Unidad 2
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Unidad 2
UNIDAD 2
DERECHO CONSTITUCIONAL
1. Introducción.
En el final de la anterior unidad vimos que el Derecho Constitucional comprendía el
análisis de las leyes fundamentales que definen un Estado, es decir, todo lo relativo
a la forma de gobierno, a los derechos fundamentales de los ciudadanos y a la
regulación de los poderes públicos.
En esta unidad nos abocaremos al tratamiento de algunas de las cuestiones que
integran el mismo: comenzaremos analizando los orígenes y evolución de nuestra
Constitución Nacional, así como también su estructura y los principales derechos y
garantías reconocidos por ella, para luego abordar con más profundidad las
cuestiones relativas a la supremacía constitucional, la forma de gobierno, el proceso
de formación de las leyes y los decretos de necesidad y urgencia.
2. La Constitución de la Nación Argentina.
Una constitución puede ser caracterizada como la ley fundamental de un Estado,
con rango superior al resto de las leyes, que define el régimen de los derechos y
libertades de los ciudadanos y delimita los poderes e instituciones de la
organización política. Es por esa razón que se la suele denominar como “Ley
Suprema”.
Nuestra Constitución Nacional fue aprobada en el año 1853, por una Asamblea
Constituyente integrada por representantes de 13 provincias, con el objeto de poner
fin a un largo proceso de guerras civiles y sentar las bases de la organización
nacional.
En ese entonces, Argentina estaba dividida en dos estados separados: el Estado de
Buenos Aires, con capital en la ciudad homónima, y la Confederación Argentina, con
capital en la ciudad de Paraná, integrada por las 13 provincias que sancionaron
nuestra primera carta magna (Santa Fé, Entre Ríos, Corrientes, Tucumán, Salta,
Jujuy, Santiago del Estero, Catamarca, Córdoba, La Rioja, San Juan, San Luis y
Mendoza)
Esta constitución tuvo como principal antecedente a la Constitución de los Estados
Unidos de América, de la cual tomó el modelo presidencialista y el federalismo,
aunque también se basó en proyectos constitucionales nacionales precedentes y en
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integrar partidos políticos; a elegir autoridades y a ser elegido como tal; de igualdad
ante la ley; a un juicio justo; entre otros.
Los derechos de segunda generación son los derechos económicos, sociales y
culturales, que fueron incorporados paulatinamente a las legislaciones a partir de
finales del siglo XIX. A nivel constitucional, los primeros reconocimientos se
encuentran en la Constitución de Querétaro (México) de 1917 y en la Constitución
de Weimar (Alemania) de 1919; en nuestro país, fueron incorporados en la reforma
del año 1949 (derogada por el gobierno de facto en 1956), y en las reformas de
1957 y 1994.
Estos derechos tratan de fomentar la igualdad real entre las personas para que
puedan desarrollar una vida digna. Se pueden destacar como tales: a condiciones
dignas y equitativas de labor; a una jornada limitada de trabajo; a descanso y
vacaciones pagados; a una retribución justa; a percibir igual remuneración por igual
tarea; a la protección contra el despido arbitrario; a la organización sindical; a la
protección de los representantes gremiales; a concertar convenios colectivos de
trabajo; de huelga; a la seguridad social; a la salud; a la educación; a una vivienda
digna; entre otros.
Los derechos de tercera generación son los derechos de incidencia colectiva y
fueron incorporándose hacia finales del siglo XX y principios del siglo XXI y
pretenden fomentar la solidaridad entre los pueblos de todas las naciones. En esta
categoría encontramos a los derechos ambientales; de los consumidores y usuarios;
de los pueblos indígenas; a la paz; a la autodeterminación de los pueblos; entre
otros.
4. Supremacía constitucional.
El llamado principio de supremacía es un principio teórico del Derecho
Constitucional que postula ubicar a la Constitución de un país jerárquicamente por
encima de todo el ordenamiento jurídico, considerándola como Ley Suprema del
Estado y como fundamento de todo el sistema jurídico.
Nuestra carta magna establece en su art. 31 que “Esta Constitución, las leyes de la
Nación que en su consecuencia se dicten por el Congreso y los tratados con las
potencias extranjeras son la ley suprema de la Nación”.
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Este artículo únicamente recepta la supremacía del orden federal por sobre el
derecho local (normas dictadas por las autoridades de las provincias y de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires), pero nada establece sobre el orden jerárquico entre las
normas mencionadas por el mismo.
Por su parte, el art. 27 arroja un poco de luz al respecto, al sostener que los tratados
internacionales deben estar en conformidad con los principios establecidos por la
Constitución Nacional, lo que implica afirmar que se encuentran en un nivel de
jerarquía inferior a la misma, aunque nada aclara respecto de las leyes.
Esta cuestión fue clarificada con la reforma constitucional del año 1994, ya que el
art. 75 inc. 22 establece que los tratados tienen jerarquía superior a las leyes y,
además, crea una nueva categoría de tratados que “tienen jerarquía constitucional,
no derogan artículo alguno de la primera parte de esta Constitución y deben
entenderse como complementarios de los derechos y garantías por ella
reconocidos.”
