LA Historia Política de América Latina, Siglo Xix: Nueva

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ENSAYOS SOBRE

LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA ·


DE AMÉRICA LATINA,
SIGLO XIX

GUILLERMO PALACIOS
COORDINADOR

EL COLEGIO DE MÉXICO
ENSAYOS SOBRE
LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA,
SIGLO XIX
CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS
ENSAYOS SOBRE
LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA
DE AMÉRICA LATINA,
SIGLO XIX

Guillermo Palacios
coordinador

1
EL COLEGIO DE MÉXICO
980.03
E596
Ensayos sobre la nueva historia política de América Latina, siglo XIX /
Guillermo Palacios, coordinador. -- la. ed. -- México, D.F. : El Colegio de
México, Centro de Estudios Históricos, 2007.
314 p.; 22 cm.

ISBN 968-12-1256-8

l. Ciencia política -- América Latina -- Siglo XIX. 2. Civilización --


América Latina -- Siglo XIX. 3. Religión y política -- América Latina -- Siglo
XIX. 4. Democracia -- América Latina -- Siglo XIX. 5. Gobierno estatal --
América Latina -- Siglo XIX.

Open access edition funded by the National Endowment for the Humanities/Andrew W.
Mellon Foundation Humanities Open Book Program.

The text of this book is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-


NoDerivatives 4.0 International License: https://creativecommons.org/licences/by-nc-nd/4.0/

Primera edición, 2007

DR © EL COLEGIO DE MÉXICO, A.C.


Camino al Ajusco 20
Pedregal de Santa Teresa
10740 México, D.F.
www.colmex.mx

ISBN 968-12-1256-8

Impreso en México

La edición de esta obra contó con el apoyo económico de la UNESCO.


ÍNDICE

Introducción: Entre una "nueva historia'' y una "nueva historiografía''


para la historia política de América Latina en el siglo XIX
Guillermo Palacios 9

¿Cuán nueva es la nueva historia política latinoamericana?


Carlos Malam-ud 19

Campos, prácticas y adquisiciones de la historia política latinoamericana


Marce/lo Carmagnani 31

La historiografía del Estado en Hispanoamérica. Algunas reflexiones


Annick Lempériere 45

La "nueva historia política'' mexicanista:


no tan nueva, menos política, ¿mejor historia?
Érika Pani 63

La política argentina en el siglo XIX: notas sobre una historia renovada


Hilda Sabato 83

La "nueva historia política'' y el proceso de independencia novohispano


Virginia Guedea 95

Liberalismos decimonónicos: de la historia de las ideas


a la historia cultural e intelectual
Alfredo Ávila 111

Monarquía-república-nación-pu eblo
Alicia Herndndez Chdvez 147

La nueva historia política y la religiosidad:


¿un anacronismo en la transición?
Brian Connaughton 171

[7]
8 fNDICE

Hacia una historia comparada de la secularización en América Latina


Elisa Cdrdenas Ayala 197

Catolicismo cívico, subjetividad democrática y prácticas públicas


en Latinoamérica decimonónica
CarlosForment 213

Tensiones republicanas: de patriotas, aristócratas y demócratas:


la Sociedad Patriótica de Caracas
Caro/e Leal Curie! 231

Entre gestos, palabras y política: la plaza pública


y sus significados entrecruzados. Río de Janeiro, 1810-1830
Jara Lis Franco Schiavinatto 265

Las maquinarias estatales y los ayuntamientos:


un sistema a prueba (1824-1835)
Hira de Gortari Rabie/a 287

Colaboradores 311
INTRODUCCIÓN:
ENTRE UNA "NUEVA HISTORIA" Y UNA "NUEVA
HISTORIOGRAFÍA" PARA LA HISTORIA POLÍTICA
DE AMÉRICA LATINA EN EL SIGLO XIX

Los textos que el lector tiene en las manos son resultado de ponencias presentadas en
un coloquio internacional que se celebró en El Colegio de México en noviembre de
2003 sobre el cerna Los caminos de la democracia en América Latina, siglo XIX: revisión
y balance de la "nueva" historia política. El encuentro fue auspiciado por el Comité In-
ternacional de Ciencias Históricas y la UNESCO, a través del Comité Mixto que reú-
ne los esfuerws de ambas instituciones en pro de la investigación y divulgación del
conocimiento histórico. 1 Los propósitos del coloquio, como su subtítulo lo indica,
estaban centrados en analizar, canto desde el punto de vista teórico como del meto-
dológico y a partir de estudios de situaciones empíricas, la naturaleza de las nuevas
tendencias historiográficas que crecieron y se consolidaron en las últimas décadas del
siglo XX al amparo de una renovación de los enfoques y de los temas de la historia po-
lítica del subcontinente, anclados casi todos ellos en la revaloración de la historia de
la cultura política y en ejercicios de amalgama entre la historia de la cultura y la his-
toria política propiamente dichas. Desde ciertas perspectivas, estábamos en un "mo-
mento historiográfico" en que parecía que nos aproximábamos a un callejón sin sa-
lida, producto de la·aparición de cada vez más estudios que abordaban casos diversos
bajo premisas semejantes, que llegaban con frecuencia a conclusiones muy parecidas

