Jorge Revelacion - Serie Los TR - Nanda Gaef

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Título: Jorge – Revelación. Serie Los Trajeados.

Volumen 5
© 2022, Nanda Gaef

De la maquetación: 2022, Myrian


Del diseño de la cubierta: 2022, Alexia Jorques
Fotografías de cubierta: ©Fotolia
Corrección: 2022, Violeta Moreno

Todos los derechos reservados. No se permite la reproducción total o parcial de esta


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el conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias por
comprar una edición autorizada de este libro y por respetar las leyes del copyright al no
reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso.
Esta historia es pura ficción. Sus personajes y las situaciones vividas son producto de
mi imaginación. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Las marcas y
nombres pertenecen a sus respectivos dueños, son nombrados sin ánimo de infringir
ningún derecho sobre la propiedad de ellos.
Sinopsis
En un pestañeo, Jorge se ve detenido, con todos sus
derechos violados y peleando por cada segundo de su vida dentro
de la cárcel.
Tras haber celebrado por todo lo alto su puesta en libertad, se
encuentra con la sorpresa de que no puede abandonar la casa,
viéndose así abocado a un nuevo encierro, aunque esta vez
rodeado de personas que lo quieren y harían cualquier cosa por
verlo bien. Entre ellas se encuentra Érica, quien lo ama desde hace
años sin ser correspondida.
La convivencia obligatoria les acerca y le permite conocerla
mejor, pero cuando esta acaba, él empieza a echarla de menos y se
encuentra anhelando lo que antes le parecía algo impensable,
preguntándose si no será ella.
¿Pero qué ocurre cuando te enamoras y la otra persona ya no
desea lo mismo?
¿Cuando los problemas y obstáculos no hacen más que poner
distancia?
¿Cuando estás librando una batalla sin cuartel contra un enemigo
invisible en la que tienes todas las de perder?
¿Cuando aparece una tercera persona cuya existencia desconocías
pero que siempre estuvo ahí?
El siempre reservado Jorge ocultó al mundo un secreto que
puede trastocar la vida de toda su familia y poner el mundo de Érica
boca abajo.
¿Podrá ella entender el estilo de vida de Jorge?
PRÓLOGO
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Epílogo
Agradecimientos
Sobre la autora
PRÓLOGO
Soy Lorena, y gracias a Nanda he tenido la suerte de ver crecer las
historias de todos sus chicos. Es difícil decidirse por una en especial
porque todas ellas son diferentes entre sí y tienen personajes muy
distintos pero a los que terminas adorando. Esta última historia
cierra una serie donde hemos visto cómo la amistad puede llegar a
alcanzar un nivel superior y pasar a ser familia. Estos chicos
siempre están para ayudarse y apoyarse, tanto en los buenos
momentos como en los malos, y ha habido muchos tanto de unos
como de otros. Con esta última historia vamos a descubrir a un
Jorge que no aparenta para nada lo que es, y que se ve involucrado
sin querer en un problema que afectará a todos los chicos, pero con
ayuda de Érica descubrirán quién es la mano negra que quiere
hacerles daño. En lo personal veremos a un Jorge que sabe lo que
quiere y cómo lo quiere, la pregunta es: ¿estará Érica dispuesta a
ello? Seguro que la historia os llegará tanto como las otras. Para mí
es un poco difícil decirle adiós a todos, y más cuando has leído
cómo nace su historia, cómo los ves crecer como personas, formar
sus familias y sobre todo saber que, ocurra lo que ocurra, ellos
siempre están dispuestos a ayudarse sin importar el riesgo que
puedan correr. Me gustaría pensar que sus vidas siguen, que
aunque se acabe la serie, ellos siempre seguirán estando ahí. Solo
espero que disfrutéis este libro que, para cerrar la serie, es muy
distinto a los demás y viene cargado de emociones. Y darle las
gracias a Nanda por permitirme formar parte de sus proyectos, y
verla crecer a ella también con cada uno de ellos. Disfrutad la
historia, hacedla vuestra como las otras y no os dejéis engañar por
las apariencias, nunca nada es lo que parece.

Lorena
Capítulo 1

Jorge
Abro los ojos y me encuentro con la imagen de siempre: el techo.
Todos los días despierto a la misma hora, a las cinco. Esta siempre
fue mi rutina, me gustaba madrugar y salir a correr sin encontrarme
con nadie. Me cruzaba con algún que otro coche pero, por lo
general, éramos solo yo y mi música.
Agradezco haber creado ese hábito, aunque ahora las cosas
sean tan distintas. Aquí dentro son pocos los momentos de silencio,
y a estas horas, si no tienes la mala suerte de coincidir con amantes
muy apasionados, puedes disfrutar de un rato de paz y tranquilidad.
Yo que siempre analizaba mis pasos buscando mantener el perfil
bajo, me encuentro encerrado en una de las peores cárceles de
Andalucía. Me gusta pasar desapercibido, nunca debí bajar la
guardia. Siempre había sido práctico, mantenía la cabeza fría, las
ideas claras y mis sentimientos y emociones a raya. Y ahora no sé
en qué momento perdí el foco y permití que el caos tomara posesión
de mi vida. En cuanto dejé caer mi muro de contención, me encontré
en esta situación.
Llevo aquí dentro sesenta días, viviendo un verdadero infierno.
Duermo con un ojo cerrado y otro abierto, nunca se cuándo van a
atacarme nuevamente y, aun así, en lo único en lo que no puedo
dejar de pensar es en su cara de horror cuando nos abordaron en
medio de aquel restaurante y me llevaron esposado delante de ella.
¡Soy idiota! ¡Cómo pude dejarme influenciar por el pedido de
Fátima, por la niebla de amor, familia y felicidad de los mamones de
mis amigos?
Era nuestra tercera reunión y confieso que me encontraba a
gusto en compañía de Érica. Estaba descubriendo a una mujer
totalmente distinta de lo que yo me imaginaba. Su sonrisa es
sensual, tiene sentido del humor y es tímida, le cuesta mucho
mirarme a los ojos pero aun así se obligaba a ello. Le encanta el
campo, cosa que jamás imaginé en ella. Es muy delicada, aunque
ya lo sabía y por ello jamás la imaginé fuera de su fortaleza de
hormigón. La verdad es que a día de hoy todavía me pregunto qué
quería de mí. En nuestros encuentros lo que se dice hablar de
trabajo lo hicimos bien poco. Sé muy superficialmente lo que desea
hacer aquí, había largos minutos de silencio en los que nos
quedábamos mirándonos intensamente y lo peor es que estaba
disfrutando de ello, aunque siempre mantuve las distancias, en
ningún momento le di esperanzas.
—¿Cuántas novias formales tuviste? —preguntó ella.
—Ninguna, y no pienso tenerlas nunca —le contesté, dejándole
claro que nunca iba a haber nada entre nosotros.
Cuando se lo dije sus ojos se aguaron. Al verla de aquella
manera, sin importarme las miradas, arrastré mi silla y me fui a su
lado. Le acaricié la mejilla, le di un beso y le dije que soy un idiota
por no darme una oportunidad con una mujer como ella, que el que
saldría perdiendo sería yo. Érica en ese momento dejó de lado su
timidez y me robó un fugaz beso. No me enfadé, me hizo gracia su
arranque de valentía que terminó con sus mejillas rojas. Creo que
fue la primera mujer fuera de mi familia que me hizo reír a
carcajadas. Después de ese encuentro hubo dos más, reuniones en
las que, ahora me doy cuenta, le creé falsas ilusiones; parecían
citas. Ella debería alejarse de mí, no hago más que rechazarla.
Estoy encarcelado y aun así viene cada semana a Sevilla a verme,
pero yo nunca acepto la visita. Aquellas reuniones no volverán a
ocurrir. El Jorge del que se encaprichó ya no existe.
La vida aquí dentro cambia a cualquiera. Yo vivía con
comodidades, disfrutaba de mi libertad encima de mi moto y de los
momentos con mi familia; sé que saldré de aquí en cualquier
momento, pero jamás volveré a ser el mismo.
—¿Qué pasa, guaperas? —pregunta mi compañero de celda.
Como no respondo, insiste—. Te hice una pregunta.
—Y yo me quedé callado porque no me apetece contestarte —le
suelto sin más.
Su cabeza vuela en dirección a mi cara, pero como ya lo conozco
esquivo el golpe y le doy un puñetazo en la costilla.
—Tienes agallas, pero un día tus padrinos desaparecerán, todos
los hacen. Y entonces te mataré —me amenaza masajeando la
zona golpeada.
—O yo te mato a ti antes —contesto posicionándome delante de
él, que no se achanta.
—Te crees muy valiente. Solo estás de una pieza porque te
protegen.
—Estoy de una pieza porque eres un marica y no puedes
conmigo. —Amenazo con pegarle nuevamente y se aparta.
—¡Mantén los ojos siempre abiertos, guaperas! —me grita antes
de irse con una mirada iracunda. Está siempre repitiendo esa
mierda.
Ese es uno de los motivos por los cuales no quiero ver a nadie
aparte de mis amigos. El que Érica viera cómo la policía se
acercaba, me daba el auto de prisión, leía mis derechos (los cuales
se saltaron desde el minuto uno), me esposaban y me llevaban del
restaurante a la comisaría me dejó completamente bloqueado.
Estuve varias horas desconectado, fue como si nunca hubiera
asistido a una sola clase de derecho. En comisaría me requisaron
los objetos personales y me ficharon sin que yo les dijera nada, si no
hubiera sido porque ella los siguió no sé qué más hubiera pasado.
Fue Érica quien se hizo cargo de la situación. Pidió hablar conmigo
pero no la dejaron así que, preocupada por la falta de noticias, avisó
a mis amigos, que hasta aquel momento desconocían la existencia
de nuestros encuentros.
En mi vida pensé que iba a tener ficha policial. Presencié cientos
de interrogatorios, pero nunca me imaginé que un día yo iba a ser el
interrogado. En ese momento estaba en shock y no dije nada, lo
cual fue mi suerte. Se cansaron de hacer preguntas y más
preguntas sin obtener respuestas y me bajaron a la celda. Me tumbé
en el frio banco y me quedé allí hasta que Pedro llegó al día
siguiente.
El trato que me fue dispensado tanto aquellos primeros días
como ahora en prisión es inhumano. No pretendo ser tratado mejor
que nadie, pero todos mis derechos están siendo vulnerados
continuamente. Cuando me sacaron de la celda esposado y me
condujeron a una sala fría con solo una mesa y dos sillas en la que
aguardaba Pedro fue cuando me di cuenta de lo que estaba
pasando. Mi amigo en ningún momento puso en duda mi inocencia,
estaba furioso; cuando supo que ya estaba fichado creí que tiraría la
comisaria abajo. En aquel momento debí sospechar que algo iba
muy mal. Se habían saltado todos los procedimientos, yo ya entré
condenado. Él presentó un escrito de habeas corpus, pero fue
denegado, alegando peligro de fuga. Todos quedamos atónitos. Mis
amigos hicieron uso de todas las herramientas legales, pero fue
imposible ganar. No había un solo cabo suelto, era un plan muy bien
orquestado para encerrarme de por vida.
A las cinco de la tarde estaban los cuatro aquí. Rubén, al
descubrir la noticia de mi detención, interrumpió su luna de miel y
vino, pero nada pudo hacer. La fiscalía pidió un juicio rápido en
donde el ministerio fiscal pidió prisión preventiva alegando de nuevo
riesgo de fuga. Todo fue surrealista. Las pruebas, según la
magistratura, son contundentes y por más que mis amigos se
dejaron la piel para defenderme, no pudieron sacarme de aquí, no
había fisura.
—¡Arriba, nenas! Hora del desayuno continental —gritan afuera.
Hace tiempo el ruido ya se apoderó de este lugar, otro día de
vida perdido. Creo que por primera vez en mi vida tuve miedo, el
escuchar que me iban hacer un juicio rápido me hizo sentir como un
criminal de la peor calaña, y eso no quedo ahí, realmente fue rápido.
Casi me meo encima cuando escuche el juez decretar mi prisión
provisional. Mis amigos se subían por las paredes, en todos
nuestros años de experiencia nunca vimos tal cosa. Iluso de mí, que
creí que nuestra buena reputación me sacaría de aquella. En
resumen, en setenta y dos horas mi vida tal como la conocía dejó de
existir.
El traslado en aquel horrible autobús penitenciario es otra de las
cosas que jamás podré olvidar. Mis amigos intentaron que yo fuera
por mis propios medios, pero por supuesto fue denegado. El verme
encerrado con un crío de dieciocho años en aquel espacio
claustrofóbico me dio una ligera idea de lo que venía de allí en
adelante, aunque nada de lo que pasó por mi cabeza se asemejaba
a la realidad.
Ya son las ocho y media, hora del desayuno. Estoy en el módulo
dos junto a lo mejorcito de toda la cárcel. No pienso revelar a nadie
los horrores que vivo y veo aquí dentro. Mantenerme de pie aquí
cada día cuesta más, hay alguien fuera empeñado en destruirme.
Fue a por mí sin piedad. Lo hice todo bien, así que sé que todo lo
que tiene en mi contra es falso. Yo nunca cometo fallos, eso lo dejo
para mi padre.
Suena el aviso de que tenemos que abandonar las celdas,
comúnmente conocidas entre los recursos como «chozas». Tengo la
suerte de que mi compañero, aunque desea matarme, es una
persona limpia y entre los dos la tenemos reluciente.
He logrado mantenerme un día más de una pieza. Suena el aviso
de que se apagarán las luces, así que cierro mi libro y me acuesto.
Mi compañero de celda es de origen latino, es el cuarto que tengo
en dos meses. De mi primer compañero de celda no volví a saber
nada, está aquí dentro por una tontería al no tener un buen
abogado. A la mañana siguiente de mi llegada lo trasladaron y no he
vuelto a tener noticias de él. Los otros dos que vinieron intentaron
agredirme, pero no les salió bien la cosa.
Desde que entré aquí tengo enfrentamientos con frecuencia y en
cinco de ellos terminé en la enfermería. Pedro y los chicos están
haciendo de todo para conseguir mi traslado a Madrid. Por
supuesto, ellos no saben nada de las agresiones y constantes
amenazas. El módulo en el que me encuentro se supone que es
para presos preventivos, pero en realidad aquí hay gente que tiene
penas de diez y veinte años de condena y prisión permanente
revisable, y yo todavía estoy a la espera de sentencia. Una cosa sí
sé con seguridad: si me quedo aquí mucho tiempo mi pena va a
aumentar, porque acabaré matando a alguien.
Estoy teniendo un gran golpe de realidad, la cárcel no reinserta a
la gente, los rompe. Aquí dentro todo tiene un precio. En mis
primeros días, cedí al juego del más fuerte. Cuando me encontré
siendo privado de mis privilegios dije que no y ahí empezaron las
peleas. Es como si supieran en que botón apretar para que salte.
Aquí solo eres un número más, nadie importa, los agentes
carcelarios no están debidamente preparados y protegidos para
tratar con lo que tienen delante.
—Jorge —me llama el agente—. Sígame.
—¿Adónde?
—A hacer un tour —contesta con burla, este hombre desde el
primer día me tiene cruzado. Uno de los presos me aconsejó
evitarlo, dijo que por nada te pone un parte y hace de todo para
joder a los presos.
Reconozco el camino, vamos a las cabinas. Alguien ha venido a
visitarme. ¿Quién será? Tengo mi lista de visitas reducida a mis
amigos. Sé que, aunque están allí fuera, están viviendo mi
detención. Pedro tiene ojeras y Rubén está casi instalado aquí, vive
de puente aéreo con su familia. Creo que si no estuviera al frente de
la delegación de Asturias estaría viviendo en Andalucía para
apoyarme. Dijeron que esta semana no vendrán porque están cerca
de arreglarlo, pero yo sé mejor que nadie lo lejos que están de
encontrar la verdad.
El ruido de las puertas abriéndose, la falta de privacidad, las
atrocidades e injusticias y la violación de mis derechos solo hacen
crecer la revuelta dentro de mí. El que está detrás de eso nos
estudió detenidamente, tiene todo muy bien atado para dejarme
aquí por mucho tiempo. Sabe que no aceptaría ser favorecido.
—¿Quién es? —digo al agente. No me contesta, solo mira en la
dirección que debo ir y se hace a un lado.
Al pasar delante de las celdas algunos reclusos empiezan a decir
sus tonterías. El ultimo al que le partí la cara está agarrado al
barrote de la barandilla mirándome desafiante. Sé que nos
encontraremos nuevamente y espero volver a salir ileso. Aquí no
ocurre como en las películas, en las que unos están todo el día
apuñalando a otros o dándose palizas en los baños. No obstante,
también hay peleas y amenazas, y por lo que veo, yo ahora mismo
tengo el récord. Mi cabeza, al parecer, tiene precio.
Voy tan sumido en mis pensamientos que cuando me doy cuenta
ya es tarde para pedir volver a mi celda. He dicho un millón de
veces que no quiero visitas a parte de los cinco nombres que dejé
en la entrada y ahora me veo de frente con ella y es como si me
hubieran dado una bofetada. Puedo girarme y decir que quiero
volver a mi celda, pero no soy tan cerdo, se merece una disculpa
por haberse visto involucrada en esta mierda. Apenas me autorizan
entro en la cabina y cojo el teléfono. Se toma su tiempo,
estudiándome. Cuando va a coger el auricular percibo cómo le
tiembla la mano.
—¿Qué narices haces aquí? —pregunto enfadado.
Al verla sonrojarse me arrepiento de mi arranque de furia, tan
solo unos segundos atrás pensaba que se merece una disculpa y
ahora la estoy recriminando, yo no trato así a la gente.
—Vine a verte.
—No te quiero ver. —Estoy siendo un gilipollas, pero con Érica
no puede ser de otra manera. Fingir que no sé de sus sentimientos
hacia a mí no resultó y si quiero alejarla de este lugar tendré que
hacer que me odie.
—Mientes.
He de reconocer que verla erguir su afilada nariz desafiándome
me hace gracia, aunque no lo haga notar. Érica es la mujer más
exasperante que he conocido. Tiene una fijación en mí que raya lo
enfermizo. Iluso de mí al pensar que me libraría de ella después de
haber sido detenido en su presencia acusado de robo, estafa y
falsedad documental. Desde el primer día viene intentando contactar
conmigo, le prohibí el acceso a mi persona y no logro entender
cómo la tengo delante ahora mismo.
—Nos estábamos entendiendo… —alega ella.
—Despierta, mujer.
¿Dónde tenía la cabeza cuando acepté ser su abogado? Ni
siquiera es mi especialidad y ella vive en otro país. Eso es culpa de
la bruja de Fátima.
—Yo te puedo ayudar —afirma ignorando mi descaso.
Es una mujer preciosa, nunca la traté mal, simplemente no la
traté. Bueno, eso hasta unos meses antes de haber sido detenido. Y
creo que ahí fue donde me equivoqué, desde ese día perdí de vista
mi objetivo, porque sé que ella jamás podrá darme lo que realmente
quiero de una pareja y yo tampoco le podré dar lo que ella quiere.
—Estáis dando tumbos de un lado a otro —insiste.
—Ilumíname, ¿cómo me puedes ayudar? —la incito divertido,
está muy segura de sus palabras.
—Tengo una condición.
Me rio sin ganas, esta mujer está loca, muy loca. Después de
tantos años todavía no se dio cuenta de que hago lo que me da la
gana sin aceptar imposiciones de nadie, que en este mundo hay
pocas personas capaces de lograr doblegarme. Y aun teniendo este
poder no lo hacen porque saben que con toda probabilidad me
apartaría de sus vidas. Mis amigos son las únicas personas junto a
Héctor que me ponen condiciones, mandan callar y dicen qué hacer.
—¡Dime! —digo juguetón. Al final su visita va a ser divertida.
—Un vis a vis.
Doy un salto en la silla por el susto. Escuché mal, no es posible
que me esté proponiendo tal cosa. Joder… ¿¡de verdad la niña más
pija que he conocido me está proponiendo tener sexo dentro de una
cárcel!?
—¿Estás loca? —es lo único que me sale decir.
—No. Una hora contigo, me quito estas putas ganas de ti y te
ayudo a salir de aquí.
Es la primera vez que la escucho decir una palabra malsonante.
—Rechazo la oferta.
—¿Por qué?
—No quiero herirte.
—¿¡Más!? —dice elevando la voz y llamando la atención de los
guardias.
—Mírame —le pido más calmado—. Nunca quise herirte. Pero no
puedes complacerme.
La manera en que cierra los ojos, derrotada, me hace sentirme
una basura, pero es la verdad. Érica nunca podrá darme lo que me
gusta ni yo lo que a ella le gusta. Y no viviré una mentira para
contentar a la sociedad y hacer feliz a mi padre, que lo que más
desea es verme casado, y si es con una mujer con la posición social
de ella, mejor.
—Tenía que intentarlo —dice con elegancia.
Es preciosa. El hombre que conquiste su corazón será
afortunado, no me cabe la menor duda de que será una óptima
esposa y madre, pero yo nunca quise eso para mí.
—Lo siento. —Poso mi mano sobre el cristal y ella pone la suya
al otro lado.
—Aun no dándome lo que quiero, te sacare de aquí —dice
entonces.
—Mantente al margen —le pido, y me levanto para volver a mi
celda.
No soy ningún capullo, me quedo de pie, mirándola. Sin hacer
ruido mueve la silla hacia atrás, recoge su caro bolso y se va,
dejándome con cara de idiota en el mismo sitio, ni siquiera me dijo
adiós. El único guardia con el que entablé algo parecido a una
amistad me mira, negando con la cabeza. Sé por él que viene
muchas veces por aquí, intentando verme. Llegó al absurdo de
seguir los intentos frustrados de una guardia en ligársela con
promesas falsas, pero el que yo no quiera nada con ella no significa
que la vaya a dejar cometer errores por verme. Cuando supe las
intenciones de la mujer, contacté con Pedro y él se encargó del
problema, no pregunté qué hizo ni qué pasó, solo sé que la guardia
no ha vuelto a pisar esta cárcel. Si fue trasladada, destituida o
degradada me da igual, no se debe aprovechar de la desesperación
de las personas para beneficiarse. Érica es un caramelito que
muchos quieren llevarse a la boca, pero con engaños no se lo
permitiré. Después de perderla de vista me giro para volver a mi
celda, pero el guardia me ordena seguirlo. Echo un último vistazo
por donde se fue y lo sigo, siempre fui un hombre de pocas
palabras, y de nada iba a servirme preguntar. Que me lleve bien con
él no quiere decir que tenga privilegios, y por eso lo respeto. Aquí
dentro él es la persona de autoridad y no confunde los pocos
momentos de charlas distendidas con trato de favor.
El camino por el que me lleva se me hace raro, nunca vine por
esta parte de la cárcel; nos estamos alejando de la zona de celdas.
Mis sentidos se ponen en alerta, aunque no me serviría de mucho,
ya que estoy esposado, pero si me van a matar no será así de fácil.
O me pegan un disparo mortal o van a tener que luchar. Me iré de
este mundo con la cabeza en alto. Dos meses durmiendo con la
muerte al lado, recibiendo amenazas mínimo una vez al día… no
voy a ser asesinado a traición. A cada paso el ambiente se va
transformando, los olores cambiando, empieza a oler a limpio de
verdad, el ruido desaparece, las paredes están impolutas, y veo a
gente normal caminando con tranquilidad. Discretamente, hago un
barrido y me doy cuenta de que estoy en la zona administrativa de la
prisión. Eso no es bueno. Paramos y el guardia quita mis esposas,
sonriendo. Lo miro, arrugando la cara. No me gustan las situaciones
que no puedo controlar, aun estando aquí dentro hasta ahora todo a
mi alrededor lo tenía bajo control pero esto está totalmente fuera de
lugar. Es más que sospechoso. Me insta a seguirlo nuevamente y
paramos delante de una puerta que ostenta una reluciente placa en
la que se lee: «director». Lo vuelvo a mirar y él solo se encoge de
hombros. Vamos, que sabe lo mismo que yo: nada. Me da un leve
empujón y entro. No veo a nadie, así que me quedo parado bien
lejos de cualquier cosa que pueda ser usada en mi contra, pongo
mis manos hacia atrás y busco la cámara, mostrando mi total
sumisión. Ya sabemos que el que nos quiere joder sabe bien lo que
se hace y es poderoso.
—Relájate, nadie te va a hacer nada. —Escuchar esta voz me
pone los pelos de punta. Preferiría tener que luchar con uno de mis
atacantes a tenerlo delante.
—¿Qué haces aquí?
Hacía años que no veía mi padre, pero el tiempo parece no
haber pasado por él. Pena no poder decir lo mismo de mi madre, a
ella cada vez que la veo la encuentro más deteriorada.
—Salvarte el culo.
—¡Vaya!, hoy es el día de «salvemos a Jorge». Pero una vez
más diré que no.
—Hijo…
—No me llames así —le prohíbo con odio.
Mi padre es la persona que más desprecio en este mundo, no
entiendo cómo un hombre que tuvo una educación como la suya
pueda ser un falso moralista, terco, egoísta, ambicioso, mentiroso y
sin escrúpulos. Prefiere tener a su familia a sus pies, todos viviendo
juntos aunque infelices, a dejar que cada cual haga su vida y
cometa sus errores aprendiendo de ellos. Yo sé por qué no lo hace,
yo siempre seré su mancha, pero mientras no reconozca los suyos
no tengo nada de qué hablar con él.
—¿Algún día lograré ganarme tu perdón? —me dice.
—Sabes lo que tienes que hacer para que eso ocurra —le
respondo firmemente.
—Jamás aceptaré tales imposiciones.
—¿Cómo puedes venir aquí si no estás dispuesto a
reconocer…?
—No sigas —me ordena como si tuviera autoridad para ello.
—Muy bien. Pues vete.
—De acuerdo, pero te vienes conmigo.
Resoplo, exasperado.
—¿Cuántas veces tendré que repetir que no quiero nada de ti?
Voy hasta la puerta y me encuentro con que está cerrada con
llave. ¿Cómo pude ser tan estúpido? ahora me encuentro encerrado
con la persona que más odio en este mundo: mi padre.
Lo idolatraba, quería ser igual a él. Podía estar horas ayudándolo
en su trabajo, con él aprendí a amar las leyes, a querer ayudar a los
demás… y una frase escuchada por accidente me enseño su
verdadera cara y, en el momento, el amor que sentía por él y su
trabajo se esfumó, mató al chico soñador que veía la vida por los
ojos de su ejemplar padre. Desde aquel instante nunca más fui el
mismo. Cometí muchos errores, casi morí, y tengo que agradecer
todos los días el haber conocido a mis hermanos del alma, la familia
que deberían de tener todos y que pocos tienen, y que por mi culpa
ahora mismo tienen sus vidas boca abajo y ni así me dan la
espalda.
—De acuerdo, tú ganas —admite a regañadientes—. El día que
quieras salir de aquí no tienes más que llamar.
—Antes me hago la puta de los presos —espeto.
—Matarás a tu madre.
—Y la culpa la cargarás tu.
Sin importarme una mierda las consecuencias, empiezo a
aporrear la puerta pidiendo que me saquen de aquí. Es verdad, con
una sola llamada él puede sacarme de prisión y dejar mi ficha
limpia. Eso no sería legal, aunque de él me espero cualquier cosa,
pero no miento cuando digo que prefiero ser la puta de los detenidos
a aceptar su ayuda. Limpiaré mi nombre de otro modo. Soy inocente
de todos los cargos que se me imputan y, junto a mis amigos, lo voy
a probar.
Capítulo 2

Érica
—Sácame de aquí —ordeno a mi chofer.
Maldito cabezota, ¿en qué estaba pensando cuando decidí aceptar
esta absurda proposición? nunca me sentí tan humillada como en
este momento.
—¿A dónde la llevo, señorita?
—A mi hotel.
Maldito idiota orgulloso… ¿Por qué de entre todos los hombres
que hay en el mundo tuve que fijarme justo en el más… más…?
¡Arrrrg, lo odio! No logro sacarlo de mi cabeza. En todos los años
que lo conozco apenas conseguía que me contestara un saludo.
Nunca fue grosero conmigo, pero no hace falta ser un genio para
darse cuenta de que me evitaba, y cuando por fin estaba logrando
un acercamiento, pasa esto. Logré tener tres «citas» con él, vale,
quizás me haya extralimitado un poco al catalogarlo como cita. Fue
más bien una encerrona, no orquestada por mí. Yo necesitaba
consultar a un abogado para resolver unos asuntos legales y Fátima
rápidamente lo organizó todo. Tampoco puedo decir que opusiera
resistencia a su alocada idea. Nunca le había pedido facilitarme las
cosas con él, pero soy muy transparente y solo no veía mi enteres
por él quien no quería. Cada vez que lo tengo delante me pongo
colorada como una colegiala. Y… bueno…, aunque haya sido en un
restaurante y no hubiera coqueteo, besos ni mucho menos sexo, yo
ilusamente lo llamo «cita» mientras él lo llama «reunión de
negocios». Ay, cada vez que pienso en su cuerpo desnudo me
suben los colores. Sus tatuajes me vuelven loca, Jorge me hace
tener sueños húmedos constantemente. Busqué salir con hombres
parecidos a él, llegué a conocer a un guapo y exitoso abogado en
Brasil apasionado de las motos y lleno de tatuajes. El sexo fue
bueno y pasé un buen rato. Eso sí, cerraba los ojos y lo imaginaba a
él encima de mí. El inconveniente venía cuando el hombre insistía
en hablar y entonces lo jodía todo.
—¿Dónde estás? —pregunta don Manuel.
—De camino a mi hotel.
—¿Puedo verte?
—En otro momento quizás.
No sé cómo el padre de Jorge llegó hasta mí, hay momentos en
que me siento acosada por él. reconozco que si no hubiera sido por
él jamás había podido entrar a verlo. Tengo la visita vetada, no solo
yo, las mujeres de sus amigos también. Pero este señor lleva detrás
de mí desde que su hijo fue detenido y me trata como a una reina,
llega a ser agobiante con tanta adulación. Fátima no me dijo el
porqué, es fiel a sus amigos y jamás los traicionaría, y en medio de
una charla me dijo que si deseo tener algo con Jorge que no me
acerque a su padre. Llevo todo este tiempo evitándolo, sin embargo,
mi determinación se resquebrajó cuando me dijo que tenía una
manera de concertar una visita entre nosotros. Lo quiero, jolines, no
tiene sentido mentir. Me ilusioné, aunque ahora, al ver lo
determinado que es, creo que lo mejor es mantenerme lejos de este
hombre. Jorge por primera vez me dijo a la cara que no quiere nada
conmigo, pero también vi en sus ojos que le importo. Sé que la
policía que intentó seducirme fue trasladada porque él se enteró de
lo que estaba haciendo y tomó cartas en el asunto. Y eso solo me
deja claro que no le soy indiferente.
—¿Por qué? —insiste su padre.
—Esperaré a que sus amigos lo saquen de allí —le contesto sin
ganas.
No me cabe la menor duda de que lo harán, pero tardarán, y con
lo que tengo entre manos agilizaré el proceso. Pero el señor Manuel
no lo sabe.
—Son unos arrogantes que están quedando en ridículo y quien
está pagando las consecuencias es mi hijo.
«Señor, acaba de ganar mi antipatía».
—No comparto la opinión —le digo bien claro. Aquellos hombres
son excepcionales y si todavía no dieron con el pirata es porque
este tiene docenas de pantallas protegiéndolo, pero ya he logrado
derribar algunas y recabado informaciones. No les dije nada para no
meterlo en líos, digamos que lo que estoy haciendo para salvar a
Jorge no es del todo legal y estoy segura de que si se lo digo van a
querer ayudar. Yo tengo a gente que puede moverse por estos lares
sin mojarse y ellos no estoy segura si siquiera conocen este mundo.
—¿¡Eres otra de sus admiradoras!? —se atreve a preguntar
despectivo.
—Mi amiga está casada con uno de estos hombres —le aclaro
demostrándole mi enfado.
—Perdona, habla un padre resentido porque perdió a su
primogénito en manos de sus amigos.
Me apena oír su voz derrotada, soy una blanda.
—Hoy no puedo, pero podemos vernos el sábado.
—Bien, en mi casa. Te envío la dirección. Adiós.
Dios, ¿qué acabo de hacer? Este hombre está loco. ¿Cómo voy
a ir a su casa? Ahora no tendré ninguna oportunidad con Jorge.
Recuesto mi cabeza en el reposacabezas e invoco los recuerdos
de su sonrisa, la he visto muchas veces, pero nunca dirigida hacia
mí, siempre era para sus amigos y los hijos de estos. En el
restaurante por primera vez lo vi reír conmigo, estuvo pendiente de
mi persona, me habló mirándome a los ojos…, y, tonta de mí, me
hice ilusiones. Empecé a fantasear, cuando se lo conté a Fátima me
aconsejó tener los pies en el suelo, tengo la sensación de que sabe
algo que desea contarme y no se atreve. Jamás lo traicionaría, al
contrario de mí él nunca la defraudó. No es que yo le haya hecho
daño, pero tampoco la defendí cuando los demás la despreciaban.
Hay tantas cosas en mi vida que cambiaría si estuviera en mi
mano… Y la primera de la lista sin duda serían mis sentimientos por
Jorge.
Claro que me gusta ser rica, hacer y deshacer a mi antojo, pero
odio los rótulos que me pone la sociedad. Llevo años intentando
cambiar eso. Nunca voy a poder cambiar mi origen, ser la hija y
única heredera de mi madre. Cuando le notifiqué la decisión de
empezar a usar el apellido de mi padre en lugar del suyo no se lo
tomó muy bien, me amenazó con desheredarme, pero estaba
decidida. Estuvo sin hablarme durante una temporada creyendo que
con eso me haría cambiar de idea, y solo me buscó porque iban
hacer un reportaje sobre la familia «feliz» y, claro, yo tenía que salir
linda en sus fotos. No me negué, no obstante, no permití que las
cosas fueran como siempre, bajo sus términos: impuse mis
condiciones y en ese momento se dio cuenta de que yo ya no era la
chica manipulable y obediente de antes. Para ella fue un gran shock
ver mi firma como Érica Ferreira, «el apellido de los plebeyos»,
como dice ella, aunque me da igual su opinión, lo firmo con orgullo.
Y creo que todo eso cambió en mí después de haberme
reencontrado con Fátima. Aquel día en Ibiza vi lo feliz que estaba
aún habiendo dado la espalda a toda una fortuna y trabajando como
una persona pobre, y todo lo que había logrado. Amigos de verdad,
una sonrisa verdadera, gente que la quería por lo que era y no por lo
que tenía, ser ella misma sin tener a nadie pendiente de sus pasos,
formar una familia disfuncional pero feliz. Quiero eso y es una de las
pocas cosas a las que no estoy dispuesta a abrir mano. Lo que
quiero lo conquisto, aunque tarde una eternidad lo haré a base de
trabajo y perseverancia. Quiero a Jorge y lograré tenerlo.
—¿Conseguiste algo? —pregunta mi amigo nada más verme.
—Nada, es un terco.
—Lo sacaremos de allí.
—No sé qué haría sin ti.
Él ríe.
—Serias más aburrida y pija de lo que ya eres.
Carlos es mi amigo y confidente, vive conmigo. Lo conocí en un
restaurante y por mi culpa fue despedido delante de todos. Me
dispuse a ayudarlo, y a medida que lo iba conociendo más, más
quería pasar tiempo con él hasta que le ofrecí ser mi asistente
personal, esa fue la única manera que encontré para llevarlo
conmigo sin que se sintiera humillado. De eso hace ya tres años.
—¿Cuándo le verás de nuevo?
—Ya no volveré allí.
—¿Y eso?
—La próxima vez que lo vea será aquí fuera.
Soy consciente de que hace tan solo tres días afirmé no volver
allí, pero lo que he descubierto es muy delicado y deseo hablar con
él primero. Sin «mi gente» ellos jamás llegarían a estas
informaciones. El problema radica en que, después de mi jugarreta,
el muy cabezota se reafirmó en su orden de no dejarme pasar.
Intenté de todo y, como siempre, de nada sirvió. Lo que tengo entre
manos es tan preocupante que llegué a pensar en llamar a su padre
pero lo descarté enseguida. Y ahora me encuentro preguntándome
qué hago con esta información. Si llevan a cabo lo que me imagino
que planean, hasta mi amiga se verá afectada. Ella nunca será
pobre, muy mal tenía que hacerlo para que eso ocurriera, pero
perdería gran parte de su patrimonio. Pedro correría la misma
suerte, sin contar que tanto el cómo sus amigos irían a la cárcel.
Jorge es solo la punta del iceberg. Creo que fueron primero a por él
por ser el despiadado a la hora de defender a los suyos y por el
poder que tiene su padre. Por lo que sé no se llevan muy bien y
según los informes están encargándose de crear más distancias
entre ellos eliminando del tablero a la pieza con más poder. Estoy de
los nervios, Fátima esta fuera del país, con los amigos de Jorge no
tengo tanta confianza sin contar que no sabría cómo darles tan
malas noticias. Dios… ¿Qué hago?
Para empeorar mi situación voy de camino a la casa de sus
padres, aquel hombre no acepta un no como respuesta. Llevo días
dándole largas para no verle, no entiendo a qué viene tanto empeño
en conocerme mejor.
«Érica, ¿qué narices haces en Madrid?», me pregunto a mí
misma parada delante del enorme portón del chalé de la casa de los
padres de Jorge. Me pregunto qué voy a encontrar al otro lado,
siento como si estuviera invadiendo su privacidad. Tengo las
pulsaciones a mil, entre que soy tímida, cobardica e insegura puede
que en cualquier momento tenga un ataque. ¿Quién sabe? Bah, me
largo.
Pero antes de que pudiera salir corriendo el portón se abre y veo
venir en mi dirección a don Manuel de la mano de una señora muy
guapa y elegante la cual imagino es la madre de Jorge.
—Hola, hija. Bienvenida a mi humilde morada.
¿Qué concepto de humilde tiene este hombre? Su casa es
ostentosa hasta para mí, que nací y crecí en medio de lujos y
ostentación.
—Gracias, don Manuel.
—Llámame Manuel.
Siento como mi cara arde por la vergüenza, se cómo
desenvolverme en estos ámbitos pero todo eso es muy raro para mí.
No conozco a las personas que tengo enfrente, vi a este señor en
un par de ocasiones no más de diez minutos él siempre tenía que
salir corriendo y lo único que me habló fue de facilitar mi entrada en
prisión. En el momento acepté sin hacer más preguntas, se había
presentado como un padre preocupado por su hijo, y yo me moría
por verlo. Pensé: «todos contentos ¿sí?». Pues no, después de ver
cómo reaccionó ahora me muero de miedo al pensar en la
posibilidad de que descubra cómo logré burlar su orden.
—Hola, soy la madre de Jorge, Lidia —me saluda la mujer con
alegría.
—Encantada, señora Lidia. —Acoto la distancia que nos separa y
le doy dos besos.
Jorge es igual que ella pero en versión masculina. La mujer, con
una encantadora sonrisa, me invita a que pase. Miro mi coche
delante del portón y el padre de Jorge se adelanta en decir que el
chófer se ocupa. Examino a mi alrededor con la esperanza de
encontrar una salida. La señora percibe mi desconcierto, agarra mi
mano y tira de mí. Camino al lado de ellos hasta la casa sin decir
una sola palabra y cuando entro me sorprendo al ver la cantidad de
gente que hay dentro. Todos aparentan tener más o menos la
misma edad. De uno en uno me van siendo presentados, uno de
ellos esta de la mano de una chica que sujeta un bebé y me toma
por sorpresa, al igual que todo alrededor de Jorge. Siempre creí que
los únicos sobrinos que tenía eran los hijos de sus amigos, se
desvive por ellos, los consiente en todo. «No sabes nada de él». Me
reprendo a mí misma. Otro es el hermano pequeño, una fotocopia
de Jorge. La única niña de la familia es Dalila, y los demás son
primos. Todos me tratan con mucho cariño. Son muy hospitalarios,
parecen una familia perfecta, viven en la misma casa, hasta el que
está casado. Yo, soltera, no podría vivir con mi madre ni una
semana, casada y con hijos no quiero ni imaginar. Hace años dejé
de ir de vacaciones con ella todo con tal de evitar que crucemos
miradas. Pero aquí todo parece perfecto exceptuando la ausencia
de Jorge, que a todos rasgos es notada por todos. Hay fotos suyas
en varias etapas de su vida por toda la casa. La mujer no deja de
alabar a sus hijos, pero con Jorge es como si me lo quisiera vender,
todo son elogios y halagos. Conoce todos sus logros y al hablar de
su hijo sus ojos brillan, todo lo contrario que mi madre, que es fría
como un témpano.
Con el pasar de los minutos me voy relajando, estoy en
compañía de Dalila, su madre y cuñada mientras los hombres están
por otro lado hablando de sus cosas.
—Érica —me llama Dalila—, ¿cómo es mi hermano?
Su pregunta me deja totalmente desconcertada, yo que
empezaba a relajarme vuelvo a estar más tensa que una virgen en
su primera revisión ginecológica. Yo no puedo decir absolutamente
nada de él, no lo conozco, esta es la verdad.
—Hija, déjala en paz.
—No pasa nada, Lidia —digo a la madre al ver lo emocionada
que está Dalila—. Tu hermano es muy reservado, no lo conozco
mucho.
—Lo sé, intenté en varias ocasiones un acercamiento, pero no
me lo permite.
Me apena oírla, sé perfectamente que es esquivo cuando quiere.
Los ojos de su madre se llenan de lágrimas. Si pudiera saldría
corriendo de aquí ahora mismo.
—Él te quiere mucho. —¿Qué mierda acabas de hacer Érica
Ferreira?
—Cuando él se fue yo tenía nueve años, hasta un año antes de
que se marchara yo era su princesa… algo pasó y se volvió frío y
distante con todos en la casa. —Dalila se seca las lágrimas y mira a
su madre, que no hace nada por ocultar las suyas—. No pasa un
solo día en que no me pregunte qué ocurrió para que me dejara de
lado como lo hizo.
Sus últimas palabras fueron demasiado para mí, no pude
contenerme y me uní a ellas en el llanto. El momento se vuelve
tenso cuando la grave voz de Manuel nos llama anunciando su
llegada, ellas rápidamente se secan las lágrimas y se giran, como si
quisieran ocultar lo que estaba ocurriendo.
—¿Qué está pasando aquí? —pregunta desconfiado.
—Yo las hice emocionarse con mis tonterías —digo. Nos mira, no
creyendo mucho lo que dije, pero por el rabillo del ojo veo cómo
Lidia relaja sus hombros.
—Jorge tiene suerte. Eres una chica genial —dice Lidia y me
pongo tiesa. ¿A qué viene eso? ¿Acaso se creen que soy la novia
de su hijo?
—No, yo…
—Érica, ¿me acompañas a mi despacho, por favor? —me
interrumpe abruptamente don Manuel.
Las miro esperando recibir su apoyo para no seguirlo pero me
encuentro con que las dos desaparecen dejándome sola. Sin
importarle, él me indica con la mano que pase y como si de una niña
se tratara y con demasiadas confianzas para mi gusto, reposa su
mano en mi espalda y me conduce a su despacho.
—¿Qué te dijo mi hijo? —Así, directo al grano, este hombre
empieza a caerme francamente mal.
—Nada, como ya le dije, él no quiere nada conmigo y mucho
menos quería mi visita.
—Tonterías, mi hijo no sabe lo que es bueno para él.
Lo miro interrogativa, ¿de verdad este hombre acaba de decirme
eso?
—Perdone que discrepe, él tiene muy claro lo que quiere, y
desde luego no es a mí.
—Eso déjamelo a mí.
Ahí sí que no, si no permití que mi amiga, que por ende es amiga
de él, me metiera en su cama, no voy a permitir a este hombre
usarme para sus fines. Su comentario acaba de dejarme claro que
tiene algún tipo de interés en mí, pero ha cometido un gran error. Si
algún día logro tener algo con Jorge es porque lo conquisté por mí
misma, no porque otros así lo deseen.
—No te preocupes, perdí el interés amoroso por él, somos solo
amigos.
—De eso nada, estáis hechos el uno para el otro.
No puedo negar que me gusto oír esto último, nunca oculté que
aquel hombre es mi obsesión y verme de su mano es mi sueño,
pero hay que cortar eso ahora mismo.
—Ya no quiero nada con él —digo, con la esperanza de que
desista de mí.
—No renuncies a mi hijo. —Me encantaría poder decirle que eso
no entra en mis planes, pero no me inspira confianza.
—Uno tiene que saber el momento de hacerse a un lado.
La manera en que me mira me deja claro que entendió
perfectamente la indirecta.
—Tuve mis fallos, pero no hay nada en el mundo que quiera más
que a mi hijo, Jorge siempre fue mi ojo derecho. Pero mis malas
acciones lo apartaron de mí.
—Don Manuel, no tiene que justificarse ante mí.
—Trátame de tú, a final seremos familia.
—Perdón…
—Me está costando muchos favores mantener la noticia en
secreto y no sé hasta cuándo voy a poder seguir protegiéndolos —
Suelta ignorando mi reacción a su afirmación.
—Jorge tiene suerte en tener un padre como usted. —Es
evidente el sarcasmo en mi tono.
—Haré lo que haga falta para recuperarlo.
Me vienen a la mente un montón de cosas que decirle pero me
callo, es lo mejor, no sé de qué va todo eso y no es de mi
incumbencia lo mejor que puedo hacer es irme. Se acerca a mí y
coge mi mano entre las suyas. Trago en seco, soy consciente de
que está intentando manipularme, pero puedo ser todo menos tonta,
y por nada en el mundo voy a aliarme con este señor, no traicionaré
a los trajeados ni a Fátima. Aun estando desesperada y sabiendo
que como presidente del Tribunal Supremo puede ayudarme más
que nadie, no le diré una sola palabra.
—Como digas.
—Él no te merece —insiste.
—La que no lo merece soy yo.
—Eres una mujer estupenda y Jorge sería un hombre con suerte
si te tiene como esposa.
Madre de Dios, sí que va rápido este hombre, ya me ve como la
esposa y todo.
—Si tú lo dices… —refuto con tirria.
Algo en su tono sigue sin gustarme, pero no tengo la valentía
para cuestionarlo. Ahora tengo que ver cómo saldré de este
embrollo. Solo tuve en cuenta mi deseo de verlo y ahora tendré que
pagar las consecuencias.
Me encuentro de camino a mi casa con la cabeza a mil por hora,
las cosas que me dijo aquel hombre me dejaron con la boca abierta.
Se dibujó un papel de víctima a su medida, una pena que no me
haya tragado una sola palabra. ¿Y el comportamiento de su hija y
esposa? Esa fue otra de las muchas cosas que me dejaron
sumamente intrigada. Asisto a reuniones incómoda a cada semana,
soy hija de quien soy, pero nunca estuve en una mesa en la que
todos los comensales estaban tensos, me dio la sensación de que
allí se dice y hace solo lo que él ordena y ya tuve mucho de eso en
mi vida. Ya no lo quiero más.  
Capítulo 3

Jorge
—¿Cuándo me vas a sacar de aquí? —pregunto a Pedro.
Desde las inesperadas visitas estoy intranquilo, es como si todos
supieran quién es mi padre, y en la cárcel se han creado dos
bandos: uno de gente que se ha pegado a mí y otro que me mira
como si fuera una cucaracha. Mis paseos por el patio, que antes ya
no eran tranquilos, ahora son aterradores: las amenazas e insultos
se intensificaron y tengo que andarme con mucho cuidado. No huyo
de la pelea, no es mi estilo, pero llevo dos días que siempre que
puedo me resguardo en mi celda. Esta vez, el encargado de
atacarme no es mi compañero, son hombres de cuya existencia ni
siquiera me había percatado.
No logro entender las intenciones de mi padre al exponerse
viniendo aquí, en estos dos meses él se mantuvo al margen. No
intentó ponerse en contacto conmigo ni una sola vez, y,
casualmente, aparece el mismo día que Érica. Eso me preocupa, y
mucho. Algo está tramando, y desde luego no es nada que me vaya
a gustar.
—Queda poco, hermano —contesta mi amigo.
—¡Llevo semanas oyendo la misma mierda! —le recrimino.
Estoy siendo un capullo, pero estoy preocupado, mi compañero
de celda está cada vez más violento y si no me mata él seré yo
quien acabe con su vida. Eso terminará con mi vida para siempre.
—Ya lo sé.
—Se supone que somos los mejores, Pedro —le reprocho y me
arrepiento enseguida. Él no se merece pagar mis frustraciones—. Lo
siento.
—¿Qué cojones? No tienes nada que sentir, no deberías estar
aquí, ya no sé qué hacer ni a quién llamar. Todo apunta a ti, pero sé
que no fuiste tu.
Veo algo que presencié muy pocas veces, mi amigo está llorando
y no sé qué decir para consolarlo, no puedo ni siquiera darle un
abrazo. Eso está siendo muy duro.
—Pedro…
—¡No digas nada! —Me sorprende el tono de voz empleado, él
no es así. Miro a los lados en busca del motivo por el cual se exaltó
sin ver nada. Mi corazón se acelera al ver que su cara está sin color.
Solo se pone así cuando su gente está en peligro.
—Suéltalo, ¿¡qué mierda está pasando ahí dentro, qué me estás
ocultando!? —exige golpeando el cristal que nos separa.
¡Mierda!, acabo de prender la cerilla que va a hacer que esta
cárcel arda.
—No es nada —digo intentando inútilmente quitar importancia a
mis nudillos heridos. Siempre tengo cuidado de no dejar a la vista
mis manos y por culpa de mi infantil exaltación acaba de ver mis
heridas. Ya nada me librará de contarle la verdad, aunque quisiera
no sería capaz de mentirle. Puedo ocultarle lo que me pasa aquí
dentro pero no mentirle.
—¿Cómo que no es nada? ¿Desde cuándo? —pregunta
directamente, no es ningún imbécil. ¿Dónde tenía la cabeza cuando
pensé que no me vería obligado a contarle? Él ya sabe de sobra lo
que está pasando.
—Desde el minuto uno.
—Pero si tú estás en el módulo…
—No… —lo interrumpo—. Estoy en el módulo dos.
Su expresión se desfigura y me mira con tristeza, pero no está
así por lo que me ha tocado vivir, es tristeza por saber que le he
ocultado cosas exponiéndome al riesgo.
—¿Y porque solo me entero de eso ahora? —pregunta
mirándome directamente a los ojos.
—Entiendo tu cabreo, si fuera cualquiera de vosotros en mi lugar
estaría subiéndome por las paredes. Pero puedo cuidarme aquí
dentro, no os voy a dar más preocupaciones.
—¿Qué cojones estás diciendo?
—Soy el caso perdido del grupo.
—Me iré, me niego a escuchar estas gilipolleces, mañana serás
trasladado.
Se levanta y se aleja unos pocos pasos.
Siempre busqué mantener el perfil bajo, entre mis amigos soy el
más callado y reservado con mi vida privada. Ellos conocen todas
mis mierdas, pero eso no significa que sepan lo que llevo por dentro,
mis frustraciones, rabias y miedos. Sí, miedo. Tengo mucho miedo a
ser como él, a cometer sus mismos errores sin tener en cuenta las
vidas de las personas perjudicadas por el camino y eso no me deja
dormir por las noches. No soy un alma rota, solo soy un hombre con
mucho rencor acumulado hacia su padre.
—Pedro… —Lo llamo antes de que abandone el recinto—.
Necesito contarte.
—No. Lo harás cuando estés preparado, guarda tus fuerzas.
Eso es ser amigo, saber callar y dejar de presionar en el
momento correcto. Él sabe que contestaría todas sus preguntas con
la verdad, pero no estaría a gusto. Le contaré cada minuto de mi
vida aquí dentro pero cuando yo quiera, porque ninguno de ellos me
presionará. Ya estoy preparado mentalmente para recibir a aquellos
cuatro maricas.
—Sácame de aquí.
—Estamos recibiendo una cura de humildad, porque nos están
vapuleando.
Es la primera vez que lo veo asumir tal cosa. Nunca fue un
hombre arrogante, si fuera no estaría a su lado. No obstante,
siempre supimos que éramos de los mejores y ver cómo el legado
de su padre se desmorona lo está matando. Cuando encuentre al
responsable de eso, se lo haré pagar.
—Soborna a quien sea, pero sácame de aquí.
—No digas sandeces, no trabajamos así.
—Mi padre estuvo aquí.
No me hace falta decir nada más, como siempre ya encajó todas
las piezas del puzle y sabe el motivo por el cual estoy tan alterado.
Froto la mano en mi cara, arrepentido de mis palabras, jamás
aceptaría tal cosa, pero la sola idea de que mi padre me saque de
aquí utilizando su poder me pone los pelos de punta. Por otra parte,
está la amenaza velada de muerte. Estoy contra la pared y el único
con poder para solucionarlo en minutos es él, pero no quiero y no
voy a deberle nada. Quiero poder seguir mirándolo con la cabeza
erguida, el problema lo tiene él, no yo. Su vida está montada sobre
mentiras y falsos prejuicios. Yo no agacharé la cabeza ante el
todopoderoso don Manuel: él es quien debe agachar la suya ante
mí.
—Me voy a volver loco. —suelto dejando ver cómo me siento en
ese momento. Débil.
—Eeeh… Mírame —me ordena—. Permite que la gente que te
quiere venga a verte.
No…, él no puede venirme con eso ahora. Prefiero sus broncas a
tener que lidiar con la insistencia de recibir visitas.
—No… solo entraréis aquí tú y los chicos, nadie más.
—Estás siendo injusto.
—¿Dejarías a tu familia verte así?
Sé que di donde le duele, estoy siendo un completo hijo de puta,
pero necesito que lo entienda. Pedro tiene su vida parada por mi
culpa. Está centrando todos sus esfuerzos y atenciones en buscar la
solución a esta mierda. No tengo la menor idea de cómo
aparecieron todas aquellas pruebas en mi contra dentro de mi
ordenador y aquella cuenta fuera del país en mi nombre. El único
lugar en donde tengo cuentas bancarias es en España, pago todos
los impuestos aquí y cuando me enseñaron las pruebas me quedé
helado.
Mi madre y hermanos vinieron unas pocas veces a verme y no
los dejé pasar. Apenas los veo, a veces voy rápido a ver mi madre y
si mis hermanos están allí cuando eso ocurre charlo un poco con
ellos, me intereso por cómo les van las cosas y me largo lo más
deprisa posible para no correr el riesgo de encontrarme con mi
padre. No voy a mentir, odio ver cómo mi madre alardea de su
burbuja de felicidad sin tener la menor idea del hombre despreciable
que tiene al lado. Ella nunca supo y nunca sabrá todo lo que hizo,
las cosas horribles que me dijo. Es una bajeza por su parte tenerla
engañada como la tiene, la pobre vive con una venda en los ojos,
pero si ella es feliz lo acepto. No la voy a juzgar, solo no voy a ser
parte de ello. Me niego a transformarme en otra persona para
contentarlo.
—Un día tendrás que volver a hablar con él —dice Pedro como si
estuviera dentro de mi cabeza.
—¡Ojalá fuera como tú! —le respondo con sinceridad.
Aunque el caso de Pedro con su familia fue distinto al mío, él
también tuvo su desilusión con la suya. A él le dolió mucho cuando
descubrió los engaños y secretos, estuvo una larga temporada sin
hablar con su madre, pero al fin la perdonó y fue lo mejor que hizo,
cuando estaba sin hablarle era un alma en pena.
—Decidas lo que decidas, estaremos a tu lado.
Es una herida que creo nunca va a cerrar, no puedo mirarle a la
cara sin oír sus palabras en mi cabeza.
—Es hora de que te vayas.
—¿Me echas? —No le contesto, él sabe que mi cabeza ahora
mismo es un hervidero y que necesito estar a solas—. Vale, me iré.
Mañana vendrá Rubén a verte.
—¿Cómo está mi marica preferido?
—No lo llames así —me reprocha con gesto serio.
—Papá, sabes que es con cariño —digo con humor.
—No me eches mal de ojo, si tengo un hijo como tú me mato.
—Mentira. También seria tu preferido. —Sigo bromeando para
que no se vaya más preocupado de lo que ya está.
Ver su genuina sonrisa me hace preguntarme qué de bueno hice
en la otra vida para merecer su amistad. Creo que después de él
solo hay una persona en el mundo que me conoce tan bien y por la
cual sería capaz de cualquier cosa. Tengo una excelente relación
con Rubén, es tan fácil hablar con él… Rafa y Miguel son mis
hermanos, pero Pedro es especial, es como si de verdad él fuera mi
padre.
—No hagas ninguna tontería, ¿vale? Aguanta un poco más,
vamos a sacarte de aquí.
No digo nada, no hace falta. Sabe que confío en ellos
ciegamente. Al verlo darme la espalda para irse me entran ganas de
hacer como los niños pequeños: pegarme a sus piernas y pedirle
que no se vaya. El saber que tengo que volver a aquella maldita
celda me mata.
Mi consuelo es que en ningún momento creyeron las cientos de
pruebas que les pusieron delante. Sin embargo, aun no haciéndose
pública la noticia de mi detención, estamos perdiendo muchos
clientes. En el restaurante había testigos, ya veníamos perdiéndolos
de antes y el boca a boca está corriendo y todo porque fui un
descuidado con la seguridad informática de mi casa. Ahora tendré
que aguantar hasta que me saquen, porque sé que lo harán. Son los
únicos capaces de ello.
Desde mis visitas no autorizadas a tres semanas atrás pocos son
los días en los que no tengo que pelearme con alguien, hay veces
en las que estoy paseando por el patio y de la nada aparece alguno
a increparme y se lía una buena. Por culpa de eso estuve tres días
en aislamiento. Acabo de salir y el día de hoy está resultándome
sumamente raro. Nadie me mira, habla o se acerca. Me puse a
hacer ejercicios y vi algo en el patio que nunca había visto. Me
siento inquieto, hasta el ruido es menor hoy, en las semanas que
llevo aquí nunca he presenciado nada parecido. Hasta ayer mismo
estaba seguro de que eso de que hacían cuchillos con cepillos de
dientes, pastillas de jabón, metales y esta mierda que vemos en la
televisión era fantasías que nos vendían para engancharnos, estaba
convencidísimo de que era cosa de las películas. Sin embargo,
acabo de caer en la realidad: toda esta mierda existe de verdad, no
sé dónde logran ocultar estas cosas, nunca sabemos en qué
momento van a pasar a hacer una revista, hay veces en que estas
tranquilamente dormido y te levantan ponen todo patas arriba y
nunca supe que habían encontrado nada. Eso sí, hombres
dispuestos a molerte a palos a cambio de drogas, tabaco, tarjetas
telefónicas y dinero hay a patadas, de estos tuve el «honor» de
conocer a unos cuantos. Me da a mí que ahí afuera hay alguien
soltando muchos billetes para que estos hombres hagan tales cosas
conmigo. Lo que me salvó hasta ahora es que soy bueno en el
combate cuerpo a cuerpo, el ser aficionado a las artes marciales me
está salvando la vida. Ya visité la enfermería en tres ocasiones, pero
unos cuantos tuvieron que quedar hospedados en ella por cortesía
de mis puños y por eso mi castigo. Acumulé partes aun no siendo el
que empezaba las peleas. ¿Cómo mierdas voy a dejar que nadie
que no sean mis amigos entren aquí y arriesgarme a que descubran
la clase de monstruo en el que me estoy transformando? Eso no va
a pasar. En estas doce semanas y nueve días solo pude dormir
tranquilo cuatro noches, porque el que se supone que debería de
hacerme la vida un infierno no se imaginó que iba plantarle cara y
mandarlo a enfermería. Por eso dormí tranquilo durante aquellos
días. No obstante, en cuanto lo trajeron de vuelta, tuvimos otra
pelea y lo trasfirieron de módulo. Llegó un compañero de celda
nuevo y más agresivo que el anterior, las peleas volvieron a ser mi
pan de cada día hasta que le partí la nariz y el brazo y caí en
aislamiento. Pensé que me tiraría allí un mes, pero fueron solo tres
días. Me da igual las veces que me metan allí, mientras respire no
agacharé la cabeza. Solo conseguirán mi rendición con mi muerte y
creo que hoy este es su plan. Vi perfectamente cuando entregaban
a uno un arma de fabricación casera y el que la recibía no quitaba
los ojos de mí sin preocuparse de ocultarla de mi vista. Una
amenaza velada. Ahora solo queda saber cuándo vendrán a por mí.
El único guardia a quien le caigo bien viene en mi dirección. Evito
pasar mucho tiempo junto a él, aunque sea la única persona con
quien pueda tener una conversación sana y provechosa, pero no
quiero recibir el título de sapo.
—Jorge, es hora de volver a la celda.
Suelto el aire y me levanto, a medida que voy acercándome al
grupo de reclusos ellos van abriendo un pasillo para mí. Esta no es
una actitud normal en ellos, eso solo ocurre en dos ocasiones:
cuando el jefe de alguna banda o alguien de peso dentro va a pasar
o cuando van a ir a por la persona que está cruzando el pasillo. Yo
encajo en la segunda opción.
—Qué buena está la muñeca de pelo de fuego —grita uno de los
reclusos.
Escuchar el comentario me hierve la sangre. ¿Cómo narices la
conocen? Sé perfectamente que se refieren a Érica. Me giro para
volver, pero el funcionario me empuja para que siga.
—Ella estuvo aquí nuevamente —aclara el agente.
Dios… qué mujer más insistente.
—¿Sabe si vio a mi abogado?
—No, tengo entendido que se oculta de ellos.
Otra información sobre esta mujer que me intriga viene muchas
veces casi a la misma hora que ellos, pero nunca coinciden. No soy
como mis amigos, soy el macarra del grupo, no quiero esposa ni
hijos. No busco un romance, no engaño a nadie, en la cama doy
placer al que la comparte conmigo y busco el mío, todos quieren
repetir y solo una persona en este mundo vuelve a ella y me hace
sentir completo. Lo que ella quiere nunca lo va a encontrar conmigo.
Ya le dije por activa y por pasiva que no me busque, el día que logró
pasar a verme fui desagradable con ella con la esperanza de que
desistiera de una vez de la tonta idea de un nosotros, pero por lo
visto de nada sirvió.
—¿Se fue de buenas? —pregunto preocupado.
Tampoco quiero que nadie le diga o haga nada malo, es toda una
princesita y se merece ser tratada como tal. Si alguien le toca un
solo pelo se verá conmigo.
—Conoces la respuesta. —Claro que la conozco, ella no se rinde
y de seguro se expuso una vez más para intentar llegar a mí.
Sé por Pedro que habla con todos los que cree que podrán
ayudarla a verme, así fue como conoció a su pretendienta. ¿Cómo
es posible que no se dé cuenta del peligro al que se está
exponiendo?
Me adelanto y entro en mi celda, para mi alegría mi compañero
no está, me tumbo y empiezo a leer un libro de derecho. Aquí dentro
es lo que más hago, leer y ejercitarme para esta en forma para
partirles la cara a estos hijos de puta.
Fuera, como siempre, es un ir y venir de gente, mucho ruido y
corrillos de presos, agudizo el oído para ver si oigo al carcelero,
pero nada. Miro la hora y veo que queda poco para que nos
encierren y pasen para el recuento. Dejo mi libro, me cepillo los
dientes y vuelvo a acostarme.
Delante de la puerta de mi celda se amontonan unos cuantos
riendo y bromeando. Me pongo en alerta, eso no es lo normal y más
si mi compañero no está junto a ellos. Suena el aviso, estalla una
pelea afuera y todos tienen que recluirse en sus celdas, pero ocurre
todo lo contrario, estalla el caos. Sigo leyendo, pero sé que van a
venir a por mí y me pongo en alerta. El escándalo fuera es grande,
en estos momentos la puerta de mi celda está completamente
taponada; por debajo del libro veo como un recluso entra y no es mi
compañero. Al vivir y compartir horas y horas con una persona
pasas a conocer hasta el más mínimo detalle el uno del otro y estas
pisadas desde luego son desconocidas para mí. Voy a levantarme,
listo para defenderme, pero resulta que son dos, y son más rápidos
que yo. Uno me sujeta mientras el otro me asesta una puñalada en
el costado. Intento defenderme como puedo, pero es inútil, son dos,
están de pie y tienen un arma. Aun así, me debato, intentando
librarme de su agarre. El que me apuñaló se acerca mi oído.
—Nada de dar el aviso hasta mañana. Si lo haces, la pelirroja,
Dalila y uno de tus amigos sufrirán un fatal accidente.
En este momento dejo de debatirme. Jamás haría nada para
poner a mi hermana en peligro, acabarían con mi mundo. Es tan
inocente… no es capaz de ver lo que la rodea. Muchas veces pensé
en ir a por ella pero destruiría su mundo, me vería obligado a
contarle la verdad sobre mi distanciamiento con nuestro padre y eso
la destrozaría. ¿Y Érica? ¿Cómo narices aquella loca se puso en
esta situación? Si la tocan, del que lo haga no quedará ni la sombra,
y si hacen algo con alguno de mis amigos me muero.
El tipo que me ha apuñalado pasa su lengua por mi rostro y salen
corriendo de mi celda, dejándome malherido. En cuanto cruzan la
puerta, los disturbios afuera terminan y mi compañero entra como si
nada estuviera ocurriendo. Tarareando una canción se yergue, me
tapa y se acuesta en su cama.
—Sé bueno y no digas nada. No quiero hacerte cositas… —me
advierte desde abajo.
Sé que la amenaza no es un farol por lo que me quedaré callado,
haré el mínimo esfuerzo para ralentizar el bombeo de la sangre.
Prefiero morir a vivir con la culpa de haberlos puesto en peligro.
Presiono mi herida intentando cortar la hemorragia, evito
moverme o respirar fuerte todo con tal de no hacer esfuerzo. El
dolor es punzante. «Por favor, que pasen de una vez haciendo el
recuento». Mi compañero no dice ni hace nada, está en su sitio
como si tal cosa.
Respiro aliviado cuando siento la voz del funcionario de
prisiones, llamo a mi compañero y el muy… empezó a darle
conversación prolongando mi angustia. Cuando me llama por mi
nombre tomo aire, hago un esfuerzo por sonar normal pero fallo, mi
voz sale débil y no me escucha y me manda poner un brazo hacia
fuera de la cama para que me vea. Doy gracias por no haber
presionado con las dos manos mi herida, si lo hubiera hecho la vida
de la gente a la que quiero estaría en grave peligro. La luz de la
linterna refleja sobre mi mano y se va. Cuando lo siento lejos, con
mucho sacrificio, me levanto y cojo tres de mis camisetas. Una la
doblo para usarla como compresa, las otras dos las rompo por la
mitad. La doblada la presiono sobre la herida y las otras dos las
pongo como venda. Con dificultad vuelvo a la cama y me acuesto,
rezando para que las horas pasen rápido. El que me agredió sabía
lo que se hacía, la herida es de muerte lenta. Aguantaré hasta
mañana pero no sé en qué condiciones me van a encontrar.
Capítulo 4

Érica
Hace dos semanas que estoy de vuelta a Brasil, pero mi corazón
sigue en España. Durante más de dos meses mi vida quedó
completamente estancada. Trabajaba desde el portátil, hice a mi
equipo viajar a Sevilla y montar una sala de conferencias en el hotel
en el que estaba hospedada y desde allí dirigí parte de mis negocios
mientras aquí mi padre asumió el mando en mi ausencia. Tengo
mucha suerte en contar con su apoyo, aguantó las quejas de mi
madre cuando yo empecé a ignorar sus llamadas. Mi madre sería el
ser más feliz del mundo si pudiera manejar mi vida. Es una mujer
cargante, de estas personas a las que les gusta tener el control de
todo, y el no saber dónde y con quien estaba yo la estaba volviendo
loca.
Desde el día en que se llevaron a Jorge delante de mis ojos no
pude dormir una sola noche tranquila, aquella triste imagen era una
película en blanco y negro que no dejaba de repetirse en mi
memoria.
—Jorge Gallardo, queda detenido. —Eso fue lo único que
escuché, a partir del momento en que la palabra «detenido» entró
por mis oídos no fui capaz de quitar los ojos de encima del hombre
al que quiero. Ver cómo lo sacaban del restaurante esposado como
a un criminal me hizo reaccionar.
—¿A dónde lo llevan? —pregunté angustiada, y me ignoraron—.
Jorge, las llaves de tu coche.
Yo había ido en taxi y no tenía tiempo de buscar uno.
—En mi bolsillo —contestó catatónico. Corrí hasta él y pude
cogerlas antes de que el policía me apartara.
Como loca, salí por el parking apretando la llave para localizar el
vehículo. Cuando por fin lo encontré, ya no estaban. Sin pensarlo,
seguí el ruido de las sirenas y por suerte los avisté detenidos en un
semáforo. Desde allí los seguí hasta comisaría y después toda mi
vida se centró en sacar a Jorge de la cárcel.
Estos dos últimos meses sin duda están siendo los peores de mi
vida. Perdí kilos, tengo ojeras y una constante opresión en el pecho,
me muero de miedo de que en cualquier momento alguien se
acerque a él y lo mate.
Ofrecí más dinero para que los hombres que trabajan para mí se
empeñaran más en sus búsquedas. Tardaron más de lo que me
gustaría en dar con algo fiable, están impresionados con la destreza
del que está por detrás de todo esto. Fue difícil, pero dieron con las
pruebas de su inocencia y se aseguraron de que no hay nada más
que puedan achacarle. Tardaron en poder dar con la grabación en la
que un hombre muy parecido a él entra en un banco en Fiyi
cargando con dos maletines donde se supone que llevaba dinero.
Estas imágenes fueron borradas del sistema de vigilancia del banco,
les costó mucho dar con el fragmento que tenemos. De seguro el
que quiere incriminarlo tiene en su poder la versión original y la
editada en donde no se ve bien el rostro de la persona que lo
suplantó. Todo aquel que mira la grabación afirmaría que el del
video es él, la similitud es asombrosa, pero para los que lo
conocemos no hay ninguna duda, esa persona no es nuestro Jorge.
En cuanto termine la reunión que está a punto de empezar volaré
a Madrid para estar allí cuando lo liberen.
Con todo lo que está ocurriendo, Fátima está instalada
indefinidamente en España. Ya matriculó a los pequeños en un
colegio y todo, ella hace como yo, ambas nos pasamos la vida
dentro de un avión para atender nuestros negocios.
La reunión a la que debo ir hoy es con un grupo de inversores
españoles que viajaron para conocer la sede de mi empresa.
Cuando recibí su oferta me sorprendió que se hubieran fijado en
esta compañía y que hayan insistido como lo hicieron para que
tuviéramos un encuentro, son conocidos en el mercado y asociar
nuestros nombres es bueno para ambos. Estoy concentrada en ello
cuando suena la línea interna. Es mi fiel secretaria avisando de que
ya están todos en la sala de juntas. La puerta de mi despacho se
abre y entra mi adorado padre, este hombre es todo para mí, no sé
qué sería de mi vida sin él.
—¿Cómo está mi hija preferida?
—Por el momento soy la única —contesto con alegría.
—Siempre serás mi mayor amor —dice mi padre con afecto.
—Y tú el mío, papá.
—¿Lista para destrozar el ego de unos cuantos engreídos que
creen saberlo todo? —Me rio, mi padre dice que soy despiadada en
los negocios y que hago tragarse el orgullo a los hombres que
trabajan conmigo.
—Lista.
Me da un beso en la frente y se adelanta, nunca entra conmigo,
siempre dice que le gusta ver cómo entro iluminando la sala. Recojo
mis cosas y voy en dirección a la sala de juntas. Abro la puerta y en
seguida el ruido cesa. Todas las miradas recaen sobre mí, llevo un
vestido básico negro con una americana amarilla, tacones del
mismo color de la americana, el pelo recogido en una coleta y un
suave maquillaje.
—Buenos días, señores —saludo, mirando a todos los presentes,
y camino en dirección a mi silla, que preside la mesa de juntas. Mi
padre está sentado a mi derecha.
Al mirar al frente me quedo sorprendida, de los seis hombres que
están en la mesa el que está sentado al otro extremo no me mira,
está analizando detenidamente los papeles que mi eficiente
secretaria dejó sobre el mueble. Le doy un par de minutos mientras
los demás, que todo indica que son sus asesores, lo miran con
preocupación. En otras circunstancias ya estaría enfadada, pero me
está divirtiendo ver cómo arruga la frente y subraya cosas en el
documento.
—Bueno, señores, iniciamos la reunión —digo con un tono un
poco más elevado.
Mi padre y mi secretaria están conteniéndose por no reírse, el
pobre hombre se asustó con mi voz y dio un respingo. Yo también
reprimo una sonrisa, es muy atractivo y ahora mismo me está
mirando directamente a los ojos.
—Perdóneme, señorita Ferreira.
—No se preocupe, podrá analizar los gráficos con detenimiento
dentro de un rato.
—Si los números que reflejan aquí son reales, es usted una mina
de oro. —Antes de decir esto último se humedece los labios y no sé
muy bien cómo tomarlo.
—Son reales, y son del último semestre. ¿Comenzamos con la
presentación? —digo tajante para que no se haga ideas
equivocadas.
Uno de los empleados de Roberto se levanta a hacer la
presentación, me exponen sus propuestas, donde deja muy claro el
enorme deseo de asociarse a mí para el nuevo proyecto que tengo
entre manos, el que llevé a cabo en Brasil está siendo todo un éxito
y lo quiero extender a distintos países. Por eso busqué un abogado
en España, el primer país en que lo quiero implantar es allí. Muchos
me llamaron loca por invertir en el sector de la construcción ahora,
pero en este momento solo estoy adquiriendo terrenos a lo largo del
mundo y el que me gustó en España está muy cotizado, pero será
mío cueste lo que cueste y estos inversores quieren apoyarme en
ello porque saben que no perderán su dinero. Mis obras no dan
inicio con préstamos bancarios, yo financio mis propias
construcciones. Los bancos no me ponen las condiciones, yo soy la
que se las pone a ellos a la hora de vender mis inmuebles. Todos
los que desean lo mejor quieren uno de mis pisos, casas, salas de
negocios… lo que sea que construyo. Todo lo que hago lo hago
bien, solo trabajo con los mejores arquitectos, decoradores y
materiales, por supuesto.
Los escucho y hago como que estoy interesada, pero no me
ofrecen nada nuevo por lo que acabo de perder mi tiempo y eso me
enfada muchísimo. Todo lo tímida, miedosa e insegura que soy en
mi vida civil, como empresaria soy lo contrario. Soy implacable,
nadie me engaña o se queda con lo que debe de ser mío. No
rechazo a los inversionistas, pero para trabajar conmigo no me
basta solo poner el dinero encima de la mesa, el dinero no es mi
problema, yo quiero rodearme de gente competente que sabe lo que
quiere y puede aportarme cosas nuevas, y eso cada día es más
difícil de encontrar.
—Señorita Ferreira, ¿qué le parece?
—Más de lo mismo —suelto sin rodeos y los presentes abren los
ojos como platos.
—¡No comprendo! Acabo de ofrecerle un gran negocio.
—Su propuesta es igual a la docena de propuestas que recibo
una y otra vez.
—Pero estoy seguro de que la inversión no es la misma…
—No busco el dinero de otros para realizar lo que quiero, quiero
sus cerebros, sus ganas de crear algo exclusivo.
—La respuesta entonces es…
—Mi equipo contactará con usted.
Empiezo a recoger mis cosas mientras el proyecto de socio sigue
sentado, mirándome como si hubiera visto la luz. Lo ignoro e indico
a mi gente que apaguen el monitor antes de darme la vuelta para
abandonar la sala de juntas.
—Señores, un gusto en conocerlos.
—Espere —dice Roberto y sujeta mi brazo, mi padre
rápidamente viene en mi dirección, pero le hago un gesto para que
se detenga, miro dónde tiene la mano y, como si quemara, me
suelta—. Sé que va a rechazar mi oferta, ¿puedo hacerte otra?
Eso no es habitual, normalmente cuando reciben un «no» se
endurecen. Alguno que otro dice que no tengo la menor idea de
negocios, otros me insultan, pero pedir una segunda oportunidad es
la primera vez que ocurre. Miro a mi asesor, que es mi padre, y a mi
secretaria y ambos tienen una sonrisita en la cara.
—Soy toda oídos —acepto.
—Tome una copa conmigo. —Pestañeo un par de veces para ver
si es real, los míos están mirando a otro lado.
—No te confundas —le reprendo sin nada de amabilidad.
—No es una cita, es solo para explicarle algo que tengo en
mente pero que mi padre, el fundador de la empresa, rechazó como
inviable por el simple hecho de ser algo nuevo.
Oh…, yo pensando que este espectacular hombre me estaba
tirando los tejos cuando en verdad quiere proponerme otro negocio.
—Lo de llevar la contraria a los padres me encanta —digo
esbozando una sonrisa—. Ahora tengo que volar a España, cuando
regrese mi secretaria concertará una reunión con usted y
hablaremos.
—¿Podemos vernos allí?
—Allí no estaré por trabajo. —No pienso emplear ni un minuto en
los negocios mientras este allí.
—Tome, este es mi número. —Él coge mi mano la pone hacia
arriba y posa sobre ella su tarjeta, veo que está escrito a bolígrafo
su número personal. Eso me hizo recordar cuando metí en el bolsillo
de Jorge mi tarjeta con mi número.
—Vale, estaremos en contacto.

