9 El Lenguaje de La Homilía
9 El Lenguaje de La Homilía
9 El Lenguaje de La Homilía
La homilía no sólo supone un proceso vertical: Dios que nos habla, y el sacerdote que procura
ser fiel a esa Palabra y la transmite a la comunidad. Supone también un proceso horizontal de
comunicación, de pedagogía, de relación interpersonal del predicador con los oyentes.
No basta con saber" qué" quiero transmitir -el contenido de la Palabra- y "a quién" -la
comunidad destinataria del mensaje-, sino también tiene importancia el "cómo" transmitirlo.
Los estudios actuales de teología y Biblia nos preparan mucho mejor que en años anteriores en
cuanto a los contenidos de los diversos libros revelados que iremos leyendo. Pero haría falta
también un estudio más serio sobre la pedagogía comunicativa en la homilía.
En este caso, el "qué" está asegurado, porque nos lo da la Palabra de Dios, y es consistente por
demás. Pero depende mucho del" cómo" se presenta el que llegue o no a los ánimos de los
fieles. Tal vez lo contrario de lo que a menudo sucede a los oradores de los mítines políticos,
que cuidan bien el "cómo" hablar, pero no tienen mucho contenido que transmitir. A veces un
buen orador no tiene nada que decir, mientras que uno que tiene mucho que decir, no es buen
orador...
Mn. Cunill, un sacerdote muy respetado en Cataluña, y relacionado con los medios de
comunicación, dijo hace tiempo una cosa que parece que sigue siendo verdadera, comparando
a la Iglesia con los quiosqueros que venden periódicos y revistas.
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Para él la Iglesia tiene unas "noticias" impresionantes, unas riquezas a transmitir que nadie
más tiene, cosas de interés enorme en sí mismas.
Pero tiene malos quiosqueros que sepan vender esas noticias. Yeso desde los obispos hasta los
párrocos y a los catequistas y padres d~ familia.
A veces los kioskos de la calle están llenos de revistas elegantemente presentadas, apetitosas
por demás, pero que no dicen nada, porque no tienen apenas nada que transmitir. Mientras
que los cristianos, que sí tenemos cosas que decir, no nos preocupamos de la forma de
presentarlas y "venderlas". O no sabemos hacerlo.
el lenguaje bíblico. También puede ser que los fieles estén indiferentes o faltos de motivación
en cuanto a lo que se les predica. O que se hallen ya predispuestos en contra, como
consecuencia de la relación personal que tienen con el predicador fuera de la celebración. Lo
cual les hace a veces no estar precisamente dispuestos a dejarse convencer y les mantiene más
bien pasivos ante la homilía, o que la escuchen desde una actitud de crítica o escepticismo.
Finalmente, también puede fallar la comunicación por el mensaje mismo que se trata de
transmitir, que, a veces, aparece demasiado extraño, por su entorno bíblico, y otras,
demasiado exigente, porque se presenta con paradojas que no acabamos de captar.
Todo aquel que habla a los demás, sea político, comerciante, maestro, catequista o bien, como
en este caso, homileta, debe practicar minimamente las leyes de la comunicación, el método y
el arte de decir algo a otros.
Debería ser capaz de sentir "empatía", ponerse en el lugar del oyente y "colocarse en los
bancos de los fieles", o sea, escucharse a sí mismo desde la actitud anímica de los fieles. Y, si es
el caso, y logra interpretar los signos del "feed-back", saber cambiar sobre la marcha.
Otras veces, la culpa de que la comunicación sea deficiente es del destinatario, si desconoce
las claves del lenguaje que se habla, en este caso,
Pero queda el problema del lenguaje, que es más difícil de solucionar 2 Existe este
interrogante en el ámbito del lenguaje bíblico (tanto del
RAMos, Cómo transmitir hoy la Palabra. Indicaciones para la homilía, PPC, Madrid 1998, 106
págs.; F. MAR'ríNEz, La predicación en el mundo mediático: Studium 2 (1999) 2~3288; A. KUEN,
Comment précher ou l'art de communiquer l'essentiel, Ed. ErnmaUS, SaJ11t Légier 2000, 219
págs.