1 Aprovecho para agradecer la colaboración de quienes hicieron posible el encuentro. En primer

lugar, la represenración de la UNESCO en México, a la época encabezada por el doctor Gonzalo Abad, que
estuvo siempre a disposición de los organizadores para resolver los problemas que fueron surgiendo. Su
sucesor en el cargo, doctor Luis Manuel Tiburcio, continuó el apoyo que permitió la coedición del vo-
lumen. El entusiasmo del doctor José Luis Peset, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de
Madrid, resultó fundamental para que El Colegio de México fuera escogido para ser sede del coloquio
y para deshacer algunos pequeños nudos que se presentaron durante los meses de planificación del even-
to. En los aspectos financieros la oficina de la UNESCO en La Habana, Cuba, prestó la asistencia necesa-
ria. El doctor Jean-Claude Robert, secretario general del Comité Internacional de Ciencias Históricas,
acompañó la fase de preparación y estuvo presente durante las sesiones del seminario. Evelyn Yanin Her-
nández, por entonces asistente de la Dirección del Centro de Estudios Históricos, realizó todo el traba-
jo básico de la organización del coloquio, desde las andanadas de comunicaciones electrónicas hasta la
organización de las mesas y los reclamos por los cexcos escritos y revisados. En esca última fase también
fue crucial la colaboración de Tania Lizbeth Meléndez Elizalde, quien se desempeñó posteriormente
como asistente de la Dirección del CEH, y quien se encargó de buena parte del trabajo de preparación
editorial del volumen. La idea original del coloquio se debe al doctor Germán Carrera-Damas, el ilus-
tre historiador, embajador y hombre político venezolano. Por diversas circunstancias, el proyecto origi-
nal tuvo que ser modificado sustancialmente, pero queda aquí nuestro agradecimiento por su colabo-
ración y apoyo.

[9]
10 INTRODUCCIÓN

(si bien aplicadas a espacios geográficos diferentes) o que presentaban pequeñas va-
riables con relación a sus antecesores: una reiteración de lo ya conocido, sin salidas
para otras perspectivas, una secuencia de estudios de caso que confirmaban hallaz-
gos anteriores. Entre las ideas del coloquio se encontraba la de analizar esta aparen-
te situación de cu/ de sac y proponer vías alternas de salida, que, sin abandonar una
recién conquistada autonomía historiográfica del campo político, impidieran que
ésta se convirtiera en aislamiento, y permitieran una nueva articulación con los otros
territorios de la historia de América Latina.
El llamar a esas corrientes de "nueva" historia política fue, por un lado, una
provocación destinada a encender el debate, y por el otro una propuesta hipotéti-
ca que nos obligara a reflexionar sobre continuidades y rupturas en el campo de la
historia de los fenómenos políticos decimonónicos, tema sobre el cual nos referi-
remos más adelante. Fue también un jugueteo con denominaciones hermanas,
como la "nueva'' historia cultural y, con menos identificación, con la "nueva'' his-
toria económica. (Con respecto a esta última, es evidente que la "nueva historia po-
lítica'', si la hay, carece de los elementos fundamentales que garantizan la "novedad"
de la cliometrla, como es el sustento de nuevas bases teóricas y, sobre todo, de nue-
vas fuentes). El mantener el adjetivo en el título de este volumen tiene más o me-
nos los mismos fines, ahora dirigidos al lector, y cumple con un deber elemental
de fidelidad con el evento que le dio origen.
En el cierne de la propuesta del coloquio estaba pues una pregunta sobre los al-
cances y límites de esas nuevas corrientes, de esa "nueva'' historia, de ese conjunto de
nuevos enfoques. Durante años, en especial a partir del inicio de los años ochenta,
numerosos autores habían iniciado la construcción de la autonomía del campo de la
historia política, tratando de liberarla de las determinaciones que durante décadas le
habían sido impuestas por la historiografía económica marxista y annalista, y que la
convertían en una mera variable subordinada de los fenómenos económicos. Esos
movimientos revisionistas tuvieron varios orígenes y se desdoblaron en diversas pers-
pectivas teóricas y analíticas. Algunas de ellas, haciendo un eco dialéctico del para-
digma derribado, destacaron los valores individuales del liberalismo, tiñendo en
muchos casos de ideología (tal como lo había hecho la historiografía marxista) los ha-
llazgos reóricos y los descubrimientos que esas nuevas perspectivas permitían. Mucho
más énfasis en esa peculiar característica de algunos de los practicantes de dicha mo-
dalidad fue puesto por sus adversarios, oriundos de tradiciones teóricas diversas y ad-
versas. En otras palabras, el retorno del individuo, el renacimiento del actor, como
lo llamó hace años Touraine, 2 la recuperación del accidente y del azar en la historia,
sirvieron para todos los gustos, sobre todo cuando ese revisionismo "liberal" se iden-
tificó (y se le identificó) como una proceso resultante del fin de la meta-narrativa his-
toriográfica marxista, esto es, del eclipse de la perspectiva de "izquierda''. Aquí hay
material para escribir una historia política de la historiogra6a política del siglo xx.