Entonces, luego de la reforma constitucional del año 1994, el primer nivel de
jerarquía está conformado por un conjunto de normas de igual rango supremo pero
no incluidas en el mismo cuerpo normativo, ya que incluye a la Constitución
Nacional y a los tratados internacionales que gozan de su misma jerarquía.
Estos tratados son enumerados por el art. 75 inc. 22 de la C.N. y son los siguientes:
- Declaración Americana de los derechos y deberes del hombre;
- Declaración Universal de derechos humanos;
- Convención Americana sobre derechos humanos (Pacto de San José de Costa
Rica);
- Pacto Internacional de derechos económicos, sociales y culturales;
- Pacto Internacional de derechos civiles y políticos y su Protocolo Facultativo;
- Convención sobre la prevención y la sanción del delito de genocidio;
- Convención Internacional sobre la eliminación de todas las formas de
discriminación racial;
- Convención para la eliminación de todas las formas de discriminación contra la
mujer;
- Convención contra la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o
degradantes;
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Si bien el término república tiene sus orígenes alrededor del año 500 A.C. en Roma,
el concepto moderno del mismo surge a partir de las revoluciones francesa y
norteamericana.
Básicamente, una forma republicana de gobierno se sustenta en los siguientes
principios:
- división de poderes: implica la separación del ejercicio del poder del estado
entre distintas autoridades y el control recíproco entre las mismas. A fin de evitar
la concentración del poder estatal en una persona, las distintas funciones del
estado son ejercidas por distintos órganos, quienes a su vez se controlan unos a
otros, con el objeto de lograr un equilibrio entre ellos y evitar los abusos de
poder. En este punto, nuestra carta magna ha seguido el modelo tripartito de la
Constitución de los Estados Unidos de América, por el cual existen tres poderes:
el poder ejecutivo, que tiene a su cargo la dirección política del estado y su
administración general, el cual es ejercido por el Presidente de la Nación; el
poder legislativo, cuya función esencial es la aprobación y derogación de las
leyes y es ejercido por el Congreso de la Nación; y el poder judicial, a cargo de
la Corte Suprema de Justicia de la Nación y demás tribunales inferiores, cuya
labor consiste en interpretar las leyes, hacerlas respetar o invalidarlas.
- elección popular de los gobernantes: las autoridades encargadas del ejercicio
del poder estatal deben ser elegidas por el pueblo.
- responsabilidad de los funcionarios públicos: todos los funcionarios públicos
deben responder por sus actos y omisiones en el ejercicio de su función.
- periodicidad de la función pública: los mandatos representativos otorgados
por el pueblo deben tener una limitación temporal, a fin de permitir la alternancia
y, consecuentemente, restringir el ejercicio del poder. La aplicación de este
principio surge evidente de los artículos 50, 56 y 90 de nuestra carta magna, los
que establecen el término de duración de las funciones ejercidas por los
diputados, senadores y presidente, respectivamente.
- publicidad de los actos de gobierno: implica que toda la actividad desplegada
por los poderes del estado debe ser dada a conocer a la población, a fin que los
habitantes tengan certeza sobre los alcances de sus derechos y obligaciones.
Una de las principales manifestaciones de este principio se encuentra en la
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del mismo y los órganos que forman la estructura local de gobierno y respecto de
los intereses locales y propios de cada uno.
En nuestro país, las provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires conservan
todo el poder no delegado por la Constitución al gobierno federal, dictan sus propias
constituciones, se dan sus propias instituciones y se rigen por ellas, eligen sus
gobernadores, legisladores y demás funcionarios, todo ello sin intervención alguna
del gobierno federal (arts. 121 y sgtes. C.N.)
7. Proceso de formación de las leyes.
El mismo se encuentra regulado en los artículos 77 a 84 de la Constitución
Nacional.
La facultad de presentar proyectos de ley corresponde a los legisladores
(diputados o senadores, sea individualmente o en grupo) y al Presidente de la
Nación. Además, la reforma constitucional del año 1994 incorporó el derecho de
iniciativa popular legislativa, que permite a cualquier ciudadano presentar proyectos
de ley, el cual será tratado en el apartado siguiente.
El proyecto puede ingresar por cualquiera de las cámaras que integran el Congreso
de la Nación: los diputados y senadores pueden hacerlo en sus respectivas
cámaras, el Presidente en cualquiera de ellas y los proyectos que ingresan por vía
de iniciativa popular comienzan su camino por la Cámara de Diputados.
Sea cual sea la cámara en que se presenta el proyecto, la misma será denominada
“Cámara de Origen” en el marco del proceso bajo análisis.
