Teorico Adultos
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Contratransferencia
3 Guiarse para las intervenciones mismas por la contratransferencia (posición criticada por Lacan). NO
intervenir de yo a yo (que es el eje de lo imaginario, porque bloquea al inconciente y lo único que se
encuentra en ese eje son palabras vacias). Hace falta un tercer término que es lo simbólico.
Paz: la manera normal de pensar la contratransferencia es la respuesta del analista a las transferencias
del analizado. Arrastrando supuesto: que puede no tener lugar, puede acontecer de manera episódica
trabando el sostenimiento de la atención flotante. Lo piensa como un componente intrínseco y
constante.Definiciónn: activación de vínculos y fanasías primarias reconocible por sus efectos, sucitada
en el analista a partir de lo manifestado por el analizado. Esta contratransferencia puede
desestructurar la trama sublimatoria de contención pasional que el análisis requiere. Es indicio de
algún material que se está moviendo en el paciente.
Tienen una doble vertiente: es inherente a la situación analítica, y por otro, puede deslizarle para
aniquilar la situación analítica por una personalización simetrizante (que rompe la simetría).
Quiero adelantar que veo en ella la cantera donde el analizante obtiene materia prima para la tarea de
elaboración analítica. El verse llevado por la palabra, hablar de aquello que no hubiera querido comentar
o de eso otro que en primera instancia no podía decir, hace aparecer en la trama transferencial nuevos
elementos. La regla fundamental y el contexto analítico estimulan a que el lenguaje sea utilizado de
forma diferente del habitual y que el paciente se vea entonces arrastrado por sus palabras. Ellas dirán
más de lo que él supone y también, algo distinto de lo que nosotros esperábamos.
Esta pérdida del control elemental sobre los decires provoca la irrupción de aquello que no se preveía. El
fenómeno, en su reiteración, produce un efecto de desubjetivación, de pérdida de las coordenadas
habituales que mantienen la unidad narcisista. Surge entonces lo inaudito, lo particular, un recuerdo
apenas sostenible, un detalle que salta a primer plano, el perfume a objeto perdido... las tonterías, las
ocurrencias súbitas; un material que por sus caracteres suele ser en principio un tanto enigmático y
difícil de comprender.
Si pedimos al paciente asociar libremente no es por puro formalismo; es para que surja lo propio, lo
singular de él. Hay que poner a trabajar este material. Y ahí está -por lo menos para mí- uno de los
meollos de la instrumentación de la transferencia. El manejo de ella no puede reducirse a sugerir
indicaciones técnicas generalizadas, ya que la conducción de un análisis depende de cada paciente y de
aquel que conduce una cura. En sentido estricto, no hay normas técnicas universales.
No es sólo un texto novedoso; se trata de una transformación subjetiva que requirió nuevas referencias,
modificaciones de las coordenadas habituales, reformulaciones de lo ya conocido, reverdecimiento de
las antiguas raíces y encuentro de otras nuevas o desconocidas.
El saber hacer del analista -ateniéndonos a ese aspecto de la tarea clínica- consistiría en sostener un
contexto que posibilite al analizante la escritura de los borradores de dicha novela; en fin; permitir,
fomentar que forje nuevos mitos y leyendas sobre sí mismo. Acompañar este proceso implica para mí
crear y recrear en cada caso, en cada sesión, una forma de estar presente que condicione lo menos
posible esta tarea de asociación y elaboración del paciente. Mi silencio no es mutismo ni impavidez; es
activo. Lo más difícil: inventar formas de estar presente en la sesión - señalando, puntuando, ayudando a
salir de las racionalizaciones y del hablar vacuo, interpretando- de manera tal de no distorsionar el
trabajo del paciente mediante inducciones o inyecciones de sentido, más propias del analista que de su
analizante.
Así como cada paciente es absolutamente singular, también el analista lo es; y que tendremos que ir
acuñando un estilo propio, un modo original de ejercer el análisis. Proceso éste que nunca acaba y que
conlleva interrogarnos constantemente sobre los fundamentos de este oficio de analista.
La asociación libre no es sinónimo de hablar en sesión; se puede llenar las horas con un discurso vacío.
