Rudolf Rocker Marx y Anarquismo

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Marx y anarquismo

Rudolf Rocker

1925
Índice general
I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3
II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6
III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10
IV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12
V . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14
VI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14
VII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
VIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
IX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18

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I
Hace algunos años, poco después de la muerte de Federico Engels, el se-
ñor Eduardo Bernstein, uno de los miembros más conspicuos de la comuni-
dad marxista, asombró a sus compañeros con unos descubrimientos notables.
Bernstein manifestó públicamente sus dudas con respecto a la exactitud de la
interpretación materialista de la historia, de la teoría marxista de la plus-valía
y de la concentración del capital; hasta atacó el método dialéctico, llegando
a la conclusión de que no era posible hablar de un socialismo científico; a
lo sumo cabía admitir un socialismo crítico. Hombre prudente, Bernstein re-
servó para sí sus descubrimientos hasta tanto muriera el viejo Engels, y sólo
entonces los hizo públicos ante el espanto consiguiente de los sacerdotes
marxistas. Pero ni siquiera esa prudencia pudo salvarlo, pues se le atacó por
todos lados. Kautsky escribió un libro contra el hereje y el pobre Eduardo se
vio obligado a declarar en el congreso de Hannover que era un débil pecador
mortal y que se sometía a la decisión de la mayoría científica.
Con todo, Bernstein no había revelado nada nuevo. Las razones que opo-
nía contra los fundamentos de la doctrina marxista ya existían cuando él
todavía seguía siendo apóstol fiel de la iglesia marxista. Esos argumentos ha-
bían sido entresacados de la literatura anarquista y lo único importante era el
hecho de que uno de los social-demócratas más conocidos se valiera de ellos
por primera vez. Ninguna persona sensata negará que la crítica de Bernstein
haya dejado de producir una impresión inolvidable en el campo marxista;
Bernstein había tocado los cimientos más importantes de la economía meta-
física de Carlos Marx y no es extraño que los respetables representantes del
marxismo ortodoxo se hayan alborotado.
No hubiera sido tan grave todo eso si no mediara otro inconveniente pero
que el exterior. Desde hace más de medio siglo los marxistas no cesan de
predicar que Marx y Engels fueron los descubridores del llamado socialismo
científico; se inventó una distinción artificial entre los socialistas titulados
utópicos y el socialismo científico de los marxistas, diferencia que existe tan
sólo en la imaginación de estos últimos. En los países germánicos la litera-
tura socialista ha sido monopolizada por las teorías marxistas y todo social-
demócrata las considera como productos puros y absolutamente originales
de los descubrimientos científicos de Marx y Engels.

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Pero también este ensueño se ha desvanecido; las investigaciones históri-
cas modernas han establecido, de una manera incontrovertible, que el socia-
lismo científico no es más que una consecuencia de los antiguos socialistas
ingleses y franceses y que Marx y Engels han conocido perfectamente el ar-
te de revestirse con plumas ajenas. Después de las revoluciones de 1848, se
inició en Europa una reacción terrible; la Santa Alianza volvió a tender sus
redes en todos los países con el propósito de ahogar el pensamiento socia-
lista, que tan riquísima literatura produjera en Francia, Bélgica, Inglaterra,
Alemania, España e Italia. Dicha literatura fue casi totalmente relegada al
olvido durante esa época de oscurantismo que comenzó después de 1848.
Muchas de las obras más importantes fueron destruidas hasta reducirse su
número a pocos ejemplares que hallaron albergue en algún sitio tranquilo
de ciertas grandes bibliotecas públicas o de algunas personas privadas. Sólo
en el espacio de los últimos veinticinco o treinta años esa literatura ha sido
nuevamente descubierta y hoy causan admiración las ideas fecundas que se
encuentran en los viejos escritos de las escuelas posteriores a Fourier y Saint-
Simon, en las obras de Considerant, Desami, Mey y muchos otros. Y en esa
literatura se ha hallado asimismo el origen del llamado socialismo científico.
Nuestro viejo amigo W. Tcherkesoff fue el primero en ofrecer un conjun-
to sistemáticos de todos esos hechos; demostró que Marx y Engels no son
los inventores de esas teorías que durante tanto tiempo han sido considera-
das como su patrimonio intelectual; hasta llegó a probar que algunos de los
más famosos trabajos marxistas, como por ejemplo el Manifiesto Comunista,
no son en realidad otra cosa que traducciones libres del francés, hechas por
Marx y Engels. Y Tcherkesoff ha obtenido el triunfo de que sus afirmaciones
con respecto al Manifiesto Comunista fueran reconocidas por el «Avanti», el
órgano central de la social-democracia italiana, después de haber tenido el
autor la oportunidad de comparar el Manifiesto Comunista con el Manifiesto
de la Democracia de Víctor Considerant, que apareció cinco años antes que
el opúsculo de Marx y Engels.
El Manifiesto Comunista es considerado como una de las primeras obras
del socialismo científico, y el contenido de ese trabajo ha sido sacado de los
escritos de un «utopista», pues el marxismo incluye a Fourier entre los socia-
listas utópicos. Es esta una de las ironías más crueles que imaginar se pueda
y no constituye, seguramente, una recomendación favorable para el valor,
científico del marxismo. Víctor Considerant fue uno de los primeros escrito-

