La Teología de Las Rúbricas
La Teología de Las Rúbricas
La Teología de Las Rúbricas
La rúbrica (rubrum) hace referencia a las indicaciones en rojo de los libros litúrgicos,
que explican el modo de realizar los distintos ritos, e introducen el nigrum, es decir, los
diversos textos eucológicos, que están impresos en color negro. Más allá de un puro
elemento externo -a modo de guion teatral-, en las rúbricas subyace y se custodia
fielmente el espíritu de cada celebración litúrgica.
El que celebra la liturgia, sobre todo quien preside, está expuesto siempre a celebrar
entre dos riesgos extremos: el mimetismo y el relativismo.
Por mimetismo entendemos aquel modo de celebrar obsesionado por seguir las rúbricas
como un autómata, sin percatarse del sentido y profundidad de los signos y los textos de
la celebración. En este modo de celebrar faltaría vida y sentimiento en lo que se hace y
ora. Se cumpliría con todo el ceremonial litúrgico, pero el corazón y la mente no
estarían armonizados con la voz, es decir, con lo que se recita vocalmente y se realiza
gestualmente. En este caso, no se cumpliría la recomendación expresada en el conocido
adagio de San Benito referido a la oración litúrgica: mens concordet vocis (que la mente
concuerde con la voz, que las palabras estén en sintonía con nuestro pensamiento). A
veces, motivado por la propia comodidad, se celebra de forma cansina, rutinaria,
limitándose a lo puramente exigido, y cerrado a toda novedad, como por ejemplo, la
selección de elementos variables propuestos por los diferentes libros litúrgicos.
Por relativismo litúrgico se entiende aquella forma de celebrar en la que predomina tal
libertad creativa que no hay referencias fijas ni estables en la celebración de la liturgia.
Lo primero a señalar en este modo de proceder es la falta de fidelidad y obediencia a la
normativa litúrgica expuesta en los libros litúrgicos. No se tiene en consideración el
valor de las normas litúrgicas. Y lo segundo es que se tergiversa la sana creatividad
litúrgica transformándola en recreación constante de la liturgia. Este relativismo
litúrgico, generado en ocasiones por el propio presidente y muy extendido en algunas
comunidades eclesiales, genera tal desconcierto y confusión en los fieles, que
contribuye a perder la referencia católica de la liturgia, a desconocer la lex orandi
eclesial y a infravalorar el sentido de la normativa litúrgica.
Jesús anuncia y comunica su mensaje de salvación por medio de palabras y gestos. Los
relatos evangélicos que describen sus milagros no olvidan nunca describir este doble
aspecto cargado de fuerza salvadora. De tal forma que estos dos elementos – la palabra
y el gesto- definen la naturaleza sacramental de los signos salvadores de Jesucristo,
prolongados por la Iglesia, por mandato del mismo Señor. La naturaleza sacramental de
la liturgia requiere la doble realidad del texto y del gesto.
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En este rico patrimonio de la fe de una tradición eclesial hay aspectos sustanciales que
han de permanecer inalterados por respeto a la voluntad del Señor, tal como fue
transmitido por la primigenia tradición apostólica. Sin embargo, hay otros aspectos que
podríamos denominar secundarios, en el sentido de que han sido enriquecidos
posteriormente por la Iglesia dependiendo del tiempo, la cultura o las circunstancias
históricas. Así lo expone la Constitución Sacrosanctum Concilium cuando al regular las
normas para adaptar la liturgia a la mentalidad y tradición de los pueblos invita a la
revisión de los libros litúrgicos "salvada la unidad sustancial del rito romano" (SC 37).
Es decir, se admiten las variaciones y adaptaciones legítimas a diversos grupos,
regiones, pueblos y culturas siempre que no se altere la sana tradición de la fe
apostólica, transmitida también por los ritos litúrgicos.
Este principio teórico tiene su aplicación práctica al conjunto rubrical de la liturgia. Hay
disposiciones rubricales esenciales para la naturaleza de un rito litúrgico. Por ejemplo,
en algunos lugares, todavía se sigue cuestionando la materia del pan y del vino para las
especies eucarísticas. Sin embargo, la Iglesia, consciente de que no tiene poder para
alterar la voluntad del mismo Señor, sigue manteniendo la materia del pan y del vino
como esenciales para la celebración de la eucaristía. Porque al celebrar la eucaristía se
cumple el mandato de hacer y actualizar lo mismo que hizo el Señor; y el Señor utilizó
las especies del pan y del vino. ¡Claro que podía haber utilizado otros signos y otros
elementos! Pero, lo cierto es que utilizó pan y vino; y la Iglesia lo único que puede
hacer es celebrar y transmitir lo que recibió del Señor por tradición apostólica. La
Iglesia no tiene poder para alterar la eucaristía. Porque la eucaristía no ha sido instituida
por la Iglesia, sino por Cristo.
Entre los elementos secundarios podríamos poner, como ejemplo, el color litúrgico. No
hay disposiciones normativas referentes a los colores de la liturgia hasta después del
Concilio de Trento. Hasta entonces, cada tradición eclesial desarrollaba una praxis
diferente. En la tradición romana se usa el negro (o posteriormente el morado) para las
celebraciones exequiales; mientras que en la tradición bizantina es el rojo.
Es importante advertir que tras algunas de las rúbricas actuales hay disposiciones
conciliares de los numerosos concilios de la Iglesia. Y todas ellas tratan de
salvaguardar, a veces en signos y palabras minúsculos, algún aspecto o verdad de la fe.
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Todo esto nos ayuda a valorar las diversas formas de lenguaje en la liturgia: palabra y
canto, gestos y silencios, movimiento del cuerpo y colores litúrgicos, etc. Esta variada
comunicación de la liturgia está dirigida a la totalidad del ser humano y atiende a sus
cinco sentidos para comunicar el misterio con todas sus posibilidades. El código
rubrical trata de preservar la recta celebración de la liturgia y la atención a todas sus
particularidades; de modo que la desobediencia a este aspecto ritual puede alterar
también la fe de una comunidad concreta. Porque la celebración de la liturgia forma o
deforma la vida de una comunidad cristiana. La recta celebración litúrgica educa a una
asamblea; mientras que la mala celebración de la liturgia confunde, no sólo en el
aspecto externo del ritual, sino que probablemente también en la recta comprensión del
misterio de fe que se celebra.
Es importante esta última apreciación. La liturgia es un don que nos ofrece la Iglesia
para actualizar el misterio redentor de Jesucristo y comunicar la salvación a todos los
que participan en ella. La actitud de los ministros y fieles ante este don debería ser la
acogida con gratitud y docilidad: Gratitud por el don inefable que la Iglesia pone en
nuestras manos; y docilidad como actitud del que es humilde, fiel y se reconoce
pequeño ante la grandeza del Misterio que celebra.