de la biografía: una
narración de lo que ha sido su vida, de la vida que por sí mis-
ma ha hecho y de lo que ha hecho además con nuestras vidas.

Un libro sobre una canción. Pero el título que García Marinozzi


elige para el libro no es el que Fito Páez le dio a la canción.
Páez se inclinó por el segundo verso: “Yo vengo a ofrecer mi
corazón”, y lo antepuso. García Marinozzi restablece la prece-
dencia de “¿Quién dijo que todo está perdido?”. Páez titulaba
con la réplica a una pregunta que quedaba así elidida o poster-
gada. García Marinozzi encabeza con la pregunta. Y es que en-
tre una cosa y la otra, entre la interrogación retórica y la réplica
genérica, se traza el movimiento que va de la oscuridad a la
luminosidad, de la pesadumbre al optimismo, de la desespe-
ranza a la esperanza, del daño a la reparación. Un pronombre
incierto, difuso: quién; y otro que, en cambio, se concretiza en
la voz o en la presencia del que canta: yo. Esa manera de inte-
rrogar (¿quién dijo?) funciona habitualmente como refutación;
a la pérdida se la atempera con un ofrecimiento. El corazón,

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prólogo

un corazón, mi corazón; no un pobre corazón, como los de la


“ciudad de pobres corazones”, un disco de pérdidas que sal-
dría dos años después; sino el corazón, un corazón, mi corazón.
Porque lo contrario de todo no es nada: lo contrario de todo
es algo. La nada en principio invierte al todo, pero al mismo
tiempo en verdad lo prolonga: lo prolonga al permanecer en
el plano de los absolutos. Al todo se lo contrarresta tanto me-
jor si se le contrapone algo, en el sentido en que en la misma
canción Fito Páez dice: Y te daré todo / y me darás algo. Y resul-
ta que ese algo consigue ser más extenso y abarcador que ese
todo. El efecto se intensifica en los conciertos que Fito Páez
cierra adelantándose en el escenario (es decir, acercándose al
público) para cantar a capella “Yo vengo a ofrecer mi corazón”.
A capella, a sola voz: ni en el todo del sonido a pleno de una
banda de rock, ni en la nada del mero silencio. Algo: un cuerpo
solo, una voz despojada de todo (despojada del todo), un cora-
zón, su corazón. ¿Exagero si digo que en la marcación rítmica
pareada que se desprende de la chacarera o el vals criollo puede
percibirse a su vez el sonido de un corazón que late? La canción
apareció en la Argentina en 1985, en un contexto que García
Marinozzi reconstruye con precisión: salíamos de la dictadura,
nos abríamos a la democracia restablecida. De los años de oscu-
ridad del terror y la muerte, a la luz de una esperanza incierta
pero necesaria. Del todo está perdido al me darás algo. La pérdida,
las pérdidas: tanta sangre que se llevó el río. ¿Y qué otra cosa se
puede ofrecer, ante esa tanta sangre derramada y perdida, que
un corazón, que un corazón latiendo, dando vida de nuevo a la
sangre, haciéndola circular de nuevo en la vida?

Para narrar la vida de esta canción, García Marinozzi va a dar


cuenta ante todo de sus posibles linajes: las huellas de la cultura

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¿quién dijo que todo está perdido?

argentina que la preceden, la tradición de cantautores que la


preludian. Una historia larga pero espiralada de pugnas y heri-
das políticas, que traspasa, aunque con variaciones, del siglo xix
al siglo xx, por un lado, y por el otro, una estirpe de trovadores
abocados a la canción, con anclajes conectados pero distintos
según se tratara de España, de Francia, de Italia o de América
Latina. Sigue García Marinozzi con la genética musical del rock
según Fito Páez: las trazas del folclore argentino, del tango, del
bossa nova, del rock nacional (dos deidades se reparten un cie-
lo: Charly García y Luis Alberto Spinetta). Luego, la propia
canción: en qué circunstancias surge, en qué clase de tiempo
y en qué clase de país; cómo es Giros, el disco en el que consta, y
qué lugar ocupa ese disco en la obra de Fito Páez. Por fin, las
derivas que la canción fue teniendo, los recorridos que abrió y
que encontró, cómo llegó a Colombia o a México, cómo llegó
a Chile o a Cuba, qué artistas la adoptaron y promovieron, qué
conciertos la dieron a conocer, qué rituales de cassettes pasa-
dos de mano en mano, como se pasan los complotados una con-
traseña, le permitieron convertirse en una especie de secreto a
voces, para finalmente convertirse, tanto mejor, de secreto en vo-
ces. En voces: las decenas de voces de decenas de artistas que
la eligieron y la versionaron, porque si por una parte existe un
linaje de “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, por otra parte existe
un legado, eso que la propia canción inspira, genera, suscita,
engendra. Porque es en ese sentido cabal que puede hablarse,
como propone García Marinozzi, de la vida de una canción; y es
en ese sentido cabal en que es posible, como lo ha hecho García
Marinozzi, escribir su biografía.