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res socialistas que Marx conoció; ya lo menciona en la época en que todavía
no era socialista. En 1842, la «Allgemeine Zeitung» atacó a la «Rheinische
Zeitung», de la que era redactor en jefe Marx, reprochándole que simpatizaba
con el comunismo. Marx contestó entonces con un editorial en que declaraba
lo siguiente:

«Obras como las de Leroux, Considerant y especialmente el libro


perspicaz de Proudhon no pueden ser criticadas con algunas ob-
servaciones superficiales y es preciso estudiarlas detenidamente
antes de entrar a criticarlas».

El socialismo francés ha ejercido la mayor influencia sobre el desarrollo


intelectual de Marx, pero de todos los escritores socialistas de Francia es P. J.
Proudhon quien más poderosamente influyó en su espíritu. Hasta es eviden-
te que el libro de Proudhon ¿Qué es la propiedad? indujo a Marx a abrazar el
socialismo. Las observaciones críticas de Proudhon sobre la economía nacio-
nal y las diversas tendencias socialistas descorrieron ante Marx un mundo
nuevo y fue principalmente la teoría de la plus-valía, tal como ha sido desa-
rrollada por el genial socialista francés, lo que mayor impresión causó en la
mente de Marx. El origen de la doctrina del plus-valor, ese grandioso «des-
cubrimiento científico» de que tanto se enorgullecen nuestros marxistas, lo
hallamos en los escritos de Proudhon. Gracias a éste Marx llegó a conocer esa
teoría, que modificó más tarde mediante el estudio de los socialistas ingleses
Bray y Thompson.
Marx hasta reconoció públicamente la gran significación científica de
Proudhon y en un libro especial, hoy completamente desaparecido de la ven-
ta, llama a la obra de aquel ¿Qué es la propiedad? «el primer manifiesto
científico del proletariado francés». Esa obra no volvió a ser editada por los
marxistas, no ha sido traducida a otro idioma, a pesar de que los represen-
tantes oficiales del marxismo han hecho los mayores esfuerzos para difundir
en todas las lenguas los escritos de su maestro. Ese libro ha sido olvidado, se
sabe por qué: su reimpresión descubriría al mundo el colosal contrasentido y
la insignificancia de todo lo escrito por Marx más tarde acerca del eminente
teórico del anarquismo.
Marx no solamente había sido influenciado por las ideas económicas de
Proudhon, sino que también se sintió influido por las teorías anárquicas del

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gran socialista francés y en uno de sus trabajos de aquel período combate al
Estado en la misma forma que lo hiciera Proudhon.

II
Todos aquellos que hayan estudiado atentamente la evolución socialista
de Marx deberán reconocer que la obra de Proudhon ¿Qué es la propiedad?
fue la que lo convirtió al socialismo. Los que no conocen de cerca los detalles
de esa evolución y aquellos que no han tenido oportunidad de leer los pri-
meros trabajos socialistas de Marx y Engels juzgarán extraña e inverosímil
esta afirmación. Porque en sus trabajos posteriores Marx habla de Proudhon
con burla y desprecio, y son precisamente estos escritos los que la Social-
democracia ha vuelto a publicar y reimprimir constantemente.
De este modo tomó cuerpo poco a poco la opinión de que Marx fue desde
un principio el adversario teórico de Proudhon y que jamás ha existido entre
ambos punto de contacto alguno. Y verdaderamente, cuando se lee lo que el
primero de ellos ha escrito respecto del segundo en su conocido libro Miseria
de la Filosofía, en el Manifiesto Comunista y en la necrología que publicó en
el «Sozialdemokrat» de Berlín poco después de la muerte de Proudhon, no
es posible tener otra opinión.
En Miseria de la Filosofía ataca a Proudhon de la peor manera, valiéndose
de todos los recursos para demostrar que las ideas de aquél carecen de valor
y que no tiene ninguna importancia ni como socialista ni como crítico de la
economía política.
«El señor Proudhon —dice— tiene la desgracia de ser compren-
dido de un modo extraño: en Francia tiene el derecho de ser un
mal economista, porque allí se le considera buen filósofo alemán;
en Alemania puede ser un mal filósofo, puesto que se le consi-
dera allí el mejor economista francés. En mi calidad de alemán
y de economista me veo obligado a protestar contra este doble
error».
Y Marx va más lejos aún: acusa a Proudhon, sin ofrecer ninguna prueba,
de haber plagiado sus ideas del economista inglés Bray. Escribe:
«Creemos haber hallado en el libro de Bray la llave de todos los
trabajos pasados, presentes y futuros del señor Proudhon».