2 Cf. T. CABESTRERO, ¿Se entienden nuestras homilías? Necesidad de un lenguaje más
comunicativo (=Dossiers CPL 97) CPL, Barcelona 2003, 92 págs.; J. RAMos, El arte de la homilía:
Sal Terrae 2 (2004) 115-129.
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AT como del Nuevo), y también en el eucológico, o sea, de las oraciones del Misal, que son
muy "eclesiásticas" y pueden no resultar demasiado transparentes para que los fieles (y el
mismo sacerdote, a veces) sintonicen con la alabanza o la petición que contienen, sobre todo
si no se pronuncian con el ritmo y expresividad debidos.
Aquí nos fijamos sobre todo en el lenguaje que debe tener la homilía para cumplir bien su
ministerio. Sería una pena que a los fieles les parezca anodina la homilía, pero sería peor si, por
culpa de la homilía, les parece aburrido el evangelio.
No podemos descuidar el lenguaje. No nos tendríamos que fiar de que se vaya a repetir cada
vez el milagro del día de Pentecostés, en que cada uno de los presentes entendía lo que
predicaba Pedro como si estuviera hablando en su propia lengua.
Claro que una homilía no tiene como finalidad primaria la belleza literaria ni un tono afectado,
teatral o amanerado, en el que el predicador "se escucha a sí mismo". Pero tampoco es bueno
descuidar el lenguaje literario y maltratar la gramática de la propia lengua. El predicador
cristiano, como todo orador en su ámbito, debe cuidar el arte de construir su homilía, de
exponerla bien, de hacer agradable el contenido de la Palabra, y de intentar persuadir a que
los oyentes, empezando por él mismo, la lleven a la práctica en su vida. Todo ello,
naturalmente, sin perder la sencillez y el carácter fraterno de esa "plática" que es la homilía.
San Agustín, que había estudiado bien las reglas de la retórica romana y se consideraba
seguidor del gran orador clásico Cicerón, supo aplicar después magistralmente a la predicación
cristiana estas normas del buen decir. Él fue quien dijo que la doctrina cristiana debía tener
estas tres cualidades: "ut veritas pateat (claridad), ut veritas placeat (agradable), ut veritas
moveat" (estimulante). Para que pueda resultar eficaz en su exhortación, antes debe ser
agradable y literariamente conveniente.
Ante todo, el homileta debe respetar las leyes del buen decir: debe cuidar la "ars dicendi". 3
Una de las definiciones clásicas del buen predicador fue la de "vir bonus dicendi peritus": un
hombre bueno, experto en el arte del decir.
La homilía, aunque sea un ministerio sagrado, es una "pieza oratoria" y, por tanto, debe seguir
las reglas elementales del bien decir. Debe ser lenguaje digno, no sólo teológicamente, sino
también literariamente.
Aunque hablar de "retórica" puede tener en algunos casos un sentido peyorativo ("retórico",
como "vacío de contenido"), sin embargo, en su buen sentido, sigue teniendo importancia
para la homilía. Después de períodos en que la retórica era muy apreciada en la oratoria
sagrada, ha pasado por otros en que se la había abandonado con una cierta suspicacia.
Ahora se vuelve a apreciar, porque también ayuda a una buena comunicación de la Palabra a la
comunidad cristiana. 4
El lenguaje de la homilía debe ser sencillo, fácil de comprender, sin palabras griegas o hebreas
de por medio, sin citas eruditas. Yeso, no sólo en cuanto a la terminología, sino también en la
construcción de las frases y en su sintaxis, evitando oraciones subordinadas complicadas o
frases enrevesadas. Es un lenguaje que debe estar al servicio de la Palabra, sin empobrecerla ni
rebajarla. Tal vez los fieles no sabrán "hablar teológicamente", pero sí son capaces muchas
veces de "escuchar teológicamente" el mensaje de Dios. Pero, a la vez, debe ser asequible a
todos y unívoco, o sea, que no admita duplicidad de sentidos y equívocos.