Ya en Madrid, y sin saber qué hacer con los nuevos datos que
recibí, llamé a Fátima que al oírme me ordenó que no salga de casa,
ella no sabe lo que es, pero aun así se ha alterado mucho y eso es
preocupante. La información, por supuesto, está a buen recaudo, no
la tengo conmigo y tampoco sé dónde la tienen las personas que he
contratado. Crecí en medio de ataques y robos corporativos pero
todo esto va más allá. Es un plan muy bien elaborado con fondos
ilimitados… ¿y todo para atacar un bufete de abogados? Vale,
Pedro y sus socios tienen una buena vida, pero ninguno se puede
decir que es millonario. Bueno, Jorge sí, pero su dinero es de
herencia, no tiene nada que ver con su trabajo. Por más vueltas que
le doy no llego a ninguna conclusión.
Carlos, mi fiel amigo desde el día que volví de la casa de los
padres de Jorge desencajada y furiosa, no deja de recriminarme y
decirme que debo alejarme, que me estoy metiendo con gente
peligrosa. No deja de preguntarme por qué tuve que meterme en
este lio. Está intranquilo, yo también. No obstante, ya no sé qué me
preocupa más, si lo de los ataques en contra de los chicos o la
actitud del padre de Jorge. Quizás debería pasar todo eso a manos
de Nuria y Damián y desaparecer, aunque estoy segura de que
volverían a quedarse estancados. La empresa de Nuria y Damián
desarrolla tecnología, no contratan a hackers para investigar trapos
sucios. La que se vio obligada a hacer tal cosa fui yo. Por desgracia,
hace ya tiempo tuve que contactar con esta gente por primera vez
para solucionar un grave problema de espionaje corporativo y al ver
la facilidad con que se metieron en los archivos de mis enemigos,
descubrieron sus planes y los eliminaron en cuestión de horas, se
me ocurrió pedirles que se encargaran del caso de Jorge. Son tres
hombres de entre veinte y treinta años. Cuando les conté lo poco
que sabía se interesaron en seguida. Lo que los animó no fue el
dinero sino la complejidad del asunto. Tuve mucho miedo cuando
me pidieron los números de teléfono de todos los chicos y si tenía
sus correos electrónicos. Aun reticente, les di todo lo que tenía. Solo
un día después volvieron con una información preocupante,
después de eso era un goteo agónico de malas noticias. Me dijeron
que no fue nada fácil dar con una de las muchas bases de
operaciones, la de aquí esta afincada en un lugar que nadie se
imagina: en Vallecas. Me dejaron bien claro que esta es solo una
puntita del iceberg, que la cosa es grande y que todavía no dieron
con el origen principal, que tiene capas y capas de protección casi
impenetrable.
Parecían niños con su juguete nuevo. Evito encontrarme con
ellos, entre que me dan miedo y que no pueden relacionarnos solo
los veo si es estrictamente necesario. Y me da a mí que de ahora en
adelante tendré que está en contacto con ellos con frecuencia.
Están en Brasil, entienden el español, pero no hablan, dominan el
inglés, pero no les gusta tener contacto con mucha gente, este es
uno de los motivos por el cual les tengo miedo. Cuando les pregunté
el por qué cambiaron de asunto y empezaron a explicarme que
llegados a este punto van más lentos porque tienen que ir con
mucho cuidado para no ser descubiertos, que si los pillan podrían
tardar meses o quizás no lograrían dar con ellos nuevamente.
Fátima avisa de que está abajo, doy un beso a Carlos y salgo a
su encuentro.
—¿A dónde vamos? —pregunto cuando la veo pasar de largo de
su residencia.
—A la casa de Pedro.
—Fátima…, dije que quería hablar contigo… —la recrimino.
—Confía en mí.
—¿Qué haremos con todo lo que sé?
—Por el momento les entregaremos lo que exculpa a Jorge y lo
demás lo guardaremos para nosotras.
—¿Y por qué?
—Están ocurriendo unas cosas raras y sospecho de una
persona.
—Vale.
No la cuestiono, confío en ella. Sé que su mayor deseo es
acabar con la pesadilla de sus amigos y el hermano de su esposo.
El dinero aquí es lo que menos importa. La presión acumulada
explota en forma de lágrimas, llevo todo ese tiempo manteniendo el
tipo, pero ya no puedo más.
—Ven aquí. —Fátima tira de mí y me abraza.
—Tengo miedo —sollozo abrazándola también.
—No te preocupes. No permitiremos que le pase nada.
Quisiera creerlo, pero algo me dice que todo eso va mucho más
allá.
Somos recibidos por Paula, que nos saluda y nos lleva directas al
despacho de su marido. Junto a él están todos
—Érica, ¿cómo conseguiste esta información? —pregunta Pedro
yendo directo al grano.
—Salúdala primero —lo reprende Fátima.
La miro desilusionada, ¡les contó sin mi permiso! Se da cuenta
de lo ocurrido, comprende que estoy molesta y susurra una
disculpa.
—Lo siento, es que estoy muy preocupado —se excusa Pedro, y
la angustia en su voz es tanta que mi desilusión desaparece.
—No os preocupéis —digo quitándole importancia.
Entiendo perfectamente a esta gente. Les explico todo desde el
principio y todos en la sala no hacen más que agradecerme, aunque
están preocupados por mi seguridad. Mientras les voy explicando
sus preocupaciones van aumentando. Se vuelven locos al descubrir
que todo lo que los hackers descubrieron fue solo con el número de
sus móviles y el email de algunos.
—Está claro que somos un blanco fácil —dice Miguel.
—Lo que pasa es que ahora no podemos extremar mucho la
seguridad, si lo hacemos desconfiarán. Podemos ponerles más
difícil acceder a nosotros, pero no cerrarles todas las puertas —
afirma Rafael, y todos estamos de acuerdo.
—Érica, ¿tus chicos dieron con la ubicación de su base de
operaciones? Con estas pruebas podemos sacar a Jorge de la
cárcel, pero la persona que tenemos detrás es muy poderosa y de
seguro tiene un as en la manga por si lo logramos —dice Pedro.
—Y por eso debemos tener pruebas físicas y por lo menos a un
detenido, para así derribar cualquier posibilidad de que puedan
volver a encarcelar a nuestro hermano —dice Rubén.
—Esperad —llama la atención Fátima—. Sabéis que en el mismo
momento que la policía intervenga y saquemos a Jorge de la cárcel
volveremos a estar a cero.
—Da igual, lo primordial aquí es sacarlo de la cárcel —dicen los
cuatro a la vez.
—¿Estáis tontos o qué? —interroga Fátima cabreada—. En
ningún momento pasó por mi cabeza dejar a Jorge un minuto más
dentro de aquel lugar.
—Tranquilízate, mi morena —dice su marido, conocedor de su
carácter.
—Estoy tranquila, solo estoy actuando desde el punto de vista
táctico. Tenemos que contactar con los chicos de Érica para que,
cuando la policía ponga el pie donde ellos están, automáticamente
blinden todos nuestros sistemas para que no puedan acceder a
nada más.
—Tienes toda la razón, y también debemos pedir que revisen
bien si no hay nada suplantado para entonces —sugiere Miguel.
—Me parece muy arriesgado dar vía libre a todos nuestros
sistemas a unos desconocidos —refuta Rubén.
—Antes yo también hubiera dicho eso, pero ahora es la mejor
baza que tenéis —sentencia Fátima.
Mientras ellos discutían yo he contactado con los chicos, que
tenían la música a tope y, para mi disgusto, estaban felices con el
desafío que tenían por delante. Me han dicho que seguramente
tengan un troyano listo para infectarlos en estos casos, pero que los
pararían antes de que se descargara, dañara sus archivos y les
diera nuevos accesos. Para mí estaban hablando en chino, pero les
seguí la corriente.
—Chicos —llamo la atención de los presentes, aún al teléfono
con los hackers—. Ellos son tres y vosotros sois cinco. Me
preguntan si pueden llamar refuerzos.
—Lo que haga falta, que no se preocupen por el dinero —
contesta Fátima, y la abuchean, sacándole una sonrisa.
Es imposible no querer a estas personas. Los miro con genuina
admiración, me encantaría sentirme parte de la familia que son.
Tener a alguien que hiciera todo por mí no por mi estatus, nombre o
dinero. A cada minuto que paso junto a ellos más deseo conocerlos
mejor.
Al móvil y correo de todos llega la dirección y todo lo que los
hackers han recabado hasta ahora. Rubén pide mi teléfono por
miedo a que tenga el suyo pinchado; aunque es un numero nuevo y
con medidas de seguridad implantadas por la empresa de Damián y
Nuria prefirió no arriesgarse. Llama a su tío, que es delegado de la
Guardia Civil de Asturias, le cuenta por encima lo que está
ocurriendo y pregunta si podía echarles una mano. No puedo
escuchar en qué quedan porque Fátima me aparta de los demás, no
puedo evitar llevar mi mano a su barriga, es su tercer embarazo y
está esplendida. Las hormonas le juegan una mala pasada y
empieza a llorar, la abrazo para tranquilizarla, pero sus sollozos
llaman la atención de los presentes y en nada estamos rodeadas
por todos. Su marido, que hasta este momento se mantuvo callado,
se acerca a nosotras, la atrae a sus brazos y la llena de besos
seguidos de palabras de cariño. Deseo tanto lo que esta gente
tiene… De todas mis amigas la única a la que envidio es ella, su
matrimonio no le trajo solo un maravilloso marido, le regaló una
familia enorme llena de amor y nada en el mundo puede contra ellos
cuando están unidos. Discretamente me aparto y me limpio las
lágrimas, están tan pendientes de ella que siquiera percibieron que
me he alejado. Paula entra con el vaso de agua que fue buscar para
Fátima y, al verme en una esquina, pasa de largo atrayendo así la
atención de los demás. Al sentirme el centro de todas las miradas
me pongo tonta y rompo a llorar. ¿Qué mierda me está pasando? Sé
ocultar mis emociones, pero con ellos parece no funcionar, es como
si te hicieran lavar tu alma y dejar salir todo lo que te angustia. Sí,
soy rara, tengo un rollo medio zen. Fátima se deshace del agarre de
su marido y viene a por mí, es la única que me conoce de verdad
aquí.
—Chicas, vamos fuera, dejémosles trabajar —dice Paula
recibiendo una mirada de admiración de su pareja.
—Ellos me necesitan aquí para contactar con los… chicos —
digo. No quise decir hackers y no supe cómo nombrarlos.
—No te preocupes, ve a tomar el aire —dice Pedro y no me lo
pienso, siento una opresión muy grande en el pecho, no sé qué es,
pero tengo muchas ganas de llorar.
Al cerrar la puerta detrás de mí dejo que todo salga. Las dos
mujeres me miran asustadas, tanto es mi llanto que no soy capaz de
hablar. Estoy muy preocupada, cada vez que me puse así perdí a
alguien a quien me importaba. La opresión dentro de mi pecho es
tanta que llega a doler.
Capítulo 5

Pedro y amigos
Después de atender a Érica e intentar sin mucho éxito tranquilizarla,
estuvimos toda la madrugada organizándonos para sacar a nuestro
amigo de la cárcel. En este momento nos encontramos de camino al
juzgado.
—Rafa, para el coche —ordeno preocupado, son las nueve de la
mañana y que me llamen de prisión a estas horas no puede ser
nada bueno.
—¿Qué ocurre? —preguntan todos a la vez.
Con el corazón a mil por hora les enseño el número que tengo en
pantalla y todos se miran con la misma expresión que seguramente
tengo estampada en la cara; preocupación. Llevamos muchos años
en esto y sabemos que las llamadas de prisiones a estas horas
difícilmente son para dar buenas noticias. Rubén se impacienta y
me quita el móvil de la mano, normalmente soy el resolutivo, pero en
este momento estoy sobrepasado. Todos estamos pendientes de
nuestro amigo, pero me siento responsable por lo que le está
ocurriendo. Tengo claro que el objetivo del que nos ataca es
hacerme daño a mí y ellos están siendo daños colaterales. Por una
vez, la suerte está de nuestro lado. Encontramos un área de servicio
y abandonamos la carretera.
Rubén esta callado con el teléfono en el oído, somos expertos en
ocultar nuestras emociones y ahora mismo él es un bloque, apenas
pestañea, solo escucha. Actúa como si no tuviera nadie más a su
lado, pero a medida que la persona al otro lado va hablando su
muro empieza a resquebrajarse. Sus ojos están brillantes, sus labios
tiemblan y sabemos que está a un suspiro de dejar salir sus
emociones.
—¿Para dónde lo llevaron? —pregunta con voz apagada.
Fue lo suficiente para que los cuatro nos lanzáramos a por el
móvil para hablar con quien quiera que esté al otro lado de la línea.
Como puede, Rubén se libra de nosotros y sigue escuchando lo que
le están diciendo.
—Dilo de una vez. ¿Qué está pasando? —pregunto muerto de la
preocupación.
—Rafa, arranca y da la vuelta ya mismo. —Mi amigo mira al
frente y se desespera, estamos en plena M30 y el próximo desvío
está a varios kilómetros—. ¡Arranca! —grita Rubén y Rafa
reacciona.
Daniel empieza a mirar en el móvil a ver si hubo motines en la
cárcel o algo que nos saque de este sinvivir, Rubén está en shock.
—¿Qué pasa con Jorge? —pregunta Miguel, que parece más
calmado, pero todos sabemos que está igual de preocupado.
Rubén por fin corta la llamada y ya no puede contener las
lágrimas, las deja correr por su rostro preocupándonos todavía más.
—Apuñalaron a Jorge y tuvieron que trasladarlo en helicóptero al
hospital.
—¡¿Y qué más dijeron?! —pregunto con el corazón en un puño.
—¡Joder, Pedro, déjame digerirlo! —me grita, pero no lo tengo en
cuenta.
Sus hombros empiezan a temblar e inevitablemente a todos se
nos escapan las lágrimas, hace mucho nos dejó de importar que nos
viéramos los unos a los otro llorando, vivimos y superamos muchas
cosas juntos, sabemos lo que somos para tener esas tonterías. Doy
gracias de que no sea él el que está conduciendo, todos estamos
superados. Menos mal que el que tiene el volante es el más
controlado de todos, pero aun así se ve por el retrovisor que se le
humedecen los ojos.
—Respira y dinos lo que sabes —le pido con tranquilidad.
En situaciones normales dejaríamos que se tomara su tiempo,
pero ahora algo me dice que no disponemos de mucho.
—Lo apuñalaron ayer por la noche y está muy mal. —Nos cuenta
palabra por palabra todo lo que le fue dicho. Sabemos que hay
mucho más, pero los de la cárcel nunca nos dirán lo que realmente
ocurrió, hay mucho en juego y se guardan las espaldas.
Deseo zarandearlo, exigiendo que me diga más, necesito saber
todo, pero solo lo sabremos cuando Jorge quiera contarnos. No es
capaz de decir una sola palabra más, se derrumba por completo
mientras Rafa el comedido pisa a fondo el acelerador. A ninguno
nos importa el límite de velocidad en estos momentos, lo único que
deseamos es llegar a mi casa cuanto antes.
Entramos por la puerta y tres cabezas se giran a mirarnos, Érica
es la primera en ponerse de pie y las demás la secundan.
—¿Qué ha pasado con Jorge? —pregunta ella sorprendiéndonos
a todos, decidimos no llamar para no preocuparlas sin que estemos
delante.
No es posible que sepa nada, aunque todos tengamos los ojos
rojos su pregunta viene con una afirmación de por medio.
—¿Por qué estás segura de que le pasó algo? —le pregunto
desconcertado.
—Por favor, dime, ¿qué le pasó? —pide a punto de llorar.
Fátima y Paula ya están llorando, ambas abrazan a Érica que de
todos los presentes es quien mejor mantiene sus emociones a raya.
—¿Cómo te enteraste?
Con todo lo que está ocurriendo mi sutileza e inteligencia me
abandonaron por completo. Acabo de confirmarles que sí ha
ocurrido algo de la peor manera.
—Pasé una mala noche y sentí que alguien que me importa está
en peligro. —Doy un paso al frente y la abrazo.
—Jorge es fuerte, va a salir de esta.
—Pedro, algo muy grave le está pasando, lo puedo sentir.
Ninguno somos capaces de disimular el asombro por sus
palabras, por lo que nos contó Rubén Jorge fue apuñalado ayer por
la noche.
—Fátima, el avión está listo para el despegue —informa Daniel.
—El mío también lo está —dice Érica—. ¿Cómo se encuentra
Jorge? —vuelve a insistir.
—Grave. —Le contesto con la verdad, no tiene sentido querer
engañarlas, de una manera u otra se van a enterar.
—De acuerdo. Pues vamos. —Dice ella.
Paula va a por sus cosas mientras Fátima y Érica ultiman con los
pilotos los detalles para nuestro despegue. Vamos en el avión de
Érica, el de Fátima tardaría más. Ella ya tiene la autorización de
despegue, tiene el avión revisado y repostado, el de Fátima aterrizo
hace pocas horas, está en el hangar y todavía no se pusieron con
él.
En pocos minutos abandonamos mi casa, dejando a los niños al
cuidado de mi madre. Nos dividimos en dos coches. En uno vamos
Paula, Rafa, Miguel y yo; en el otro Daniel, Fátima, Érica y Rubén.
Una hora y veinte minutos después aterrizamos en Málaga y
vamos directos para el hospital.
Con mucho sacrificio logramos que las chicas nos esperen fuera,
no les permitiríamos pasar sin la autorización de él. Aunque Jorge
este inconsciente su voluntad será respetada. Ellas refunfuñaron
pero sé que en el fondo nos comprenden.
Caminamos de un lado a otro en busca de información y no nos
dicen nada, mi preocupación es tanta que voy a hacer algo que sé
que me traerá problemas pero si el precio por salvarle la vida es
perder su amistad, estoy dispuesto a pagarlo.
—Chicos. —Llamo a mis amigos—. Nos quedamos sin recursos,
tenemos que reconocer que nuestro enemigo es más fuerte y listo
que nosotros y si no hacemos nada va a matar a nuestro hermano
—digo luchando por contener las lágrimas.
—Hazlo, llámalo —me animan de uno en uno.
No sé qué sería de mi vida si pierdo a estos hombres, entre
nosotros no hacen falta discursos, mucho menos explicaciones
extensas, casi siempre sabemos lo que pensamos o deseamos.
Meto la mano en el bolsillo y saco el móvil.
—Manuel, soy Pedro.
—Ah, tú. ¿Liberaste a mi hijo? —Así es este hombre, él nos odia,
nos acusa de haberle robado a su hijo cuando la verdad es que lo
salvamos.
—Desgraciadamente no, y necesito su ayuda.
Si tuviera otra opción el sería la última persona a quien llamaría,
su risilla desdeñosa, de satisfacción, al oírme pidiéndole ayuda es
asquerosa. ¿Cómo una persona puede ser tan prepotente?
—¿Para qué soy bueno? —pregunta.
—Para evitar que en el segundo intento logren su cometido.
—Sé más claro, chico.
—Soy un hombre, señor, y seré más claro: intentaron asesinar a
su hijo en la cárcel. Pida su traslado para Madrid.
Sé que estas no son maneras de dar una noticia así a un padre,
pero este hombre logra sacar lo peor de cada uno con su aire de
superioridad, autoritarismo y poder.
—¿Dónde está mi hijo? —dice con voz tensa.
—No puedo decirte.
—Te ordeno que me lo digas ahora mismo.
—No soy uno de tus títeres, a mí no me das órdenes.
Llevo años deseando decirle lo que pienso y llegó mi
oportunidad, sé que quiere el bien de su hijo, que había esperado
hacer de Jorge su sucesor, pero para suerte nuestra y de nuestro
amigo, lo único en común que tienen es la sangre.
—Yo no tengo títeres.
—Es verdad, no lo tienes. Pero tratas a la gente como si lo
fueran.
Miro a mi lado en busca de la realidad y me alegro de verme
rodeado por mis amigos, que tienen una sonrisa de satisfacción en
la cara. Por un momento llegué a pensar que estaba soñando,
acabo de dejarlo sin palabras. Seguramente nadie nunca se había
atrevido a hablarle de esta manera.
—Nunca fue mi intención —se defiende con voz tranquila.
Podría hacer leña del árbol caído, pero no soy así y ahora
necesito que mueva sus contactos para sacar a mi hermano de
donde está. Lo demás, sintiéndolo por los que le padecen, para mí
carece de importancia.
—No tienes que justificarte ante mí. Ayúdeme a sacar a Jorge de
Morón de la frontera.
—¿Dónde está ahora? —insiste.
—No te lo puedo decir.
—Pues lo descubriré por mis propios medios —gruñe enfadado,
presionándome.
—Haz lo que te pido, por favor. Te necesitamos aquí, pero ya
rompí una promesa y no puedo romper otra. Ayúdanos a ayudar a tu
hijo.
Escucho al fondo a la madre de Jorge preguntándole con quién
habla, qué ha pasado. En su voz se nota preocupación, los oigo
discutir y me siento fatal por causarle más problemas, pero tengo
que sacar a Jorge de Andalucía como sea.
—Pedro, hijo, soy Lidia. ¿Cómo está mi niño?
Los brazos de mi mujer me abrazan por detrás, miro al techo
para centrarme y no derrumbarme preocupando todavía más a esta
madre que se encuentra a kilómetros de distancia de su malherido
hijo.
—Ojalá pudiera decirle que está bien, pero no es así.
—¿Dónde está?
—En el hospital. —La mujer suelta un desgarrador grito y todos
empiezan a hablar a la vez al otro lado de la línea, sé que son los
hermanos y primos de Jorge. Eso me va a traer problemas, no tengo
duda de ello, pero tienen derecho a saberlo.
—Pedro, cogeremos el primer vuelo para Málaga —dice José, el
hermano mediano de Jorge.
—Aquí os esperamos.
—Pedro —me llama Fátima—. Diles que mi avión los trae,
enseguida estará listo para el despegue.
No hace falta que lo repita, José la escucho y ya transmitió el
mensaje a su familia que ahora discute quién viene y quién no. Son
tan arrogantes que ni siquiera pararon a preguntar quién es la dueña
del avión. No me quedó escuchando, cuelgo la llamada y me abrazo
con mis amigos, cuando hayan terminado con sus batallas de ego
que me llamen y me pidan la información necesaria para su
embarque. No puedo dejar de pensar en Jorge, si lo pierdo buscaré
al culpable debajo de la última piedra del mundo y lo mataré con mis
propias manos. Él no se merece eso. Es una persona que no se
mete con nadie, odia las injusticias, lucha por lo correcto y es leal
hasta la muerte, sin contar el gran corazón que tiene. Y ahora está
ahí dentro luchando por su vida.
Érica esta desconsolada, entre todos estamos intentando
arroparla pero no hay manera. Cuando mi amigo se recupere —
porque sé que va a salir de esta, es fuerte y cabezota como nadie y
no va a dar el gusto al que nos quiere joder de quitarlo de su camino
— tendremos que hablar con él en serio sobre ella. Esta mujer está
destrozada, se merece que la siente y le diga claramente lo que los
separa para que siga con su vida y encuentre a alguien merecedor
de su amor. Nunca tuve trato con ella, ninguno, para decir la verdad,
pero en estas pocas horas que estamos juntos ya ganó mi respeto y
admiración.
Capítulo 6

Jorge
Con dificultad abro los ojos; intento moverme, y una fuerte punzada
en mi costado hace que todos los recuerdos vengan de golpe a mi
mente. En fracción de segundos revivo el momento en que fui
atacado y el miedo se instala en mi cuerpo. No quiero morir, aún no.
Miro a ambos lados, buscando el peligro. La dulce voz de mi madre
me trae de vuelta, sigo el sonido y me encuentro con sus bonitos
ojos rojos de tanto llorar.
—Él no está aquí.
Tengo la garganta seca y me cuesta hablar, aunque mi escrutinio
no era en busca de mi padre siento un gran alivio al saber que no se
encuentra cerca. No me gusta que esté así por mí culpa, para evitar
verla con ese dolor en los ojos es que me fui de casa. Mi madre está
cegada por mi padre y el día que todo sea revelado la fachada de
familia perfecta que todos se empeñan en mantener cara a la
sociedad se vendrá abajo. Y será por mi culpa, porque no pienso
mentir. A todo aquel que me pregunte les diré la verdad y
conociéndola como la conozco sé que se posicionará a su lado.
—Mejor —contesto evitando sus ojos. Me gustaría pensar que
cuando todo se descubra se quedará a mi lado, pero ella solo
piensa en hacer feliz a su marido.
—Déjame cuidarte, hijo. —Como si eso fuera posible teniendo
como marido a don Manuel.
—Estaré bien, mamá. No te preocupes.
—Me haces mucha falta…
Me alegro por la llegada de Pedro, su presencia hace menos
incómodo el verme en esa situación delante de la mujer a la que
jamás quise defraudar. Tengo las manos esposadas, como si fuera
el peor criminal del mundo. Ella evita mirarlas y no la culpo, yo
tampoco lo hago. No debe de ser nada fácil verme así, pero no está
en mis manos cambiar eso ahora.
—¿Cómo te encuentras?
—Débil. —Le contesto con la verdad.
—¿Podemos hablar un momento? —dice mirando a mi madre,
que capta la indirecta y se pone de pie para salir.
—Mientras estés aquí yo también estaré —me dice. Luego deja
un beso en mi frente y se marcha.
Pedro ha envejecido diez años desde que empezó todo esto,
creo que es la primera vez que lo veo con el traje arrugado y
desaliñado. Por desgracia todos están, a su manera, cumpliendo
condena conmigo. Se que ahí afuera hay una verdadera procesión
de seres queridos deseando verme, pero aquí solo entrarán los de
siempre. Con ver a mi madre ya fue más que suficiente.
—¿Quiénes están afuera?
—Mucha gente.
—¿Quiénes?
—Érica, Fátima, Dalila, Héctor, tu madre y nosotros.
—¡¿Héctor está aquí?! —Esa información hace que mi corazón
se dispare y, junto a él, la máquina que me monitoriza.
—Sí, yo lo avisé.
—¿Mi padre y él se vieron las caras?
Antes de que pueda contestar entra una enfermera que, al verme
tan tranquilo charlando con mi amigo, sin siquiera mirarnos toquetea
el aparato y se marcha.
—No, tu padre se fue antes, lo avisé de que venía.
—¿Y mi madre?
—Igual que siempre. Para ella es un completo extraño.
Sé, por la mirada de mi amigo, que está preocupado con lo que
pueda salir de aquí, pero confío plenamente en Héctor, él jamás
haría nada para exponerme. Escuchamos al policía discutir con
alguien; Pedro se acerca a ver de quien se trata, pero yo no
necesito ver la escena para saber lo que pasa: es Dalila. Hace
mucho de la última vez que la vi y ella siempre está buscando una
manera de estar cerca de mí, de hablar conmigo. Mi amigo me mira
sonriendo, sabe que solo una bomba atómica sería capaz de evitar
que me vea, no se va a mover de delante de esta puerta hasta que
logre lo que quiere. Miro mis manos esposadas en la camilla, me
parte el corazón, no quería que nadie me viera así, pero llegados a
este punto ya nada puedo hacer.
—Déjala pasar.
—¿Estás seguro?
Digo que sí con la cabeza. Si no la dejo pasar estando separados
tan solo por una puerta jamás me perdonaría, y no deseo que esto
pase.
Dalila entra llorando y se lanza sobre mí, causándome un gran
dolor.
—Eeh, pequeña, tranquila, estoy bien.
—Mientes, mírate —replica sollozando.
—Sabes que nunca miento. —Es la verdad, nadie conoce el
motivo por el cual me fui de casa, pero nunca les dije ninguna
mentira. Siempre que me preguntan digo que no puedo vivir bajo el
mismo techo que mi padre, y esa es la pura verdad.
—¿Por qué te están haciendo esto? Eres una de las mejores
personas que he conocido.
—Tú que me quieres y me ves con buenos ojos.
—Tienes que abandonar la habitación… —le avisa el guardia.
Mi hermana es la persona más dulce que hay en el mundo, no
puedo imaginarme lo que está pasando en su cabeza. Para ella soy
perfecto y estoy lejos de eso, cometo muchos errores y el mayor de
todos fue… No, Héctor no tiene la culpa de nada. Fui yo quien le
siguió el juego, se nos fue de las manos y ahora estamos atrapados.
—Ve, pequeña —digo a mi hermana—. Tengo que hablar con
Pedro y los chicos.
—¡Acabo de entrar, deseo pasar más tiempo contigo! —se queja
ella.
—Aquí quienes mandan son ellos —refuto con pesar.
—Entonces pídele a papá que te saque de aquí —me ruega
secándose las lágrimas.
—Me lo pensaré. —No hay cosa en el mundo que le diera mayor
satisfacción a mi padre que tenerme a su merced. El sacarme de
aquí implícitamente estaría ligado a aceptar sus reglas y vivir bajo
su yugo, cosa que jamás aceptaría. Lo primero que me exigiría sería
apartarme de Héctor.
Dalila me regala una de sus genuinas sonrisas, aunque está
acompañada de lágrimas, y se va a los brazos de nuestra madre,
que la espera al lado del policía. Cuando la puerta se abre veo a
Érica. Está entre los brazos de Fátima. Sus ojos se fijan en los míos,
no la quiero hacer sufrir y la única manera de que eso no ocurra es
manteniéndola lejos. Daniel se interpone entre su mujer y yo, sé que
cuando salga de aquí tendré muchos incendios que apagar. Mis
amigos entran a la vez. El primero en acercarse es Rubén, todos
están hechos una mierda, nunca los había visto así.
—¿De verdad no vas a permitir a Héctor pasar? —pregunta
Rubén indignado.
—No, ni él ni nadie más. Con mi madre y hermana ya tuve
suficiente.
—José y Dalila preguntaron quién es él. —Escuchar estas
palabras me pone los pelos de punta. Mi hermano, con lo machista y
elitista que es, jamás lo aceptaría.
—¿Qué les habéis contestado? —Si Lila sigue más tiempo cerca
de él no tardará en preguntárselo o se dará cuenta por ella misma.
Mi hermana es muy astuta.
—Que quien tiene que responder a esa pregunta eres tú.
De uno en uno se acercan para interesarse por mi estado,
ninguno pregunta qué pasó o cómo pasó; saben que no es el
momento. Después de cerciorarse de que estoy bien, Pedro los mira
y todos salen, dejándonos a solas.
—Mañana saldrás del hospital directo para Madrid —me dice.
Niego con la cabeza, él no me puede haber hecho eso…
entiendo que esté preocupado y con miedo, pero es mi decisión. Es
de mi vida de lo que estamos hablando.
—¿Por qué lo hiciste?
—Te quiero, no quiero que cosas como estas vuelvan a pasar y
allí tengo una forma de asegurarme de eso —dice alterado—. Ya
tenemos las pruebas de tu inocencia, pero ¿de qué valen si estás
muerto?
¿Cómo que tienen las pruebas de mi inocencia? Hoy es el día de
mi cumpleaños y no lo sabía. Estuve seis horas en la mesa de
cirugía, cuando me encontraron en mi celda a las nueve de la
mañana estaba casi muerto, ya no tenía fuerzas para nada y ya
había aceptado que me iba, pero ahora no puedo rendirme.
—¿Quién encontró estas pruebas?
—Algo me dice que conoces la respuesta.
Fue ella. Tengo una deuda de por vida con Érica, no sé qué hizo,
a quien sobornó para lograr tal cosa. Nadie había logrado siquiera
acercarse y la mujer más dulce que conozco lo consiguió. Sé leer
muy bien a la gente y el día que vino a verme vi en sus ojos que
decía la verdad, pero aun así lo rechacé. Lo hice por varios motivos,
pero el principal era no ponerla en peligro. ¿Lo estará ahora?
—¿Cómo se encuentra? —pregunto desviando la mirada.
—Mal.
—¿Héctor y ella se conocieron?
—No.
—Por lo que más quieras, no permitas que se conozcan.
—Haré lo que pueda.

No me mintieron cuando dijeron que vendría directo para Madrid, ni


siquiera recogí mis cosas. Me enfadé muchísimo cuando Pedro dijo
que pidió a mi padre que me sacara de Morón de la Frontera;
estuvimos por varios minutos discutiendo y terminó conmigo
pidiendo que me dejara solo, pero ahora con la cabeza fría y fuera
de peligro reconozco que si él no hubiera hecho tal cosa muy
probablemente me hubieran agredido nuevamente. Dudo que me
llegaran a matar, porque el que está detrás de esto ya dejó bien
claro que, al menos por ahora, no me quiere muerto. Si así fuera,
aquel día en mi celda no se habrían tomado tantas molestias. La
herida fue hecha por un profesional, sabía perfectamente dónde
atacar, sabía que perdería sangre lentamente y que mi muerte sería
agónica en caso de que nadie me encontrara, pero dentro de la
cárcel nadie es capaz de desaparecer por mucho tiempo. A las ocho
y media el módulo era un desierto, solo se oían mis débiles gemidos
de dolor. Cuando se fueron empecé a pedir ayuda, la orden era que
no lo hiciera hasta el día siguiente y lo respeté, pero cuando creí
que era el momento ya no tenía fuerzas, nadie me oía. Un preso de
ordenanzas vino en mi búsqueda y al verme corrió a por ayuda y
solo estoy aquí gracias a aquel desconocido. En fin, para nuestra
mala suerte, el único con poder suficiente para agilizar un traslado
con la rapidez suficiente y acabar con mi tortura es él, ahora solo
queda esperar a ver el precio que mis amigos o yo tendremos que
pagar. Podía haber sido mucho peor, podían haber tirado la toalla y
pedir ponerme en libertad y eso sí que no se lo perdonaría en la
vida, yo sería capaz de declararme culpable sin serlo antes de burlar
a la justicia.
Aquí en Madrid la cosa es distinta. Aunque sigue habiendo
módulos conflictivos no es para nada parecido a lo que vi y viví allá.
Seguro que si cuento que aquí puedo ir a un gimnasio, nadar, que
tienen sala de juegos y hacemos actividades físicas al aire libre,
dirán que estoy en un hotel. Confieso que no está mal comparado
con el infierno de donde vengo, pero el que pueda disfrutar de eso
no borra el hecho de que estoy en medio de la nada con enormes
muros que me privan de mi libertad, que yo no puedo ir al gimnasio,
salir al patio, ni a la piscina a la hora que quiero, que la mayoría de
mi tiempo lo paso dentro de una celda y que mis actividades las
hago con gente que no conozco de nada. Podría ser el paraíso aquí
dentro que yo prefiero mi vida ahí afuera. Si me dan a escoger
trabajar con Héctor, hombro a hombro en sus chollos y quedarme
con las manos llenas de callos, o seguir aquí dentro donde me dan
casi todo hecho, sin pensar me quedo con la primera opción.
Llevo ya aquí mes y medio e hice dos amigos, o más bien ellos
se hicieron mis amigos. Yo prefiero la soledad, pero ellos creyeron
que lo necesitaba y aquí no tienes derecho a decir no. Con el pasar
de los días fue imposible ignorarlos, los tengo pegados a mí las
veinticuatro horas del día. El primero, por desgracia, fue transferido
hoy. Era un chico en cuya inocencia creo, su abogado de oficio hizo
todo mal y está aquí por un hurto que no cometió. Cuando salga de
aquí lo ayudaré, ha pasado nueve años en la cárcel y todavía le
quedan seis por cumplir. El segundo no quiso decirme cuál fue su
delito, pero sé que fue delito de sangre, dijo que es culpable pero
que si sale y se encuentra en la misma situación volvería a hacer lo
mismo, que sería capaz de todo para mantener a su familia, en
especial a sus hijas, a salvo. No soy ningún tonto, sé perfectamente
a qué se refería y yo en su lugar quizás hubiera hecho lo mismo.
—Jorge Gallardo, a control.
Miro a los lados para asegurarme de que realmente es a mí a
quien llaman. Pedro estuvo aquí ayer, él y los chicos están
misteriosos, no me dicen nada, solo repiten una y otra vez que
aguante, que queda poco. No les digo nada, pero ya perdí las
esperanzas de salir de aquí a corto plazo. Pensé que al estar aquí
iba tener que lidiar con mi padre, pero no he vuelto a saber de él. Su
orgullo es tan grande que no vino a dar la cara aun sabiendo que
soy inocente.
Llego a control y me pasan a la sala en la que me reúno para
hablar con mis abogados, y al entrar me encuentro con Pedro y
Rubén.
—¿Qué hacéis aquí? —digo sorprendido.
—Toma, lee. —Me entregan un folio con el sello del juez. Al leer
la orden de libertad los miro para que me digan que es verdad, que
no estoy soñando. Cuando veo la sonrisa en sus rostros no escondo
mi emoción, me arrojo sobre ellos. Necesitaba eso. Quiero mi vida
de vuelta.
—¿Cuándo la ejecutaran?
—De inmediato —contesta Rubén.
—Estamos en Madrid, aquí las cosas se hacen de otra manera
—añade Pedro.
—¿Eso significa que me podré marchar ahora, con vosotros? —
pregunto con la ilusión de un niño cuando recibe su regalo deseado.
—¡Sí! ¿Si no a qué vendríamos aquí? —intenta bromear Pedro,
pero estoy tan deseoso de salir que ahora mismo no me fijo en nada
que no sea cruzar el enorme muro que me priva de mi libertad.
Quiero preguntar tantas cosas… sé que hay mucha gente afuera
dolida conmigo por cómo llevé el tema de mi detención, pero me
redimiré con todas y cada una de ellas, principalmente con Érica; le
pediré disculpas si la hice daño y le daré la oportunidad de
conocerme. No se merece menos. Quiero saber punto por punto
todo lo que hizo para sacarme de aquí.
Pedro me deja con Rubén y se marcha a agilizar mi salida, sé
que por más que estemos fuera del alcance de las manipulaciones
de nuestro atacante ellos han tenido que mover hilos para sacarme
tan rápido. Prefiero no pensar en cuáles fueron, ahora solo deseo
abandonar este lugar.
—Vamos, ve a por sus cosas —ordena Rubén.
—De aquí solo llevaré una libreta —respondo. No quiero nada
que me recuerde los peores meses de mi vida. Mis pertenencias se
la daré al que fue mi sombra, sé que no lo volveré a ver. Él tiene
doce años más de cárcel por delante y tiene que pagar por su delito,
pero mi vida está fuera de este lugar.
Una vez fuera, respiro hondo y subo al vehículo de mis amigos.
Por el camino no digo nada, solo miro por la ventanilla del coche.
Estamos en invierno pero la tengo bajada. Pedro ha puesto la
calefacción al máximo pero aun así sé que tienen frío, aunque no se
quejan. Necesito sentir que es real, a cada poco pongo mi rostro
hacia afuera para que el aire me golpee la cara. Empieza a llover,
saco mi mano y dejo que el agua fría empape mi brazo.
—¿Quieres que pare? —pregunta Pedro mirándome por el
retrovisor.
—¿Me dejas?
Solo me doy cuenta de mi actitud sumisa cuando ambos se
miran entre sí, yo nunca pedía permiso yo hacía y punto, quizás por
eso fui el blanco fácil.
El coche se detiene en un área de descanso, ambos siguen en el
mismo sitio mientras me bajo y me alejo de ellos. Me dejan varios
minutos a solas, yo únicamente miro al frente. La sensación de la
lluvia, aunque fría, cayendo sobre mi cuerpo me satisface, me
prueba que es real. Rubén abre un paraguas para protegerme, lo
que empezó con pequeñas gotas se está transformando en una
tormenta, pero aun así no me molesta.
—No hace falta —digo.
—Vas a enfermar.
Me da igual pillarme un resfriado, quiero sentir que esto es real.
De una carrera me acerco al pequeño prado que tengo delante, me
agacho y lleno mis manos de hierba mezclada con tierra y me la
llevo a la nariz.
—No sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos —digo
con un nudo en la garganta.
—¿Estás bien? —pregunta Rubén.
—No, estoy hecho una mierda, hermano, pero lo voy a estar.
Pedro se acerca con el teléfono en la mano y me lo pasa, al
escuchar las voces al otro lado me dejo caer de rodillas. Lo que era
un nudo en la garganta ahora es como si tuviera una enorme roca
ahí atascada. Todos los hijos de mis amigos, María, Tiago, Daniel,
Victoria, Elena y la pequeña Elisa, todos juntos aparecen en la
pantalla y cuando ven mi rostro gritan a la vez: «¡Tío Jorge te
queremos y echamos de menos!».
—Y yo a vosotros —murmuro emocionado. Por detrás la veo a
ella, es quien sujeta a la pequeña Elisa en brazos. Con timidez me
saluda con la mano. Retribuyo el saludo, mirando a toda esa gente
reunida en casa de mi amigo, aunque para que mi felicidad fuera
completa deberían de estar Dalila y Héctor, si ellos dos estuvieran
allí no me haría falta nada más. Miro a Pedro, que ve la pregunta en
mis ojos.
—Tu padre no permitió a tu hermana acudir y Héctor tenía
trabajo. Aunque no insistí, tú no quieres que los tres se conozcan.
—No. —Por nada en el mundo quiero que se conozcan, y menos
en estas condiciones. Me vería obligado revelar secretos y dar
explicaciones que no estoy listo para afrontar.
Hablo con mis sobrinos durante varios minutos bajo la lluvia, mis
amigos después me cobrarán esto, estoy seguro, pero ahora
ninguno dice nada. Rubén sigue sujetando sobre nuestras cabezas
un gran paraguas de golf, el de Pedro es uno normal. Los niños se
cansan de mí y se van a jugar y yo corto la videollamada.
—Vayámonos de aquí, estoy empapado.
Los dos se miran, negando con la cabeza, y se echan a reír, sé
que acaban de ver en mí al hombre que era, el que es positivo e
impasible.
—En mi coche no entras así —dice Pedro. Luego va al maletero
y saca de dentro de una bolsa un vaquero, un jersey negro liso y mi
cazadora motera. Cuando veo la prenda sé lo que me quiere decir.
—Gracias, acabas de darme la completa libertad. —Sé que mi
moto está en su casa esperándome, cuando necesito pensar lo
hago encima de ella.
—Las botas te las puse delante, quita este playero y lo
dejaremos junto a la ropa en el contenedor.
No me lo pienso dos veces, quedo como vine al mundo, hasta el
calzoncillo lo tiro, de la cárcel solo me llevo esa libreta y nada más.
Capítulo 7
Érica
Llevo días esperando este momento y acabo de saber por las chicas
que él no entrará en la casa porque en cuanto llegue se irá en su
moto. Todas lo tienen asumido y están de acuerdo, pero yo pienso
que es egoísta por su parte. Apenas hemos podido dormir,
deseamos verlo, saber cómo está. Ellas llevan casi cuatro meses sin
verlo, estuvimos hasta tarde juntas y el centro de las conversaciones
durante estos días siempre era él, las preguntas siempre giraban en
torno a su persona: cómo estaba, si comía bien, si se recuperó
completamente de la agresión, si se encontraba estable
psicológicamente... todo, absolutamente todo era preocupación por
su bienestar. Sé que será solo una vuelta en su moto para poner sus
pensamientos en orden, pero aun así hubiera preferido que entrara
primero. Mi corazón está a mil, tengo que contener mis ganas de
salir corriendo a su encuentro cuando llegue.
Nimay es una persona maravillosa, estoy segura de que sabe
cómo me siento y cuando quité a su hija Elisa de entre sus brazos y
me agarré a ella me ofreció una sonrisa. Está todo el tiempo a mi
lado, pendiente de mí. Mi madre odia cuando lo hago, pero siempre
que estoy ansiosa o preocupada, para mantener mi rostro impasible
sacudo las piernas, se exige tanto de mí que logré perfeccionar
cómo hacerlo de manera que la parte superior de mi cuerpo no se
mueva. Me encanta cómo, sin decirme nada, cada vez que empiezo
con mi tic nervioso Nimay posa su mano en mi hombro pidiéndome
silenciosamente que me tranquilice. Es un gran tío. Él también
estuvo con nosotras hasta tarde y nos dijo está muerto de
preocupación por su marido. Nos reveló que desde que Jorge fue
detenido no hay una sola noche en que Rubén durmiera tranquilo,
siempre se preguntaba cómo estaría, si estaría pasando frío, si
había comido bien; muchas veces salía de la cama y se paseaba de
un lado a otro sin poder dormir pensando en él. Todos lo están
pasando mal, estamos todos aquí en casa de Pedro esperando y
compartiendo angustia. Creo que en el fondo guardan la esperanza
de que prefiera nuestra compañía.
—No te hagas ilusiones —dice con ternura, Nimay.
—¿Por qué no viene aquí con vosotros? —No me incluyo, sé que
soy una intrusa y que para él es indiferente.
—Siempre que se encuentra sobrepasado se monta en su moto,
y sobra decir cómo se encuentra ahora —lo justifica.
Tiago es el primero en darse cuenta de que el coche está
entrando en la propiedad y da la voz de alarma. Mi corazón parece
querer salir de mi pecho, los niños se levantan pero Miguel y Rafa
los llaman, mientras Fátima me rodea con sus brazos
demostrándome su apoyo.
—Venid aquí, niños —llama Aroa con su pequeña en brazos.
—¡Queremos ver al tío Jorge! —dice Victoria.
—Hija, ven con papá —la llama Miguel—. ¿Te acuerdas de que
te dije que el tío Jorge estaba pasando por un momento
complicado?
—Si, que estaba en un lugar del que no lo dejaban salir ni a
nosotros verlo cuando queríamos.
—Exacto, él acaba de salir de aquel lugar y tiene un gran peso
en el pecho.
—Igual que el que siento cuando me dicen rara.
Todos miramos hacia arriba, yo no la conozco mucho, pero las
veces que pasé tiempo junto a ella es una niña adorable, súper
obediente y cariñosa, es una lástima que porque tenga síndrome de
Down la traten diferente. Miguel mira a su mujer, que se limpia las
lágrimas.
—Sí, hija, ¿y qué haces tú cuando te sientes mal por eso?
—Hablo con mamá y contigo —contesta poniendo la mano en la
cintura.
—No siempre es así —refuta Miguel con paciencia.
—Es verdad, a veces quiero estar en mi habitación sola.
—Exacto, el tío ahora necesita estar un tiempo solo.
—Aah, también me gusta hablar con Cris, ella es muy buena y
me hace reír. Podemos llevar al tío a conocerla, igual se hacen
novios. Ella está sola…
Siento como si me estuviera dando un puñetazo en la boca del
estómago, ya me imagino a la estupenda Cris cayendo rendida a los
pies de mi atractivo y misterioso amor no correspondido. Sé que la
niña no lo dice por maldad, pero la sola idea de verlo de novio con
otra persona me destroza.
—Cris es su psicóloga y es lesbiana —la justifica Aroa.
Sé que es completamente infantil, pero dejo salir el aire de
manera muy poco elegante, sacándole una sonrisa. No me serviría
de nada intentar demostrar indiferencia, llevan mucho tiempo
viéndome detrás de él.
—No soy nada para él —confieso avergonzada al darme cuenta
de la poca autoestima que demuestro tener.
—Abre los ojos, Érica.
Cuando iba a preguntar qué quería decir con eso entran Pedro y
Rubén solos. Fátima me da un beso en la mejilla y se va a los
brazos de su marido. Nadie dice nada, todavía no me acostumbro a
esta relación muda que tienen, se comunican con miradas y gestos
sin que las palabras hagan falta. Escuchamos el ruido de la moto
arrancando, yo miro por la ventana y veo que sigue lloviendo. Me
preocupa que sufra un accidente, pero sus amigos están tranquilos.
Es impresionante la atmósfera que se respira en medio de esta
gente, están todos en pareja, abrazados, los niños jugando como si
nada y me siento desubicada. En busca de afecto, aprieto mi agarre
alrededor de Elisa. La pequeña me mira y en su adorable rostro
nace una sonrisa que me enamora, quedo perdida en la belleza
inocente de la niña que, como si supiera mi estado de ánimo,
empieza a hacer gorgoritos sacándome una sonrisa.
Levanto la cabeza y lo veo delante de mí, miro a los lados y ya
no hay nadie, hasta los niños han desaparecido.
—¿Dónde están todos? —pregunto.
—No lo sé —contesta desenfadado, encogiéndose de hombros
como si la situación fuera lo más normal del mundo.
.
—Los voy a buscar.
Me giro para ir detrás de los demás pero, antes de que me
moviera de mi sitio, Jorge, con delicadeza me sujeta por el brazo.
Siento arder mi cuerpo allá donde tiene la mano, ojalá no tuviera el
jersey impidiéndome sentir su tacto en mi piel.
—No…
—¿Cómo qué no? Las chicas quieren verte —digo.
—No volví por ellos, los quiero, pero me van a reñir, así que
mejor verlos en otro momento.
—¿Por qué volviste entonces?
—Por ti, Érica.
—No me digas estas cosas. —Creo que me va a dar algo, mi
nombre sonó tan sensual en sus labios…
—Todo sigue igual, pero nos debemos eso.
Ignoro la parte en que me deja claro que su opinión sobre mí es
la misma de siempre y me centro en la manera en que me está
mirando. Con delicadeza eleva mi barbilla, nuestros ojos quedan
prendidos en los del otro y yo, despacio, cierro los míos esperando
mi tan soñado beso. No me puedo creer que haya llegado el día, y
sin que yo haya intentado seducirlo. Paso la lengua por mis labios,
humedeciéndolos, los siento resecos por la ansiedad. Elisa se
remueve en mis brazos, aun con los ojos cerrados balanceo mi
cuerpo para que siga tranquila, siento cada vez más su respiración
cerca de mi rostro, la mía se acelera. Entreabro mis labios
ofreciéndome a él, deseo sentir cómo me reclama. Jorge pone sus
manos sobre mis mejillas y todo mi cuerpo se eriza, es la primera
vez que siento su toque piel con piel más allá de mi mano en un
educado y frío saludo. Mi pecho sube y baja descompasadamente,
estoy comportándome como una colegiala delante de su amor
imposible y me da igual, si no tuviera a Elisa en brazos ahora mismo
creo que ya me hubiera tirado encima de él. Jorge me besa, no
obstante, no es el beso que me esperaba: sus suaves labios
posaron sobre mi frente tal como lo hace mi abuela.
Mi corazón se hace trizas, ¿cómo pude ser tan ingenua de
pensar que después de años rechazándome iba a venir ahora, en su
peor momento, a lanzarse a mis brazos y permitir que yo lo
consolara?
—No me odies, pero no soy hombre para ti —se disculpa.
—Déjame a mí decidir eso.
—Ya hablaremos, ahora necesito irme.
—¿Volverás?
—No hoy ni mañana, pero ellos me encontrarán y me traerán de
vuelta.
No estoy triste, por alguna razón creo que es un primer paso a un
acercamiento real entre nosotros.
—Tengo el vuelo marcado para mañana. —No sé por qué lo
hago, pero se lo digo antes de que desaparezca por la puerta.
—No te vayas, tenemos mucho de qué hablar —me responde.
Fátima es la primera en aparecer, por su sonrisa sé que nos vio y
oyó. Ella coge a Elisa de mis brazos, es como si supiera que los
necesito. Voy a por mi bolso, saco el móvil y llamo a mi padre
avisando de que me quedaré. Aun no estando de acuerdo, me
apoya. Aviso al piloto y, con una sonrisa, voy al encuentro de los
demás en la cocina. Sé que de ahora en adelante las cosas irán
mejor y todos estaremos bien.
Capítulo 8

Jorge
Ya perdí la noción del tiempo que llevo en la carretera disfrutando
del aire frío y la lluvia que no deja de caer, siempre odié pilotar con
este tiempo sin embargo en este momento estoy amando derrapar
por las sinuosas curvas de la carretera que me desafían y no me
conducen a ninguna parte porque no tengo un destino. Me veo
tentado de quitarme el casco para sentir el aire frío en mi rostro,
soltar los brazos y dejarme ir, aunque no lo haré, casi perdí la vida
dentro de aquella celda y ahora no voy a buscar la muerte
gratuitamente. El pensamiento negativo ahuyenta la buena
sensación y da paso a una de angustia. Sin que pueda controlarlo
empiezan a venirme a la mente algunos de los sucesos vividos allí
dentro, y al recordarlos, sin ser consciente, aprieto el acelerador.
Menos mal que antes de que sea demasiado tarde me doy cuenta
de la tontería que estoy haciendo.
Agradezco divisar las luces de un pueblecito a lo lejos, salgo de
la carretera y hago mi primera parada en un bar. Aun sentado sobre
mi moto me meso los cabellos, preocupado por esa pérdida de
control. No me puedo dar el lujo de tener esos sustos, si caigo
arrastraré a mucha gente conmigo y jamás me perdonaría por ello.
Mi corazón se dispara y me veo obligado a abrir la cazadora de
cuero y masajear la zona, nunca he sentido eso, miro mis manos y
están trémulas. ¿Qué me está pasando? Consciente de que no voy
a lograr respuestas a mis inquietudes, entro en el pequeño bar y me
pido un café. Mientras me lo ponen, vuelvo a la moto a coger mi
móvil.
Al volver, mis ojos recaen sobre las botellas expuestas y algo
dentro de mí me incita a pedir lo más fuerte; tengo una sensación
rara, como si temblara todo mi cuerpo. Ya me encuentro bastante
alterado como para encima agregar alcohol a la ecuación. Niego con
la cabeza y me voy a la mesa más apartada a disfrutar de la soledad
y el silencio.
Enciendo mi móvil y no me queda otra que quitarle el volumen,
las notificaciones de mensajes son por docenas y el buzón está
lleno; es mi teléfono privado por lo que no las borro, en algún
momento las escucharé todas y cada una de ellas, pero eso no será
ahora ni tampoco en un futuro próximo. Busco el número de Dalila,
pero antes de dar a llamar cambio de idea, si le marco y está con el
resto de la familia todos van a querer hablar conmigo, mi madre va a
empezar a insistir en que me vaya a casa y eso no va a pasar, por lo
que le envío un mensaje diciendo que estoy fuera, que estoy bien y
adiós. Es mejor que se quede lejos de mí, soy la nota discordante y
si se acerca tendrá problemas con nuestro padre. Miro las fotos de
la boda de Rubén, fueron mis últimos momentos felices junto a mis
amigos. Busco una de Héctor, una en la que están él y Celia. Ella es
lo único que le queda de su madre y él daría la vida por ella de la
misma manera en que yo haría. Cómo me gustaría poder tener con
Dalila la relación que ellos tienen… Presiono su número y salta el
buzón de voz, seguro que todavía está trabajando y tampoco
deseará oír mi voz. Debe de tener un cabreo monumental por
haberle prohibido la entrada.
Ya más tranquilo, monto en mi moto y sigo pilotando sin rumbo y
sin destino. Se hace de noche y paro para repostar, voy a pagar y
me doy cuenta de que hay un hotel de carretera, pido una
habitación, encargo algo de comer y una botella de vino.
La comida me sabe a manjar de los dioses, el vino es el peor que
he tomado nunca pero ahora mismo, si me preguntan diría que es el
mejor. Es la primera gota de alcohol que pruebo en meses. Se
acaba la primera botella y, olvidando mi decisión de decir no al
alcohol, pido otra, otra y otra hasta que pierdo la conciencia.
Me despierto con un horrible dolor de cabeza, pero es la primera
vez en ciento diecisiete días que duermo de un tirón. Decido que
aquí será donde me hospedaré, la comida es buena y no hay ruido,
cosa que necesito.
Piloto mi moto de un lado a otro y vuelvo a dormir acompañado
de las botellas de vino, esa es mi rutina durante los siguientes cinco
días. Al sexto se acaban mis vacaciones. Antes de que suban o me
llamen sé que están aquí, cualquiera de nosotros reconocería el
ruido del motor del Hammer de Pedro; ese coche es parte de
nuestra historia. Miro a los lados y me llevo la mano a la cara,
cuando vean el estado de la habitación y la cantidad de botellas se
van a transformar en mi madre echándome la bronca.
—Abre —ordena Pedro, dando con la mano sobre la puerta y
haciendo un ruido demoniaco; es como si un martillo eléctrico
estuviera taladrando en mi cabeza.
—¡Largaos!
—Llamaré a las chicas. ¿Eso es lo que quieres? —dice uno de
ellos, no logro distinguir la voz.
No, por dios, a ellos sé cómo torearlos, pero ellas no, aquellas
mujeres me tienen ganas y tal como me encuentro ahora mismo
sería un blanco fácil.
—Veinte minutos y salgo.
—No, abre —dicen todos a la vez.
Ahora mismo los odio, con lo bien que estaba aquí a solas y en
silencio... Me cago en la leche, los muy tarados están forzando la
puerta. Corro para abrir antes de que aparezca la policía.
—Aquí estoy —digo con las manos en alto.
Miguel se tapa la nariz. Él es abstemio, debido a su pasado de
adicción no es consumidor de alcohol y desde que salió de aquella
clínica nunca se lleva un vaso de alcohol a la boca.
—Este lugar apesta —protesta Rafa.
Paso de escucharlos, les doy la espalda dejando que me vean el
culo y me voy a darme una ducha. Desde el baño oigo cómo van
contando las botellas vacías que se encuentran por el camino. Pedí
no ser importunado, cuando me traían la comida la recibía en la
puerta y no dejaba a nadie pasar. Y ahora me arrepiento de eso,
sabía que estos capullos me tenían rastreado por el GPS; si no
fuera así jamás me hubieran dejado salir.
—¿Dónde están las llaves de la moto? —me pide Daniel, que
abre la puerta del baño casi dándome con ella en la cara.
No pienso contestar a esa pregunta, pero cuando paso a su lado
me agarra por el brazo. Antes de que pudiera argumentar nada,
Rubén ya se las está lanzando por encima de mi cabeza.
Cuando termino de adecentarme y volver a ser persona (dentro
de lo que permite mi resaca) llego abajo y encuentro a Pedro
saldando la cuenta. Como si fuera un niño, me meto en el coche y
quedo esperando a que todos hagan lo mismo.

Que ellos se hayan saltado el día de trabajo para hacerme de


niñera lo entiendo, pero que haya una puta fiesta en el jardín de su
casa no. Yo no quiero una celebración, no hay nada que celebrar.
Todavía no conozco los detalles de la redada, pero por lo que leí en
internet solo cogieron a una persona y no me cabe la menor duda
de lo que le va a pasar dentro de prisión, si es que llega allí.
—¿Qué es todo esto? —pregunto antes de bajarme del coche.
—Fue idea de ellas —indica Rafael señalando al frente.
Levanto la vista y me encuentro con todas las parejas de mis
amigos junto a mi hermana y Érica, que está sonrojada. Me siento
feliz de que al final se haya quedado.
—Siendo así, ¿qué os parece esta sonrisa?
—No, mejor no sonrías —dicen los cuatro a la vez al ver mi cara
de payaso de circo cutre.
Me acerco y voy saludando a todos, mientras miro alrededor,
reconociendo los rostros de quienes esperaban mi regreso. Creí que
de mi familia de sangre había venido solo Lila, pero acabo de ver
también a mi madre y a mis hermanos, y… dios, ahí está Celia,
espero que no se acerque mucho a mí y no abra la boca, y que
Héctor no haya venido. Todo este tiempo supo ser discreto; al
principio, aunque mi padre imploró que no lo hiciera, alegando que
eso destrozaría nuestra conservadora familia, yo estaba dispuesto a
hacerlo público, pero fue él quien no quiso hablar. Ahora el que no
quiere soy yo, por lo menos no por ahora.
Mi madre adelanta a todos y me agarra, creo que es la primera
vez desde que me fui de casa que le dejo tenerme tanto tiempo
entre sus brazos. Evito pasar tiempo a solas con ella y las
demostraciones de afecto, no me siento bien al saber que le oculto
cosas. Cuando me suelta miro la cantidad de gente que tengo
delante y tengo una pequeña taquicardia. Ojalá pudiera dar la vuelta
e irme, pero jamás haría eso. Sigo saludando de uno en uno y me
van felicitando por mi puesta en libertad. Las mujeres de mis amigos
antes de abrazarme me pegan; el único que no usa la violencia es
Nimay, que me saluda con su típica sonrisa. Este hombre fue hecho
para Rubén, es una pena que les jodí la luna de miel, pero ya les
regalaré otra. Miro al fondo y están las tres una del lado de la otra:
Érica, Dalila y Celia. La imagen me da escalofríos.
Lo mejor es coger el toro por los cuernos. Miro a ver si queda
alguien por saludar y al ver que no, camino en dirección a las tres
que no me quitan el ojo de encima, parece hasta que combinaron.
—Hermanita, qué guapa estás, ¿cuándo creciste tanto? —Dalila
empieza a llorar y se tira a mi cuello, rodeándome la cintura con las
piernas como hacía cuando era pequeña. Yo giro con ella
recordando aquellos tiempos felices.
—Me alegra que hayas vuelto.
—A mí también, pequeña.
—Ya soy una mujer, deja de tratarme como a una niña.
Me río y la dejo en el suelo, lo hago para fastidiarla, aunque para
mí siempre será mi pequeña. Miro al lado y veo que Celia, discreta
como siempre, evita mirarnos. Voy a su encuentro y la abrazo.
—¿Dónde está Héctor? —No puedo evitar preguntarlo.
—Trabajando. Le salió algo grande y vine en su representación,
pero ya me voy. —Asiento con la cabeza. Es lo mejor para todos, su
presencia aquí ya me obligará a contestar a muchas preguntas y
puede traer problemas. Le doy un beso en la mejilla y ella se va.
Y ahí está la pelirroja más linda y cabezota que he conocido
nunca. Sé que está feliz de verme libre, nadie fue tantas veces a
aquella cárcel como ella. Sin contar a mis amigos, claro.
—No te fuiste —le digo.
—Me pediste que no me fuera —contesta encogiéndose de
hombros y evita mi mirada.
Lo que me sorprende de ella es lo camaleónica que es. Tengo
entendido que en los negocios es toda una leona, no se calla las
cosas en las que está en desacuerdo, pero en su vida personal es
dulce, frágil y tímida.
—Gracias, estás muy guapa.
—Lo siento, pero no puedo decir lo mismo de ti. —Se me escapa
una carcajada. Esta mujer es una caja de sorpresas, acaba de
decirme que estoy feo, cosa que sé que es verdad. Mi barba está
descuidada, mi pelo más de lo mismo y debo de estar transparente,
pero lo que me llama la atención es que ahora mismo su porte es el
de una persona segura, todo lo contrario de unos segundos atrás.
Doy un paso al frente y me acerco a su oído.
—Pondré remedio a eso ahora mismo —digo de manera sensual
y muy cerca de ella, que al sentir mi aliento da un salto y vuelve a
ponerse colorada. Yo actúo como si nada hubiera pasado, aunque
sé que lo hice para provocarla, cosa que me sorprende a mí mismo.
Yo no soy de estos juegos. Sin más, entro en la casa de mi amigo,
voy a la habitación que tiene preparada para mí, vuelvo a ducharme,
cuido mi barba y me hago una coleta antes de salir de nuevo.