Tampoco pasa por un relato pormenorizado de algunas situaciones. Las descripciones brillantes
describen bien -valga la redundancia- pero no cambian nada. Hay, en cambio, una exigencia de trabajo
implícita en esta visión de la asociación libre y de la elaboración posterior de aquello que ésta aporta.
En términos generales, efectuado un desbrozado inicial del terreno psíquico, desatada esa “fábrica de
nudos” que constituye el tejido vivo de la neurosis hay que suponer que algo ligado a la pulsión de vida,
que cierta fertilidad de terreno psíquico, permita la emergencia de un soplo nuevo, de una bocanada de
aire fresco.
Interpretación y verdades subjetivas
El pasado
Me estoy refiriendo a los clásicos: “nunca lo había pensado así”... o “es la primera vez que se me ocurre
verlo de esta manera”, que solemos escuchar de nuestros pacientes. Cuando surgen comentarios de este
tipo, tenemos indicadores para pensar que está en curso una resignificación de la historia personal y esto
me parece de mayor valor que una reconstrucción -a la manera arqueológica- del pasado. Es notorio que
esta resignificación va en la misma dirección o forma parte del gestar esa nueva novela familiar que
antes comenté, ya que posibilita el armado de otro andamiaje simbólico y ofrece al sujeto, materiales
psíquicos de una consistencia distinta. En fin, y redundando, más que reconstruir el pasado se trataría de
construir una historia que no ha tenido jamás lugar anteriormente, en tanto se la edifica con elementos
que recién ahora empiezan a ver la luz del día.
Me gustaría hoy referirme a uno que es poco considerado en la literatura psicoanalítica. No lo concibo,
se sobreentiende, a la manera de un anhelo consciente ni como un producto de las ganas...; se trata de
algo que —independientemente de la voluntad y de los afanes personales- se despierta en un momento
dado del análisis y se pone en marcha, a la manera de un volcán que entra en erupción. Ve la luz en una
coyuntura favorable, se enciende y adquiere un empuje imparable. Inútil buscarlo. En presencia de él, las
interpretaciones del paciente o del analista adquieren una fuerza increíble.
Creo que el sufrimiento tiene que llegar a un punto tal, que de él mismo nazca ese acicate, esa fuerza
que se oponga a aquella otra que encadena a las repeticiones. Esto requiere como condición previa
desconectar el dolor del circuito masoquista-, mientras las algias psíquicas permanezcan erotizadas, este
fenómeno será imposible.
Permitirles trabajar significa que el análisis no gira en tomo a mis interpretaciones; que los voy
acompañando en esa travesía por los infiernos -ahí donde palpita la pulsión de muerte y el dolor
psíquico- pero sin estar ni un paso atrás ni un paso adelante. Supone animarles a que sigan avanzando, a
que descubran que no hay fronteras preestablecidas respecto de hasta dónde quieren llegar, ni cánones
ajenos a los que aferrarse.
Me posibilitó también reafirmar que la tarea analítica no consiste en orientar la vida del analizante, sino
en dirigir la cura de manera tal que, respetando su singularidad -aunque genere diferencias con mis
propios valores y esquemas- éste tenga más posibilidades de tomar sus propias decisiones. En un
psicoanálisis no cabe convencer ni orientar, ni sugerir... ni enseñar.
Posicionamientos personales
Allí donde la pulsión de muerte habita no hay tregua para el analista. Debemos saber que ser soporte de
la transferencia implica que su peso recaerá sobre nosotros, que estaremos sometidos a ella, y que tanto
nuestra psique como nuestro cuerpo sufrirán sus efectos. Hay una cierta “toxicidad” en la tarea que
realizamos y esto requiere un exutorio. Hemos de saber asimismo que para llegar a las profundidades de
cada quien hay que estar preparado. Habrá sin duda crisis y retorcimientos en el diván pero también una
lucha a brazo partido contra el destino que las repeticiones nos preparan y deparan. Pienso también que
hay irreductibles analíticos. ¡El análisis no lo puede todo!
d. Hemos de tener presente asimismo que la transferencia va más allá de las cuatro paredes del
consultorio y que invade toda la vida del analizante y su entorno. En fin... que no se puede reemplazar la
vida por el diván, que la vida no pasa por el análisis...
Tampoco es necesario prolongar excesivamente los análisis. Producido este despertar, ese volcán,
reacomodado lo que cada quién cree necesario reacomodar, sintiéndose mejor, habiendo matado unos
síntomas invivibles por otros más soportables, llegados a ese punto -repito- acepto que quieran irse.