3 J.A. VALLEJO-NÁJERA, Aprender a hablar en público hoy, Planeta, Barcelona 1990, 150 págs.;
J. M. LAHIDALGA, De nuevo, Vallejo-Nájera como pretexto: "Aprender a hablar en público
hoy": Surge 511-512 (1990) 224-241; ID., Atención y lenguaje no verbal: Surge 513-514 (1990)
294-310 (el libro de Vallejo se refiere a hablar en público en general, pero sus consignas son
muy aprovechables para la homilía, como comentan bien los dos articulas de Lahidalga).
Dizionario di Omiletica se presta especial atención a la retórica por parte de varios autores (pp.
1345-1372).
Habrá que aplicar al homileta lo que san Pablo les dijo a los Corintios: "si al hablar no
pronunciáis palabras inteligibles, ¿cómo se entenderá lo que decís? Es como si hablarais al
viento" (lCo 14,9).
Todo lo cual no significa que este lenguaje sencillo deba ser pobre, infantil o vulgar.
La homilía debe ser también clara en su estructura. Debe tener orden en las ideas, sin idas y
vueltas ni repeticiones innecesarias. Debe tener claridad en el esquema que se sigue, de modo
que los oyentes puedan captar la lógica de un razonamiento o de una enumeración. Sin
demasiados temas, sino centrada en uno o en dos, con sus oportunas antítesis y
comparaciones. Sin dejar que "el caballo corra locamente en todas direcciones", como diría el
Quijote. A un oyente le debería resultar fácil captar cuál ha sido la intención y el desarrollo de
la homilía.
El predicador debe despojarse de la erudición y del lenguaje "docto" para que los oyentes le
entiendan. A esto le llamaba él "diligente negligencia" (De Doctr. christ., IV, 10,25). Ya sabe él
que un predicador quedaría mejor empleando palabras doctas, pero los fieles no le
entenderían. Y pone el símil de una llave muy bonita pero que no abre la puerta que
queremos.
La Instrucción Eucharisticum Mysterium (1967) pide esta claridad a los sacerdotes: "los
sacerdotes no sólo han de tener la homilía cuando se prescribe o conviene, sino que han de
procurar también que todo aquello que dicen ellos o los ministros, según su función, lo
pronuncien o canten de tal modo que los fieles lo perciban claramente y entiendan su
sentido...
Sean preparados para esto los ministros con adecuados ejercicios, especialmente en el
seminario y en las casas religiosas" (n. 20).
Otra Instrucción, de 1973, Eucharistiae participationem, recuerda que mediante la homilía "se
explica la Palabra de Dios proclamada en la asamblea litúrgica para la comunidad presente y de
acuerdo con su capacidad
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(n. 15).
"En cuanto al lenguaje de la homilía, este ha de ser inteligible, sencillo, vivo y concreto, que se
aleje por igual de los tecnicismos y de las palabras rebuscadas como de la trivialidad y de la
anécdota. La homilía requiere, además, un tono directo, familiar, persuasivo y ágil que
mantenga el interés de los oyentes, no tanto por los recursos oratorios del que habla, cuanto
por la convicción y autenticidad que consigue comunicar" (PPP 29).
Lenguaje concreto
Además de sencillo, el lenguaje de una predicación litúrgica debe ser concreto, o sea, con ideas
plásticas, imágenes y comparaciones tomadas de la vida misma.
La Biblia se puede considerar como pauta de los contenidos de la predicación, pero también
como modelo pedagógico de comunicación. Son magistrales muchas de las imágenes y
comparaciones de los profetas, de Pablo o de Cristo. Vale la pena leer, entre otros muchos que
todos recordamos, por ejemplo, la página que el profeta Isaías dedica a desautorizar y hasta
ridiculizar el culto a los ídolos (Is 44, 9-28).
Fue lenguaje concreto el de Cristo, que predicaba a partir de los hechos que todos conocían,
con comparaciones tomadas de la vida (la familia, el oficio de los pastores, el trabajo de los
agricultores), un lenguaje salpicado de imágenes muy expresivas (vosotros sois la sal y la luz
del mundo, yo soy la vid y vosotros los sarmientos oo.). Jesús usó las categorías de su pueblo,
sin empobrecer por ello lo más mínimo la riqueza y la fuerza del Reino de Dios que
proclamaba.