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Es interesante observar cómo Marx, que tantas veces utilizaba ideas ajenas
y cuyo Manifiesto Comunista no es en realidad sino una copia del Manifiesto
de la Democracia de Víctor Considerant, denuncia a otros como plagiarios.
Pero prosigamos. En el Manifiesto Comunista Marx presenta a Proudhon
como representante burgués y conservador. Y en la necrología que escribió
en el «Sozialdemokrat» (1865) leemos las siguientes palabras:
«En una historia rigurosamente científica de la economía polí-
tica ese libro (se refiere a ¿Qué es la propiedad?) apenas mere-
cería ser mencionado. Porque semejantes obras sensacionales
desempeñan en las ciencias exactamente el mismo papel que en
la literatura novelesca».
Y en ese mismo artículo necrológico reitera Marx su afirmación de que
Proudhon carece de todo valor como socialista y como economista, opinión
que ya emitiera en Miseria de la Filosofía.
Fácil es comprender que semejantes asertos, que Marx lanzaba contra
Proudhon, tenían que divulgar la creencia, mejor dicho la convicción, que
entre él y el gran escritor francés no ha existido nunca el menor parentesco.
En Alemania Proudhon es casi totalmente desconocido. Las ediciones ger-
manas de sus obras, hechas alrededor del año 1840, están agotadas. El único
libro suyo que volvió a ser publicado en alemán es ¿Qué es la propiedad?
y aun esta edición se ha difundido en un círculo restringido. Esta circuns-
tancia explica el hecho de que Marx haya logrado borrar los rastros de su
primera evolución como socialista. Que su concepto de Proudhon era bien
distinto al principio hemos tenido ya oportunidad de verlo más arriba y las
conclusiones que siguen corroborarán nuestra aseveración.
Siendo redactor en jefe de la «Rheinische Zeitung», uno de los periódicos
principales de la democracia alemana, Marx llegó a conocer a los escritores
socialistas más importantes de Francia, aunque él mismo no era todavía socia-
lista. Ya hemos mencionado una cita suya en que alude a Víctor Considerant,
Pierre Leroux y Proudhon y no cabe duda que Considerant y especialmente
Proudhon han sido los maestros que lo atrajeron al socialismo. ¿Qué es la
propiedad? ha ejercido, sin duda alguna, la mayor influencia en el desarrollo
socialista de Marx; así, en el periódico mencionado, llama al genial Proudhon
«el más consecuente y sagaz de los escritores socialistas». En 1843 la «Rhei-
nische Zeitung» fue suprimida por la censura prusiana; Marx partió para el

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extranjero y durante ese período evolucionó hacia el socialismo. Dicha evo-
lución se nota muy bien en sus cartas al conocido escritor Arnoldo Ruge y
mejor aun en su obra La sagrada familia, o crítica de la crítica crítica, que
se publicó conjuntamente con Federico Engels. El libro apareció en 1845 y
tenía por objeto polemizar contra la nueva tendencia del pensador alemán
Bruno Bauer. Además de cuestiones filosóficas, esa obra se ocupa también
de economía política y de socialismo y son precisamente esas partes las que
nos interesan aquí.
De todos los trabajos que publicaron Marx y Engels es La sagrada familia
el único que no ha sido traducido a otros idiomas y del cual los socialistas
alemanes no hicieron otra edición. Es verdad que Franz Mehring, heredero
literario de Marx y Engels, ha publicado, por encargo del Partido Socialista
alemán, La sagrada familia junto con otros escritos correspondientes al pri-
mer período de actuación socialista de los autores, pero esto se hizo sesenta
años después de haber salido la primera edición y, por otra parte, la reedi-
ción estaba destinada a los especialistas, pues su costo era excesivo para un
trabajador. Fuera de eso, Proudhon es tan escasamente conocido en Alema-
nia que muy pocos habrán sido los que se hayan dado cuenta de la honda
discrepancia que hay entre los primeros juicios que Marx emitió sobre él y
los que sostuvieron más tarde.
Y sin embargo este libro demuestra claramente el proceso evolutivo del so-
cialismo en Marx y el influjo poderoso que en él ha ejercido Proudhon. Todo
lo que los marxistas han atribuido después a su maestro Marx lo reconocía,
en La sagrada familia, como méritos de Proudhon.
Veamos lo que dice a este respecto en pág. 36:

«Todo desarrollo de la economía nacional considera la propie-


dad privada como hipótesis inevitable; esta hipótesis constituye
para ella un factor incontestable que ni siquiera trata de inves-
tigar y al cual sólo se refiere accidentalmente, según la ingenua
expresión de Say. Proudhon se ha propuesto analizar de un mo-
do crítico la base de la economía nacional, la propiedad privada,
y ha sido la suya la primera investigación enérgica, considerable
y científica al propio tiempo. En eso consiste el notable progreso
científico que ha realizado, progreso que revolucionó la econo-
mía nacional, creando la posibilidad de hacer de ella una verda-

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dera ciencia. ¿Qué es la propiedad? de Proudhon tiene para la
economía la misma importancia que la obra de Say ¿Qué es el
tercer estado? ha tenido para la política moderna».

Es interesante comparar estas palabras de Marx con las que han escrito des-
pués acerca del gran teórico anarquista. En La sagrada familia dice que ¿Qué
es la propiedad? ha sido el primer análisis científico de la propiedad privada
y que ha dado la posibilidad de hacer de la economía nacional una verdadera
ciencia; pero en su conocida necrología, publicada en el «Sozialdemokrat»,
el mismo Marx asegura que en una historia rigurosamente científica de la
economía esa obra apenas merece ser mencionada.
¿Dónde está la causa de semejante contradicción? Pregunta es ésta que
los representantes del llamado socialismo científico no han aclarado aún. En
realidad, no hay sino una respuesta: Marx quería ocultar la fuente en que ha-
bía bebido. Todos los que hayan estudiado la cuestión y no se sientan arras-
trados por el fanatismo partidista tendrán que reconocer que esta explicación
no es caprichosa.
Sigamos oyendo lo que manifiesta Marx sobre la importancia histórica de
Proudhon. En la página 52 del mismo libro leemos:

«Proudhon no solamente escribe en favor de los proletarios, sino


que él es también un proletario, un obrero; su obra es un mani-
fiesto científico del proletariado francés».

Aquí, como se ve, Marx expresa en términos precisos que Proudhon es un


exponente del socialismo proletario y que su obra constituye un manifiesto
científico del proletariado francés. En cambio, en el Manifiesto Comunista
asegura que Proudhon encarna el socialismo burgués y conservador. ¿Cabe
mayor contradicción? ¿A quién hemos de creer, al Marx de La sagrada fami-
lia o al autor del Manifiesto Comunista? ¿Y a qué se debe esa divergencia?
Es una pregunta que nos planteamos nuevamente y, como es natural, la res-
puesta es también la misma: Marx quería ocultar al mundo todo lo que debía
a Proudhon y para ello cualquier medio le era viable. No puede haber otra
explicación para ese fenómeno; los medios que Marx empleó más tarde en
su lucha contra Bakunin evidencian que no era muy delicado en la elección
de ellos.

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III
De cómo Marx había sido influido por las ideas de Proudhon y hasta por
sus ideas anarquistas, lo demuestran sus escritos políticos de aquel período;
por ejemplo el artículo que publicó en el «Vorwaerts» de París.
El «Vorwaerts» era un periódico que aparecía en la capital francesa du-
rante 1844-1845, bajo la dirección de Enrique Bernstein. Su tendencia era, al
principio, liberal solamente. Pero más tarde, después de la desaparición de
los Anales Germano-Franceses, Bernstein trabó relación con los antiguos co-
laboradores de esta última publicación, quienes lo conquistaron para la causa
socialista. Desde entonces el «Vorwaerts» se convirtió en un órgano oficial
del socialismo y numerosos colaboradores de la extinguida publicación de
A. Ruge, entre ellos Bakunin, Marx, Engels, Enrique Heine, Georg Herwegh,
etc., contribuyeron a él con sus trabajos.
En el número 63 de ese periódico (7 de Agosto de 1844) Marx publicó un
trabajo de polémica, «Acotaciones críticas al artículo El rey de Prusia y la
reforma social». En él estudia la naturaleza del Estado y demuestra la inca-
pacidad absoluta de ese organismo para aminorar la miseria social y para
suprimir el pauperismo. Las ideas que el autor desenvuelve en ese artículo
son ideas puramente anarquistas y están en perfecta concordancia con los
conceptos que Proudhon, Bakunin y otros teóricos del anarquismo han esta-
blecido a ese respecto. Por el siguiente extracto del estudio de Marx podrán
juzgar los lectores:

««El Estado es incapaz de suprimir la miseria social y anular el


pauperismo. Y aun cuando se preocupa de este problema, si es
que se decide a hacer algo, no dispone de otros recursos que la
beneficencia pública y las medidas de carácter administrativo y
frecuentemente ni siquiera eso».
«Ningún Estado puede proceder en otra forma: porque para su-
primir la miseria debería suprimirse a sí mismo, puesto que la
causa del mal reside en la esencia, en la naturaleza misma del Es-
tado, y no en una forma determinada de él como supone mucha
gente radical y revolucionaria que aspira a modificar esa forma
por otra mejor».