2 Alain ToURAINE, El regreso del actor, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1987.
INTRODUCCIÓN 11

Sin embargo, sería miope y tremendamente injusto reducir el surgimiento de


esa "nueva'' historia política a una especie de revancha historiográfica de los ex
oprimidos contra sus antiguos verdugos, ahora convertidos en mudas víctimas del
destino, o, si se quiere, de un error en sus previsiones de largo plazo. Hubo quien
así lo entendió y en esa dirección orientó su práctica, pero fueron los menos, si bien
no dejan de ser significativos. Por el contrario, la mayoría de los adeptos de lasco-
rrientes historiográficas revisionistas de los fenómenos políticos dirigieron sus ba-
terías a una amplia y compleja revaluación no sólo de los avatares del liberalismo
en el siglo XIX, sino de su complemento institucional, la democracia, y en especial
de los tortuosos caminos a lo largo de los cuales ésta fue siendo implantada en al-
gunas regiones del mundo occidental. Destaque especial mereció en esa empresa el
mundo iberoamericano, por algunas razones que son prácticamente de dominio
público. En primer lugar, como una especie de tributo al hecho de que en estas
partes del mundo, tan frecuentemente acusadas (ya por entonces) de atrasadas e in-
maduras, se dio un proceso inédito de experimentación política. En un plazo de 20
años aproximadamente, con la monumental excepción de la América portuguesa,
decenas de antiguas posesiones monárquicas, viejas de siglos, muchas de ellas de-
nominadas reinos, se transformaron en otras tantas repúblicas liberales, sujetas a
mecanismos de representación popular estructurados con base en procedimientos
y discursos, sobre todo discursos, de algo que entonces comenzaba a identificarse,
vagamente, con la "democracia''. No deja de ser una paradoja que cuanto más las
antiguas posesiones ibéricas en América reclamaban el estatuto de reinos autóno-
mos, equivalentes a sus pares peninsulares, más se afianzaba la perspectiva republi-
cana como alternativa a la recolonización esbozada por las Cortes españolas.
Una "nueva'' historia política que se respete debe tener como punto de refe-
rencia una "antigua'' o "vieja'' historia antes de sí. No necesariamente como un cor-
dón umbilical, sino como un vaso comunicante. Entonces hubo que construir esa
tradición, cerrar su campo para poder establecer las diferencias y visualizar, poner
en relieve, las novedades {y aquí es donde muchos de los participantes del debate,
inclui 1'JS varios de los colaboradores de este volumen, parten lanzas, como se verá
más adelante). Ésta podría ser entonces la que se construyó a lo largo del siglo XIX,
una historia política que en muchos sentidos era "La Historia'' en sí, y que todos
estamos hartos de conocer: la historia como aventura del Estado, las gestas heroi-
cas de los fundadores de la nacionalidad, las guerras por la definición y consolida-
ción de las fronteras, los prohombres de la diplomacia, los inmensos estadistas que
nos dieron patria. Una patria que se quería laica, moderna, compuesta por la reu-
nión de individuos libres e iguales, pautada en el modelo del liberalismo, con sis-
temas políticos basados en los principios de la democracia representativa en los que
reinaban el individuo, el voto libre y las elecciones como mecanismos de formación
del campo político. Esa primigenia historia política, emprendimiento de grande
aliento, no hay duda, que produjo obras clásicas, seminales para el avance poste-
rior del conocimiento histórico, es inseparable del nacimiento y formación de los
12 INTRODUCCIÓN