En el aspecto del lenguaje que usamos en nuestra predicación tienen particular influencia los
términos que empleamos.
Hay conceptos que no necesitan explicación, porque son fácilmente captados por todos:
caridad, solidaridad, paz, justicia, humildad, universalidad, servicialidad, ansia de vivir,
derechos humanos, el Dios cercano y personal, libertad, perdón de los pecados...
Pero hay otros conceptos y expresiones, bíblicas o litúrgicas, que necesitan "traducción" o
explicación: redención, salvación, expiación, cordero pascual, éxodo, testamento, unión
hipostática, anamnesis, epiclesis, exegesis, teofanía, hermenéutica, escatología, parusía, la
comunión de los santos, Jesús como Hijo del hombre o como Pantocrator y Kyrios, "los Santos
Padres", "ex opere operato", la lucha contra los príncipes de este mundo, que los salvados
lavaron sus túnicas en la sangre del Cordero, que Jesús subió a los cielos...
Si se usan esas expresiones, habrá que explicarlas muy brevemente, sin empobrecerlas, pero
acercándolas a la comprensión de los cristianos de hoy. Habría que" descongelar" frases
hechas que a nosotros, los eclesiásticos, nos resultan familiares, pero a los fieles por lo general
les resultan extrañas.
El lenguaje bíblico es fundamental para entender el misterio cristiano, y hay que acostumbrar
a los fieles a él, pero explicándoselo claramente: qué significa que Cristo "está sentado a la
derecha del Padre", o que es "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo", o por qué
son "bienaventurados los perseguidos por la justicia", o qué sentido tiene para nosotros la
"Jerusalén celestial"...
De la Virgen se puede hablar afirmando que es la Reina de los ángeles o los profetas, y se la
puede invocar como "rosa mística" o "arca de la alianza", todo ello, con resonancias bíblicas
que deben ser muy ricas para los que las conocen. Pero también se puede decir de ella que era
la muj.er creyente, experta en dolor, madre recia al pie de la Cruz, la primera cnstiana,
hermana nuestra, abierta a Dios, solícita a favor de los demás. Todo lo cual también es bíblico
y más cercano a nosotros.
Un lenguaje vivo
El gran dramaturgo B. Brecht utilizó para el teatro un método que se ha llamado
"Verfremdung" = extrañamiento, alejamiento, contraste. 5 Con lenguaje provocativo y eficaces
industrias escénicas, logra él que los espectadores no se identifiquen sin más con lo tradicional
o con las actitudes convencionales (por ejemplo, que siempre tiene que "ganar el bueno").
Más bien, de entrada, desconcierta a los espectadores, los deja insatisfechos o indignados,
para que así conserven su sentido crítico y su capacidad de reaccionar.
Las cosas normales de cada día, hace que les parezcan nuevas, extrañas, interesantes. Provoca
que no acepten sin más lo de siempre. Su palabra es crítica, interpeladora. Provoca dudas,
interrogantes y antítesis, no sigue la lógica, no pretende dejar tranquilos y consolados.
No sería descaminado que el predicador, alguna vez, aplicara esta dinámica a su lenguaje
homilético, evitando repetir siempre los mismos moldes, sino aprovechando la fuerza
interpeladora de la Palabra de Dios.
Una predicación demasiado "pacífica" busca confirmar lo que ya se sabe, evita preguntas, más
bien da ya las respuestas, presenta la verdad como algo fijo y ya adquirido, intenta proteger y
conservar la fe.
Una predicación más "viva" replantea lo que ya se sabe, provoca preguntas y ayuda a buscar
respuestas, suscita extrañezas, exhorta a la acción y a las opciones, hace reflexionar para ir
descubriendo la verdad.
¿No es acaso el sistema que tantas veces utilizó Jesús en su predicación? Seguramente,
resultaron provocativas sus posturas críticas sobre el Templo y el sábado, sus comparaciones
del fariseo y del publicano, sus afirmaciones de que las prostitutas iban a estar delante en el
Reino, o de que no había venido a traer la paz sino la guerra, y su insistente afirmación de que
a veces los paganos responden a Dios mejor que los judíos. A nadie se le ocurrió nunca tachar
a Jesús de aburrido o poco concreto.