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«Es un gravísimo error creer que la miseria y los terribles males
del pauperismo pueden ser curados mediante una forma cual-
quiera del Estado. Si el Estado reconoce la existencia de ciertos
males sociales trata de explicarlos, ya sea como leyes naturales
contra las que nada puede hacer el hombre, o bien como resulta-
dos de la vida privada, en la cual no puede inmiscuirse, o, tam-
bién, como defectos de la administración pública. Por eso en In-
glaterra la miseria es considerada como consecuencia de una ley
natural, según la cual los hombres aumentan en proporción ma-
yor a los medios de vida. Otros afirman que la mala voluntad de
los pobres es la causa de su pobreza; el rey de Prusia, Federico
Guillermo I, ve la causa de ello en los corazones poco cristianos
de los ricos; y la Convención, el parlamento revolucionario fran-
cés, sostiene que los males sociales son la consecuencia del áni-
mo contrarrevolucionario que demuestran los propietarios. Por
consiguiente en Inglaterra se castiga a los pobres, el rey de Pru-
sia recuerda a los ricos sus deberes cristianos y la Convención
francesa corta las cabezas de los propietarios».
«Además, todos los Estados buscan la causa de la miseria en los
defectos fortuitos o intencionales de la Administración y por lo
tanto creen posible reducir el mal mediante reformas adminis-
trativas. Pero el Estado no posee el poder de salvar la contradic-
ción existente entre la buena voluntad de la administración y su
capacidad real; porque si así fuera, tendría que anularse a sí mis-
mo ya que él se basa en esa contradicción que reina entre la vida
pública y la privada, entre los intereses generales y los particula-
res. Por eso la Administración se halla limitada por una función
exclusivamente formal y negativa, pues donde principia la vida
civil termina el poder de la Administración. El Estado no puede
impedir jamás las consecuencias que se desarrollan lógicamen-
te a causa del carácter antisocial de la vida civil, de la propiedad
privada, del comercio, de la industria y del despojo mutuo de
los distintos grupos sociales. La bajeza y la esclavitud de la so-
ciedad burguesa constituyen el fundamento natural del Estado
moderno. La existencia del Estado y la de la esclavitud no pue-

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den ser separadas. Del mismo modo como el antiguo Estado y
la esclavitud antigua —contradicciones clásicas y francas— es-
tán íntimamente vinculados entre sí, así también el Estado mo-
derno y el actual mundo de mercaderes —contradicción cristiana
e hipócrita— están fuertemente aferrados uno al otro».

Esta interpretación esencialmente anarquista de la naturaleza del Estado,


que parece tan extraña si se recuerdan las doctrinas posteriores de Marx, es
una prueba evidente del origen anárquico de su primera evolución socialista.
En el mencionado artículo se reflejan los conceptos de la crítica del Estado
hecha por Proudhon, crítica que tuvo su primera expresión en su famoso li-
bro ¿Qué es la propiedad? Esta obra inmortal ha ejercido la influencia más
decisiva en la evolución del comunista alemán, a pesar de lo cual él se esfor-
zó por todos los medios —y no fueron éstos los más nobles— en negar las
primeras fases de su actuación como socialista. Naturalmente, los marxistas
apoyaron en esto a su maestro y de esta manera se desarrolló poco a poco el
falso concepto histórico acerca del carácter de las primeras relaciones entre
Marx y Proudhon.
En Alemania principalmente, siendo este último casi desconocido, pudie-
ron circular las más extrañas afirmaciones en ese sentido. Pero cuanto más
se logra conocer las importantes obras de la vieja literatura socialista, tan-
to más se nota todo lo que el llamado socialismo científico debe a aquellos
«utopistas» que durante largo tiempo fueron olvidados a causa de la reclame
gigantesca que la escuela marxista y de otros factores que relegaron al olvido
la literatura socialista del primer período. Y uno de los maestros más impor-
tantes de Marx y el que sentó las bases de toda su evolución posterior fue
precisamente Proudhon, el anarquista tan calumniado y mal comprendido
por los socialistas legalitarios.