estados nacionales. Y sin embargo fue ella, de alguna manera, la base para que se
construyera el mito del liberalismo latinoamericano decimonónico y el espejo en
el que se formaron sus antagonismos.
Alrededor de la mitad del siglo pasado, la historia política tradicional de
América Latina se encontraba ya en un avanzado estado de descomposición y des-
prestigio en los círculos académicos. Su contenido y proyección hacia el presente
eran objeto del más profundo escepticismo en los círculos informados, académi-
cos o no, de las sociedades latinoamericanas. El liberalismo decimonónico y sus
proclamaciones de libertad e igualdad ante la ley se habían quedado en las decla-
raciones y en las construcciones retóricas, los desequilibrios sociales y económicos
se acentuaban, los individuos modernos no aparecían por ningún lado y los inte-
reses corporativos y gremiales seguían siendo la norma en los conflictos de intere-
ses dentro del Estado y a lo largo y ancho de la sociedad. Ésta no se organizaba en
partidos modernos sino que seguía el comando de oligarquías regionales, caudi-
llos locales, jefes políticos pueblerinos, y los indispensables hombres fuertes. Como
consecuencia, el voto era manipulado y los procesos electorales se resolvían en
fraudes que frecuentemente quebraban la tenue norma constitucional. El sistema
de representación política era una caricatura siniestra de los modelos originales. El
resultado no era la alternancia en el poder de los diversos grupos en pugna en el
campo político, sino los golpes de Estado, los pronunciamientos, las rebeliones
caudillescas, los cuartelazos y las guerras civiles. Los adversarios eran enemigos,
frecuentemente tachados de traidores a la patria por la facción vencedora, y su lu-
gar era el exilio, la cárcel o el cementerio. Parecería que estuviéramos ante una so-
ciedad que trataba inútilmente de regirse por un sistema que no era el adecuado
a las características que sus procesos históricos habían construido, un sistema que
le era ajeno.
El desarrollo de ese tipo de tendencias claramente alejadas de los modelos un
tanto cuanto ideales del liberalismo europeo llevó la historia política, en especial la
de nuestro continente, al descrédito. Si a eso sumamos el apogeo de las perspecti-
vas economicistas y "tecnologisistas" que dominaron a la historiografía de esos años
podemos aquilatar el tamaño del deterioro sufrido por los estudios de historia del
campo político en América Latina, y la fuerza de la consecuente leyenda negra que
se fue tejiendo a su alrededor, que se resumía a lo siguiente: la historia política de
América Latina, además de ser, como todas, una historia subordinada a y depen-
diente de los hechos económicos, estaba constituida por engaños y falsedades, por
fraudes y violaciones de la regla, por manipulaciones y demagogias. Nada de eso
merecía ser estudiado por una historiografía que se quería moderna, científica, bus-
cadora -y no constructora- de la verdad.
El resurgimiento del interés por la historia política latinoamericana fue tam-
bién resultado de los avances realizados por otros historiadores en el campo de la
historia cultural, en particular en aquellas ramas que comenzaron a constituir una
nueva historia cultural, cuyos orígenes pueden ser ubicados en el influyente libro
INTRODUCCIÓN 13

de Habermas sobre la formación de la esfera pública. 3 Una historia cultural centra-


da en la comunicación y sus medios, en la circulación de ideas, y consecuentemen-
te en la multitud de nuevas prácticas sociales que se hicieron necesarias para que
esos intercambios se desarrollaran, o bien, desde otra perspectiva, en la multiplica-
ción de los espacios de sociabilidad que produjeron, gracias a su propia constitu-
ción, ese intercambio. De aquí surgió una convergencia clara entre la vieja histo-
ria de las ideas y la un poco menos vieja historia de las mentalidades y la historia
cultural, y el resultado invadió el terreno de la historia política y se convirtió en una
"nueva" historia (o una nueva mirada historiográfica) de este campo en la medida
en que integraba ingredientes del mundo de la cultura y de las prácticas sociales;
esto es, de la cultura y de lo social, distantes (y muchas veces opuestas a, o como
reflejo invertido) del Estado, como nunca antes se habían presentado en los estu-
dios históricos. Ése puede ser uno de los sentidos del adjetivo "nueva" aplicado a
cierto tipo de historiografía política contemporánea. De cualquier manera, la mez-
cla dio por resultado la constitución de un campo que rápidamente atrajo la aten-
ción de centenas de historiadores y el resurgimiento del interés por la historia de
la política como historia de la "cultura" política. Una "variante" que reunía en su
seno nociones y prácticas, conceptos y procedimientos, y que producía una amal-
gama que superaba tanto el determinismo materialista de los diversos positivismos
que dominaron la primera mitad del siglo XX como las metafísicas idealistas que in-
tentaron reaparecer como alternativas (o soluciones) a la decadencia del marxismo.
Así, la historia política se hizo historia de la "cultura política'', y un nuevo ins-
trumental an;tlítico, en parte sacado de los viejos baúles de la sociología decimonó-
nica tardía, tuvo que ser actualizado, creado y afinado para poder trabajar las nue-
vas perspectivas y los nuevos temas que emergían de la convergencia. La historia
política como historia de la cultura se impuso como una primera tarea la recupe-
ración de aquellos ingredientes de la realidad social que habían sido durante tanto
tiempo menospreciados o, cuando menos, subestimados, como pistas para el estu-
dio de los fenómenos políticos. El estudio de las prácticas de lectura, de los círcu-
los de lectores, de la clandestinidad literaria, del paso del debate estético al políti-
co en los círculos privados, de la formación de una opinión pública igualmente
privada como manifestación de una incipiente sociedad civil, de los espacios don-
de esas prácticas nuevas se desarrollaban, motivó el resurgimiento del interés por
lo simbólico, por el poder político de las representaciones sociales, por el papel que
los imaginarios, como noción que intentaba superar las limitaciones de la historia
de las ideas y de la de las mentalidades, jugaban en la definición del mundo de la
política. Eso sin demérito de otras corrientes historiográficas que se abocaron a es-