Es también lo que habían hecho algunos profetas, con un lenguaje claramente crítico sobre las
instituciones más sagradas del pueblo judío.
Ejemplos muy estimulantes de un lenguaje vivo y "dialogado" son, por ejemplo, la página que
dedica el profeta Amós a fustigar la falsa seguridad
.......
de la, el.,e, didgente, (Aro 6,1-6) Y el capítulo en el que Pablo nene q~ defender su ministerio
(2Co 22, sobre todo vv. 16-33).6 .1e I Tampoco se trata de que la homilía tenga que ser
siempre provocativa y escandalosa, e ir alabando a las prostitutas o a los administradores que
llevan doble contabilidad. Pero tampoco es bueno que sea demasiado fría y tranquila, con
fórmulas hechas y resabidas que no transmiten nada.
Es bueno recordar el método que seguía santo Tomás en su gran tratado teológico. Ante la
"tesis" propuesta, iniciaba su reflexión con una clara "antítesis": "videtur quod non", "parece
que no". Ante una determinada argumentación oponía una dificultad que él intuía en sus
interlocutores posibles: "sed contra...", "pero, por el contrario...".
Una homilía podría muy bien, alguna vez, empezar con un "videtur quod non": ¿de veras hay
que amar a los enemigos? ¿pero es posible perdonar? ¿se puede alabar a ese administrador
infiel? jno querrá Jesús que pongamos en verdad la otra mejilla!, ¿a quién se le ocurre
conformarse con los últimos puestos? ¿vale la pena ser cristiano en el mundo de hoy? ¿tiene
futuro ser religioso, si nadie parecer creer nuestro testimonio?...
No podemos conformamos con un lenguaje aséptico. A veces se ha proclamado una página del
evangelio o de un profeta o de Pablo llena de vitalidad y pedagogía, y sería una pena que luego
le siguiera una homilía desangelada. Debería conservar la frescura y la fuerza comunicativa que
tiene la Palabra misma, sobre todo la de Cristo, maestro en el arte de suscitar interés y
provocar la extrañeza de sus oyentes.
a) Es bueno para la vivacidad del lenguaje y para mantener la atención de los oyentes mezclar
sabiamente, como se hace tantas veces en la misma Biblia, afirmaciones y antítesis, parábolas
y comparaciones, preguntas y dudas, dialéctica y relatos pacíficos, diálogos ficticios que
personalizan y dramatizan el mensaje que se quiere transmitir. En el Adviento, ¿a quién
esperamos? Pero ¿esperamos a alguien? ¿sentimos necesidad de un Salvador o ya estamos
satisfechos? En la Cuaresma, comentando lecturas que nos hablan del ayuno, ¿pero sigue
teniendo sentido el ayuno hoy? ¿y no será una cosa ya pasada de moda la imposición de la
ceniza?
6 Estos dos ejemplos los comenta sabrosamente san Agustín: De Doctrina christiana IV, 7, 12 Y
15.
10. el lenguaje ae la nomllla
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Señor?.. Son como los interrogantes que se planteaba Pablo: ¿quién nos separará del amor de
Dios? ¿acaso Cristo Jesús, que por nosotros murió e intercede por nosotros?..
Un predicador atento a su comunidad sabe qué aspectos de la vida quedan interpelados por
las lecturas de hoy, intuye los interrogantes que en este momento se les están ocurriendo a
sus oyentes al escuchar el mensaje de las lecturas y sabe situados en su homilía.
b) Lo más clásico de una homilía es partir de la Palabra, para descender luego a la vida. Pero
otras veces puede ser más pedagógico, para algunos temas, partir de los hechos de vida, de los
interrogantes de hoy, y remontarse a la respuesta que nos da la Palabra de Dios. Es bueno
mezclar el método "deductivo" (de la "tesis" bajar a sus aplicaciones) con el "inductivo" (de la
experiencia humana subir a la Palabra).