IV
El 20 de Julio de 1870, Carlos Marx escribía a Federico Engels: «Francia
debe ser golpeada rudamente, pues si Prusia consigue salir victoriosa, el po-
der estatal llegará a estar más centralizado y lo mismo ocurrirá con todo el
movimiento obrero de Alemania. La potencia alemana trasladará el centro
del movimiento obrero de Francia a Alemania. Sólo es necesario comparar

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el movimiento en estos dos países, desde 1866 a nuestros días, para conven-
cerse de la superioridad de la clase obrera alemana sobre la francesa, tanto
en la teoría como en la organización y su potencia mayor en los aconteci-
mientos internacionales significa un triunfo para nuestra doctrina sobre la
de Proudhon…»
Marx tenía razón: el triunfo de Alemania sobre Francia significó una nueva
ruta en la historia del movimiento obrero europeo.
El socialismo revolucionario y liberal de los países latinos fue hecho a un
lado, dejando el campo a las teorías estatales y anti-anarquistas del marxismo.
La evolución de aquel socialismo vivificante y creador se vio turbada por el
nuevo dogmatismo férreo que pretendía poseer un pleno conocimiento de
la realidad social, cuando era apenas un conjunto de fraseologías teológicas
y de sofismos fatalistas, y resultó ser luego el sepulcro de todo verdadero
pensamiento socialista.
Con las ideas, cambiaron también los métodos de lucha del movimiento
socialista. En vez de los grupos revolucionarios para la propaganda y para la
organización de las luchas económicas, en los cuales los internacionalistas
habían visto la semilla de la sociedad futura y los órganos aptos para la socia-
lización de los medios de producción e intercambio, comenzó entonces la era
de los partidos socialistas y de la representación parlamentaria del proleta-
riado. Poco a poco se olvidó la antigua educación socialista que llevaba a los
obreros a la conquista de la tierra y de las fábricas, poniendo en su lugar la
nueva disciplina de partido que consideraba la conquista del poder político
como su más supremo Ideal.
Miguel Bakunin, el gran contrincante de Marx, observó con clarividen-
cia el cambio de la situación y con el corazón amargado predijo que, con el
triunfo de Alemania y la caída de la Comuna de París, comenzaba un nuevo
capítulo en la historia de Europa. Físicamente agotado y mirando de frente
a la muerte, escribió, el 11 de Noviembre de 1874, estas importantes pala-
bras a Ogaref: «El bismarkismo —que viene a ser militarismo, régimen poli-
cial y monopolio financiero fusionados en un sistema que se titula el Nuevo
Estado— está triunfando en todas partes. Pero quizás dentro de diez o quin-
ce años la inestable evolución de la especie humana alumbrará nuevamente
los senderos de triunfo». Bakunin se equivocó en esa ocasión, no calculando
que habría de pasar medio siglo hasta que, en medio de una terrible catástrofe
mundial, fuera derrotado el bismarkismo.

13
V
Así como el triunfo de Alemania en 1871 y la caída de la Comuna de Paris
fueron los signos de la desaparición de la vieja Internacional, así la gran gue-
rra de 1914 fue el punto de arranque de la bancarrota del socialismo político.
Y aquí ocurre un extraño suceso que resulta a veces verdaderamente gro-
tesco y que sólo encuentra su explicación en la falta de todo conocimiento
sobre la historia del viejo movimiento socialista. Bolcheviques, independien-
tes, comunistas, etc., no dejaron de acusar a los herederos de la vieja Social-
democracia de una vergonzosa claudicación de los principios del marxismo.
Los acusaron de haber ahogado al movimiento socialista en el pantano del
parlamentarismo burgués, de haber interpretado mal la actitud de Marx y
Engels sobre el Estado, etc.
El director espiritual de los bolcheviques, Nicolás Lenin, trató de funda-
mentar su acusación sobre bases sólidas en su conocido libro «El Estado y la
Revolución», que es reputado por sus discípulos como la verdadera y pura
interpretación del marxismo. Por medio de una colección de citas perfecta-
mente arregladas pretende demostrar Lenin que «los fundadores del socialis-
mo científico» fueron siempre enemigos declarados de la democracia y del
pantano parlamentario y que todas sus aspiraciones iban encaminadas a la
desaparición del Estado.
No hay que olvidar que Lenin hizo recién descubrimiento cuando su par-
tido, contra todas las esperanzas, se vio en minoría después de las elecciones
para la Asamblea Constituyente. Hasta entonces los bolcheviques habían par-
ticipado a la par de los demás partidos en las elecciones y se cuidaban de no
ponerse en conflicto con los principios de la democracia. En las últimas elec-
ciones para la Asamblea Constituyente de 1918, tomaron parte con un pro-
grama grandioso, esperando obtener una mayoría importante. Pero al ver
que, a pesar de todo, quedaban en minoría, declararon la guerra a la demo-
cracia y disolvieron la Asamblea constituyente, publicando entonces Lenin
su obra «El Estado y la Revolución» como justificativo personal.