Transferencias cruzadas
Habitualmente se supone que el campo analítico está saturado por el discurso del paciente, ese discurso
que permite el despliegue de sus síntomas, sueños, fantasmas, deseos inconscientes. ¡Bien! Sin
embargo, el psicoanalista está también ahí... formando parte del mismo campo.
Pienso que en cada momento operamos sobre la transferencia con todo aquello que hemos ido
decantando de nuestra historia como psicoanalistas. Son muy pocas las cuestiones en las que en primera
instancia los analistas de distintas corrientes se pondrían de acuerdo. Ésta es una; todos otorgan
importancia decisiva al trípode análisis, formación teórica, supervisión.
Ahora bien, ya habrán deducido, por lo que vengo afirmando, que además de esos aspectos vinculados a
la formación -que considero de un valor incalculable- en la conducción de la cura influye asimismo lo que
uno es en tanto sujeto (o persona si quieren, en términos más coloquiales, aunque es más pertinente el
primer vocablo). Y ello ocurre porque es imposible, a mi modo de ver, borramos completamente del
campo analítico. Como analista me incluyo -soy incluido en la transferencia- y opero desde dentro de
ella.
Claro está que metodológicamente habremos de proponernos el paradigma del borramiento, para que
las sesiones puedan estar saturadas por el material que aporta el analizante. Ninguna duda respecto de
este principio rector. Pero quiero agregar que a ese ideal nos podemos acercar sólo asintóticamente.
Pienso que las particularidades del analista entran en juego, en tanto en la situación analítica no
funcionamos como puro espejo ni somos sólo receptores o pantalla de lo que el analizante pone en
nosotros... ni es posible siempre y sistemáticamente ocupar lo que se ha llamado - siguiendo a Lacan- el
lugar del muerto. Y esto se agudiza más si pensamos que nuestra presencia no es sólo en el plano
consciente, en cuyo caso se trataría de factores más manejables. ¿Y el inconsciente del analista? Dice
Freud que abandonando la sugestión por el dispositivo analítico, la reencuentra bajo la forma de
transferencia. Ella es la heredera de la sugestión.
En efecto, se trata de que la transferencia se origina a partir del analista. Es éste quien la provoca, la
dispara, la exacerba, poniendo en juego el deseo del analista, que tendría como función hacer emerger
el deseo del analizante. Vemos cómo Lacan ubica al analista como activador de la transferencia del
analizante claro está sobre la base de la obvia capacidad transferente de este último. Sé que cuando
Lacan habla del deseo del analista no sé está refiriendo al deseo de ser analista, ni a los deseos
inconscientes del analista, sino a un deseo que permite sostener la función analítica, que posibilita
colocar el saber en lugar de la verdad.
Al sostener la idea de transferencias cruzadas pretendo subrayar que tanto analista como analizante
están en el campo transferencial, cada uno con sus propias repeticiones, fantasmas, deseos, síntomas,
etcétera, y, entre ambos, configuran una relación única, absolutamente singular. Significa también
reconocer que la transferencia, además de producirse espontáneamente -dado el carácter transferente
del sujeto- es sin duda activada, potenciada, por el dispositivo y las interpretaciones analíticas.
Existe -sin duda- una función del analista; lo que no existe es esa función en abstracto, disociada de un
sujeto de carne y hueso que la lleva adelante. Si insisto en todo esto es porque creo que, precisamente,
teniendo en cuenta la incidencia personal del analista (inevitable a mi modo de ver) es como podrían, en
la práctica, limitarse o controlarse esas influencias. De lo contrario, aquello que pretendíamos haber
expulsado por la puerta se nos ha colado otra vez por la ventana.
La implicación del analista en los procesos analíticos puede vislumbrarse hasta en detalles tan pequeños
como, por ejemplo, en el pedir asociaciones respecto de un determinado elemento del contenido
manifiesto de un sueño que ha impactado especialmente su escucha o cuando subraya tal o cual aspecto
-y no otro- de lo aportado por el paciente en sesión.