·1 Jürgen HABERMAS, Strukturwandel der Offintlichkeit: Untersuchungen zu einer Kategorie der bür-
gerlíchen Gesellschaft, Berlín, Luchterhand, 1969. Publicada en español como Historia y critica de la opi-
nión pública, traducción de Antonio Doménech con la colaboración de Rafael Grasa, México-Barcelo-
na, G. Gili, 1997 (5• ed.).
14 INTRODUCCIÓN

tudios más "empíricos" en los que destacaban las transformaciones de las prácticas
derivadas de los nuevos conceptos de la modernidad liberal, tales como el ejercicio
de la ciudadanía, de la soberanía y de los atributos de la nación, etcétera.
Por otro lado, no hay cómo negar la importancia de la producción académica
resultante de las celebraciones del segundo aniversario de la Revolución francesa de
1789 en la consolidación del campo, en especial de la monumental obra colectiva
que se dedicó al estudio del nacimiento de la cultura política moderna. 4 Un título
que era, en sí, una propuesta, una hipótesis y un programa de trabajo. Porque a la
convergencia entre la política y la cultura se añadía ahora el tema de la moderni-
dad, un hijo medio bastardo de su propio, alardeado fin, la posmodernidad. En
efecto, observadas desde ahora, las décadas de 1980 y 1990 fueron décadas que re-
volucionaron el pensamiento científico social, y la historiografía estuvo en el cen-
tro de esa revolución. El derrumbe del paradigma marxista, el breve pero importan-
te renacimiento de la Escuela de Frankfurt, en especial la actualización de la obra
de Adorno y Horkheimer sobre la dialéctica del iluminismo5 (y la relectura menos
espectacular, pero igualmente importante de Antonio Gramsci), el cierre, en fin, de
una época cuyos inicios se ubicaron en la Ilustración y en sus "orígenes", populari-
zó, por su término, la noción de "modernidad" y la convirtió en una palabra clave,
un nuevo termómetro con el cual medir la temperatura del campo político. Típi-
ca manía de los historiadores: el cierre del círculo de lo moderno, teorizado y pos-
tulado por quienes, como Lyotard, se aventuraron en el estudio del significado de
largo plazo del derrumbe del marxismo y de las grandes narrativas en general, de la
desaparición de la hempeliana covering law (y de cualquier otra law) en la historia,
permitió que esa "modernidad", ya "muerta", cobrara un interés inusitado, permi-
tiera un nuevo y vertiginoso punto de observación de la historia decimonónica. 6
Pero no sólo de efemérides viejo mundistas se nutrió la "nueva historia políti-
ca" en América Latina. Muy por el contrario, su constitución tuvo fuertes raíces
propias e incluso predominantes frente a las motivaciones externas. La década de
1980 fue, todos los sabemos, el inicio del fin de las dictaduras militares que desde
mediados de los años sesenta asolaron el subcontinente, mataron, torturaron y se-
cuestraron, y de paso acabaron con las frágiles libertades democráticas que los paí-
ses al sur del Suchiate, unos más, otros menos (si bien México no se había librado
del todo) habían tenido. El inicio de la redemocratización o las "transiciones" a la
democracia, como se ha llamado en algunos círculos a ese proceso, coincidió en
grandes rasgos con la rápida descomposición del socialismo real, y poco a poco,
pero inexorablemente, la opción democrática, enemistada con ambos extremos,

4 BAKER, Keith Michael, Colin LuCAs, Fran~ois FURET y Mona OzouF (eds.), The French Revo-
lution and the creation ofmodern political culture, Oxford, Pergamon, 1989-1994, 4 vols.
5 Max HoRKHEIMER y Theodor W. ADORNO, Dialéctica de la Ilustración: fragmentos filosóficos, Ma-
drid, Trota, 1994.
6 Fran~is LYOTARD, La condición posmoderna. Informe sobre el saber, Madrid, Cátedra, 1987.
INTRODUCCIÓN 15

dictadura militar de derechas y totalitarismo socialista, apareció como la única y