VI
La tarea de Lenin no era sencilla por cierto: de un lado se veía obligado a
hacer concesiones avanzadas a las tendencias anti-estatales de los anarquis-

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tas y del otro a demostrar que su actitud no era en modo alguno anarquista,
sino marxista únicamente. Como inevitable consecuencia de todo esto su
obra está llena de errores contra la lógica del sano pensamiento en el hom-
bre. Un ejemplo probará esta afirmación: queriendo Lenin acentuar lo más
posible una supuesta tendencia anti-estatal de Marx, cita el conocido párra-
fo de «Guerra civil en Francia», donde Marx da su aprobación a la Comuna
por haber comenzado desterrando el Estado parasitario. Pero Lenin no se
toma el trabajo de recordar que Marx se veía obligado con estas palabras —
que están en abierta contradicción con toda su actitud anterior— a hacer una
concesión a los partidarios de Bakunin, con los cuales mantenía, por aquel
entonces, una lucha muy enconada.
Hasta el mismo Franz Mehring —a quien no se le puede sospechar de sim-
patía hacia los socialistas mayoritarios— ha debido reconocer esa contradic-
ción en su último libro «Karl Marx», donde dice: «No obstante todo lo verídi-
co que sean los detalles de esa obra, esta fuera de duda que el pensamiento allí
expresado contradice todas las opiniones que Marx y Engels habían venido
proclamando desde el «Manifiesto Comunista» un cuarto de siglo antes».
Bakunin estaba en lo cierto al decir por aquel entonces: «La impresión de
la Comuna levantada en armas fue tan imponente que hasta los marxistas,
cuyas ideas habían sido completamente desalojadas por la revolución de Pa-
rís, tuvieron que doblar la cabeza ante los hechos de la Comuna. Hicieron
más aun: en contradicción con toda lógica y con sus convicciones conocidas
tuvieron que relacionarse con la Comuna e identificarse con sus principios
y aspiraciones. Fue un carnavalesco juego cómico… pero necesario. Pues el
entusiasmo provocado por la Revolución era tan grande que habrían sido re-
chazados y arrojados de todas partes si hubieran intentado encastillarse en
sus dogmatismos.

VII
Algo más aun olvida Lenin y algo que es, por cierto, de capital importan-
cia en esta cuestión. Es lo siguiente: que fueron precisamente Marx y Engels
quienes trataron obligar a las organizaciones de la vieja Internacional a desa-
rrollar una acción parlamentaria, haciéndose, de este modo, responsables di-
rectos del empantanamiento colectivo del movimiento obrero socialista en
el parlamentarismo burgués. La internacional fue la primera tentativa para

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unir a los trabajadores organizados de todos los países en una gran unión,
cuya aspiración final seria la liberación económica de los trabajadores. Dife-
renciándose entre si las ideas y los métodos de las diferentes secciones, era
de capital importancia establecer los puntos de contacto para la obra común
y reconocer la amplia autonomía y la autoridad independiente de las diversas
secciones. Mientras esto se hizo la internacional creció poderosamente y flo-
reció en todos los países. Pero todo cambió por completo desde el momento
en que Marx y Engels se empeñaron en empujar a las diferentes federaciones
nacionales hacia la acción parlamentaria. Esto ocurrió por primera vez en la
desgraciada conferencia de Londres de 1871, donde lograron hacer probar
una resolución que terminaba con las siguientes palabras:

«Considerando: que el proletariado sólo puede permanecer co-


mo clase constituyéndose en partido político aparte, en oposi-
ción a todos los viejos partidos de las clases dominantes; que
esta constitución del proletariado en partido político es necesa-
ria para llegar al triunfo de la Revolución Social y a su finalidad,
la desaparición de las clases; que la unión de las fuerzas prole-
tarias que se viene consiguiendo por las luchas económicas es
también un medio de que se valen las masas en la acción contra
las fuerzas políticas del Capitalismo; la Conferencia recuerda a
los miembros de la Internacional la necesidad de mantener en
las luchas obreras indisolublemente unidas sus actividades eco-
nómicas y políticas».