Al final la fiesta no fue tan mala, nadie hizo preguntas incómodas ni


insinuaciones, la mayoría de los bufetes que tenemos asociados
mandaron un representante, no es que me importen estas cosas,
pero me alegra saber que esta gente no quiso desvincular sus
nombres del nuestro, ya hubo casos de cancelación de franquicias,
lo sé por las noticias. Mi detención no es del dominio público, pero
de alguna manera la noticia de lo que nos ocurre se está
extendiendo por la calle.
Al final de la tarde solo quedamos nosotros, los de casa, los
invitados se fueron. Los últimos en marchar fueron los miembros de
mi familia, mi padre ni siquiera llamó. Sé por qué no lo hizo: el saber
que sigo contradiciendo sus órdenes aun conociendo el riesgo de
dañar su imagen y reputación hace que su orgullo sea mayor que el
supuesto amor que dice sentir por mí, cosa que dudo. No creo que
mi padre sepa amar, aunque eso dejó de importarme hace mucho.
Si sigo callando es porque mi madre lo pasaría mal. Fátima y su
familia empiezan a recoger para irse y Érica, que está sentada a mi
lado, hace amago de levantarse, pero la sujeto.
—Quédate, tenemos que hablar —le pido.
—En otro momento —dice ella, tratando de excusarse.
—No, el momento es este.
Fátima, que lleva todo el día con el ojo sobre mí, por supuesto
nos escuchó y, al parecer, le dio su consentimiento, porque solo
después de que la morena le autoriza con la cabeza vuelve a
sentarse a mi lado y ese tipo de cosas las odio. Ese es uno de los
motivos por los cuales nosotros nunca funcionaríamos. Pedro,
Miguel, Rafa y Rubén se retiran y nos dejan a solas en el salón. La
veo tan indefensa que alargo mi mano y cojo la suya.
—Cuéntame. ¿Qué hiciste para sacarme de la cárcel? —
pregunto sin rodeos, me gustaría saber cómo hacer que se relaje
pero parece ser una tarea imposible, es como si el estar a mi lado la
descontrolara.
—Nada.
—Mientes fatal —replico sin creer una palabra.
—Solo tiré de un hilo —admite ella.
Se la ve incómoda hablando de algo bueno que hizo, ya que soy
inocente y no me merecía estar allí.
—No te apetece hablar de ello, ¿verdad? —Niega con la cabeza,
poniendo caras raras que la hacen parecer una niña—. Vale,
entonces cuéntame cosas de ti.
—¿Por qué ahora te comportas así conmigo? No me debes nada
—dice con desconfianza y no la puedo recriminar, aunque antes de
que todo eso ocurriera tuvimos un pequeño acercamiento.
—¿Quieres saber la verdad?
—Sí, siempre —afirma con seguridad en una de las pocas veces
que es capaz de aguantarme la mirada.
—Me intrigas —Al escuchar mis palabras se aparta a la otra
punta del sofá, como si le dolieran
¿Qué hago? No estoy acostumbrado a estas cosas, con las
únicas mujeres con las que hablo con soltura son peores que mis
amigos, son mujeres resueltas que te sueltan lo que les viene a la
mente, y con Érica siento que tengo que ir con delicadeza. No sé
hacer eso.
—¿Puedo saber por qué? —inquiere ella.
Mierda, esto fue una pésima idea, yo no estoy hecho para estas
cosas. Lo mío es otro tipo de relación, ella es toda una princesita y
yo todo lo contrario, soy un ogro.
—Porque la Érica que vi en la cárcel no es la misma que tengo
delante.
—¿Por…?
—Aquella era decidida, valiente y determinada, y la que tengo
delante es tímida, insegura y frágil.
—Esa soy yo —contesta poniendo morritos en un gesto infantil.
—Anda, ven aquí.
Tiro de ella y la acojo entre mis brazos.
—Sé sincero, nunca me darás una oportunidad ¿correcto?
Confirmado, esto fue un puto error, nada de lo que pretendía
hacer y decir está ocurriendo, eso no está saliendo como quería. Lo
último que pensaba era en hablar sobre un nosotros, mi intención
era conocerla, saber qué cosas hizo por ayudarme… no sé qué
esperaba de esta charla pero, desde luego, hablar de este tema en
concreto no era una de ellas.
—No, yo no soy lo que buscas y tú no eres lo que yo busco. Pero
el que sale perdiendo soy yo, y tú ganando, puedes tener certeza de
eso. —Le contesto con la verdad aun sabiendo que eso le va a
causar dolor. Ahora puede que me odie, sin embargo, más adelante,
cuando todo se sepa, me lo agradecerá.
—Vale, te dejaré en paz —se resigna ella.
—¿Podemos ser amigos? —pregunto con una sensación
extraña. De todas las veces que la he rechazado esta parece que es
la definitiva y no está siendo agradable.
Érica pone los pies sobre el sofá, apoya su cabeza sobre mi
pecho y se queda dormida. Me da pena despertarla, así que, como
puedo, me acomodo y acabamos dormidos los dos.
Capítulo 9

Érica
El calor abrasador me despierta. Adormilada, intento moverme y
siento unos fuertes brazos rodeándome. Por unos segundos me
pregunto a quién pertenecen hasta que recuerdo la conversación
que estábamos teniendo, cómo me calló como a una niña y la forma
en que, aprovechando la situación, me acurruqué en su pecho. Con
suavidad aspiro su olor; nunca había estado tan cerca de él, ni
mucho menos sobre su cuerpo. De seguro tendrá muchos dolores
por la mala postura en que se encuentra, pero no pienso moverme
de aquí por el momento, es la primera vez y tal vez la última en que
lo tenga tan cerca. Trato de atesorar en mi memoria todos sus
rasgos, su tacto. Sus músculos parecen estar más marcados, siento
en mi costado sus definidos abdominales. Es tan varonil… Acerco
mi nariz a su piel y vuelvo a olerlo, intento atisbar sus tatuajes, pero
una gruesa manta me priva de tan bonitas vistas. Aun así no me
quejo, este es el despertar de mis sueños, para ser perfecto solo
faltaba estar sobre una cama y desnudos.
Oigo el crepitar de la chimenea y cierro nuevamente los ojos,
deseosa de que ese momento no se termine. Notar sus latidos en mi
oído me hace sentir ligada a él, ojalá fuera diferente o solamente un
capricho pasajero, pero estoy locamente enamorada de este
hombre. Sin poder evitarlo beso su pecho sobre la camisa. Al girar
descubro un par de ojos vivaces mirándonos. Es Tiago y tiene una
sonrisa de lo más traviesa en el rostro.
—Posso te perguntar uma coisa?[1]
Él se ríe con pillería al escucharme hablarle en portugués.
—Pregunta[2] —contesta llevando la mano a la boca. No sé qué
estará imaginando su mente infantil, pero me gusta verlo sonreír.
—Seu tio ronca muito? Porque baba ele baba, estou toda
molhada[3]—digo poniendo caras raras y él con pillería mueve la
cabeza diciendo que sí.
—¿Cómo que sí? Yo nunca he roncado —cuestiona Jorge.
Tiago da un respingo por el susto y yo me parto de la risa,
aunque reconozco que yo también me asusté.
—Tío, ¿cómo sabes qué contesté si tienes los ojos cerrados?
—Tengo súper poderes —contesta girando la cabeza rápido en
dirección al niño y abriendo los ojos, haciéndolo dar otro salto.
Sus padres están en una esquina riéndose de nuestras
payasadas. Estoy tan a gusto que no me había dado cuenta de que
estoy en el salón de su casa en brazos de su amigo y sin la menor
gana de librarme de ellos. En ese momento caigo en la cuenta de
que alguien tuvo que cubrirnos y atizar la chimenea.
—Bah, eso son tonterías para niños, tío —refuta Tiago como si él
fuera un adulto.
Pedro y Paula se adentran en el salón y al tenerlos cerca
empiezo a sentirme avergonzada, intento liberarme de los brazos de
Jorge, pero él, riéndose, no me deja. No sé qué bicho le ha picado
mientras dormía, pero está muy graciosillo.
—Tengo que irme, suéltame —le pido susurrando, y él niega con
la cabeza.
—No, estoy a gusto así —contesta en voz alta, y siento mi cara
arder.
—Mentiroso. —Es imposible que él este a gusto, solo de mirarlo
ya tengo tortícolis, sin contar que sus piernas deben de estar
dormidas por falta de riego sanguíneo ya que mi peso está sobre
ellas. Me remuevo con más ímpetu y él aprieta su agarre. Mira hacia
abajo y se encuentra con mi escote, y yo, al percibir dónde mira, tiro
de la manta y me tapo, pero ya es tarde. Siento cómo su miembro
va creciendo contra mi costado y automáticamente sube el calor a
mis mejillas. No soy capaz de mirar en dirección a los anfitriones,
nunca sentí tanta vergüenza. Lo único que puedo hacer ahora
mismo es ocultar mi rostro en su pecho.
—Os esperamos para desayunar —dice Paula.
El pecho de Jorge se sacude, me parece que se está riendo de
nuevo, pero no me atrevo a sacar la cabeza para comprobarlo.
—Eres un salido —le recrimino al escuchar los pasos alejándose.
Su carcajada hace eco por todo el salón y golpeo su duro pecho.
Él, con delicadeza, me despega de su cuerpo y, con una sonrisa de
lo más adorable en los labios y cara de haber acabado de despertar,
me mira directamente a los ojos. Cuando hace eso siento como si
estuviera viendo mi alma.
—Entre que por las mañanas me despierto contento y si encima
tengo la visión de tu…
—¡Calla! —Me levanto llevando conmigo la manta y dejando su
erección a la vista, cuando mis ojos caen sobre su zona íntima mi
primera reacción es darle la espalda. ¿Cómo es posible que una
persona pueda hacer el ridículo tantas veces en tan poco tiempo?
«Érica, respira, eres una mujer adulta, ya viste unos cuantos
penes de varios tamaños y colores, vale que ninguno te rechazaba y
tenía este aspecto. No…, no puedo ir por ahí, eso no me va a
ayudar.»
Toda digna me giro hacia él, que sigue en el mismo sitio con las
manos detrás de la cabeza sin importarle lo más mínimo tener su
virilidad completamente despierta y a la vista de todos. Es increíble,
actúa como si nada estuviera pasando. Decido hacer lo mismo,
doblo la manta y aliso mi vestido, aunque da igual las veces que
pase la mano, seguiré pareciendo haber salido de la boca de una
vaca.
—He… voy a despedirme de Pedro y Paula.
—Te acompaño.
En un acto reflejo miro de nuevo en dirección a su zona íntima y
el muy descarado se encoge de hombros. En estas pocas horas
junto a él estoy descubriendo a otro Jorge. Sabía que no era un
hombre tímido, desde la distancia lo veía interactuar con sus amigos
y siempre ha sido muy extrovertido con ellos, pero está siendo toda
una revelación verlo así conmigo.
—No hace falta.
—Anda, tira. —Con delicadeza me empuja a que camine y viene
detrás de mí, la verdad es que hubiera gustado estar yo detrás de
él, la idea de que me vaya mirando el culo no ayuda a olvidar todo lo
que acaba de pasar en ese sofá.
Llegamos al comedor y nos encontramos solamente con Pedro y
Paula en la mesa.
—¿Dónde están los demás? —pregunta Jorge.
—Ya se fueron.
—¡¿Sin despedirse?!
—A partir de las doce de la noche no podemos salir de casa,
estamos confinados —anuncia Pedro con tranquilidad.
—¡¿Qué?!... —pregunto asustada—. ¿Qué estas queriendo decir
con eso?
—Tranquilizaos, fue decretado el estado de alarma por el Covid-
19 y solo se puede salir a la calle para ir a trabajar, hacer la compra
o ir al médico, y todo demostrable.
—No puedo estar encerrado nuevamente, Pedro, no puedo —
dice Jorge poniéndose nervioso.
Veo tanta angustia en sus palabras que sin pensar voy hasta él y
lo abrazo. Me sorprende comprobar que acepta mi gesto.
—No estarás encerrado solo, estarás con tus amigos. Ellos te
harán compañía.
—Érica, tú tampoco puedes salir de aquí —dice Pedro.
—¿Cómo? —Ahora es mi turno de sobresaltarme, ¿cómo que no
me puedo ir de aquí? Tengo que volver a Brasil, mi piso está a unos
pocos kilómetros, no tardaría nada recoger mis cosas y dirigirme al
aeropuerto—. ¿Por qué no nos despertaste? —pregunto enfadada y
Jorge me apoya.
—¿Qué ibas a hacer, coger tu moto e ir adónde? Olvídate de lo
de volver a Marbella —le contesta a él, ignorándome. Eso me
molesta. Entiendo que esté pendiente de su amigo, pero tengo que
atender mi negocio, tengo una vida y no puedo estar aquí
encerrada.
—Allí están mi casa, mi trabajo, y está Héctor —dice Jorge.
—Pues lo siento por él —contesta Pedro, pero no veo pesar en
sus palabras.
Estoy tan metida en mis cosas, pensando como haré para salir
de esta, que solo pillo la última parte de la conversación, estoy
centrada en encontrar la manera de irme de aquí. Tengo que volver
a mi país, y cuanto antes. Jorge y Pedro empiezan una acalorada
discusión. Paula, al ver el cariz que están tomando las cosas, me
saca del comedor y me lleva a su habitación. Por el camino me va
explicando que las clases del niño habían sido suspendidas el
jueves y que ella había escuchado superficialmente que nos iban
confinar, pero como todos estaban pendientes de la situación de
Jorge y deseando celebrar su libertad, se calló creyendo que no iba
ser inminente y el anuncio oficial les pilló a todos en la casa por
sorpresa, ya que los chicos estaban totalmente desconectados del
mundo y las chicas, debido a lo que estaba ocurriendo, al igual que
ella ,evitaban ver las noticias. Me apena verla sentirse culpable,
jamás sería capaz de juzgarla por querer lo que tuvieron ayer; esa
gente está viviendo un verdadero infierno y los últimos meses no
tuvieron paz con Jorge en la cárcel.
Capítulo 10

Jorge
Los primeros días de encierro, aun no siendo una tarea fácil, pude
controlar mi ansiedad. La compañía de Pedro, su familia y, aunque
me cueste asumirlo, de Érica me hicieron la situación un poco
menos cuesta arriba. No es que esté como en la cárcel, solo un loco
haría tal comparación: aquí convivo con cuatro personas que me
quieren, se preocupan por mí y desean mi bien, tengo libre tránsito
dentro de la propiedad, puedo salir a la calle para realizar
determinadas tareas, aunque no he puesto un pie fuera de la finca.
Ver la preocupación en sus ojos y el deseo de verme bien me hace
luchar contra el enorme monstruo que hay dentro de mi cabeza
deseoso por salir. Viven tan pendientes de mis pasos… se desviven
para hacerme sentir a gusto, aunque necesito reaprender a vivir
rodeado de afecto. Allí dentro desconfiaba hasta de mi sombra y el
tenerlos observándome todo el tiempo hace que en algunos
momentos me desubique, vivo con el miedo constante a perder el
control. Por eso llevo un par de días buscando la soledad. No quiero
tenerlos cerca, siento que estoy a un suspiro de estallar y por nada
en el mundo deseo que vean la tormenta que llevo dentro.
Érica está viendo más cosas de las que debería y por eso he
decidido dejar de hablarle. No soy idiota, sé que toda la casa por las
noches es consciente de mis caminadas hasta altas horas de la
madrugada y las largas horas de charlas entre Pedro y yo, no sé en
qué momento entra, solo sé qué cuando me doy cuenta él está en la
habitación sentado a mi lado. La primera vez me asusté, en sus ojos
había angustia, pero por cobardía no pregunté; la segunda noche
sentí preocupación, salté de la cama alejándome de él y me encerré
en mí mismo por miedo a que me preguntara qué estaba pasando.
Todos nosotros encontramos en él un padre, sé que se dio cuenta
de mi incomodidad y desde este día su actitud cambió, a día de hoy
no me atrevo a preguntarle qué digo cuando me duermo, por
primera vez le estoy mintiendo. Siempre que abro los ojos y me
encuentro con los suyos le pido que se vaya, aunque confieso
hacerlo con la boca pequeña y, cuando él se niega, no insisto. Las
noches aquí afuera están siendo peores de lo que jamás me
imaginé. Allí aprendí a dormir con un ojo abierto y otro cerrado, a
reconocer los ruidos y detectar los peligros y el instinto de
supervivencia no me dejaba tener tiempo a pensar. Pero ahora no
hay nada de lo que preocuparme y mi mente me está jugando una
mala pasada. Las primeras horas de sueño son tranquilas y
relajadas, pero entrada la madrugada empiezo a sentirme agitado;
intento despertar, pero no lo consigo y, sin que pueda hacer nada
para impedirlo, empiezo a revivir una y otra vez mi primer altercado
dentro de la cárcel. El estar preso me ha hecho replantearme todos
mis principios con respecto a la reinserción. Estoy completamente
jodido tras mi paso por aquel lugar.
Salgo de la habitación para bajar a desayunar con todos y Paula
me intercepta en mitad del camino.
—¿Podemos hablar? —pregunta ella con cariño.
—Claro.
—Ven. —Me indica que la acompañe a su habitación. Si fuera en
casa de otra persona jamás aceptaría, pero sé sin sombra de dudas
que mi amigo no verá nada de malo y además estoy seguro de que
él sabe que ella me iba hacer esta encerrona. No conozco el motivo,
pero estoy seguro de que de eso se trata.
—Soy todo oídos —digo de pie en medio de la habitación.
Ella se gira despacio con una dulce sonrisa en el rostro.
—¿Por qué la estás tratando así?
—¡No sé de qué me hablas! —Me hago el tonto.
—No se puede obligar a nadie a querer a otra persona, pero tu
comportamiento es del todo infantil. —Con voz dulce como si
estuviera hablando con un niño, me expone mi falta de empatía y
consideración con la mujer que me sacó de la cárcel y, al darme
cuenta, me siento avergonzado.
Yo no soy así, no hago daño a la gente, cuando alguien o algo
me desagrada me aparto, pero Érica no entra en ninguna de estas
dos opciones. Me siento como cuando mi madre me regañaba y
hacía mucho que no me sentía así. Es igual que doña Lidia, no sube
el tono de la voz, no dice palabras hirientes, solo dice verdades
como un puño y te deja ver en sus ojos cuánto la has decepcionado.
Al final salgo de la habitación prometiéndole arreglarlo.
Quiero cumplir con mi palabra, siempre lo hago, pero no me
imaginaba que sería tan difícil. La pelirroja es rencorosa. Al día
siguiente de mi charla con Paula intenté un acercamiento, pero Érica
no disfrazó su descontento en tenerme cerca. Insistí un par de
veces y la dejé ir. Pero no hay nada que pueda hacer, estoy decidido
a no ser un capullo con ella y ganar su perdón. Al darme cuenta de
que sale a correr todos los días estoy saliendo a la misma hora,
llevo tres días haciéndolo y la muy orgullosa ni siquiera me mira,
pero tiene esta batalla perdida, soy un hombre perseverante.
Al cuarto día bajo un poco tarde, me retrasé al atender la llamada
de Celia, que está preocupada porque Héctor se encuentra solo en
Marbella. No sabía siquiera que ella había vuelto a Madrid, para mí
seguía allí, no tuve tiempo de informarme sobre ellos y a día de hoy
aún no he conseguido hablar con él. Me da a mí que mientras no
estemos frente a frente no lograré su perdón.
—Acaba de salir —dice Pedro al verme entrar en la cocina en
busca de Érica.
Inmediatamente doy la vuelta y salgo corriendo detrás de ella, no
es que vaya a ir muy lejos, pero he de reconocer que me divierto
viéndola intentar poner distancia entre nosotros. En cuando me ve
acelera al trote, y sin darme cuenta empiezo a sonreír. Debe de
estar congelada, la muy loca está en top de correr sin siquiera una
sudadera o un cortaviento. Acelero mi carrera hasta alcanzarla.
—Hola —la saludo sabiendo que, al igual que los otros días, no
va a haber respuesta.
—Hola.
Me detengo y la miro sorprendido, llevo cuatro días saliendo a
correr detrás de ella y siempre que hablo lo hago para el aire. Al
darme cuenta de que se aleja, vuelvo al ejercicio.
—Te veo muy desabrigada, te vas a poner mala.
—No tengo abrigo de correr.
¿Qué ha pasado?, estos días atrás estaba usando uno, pero no
pregunto, no quiero enfadarla. Me quito el mío y se lo doy, como era
de esperar de primeras se niega a cogerlo, pero al final lo acepta: el
frío gana. Yo estoy bien, el andar en moto y mi última experiencia
me hicieron más resistente a la climatología.
—Lo puse a lavar y sin darme cuenta lo hice en agua caliente. Ya
te puedes imaginar qué pasó.
Por un momento creo que me está tomando el pelo, la miro
interrogativo y al ver que dice la verdad no puedo contenerme. Mi
carcajada es tan fuerte que me veo obligado a parar. No hay nada
en ella que niegue lo princesita que es, pero de ahí a no saber poner
una lavadora…
—¿De qué te ríes?
Lucho por contener la risa para contestarla, se está enfadando y
deseo todo lo contrario.
—No me rio de ti —me apresuro en aclarar—. Lo hago de la
situación, me imaginé tu cara sacando las prendas al ver lo que
había pasado y no pude evitarlo.
Ella empieza a reír.
—En el momento no tuvo gracia, corrí a tirarlo en la basura para
no ser vista con aquello en la mano.
—Di la verdad, ¿nunca pusiste una lavadora?
Arruga la cara y niega, es adorable cuando hace esto, sus pecas
se resaltan y se la ve tan bonita… Sé de primera mano lo que le
está pasando, yo tampoco sabía hacer nada hasta que me fui de
casa y me puse a buscarme la vida. En la casa de mis padres tenía
servicio para todo. Al llegar a la residencia de la universidad, Rafa y
Miguel, sin juzgarme, me enseñaron muchas cosas, incluso a
cocinar. Por entonces, si hubiera querido podría haber salido a
comer fuera todos los días, pero ellos no, y hacían sus comidas.
Cuando se ofrecieron a enseñarme acepté encantado, y muchas
otras cosas las aprendí con Héctor.
—Crecí rodeada de personas listas para atenderme —se
justifica.
—Eso no es malo —digo para que no se sienta mal.
—Quiero cambiar eso —replica ignorando mi respuesta. De
seguro debe de escuchar esta mierda muchas veces, yo la
escuchaba a cada cagada que hacía, que no eran pocas.
—Si quieres te puedo ayudar con eso.
—¿Lo prometes?
—Sí.
La muy loca escucha mi respuesta y con una sonrisa en la cara
sale corriendo y me deja atrás, aunque no por mucho tiempo, claro.
Damos unas cuantas vueltas en la parcela en silencio, pero la
atmosfera es distinta, ya no hay hostilidad por su parte. Empieza a
llover y entramos de nuevo al interior de la propiedad. Yo, como
siempre, voy al gimnasio, solo que esta vez la invito a ir conmigo.
Dentro encontramos a Paula, que al verla la reta a ver quién
aguanta más. Pedro, que llega acompañado de su hijo, se une a mí
a verlas entrenar. Érica es delgada, pero lo da todo a la hora de
ejercitarse estoy seguro de que hay muchos hombres que no
aguantarían la tabla de ejercicios ejecutada por ellas.
—Fátima es igual, estas brasileñas están locas —dice mi amigo.
—¡Yo creía que era un mito eso del culto al cuerpo! —digo al
verlas haciendo sentadillas, pero no de las normales ya que para
hacer la cosa más difícil usan pesas.
—Hay de todo, pero estas mujeres son complicadas.
—¿¡Cuáles no lo son!?
—¡También es verdad! —contesta él sonriendo.
Las dejo y me voy con mi amigo a hacer lo nuestro, no somos así
de competitivos. Tiago se sienta en la esquina con su consola y
pasa de nosotros, yo intento no mirar a Érica, pero es imposible. La
veo más sexi que nunca, el sudor se está escurriendo por todo su
cuerpo, está roja a causa del esfuerzo, sus músculos están en
tensión y aun así no se rinde, mira de soslayo a Paula que tampoco
tiene pensado rendirse. Me pongo a hacer dominadas y Pedro me
acompaña. Estamos tan tranquilos con nuestros ejercicios cuando
las sentimos delante. Al ver a Pedro levantarse yo, como hombre
listo que soy, repito la acción. Las dos se tumban donde estábamos,
Pedro se posiciona delante de Paula y le sujeta las piernas.
—¿Qué esperas? Ven —sentencia Érica tomándome por
sorpresa.
Miro a mi amigo, que se ríe de mi cara, me da a mí que ya está
acostumbrado a eso. Echo un vistazo disimuladamente a cómo él
tiene agarrada a su mujer para coger igual a Érica y mierda, eso no
hace bien a la salud de alguien que está desde hace meses sin
sexo.
Érica se impacienta, con una tremenda facilidad yergue el cuerpo
del suelo, tira de mí, apoya mi pecho sobre sus rodillas, agarra mis
manos y las pasa alrededor de sus piernas. Sin más opciones, las
abrazo y automáticamente Pedro empieza a contar. Las dos al
mismo ritmo suben y bajan a una velocidad de vértigo. El problema
está en sus subidas, hace mucho que lo único que cubre su cuerpo
es el maldito top, mi abrigo desapareció y su pecho sube y baja
dentro de la prenda haciendo mi boca agua. Sus labios muchas
veces quedan a centímetros de tocar los míos y no puedo moverme
porque si lo hago pierde, y no la veo dispuesta a tal cosa. Miro a mi
amigo y el muy capullo está coqueteando con su mujer, robándole
besos; él me mira y al ver mi gesto de frustración empieza a reírse
de mí. Hasta el momento estaba logrando mantener mi polla a raya,
pero estoy empezando a perder la batalla y eso me enfurece, no soy
hombre de perder el control. Este maldito short de deporte…
Cuando me levante todos se darán cuenta de mi estado.
—¿Hasta cuándo durará esto?
Recibo una reprimenda muda de mi amigo, pero me da igual,
necesito salir de aquí o no respondo. Disimuladamente miro hacia
abajo y él rápidamente entiende. No sé qué hará, pero sé que me
ayudará a salir de esta. Intento concentrarme, me centro en su
respiración que esta agitada y no ayuda, me viene a la mente cómo
sería ella gimiendo. Busco en mi memoria las cosas horribles que
pasé en los últimos meses, el pensar en cosas malas siempre baja
la libido, pero la mía parece no estar por la labor.
Un alarido llama la atención de todos, miro al lado y veo a Pedro
tirado en el suelo, quejándose y diciendo que le subió el gemelo.
Nuestra mirada se encuentra y él me guiña un ojo.
—Voy a por hielo. —No sé si el hielo sirve para eso, pero para
meter en mis huevos para bajarme el calentón sí que sirve y fue lo
primero que me vino a la mente. Voy a meter mis bolas dentro y
dejarlas allí hasta que se tranquilicen y aprendan que no pueden
ponerse contentas cuando les venga en gana. 
Capítulo 11

Érica
No sé qué bicho le ha picado, pero llevamos unos días maravillosos.
He muerto de la risa con él presentándome los electrodomésticos y
enseñándome cómo funcionan, no soy una experta ama de casa,
pero el microondas y la cafetera las sé usar. Aun así, el muy loco me
explicó el paso a paso de cada uno de ellos y me obligó a anotarlo
todo en un cuaderno. Fuimos sorprendidos por Paula, que entró en
la cocina a por agua y al darse cuenta de lo que estábamos
haciendo meneó la cabeza por no creer en lo que estaba viendo y
salió con una enorme sonrisa en el rostro. Y aquí sigo, veinte días
después, viviendo un sueño.
Ya podía haber abandonado el país hace días, mi equipo logró
los permisos para que volviera a Brasil, pero por el momento no me
voy a ir. Estoy siendo una mala hija y empresaria, lo sé. Mis padres
están muy preocupados, en Brasil todavía la cosa no está como
aquí, allí ahora es verano y los contagios por el momento no están
siendo cuantiosos. Ellos no dejan de pedirme que vuelva, pero creo
que no es malo ser egoísta por una vez en la vida. Nuestros
encuentros son iguales a los de antes de su detención, no hay nada
sexual, pero hay un gran acercamiento. La manera en que me mira
es diferente, en ocasiones tengo la sensación de que busca mi
compañía y no sé hasta cuándo va a durar eso, por lo tanto, quiero
aprovechar. Poco a poco nos estamos haciendo amigos. En más de
una ocasión Paula dijo estar impresionada por el comportamiento de
él, según ella nunca lo había visto reírse y hablar con una mujer que
no fuera una de ellas por más de veinte minutos y aquí apenas nos
despegamos, él me ayuda con mi trabajo, nos ejercitamos juntos,
vemos películas, comentamos sobre la actuación de los
gobernantes con relación a la pandemia y entre los dos arreglamos
el mundo. Está todo siendo tan perfecto que por las noches a veces
me da la impresión de que no quiere que me vaya a dormir, siempre
que intento irme él saca algún tema de conversación. Sus
desveladas siguen y me desespera no poder hacer nada para
mitigar su sufrimiento. Tengo ojeras por las pocas horas de sueño,
pero no me quejo. Hay días que subimos a dormir altas horas de la
madrugada, pero siempre ocurre lo mismo, una o dos horas
después siento sus quejidos. Nadie en la casa comenta lo ocurrido,
Pedro entra a hacerle compañía y muchas veces no sale hasta que
no haya amanecido. Yo no soy capaz de dormir nuevamente, intenté
una sola vez preguntar cómo dormía y lo tuve distante por unas
horas así que decidí no volver a tocar el tema. No obstante, dentro
de mí hay un algo gritando que tengo que ayudarlo. Por el día
parece ser normal, que nada lo aflige, pero por las noches sé que lo
pasa muy mal.
Hoy hemos decidido cocinar nosotros dos. Si él no es un chef
experimentado vamos a matar a todos envenenados porque a mí se
me quema hasta el agua.
—El tomate se corta así —dice posicionándose detrás de mí,
sujetando mi mano con buena intención, pero el tener su aliento en
el cuello y el roce de su barba sobre mi piel me está volviendo loca.
Me armo de valor y, como si la cosa no fuera conmigo, sutilmente
voy llevando mi cuerpo hacia atrás hasta apoyarlo en el suyo. Su
voz se va haciendo más sensual y el tomate cada vez se corta más
lento. ¡¿Y a quién le importa el tomate ahora mismo?!, a mí desde
luego que no.
—Me gusta cortar tomate. —Quién me mandaría a mí abrir la
maldita boca.
Él, con la respiración acelerada, se aparta como si se hubiera
quemado.
—Tenemos que hablar —me dice.
—No, no hace falta.
—Sí lo hace.
Agradezco cuando Pedro y Paula entran. Sé que Jorge va a
decirme que eso no está bien, que no es hombre para mí y toda
esta mierda que me suelta una y otra vez, así que la presencia de
nuestros amigos me alivia.
—Como deseamos vivir por muchos años hemos pedido comida
a domicilio —dice Pedro riéndose, ajeno al malestar que se ha
instalado nuevamente entre nosotros.
Juro que intento entenderlo, pero no soy capaz. Antes creía que
no, pero ahora estoy segura de que me desea y mucho. Lo mío por
él es evidente así que no entiendo el porqué de tanto huir, ya no
somos niños para estar con estos jueguecitos. Vale que al principio
no había ningún interés sexual, sin embargo, ahora es obvio, con el
mínimo acercamiento echamos chispas, veo en sus ojos que me
desea tanto como yo a él. Pero siempre que está a un suspiro de
cruzar la línea roja es como si tuviera una alarma que saltara y lo
hace excusarse con la misma mierda de siempre y apartarse.
Terminamos de comer y ambos salimos corriendo de la cocina,
yo me encierro en la habitación para trabajar, él se va con Pedro a
hacer lo mismo. Resulta ser una tarde agitada. Roberto, el español
que me propuso negocio a espaldas de su padre, me llama por
videoconferencia y debido a mi tardanza en volver decido dejarlo
exponer el proyecto que su padre rechazó. La verdad, no entiendo
por qué el hombre lo hizo, es muy bueno, me gustó lo que vi.
Estuvimos casi toda la tarde comentando sobre ello, sobre los
planes que tiene. Le dije que cuando pasara todo eso quería ver los
planos y balances y me sorprendió que él no supiera de la
insistencia de su padre en reunirse conmigo. Por su cara veo que la
noticia no le agrada, me dio la sensación de que su padre todavía
no lo respeta como empresario, pero eso no es cosa mía.
A lo largo de la conversación, no sé en qué momento el asunto
cambia y terminamos comentando tonterías y riéndonos como
tontos de los malos chistes que contamos al otro. Jorge sube a
avisarme de que la cena ya está lista y me encuentra riendo
mientras hablo con alguien por videoconferencia. Pone mala cara; la
verdad no entiendo el por qué. ¿Será que pensó encontrarme
llorando?
—La cena está servida.
—Ve a cenar, después seguimos —dice Roberto.
—¿Con quién estas? —pregunta Jorge.
—Con un amigo.
—Porque tú quieres —contesta Roberto al otro lado de la
pantalla.
Sin pensarlo cierro el portátil. Jorge no había entrado del todo en
la habitación, tiene la mano en el pomo y la mitad de cuerpo dentro
y la otra afuera, me mira por unos segundos como si quisiera decir
algo, pero al final no lo hace y se va. Decido no comerme la cabeza,
si quiere decirme algo que lo haga y si no que se vaya un poco a la
mierda. Ya no tengo ganas de seguir hablando con nadie, me lo
estaba pasando bien, pero me parece totalmente fuera de lugar el
comentario de Roberto. Me levanto, me doy una ducha y me meto
en la cama.
—¿Puedo pasar? —pregunta Paula.
—Claro, es tu casa.
—No digas tonterías —replica ella con dulzura.
—¿Qué hay de malo en mí? —La pregunta salta de mis labios
sin que me dé tiempo a retenerla.
—Nada. Eres una mujer preciosa.
—Entonces, ¿por qué él huye de mí? —me lamento frustrada.
—Verás, es que Jorge…, a ver cómo te lo puedo explicar.
Sé que ella, al igual que Fátima, saben mucho sobre él, una es la
mujer del padre confidente de todos estos hombres y la otra su
amiga/hermana así que estoy segura de que están al tanto sobre los
problemas que pueda tener Jorge, aunque no me hago ilusiones,
jamás me contarían nada. Esta gente es tan fiel que jamás se
traicionarían.
—No hace falta que me digas nada —le digo rápidamente para
no meterla en un aprieto.
—Das demasiadas vueltas a las cosas. Jorge no está en la
misma onda que tú.
Ese comentario solo me deja más intrigada, entre que él dice que
no soy lo que busca y ahora eso mi cabeza se vuelve un lío.
—Gracias —digo forzando una sonrisa y ella se ríe también. Veo
en su cara que se muere por decirme algo, pero no lo va a hacer
porque eso significaría estar traicionando a su marido y amigo.
—Sé la mujer valiente que fuiste cuando le diste tu número de
teléfono en el aeropuerto.
—¿Conoces esta historia? —pregunto sorprendida.
Cuando eso ocurrió Fátima ni siquiera estaba con Daniel, Paula
llegó a la vida de Pedro después. No sé de dónde saqué coraje para
actuar de aquella manera.
—Aquí no hay secretos.
La verdad es que da un poco de miedo eso, no sé si sabría llevar
bien eso de que todo el mundo supiera mis cosas. Su hijo viene a
por ella y la arrastra fuera de mi habitación, pero antes de
desaparecer me grita que sea valiente y lo voy a ser, llegué a mi
límite. La decisión está tomada. volveré a casa. Aquí lo único que
voy a lograr es herirme cada vez más, este hombre nunca me va a
tocar y ya va siendo hora de tener un poco de amor propio. Mañana
por la mañana empezaré a organizar mi partida.
Llevo tanto tiempo sin saber qué es descansar toda una noche
que me pongo el antifaz y en cuestión de segundos estoy en brazos
de Morfeo. Tengo el sueño ligero, siento pasos en el pasillo, pero
enseguida vuelvo a dormir, sé a quién pertenecen. La puerta de mi
habitación es abierta un par de veces, sé que es Jorge, no obstante,
no iré detrás de él, si quiere entrar que lo haga. A eso de las tres de
la mañana la casa queda libre de cualquier ruido y entro en un
sueño profundo, pero a las tres y media un fuerte alarido me hace
dar un salto de la cama. Sin importarme por mi vestimenta salgo
corriendo en dirección a la habitación de Jorge, sé que el ruido viene
de allí. Pocos segundos después, Pedro y yo nos encontramos
delante de su puerta, yo soy la primera en poner la mano en el
pomo, él la va a sacar, pero su mujer aparece para llevárselo No es
fácil convencerlo, no hay palabras, pero en sus ojos es todo
preocupación.
—Prometo cuidarle bien —digo para tranquilizarlo.
—No sabes a qué te enfrentas.
—Dejen de tratarme como si fuera de porcelana —rezongo
enfadada.
Oigo otro quejido de Jorge e ignoro a Pedro, esta vez está siendo
diferente, hay más angustia en sus gemidos. Todas las noches le
siento, sin embargo, esta vez está siendo desgarrador. Giro el pomo
y entro, pero no lo veo. La habitación está a oscuras, la única luz
que hay es la de afuera. Froto mis manos una contra la otra y me
adentro en la alcoba, siendo recibida por el aire frío que se cuela por
la ventana. Hay un fuerte olor a sudor, eso me llama la atención, la
habitación está congelada. Lo primero que hago es cerrar la
ventana, si la dejo así seguro pillará una pulmonía. Me acerco a su
cama y sus quejidos se hace más audibles, mi corazón se dispara al
percibir tan de cerca la angustia en su voz. Corro a su lado, pero no
sé cómo acercarme. Se está debatiendo como si estuviera
defendiéndose, así que miro a los lados en busca de una solución.
No sé qué hacer, jamás me imaginé encontrarme con algo así.
Enciendo la luz de su mesita de noche y descubro su cuerpo
empapado en sudor, la persona que tengo delante no se parece en
nada al hombre al que quiero, en su rostro hay dolor, mucho dolor y
miedo, ahora mismo tengo la sensación de que está librando una
batalla a vida o muerte. Me arrodillo junto a la cama, intento tocarlo
y en su agitación por defenderse me golpea el brazo echándolo lejos
de él, de seguro mañana tendré un moratón, pero me da igual,
tengo que sacarlo de esa angustia como sea. Nunca había visto a
nadie sufrir así en sueños, su estado de agitación es tal que su
cuerpo es como una chimenea, el calor que desprende es tanto que
llega hasta mí.
—Jorge… —No recibo respuesta alguna, Pedro tenía razón
cuando dijo que no sabía a qué me enfrentaba. Es como si no
estuviera aquí.
Llevo la mano a su rostro, pero de un manotazo me la aparta y
se debate con más ferocidad, da otro grito y ya no pienso, me
desvisto corriendo y me tiro sobre él. Sus golpes me hacen daño,
pero no me rindo. Es muy fuerte, intento sujetar su mano, pero es
imposible, tiene mucha más fuerza que yo. Tomada por el miedo a
fracasar actúo nuevamente por instinto y busco su boca, es la única
manera que encuentro de acallarlo. No quiero que piense que no
soy capaz de ayudarlo, no tengo la menor idea de qué le está
pasando, pero quiero estar a su lado, quiero darle consuelo.
Al sentir mis labios gira la cara y empieza a debatirse con más
fuerza, moviendo la cabeza de un lado a otro intentando evitar
nuestro contacto.
—Shhh, tranquilo, soy yo, Érica —digo con suavidad una y otra
vez y parece que se va tranquilizando un poco pero aun así sigue
agitado.
Con delicadeza y diciendo que soy yo intento cogerle el brazo
para que deje de dar golpes en el aire recibiendo alguno que otro,
pero logro todo lo contrario, él es más ágil que yo. Todavía en trance
se gira, poniéndose encima de mí, y aprisiona mis brazos contra la
cama. Todo eso lo hace en sueños, en todo el tiempo tiene los ojos
cerrados y empiezo a asustarme, no logro entender lo que dice,
desde que he entrado no ha dejado de hablar entre dientes, sus
venas están hinchadas a causa de la tensión que acumula. Sin más
ideas, susurrando que soy yo, empiezo a dar suaves besos en su
desnudo pecho y su mano, que segundos atrás sujetaba mis brazos,
ahora vaga por mi cuerpo y se topa con la protuberancia de mis
pechos. La posa sobre ellos y los palpa como si estuviera queriendo
cerciorarse de que es verdad.
—¿Estoy soñando? —pregunta.
Tengo miedo de contestarle y que vuelva a ponerse nervioso,
desde que he entrado aquí es la primera vez que lo noto
mínimamente normal, no sé en qué estado se encuentra, no sé si
está dormido o despierto. Me quedo quieta y él tampoco dice nada.
Dejo que su mano toque mi cuerpo. Sí, sé que a la vista de algunos
estoy aprovechándome de la situación, pero no sé qué hacer, estoy
actuando por instinto.
Por primera vez abre sus grises ojos y me mira, pero tengo la
sensación de que no me ve. Su semblante ahora es el de un
depredador, el miedo que siento ahora es distinto. Sus pupilas están
dilatadas, lo que ocurra aquí hoy puede ser mi fin. Muero de miedo a
ser rechazada, me sentiría la mujer más humillada del mundo. Él
también me desea, lo puedo ver. No lo reconozco, el hombre que
me tiene totalmente a su merced sobre la cama es un depredador,
mañana ya cargaré con las consecuencias y el peso de mi
conciencia por lo que estoy haciendo, no sé si él sabe lo que está
ocurriendo, pero siento su dureza contra mí y creo que eso es algo
que ambos debemos hacer. ¿Había pensado que sería así…?
¡No…! Pero quizás sea lo mejor, así yo me quito las ganas y él se
libra de mí. Acerco mis labios a los suyos y lo beso, es distinto de
las veces que lo besé antes, ahora él lo está haciendo con
desespero. Sus ojos vuelven a cerrarse y sus manos a recorrer todo
mi cuerpo y me relajo. Sé que ya se entregó al deseo, su miembro
esta como una roca. En todo momento está controlando su peso
para no aplastarme. En un arranque de valentía de un tirón libero
uno de mis brazos, lo introduzco entre nuestros cuerpos y lo agarro.
El toque de mi mano en su venoso miembro le causa un leve
temblor, deseo tomarlo en mi boca, puedo sentir entre mis dedos la
sangre circulando por su pene. Con la punta del dedo acaricio la
cúspide y lo descubro seco, me siento un poco decepcionada,
empiezo a dudar si realmente siente deseo por mí o si es solo la
reacción de su cuerpo. El mueve la cadera como si quisiera entrar
en mí y pierdo completamente el juicio, me da igual, estoy lubricada
por los dos. Separo mis piernas y lo introduzco en mi cuerpo, no
puedo evitar gemir de placer. Soñé con eso tanto tiempo… Estoy
siendo una enferma pervertida, pero él está tranquilo, también lo
está disfrutando, sus gemidos y sus envites me lo dicen.
Me arriesgo, lo giro y me siento sobre él para cabalgarlo, deseo
sentir toda su longitud dentro de mí. Sus manos vuelven a posarse
sobre mis pechos, Jorge tira de mi pezón y me corro como hacía
mucho no lo hacía, el tenerlo dentro de mí está siendo un sueño
hecho realidad, para ser memorable solo faltaría que él abriera los
ojos y me mirase. No sé en qué momento los ha vuelto a cerrar,
pero está muy centrado en mi placer, ya me dio un maravilloso
orgasmo y está buscando darme otro. Cómo me encantaría que
viera cómo lo deseo, no, no es deseo, es amor, eso es lo que siento
por ese hombre. Inexplicablemente lo amo como nunca amé a
ningún otro, los hay que pusieron el mundo a mis pies y no siento
nada por ellos, pero Jorge…
—¡Ay! —grito por el placer que me causa su estocada.
Jorge me saca de encima de él, me pone tumbada boca abajo y
entra en mi cuerpo con decisión, agarra mi pelo y me folla
salvajemente. No sé por cuánto tiempo está martillando mi sexo sin
piedad, ya perdí la cuenta de las veces que me he corrido y él sigue.
Siento escozor entre mis piernas, pero no digo nada, estoy en el
paraíso. De su boca no salen más que gemidos.
Capítulo 12

Jorge
Llevo un buen rato despierto pero no me atrevo a moverme por
miedo a que Érica siga en mi cama. Nunca comparto cama con
nadie y de buenas a primeras me he visto durmiendo de cucharita
con ella. Es una sensación rara, aunque no incómoda. Simplemente
no he sabido cómo reaccionar. Después del sexo, cuando
quedamos tranquilos, miré su rostro y se veía relajado; tampoco era
para menos después de tres orgasmos. En ningún momento pasó
por mi cabeza despertarla para que se fuera, pero sí pensé en irme
yo. No obstante, en el último momento me acobardé y, con todo el
cuidado del mundo para no despertarla, me giré, perdiendo el calor
de su cuerpo. Y ahora no tengo el valor de comprobar si sigue aquí.
Desde que he salido de la cárcel, exceptuando los días en que
me alcoholicé, todas las noches tengo pesadillas; no obstante, esta
fue la peor con diferencia. Érica no podía haber escogido peor
momento para presentarse en mi habitación. Con las cosas que
estaban pasando por mi mente en el estado en que me encontraba
podía haberla atacado y hecho mucho daño, y si eso hubiera
ocurrido jamás me lo perdonaría. En toda mi vida nunca siquiera
alcé la voz a una mujer y haber dañado a una me destruiría.
Después de haber visitado el infierno, cuando sentí que tocaba
un cuerpo femenino creí que soñaba, y me refugié ahí para huir de
las imágenes que se repetían una y otra vez en mi cabeza. Estaba
completamente ido y su presencia fue mi bote salvavidas. Me agarré
a ello. Mi cuerpo reaccionó enseguida, las sensaciones dentro de mí
cambiaron y, al abrir los ojos y verla, por unos segundos pensé que
era mi subconsciente jugándomela, pero mi corazón volvió a
acelerarse, vi cómo tragaba saliva y el miedo a que la echara se
hacía cada vez más visible en su rostro. Quise hacerlo, quise decir
que aquello no estaba bien, pero las palabras no salieron y cuando
me besó, todo se descontroló. Los primeros segundos intenté
luchar, no respondí al beso, pero su suave y caliente cuerpo sobre el
mío, sus pecas que resaltaban sobre el rubor de su piel y sus
rosados labios suavemente hinchados después de nuestro beso
eliminaron mi fuerza de voluntad. No es lo correcto, nunca seremos
lo que el otro desea, somos polos opuestos. El periodo de
abstinencia me había pasado factura y cuando su pequeña mano
agarró mi pene y lo introdujo en su cuerpo supe que había perdido
por completo la batalla. Al contrario de lo que yo pensaba, lo
disfruté…, y mucho. Pero ahora llegó la hora de enfrentar la
realidad.
Poco a poco, aun con los ojos cerrados, giro en la cama en
busca de su delgado cuerpo. Me pongo de lado pero sigo sin abrir
los párpados y con las manos quietas; si sigue aquí no tengo la
menor idea de qué decirle. Despacio voy abriendo los ojos y no la
encuentro, no sé si siento alegría o desespero de que se haya ido
sin que habláramos, quizás hubiera sido menos incómodo aquí en la
habitación, sin el peligro de que alguien pueda escucharnos y sacar
conclusiones equivocadas. Me coloco adonde estuvo su cuerpo y
hundo mi cara en la almohada.
Al cabo de unos segundos me pongo de pie de un salto, me doy
una ducha rápida y salgo detrás de ella; a ver cómo encara esto la
pecosa. Por lo poco que la conozco estará muerta de vergüenza. No
soy ningún niño, nunca jugué con ella, así que ahora tenemos que
ser adultos y afrontar las cosas como son: nos dejamos llevar y
punto, por ahí es donde direccionaré el tema.
—¿Érica ya bajó? —pregunto entrando en la cocina.
Paula niega con la cabeza y sigue con su desayuno, pero la
mirada de Pedro me deja claro que nos escuchó y me parece que
no está muy contento. No le falta razón, no debería de haberlo
hecho, y menos aún tal como ocurrió y donde ocurrió. Falté al
respeto a su casa. Me siento tremendamente avergonzado, y nada
más hable con ella lo buscaré para disculparme.
—Siéntate y desayuna —ordena Paula.
Mi deseo es ir detrás de ella, tengo la necesidad de verla y
aclarar lo ocurrido, pero la mirada que me echa Pedro me hace
acatar la orden de su mujer, que me indica el asiento que debo
ocupar. Resignado, poso mi mano sobre la silla para acomodarme y
siento el ruido de las ruedas de una maleta. No los miro y soltando
la silla corro al salón. No puede ser lo que estoy pensando, ella no
puede ser así de cobarde. Antes de que llegue a mitad de camino
confirmo mis sospechas, se va a ir. Acelero el paso y me cruzo en
su camino.
—¿Estas huyendo? —No quería decirlo, pero estoy enfadado y
me salió.
No se atreve a mirarme. Yo, sin embargo, creo que ni pestañeo,
en algún momento tendrá que levantar la mirada y lo primero que
verá serán mis ojos fijos en ella. No le va a servir de nada intentar
escaparse, no saldrá de aquí sin que antes hayamos hablado como
dos adultos.
—Mírame —ordeno cansado de su actitud infantil.
—No puedo.
Está ruborizada y no sabe qué hacer con tal de evitarme, se
mueve ocultándose detrás de su roja cabellera. No la dejaré irse así,
estiro mi mano y recojo algunos mechones detrás de su oreja para
poder ver su rostro. Intenta esquivarme, pero soy más rápido y le
corto el camino, dejándole claro que no la dejaré ir, y para eliminar
cualquier duda quito la maleta de su mano, la pongo detrás de mí,
me cruzo de brazos y quedo delante de ella como una estatua.
Pedro y Paula suben con Tiago, sé que estarán de acuerdo con mi
actitud. Está a solo un suspiro de volverse loca porque hasta que no
diga nada yo tampoco lo haré.
Vuelve a intentar irse con el mismo resultado. Pero ahora mi
pose es chulesca, tengo las piernas abiertas, brazos cruzados y la
mirada en su coronilla hasta que se decida a dejar de admirar el
pulido suelo.
—Déjame pasar —pide sin erguir la mirada.
—No.
—Tengo un vuelo programado.
—Lo bueno de tener un avión propio es que te puedes ir más
tarde —digo con sarcasmo.
—En estas circunstancias, no.
—Qué lástima —me burlo.
Ya sin paciencia cojo también su bolso y me lo pongo en el
hombro. «¿Cómo cojones las mujeres son capaces de hacer que
estas malditas cadenas queden en su sitio?», pienso, intentando por
todos los medios que se sujete en mi hombro. Justo cuando logro
que el maldito accesorio quede tranquilo su móvil empieza a sonar
dentro del bolso, insegura me mira y yo sigo impasible. Mis pintas
deben de ser cómicas, con pantalón de correr, zapatillas, camiseta y
un bolso de mujer al lado, pero, en fin, no se lo voy a poner fácil. Sé
que la llamada es de su gente para saber si pudo salir, pero me da
igual; no estaba planeado que se fuera. Ya lo tenía todo organizado
para seguir trabajando desde aquí, así que no la estoy perjudicando.
—¿Puedo? —me indica señalando el bolso. Niego con la cabeza
y en ese momento se desespera y empieza a llorar—. Perdóname,
no estuvo bien lo que hice ayer. No tenía derecho a invadir tu
privacidad y abusar de ti como lo hice.
Si no la tuviera llorando delante de mí juro que estaría
desternillándome de la risa. ¿qué narices está pasando por la
cabeza de esta mujer para que piense que estoy enfadado con ella
y que abusó de mí? Por dios, si nos ponemos a apuntar culpables
yo soy el único, pues podría habérmela quitado de encima con
facilidad y no lo hice.
—¿No vas a decir nada? —cuestiona ella.
—¿Qué quieres que diga?
—Insúltame, llámame pervertida, di lo que piensas.
—Pienso que hasta que llegaste estaba jodido, muy jodido, y que
gracias a ti tuve algunas horas de sueño relajadas de verdad, sin
tener que luchar contra el deseo de ir detrás del alcohol para
entumecer mi cuerpo.
Vuelve ocultar la cara, seguramente por no creer lo que estoy
diciendo. Se nota que Érica no nos conoce, mis amigos y yo no
mentimos entre nosotros ni a nosotros mismos, y si le dijera
cualquier otra cosa a ella me estaría engañando a mí mismo porque
es la pura verdad. Desde que he salido de la cárcel fue la primera
vez que pude dormir relajado, fueron solo un par de horas, pero es
como lo sentí.
—¿Entonces no estás enfadado conmigo? —insiste dubitativa.
—No. Pienso que tenemos que hablar, pero no estoy enfadado.
—Pero tú no…
—No me corrí. —Ahora sí que no puedo evitar la risa, esta mujer
no puede ser real. ¿De verdad está muerta de vergüenza por oírme
decir esa tontería? Con lo que me encanta decir cochinadas. De
todos soy el que más guarradas dice a la hora del sexo, si esto la
avergüenza entonces no hay mucho de lo que hablar—. Pero tú sí lo
hiciste, y más de una vez.
Nuevamente se pone colorada a causa del pudor.
—Calla, por Dios.
—No metas a Dios en esto o tendrás que pagar muchas
penitencias después de lo que hiciste ayer. —Érica se tapa la cara.
Su móvil vuelve a sonar, no era así como había imaginado
nuestra conversación, pero no voy a martirizarla. Le extiendo el
bolso para que conteste la llamada. Con celeridad, coge el móvil.
Antes de atenderlo, susurra:
—¿Quieres que me vaya? —Si no estuviera casi encima de ella
no la hubiera escuchado.
—No.
¿Pero qué cojones acabo de hacer?, parezco principiante. Lo
que quería decir es que si quiere se puede ir, pero después de
nuestra charla. La busco con la mirada y con una enorme sonrisa
asiente con la cabeza y no tengo cojones para decirle nada más. Se
aparta, se lleva el móvil al oído, cancela el vuelo y se gira hacia mí
con brillo en los ojos y eso es aterrador. Ambos necesitamos pensar
antes de reunirnos a hablar, por lo que yo paso a su lado, le doy un
beso en la mejilla y salgo a correr. Me da exactamente igual la lluvia
que está cayendo, necesito poner mis pensamientos en orden. Hay
muchas cosas en juego y lo último que deseo es hacerle daño a
ella, y mucho menos a Héctor; él es el primero en mi vida.
Sin tener como seguir evitando a los demás bajo a cenar, Paula
preparó una lasaña de muerte. Los cinco disfrutamos de la cena
comentando trivialidades para que Tiago sea parte de la
conversación, es un niño muy listo y educado. Nosotros sabemos
que para él no debe de estar siendo fácil encontrarse encerrado
dentro de casa con cuatro adultos y por ello hacemos de todo para
que se sienta parte del equipo. El tenerlo cerca hace que mis días
tengan color, siempre que hace buen tiempo juego al balón con él y,
junto a su padre, hacemos todas las actividades al aire libre que las
restricciones nos permiten. El enano está encantado. Después de
recoger, al ser viernes y dado que mañana él no tiene clase online,
nos pidió jugar la consola con él y así lo hicimos. Jugamos por
parejas y uno quedaba en la reserva. Sorprendiéndonos a todos,
Érica ha resultado ser muy buena. Así, entre juegos y charlas dan la
una de la mañana y nadie está hablando de dormir. Pedro y yo
estamos bebiendo cerveza, si siguiera mis pensamientos me
emborracharía, pero no quiero apaciguar mi angustia ahogándome
en la bebida, ese no es el camino.
El primero en retirarse aun en contra de su voluntad es Tiago,
detrás de él va su madre y luego su padre, quedando Érica y yo. Sé
que quiere irse, pero no quiere dejarme solo y eso me angustia. Por
ello decido ser yo quien diga adiós.
Entro en la habitación, miro la cama y siento como si me
repeliera, soy consciente de que nada más acomode mi cabeza en
la almohada haré de todo menos descansar. Después de dar mil
vueltas me rindo, me doy una ducha y me tumbo. Intento ocupar mi
mente con otras cosas sin mucho éxito. Doy vueltas y más vueltas
hasta que siento una suave mano sacudiendo con suavidad mi
cuerpo, abro los ojos y la veo a ella con sus lindos ojos verdes y su
cabellera roja. Me siento aturdido, no estaba en las profundidades
de mis tinieblas, pero iba de camino y ella me trajo de vuelta. Me
mira como si fuera un ser especial, su rostro demuestra inocencia.
¿Cómo es posible que una mujer de negocios como ella, siendo
amiga de Fátima, tenga esa aura de inocencia y dulzura?
—¿Te pasa algo?
—No me gustan las tormentas.
Miro en dirección a la ventana y descubro que afuera está
cayendo el diluvio universal, cayendo rayos y truenos uno detrás de
otro. La miro pero no veo en su rostro miedo, hay preocupación,
deseo y algo a lo que prefiero no dar nombre, pero miedo no.
Estudio la posibilidad de mandarla de vuelta a su habitación, pero
sería muy cruel de mi parte. No sé cuáles son sus intenciones pero
no puedo hacerla sentirse mal, no después de lo que hizo por mí la
noche pasada. Cae un rayo cerca y ya no espera mi respuesta, se
lanza sobre mi cama, agarra la almohada y se tapa la cara. Una vez
más me siento un miserable, Érica realmente tiene miedo a las
tormentas. Como puedo, saco la manta de debajo de ella, la tapo y
la abrazo, demostrando que puede contar conmigo. Nada más
rodear su pequeño cuerpo con mi brazo, se pega a mí. Va a ser una
noche dura, no por las pesadillas, estoy seguro de que no las
tendré, pero tener el cuerpo de esta mujer pegado al mío y con solo
el pijama de barrera entre nosotros me va a proporcionar una noche
en vela.
—Odio las tormentas —dice ocultando su rostro entre mi hombro
y cuello.
Intento cambiar de postura para crear distancia entre nosotros
pero me busca, por el momento voy ganando la batalla, no tengo
ninguna erección y espero no tenerla hasta que se vaya de aquí.
—No te preocupes, seré tu héroe esta noche.
—¿De verdad me vas a cuidar?
—Sí. —La aprieto entre mis brazos y beso su coronilla. Ella,
despacio, saca la cabeza de su escondite para mirarme con sus
penetrantes ojos.
En mi gesto no hubo nada sexual, pero sus pupilas están
dilatadas. Cuando me doy cuenta tengo la vista en sus labios. Como
si de un imán se tratara, despacio, nos vamos acercando. Mi
corazón se dispara. Su mano, demostrando una gran contradicción,
se cuela debajo de mi camisa sin ninguna timidez. Esto no está
bien, si no pongo freno sé perfectamente cómo acabará y ella saldrá
herida. De un salto salgo de la cama y voy al baño. Es mejor así. No
quiero decir nada y arriesgarme a hacerla sentirse mal. Hago tiempo
dentro hasta calmarme. Cuando vuelvo a la habitación respiro
aliviado al ver que está dormida y, con todo cuidado para no
despertarla, me acuesto a su lado.

Mi mañana está siendo tortuosa. No es por Érica, tuvimos un


tranquilo despertar, el motivo de mi desazón es Héctor. Él no me lo
dijo, pero sé que si no voy a Marbella a verlo cuanto antes lo voy a
perder. Está dolido, ahora tiene miedo y está enfadado conmigo. No
le puedo hacer eso, es su sustento lo que está en juego. Si Héctor
pierde su pequeño negocio sé que se irá de mi vida para siempre.
Quise ayudarlo un millón de veces, llegué a proponerle fundar juntos
una sociedad y no quiso. Siempre alega que para que las cosas
entre nosotros sigan igual de bien como están lo mejor es no
mezclar negocios y dinero en nuestra relación. Así que, aunque me
duela que rechace mis ofertas, al mismo tiempo me siento orgulloso.
Héctor podía haberme sacado lo que quisiera y no lo hace, lo único
que pude lograr con mucho esfuerzo es que viva conmigo pequeñas
temporadas, pero aun así él siempre deja claro que es algo
temporal.
Cuando se lo conté a Pedro se preocupó mucho, pasamos el día
contactando con gente en busca de ayuda. Agradecemos estar
confinados porque de ahora en adelante nadie de nuestro entorno
cercano saldrá de casa sin tener a alguien cuidando de su
seguridad. Ya hablamos con Damián, es un alivio tenerlo metido en
casi todas las ramas empresariales. Por eso sabemos que ahora
mismo está ocupándose personalmente de seleccionar a hombres
de su confianza para cuidar a nuestras familias. Lo hacemos por
precaución, es mejor prevenir que llorar. También llamamos a Daniel
y le pusimos al corriente de lo ocurrido. Su familia en Brasil usa
seguridad, pero aquí en España Fátima alegaba querer ser libre, y
por desgracia, por lo menos por ahora, eso tendrá que cambiar. La
cosa ha pasado de los sabotajes a amenazas de muerte con
intimidación. Intentaron sacar el coche de Héctor de la carretera, iba
acompañado de Sandra, la hija de Celia, y yo no estaba a su lado
para apoyarlo. Me siento un mierda, todo esto es por mi culpa.
Cuando Celia me llamó poniéndome verde no pude defenderme,
tiene toda la razón, ellos son todo lo que ella tiene. Desde la trágica
y dolorosa muerte de su madre fueron solo ellos dos. Héctor luchó
contra viento y marea para recuperarla, cuando supo que estaba
embarazada la apoyó y los dos solos salieron adelante. No les
puedo hacer eso. No dejo de preguntarme cómo dieron con él
nuestros enemigos, las únicas personas que saben de su existencia
en mi vida son mis amigos y sé que jamás me traicionarían.
Al pasar delante de la puerta de Érica decido darle una
satisfacción, la dejé tirada cuando fui yo quien dije de hacer
ejercicios. Por supuesto no le diré nada de Héctor, eso es cosa mía
y solo mía. Estoy descubriendo que ella es una persona estupenda
pero ellos dos no pueden saber nunca de la existencia del otro.
Sería mi destrucción. Abro la puerta y la encuentro riéndose delante
del portátil. Sin poder evitarlo veo a un hombre que, por la manera
en que la mira, está interesado en ella. Él ya me descubrió, sin
embargo Érica está tan entretenida con lo que estaban diciendo (y
algo me dice que no es nada de trabajo) que no se dio cuenta de mi
presencia.
—Hola, ¿interrumpo algo? —Da un salto en la silla y se lleva la
mano al corazón.
La mirada que me echa el que está al otro lado de la pantalla no
es nada amistosa, pero me da igual. Tiene toda la pinta de ser un
aprovechado, no le permitiré jugar con ella, es una mujer dulce e
ingenua.
—Eh… no. —El del otro lado la mira achicando los ojos, pero
ella, con su inocencia no se percata de su gesto—. ¿Quieres algo?
«Claro que quiero, quiero que espabiles y no sea tan confiada,
ese es un charlatán que quiere aprovecharse de ti, pero no se lo voy
a permitir.»
—¿Te apetece dar una vuelta por el jardín?
—Estamos hablando de negocios —contesta él.
Lo miro alzando una ceja al descubrir su marcado acento
madrileño, no le doy la satisfacción de escuchar explicaciones por
mi parte, él me da igual, la importante aquí es ella. Por la manera en
que Érica miró la pantalla sé que es mentira, mira en su caro reloj,
mira mi rostro y vuelve a la pantalla.
—Tengo que irme —se excusa ella.
—Pero estábamos…
«Tío, retírate con dignidad», pienso, en su cara se refleja lo
enfadado que esta con mi interrupción. Érica es una dama, no le va
a decir nada fuera de lugar, pero si me veo en la necesidad de
hacerlo por ella no dudaré. Así que más le vale ser un buen chico y
largarse.
—No. Ya son las diez y media —espeta Érica—. Mi horario por
hoy ya se acabó.
Wow… ¡¿quién es esa?! En todo el tiempo desde que la conozco
es la primera vez que la veo ser tajante con alguien.
—Vale, mañana te contacto… —intenta decir él, pero ella no le
da tregua.
—No, ya lo haré yo cuando lo vea conveniente.
No puedo evitarlo, me cruzo de brazos y miro la pantalla
esperando a que esta se ponga en negro. Tengo un grito de victoria
pujando en la garganta por salir. Madre mía vi tanta fuerza y
determinación en la mujer que tengo delante que si no hubiera visto
con mis propios ojos diría que es otra persona. Estoy absorto en mis
pensamientos y no me doy cuenta de que ya ha cerrado el portátil y
no está en su silla.
—Y bien, ¿qué decías? —dice ella dándome un susto.
Tiene un aura distinta. Me está mirando con verdadera lujuria y si
no salgo de esa habitación ahora mismo puede que haga algo de lo
que pueda arrepentirme y herir a mucha gente.
—¿Damos una vuelta?
—Estoy cansada, me voy a la cama.
Mierda, la idea era dar un paseo y poder resarcirme con ella, no
sentir este deseo loco de probar su suave cuerpo nuevamente. Se
va al baño, dejándome solo en medio de su habitación. Miro la
puerta por donde entré y la que ella acaba de cruzar y… a la mierda.
No es lo correcto, pero es lo que ambos deseamos, ya le dije lo que
hay y demostró estar de acuerdo, así que basta de pensar tanto
antes de actuar.
Me quito la camiseta, desabrocho el primer botón de mi pantalón
y voy detrás de ella al baño, deseo ver cómo enjabona su cuerpo y
la espuma se va formando sobre su piel blanca, cómo su roja
cabellera se pega a su cuerpo y el agua resbala sobre su espalda.
Este pensamiento no ayuda a calmar mi deseo; con cautela abro la
puerta y la imagen que encuentro no es la que tenía en mi mente.
Érica está sentada sobre la tapa del inodoro, con la mirada perdida
en la pared de enfrente y las lágrimas corriendo por sus mejillas. Mi
incipiente erección acaba de desaparecer.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? —digo preocupado.
—Déjame sola.
—No.
—¿De verdad quieres saber? —pregunta alzando la mirada
hacia mí.
—Sí…
—Lloro por tu culpa. Me desconciertas.
—Ilumíname.
Ahora tengo más claro que nunca por qué nunca quise intentar
una relación formal como las de mis amigos. No sé entender a las
mujeres, soy muy básico. Dejo siempre las cosas claras desde el
momento uno, doy placer a mis amantes y mi placer está en ver
cómo disfrutan, cómo se retuercen debajo de mis caricias, cómo mis
sucias palabras les excitan y una vez todos saciados, adiós muy
buenas. Pero nunca con engaños o mentiras.
—¿Me aceptas en tu cama? —pregunta demostrando valentía.
—Soy un caballero —respondo de manera distendida para que el
ambiente no se enrarezca entre nosotros.
—No estoy bromeando —dice levantándose y dándome la
espalda.
—Perdón, sigue.
—Sabes que te deseo, tuvimos…
—Sexo. —Completo la frase—. Decirlo no es pecado.
—No sentiste placer la otra noche. Eres atento conmigo, pero de
la nada te apartas. Me viste hablando con alguien y me pediste salir.
Eso ha sonado muy raro, no diré nada, pero no tengo claro si la
connotación con la que lo que dije es la misma que ella entendió.
—Creo que te di una impresión errónea.
—Tranquilo, el que yo sea tímida no significa que sea tonta. Sé
que no significo nada para ti.
La situación ya se me fue de las manos, llevamos apenas
veinticinco días encerrados y mira dónde me encuentro. Tengo que
hacer algo ya para que la convivencia no se haga incómoda para
todos en la casa y yo me mantenga vivo hasta por lo menos decidir
a cuál de mis sobrinos dejo mi moto, aunque sus padres me van a
resucitar para matarme nuevamente.
—¿Qué quieres de mí? —le digo.
—Lo que tú quieras darme.
—Sabes que si fuera un cabrón podría aprovecharme de ti, pero
no lo soy.
—No des rodeos, recházame, así puedo lamerme las heridas
para que se curen más rápido —insiste ella.
—No es eso lo que quería decir. Disfrutémonos, sin ataduras,
compromisos ni preguntas sobre la vida ahí afuera.
Érica acaba de colapsar, que poca fe tiene en sí misma esta
mujer, me mira como si no acabara de creer lo que le acabo de
decir. Sin darse cuenta tiene las cejas juntas y las arruguitas de su
respingona nariz remarcadas. Tengo que controlarme mucho para
no reírme y enfadarla porque sé que si me río se va a cabrear,
pensará que estoy burlándome y no es así. No sé qué pasa, pero
con ella me río todo el tiempo. Quizás por eso he dicho lo que acabo
de decir.
—¡¿Cómo así?!
Se va a morir con mi respuesta, pero me lo pone a huevo, esa
mujer no se ha dado cuenta aún de que no tengo reparos a la hora
de hablar de sexo.
—Te explico… te voy a follar todas las noches, meteré mi polla
en todos los agujeros que me lo permitas, pasaré mi lengua por todo
tu cuerpo. Gozarás tantas veces que me pedirás parar y no lo haré.
Habrá días en los que te costará respirar de tanto como voy a meter
mi p…
—Ya… acepto.
—¿Así, sin más? ¿Sin exigencias? —inquiero levantando la ceja,
suspicaz.
—Sí, tengo una.
—Dime cuál.
—Cumple ahora mismo con lo que dijiste que me ibas a hacer.
Sé que eso no va a salir bien, pero un problema mas no hará
diferencia. Tiro de su mano y la atraigo hacia mí. Si fuera una mujer
de la noche hubiera ido directo al grano, pero es Érica, dulce y algo
inocente. Controlando mis instintos, sujeto su rostro y la beso, un
beso lento y suave que sé que le va a encantar, solo espero que no
se haga ilusiones. Despacio la conduzco de vuelta a la habitación.
Me cercioro de que la puerta queda cerrada tras nosotros, no quiero
miradas indiscretas. Con delicadeza la siento sobre la cama,
quedando con mi pene a la altura de su rostro; pienso en provocarla,
pero descarto la idea, si hago lo que tengo en mente igual le da un
colapso. Lo que sí hago es quitarme el vaquero junto con el bóxer,
quedándome completamente desnudo y, como me lo imaginaba,
mira a todos los lados menos a mí. Cojo su mano y la llevo a mi
pene. Ella no se resiste, me deja guiarla, pero sin mirar lo que hace.
Muevo su mano sobre mi glande haciéndome una paja con su
mano, su respiración está agitada. Sé que la estoy provocando,
estoy completamente desnudo cuando ella aún lleva la ropa puesta:
un vestido de lana de cuello alto, medias y botas. No es la ropa más
accesible para tocar su cuerpo. Como me llamo Jorge durante el
tiempo que estemos encerrados, la voy a pervertir. Lograré que deje
de ser tan tímida a la hora del sexo. 
Capítulo 13

Érica
Desde el acuerdo que sellamos pasamos casi todas las noches
juntos. Esperamos a que la casa se quede en silencio y uno invade
la habitación del otro. Hoy Jorge fue más rápido que yo.
—¿Qué haces aquí? todavía es muy temprano —digo
preocupada de que nos pillen.
—No te alarmes, ya están todos dormidos.
—Eso no tienes cómo saberlo —le contradigo.
—Ven aquí, estás muy quejica hoy.
Tira de mí y me besa mientras su mano busca mi sexo, que con
su sola cercanía ya está palpitando. Estoy viviendo el sueño más
bonito de mi vida. Cada minuto a su lado es un nuevo
descubrimiento.
Me abraza por la cintura y va caminando conmigo en dirección a
la cama. Me hace detenerme junto al borde, se arrodilla delante de
mí y va bajando mi pantalón mientras besa mi sexo por encima del
encaje de mis bragas.
—Aaah… —Se me escapa un grito cuando muerde mi muslo.
—Vas a despertar a toda la casa, mujer. Túmbate. —Jamás se lo
diré en voz alta, pero me encanta cuando se pone así de mandón.
Me tumbo y su cabeza se pierde entre mis piernas. Se está
dedicando a darme placer sin retirar mi ropa interior. Tomada por el
deseo, agarro su pelo y presiono su rostro contra mi vagina; su
sensual risa me dice que le gusta. Se dedica a estimularme por
encima de la prenda. No tengo la menor idea de cuál es su
pretensión, sin embargo, sé que me está volviendo loca. Me regala
un orgasmo de esta manera, detrás de este viene otro y otro.
Hace con mi cuerpo lo que se le antoja, es un experto en el arte
del placer. Me corro tantas veces que me quedo dormida y despierto
asustada en mitad de la noche con Pedro llamando a mi puerta, vino
a buscarlo a mi habitación. Jorge, al escuchar su voz, se preocupa;
Pedro es muy respetuoso y para que haya venido a mi habitación es
porque la cosa es seria. Con celeridad se viste y sale corriendo, y
desde entonces no vuelvo a saber de él, aunque me quedo
despierta hasta las cuatro de la mañana. Al principio tenía la
esperanza de que viniera a mí, pero no ocurrió, a las cuatro y media
me levanté con sed y fui a por agua, entonces lo oí gemir. Sabía lo
que venía a continuación, pero no fui a él. Su sufrimiento está yendo
en aumento, pero mi orgullo herido me está pidiendo no rebajarme.
Estábamos bien y por algo que desconozco prefirió dejarme fuera,
así que fuera me quedaré. Pero entonces un fuerte alarido hace que
mande mi orgullo a paseo y echo a correr hacia su habitación. Pedro
ya estaba haciendo otro tanto, pero le indico con la mano que pare y
entro yo en la alcoba. Aun estando enfadada sé que debo actuar, no
puedo dejarlo perderse nuevamente en la oscuridad de sus
pensamientos.
Lo encuentro dormido, se está debatiendo sin decir nada, ha
parado de gemir.
Tomo unos segundos admirándolo. Es superior a mí, este
hombre es mi obsesión. Quiero pensar que se trata de una obsesión
sana, jamás me convertiría en una acosadora, pero sería capaz de
tirarme en parapente si él me lo pidiera, todo con tal de verlo feliz.
Con suavidad toco su hombro para despertarlo, al estar nuevamente
en su habitación me vino a la mente todo lo que hicimos la primera
vez que estuve aquí. Mi centro se contrae y cierro las piernas,
avergonzada. Agradezco estar a oscuras porque estoy segura de
estar colorada. No dice nada, mi visión ya se adaptó a la falta de luz
y veo como tiene la mirada puesta en mí. Amenazo con levantarme
y me agarra por el brazo, sin decir nada levanta la manta, tira de mí
y me acurruca a su lado. Casi metiéndonos uno dentro del otro,
quedamos dormidos.

—Arriba, perezosa —susurra en mi oído de manera graciosa.


Estos días estoy descubriendo otro hombre. Vale, también estoy
descubriendo que tiene muchos cambios de humor, pero no puedo
reprocharlo.
—Mueve ese culo.
Cómo me gustaría tener el descaro de Fátima, tengo en la punta
de la lengua una respuesta subida de tono, pero jamás tendría el
coraje de decirla, juro que el oír sus palabras me da ganas de mover
realmente mi culo contra la enorme erección que lo presiona y que a
él no le está causando ninguna vergüenza, y creo que acabo de
apretarme contra él y el muy descarado se está riendo de mí.
«Érica, eres una mujer adulta, compórtate como tal».
—Buenos días —lo saludo intentando demostrar indiferencia.
—Abre estos bonitos ojos, deseo verlos. —Mierda, no… no me di
cuenta de que los tenía cerrados—. Así está mucho mejor, ahora
aparta tu culo de mi polla, si…
—Vale, perdón.
—¡Sigues pegada a mi polla! —repite en mi oído moviéndose
desvergonzadamente.
—Te odio —le digo riéndome por su falta de pudor.
—Pídeme y te lo daré.
—¿De qué hablas?
—Pídeme…
—Yo no quiero nada.
—¿Estás segura? Porque no dejas de rozar tu culo en mi pol…
—¡Calla…! —digo y doy un salto de la cama. Cómo le divierte
verme azorada. Al escuchar su ronca carcajada por la mañana no
hay manera de mantener las bragas secas, estoy que me subo por
las paredes por lo que me voy a la ducha. El descarado se está
desternillando a mi costa.
—¿¡Te estas riendo de mí!? —pregunto parando en mitad del
camino con la mano en la cintura.
—Si. Anda, tapa ese culo y vamos a correr.
Un momento, que alguien me explique qué está pasando aquí.
¿Por qué esta de tan buen humor cuando yo tengo una tremenda
frustración sexual encima?
—Te veo abajo. —Le doy la espalda y desaparezco.

Llego para el café y solo queda él en la mesa, Pedro y Paula ya han


comenzado con sus quehaceres. Jorge ya está en su estado
normal, serio, pero algo cambió en él, ya no lo veo intimidante como
antes. Me indica con la mano que me siente y se dispone a
servirme. No lo pierdo de vista, está radiante, creo que desde que
llegamos aquí es el día que mejor lo veo.
—Cómetelo todo —me ordena poniendo delante de mí un
desayuno que en realidad es para tres, en mi vida voy a poder
comer todo eso—. Y ni se te ocurra negarte. No pienso irme de aquí
hasta que lo acabes.
Refuta como si hubiera leído mis pensamientos.
—¡¿Qué mosca te ha picado?! —pregunto sin poder evitarlo y él
suelta otra carcajada. Quedo con la fruta a mitad de camino,
hipnotizada mirándolo, y él hace lo mismo. Algo cambió en su
manera de verme, puedo sentirlo. Pero entonces su maldito móvil
suena y rompe la conexión que se había formado entre nosotros. Lo
coge y al mirar la pantalla se aparta de mí para atenderlo. Lo
escucho decir: «Héctor, lo siento, no volverá a ocurrir, te lo prometo.
Te recompensaré por ello», y acto seguido lo pierdo de vista, pero
pude ver que su semblante ya no es feliz, tenía como preocupación,
remordimiento y tristeza en la cara.
Estuve esperando para salir a correr por varios minutos hasta
que me di cuenta de que no vendría, aunque estaba vestido para
ello. Pensé en ir tras él, pero mi cobardía no me dejó. Sin embargo,
no me cabe la menor duda que ese tal Héctor dijo algo que le dolió y
preocupó por lo que me imagino que se trata de alguien importante
para él y a quien de alguna manera defraudó.

En todo el día no he vuelto a saber de él, ni tampoco a Pedro.


Cuando los volví a ver Pedro estaba haciendo de todo para
recompensar a su mujer e hijo por su ausencia y Jorge ya no era la
misma persona, la sonrisa y el buen rollo habían desaparecido, tiene
el semblante triste y mirada preocupada. Yo me mantengo alejada,
desde que estoy encerrada aquí con ellos es la primera vez que
siento que sobro.
Me dispongo a trabajar, envío un mensaje al correo facilitado por
los hackers diciéndoles que no puedo verme con ellos en persona y
les explico la causa. Después de hacer mil y una comprobaciones
en mi portátil siguiendo las directrices marcadas por ellos me envían
una contraseña y un archivo de autodestrucción el cual debo abrir
antes de que pasen doce horas, pasado este tiempo desaparecerá y
una vez lo abra lo mismo, se autodestruirá. Llamo a Fátima y se lo
cuento, ella pide que haga un FaceTime con ella y que veamos
juntas lo que hay en los archivos. No sé si estamos haciendo bien
ocultando estas cosas a los chicos, pero quiero pensar que mi
amiga sabe lo que está haciendo, son su familia y ella los quiere.
Pongo el móvil de manera que ella pueda ver y oír lo que sea
que nos va a aparecer, estando las dos posicionadas meto la
contraseña y empezamos a escuchar una conversación pero las
voces están distorsionadas.
«¿Es seguro?».
«sí, es una llamada por la Dark Web».
«Se supone que sois los mejores, hay mucho en juego, tengo
cientos de miles de euros invertidos en este plan».
«Fue solo un golpe de suerte. Están como siempre, dando palos
de ciego».
«Ya no estoy tan seguro de eso, no quiero tener que ejecutar a
nadie más».
«Yo puedo ocuparme de eso».
«Solo quiero destruirlos, no verme obligado a matarlos, y que lo
hayan sacado de la cárcel y descubierto uno de nuestros centros de
operaciones, aunque lo tuviéramos como cortafuegos, es un
problema. Se están acercando y eso pone muchas cosas en
riesgo».
«¿Quiere decir con eso que tendremos que eliminarlo?».
«Por el momento no, su odio hacia su padre lo tiene controlado,
pero si le pide ayuda no nos quedará otra».
«¿Y si eliminamos al padre?».
«No, solo quiero destruir la reputación de todos ellos,
principalmente la de los hermanos, mi meta es meterlos entre rejas
y dejarlos en la ruina».
La grabación se corta y automáticamente se autodestruye.
Fátima y yo estamos perplejas, las voces están distorsionadas, pero
se entiende lo que dicen, el odio del que habla traspasa la pantalla,
no sé qué tiene en contra de Pedro y Daniel, pero creo que el
objetivo son ellos dos y los demás son daños colaterales. El que los
quiere destruir sabe que si queda uno fuera, este luchará hasta
limpiar por completo sus nombres y por eso los quiere destruir a
todos. Pediré ya mismo que limpien la grabación a ver si así
descubrimos quien está detrás. Ya no sé qué hacer, Fátima sigue
manteniendo que no debemos revelarles nada por el momento, pero
yo pienso lo contrario, aunque en ese instante no tengo nada que
presentarles y tampoco cómo contactar con mi gente, eso solo es
posible cuando ellos quieren trasmitirme algo. En este caso me
abren un canal y lo cierran enseguida.