Estoy convencido de que el reconocimiento de estos hechos permitiría limitar esa incidencia, tanto por
parte del analista como del analizante. El primero estará obligado a tomar los cuidados necesarios para
evitar dirigir la vida de su paciente; al segundo le cabe la posibilidad de no tomar las intervenciones de
su analista como si fuera “palabra santa”. Esto le permitiría hacer un cuestionamiento in situ de su
propio análisis; preguntarse sobre la marcha del mismo; interrogar e interrogarse por qué, en un
momento dado, su análisis ha tomado tal o cual curso, por qué se desvió o desbarrancó en esta u otra
oportunidad.
Evocaré rápidamente la experiencia germinal de Freud, de la que hace un instante les hablé, ya que en
suma ella fue en parte el objeto de nuestras lecciones del último trimestre, enteramente centrado
alrededor de la noción de que la reconstitución completa de la historia del sujeto es el elemento
esencial, constitutivo, estructural, del progreso analítico. Para él siempre se trata de la aprehensión de
un caso singular. ¿Qué quiere decir estudiarlo en su singularidad? Quiere decir que esencialmente, para
él, el interés, la esencia, el fundamento, la dimensión propia del análisis, es la reintegración por parte del
sujeto de su historia hasta sus últimos límites sensibles, es decir hasta una dimensión que supera
ampliamente los límites individuales
¿Cuál es el valor de lo reconstruido acerca del pasado del sujeto? Que el sujeto reviva, rememore, en el
sentido intuitivo de la palabra, los acontecimientos formadores de su existencia, no es en sí tan
importante. Lo que cuenta es lo que reconstruye de ellos.
Existen sobre este punto fórmulas sorprendentes. Después de todo, los sueños son también un modo de
recordar. Incluso llegar a decir que los recuerdos encubridores mismos son, después de todo,
representantes satisfactorios de lo que está en juego. Es cierto que en su forma manifiesta de recuerdos
no lo son, pero si los elaboramos suficientemente nos dan el equivalente de lo que buscamos.
En los textos de Freud encontramos la indicación formal de que lo exactamente revivido que el sujeto
recuerde algo como siendo verdaderamente suyo, como habiendo sido verdaderamente vivido, que
comunica con él, que él adopta- no es lo esencial. Lo esencial es la reconstrucción, término que Freud
emplea hasta el fin. Diré, finalmente, de qué se trata, se trata menos de recordar que de reescribir la
historia.
Sin duda alguna hay una gran distancia entre lo que efectivamente hacemos en esa especie de antro
donde un enfermo nos habla y donde, de vez en cuando, le hablamos, y la elaboración teórica que de
ello hacemos. Incluso en Freud, en quien la separación es infinitamente más reducida, tenemos la
impresión que se mantiene una distancia.
La técnica no vale, no puede valer sino en la medida en que comprendemos dónde está la cuestión
fundamental para el analista que la adopta. Pues bien, señalemos en primer término, que escuchamos
hablar del ego como si fuera un aliado del analista, y no solamente un aliado, sino como si fuese la única
fuente de conocimiento.
Por el contrario, desde otro ángulo, todo el progreso de esta psicología del yo puede resumirse en los
siguientes términos: el yo está estructurado exactamente como un síntoma. No es más que un síntoma
privilegiado en el interior del sujeto. Es el síntoma humano por excelencia, la enfermedad mental del
hombre.
Podemos destacar la profunda ambigüedad de la concepción que los analistas se hacen del ego; ego
sería todo aquello a lo que se accede, aunque, por otra parte, no sea sino una especie de escollo, un acto
fallido, un lapsus.
¿Qué es el ego? Aquello en lo que el sujeto está capturado, más allá del sentido de las palabras, es algo
muy distinto: el lenguaje, cuyo papel es formador, fundamental en su historia. Tendremos que formular
estos interrogantes que nos conducirán lejos, a propósito de los Escritos Técnicos de Freud, haciendo la
salvedad de que, en primer lugar, estén en función de la experiencia de cada uno de nosotros.
Pues bien, nuestra concepción teórica de nuestra técnica, aunque no coincida exactamente con lo que
hacemos, no por ello deja de estructurar, de motivar, la más trivial de nuestras intervenciones sobre los
denominados pacientes.