obligada salida del laberinto. El nuevo tema de la democracia como base de todos
los valores de la sociedad moderna ocupó la totalidad de los espacios de las cien-
cias sociales y de las humanidades, y la historiografía se abocó sin demora al estu-
dio de sus raíces en el subcontinente. Esa nueva convergencia, fin de la alternativa
socialista y derrumbe de las dictaduras militares, una ecuación que puso en jaque
las viejas nociones de "izquierda" y "derecha", conforme éstas se definieron a ini-
cios del siglo pasado, le dio un impulso formidable a una historiografía política la-
tinoamericana que buscara la revalorización y el redescubrimiento de los espacios
democráticos que la habían poblado desde la constitución de los estados naciona-
les. Ése es otro de los principales elementos constitutivos del marco general de la
revisión de nuestro pasado que se ha dado en llamar de "nueva historia política" o,
entonces, de "nueva historiografía política''.
Si el diletantismo de los ochenta, embarcado en la disolución en el aire de la
solidez marxista, produjo la enorme discusión sobre el fin de la modernidad y lo
que venía después, y engatusó a buena parte de la comunidad académica e intelec-
tual en el debate sobre la "pos" -un sufijo que rápidamente se aplicó hasta al há-
bito de ponerle chile a las palomitas en el cine-, los historiadores comenzaron a
aquilatar la premodernidad, como base para el estudio de lo que acababa de morir.
Eso le dio un nuevo sentido y una nueva vitalidad, un poco vampiresca, hay que ad-
mitirlo, a la vieja realidad que todos conocimos como el Ancien Régime, que volvió
a ser un punto general de referencia cuya importancia crecía conforme el propio tér-
mino de "modernidad", definido como su opuesto, se iba caracterizando cada vez
con mayor nitidez. La "cultura política moderna'', conforme la receta francesa del
bicentenario, tenía como puerto de embarque el Antiguo Régimen, en cuyos mue-
lles, depósitos y almacenes se había fraguado, lista para cruzar, entre otros mares, el
Atlántico, teniendo a Tocqueville como uno de sus pilotos. Así, mientras los soció-
logos y los politólogos y algunos historiadores se engarzaban y enzarzaban en el de-
bate sobre el posmodernismo y aparecían los estudios culturales, los poscoloniales,
la historia de las mujeres, la de los subalternos en general, la "historia en migajas" y
sus microtemas, una gran parte de los historiadores de la política se dedicó a defi-
nir la modernidad no a partir de su fin, sino de su anterioridad.
El nuevo paradigma ha llevado a (y partido de) una reconsideración del conte-
nido semántico de uno de los pilares de la historia política: el concepto de "revolu-
ción". En varios sentidos, éste ha perdido su carácter de cambio brusco, de momen-
to rutilante de los procesos políticos, y se ha convertido en muchos casos en un
mero momento de institucionalización de transformaciones que se han dado en di-
versas esferas de la sociedad a lo largo de un periodo determinado. Y que muchas ve-
ces por esa naturaleza de media duración, por ese mutismo y falta de espectaculari-
dad, sobre todo cuando comparados con los procesos favoritos de la vieja historia
política (los motines urbanos, las sublevaciones populares, los levantamientos cam-
pesinos, las insurrecciones de grupos subalternos, etc.) valoran otras alternativas. En
16 INTRODUCCIÓN

especial las que escudriñan las variaciones lentas, silenciosas, opacas, que van alte-
rando la vida social y política en ritmos antes imperceptibles, ensombrecidos por la
luz que distribuían por todo el espectro político las rebeliones armadas. Ésta es po-
siblemente una de las grandes contribuciones debidas al esfuerzo de muchos histo-
riadores que se han dedicado en años recientes a recuperar lo que pudo haber sido
la cultura política del Antiguo Régimen, como referencia central de la naturaleza de
los cambios y continuidades en los que se forjó la modernidad liberal latinoameri-
cana: el estudio detallado de las décadas finales del siglo XVIII en su propio caldo, vis-
tas a través de su propio air du temps, sin tener como punto de llegada los procesos
de independencia ni las revoluciones que se produjeron en torno a ellos, ni mucho
menos el crecimiento de los estados y de las sociedades nacionales durante el siglo
XIX. Una historia con pasado, pero sin futuro que la deforme. Como resultado, el
concepto de revolución fue perdiendo su peso específico como instrumento para-
digmático de cambio y dejando entrever, cada vez con más claridad, otros meca-
nismos de transformación soeial que, alejados de lo tradicionalmente considerado
como "político", como los que eran propios de las prácticas culturales, convergían
al final hacia él. En algunos corredores académicos eso llevó a una actualización del
debate sobre rupturas y continuidades en la historia de América Latina, que proce-
dió a relativizar las primeras y a fortalecer las segundas, y a situar en las últimas dé-
cadas del siglo XIX, y no a las independencias y a los años que les siguieron, la con-
solidación de la modernidad en muchas regiones del subcontinente.
La revitalización de la historiografía política en América Latina (una manera
que se quiere neutra de referirse a la aparición de una "nueva'' historia política) se
hizo, como ya lo advertimos, desde la perspectiva del estudio prioritario de la cul-
tura, tanto popular como de las élites, en cuanto que base y centro de la acción po-
lítica. Al igual que los que se dedicaron a la construcción de la cultura política del
Antiguo Régimen, los que optaron por revisar el siglo XIX y el presunto asalto de la
modernidad sobre las sociedades tradicionales iberoamericanas lo hicieron, en su
mayor parte, en un diálogo-debate constante, contrastante y contradictorio, con
las nociones de los modelos euroestadounidenses del liberalismo y de las prácticas
democráticas, cuyo ejercicio (que se ha querido de manera implícita mostrar como
ejemplar), parece, por otro lado, obviamente exagerado. Una vez alejados o igno-
rados tanto el modelo como el tipo ideal, comenzó a surgir en el diseño de los his-
toriadores latinoamericanistas, sensible al acaso y a la acción coyuntural, una cul-
tura política (o unas culturas políticas) específica, dotada de características que
hacían que sus "irregulares" mecanismos se revistieran de una lógica relativamen-
te articulada, no determinista, que a su vez servía para elaborar interpretaciones
más globales sobre el conjunto de las sociedades latinoamericanas. El liberalismo
de aquí era diferente del liberalismo de allá, pero no por eso dejaba de ser libera-
lismo ni sus prácticas debían ser despreciadas como objetos de conocimiento del
pasado, por más "desviadas" que estuvieran de las matrices supuestamente bien
comportadas de los liberalismos europeos. Después de todo, la historia política de
INTRODUCCIÓN 17

América Latina no era el "fracaso" que se había decretado de acuerdo con los cá-
nones de la perspectiva eurocéntrica.