Debido a su estado de ánimo no voy detrás de él, la primera vez yo


fui a su cuarto, después él vino al mío y la noche pasada yo fui
nuevamente detrás, pero tras haber sido ignorada todo el día tengo
que demostrar un poco de amor propio. Doy vueltas en la cama
pensando en lo que escuchamos en la grabación, Fátima sigue
insistiendo en no decir nada, pero a cada minuto que pasa me
siento peor por ocultarle información, y por lo poco que conozco de
Jorge no me perdonará por ello. No sé qué hacer.
Voy al baño y al volver lo encuentro en mitad de mi habitación.
—Discúlpame.
Desearía tener el valor de decirle por dónde se puede meter sus
disculpas, pero no, nunca lo haría, no soy así.
—No pasa nada. —«Mentira, sí que pasa» me grita mi
subconsciente.
—Estás a tiempo de echarte atrás en nuestro acuerdo.
—No… —Érica, contrólate, mujer. Casi grito de desespero por
miedo a que él vuelva a ser el Jorge distante y frío de antes.
—¿Estás segura?
—Sí.
Ya no hay más palabras, como un depredador se va acercando a
mí, no sé por qué lo hago, pero voy dando pasos hacia atrás, en sus
labios hay una sonrisa del todo sugestiva y me está poniendo a mil
pero no soy capaz de quedarme parada en el mismo sitio. Cuando
ya no tengo escapatoria, contra todo pronóstico, se para a dos
pasos de mí y con la cara más sexi que he visto en mi vida se
desabrocha el botón de su pantalón dejando una pequeña parte de
su bóxer blanco a la vista. Mis ojos instintivamente caen allí, y su
sonrisa se enchancha, agarra el borde de su jersey y se lo quita,
quedando con el pecho al aire.
—Si quieres algo de mí, tendrás que venir a por ello.
El rubor sube por mi cara al ver cómo me desnuda con la mirada,
mis pezones instintivamente se marcan bajo mi pijama, entramos en
una batalla de miradas la cual sé perfectamente quién va a perder,
seré yo y no me importa, porque nunca me miró con el deseo con el
que lo está haciendo ahora. La fina seda rozando mis pechos me
causa dolor y tiro de la prenda para interrumpir el contacto. Jorge
estira la mano y pellizca mi pezón. Doy un grito por el placer que
atraviesa mi cuerpo.
—Pídemelo y hoy te haré correrte solamente chupando tus lindos
pechos.
Mi respiración se acelera, deseo tirarme sobre él, pero me vuelvo
una imbécil cuando lo tengo delante. No soy así, mi humedad moja
mi entrepierna y la aprieto dejando escapar un suave jadeo a causa
de la placentera sensación que me proporciona.
—¿Qué quieres, Érica? —Mi nombre lo dice en mi oído con su
pecho rozando el mío. Antes de apartarse pasa la lengua por el
lóbulo de mi oreja.
—Q-quiero que….
—¿Qué? —pregunta él pasando el dedo alrededor de mi pecho y
robando mi cordura.
—Que me hagas el amor.
—Yo no hago eso, follo o tengo sexo, como más te guste
llamarlo, pero será la mejor experiencia sexual de tu vida.
Me agarra entre sus brazos y me tira sobre la cama, muero
porque toque mi cuerpo, sentir sus manos sobre mi piel, oír sus
gemidos, sentir la pulsación de su pene en mis manos y saborearlo
como en mis sueños.
Como si me leyera la mente, Jorge agarra mi mano y la lleva a su
sexo. Siento como su virilidad pulsa de deseo por mí, no es grande
pero sí grueso y venoso, palpita deseoso de penetrar en mi cuerpo y
eso me está dejando hecha papilla. Me está volviendo loca, debería
estar prohibido ser tan sexi. Verlo completamente desnudo no es lo
mismo que verlo en bañador, que ya es una visión maravillosa.
Estoy segura de que si me levanto de donde estoy habré dejado un
charco, mi humedad escurre libremente por entre mis muslos.
—Métetelo en la boca —ordena con voz autoritaria. Ahora mismo
no estoy segura de haberlo oído bien—. ¡Hazlo!, quiero mirar cómo
lo chupas.
Nunca nadie me había hablado de esa manera, estoy muerta de
vergüenza, pero también de deseo. Estoy segura de que mi cara es
color carmesí, este hombre habla muy sucio cuando de sexo se
trata. Me excita, claro, pero al mismo tiempo me da vergüenza.
Suavizo mi toque y lo miro, en su rostro no hay rastro de sonrisa,
tiene los ojos brillosos y me mira serio, no sé decir si está enfadado
o concentrado, es una incógnita.
—¿No te gusta hacerlo? —pregunta poniendo mi pelo detrás de
la oreja.
—No es eso, es que…
—¡Dilo!...
—Contigo me siento cohibida.
—Pues tenemos que cambiar eso si queremos tener un buen
encierro.
Acto seguido, con suavidad, conduce su miembro a mi boca.
Paso la lengua suavemente por la cabeza recogiendo su líquido
preseminal y él jadea. Con delicadeza va entrando y saliendo de mi
boca, puedo notar cuánto se está controlando para no invadirme,
deseo que lo haga pero no me atrevo a tomar la iniciativa, mucho
menos a decirlo. No sé qué me pasa, yo no soy así, no soy ninguna
lanzada en el sexo, mis experiencias fueron más bien normales,
nunca experimenté nada tan avasallador como él, pero soy una
mujer resolutiva que voy detrás de mi placer y con Jorge es como se
me transformara
Con actitud dominante agarra mi pelo y aumenta un poco la
velocidad; yo sorprendiéndome a mí misma, agarro los cachetes de
su culo enterrando mis uñas en ellos. Al parecer le gusta, porque
sus gemidos suben de tono. Se muerde los labios, conteniéndose.
—Dámelo —le pido.
—¿El qué?
¿Qué quiero que me dé? No lo sé, solo sé que ahora mismo,
mientras lo tengo en mi boca, me muevo sobre la cama buscando
alivio para el calor abrasador que tengo entre las piernas.
—Si no me dices qué quieres no voy a meter mi polla en tu coño.
—¿Por qué eres tan sucio a la hora del sexo?
—Porque me gusta, y sé que a ti también. Dime…
—Quiero que me…
Jorge levanta mi cabeza interrumpiendo mi felación y se queda
mirándome, sé que está esperando que responda, su pelo está
pegado en su rostro, tiene la respiración agitada y el deseo escrito
en la frente.
—Por hoy lo voy a dejar pasar, pero haré que me digas… No,
que me digas no, que me exijas lo que quieres de mí en la cama de
la misma manera en la que yo voy a exigir de ti.
Acto seguido me empuja suavemente para que me tumbe, toma
mi pierna derecha y empieza a repartir besos entre mis dedos, sin
prisa va subiendo, regando por donde pasa con sus dulces labios.
Pierdo el control y tiro de él para que suba más deprisa, lo deseo
desesperadamente, quiero sentirlo. Estoy realizando mi sueño y he
de decir que es mejor de lo que yo esperaba. Jorge da un toque en
mi mano para que deje de tirar de él, me está torturando. Me tiene
abierta de par en par y cada vez que pienso que va a tocar mi sexo
retrocede. Estoy a punto de explotar. Levanto mi cuerpo buscando
su boca. Cuando siento su raposa lengua sobre mi clítoris, sin poder
contenerme, me corro en su cara; él se pierde en mis jugos,
introduce dos de sus dedos en mi sexo y maltrata mi hinchado botón
del placer. Por primera vez en mi vida tengo dos orgasmos
simultáneos. El éxtasis es tanto que caigo desmayada a causa del
placer.

Me despierto con él dormido a mi lado como vino al mundo. Está


boca arriba y tiene el pene caído a la izquierda, flácido, en reposo.
No es el más bonito que he visto pero sí el que deseo como nunca
he deseado ninguno. Estiro la mano para tocarlo pero desisto a
mitad de camino, estoy trayéndola de vuelta cuando es agarrada en
mitad de camino y posada encima de él.
—Nunca debes reprimirte, si un hombre no te deja ser tú misma
mándalo a la mierda.
—No quería despertarte —miento, no quiero que piense que soy
una tonta mojigata. Pero creo que fallo estrepitosamente porque la
risita que tiene en la cara indica que no se cree ni una sola de mis
palabras y eso me frustra mucho.
Me siento en la cama y me oculto con la sábana que en un visto
y no visto desaparece. Jorge se levanta y me ofrece la mano, dudo
en aceptarla, pero al final lo hago: si deseo mostrarme segura tengo
que seguirle la corriente. Me abraza por la espalda y, caminando
como un pato, vamos en dirección al baño. El muy loco abre la
ducha y sin esperar que se caliente se mete debajo y tira de mí,
logrando que yo grite como una posesa por el frío. Seguro que los
de la casa deben de creer que me está matando con tanto griterío.
Corro por la ducha huyendo del agua fría mientras él, con una
sonrisa traviesa, me va salpicando. Para mi suerte el agua se
calienta rápidamente y él se ocupa por completo de mi higiene.  
Capítulo 14
Jorge
Es un ser especial en todos los sentidos. La otra noche Pedro me
sacó de entre sus brazos para, cómo no, darme malas noticias. En
la madrugada cuando estaba en brazos de su mujer contactaron con
él y lo bombardearon con amenazas, querían que me echara de su
casa. Fueron muy claros en sus exigencias, dijeron que si no las
acataba los inocentes lo pagarían. Discutimos porque en ningún
momento estuvo dispuesto a dejarme ir. Aun sabiendo que tenía
miedo me obligó a volver a acostarme. Sabía que no iba estar bien,
si una cosa tengo claro con esta gente es que no tienen reparos a la
hora de actuar. Hasta que me llevaron a la cárcel creí que sería solo
delincuencia corporativa, pero después de lo vivido allí dentro los
veo capaces de todo. Yo haría lo que fuera por salvar a mi gente y el
recuerdo de la llamada de Héctor avisando de que intentaron
sacarlo de la carretera me hundió en la oscuridad, por eso no volví a
ella esa noche. Pero ella vino a mí. Se está transformando en una
rutina, Érica viniendo en mi auxilio cuando las pesadillas llegan. Ya
perdí la cuenta de las noches en que despierto con sus brazos
rodeando mi cuerpo. Muchas veces solo dormimos. Es el sueño de
todo hombre, solo ella no lo ve. Ahora mismo es una mujer saciada,
pero a la vez descontenta con el resultado con respecto a mi placer.
En la breve charla que tuvimos no le mentí, le dejé claro que no
puede darme lo que busco. Al contrario de lo que piensa, disfruto
estando en su compañía, si no fuera así no la tendría entre mis
brazos cosa que no recuerdo haber hecho nunca. No obstante, lo
que desea de mí no ocurrirá, mi completo placer, el tener mi
entrega, es una cosa que tiene unas altas exigencias, y no le pediría
tales cosas porque de seguro saldría corriendo. Follamos, pero no
me dejo llevar, soy avasallador en el sexo y eso puede causarle
adicción, pude notar cuánto le gusta ser pervertida por mí, cómo mis
palabras sucias y rudeza a la hora de poseerla le agradan y he de
confesar que el sentir sus brazos rodeándome a mí también
empieza a gustarme demasiado y eso me asusta como la mierda.
Es impresionante el poder tranquilizante que tiene sobre mí, a su
lado duermo como un bebé.
Empiezo a sentirme agobiado, no es su culpa, es una excusa
muy manida, pero el problema soy yo. A segundos atrás estaba a
gusto sin embargo las sensaciones cambiaron.
Es visible en sus ojos la decepción cuando salgo del baño ya
vestido, ahora necesito un poco de soledad. Hoy no saldré a correr,
tampoco bajaré a desayunar; me encerraré en el despacho para
intentar encontrar una rápida solución para sacar a mis amigos de
más este lío. Cierro la puerta detrás de mí sin mirarla, no puedo y no
quiero que se acostumbre a dormir conmigo. Es verdad que cuando
mejor estoy es cuando viene a mí, pero dentro de nada las cosas
volverán a la normalidad y ambos necesitamos estar bien
mentalmente para afrontar todo lo que está ocurriendo ahí fuera.
Esta noche fue distinta, antes de que llegara mi pesadilla no era con
lo ocurrido en la cárcel, era con alguien haciendo daño a Héctor. No
quiero que ocurra nada malo a nadie de mi entorno, pero si algo le
pasa a él no se si sería capaz de seguir adelante. En sus brazos
desconecto, me siento tranquilo y más ligero, no obstante Héctor
siempre está presente. Tengo que ponerlo a salvo. Lo conozco bien
no me va a perdonar por lo ocurrido y Celia tampoco, el dolor de uno
es el dolor de los dos. Cuando se acabe el encierro todo lo que me
espera fuera son cosas malas y problemas y Érica no se merece ser
salpicada.
Tengo facilidad para evadirme de las cosas que ocurren a mi
alrededor; no obstante, creo que desde que sentí a todos bajar
tengo la atención puesta en ellos y por más que me obligue a
centrarme en el trabajo no puedo. Miro los documentos que tengo
delante y no soy capaz de entender un solo párrafo. No insisto y me
rindo al deseo de unirme a la alegría que se respira abajo.
Llego y la encuentro sonriente con Paula y Pedro, ambos me
miran, aunque no de la misma manera, mi amigo con su mirada me
está preguntando si sé bien lo que estoy haciendo y su mujer me
mira con alegría.
—¿Vamos? —La llamo para seguir con nuestra rutina. Con su
preciosa sonrisa se levanta y me sigue a la puerta sin decir nada.
Damos varias vueltas a la finca y luego nos dirigimos hacia el
gimnasio. Está loca por decir algo, pero en su estilo no se atreve y
no pienso ponérselo fácil.

Tras la sesión, nos vamos cada uno por su lado a ocuparnos de


nuestras responsabilidades. A cada día que pasa soy más
consciente de que mi carrera está arruinada, un setenta por ciento
de mis clientes no quieren ser representados por mí, y eso que la
noticia no salió en la prensa, pero es un secreto a voces. Pedro no
dice nada, no obstante, sé de las pérdidas cuantiosas y la cantidad
de clientes que se están marchando. La situación ya hace tiempo
que es del todo preocupante, él no me dice nada pero tengo acceso
a todas las informaciones igual que mis otros amigos. Por ahora los
únicos en mantener un poco su reputación son Rubén y Rafael,
Miguel, por estar en un asociado, no está teniendo problemas y me
alegro, todos tememos por su estabilidad emocional. Está curado,
pero siempre hay peligro de una recaída y no sé si sería capaz de
aguantar toda la presión. Él tiene familia, una familia que depende
de él completamente. Junto a Aroa decidieron de mutuo acuerdo
que ella se quedaría en casa trabajando con la pequeña Victoria
para prepararla para el mundo, tiene asistencia profesional pero
quieren supervisarlo todo y no dejarla en manos de extraños que
solamente se dediquen a hacer su trabajo. Todos estamos muy
orgullosos de ellos. Victoria es adorable y se nota la dedicación de
sus padres, ella dice que quiere ser modelo y peluquera y en lo que
depende de todos nosotros ella va a ser la mejor modelo y
peluquera con su condición. Nosotros nunca permitiríamos que les
faltara nada, pero si mi amigo se ve privado de poder mantener a su
familia tengo miedo de cómo reaccionaría y por eso todos nos
alegramos de que él esté totalmente al margen de los ataques
corporativos. Pero nada nos garantiza que no vayan a hacer algo en
contra de su integridad física.

Los días pasan con la misma rutina. Por las noches, después de
que todos ya se hayan retirado, ella viene a mi habitación, vemos
alguna película, charlamos sobre lo que está ocurriendo en el
mundo, política, economía, viajes, hablamos de cualquier cosa que
nos sirva para evitar hablar de nosotros mismos. Llevamos dos
meses encerrados. Los índices de contagios siguen siendo altos y el
número de fallecidos también, aunque no como al principio, cuando
amigos que viven en el centro de Madrid nos hablaban del constante
goteo de retirada de cuerpos sin vida. No he vuelto a saber nada de
mi familia, ni siquiera mi hermana me llama. Sé quién es el
responsable, pero viniendo de él ya nada me sorprende. Sé que su
mayor deseo es que las cosas vuelvan a ser como antes pero
mientras él no recapacite sobre su falsa moralidad no le dedicaré un
solo minuto de mi tiempo. Solo volveré a entrar en aquella casa
como uno más el día en que Héctor y Celia puedan ir conmigo sin
que nadie los mire mal y pregunte quiénes son y qué hacen allí. Si
no los aceptan a ellos, a mí tampoco.
Empiezo a sentir miedo de todo lo que está ocurriendo, hay
demasiado silencio llevamos encerrados setenta y ocho días. En
ese periodo no hubo ningún tipo de ataque a nuestro sistema y es
cuando más vulnerables estamos, o eso considero yo. Algunos
están teniendo que trabajar desde sus redes domésticas usando un
ancho de banda más bajo y un sistema de seguridad menos
avanzado. Ninguno dice nada pero sabemos que ese silencio es la
calma que precede la tempestad.
Es una lucha sin cuartel en contra de un enemigo poderoso e
invisible. Retrasó todo lo que pudo mi salida de la cárcel y sé que es
cuestión de tiempo que vuelva, todavía estoy en libertad por ser el
hijo de quien soy. En la redada en su centro de operaciones
detuvieron a una persona, pero esta ya no está, como
sospechábamos la eliminaron dentro de la cárcel. No tengo
esperanzas de tener otra oportunidad como esta, era lo único que
teníamos que podía llevarnos hasta él o ella y las pruebas que me
exculpaban. ¿Cómo lo hizo? No tenemos la menor idea. Sé que mi
libertad pende de un hilo y algo me dice que se está gestando la
estocada final para acabar por completo con nuestra reputación.

Después de ejercitarme junto a ella me aseo y voy al despacho de


mi amigo para juntos intentar trabajar. Al entrar lo primero que
encuentro es su mirada inquisitiva.
—No tengo nada que decir —espeto antes de que él me
pregunte nada.
—¿Estás seguro?
—Sí, solo estamos divirtiéndonos.
—Tú y yo sabemos que es así, pero ¿y ella?
—Ella…
Me quedo en silencio, podría contestar que está todo aclarado,
pero sé que no es así. El comportamiento de Érica cambia según el
día, a veces quiere bombardearme con preguntas y otras me ignora.
Mi amigo me mira alzando una ceja.
—Te diste cuenta, ¿sí?
¿Por qué tiene que conocerme tanto? Sé cuál va a ser el
comentario que vendrá ahora y, la verdad, no quiero pensar en ello
en este momento. No logro hablar con Héctor, lo he llamado y
escrito sin respuesta por su parte. Celia lo mismo, ella es muy
celosa, espero que no haya envenenado a su hermano con
tonterías. Ambos sabemos que por más que lo pase bien con Érica
o cualquier otra mujer nunca nadie podrá romper lo que tenemos, ya
lo intentamos y fallamos por eso siempre pongo distancia entre yo y
las mujeres, para que nadie se apegue a mí y después vea cómo
me voy sin mirar atrás.
—No lo metas en eso.
—Me voy a divertir muchísimo.
—¡No entiendo!
—Ya lo entenderás, vamos a trabajar un poco.
No sé si temo más su silencio o sus charlas de padre, con cada
uno de mis amigos fue igual pero ninguno tenía el «problema» que
tengo yo y él lo sabe. Cómo saldré de esa, no tengo ni puta idea.
Huyendo de mis pensamientos cojo la primera carpeta de
procesos que tengo delante y me pongo a revisarla. Se trata de una
fusión con ampliación de capital. Me alegro de ver que todavía haya
quienes confían en nosotros. Intercambiamos nuestro punto de vista
sobre la propuesta de la empresa y en la minuciosa revisión que
hago, una de las cláusulas me llama la atención, la señalo a mi
amigo y al leerlo se lleva las manos a la cabeza. Me siento mal por
él, sé que ahora mismo se está martirizando por no haberlo
detectado antes, no obstante sé que si no estuvo con todos sus
sentidos en el trabajo es por culpa de lo que me estaba ocurriendo a
mí. Es un claro caso de lavado de una gran cantidad de dinero y
está redactado de tal manera que la culpa recaería en nosotros y
para probarlo íbamos a tenerlo complicado. No quiero poner voz a lo
que pienso, sin embargo, ahora mismo estoy acojonado. Me muevo
de mi sitio, posicionándome a su lado y, juntos, empezamos a
revisar todos los clientes que llegaron a nosotros en los últimos
tiempos. Para nuestra mala suerte, en el periodo en que estuve
detenido y Pedro estaba con la cabeza en mis problemas se nos
colaron un par de empresas fraudulentas. Rápidamente accionamos
nuestros contactos, jamás pensé que diría eso, pero menos mal que
estamos confinados y los órganos públicos están trabajando solo
con los servicios esenciales. Cruzamos los dedos para que algunas
de las cosas que enviamos estén aún sobre la mesa de algún
funcionario. Pedro avisa a su esposa de que no va a bajar a cenar y
juntos seguimos mirando todo lo que podemos; avisamos a Rafael y
a Rubén para que revisen también para ver si no les hicieron lo
mismo.
Al terminar hemos identificado seis empresas fraudulentas, todas
entraron cuando yo estaba en la cárcel. Aparentemente son
empresas grandes y legales. Nosotros no nos dedicamos a visitar
las sedes de los que nos contractan, miramos la documentación y la
idoneidad de esta, pero aquí algo más se nos está escapando.
—Pedro, déjame ver el contrato que firmaste con esas empresas.
Por la cara que pone mi amigo sé que no pinta bien, no sé qué
tan grave es lo que está pasando aquí. No sé mucho acerca de
cómo me sacaron de la cárcel, no sé nada de lo que ocurrió aquí
fuera mientras yo estaba encerrado y ahora su reacción me está
asustando, y mucho. Estiro la mano para que me lo entregue; sé
que no lo tiene encima, pero es por presionarlo, es nuestra manera
de comunicarnos, muchas veces las palabras sobran.
—No lo firmé. —Siento como si hubiera llevado una bofetada.
¿Cómo es eso de que no hay un contrato? ¿Tiene su firma
estampada en esa mierda que tenemos delante y no tiene un
contrato de servicio?
—¿Y los poderes?
—No los tengo.
—¿Qué cojones me estás contando? Dime que no aceptaste
ningún pago por adelantado.
—Claro que no, aunque insistieron en ello.
Ahora no le voy a machacar con procedimientos, seguiré junto a
él recopilando todo que tenemos para tomar las medidas
pertinentes, pero mañana tendrá que decirme qué está ocurriendo
de verdad.
A las dos de la mañana abandonamos el despacho, estoy
agotado. Llego a mi habitación y la veo en mi cama. Sin hacer ruido,
me quito la ropa y me tumbo a su lado. Érica me abraza y
automáticamente mi cuerpo se relaja. Le doy un casto beso en la
frente y cierro los ojos, ella lleva la mano a mi pene pero se la
aparto, no quiero que se sienta en la obligación de venir aquí a
acostarse conmigo, hoy quiero solo compañía. Su olor, su toque y
su presencia es lo que necesito en este momento, no su cuerpo.
Siento que está tensa por mi gesto así que busco su boca y la beso
con delicadeza, un beso tan íntimo que llega asustarme hasta a mí,
y discretamente lo interrumpo.
—A dormir, Pecas. —beso la punta de su nariz y me hago el
dormido.

A la mañana siguiente bajo a subirle el desayuno, ya no tiene


sentido querer ocultar de mi amigo y su mujer que estamos
pasándolo bien. Pedro ya está sentado en la cocina, no me hace
falta preguntar si durmió bien, su cara lo dice todo. Paula le sirve el
café y nadie dice nada. El clima es muy pesado, eso de ir siempre a
oscuras está acabando con nosotros. Pero antes de sumergirme en
eso voy a subirle el café.
Tras contactar con nuestros amigos, Rubén nos llamó al rato, se
dio cuenta de un movimiento un tanto raro y al verificarlo juntos nos
dimos cuenta de que le colaron una fusión de esas, pero todavía la
tiene entre sus manos, no llegó a hacer nada, por lo que en Asturias
estamos tranquilos. Llamamos a Rafa, él fue el más cuidadoso de
los cinco, detectó el problema al principio y el supuesto cliente
desapareció.
Llevo tanto tiempo aquí encerrado que necesito tomar aire, no he
salido a correr y tampoco fui al gimnasio por la preocupación. Si por
salvar el cuello a mis amigos me veo obligado a pedir el favor a mi
padre lo haré sin pensarlo. Si están con este problema es por mi
culpa, sé que si estuvieran con sus cinco sentidos puestos estos
documentos no estarían encima de la mesa.
Al llegar a la puerta de la habitación de Érica la oigo hablando:
—¿Cómo que encontraron más irregularidades? ¿De qué tipo?
Quiero saber qué es. Os pago para descubrirlo, y pago muy bien.
Hoy al final del día o como muy tarde mañana por la mañana quiero
esa información. Me da igual cómo la consigas. Adiós.
Lo último que la oigo decir me defrauda, nunca pensé que la
tímida Érica juega sucio para lograr sus objetivos. Me giro para
marcharme pero me descubre. No dice nada, queda mirándome, yo
debo irme de aquí ya, odio las malas praxis y encima viene de ella,
quien jamás pensé que usara estas cosas. No pienso más, me doy
la vuelta y voy a mi habitación, no obstante no me sirve de nada,
apenas había entrado y aparece detrás de mí.
—Puedo explicarlo.
—Son tus negocios y los administras como te plazca —espeto.
—Es sobre… —Deja la frase en el aire y eso me cabrea más
todavía. Es una clara señal de que es algo turbio.
Sigo mi camino hasta el baño y abro la ducha con la intención de
que se dé por aludida y se marche.
Capítulo 15

Érica
—¿Qué haces aquí?
Es lo único que me sale después de la manera en que me dejó con
la palabra en la boca. Me enfadé muchísimo por la manera en que
me condenó sin darme la oportunidad de explicarme. Tal y como soy
y con lo mal que lo estoy pasando por guardar eso para mí, si se
hubiera quedado a oírme seguramente le hubiera contado toda la
verdad; que estaba exigiendo que se emplearan más para darnos
resultados rápidos, que me dijeron que una de las pistas que tenían
se enfrió. En el momento en que entró en la habitación estaba
furiosa, acababa de recibir esta preocupante noticia. En mi cabeza
estaban pasando todos los escenarios más aterradores para ellos,
tuve miedo de que nos hubieran descubierto y volver a la casilla de
salida sabiendo que si nos descubren tenemos casi imposible dar
con ellos nuevamente. Es horrible tener que ir equilibrándose en
este fino hilo todo el tiempo.
—Vine a verte.
—No es un buen momento.
—¿De verdad? —pregunta abriendo un poco más la puerta.
—¿Puedes darme algo de privacidad?
La sonrisa que nace en su rostro me enfada todavía más, pero
no le daré el gusto, es la primera vez que no le río las gracias como
una tonta enamorada.
Lo llaman al móvil y contesta sin dejar de mirarme como si
estuviera viendo mi alma, tal y como viene haciendo desde hace
días. Ya no se oculta, no es que se comporte como un novio delante
de sus amigos, pero me mira fijamente y me sonríe, cosa que jamás
pensé que pudiera ocurrir. Su sonrisa no es cosa que ande
regalando así como así, y menos a un ligue. No soy ingenua, eso es
lo que soy para él.
Voy en dirección al baño para ducharme sin embargo me paro a
mitad de camino y pestañeo un par de veces para tener la certeza
de que no estoy soñando.
—Tengo calor. ¿Puedo? —dice cerrando la puerta detrás de él.
Son las cuatro de la tarde, Pedro de seguro está en su despacho
trabajando, Paula estará deambulando por la casa haciendo algo
divertido con su hijo y Jorge, el hombre más reservado con su
intimidad que he conocido, se está desnudando en medio de mi
habitación con la intención de meterse bajo la ducha. No me hace
falta espejo, sé que estoy roja, nuestro sexo es explosivo pero
ocurre en el resguardo de la noche.
—¿Qué estás haciendo? —El muy descarado toca su pene sin el
menor pudor y me sonríe.
—¿De verdad quieres la respuesta?
—Sí… —Sé que voy a querer morir con lo que voy a escuchar,
pero tengo que superarlo.
—Me preparo para meter mi polla bien dentro de ti.
No puedo evitarlo, tapo la cara con mi mano y sigo mi camino. Sé
que lo divierte verme así y quizás por eso lo hace, estoy segura de
que si cualquiera de mis anteriores ligues o novios me hubiera dicho
algo remotamente parecido los hubiera echado de mi vida en el
mismo momento, sin embargo, con Jorge me pongo como una moto
y deseo gritarle que lo haga de una vez.
—Eres un descarado —digo sin mirarlo a la cara.
—Y a ti te gusta. —Doy un salto cuando, sin que lo espere, lo
tengo pegado a mi cuerpo con el agua escurriendo entre los dos—.
La naturaleza nos va a agradecer el ahorro de agua.
En un ágil movimiento me gira cara a la pared, lleva su mano a
mi botón del placer y mientras besa mi cuello va estimulándome,
cosa que no hace mucha falta, su sola presencia ya me pone
cachonda. Menos mal que estamos encerrados y es invierno porque
tengo casi certeza de que acaba de dejar su marca en mi piel. Mis
gemidos van ocupando el cuarto de baño, estamos envueltos en
una calurosa bruma de lujuria. Audaz, pasa su dedo por mi orificio
prohibido y grito por el susto. Jorge tapa mi boca.
—Tranquila, no voy a pasar de eso. ¿Por qué estás enfadada
conmigo? —pregunta estimulando mi sexo. Cuando pienso en abrir
la boca para contestar, él cambia de idea—. Fuiste una chica mala.
Encaja su pene en la entrada de mi vagina y queda torturándome
sin penetrarme. Cada vez que busco encajarlo en mi cuerpo se
aparta. Poco contento con su dulce tortura, sus hábiles dedos
castigan mi pezón pellizcándolo. Agarra su pene y empieza a
bailarlo entre mis dos agujeros; mi ano, hasta este momento, a
causa de una experiencia desagradable, era una zona prohibida.
Fuerza un poco y doy un salto, pero estoy entumecida de deseo, no
tengo dolor.
Sus cinco dedos estallan en mi nalga.
—No follaré esta delicia dentro de una ducha.
Habla dando por hecho que lo dejaría y no voy a mentir, si me lo
pide en ese momento lo dejo, estoy tan cachonda que le dejaría
hacer conmigo lo que quisiera.
—No iba a decir nada…
—Las niñas buenas no mienten.
Empieza un suave vaivén entre mis piernas, mordiendo mi oreja
y sin quitar la mano de mi clítoris.
Me muevo, buscando encajar su pene en mi culo, es un sitio casi
inexplorado, el único novio al que dejé intentarlo perdió el control y
lo eché de mi vida; no obstante, con Jorge no me siento incómoda,
por el contrario deseo que siga llevándome al límite como viene
haciendo hasta ahora. Me tiene al borde, el calor está subiendo por
mi cuerpo y tengo la sensación de que en cualquier momento
prenderé en llamas. Empino mi culo hacia atrás en busca de su
cuerpo, su duro pene encaja entre mis nalgas.
—¿Estás cachonda?
—Ajá.
—¿Ajá qué? —pregunta apartándose, dejándome con una
horrible sensación de pérdida.
—Lo estoy.
Jorge retira su dedo de mi sexo y se aparta de mi cuerpo, y
siento como si me hubiera quitado la piel. Deseo seguir sintiendo su
contacto, aunque el final para mí siempre es placentero, sin
embargo, siempre me quedo con un sinsabor: todavía no he tenido
coraje de preguntarle por qué nunca llega a culminar. Ya tuvimos
intimidad muchas veces y Jorge nunca se corrió, da igual lo que
haga o cómo me ponga, nunca se corre y eso me hace sentir mal,
creo que no soy mujer suficiente para él.
—Quiero oírlo con pelos y señales.
—Estoy excitada, te deseo…
—Lograré pervertirte en la cama, tenlo por seguro.
Se pega a mi espalda y entra en mi cuerpo sin ningún esfuerzo,
el placer que siento es tanto que mi corazón se acelera. Diciendo
cosas sucias a mi oído, va aumentando la velocidad de sus envites
llevándome al orgasmo. Saciada, apoyo mi cabeza en su hombro y
al buscar su mirada lo que encuentro me da la esperanza de que sí
puede haber un nosotros. No quiero pensar en nada, solo disfrutar
de ese momento. Jorge busca mi boca y lo recibo con el corazón a
mil; nos besamos con el agua cayendo por nuestros cuerpos y
sirviendo de pantalla para ocultar lo que me está haciendo en este
momento. Nunca lo sentí tan íntimo, con su pene todavía dentro de
mí vuelve a entrar y salir de mi cavidad, pero esta vez es diferente,
lo hace despacio, adorando mi cuerpo. Me iré de aquí con el
corazón hecho pedazos. Ya lo quería, pero ahora estoy
completamente loca por este hombre.

El incesante sonido de mi móvil me despierta, me remuevo entre


sus brazos y al mirar la hora vuelvo a sorprenderme: son las seis y
media de la tarde y estamos juntos en mi cama durmiendo una
siesta. El molesto ruido me obliga a liberarme de su abrazo. Al mirar
la pantalla reconozco el número, es mi padre y me siento para coger
la llamada. Las palabras de mi progenitor me dejan fría. Doy un
salto de la cama y Jorge detrás de mí. Corro a mi portátil a verificar
la información.
—¿Que ha pasado? —pregunta desconcertado.
—Vuelvo a Brasil ya mismo.
—¿¡Qué está pasando¡? —Giro la pantalla de mi ordenador
hacia él.
—Desapareció una fortuna de la cuenta de mi empresa —digo
señalando la cantidad faltante.
—¿Los papeles que firmé cuando acepté ser tu abogado están
aquí? ¿Los tienes a buen recaudo?
No entiendo el porqué de la pregunta, ya estoy en mitad de la
habitación cuando me sujeta por el brazo impidiendo que siga mi
camino. En sus ojos hay preocupación. Quiero consolarlo, hay algo
que le atormenta, sea lo que sea que le preocupa no tiene que ver
con la cárcel, pero por desgracia ahora no puedo pararme a
ayudarlo, hay mucha gente que depende de mí, y otras tantas
deseando ver mi caída. De un tirón me libero de su agarre, pero
antes de meterme en el baño, contesto.
—Están en manos de mis abogados, en Brasil.
—¿Son gente de tu entera confianza?
—Claro. ¿Qué está pasando?
—Nada. —Su mirada es de preocupación, sale y vuelve con su
portátil, donde empieza a teclear como un loco pero no tengo tiempo
para preguntar qué ocurre. Desearía poder sentarme a escucharlo,
pero mi cabeza ahora mismo está muy lejos de aquí, la cuantía
desaparecida es desorbitada y puede acabar con mi negocio si no lo
soluciono cuanto antes.
En menos de treinta minutos estoy lista para irme, tengo el
permiso para despegar inmediatamente. Mi amigo, que estuvo todo
ese tiempo solo en mi piso, pasa a recogerme. La despedida entre
nosotros es rara, quedo en duda en cómo debo proceder, tuvimos
una tarde preciosa y un inicio de noche desastrosa. Pedro y Paula,
al escuchar el ruido de las ruedas de mi maleta, ambos aparecen
jadeantes en la puerta de salida. Sus caras reflejan preocupación,
de seguro imaginándose que era él quien se iba. Cuando les cuento
el motivo, Pedro mira a Jorge. Me inquieta la actitud de ellos, ¿será
que saben algo al respecto? Por desgracia no tengo tiempo para
averiguarlo. La primera en despedirse es Paula; ella, como siempre,
súper cariñosa, me da un apretado abrazo, pide que me cuide y no
me exponga al virus, me desea un buen viaje y se aparta para que
su marido se acerque. Pedro, debido a la poca confianza que
tenemos, es un poco menos efusivo, pero, aun así, atento. Me
desea un buen viaje y los dos desaparecen en el interior de la casa
dejándonos a solas.
—Hora de irme, me esperan —anuncio rota por dentro. Tengo
sentimientos encontrados. Quiero poner orden en mis negocios,
pero sé que una vez cruce aquella puerta todo lo que hemos vivido
habrá acabado para siempre.
Agarro con fuerza el mango de la maleta de lo nerviosa que
estoy, aun estando privada de mi libertad fueron unas de mis
mejores semanas, ahora mismo mi corazón parece querer
abandonar mi pecho.
Él acerca sus grandes manos a mi rostro, cierro los ojos
esperando por su contacto, casi puedo oír el latido de mi corazón.
No sé cuándo lo volveré a ver. Los segundos se me hacen eternos,
no me toca, recoge el mechón de pelo que está sobre mi rostro y lo
pone detrás de mi oreja, tira de mí, chocando mi cuerpo contra el
suyo, me estrecha entre sus brazos y me besa. Suelto la maleta,
que se cae al suelo. De un impulso lo rodeo con mis piernas, sus
grandes manos me sujetan por mis nalgas y nos besamos como dos
enamorados. Lo que siento es tan fuerte que no puedo contener las
lágrimas. Mi móvil vibra interrumpiendo el momento y despacio va
resbalando mi cuerpo por el suyo, siento su dureza y se me escapa
un jadeo.
—Vete si no quieres que te folle —me susurra. Siento mi rostro
en llamas.
El móvil vuelve a sonar, sé que es mi amigo avisando de que
tenemos que irnos. Si por mí fuera seguiría aquí el resto de mi vida,
pero el deber me llama. Por el momento los accionistas no saben
nada, pero es cuestión de tiempo que lo descubran y estaré perdida.
—Adiós —digo débilmente.
—Hasta luego.
Capítulo 16

Jorge
Los siguientes días después de la partida de Érica fueron peores de
lo que me imaginaba, las pesadillas se hicieron más reales. Las
noches se hacían eternas, luchaba todo lo que podía para no
rendirme al sueño. Llegué a ir en busca de alcohol y dejar la botella
en su sitio en el último momento. La desesperación era tanta que
incluso tuve pensamientos suicidas, pero fue ahí que toqué fondo,
no soy y nunca fui de dejarme vencer. Luché y hoy soy capaz de
tomar el control de la situación. Ahora logro despertarme solo sin la
necesidad de que mi amigo abandone a su esposa para venir a
sacarme de mi infierno particular. Mis gritos pasaron a ser
aterradores y despertar a todos los de la casa. Si pregunto; negará,
sin embargo, estoy seguro de que hasta que vio que tengo el control
de la situación estuvo delante de mi puerta vigilando mi sueño. Así
es Pedro, y me siento algo culpable porque por primera vez desde
que nos hicimos hermanos le estoy mintiendo. Alguien necesita
decirle que no tiene que cargar con nosotros a cuestas, él tiene sus
propios problemas, pero siempre se deja para centrarse en los de
los demás.
El mundo se le está viniendo encima, como si fuera poco todo lo
que está pasando, ahora tiene que ver con impotencia a su mujer
preocupada por la situación de su madre y su cuñada en Brasil. Soy
un pésimo amigo, me había desentendido por completo del tema de
la hermana de Paula. Fue una niña problemática que se relacionó
con un chico más problemático aún, fueron meses de muchos
quebraderos de cabeza. En ese periodo estuve junto a él, pero al
final ella encauzó su vida, cambió de ciudad, empezó a trabajar,
terminó sus estudios e inició su formación superior. En este periodo
conoció al que hoy es su pareja y se decía feliz, no obstante, Paula
siempre desconfió de él, dice ver algo en su persona que no le
inspira confianza y ahora sumado a lo de la pandemia es cuando su
madre le reveló que están teniendo problemas en su relación. Paula
desconoce los detalles; por desgracia, como todo con relación a su
hermana, lo supieron por casualidad. Para Paula todo esto está
siendo muy duro, el no poder salir del país para ir a verlas está
acabando con ella, y Pedro, al ver a su mujer triste se está volviendo
loco. Aun con todo eso encima está pendiente de mí. Ese es más
uno de los motivos para evitar que esté de canguro, duermo unos
pocos minutos cuando siento que empiezo a ponerme agitado logro
que mi cuerpo me responda, salto de la cama y me pongo a trabajar,
pero en ocasiones no me funciona del todo. No tengo la menor idea
de cómo se entera, pero irrumpe en mi habitación y se pone a
trabajar conmigo. En varias ocasiones nos encontramos los cinco
trabajando por videoconferencia. En estos encuentros hicimos
grandes avances, empezamos a revisar todos los nuevos clientes
que nos llegó en los últimos años, y lo que descubrimos es
estremecedor: tenemos un sinfín de empresas que no nos dan
buena espina. Reunimos todo lo que nos pareció sospechoso para
proceder con las denuncias, sabemos que nos va a salpicar, en
algunos documentos figuramos como sus abogados y
representantes legales, pero estamos dispuestos a ir hasta el final,
aunque tengamos que perderlo todo para limpiar nuestro nombre y
volver a empezar de cero. La persona que está detrás, aunque me
duela decirlo, tiene una mente brillante, viene enredándonos desde
hace años. Aun con los escasos recursos que tenemos logramos
detectar negociaciones antes de que se concluyan, pero el no poder
salir e ir a la oficina donde tenemos todos nuestros registros se nos
dificulta. No sabemos el alcance de la trama en la que acabamos de
descubrirnos envueltos. No podemos dejar a los clientes ahora, eso
llamaría la atención, pero lo que sí vamos a hacer es denunciar y
ser el cebo para que la policía pueda atrapar al que está detrás de
todo esto.

Los días están pasando demasiado lentos desde que Érica se fue,
solo he hablado con ella en una ocasión y fue muy rápido, quise
saber cómo le van las cosas pero la percibí muy ajetreada y no he
vuelto a llamarla.
Por fin estoy cerca del día de mi segunda puesta en libertad,
después de 99 días encerrado dentro de la casa de mi amigo hoy,
seis de mayo, el gobierno por fin anunció el final del toque de
alarma.
Se pongan como se pongan mis amigos, mañana cogeré mi
moto y me iré para Marbella, necesito ver a Héctor y hablar con él.
Desde que entré en su vida, su «tranquilo» mundo se volvió un
caos: al principio las llamadas de mi padre pidiendo que se alejara,
después cometió el gran error de seguir a Héctor y ofrecerle dinero
para que desapareciese de mi vida… Eso lo enfadó muchísimo,
cuando vino a decírmelo su indignación era tanta que quiso cortar
lazos conmigo. Nunca pasó por mi cabeza que lo aceptaría, antes
de que mi padre supiera de nuestra amistad le ofrecí muchas veces
ayuda y dinero y nunca lo aceptó, se niega en rotundo a
involucrarse a lo que él denomina «mi mundo». Es un poco
antisistema, el único capricho al que no mira por el dinero es su
moto por lo demás vive con lo justo. Sus vacaciones ideales son ir a
la playa sin coger aviones; los odia casi tanto como odia los hoteles
de lujo; se hospeda en albergues y en el caso de no encontrar plaza
no tiene problema en dormir bajo la luz de la luna. No llega a
repudiar «mi mundo» ni mi dinero pero no es lo suyo, por eso nunca
me acompaña en mis viajes con mis amigos. Los conoce a todos, se
lleva bien con ellos, pero no les deja espacio para entrar en su vida.
Los ve como pijos cuando la verdad es que, quitando a Pedro,
Rubén, Miguel y Rafa son currantes como él; fueron detrás de un
futuro y lo lograron, pero no tienen a nadie que les deje una fortuna.
Sus familias no viven en la miseria, pero no son ricos. Son personas
normales y corrientes que trabajan para conquistar sus objetivos.
Yo, si mi padre no cumplió con su amenaza de desheredarme por
no alejarme de Héctor, sí recibiré una buena herencia por parte
tanto de mi padre como de mi madre. No en tanto me enorgullece
decir que todo el lujo que disfruto no es del dinero de ellos, mi
abuelo me pasó mi parte de su herencia en vida y lo demás lo
conquisté igual que mis amigos: con mi trabajo.
Poco después ya me encuentro en Marbella. Disfruté como a un
niño del viaje, llegué a la ciudad y fui directo a casa de Héctor, pero
no estaba. Pensé en usar mis llaves para entrar, pero decidí no
hacerlo, las cosas entre nosotros no están bien para que yo invada
su espacio sin su autorización. Estoy arrancando mi moto cuando
una sombra se cierne sobre la ventana. Intento identificar de quien
se trata sin éxito y la persona, tomando el cuidado de ocultarse,
mueve la cortina y asoma la cabeza. Sin pensarlo me bajo de la
moto para ir a ver de quién se trata y averiguar por qué narices no
me abrió cuando llamé, pero antes de que llegue a la puerta me
entra un mensaje suyo pidiendo verme en mi casa. Miro a la
ventana y ya no hay nadie. Siento una opresión en el pecho. No soy
tonto, estuve meses encerrado, mi vida fue la que estuvo parada, no
la de él, y yo estuve casi tres meses con Érica, Héctor tiene todo el
derecho de hacer lo mismo. A solo un paso de alcanzar mi objetivo,
recapacito, doy la vuelta y, con un gran mal sabor de boca y miedo
de que hayamos perdido nuestro vínculo, voy a mi casa a esperarlo.
Sé que no llegará hasta por la noche y me tocará armarme de
paciencia para la difícil conversación que tenemos pendiente.

Le espero durante horas y ya pasadas las once de la noche me


envía un mensaje diciendo que no puede venir y que no va a estar
en casa. Sé perfectamente el significado real de ese mensaje. Le
daré espacio, no puedo obligarlo a verme cuando estuvo durante
meses intentando visitarme y no se lo permití.

Después de una semana de excusas estoy en la piscina y siento la


puerta abrirse; no me muevo, sé que es él. Sigo con lo mío, estoy
nadando desnudo y así seguiré.
—Tenemos que hablar —me dice.
—Eso creo.
Estoy seguro de que se enfadará con mi respuesta, pero estoy
muy cabreado. En mi ansia por hablar con él fui otra vez a su casa y
nuevamente había alguien allí. No era Celia ni nuestra sobrina, y lo
más irritante es que la persona es una cobarde porque no da la
cara, se queda mirándome por la ventana.
—No tienes derecho a volver cuando quieras y esperar que esté
esperándote como si nada hubiera pasado.
—No es un buen momento —le contesto sin mirarlo. Cuando
ambos estamos enfadados podemos ser un tanto tóxicos.
—¿Sabes que la encontré un montón de veces en la puerta de la
cárcel? ¿Que durante el primer mes fue cada semana a verte?
Me enfurece que lo primero que haga es mencionar a Érica, por
lo que veo ella va a estar muy presente en nuestras conversaciones.
Era consciente de que no podía meterla en un cajón y hacer como si
no existiera, pero de ahí que sea lo primero a tratar… No me lo
esperaba.
—Déjala fuera de esto.
—¿Tan pillado estás? —Enfadado, de un impulso salto de la
piscina en su dirección y lo agarro por el cuello.
—Eres un capullo —siseo.
—Te he cazado.
—Sabes perfectamente que…
—¿Qué? —pregunta sintiéndose victorioso.
¿Cómo pude ser así de ingenuo? Estuvo todo ese tiempo
jugando conmigo. Lo miro de lado, le ofrezco una sonrisa sardónica
y la suya desaparece.
—Eres un idiota. Me conoces mejor que nadie y sabes que jamás
te traicionaría.
—El idiota aquí eres tú. El que estaba en mi casa es un
funcionario, su mujer lo echó y lo estaba acogiendo.
—¿Y por qué no me abrió?
—Yo le ordené que no lo hiciera.
—¿Con qué propósito?
—El que casi he logrado: provocarte y que me contaras qué
significa ella para ti.
—Idiota…
—Lo sé. Pediremos unas pizzas y mientras comemos me pedirás
perdón una y otra vez.
—Bájate de las nubes, no te voy a comer la polla —le digo más
tranquilo, el verlo bromeando conmigo me quita un peso de encima.
Lo que tengo con Héctor sería imposible tener con alguien más,
somos muy parecidos y nos complementamos a la perfección y eso
es lo que más enfadó a mi padre cuando nos vio juntos.
—Eso lo veremos. Y como parte de las disculpas, tendremos
fiesta.
Capítulo 17

Érica
Desde mi regreso a Brasil no he parado, no he tenido un solo minuto
para dedicarlo a mí. Cuando no estaba con mis auditores estaba
con los investigadores, personal de confianza, directores del banco
y demás. Me despierto cada día a las cinco y media y no tengo hora
para acostarme, cuando reposo mi cabeza en la almohada estoy tan
agotada que más que quedarme dormida, me desmayo.
Las cosas por aquí estaban peor de lo que me imaginaba. Mi
padre, cuando me llamó, me dijo sin rodeos que nos habían robado
una gran suma de dinero y que era cuestión de tiempo que se
hiciera público, una noticia alarmante, pero muy adornada: me
ocultó muchas cosas. No he logrado llegar al quid de la cuestión,
pero por el momento, el tema del dinero desviado esta
«solucionado». Da igual, ahora no quiero pensar en eso. Con ese
incendio apagado voy a dar un par de días de descanso a mi mente.
Hace una semana que en España ya no está en estado de alarma,
hay muchas restricciones y sé por Fátima que este año no van de
vacaciones a Ibiza debido a eso, pero con mi visado especial puedo
entrar en el país y voy directa a Marbella para darle una sorpresa a
Jorge. No sé en qué términos quedamos. Hace ya un mes que no lo
veo y tres semanas de la última vez que hablamos, cuando me
llamó estaba en medio de una reunión con mi junta contándoles lo
que estaba pasando y a la vez presentándoles la solución. Si no lo
hubiera hecho lo descubrirían de igual manera, pero con la
diferencia de que iban a pedir mi cabeza, pero solo por encima de
mi cadáver entregaría la dirección del negocio que mi padre
construyo con el sudor de su trabajo.

Estoy a pocos minutos de aterrizar y no tengo la menor idea de


cómo me va a recibir. Me fue difícil conseguir su dirección, Fátima
no me dice nada sobre él. Cuando intenté preguntar sobre la vida de
Jorge me cortó enseguida diciendo que él es tan amigo suyo como
yo y que no lo traicionará contando su vida. Confieso que sus
palabras me causaron mucha desilusión, aunque después me sentí
afortunada por tenerla como amiga. En el mundo hacen falta más
personas fieles y honestas como ella, sin florituras. Me dejó bien
claro que nadie me iba a dar más información, por lo que ni lo
intente. Directamente pedí a mis investigadores que descubrieran
dónde vivía.

Las ganas de verlo son tan grandes que me acicalo en la suite del
avión, no quiero perder tiempo parando en donde me hospedo.
Cuando aterrice en Málaga ordenaré ir a la dirección de Jorge y que
lleven mi equipaje al hotel. Necesito verlo con urgencia, solo espero
que no se enfade conmigo por invadir su espacio. Su vida es todo
un misterio. Tengo miedo, pero también esperanza; nuestra
despedida no se va de mi cabeza: aquella manera de agarrarme,
cómo me besó y me contestó con un «hasta luego» cuando yo le
dije adiós… En el avión, ya desconectada de mi vida laboral, reviví
aquel momento en mi mente un millón de veces y a estas alturas las
famosas mariposas en el estómago me tienen ya a mil.
Como era de esperar, Jorge vive en una urbanización de lujo con
mucha seguridad y acabo de encontrarme con mi primer obstáculo:
el acceso es privado. El conductor no deja de mirarme por el
retrovisor y me está poniendo de los nervios.
—Dé la vuelta —le ordeno.
—¿A dónde vamos, señorita?
—A la calle de al lado.
A situaciones desesperadas, medidas a lo loco. No sé si es así el
refrán, pero qué más da, ahora lo único importante es encontrar la
manera de entrar ahí. Mientras el conductor maniobra yo estoy al
teléfono hablando con mi secretaria y le digo que quiero una casa
en esa urbanización ahora mismo, me da igual si la alquila o la
compra. Sé que de alguna de las dos maneras la conseguirá, es una
mujer muy eficiente.
El conductor, sin que yo diga nada, empieza a dar vueltas por la
ciudad y lo agradezco. No conozco mucho de esta parte de España,
vine una vez con un exnovio, pero estuvimos solo en las zonas de
postín y no vi apenas nada de la ciudad. Aun sabiendo que es la
milla de oro de Andalucía su yate era muy confortable y las fiestas
eran diarias, no apetecía estar pateando las calles.
Una hora después, recibo el mensaje con el número de la casa y
el nombre de quien tengo que hablar para que averigüen si de
verdad me hospedo allí.
El hombre de la garita no parece del todo convencido, seguro
nos vio parados como pasmarotes en la entrada de la urbanización,
pero aun así hace la llamada para averiguar.
Primer obstáculo superado. Nadie me va a impedir verlo. Miro el
papel en donde tengo apuntado el numero de la casa de Jorge y me
río, es dos más allá del que alquilé o compré, no lo sé... Le digo al
conductor que me deje allí y que lleve mis maletas a mi nueva
dirección.
Hay valla, no es alta, se trata más bien de un adorno, pero en
este momento está frustrando mis planes. Disimulo, caminando de
un lado a otro, buscando el mejor sitio para saltar. Será la primera
vez en mi vida que hago algo así, siempre fui la niña perfecta de
mamá, cuando se lo cuente a mis amigos no me creerán.
Finalmente encuentro el sitio perfecto, hay una maceta que me
servirá de escalón. Con disimulo miro a los lados para comprobar
que no hay nadie mirándome, no quiero salir de aquí escoltada por
la policía. No sé qué sería peor tener una ficha policial o aguantar el
sermón de mi madre echándome en cara que manchamos nuestra
buena reputación y no podré decir nada en mi defensa. Estoy en
modo acosadora total y de seguro mi cara me condena.
Tiro mis tacones, con mi forma física es pan comido. Doy unos
pasos hacia atrás y empiezo a correr. Cuando me impulso para
saltar siento el ruido de mi vestido rompiéndose, ya estoy en el aire
y si no me agarro en el muro daré con el culo en la acera, me
quedaré con el culo al aire y descalza, así que me agarro y me tiro
dentro. La cosa no salió como me lo imaginaba, no caí como en las
películas. Me encuentro toda desparramada por el suelo, mi perfecta
coleta deshecha y tengo hierba por toda la cara. De un impulso me
pongo de pie, cojeando voy hasta mis zapatos y los cojo. Al
ponérmelo siento que me duele el tobillo, pero bien sabe dios que
no me quedaré descalza. Me tuerzo a mirar mi vestido y la parte de
atrás está descosida de arriba abajo, dejando todo mi culo al aire.
La parte de adelante esta intacta por lo que levanto mi puntiaguda
nariz, me paso la mano sobre el cuerpo, quito las hierbas que tenía
pegadas y voy cojeando hasta la puerta.
Es una propiedad preciosa, estilo minimalista. Una parte de la
casa es toda de cristal. Llego delante de la puerta sin problemas,
estiro el dedo para llamar al timbre y la cobardía empieza a
dominarme, ya me parecía a mí que estaba muy lanzada. Alzo la
mano una y otra vez para tocar, pero no termino de hacerlo y me
paso la mano por la frente soltando el aire. Estoy sudando frío,
tengo una pequeña taquicardia y creo que me están entrando ganas
de ir al baño, creo no, estoy segura, ahora mismo si me tiro un pedo
sale con sorpresa fijo, y todo eso por culpa de mis nervios. Cuando
se trata de ese hombre me transformo en otra persona. En mi vida
he hecho algo parecido. Me abanico inspiro y espiro, cerro los ojos y
llamo. Que sea lo que Dios quiera.
Parece pasar una eternidad y no aparece nadie, estoy por irme
cuando escucho su potente voz:
—Ya voy —grita, y mi corazón se dispara.
Recuerdo que mi pelo está todo alborotado, rápidamente
deshago mi coleta, paso la mano para domarlo y me pongo recta,
aunque la fachada me dura un suspiro, las ganas de verlo son más
grandes. Asomo la cabeza al cristal y lo veo, es la imagen más
bonita y erótica que he visto, debería estar en exposición para la
delicia del mundo. Jorge está bajando la escalera descalzo y con
una toalla envuelta en la cintura. Pero tan rápido como lo veo dejo
de verlo. En un pestañeo los cristales se pusieron opacos. Mi
corazón me va a salir del pecho, ya no estoy segura de sí lo vi o fue
fruto de mi imaginación.
La puerta se entreabre y asoma la mitad de su cabeza y cuerpo.
Se me cae la baba al ver su torso desnudo, está más moreno que la
última vez que lo vi. Ninguno decimos nada, solo nos miramos.
Jorge sacude la cabeza, creo que está dudando si realmente soy yo.
—Hola —digo débilmente.
No responde, sigue mirándome. No sé cómo interpretar cómo
sus ojos no se desvían de mi persona. No sé si es asombro, deseo,
enfado o…
—Amorcito, ¿por qué tardas tanto? —La voz que truena detrás
de él es tan varonil que mi corazón automáticamente se rompe en
mil pedazos, mi bolso resbala de mi mano y no reacciono. Jamás en
mi vida me imaginé que iba presenciar tal cosa.
Mis ganas de verlo eran tantas que no di importancia a que está
desnudo y lleva una minúscula toalla blanca ocultando sus atributos,
pero la persona que está detrás de él está como vino al mundo y sin
ningún tipo de pudor se posiciona a su lado, reposando su brazo
sobre su hombro.
—¿Ella es…?
—Sube —ordena Jorge al hombre que tiene al lado, quien lo
ignora.
—Pase —me invita el novio de Jorge con una enorme sonrisa en
la cara, abriendo de par en par la puerta.
Me pillo analizándolo de arriba abajo y rápidamente desvío mi
mirada de su cuerpo. No sé a dónde mirar, quedo como una tonta
girando mi cabeza de un lado a otro, desesperada por evitar la
imagen que tengo delante.
—No —dice Jorge a su novio con una mirada matadora—. Érica,
dame unos minutos…
—Siento interrumpir… —digo débilmente y me giro para irme, los
ojos me escuecen, pero no voy a llorar. ¿Cómo pude ser tan tonta,
tan ingenua? Las señales estuvieron en mi cara todo el tiempo y me
negué a verlo. Maldito desgraciado, mentiroso… Cojeando voy en
dirección a la salida.
—¿Qué te ha pasado? —pregunta Jorge preocupado.
El tobillo me duele horrores, mi dignidad está por los suelos, pero
no le daré la satisfacción de saber todo lo que hice por verle. Sigo
mi camino, buscando entre la bruma de lágrimas que pugnan por
salir, dónde abrir el maldito portón. Estoy alejándome, pero todavía
no he abandonado la propiedad y una mano me sujeta.
—Deja que él te lo explique —pide su novio.
—Suéltame, maldito degenerado —espeto sin pensar.
—Eres Érica, ¿sí?
Siento ganas de mandarlo a muchos lugares feos, pero no voy a
rebajarme. Soy una dama y lo seguiré siendo. Encima tiene el
descaro de refregar en mi cara que sabe quién soy. Miro al culpable
de todo, pero ya no está donde lo dejé y lo que quedaba de mi roto
corazón termina de destruirse. Me libero del agarre del hombre y
vuelvo a emprender mi humillante retirada. Lo escucho llamarme por
mi nombre, no me detengo y él insiste. Lo miro otra vez y mi sangre
hierve.
—No es lo que estás pensando —dice como si nada,
tendiéndome el bolso que olvidé en el suelo durante mi retirada.
Cojeando vuelvo hasta él y lo recupero de un tirón.
—Ah, ¿no? Si no eres gay ¿entonces qué eres? Con ese hombre
desnudo y que parece una mujer a tu lado…
—Ese comentario es muy homófobo —se defiende el hombre.
—Que os vayáis al infierno.
El desconocido sigue hablando, pero no me interesa lo que tiene
que decirme, recojo lo que queda de mi dignidad y me largo. Llego
delante del portón, busco por todos lados, pero no encuentro dónde
dar para que se abra así que empiezo a golpearlo con los puños y,
como por arte de magia, finalmente cede y empieza a girar sobre
sus goznes.
Una vez fuera, lejos de la mirada de los dos me apoyo en contra
del muro y dejo las lágrimas salir. Llorando, llamo al chófer, ordeno
que recoja mis cosas y que me lleve de vuelta al aeropuerto. No
puedo estar aquí ni un minuto más.

Ya en el avión me doy cuenta de todo, por eso él nunca se corría


conmigo, siempre decía que no iba a poder darle lo que él necesita.
¿Cómo pude perder años de mi vida amando a esa persona?
Conocí a algunos capullos en mi vida, pero Jorge se lleva la palma.
Se acabo el amorío. Seré una nueva Érica, la más perra del
reino, y si él se acerca a mí le arrancaré la cabeza.  
Capítulo 18

Jorge
Todo ha salido mal con Érica a pesar de mis esfuerzos. Cuando vi
que ya no teníamos salida intenté dejar las cosas claras, hacerla ver
que era solo sexo, que no involucrara sentimientos aun sabiendo
que por su parte esto ya estaba en el pack. Quise poner límites y
fallé.
No niego mi culpabilidad, pero hice cuanto estuvo en mis manos
con tal de evitar el horrible desenlace que tengo delante. Y hasta
unos minutos atrás creía haberlo logrado. Al llegar a mi casa y sentir
que podía volver a la «normalidad» estuve tranquilo. Sin embargo,
eso cambió cuando la vi por el cristal. Jamás imaginé que la tímida
Érica se presentaría en mi casa, no me pregunto cómo ha entrado
porque su estado me dio una ligera impresión y dentro de nada
podré salir de dudas. Primero me ocuparé de Héctor, que cuando
quiere es un verdadero grano en el culo. Una vez me deshaga de él,
miraré las cámaras de vigilancia. Me extrañó que sonará el timbre
dentro, pero pensé que igual habíamos dejado el portón abierto y el
repartidor había entrado directo, sin embargo, cuando vi su roja
cabellera ordené rápidamente opacar los cristales, nunca estuve tan
contento con la decisión de mi agente inmobiliario en buscarme una
casa inteligente, si no fuera así la cosa podía haber sido mucho
peor. Héctor no tiene arreglo, le pedí que no bajara, pedí que me
esperara arriba, pero es como dar órdenes a un niño, le satisface
llevarme la contraria. Con él hay que usar la psicología inversa, por
eso bajo.
—De cerca es más guapa que en las fotos —comenta divertido.
¡Estaba tardando! Controlando mis ganas de matarlo me giro
despacio hacia él, no me puedo creer que tenga una sonrisa en la
cara. No es ciego, vio igual que yo cómo salió de aquí, está rota.
Soy un cabrón, pero nunca me he portado mal con una mujer. En mi
trabajo soy despiadado, destrozo a mi contrincante y disfruto con
ello, si quiero algo lucho con uñas y dientes, paso por encima de
quien sea por conseguirlo, pero jamás he querido hacerle daño a
Érica.
—¿Por qué cojones no te quedaste arriba? —exploto al recordar
la desilusión que vi en su rostro.
—No pagues conmigo tu cobardía —dice poniendo las manos en
alto como si no fuera él culpable del desastre. Su sonrisa
desapareció y ahora está cabreado como si tuviera derecho a ello.
—Creo que es mejor que te vayas.
—Llámala y dile la verdad —me aconseja ignorando que acabo
de echarlo de mi casa.
—No hay nada que contar, ella ya vio lo que tenía que ver.
—Cobarde.
—Cierra la puerta cuando salgas. —Le doy la espalda y entro en
mi casa.
Discutir con él es perder el tiempo, nadie puede acusarme de no
haber intentado darle una explicación, así que se acabó la
payasada. Sí… estoy siendo un capullo, pero desde que he vuelto
de Madrid está insoportable con el tema de Érica, se montó una
película en su cabeza y no me deja vivir, desde que crucé la puerta
me hizo sentirme entre los dos. Creí que cuando nos
reencontráramos estaría furioso por no haberlo permitido entrar a
visitarme, porque su empresa está siendo atacada por mi culpa, o
porque nuestra sobrina ha estado en peligro, pero de estos temas
apenas hablamos. Pusimos seguridad a Sandra y Celia, fue la
primera vez en que estuvo de acuerdo en que usara mi dinero en
beneficio de ellos. Sobre su empresa solo dijo que perdió algunos
clientes pero que vinieron otros, que su buen hacer le da prestigio,
que ya encontraría la manera de hacerme pagar que no le dejara
entrar a verme en el hospital y ahí se acabó el tema. Pero por otro
lado no calla con el asunto de Érica, no deja de hacerme preguntas
sobre ella. Sabe todo sobre su vida, en qué colegios y facultad
estudió, cuántos novios ha tenido, los sitios que le gusta frecuentar
que por supuesto son lugares que él jamás pisaría porque están
llenos de ricos estirados como él los llama. Sabe que es un
empresaria exitosa e implacable, que es solitaria, tímida y hasta sus
putos colores y comidas favoritos. Lo sabe todo y no deja de
importunarme con todas esas tonterías como si me importaran. Por
más que digo no querer saberlo no deja de compartir conmigo las
informaciones sobre ella. Tiene una puta alarma en su ordenador
para que cuando se publica algo sobre ella le llegue una
notificación. No tengo la menor idea de qué está pasando por su
cabeza, pero nunca lo he visto actuar de esa manera.
Estoy en mitad de las escaleras y siento el portazo, sabía que no
se iba a ir. Sin mirar atrás entro en mi habitación y me tiro sobre la
cama, pero él invade mi espacio enseguida.
No servirá de nada, pero debo intentarlo.
—Dame un respiro. Mañana hablamos.
Niega con la cabeza, se acerca a mí y tira de mi pie para que lo
mire.
—¿Hasta cuándo? —pregunta en tono de reproche.
—Si no estás contento ya sabes lo que hay que hacer.
—¿Es lo que quieres? —Héctor es malísimo ocultando sus
emociones, todo lo contrario a mí, que puedo ser como un témpano
de hielo. Me voy a arrepentir, pero no soy un hombre mentiroso.
—No.
Me siento en la cama para esperar la primera tanda de
preguntas, reproches y acusaciones.
En mis planes no está el formar una familia. Héctor sí la quiere,
pero no tiene prisas. Ya le dije que el día que decida ser padre cada
uno nos iremos por nuestro lado; no obstante, mientras eso no
ocurra, estoy encantado con lo que vivimos, o por lo menos lo
estaba hasta estar con ella. Desde que he vuelto hicimos algunas
fiestas, pero no las disfruté como lo hacíamos antes y estoy seguro
de que se ha dado cuenta, nos conocemos a la perfección.

Ya han pasado tres días y me sorprende que no me hayan dicho


nada. He hablado con todos mis amigos incluida Fátima y nadie tocó
el tema de la visita inesperada que recibí. De Héctor no he vuelto a
saber desde que lo eché, por primera vez desde que nos
encontramos no me lanzó encima todo lo que pensaba. Estuvo
parado delante de mi cama durante minutos, creo que esperando
una explicación por mi parte, cosa que por supuesto no llegó. Como
lo ignoré se marchó y no lo he vuelto a ver. Hemos hablado por
teléfono lo estrictamente necesario, no sé qué está pasando aquí,
pero me alegro, ya tengo suficiente con tener que tomar pastillas
para dormir y algunas veces mezclarlas con alcohol. Desde la visita
de Érica la cosa fue a peor, amaba mi casa, pero ahora la odio por
lo grande, silenciosa y vacía que es. Aquí dentro ahora siempre
tengo sensación de frío y estamos en verano, no tengo la menor
idea de qué me está pasando.
Sigo yendo al despacho solo para no estar en casa pensando
tonterías, ya no tengo apenas clientes, los abogados que trabajan
para mí mantienen los suyos, pero el ir allí me ayuda a no pensar en
ella, a no recordar las cosas que hicimos, su timidez y la manera en
que gime cuando la follo. Reconozco que la echo de menos. Engullí
mi orgullo y la llamé en tres ocasiones, pero no atendió mis
llamadas y me bloqueó. Fue la gota que colmó el vaso. Ese día
rompí una botella de Macallan contra mi pared, estuve furioso por
días hasta que dije basta. Ya no más, lo intenté varias veces y
cuando no me quieren cerca no voy detrás.
Me centro en estudiar una fusión de los pocos clientes que me
quedan y el grupo que tengo con mis amigos empieza a echar
humo, dejo lo que estoy haciendo y voy a leerlo. Lo que descubro
me destroza. Fátima, que está embarazada, se contagió con el
COVID. No pienso, salgo corriendo del despacho, voy a mi casa a
por mi moto y arranco para Madrid. Ellos no volvieron a Brasil,
prefirieron quedarse en España hasta que encuentren la vacuna
para el virus. No entiendo cómo se contagió, ella no sale de casa,
pero no perderé tiempo con conjeturas.

Llego a la casa de Pedro en cuatro horas y media, solo he parado


para repostar.
—¿Qué cojones haces aquí? —inquiere mi amigo enfadado.
—¿Cómo está ella? —interrogo ignorando su pregunta.
—Todavía no sabemos nada, ya accioné mis contactos para que
me den noticias. Esto es un caos. —El enfado ya quedó en el olvido,
así es Pedro. Fátima, aparte de su cuñada, es como una hermana
para él, ambos tienen un vínculo igual que el que tenemos entre
nosotros.
—¿Cómo se contagió?
—No tenemos la menor idea.
—¿Y Daniel y los niños, qué tal?
—Mi hermano está destrozado, pero están bien de salud. Como
ya sabes dieron negativo, aunque durante quince días no pueden
salir ni tener contacto con nadie.
Era solo lo que nos faltaba, si tengo que hacer guardia delante
del hospital por Daniel mientras él cuida de su salud y de los niños
lo haré. Agarro mi petate y voy a la habitación que tengo asignada
en la casa de mi amigo. Las horas pasan lentamente sin ningún tipo
de noticias. Nosotros no nos alejamos del teléfono, Miguel, Rafa y
Rubén están en sus ciudades de origen, pero están pendientes de lo
que ocurre aquí.
Pedro entra corriendo.
—¡Fue un falso positivo! —exclama. Paula está llorando
desconsolada por el alivio que eso supone para todos.
—¿Qué pasará ahora? —pregunto sin entender nada—. ¿Por
qué la llevaron al hospital si no tenía síntomas?
—Por estar embarazada prefirieron tenerla controlada —contesta
Paula.
—Me ha pedido que yo vaya a buscarla y que no se lo diga a
Daniel.
—Iré yo —afirmo dando un paso al frente.
Nadie lo discute, corro a por la llave de uno de los coches y salgo
a por ella. Conduzco con sensación de ligereza, ya no podemos
más con las malas noticias y el saberla bien lo considero como una
pequeña victoria. Las calles están vacías y en veinte minutos estoy
delante del hospital. Lo que veo me mata. Siento mi móvil y lo cojo
sabiendo quién es y lo que me va a decir, pero llega tarde.
Descuelgo y digo que ya lo sé. Me acerco a realizar lo que vine a
hacer aquí. Fátima, al verme, se aparta y viene a mi encuentro, yo
nunca me oculto, camino en dirección a ella quedando ambos en
mitad del camino y a poca distancia de la pelirroja que no sale de mi
cabeza.
—Buenas tardes —saludo y la única que me contesta es Fátima.
Érica está de la mano de un hombre que es un cobarde. Aun
estando de la mano de ella no me mira, está hablando por teléfono
de espaldas a mí.
—Vine a por ti —digo a mi amiga ignorando la pose altiva de
Érica.
—Puedes irte, yo la llevo —dice toda borde.
—No estoy hablando contigo —contesto en el mismo tono y su
acompañante decide dar la cara. Al ver de quién se trata siento
como si me hubieran disparado en el pecho.
—Pero yo sí contigo —rebate ella.
—Mira, niñata, a ver si maduras.
—Vete al inferno, maricón.
Fátima nos mira a ambos, confusa.
—No era eso lo que decías cuando te la metía —le echo en cara
cuando veo que ella y su acompañante se ríen de mi cara.
—¡Jorge! —me riñe Fátima y me siento un mierda. Yo no soy así,
pero ¿quién se cree que es para juzgarme?, eso no se lo consiento
a nadie. Veo aparecer a Pedro a toda velocidad, pero no le doy
tiempo a que se acerque a mí. Doy un beso en mi amiga y me largo.
En cuanto llego a su casa dejo el coche, cojo mi moto y voy a dar
una vuelta para tranquilizarme, en mi vida había hablado así a una
mujer y me avergüenzo amargamente de haberlo hecho. Sé que, si
la llamo, entre que me tiene bloqueado y que no me va a escuchar,
sería una pérdida de tiempo, pero tengo la necesidad de
disculparme y mientras no lo haga no estaré tranquilo. Con lo bien
que estaba antes, cuando no la tenía en mi mente… maldita la hora
en que acepté ser su abogado. 
Capítulo 19

Érica
La escena que monté delante del hospital con la intención de
humillar a Jorge, al contrario de lo que imaginé, no me causó
satisfacción. Vi en su rostro cuánto le dolió hablarme de aquella
manera y me sentí una basura porque fui yo quien lo provocó. La
mirada que me echó Pedro me dejó claro que, aunque yo no haya
dicho nada a Fátima, él sí lo sabía. No presenció el intercambio de
groserías entre su amigo y yo, pero sentí como si hubiera estado
presente y me echara la bronca como si fuera mi padre. Fátima se
fue con él, no le hizo falta decir ni una sola palabra, solo le ofreció el
brazo y ella, demostrando a quién pertenece su amistad y lealtad, lo
agarró y se fueron juntos. No me enfadé por ello, aunque sí me
siento celosa. Cobarde de mí, dejé pasar unos días para llamarla y
explicarle el porqué de no haberle contado la verdad, pero cuando
tomé el valor para hacerlo ya era demasiado tarde y me lo hizo
saber. Conocía la historia con pelos y señales, no la juzgo; me
ofreció su hombro, pero fue como si hubiera un elefante entre las
dos. Intenté hablarle antes de abandonar el país, pero su marido no
me permitió el paso, dijo que tenía que descansar entendí a la
perfección el recado, todos estaban de parte de Jorge, son su gente
no la mía y por eso salí huyendo.
Está siendo muy difícil seguir adelante con esa espina clavada
en la garganta. Roberto, después de lo ocurrido se siente mi novio.
Me llama todos los días, envía regalos, flores y bombones con
frecuencia. Dijo que viene la próxima semana a verme, me presentó
a su sobrina por Skype… fue una situación un tanto incómoda
porque no quiero una relación con él, pero disfruto de sus
atenciones. El inconveniente es su insistencia en hacer negocios
juntos. No deja de insinuar que su proyecto es bueno y que lo
financie. No creo que sea un mal negocio, pero no tomo decisiones
a la ligera, cada inicio de obra lleva meses y algunos hasta años de
planificación, en los negocios una mala decisión puede acabar con
todo un legado. Toda la documentación que me facilitó está en
manos de mis expertos y abogados para que la analicen.
—¿Quién es ese hombre que la prensa está ligando a ti? —
pregunta mi madre, que se presenta por las buenas en mi oficina.
No puede ser, es lo que me faltaba. No tengo ganas de
aguantarla, pero aquí está. Mi secretaria tendrá que explicarme por
qué no me aviso de su llegada.
—Hablamos en otro momento —le digo poniendo toda mi
atención en la pantalla del ordenador.
—No, hablaremos ahora. Sé que no tienes nada para la tarde.
—¿Miraste mi agenda? —pregunto indignada.
—Sí, y ahora dime, ¿quién es ese hombre?
De nada sirve intentar mentirle u ocultar cosas, si no sabe
todavía lo descubrirá de todas formas, moverá cielo, mar y tierra
hasta dar con la verdad. Así que lo mejor es darle lo que quiere para
librarme de una vez de la Santa Inquisición.
—Es el hijo de un constructor y quiere hacer negocios conmigo.
—No fue esa la pregunta. Sé quien es. Lo que quiero saber es
qué hay entre vosotros.
Así es mi madre, lo controla todo, hasta la vida de mi padre. No
sé cómo su actual esposa lo soporta, esta mujer no tiene límites. La
quiero, es mi madre y sé que daría su vida por mí, pero su
preocupación por las apariencias y el estatus social es enfermiza.
—Estamos conociéndonos.
—No es hombre para ti.
—¿Se puede saber por qué?
—¡¿Conoces su origen?!
La madre que la trajo, ese comentario me deja claro adónde
quiere llegar. Hizo lo mismo con Fátima y su familia, pero ya no
pasare por ahí.
—¡¿Y qué si son nuevos ricos?! No estoy interesada en su
dinero. Me trata bien y eso es lo que importa.
—No te crie para eso. Te creía más lista.
Agradezco cuando veo a mi adorado padre entrar con su
radiante sonrisa en mi rescate. Siempre es igual, cada vez que ella
viene él nada más enterarse viene a mi auxilio, ambos la amamos y
no la soportamos al mismo tiempo. Mi madre siempre será el gran
amor de mi padre, pero él sabe que, aun ella sintiendo lo mismo por
él, jamás estarán juntos de nuevo. No pueden ser más distintos.