En efecto, he aquí lo grave. Porque efectivamente nos permitimos -nos permitimos las cosas sin saberlo,
tal como el análisis lo ha revelado- hacer intervenir nuestro ego en el análisis. Puesto que se sostiene
que se trata de obtener una re-adaptacion del paciente con toda seguridad, no basta para que nuestro
ego entre en juego, que tengamos una cierta concepción del ego, cual un elefante en el bazar de nuestra
relación con el paciente. Sin embargo, cierto modo de concebir la función del ego en el análisis no deja
de tener relación con cierta práctica del análisis que podemos calificar de nefasta.
El fenómeno de la resistencia se sitúa exactamente allí. Existen dos sentidos, un sentido longitudinal y un
sentido radial. Cuando queremos acercarnos a los hilos que se encuentran en el centro del haz, la
resistencia se ejerce en sentido radial. Ella es consecuencia del intento de atravesar los registros
exteriores hacia el centro. Cuando nos esforzamos en alcanzar los hilos de discurso más próximos al
nódulo reprimido, desde él se ejerce una fuerza de repulsión positiva, y experimentamos la resistencia.
Freud llega incluso a escribir que la fuerza de la resistencia es inversamente proporcional a la distancia
que nos separa del nódulo reprimido.
El analizado fue invitado a dar una disertación en la radio sobre un tema que interesa profundamente a
la analista; son cosas que pasan. Sucede que esta intervención radiofónica se realizó algunos días
después de la muerte de la madre del analizado. Ahora bien, todo indica que la susodicha madre juega
un papel extremadamente importante en las fijaciones del paciente. A pesar de estar sumamente
afectado por este duelo, sigue cumpliendo con sus obligaciones de modo particularmente brillante. Llega
a la sesión siguiente en un estado de estupor rayano con la confusión. No sólo no se le puede sacar nada,
sino que lo que dice sorprende por su incoordinación. La analista temerariamente interpreta: usted está
en este estado porque piensa que estoy muy resentida por el éxito que acaba de obtener el otro día en
la radio, hablando de ese tema que como usted sabe, me interesa en primer término a mí. ¡Nada menos!
La continuación de esta observación muestra que, tras esta interpretación-choque que no dejó de
producir cierto efecto, ya que después de ella el sujeto se recobró instantáneamente, el sujeto necesitó
por lo menos un año para restablecerse. Esto demuestra que el hecho de que el sujeto salga de su
estado brumoso tras una intervención del analista no prueba en absoluto que la misma fuese eficaz en el
sentido estrictamente terapéutico, estructurante de la palabra, es decir que ella fuese en el análisis,
verdadera. Al revés. Annie Reich devolvió al sujeto el sentido de la unidad de su yo. Este sale
bruscamente de la confusión en que estaba diciéndose: He aquí alguien que me recuerda que en efecto
somos todos lobos entre lobos y que estamos vivos. Entonces recomienza, arranca; el efecto es
instantáneo. Es imposible en la experiencia analítica considerar el cambio de estilo del sujeto como
prueba de la justeza de una interpretación. Considero que lo que prueba la justeza de una interpretación
es que el sujeto traiga un material que la confirme. Y aún esto debe ser matizado.
Sea como fuere, el carácter de la actitud del sujeto está claramente invertido, pseudomaníaco, y su
estrecha relación con la pérdida reciente de su madre, objeto privilegiado de sus lazos de amor,
constituye manifiestamente el motor del estado crítico en que había llegado a la sesión siguiente,
después de su hazaña, después de haber llevado a cabo de modo brillante, a pesar de las circunstancias
desfavorables, lo que se había comprometido a hacer. De este modo, la misma Annie Reich, que sin
embargo, está lejos de sustentar una actitud crítica ante este estilo de intervención, atestigua que la
interpretación fundada en la significación intencional del acto del discurso en el momento presente de la
sesión está sometida a las numerosas contingencias que el eventual compromiso del ego del analista
implica.
Que la analista se guiara por ellos en la interpretación que hizo no es algo, en sí, peligroso. Que el único
sujeto analizarte, el analista, haya experimentado incluso sentimientos de celos, tenerlo en cuenta de
modo oportuno, para guiarse por ellos cual una aguja indicadora más, es asunto suyo. Nunca dijimos que
el analista jamás debe experimentar sentimientos frente a su paciente. Pero debe saber, no sólo no
ceder a ellos, ponerlos en su lugar, sino usarlos adecuadamente en su técnica.
