Pinocho Se Hace Pelicano (Saturnino Calleja)
Pinocho Se Hace Pelicano (Saturnino Calleja)
Pinocho Se Hace Pelicano (Saturnino Calleja)
II
¡Pobre mamá Gazapo! ¡Pobres Garapitos!
¡Qué triste es su situación actual! Los disgustos y la miseria han alargado sus
hociquitos; las costillas se les señalan de un modo horrible.
Aquella noche no había en la casa luz, ni un mal quinqué, ni un miserable
candil. La coneja y sus cuatro conejitos se hallaban agrupados tristemente cuando,
enrollado; lo abrió y a la luz misteriosa del rayito plateado pudo leer estas palabras:
«Abrid la puerta; soy un amigo y vengo a salvaros».
La coneja no vaciló: alzó el pestillo y abrió la puerta; en el umbral apareció en-
tonces un ser fantástico y misterioso, envuelto en una capa oscura y con un
sombrero de anchas alas calado hasta los ojos. En la mano llevaba una de esas
linternitas eléctricas que dicen que usan los ladrones, pero que yo solamente se las
he visto a los acomodadores de los cines.
El extraño personaje entró y cerró cuidadosamente la puerta: entonces se quitó
la capa y el sombrero. Un gritito de asombro se escapó de las bocas de la coneja y
los conejitos: «¡Pinocho!»
(No os extrañe que le conocieran; lo mismo los gazapitos que los demás
habitantes de la isla y de todas las islas y de todos los países del mundo, habían
leído las aventuras del glorioso muñeco y le adoraban y le admiraban).
En efecto, era nuestro héroe.
—Salvad a mi marido, señor Pinocho —suplicó la coneja juntando las patitas.
—Salva a nuestro papá, Pinochín— suplican a coro los gazapitos.
—A eso vengo—-contestó el muñeco; —pero es necesario que nadie se entere
de mi presencia en la isla. Por eso he llegado aquí con tantas precauciones, para
refugiarme en esta casa donde nadie debe saber que estoy.
—Eso no es difícil—suspiró la mamá coneja—; desde que han encarcelado a
y agitaban las colas con entusiasmo. La mamá Gazapo lloraba de alegría y sentía
renacer en su corazón la esperanza.
Puesto que Pinocho estaba con ellos, ¿no era posible todo?
III
Como siempre, aquella noche la animación era grande en el «Bar Chapete»; se
bebía, se bailaba, se cantaba y se disputaba a grandes voces.
Allí acudían, ya indistintamente, casi todos los habitantes de la isla; desde el
gorrión golfillo que se gastaba en una noche lo que había reunido durante el día
subiendo maletas de la estación, hasta el noble hipopótamo, rentista y propietario
cuyo caudal iba engrosando las sumas que el aprovechado Chapete iba
amontonando. Desde el chacal bribón y pendenciero hasta el pacífico y honrado
burro.
A pesar del tumulto y la animación, la entrada de un personaje, desconocido de
todos, llamó la atención de tal modo que, durante un momento, se hizo el silencio.
Aquel personaje era un pelícano que avanzaba majestuosamente, con su enorme
pico en ristre. Algo extraño había en su porte y en su actitud que dejaba adivinar en
seguida que aquél era pájaro de cuenta.
Se sentó en una mesa aislada, y para llamar al mozo pegó dos puñetazos sobre
el mármol, tan formidables, que retumbaron los cristales de las ventanas, chocaron
las botellas en el mostrador y se desbarató una partida de dominó que, en una mesa
vecina, jugaban cuatro pacíficos becerros.
Un mono camarero acudió presuroso.
*
**
IV
Durante varias noches, el misterioso pelícano siguió frecuentando el «Bar
Chapete», donde tragaba bebidas cada vez más terribles,
poniéndose hecho una fiera a la menor contrariedad, dando
propinas de príncipe y marchándose sin saludar a nadie.
Una noche llegó muy tarde.
El mono camarero se acercó
humildemente y con voz
temblorosa dijo:
—Señor, ya es hora de
cerrar y el amo...
El pelícano le interrumpió
descargando sobre la mesa
uno de sus característicos
puñetazos.
—¿Y a mí qué me importa eso, mamarracho?
—Es que... que... que... se va todo el mundo y... y... yyy... —tartamudeó el
mono, pálido de terror.
—Pues que se marchen; yo me quedo.
Y para demostrar que hacía lo que le daba la pelicanesca gana, cogió una baraja
y se puso tranquilamente a hacer solitarios.
En la trastienda estaba reunida, como todas las noches, la siniestra banda de «la
pata roja». Y sólo esperaban a quedarse solos para tratar de sus fechorías.
—Como no se vaya nos estropea la noche—dijo Chapete en voz baja,
refiriéndose al pelícano.
—A mí ese tipo me da buena espina; no sé porqué me figuro que debe de ser un
pillo redomado—aseguró el tigre.
—Si pudiéramos enterarnos de quien es...—exclamó el lobo.