Roberto me mintió, efectivamente vino a verme, pero no en la


siguiente semana, llegó el mismo día que me notificó a Rio de
Janeiro. Vino cargado de regalos, no pasa un solo día sin que
comamos o cenemos juntos. Va a estar aquí por quince días, desea
establecerse en mi país. Está en busca de socios inversores,
aunque ya le dije que no es un buen momento, la pandemia y la
inestabilidad política tienen a muchas empresas en riesgo, pero se
niega a escucharme e insiste en algo que nunca se materializará, no
seremos socios.
—Hola, vine a secuestrarte para comer —dice robándome un
beso delante de mis funcionarios. Le miro seria dejándole claro que
no me gustó, pero me ignora; toma mi mano y me arrastra en
dirección a los ascensores.
Al salir a la calle debe ser que el golpe de calor me hace tener
alucinaciones, tanta es mi estupefacción que me paro, sacudo la
cabeza para volver a la normalidad, y de nada sirve: la imagen del
hombre que estaba en casa de Jorge sigue ahí. Achico mis ojos y la
sangre me hierve en las venas. ¿Qué hace aquí? ¿Tuvo la
desfachatez de venir a mi trabajo para refregar en mi cara su idilio?
—¿Podemos hablar? —Al verlo, Roberto tira de mí—. Es
importante, no te robaré mucho tiempo.
Miro al frente y veo el coche de mi acompañante en doble fila y
justo detrás una moto que debe ser de él.
—Espérame en el coche, en cinco minutos estoy contigo. —
Intenta besarme, pero giro el rostro y el capullo que tengo delante se
ríe.
Los dos hombres que me miran de una manera un tanto extraña
no podían ser más distintos: uno lleva el pelo engominado y un caro
traje de sastre. El otro trae una camiseta negra de Iron Maiden,
pantalones gastados, botas negras y el pelo recogido en una coleta.
Debido a su falta de decoro en casa de Jorge pude detallarlo
minuciosamente. Usa media melena de color rubio, cuerpo
musculado completamente tatuado, barba, labios finos y ojos color
miel. Ahora que lo miro bien es una verdadera pena que las mujeres
no puedan disfrutar de tamaño manjar.
—Ya me oíste, tienes cinco minutos.
—Que sean diez.
—No, dije cinco y ni uno más —Sin pensar en las consecuencias
tiro de su camiseta y lo beso. El muy capullo me agarra fuerte por la
cintura y corresponde a mi beso. Abro un ojo y veo venir a mi madre
en nuestra dirección echa una fiera—. Sácame de aquí —digo con
nuestras bocas todavía pegadas.
Sin pestañear, agarra mi mano y corre conmigo en dirección a la
moto. Subo mi falda ejecutiva hasta casi enseñar las bragas, paso
mi pierna sobre la moto, acepto el casco que me ofrece, ignorando
el llamado de mi madre, me lo pongo y salimos. Yo me río como una
tonta, creo que es una de las cosas más emocionantes que hice en
toda mi vida. Es la primera vez que voy en moto, les tenía pánico,
pero ahora mismo tengo una sensación de absoluta libertad, y eso
que voy con un completo desconocido, pero no sé si es por saber
que conoce a Jorge y sus amigos o yo qué sé, pero confío en él y
tengo una sonrisa tonta en los labios.
No tengo la menor idea de adónde vamos, pero no me importa.
El móvil no deja de sonar dentro de mi bolso, pero no pienso
contestar. El viaje es corto, él para al final de Ipanema y no dice
nada. La nube que segundos atrás era de algodón de azúcar ahora
se está poniendo negra y no sé cómo salir airosa de eso. No dice
nada, tiene las dos piernas apoyadas en el suelo estabilizando la
moto y yo sigo de la misma manera, quiero moverme, decirle unas
cuantas cosas, pero no soy capaz. Me doy cuenta de que sigo
agarrándolo fuertemente por la cintura y que tengo la cabeza
apoyada en su espalda, me está mirando por el espejo retrovisor y
tiene una expresión burlona en la cara. Me cabreo por ello, me bajo
de la moto tirando mi falda hacia abajo. Tengo unas pintas horribles,
pero para mi suerte estoy cerca de casa y el bochorno será breve.
Me giro airosa para irme, pero no llego a dar dos pasos y ya lo tengo
detrás de mí.
—Me usas y siquiera te presentas.
—¡No te he usado!
—¿Aquel beso qué fue entonces?
—Está bien, puede que un poco sí, pero me lo debías. —Se ríe a
carcajadas, enseño el dedo corazón y me alejo.
Llevo cerca de ese hombre menos de veinte minutos y ya hice
varias cosas que no son propias de mí, y lo que es peor de todo es
que me está gustando esa osadía, descubrir que también tengo mi
lado rebelde.
—¡Espera, debes darle la oportunidad de explicarse! —grita a mi
espalda.
Contengo las ganas de decirle a la cara que tengo todo muy
claro, pero miro a los lados y me doy cuenta de que estoy expuesta,
en cualquier momento puede pasar un conocido, un reportero o
paparazzi y estaría varias semanas en boca de todos bajo un millón
de especulaciones. Mientras, en mi bolso, en móvil no deja de
sonar. Tendré que dar muchas explicaciones, el primero a Roberto,
ya que lo dejé plantado delante del edificio de mis oficinas sin darle
la menor explicación, y todo con tal de dar una lección a mi madre.
—¿Cómo te llamas? —pregunto seria.
—Me llamo Héctor, encantado. —Me ofrece su mano, que acepto
como persona educada que soy, pero cuando tira de mí para besar
mi rostro me mantengo en mi sitio, él me regala una brillante
sonrisa.
—¿Qué tenéis tú y Jorge?
—Quien tiene que contestar a eso es él.
—¿Entonces a qué viniste?
—A decir que… —Su pausa me está dejando loca—. Nada,
déjalo, fue un error. —Se gira para alejarse, pero lo agarro por el
brazo.
—No, ahora me vas a decir.
—Jorge te quiere.
Ahora la que se ríe soy yo. Es imposible que Jorge me quiera,
hasta el encierro apenas me miraba, y por estar encerrados nos
acercamos, pero en todo momento dejó claro la «relación» que
teníamos.
—Imposible.
—Él nunca quiso a ninguna mujer, eres la primera y creo que
serás la única.
—¿Cuánto tiempo lleváis juntos?
—No te voy a contestar.
—¿Entonces qué haces aquí? Estoy intentando seguir con mi
vida, no quiero estar enamorada de un hombre que quiere a otro —
digo en un tono de voz elevado y Héctor niega con la cabeza.
—Tienes una opinión ya formada y llena de prejuicios, pero las
cosas no son como tú crees. Si quieres conocer la verdad estaré
aquí tres días, puedes encontrarme en este número y dirección —
me entrega un papel—. Mientras esté aquí te ayudare a entenderlo,
pero una vez suba en el avión de vuelta a España lo llevaré bien
lejos de ti, porque me quedará claro que no lo mereces.
Después de soltarme tamaña amenaza desaparece encima de
su moto dejándome con un millón de cosas en que pensar.
Aun estando al lado no vuelvo a casa, será el primer lugar en que
mi madre se presente a buscarme. Voy a casa de una amiga que al
verme se asusta con mi apariencia desaliñada, pero se guarda sus
comentarios. Nos tenemos mucha confianza e ignorando su mirada
voy directo a su habitación, invado su armario y me adecento.
Intento desconectar de lo ocurrido, no pensar en las palabras del tal
Héctor, pero no puedo, ahora las cosas están cobrando sentido.
Todas las veces que oía a Jorge mencionar este nombre por
teléfono cambiaba, en su rostro se reflejaba culpabilidad. Me siento
tan idiota…
—No tengo la menor idea de lo que te pasa, pero ve a arreglarlo
—me dice mi amiga empujándome. Sé perfectamente lo que va a
ocurrir, pero no hago nada por evitarlo. Sé que voy a ir a verle. Al
pasar al lado de mi bolso ella lo coge, lo pone en mi mano y sigue
en dirección a la puerta.
Cuando me quiero dar cuenta estoy delante de su habitación
presionando el timbre.
—¿Qué quieres?
—Vine en busca de respuestas. ¿Puedes vestirte, por favor?
—No, me gusta andar desnudo.
Ese hombre no tiene el menor pudor, es la tercera vez que lo veo
y salvo hoy en la calle siempre me lo encuentro tal como vino al
mundo. He de reconocer que tiene unos atributos muy vistosos y
desgraciadamente mis ojos caen sobre ellos una y otra vez. El muy
descarado, al darse cuenta, se ríe.
—¿Puedo pasar?
—Estás en tu casa —me dice indicándome con la mano que
pase. Es una habitación pequeña y no tengo donde ocultarme.
Confortable con su desnudez, se sienta sobre la cama y me indica
que haga lo mismo. Miro a los lados, la situación es muy rara.
—Por favor, vístete —le pido.
—Ya te dije que no, ¿verme te pone nerviosa? —dice
acercándose, y lo más impresionante es que no huyo, eso no es
típico en mí. Trago y él pasa el dedo suavemente por mi garganta,
bajando hasta la uve de mi escote.
—¿Por qué…? —Antes de que complete la frase me corta sin
romper el embrujo.
—Te adelanto que si quieres saber algo sobre Jorge tendrás que
preguntarle a él.
—¿Entonces qué viniste a hacer aquí? —insisto.
—Vine a por ti. —¿Por qué me estoy poniendo cachonda con ese
hombre hablando en mi oído y permitiéndole tocarme? Esto no está
bien, pero en ningún momento lo expreso—. Y a ayudaros.
¿Cómo así ayudarnos? Ese calor entre mis piernas me está
haciendo ver y entender todo mal.
—¿Jorge es gay?
—Pregúntaselo a él.
—¿Tú eres gay?
—Solo hay una manera de descubrirlo.
—Os vi desnudos y sé que tenéis algo.
—Tenemos mucho, no somos nada el uno sin el otro.
Héctor, con suavidad, me tumba sobre la cama y pasa su nariz
por mi cuello empapándose de mi olor. Acaricia mi cuerpo sobre la
ropa. Mi sujetador de encaje no es de mucha ayuda a la hora de
ocultar mi pezón, que se pone erecto. Al darse cuenta da un
mordisco y se me escapa un jadeo. Trago saliva, llamándome a la
calma, miro hacia un lado huyendo de su mirada y me encuentro
con su enorme pene. Me humedezco la lengua y siento mi centro
contraerse.
—Si no eres gay, quítame la ropa y fóllame.
—¡La gatita tiene garras! —exclama mordiendo el lóbulo de mi
oreja—. No puedo. —Da un salto poniéndose de pie y se aleja.
—¿A qué estás jugando? Vienes a mi país, me buscas me, me,
me…
—Dilo.
—No, yo no soy así, no actúo de esa manera. No me acuesto
con cualquiera y estaba dispuesta a hacerlo contigo para que me
probaras que no eres gay.
—Ah… ¿era solo por eso?, pues te quedarás con la duda.
Se va al armario, coge un vaquero y una camiseta, desaparece
de mi vista unos minutos y al volver ya está vestido. Siendo sincera
conmigo misma reconozco que me apena verlo vestido nuevamente.
—Vamos a dar un paseo en moto por tu ciudad —me invita
ofreciéndome la mano y es entonces que me doy cuenta de que
vine vestida para ello. No soy de usar vaqueros, uso pantalones,
pero en raras ocasiones vaqueros, y traigo uno puesto con camiseta
y una chaqueta de piel. Soy un libro abierto porque nuevamente se
está riendo de mí.
Paseamos por la costa, un camino que hice cientos de veces por
no decir miles, pero siempre desde la comodidad de un coche.
Hacerlo en moto está siendo maravilloso, le tengo agarrado fuerte
por la cintura con una tonta sonrisa en la cara, gracias al casco
nadie me conoce, soy libre. Héctor conduce como si conociera la
ciudad. Aprovecho que estamos solos en la carretera, quito mis
manos de su cintura y las abro para sentir el viento. Él disminuye la
velocidad y me deja.
Avista un quiosco que para mi suerte está vacío.
—Tengo hambre. Podemos comer una grasienta hamburguesa
aquí o ir a uno de los restaurantes pijos que frecuentas, pero ahí
pagas tu.
Bajo de la moto, me quito el casco sonriendo y le ofrezco la
mano para que se baje.
—Tacaño, si crees que te librarás de invitarme a esa grasienta
hamburguesa estás loco.
Nos sentamos y perdemos la noción del tiempo charlando, por
momentos me olvido de quién es él en la vida del hombre al que
quiero, no tengo la menor idea del propósito que lo trajo aquí, pero
lo estoy pasando genial en su compañía. No hemos pronunciado el
nombre de Jorge en ningún momento. Ya descubrí que la tal Celia
es su hermana, que tiene una sobrina, en qué trabaja, su pasión por
las motos y cuanto él sabe de mí. No me acuerdo de cuándo fue la
última vez que me reí tanto. No me lo creí cuando dijo que tiene una
alarma en Google con mi nombre y cuando me la enseñó pensé que
me iba a dar algo de tanto reírme.
Bajamos a la playa a pasear, ninguno dice nada, pero no es un
silencio incómodo.
—¿Lo que dijiste es verdad?
—Dije muchas cosas, ¿a cuál te refieres?
—¿Jorge de verdad siente algo por mí?
—Sí, es cierto.
—¿Qué eres tú para él? Necesito saberlo —confieso con
desesperación.
—Le toca a Jorge contestar a eso.
—Dame algo para que te crea.
—Odio los aviones y vine detrás de ti.
—¿Y por qué me sedujiste y después saliste corriendo?
—Si quieres respuestas a esas preguntas ven conmigo a
España.
Con el agua mojando nuestros pies, Héctor tira de mí y me
besa. 
Capítulo 20

Jorge
Es el día de mi juicio y no tenemos nada. Por más esfuerzos que
hagamos siempre terminamos igual, con las manos vacías.
—Te lo estoy pidiendo por favor —insiste Pedro.
—No voy a cometer perjurio y os prohíbo hacerlo.
—¿No entiendes que tenemos todas las de perder? —refuta
Miguel.
Por supuesto que lo entiendo, si me declaro culpable saldré del
tribunal esposado y directo a la cárcel. Nunca había ocurrido, pero
alguien que desconocemos, a pocas horas, nos hizo llegar la copia
de unos documentos con mi firma, no sé cómo ni cuándo la estampé
allí, sin embargo, lo es y lo sé, y negarlo, aparte de ser un burdo
intento de engañar a la justicia, solo me haría unos días, quizás
unas semanas. No puedo arrastrarlos conmigo, porque somos uno,
y estoy seguro de que eso es lo esperado por el artífice de ese
macabro plan, así que me declararé culpable. Todos mis amigos
tienen familia y no les voy a permitir pasar un solo día detrás de las
rejas. Por desgracia, solo supimos de esa prueba en mi contra a
unas horas y no nos dio tiempo a preparar una defensa. Una vez
más nos tiene en jaque.
—Es mi firma, ¿cómo vamos a defender eso? —exclamo
intentando hacerles entender mi punto de vista
—Solo te pido tiempo, déjame al menos intentar un acuerdo.
Pedro nunca se rinde y verlo a punto de derrumbarse no es
agradable a la vista. Los demás están haciendo un gran esfuerzo
para no venirse abajo junto a él. Les voy a dar un respiro, pero mi
decisión está tomada.
—Te permito que negocies, yo pongo el dinero en caso de que se
logre un acuerdo.
Les doy la espalda y entro en el baño aflojando el nudo de mi
corbata, siento como si tuviera una soga en el cuello.
Todo empieza a girar, estoy teniendo palpitaciones. Como puedo,
entro en la primera cabina libre que encuentro. Siento una punzada
en el corazón y me entra miedo de infartar, froto mi pecho buscando
algo de alivio que no logro. Estoy a punto de tener un colapso
nervioso, ya presencié a algunos clientes teniéndolo, pero jamás
pensé verme en esa tesitura. Una fuerte arcada me impulsa hacia
adelante y echo todo lo que comí por la mañana. En lo único que
pienso es en que no puedo volver allí, no soportaré verme
encerrado como un criminal, no hice nada ilegal. Una mano acaricia
mi espalda, no me hace falta girar para saber de quién se trata. Sé
que no está solo y no me avergüenzo, agradezco tenerlos aquí.
Saben leerme a la perfección y todos están a mi lado, dándome su
silencioso apoyo.
Me incorporo y miro afuera, están todos. Daniel desde que
empezó mi juicio no se despega de nosotros.
—¿Puedes caminar? —me preguntan.
Sacudo la cabeza negando.
Rubén es más rápido que los demás y me sostiene por un lado
mientras Pedro lo hace por el otro.
Me dejan unos pocos minutos para calmarme y se ponen a
trabajar en la estrategia a seguir que, al conocerla, no me gusta lo
más mínimo. Estamos tomando decisiones a la desesperada.
Tienen todo muy bien atado, uno de mis ex representados me
denunció por falsedad documental, desfalco y suplantación. Más o
menos de lo que vienen siendo acusados nuestros bufetes.
Pedro llama al abogado contrario a negociar. Ocurre justo lo que
me imaginaba, no aceptan el acuerdo. Vamos a juicio. Espero que
se tomen su tiempo en fijar las fechas y mientras pueda dar con las
pruebas de mi inocencia, aunque no tengo muchas esperanzas.
Llevamos mucho tiempo con eso sin resultados positivos a nuestro
favor.
Por fin una buena noticia, algo paso con el juez y la vista quedó
aplazada; no deseo el mal de nadie, pero ahora que sabemos todo
lo que tienen en mi contra y tenemos tiempo voy a requerir los
análisis de un calígrafo. Buscaré al mejor experto de España,
aunque esté seguro de que es mi firma tengo que agarrarme a todo.
—No te quedes solo —pide Pedro al descubrir que Héctor me
está evitando.
—Si me das abrigo y qué comer… —le contesto sin oponer
resistencia, les debo eso, aunque no pienso quedar muchos días
lejos de mi casa, necesito saber qué está pasando en Marbella.
En su casa me siento como en otro mundo. El ambiente
hogareño que reina allí me ayuda a sentirme mejor, más tranquilo.
—¿Cuándo vas a dejar de gorronearme? —me pregunta Pedro
una tarde en broma.
—Nunca, papi.
Pedro sale corriendo detrás de mí e incita a los niños a que me
pillen. Todo se transforma en griterío y risas. El primero en
alcanzarme es Tiago.
—¡Te pillé, tío! —Me dejo caer en el césped y todos se tiran
encima de mí.
De mi familia no sé nada, pensé que mi padre iba a interesarse
por mi acusación, pero no fue así. Cada vez le importo menos. Su
orgullo y su deseo por preservar su imagen es más importante que
mi exculpación, pero esta gente es mi familia. Hacemos una
barbacoa y nos dedicamos a pasar tiempo de calidad juntos. Este
año no pudimos viajar en verano y ver a los niños jugar en la piscina
y a las mujeres tomando el sol mientras nosotros bebemos una
cerveza bromeando y metiéndonos unos con otros me hace
recordar mis días allí y pensar en cómo sería este año si Érica no
estuviera enfadada conmigo.

Nos quedamos todos tres días más en Madrid y cuando empiezan a


irse acompaño a Rubén hasta Asturias, no sin antes prometer a los
demás que pasaría a verlos. Así lo hago. Primero paso tres días en
compañía de Rubén y Nimay, desde que están juntos se les ve más
felices que nunca. Al cuarto día salgo para Barcelona y allí me
quedo dos días con Rafa y Daniela, que lo trae de cabeza. Está
perdidamente enamorado de su mujer y se muere de celos de ella,
que es de armas tomar. Está trabajando en una revista del corazón
y haciendo lo que le gusta, entrevistar a sus ídolos y no escatima a
la hora de elogiarlos, llevando a su marido a la locura, pero todo lo
hace para fastidiarlo, acto seguido sin importarle tenerme delante le
demuestra cuánto lo ama. Mi siguiente parada es Valencia, donde
paso dos días junto a Miguel, Aroa y los pequeños. Cuando mi
amigo sale a trabajar yo acompaño a su mujer en las terapias de
nuestra niña, que es muy lista y amigable, estoy seguro de que será
una gran mujer cuando sea adulta. Modela para nosotros y al ver el
estilazo que tiene, no dudo en llamar a una amiga dueña de una
marca de ropa infantil y consigo una prueba para ella. Despedirme
de ellos es duro, vivo con el miedo en el cuerpo de que en cualquier
momento llegue un policía y me lleve de vuelta a la cárcel y esa
gente es más mi familia que aquella con la que comparto ADN. La
idea de no ver a esos pequeños crecer me aterra.
El camino de vuelta a Marbella lo hago despacio, echo de menos
a Héctor, siempre pude contar con su apoyo silencioso, sus broncas,
que son peores que las de mi padre, sus abrazos apretados que
muchas veces no deseo, pero él me da igualmente. Echo de menos
su amor por el nudismo, aunque en el sexo yo soy el de las
guarradas. En dos ocasiones al parar para repostar y beber algo
intenté contactar con él sin éxito, en una de las veces dio
comunicando y la otra cortó la llamada en mi cara.
Llego a mi casa y solo con abrir la puerta sé que estuvo aquí y no
estaba solo. El otro olor me es familiar, pero estoy tan enfadado que
prefiero recluirme en mi habitación, no pienso entrar en la de él y ver
su cama revuelta. Tenemos las cosas claras, ninguno debe nada al
otro, aunque nuestras vidas van de la mano; es algo enfermizo, no
obstante, es la realidad, nos necesitamos para estar completos, o
eso quiero creer, porque ya no tengo tan claras las necesidades de
él. Al parecer me quedé anclado en las promesas de dos jóvenes y
él pasó página. Me ducho y bajo a cenar algo. Camino por mi casa,
que se me hace demasiado grande y vacía, me resulta difícil estar
dentro de mi propio hogar. En busca de aire fresco, salgo y me
siento cerca de la piscina. Mis pensamientos oscilan entre Érica y
Héctor, no me gusta fumar, pero en la cárcel era una vía de escape
y un activo importante a la hora de negociar. Al salir lo había dejado,
pese a que de unos días a esta parte siempre que me encuentro
agobiado, que es frecuente, enciendo un cigarrillo. Si atendiera a
mis deseos, en la otra mano tendría un vaso. Ese es mi verdadero
deseo y no voy a caer en ello, no voy a ahogar mis penas en el
alcohol. Ya me enfada tener que recurrir a ello y las pastillas para
dormir y a mis treinta y ocho años no me transformaré en un
abogado fracasado y alcohólico. Estoy atravesando una etapa muy
jodida de mi vida, pero no es mi destrucción, no se lo permitiré.
No puedo obligar a Héctor a quedarse a mi lado, por lo tanto, es
hora de seguir adelante. Lo que tenemos es para toda la vida, pero
puede ser con cada uno en su espacio.
Apago el cigarrillo y entro, me visto y salgo a dar una vuelta por
la noche marbellí, en todo el verano no he salido una sola vez y hoy
es el día.
Llego a la discoteca de moda de Marbella, voy a la entrada y el
portero de siempre me impide el paso. Cierro los ojos, llamándome
a la calma. Estoy en una situación desfavorable y no me conviene
montar escenas. Me giro para irme y oigo a alguien llamarme por mi
nombre, es el hijo de la dueña, tenemos una buena relación, él
frecuentó docenas de fiestas en mi casa y yo en la suya,
compartimos gustos sexuales.
—Él siempre tiene la entrada autorizada aquí —dice al de
seguridad.
—El gerente… —Intenta justificarse el hombre y mi colega
levanta la mano, mandándolo callar.
—No hay gerente que valga, soy yo quien pago tu sueldo.
—No le riñas, solo estaba cumpliendo órdenes —le aplaco con el
fin de no perjudicar a nadie, no fue agradable para mí, pero entiendo
su postura.
En un pestañeo tengo un vaso de whisky en mi mano y estamos
rodeados de gente. Es como si el tiempo no hubiera pasado. La
charla es entretenida, la compañía agradable y estoy logrando mi
objetivo; distraerme.
La madre naturaleza me llama, me excuso con los presentes y
voy en dirección al baño, pero en mitad del camino me paro. Estoy
seguro de que acabo de ver una alucinación: las dos personas que
vienen atormentándome a días están en mitad de la pista bailando y
no como dos desconocidos, tampoco como dos colegas, parecen
una pareja. Cuando me doy cuenta estoy a unos pocos pasos de
ellos, todavía no me vieron y soy testigo de cómo Érica apoya sus
brazos sobre los hombros de Héctor, ese lleva sus manos a su
cintura y le roba un beso, recibiendo una sonrisa por parte de ella.
Quiero dar la vuelta e irme, pero mis piernas no responden, la
sonrisa de ella es de felicidad y la manera en que él la mira no es
como mira a las demás mujeres. Me he perdido algo, pero no sé el
que ni en qué momento.
La noche para mí se acabó, fui engañado doblemente y me está
jodiendo. Paso de largo por el grupo de personas que me esperan y
voy a por mi moto, meto la llave en el contacto, pero antes de girarla
esta desaparece.
—Entréguemelas —pido a Héctor, que se las mete en el bolsillo.
—No.
—Vale, cojo un taxi. —Me bajo y camino en dirección a la
parada.
Creí haber salido sin ser descubierto como un maldito mirón y
desgraciadamente no fue así, y ahora los tengo detrás.
—¿Quieres parar y escucharme? —Sigo mi camino, si me giro le
daré un puñetazo y no quiero hacerlo.
—No.
—Eres un puto coñazo cuando te pones así. Ella vino para oír lo
que tienes que decirle.
¡Ahí si me veo obligado a parar! ¿Esos dos me vieron la cara de
tonto o qué? Acorto la distancia con una sonrisa falsa, ¿cómo puede
decirme tal cosa? No caeré en la milonga de que se encontraron y
congeniaron a la primera; allí, dentro de la discoteca, no había nada
de la tímida Érica que conozco.
—Déjame ir. —Opto por no dejar salir lo que llevo dentro.
—Jorge. —La miro—. ¿Eres gay?
—Me imagino que ya conoces la respuesta.
Sigo mi camino, pero no está en los planes de ellos dejarme ir.
—No, no la conozco. Héctor no me contó nada sobre ti —dice a
mi espalda, pero ya es tarde, estoy entrando en el taxi. Odio la idea
de dejar mi moto aquí pero jamás me pelearé con él por una mujer,
aunque esa mujer sea Érica. Hice de todo para protegerla y fue en
vano.
Al fin llego a casa, pero antes de poder acomodarme, abatido, en
el salón, siento el ruido de mi moto entrando en mi garaje. Como un
maldito crío voy a mi habitación y me encierro dentro, aunque sé
que no me servirá de nada porque aquel hijo de puta sabe cómo
abrirla.
—Fui a Brasil tras ella para convencerla de hablar contigo, nos
besamos —dice a gritos al tiempo que irrumpe en mi espacio vital.
—¿Tú… qué? —digo incrédulo.
—Sí. Me subí en un puto avión por ti, pero allí las cosas se
complicaron, nos besamos y me gustó. Me gustó tanto que casi la
seduje, pero la única parte de su cuerpo que disfruté, y no me
arrepiento, fue su maravillosa boca.
Cuando me doy cuenta mi puño ya ha impactado en su cara, el
muy desgraciado está sangrando como un cerdo en el matadero y
está riéndose.
—¡¿De qué te ríes?! —pregunto fuera de mí.
—Ella es deliciosa, no veo la hora de tenerla desnuda sobre mi
cama. —Lo golpeo nuevamente, pero esta vez en el costado. El
muy idiota se dobla, pero sigue provocándome—. Cuando la besé y
jadeó en mi boca llegué a creer que iba a correrme en los
pantalones.
Ciego de ira me abalanzo sobre Héctor, pero esta vez me
devuelve los golpes. Los gritos de Érica, que aparece en la puerta
de pronto, no son suficiente para hacernos parar, nos estamos
pegando a puñetazo limpio. Él asesta un golpe en mi cara que me
lleva al suelo, aprovechando mi posición le trabo con la pierna y se
cae, me valgo de su aturdimiento y me echo encima de él, pero
antes de que otro golpe le alcance cae sobre nosotros un cubo de
agua fría.
—¡Sois los dos idiotas! —grita Érica. Luego nos da la espalda y
sale.
Nos miramos y salimos corriendo detrás de ella. Me pregunto
cómo puede abandonar mi casa tan rápido y la otra pregunta es por
qué narices ha entrado en una casa a tres edificios de la mía. Otra
vez nos miramos, pero vamos corriendo detrás de ella. A duras
penas logramos alcanzarla antes de que cierre la puerta.
—¡Los dos, fuera de mi propiedad o llamo la policía por
allanamiento!
—Soy abogado.
Me mira alzando su perfecta ceja, Héctor se echa a reír y su
mirada cae sobre él, que en el mismo instante se pone serio.
—Eso fue un golpe bajo —digo dando pasos hacia atrás.
—Discúlpame, no quería herirte.
—Déjame pasar y te disculpo. —Cada cual juega con las cartas
que tiene.
Sé que jamás me echaría en cara mi situación, aunque tengo
entendido que una mujer rabiosa puede cortarte la polla sin darte
tiempo a pestañear, prueba de ello es el cubo de agua fría que nos
echó encima y ahora nos tiene empapados.
—Vale, pasa. —Se hace a un lado. Miro a Héctor, le regalo una
sonrisa burlona y entro. Él, serio, viene detrás.
—Él no —digo parado en mitad del camino y con la mano en el
pecho de Héctor impidiéndolo entrar. Él, en su estilo, se está riendo
de mí, pero me da igual, ahora lo quiero lejos.
—Roja, ¿me vas a dejar a la intemperie? Aquí puedo pillar una
pulmonía. —Se señala a sí mismo haciéndose la víctima.
Miro hacia ella y al ver su sonrisa sé que perdí la partida, él va a
entrar y lo peor, se va a quedar y será nuestra completa perdición.
Al pasar a su lado, le rodea la cintura con una mano, apoya la
otra en su espalda y se adueña de sus labios sin ninguna resistencia
por parte de ella. Me quedo anonadado con lo que ven mis ojos.
Érica le está respondiendo el beso. Héctor abre un ojo y me mira, lo
conozco, ahora mismo es un hombre lleno de lujuria. Los estudios
preguntándome qué será de nosotros. Su mirada sigue en mí,
pidiendo mi autorización para dar el siguiente paso, y sin nada más
que poder hacer para salvarla de nosotros sacudo la cabeza dando
mi consentimiento. Su mano se posa sobre la cremallera de su
vestido. Pego mi cuerpo a su espalda impidiendo la rapidez de
Héctor, Érica es una ninfa y se merece ser tratada como tal. Dejo
besos sobre su hombro y cuello y disfruto de la sensación de
plenitud que tengo. El tenerla entre los dos sin ninguna resistencia
es mi sueño hecho realidad, no creo que ella tenga idea de dónde
se ha metido, pero de una cosa estoy seguro: ya no hay vuelta
atrás. 
Capítulo 21

Érica
No tengo la menor idea del lío en que me estoy metiendo, pero no
quiero parar. Siempre tuve la atención de mis novios, pero nunca me
sentí así; son dos hombres distintos física, intelectual y
emocionalmente. Jorge es controlador, se guarda sus sentimientos y
tiene un aura dominante; Héctor es dulce, atento y posesivo. El
verme en medio de los dos está siendo una sensación inexplicable.
No me queda la menor duda de que quien lleva la voz cantante en la
pareja es Jorge, aunque Héctor no se deja ningunear por él, cuando
es necesario le planta cara, pero en ese momento, antes de cada
avance referente a mí lo mira pidiendo autorización y eso me tiene
flotando. El ver cómo me miran, cómo el hombre del que estoy
perdidamente enamorada vigila cada toque que recibo y la lujuria
que tiene estampada en la cara me está haciendo papilla.
Con la mirada puesta en su amante, Jorge desliza su mano hasta
mis pechos. Al tener su respiración en mi cuello, su cuerpo pegado
al mío y sus dedos jugando con mis doloridos pezones mientras
Héctor acaricia mis piernas y me admira, me está costando la
misma vida sostenerme de pie. No sé hasta cuándo podré aguantar
estar en medio de los dos teniendo mi sexo vacío, deseo tocarme,
pero no me atrevo.
No sé cómo reaccionarán, pero de perdida al río, me libero de los
labios de Héctor con la intención de buscar los de Jorge. Ya no sé
qué mano pertenece a quién, si lo que quieren es enloquecerme de
deseo lo están haciendo de maravilla.
Es tanta adoración que no sé cómo describir, pero necesito a
Jorge con urgencia y parece que lee mis pensamientos, toda la
seguridad que tengo con uno me falta con el otro, sus grises ojos
me intimidan. Sus facciones serias, la manera en que nos tiene
controlados, me hace no saber cómo actuar y me muerdo el labio,
insegura. Al ver mi gesto lo repite y se ríe.
—Pecas, no tienes puta idea de dónde te metiste, pero ya no hay
vuelta atrás —dice Jorge y acto seguido me besa.
El beso es bruto, creo que con rabia. Siento como si quisiera
marcarme y me gusta. Héctor ahora a mis espaldas tiene prisas,
pero Jorge le quita la mano de mi cuerpo y ambos se alejan
dejándome con sensación de vacío. El rojo se adueña de mi cara,
no sé si por timidez, vergüenza o frustración, aunque creo que es lo
último y froto una pierna en la otra en busca de alivio, consuelo o
algo que me saque de este estado.
—No lo hagas —ordena Héctor y aun sin saber muy bien a que
se refiere contengo mi ansia de saciar mi deseo, paro de frotarme.
—¿Quieres hablar primero? —me pregunta Jorge.
Ni loca, no sé qué van a decir y no quiero perder la oportunidad
de estar con ellos. Estiro mi mano, cojo la de Héctor y les pongo uno
al lado del otro. Los miro y mando todo al infierno.
—Tengo miles de preguntas, pero ahora os quiero entre mis
piernas.
La sonrisa en la cara de los dos no tiene precio, en el encierro
Jorge hizo de todo para que yo dijera algo parecido y no lo logró y
su expresión ahora mismo me deja claro cuánto le gustó oírme
hablar así.
—La madre que te parió. Te voy a follar tanto y tan duro que tu
pequeño y apretado coño tendrá que quedar a remojo —dice Jorge
en su estilo.
—Roja, no te preocupes, yo te cuidaré —afirma Héctor con su
habitual dulzura.
Jorge me coge en brazos y suelto un grito por el susto, mientras
su novio, amigo, amante o lo que sea se encarga de cerrar la
puerta. Los tres subimos a la habitación principal, en la que nunca
estuve antes. Jorge me pone encima de la enorme cama, parece
que los que me vendieron la casa se imaginaron algo así, la cama
mide 2x2 y a ellos le gusta porque se miran y se guiñan un ojo con
aprobación. Estiro la mano, llamándolos, y se niegan. Jorge da un
paso atrás.
—Desnúdala —Ordena a Héctor.
—¿Estás segura? —me pregunta él, veo la preocupación en sus
ojos y no me gusta. Creo que es una de las pocas veces en que no
quiero pensar en las consecuencias, en lo que dirán.
—Sí.
—Basta de charla, ella ya dio su consentimiento, quítale la ropa
si no quieres que se la rompa —sentencia Jorge detrás de nosotros.
Debo de estar mal de la cabeza porque deseo que lo haga y
tengo curiosidad en saber cómo va a reaccionar cuando vea la
sorpresa que hay debajo. La manera en que está dando órdenes
desde la distancia, me hace morderme los labios cuando miro su
entrepierna donde bajo el pantalón el grosor de su venoso pene se
puede percibir con nitidez. El juego entre ellos sigue, Héctor está
desafiándolo, está llenándome de caricias y besos, pero no hace
ningún amago de desnudarme.
—Apártate. —Jorge hace a un lado a su novio y cumple su
amenaza. Sin muchos miramientos me pone boca abajo, valiéndose
de la abertura de mi vestido de un fuerte tirón lo rompe de abajo
arriba. —Chica mala, querías seducirle dejando ese culo, coño y
pechos desnudos debajo de la tela del vestido.
Da un azote en mi culo e introduce un dedo en mi canal.
—Sí —contesto contorsionándome debajo de su toque.
—¿Quieres sentir su gran polla? —Trago muerta de la
vergüenza, creí que podría jugar con él, pero no soy rival para Jorge
y encima ahora que está mostrando su lado dominante menos
todavía—. Te hice una pregunta.
—Sí.
—¿Sabes lo que viene a continuación?
—No.
—¿Alguna vez hiciste un trio? —pregunta Héctor. Niego con la
cabeza y ambos se miran con algo parecido a alegría.
—Como es tu primera vez, seremos suaves.
—No quiero suave.
—Sé que te mueres por saborearla. Date el gusto —le dice Jorge
a Héctor ignorando mi comentario.
—No quiero suave —insisto.
—Te portaste mal al querer seducirlo, por ello no obtendrás lo
que deseas.
Héctor abre mis piernas y queda jugando con mi humedad que lo
empapa, Jorge agarra su mano y la conduce a su boca,
saboreándome en dedos de su novio. La escena me parece tan
sensual que estiro mi mano, tiro de él y lo beso, probando mi gusto
en su boca mientras abajo tengo una experta lengua jugando con mi
libido. Nunca pensé que estar entre dos hombres fuera tan intenso.
Delante de mis ojos aparece el pene de Jorge que se contonea
contra mis labios como si fuera una barra labial. Abro la boca y se
aparta, no me deja tomar la iniciativa.
Un dedo invade mi sexo al mismo tiempo que mi boca es
invadida por el grueso pene de Jorge, llevándome al segundo
orgasmo de la noche, pero a diferencia de cuando estamos los dos
solos no me deja tiempo a pensar en nada y con movimientos
suaves empieza a follarme la boca. Juego con mi lengua,
chupándolo como si fuera el helado más rico del mundo.
—¡Necesito entrar en ella ya! —exclama Héctor.
—Todavía no. Ponte a cuatro patas —me ordena. No dudo ni un
solo segundo.
Abro las piernas sobre la cabeza de Héctor, que se queda sobre
la cama, y Jorge introduce su pene nuevamente en mi boca y va
aumentando la velocidad, agarra mi pelo y me folla como nunca
había hecho antes. Su mirada alterna entre mi rosto y el que está
entre mis piernas. Por primera vez lo siento pulsando dentro de mi
boca, su autocontrol es impresionante, está a nada de correrse,
pero no se deja ir y mi saliva se escurre, empapándolo.
—Ponte el condón.
Héctor va a su pantalón y vuelve con el envoltorio de aluminio.
—Le tengo tantas ganas que voy a durar una mierda —afirma.
De un solo envite soy invadida por el largo pene de Héctor que
gime de placer. Sin darme tiempo a asimilarlo, arremete contra mi
cuerpo llevándome al orgasmo por tercera vez. Jorge, al sentir mi
placer, se corre en mi boca al mismo tiempo que mi sexo es mimado
por Héctor. La sensación de plenitud es tanta que se me escapan
las lágrimas. No tengo idea del tipo de relación que tienen, durante
el encierro tuve sexo innumerables veces con Jorge y nunca
siquiera lo sentí cerca de correrse y hoy me inundó la boca.


Capítulo 22

Jorge
Estar en la misma cama con los dos es un acto egoísta por mi parte.
Jamás Héctor y yo habíamos llegado al extremo de irnos a las
manos. No pensé en las consecuencias, perdí la cabeza al ver su
sonrisa burlona, la manera en que sus ojos brillaban cuando la mira
y sus comentarios. Fue solo los dos caer rendidos y me di cuenta de
que caí como un principiante en su trampa. No sé en qué momento
él empezó a interesarse por ella, tengo tantos frentes abiertos que lo
descuidé y ahora me encuentro en esta encrucijada. Jamás fue
detrás de una mujer, que haya cogido un avión para ir detrás de una
es muy fuerte. Dijo haber ido por mí, pero se miente a sí mismo.
Con el futuro negro que tengo por delante debía de haberlos
alejado y no terminar en la cama con ambos. Con ella lo intenté, lo
hice con todas mis fuerzas. Per alejarme de él… eso jamás sería
posible, cuando lo vi por primera vez supe que no podría vivir sin
tenerlo en mi vida. No fue fácil acercarme a él y cuando por fin lo
logré, deseé con todas mis fuerzas que mi padre lo aceptara, que
pudiéramos tener una relación normal sin tener que ocultar al
mundo lo que realmente somos.
Conozco los sentimientos de ella por mí, no obstante, no soy
ciego, vi cómo se miraban y eso me asusta como la mierda. Siendo
sincero, tuve celos. La idea de pensar en ellos dos juntos sin mí no
me gustó. No sé con quién va a ser peor aclarar ese embrollo; el
romperles la burbuja va a doler. Estamos completos y yo, por
evitarles el sufrimiento más adelante, tengo que romperles el
corazón ahora.
Después del tercer orgasmo Érica desfalleció, se cree que no me
di cuenta de sus lágrimas, no dije nada porque yo también estaba
sobrepasado. Héctor y yo hicimos tríos decenas de veces, por no
decir centenas. Nos conocemos desde los veintitrés años y desde
que lo probamos por primera vez nunca más dejamos de hacerlo, se
transformó en nuestro estilo de vida. Pero con las otras mujeres es
carnal, nunca ninguna amanecía en nuestra cama. Héctor es
romántico, sueña con amar como lo hizo su madre, aunque después
de su muerte la vida de ellos se fue a la mierda. Él vive buscando a
una mujer igual a ella, se enamoró muchas veces y cada una de
ellas discutimos hasta que se daba cuenta de que no era la
adecuada, él vive en busca de nuestra pareja perfecta, y de alguna
forma siempre supe que Érica, detrás de esa fachada de niña
buena, lo era. La conexión que tuvimos, la manera en que se
tocaba, en cómo nos recibió y nos miró… no quedó duda de que es
ella la mujer que buscábamos. A estas alturas es tontería decir que
yo no lo hacía, que inconscientemente siempre busqué el vernos
completos. El problema radica en que ella es una mujer de
negocios, tiene una imagen que cuidar, es muy conocida, inocente y
tiene una madre de lo más elitista. No hacemos nada malo, aunque
jamás sería visto con buenos ojos por su entorno. Nunca sería una
relación convencional. Con Héctor y conmigo no existe la posibilidad
del uno sin el otro y ahora, con la novedad, estará encantada con
los dos, dispuesta a pelearse contra el mundo por nuestra relación,
pero más adelante vendrán los malos momentos y el clásico «o él o
yo». Y por más que la queramos siempre nos escogeremos el uno al
otro, aunque eso destroce nuestros corazones. Eso de estar
enamorado es una puta mierda.
La tengo abrazada a mi cuerpo con la cabeza en mi pecho y
Héctor está rodeando su cintura, pegado a su espalda. No he
dormido un solo minuto siquiera pensando en las consecuencias de
lo ocurrido, los ronquidos conocidos de Héctor y la suave y relajada
respiración de ella no fueron suficientes para ayudarme a dormir
esta vez. Parece una broma de mal gusto estar acompañado de las
dos únicas personas que me proporcionan noches de sueño
tranquilas y no poder dormir debido al miedo a perderlos.
Despacio me libro de su agarre, miro en la maraña de ropa que
hay en el suelo en busca de la mía y no logro identificar nada, las
cortinas están cerradas y no los quiero despertar. Al tacto encuentro
un bóxer. Sin importarme si es el de Héctor o el mío me lo pongo y
bajo a la cocina.
Me pregunto en qué momento esta casa pasó a ser de ella, la
distribución es igual a la mía, pero la decoración es totalmente
distinta. Todo es de primera calidad, pero ideado para una familia
numerosa. Por mi cabeza pasa la imagen de mis amigos y sus hijos
y salgo corriendo en dirección a la cocina antes de que empiece a
imaginar cosas que no ocurrirán. Pongo la cafetera a funcionar, abro
la nevera y me sorprendo al encontrarla surtida con productos
frescos. Saco lo que pienso preparar, pero mi cabeza no me deja
centrarme. Llevo parado delante del fogón no sé cuantos minutos
sin hacer absolutamente nada hasta que las voces de ellos me traen
de vuelta. Érica tiene una sonrisa radiante, Héctor estaba igual, pero
al verme su expresión cambia.
—Buenos días —me saluda ella con un beso en los labios.
—¿Nos preparaste el desayuno? —pregunta Héctor intentando
romper la incomodidad que se instauró entre nosotros al yo no
corresponderle el beso.
No puedo, los dejo a los dos en la cocina y subo a vestirme, de
todas las cagadas que hice esta se lleva la palma. Si me detienen
nuevamente no sé cómo esa mujer va a soportarlo. Si la primera
vez, cuando solo habíamos cenado, ella casi acampó delante de la
cárcel, si seguimos liándonos se volverá loca.
—¿Se puede saber qué cojones te pasa? —me interroga en
susurros un iracundo Héctor. Me ha seguido y me mira con
expresión dolida.
—Ella se merece algo mejor que un…
—¿Un qué? ¡Dilo! ¿Un albañil venido a menos?
Me quedo helado. ¿Desde cuándo se menosprecia de esa
manera? Siempre estuvo orgulloso de su trabajo y sabe
perfectamente que yo también. Le fueron negadas todas las
oportunidades, lo tenía todo para ser un don nadie delincuente y se
hizo a sí mismo. Terminó sus estudios, hizo una FP, se hizo cargo
de su hermana menor que salió embarazada y entre los tres criamos
la pequeña. Puedo perdonarle todo menos poner en duda mi
admiración y amor.
—Eres idiota —digo dándole un empujón para sacarlo de delante
—. Un hombre que en cualquier momento puede volver a la cárcel
por un buen tiempo —le revelo mi miedo.
Él cambia el gesto y menea la cabeza, negando.
—Eso no va a ocurrir, Jorge. Eres inocente.
—Los centros penitenciarios están llenos de inocentes —le
rebato.
—Pedro me explicó que la redada aportó pruebas que te
exculpan —insiste.
—Pero aparecieron otras, la semana pasada casi fui detenido. —
Termino la frase y me arrepiento.
La manera en que me mira me está partiendo en dos, odia
cuando le oculto cosas. Nos juramos nunca mentirnos y lo cumplo,
él vive intentando que jure no ocultarle nada, pero eso no puedo
hacerlo, ya aguantó y pasó por demasiado en la vida para cargar
con mis mierdas también. Abre la boca para preguntar y niego con
la cabeza, no tengo pensado decirle nada y aquí menos todavía.
Entonces vemos pasar a Érica sollozando.
—¿Contento ahora? —me recrimina.
—Yo no hice nada.
—Vete, cobarde de mierda, yo me quedare con ella. Érica
despertó diciendo que fue la segunda mejor noche de su vida, la
primera fue cuando le hiciste el amor. La escuché decirme eso, pero
tú no nos mereces —me espeta con rabia.
—Tienes razón, no os merezco —admito en alto, y es casi un
alivio—. Voy a hablar con ella y desapareceré de vuestra vista.
Pero Héctor se enfurece aún más al escucharme. Sus siguientes
palabras están llenas de rabia y de dolor.
—Eres un mierda. ¿Por qué tienes que joder todo lo bueno que
te da la vida? A veces pienso que tienes miedo a ser feliz.
Odio cuando los demás creen saber lo que es mejor para mí
mejor que yo mismo. No sigo escuchándolo, voy detrás de ella y
como siempre se está preparando para huir, esa mujer tiene un
grave problema con afrontar las cosas. Todo lo contrario a mí. En
todo este lío entre nosotros estoy como un pez fuera del agua, pero
jamás rehúyo las consecuencias ni la responsabilidad.
—¿A dónde crees que vas?
—A salvarte el culo de una puta vez para ver si así no vuelvo a
verte más —espeta con enfado pese a que tiene lágrimas en las
mejillas.
—No te metas en medio, la gente que se mete sale mal.
—Lo siento, pero ya lo estoy. Si esta fuera es gracias a mí, estoy
muy cerca de encontrar la base de operaciones, tengo mucha
información.
La miro interrogativo, sé que fue la artificie de mi liberación, sin
embargo, desconozco que tenga más informaciones. Me acerco e
intento girarla para que me mire, pero se aparta de mi toque.
—¿De qué estás hablando?
No contesta y sigue caminando de un lado a otro, como si
buscara algo que, para mi suerte, no encuentra o quizá es que no
sabe lo que busca. Me acerco nuevamente y la aprisiono entre mis
brazos y el armario.
—Suéltame —pide.
—No.
—¿Qué quieres de mí?
—Saber a qué te refieres con que estás cerca.
—Todavía no es nada concreto, por lo tanto, no diré nada.
Esa mujer está loca si se cree que se va a ir de aquí sin más
después de la noche que pasamos y de soltarme semejante bomba.
—Ya no hay vuelta atrás —le aclaro yendo detrás de ella, que me
ha rodeado para caminar de un lado a otro nuevamente.
—¿A qué te refieres? —interroga parando de repente y
chocándose con mi cuerpo.
—A que follaste con los dos y que te gustó.
—Sí, tanto que pienso buscar hoy mismo un local para seguir
disfrutando de la experiencia.
—Roja, estás jugando con fuego —dice Héctor desde la puerta.
—Digo la verdad, quiero sentir nuevamente el ser tocada y
poseída por dos hombres.
Busco mi ropa y la de Héctor. El muy canalla está sonriendo, ya
sabe que voy a por todas. Entro en el vestidor, la cojo y la tiro sobre
mi hombro.
—¡Bájame ahora mismo! —me ordena y como respuesta a su
orden salgo en dirección a mi casa.
La dócil Érica desapareció y ahora tengo a una mujer furiosa que
con sus uñas está dejando mi espalda hecha un cuadro. Los tres
entramos en mi habitación y la coloco sobre mi cama.
—Órdenes atendidas —me burlo.
—Maldito patán, me voy ahora mismo. —Sus insultos y ataques
solo están poniéndome más cachondo.
—Si intentas moverte de la cama, te ataré.
Me mira con los ojos muy abiertos y Héctor se ríe. Como un león
al acecho, me acerco y ella se encoge en la cama, intentando huir
de mí.
—No permitiré que me ates.
—¿Tienes miedo?
—No.
—¿Entonces por qué huyes?
—Porque no tienes ningún poder sobre mí y no lo voy a permitir.
Estoy muy jodido, me encanta que me plante cara, por supuesto
que no la voy a atar, pero tampoco la voy a dejar salirse con la suya.
¡Cómo agradezco su puta adoración por los vestidos! Le agarro un
pie y tiro de ella hacia mí. Ella se debate dándome patadas. Cuando
la tengo donde deseo deslizo mis manos por sus muslos,
acariciándolos y a la vez subiendo su vestido que deja a la vista su
desnudez bajo la prenda. Con un gesto de cabeza indico a Héctor
que coja el masajeador de clítoris de mi mesita de noche, lo pongo
en la potencia máxima y lo acerco.
—¿Quieres explorar? Exploremos —digo, y presiono el aparato
sobre la sensible zona.
Doy la señal y Héctor le pone las pinzas en los pezones y los
estimula desde la distancia, le estamos dando lo que quiere, pero
sin tocarla, ninguno de los dos nos desnudamos, no pensamos
hacerlo por ahora. Érica me persiguió por años, ahora tendrá que
atenerse a las consecuencias. Aparto el masajeador y Héctor pausa
el mando.
—¿Mientras estés con nosotros vas a buscar otro hombre?
—No existe un «nosotros» —contesta con chulería.
La sonrisa de Héctor no se hace esperar, ese capullo se está
imaginando toda una puta película y para mi mala suerte soy parte
de ella quiera o no.
—¿Vas a abrir las piernas para que otro te la meta? —digo
metiéndole una bala vibratoria.
—Sí, y haré un casting buscando pollas parecidas a las de
vosotros dos.
Hija de puta, ¿dónde está mi Pecas tímida? Está desesperada
por el sobreestímulo, pero ni así está cayendo de la burra. Se
remueve intentando contener el deseo de entregarse al placer, pero
cuando ella estaba en preescolar yo estaba impartiendo clases de
esa materia. La bala vibratoria y el masajeador suben de intensidad,
Héctor y yo nos sacamos la polla y empezamos a pajearnos. Su
cuerpo empieza a temblar, desafiante intenta tocarse, pero Héctor le
agarra la mano y la pone sobre su pecho mientras se toca. Yo
acerco la mía a su sexo y me encajo en su sensible canal,
introduzco unos centímetros y sigo con mi paja. Está muy cachonda.
Me adentro un poco más hasta tocar la bala y ambos jadeamos, la
muy bruja intenta chupársela a Héctor.
—Jorge, apártate —me ordena él y luchando contra mi deseo lo
hago. Ella se vuelve loca.
Ambos hacemos uso de los mandos para parar los aparatos y
seguimos tocándonos, parecemos actores porno, nuestros jadeos
suenan por toda la habitación, es muy caliente. Érica hace el amago
de levantarse, pero muevo la cabeza, negando, y ella se queda
parada en el mismo sitio. Es tan jodidamente perfecta…
—Por favor… —Implora.
—¡Vale!, vamos a parar y dejarte ir en busca de tus hombres —
digo, pero la lengua me pesa al pronunciar dichas palabras.
—No quiero a otros, os quiero a vosotros.
—¿Te vas a ir?
—No.
Quisiera seguir con ese puto juego, no obstante, estoy
demasiado cachondo. Retiro la bala y me adentro en ella a la vez
que su boca también es invadida. Su excitación es tanta que no
tarda en llegar a su placer. Ambos nos alejamos y se nos queda
mirando. Sabemos por qué lo hace, pero queremos ver hasta donde
está dispuesta a vivir esa aventura, exigimos mucho y damos poco a
cambio, ahora será ella quien tendrá que mover ficha. Eso sí, si sale
corriendo estaremos jodidos.
Capítulo 23

Érica
Después de aquella intensa noche no fui capaz de dar un solo paso
lejos de ellos. Jorge es un mar de preocupaciones, nunca dice nada
pero lo vemos en sus ojos. Siempre que lo veo muy agobiado busco
una manera de dejarlo a solas, nadie puede culparlo, cuando me
explicó sus inquietudes tuve claro que me dedicaría en cuerpo y
alma a proporcionarle momentos de tranquilidad sin quebraderos de
cabeza.
—¿No me digas que Jorge se volvió romántico? —Bromea
Héctor mientras se acerca con un ramo de flores en las manos, lleno
de curiosidad. Alguien las ha mandado a mi casa de Marbella, a mi
nombre.
Cuando vi el ramo supe enseguida quién lo envía y al oír su
broma seguida de una reluciente sonrisa me siento una traicionera
miserable. Estoy avergonzada de mis actos de los últimos días.
—No seas indiscreto. —Arranco la tarjeta de su mano.
Mi corazón casi sale de mi pecho al ver el trozo de papel, estoy
segura de que vio el nombre de quien me la envió y se está
preguntando de quien se trata.
—Por tu reacción deduzco que no me vas a decir quién es,
¿correcto?
—Así es. Y me gustaría pedirte que no le digas nada a Jorge.
—No puedo prometer tal cosa.
—Este hombre se niega a aceptar que no quiero nada con él y
no quiero cargar a Jorge con tonterías.
Paso la mano por mi rostro, exasperada. Si tenía la mínima
esperanza de obtener su silencio acaba de evaporarse por no poder
retener mi lengua dentro de la boca. Por primera vez estoy viendo a
Héctor fuera de sí, las venas de su cuello resaltaron y está rojo
como un tomate.
—¿Quién es él? ¿Lo conozco? —pregunta apretando el puño.
—No, no lo conoces y te prometo que no volverá a pasar, me
encargaré de ello.
Soy una persona horrible, en tan solo setenta y dos horas ya les
he mentido dos veces. Ambos conocen al que me está acosando,
ese hombre no acepta un no por respuesta, por más que le cierro
las puertas siempre me encuentra. Prueba de ello es que ha
descubierto mi residencia en Marbella cuando ni mis padres saben
que la tengo. Héctor no se traga ni una sola palabra de lo que dije,
pero lo deja pasar, no obstante, no soy tonta, sé que se lo contará a
Jorge y este no quedará nada contento al descubrir todas las
tentativas de Roberto en contactar conmigo. Tengo que evitarlo
como sea.
Le doy un beso a Héctor y me voy con el maldito ramo, en la
cocina lo tiro a la papelera y, antes de hacer lo mismo con la tarjeta,
la abro para leerla. Al descubrir el contenido me llevo la mano al
corazón. No puede ser. Antes de que pueda asimilarlo, el papel
desaparece de mi mano. Actúo rápido, lo recupero, lo hago mil
pedazos y voy corriendo en dirección al baño a eliminar cualquier
posibilidad de recuperarlo.
Estuve a punto de ser pillada.
—¡Que yo acepte acostarme con los dos no os da derecho a
meteros en mi vida! —le grito al sentirlo detrás de mí.
—¿Eso es esto para ti? ¿Simples polvos?
—Sí —digo sin pensar.
Héctor se gira dolido y se va, era la única manera de librarme de
él.
Me paso la tarde ideando un plan para intentar salir airosa del
embrollo en el que me encuentro metida.
Al escuchar sus voces, que suenan felices, voy a recibirlos pero
al verme sus miradas cambian y uso el deseo de ambos por mí para
quitar el foco de los temas que no quiero y no puedo tratar. Corro en
dirección a la habitación con ellos pisándome los talones.
—Acepto lo que me den sin hacer preguntas —digo mañosa.
Ambos quieren sexo, y no tardan en tirarse sobre mí a llenarme
de mimos y caricias. No obstante el clima es interrumpido cuando
me perciben cansada.
—¿Te encuentras bien? —pregunta Héctor.
—¿Te alimentaste correctamente? —interroga Jorge mirando
inquisitivamente a su amante.
—Estoy bien, solo un poco cansada.
No les miento, las palabras de aquella nota no dejan de martillear
en mi mente y estoy preocupada. Jorge no se está tragando del todo
mi excusa y si no hago nada voy a acabar confesándole que acaban
de chantajearme. Y me prometí no llevarle más problemas.
Me acuesto y me hago la dormida.
—Déjanos a solas —lo oigo pedir a Héctor, que sale enseguida.
Con delicadeza, como si no quisiera despertarme, se acuesta
detrás de mí, rodea mi cuerpo con su brazo, me pega a él y besa mi
cuello. Me esfuerzo todo lo que puedo para no jadear.
—No creas ni por un segundo que me has engañado. Sé que
estás despierta y que entre tú y Héctor ha pasado algo. ¿Me lo vas
a contar o se lo pregunto a él?
Ni siquiera paro a pensar, solo actuó.
—Estoy preocupada con tu situación. La gente que está
investigando para mí me dio malas noticias.
—He dicho que no te metieras en eso.
—No puedo quedarme de brazos cruzados. —Sin analizar una
sola palabra le cuento cosas aleatorias para ocultar lo que
realmente me tiene preocupada en este momento.
Jorge no se queda contento pero traga, me hace jurar que no me
entrometeré y me deja descansar. Nada más ambos se marchan de
la casa llamo a Fátima para contarle que me fui de la lengua. Ella
me había pedido una semana para seguir una pista y yo le di mi
palabra, aunque le dejé bien claro que, si dentro del plazo estipulado
no encontraba nada, se lo contaría todo a Jorge. Solo unas horas
después ya he incumplido mi palabra.
Llamó al motorista y le pido que venga a recogerme. Iré al
encuentro. Si es verdad lo escrito en la nota de las flores, tacharé un
problema de la lista.
Me visto sencilla aun siendo el lugar de la cita un restaurante de
postín, no le daré pie a pensar que me tiene contra las cuerdas
aunque así sea. Con tal de obtener la información que maneja le
daré lo que sea, excepto mi cuerpo.
A la hora marcada entro en el restaurante, miro al fondo y allí
está Roberto. Ya no lo veo elegante, la sonrisa que me ofrece me da
nauseas, ha caído muy bajo para salirse con la suya. Dice querer
ayudarme pero me chantajea poniendo en peligro lo que me costó
tanto lograr.
—Dime los nombres —pregunto sin rodeos, nada de «buenas
noches».
—Nuestro acuerdo no era ese.
—No hubo acuerdo, estoy aquí por un chantaje.
—Yo no lo veo así —dice él encogiéndose de hombros—, vi una
oportunidad de verte y la aproveché.
—¿¡Utilizando una información importante para mí!?
—No te he obligado, si lo ves así puedes irte.
Cretino, ¿cómo que no me ha obligado? Tengo a un montón de
gente detrás de esa información sin éxito y él, que se supone que
desconoce lo ocurrido, afirma tener la solución. Verlo levantarse
para irse me hace reaccionar.
—Perdón, me he excedido.
—Me gustas, Érica, y yo lucho por lo que quiero.
Escucharlo expresar sus emociones así abiertamente me deja
sin palabras. Lo veo sincero, aunque no puedo presumir de ser
buena leyendo la gente. Prueba de ello es haberme enamorado de
un bisexual sin nunca haber desconfiado lo más mínimo.
—Lo pasamos bien, pero solo puedo darte mi amistad.
—La acepto, soy un hombre con recursos. —Se acerca a mí y
doy dos pasos, alejándome—. Jamás te tocaría sin tu
consentimiento.
Está dolido por mi reacción. Sin mirarme, retira la silla para mí.
Me siento, pero pese a sentirme mal por hacerle ese feo delante de
toda esa gente, no termino de sentirme cómoda.
—Te daré la información y, si deseas marcharte, puedes irte. Se
te ve incómoda en mi presencia.
—No es eso…
Él deja un sobre en la mesa, delante de mí. Lo recojo sin
demora, lo abro y lo que veo me parte el alma. Llego a poner en
duda lo que está escrito en el informe. Esperaba algo así de
cualquier persona menos de él, después de mi padre era la persona
en quien más confiaba dentro de mi empresa.
—Esto es mentira —afirmo al borde del llanto.
—Dentro del sobre hay más.
Olvidando los modales, vuelco sobre la mesa todo lo que pueda
haber dentro y descubro fotos y un pendrive que imagino que
contendrá más pruebas.
—Lo siento mucho, sé que es como un segundo padre para ti —
dice y coge mi mano para consolarme.
—¿Cómo diste con todo eso?
—Mi padre tiene por costumbre investigar a sus futuros socios. El
investigador es amigo mío y lo demás ya te lo imaginas.
—Tu padre me tiene en sus manos —digo con desesperación—.
Si esa información sale a la luz, la reputación de mi empresa
quedará por los suelos.
—Ya te lo he dicho, el investigador es amigo mío —insiste él—.
Mi padre desconoce esa información.
No me lo puedo creer, puede sacar mucho dinero con esa
documentación, podría hundirnos si quisiera.
—¿Por qué lo haces?
—Me gustas y mi padre es un resentido. Como lo rechazaste,
podría usar esto para manchar vuestra imagen. Y yo no soy así.
La sola idea hace que las lágrimas resbalen por mi rostro.
Roberto se levanta y se sienta a mi lado a consolarme. No son sus
brazos los que deseo, pero estoy destrozada. El de las fotos es
alguien importante para mí, el único al que mi padre considero su
amigo de verdad. Siempre estuvieron juntos, él ayudó a mi padre a
fundar la empresa de la nada, juntos empezaron sus primeros
proyectos en el salón de la casa de mi progenitor y hoy tiene un
veinte por ciento de las acciones del imperio que fundó mi padre.
Son amigos desde la infancia. Es mi padrino. ¿Cómo pudo hacernos
eso?
—Quita sus manos de encima de ella.
Escucho la voz de Jorge y rápidamente me libero del abrazo.
—Te lo puedo explicar…
—Vamos, en casa hablamos —dice Héctor con falsa tranquilidad.
—Necesito solucionar unos asuntos, luego os veo allí —
argumento.
—¡No!, te vienes con nosotros —sentencia Jorge.
Intento levantarme, mi acompañante no me lo permite y Jorge
acorta la distancia que nos separa.
—No te consiento hablarle de esa manera —dice Roberto.
Jorge da otro paso al frente pero Héctor lo empuja a un lado y da
un puñetazo en la cara de Roberto, que se lleva la mano a la nariz
ensangrentada.
—¡La has cagado! —exclama—. Te voy a demandar.
—Hazlo—contestan los dos a la vez—. ¿Vienes con nosotros o
te quedas? —pregunta un tranquilo Jorge.
Odio la manera en que interrumpieron mi comida, no estaba
haciendo nada malo, solo estaba consolándome y no puedo darles
la razón porque sí, no está en mi naturaleza.
—Me quedo con él.
Jorge es el primero en darse la vuelta para irse. Al ver que
Héctor no lo acompaña tira de él y los dos salen, dejándome atrás
como si no les importara lo más mínimo.
Llego a mi casa y, como esperaba, está vacía. Iré detrás de ellos
para solucionarlo, les explicaré lo ocurrido. Aunque no será en este
momento. Primero tengo que poner orden en mis negocios, no
volveré a Brasil por ahora, no necesito estar allí para despedir a un
ladrón, no sin antes obligarle a devolver el dinero de la empresa.
Convoco una reunión urgente con la junta, yo estaré presente vía
videoconferencia. Mi secretaria será la encargada de enseñar las
pruebas.
En la reunión, después de oír a mi padrino negar mil veces ser el
culpable ya no puedo más, no disfruto haciéndole eso, lo quiero y
estoy rota, pero lo voy a hacer. Pido la atención de los presentes y
reproduzco las pruebas irrefutables de que es verdad.
Tras mucho pelear, logro que no lo denuncien si nos devuelve el
dinero. Derrotado, acepta el trato. Al ver la desilusión de mi padre
me siento morir, empiezo a cuestionarme si hice lo correcto en
revelar la verdad estando lejos.
—Érica, lo siento mucho, no sabía… —oigo a mi espalda.
—Déjame sola, por favor.
—No lo haré.
Jorge, sin importarle salir en pantalla, viene a mí y me abraza. 
Capítulo 24

Fátima
Desde que escuché aquel audio no he podido dormir tranquila
conmigo misma, mi intuición me dice que la persona detrás de esto
es cercana a nosotros y el nombre que ronda mi cabeza… Rezo a
Dios para estar equivocada. Pero voy a tirarme un farol, mi marido y
sus amigos están a punto de cometer perjurio delante de un juez y
tengo que parar eso como sea. Me está siendo difícil salir sola de
España. Daniel, desde el falso positivo, no me deja ir sola al baño,
pero tengo que librarme de él e ir a hasta mi sospechoso. La única
manera de saber si está mintiendo es teniéndolo delante, creí que
todo estaba olvidado, fuimos a su boda y al bautizo de sus hijos, les
ayudamos a empezar una nueva vida y de verdad deseo estar
equivocada porque si no es así, todo el calvario que están viviendo
es por mi culpa.
Érica está a punto de echarlo todo a perder, estamos muy cerca
para tirarlo por la borda de esa manera. Ya tengo el avión listo y me
iré hoy como sea, después ya haré las paces con mi marido. Nunca
me dejé dominar y no será ahora cuando eso vaya a cambiar.
—Daniel, estaré dos días fuera por trabajo —le digo sin más.
—De aquí no te mueves —responde con la misma tranquilidad.
—¡Perdona!... ¿Con quién crees que hablas? Si te olvidaste, te lo
recordaré. Tengo negocios que administrar.
—Y yo tengo que cuidarte mientras llevas a mi hija dentro.
—No te atrevas… estoy embarazada, no enferma. Dentro de una
hora me iré.
—Pues iré contigo.
—Estupendo. ¿Y quién se queda con María y Daniel?
Lo tenía todo calculado, es el hombre más posesivo que he
conocido en toda mi vida, se muere de celos de sus hijos y de mí.
Reconozco pincharlo a diario porque me gusta ver cómo me quiere,
protege y desea solo para él, pero cuando se trata de sus hijos no
quiere perderlos de vista.
—De acuerdo, tú ganas —se resigna—. ¿Puedo al menos saber
a dónde vas?
—No puedo perder el tiempo, estoy cachonda y quiero que me
folles.
Lo arrastro a nuestra habitación, no será una tarea fácil, no se
negará a hacerme el amor, nunca lo hizo, pero conociéndolo, su
cabezonería ahora mismo le está rogando guerra, pero desde aquel
día en la playa no me las declara. Evita mirarme para no sucumbir
tan rápido, le quito la camiseta. Agarro la goma de su pantalón de
chándal y lo arrastro junto al box, se está mordiendo el labio para no
expresar su deseo, y eso para mí es un desafío de los grandes.
Daniel García es mío y yo soy de él, ninguno puede negar nada al
otro. Me agacho, quedando a la altura de su abdomen. Paso la
lengua por sus abdominales y al tener su pene casi erecto delante
de mi rostro lo recojo en mi boca y lo chupo, obteniendo su completa
rendición.
Me pongo a cuatro patas en la cama esperando a que venga a
reclamarme. No es suave y me encanta, está enfadado porque me
he salido con la mía nuevamente.

Llego a Londres y llamo a mi sospechoso sin respuesta. Sin tiempo


que perder, voy directa a la dirección donde lo cité, llega con unos
minutos de retraso. Lo miro, preguntándome qué le ha pasado para
tener la expresión como la tiene, no veo felicidad en sus ojos, más
bien lo veo enfadado. Antes de que llegue a mitad del camino se
para y se me queda mirando como hacía cuando estábamos en
Madrid. Quisiera poder decir que me alegro al verlo, sin embargo no
es ese el sentimiento que tengo ahora.
Pestañeo por la maldita coincidencia. Solo puede ser una broma
del destino, hacía mucho que no lo veía, y es el peor momento para
hacerlo. Si Javier cuenta a Daniel que me vio aquí con Pelayo
estaré en apuros. Ambos me dirigen una sonrisa, Pelayo está unos
pocos pasos por delante del primo de mi marido, que me mira con
los ojos brillando por la alegría de verme después de tanto tiempo.
Me encanta verlo con sus tres hijos, pero necesito que no diga nada.
Él, al darse cuenta de la presencia de Pelayo, que se adelanta y me
abraza con demasiada efusividad tardando más de lo debidamente
correcto, queda en un segundo plano, observando.
—Me alegro en verte.
—Y yo. ¿Cómo están Amanda y los niños?
—El trabajo me consume y tengo poco tiempo para estar con
ellos —contesta arrugando el ceño.
Su mirada recae sobre mi barriga y mi instinto de protección me
hace llevar la mano a ella. Su contemplación está vacía de
sentimientos, no tengo ni idea de qué ha pasado pero no lo
reconozco, habíamos quedado a buenas, lo perdoné antes incluso
que Tania y ella es la hermana de mi marido.
—¿Qué te ha pasado? Te noto distinto.
—Estoy cansado. No todos tenemos todo fácil como tú.
Esa respuesta me deja helada, no lo reconozco. ¿Dónde está mi
amigo y socio? Lo mejor para ambos es que me vaya de aquí
cuanto antes. No es la misma persona. Estoy embarazada, no
puedo y tampoco quiero oír sus insultos gratuitos por algo que
desde un principio sabíamos que no podía ser. No quería poner
investigadores detrás de él sin antes verlo, ahora ya lo hice,
constaté con mis propios ojos que mi sospechas pueden ser ciertas
y de probarse, ampararé a Amanda y a los niños, jamás les haría
pagar por los errores de su marido y padre, pero él puede
despedirse de su libertad.
—Me voy o llegare tarde a mi reunión.
—¿Para eso me hiciste cambiar un turno? No llevamos aquí ni
cinco minutos.
—¿Necesitas ayuda con algo? —ofrezco cambiando de tema.
—No quiero tu limosna. No me mires como si fuera un monstruo,
no todo el mundo es rico como tú. Yo estoy obligado a hacer
muchas horas para mantenerlos —espeta.
—No me harás sentirme mal por tener dinero. Creí que ya
habíamos superado esa etapa.
—Este es tu problema. Superas las cosas con demasiada
facilidad.
No era eso lo que tenía planeado. Pelayo está a la defensiva y
por experiencia sé cuándo esta así lo mejor es evitarlo. Estoy en un
país que no es el mío y sin nadie que pueda ayudarme, por lo que
es mejor que me vaya.
—Fue un gusto volver a verte —digo a modo de despedida.
No me contesta y lo dejo en la mesa y me voy. ¿Qué mosca le ha
picado? Cuando nos liamos tenía sus prontos, pero desde que dijo
estar enamorado de su mujer no lo he vuelto a ver así de agresivo.
No puede ser.
Paso al lado del primo de mi marido, que se mantuvo en un
segundo plano jugando con sus niños.
—Qué gran coincidencia verte aquí —le digo como si nada.
—He abierto otro restaurante en la zona.
—Recibimos la invitación para la inauguración pero nos fue
imposible venir —me disculpo avergonzada.
—No pasa nada, sé que tienes muchos compromisos laborales
—dice con amabilidad.
—Prometo que nada más pase toda esa locura del virus ese y dé
a luz —apunto a mi barriga—vendremos todos juntos.
—¡Será maravilloso! —exclama con felicidad genuina—. Deseo
que mis hijos conozcan a sus primos.
—Nosotros también.