Una vez presentado el proyecto en la cámara respectiva, el mismo es girado a una o
más comisiones de asesoramiento, que emiten un dictamen sobre el mismo. Luego
de ello, se trata en el pleno de la Cámara, donde se informa sobre el mismo, se
debate y, finalmente, se vota por la afirmativa o por la negativa.
Para que un proyecto pueda avanzar a la siguiente etapa del proceso de formación
de las leyes, la carta magna exige que cuente con el voto favorable de la mayoría
absoluta, es decir, de más de la mitad de los miembros presentes. En caso que el
proyecto no obtenga la mayoría requerida, no podrá volver a ser tratado en las
sesiones de ese año.
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Esta promulgación puede ser expresa o tácita: la primera tiene lugar cuando
manifiesta explícitamente su voluntad concordante con las Cámaras del Congreso,
mediante el dictado de un Decreto; la segunda se da cuando transcurre el plazo de
diez días hábiles desde la recepción del proyecto sin que el Ejecutivo se pronuncie
expresamente.
Luego de la promulgación, y por aplicación del principio republicano de publicidad
de los actos de gobierno, la ley debe ser publicada en el Boletín Oficial, y entrará en
vigencia después del octavo día de su publicación o desde el día en que ella lo
determine, conforme lo establece el art. 5 del Código Civil y Comercial.
El Presidente también puede desechar en todo o en parte el proyecto aprobado por
el Congreso de la Nación, atribución que se conoce como veto y que implica el
impedimento transitorio para que un proyecto sancionado se convierta en ley.
Una vez vetado el proyecto, el mismo debe ser remitido a la Cámara de Origen,
donde puede aceptarse el veto o insistirse con la sanción de la ley vetada. En caso
de insistir, para que el proyecto pueda avanzar deberá contar con la aprobación de
la mayoría agravada, supuesto en el que pasa a la Cámara Revisora, en la cual
también se requiere el voto favorable de mayoría agravada para que el proyecto
pueda prosperar.
En caso que ambas cámaras insistan con la sanción de la ley y se obtengan las
mayorías exigidas, el proyecto es ley y pasa al Poder Ejecutivo para su
promulgación y posterior publicación en el Boletín Oficial, quien no puede volver a
vetarlo.
Por el contrario, en caso que las Cámaras no reúnan las mayorías requeridas, el
veto se mantendrá y el proyecto no podrá repetirse en las sesiones del año
legislativo.
8. Iniciativa popular legislativa.
La reforma constitucional del año 1994 introdujo esta novedosa figura en el art. 39,
la cual consiste en el derecho que tiene cualquier ciudadano de presentar proyectos
de ley en la Cámara de Diputados.
Los proyectos ingresados por esta vía deben ser tratados expresamente por la
Cámara de Diputados en el término de doce meses. Esto no implica que el
Congreso esté obligado a aprobar los proyectos, sino que, simplemente, deben
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la Nación desde finales del siglo XIX, por lo que la reforma vino a traer certezas
sobre los alcances y límites de esta controvertida facultad presidencial que, en
principio, importa la posibilidad de emitir disposiciones legislativas.
Según el texto constitucional, el presupuesto necesario para que el Presidente
pueda dictar un D.N.U. es la existencia de circunstancias excepcionales que tornen
imposible seguir los trámites ordinarios previstos para la sanción de las leyes.
Es decir, que debe estarse frente a una situación fuera de lo común que requiera el
dictado de una norma para la cual no se puede aguardar al cumplimiento del
procedimiento para la formación de las leyes analizado previamente.
Desde ya que no resulta tarea fácil determinar la existencia de esta situación, pero
es claro que no cualquier necesidad o urgencia justifican el dictado de un D.N.U.,
sino que debe tratarse de un supuesto extremo que imperiosamente requiera
adoptar alguna medida inmediata.
Si bien es el Presidente quien determina la existencia concreta de los parámetros
que lo habilitan al dictado de estas normas excepcionales, deberá contar con el
consentimiento del Jefe de Gabinete y todos sus ministros, tal como lo exige
expresamente el texto constitucional al establecer que “serán decididos en acuerdo
general de ministros que deberán refrendarlos, conjuntamente con el jefe de
gabinete de ministros.”
Además de las limitaciones detalladas precedentemente, existe una restricción muy
importante que consiste en que no pueden regular materia penal, tributaria, electoral
o de régimen de los partidos políticos, aspectos sobre los cuales no se puede dictar
un D.N.U. en ningún supuesto.
Cumplidos los requisitos y limitaciones detallados y publicado en el Boletín Oficial, el
D.N.U. nace como tal y comienza a regir inmediatamente, no obstante lo cual el
Congreso interviene en el control posterior del mismo.
Establece el texto constitucional que el Jefe de Gabinete, dentro de los diez días de
dictado el D.N.U., deberá someter el mismo a la consideración de la Comisión
Bicameral Permanente, que es un órgano interno del Congreso compuesto por
ocho diputados y ocho senadores, respetando la proporción de las representaciones
políticas de cada Cámara, cuya composición y funcionamiento está regulado por la
Ley 26.122.
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