—Acaso nos conviniera tenerle con nosotros—añadió Chapete—; parece
V
Qué inusitada animación se advierte en el palacio real de Animalípolis?
En ¿una sala inmensa, en torno a S. M. el rey León IV, que se halla sentado en
su trono, se agrupa el consejo de ministros, compuesto por los Excelentísimos
Señores Elefante, Rinoceronte, Hipopótamo, Jabalí, Toro y Bisonte, imponentes y
deslumbradores con sus uniformes de gala y las condecoraciones que cubren sus
pechos.
Detrás están los altos dignatarios de la Corte, el señor Pavo Real, primer
introductor de embajadores, el señor Gallo, gran chambelán, el señor Cigüeño,
maestresala, etc..., etc...
Por último, llena la sala un público numeroso y
distinguido, en el que vemos al señor Burro, doña
Jirafa, la señora Paloma, la señorita Cabra, don Buey
y doña Vaca.
¿Es que va a tener lugar alguna fiesta? ¿Un
banquete? ¿Un baile?
No, este no es el salón de fiestas, es la sala de
Justicia, y lo que se va a celebrar es el juicio contra el
acusado señor Gazapo.
Todos los picos y hocicos del público reflejan
extraordinaria impresión.
La melena de S. M. el rey está rizada con
tenacillas, lo que demuestra la importancia de este
acto. Como he dicho, se va a proceder al juicio
sumarísimo contra el señor Gazapo, acusado de
VI
La siniestra banda de «la pata roja» está de enhorabuena; lo previsto por
Chapete se realiza a las mil maravillas: el nuevo afiliado, el pelícano, es una ayuda
inapreciable por sus consejos y su audacia. Últimamente ha prometido
proporcionar un «negocio» superior a todos los anteriormente realizados.
Por eso, esta noche, Chapete y sus secuaces, reunidos como de costumbre en la
trastienda del bar, esperan al nuevo compañero con impaciencia.
El pirata agarra una botella de ron, la octava de la noche, y acercándola a sus
labios de trapo la apura de un trago. Luego se frota las manos con satisfacción.
—Mañana—dice—es el día señalado para la ejecución de la sentencia del señor
Gazapo. ¡Cuidado que somos vivos! Nosotros nos llevamos el provecho y él, sin
comerlo ni beberlo, carga con las culpas.
—Es un golpe maestro—afirma cínicamente el lobo enseñando los dientes.
—¡Parece que tarda el compañero pelícano!—murmura el zorro con cierta
nerviosidad.
—Estoy deseando saber qué negocio es ese que nos ha prometido para esta
noche—añade el raposo—; así como así llevamos tres días sin cometer ninguna
fechoría.
VII
Animalípolis duerme; la luna debe de hacer otro tanto, pues no aparece por
ninguna parte. Densas tinieblas cubren la isla.
Y sin embargo, en la solitaria carretera de «Los peces escamados» aparecen
varios puntitos luminosos. ¿Serán gusanitos de luz? No, son linternas sordas que
unas sombras misteriosas llevan: es la banda de «la pata roja» que, protegida por la
oscuridad, se encamina hacia «Villa Cuernos», el hotel del señor Buey y la señora
Vaca.
El pelícano marcha a la cabeza, guiando.
Y llegan ante la verja que rodea el jardín del hotel.
Se paran, escuchan, miran en derredor.
Nada, no se ve bicho viviente.
Los bandidos escalan la verja con
sorprendente agilidad y caen en el jardín.
Colocan una escalera bajo una ventana del
primer piso y por ella sube el pelícano y con
el diamante de una sortija corta un cristal en
círculo perfecto, por cuyo hueco mete el pico
y abre la ventana.
Todo esto ha sido ejecutado sin ruido y con
una maestría extraordinaria. Luego se inclina
hacia abajo y dice a sus compañeros:
— Subid uno a uno.
El primero que sube y salta por la ventana
es el tigre.
— Por aquí — le guía el pelícano.
Y le conduce ante una puerta estrechísima que da a un oscuro
pasillo.
—Pasa con cuidado—aconseja el pelícano—porque el pasillo
es muy estrecho; por eso precisamente es por lo que los dueños de
este hotel han ido a tomar esas aguas que hacen adelgazar.
El tigre atraviesa la puerta y se interna en el pasillo; pero no ha
dado tres pasos cuando siente que el suelo se hunde bajo sus patas y
que, sin poderlo evitar, cae en un abismo misterioso.
VIII
Animalípolis ofrece un aspecto anormal, pero no ya de tristeza, pánico y de-
pravación; por el contrario, la alegría y la paz son generales.
Después de las recientes desgracias que, por fortuna, han terminado, la isla
parece que despierta de una pesadilla,
Aquella famosa noche—la noche del último capítulo—, ya de madrugada,
Pinocho se presentó en el palacio real, pero sin su disfraz de pelícano, ya inútil.
No queráis saber el efecto que produjo su aparición inopinada; el gran
chambelán se precipitó como un loco en la alcoba de Su Majestad, gritando:
FIN