Capítulo 25

Jorge
Estamos los tres tumbados viendo una película. Érica como no
podía ser diferente esta entre los dos. Es como una gatita mimosa,
está todo el rato buscando nuestro contacto. A Héctor eso le
encanta y he de confesar que no me disgusta.
Llaman al portón, ella intenta levantarse pero Héctor la agarra
por la cintura y la retiene entre sus brazos, haciéndole cosquillas.
Los dejo atrás y voy a ver quién es. Me extraña que hayan llamado
directamente, estoy en vaqueros y sin camisa y al darme cuenta doy
la vuelta para vestirme y vuelven a llamar con más ímpetu. Voy a
abrir y me encuentro con un funcionario de correos, la persona está
nerviosa, su mano está temblando al entregarme el sobre. Con solo
ver el sello se dé qué se trata, firmo el acuse de recibo y, al ver el
estado en que se encuentra el hombre, le pregunto:
—¿Quieres un vaso de agua?
—No —contesta tartamudeando.
—¿Estás bien? Te veo nervioso.
—La verdad es que no.
—¿Quieres contármelo?
—Un hombre me siguió durante varias horas hasta que, a pocos
kilómetros de aquí, me paró, tomó mis correspondencias y, justo la
que te acabo de entregar, la fotografió y empezó a darme órdenes
de manera amenazante.
—¿Qué órdenes? ¿Cómo es el hombre? Dime todo lo que sepas
—digo subiendo la voz sin darme cuenta.
Asustado, el cartero se marcha raudo. Lo llamo pero no mira
hacia atrás. Le sigo unos pocos metros pero no llego muy lejos,
estoy descalzo y sin camisa.
Pienso en no decir nada de esto a Héctor y Érica, sin embargo, al
volver ambos están sentados mirándome fijamente, creo que llevo
en mi cara el reflejo de lo que siento en este momento: pavor.
Después de leer aquel papel me vi reviviendo todo nuevamente y no
puedo ocultarles la verdad.
Ambos, demostrando lo importante que soy para ellos, se
mantienen enteros, aunque sé que están preocupados. Es una
nueva causa, y fijada para ya.

Érica está en Madrid conmigo todo el tiempo, Héctor no me pudo


acompañar por atender sus compromisos laborales, pero nos llama
a cada poco para saber cómo estoy. Todos los ataques que estamos
viviendo es por parte del derecho corporativo, sin duda de donde
más ganamos pasta, y ahora una empresa está acusándome de
vender información a su competidor. Jamás haría eso, es uno de los
pocos clientes que me quedan y su minuta es cuantiosa, ¿quién en
su sano juicio iba a prescindir de ellos para vender información a
una empresa más pequeña? No entra en la cabeza de nadie pero,
como siempre, tienen pruebas en mi contra.
No sé hasta cuándo mis amigos van a seguir dando la cara por
mí, si se creen algo no puedo reprocharles, las pruebas son muy
convincentes, la firma nuevamente es la mía. No tengo ni idea de
cómo saldré de esa. Los asociados están desbordados. Miguel,
Rafa y Rubén no vinieron esta vez, mi defensa está en manos de
Pedro y Daniel y los dos están muy nerviosos, van a intentar
desestimar el caso pero no soy tonto, es solo una medida
desesperada de intentar ganar algo de tiempo.
Estoy harto de verlos dar palos de ciego, porque por más que me
duela aceptarlo es lo que venimos haciendo desde inicio de esa
pesadilla. Tiro de Érica y vamos en dirección a su chófer, me hubiera
gustado tener mi moto pero con mi estado de ánimo me pidieron no
sacarla por ahora y les estoy complaciendo. Allí dentro no me
necesitan, por ellos tragaré mi orgullo. Ya no puedo seguir
destrozando la vida de nadie como vengo haciendo.
Llego al sitio en donde había prometido no volver nunca, pero si
por salvar a mis amigos tengo que darle lo que siempre ha deseado,
lo haré. Su secretaria, al verme, me reconoce y me indica con la
mano que pase. El entrar en ese despacho me causa escalofríos,
esas paredes fueron testigo de la conversación más dura que he
tenido nunca con mi progenitor. Al verme acompañado de Érica su
sonrisa se ensancha, es la unión de sus sueños.
—Acepto tu ayuda —digo sin más.
—Hijo, ¿qué ocurre para que vengas pedirme ayuda? —Él no
podía decir «vale, haré todo lo que esté en mis manos». No, tiene
que regodearse en su victoria. Sin embargo, esta vez no voy a
rebelarme, estoy desesperado.
—Nos tiene contra las cuerdas.
—Lo sé. —Sus palabras me sorprenden—. No tengo ni idea de
dónde os habéis metido pero esta mañana me llegó una oferta para
ti.
—¿Qué oferta? —Mi padre, impasible, me entrega una carpeta.
Cuando empiezo a leer el contenido quedo lívido.
—No acepto.
—Hijo, entra en razón. Eres tú o ellos.
—He dicho que no, sé que me puedes ayudar sin que tenga que
traicionar a mi familia.
—Tu familia somos nosotros.
Le miro con rabia.
—Sabía que sería una pérdida de tiempo venir a ti, pero aun así
lo hice porque estoy desesperado. Pero tú solo quieres a tu carrera
y a ti mismo.
—Eso no es verdad, mis hijos son mi vida y tú eres mi mundo —
replica dolido.
—Sigue mintiéndote, papá. Lo dicho, fue un error.
Agarro fuerte la mano de Érica, que ha asistido a la escena en
silencio, y abandonamos el opulento despacho de mi padre. ¿Cómo
puede siquiera pensar que yo traicionaría a mis amigos?, eso nunca
pasará. Mi padre nunca se sacrifica por nadie. No me avergüenzo
de anteponer a mis amigos y Héctor a él. Pedro y los chicos lo
tienen fácil para librarse de todo eso, puede perfectamente ir a la
prensa, acusarme de todo públicamente lavando así su imagen y
librándose de mí de una vez, pero son mis amigos y no duermen
buscando una manera de salvarme. En cambio, el hombre que me
dio la vida no dudó un segundo en proponerme tirarlos a los pies de
los caballos para salvar mi pellejo.
En el coche, de vuelta a la casa de Pedro, Érica no se despega
de su portátil ni yo del mío. Yo estoy buscando algo a lo que
agarrarme, el calígrafo confirmo que nuevamente es mi firma, con la
particularidad de que en la otra había pequeñas alteraciones en
algunas letras, se las veía trémulas, y en esa no, aunque va a hacer
un análisis más minucioso. Yo las miro y las reconozco, pero en
esos momentos me agarro a un clavo ardiendo con tal de quedarme
aquí fuera.
Llego al salón de Pedro y lo encuentro en videoconferencia con
mis amigos, por la cara de ellos sé que las cosas no salieron bien.
Me siento frente a Daniel. Fátima, Paula y Érica se quedan detrás
de nosotros, la primera está llorando como si no hubiera un mañana.
—Chicos, tenemos la manera de librar a Jorge de las
acusaciones.
Todos aplauden, pero yo no. Fátima abandona el despacho y su
marido no se mueve del sitio, sus amigas son las que van a
consolarla.
—Dinos cómo y pasemos de una vez a la conmemoración —
exige Miguel.
—Daniel y yo nos entregaremos en su lugar.
—¡Y una mierda! —Me levanto golpeando la mesa.
—Ya está decidido. Ni siquiera escuchaste lo que íbamos a decir.
—No me importa lo que tenéis decidido, si no me dais vuestra
palabra de que no haréis esa idiotez iré ahora mismo al juzgado a
declararme culpable, y no olviden de que la firma que está en los
documentos es la mía.
Érica entra corriendo con el móvil en la mano.
—¡Tenemos su base y estamos dentro!
Todos empiezan a aplaudir felices menos yo, esa gente no se
anda con tonterías, si descubrimos algo sobre ellos es que los que
están detrás de nuestra ruina son unos terroristas pacientes y
minuciosos.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué no estás feliz? —me interroga ella.
—Sí que estoy feliz.
—No me mientas, nos hicimos una promesa.
La abrazo fuerte y le doy un beso.
—No podemos usar esa información —confieso preocupado. Ella
se está saltando todos los protocolos. No podemos asegurar que las
pruebas que ha presentado hayan sido obtenidas de manera lícita.
Nuestra suerte es que ellos tampoco, así no nos acusamos
mutuamente. Pero si un juez pregunta cómo lo logramos estamos
muy jodidos.
—¿Por qué no…?
Al explicarle la sonrisa se le borra y de un momento a otro la
celebración se desvaneció. No significa la rendición, ya sabemos
dónde están y estamos dentro de su sistema sin ser detectados,
pero tendremos que ir con cuidado y sacar de allí cuanto antes
todas las pruebas de nuestra inocencia.
—Tuve una idea —dice Érica al rato captando nuestra atención
—. ¿Y si después de sacar las informaciones que necesitamos
llamo a la policía y hago una denuncia anónima?
Nos miramos, de acuerdo con su idea exceptuando la parte en
que ella hace la llamada.
Si por mí fuera iría ahora mismo adonde están esos chicos para
acompañar de cerca su «trabajo» pero ni siquiera nos hablan,
imagina vernos allí. Pero ahora ya tenemos un camino a seguir.
—Jorge, chicos… —pide nuestra atención Érica
—No lo hagas —implora Fátima que viene corriendo a su
encuentro, todos nos miramos sin entender qué está pasando, en el
rostro de la morena hay terror.
—Se acabó el tiempo —le contesta Érica.
—Solo hasta que tengamos los documentos —alega Fátima y
Érica niega con la cabeza. Fátima se abraza a Paula y se echa a
llorar.
—¿Qué está pasando aquí? Si le hiciste algo a mi mujer me da
igual que estés liada con Jorge, voy a por ti.
Escuchar a Daniel amenazándola despierta mi furia, ¿quién se
cree que es para hablarle de esa manera? Si tienen problemas que
lo solucionen ellas, pero si él se mete a defender a su mujer yo
defenderé a la mía.
—Pídele disculpas ahora mismo —le exijo.
—Y una mierda, ella aquí no pinta nada.
Érica se gira para irse pero la agarro por el brazo y la posiciono a
mi lado.
—Si ella se va yo también. —Un desconocido Daniel me indica la
puerta, Pedro y mis amigos nos miran sin decir nada y lo prefiero.
No quiero que se vean en la tesitura de tener que escoger a quién
apoyar. Los miro a todos y camino en dirección a la salida, pero
antes de cruzarla, lo que oigo me congela.
—Todo eso es por mi culpa —afirma una llorosa Fátima.
Se hace el silencio, las cosas no hacen más que complicarse.
Para que diga eso y este así es porque algo sabe y no quiere o no
puede compartirlo con nosotros. Intento acercarme a ella pero
Daniel me empuja a un lado y la arranca de los brazos de su amiga.
Por otro lado está Érica, que no deja de negar. Esas dos nos ocultan
algo pero eso se acabó. Y basta una mirada entre nosotros para
estar de acuerdo, Daniel conduce a Fátima y yo a Érica hasta el
asiento más cercano.
—Sea lo que sea lo que estáis escondiendo es hora de que lo
compartáis con nosotros —les digo.
—Hablaré, pero quiero la palabra de todos de que no me exigirán
nombres por el momento —pide Fátima.
—No —contesta Daniel.
Ella, con su carácter, se levanta de la silla y Pedro toma el frente.
—Tienes mi palabra, la de Jorge y la de los chicos. Y si Daniel no
puede con ello, sale ahora mismo de aquí.
—¿No ves cómo está? Sea lo que sea, la está atormentando.
—Fátima es una de las mujeres más fuertes que conozco y si me
pide que no le pregunte, no lo haré porque cuando ella decida
hacerlo vendrá a mí —refuta Pedro.
Finalmente parecemos ponernos de acuerdo y todos dirigimos la
mirada hacia las dos mujeres.
—Alguien de mi pasado está detrás de todo esto —dice Fátima
finalmente.
—Qu… —Antes de que Daniel completara la frase, Pedro lo
para.
—Tengo grabaciones entre ellos, pero no somos capaces de
limpiar la llamada —añade Érica.
—¿Cómo? —exclamamos todos a la vez.  
Capítulo 26

Érica
Sabía que iba a haber consecuencias pero no me esperaba una
reacción tan explosiva por parte de todos, nadie se puso en mi lugar.
Jorge perdió el sentido del habla y los demás eran todo gritos,
nunca los había visto perder el control de esa manera. No involucré
a Fátima, me preguntaron si ella lo sabía y al ver la manera en que
me estaban tratando di un paso al frente y asumí toda la
responsabilidad sin darle tiempo a pronunciarse. Mentí. Actué por
instinto y no me arrepiento, ella no dijo nada, pero al ver cómo
respiró aliviada supe que hice lo correcto. Ese mismo día me
acerqué a ella con la intención de hablar y me di cuenta de dos
cosas: que hay algo que la está ahogando y que no quiere tocar el
tema. Intenté sacarlo a colación pero daba igual la manera en que
preguntaba, me eludía.
Ahora la información es compartida, ya no hay ningún tipo de
secreto. Les entregué todo lo que tenía y por ellos mismos
constataron que no les mentía al decir que la grabación no nos
servía para nada, aclaré sus dudas, acepté sus disculpas y dejé
claro mi compromiso en encontrar las pruebas de la inocencia de
Jorge. Solo no les complací en ponerlos en contacto con los chicos,
se niegan en rotundo a hablar con otra persona.
—Saldrá todo bien —dice Héctor abrazándome por detrás. Él no
fue capaz de quedarse lejos de nosotros.
Es reconfortante sentir su contacto, su sola presencia me
trasmite tranquilidad, pero no seguridad. No sé cuánto conoce de
leyes y no pregunto, pero yo tengo nociones y no hay nada a
nuestro favor, todos estamos a punto de volvernos locos. Héctor no
soportaba la presión de no estar a nuestro lado y esperar las
noticias vía teléfono. Al salir del juzgado lo encontramos en la
puerta, acababa de llegar, aparcó su vida y, con el cansancio
reflejado en el rostro, me preguntó si podía hospedarse en mi casa.
Por supuesto que acepté. Nos viene muy bien, él siempre tiene
palabras de consuelo, siempre está pendiente de nuestras
necesidades. Aun no gustándole el mundo en que nos
desenvolvemos se niega a estar lejos y no ser parte de la lucha. Por
ahora estaremos instalados en Madrid.
—Ven aquí, estás muy tensa.
Tira de mí, sus duras y callosas manos reposan sobre mi hombro
haciéndome un masaje mientras siento su respiración en mi oreja.
Doy un paso hacia atrás buscando la dureza de su pecho, no sé qué
de bueno hice en esa vida para merecer a esos dos hombres. No
son míos pero ahora soy yo quien los disfruta y mientras ellos
quieran yo también querré. Cuando vuelva a Brasil seré un despojo
humano, pero no voy a pensar en eso ahora, los dos son como una
droga para mí.
Como si no pesara nada, me sienta en la encimera de la cocina,
cuela su mano en mi entrepierna y me toca con delicadeza.
—Ábrete para mí.
No dudo ni un solo segundo, no sé en qué momento mi falda vino
a parar a mi cintura pero no pienso ponerme a indagar. Ahora lo
único en mi mente es entregarme a él. Siempre buscamos estar
ocupados cuando Jorge no está o salimos huyendo cuando
sentimos que vamos a perder el control, pero ahora es diferente.
—¿Me dejas hacerte el amor?
Trago y me muerdo el labio, escuchar su voz ronca pidiéndome
hacerme el amor me está causando una sensación extraña, mi
corazón se aceleró y un frío recorrió toda mi columna. No me salen
las palabras, solo muevo mi cuerpo, quedando al filo de la encimera
y facilitándole el acceso a mi sexo. Su grande y calloso dedo me
invade y va directo a mi punto G, haciéndome gemir de placer. Sin
retirarse de mí, me levanta de la encimera, yo le rodeo con las
piernas y me lleva a mi habitación.
—Quiero ser delicado, adularte como te mereces, pero primero
tengo que follarte o me muero.
No sé en qué momento liberó su pene, pero me encuentro contra
la pared con Héctor martilleando contra mí, se me hace sensual el
oír cómo su cuerpo choca con el mío. Uno de sus dedos se cuela en
mi orificio oscuro y doy un salto.
—Tranquila, todavía no es el momento —dice y sigue haciendo
suaves caricias alrededor de mi ano.
Mis gemidos suben de tono y se vuelve loco, estaré destrozada
después, mi piel blanca estará marcada por los fuertes golpes
contra la pared pero no me importa porque solo quiero entregarme a
él. Siento como si me estuviera reclamando como suya también y es
maravilloso. Me corro sobre él pero se sale de mí y aprieta la base
de su pene, gruñendo. Intento tocarlo pero me lo impide.
—Ahora te voy a hacer el amor.
Escucharlo decir eso nuevamente me hace tener ganas de
pedirle que no me diga esas cosas, nunca creí en las historias de
querer a dos hombres, no tengo ni idea de qué siento por él pero
algo está cambiando dentro de mí. Cuidándome como si fuera de
porcelana, me lleva a la cama. Con suavidad, reposa mi cuerpo
sobre ella y se toma su tiempo adorándome, besa cada centímetro
de mi blanca piel haciéndola erizarse por donde pasa. Su gran
cuerpo se posiciona detrás del mío, su mano en mi cintura sella la
unión de mi cuerpo al suyo. La otra reposa sobre mis pechos, los
cuales acaricia con dulzura mientras no deja de susurrar palabras
tiernas en mi oído. Con delicadeza conduce su pene a mi sexo y con
una lentitud casi agónica entra en mi cuerpo. Sin prisas, empieza a
hacerme el amor.
—Qué rico verte follando a nuestra mujer.
Aun si esa voz estuviera con mil distorsiones sabría a quién
pertenece, Jorge está delante de mi cama mirándonos como si
fuéramos el caramelo más rico del mundo. Si antes ya me sentía
plena, después de oír sus palabras siento como si estuviera
levitando.
—¿Puedo unirme a la fiesta? —interroga con picardía.
—¿Eres nuestra? —pregunta Héctor.
—Sí —contesto sin dudarlo ni por un segundo.
Miro a Jorge y él me dedica una enorme sonrisa. No lo presiono,
sé que le cuesta más abrirse, pero todo lo vivido ya es un sueño.
Jamás pensé tenerlo así de entregado, me defiende, me mima y me
consiente. Delante de la gente mantiene algo de distancia pero ya
aprendí que con él las cosas ocurren en su tiempo y si esperé por
tantos años puedo hacerlo un poco más.
—También somos tuyos —afirma su amante, que lo mira
mientras este esboza una de sus sonrisas canallas.
—¿Estás lista para nosotros dos?
Contraigo mi sexo, presionando el pene de Héctor que sigue
dentro de mí, duro como una roca y su respuesta es dar una suave
mordida en mi hombro y una estocada más fuerte. Estiro mi mano
ofreciéndola a Jorge, quien la acepta.
—Está cachonda, ¿sí? —dice Jorge pellizcando mi pezón.
El aura de romanticismo ya no está, Jorge es diferente, aunque
ya no dudo de que se siente atraído por mí, ya no es solo carnal.
Odio la compenetración de esos dos, basta un sutil movimiento de
su cabeza y Héctor se aleja, les encanta hacerme eso. Siempre que
no les doy lo que quieren hacen lo mismo, pero hoy no estoy para
juegos, los necesito ya.
—Sí, y quiero a los dos —expreso en alto mis deseos.
—¿Cómo nos quieres? —pregunta Jorge, que se está tocando
descaradamente.
No es la primera vez que lo veo hacerlo, pero, aunque lo vea un
millón de veces cada una de ellas me seguirá pareciendo la escena
más caliente de mi vida, cuando está tomado por el deseo ya no es
el hombre serio y callado que conocí, su rostro es de pura lujuria y
perversión y me encanta ser la desencadenante de ello.
—Probemos algo distinto —sugiere Héctor.
La sonrisa malévola en sus labios no sé si me excita o me
asusta, todo con ellos es una novedad y estoy a punto de vivir otra.
Héctor se pone de pie y me ofrecen la mano, me conduce al salón
seguido de cerca por Jorge. Me pongo algo nerviosa, no sé si mis
vecinos pueden vernos por la ventana pero eso a ellos no les parece
importar.
—Tu periodo de adaptación ya se acabó —afirma Jorge
metiendo el dedo en mi sexo.
La larga cabellera de Héctor es recogida con la goma que
siempre lleva en la muñeca, se tumba en el suelo y me llama.
Dubitativa doy pequeños pasos en su dirección. Ahora no me miran,
se miran entre sí, y empiezo a dudar de algo que a unos días atrás
fantaseaba, no estoy lista para verlos teniendo relación. Faltando
unos pocos pasos para llegar me paro y un duro y musculado
cuerpo choca con el mío.
—No tengas miedo, Roja, tú serás la que más disfrute —dice
Héctor.
Mi única certeza ahora mismo es la humedad entre mis piernas,
no parece que acabe de tener dos orgasmos hace poco.
Unas fuertes manos abren mis piernas mientras un duro pectoral
me sostiene de pie, desde atrás un miembro invade mi canal,
estamos en mitad de mi salón, pueden vernos en cualquier
momento y darme cuenta de eso al contrario de lo que pensé me
está excitando más.
Me estoy descubriendo una desvergonzada escandalosa. Suelto
un grito al sentir una lengua en mi clítoris, bajo la mirada en busca
del responsable de mi descontrol y veo a Héctor tocándose a un
ritmo frenético.
—Ese coñito es delicioso —dice Jorge con una voz hasta ahora
desconocida para mí—, y como te dije se te acabó el periodo de
prueba.
Estoy a punto de culminar mi placer y de un momento a otro todo
se desvanece, ya no tengo una experta lengua en mi sexo ni el
martillo dentro de mí.
—No… —reclamo frustrada.
Jorge, en su estilo, me ignora y me guía hasta el cuerpo de
Héctor, que se ha tumbado. Con delicadeza me pone sobre su
amante, me humedezco los labios al tener a la altura de mi rostro el
pene de Héctor. Cada segundo al lado de ellos me voy liberando y
me encuentro deseando explorar más. Con satisfacción recibo el
consentimiento de mi abogado caliente y satisfago mi deseo. Lo
introduzco en mi boca.
—Joder —exclama Héctor al sentir mi contacto, nuestro cuerpo
está encajado en un perfecto sesenta y nueve.
Me siento poderosa, sujeto la base para no atragantarme con su
tamaño y lo meto en la boca. Sus gruñidos me animan a seguir. Me
olvido de todo, solo quiero darle placer. Por primera vez lo tengo
descontrolado, empieza a follar mi boca al mismo tiempo que se
ocupa de mi sexo con su dedo, nuestros gruñidos se puede oír por
todo Madrid, estoy segura de ello. Muevo mi cadera sobre su cara
buscando mi placer.
—Ya, joder… —exclama Héctor y acto seguido soy invadida por
Jorge desde atrás, si antes estaba en la nube ahora me puedo morir
del gusto.
—Te gusta tener nuestras pollas dentro de ti, ¿verdad? —. Las
palabras sucias de Jorge no se hacen esperar.
—Sí —le contesto babeando sobre el pene de su amante, ya lo
voy conociendo y sé que si no respondo, ambos, como si fueran
uno, pararán.
—Pues ve preparándote que eso es solo un anticipo de todo que
te vamos a hacer.
Si eso es el anticipo, por favor, que me den lo que falta porque
está siendo la mejor experiencia sexual de mi vida.

Capítulo 27

Jorge
Una vez más puse la vida de mis amigos boca abajo. todos están
instalados en la capital para acompañarme en mi proceso que será
dentro de tres días. Por más que lo intentamos no fuimos capaces
de limpiar las llamadas interceptadas, Damián usó todos sus
contactos en ello y no hubo éxito. Ahora estamos intentando
descubrir quién es la persona del pasado de Fátima que está metido
en la vendetta en nuestra contra. No es cosa fácil, no es una lista
corta. Fátima es una mujer rica, bonita y poderosa que una vez se
liberó del yugo familiar disfrutó de su libertad y sexualidad sin
tapujos, dejando muchos corazones rotos por el camino. No
podemos ir apuntando a la gente como si nada, pero yo tengo a
alguien en mente. Él la hizo llorar en varias ocasiones y dijo cosas
muy feas, pero hoy tiene mujer e hijos. Fue el único que me vino a la
mente, lo estoy investigando por mi cuenta. Mientras no tenga nada
en su contra no lo voy a nombrar porque sería un gran palo para
todos. Vivimos sus intentos de relación con ella y nos enfrentamos a
él en más de una ocasión. Estaba cegado, solo él no veía que
nunca iba tener una oportunidad, pero de eso ya pasó mucho
tiempo, hoy tiene un buen trabajo e hijos. Mientras yo no tenga
pistas no señalaré a nadie, su tía moriría si fuera probada su
implicación en todo esto. Somos un total de seis familias implicadas
aunque por lo que oímos en la grabación solo quieren tres cabezas.

Ni en mis peores pesadillas pensé que llegaría el día en que entrara


en el juzgado para sentarme en la silla del acusado. Mi excliente
llegó con su ejército de abogados y me evitó, trabajé con él durante
años, fue una de mis primeras cuentas grandes y salvo un milagro
será la responsable de la retirada de mi licencia de abogado. Aun
siendo inocente estuve dispuesto a llegar un acuerdo con tal de
librarme de un problema, pero no aceptaron y aquí me tienen.
Aunque seamos los mejores no tenemos la menor posibilidad de
ganar, todas las pruebas están en mi contra. Yo firmé esos papeles,
¿en qué momento lo hice? No lo sé, pero es mi firma.
Pedro y Daniel dan todo de sí, ya llevamos tres horas de
audiencia y a cada testigo que interrogan veo con más claridad mi
destino.
El ruido de unos tacones llama la atención de la sala, miro hacia
atrás y descubro a Érica abandonando la estancia a toda prisa.
Daniel mira a su hermano y pide un receso, la jueza mira el reloj
pero mi padre tose y la mujer nos da un receso de quince minutos,
en otras circunstancias me hubiera rebelado en su contra por
entorpecer una audiencia pero nos vendrá bien interrumpir por unos
minutos mi masacre. Salgo corriendo detrás de Érica seguido por
mis amigos y ya no la encontramos. La llamo al móvil y nada.
—¿Dónde está? —pregunto a Héctor, que viene hacia nosotros
corriendo, acalorado.
—Cuando llegué estaba entrando en un coche.
—Joder…
No me importan las miradas de reproche de los presentes, no
estaba de acuerdo con su presencia, y el llegar aquí acompañado
de Héctor y de Érica me hizo bien, nunca me he sentido solo, no
obstante tenerlos a ellos dos a mi lado me hace sentir completo.
Todas las personas importantes de mi vida están aquí y, justo
cuando más la necesito ella huye corriendo. Sé que tiene un imperio
que dirigir y no le favorece tener su nombre ligado al mío pero la
necesito a mi lado. Puede que solo tengamos esa noche para estar
juntos. Héctor me abraza, él sabe a la perfección cómo me siento
porque él siente lo mismo. Ni siquiera miro hacia atrás, mucho ha
aguantado. El abogado de la acusación estaba diciendo cosas
horribles de mi persona, y a cada una de ella sacaba una prueba,
mis contestaciones eran solo «no me acuerdo de eso» y «sí, es mi
firma». Pedro y Daniel no hacían más que protestar por la manera
agresiva en que estaba siendo interrogado, me he negado a
acogerme a mi derecho a no responder. Estoy preparado para
aguantar eso y mucho más, tengo muchas horas de interrogatorios y
mis amigos no me dieron cuartel a la hora de prepararme para ese
momento, pero ella no.
—Es hora de volver. —Miro a ver quién es y encuentro a mi
padre con cara de desaprobación.
No sé a qué viene su presencia aquí después de haberse
negado a ayudarme cuando me humillé ante él, y ahora mira a
Héctor mal aun sabiendo que lo necesito a mi lado, que se
transformó en un pilar importante en mi vida. Pero se niega a
aceptarlo y por eso no hay la menor posibilidad de reconciliación
entre nosotros. Él es un hombre orgulloso al igual que yo y ya no me
basta con que reconozca a Héctor como lo que es, si quiere de
verdad mi perdón tendrá que decir ante toda la familia el vínculo
irrompible que nos une y que lo reconoce y acepta, y eso nunca va a
pasar porque su reputación está por encima de cualquier cosa.
—Estaré sentado detrás de ti. Juntos para siempre; me lo
prometiste —dice Héctor ignorando la presencia de mi padre, que se
marcha, enfadado.
Se retoma la sesión y todo sigue igual, yo vuelvo al estrado y
sigo siendo interrogado. Respiro aliviado cuando escucho al
abogado decir que no hay más preguntas. Pedro se levanta para
interrogarme y vuelve a entrar Érica, roja como pocas veces la he
visto. Al notarse el centro de las atenciones indica a mi amigo que
siga, se acerca a Daniel y empieza a hablar con él. Ambos
cuchichean bajo la atenta mirada de la sala, todos estamos
intrigados. Ella le entrega una carpeta y le ofrece una sonrisa de lo
más bonita. Las esposas de mis amigos entran y eso me
desconcierta, son testarudas pero son muy respetuosas con
nuestros deseos tal como nosotros somos con los de ellas. Tengo
que usar todo mi autocontrol para no saltar de la silla e ir a ver qué
está pasando, porque estoy seguro de que ellas tienen algo en
mente y eso puede ser muy peligroso. Las cuatro se sientan junto a
mi equipo. La jueza se harta del revuelo, por muy importante que
sea mi padre aquí dentro quien manda es ella y nos llama al orden.
—Señoría, aquí tengo la prueba de la inocencia de mi cliente —
dice Daniel sin dar tiempo a que nadie diga o haga nada.
El abogado de la acusación empieza protestar y a pedir la
desestimación de la prueba por no haber sido presentada dentro del
plazo. Mis amigos discuten con él, diciendo que la prueba es válida.
El abogado de la acusación está haciendo uso de todas artimañas
legales para intentar invalidar la prueba, pero no le sirve de nada, es
ahora cuando demostramos que somos los mejores. Deseo
levantarme pero no lo haré, confío plenamente en ellos y si esas
mujeres se atrevieron a traer eso aquí es porque realmente prueba
mi inocencia. La jueza llama a mis abogados a su despacho y se
quedan allí varios minutos. Mi padre no quita los ojos de mí, ojalá
pudiera leer su mente. No dejó a nadie de mi familia venir, aunque
eso no me sorprende: si Héctor está presente él los lleva a la otra
punta.
—Saldrás de aquí con la cabeza en alto gracias a tu mujer —dice
Daniel al volver de la reunión con la jueza.
La busco con la mirada y la encuentro al lado de Héctor, ambos
están cogidos de la mano. Le tiro un beso y ella recoge una solitaria
lágrima que se le escapa, desearía poder abrazarla y decirle que no
llore, pero para mi suerte no está sola, los fuertes brazos de Héctor
la rodean y la atrae hacia a él. Mi padre no pierde detalle pero no
me importa.
—Todos de pie, se reanuda la sesión.
—Prueba admitida —sentencia la jueza.
Los abogados contrarios ya no tienen la expresión de victoria
estampada en la cara como antes. Pedro se persona delante de la
jueza y le entrega un pendrive que inmediatamente ella pasa a su
asistente y este lo pone a reproducir.
Aparece mi despacho, miro la fecha de la grabación y es de hace
tres años. Mi secretaria entra con unos papeles, todo como siempre,
me los da a firmar. Me llaman fuera y miro hacia atrás justo en el
momento en el que Fátima y Paula la sujetan por el brazo, evitando
que salga huyendo. ¿Cómo pudo hacerme eso? ¡Le di una
oportunidad cuando nadie más lo hizo! Uno de mis asociados se
levanta para salir y entran en acción Aroa y Daniela, cada una se
interpone en un lado de la salida. En la puerta de la sala ya están
dos guardias de seguridad. Las imágenes son penosas, personas
que trabajan con nosotros desde hace años nos traicionaron,
mientras yo salí para atender su llamada la cual decía ser urgente la
secretaria intercambió los documentos que yo ya había revisado y
ya tenía la pluma lista para firmar. Cuando volví no lo revisé por
segunda vez, un fallo por mi parte, pero fue así como estampé mi
firma en el maldito documento que me incriminaba.
El abogado contrario, desesperado por ver su gran caso irse por
el retrete, empieza a acusarnos de montaje, de que falsificamos
pruebas y mil cosas más. Pedro se gira a los presentes y llama a mi
secretaria al estrado. El abogado se desespera.
—Os propongo un trato —dice él sin tener por donde correr.
Pedro se niega y uno de los guardias acompaña a la secretaria,
que sin siquiera haber empezado a ser interrogada ya está llorando
y diciendo que se arrepiente y que no quería hacerlo. Pedro no le da
cuartel, le pregunta cuántas veces más lo hizo, quién la contrató,
cuánto ganó, pero como siempre quedamos a oscuras. Supimos
cuánto dinero gano y los motivos por los cuales lo hizo que por
supuesto fue la avaricia, pero no tengo dudas cuando dijo no saber
quién le paga. Dijo haber sido abordada por una mujer cuando salía
de trabajar años atrás, que esa le entrego un papel donde ofrecía
una gran suma de dinero a cambio de un pequeño favor. Al día
siguiente llamó al número y la mujer la puso en contacto con otra y
otra hasta entregarle un teléfono con prefijo de américa latina. Por lo
que contó, después de eso era todo vía teléfono y las cosas que
tenía que cambiar sobre mi mesa para que yo las firmara le llegaban
por correo.
Me declaran inocente y lo primero que hago es buscar a la
persona que hizo eso posible. Érica lo está dando todo para
salvarme y no hay dinero suficiente en el mundo con el que pueda
pagarle. Camino hacia ella y, sin importarme que unos minutos atrás
la vieran en los brazos de otro hombre, la atraigo hacia mí y la beso.
—¿Cómo podré pagarte lo que estás haciendo por mí?
—Quedándote conmigo. —Me encuentro con la mirada triste de
Héctor detrás de ella.
Despacio, me despego de su cuerpo y agradezco que Pedro
haya venido a mi rescate. No sé cómo lo hace pero siempre aparece
cuando lo necesitamos, es así con todos nosotros.
Empieza a hablar de la estrategia que vamos a seguir para
cobrar responsabilidades, mi exsecretaria pasó a disposición judicial
y no me importa lo que vayan a hacer con ella.
Las chicas se marchan y Érica va con ellas, para mi sorpresa
Héctor se va con Nimay por otro lado a tomar algo mientras
nosotros vamos al despacho a encargarnos de poner a salvo las
grabaciones antes de que las eliminen, esa gente está por todos los
lados. La jueza solicitó que se confiscara el móvil usado para la
comunicación entre ellos, pero estoy seguro de que ese ya está
inoperativo.
Capítulo 28

Érica
Durante un rato estuve junto a ellos conmemorando la victoria pero
no me sentía bien del todo. Nunca fui parte del grupo y no se me
quitaba de la cabeza la reacción de Jorge cuando dije aquella
tontería. Me había prometido no mendigar su atención y sin
embargo volví a hacerlo, con un resultado desastroso para mí. Por
ello decidí poner agua de por medio. No salí huyendo ni me marché
a malas. Dije la verdad, una verdad que ahora pesa sobre mi
conciencia, y volví para hacerme cargo de mis responsabilidades.
Jorge y Héctor me acompañaron hasta el aeropuerto. La despedida
fue dura, insistieron mucho en saber cuándo volvería. Querían una
fecha pero no se la di, siempre soy yo quien lo deja todo para ir a
verlos y pasar tiempo juntos y no lo volveré a hacer. Tampoco les
echaré nada en cara, quien se comportó como una niña todo ese
tiempo fui yo, fui yo quien se buscó cada situación vivida y es hora
de tomar las riendas. Tengo treinta y dos años y no puedo seguir
sufriendo, y no por uno sino por dos hombres.
Agradezco que el espacio aéreo brasileño esté clausurado y la
entrada de gente procedente de mi país se encuentre cerrada en
casi todo el mundo debido a la pandemia.
Las cosas en mi empresa no van bien, la partida de uno de los
socios fundadores fue un gran varapalo. Durante los dos meses que
estuve fuera mi padre se hizo cargo de todo, no obstante todavía no
se ha recuperado. Mi madre está junto a él prestando todo su
apoyo. No sé hasta qué punto eso es positivo para ambos,
principalmente para mi padre, todos saben de los sentimientos de él
hacia ella y viceversa, pero ella nunca formalizará una relación con
él y su actual esposa es buena gente, aunque siempre supo la
verdad. Yo la admiro, no tengo su fortaleza. Cada vez que están
cerca el uno del otro entre ellos saltan chispas. Mi madre me echó
en cara haber hecho las cosas como las hice y tuve que darle la
razón, solo pensé en mí. Pero lo estoy arreglando, ya me hice
cargo. Hoy solucionaré el tema. He esperado hasta que mi padrino
ha recibido el alta médica, desgraciadamente tuvo un accidente
cerebrovascular el mismo día en que lo arrinconamos y los demás
me lo ocultaron para no sobrecargarme, pero ya lleva dos semanas
en casa y es la hora de recuperar el dinero.
A la hora marcada nos encontramos en el restaurante de siempre
pero de esa vez no hay abrazos, elogios ni alegría por vernos,
aunque me muero por hacerlo. Ojalá tuviera la frialdad de mi madre,
ella es capaz de poner sus sentimientos a raya y con eso se ahorra
muchos dolores. Frente a mí no veo al hombre que me vio crecer
por ningún lado: tiene profundas ojeras, está delgado y con la
tristeza estampada en la cara. «Él se lo buscó», me digo a mí
misma para no caer en la compasión.
—¿Cómo te encuentras? te veo algo pálida —pregunta intentado
coger mi mano por encima de la mesa. La aparto.
—Estoy bien, solo es mucho trabajo. ¿Cómo estás tú? —Es una
pregunta estúpida, pero lo hago por educación.
—Tu tía me ha dejado.
Ver sus ojos llenarse de lágrimas me apena, ambos formaban
uno de los matrimonios más sólidos y bonitos que conocía. Se
conocieron en una noche de juerga, se enrollaron y desde entonces
no volvieron a separarse hasta ahora. Un verdadero flechazo con
final feliz. Lo mío por Jorge también fue flechazo sin embargo para
nosotros no hay un «vivieron felices y comieron perdices». Mi tía es
una mujer admirable, mientras él y mi padre hacían malabares para
pagar la universidad ella trabajaba en lo que surgía para pagar el
alquiler, pero siempre juntos y apoyándose.
—Lo siento —digo con sinceridad.
Los bonitos recuerdos del tiempo pasado junto a ellos vienen a
mi mente. Ella me dio el cariño que muchas veces debería de haber
recibido por parte de mi estricta madre, siempre era la primera en
felicitarme por mis logros. Le contaba mis miedos, travesuras y
alegrías. Recojo las lágrimas que salen de mis ojos, es una noticia
muy triste.
—No tengo el dinero.
Doy un salto en la silla, saliendo de mis recuerdos. Debe de estar
tomándome el pelo. ¿Me ha contado todo eso para después
soltarme tal bomba? Hicimos un trato y si no me devuelve el dinero
tendré que entregarlo a la policía.
—Se te acabó el plazo.
—Lo sé.
La tranquilidad con que lo ha dicho me ha dejado descolocada.
No sé de dónde sacará esa cuantía pero no daré la cara por él.
—Tengo la mitad y puse a la venta mis bienes, a medida que se
vayan vendiendo os puedo ir devolviendo toda la suma, pero
necesito que me deis algo de margen.
Ahora entiendo el motivo por el cual mi tía lo dejó: acaba de
quedarse sin nada. Ella no se preparó para el futuro, se quedó en el
hogar cuidando de su hijo y de la casa mientras él trabajaba. Aun
así yo jamás la dejaré sin nada, pero eso él no tiene por qué
saberlo.
—No fue ese el trato, te doy setenta y dos horas —espeto.
Me levanto y me voy antes de que pueda convencerme con
alguna artimaña, está claro que cuando se trata de cosas del
corazón no gestiono con objetividad. Haberme quedado dos meses
lejos fue un gran error. ¿Cómo pude desatender mi negocio de esa
manera por culpa de los hombres? Eso no volverá a pasar.

Roberto está siendo un gran apoyo. Me llama todos los días y


pasamos horas charlando. Es una buena persona que me reconforta
en estos momentos tan complicados. No le dije nada sobre lo
ocurrido entre Jorge, Héctor y yo pero no es tonto, ya me dejó claro
que sabe el tipo de relación que teníamos y no me juzga. Se está
transformando en un amigo, a veces coquetea conmigo pero no al
punto de hacerme sentir incómoda. Fue el único a quien dije lo de
mi padrino y el dinero, desde entonces ya no volvió a proponerme
hacer negocios juntos, aunque lo entiendo, ¿quién en su sano juicio
va a querer asociarse con una empresa donde los problemas
internos son el pan de cada día?
Se empeñó en poner a su gente para seguir en rastro del dinero
desfalcado, intenté rehusar, alegué tener a mi propia gente detrás,
sin embargo siguió adelante.
Es un hombre divertido, siempre busca alguna manera de
hacerme reír aunque echo mucho de menos a Jorge y Héctor y eso
me roba la alegría. Pero Roberto siempre está ahí, es divertido;
hacemos sesiones de cine online. Es raro pero me lo propuso y
acepté, y aquí estamos, en «confinamiento». Aunque la población
se niega a ello el número de casos está aumentando por segundos.
Mi familia y yo solo salimos si es extremadamente urgente, estamos
haciendo teletrabajo, es como si estuviera en España pero sin ellos,
y cuando Roberto me propuso lo del cine online acepté enseguida.
Ambos seleccionamos la misma película en Netflix y la ponemos a
emitir a la vez, aunque siempre alguno va con retraso. Es divertido,
una cosa diferente, y, lo más importante, ocupa mi mente.
No me acuerdo de la última vez que hablé con Jorge. Al principio
hablábamos a diario y hacíamos videollamadas, pero con el pasar
de los días estas se fueron espaciando y ahora no sabemos nada el
uno del otro. Por el momento creo que es lo mejor para ambos,
necesito curar mi roto corazón.

Capítulo 29

Jorge
Nuestra alegría ha durado poco. Logramos llegar a tiempo de
interceptar las grabaciones de las veces que fuimos engañados por
personas en quienes confiábamos sin embargo las cosas se
pusieron más complicadas que nunca. La lista es larga y todo por
dinero, la misma jugada estaba siendo hecha con mis amigos. El
único que no fue vendido por su secretaria es Rubén. Fuimos
traicionados de manera vil, nuestros enemigos estaban dentro de
nuestra casa. Contamos con poquísimos asociados, quedamos
solamente con aquellos con los que tenemos plena confianza.
Entregamos todo el material a la policía y los implicados fueron
llamados a prestar declaración, hubo escusas de todo tipo.
Festejamos creyendo haber desarticulado la cuadrilla que estaba
detrás de esto pero no es así.
Estuvieron callados durante tres semanas durante las cuales
Héctor y yo nos empleamos en buscar una manera para entrar a
Brasil y poder ir a ver a Érica, pensábamos darle una sorpresa, pero
no tuvimos éxito. Allí la pandemia está descontrolada y no están
saliendo vuelos para allá. Pero no pasaba un solo día sin que la
llamáramos. Sé leer a las personas y ella está dolida por no haberle
contestado como se lo esperaba, pero no era el momento; es una
decisión importante y somos tres, hay que hablarlo con seriedad. A
la cuarta semana salen en las noticias fotos y todos los datos sobre
mi detención, los desfalques, blanqueos e invasión de capitales que
supuestamente nosotros hicimos. Todo esto es una locura, esas
informaciones estaban bajo secreto de sumario, por lo que a la
persona que está detrás de eso ya no le importa nada más que
hacernos daño. Inmediatamente se emite una orden cautelar y el
periódico se ve obligado a publicar una nota disculpándose y
aclarando que en uno de los casos ya gané el juicio, probando así
mi inocencia, aunque de nada sirve ya, nuestra imagen está
dañada.
Como las malas noticias nunca vienen solas, se aceleró uno de
los muchos casos pendientes que tengo y para mi mala suerte entre
las grabaciones no estaba la prueba del engaño que me hizo firmar
aquel contrato y los periodistas tuvieron acceso a esta información.
Desde que todo esto empezó apenas he dormido. Ahora estoy en
Marbella, necesitaba volver a casa, a dar algo de normalidad a mi
vida.
Hace unos días mi hermana se enfrentó a nuestro padre y vino a
verme, al ver lo agobiado que estoy se puso a ayudarme y lleva
algunos días trabajando conmigo codo con codo, pero eso implica
que tengo menos tiempo para esta con Héctor que, aunque no dice
nada, sé cuánto la está echando de menos. Dalila está tirando de
todos los hilos que puede para intentar llegar al fondo del asunto y
mi padre también está volcado en limpiar mi nombre, aunque sé que
lo hace porque eso no es bueno para su reputación.
—¿Abriste tu correo hoy? —pregunta mi hermana.
—No.
—Pues hazlo, te citan mañana en Madrid.
Abro el correo y allí está el mensaje, llegó a mi cuenta personal
hace tres horas. Efectivamente, alguien quiere verme en Madrid. No
tiene datos aclaratorios de ningún tipo, se ve claramente que es de
los que nos persiguen. Llamo a mis amigos y confirmo que todos
recibieron el mismo correo. Por unanimidad decidimos acudir al
encuentro. No hay manera de librarme de Lila, así que logro
convencerla de que se quede en mi casa haciéndose cargo de la
situación por mí. Antes de irme al aeropuerto paso por la obra donde
esta Héctor a decirle a donde voy. Al verme bajar de un taxi y que
ese sigue esperándome baja corriendo del andamio.
—Tranquilo, no le pasó nada.
El color vuelve a su rostro. No hemos tenido ocasión de hablar
sobre nosotros, sobre lo que sentimos o queremos. Al tener a mi
hermana en mi casa él evita ir hasta allí para no hacer las cosas
violentas para los tres y que ella más adelante no pueda echarnos
en cara que pudimos haberle contado todo cuando estuvimos solos.
—¿Qué sucede?
—Nos han citado a todos en Madrid. Creemos que quien nos cita
es quien nos tiene contra las cuerdas.
Héctor resopla malhumorado.
—¿Cuándo va a acabar todo esto?
Quisiera decirle que pronto, que dentro de nada recuperaremos
nuestra vida de vuelta pero no será así, nada volverá a ser como
antes, y mucho menos sé cuándo va a terminar. Nuestro enemigo es
como una hidra, le cortas una cabeza y salen dos más, y no voy a
hacer promesas las cuales no podré cumplir.
—No lo sé. Vamos a ver qué quieren.
Uno de sus empleados lo llama y se va, cabizbajo. Nunca lo
había visto así, es un hombre positivo, no se deja derrumbar por las
adversidades, pero ahora está derrotado.
Entro en el taxi y me marcho al aeropuerto.

Ya en Madrid, vamos todos juntos al lugar de la cita en el vehículo


de Pedro. A la hora marcada bajamos todos del Hammer y
quedamos esperando. Pensamos en avisar la policía, pero
desistimos; aunque no nos hayan advertido sabemos que sería un
gran error. Esa gente de seguro se enteraría y tomarían represalias
en nuestra contra. Con media hora de retraso aparecen en la
esquina dos coches completamente negros. Los seis estamos uno
al lado del otro, claro que tenemos miedo pero no lo vamos a
demostrar. El primer coche entra en la nave que tenemos delante, el
segundo se para delante de nosotros. Desde el interior, alguien abre
la puerta y nos ordena entrar. De uno en uno nos acomodamos
como podemos, pero el viaje es corto. Podíamos haber entrado
caminando pero todo es parte del juego psicológico que están
haciendo con nosotros.
Miro a los lados, la nave es un almacén de muebles. Busco algo
que la identifique y descubrimos que es de uno de nuestros clientes,
uno que no creíamos implicado en todo esto, pero al parecer, lo
está.
Nos conducen a una sala de reuniones, dos mujeres nos sirven
agua pero ninguno bebemos. Los minutos pasan y no aparece
nadie. Sé que todos estamos locos por levantarnos y marcharnos
pero no lo vamos a hacer, quieren ponernos nerviosos, ese juego lo
conocemos bien. Nos sirven unos pasteles y se quedan tal cual los
dejaron sobre la mesa, nadie come ni bebe. Sentimos pasos y voces
afuera pero fingimos no oír nada, seguimos fingiendo normalidad,
charlando de cosas cotidianas: deportes, política, viajes… hablamos
de cualquier cosa que no nos pueda perjudicar.
Pasada una hora y media entra un hombre de unos cincuenta y
cinco años acompañado de otro de nuestra edad, a ninguno los
hemos visto nunca. Ambos se sientan presidiendo la mesa. Actúan
como si fuera una reunión normal de negocios: revisan las carpetas
que tienen delante y se enseñan cosas entre sí sin decirnos nada.
Toda una actuación. Finalmente, el mayor alza la mirada hacia
nosotros.
—Buenos días, señores. Gracias por acudir a este encuentro…
—Corta el rollo y dinos qué hacemos aquí —dice Pedro
interrumpiendo el discurso del hombre, que ni siquiera tuvo la
delicadeza de presentarse.
El más joven se ríe. Aprieto los puños para no perder la
paciencia, la mantuve a raya hasta ahora y seguiré así.
—Así me gusta, directo al grano.
Hace una seña y la mujer que nos estaba sirviendo pone delante
de cada uno de nosotros un contrato.
—No aceptamos —decimos al terminar de leer. Quiere que
Pedro y Daniel asuman públicamente que actuaban de manera
ilícita, solo así dejarán en paz a los demás.
Nunca aceptaríamos tal cosa, aquí si se cae uno no será porque
no luchamos en bloque.
—Pues bien, de ahora en adelante el juego se pondrá serio.
—¿Cómo te llamas? —Sé que es una pregunta absurda pero
tengo que intentarlo de todo.
—Vuestra peor pesadilla.
Abre la carpeta que tenía en las manos y la empuja
desplazándola al centro de la mesa, salto y la atrapo antes que mis
amigos y allí encuentro la prueba visual de lo que ya sabíamos.
Tiene controlados los pasos de cada persona importante en
nuestras vidas, no queda una sola fuera. Logro mantener mis
sentimientos a raya, mi deseo es saltar encima de ellos y matarlos
con mis propias manos. De uno en uno vamos mirando las fotos, ni
los niños se salvaron. Qué tipo de enfermo puede hacer una cosa
así. Daniel, al ver las fotos de sus hijos y de su mujer embarazada,
no puede contenerse y en un pestañeo tiene al viejo por el cuello,
pero antes de que pudiera mover un músculo ya estamos rodeados
por sus matones y la sonrisa de satisfacción en sus rostros es
automática, todo el tiempo querían vernos desestabilizados pero no
voy a culpar a mi amigo por querer defender a su familia. Ver a
Héctor, Cecilia, la pequeña Sandra y Érica no me fue fácil tampoco.
Pero los meses en la cárcel me enseñaron más que los años de
facultad y ejerciendo mi profesión.
—Bonitas fotos —digo con desdén—. Hacer fotos con una súper
cámara es fácil, pero llegar cerca de cualquiera de esas personas te
va a costar un poco más.
—¿Eso crees?
—Sí. Sois muy listos, no lo voy a negar. Pero acabas de
alertarnos de tus planes y nada más nos alejemos de tus inhibidores
los pondremos a salvo. Y si piensas ir a por ellos en esos momentos
tendrás que invadir un barrio importante de Madrid lleno de casas de
lujo, así que te aconsejo llevar un mini ejército porque eso es a lo
que os tendréis que enfrentar si desafiáis nuestra seguridad.
Al parecer a nuestro amigo no le ha gustado quedar en ridículo,
se levanta y sale acompañado del joven, que por lo visto es su
perrito faldero. Nosotros hacemos lo mismo, ignoramos a los
hombres que nos custodian y vamos en dirección a la salida. Tardan
en abrirnos y Daniel empieza a aporrear la puerta.
Una vez fuera, ya en el Hammer y recuperadas las conexiones,
inmediatamente contactamos con Damián y pedimos que triplique la
seguridad de nuestra familia. Cada uno de nosotros llama a sus
seres queridos prohibiéndoles salir de casa. Me la jugué y todos
están de acuerdo, pero las únicas que están reunidas son las
esposas de mis hermanos, y el dossier va más allá de Fátima,
Paula, Aroa, Daniela y Nimay. En la lista se encuentran mis
hermanos, sobrinos, la madre de Pedro… hasta su hermana Tania
que vive feliz con su marido e hijo en otro país, está en la lista.
Pensamos en no decirle nada, pero tratándose de esa gente
preferimos no dejar nada al azar y damos gracias a que nuestro
amigo tenga contactos en todos los lados. Les ponemos seguridad a
ellos también.
Daniel es quien está al volante, vamos directos a su casa.
Cuando llegamos los niños no están, se encuentran en el colegio.
Fátima y las demás nos están esperando. Su marido, al pasar a su
lado la agarra de la mano y la arrastra al salón.
—Nadie te va a juzgar, pero nadie cercano a nosotros está a
salvo. Dinos quién está detrás de eso.
—De acuerdo —acepta ella consciente de la gravedad de la
situación—. Todavía no tenemos todas las pruebas, pero la gente de
Érica logró información que apunta a mi sospechoso.
—¿Hablaste con ella? —pregunto disgustado.
—Sí.
Me gustaría que me hubiera llamado a mí, ella es quien está
desentrañando todo ese misterio y yo siempre me entero por
terceros.
—Bueno, y ¿quién es?
—Es Pelayo.
—¿Cómo?
—Exacto. Las cosas entre él y Amanda no van bien. Los hackers
encontraron informaciones cifradas en su ordenador y cuando
lograron acceder a su contenido era la misma conversación
distorsionada que tenemos, pero todo lo que tenían se autodestruyó
cuando abrieron la grabación.
—Vamos a por él ahora mismo —digo enfadado.
No me puedo creer esta traición. Hicimos de todo por ayudarlo,
éramos asiduos del restaurante de su tía, los apoyamos, estuvimos
a su lado cuando no se lo merecía… ¡Podíamos haberlo metido en
la cárcel cuando agredió a Fátima!
—¿Y qué vais a hacer? ¿Ir a su casa y decirle que tiene que
entregarse porque ya sabemos que es él? —razona Fátima.
Era mi sospechoso y por eso puse un investigador detrás de él.
Estuvieron días vigilándolo, vieron movimientos extraños pero nada
que lo implicara con todo eso. Menos mal que la gente que trabaja
con Érica sabe coger caminos que un ser humano de calle ni
siquiera sabe que existen. No me gustan las formas pero no estoy
en posición de ponerme digno. Tengo que agradecer a Fátima por
estar pensando con la cabeza porque yo pensé exactamente lo que
narro y lo único que conseguiríamos es ahuyentarlo. No tenemos
nada que lo implique como mentor en esa caza de brujas.
Capítulo 30

Érica
Últimamente todo está saliendo mal; tengo obras embargadas
porque mi padrino no es capaz de cumplir con el acuerdo. Mi padre
intercedió por él y me pidió darle un margen de tiempo para reunir la
cantidad restante. De eso ya pasaron dos meses y no tengo noticias
por su parte, le llamo y escribo sin respuesta y eso está acabando
con mi salud. Apenas como, duermo poco dando vueltas en busca
de una manera de salir del embrollo en el que estoy metida. Llevo al
frente de la empresa de mi padre nueve años, la empresa y yo
crecimos juntas, es como su segunda hija y siento que la estoy
llevando a la ruina. Eso me está matando.
De España procuro saber poco, Fátima me escribe y llama con
frecuencia pero no hablamos de Jorge, ella siempre fue muy
discreta y ahora lo es más todavía y lo agradezco. Estoy pendiente
del juicio que tiene por blanqueo. Todavía no dimos con las pruebas
de su inocencia. Desafortunadamente estos documentos no estaban
entre los demás pero al menos los demás cargos los tienen
ganados, tenemos todas las pruebas exceptuando estas.

Necesito descansar un poco. Voy hasta la cocina, preparo un té


de manzanilla y vuelvo a la cama. Me acuesto e, inevitablemente,
cojo el portátil para verificar cómo están las cosas. Estoy
obsesionada con controlarlo todo, solo confío en mi padre y necesito
repasar todo al final del día.
La sonrisa brota en mi rostro al recibir la alerta de Zoom de
Roberto. Abro la aplicación y me encuentro con su sonrisa.
—¿Cómo está la mujer más guapa de todo Brasil?
—¿Solo de Brasil?
—No te pases —dice riéndose.
Es bueno hablar con él. No tocamos temas de trabajo, nos
contamos lo que creemos necesario y se acabó. Solo tuvimos un
momento incómodo cuando me preguntó qué es Jorge para mí y
quién era el hombre por quien lo dejé tirado. Estuvo muy mal irme
con Héctor delante de sus narices pero no me arrepiento, lo volvería
a hacer. Aquella noche hice cosas que siquiera había pensado y
descubrí una faceta mía que me gusta. Pienso seguir explorándola
cuando me quite de encima todos los problemas.
Estamos conversando cuando de la nada me quedo
inconsciente. Cuando vuelvo en mí ni siquiera me acuerdo de lo
último que estábamos hablando y mi nuevo amigo está como loco
del otro lado de la pantalla, llamándome por mi nombre.
—¿Qué ha pasado? —pregunto desconcertada.
—No lo sé, de repente te desmayaste. —La puerta se abre y
miro a ver quién es—. Me preocupé al ver que no respondías y
llamé a tu padre —se justifica él.
Mi padre corre hacia mí y empieza a toquetearme en busca de
no sé qué. Detrás de él aparece su mujer y luego mi madre, que la
hace a un lado y viene corriendo a abrazarme. Ambos tienen el
miedo estampado en la cara y me siento mal por darles ese susto.
—Estoy bien —digo, pero ni yo misma estoy segura de eso.
—No nos des sustos como este, eres toda nuestra vida —recita
mi progenitor.
Mi madre busca a mi padre y nos damos un abrazo de tres. Al
mirar a la puerta veo cómo la esposa de mi padre se limpia una
lágrima y se va al salón. No quisiera estar en su lugar ni por un solo
segundo. Pasado en momento fraternal empieza la pelea, ambos
quieren llevarme al hospital y me niego, fue solo un desmayo por el
cansancio. Si todas las personas que se desmayan van al médico
los hospitales estarían aún más colapsados. Logro que me dejen en
paz cuando les explico el peligro de exponerme al virus; aun así mi
madre intenta traer al médico de la familia pero con la ayuda de mi
padre logramos sacar la idea de su cabeza. Eso sí, me veo obligada
a comer una montaña de comida, Roberto se chivó diciéndoles que
llevo semanas sin comer bien. Cuando se dan por contentos, mi
madre agarra a mi padre por el brazo y se marchan. No sé qué ha
pasado con su mujer, no la he vuelto a ver.

Días después estoy en mi oficina y la secretaria me anuncia que mi


novio está en la recepción. Mi corazón se dispara, hace días que no
sé nada de Jorge. Con Héctor hablo cada dos o tres días pero no es
lo mismo, las conversaciones son forzadas, ambos quieren hacer
preguntas pero ninguno se atreve a da el paso, y con eso no
pasamos más de diez minutos al teléfono pero aun así cada vez que
veo su nombre en la pantalla me alegro, no hay una sola noche en
que no rememore los momentos vividos con ellos.
Me levanto, corro a mi baño privado, me arreglo el pelo, estiro un
poco mi vestido y voy a su encuentro. Fátima me dijo que cuando
menos lo esperara recibiría una sorpresa y… Abro la puerta y la
sonrisa que tenía en el rostro se muere. No es Jorge, tampoco
Héctor. Es Roberto. En su rostro siempre tiene una sonrisa, es
totalmente diferente a ellos. Todos nos miran, porque solo él no se
dio cuenta de mi cambio de actitud. Me recompongo y voy hasta él,
le saludo con dos besos y lo invito a mi despacho; es un espacio
que ya conoce, estuvo aquí en otras ocasiones y quizás por eso mi
secretaria se refirió a él como mi novio.
—¿Cómo hiciste para entrar en el país?
—Tuve que mover cielo y tierra, pero no era capaz de centrarme
en nada y necesitaba ver con mis propios ojos que estás bien.
—¡Míralo tú mismo! —Doy una vuelta exhibiéndome para él.
—Te voy a cuidar, tienes ojeras y adelgazaste.
—No rechazaré mimos. —Le indico que se siente mientras
termino mis obligaciones.
Mientras hago mis cosas él saca su portátil y se pone con su
trabajo, sin molestarme. Algunas veces levanta la cabeza y me mira
con su habitual sonrisa, si no fuera por esos momentos ni me daría
cuenta de su presencia. Las horas pasan con los dos enfrascados
en nuestros quehaceres, yo como siempre me olvido de comer pero
a él no, y me obliga a parar a pedir comida.
Se me hace incómodo cuando descubro que no tiene donde
quedarse y me veo en la obligación de hospedarlo en mi casa.