El analista se cree aquí autorizado a hacer lo que llamaría una interpretación de ego a ego, o de igual a
igual —si me permiten el juego de palabras— dicho de otro modo, una interpretación cuyo fundamento
y mecanismos en nada pueden distinguirse de la proyección.
El sujeto tenía buenas razones para aceptar la interpretación de Annie Reich sencillamente porque, en
una relación tan íntima como la que existe entre analizado y analista, él estaba lo suficientemente al
tanto de los sentimientos de la analista como para ser inducido a algo simétrico.
Conviene abstenerse de esta interpretación de la defensa que llamo de ego a ego, fuera cual fuese su
eventual valor. En las interpretaciones de la defensa es necesario siempre al menos un tercer término.
Todo lo que destruye/suspende/altera/la continuación del trabajo-, no se trata allí de síntomas sino del
trabajo analítico, del tratamiento. Todo aquello que destruye el progreso de la labor analítica es una
resistencia.
Hay un caso en el que Freud conocía toda la historia —la madre se la había contado—. Entonces se la
comunica a la sujeto, diciéndole: He aquí lo que sucedió, he aquí lo que le hicieron. En cada oportunidad
la paciente, la histérica, respondía con una pequeña crisis de histeria, reproducción de la crisis
característica. Escuchaba y respondía con su forma de respuesta, que era su síntoma. Lo cual plantea
ciertos problemitas, entre ellos el siguiente: ¿es ésta una resistencia? Es una pregunta que, por hoy,
abro. Quisiera finalizar con la siguiente observación. Freud, al final de los Studien über Hysterie, define el
nódulo patógeno como aquello que se busca, pero que el discurso rechaza, que el discurso huye. La
resistencia es esa inflexión que adquiere el discurso cuando se aproxima a este nódulo. Por lo tanto, sólo
podremos resolver la cuestión de la resistencia profundizando cuál es el sentido de este discurso. Ya lo
hemos dicho, es un discurso histórico.
Desde su manifestación en lo consciente hasta sus raíces en el inconsciente, llegamos enseguida a una
región donde la resistencia se hace sentir en forma tan neta que la asociación que entonces surge lleva
su marca- la de esta resistencia- y se nos presenta como un compromiso entre las exigencias de esta
resistencia y la del trabajo de investigación. No es exactamente la asociación que entonces surge,
nächste Einfall, la asociación más cercana, más próxima, pero, en fin, el sentido está conservado. La
experiencia- he aquí el punto capital- muestra que es aquí donde surge la transferencia. Cuando algo en
los elementos del complejo (en su contenido) es susceptible de vincularse con la persona del médico, la
transferencia se produce, proporciona la idea siguiente, y se manifiesta en forma de resistencia, de una
detención de las asociaciones por ejemplo. Experiencias semejantes nos enseñan que la idea de
transferencia llegó a ser preferida a todas las otras asociaciones factibles de deslizarse hasta lo
consciente, justamente porque satisfacía a la resistencia. Esta última parte de la frase está subrayada por
Freud. Un hecho de este tipo se reproduce un número incalculable de veces durante un psicoanálisis.
Toda vez que nos acercamos al complejo patógeno, es primero la parte del complejo que puede
convertirse en transferencia la que es impulsada hacia lo consciente, y aquella que el paciente se
empecina en defender con la mayor tenacidad.
Esta nota coincide con una observación que emana de otro texto de Freud: Cuando el paciente calla es
muy probable que el silenciamiento de su discurso se deba a la aparición de algún pensamiento referido
al analista.
El movimiento a través del cual el sujeto se confiesa, aparece un fenómeno que es resistencia. Cuando
esta resistencia se vuelve demasiado fuerte, surge la transferencia.
Henos aquí ante un fenómeno en el que captamos un nudo en este desarrollo, una conexión, una
presión originaria o, más bien, y hablando estrictamente, una resistencia. Vemos producirse, en cierto
punto de esta resistencia, lo que Freud llama la transferencia, es decir la actualización de la persona del
analista.
Esta importante articulación nos indica que, en el origen, para que la represión sea posible, es preciso
que exista un más allá de la represión, algo último, ya constituido primitivamente, un primer nódulo de
lo reprimido, que no sólo no se reconoce, sino que, por no formularse, literalmente es como si no
existiese; sigo aquí a Freud. Sin embargo, en cierto sentido, se halla en alguna parte puesto que —Freud
nos lo dice constantemente— es el centro de atracción que atrae hacia sí todas las represiones
ulteriores.