* * *

Uno de los puntos centrales de los debates del coloquio fue, como ya se dijo, el uso
del término "nueva historia" para identificar las corrientes de historiografía políti-
ca que en las últimas décadas del siglo pasado habían comenzado a tomar en serio
los mecanismos y vericuetos de la democracia representativa en América Latina. Es
decir, el estudio, en su base, de la recepción, adaptación y práctica de los concep-
tos insignia de la modernidad y su relativa adecuación a la cultura política preexis-
tente; esto es, la que se había conformado durante los tres siglos de la relación de
los territorios iberoamericanos con las metrópolis peninsulares, y en particular, la
que había resultado bajo del impacto, regionalmente diferenciado, de las llamadas
reformas borbónicas. Mediante esa adecuación, nos dicen los estudios más recien-
tes, la modernidad europea pudo implantarse y funcionar en el caldo de socieda-
des que hasta muy entrado el siglo XIX siguieron marcadas por rasgos muy claros
del Antiguo Régimen, lo que significaba, entre otras cosas, que éste, modificado ya
por los vientos de modernización de las últimas décadas del siglo XVIII, había sali-
do prácticamente incólume de las "revoluciones" de independencia. En tal contex-
to podría defenderse la noción de "nueva historia'', en la medida en que la atención
prestada por los practicantes de las corrientes revisionistas puso efectivamente al
desnudo "una historia que no se conocía'' porque sus ingredientes habían sido de-
sestimados como fuentes de conocimiento {de "verdad") por estar plagados de vi-
cios y corrupciones frente a las matrices originales. En ese sentido, en las últimas
décadas hemos sido testigos de la aparición de una multiplicidad de estudios que
conforman, de hecho, una "nueva historia'' de América Latina, una historia que no
teníamos, que no conocíamos o que conocíamos a medias, en dosis beta. Sin em-
bargo, quienes desconfían del término -la mayoría de los participantes del colo-
quio y de este volumen, hay que advertirlo- argumentaron y argumentan que de
lo que se trata es de "nuevos enfoques" aplicados a una historia que sigue siendo la
misma: una nueva historiografía, y no una "nueva historia''. ¿Pero, una no produ-
ce a la otra?
Los artículos están organizados en tres segmentos consecutivos no diferencia-
dos, en un intento (seguramente no muy logrado, como es común en este tipo de
obras} por proporcionar una estructura lógica a los diversos abordajes representa-
dos por cada una de las contribuciones. Así, una primera parte agrupa los estudios
más teóricos (incluidos los que contienen balances bibliográficos de esa "nueva his-
toriografía''), mientras que la segunda reúne textos dedicados a una temática espe-
cífica y fundamental de la modernidad decimonónica, la de la secularización, una
especie de excavadora que desbarata poco a poco el edificio del Antiguo Régimen,
18 INTRODUCCIÓN

socavando sus cimientos ideológicos; la tercera pone lado a lado artículos que par-
ten de premisas teórico-metodológicas implícitas de la "nueva historia política''
para abordar casos concretos de procesos empíricos. Por lo demás, ninguno de los
colaboradores de este volumen está completamente de acuerdo en aceptar el epíte-
to de "nueva historia política' de América Latina, aunque a muchos se les sale el tér-
mino. La cuestión, retóricamente hablando, puede ser formulada así: ¿es la "nue-
va historia política" de América Latina demasiado parecida a la "vieja" como para
ser distinguida? ¿O bien, será vista en el futuro como tan sólo una tendencia más
del repertorio interminable de interpretaciones y enfoques historiográficos? ¿Se le
reconocerá, por fin, como un paso importante en el enriquecimiento y recupera-
ción de la subdisciplina? Quien viva lo sabrá, pero independientemente de cuál sea
la respuesta a estas y a otras muchas preguntas que podrán hacerse al respecto, la
hipótesis, si bien no comprobada en su plenitud, tuvo buenos resultados. Logró
una reflexión seria, profunda, multifocal en términos teóricos, metodológicos e
historiográficos, de la situación actual de la historia política, nueva o vieja, en Amé-
rica Latina. El resto son falsos problemas, lucubraciones terminológicas, visiones
compartidas y bifurcadas, que siempre, afortunadamente, las habrá. Pero un futu-
ro vigoroso para la historia política, "nueva'' o no, dotada o no de nuevas perspec-
tivas y nuevas preguntas, está fuera de toda duda. Tanto los trabajos realizados has-
ta ahora, incluidos los que integran este volumen, como los que se llevarán a cabo
en los próximos años frente a las celebraciones de los bicentenarios de las indepen-
dencias iberoamericanas, han de constituir un manifiesto de renovación y una
prueba de la vitalidad de la historia política y de la vida que relata.