Cuando Roberto llegó a Brasil dijo que estaría solo por tres días,
pero ya van cinco y sigue aquí. Es agradable tenerlo como
compañero de piso, es peor que mi madre con respecto al orden,
eso sí. Además no me deja saltarme una sola comida. Cada vez que
me quejo por marearme o sentirme mal está a mi lado. Es fácil
convivir con él, ya acepto nuestra realidad y ahora mismo no deseo
que marche. Desde que está en mi casa llevo las cosas con más
tranquilidad, a las diez apago el portátil y nos dedicamos a charlar o
ver vídeos. Entonces, al quinto día de la llegada de Roberto, suena
una videollamada que llevaba mucho tiempo esperando. El corazón
casi se me sale del pecho.
—Hola, Pecas.
Hacía tanto que no escuchaba esa voz llamándome por ese
ridículo apodo… Si hubiera sido otra persona de seguro le hubiera
mandado al infierno, pero en sus labios suena de maravilla.
—Hola, ¿a qué se debe el honor?
—Un pajarito…
—Mi amor, la cena está servida —se oye entonces la voz de
Roberto—. Corre a la mesa, o en caso contrario te la meteré en la
boca por la fuerza.
Las palabras de Jorge quedan el aire y su mirada no oculta el
enfado. Si fuera otro hombre el que ha hablado puede que hasta
disfrutara del enfado de Jorge, pero tratándose de Roberto me
pongo nerviosa; Jorge, desde el primer momento, no lo puede ver.
Aparto la vista por un segundo del ordenador y soy sorprendida por
los labios de mi huésped presionando la comisura de mi boca.
Rápidamente vuelvo a mirar el ordenador. Al otro lado ya no hay
nadie.
—¡¿Por qué hiciste eso?! —pregunto tirando el portátil a mi lado
y poniéndome de pie con furia.
—¿Qué hice? Solo te avisé de la cena como hago todas las
noches.
Este me está viendo con cara de idiota, si la convivencia estaba
siendo agradable es justamente porque teníamos los límites bien
claros, apenas teníamos contacto físico. Y ahora me sale con ese
estúpido beso.
—Sabes muy bien que no tenemos ese tipo de trato.
—Creía que no tenías nada con él —me espeta.
—No tienes que creer nada, no es asunto tuyo. Quiero que te
vayas de mi casa.
Su hasta entonces relajado semblante se pone duro, abre la
boca para decirme algo pero desiste y sale dejándome sola. Me
llevo las manos al rostro y grito de frustración.
Capítulo 31

Jorge
Los días pasados han sido un infierno. Después de oír la voz de otro
hombre dentro de casa de Érica y al ver quién era la sangre hervía
en mis venas y ya no vi nada más. Solo tenía en mente llegar hasta
ella y hacerla pagar por el mal trago que nos estaba haciendo pasar.
Ladré a todos aquellos que se cruzaron mi camino, el único capaz
de soportarme fue Héctor y cuando le conté el motivo por el cual me
encontraba de aquella manera, el siempre tranquilo y controlado
Héctor se puso peor que yo. Quiso ir directo al aeropuerto pero pude
pararlo, sería una pérdida de tiempo, no encontraríamos vuelos con
destino a Brasil, pero sabía quién podría llevarme allí y no lo pensé
dos veces antes de levantar el teléfono y pedirle, no, implorarle que
consiguiera los permisos. No fue una tarea fácil. Tengo restringidas
las salidas del país, estamos montando mi defensa y en Brasil las
cosas están fatal pero todo me dio igual. Ante de la duda de Fátima
en ayudarme llame a todos en una videoconferencia y les expuse
abiertamente lo que estaba ocurriendo. Todos quedaron con la boca
abierta al ver el estado en que me encontraba y más aún al oírme
decir en voz alta cuánto me jodía saber que había otro hombre a su
lado. Rubén fue el primero en darme su apoyo, fueron minutos de
discusión, pero no para disuadirme, eso después de que yo les
abriera mi corazón en ningún momento estuvo en tela de juicio: la
discusión era para encontrar la manera de yo salir del país sin ser
apuntado como una fuga. Fueron tres eternos días hasta lograr
todos los permisos para mi salida de España y entrada en Brasil y
por fin hoy estoy a pocas horas de presentarme en su casa. No
tengo la menor idea de cómo nos va a recibir, pero de una cosa
estoy seguro: nos recibirá aunque me vea obligado a echar el
edificio abajo. Yo no dejo de moverme de un lado a otro dentro del
avión. Héctor, en cambio, es una estatua, no tengo la menor idea del
que está pasando por su cabeza en ese momento y por primera vez
no estoy detrás de él intentando descubrirlo. De los dos el posesivo
soy yo pero la llegada de Érica en nuestras vidas cambió muchas
cosas y estamos teniendo que aprender a convivir y lidiar con ellas
sobre la marcha.
Al ser un vuelo privado, nada más pisar tierra vienen a por
nosotros, les enseñamos la PCR negativa pero aun así nos hacen
otra. Los minutos se hacen eternos, mi portugués no es muy bueno
aunque lo entienda perfectamente gracias a las dos brasileñas de la
familia. Ahora mismo me está entrando taquicardia, estamos en una
sala aguardando los resultados y están hablando de ponernos en
cuarentena. Eso no puede ocurrir.
—¿Qué está pasando? —pregunta Héctor al darse cuenta de la
manera que los miro.
—Ya te lo explicare —le contesto casi susurrando.
No quiero decirle nada en voz alta para no poner en alerta a esta
gente. Ellos de seguro entienden el español, y tal como están las
cosas lo mejor es actuar sumisos. Discretamente escribo a Fátima
contándole, si hay alguien que puede solucionar eso es ella.
Nosotros aquí somos solo unos turistas más.
Después de veinte eternos minutos entra un policía y nos deja
salir. Como no trajimos equipaje, en un momento estamos dentro del
taxi. Entrego al hombre la dirección facilitada por Fátima. Cuando le
pedí ayuda ella no dijo nada, pero sus ojos chispeaban de alegría.
Es una mujer estupenda, nunca tomó partido en esta historia, una
vez tiró de mi oreja cuando me porté como un capullo y me hizo
prometerle que no haría daño a su amiga. Fue la única vez en que
intervino entre nosotros directamente.
En la portería del edificio de Érica no nos miran con buenos ojos.
Ver a dos hombres como nosotros, desaliñados, llenos de tatuajes y
de estilo motero preguntando por la niña rica los hace sospechar.
Nos lleva varios minutos convencer al hombre que, con mucha
reticencia, llama a su apartamento y sin mucha seguridad nos dice
el número a donde ir y nos indica el ascensor. Nos miramos entre
nosotros y rápidamente nos encaminamos en la dirección indicada.
Héctor me toma la delantera y se persona delante de su puerta el
primero. Presiona el timbre. Yo me quedo a un lado fuera de su
vista, estoy muy enfadado y no quiero que sea lo primero que vea
en mi después de dos meses sin vernos. Él, aun estando igual o
más furioso, es más comedido y siempre supimos compenetrarnos
con eso. Siento cómo mi sangre bombea dentro de mí, nunca en mi
vida me he sentido de esa manera y es una soberana mierda. No
me gusta lo más mínimo. Héctor se impacienta y vuelve a llamar,
sus vibraciones llegan a mí y ya no hay nada más que hacer, ambos
estamos fuera de control. El deseo de verla y dejarle claro a quién
pertenece ya ganó a la razón.
Al abrir la puerta y verse de frente con nosotros dos, su rostro
queda del color de su precioso pelo, que está recogido en una
coleta. Está preciosa sin nada de maquillaje, todas sus lindas pecas
están a la vista y resaltando sobre su piel lisa y brillante. ¿Qué hice
bien en la vida para que esa mujer tan perfecta se fijara en mí, un
degenerado, posesivo y exconvicto?
—Hola… —Nos saluda pasando la vista de uno al otro.
—Hola, ¿no nos invitas a entrar? —digo más brusco de lo que
deseaba.
Mira hacia al interior de la casa y se hace a un lado. Nos
adentramos sin palabras, ambos tenemos muy claro lo que venimos
a hacer aquí. Ella ve algo en su sillón y sale corriendo a por el
objeto, lo oculta detrás de su espalda.
—¿Qué es? —pregunto acercándome.
Estoy conteniéndome para no saltar encima de ella y hacer todas
las cosas que están pasando por mi cabeza en ese momento. El
conjunto de falda y top que trae remarca sus curvas y esos dos
malditos meses sin ella me están poniendo a mil. Para colmo está
actuando como un corderito, y eso me está incendiando más
todavía. Sin darse cuenta se encuentra aprisionada entre nosotros;
mientras se centraba en huir de mí, Héctor la rodeó poniéndose
detrás de ella que, al toparse con su duro pecho, lanza el objeto
lejos. Giro mi cabeza intrigado, nos está ocultando algo y vamos a
descubrir de qué se trata. Ya se lo sonsacaremos como sea.
—¿Sabes por qué estamos aquí? —Ella asiente confirmando—.
Pues no estoy nada contento.
—Me rechazaste —dice empinando su respingona nariz. Su
gesto es tan adorable que si no estuviera tan enfadado con ella la
besaría.
Las manos de Héctor ya están sobre su cintura, aprisionándola
contra su cuerpo. Ahora mismo le tengo celos, hace mucho que no
la toco y ver cómo sus cuerpos están pegados y no soy parte de ello
me causa sentimientos que desconocía hasta su llegada a mi vida.
—¿Cuándo ocurrió eso?
Doy otro paso acortando la distancia, Héctor levanta su top
enseñándome su blanca y lisa piel y la mía entra en combustión.
Descarado, va llevando su mano a su pecho. Él me enseña lo que
ya sabía, está sin sujetador. Da un pellizco en su pezón y ella da un
grito, haciendo que mi polla brinque dentro del pantalón. Los tres
deseamos lo mismo, sus ojos son pura lujuria, tiene la piel erizada y
las pupilas dilatadas. La cercanía de Héctor la está torturando, por
más deseosos que estemos no vamos a tener relaciones íntimas
hasta dejar las cosas claras. Se acabaron los juegos, saldremos de
aquí con una decisión para bien o para mal.
—Te propuse quedarte conmigo y me disté la callada por
respuesta.
—No puede existir un tú y yo.
Érica traga y baja la mirada, odio verla hacer eso, es un gesto de
debilidad y ella no es una mujer débil. Si va a entrar en mi vida tiene
que ser fuerte, yo soy un hombre fuerte, me enfrento a todo aunque
tenga todas las de perder. Héctor es mil veces más fuerte que yo,
por eso somos inseparables, y si va a ser nuestra mujer tendrá que
aceptarlo, porque no va a ser fácil: será juzgada y criticada por
muchos porque no pienso ocultarme.
—Érica, ¿qué te pasa? ¿por qué gritas?
Escuchar la vos de ese hijo de puta me llena de odio, pero la
sonrisa brota en mi rostro al descubrirlo desfigurado por verla entre
los brazos de Héctor, que ahora mismo está agarrado de su pecho.
Érica acaba de quedarse sin color. Lo mira con los ojos muy abiertos
pero no hace nada para librarse del agarre de Héctor y eso me
gusta, acaba de apaciguar un poco mi ira. Me estira la mano y no
dudo en aceptar. Tira de mí, eliminando la poca distancia que nos
separaba, y antes de ponerme a su lado beso sus labios. Roberto
está congelado en su sitio, en su rostro hay conmoción, quizás de
verdad está interesado en ella pero esta mujer ya tiene dueños.
—Grito de felicidad por la visita sorpresa de mis novios —
contesta ella, y no la voy a desmentir, somos suyos.
—¿Novios, en plural? —pregunta el muy idiota.
—Sí, novios —contesta Héctor.
—Y ahora puedes ir largándote de aquí —sentencio.
—Pero soy tu huésped —alega mirándola en un intento fallido de
ignorarme.
Su respiración es errática, sé que está afectada con toda la
situación pero repito: una mujer que quiera estar con nosotros no
puede tener miedo o ser tímida. Y cuando sentí que podía perderla
descubrí que quiero todas las mierdas que tienen mis amigos, pero
lo mío es a tres.
—Hora de irte, mis hombres no te quieren aquí.
Si no fuera un hombre con control sobre mi libido ahora me
hubiera venido en mis pantalones, mi polla está pulsando y estoy
seguro por la mirada de Héctor de que él está igual. Dado el giro de
los acontecimientos creo que podemos dejar la conversación seria
para dentro de unas horas.
La cojo en brazos y sigo por el camino de donde supuestamente
salió ese pelele, salgo abriendo una puerta tras otra mientras la
mujer más maravillosa del mundo no hace más que sonreír, feliz con
la situación. Al encontrar su habitación, antes de adentrarme miro
hacia atrás buscando a Héctor y lo descubro enfrentándose al
hombre que quiso robarnos a nuestra mujer. No se están
agrediendo, el gran porte de Héctor está sobre él, es varios
centímetros más alto que Roberto. No les oigo pero tengo una vaga
idea de lo que le está diciendo y firmo debajo.
—Cuando salgamos de esa habitación no queremos ningún
rastro tuyo en esta casa —digo a Roberto.
—Héctor —lo llama Érica estirando la cabeza por encima de mi
hombro.
—Ven, ahora estamos completos. No hagas esperar a nuestra
mujer.  
Capítulo 32

Héctor
Escuchar a Jorge decir esas palabras me hace revivir toda mi vida y
darme cuenta de que no quería nada diferente a esto. Mi vida no ha
sido un camino de rosas precisamente. Me quitaron el suelo de un
momento a otro y tuve que crecer y madurar rápido, pero fui testigo
de cómo es amar y ser amado de verdad. Es todo muy
contradictorio, debería correr en dirección opuesta a todo eso y
hago exactamente lo contrario. Quizás si mi madre hubiera tenido
un amor convencional hoy aún estaría con nosotros pero tal vez no
nos hubiera tenido a mí y a mi hermana ni amado con la intensidad
con la que amó.
Cuando perdí al que creo es mi padre nuestra vida cambió. Mi
madre, que hasta entonces era una mujer feliz y consentida en
todos los aspectos, lo perdió todo. Su perfecto mundo desapareció
de la noche a la mañana y se encontró sola con dos hijos pequeños.
Celia y yo pasamos de tener de todo e ir a los mejores colegios a
apenas tener qué comer. Mi madre hizo miles de llamadas, fue
detrás de sus derechos y nunca obtuvo respuesta, tampoco ayuda.
Mi supuesto padre era un hombre de dinero, pero aun existiendo mi
hermana y yo, dejó todo lo que tenía a su mejor amigo, de esa
manera de la noche a la mañana nos quedamos sin casa y sin la
familia disfuncional pero feliz que teníamos.
Mi madre, al ver que no le iba servir de nada perder sus energías
reclamando nuestros derechos, ya que ellos tenían dinero y poder y
nosotros no teníamos nada, nos sacó adelante como pudo. Como la
mujer aguerrida que era, no rechazó trabajo alguno. Todo lo que
fuera legal y le pudiera aportar alguna remuneración lo hacía, daba
igual si era de limpiadora, cajera, camarera… lo que fuera lo
aceptaba. Nunca permitió que nos faltara nada básico pero ya no
había viajes, juguetes, fiestas de cumpleaños ni mucho menos
golosinas. No pasamos hambre, pero sí tuvimos otras necesidades.
Yo tenía once años y mi hermana dos cuando todo se fue a la
mierda. Aun así nos teníamos los unos a los otros, pero mi madre ya
no sonreía, vivía pendiente de una llamada que nunca llegó. A cada
día que pasaba se apagaba un poco más, ya no era la mujer bonita
y coqueta de antes, se volvió agria, nos prohibió decir el nombre de
las personas que nos destrozaron la vida y día tras día se iba
hundiendo en la depresión. El día en que yo cumplí los diecisiete
años lo pasamos como siempre en familia, sin embargo esta vez fue
diferente, volví a verla sonreír, correr detrás de mi hermana,
enseñarla a maquillase y hacerse peinados con alegría en los ojos.
Celia quedó impresionada con la cantidad de productos de belleza
que tenía nuestra madre y su destreza a la hora de usarlos. Mi
madre me llenó de elogios por buen hermano e hijo y me dio
muchos consejos sin dejar tema por tocar. Por la noche hizo una
extravagancia, pidió pizza y me cantaron cumpleaños feliz. Luego
los tres, felices, nos sentamos en el frío salón de nuestra casa a ver
una película.
A las doce de la noche se levantó a llevar mi hermana a su
habitación. Con lágrimas en los ojos volvió a sentarse a mi lado y
nos quedamos callados, en el fondo de mi corazón sabía que se
estaba despidiendo.
—Hijo, tu hermana y tú sois lo mejor que me ha pasado en la
vida. —Quise decir algo pero las palabras no salían—. Prométeme
que nunca harás daño voluntariamente a una mujer.
—Lo prometo, madre —dije tragando el nudo que tenía en la
garganta.
—Héctor, mi cuerpo ya se rindió.
—¿Qué quieres decir con eso madre?
—Perdóname, hijo. Os amo, nunca dudes de eso. Jamás seré
una carga para vosotros.
No me permitió seguir preguntando, dijo tener sueño, me dio un
fuerte abrazo acompañado de un beso y se fue a acostar. Yo me
quede allí sentado y dejé las lágrimas caer, hasta aquel día solo
estaba resentido con los hombres a los que llamaba padres. Vivía
preguntándome por qué lo hicieron, parecían adorarnos, nos tenían
entre algodones y cuando más los necesitamos nos dejaron tirados.
Aquel día, sentado en aquel sofá, sentí odio por primera vez. Lo que
antes era resentimiento se transformó en rabia. Me juré que sacaría
a mi familia adelante sin pedirle nada, que haría todo que estuviera
en mis manos para que mi madre y hermana fueran felices. Sin
embargo, aquella noche marcó un antes y un después en nuestras
vidas; a la mañana siguiente encontré a mi madre inerte en su
cama. Aquel fue el peor día de mi vida, ni siquiera tuve dinero para
hacerle un entierro deciente. Desesperado, rompí todas las
promesas que hice y, tragando mi orgullo, llamé al responsable de
nuestras desgracias, pero cuando dije mi nombre colgó en mi cara y
no le pude decir lo que había pasado. La familia de mi madre no
quiso ayudarnos, mucho menos hacerse cargo del entierro. La
culpaban por el estilo de vida que llevaba y me dijeron verdaderas
barbaridades sin tener en cuenta mi pérdida y dolor. Estaba tan
destrozado que no colgué, me quedé allí escuchando cómo me
decían de todo. Una vez la persona al otro lado del teléfono se
desahogó y cortó la llamada me hice otra promesa: me juré vivir por
y para mi hermana y sacarla adelante, no permitir que nadie la
hiciera daño. Y fallé.
Todo fue un caos, apareció una trabajadora social que en ese
mismo momento nos separó. Fue horrible. Celia se agarró a mi
implorándome que no la dejara. Las personas que vinieron a por
nosotros no nos trataron mal, pero tampoco tuvieron tacto a la hora
de decirme que no podía quedarme con ella. Le juré que la iba a
recuperar y lo hice aunque mucho más tarde de lo que me hubiera
gustado. No supe qué pasó con el cuerpo de mi madre hasta años
después cuando descubrí que el Ayuntamiento tiene una partida
para estas cosas y una vecina se ocupó de que se hicieran cargo
del entierro.
Estuve en un piso de acogida hasta cumplir los dieciocho años,
situación distinta a la de mi hermana que estuvo bajo la tutela del
gobierno en un internado hasta que se fugó. Mientras mis
compañeros de piso salían a delinquir o drogarse yo buscaba
medios de ganar dinero legalmente. Con la ayuda de una voluntaria
pude ahorrar y cuando cumplí la mayor edad lo primero que hice fue
alquilar un piso, buscarme un trabajo con contrato e ir a por mi
hermana. La sorpresa fue que no daba con ella, tardé más de tres
años en dar con su paradero. Era como si no quisiera ser
encontrada y cuando por fin logré verla mi alma se cayó al suelo. No
había nada en ella de la niña de la que me separaron a la fuerza: a
punto de cumplir los quince años era una gótica cutre con piercings
y tatuajes mal hechos. Tuve ganas de llorar, pero mantuve el tipo.
No fue fácil llegar a ella, estaba totalmente descontrolada. Se
encontraba en un internado en Algeciras, se había fugado de Madrid
con unos amigos y la pillaron allí. No se negó a verme, pero cuando
le hablaba era como hacerlo a una pared, me preguntaba cómo
había llegado a aquello. Intenté de todo para obtener su custodia sin
éxito, seguía al pie de la letras los pasos que ellos marcaban y al
final siempre había una minucia que frustraba el trámite. Me estaba
volviendo loco, no sabía por qué estaba pasando aquello, aunque
más tarde descubrí el motivo: su archivo estaba cambiado. Mi vida
era trabajar e ir a visitarla, y eso solo cambió cuando Jorge irrumpió
en mi vida.
Él intentó hacer parecer que fue de manera casual, pero después
de vivir casi en la calle y aprender a mirar siempre a mi espalda, no
tardé mucho en darme cuenta de que un niño pijo estaba detrás de
mí. Cuando él forzó un encontronazo casi le partí su cara bonita,
pero el pijillo también era duro; nos golpeamos pero al final él logró
salirse con la suya. Se transformó en un verdadero incordio, por
más que lo echaba de mi lado solo lograba verme libre de él cuando
estaba en la universidad.
Me seguía a todos lados cuando no tenía que estudiar y un día,
sin darme cuenta, me vi rodeado de pijos. Me presentó a todos sus
amigos y me cayeron bien, son buenas personas, pero mi aversión
a su mundo me hizo no querer involucrarme demasiado con ellos.
Jorge y yo cada vez pasábamos más tiempo juntos y a veces
también con ellos, aunque yo ponía distancias. Él intentaba saber
más sobre mí y cada vez que intentaba fisgar yo lo echaba de mi
lado. Con el pasar del tiempo me di cuenta de que sus amigos eran
los que mantenían a Jorge a raya, no sabía por qué pero cargaba
consigo mucha ira. Éramos dos almas rotas. Pedro a veces era un
verdadero coñazo, siempre estaba mirando por nosotros, nos
aconsejaba y protegía de nosotros mismos. Por aquel entonces
éramos una mezcla tóxica el uno para el otro y sin intervenir
directamente nos hizo encontrar nuestro camino que, sin yo saberlo,
siempre estuvo trazado.
Por donde íbamos, ligábamos, pero un día ocurrió: nos
interesamos por la misma chica. Yo no quería perder al único amigo
que tenía y sin saberlo él pensaba lo mismo. Eso nos unió más,
pero a donde íbamos la veíamos e inevitablemente recordé el estilo
de vida de mi madre, lo feliz que ella era, y quise saber si eso existía
de verdad, la felicidad. Esa noche todos estábamos divirtiéndonos y
ya un poco pasados de copas. La chica no dejaba de mirarnos,
sabía que en la universidad Jorge ya había hecho un poco de todo,
pero no sabía hasta dónde había llegado. De uno en uno, los
amigos pijos de Jorge se fueron yendo con sus ligues del día hasta
quedarnos él y yo. Recuerdo aquella conversación como si hubiera
sido ayer.
—¿Alguna vez tuviste sexo a tres?
La manera en que me miró no tuvo desperdicio, creo que quería
gritar a todo pulmón que no era gay, pero mantuvo el tipo.
—¿A qué viene eso?
—Contéstame.
—Puede.
Me humedecí los labios y sus ojos fueron a mi lengua, me reí
porque él no era ningún tonto pero estaba lejos de haber visto y
vivido las mismas cosas que yo. Mi siguiente paso fue arriesgado,
pero nada en mi vida desde la muerte de mi «padre» era seguro,
estaba necesitado de sentir y en aquel momento mi cerebro me
empujaba a hacerlo aun sabiendo que las consecuencias podrían
ser muy crueles para mí.
—María —llamé a la chica.
Ella vino hasta nosotros, toda coqueta. Ya la había investigado,
no era ninguna florecilla delicada, tenía mucha experiencia y lo que
le iba a proponer seguramente no era nuevo para ella. El deseo, las
ganas de probar algo que a semanas venía rondando en mi cabeza,
ganó a la razón. Puedo decir con toda culpabilidad que fui yo quien
arrastró a Jorge a este estilo de vida el cual él abrazó con brazos
abiertos. Ella llego delante de nosotros y se posicionó justo en
medio, como si supiera lo que estaba por venir. Con descaro, tiré de
ella y la puse a besar a Jorge que con la mirada puesta en mí le
comió la boca. Yo en ningún momento solté la mano de ella, cuando
él se alejó de María para respirar tiré de ella y la besé. El brillo que
vi en sus ojos fu el pistoletazo de salida para toda una vida de
lujuria, pero ahora mismo estoy muerto de miedo porque hasta la
llegada de Érica en nuestra vida solo había noches locas de mucho
sexo sin compromisos. Derribamos barreras, desvelamos secretos
dolorosos, superamos obstáculos, siempre siendo él y yo contra el
mundo. Yo siempre soñé con formar una familia, no obstante, ahora
el miedo a revivir el dolor de mi madre está taladrando mi cabeza.
No sé si podría, no me creo tan fuerte como lo fue ella.
—Ehh…, no vayas por ahí —me reprende Jorge como si me
leyera la mente.
Me separo del mequetrefe de Roberto y voy a su encuentro. Sé
que él no me hará lo mismo que me hicieron ellos; nuestra unión es
eterna. Él dio la espalda a su gente y escogió mi pequeña familia.
Yo nunca quise saber cuál de los dos es mi padre, los odio a ambos,
pero mi hermana sí quiso saberlo. Aquel monstruo tiene una nieta
maravillosa y no la conoce, mi hermana pasó por un infierno y los
que estuvimos a su lado fuimos nosotros dos. No sé qué hubiera
sido de mí sin mi hermano.  
Capítulo 33

Jorge
El verlo con esa mirada me destroza, sé a la perfección lo que está
pasando por su cabeza. Se siente culpable por, según su mente,
haber dejado a Celia vivir aquella dura vida. Ella se fugó del orfanato
se mezcló con gente que no debería. Se transformó en una niña de
difícil trato, ninguna familia se quedaba con ella, y a medida que iba
creciendo solo empeoraba su situación. La gente quiere adoptar
bebés y que sean perfectos y dóciles, dos cosas que Celia no era. A
Héctor le costó conseguir su custodia y lo logró gracias a Pedro, que
pidió a su padre ayudarnos con el asunto. Me costó ganarme su
confianza y que me contara la dificultad que estaba teniendo para
recuperarla, aun hoy en día se recrimina por no haberlo hecho
antes. Al oír todos los problemas que estaba teniendo no me quise
hacer el héroe, pedí directamente la ayuda a mi amigo, y su padre,
en pocos meses, la sacó de allí, pero para algunas cosas ya era
demasiado tarde. A las pocas semanas de estar con él y con la ira
en su punto álgido descubrió estar embarazada.
Acercarme no fue tarea fácil. Héctor era pura rabia, desconfianza
y dolor. En mi vida había querido proteger a alguien como a él, pese
a tener menos edad. Aunque la diferencia es poca al conocer su
historia sentí la necesidad de protegerlo, de hacerle la vida más
fácil. Me costó reunir el valor para revelar quién era en verdad. Fue
un año y siete meses de acecho y mucha perseverancia por mi
parte. Es una persona orgullosa. Enseguida supo que no veníamos
del mismo mundo y al conocer su situación intenté ayudarlo. Dejé de
hacerlo por las malas, se negaba a aceptar que le pagara siquiera el
café. A Héctor y a Celia les fueron negado todo lo que nos sobraba
y aun así salieron adelante con honestidad, esfuerzo y mucha
perseverancia. Cada vez que intenté usar mi dinero con ellos los
alejé, y al darme cuenta dejé de hacerlo. Con lo único que no puso
resistencia fue con la ayuda para recuperar a Celia, luchó con uñas
y dientes y yo estuve a su lado y aun así no me permitió conocerla
mientras estaba en el orfanato.
Nuestra historia es dura, ninguno se mereció pasar por todo
aquello. Aun hoy mi padre niega haber mantenido una relación con
su madre, por eso lo odio. No puedo mirarlo a la cara sin ver las
lágrimas en los ojos de Héctor al no poder cuidar de su hermana,
por verla en las condiciones en que se encontraba y cuando la
descubrió embarazada a los dieciséis años de un tipo cualquiera se
derrumbó, fue la única vez que lo he visto llorar. Ella nunca supo
cuánto sufrió él culpándose por algo que no le corresponde. ¿Cómo
podré perdonar al responsable de eso? Es verdad que mi tío dejo su
herencia a mi padre, pero no como beneficiario universal. No sé en
qué condiciones redactaron aquel documento; está lleno de
ambigüedades de las cuales mi padre se beneficia y, por más que
quiera hacer justicia, salvo que exponga toda la familia pidiendo al
presidente del tribunal supremo un test de paternidad, la
exhumación del cadáver de su mejor amigo para extraer ADN y
cotejar los cromosomas, no tengo cómo reclamar los derechos de
ellos. No hay un solo día en que no me martirice con eso. No hago
uso de mi herencia paterna, tengo mucho, pero fue dejado por mi
abuelo paterno. El hombre se murió creyendo que soy su primer
nieto, hasta eso se lo quitó mi padre a Héctor. Estoy seguro de que
si mi abuelo estuviera vivo y se enterara de esa historia Héctor y
Celia jamás hubieran pasado por tantas penurias. Pero no me iré de
este mundo sin que haya encontrado la manera de que reciban lo
que les pertenece por derecho. Ya no es la cuestión financiera, son
felices con sus vidas y saben que pueden contar conmigo para lo
que sea, es por dignidad y satisfacción personal. Mi padre se cree el
dueño de la verdad y razón y voy a demostrar que no lo es.
Héctor vuelve en sí con mi réplica. Sus ojos se encuentran con
los de Érica, la forma en que ella lo mira es distinta a como me mira
a mí, es como si conociera sus carencias, es toda ternura. Echa una
última mirada a Roberto y viene detrás de nosotros.
—Somos un pack —digo parado al lado de Héctor.
—Lo quiero completo, con sus fantasmas, problemas y
posesividad —contesta ella segura de sí misma.
Tengo miles de preguntas, a ella ese estilo de vida puede
afectarle de muchas maneras, pero ahora no puedo lidiar con ello, lo
único que tengo en mente es mi deseo de poseerla.
—¿Él te tocó? —le pregunta mi hermano y ella niega con la
cabeza—. Bien.
Mira hacia a los lados buscando el baño, al ver dónde fija sus
ojos me adelanto dejándoles algo de privacidad y voy a prepararnos
un baño. Será bienvenido, fueron muchas horas de estrés. Rebusco
entre sus cosas hasta encontrar lo que deseo, lo dejo todo
preparado, me desnudo y voy a por ellos. Los encuentro besándose.
La abrazo por detrás y voy deslizando el tirante de su top, dejando
besos por su hombro. Ambos la estrechamos entre nosotros,
deseamos el baño, pero ninguno quiere apartarse. Héctor la gira y
me la ofrece. Antes de tomar sus labios la miro, tiene cara de ángel,
aun siendo una mujer hecha y derecha derrocha inocencia y no
siento remordimiento por corromperla. Pellizco su pezón y busco
sus labios, mientras el gran cuerpo de mi hermano se agacha y le
quita la falda. El tanga está perdido entre su redondo culo y Héctor,
sin poder ni querer contenerse, le da un mordisco. En ese momento
quiero todo de esa mujer, quisiera poder estar en todos sus
agujeros, besar todo su cuerpo, lamerla y llenarla de caricias, pero
para su suerte somos dos y ambos somos sus esclavos, nuestro
deber de ahora en adelante será hacerla feliz y darle placer. MI polla
está llorando por ella, me muero por decirle mil ordinarieces
mientras me entierro en su cuerpo pero voy a contenerme, ya habrá
tiempo. Hoy haremos que sea especial.
Nos metemos en el jacuzzi y la dejo entre los brazos de él. Lo
prefiero, tengo miedo a no contenerme y me enciende ver cómo la
adora. Érica no tiene idea de lo afortunada que es de que un
hombre como Héctor se haya enamorado de ella, tendrá lo mejor de
los dos mundos. Despacio le lava el pelo, la acción me parece tan
sensual que agarro mi pene, estrangulando su redonda y ancha
cabeza, y lo meneo.
—Tócate mientras él te baña —ordeno.
Su pequeña mano se va deslizando por su cuerpo en dirección a
su intimidad. Me arrepiento de haber echado espuma, eso me va a
privar de ver cómo lo hace y no me gusta la idea. No quiero perder
nada, quiero ser testigo o responsable de cada uno de sus gemidos.
Apago el jacuzzi, abro la ducha con efecto cascada y le ofrezco
la mano para que se levante. Juntos nos metemos debajo. Mientras
la aclaro Héctor ya está fuera con la toalla, listo para secarla. Se la
entrego y despacio va secando cada centímetro de su cuerpo.
—Déjame secarte —le pide Érica extendiendo la mano a él, que
se la entrega. Sus deseos siempre serán órdenes para nosotros.
Cojo otra toalla y me pongo a recoger las descaradas gotas que
resbalan por su cuerpo sin nuestro consentimiento mientras ella lo
seca, ambos estamos que explotamos de deseo pero tenemos
miedo a asustarla. Con solo mirarnos sabemos qué ronda por
nuestras cabezas. Nuestro sexo es sucio y duro, siempre nos
contuvimos con ella y hoy no sabemos si seremos capaces de dejar
salir cómo somos en realidad.
—¿Qué esperas de este día? —le pregunta Héctor.
—Poder demostraros que soy digna de los dos.
—¿Has estado investigando sobre relaciones a tres? —pregunto.
Conozco bien ese mundo y está de moda deslumbrarse por ese tipo
de relación sin saber lo que conlleva pertenecer a dos hombres que
te veneren. No es solo sexo, tiene que haber confianza por encima
de todo, complicidad y responsabilidad, y no todo el mundo tiene
eso en claro a la hora de decir sí, por eso terminan mal.
Me hace gracia cómo aun estando excitada pone los ojos en
blanco al igual que una niña pequeña. Yo arqueo una ceja y la
observo, su actitud conmigo es adorable. Al ver cómo la miro se
pone roja.
—Por tu reacción daré por hecho que sí, así que vamos a follar
tu culo, y cuando estés acostumbrada a tener a uno de nosotros
enterrado aquí detrás —digo agarrando su nalga—. El otro entrará
dentro de tu apretado coño.
—¿Estás de acuerdo con eso? —pregunta Héctor mirándome
mal.
No entiendo por qué lo hace, soy sucio y me encanta, y haré de
ella una mujer sucia, que me diga todas sus fantasías, que exija su
placer.
—Sí.
Joder, es perfecta. En la habitación la tumbamos, ambos
empapamos nuestras manos en aceites aromáticos y empezamos a
masajear su cuerpo de manera sensual. Acaricio su orificio, que se
contrae al sentir mi cercanía.
—Relájate, de lo contrario te dolerá.
Héctor abre sus piernas y se mete en el medio, su lengua se
pone a trabajar mientras yo sigo en su ano. Logro traspasar el
primer anillo con un dedo y poco a poco lo voy dilatando.
—No te imaginas lo apretado que está aquí atrás —digo presa
del deseo.
—Es tuyo —revela ella con voz ronca.
—Lo voy a follar hasta caerme.
—Hazlo…
—Todavía no.
Mi hermano junta su dedo al mío dentro de su orificio, sus
gemidos suben cada vez más de volumen, nuestros movimientos los
siguen. La trabajamos hasta sentir que entran y salen sin dificultad.
—Ya estás lista, Pecas —le advierto para que sea consciente de
lo que viene—. Héctor, ve tú primero, eres más grande que yo, pero
yo soy más grueso y le puedo hacer daño.
Me tumbo a su lado para tranquilizarla, sabemos que intentó
tener sexo anal hace mucho y no fue una buena experiencia por lo
que deseo demostrarle que el fallo estaba en su pareja. Puedo
sentir su nerviosismo.
—¿Estás segura? Jamás te haremos algo que no quieras.
—No hago más que soñar con los dos dentro de mí, es solo
nervios —dice con dificultad a causa de la excitación.
Es adorable, vuelvo a ver a la niña tímida de siempre, pero no la
quiero en nuestra cama.
—Si te duele, dinos y paramos en el momento —dice Héctor.
Unto mi dedo en la crema y la voy esparciendo por su ano. Miro
a Héctor, que está listo, esperando por ella. No tengo prisa, vuelvo a
introducir mi dedo dentro de ella pero ahora con bastante crema
para ayudar en la penetración y le chupo los pezones mientras la
estimulo. Dos inquietas manos le acarician, Héctor no aguanta estar
de espectador, tiene la misma necesidad que yo de tocarla. Cuando
vemos que ella es todo gemidos, él vuelve a su posición. Yo, sin
dejar de acariciarla, la saco de la cama y la conduzco hasta él.
—Tú tendrás el control en todo momento, irás sentada sobre mí
a tu ritmo —le susurra él tomado por la lujuria.
Ver cómo ella lo agarra y lo dirige a su orificio, dejando su cuerpo
resbalar poco a poco sobre su longitud, es lo más excitante que he
visto en mi puta vida. A veces para, toma aire y como toda una
campeona va bajando sobre la polla de su hombre.
—Joder, Jorge, no quiero salir de aquí en mi puta vida.
Las palabras de él la animan y deja caer su peso sobre toda su
longitud. No me aguanto y empiezo a cascármela, y es lo mejor, no
puedo llegar a ella con las ansias que tengo ahora mismo.
—Fóllala de una vez que no veo la hora de estar dentro de ella.
—Me arrepiento de mis palabras al ver su cara de dolor —. Pecas,
si no estás disfrutando no lo hagas, no te dejaremos por eso.
Me llama y cuando me acerco agarra mi polla, agacha la cabeza
y lo traga al mismo tiempo que empieza a cabalgar a Héctor, que se
vuelve loco. Su ritmo va aumentando, para no follar su boca con
alevosía llevo mis manos a mi cabeza y la dejo marcar su ritmo. Es
la mejor puta mamada de mi vida. Mirar abajo y verla ensartada en
él y mi polla desapareciendo en su boca es el puto paraíso. Todos
nos vamos animando, en su cara ya no hay dolor. El dedo de mi
hermano está trabajando su clítoris mientras ella lo cabalga y mi
cadera ya tiene vida propia, a cada segundo que pasa siento mi
orgasmo más cerca pero no quiero venirme en su dulce boquita,
quiero dejar mi leche en otro sitio y ya es hora de ir a por lo que es
mío. Doy un leve empujón a Héctor y él se tumba. La acuesto sobre
él, agarro mi pene lubricado por su saliva y lo introduzco dentro de
su diminuto canal.
—Joder, joder y joder.
Pierdo el control y empiezo a embestirla con ganas. Ella no hace
más que pedirme más, está hecha para nosotros. Gira su cabeza y
besa a mi hermano, si no lo conociera diría que va a llorar.
—Voy a correrme dentro de tu coñito, Pecas.
Las embestidas de él también se hacen más audibles y,
jadeando, se corre dentro de ella, ninguno nos apartamos hasta que
las últimas gotas de nuestro placer se hospedan dentro de su
cuerpo. Cuando todo termina, ya flácido, salgo de ella. Héctor se
resiste a hacerlo, se arrastra al medio de la cama llevándola con él
mientras voy al baño a por la toalla para limpiarla, pero ella me lo
impide.
—No, quiero dormir entre vosotros, con vuestra esencia dentro
de mí.
Capítulo 34

Érica
Despertar entre esos dos hombres es la mejor sensación del
mundo. No es la primera vez, cuando estábamos en España lo
hicimos unas cuantas veces pero nada comparado a esta mañana.
Ahora me siento segura, tengo la certeza de que nos pertenecemos.
Muchas veces los actos dicen y hacen más que las palabras.
Vinieron a reclamarme como suya y me demostraron con cada
beso, toque y gesto que ellos también son míos. Ninguno de los dos
querían dejarme salir de la cama. Después del alucinante sexo que
tuvimos tengo la sensación de que me desmayé, pero no me duró
mucho, me desperté con uno agarrado en mi pecho y el otro entre
mis piernas. Tengo el cuerpo todo dolorido de la maratón de lujuria,
pero estoy segura de que en mi rostro hay una sonrisa perpetua
estampada. Muchas veces me pregunté si merecía la pena luchar
por conquistar a alguien que ni siquiera parece saber que existes y
hoy digo que fue una de las mejores cosas que hice en mi vida: lo
conquisté y él trajo a mi vida a Héctor, los tres nos necesitábamos y
no lo sabíamos.

En la empresa tengo a todos desconcertados, nadie entiende mi


estado de alegría justo cuando el mundo está cayendo sobre
nuestras cabezas. Tengo la mente en mi trabajo pero no puedo
cerrar los ojos, porque si lo hago recuerdo a los dos dioses griegos
que tengo en mi casa esperando por mí y esta vez de verdad, no
solo un calentón. Ambos querían hablar, pero el deseo habló más
alto. Después de recibir el mejor desayuno en la habitación,
mientras yo comía lo que había en la bandeja ellos me comían a mí.
Tuve que luchar para abandonar la cama. Fue una disputa a muerte
contra mis deseos pero conseguí escapar de sus brazos y de mi
propia pasión. Finalmente salí corriendo a arreglarme para no
sucumbir y quedarme en la cama recibiendo sus mimos, tenía
obligaciones que atender. Antes de cerrar la puerta tras de mí
dijeron que hoy hablaríamos y dejaríamos las cosas claras, y eso
espero. Tenemos mucho que contarnos, tengo mil preguntas que
hacerles y mil dudas más rondando en mi mente. Entre ellos hay
algo especial pero no sé qué es, y no quiero quedar fuera.
A media mañana todo se transforma en un caos, una de nuestras
obras se vino abajo. Todavía no sé si hay muertos pero tengo a
varios operarios graves en el hospital. Mi padre está ladrando de un
lado para otro, es uno de sus proyectos estrella, su renombre como
arquitecto lo avalaba allá donde fuera y esto es una mancha en su
currículum. Nunca nos pasó nada remotamente parecido, mi sonrisa
se apagó y ahora estoy detrás de respuestas. Después de tales
acontecimientos el retraso será de años, la entrega del edificio
estaba fijada para dentro de ocho meses, pero eso es lo que menos
me preocupa, el dinero no me va a faltar, pero no puedo dormir con
la responsabilidad de muertes sobre mi conciencia. Espero que no
las haya.
—¿Qué haces aquí? —pregunto asustada al ver a Roberto entrar
en mi despacho.
—Tu secretaria todavía cree que somos novios y me dejó pasar.
—Nunca lo fuimos. ¿Qué haces aquí? —insisto alterada.
—Vi en la televisión la noticia y vine enseguida.
Me siento mal al ver preocupación en sus ojos, desde el primer
momento solo quiso ayudar. Necesito un hombro amigo, desde que
conocí la noticia del derrumbe a una hora atrás no tuve tiempo para
pensar en nada. Estuve de un lado a otro con el teléfono en el oído
exigiendo respuestas y soluciones sin éxito, pero nada funciona. Mis
ojos empiezan a quemar y, sin mi consentimiento, las lágrimas
empiezan a escurrir por mi rostro. Roberto rodea mi mesa y me
aprisiona entre sus brazos. El sollozo me estremece por completo.
Desde hace unos meses nada sale bien, todavía no he logrado
recuperar el dinero para devolver a mi madre el préstamo, ahora
esto…
—Puedes contar conmigo, si hace falta te hago un préstamo.
—No le hace falta tu dinero. —La posesiva voz de Jorge me hace
dar un salto lejos de mi amigo que me mira dolido, quisiera ser
valiente y decirles que no voy a dejar su amistad por ellos pero sé
que jamás lo haré. Amo a Jorge y he pasado mucho tiempo
recibiendo como respuesta su indiferencia, ahora no solo le tengo a
él, tengo también a su otra mitad, la cara opuesta a lo que él es, y
los quiero a ambos. Y si es necesario renunciar al resto del mundo
por estar con ellos lo haré. Todo en la vida tiene un precio, y si este
es el que tengo que pagar para estar con los hombres que quiero lo
pagaré encantada. Me niego a vivir como mi madre. Es una mujer
guapa e inteligente pero no es feliz, porque valora más su estatus
que su felicidad y por ello se niega a estar con el único hombre que
amó en toda su vida.
—Eso lo decidirá ella. Llevo aquí casi media hora, ¿dónde
estabais vosotros? Ella siempre será lo primero en mi vida.
—Pero tú en la de ella no —contesta Héctor.
Me sorprende oírlo hablando así, Héctor siempre es el más
tranquilo, el que controla a Jorge a falta de la presencia de Pedro,
pero ahora las tornas se invirtieron, es Jorge quien está
tranquilizando a Héctor que claramente desea saltar encima de mi
amigo.
—Montañas más grandes se vinieron abajo —se burla Roberto.
—Pero esta montaña es demasiado grande y sólida para ti —
digo y voy en dirección a mis hombres, que me reciben en sus
brazos.
Todo iba bien hasta sentir en sus palabras el tono desdeñoso.
—Cuando ese criminal esté entre rejas y ese fracasado se quede
sin nada ya vendrás a mí. —Sus palabras hacen caer la venda de
mis ojos y veo una oscuridad en él que antes no estaba allí.
No disfruto haciendo daño a la gente, pero ahora mismo desearía
ser lo suficientemente valiente para cruzarle la cara. Pero odio la
violencia por lo que tomo otro camino.
—Seguridad —llamo. En segundos, mi equipo personal de
seguridad está en mi despacho—. Acompañen al caballero hasta la
salida. De hoy en adelante él tiene la entrada prohibida en mi
empresa y en mi casa.
Toda la oficina es testigo de cómo se lo llevan, nadie dice nada
pero será tema de conversación en los pasillos durante semanas y
de seguro se estarán preguntando quiénes son los dos hombres con
pinta de moteros chungos que me flanquean. Estoy segura de que
no pasará mucho tiempo hasta que mis padres irrumpan en mi
despacho en busca de respuesta.
—Sacadme de aquí —les pido con un hilo de voz.
Necesito alejarme y mi mente no piensa en otra cosa que en los
heridos del accidente del edificio. Con ambos agarrados de la mano
abandono la empresa. No dejo instrucciones, no aviso nada; solo
me voy. Dentro de unas horas volveré, no voy a dejar a esa gente
tirada, pero ahora necesito desconectar.
Minutos después entramos en el Copacabana Palace. Los miro y
Héctor se encoge de hombros, Jorge enseña su preciosa sonrisa y
dice:
—Fue Fátima quien reservó.
En pleno zaguán de uno de los hoteles más importantes de Brasil
agarro el rostro de Jorge y le doy un beso, luego me giro, agarro el
de Héctor y hago lo mismo. Todos nos miran pero no me importa,
nada me importa si los tengo a mi lado.
Llegamos a la suite, me sientan sobre la cama y a los pocos
minutos estoy siendo llevada en brazos hacia el baño, voy a acabar
acostumbrándome a eso de que me carguen de un lado a otro. Con
suma delicadeza me desnudan y se ocupan de lavar cada rincón de
mi cuerpo. No digo nada, me dejo hacer. Cierro los ojos y me
desconecto de todo, solo disfruto de las dos manos ocupándose de
mimar mi cuerpo. Al volver a la realidad me encuentro en la cama
entre ambos. En tan poco tiempo ya me di cuenta de las
necesidades de cada uno de ellos, Héctor necesita ver todo el
tiempo con sus propios ojos que estoy bien y Jorge necesita tener el
control. El aliento con olor a menta que tengo sobre mis labios es
del motero más caliente que he conocido, pero basta con girarme un
poco y tengo detrás de mí al abogado más sexi y posesivo de toda
España, con solo una mirada suya tiene a su amante realizando sus
deseos.
Quiero tener esa conversación pero tengo miedo, no conozco la
relación de ellos dos, y me preocupa el papel que me van a dar en
ella, aunque sé que ya estoy perdida: sea cual sea lo aceptaré.
—¿Cuándo volvéis a España?
Me voy por las ramas, no era esa la pregunta pero mi cobardía
no me deja ir directa al asunto.
—Dentro de dos días —contesta Jorge.
—¡¿Tan pronto?!
—¿Vienes con nosotros? —me propone Héctor.
—No puedo, mis negocios me necesitan.
Al decir eso siento cómo mi corazón se hunde, de seguro
pasarán meses antes de poder estar juntos nuevamente. Ninguno lo
tenemos fácil para estar cruzando el océano en esos momentos.
—Encontraremos la manera de que funcione —afirma Jorge.
—Muy bien, pero ¿qué pinto en medio de vosotros dos? —Por fin
reúno coraje y suelto las palabras.
Se hace el silencio y ambos se ponen boca arriba, mirando al
techo. Temo haber dicho algo indebido, rebusco en mi memoria y no
encuentro nada, es horrible estar todo el tiempo con miedo de
cometer errores. Nos queremos, tengo certeza de ello aunque no lo
hayan dicho, pero no hay confianza entre nosotros, no hay fluidez y
no sé si puedo vivir así. El saber que ellos están durmiendo juntos
día tras día mientras sigo aquí sola será muy difícil.
—Eres la pieza que nos faltaba —afirma Héctor.
—Creo que llegó el momento de tener esa conversación —digo
con firmeza.
Ambos se ponen tensos y se comunican con la mirada, es
desconcertante. Los dos son hombres reservados y la incomodidad
es notoria, empiezo a dudar si realmente quiero hablar de esto
ahora, si es realmente necesario. No deseo hurgar en heridas
cerradas, empiezo a creer que detrás de esa reacción hay algo
doloroso para ambos y si es así, no voy a presionarlos. Cuando
ellos lo consideren ya me lo contarán.
—¿Por dónde quieres empezar? —comienza Jorge mirando a su
amante. Dudo si seguir adelante, pero Héctor me anima a preguntar.
—¿Desde cuándo sois pareja?
Ambos empiezan a reírse, al principio me contagio y sonrío
también pero con el pasar de los segundos sus risas se transforman
en carcajadas y ya no me hace gracia, están riéndose de mi cara y
no es agradable. Me levanto para irme pero no llego a moverme de
mi sitio, ambos se lanzan sobre mí y me sientan entre ellos.
—¿De dónde sacaste que somos pareja?
Oh, mierda… es verdad, lo único que vi fueron dos hombres muy
masculinos desnudos. No… Héctor le llamó «amor» y dijo echarlo
de menos en la cama. La confusión se adueña de mí, realmente
estoy en medio de un juego sin conocer las reglas y eso no me
gusta.
—Lo tengo en mente desde la primera vez que os vi juntos. —
Digo la verdad, si deseo una relación con ellos debe ser sincera.
—Arriba había una chica, estábamos…
—No quiero saber. —Con solo imaginar sus siguientes palabras
los celos me comen—. ¿Qué sois entonces?
Se hace el silencio, ninguno dice nada. Alterno la mirada entre
uno y otro esperando a ver qué van a decir. No tengo motivos para
no creerles, nunca los vi tocarse íntimamente ni tener actitudes
sexuales el uno con el otro.
—Hermanos —suelta Héctor.
—O eso creemos —refuta Jorge.
Pero ya no tengo la atención puesta en ellos, en mi cerebro se
está repitiendo la frase de Héctor una y otra vez. ¿Cómo es posible
eso? Sus vidas son totalmente dispares, no encuentro parecido
entre ellos aunque eso no es indicativo de nada. Jorge tampoco se
parece a sus otros hermanos.
—No estoy entendiendo… —digo confusa.
—Nuestros padres tenían el mismo estilo de vida que nosotros —
aclara Jorge.
—Pero no somos como ellos, jamás te dejaremos. Aun el mundo
se venga abajo estaremos a tu lado si nos aceptas —afirma con
rotundidad Héctor.
Héctor está como en trance, hay miedo en sus palabras. Tengo
miles de preguntas, si antes las tenía ahora tengo más, pero él está
demasiado afectado. En sus ojos veo miedo, no sé a qué, pero está
ahí y no me gusta. Llamadme loca, pero me gustan posesivos. Sé
que no cortarán mis alas pero quiero que ellos sigan teniendo el
control y ese hombre que tengo delante no lo tiene.  
Capítulo 35
Jorge
Ya tenemos un pie en España y todavía no hemos podido superar
nuestra charla. Érica, al procesar la noticia de nuestro parentesco,
empezó a hacer preguntas y Héctor colapsó. No tengo ni idea de
qué le pasó por la mente, desde aquel día es otra persona. Delante
de ella actúa normal, pero tampoco está teniendo que hacer muchos
esfuerzos, el trabajo la tiene absorbida. Nos pidió esperar por ella
aquí, no hizo falta dar una razón, no es momento de tener que lidiar
con su madre, aquella mujer cuando vea las pintas de mi hermano
se volverá loca y es lo último que mi pelirroja necesita. Por eso la
esperamos en casa. Después de saciar un poco su curiosidad volvió
a trabajar y no llegó hasta bien entrada la noche, estaba tan
cansada que apenas interactuamos. La obligamos a comer y nos
acostamos los tres juntos y ahí se acabó nuestra interacción, la
noche pasada fue lo mismo y hoy nos toca marchar.
Las cosas entre nosotros creo que están claras, ella nos escogió
por encima de aquel mequetrefe y desde el incidente en la oficina de
Érica no hemos vuelto a saber de él. Ojalá sea para siempre,
aunque la manera en que la miraba no era de un hombre que piensa
rendirse.
Necesito con urgencia saber qué recuerdo saltó en la mente de
Héctor para poder ayudarlo. Él siempre se negó a aceptar ayuda
psicológica, le cuesta mucho abrirse y algo le está consumiendo.
Nuestra hermana Celia, cuando descubrió que estaba embarazada,
aceptó recibir ayuda profesional y le vino bien. Hoy no consume
ninguna substancia que pueda alterar sus sentidos, es una mujer
centrada y una maravillosa madre. Pero aun viendo los progresos
de Celia, Héctor se rehúsa. Quizás sea porque cuando todo ocurrió
ella tenía solo dos años y él tenía once. Ella no tiene recuerdos de la
época en que vivía feliz con sus dos padres, solo recuerda a su
madre triste y enferma y las mierdas que vinieron después. Jamás
podré perdonar a mi padre por eso, ¿cómo pudo quedarse con el
dinero de su amigo sabiendo que los dos niños podían ser de
cualquiera de los dos? Estoy seguro de que había condiciones
verbales entre ellos en cuanto a la creación y repartición del dinero
que nunca fueron cumplidas. Nunca llegaré a descubrirlo porque él
es un ser avaricioso y mezquino y mis hermanos me prohibieron
rebuscar, pero si para quitarle ese peso del corazón tengo que
actuar a sus espaldas lo haré. Creo que para que él pueda pasar
página necesita saber si el otro hombre a quien llamó padre durante
doce años de su vida también le dio la espalda o no.
—Ojalá pudiera ir con vosotros.
Quiero ser egoísta y arrastrarla conmigo a España, pero no
puedo, necesita poner su vida en orden. Y creo que también
necesita un tiempo a solas para asimilar que acaba de asumir una
relación a distancia con dos hombres posesivos y demandantes.
Nuestro libido es alto, no tuvimos sexo como desearíamos, pero ya
nos conoce y aunque nosotros nos negábamos por verla debilitada
ella siempre nos hacía venir fuera con sus delicadas manos o
aterciopelada boca. Intento deshacerme de estos pensamientos,
solo me harán pasarlo mal.
—Volveremos pronto. —No sé cuánto de eso es verdad, dentro
de siete días es mi juicio y no tengo nada a mi favor. El fiscal está
con que cuando el río suena agua lleva. Quizás esté lejos de ella
por muchos años, así que solo pido a Dios que me espere, luché
con todas mis fuerzas para no enamorarme, y menos al nivel de
dependencia que siento en ese momento; ya no puedo imaginar una
vida sin ellos a mi lado. Ya está todo hablado con mi hermano, él
estará a su lado hasta que yo salga.
—Prometo ir en cuanto pueda.
La aprisiono entre mis brazos, aspiro su dulce olor y la beso.
—Te quiero —le digo sin pensar. Ella se aparta de mí y me mira
sorpresa.
Ojalá supiera ser romántico, pero si busco el momento ideal
quizás no llegará y esas palabras dichas en seco, venidas de la
nada, son del todo sinceras. Espero que sepa valorarlas. Son pocas
las personas que las oyen de mis labios, pero ahora puedo gritar al
mundo que estoy perdidamente enamorado de esta mujer.
—Y yo a ti.
Nos besamos hasta perder el aliento y al separarnos nos
encontramos con los ojos color miel de mi hermano sobre nosotros.
Ella lo coge de la mano y lo atrae hasta fundirnos en uno solo.
—También te quiero a ti. Os quiero a los dos.
Me pregunto cómo voy a poder estar sin ellos, la sola idea estruja
mi pecho. Necesito aprender a lidiar con este grado de
dependencia. Me aparto y les dejo un momento a solas, entretanto
llamo a mis amigos avisando de mi regreso. Los noto nerviosos, me
pregunto qué será ahora.
Llegamos al aeropuerto donde Érica logra acompañarnos hasta
la pista de embarque. En el trayecto de su casa hasta aquí se fue
apagando, su piel perdió el brillo y sus ojos están todo el tiempo
vidriosos. Ambos la tenemos pegada a nosotros. Para nuestra mala
suerte, con todo eso del virus no hay tráfico aéreo, por lo tanto no
hay retraso.
Héctor es el primero en despedirse y luego nos quedamos a
solas tras verlo entrar en el imponente avión privado de Fátima.
—Eres una bruja, me perseguiste tanto que ahora me tienes a
tus pies —le digo.
—Dime que no mereció la pena… —responde ella.
—Gracias por no rendirte.
—Solo me rendiría el día que te casaras con otra, te metiste en
mi alma.
—Espero poder verte pronto.
Se le escapa una lágrima y mi corazón se encoge, quisiera
decirle tantas cosas… pero mi futuro es tan incierto que prefiero
disfrutar el momento y no crear más expectativas. Agarro su rostro
con cariño, lo acerco a mí y bebo su lágrima. El abrazo que me da
es tan reconfortante que me obligo a alejarme de ella para irme o de
lo contrario seré un prófugo y eso no es bueno para nadie. Sin
soltarle la mano voy dando pasos hacia atrás en dirección al avión.
Ella viene conmigo. La azafata se asoma a anunciar que tenemos
que despegar, intento liberarme de su agarre sin éxito, tampoco
pongo demasiado empeño.
—Soy tuya para siempre…
—Y yo tuyo. —Miro por encima de su hombro y veo venir un
coche del aeropuerto. Le doy un último beso y subo las escaleras y
la puerta se cierra detrás de mí.
Ella se queda mirándonos mientras el avión se dirige a la pista.
Su chófer está a su lado es un hombre mayor que la conoce desde
niña, me reconforta verlo cogerla de la mano. Cada vez veo su
figura más lejos y mi corazón se va haciendo más pequeño. Y
entonces algo ocurre y ella parece desmayarse.
—No… ¡pare! —grito desesperado.
Mi hermano me mira, intento soltarme el cinturón pero por alguna
razón no logro hacerlo. Grito desesperado que vuelvan, mis latidos
cardiacos están acelerados. Estoy a punto de tener un colapso. Ni
cuando estaba en la cárcel y estuve a punto de ser violado o morir
sentí eso. El ver cómo su cuerpo cae laxo entre los brazos de otra
persona me está matando. ¿Qué ha pasado?, necesito respuestas.
Ya estamos en el aire pero aun así los cinturones no me dejan
desatarme. La azafata se acerca.
—Ordene al piloto volver ahora mismo —ladro.
—No podemos, señor —alega la mujer educadamente.
Intento liberarme nuevamente sin éxito, Héctor no hace más que
preguntar qué está pasando, pero ahora mismo no puedo darle
atención, necesito regresar.
—¿Por qué no me puedo soltar? —La mujer se pone nerviosa—.
¿Qué hiciste?
—Yo también lo vi, y por su protección accioné el sistema de
seguridad.
No son imaginaciones de mi cabeza, ella también vio lo ocurrido.
¿Y por qué no estamos dando la vuelta? Esto es una jodida mierda,
me había prometido preocuparme solo por mi amigos y hermanos y
ahora la agonía que estoy sintiendo por esa mujer no es comparable
a nada que haya sentido antes. La azafata, al ver mi desespero, me
explica que no podemos volver por no tener permiso de aterrizaje.
Me da mil explicaciones. La entiendo, le pido disculpas por mi salida
de tono y me dedico a mirar por la ventana, contando los minutos
para aterrizar y poder al fin saber qué ha pasado. Tenemos wifi en el
avión pero por alguna razón no logro contactar con nadie.

Al llegar a Madrid, con la mochila que lleva nuestras pocas


pertenencias, cruzamos control y lo que encuentro es demencial.
Seis hombres de la empresa de seguridad de Damián corren a por
nosotros, hacen un cordón a nuestro alrededor justo a tiempo de
evitar que los reporteros nos avasallen. Mi vida es de dominio
público, me hacen preguntas y más preguntas sobre mi juicio, sobre
las acusaciones que ya logramos desmentir, pero lo que me hace
querer saltar encima del reportero es cuando preguntan por el trío
entre Érica, Héctor y yo. Saben todo, absolutamente todo sobre mi
intimidad.
Cuando por fin logro entrar en el SUV me encuentro de frente
con Pedro y comprendo el porqué de la preocupación en su voz, me
imagino que por eso cortaron la wifi del avión. Lo de las acusaciones
ya era de dominio público pero ahora hablan de mi vida privada.
—Lo siento, como siempre están un paso por delante de
nosotros.
—¿Cómo pudieron descubrir todo eso?
—No lo sabemos, vamos a emboscar al sospechoso de Fátima.
Pero ahora tenemos que sofocar ese incendio. Esto no es bueno
para el juicio.
Mi amigo está agotado, tiene ojeras. Lo veo más delgado y su
rostro es todo preocupación. Sé que el que va a la cárcel seré yo
pero el que quedará en la ruina será él y el buen nombre de la
empresa que su padre montó de la nada está por los suelos. El viaje
se hace largo, la tensión dentro es palpable. Héctor no hace más
que intentar hablar con Érica sin éxito, yo intento centrarme en las
palabras de mi amigo pero estoy a dos bandas. Todo eso es una
soberana mierda, si no voy a la cárcel necesito el fin de todo esto o
cuanto antes o me volveré loco.
No tengo descanso, da igual dónde me oculte, siempre me
encuentran. Héctor está conmigo, delegó en su gente la finalización
de sus obras contratadas y por más que insistí en que siguiera con
su vida se niega a dejarme. Cuando venimos aceptamos la
imposición de Érica de quedarnos en su apartamento y ahora
estamos rodeados de recuerdos suyos. Logramos hablar con ella
bien pasado la noche, nos aseguró estar bien, dijo haber sufrido una
bajada de azúcar y nos explicó el porqué de no haber logrado
localizarla antes: perdieron un contrato millonario y necesitaba
reubicarse.
Mi familia está como loca detrás de mí y no les cojo el teléfono,
todos quieren una satisfacción. Mi padre debe de estar temblando
porque si siguen escarbando pueden descubrir sus secretos y eso
para él sería como la muerte. Por esa razón ahora es más cauto al
contactar conmigo y mi madre no parece ella, dejó docenas de
mensajes exigiéndome explicaciones. Ni cuando me fui de casa a
los diecisiete años me las pidió y ahora todo son gritos. Mis
hermanos no dejan de decirme que soy una vergüenza para la
familia. La única que no me juzgó y sigue en Marbella cuidando de
todo para mí es Dalila, que ha ignorado las exigencias de mi familia
para que volviera a casa. Al parecer mi pequeña alzó el vuelo. No la
quiero en medio de este huracán, pero tampoco la voy a apartar
como hice hace años. En aquella época era solo una niña pero
ahora es una mujer adulta que toma sus propias decisiones, y yo las
acataré.

Llegamos al tribunal con dos horas de antelación para evitar a los


reporteros, sabemos que dentro de poco esto será un hervidero de
gente. Estoy por todos los lados. Esta vez no he vetado el paso a
nadie, puede que sea la última oportunidad que tenga de ver sus
caras porque si vuelvo a la cárcel no se si saldré. Si antes luché con
uñas y dientes para no permitir abusos ahora seré capaz de matar,
ya estoy harto de ser la víctima.
Un repartidor se acerca corriendo y nos ponemos en alerta. Los
hombres de Damián lo paran impidiendo su proximidad a nosotros,
estoy seguro de que si estuviéramos en la calle este chico ya estaría
reducido. Pero su cara de miedo nos indica que es inofensivo. Nos
alarga un sobre con una nota, nos miramos y el que da un paso al
frente para recogerlo es Miguel. El hombre de Damián pide
verificarlo primero. Al certificarse de que no es nada, nos lo pasa.
Primero leemos la nota y la sonrisa brota en mi rostro. Esta mujer
tendrá que explicarme bien cómo logra hacer las cosas que hace. Al
parecer, la gente de Érica logro interceptar una llamada dando una
pista donde encontrar la prueba de mi inocencia. Tenemos la
grabación, pero no la podemos usar porque está hecha en un
órgano del gobierno y podemos ponernos en problemas si eso sale
a la luz, pero consiguió algo mejor: un testigo que va a decir delante
del juez todo lo que sabe.
El fiscal abre la sesión con su alegato y es implacable, es como
si me odiara. Pedro y Daniel están tranquilos, Miguel, Rafa y Rubén
están sentados detrás de nosotros con sus esposas y mis dos
hermanas y Héctor a su lado. A los que no veo por ninguna parte es
a mis padres, pensé que estarían aquí pero me engañé. Lo más
triste de todo esto es darme cuenta de lo poco que me importa, sin
embargo hay una presencia que sí estoy echando de menos:
desearía mirar hacia atrás y encontrarme con la cabellera roja de mi
Pecas al lado de mi hermano.
—Señoría, llamo al señor Jesús Matadevilla al estrado.
El abogado contrario queda desconcertado al escuchar ese
nombre. Varias cabezas se giran en dirección al hombre mayor que
se levanta y viene en dirección al estrado. El testigo parece estar
tranquilo. Una persona se acerca y dice algo al oído del abogado
contrario, que se pone nervioso.
—Señoría, el testigo no está en lista —alega dejándonos claro
que ya sabe de quién se trata, pero que no tiene nada que lo
prohíba dar su declaración.
—Exacto, letrado, es un testigo de última hora.
—¿Alguna objeción? —le pregunta la jueza. El abogado de la
acusación se sienta y se dedica a mirar sus papeles, desesperado, y
a dar órdenes a su adjunto mientras toman el juramento al testigo.
Por primera vez desde que esto empezó creo que mi calvario va
a tener fin. Si no logran desacreditar a ese hombre quedaré
completamente libre de culpas de los cargos que se me imputan.
—Señor Matadevilla, ¿hace cuánto tiempo que trabaja usted en
la cárcel de Morón de la Frontera? —empieza Pedro.
—Treinta y cinco años.
—¿Qué función desempeña?
—Soy el responsable de los sistemas de vigilancia,
especialmente de las salas de interrogatorios —responde el testigo.
Yo escucho y observo, con el corazón en un puño. Mi destino se
decide aquí y ahora.
—Fue usted testigo visual de muchos interrogatorios de mi
cliente, ¿no es así?
—Sí.
—¿En todos ellos se respetaban sus derechos?
El testigo se queda en silencio mirando al frente, su nuez sube y
baja a causa del nerviosismo. Es normal, todo eso impone, por eso
preparamos a los testigos antes de subirlos al estrado, y este pobre
hombre durmió tranquilo y se despertó con esa bomba entre manos
sin tener tiempo a asimilarlo como debería de haber ocurrido.
—Señor Matadevilla —le llama mi amigo con un poco más de
firmeza.
—No.
—¿Y por qué no?
—Porque muchas de esas veces sus abogados no estaban
presentes.
—Protesto, señoría —alega el abogado contrario.
—Denegada. Prosiga, letrado.
Toda la estrategia que teníamos montada se nos fue, ahora
Pedro y Daniel están improvisando sobre la marcha y están jugando
a desquiciar a la acusación antes de soltarle encima las pruebas de
mi inocencia, la revelación de incumplimiento de la ley y unos
cuantos delitos más.
—¿En qué condiciones llegaba mi defendido a esa sala?
—Algunas veces llegaba golpeado, otras lo llevaban los agentes
a rastras porque no podía andar.
—¿Usted lo veía en sus plenas facultades?
—Muchas veces no.
—¿Hubo alguna situación que le llamó en especial la atención?
—Sí, una en la que el recluso apenas se mantenía de pie solo y
le obligaron a firmar muchos papeles. Él estaba como aturdido,
quizá drogado, no lo sé. Decía no querer firmar nada sin la
presencia de sus abogados, pero no era dueño de su voluntad.
Mientras el señor Matadevilla está dando su testimonio, Pedro
está poniendo delante de la jueza varios documentos firmados por
mí, todos los referentes a esa acusación, y otros con mi firma
normal. Sabiendo lo revelado en esa sala se puede notar la
diferencia entre ellas, cuando tuvimos acceso a la información
verificamos el informe del calígrafo que afirmó ser mi firma con
algunas variaciones y también lo presentamos.
—¿Qué más paso ese día, señor Matadevilla?
Escuchamos un sollozo y todos miramos hacia atrás. Allí hay una
señora mayor llorando, creo que es la esposa.
—Cuando terminó mi turno y me iba a casa, fui abordado por tres
hombres que me dijeron que si comentaba algo de lo que pasó en
aquella sala estaría muerto.
—¿Usted fue amenazado de muerte? ¿Su vida a cambio de
guardar silencio?
—Sí.
—¿Y qué hizo?
—Corrí a casa y se lo conté a mi señora. No tenemos hijos pero
no queremos morir. Así que hice una copia como seguro de vida y
se lo hice saber. Desde ese día mi casa fue puesta patas arriba en
varias ocasiones, mi señora en todas ellas fue tomada como rehén.
Todo por encontrar la copia.
Hay un largo silencio durante el cual todos asimilamos lo
declarado por el vigilante.
—¿Cuál diría que es ahora mismo su mayor deseo, señor
Matadevilla? —le pregunta finalmente Pedro.
—Primero, que se haga justicia. Segundo, irme de España para
no tener que vivir con miedo nunca más.
—Espero que sus deseos se cumplan. No tengo más preguntas,
señoría.
Pedro se sienta, contento. Al fin queda probada mi inocencia, se
va a abrir una investigación interna en la cárcel para saber quién es
el cómplice de la persona que está detrás de todo esto y seguirán
investigando hasta dar con el culpable que maneja los hilos. Solo
quiero coger el teléfono y llamar a la responsable de que hoy tenga
mi nombre limpio, pero por desgracia no puedo hacerlo de
inmediato, estamos rodeados de reporteros y haciendo
declaraciones, anunciando al mundo mi inocencia.  
Capítulo 36

Érica
Mereció la pena cada céntimo invertido. Después de haber
consolidado nuestra relación no contemplo la idea de no poder verlo
por estar detenido, no es que antes me diera igual, nunca lo quise
allí, sin embargo ahora es una necesidad vital saber que nada se
interpone entre nosotros exceptuando la distancia. Por eso di carta
blanca a los hackers para contratar a los mejores, me daba igual su
naturaleza. No tuve contacto con ellos, solo deseaba resultados
rápidos. Disponía de solo una semana para encontrar pruebas que
demostraran la inocencia de Jorge. Y así lo hicieron. No tengo la
menor idea de su procedencia, solo sé que no eran brasileños sino
de distintas partes del mundo, y todos en busca de lo mismo. El que
los contrató convirtió la caza en un desafío entre ellos. Los mejores
hackers del mundo estaban buscando la misma cosa y el que lo
encontrara primero se llevaría una buena suma de dinero. Se
retaron para ver quién resultaba vencedor y esa fue mi garantía de
éxito.
Cuando Jorge, en nuestro último encuentro, se abrió a mí y me
contó superficialmente el trato recibido dentro de la cárcel supe que
algo en aquel sitio no estaba bien.
La respuesta llegó al segundo día. Cuando vi lo que tenía entre
manos quise correr a contarles pero logré contenerme y actuar con
la cabeza fría. No podía usar las pruebas porque eran robadas, para
colmo de un órgano público; jamás serian admitidas en juicio.
Sin que los chicos supieran nada, con la ayuda de Fátima
involucramos a Nuria, que a su vez involucró a su marido, quien, por
verla feliz, se encargó personalmente de la parte crucial del plan.
Sin él de nada hubiera valido el vídeo. Damián aparcó sus negocios
y viajó hasta Sevilla para buscar al señor Jesús Matadevilla, el
guardia de prisiones. Él en un principio lo negó todo, pero al ver las
imágenes nos contó el calvario que es su vida y que
desgraciadamente tuvo que callar bajo amenazas de muerte. Al
principio Damián se vio obligado a ser duro con él, pese a
reconocerlo se negaba a ayudarnos por miedo. Damián lo acusó de
estar encubriendo un delito, le reveló quién era Jorge y acto seguido
le ofreció una salida: si aceptaba testificar a su favor lo sacaríamos
del país, les daríamos una casa y una buena suma de dinero para
vivir con comodidad en la parte del mundo de su preferencia. Nos
pidió tiempo para pensar y comentarlo con su mujer, pero le negaron
esa posibilidad, estábamos a dos días de la audiencia. Damián y
sus hombres lo acompañaron a casa y explicaron todo a la señora
que de inmediato estuvo de acuerdo.
En ese mismo momento los sacamos de su casa, dispusimos
todo para recoger sus pertenencias y los trasladamos a un local
seguro. Optamos por no decir nada a los chicos hasta el último
momento por miedo a que el que está detrás de todo nos descubra
y logre eliminar al testigo, dejándonos sentenciados, por eso todo
ocurrió así. Nada más acabar su declaración los sacamos del país.
Con la conciencia tranquila por haber hecho lo correcto, podrán vivir
felices la vida que ellos escogieron.
Ahora que sé que las cosas van por buen camino me dedicaré a
cuidarme, no estoy bien. Damián y su equipo están revisando todas
las grabaciones de la cárcel correspondientes al periodo en que
Jorge estuvo allí en busca de alguien sospechoso. Fátima está
ayudándole en eso. Despedí a los hackers y ya no soy de mucha
utilidad, están buscando perfiles concretos y no sé de quién se trata.
Espero que encuentren al cómplice de Pelayo de una vez, está claro
que alguien lo ayuda y financia, su economía no cubre tan
minucioso plan. Estamos caminando con pies de plomo, ahora que
se quedó sin juguete tengo miedo a que pase a atentar contra la
vida de los chicos. Su red de difamación quedó totalmente
desarticulada. Los chicos dieron una entrevista en donde dieron
nombres y apellidos de todos aquellos que los difamaron y muchas
empresas se vieron obligadas a echar el cierre, aunque algunas
intentaron justificarse. Supe por mi amiga que más de uno contactó
con ellos diciendo que fueron coaccionados, cosa que ninguno
ponemos en duda. Sin embargo eso no les ablandó el corazón, y les
doy la razón.
Estoy aterrizando en Málaga. Jorge y Héctor no saben que estoy
aquí, pero necesitaba verlos. Mi visita es corta pero necesaria.
Como sé que están trabajando me voy a mi casa. Hace fresco, en
Brasil ahora es verano y aquí inverno. Espero que mi plan funcione.
Encargo lo que quiero para la cena y me siento en el salón a
escuchar algo de música, creo que es la primera vez en esos
últimos cuatro meses que no estoy pensando en trabajo o en cómo
salvar al hombre que amo. Siento la puerta abrirse y sonrío, mi plan
funcionó: dejé todas las luces de la casa encendidas para que
cuando él pasara por delante se diera cuenta.
—¿Cuándo llegaste y por qué no nos avisaste? —pregunta Jorge
con mirada predadora.
—Llegué por la tarde. No os avisé porque quería daros una
sorpresa.
—Y vaya si nos la has dado, Héctor estará aquí en unos minutos.
Sus fuertes brazos me aprisionan y me besa con tanto amor que
mi cuerpo queda como gelatina, no puedo amarlo más. Sus grandes
manos aprietan mi culo, presionando mi cuerpo contra el suyo,
rozando su dureza contra mi barriga.
—¿Por qué nadie me dijo que mi novia está aquí? —interroga
Héctor al llegar, con una sonrisa en el rostro.
—Oye, yo te avisé.
—Tú no cuentas.
Me secuestra de entre los brazos de Jorge y es su turno de
abrazarme y besarme a placer. No me quejo. Este es mi lugar. Miro
por encima de su hombro y descubro a una preadolescente que
aparenta unos doce o trece años riéndose de mi cara de asombro.
Héctor se aparta de mí, busco a Jorge y le encuentro de brazos
cruzados mirando divertido.
—Sandra, ven, quiero presentarte a alguien —dice Héctor.
—Tío, llegas tarde, ya sé que ella es su novia, pero tengo una
pregunta.
—¡No la puedes hacer! —Jorge se carcajea y corre a por la niña,
la agarra y la carga sobre sus hombros entre las risas de los dos. Al
principio ella se queja pidiendo que la baje pero se la ve encantada
en brazos de su otro tío. Ahora sé de quién se trata: es la hija de su
hermana.
—Tito Jorge, ¿puedo preguntar?
—No —contesta Héctor.
—Sí —le dice Jorge, y ella se libra de sus brazos dando un salto
y se pone entre los dos mirando hacia mí.
—Hola, me llamo Sandra, ¿cómo te llamas? —dice sonriendo.
—Hola, Sandra, me llamo Érica, un gusto conocerte.
—¿Si tú eres novia de mi tío Héctor, por qué estabas besando a
mi tío Jorge? —pregunta con la mano en la cintura.
Cuando dijo que quería hacer una pregunta jamás me imaginé
que fuera hacia mí. ¿Como saldré de esta? Los responsables están
estáticos, mirándonos. Esto no me puede está pasando.
—A ver… cómo te puedo explicar… —digo nerviosa.
—Es novia de los dos, los tres nos amamos y estamos juntos.
¿Tienes algún problema con eso? —interviene Jorge, poniéndose
delante de ella, captando su atención y hablándole con tono amable.
—No…, tengo una familia chula. Mi madre tiene una novia y mis
tíos una misma novia. Mis amigas se van a morir de envidia.
¡Santo cielo con los niños! Que alguien le diga que por favor no
vaya diciendo eso por ahí porque estoy segura de que más de una
madre la va a apartar de sus hijas.
—San —le llama Héctor—, ¿qué te pasó cuando dijiste que tu
madre tenía una novia en clase?
—De eso hace mucho —dice con indiferencia—. Pero se rieron y
algunos me dejaron de hablar.
—No debes tener vergüenza de tu familia, si quieres decir que
tus tíos tienen una misma novia, puedes gritarlo al mundo —refuta
Jorge.
—Vale. Ella es muy guapa y me gusta para vosotros.
—Nos alegramos de tener tu bendición —dice Héctor.
—No me vengas con esas —le contesta Sandra mirándolo mal.
Su tío se ríe, al ver su cara y cómo pone los ojos en blanco, me
da a mí que no es creyente y les gusta meterse con ella por eso.
—San, va a haber personas que van a reaccionar mal.
—Me da igual y me apena, algunos de mis amigos no hablan con
sus padres sobre sus cosas y me envidian por yo poder hablar de
todo con vosotros. Tengo una familia diferente y maravillosa, y punto
—dice encogiéndose de hombros.
Si una preadolescente asume esto con tanta naturalidad, mi
familia también va a tener que hacerlo, porque no pienso renunciar a
ellos, ni mucho menos a nada de aquello por lo que he trabajado
desde joven para sacar adelante.
Después de cenar, Héctor sube a enseñarle en qué habitación va
a dormir mientras Jorge y yo nos quedamos acurrucados en el sofá.
Su mano no deja de acariciar mi abdomen y he de reconocer que es
muy reconfortante. Me quedo imaginando cómo sería vivir una vida
estable con ellos, ya se borró de mi mente la idea de una boda llena
de invitados y muchas damas de honor, jamás podría escoger entre
los dos.
Héctor, al bajar, se sienta a mi derecha, agarra mis pies y
empieza a masajearlos mientras su hermano me da masajes en el
hombro. Es una sensación tan placentera que cierro los ojos y dejo
mi cabeza caer hacia atrás gimiendo de placer. Las manos de Jorge
empiezan a bajar poco a poco en dirección a mis pechos y las de
Héctor a subir hacia mi sexo. Miro a los cristales de mi salón y antes
de que cualquier pensamiento pudoroso ocupe mi mente unos
dulces labios se posan sobre los míos. Sé perfectamente a quién
pertenecen, es mi abogado caliente y dominante. Entierro mis dedos
entre su pelo y tiro de él, recibiendo sus jadeos que se pierden en mi
boca. Mis caderas cobran vida propia buscando las manos de mi
dulce y posesivo motero, que tiene otros planes. Está tomando con
calma sus caricias, tocando mi clítoris por encima de mi bragas.
—Tócame, por favor.
—Te estamos tocando —contesta Jorge.
Sé lo que pretende, y no me lo va a dar hasta que no pida
claramente dónde y cómo quiero ser tocada. Quiero hacerlo pero
me cuesta. Mis gemidos suben de tono, remuevo mis caderas
buscando mi placer, pero el toque se hace cada vez más lento, los
dos funcionan acompasados. Gimo pidiendo más pero no me lo dan;
la lengua de Jorge pasa por mi cuello, va bajando hasta mis pechos,
rodea mi rosado pezón y me ofrezco a él, que se aparta. Le imploro
que siga y no me hace caso. Mientras, abajo, un dedo baila
suavemente por encima de mi clítoris pero sin hacer contacto piel
con piel. Trago, los miro implorando, ya no sé qué estoy pidiendo, lo
quiero todo, lo necesito.
—Roja, solo tienes que decirlo —susurra Héctor en mi oído.
Jorge se sube en el sofá, dejándome en medio de sus piernas y
con su gordo pene delante de mi rostro. Lo agarro entre mis manos
y él empieza a moverse como si estuviera dentro de mí, abro la
boca para tragarlo y se aparta.
—Déjame chuparte. Lo quiero sucio.
Retira mi mano y se empieza a masturbar.
—Imagíname entrando y saliendo de tu boca. La usaría para
lubricarme y cuando estuviera bien empapado me hundiría en tu
redondo trasero. Todavía no lo he probado y no veo la hora de
follarte duramente. ¿Lo quieres, Pecas, quieres mi polla dentro de
ti?
Estoy hirviendo por dentro, amo su suciedad en el sexo, cómo
sus palabras hacen mi imaginación volar, los deseos que me
despiertan. A mi mente vienen miles de cosas para decirle pero al
final siempre ocurre lo mismo. Me retraigo.
El calor de una lengua por encima del encaje me hace explotar.
—Os quiero a los dos dentro de mí, deseo sentir vuestras pollas
a la vez.
—Eso, nena, así es como te queremos —exclama Héctor
haciendo desaparecer el pedazo de tela que nos separaba.
En nada estoy de pie en medio del salón siendo admirada por
ellos, ni siquiera me incomoda la posibilidad de que alguien vea mi
cuerpo porque aunque lo ven, jamás lo tendrán porque tiene dueños
y son esos dos hombres que me están ofreciendo un espectáculo de
striptease. No hay música pero se están contoneando mientras se
quitan las prendas. El primero en quedarse completamente desnudo
es Héctor, su gran pene tiene la cabeza de champiñón y está
babeando por mí, y verlo me hace la boca agua. Mi deseo es salir
corriendo hacia ellos pero ya los conozco, no me van a ceder el
mando. El gran cuerpo de mi motero caliente se tumba en mi sofá,
es una visión que desearía tener a diario. Tira de mí, me posiciona a
la altura de su cabeza y su lengua se introduce en mi sexo, busco a
Jorge y lo encuentro admirándonos con su mano trabajando su
pene, me resulta increíble que aquello vaya a entrar en mi ano, pero
no tengo miedo, sé que no me van a hacer daño, nunca lo hacen.
—Siéntate sobre él, Roja —me ordena con voz ronca.
Sus manos se posan sobre mi cadera y me ayudan a resbalar
por su pene, sus gemidos son música para mi oído. Cuando me
detengo me mira preocupado, pero le regalo una sonrisa y empiezo
a mover mis caderas. De manera sensual, Héctor cierra los ojos y
muerde sus labios; lo conozco, se está conteniendo para no
hundirse en mí y es lo que quiero. Odio ser tratada como si fuera de
porcelana, los quiero como son, rudos. Amenazo con levantarme y
su agarre en mi cintura se hace más fuerte. Como siempre se miran
entre ellos y recibo lo que estaba buscando: tira de mi cuerpo y me
dejo caer sobre su pene. No tengo tiempo a asimilarlo, sus caderas
cobran vida; me penetra con tanta fuerza que el ruido de nuestros
cuerpos chocando se escucha por todo el salón.
Jorge se posiciona detrás de mí, me agarra por el pelo y me gira
hacia a él.
—¿A quién perteneces?
—A vosotros dos.
—¿Cómo te gusta que te follemos, Pecas? —pregunta entre
besos y mordiscos en mis labios.
—Duro.
—Así me gusta —el brillo en sus ojos al escucharme expresar
mis deseos es precioso, el verde de sus ojos está más intenso, con
unas vetas doradas que le dan un aire salvaje, mi salvaje.
Dos grandes manos agarran mis pechos y los estrujan, salto
sobre mi novio como una amazona, estoy embriagada de placer.
—Te quiero dentro de mí —digo entre jadeos—. Métete en mi
ano ya...
Sabía que era lo que quería oír y la manera en que el movimiento
de sus manos sobre su pene se acelera me deja claro cuánto le
gustó. Se posiciona detrás de mí y apoya una rodilla en el sofá, su
hermano deja de moverse. Héctor toca mi clítoris jugando con mi
humedad y la arrastra hasta mi ano, lubricándome para su hermano.
Un escalofrío atraviesa mi cuerpo. Puedo sentir cómo se miran.
Jorge, jadeante, fricciona su cuerpo y conduce su pene a mi
cavidad anal y despacio se va introduciendo en mi cuerpo, siento
cómo la gorda cabeza atraviesa mi anillo. Estoy jadeando, su
respiración es pesada, puedo sentir la tensión de su cuerpo, cuánto
desea estar dentro de mí. Centímetro a centímetro va
invadiéndome; duele, pero el dolor junto al placer me está
encantando. Me giro buscando sus labios, Héctor chupa mis pechos
como si su vida dependiera de ello.
—Ya estoy casi entero dentro de ti, nena. Dime qué quieres que
haga.
Trago, solo de pensar en las cosas que tengo en mente mi cara
de seguro se pone colorada. Pero tengo mil cochinadas en la punta
de la lengua deseosas de salir. Lo siento retroceder y pierdo la
capacidad de razonar, dejo de pensar en mis vergüenzas.
—Entiérrate en mi culo de una vez. —No le pido, le ordeno.
Es todo muy rápido; un mordisco en mi pezón me hace girarme a
ver qué hace mi motero caliente y de una soy invadida por mi
abogado sexi, como siempre se compenetran.
—Joder, Héctor, cuánta razón tenías, es lo más rico de mi vida.
Quiero vivir aquí.
Se queda parado dejándome acostumbrarme a tener a los dos
dentro de mí, soy yo quien empieza a moverse y en nada somos
solo gemidos.  
Capítulo 37

Jorge
Quiero ese despertar todos los días de mi vida, compartir cama con
ellos y que lo primero que vea al abrir los ojos sea su rostro, su
sonrisa o su linda cabellera esparcida por la cama haciéndome
cosquillas en la cara, incluso en sus días de mal humor, que seguro
vendrán, estaré ahí para ella. Ahora que sé que la sombra de la
cárcel no está sobre mi cabeza quiero vivir todo lo que la vida tiene
que ofrecerme. Esa dolorosa experiencia me demostró que
podemos, de un solo chasquido, quedar a cero, y por miedos,
cobardía o hasta comodidad, por esperar el momento perfecto o la
excusa que mejor nos sirva para huir de nuestro destino, dejamos
de disfrutar de cosas maravillosas como esas.
Adoro asarme de calor con ella casi entrando en mi cuerpo, los
insoportables ronquidos de mi hermano y miles de cosas más que
hacen los momentos compartidos con ellos sean especiales, lo
quiero todo. Con ellos a mi lado no tengo pesadillas, no siento el frío
de la cárcel en mis huesos. Las noches a solas son tortuosas,
siguen igual, da igual donde esté, mi mente siempre me lleva de
vuelta a aquella fría celda.
Héctor fue el primero en abandonar la cama aunque hemos
dormido poquísimo, fue una noche intensa. En Érica descubrimos a
una mujer muy caliente y juguetona, a cada minuto se soltaba más,
ninguno de los tres quería poner fin a lo que estábamos viviendo. Es
oficial, somos una «pareja/trío» no nos importa el rótulo, estamos
juntos y punto. Pero el cuerpo es quien manda y al final el
agotamiento nos ganó y nos arrastramos a la cama no sin antes
cerciorarnos de que nuestra sobrina no haya despertado.
Estábamos tranquilos porque la conocemos, Sandra cuando se
duerme no hay quien la despierte, para hacerla abrir nuevamente
los ojos es una odisea y antes nos aseguramos de que la habitación
estaba insonorizada.
Érica le lleva el desayuno a la cama, en varios momentos temo
por la integridad de la bandeja pero logra llegar entera, creo que
esta mujer fue tratada como los reyes en el siglo XV a los que hasta
les limpiaban el culo. La quiero y no concibo una vida sin ella pero
eso no quita que sea un cero a la izquierda con las tareas más
simples del hogar.
Aprovechamos la mañana en la piscina, entre los tres jugamos y
nos olvidamos por un momento de todos los problemas. Sandra está
encantada con su recién estrenada tía, le pidió traer a algunas
amigas y ella aceptó. Hubo un par de madres que no dejaron venir a
sus hijas, me duele que mi sobrina esté pagando las consecuencias
del delito de otros pero así es la vida. Para nuestra alegría fueron
más las que sí autorizaron a sus niñas a pasar la tarde con su
amiga, y su nueva y adorada tía envió a su chófer a recogerlas.
Por la tarde, Héctor se unió a la fiesta, una completa estampa
familiar. Todo aquello que oí durante años de mis amigos sin
entenderlo ahora lo hago y lo deseo, aquellos locos cuentan los
minutos para llegar en sus casas cuanto antes. El ver cómo ella mira
con cariño a mi sobrina me hizo preguntarme cómo sería como
madre pero rápidamente me recrimino, estoy yendo demasiado
deprisa. Ella ya está haciendo un gran esfuerzo para adaptarse a
esa desconocida rutina. Y es tan espectacular que aun abrumada
tiene una sonrisa en el rostro. Se preocupa en ocultar a las amigas
de mi sobrina los besos robado que le doy, las miradas de lascivia
que nos echamos y eso solo me hace quererla más.