c) El predicador debe cuidar la voz, el tono con que propone su homilía. Con expresividad, con
la oportuna modulación, con pausas que marquen un ritmo comprensible.
d) Debe tener en cuenta los valores humanos de este mundo, de esta generación, de estos
jóvenes, tratándolos con simpatía y con gozo. En algunos aspectos nuestra generación ha
sabido captar valores eternos que ahora se subrayan más, al menos idealmente, como la
ecología, la igualdad y la justicia entre los pueblos, la dignidad de la mujer y del niño en la
sociedad, etc. Se le tiene que notar al predicador que es consciente de esto y que lo ve con
ojos positivos.
e) El predicador debe tener un cierto sentido de humor. Sin querer hacerse el gracioso, sin
necesidad de contar chistes, debe saber aprovechar oportunamente los toques amables de
visión positiva que se presentan a lo largo de su ministerio. Una sonrisa no está reñida con la
seriedad y la profundidad de una homilía.
f) El micrófono, que en algunas iglesias es de uso obligatorio, puede convertirse en amigo o en
enemigo de nuestra fuerza comunicativa. Ante
1-
de
todo, debe instalarse en las mejores condiciones técnicas posibles, acuerdo con las
condiciones acústicas de cada iglesia.
El micrófono permite que todos oigan lo que se dice, pero también puede disminuir la
expresividad, la cercanía de la voz, el calor de una palabra que se transmite directamente.
El predicador tiene que saber desde antes del inicio de la celebración cuándo está funcionando
el micrófono y cuándo no, a qué distancia Se debe situar, si existe resonancia o no en la iglesia,
qué gradación de tono tiene... 7
Además de la palabra, principal medio que tenemos para comunicar nuestro pensamiento,
tiene también importancia el lenguaje no verbal, que influye más de lo que a veces pensamos.
8 Entra aquí - la postura durante la homilía: normalmente, sentados en la sede, - los gestos:
nuestras manos no tendrían que hacer aspavientos, pero tampoco mantenerse rígidamente
quietas, - la cara: serena, en ocasiones gozosa y entusiasta, otras, más seria, según el mensaje
de las lecturas, - la mirada: no dominadora, sino afable y fraterna; pero a ser posible directa; si
un sacerdote saluda a los fieles mirando a sus papeles o al misal, no crea comunicación; y lo
mismo si durante la homilía no les mira;
- los breves espacios de silencio: un momento de silencio, en que la palabra queda como
suspendida, puede despertar la atención de los oyentes y subrayar la importancia de lo que se
ha dicho o de lo que se va a decir,
8 Uno de los autores que mejor ha estudiado el lenguaje no verbal en general, y también
aplicado al lenguaje religioso es F. POYATOS, La comunicación no verbal, 3 vals., Istmo, Madrid
1994 (antes apareció en inglés, lengua en la que ha publicado una segunda edición, muy
ampliada); lo aplicó también a la homilía:
ID., Más allá de la palabra: la comunicación no verbal en la liturgia: Phase 249 (2002) 257-274.
Cf. también VARIOS, Liturgia e linguaggio non verbale: Riv Liturg 5-6 (1996) 627-752.
- la inmediatez visual entre el predicador y los fieles: no son de desear los muebles que se
interponen entre el predicador y los oyentes, por ejemplo, los atriles adicionales -que a veces,
además, parecen un duplicado del ambón de la Palabra- que pueden perjudicar
psicológicamente a la comunicación visual y anímica entre el predicador y los fieles.
Todos podemos tener la experiencia de cómo algunos locutores de TV nos parecen siempre
enfadados, o asustados, o tensos, mientras que otros aparecen serenos y afables, sea cual sea
la noticia que transmiten.
Esto tiene también un aspecto complementario: también el lenguaje no verbal de los oyentes
nos puede decir a nosotros, si lo sabemos interpretar, cuándo están atentos o cuándo ya se
han cansado. En su cara y postura podemos ver si se sienten sorprendidos, satisfechos o
contrariados por lo que estamos diciendo o cansados ya por la duración de la homilía. Y actuar
en consecuencia.