Las coordenadas argentinas que García Marinozzi propone


para abordar la canción de Fito Páez van de Esteban Echeverría

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prólogo

a Diego Maradona, de Domingo Sarmiento a Carlos Gardel, de


Borges a Julio Cortázar, de David Viñas a Atahualpa Yupanqui,
de Mercedes Sosa a Martín Caparrós. Un espectro intenciona-
damente amplio de rubros y de épocas. ¿Qué es lo que tienen
en común, al menos para integrar un mismo contexto de lec-
tura, un poeta romántico del siglo xix (Echeverría), un autor
del mismo siglo que luego llegó a ser Presidente de la Nación
(Sarmiento), el cantor de tango por antonomasia (Gardel), el
mejor jugador de fútbol de todos los tiempos (Maradona), dos
próceres de la música folclórica (Mercedes Sosa, Yupanqui),
dos próceres del canon literario (Borges, Cortázar), un escritor
nacido en 1927 (Viñas) y un escritor nacido en 1957 (Capa-
rrós)? ¿Qué factor de afinidad justifica, frente a una disparidad
tan ostensible, el hacerlos confluir para, a partir de ahí, leer “Yo
vengo a ofrecer mi corazón”?
Hay, en efecto, un factor que los mancomuna: haber vivido
largamente, de una manera o de otra, por una u otra razón, fuera
de su país. Muy a menudo a causa de exilios forzosos, impues-
tos por una persecución política (Echeverría, Sarmiento, Viñas,
Sosa, Yupanqui, Caparrós); otras veces por elección personal
(Cortázar, Caparrós de nuevo). Algunos de ellos se formaron
en el extranjero (Echeverría, Borges); otros encontraron en el
extranjero la consagración que les garantizaría una centralidad
de reconocimiento nacional (Borges, Gardel, Maradona, Mer-
cedes Sosa). Varios además murieron en el extranjero y debie-
ron ser repatriados (Sarmiento, Gardel, Yupanqui) o quedaron
para siempre ahí (Echeverría en Montevideo, Cortázar en París,
Borges en Ginebra).
Fito Páez no se exilió, pero no vive donde nació. Es de un
sitio (es de Rosario) y vive en otro (en Buenos Aires). García
Marinozzi calibra con nitidez las escalas de la añoranza, y lo
hace citando un párrafo de la película Martín (Hache) de Adolfo

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¿quién dijo que todo está perdido?

Aristarain (un párrafo que, destaca, “mi generación se sabe de


memoria”): Eso de extrañar, la nostalgia y todo eso es un verso. No
se extraña un país. Se extraña el barrio en todo caso, pero también
lo extrañás si te mudás a diez cuadras. Hay escalas de pertenencia y
hay escalas de añoranza; le caben al que se va del país, al que se
va de su ciudad, al que se va de su barrio. Hay modulaciones
para la pérdida. Lo perdido de quién dijo que todo está perdido
tiene que ver también con esto otro: con irse y perder un lugar, y
junto con ese lugar un tiempo; con un sitio y sus resonancias, con
una edad y sus ilusiones. ¿Cómo paliar estas otras pérdidas,
como reparar y recobrar lo perdido?
García Marinozzi, que es de un lugar y vive en otro, pone en
juego, sin decirlo, sus propias nostalgias, sus propias añoran-
zas, los años o los sitios que extraña, su propia dimensión de lo
perdido (de las ilusiones perdidas, a lo Balzac, y del tiempo per-
dido, a lo Proust). Es de un sitio y vive en otro. Pero hay cosas
que el que se va puede siempre llevar consigo; por ejemplo, una
canción. Y hay cosas que el que se va puede luego encontrar
adonde vaya; por ejemplo, una canción como “Yo vengo a ofrecer
mi corazón” de Fito Páez, que se versiona tanto y tanto, que se
canta en tantas partes. ¿No es ese el corazón que se ofrece, des-
pués de todo? Una canción que es ya casi un emblema. García
Marinozzi le ha dedicado un libro a esa canción. Es decir, al
don, al don que sirve y servirá siempre para que lo perdido no
queda simplemente perdido.

Martín Kohan

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