Las formas que adquiere la represión son atraídas por este primer nódulo, que Freud atribuye, en esa
época, a determinada experiencia a la que llama experiencia originaria del trauma. Retomemos el
problema de la significación de la noción de trauma, noción que debió relativizarse; retengan por el
momento que el nódulo primitivo está en un nivel distinto al de los avatares de la represión. Constituye
su fondo y su soporte.
¿Qué es el sueño? ¿Es acaso exacta la reconstitución que hace el sujeto? Freud rechaza estas objeciones
y muestra que carecen de fundamento. Lo muestra subrayando el hecho singular de que cuando más
incierto es el texto que nos brinda el sujeto, más significativo es. Freud que está escuchando el sueño,
esperándolo para revelar su sentido, reconoce justamente lo importante en la duda misma que formula
el sujeto ante ciertos fragmentos de su sueño. Debemos estar seguros porque el sujeto duda. A menudo
se puede volver a encontrar a través del análisis lo que el olvido ha perdido; en toda una serie de casos,
al menos, algunos restos permiten volver a encontrar, no el sueño mismo, lo cual es accesorio, sino los
pensamientos que están en su base. Algunos restos: es esto justamente lo que les digo, nada más queda
del sueño. ¿Qué más le interesa a Freud? Llegamos aquí a los pensamientos que están en su base.
¿Qué es por lo tanto lo que decapita a Signorelli? En efecto, todo se concentra en torno a la primera
parte de este nombre, y de su repercusión semántica. En la medida en que Freud no pronuncia la
palabra, la que puede revelar el secreto más profundo de su ser, sólo puede quedar enganchado al otro
a través de los desprendimientos de esta palabra. No quedan sino los desechos. El fenómeno del olvido
es manifestado allí literalmente por la degradación de la palabra en su relación con el otro.
La palabra es sin duda mediación, mediación entre el sujeto y el otro, e implica la realización del otro en
la mediación misma. Un elemento esencial de la realización del otro es que la palabra puede unirnos a
él. Es esto sobre todo lo que les he enseñado hasta ahora, ya que es ésta la dimensión en la que nos
desplazamos constantemente.
En resumidas cuentas, ¿no nos conduce esta consideración al punto del que partí en mi trabajo sobre las
funciones de la palabra? A saber, a la oposición entre palabra vacía y palabra plena; palabra plena en
tanto que realiza la verdad del sujeto, palabra vacía en relación a lo que él tiene que hacer hic et ruine
con su analista, situación en la que el sujeto se extravía en las maquinaciones del sistema del lenguaje,
en el laberinto de los sistemas de referencia que le ofrece el sistema cultural en el que participa en
mayor o menor grado. Una amplia gama de realizaciones de la palabra se despliega entre estos dos
extremos.
Esta perspectiva nos conduce exactamente al siguiente punto: la resistencia de la que hablamos proyecta
sus resultados sobre el sistema del yo, en tanto el sistema del yo no puede ni siquiera concebirse sin el
sistema —si así puede decirse— del otro.
A partir de aquí, observen ustedes lo paradójica que es la posición del analista. Es en el momento en que
la palabra del sujeto es más plena cuando yo, analista, podría intervenir. ¿Pero sobre qué intervendría?:
sobre su discurso. Ahora bien, cuanto más íntimo le es al sujeto su discurso, más me centro yo sobre este
discurso, más me siento llevado, yo también, a aferrarme al otro, es decir, a hacer lo que siempre se hace
en ese famoso análisis de las resistencias, buscar el más allá del discurso, más allá, piénsenlo bien, que
no se encuentra en ningún sitio; más allá que el sujeto debe realizar, pero que justamente no ha
realizado y que está entonces constituido por mis propias proyecciones, en el nivel en que el sujeto lo
realiza en ese momento.
Asumiéndolas, la profundidad del compromiso personal y los modos de exposición del analista en el
movimiento transferencial no quedarán como actitudes existenciales valiosas o sacrificadas sino como
circunstancias sobredeterminadas que devienen en instrumentos posibles de operación clínica. La
manera de encarar la cuestión de la contratransferencia traduce por ello la forma de aproximación al
proceso analítico en su globalidad y los modos de concebir la estructura del inconsciente.