Les aviso que voy un momento hasta mi casa a por unos papeles,
no me he acercado a la oficina, mi hermana está allí y confió
plenamente en ella, pero eso no significa dejar mis obligaciones sin
atender. En mitad del camino soy abordado por un coche y dentro
están Pedro, Damián y Rafa, automáticamente me pongo en alerta.
El que vengan hasta aquí los tres no puede ser nada bueno.
—Lo pillamos —revela Pedro desde el coche.
Con celeridad me dirijo a mi propiedad, abro la puerta y les meto
dentro. Eso es lo último que falta para cerrar completamente esa
etapa negra de nuestras vidas. Esa persona lleva años jodiéndonos,
de un tiempo aquí viene acosando a una embarazada y deseo
pillarlo ya.
—Lo tenemos —anuncia Rafa con una sonrisa en el rostro.
Quedo aturdido al poner cara a la mente pensante de mis
desgracias. Muchas veces me apoyé en él como un padre por no
poder contar con el mío. Está siendo un gran palo, nos acogió a los
seis bajo sus alas, si bien es cierto que siempre fue un poco esquivo
con Daniel, pero aun así siempre estuvo para él. Rafa se percata de
mi aturdimiento y me confirma lo dicho por nuestro amigo. Aun
sabiendo que es la verdad, me cuesta creerlo. Ese hombre estuvo a
su lado toda su vida, se le llenaba la boca diciendo que era su
orgullo, que era como un hijo para él, que ojalá su hijo, al cual
tildaba de un cero a izquierda, fuera como Pedro y Daniel.
—¡¿Y quién acosa a Fátima?! —pregunto porque estoy seguro
de que estuvimos a nada de cometer una gran injusticia. No creo
que Pelayo se haya aliado con él, aunque se conocen de haberse
visto en el restaurante que antes era de su tía.
—Sí… es él—contestan todos a la vez al ver la desconfianza en
mis ojos. —Ese cabrón se perdió y lo ayudamos.
—Ha sido un golpe muy duro para todos —expresa Rafa.
Son tantas las preguntas… me destrozaron la vida, estamos en
plena campaña de limpieza de imagen, pero sé que mi carrera está
acabada. Las cosas nunca volverán a ser como antes. Estamos
trabajando en un gran plan de reestructuración y se contrató la
mejor empresa de marketing pero nunca será suficiente.
—¿Cómo lograron pillarlo? —pregunto.
—El mismo día que fuiste llevado a la cárcel él se presentó allí.
Pero bueno…, podría haber sido una coincidencia. Sin embargo, al
revisar otras grabaciones constaté que volvía con frecuencia —
relata Damián—. Empecé a comprobar quién estaba de servicio en
el momento que se presentaba y coincidentemente siempre era el
mismo personal.
—¿Cómo demostramos su implicación? —pregunto cortando su
narrativa.
No quiero los detalles de cómo me jodió la vida. Quiero destruir
la suya y después refregarle en la cara cómo reconstruyo la mía con
trabajo y honestidad, cosa que él nunca va a poder hacer porque
dedicaré mi vida a hacerlo pagar por todo el calvario que nos hizo
pasar.
—El registro de entrada de la cárcel —revela Pedro.
Es verdad, todo aquel que entra tiene que registrarse y, aunque
demostró tener influencias, hay trámites que no es tan fácil saltarse.
Puedes hacer una vez que otra pero no siempre, eso y las
grabaciones ya es una buena prueba, aunque buscaré más, no le
dejaré la menor posibilidad de salirse con la suya. Están más que
demostradas sus influencias e inteligencia para ocultarse.
—¿Cómo lo hacemos? —Quiero solucionarlo ya.
—Ya solicitamos las pruebas —anuncia Pedro.
—Él puede fugarse.
—No lo hará. No tiene la menor idea de que lo tenemos y su
avaricia lo llevará a ser detenido delante de todos nosotros. —Mi
amigo detalla el plan que trazó en su mente y he de reconocer que
es espléndido.
—¿Paula está de acuerdo con eso?
La sonrisa de Pedro no se hace esperar.
—Sí, nos casaremos dentro de un mes.
Por lo menos de esta tragedia están saliendo cosas buenas.
Pedro por fin se va a casar con la mujer de su vida, yo encontré la
mía y estamos todos bien y unidos como siempre. Después de
aclarar los detalles y poner el plan en marcha se van.
Siendo sincero, se me hace raro que no sea mi mujer la que me
salve el culo de esa vez.
Vuelvo a la casa de Érica pero la encuentro llorando y Héctor
encargándose de las niñas. Voy de un lado a otro detrás de ellos y
ninguno me dice nada, ella no puede casi respirar a causa del llanto.
—Eh, tranquilízate —digo zarandeándola por los hombros para
traerla de vuelta. No tengo ni idea de qué está pasando pero me
imagino que se trata de algo serio.
—Mi padrino se ha suicidado —revela entre hipidos.
—¿Pero qué cojones…? —Sus palabras me caen como cubo de
agua fría.
Llamo a Celia para venir a por Sandra y sus amigas y descubro
que está de viaje con su novia y no vuelve hasta dentro de cuatro
días, no puedo pedirle que regrese ahora mismo porque vete a
saber a qué horas llegaría. Y mis amigos me necesitan para poner
el plan en marcha. No sé cómo lo haré pero no la dejaré sola.
—Iré contigo —digo con rotundidad.
—No puedes, solo está autorizada la entrada de ciudadanos de
Brasil en el país.
—Joder… —tiro la lámpara que tengo delante a causa de la
impotencia.
Tendré que quedarme aquí mientras ella estará allí pasando ese
mal trago sola. ¿Cuándo las cosas buenas van a venir fácilmente
para uno de nosotros? Vine corriendo para darle la buena noticia
pero ya no viene a cuento. La acompañaré hasta el aeropuerto y
cuando todo eso se acabe iré detrás de ella. Ojalá pudiera hacer
otra cosa, pero no está en mis manos.
Héctor, con la ayuda del motorista, llevaron a la mayoría de las
niñas pero tres de ellas iban a quedarse a hacer una fiesta de
pijamas y por ello me veo obligado a pedir ayuda.
No renunciaré a llevarla hasta el aeropuerto, ya es
suficientemente duro verla así sin poder hacer nada. Llamo a mi
despacho y le pido a mi hermana que venga cuidar a las niñas. Será
la primera vez que Sandra verá a Dalila, estoy seguro de que van a
hacer buenas migas. Solo espero que no se empiecen a hacer
preguntas, pero ahora no tengo cabeza para pensar en eso.

Llevamos días intentando hablar con Érica pero no nos coge el


teléfono a ninguno de nosotros, ni a Fátima quiere atender, siempre
tiene una excusa para cortar la llamada enseguida. Salió de aquí
bien, la acompañamos y cuando desembarcó allí nos llamó.
Estuvimos hablando hasta que llegó a su casa y después de eso ya
no hubo manera. desde entonces ya han pasado tres semanas. Lo
único que me ha impedido ir detrás de ella han sido las restricciones
pero este silencio me llena de incertidumbre. Lo aceptaría si ha
cambiado de idea con respecto a tener una relación a tres, está en
todo su derecho, pero tendrá que decírnoslo a la cara.
No quiero estar preocupando a Fátima con mi mal de amores, ya
le di demasiado trabajo pidiendo llevarnos a su país la vez anterior,
allí están muriendo más de dos mil personas por día y los vuelos
son solamente para residentes sin excepciones.

Me centro en las enseñanzas de la organizadora de ceremonias, de


todas las bodas que he asistido esa será la más pija, sin duda. Yo
seré uno de los padrinos junto a Suelen, la hermana de Paula. Los
novios dijeron que nos querían a todos con ellos en el altar y esa fue
la manera que encontraron. Las esposas de mis amigos serán
damas de honor y ellos sus parejas, así estaremos todos a su lado.
—Jorge —me llama Fátima, que llega acompañada de Pedro y
Daniel.
Las caras que traen no me gustan lo más mínimo.
—¿Qué pasa? —Fátima empieza a llorar y mi preocupación va
en aumento.
—Érica se va a casar… —revela Fátima.
Me tambaleo y soy amparado por uno de mis amigos, no sé cuál
de ellos. Seguro que he oído mal. Eso es imposible, ella me ama,
me acosó durante años. Se fue de aquí afirmando su amor por
nosotros.
—Eso es mentira. Esa broma no tiene gracia.
—No es broma. —Fátima me alarga su iPad y veo la noticia en
una revista: está sonriendo al lado de otro hombre.
¿Cómo es posible? Vuelvo a mirar la foto y siento como mi
corazón se parte en dos. Héctor, ¿qué va a ser de mi hermano
cuando se entere de eso? Saco mi móvil y la llamo, salta el buzón
de voz.
—Ella no quiere esa boda, me quiere a mí. Fátima… Tú la
conoces, ¿tú crees que quiere casarse con otro? —pregunto a mi
amiga, que no es capaz de mirarme.
No me contesta, solo sabe llorar, esa no es la mujer guerrera que
conozco, ella lucha por su gente y ahora no está haciendo nada por
ayudarme.
—Hermano… —se acerca mi amigo.
—¡No me toques! —le grito a Pedro que, ignorando mi mala
reacción a su gesto, me obliga a mirarlo—. Yo nunca quise una
relación —murmuro sintiéndome un desgraciado.
—¿Qué podemos hacer para aliviar tu dolor?
—Llevarme hasta ella, necesito que me diga a la cara que eso es
verdad.
Leo todo el puto reportaje una y otra vez y no hay más que
patrañas, cada palabra escrita es mentira. Dicen estar juntos hace
un año, que se quieren, otra sarta de mentiras más y cierran
diciendo que dentro de poco anunciarán una gran noticia y la fecha
de la boda, que será para ya. Cada vez que veo las fotos de ellos
besándose me entran ganas de vomitar.
Solo le hablaré de esto a Héctor después de saber lo que
realmente está ocurriendo. Daniel y Fátima, al ver mi estado, se
comprometieron a hacer todo lo posible para conseguir mi
autorización para volar a Brasil y lo lograron en tiempo récord, me
enfrentaré a ella. Una vez lo aclare volveré enseguida a España. No
me perderé la boda de mi hermano por nada en ese mundo.
El paso por aduanas es desagradable, a los pocos funcionarios
que están de servicio no les hace gracia mi presencia y me lo hacen
saber. Pero sus insultos me dan igual. Aun enseñando mi pasaporte
COVID un equipo me hace una PCR. De esa vez no hay retraso con
el resultado y me dejan salir. Cuando llego a Río es un paisaje
desolador, me resulta muy extraño aterrizar en un aeropuerto
internacional y que no haya gente por todos lados, salir a por un taxi
y que no haya colas de coches. En la parada solo hay uno, y lo
agradezco. Le doy la dirección de Érica y rezo para que esté.
Todo para llegar hasta ella son trabas: a diferencia del aeropuerto
que está desierto en las calles todo parece seguir igual, me
sorprende ver la gente sin mascarillas actuando tan normal. El
tráfico está más lento que de costumbre. Un trayecto que
supuestamente se hace en veinte minutos tarda cincuenta. Pido al
taxista que me espere, no quiero arriesgarme a tener que buscar
otro en caso de que ella no esté.
Llego y me encuentro en la portería al mismo chico que nos puso
problemas a Héctor y a mí para entrar la vez anterior.
—Hola.
—No quiero problemas —llama mi atención a la defensiva.
—Prometo no causártelos—digo amigable.
El hombre no hace más que tragar mirando a todos los lados, ¿a
quién tiene miedo?
—Váyase, señor. —No suena como una orden, es más una
súplica y eso solo me prueba que aquí está pasando algo raro.
No lo voy a hostigar, posiblemente es un padre de familia y no
pondré en riesgo su trabajo, sé por Paula lo difícil que es lograr la
confianza de esa gente y él la tiene, por nada del mundo pondré eso
en riesgo.
—No voy a pedir que me deje subir, pero ¿puedo hacerte una
pregunta? —No me contesta y disparo—. ¿Ella está en casa?
Nuevamente mira hacia los lados, no hay nadie, estamos
completamente solos. Mira en dirección a la cámara de vigilancia.
Respira hondo y, haciendo como que me echa, apoya sus manos en
el mostrador en donde tiene la palabra «sí» escrita. Al leerlo pongo
las dos manos hacia arriba, le pido disculpas y salgo corriendo en
dirección al taxi.
—Si me presta su teléfono le pago el doble —digo al conductor.
El hombre inmediatamente lo saca del bolsillo. Marco su número,
me lo sé de memoria de tantas veces que la he llamado en las
últimas semanas. Cuando al fin oigo el sonido al descolgar, hablo:
—Soy yo, estoy abajo y si no me dejas subir, no te imaginas la
que voy a liar.
Capítulo 38

Érica
¿Qué está haciendo aquí? Si lo encuentran lo van a matar.
—Papá, nos veremos en casa de mamá.
Espero que el buen abogado que vive en él capte el mensaje. Mi
pánico a que lo descubra es tanto que le cuelgo en la cara, no
puedo dejar que empiece a hacer preguntas. Me imagino que está
furioso y ahora tendré que ser la mejor actriz del mundo; bajo ningún
concepto lo pueden descubrir. Borro el registro de la llamada en
tiempo récord, de ese hombre ya me espero de todo.
Corro hasta mi habitación a por el móvil que tengo oculto, no sé
si tengo mi línea pinchada y prefiero no arriesgarme. Fue horrible
llegar de viaje y encontrarme con Roberto sentado en el sofá de mi
casa con un vaso en la mano, como si estuviera en la suya. La
sonrisa que me ofreció y la manera en que me miró hicieron que un
escalofrío cruzara mi cuerpo y todas las buenas sensaciones me
abandonaran. Aun con la triste noticia de la muerte de mi tío estaba
feliz. Tenía sobre mi piel las marcas de nuestro amor, de entrega la
de ellos hacia a mí y la mía hacia ellos que también lucían con
orgullo las marcas que dejé sobres sus fornidos cuerpos. Aunque no
los tenía a mi lado los sentía conmigo, no tenía sensación de vacío.
Cuando me encontré con la peor visión de mi vida tenía el teléfono
en la oreja, estaba hablando con Jorge y, al darme cuenta de que
algo iba mal, colgué en su cara. Fue la decisión más inteligente,
porque después de haber colgado las cosas dichas por ese hombre
pusieron mi mundo boca abajo.
No entiendo cómo la gente que me conoce se cree toda las
patrañas descritas en la prensa. Él dice estar actuando así por cómo
le he tratado, pero no creo ni una sola palabra, no se planea algo así
de un día para otro. Temo la reacción de Jorge, mi compromiso es
irrevocable. Ya me quedó claro hasta dónde está dispuesto a llegar
por estar conmigo. Quedé rota al descubrir la inocencia de mi tío y
su consecutiva muerte. El de la grabación sí era él pero no estaba
haciendo lo que hacía por voluntad propia. Le hizo a él lo mismo que
está haciendo conmigo, amenazarlo. pero en ese caso fue con su
madre, mi abuelita, que estaba ingresada. Ese malnacido la mato
como demostración y le amenazó con ir aniquilándonos de uno en
uno en caso de que no accediera a seguir sus órdenes, revelando
que el siguiente en la lista sería su hijo. No tuvo el menor escrúpulo
a la hora de contarme los detalles de cómo sesgó la vida de dos
personas inocentes.
—Tu abuela fue muy amable y confiada —dijo con sorna.
—¿Ella sufrió? —pregunté con un nudo en la garganta.
—No, su hijo quizás un poquito. ¿Quieres verlo?
—No… —le contesté llorando.
—A tu abuelita la asfixié mientras dormía. Era una buena mujer.
A tu tío, después de haberle quitado todo y que ya no sirviera para
nada más, lo ahorqué.
—¿Cómo puedes relatar algo así como si nada? —me atreví a
preguntar.
—Ven, siéntate a mi lado y veámoslo juntos —dijo meneando en
el aire el pendrive.
—No quiero verlo.
—Tengo condiciones.
Fue entonces que, sin salida, acepté sus imposiciones de que de
allí en adelante él sería quien dirigiría mi vida. Pensé en no aceptar,
sin embargo la sonrisa en su rostro me dejó claro que de una
manera u otra sería como él quería, por lo tanto opté por darle la
respuesta deseada. Bajo la bruma de lágrimas lo vi moverse por mi
salón y guardar el pendrive, la prueba de su crimen. Desde aquel
día soy su monigote, me dedico a ir a trabajar y volver a casa, evito
todo lo que puedo ser vista junto a él quien, por el contrario, disfruta
exhibiéndome.
Muerta de miedo de ser pillada me encierro en el baño para
pasar la dirección a Jorge, aunque me muero de ganas de oír su voz
le envío un mensaje. Todos estamos en peligro y lo conozco, si le
llamo querrá respuestas y ahora no puedo dárselas. La casa de mi
madre es el único lugar ahora mismo en el que no tengo a nadie
vigilándome. Hay una gran parcela de tierra en donde podemos
hablar sin preocupación de ser interrumpidos o grabados por nadie.
Ella no quiere ni oír mentar el nombre de Roberto y exigió verme
hoy. Tenía pensado no acudir, la conozco y no sería una
conversación agradable. Además, de nada servirá discutir cuando
no tengo otra salida. Es tan arrogante que me exige un encuentro
con ella pero no sin antes haberla hecho cambiar de parecer en
cuanto a él. La excusa perfecta para estar allí sin preocupaciones.
Estoy monitorizada todo el tiempo: donde voy yo, va conmigo.
Cuando escucho la voz de Jorge estoy segura de haber perdido el
color, si me conociera una mínima fracción de lo que me conocen
los hombres que quiero se hubiera dado cuenta.
La respuesta no se hizo esperar. Su escueto «nos vemos allí en
30 minutos» me da algo de tranquilidad, tenía miedo a que insistiera
en subir. Sé cuán determinado es cuando quiere algo y en otra
situación lo agradecería, pero la pistola en la cintura de ese hombre
me tiene aterrada las veinticuatro horas del día.
Aparezco en el salón lista para salir.
—¿A dónde vas? —pregunta caminando hacia mí. Su cercanía
me da repelús.
—A ver a mi madre como me mandaste.
—Te llevo. —Mi corazón está a punto de saltar de mi pecho,
debo salir de aquí sola.
—Mejor déjame hablar con ella primero y después te llamo para
que te acerques. —Eso es una soberana estupidez, conozco bien a
mi madre, ella jamás lo aceptará. Pero después veré como aplacar
la ira de ese hombre.
—Cómprale unas flores en mi nombre. ¡Con tu dinero, claro!
¿Cómo puede ser tan despreciable, dónde está el hombre
cariñoso y atento de antes?
—Vale… —contesto sumisa.
Llego a la urbanización donde vive mi madre y no lo veo por
ningún lado, pensé que lo iba a encontrar delante de la guarida
esperando por mí y no es así. Lo mejor es entrar juntos, así no
correremos ningún riesgo.
—Señorita, hay un taxi dándonos las luces —me dice el
conductor.
Es él, no tengo la menor duda de ello.
—Devuélvale la señal y pase a su lado.
Jorge no bajó del coche hasta que el mío no estuvo paralelo al
suyo. Él entra y se pone a mi lado sin decir una sola palabra, pensé
que iba ser bombardeada a preguntas y nada. Me había olvidado
por completo de lo frío y distante que puede ser cuando se lo
propone, y aquí la que tiene algo que decir soy yo.
Entro en casa de mi madre con él detrás, ella al verme
acompañada se para en seco. Ya venía a mi encuentro, suerte que
no vino exigiendo como de costumbre.
—¿Quién es él?
—Soy Jorge Gallardo, el novio de su hija hasta que se
comprometió con otro.
Lo miro incrédula, ¿cómo me hace algo así? Entiendo que esté
furioso, ¡pero exponerme de esa manera!
—¿Qué crees que haces, imbécil? —Me dan ganas de borrarle la
sonrisa del rostro con una bofetada.
—No sé quién es él, pero me gusta —dice mi madre.
—Vengo de una buena familia, soy abogado, uno de los buenos,
y con renombre en España. —La sonrisa en los labios de ella es
radiante—. Antes de que lo vea en Google, fui acusado de
blanqueo, estafa y evasión de impuestos entre otras cosas. Estuve
en la cárcel, pero ya está probado que soy inocente de todos los
cargos.
Mi madre pierde el color, nunca la he visto tan estupefacta como
ahora. Desearía poder leerle la mente. No sé si lo quiero llenar de
besos o matarlo. En unos segundos llevó a mi madre al cielo y la
arrastró al infierno.
—Lo siento pero no eres hombre para mi hija.
—¿En qué se basa para afirmar tal cosa? —le pregunta con
actitud arrogante.
Quiero salir corriendo, esto va a ser una pelea de titanes, aunque
Jorge está jugando con ventaja, él sabe casi todo de ella cuando
ella no sabe absolutamente nada de él.
—Creo que podré darle una vida razonable. Mi abuelo es dueño
de media Gran Vía, de una empresa del ramo del metal, y mi madre
tiene su propia marca de ropa, una que es usada por varias actrices
internacionales en grandes eventos y que suele presentar en la
pasarela Cibeles. Yo, hasta ser falsamente acusado, era uno de los
abogados más afamados de España. Ah, y mi padre es presidente
del STJ.
—No me impresionas —dice mi madre, aunque sé que miente.
—No era la intención, con quien me acuesto es con su hija, no
con usted.
—¡Grosero!
Es horrible, pero Jorge acaba de meterse a mi madre en el
bolsillo. Sin decir una sola palabra más desaparece del salón. La
conozco, se quedó con cada detalle dicho por él y ahora mismo está
mandando que lo investiguen. Pero la tiene y eso no es bueno para
mí, porque si antes no tenía oportunidad de que aceptara al
chantajista que tengo en mi casa, ahora menos todavía.
Entretanto, Jorge, descarado, está reparando en cada detalle de
la casa e ignorando mi presencia. Odio cuando hace estas cosas,
pero no puedo perder tiempo, en cualquier momento aquel loco
puede decidir venir por mí.
—Sígueme, por favor.
Cruzo el salón y salimos al jardín, los trabajadores al vernos
abandonan sus quehaceres y nos dan privacidad. Me alejo de la
casa en busca de un sitio donde estar solos y sin darme cuenta lo
llevo al único lugar en donde me sentía libre, mi rincón favorito. Es
como si deseara compartirlo con él.
Capítulo 39

Jorge
Érica es como un libro abierto, es impresionante todo lo que he
aprendido de ella en los esporádicos encuentros de verano y en
alguna que otra celebración realizada por Fátima. Me atrevo a decir
que sé más de ella que ella misma. Puedo describir cada reacción,
emoción y expresión que va a poner en cada momento.
Cuando me presenté de aquella manera tan descortés a su
madre lo hice a propósito, no la conozco como persona, pero lo que
conozco de oídas no me agrada. No la acusare de mala madre pero
tampoco se lleva el premio a la madre del año. Fue ausente, fría e
hizo de su hija una princesa perfecta a la que, si decide quedarse
con Héctor y conmigo, desprogramaremos y daremos libertad. Aun
sea lo último que haga en esta vida haré de Érica Ferreira una mujer
rebelde, la ayudaré a vivir su vida, a pensar en ella y no en la
opinión de los demás. Tiene tan arraigado preocuparse por las
apariencias que actúa para mantener la imagen pública intacta sin
ser consciente, calcula todos sus pasos. Me parece increíble como
una mujer fuerte como ella no se da cuenta. En su cabeza planta
cara a su madre, no le restaré merito, lo hizo cuando quitó su
apellido, cuando se fue trabajar con su padre y no con su madre,
pero aun así la controla y cuando la recupere eso se va a acabar,
porque Héctor y yo vamos a hacer de ella una mujer nueva.
—Este lugar es importante para ti, ¿sí?
—¿Como lo supiste?
—Basta fijarse en ti, en tu rostro.
—¡No entiendo! ¿Qué pasa con mi rostro? —Me acerco y la hago
mirarme. Desde que hemos llegado aquí no me miró una sola vez a
los ojos.
—No lo hagas, me voy a casar…
La puta burbuja de rosas y corazones explota. No soy idiota,
alguna mierda chunga está pasando, pero de ahí a tomar la
precipitada decisión de casarse… Sé que está siendo chantajeada o
algo la tiene muy asustada, sin embargo eso no ayuda a calmar mis
putos celos.
—¿Nos quieres? —pregunto haciendo mi mayor esfuerzo por ser
cortés.
Sus ojos se llenan de lágrimas, deseo abrazarla y decir que todo
va a estar bien, pero este es el camino para hacerla romper el
cascarón. Sé por Fátima cuánto le cuesta mentir, quiere siempre
contentar a todos y eso es una mierda, para hacer tal cosa tienes
que renunciar a ti mismo, a tu opinión y tus deseos. El silencio se
prolonga y siento miedo. Me destrozaría oír de su boca una mentira,
jamás sería capaz de hacerme dudar de su amor por mí y de la
conexión entre ella y Héctor, entre ellos está naciendo algo hermoso
y verdadero.
—Sois lo más bonito que me ha pasado en mucho tiempo.
—¿Y por qué nos traicionas de esta manera? —Al ver cómo se
lleva la mano al corazón dolida me arrepiento de mis palabras, no
obstante ya no puedo volver atrás: la única solución es demostrar
con hechos lo importante que es para mí.
—No lo hice —se defiende compungida.
Érica tira de mí y caminamos por una pequeña senda hasta la
casita del árbol más grande que he visto en mi vida, más grande
incluso que la casa de mi hermana Celia. Ella, al ver mi cara, se ríe.
—Mi madre lo hace todo a lo grande, la construyó cuando tenía
seis años y la mantiene en perfecto estado para, según ella, sus
nietos.
Golpe directo al corazón: hijos. Esa descabellada idea paso por
mi cabeza en una ocasión, aunque a la vista de los acontecimientos
no creo que sea una buena idea. Su círculo la crucificaría. Opto por
no decir nada y espero. Nos sentamos en el sofá «infantil» hecho a
medida, igual que todos los muebles de la casita. Va hasta el
mueble y coge una foto suya sentada sola, jugando con una
muñeca. Mis padres no fueron perfectos, ni mucho menos, peros
somos muchos hermanos y nuestra casa siempre estaba llena de
amigos y primos. Por la nostalgia en la expresión de Érica
comprendo que ella no vivió eso.
A la porra su compromiso, me acerco por detrás y la abrazo.
—Él mató mi abuela y a mi padrino, y ejecutará a toda mi familia
si deshago el compromiso. —El dolor en sus palabras es tanto que
no sé qué decir. Sé que estas personas eran importantes para ella.
Me aferro a su cintura para no perder la cordura. Eso va mucho más
allá de lo que me imaginaba.
—Cuéntame todo. —Deseo decirle muchas cosas pero dejaré
que ella marque los tiempos, en su voz hay mucho miedo.
A cada palabra dicha aprieto más mi agarre alrededor de su
cuerpo para no cometer la locura de salir corriendo en busca de ese
asesino psicópata y matarlo. Nunca me gustó, todas las veces que
lo tuve delante deseé echarlo a patadas. Aquí está una prueba más
de la inocencia y bondad de esta mujer: metió al enemigo en su
casa sin saberlo. Tiene el poder suficiente para hacerlo desaparecer
por poner su futuro en riesgo y aun así está dispuesta a sacrificarse
para que otros no sufran.
Todos los fracasos ocurridos en su empresa vienen de parte de
ese desgraciado. La dejo desahogarse, no hago preguntas. Ya las
haré al final, cuando todo esto se acabe, porque no se va a casar
con él, aunque yo tenga que matarlo con mis propias manos. Érica
me salvó una y otra vez, ahora seré yo quien haga lo mismo con
ella. Ya tengo un plan en mente para librarnos de él y sus cómplices,
son tan arrogantes que no se darán cuenta de que sus años de
gloria llegan a su fin y caerán todos juntos.
Érica, al escuchar mi plan, se acobarda y se niega a aceptarlo
alegando ser muy arriesgado, pero el vivir es un riesgo y si no hago
nada nunca vamos a ser libres. No podremos vivir siempre con
miedo al fracaso, me niego a ello. Me merezco más que el miedo
continuo a perderlo todo en cualquier momento.
Entro en la casa de la madre de Érica y la encuentro mirándonos
por el cristal.
—¿Quieres a mi hija? —me pregunta a bocajarro.
—Sí —respondo con sinceridad.
—¿Y aun así vas a dejar que se case con otro.
—Ella no se va a casar, por lo menos con él no… —No tengo la
menor idea de qué mosca la picó, pero me viene de perlas.
—¿Con quién se casará entonces?
—El tiempo lo dirá. Necesito su ayuda —revelo aprovechando su
acercamiento.
—Solo tienes que pedir —responde altanera. Dios, cuánta
arrogancia.
Esa gente necesita tener su ego alimentado y como la necesito
haré realidad sus deseos. Cruzando los dedos para no ser
interrumpido por Érica, le digo lo que quiero de ella. No se pone
contenta, pero accede a ayudarme. Su hija la recrimina pese a que
la mujer no se inmuta. No me gusta ver cómo la ignora, logrando
ganarse un poco más de mi antipatía. Nunca pasó por mi cabeza
aliarme con su madre y dejarla como mera espectadora. Deseo
acercarme a abrazarla, hacerla sentirse segura, que vea que le
hago caso y estoy de su lado. No obstante en ese momento no
puedo hacerlo, ella está en contra y necesito hacerla ver que esa es
nuestra única salida.
Desgraciadamente no puedo seguir aquí por más tiempo, aun sin
recibir una confirmación de su parte sobre si va a participar o no le
explico nuevamente con detalles el plan y me voy con el corazón
apretado por dejarla aquí. Pero es necesario, su supuesto prometido
puede llegar en cualquier instante. En ese momento debe de está
sintiéndose victorioso creyendo que su suegra, que lo acaba de
llamar personalmente para invitarlo a cenar en su casa, al fin lo ha
aceptado.
Dejo todas las instrucciones para que él crea que tiene todo bajo
control y en cuanto él se esté regodeando en su «victoria» yo estaré
recogiendo la prueba de su crimen.
Después de tener en mi poder más de lo que fui buscar me
adentro en el coche que mi futura suegra puso a mi disposición y el
chofer me lleva a uno de sus pisos. No quise aceptar esta oferta al
principio, pero ella no dudó en chantajearme diciendo que si no
aceptaba no me ayudaría. Me vinieron a la mente mil y una cosas
para decirle, me puse muy furioso. Es una mujer lista, y apuesto mi
moto a que se dio cuenta de la gravedad del asunto, pero aun así
tuvo que salirse con la suya.
Llegó el tan soñado día para una de las mejores personas que he
tenido el placer de conocer. Estamos todos reunidos para
acompañar a Pedro, que está de los nervios. Es su gran día pero se
puede transformar en el peor de la vida de todos. Me arrepiento de
haber aceptado su descabellado plan. Cuando lo propuso me dejé
llevar por la emoción, subestimando a un enemigo que desde hace
años está caminando a mil pasos por delante de nosotros y se le ve
en los ojos la preocupación por si las cosas no salen como hemos
planeado. Jamás lo diremos en voz alta, no obstante, ahora, con
todo listo y los invitados llegando, nosotros estamos igual aunque
mis amigos y yo lo disimulamos.
Los asientos dispuestos en el jardín en donde van a oficiar la
ceremonia van siendo ocupados y no dejo de mirar a la entrada,
deseoso de verla llegar. Miguel, Rafa y Rubén están junto a sus
mujeres, el único que está solo soy yo. Héctor, aun habiendo la
posibilidad de ver a Érica, no quiso venir. Saber que nos iba a dejar
sin decirnos nada, aun consciente de que no es por voluntad propia,
ha sido difícil de asimilar para él. Al ver a todos mis amigos
acompañados siento envidia; desearía tenerla a mi lado, no
obstante en ese momento me contento con que venga. Para que el
plan funcione necesito su presencia y por el momento no la he visto
por ningún lado.
Nuestro sospechoso llega acompañado de una modelo, su porte
arrogante se ve desde la luna. Su mirada recae sobre mí, respiro
hondo y voy a su encuentro a recibirlo. Mis amigos llegan detrás y
actuamos como siempre, ese hombre durante mucho tiempo fue
nuestro mentor y hoy es nuestro destructor. El acosador de Fátima
entra acompañado de su mujer, no parece la misma. Está más
guapa, más elegante, no obstante en su mirada no hay felicidad. Me
alegra ver que no trajeron a los niños.
La madre de Pedro viene a nuestro rescate y se ocupa de
agasajar a nuestro verdugo. Hace mucho que los familiares de
Pedro se enteraron de lo que nos estaba ocurriendo, pero para su
madre el descubrir quién está detrás de la operación fue una gran
decepción. Aun así, demostrando una gran fortaleza, decidió
ayudarnos.
Emocionados, ocupamos nuestros puestos y empieza a sonar la
marcha nupcial. Todos giramos la cabeza en busca de Paula y a la
que veo es a ella del brazo de su «prometido». Es una escena
horrible, Érica se queda congelada al darse cuenta de la situación a
su alrededor, él está encantado en ser el centro de las atenciones.
Como si fuera el protagonista, camina por el pasillo con una sonrisa
en la cara hasta encontrar un asiento libre.
—Perdón —leemos todos en los labios de ella.
Paula aparece en la puerta y todos se ponen de pie. Su madre
está a su lado hecha un mar de lágrimas y Suelen lo mismo junto a
mí. Esta gente lo pasó francamente mal y es gratificante ver
lágrimas de alegría en sus rostros. El padre de Paula la buscó para
pedirle perdón por haberlas abandonado y cerrado la puerta en su
cara cuando fue detrás de él para pedirle ayuda. Ella, como la mujer
de carácter que es, dijo que lo perdonaba pero que no tenía lugar en
su vida, y ahí se quedó, no le invitó a su gran día.
Ya con Paula y Pedro como marido y mujer, pasamos a la
recepción. No me acerco a ella en ningún momento. Como, río y
bailo acompañado de la hermana de Paula. Suelen se ha
transformado en una mujer espectacular, es maravilloso ver cómo
aprovechó la segunda oportunidad que le dio la vida después de
todos los malos momentos que hizo pasar a su familia y lo cerca
que estuvo de hacer un camino sin vuelta. Después de bailar unas
cuantas canciones me excuso con mi acompañante y voy al baño.
—Si supiera que ibas a estar con otra no hubiera venido —me
recrimina Érica en mitad del pasillo.
—Él no puede verte hablando conmigo.
—Me importa una mierda. Me largo —contesta subiendo el tono
de voz.
La tomo por el brazo, impidiendo su huida, y la arrastro al baño
de caballeros. No la dejo decir nada más, a la mierda todo: la beso
como deseo hacer desde que la vi llegar. Nuestro encuentro en
Brasil fue tenso y no la pude disfrutar, pero no puedo estar un
minuto más sin sentirla. Esta mujer es mía y el neandertal que vive
en mí está a punto de comerse vivo a todo el mundo por verla ser
tocada por otro. Ella se cree que me estoy divirtiendo cuando no es
así. Debería, es el momento de Pedro, pero no soy capaz de sacarla
de mi cabeza. Aquel desgraciado no le tiene el menor respeto, la
está tocando como si fuera una cualquiera delante de todos. Mi
deseo es follarla aquí mismo, pero ella se merece más que ser
follada en el baño de caballeros. Acuno su bonito rostro entre mis
manos.
—Ten paciencia. Estamos cerca del fin. —Lleno su rostro de
besos y la echo del baño.
Subo al despacho de Pedro a tranquilizarme un poco y me
encuentro con el descarado de nuestro verdugo sentado detrás de
su escritorio. Al verme me sonríe y gira la silla como si estuviera en
su casa.
—Bonito despacho.
—Estoy de acuerdo.
—¿Crees que podrá acostumbrarse…? —Se da cuenta de que
iba hablar demasiado y se calla.
El asco que siento me supera, tengo que salir de aquí cuanto
antes o no respondo y no quiero echar por tierra los esfuerzos de
todos. Agradezco al cielo que me hayan llamado al móvil. Apunto al
aparato y me largo, evito hasta dirigirle la palabra. No me fío de mí
mismo en ese momento. ¿Quién se cree que es para sentarse en el
despacho de mi amigo y actuar como si fuera el rey del mundo?
Llego al salón y mi rabia aumenta, Érica está presa entre los brazos
de su prometido. Es bochornoso cómo la está haciendo pasar
vergüenza, eso tiene que acabarse ya.
—Disimula —dice Suelen poniéndose delante de mí.
—¿Qué?
Me hago el desentendido, no tengo confianza con ella como para
que me hable con tanta intimidad. Ella se encoge de hombros.
—Si deseas hacerte el tonto, allá tú.
Se gira y me deja plantado en mitad del jardín, todos están
charlando y riéndose ajenos a mis batallas internas. La hermana de
Paula encontró la manera de sacar a Érica de al lado de Roberto y
la lleva a donde están la novia y sus amigas. Pero no me da tiempo
a saborear la pequeña victoria: el acosador de Fátima se acerca a
mí. Es increíble, tiene nuestra edad e hizo tantas cosas mal en su
vida que tenía todas las papeletas para quedarse solo y en la ruina.
El tío tiene mucha suerte, solo espero que se le acabe hoy. Intenta
entablar conversación conmigo sin éxito, no soy conocido por ser el
simpático del grupo, basta una mirada dura por mi parte y se calla.
Me gustaría que se largara, pero se queda inmóvil a mi lado, como
una estatua.
—Por favor, acercaos todos —pide Pedro.
Llegó el momento.
Para mi mala suerte, Roberto va detrás de Érica y vuelve a
agarrarla, de seguro está creyendo que va a presenciar la
culminación de sus planes. Todo este tiempo estuvo compinchado
con el que nos arruinó la vida.
—Gracias a todos por venir celebrar ese día tan feliz para Paula
y para mí —comienza Pedro—. Cuando encontramos a la mujer de
nuestra vida lo sabemos en el momento. Yo conocí a Paula de la
manera más loca que podéis imaginar… —Mis amigos y yo nos
reímos recordando cómo él nos relataba ese primer encuentro—.
Ella no cayó rendida ante mi belleza, ni mucho menos. Me llamó de
todo, y en ese mismo instante me dije: «esta mujer va a ser mi
esposa, la madre de mis hijos». Y aquí estamos.
»El día en que la convencí para que dejase su país y su familia y
viniera a vivir conmigo le prometí cuidarla, amarla y protegerla hasta
de mí mismo si llegara el momento. Le advertí que a mi lado nunca
estaríamos solos, que junto a mí hay una panda de tarados que son
más que amigos, son mis hermanos y que esos hombres lo darían
todo por ella si llegara el caso por el simple hecho de ser la mujer de
mi vida. Por eso nosotros seis queremos hacerle un regalo especial
en este día. Daniel, Miguel, Rafa, Rubén, Jorge venid aquí —nos
llama Pedro. Todos mis amigos están agarrados de la mano de sus
mujeres excepto yo, que estoy solo. La miro y Roberto me sonríe,
sintiéndose victorioso. Pobre desgraciado, no sabe la que le va a
caer encima dentro de unos minutos. Toda la prensa está en sus
puestos. Mis amigos dejan a sus mujeres junto a Paula y vamos al
encuentro de Pedro.
—Tío, dé un paso al frente, por favor. Tengo algo importante que
anunciar.
Las chicas son un mar de lágrimas. Érica tira de su novio y se
pone al lado de Fátima, ese es el sitio donde debe estar, el único
fuera de lugar es él. Está pegado a ella como una lapa. En mi rostro
brota una sonrisa al ver a mi hermano entrar con nuestra hermana y
sobrina de la mano.
—Héctor, Celia, venid hacia adelante, sois de la familia —dice
Pedro entonces.
Las cabezas no tardan en girarse en busca de las personas
nombradas, los flashes se disparan en su dirección. Me lleno de
orgullo al ver a mi hermano sacar pecho y caminar hasta la primera
fila e interponerse entre Érica y su novio. El hombre hace el gesto
de querer protestar, pero queda congelado al recibir una mirada
matadora de su jefe. De seguro saltaría encima de su cómplice a
matarlo si empañara lo que considera su gran día.
—Ahora estamos todos —dice Pedro mirando a mis hermanos—.
Como iba diciendo, prometí a mi mujer siempre tenerla a salvo y
segura, sin embargo en los últimos meses no he podido cumplir con
mi promesa. Como todos sabéis por las noticias, mis despachos
llevan años siendo atacados. Por más esfuerzos que hiciéramos no
fuimos capaces de dar con el responsable y la vida de mis amigos,
la de sus familiares, la de mi propia mujer e hijo, se volvieron boca
abajo. Para mantenerlos a salvo y seguros tomamos un camino que
cambiará nuestras vidas para siempre de aquí en adelante. Todos
volveremos a ir tranquilos por la calle, nuestros hijos no tendrán que
estar continuamente bajo vigilancia. El llegar hasta aquí no fue fácil,
mucha gente se implicó en cuerpo y alma para ayudar a mantener a
flote la empresa que mi padre fundó y dejo de herencia para Daniel
y para mí. Estos hombres que tengo a mi lado podían haber saltado
del barco y dejar que nos hundiéramos solos. Sin embargo, como la
familia unida que somos, seguimos juntos hasta el final con la
convicción de que si cae uno, caemos todos. Sin más preámbulos
os expondré el resultado de nuestros esfuerzos por probar nuestra
inocencia y librarnos de una vez por todas de esto para empezar de
nuevo. Tío… por favor…
El aludido, con una sonrisa que no le cabe en la cara de felicidad,
se sube al palco montado especialmente para eso. Se acerca a su
sobrino, le da la mano y un efusivo abrazo.
—Este hombre fue un segundo padre para mí, fue mi mentor y el
de mis amigos. Nos enseñó muchas de las cosas que sabemos hoy.
Tras la muerte prematura de mi padre, cuidó de mi empresa,
ocupando el cargo de vicepresidente junto a nuestro albacea, hasta
que yo estuve listo para asumir junto a Daniel la dirección de
nuestro legado. Fue mi padre en la ausencia de su hermano. Estoy
seguro de que mi progenitor, esté donde esté, le agradece habernos
guiado por el buen camino, y hoy lo llamo al frente para darle el
lugar que se merece. Jorge, si eres tan amable… —me da la
palabra Pedro.
—Estaba enfadado con el mundo cuando conocí a estos figuras.
Ya sabéis, la juventud en algunas ocasiones puede ser horrible y
ellos me ayudaron a encontrarme, a encauzar mi vida. Me dieron
estabilidad, me ayudaron de tantas maneras distintas que no puedo
enumerarlas sin exponerme y exponer a otras personas por las
cuales daría mi vida. Ese hombre que veis aquí —señalo a mi
verdugo— durante un tiempo fue mi ejemplo a seguir. Deseaba ser
como él, no me despegaba de su persona para absorber todo sus
conocimientos y hoy… os anuncio…
Me dan arcadas al ver cómo se frota las manos creyendo que va
a quedarse con el fruto de nuestro trabajo y esfuerzo.
—Que él es quien estuvo detrás de los sabotajes en los
despachos, de las falsas acusaciones en mi contra, de las
amenazas recibidas por nuestras familias, del intento de sacar de la
carretera el coche de mi hermano en el que iba nuestra sobrina. Su
único hijo, que era un fracasado hasta que Pedro y Daniel lo
ayudaron a encauzar su vida, la vergüenza de nuestro verdugo
estuvo chantajeando a una mujer embarazada por haberlo
rechazado en el pasado. —Mis palabras causan una conmoción
entre los asistentes y veo que Roberto trata de marcharse—. El
hombre que intenta salir sin ser visto —apunto a Roberto—
chantajeó a un buen hombre, mandó demoler un edificio para
manchar el nombre de un afamado arquitecto y asesinó a dos
inocentes por órdenes de este hombre que tengo al lado. Aquí os
dejamos una película y audios para que veáis y oigáis por vosotros
mismos todas las barbaries que esa gente cometió por venganza,
despecho y avaricia.
Héctor tiene a Roberto agarrado por el brazo impidiendo su
huida. El tío de Pedro no reacciona, está congelado viendo cómo
esposan a su hijo. Todos sus cómplices fueron detenidos al mismo
tiempo, por más que le estén llamando para alertarlo no pueden: los
teléfonos móviles están prohibidos para los invitados, los únicos en
usarlos somos nosotros.
—¿Creéis que me tenéis pillado? —grita babeando como un
perro.
—Creemos no, lo tenemos —contestamos todos a la vez.
—No tenéis idea de con quién os metéis.
—Todos tus cómplices ya están arrestados en esos momentos.
—Es entonces cuando pierde completamente la compostura.
—¡Yo debería de haber quedado al frente del despacho, no unos
niñatos como vosotros que me relegaron al olvido.!
—No tenías ningún derecho en los negocios. Tus malos hábitos
te obligaron a vender tu parte, que tampoco merecías.
—¡Yo ayudé a fundar C&D Asociados!
—No ayudaste en nada. —Este hombre está loco, el padre de
Pedro le regaló un diez por ciento de su negocio por amistad, parte
que pocos años después compró devuelta para sacarlo de un apuro.
—¡Merecía estar al frente! ¡Cuidé de todo mientras seguías
formándote!
—Y también robaste mucho dinero —reclama Daniel.
—Era el pago por mi trabajo.
—Lo peor es que no te vi venir, por eso siempre ibas un paso por
delante, pero se acabó —dice Pedro.
—¡Y si no hubiera sido por esa zorra pelirroja hubiera recuperado
lo que es mío por derecho!
Hasta entonces me estaba manteniendo al margen, ya que la
discusión era entre tío y sobrino, pero como ahora se trata de mi
mujer, me meto. Doy un paso al frente y le propino un puñetazo que
con satisfacción sé que rompió su nariz, solo paro porque dos
policías y mis amigos me apartan.
—No la vuelvas a mencionar —espeto.
El policía se lo lleva a rastras, cortando su despechado discurso.
Los tres hombres son arrestados.
Pablo junto a su marido, Pelayo y su mujer se acercan a las
chicas, a este último le pediré disculpas por desconfiar de su
persona. Fátima se abraza a su amigo de la infancia y Daniel se
envara, este hombre no tiene arreglo, sus celos son mayores que él.
Doy un abrazo a mis amigos por el alivio de haber terminado con
esa pesadilla, sé que desean comentar lo ocurrido pero solo tengo
una cosa en mente: llegar hasta ella, que está en brazos de Héctor.
Un reportero salta el cordón de seguridad y se acerca a mí.
—Señor Gallardo, ¿cuál será su futuro? ¿Usará la influencia de
su padre para lograr un cargo y dejar esto atrás? —recita el hombre
de un tirón.
—Lo único que sé de mi futuro es que quiero mi propia familia —
digo mirando cómo mi hermano le seca las lágrimas a Érica.
Los alcanzo, la cojo de entre los brazos de Héctor y, sin
importarme los periodistas, la beso bajo la atenta mirada de todos y
los flashes de las cámaras.
—No debería de haberlo hecho —digo al separarnos—. Tu
reputación… —susurro con mi frente pegada a la de ella.
—Señor Gallardo, ¿quién es la mujer que le robó el corazón? ¿Y
ese hombre, quién es?
Érica alarga la mano y coge el micrófono del reportero.
—Soy Érica Ferreira y soy la novia de estos dos hombres
maravillosos. —Ella coge nuestra mano y la pone sobre su lisa
barriga. Miro a Héctor, él tiene la misma expresión que yo. No me lo
puedo creer. ¿La comedida Érica acaba de anunciar al mundo que
tiene una relación poliamorosa y nos está diciendo silenciosamente
que vamos a ser padres? Sin pensarlo, presiono mis labios contra
los de ella.
—¿Estás esperando un hijo nuestro? —pregunto.
Su sonrisa está llena de luz.
—Sí.
Héctor tira de ella y es su turno de besarla.
Fin
Epílogo

Héctor y yo estamos a pocas horas de trasladarnos a Brasil


definitivamente. Érica no sabe que vamos. Cuando, en la boda de
Pedro, nos anunció que llevaba a nuestro hijo en su vientre creí que
iba explotar de alegría. Mi hermano y yo nos miramos y sin
necesidad de verbalizar nuestros sentimientos tuvimos claro cuál
sería nuestro destino. Antes de saber de su embarazo ya nos
planteábamos esto, y, al recibir la noticia, solo retrasamos la partida
lo estrictamente necesario. Fueron los dos meses más largos de mi
vida. Jamás pensé que Héctor se subiría en un avión tantas veces
como lo hizo en estas ocho semanas.
Él pasó su pequeño negocio a sus empleados, que llevaban con
él desde el principio, y entretanto yo ayudé a mis amigos a restaurar
nuestro buen nombre, que salió reforzado. Hubo clientes que
quisieron volver a trabajar con nuestro despacho pero rehusamos.
Sabemos que la mayoría de ellos fueron chantajeados, que no son
culpables de lo ocurrido, pero tuvieron la opción de contarnos lo que
estaba sucediendo y juntos buscar una solución y no lo hicieron.
Ahora están dispuestos a confiar en nosotros, pero no es algo
recíproco.
Al contrario de lo que pensé, mi carrera en España no está
acabada aunque no barajo en ningún momento la opción de
quedarme. Ni por todo dinero del mundo cambiaría mi decisión. Casi
siempre son las mujeres las que abandonan todo para seguir al
hombre pero en este caso, sin la menor vergüenza, Héctor y yo
vamos detrás de nuestra chica e incluso le pediremos trabajo. Pedro
quiso abrir una sucursal de nuestro despacho en Brasil para que yo
la llevara, pero no quiero, quiero estar bajo el mando de mi mujer.
—¿Estás seguro de lo que vas a hacer? —pregunta Pedro.
—Sí.
—Te voy a echar de menos.
—No te pongas sentimental, estaré en la misma ciudad que tu
hermano. Y su mujer y la mía tienen aviones —le recuerdo con una
sonrisa pícara.
—Cabrones.
—El dinero siempre gana. Oooh, no, perdón el amor siempre
gana.
—¿Desde cuándo gastas tantas bromas? —me increpa Rubén.
—Desde que el Cupido lo fichó —bromea Miguel y pongo los
ojos en blanco.
De nada ha servido decirles que no hacía falta que vinieran, aquí
los tengo a todos junto a sus mujeres e hijos, nada menos que una
comitiva de coches para seguirme hasta el aeropuerto. Mentiría si
dijera que no me da pena alejarme de ellos, que no los voy a echar
de menos. Son mi familia, les debo un mundo.
—Me adelanto con Celia y Sandra. Nos vemos en el aeropuerto.
—Con estas palabras, Héctor se va, dejándome con ellos. Sabe que
necesitamos estar un momento a solas y aún tengo que despedirme
del resto de mi familia.

Sus esposas se ocupan de los vehículos y los cinco vamos en


silencio en el coche de Pedro hasta mi última parada antes de iniciar
mi nueva vida.
—Estaremos esperándote aquí, si nos necesitas háznoslo saber
y allí estaremos.
No contesto, solo asiento y bajo del coche, cerrando la puerta
tras de mí. Los miro a todos, uno a uno. Es un camino sin retorno
que debía de haber hecho hace mucho. Hay ciertos momentos en la
vida en los que tienes que ser egoísta y pensar en ti mismo y no en
los demás. No somos superhéroes para salvar a todos y, si quiero
dar un buen ejemplo a mi hijo o hija, tengo que hacer esto.
Tomo aire y me alejo del coche, acercándome a la casa. Al llegar
frente a la puerta, llamo al timbre. No pasan ni veinte segundos
cuando ya me abre Dalila, que se tira encima de mí como hace casi
siempre que nos vemos, recibiendo la mirada reprobatoria de mi
padre, que aparece detrás de ella. De uno en uno, los miembros de
mi familia me vienen a recibir, o eso creo. Bajo a mi hermana de mi
cuello y la pongo a mi lado sin soltarle la mano, los quiero a todos,
sin embargo, ella es a quien quiero proteger de verdad.
—Qué alegría en verte, hijo —dice mi madre.
—¿Te quedas a comer? —pregunta mi hermano Javier. Pese a
nuestras diferencias es un buen hombre, y por desgracia no tiene
voz ni voto sobre su vida.
En esta casa todos son figurantes de la historia de mi padre.
—No, Javi. Solo paré a despedirme. Me voy a vivir con mi mujer
a otro país. Dentro de unos meses seré padre.
—¡Qué maravillosa noticia, hijo! —dice mi madre emocionada—.
¿Por qué no se viene ella a España? Así estaré cerca de mi nieto.
—La miro apenado, sé que ver a mi hijo crecer sería su sueño
hecho realidad, pero eso no ocurrirá.
—Mamá, te quiero. —Ella se emociona al oírme—. Sin embargo
no te quiero a ti ni a mi padre cerca de mi hijo.
La conmoción es generalizada, la cara de felicidad de mi madre
se transforma en una de espanto, confirmando mi desconfianza.
—¿Por qué hablas así a mamá? —me pregunta mi hermana a mi
lado, escandalizada.
Me giro a ella y la abrazo.
—Perdóname por haberme ido, por no hacerte partícipe.
—¡Me estas asustando! —exclama Dalila.
Le doy un beso en la frente y miro a nuestra numerosa familia.
—Hermanos, primos, llegó el momento de saber por qué me fui.
—¡No! —gritan mis padres a la vez.
—¡Vete de mi casa, ingrato! —Escupe mi padre mientras mi
madre llora.
—Me iré, pero no sin antes decir a mis hermanos que tenemos
una hermana, y tal vez un hermano mayor. Que tú abominas mi
estilo de vida, pero la realidad es que lo descubrí a través de ti. La
diferencia es que yo jamás daré la espalda a mis hijos como lo
hiciste tú.
—¡Cállate! —me grita.
—No. Me callé durante veinte años, ya no lo haré.
—Todo lo que dice Jorge es mentira —dice mi madre a mis
hermanos, dejándome atónito.
—No os preocupéis, no haré nada público, no ensuciaré el
«intachable» nombre de la familia, pero no permitiré que mis
hermanos sigan haciendo parte de esta farsa.
—Ni si te ocurra —le advierte mi hermano Ángel a mi padre,
sujetando la mano con la que pretendía pegarme.
—Jamás te levantaré la mano, sin embargo tus golpes ya no me
harán callar como hicieron al adolescente de diecisiete años —
espeto al ver su gesto—. Aun hoy llevo las marcas en mi cuerpo y
en mi alma.
—Jorge, ¿quiénes son esos otros hermanos de los que hablas?
¿Tienes cómo probar lo que estás diciendo? —pregunta Dalila entre
hipidos.
Meto la mano en el bolsillo de mi vaquero, saco cinco fotocopias
arrugadas y entrego una a cada una de las personas que viven bajo
el yugo de mi padre. Dalila, al leer el nombre escrito en el papel, se
lleva la mano a la boca: acaba de darse cuenta de que tiene una
sobrina adolescente y que Héctor y yo compartimos la misma mujer.
—¿Alguien más aparte de ti lo sabía? —pregunta el siempre
callado Joaquín.
Miro a mi madre, que da pasos hacia atrás.
—Creo que no hace falta que los señale.
—Me callé por protegeros. Ellos son unos bastardos, ni siquiera
saben quién es su padre de verdad. Pueden ser de tu padre o de tu
fallecido tío. ¿Quién os garantiza que no es de un cualquiera de la
calle? —dice mi madre con dureza, sin remordimientos.
—¡Este papel lo dice! —Dalila estampa la prueba de ADN de
Celia en el pecho de mi progenitora que sin mirarlo, lo rompe.
Por primera vez en mi vida veo su verdadera cara.
Doy un afectuoso abrazo a Dalila, que está deshecha. Le daré
todas las respuestas que quiera, pero en otro momento. Mi misión
en este lugar se acabó. Les doy la espalda, alejándome de los
gritos, no me interesa cómo acaba esto, sé que mis hermanos
estarán mejor ahora. Desde este momento serán personas libres,
como lo soy yo.
—¿Cómo te encuentras? —pregunta Rubén cuando llego afuera.
Recuerdo cuando me hizo esta misma pregunta al sacarme de la
cárcel y le conteste que estaba hecho una mierda.
—Estoy genial, y es gracias a que vosotros siempre estuvisteis a
mi lado. Este estado de ligereza, esta mente tranquila, es gracias a
que no me dejasteis perderme en mi rabia.
—¡Ya estamos en plan maricas nuevamente! Menos mal que era
el último soltero del grupo —se burla Miguel.
—¿Por qué dices eso? —pregunta Pedro.
—Porque no hubo una sola vez en que uno de nosotros haya
encontrado pareja sin que haya habido drama. —Nos miramos entre
nosotros y nos reímos. Es la más pura verdad.
—Miguel —lo llama Rafa—. No creo que eso se haya acabado.
Dentro de algunos años vendrá la era de nuestros hijos. —Se hace
el silencio y los que están sentados en el asiento de atrás se echan
hacia adelante—. Voy a ser padre —anuncia Rafa emocionado.
—¡Dentro de unos meses tendremos tres partos! —exclamo feliz.
—Más bien cuatro —dice Pedro y ya no sabemos a dónde mirar.
La felicidad es plena, sabemos que ama a Tiago con todo su ser, es
su hijo y pobre del que diga lo contrario, sin embargo su mayor
deseo era casarse con Paula y tener un hijo con ella. Me alegra
saber que me voy y los dejo a todos felices y realizados.

Llegamos a Brasil y por primera vez no tenemos problemas para


acceder al piso de Érica. Por el contrario, el chico de la portería nos
saluda con alegría.
—¡Qué sorpresa más maravillosa! —grita ella al vernos y corre a
tirarse encima de mí.
—Cuidado —digo preocupado por nuestro bebé.
—No te preocupes —dice entre beso y beso—. Jamás haría
nada que pusiera a nuestro hijo en riesgo.
—Yo también quiero —dice Héctor, que la abraza por detrás.
Todavía en el recibidor compartimos el cariño de nuestra mujer
que está más bonita si cabe. Su barriga no se nota mucho, ya su
cuerpo ha cambiado.
Es otra persona con nosotros, ya no hay rastro de timidez. Verla
caminar con esta seguridad ante mí me llena de orgullo. Sin
embargo, la conozco: sé que quiere pedir algo.
—¿Qué quieres, Pecas? —pregunto serio para no darle
oportunidad de huir.
—¡Casarme! Me niego a ser madre soltera.
—¿En qué términos? —Me gana la curiosidad.
—Con los dos. —Al ver nuestras caras, riéndose nos explica que
oficializará una boda formal para contentar a su gente y después de
que el bebé nazca nos iremos de viaje a un país en donde está
permitida la poligamia y nos casaremos los tres allí.
—¿Con quién quieres casarte oficialmente? —pregunto,
acataremos lo que ella decida.
—Eso os lo dejo a vosotros.
—Héctor, te casarás con nuestra mujer —afirmo. La amo, ella es
mía y no necesito un papel que me lo confirme. Pero para Héctor
esto sería bueno, debido a todo lo vivido con su madre. Aunque no
lo verbalice, tiene sus inseguridades. Me mira sin creer en mis
palabras. Sé que esto nunca será motivo de discordia entre
nosotros, ambos la amamos.
La cara de la madre de Érica al conocer la noticia no va a tener
precio. Le va a dar algo cuando descubra la relación que tiene y que
además se va a casar con el hermano pobre.

Llegó el tan soñado día.


Tal como me esperaba, la madre de mi mujer no me dirige la palabra
desde hace meses. Está totalmente en contra de este enlace, la
conversación entre ellas fue dura. No obstante, quedé feliz con el
resultado, por fin Érica se liberó definitivamente de todo aquello que
la ahogaba. Dijo a su madre todo lo que pensaba sobre su manera
de criarla y actuar con ella. La mujer, en sus trece, intentó manipular
la situación sin éxito. A su padre le costó un poco entenderlo pero lo
primordial para él es la felicidad de su hija y al final aceptó.
Por insistencia de ella enviamos una invitación a mi padre, pero
supongo que la rompió al figurar el nombre de Héctor y no el mío.
La ceremonia es íntima, no es nada de aquello que Érica había
soñado pero está más feliz que nunca. Su padre será quien la
conduzca al altar y yo estoy al lado de mi hermano, en mi cabeza
somos los tres oficializando nuestro amor.
Están todos mis amigos conmigo. En el primer banco de la
iglesia se encuentran Celia, Sandra, Dalila y mis hermanos, ninguno
quiso perder mi día, pese a no ser yo el novio. Todos quisieron
conocer a Héctor y a Celia y ya lo ven como a un hermano más.
La madre de Érica se negó a asistir el enlace de su hija con un
don nadie como lo llama ella.
Empieza a sonar la marcha nupcial y la veo aparecer, mi
hermano me mira, emocionado.
—Es nuestra —le susurro, aunque en realidad me estoy
preguntando a mí mismo si es real. Es tan perfecta que me cuesta
creer que quiera compartir su vida conmigo.
Da los primeros pasos para venir a nuestro encuentro y entonces
alguien grita.
—¡Detente!
Todos miramos asustado en dirección a la voz. Érica se tambalea
en brazos de su padre, que la sujeta firmemente. Mis amigos en
nada están a mi lado en el altar para evitar que salga corriendo a su
encuentro.
—Mamá. ¿Qué estás haciendo? —pregunta Erica con la voz
rota.
—Ocupar el lugar que me corresponde. Déjame verte. Este velo
está torcido. —Mi suegra lo arregla sobre la cabeza de su hija—. No
llores, tienes que lucir más bonita que nunca. Es tu día. —Pasa su
mano sobre el vestido de su hija, estira la larga cola y la empuja—.
Ve a por tus hombres. Sé feliz, hija.
—Para mí sería un honor tenerte conmigo allí arriba —dice Érica
indicando el altar.
Madre e hija se funden en un sincero y verdadero abrazo que
emociona a todos.
La ceremonia da inicio, no tengo ojos para nada más que no sea
la preciosa mujer que mi hermano tiene delante. Hace mucho dejó
de importarme que mis amigos me vean llorar. No obstante eran
situaciones íntimas entre nosotros y ahora estoy llorando delante de
doscientos invitados, y me da exactamente igual.
—Te quiero —le susurro.
—Y yo a ti —mira a Héctor—. A ti también.
Mi suegra, que no nos perdió de vista un solo momento, al ver
cómo los ojos de su hija brillan al declararse a nosotros, sin
importarle el qué dirán e ignorando la mirada reprobatoria del cura,
me posiciona al lado de mi hermano y juntos recitamos nuestros
votos. Héctor lo hace en voz alta, yo en voz muy baja, apenas
moviendo los labios, pero los ojos de Érica están sobre nosotros y
ella sabe que le estoy jurando amor eterno. Es lo más cursi de mi
vida pero no quiero otra cosa que no sea pasar lo que me queda en
este mundo al lado de esta mujer y de mi hermano, amarlos,
honrarlos y protegerlos todos los días de mi vida hasta que la
muerte nos separe.

Acabada la ceremonia, Érica, mira tras de sí y descubre a los


asistentes mirándola como si estuvieran esperando que dijera algo,
diera alguna explicación. Sin rastro de preocupación busca contacto
visual con sus padres. Ambos, con una adoración y orgullo
desmedido, le lanzan un beso que para ella es como recibir su
bendición. Con lágrimas de felicidad bañando su rostro nos agarra
de la mano y así abandonamos la iglesia.
No tengo la menor idea de qué me depara el futuro, sé que no
será fácil, pero con ellos a mi lado estoy listo para luchar todas las
batallas que surjan. Cuando encontré a Héctor pensé estar completo
y me engañé, él devolvió los latidos a mi corazón, y Érica, la pieza
que nos faltaba, lo metió dentro de mi pecho lleno de amor, libre de
rabia, rencor y resentimientos, lo calentó y nos hizo descubrir el
verdadero significado de querer, de desear ser todo para otra
persona y que esta sea todo para ti. Lo que siento por ellos es puro
y llano amor.
Agradecimientos
Si has llegado hasta aquí, mi primer agradecimiento es para ti,
querido lector. Gracias por darle una oportunidad a esta historia y
por esperarla con ilusión. Jorge es el cierre de una etapa, no fue
fácil poner la palabra fin, sin embargo, me llena de alegría ver cómo
os ilusionó saber que ya estaba en Amazon. ¿Qué sería de mí sin ti,
sin todos esos lectores que me acompañáis y que estáis detrás de
cada libro? Me encantaría conocer vuestra opinión con respecto a la
historia.

A mi familia, por su paciencia infinita. Gracias por vuestra


compresión, por permitirme seguir con esta loca aventura. Por
soportar las miles de veces que no os hago caso. Sois lo más
importante de mi vida. Os quiero.

En especial a Dorcas, bombón, no sé ni por dónde empezar a


darte las gracias. Llegaste a mi vida por casualidad, en un momento
en que estaba en busca de mí misma. Nia J. Stone fue criada para
darme una salida y vaya si dio. Conocí a personas maravillosas y
entre ellas estás tú. Sin que nada fuera forzado, entre nosotras fue
surgiendo la amistad, me ofreciste tu ayuda sin pedir nada a cambio,
tu amistad sin condiciones, te preocupas por mí cuando
desaparezco y me sacas una sonrisa cuando menos lo espero. Eres
especial y soy afortunada de conocerte. Gracias por estar ahí para
mí, por aguantar mis locuras y apoyarme.

A mis compañeras de locuras: Teresa Sarralda. Eres un


bombonazo y estás tan loca como yo. Anda que… de hacer una L.
C. para mí acabamos abriendo un grupo juntas. Cuando te lo
propuse no pensé que lo pasaríamos tan bien. Gracias por ser tan
paciente conmigo, por tu enorme corazón y ganas de ayudar.
Aunque no te perdono que no me cojas el teléfono. Por las largas
horas de charlas y el incondicional apoyo. Cristina PM, mi peleona
preferida, gracias por seguirme en mis locuras, por siempre estar
disponible cuando te pido socorrerme, por los inmemorables
momentos de risas, por las largas horas de charlas, aunque
últimamente estamos tan a tope de trabajo que nos faltan horas
pero pienso retomarlas. Ya os dije, no os libráis de mí.

A Lorena, por regalarme este precioso prólogo, a Laura y Ceci


Blackstone, que dedicaron horas de su concurrido tiempo en leer
algunas páginas de mi historia.

A mi correctora de lujo: Violeta Moreno, quien trabaja con esmero


para dejar mi historia bonita. Gracias, Violeta, por tu infinita
paciencia y dedicación.

A los maravillosos grupos de Facebook en los que publicito a


diario para difundir mi trabajo, a las bookstagrammers en especial a
@coffee2019books, @nladevoralibros,
@un_libro_viaje_una_aventura, @divinaslectoras y bloggers por
ayudarme a difundirlo.

A mis brujas de Telegram, Dorcas, Rocío, Enri, Loli, Anita, Teresa


y Pilar. Gracias por los momentos de risas y apoyo.
Sobre la autora
Nanda Gaef es brasileña, nacida en Río de Janeiro y
nacionalizada española.
Vive en España desde 2003, está casada y es madre. Es una
persona muy inquieta, siempre está haciendo y/o inventando algo.
Desde pequeña, siempre fue muy fantasiosa. Tiene varios relatos
escritos en sus viejas agendas olvidadas en el cajón de los
recuerdos en su país natal; tenía un grupo con sus amigas online
donde todas las semanas se contaban relatos entre ellas. De ese
grupo vino el apoyo para saltar a compartir con los demás lectores
sus historias. Su mente nunca ha dejado las fantasías, ya que tiene
varias historias apuntadas en su inseparable agenda.

Sigue mis pasos en:


nandagaef
nanda_gaef
@nandagaef
Mis otros títulos

Títulos independientes
Por favor ámame
No me Obligues a escoger

Bilogía
La doble vida de Nuria parte 1
La doble vida de Nuria parte 2

Serie los Trajeados.


Pedro Perdón
Miguel Superación
Rafael Rendición
Rubén Aceptación
[1]
¿Puedo preguntarte una cosa?
[2]
Pregunta.
[3]
¿Tu tío ronca mucho? Porque babear sí babea, estoy empapada.

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