Que una sola sección o federación de la Internacional adoptara tal resolu-


ción era cosa bien posible, pues sólo a sus componentes envolvería el cumpli-
miento de ella; pero que el Consejo Ejecutivo la impusiera a todos los com-
ponentes de la Internacional, y máxime tratándose de un asunto que no fue
presentado al Congreso General, constituía un proceder arbitrario, en abierta
contradicción con el espíritu de la Internacional y que tenia necesariamen-
te que levantar la protesta enérgica de todos los elementos individualistas y
revolucionarios.
El Congreso vergonzoso de La Haya, en 1872, concluyó la obra emprendida
por Marx y Engels para transformar a la Internacional en una maquinaria de
elecciones, incluyendo a este efecto una cláusula que obligaba a las diferentes

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secciones a luchar por la conquista del poder político. Fueron, pues, Marx
y Engels los culpables del divisionismo de la Internacional, con todas sus
consecuencias funestas para el movimiento obrero, y los que por la acción
política trajeron el empantanamiento y la degeneración del Socialismo.

VIII
Cuando estalló la revolución de España en 1873, los miembros de la Inter-
nacional —casi todos anarquistas— desconocieron las peticiones de los parti-
dos burgueses y siguieron su propio camino hacia la expropiación de la tierra
y de los medios de producción, con un espíritu socialmente revolucionario.
Estallaron huelgas generales y revueltas en Alcoy, San Lúcar de Barrameda,
Sevilla, Cartagena y otros lugares, que tuvieron que ser sofocadas en sangre.
Más tiempo resistió la ciudad portuaria de Cartagena, la cual se mantuvo en
manos de los revolucionarios por espacio de varios meses hasta que final-
mente cayó debido al fuego de los buques de guerra prusianos e ingleses. En
aquel entonces Engels atacó duramente en el «Fol-Stat» a los bakuninianos
españoles y los apostrofó por no querer adherirse a los ciudadanos republica-
nos. ¡Cómo hubiera el mismo Engels, si viviera aun, criticado a sus discípulos
comunistas de Rusia y Alemania!
Después del célebre Congreso de 1891, cuando los dirigentes de los llama-
dos «Jóvenes» fueron expulsados del Partido Socialdemócrata, por levantar
la misma acusación que Lenin dirigía a los «oportunistas» y «kautzkianos»,
fundaron éstos un partido aparte con un órgano propio: «Der Socialist» en
Berlín. Al principio, este movimiento fue extremadamente dogmático y re-
presentó ideas casi idénticas a las del actual Partido Comunista. Si se lee, por
ejemplo, el libro de Teistler «El Parlamentarismo y la clase obrera», se en-
contrarán idénticos conceptos que en «El Estado y la Revolución» de Lenin.
Al igual de los bolcheviques rusos y de los miembros del Partido comunis-
ta alemán, los socialistas independientes de aquel entonces rechazaban los
principios de la Democracia y se negaban a participar en los parlamentos
burgueses sobre la base de los principios reformistas del marxismo.
Y ¿cómo hablaba Engels de esos «Jóvenes» que se complacían, al igual
de los comunistas, en acusar a los dirigentes del Partido Socialdemócrata de
traición al marxismo? En una carta a Sorge en octubre de 1891, hace el vie-
jo Engels los siguientes amables comentarios: «Los asquerosos berlineses se

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han convertido en acusados en vez de seguir siendo acusadores y habiendo
obrado como cobardes infelices han sido obligados a trabajar fuera del Par-
tido, si es que desean hacer algo. Sin duda hay entre ellos espías policiales y
anarquistas disfrazados que desean trabajar secretamente entre nuestra gen-
te. Junto a ellos hay una cantidad de asnos, de estudiantes ilusos y de payasos
insolentes de todo surtido. En total son unas doscientas personas».
Seria verdaderamente curioso saber con qué adjetivos simpáticos hubiera
hoy honrado Engels a nuestros «comunistas», que se dicen ser «los guarda-
dores de los principios marxistas».

IX
No es posible caracterizar los métodos de la vieja Social-democracia. Res-
pecto a tal punto Lenin no dice una sola palabra y menos aun sus amigos
alemanes. Los socialistas mayoritarios deben recordar este detalle sugerente
para demostrar que son ellos los verdaderos representantes del marxismo;
cualquiera que conoce algo de historia debe darles la razón. El marxismo fue
quien impuso la acción parlamentaria a la clase obrera y marcó la ruta de la
evolución operada en el Partido Social-demócrata alemán. Solo cuando esto
se comprenda, se entenderá que la ruta de liberación social nos lleva a la
tierra feliz del anarquismo pasando por encima del marxismo.

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Biblioteca anarquista
Anti-Copyright

Rudolf Rocker
Marx y anarquismo
1925

Recuperado el 12 de diciembre de 2012 desde Kolectivo Conciencia


Libertaria
Extraído del compilado «Más sobre marxismo y anarquismo. Digitalización
KCL.

es.theanarchistlibrary.org

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