Entendemos por contratransferencia la activación de vínculos y fantasías primarias, reconocible por sus
efectos, suscitada en el analista a partir de lo manifestado por el analizando en un proceso analítico
constituido o en vías de gestación. Esto supone varias cosas: A) Que no es algo circunstancial ni menos
aún excepcional: Se trata de la movilización aleatoria de aspectos disociados del analista situado en una
posición regresiva potencial, producto de la situación y favorecida por la atención flotante.
B) La contratransferencia siempre se inicia como dificultad, pero el destino que el movimiento tenga
obedecerá a factores que dependen crecientemente - en términos tanto del proceso cuanto de la
evolución personal del analista - del modo en que se tramite.
Pero ¡cuántos equívocos hay en todo esto! Y, ante todo, si la contratransferencia es el homólogo de la
transferencia, ¿qué puede significar estar consciente de ello? ¿Ver sus puntos ciegos? Y luego, después
de insistir demasiado en la contratransferencia, ¿no se llega a confundir la situación analítica con el
intercambio de dos inconscientes? El espectro de la "locura de dos", en la que nadie puede decidir quién
es el inductor y quién el inducido, no está lejos. Intentamos, pues, ver un poco más claro.
Sin embargo se presenta el riesgo -el de una colusión, de una mezcolanza- y se comprende la prudencia
de Freud. ¿Algunos, partidarios activos de la contratransferencia no tendrán propósitos de este género?
"Me aburrí hasta la muerte en esa sesión, así pues el paciente se propone mortificarme", o: "Me vino a
la mente un fantasma erótico, así pues el (o ella) se propone excitarme". Emisor-receptor, agente-
paciente, uno se pierde en esta relación que merece entonces calificarse llanamente de dual, en donde
no sabríamos discernir el tuyo del mío, ni determinar cuál es el reflejo del otro.
Ahí diferenciaba cuatro niveles en igual número de palabras susceptibles de dar una imagen más que un
concepto: empresa, sorpresa, presa y dominio. -¿Qué es la "empresa"? Lo que nos ha llevado a
convertirnos en analistas y sobre todo lo que nos empuja a seguirlo siendo. A esto no puede haber más
que respuestas muy personales que no sabríamos abarcar, como se quiso hacerlo en algún tiempo, con
el título: "El deseo del analista".
-Con la palabra "sorpresas" me refería a esos movimientos que llegamos a percibir en nosotros -ideas,
emociones- cuando tal o cual concepto o tal o cual asociación del paciente hace resonancia con tal o cual
punto sensible de nuestra historia o de nuestra fantasmática, con tal o cual punto vulnerable de nuestra
coraza. Nos han puesto el dedo en la llaga y eso es bueno.
Por "presas" quería decir algo que la mayoría de las veces se define como si fuera contratransferencia
siendo que se trata del lugar que el analizado nos asigna, allí donde quiere mantenernos y del que a
veces es difícil desprenderse; ya sea el de tirano perseguidor, y entonces toda interpretación se
transforma en intrusión, o el de ideal que hace de nuestra menor palabra un oráculo pronunciado por la
"boca de la verdad".
-Yo hacía hincapié sobre todo en el cuarto registro, el "dominio", y que me parece el más específico el
sentido restringido que, como se ve, le doy a la contratratransferencia. Este dominio lo ejercen algunos
pacientes -y no me parece oportuno relacionarlos exclusivamente a tal o cual entidad nosográfica, así
fuese la de los "estados-límites"- con una violencia muy especial. Sin duda alguna se podría decir que
estamos ante un tipo particular de reacción (de reacción pasiva, si se puede decir: no nos sentimos
pasivos sitio "pasivados") cuando el paciente transfiere en nosotros más que sobre nosotros, para
liberarse, su locura privada, sus fuerza destructora o, en términos Kleinianos, sus objetos malos.
Nos alcanza en nuestro ser: ¿su "esfuerzo" para volvernos locos (según la fórmula de Searles), para
volvernos idiotas, enfermos, para atemorizarnos, se logrará? Es aceptable ser un objeto parcial, un
objeto minúsculo. Un objeto inanimado es más duro.