GUILLERMO PALACIOS
El Colegio de México
¿CUÁN NUEVA ES LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA
LATINOAMERICANA?

Al hablar de la Nueva Historia Política latinoamericana, la primera pregunta que


cualquier cultivador de la disciplina se suele plantear es si realmente estamos fren-
te a una tendencia realmente novedosa, o si por el contrario asistimos únicamente
al reverdecer de viejas tendencias existentes desde hace tiempo en la historiografía
regional. En realidad, la mayor novedad observable en los medios académicos es la
estrecha relación existente entre la historia política y la democracia, especialmente
desde el punto de vista del desarrollo de los partidos políticos y de las elecciones. 2
Del conjunto de novedades temáticas que es posible encontrar, muchas de las cua-
les se pueden constatar en los otros capítulos de este libro, es precisamente la vin-
culación entre historia política y la democracia la que a mí particularmente más me
interesa. Será pues, a partir de esta premisa, que intentaré hacer una lectura restric-
tiva de lo que hoy es la historia política latinoamericana, y no una extensiva, como
se suele hacer y como se puede comprobar corrientemente en la producción histo-
riográfica de los últimos años.
La visión de una historia política latinoamericana omnicomprensiva, que tien-
de incluso a confundirse con la historia total que buscaba la escuela de Annales, o a
veces con la antropología o la historia de la cultura, está presente incluso en la or-
ganización del coloquio que ha dado lugar al presente libro. En ese sentido, debo
señalar que me llamó mucho la atención la ilustración del cartel y del programa del
seminario, que, por cierto, resulta muy bonito y llamativo. Sin embargo, en contra
de lo que podría esperarse, dicha imagen no muestra una figura o una foto de una
campaña electoral o de una mesa con su urna rodeada de ciudadanos el día de una
elección o alguna escena de violencia electoral, sino que nos ofrece un colorido des-
file de escolares mexicanos enseñando los símbolos patrios y haciendo ondear la
bandera nacional. Ésta es pues una de las cuestiones centrales que debería discutir
la historia política latinoamericana: ¿cuál es su campo de actuación?, ¿cuáles son sus
objetivos actuales?, ¿tiene sentido ampliar los límites de la disciplina al punto que
terminen desnaturalizándose sus esencias básicas?

1 Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), España.


2 Esto se puede observar a partir de la rápida consulta de la mayor parte de los títulos de la dis-
ciplina publicados en los últimos tiempos.

[19]
20 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

El tema de los adjetivos aplicados a la historia, en sus más diversas variantes,


no es ninguna novedad. Ya se habló en su momento de la existencia de una "nue-
va historia económica'', una denominación que después de un cierto tiempo ha caí-
do en el olvido (esa historia ha dejado de ser nueva), aunque lo que sí se mantiene
y sigue vigente es la profunda renovación metodológica y temática que esa corrien-
te impulsó en su momento, así como la importancia de las estadísticas para ciertos
estudios históricos. En el caso concreto de la historia política latinoamericana per-
sonalmente hablaría más de nuevas preguntas, de nuevas motivaciones o de nue-
vos métodos de investigación, que de un cambio radical en la disciplina o de la
existencia de una nueva escuela, más allá de la existencia de ciertas posturas revi-
sionistas de algunos historiadores.
Por eso, a fin de intentar responder a la pregunta que encabeza este trabajo, es
central interrogarse acerca del origen y de los objetivos inmediatos de todas estas
novedades. Y si bien para ello es posible remontarse algún tiempo atrás, es impor-
tante no perder de vista la referencia marcada por las fechas que rondan los finales
de la década de 1980 y el comienzo de la de 1990. Se trata de los años en los que
se puede relacionar la historia política con los procesos de transición a la democra-
cia que se estaban viviendo en muchos países de América Latina y que abrirían un
prolongado periodo de estabilidad política en la región (por supuesto que con las
consabidas excepciones encabezadas, cómo no, por Cuba, la única dictadura que
se mantiene en América Latina). Esta relación inicial entre historia política y tran-
siciones a la democracia me parece de gran importancia para entender la evolución
reciente de la disciplina.
Según muestran los resultados del Latinobarómetro del año 2003, 3 la demo-
cracia sigue siendo el sistema político mejor valorado en la región, pese a un cier-
to declive con los resultados que se obtenían a mediados de la década de 1990,
cuando comenzaron las mediciones periódicas de esta encuesta continental. La re-
valorización de la política y, sobre todo, de la democracia en el hemisferio ameri-
cano repercutieron directamente en el despegue de la historia política. Con respec-
to a la democracia, no hay que olvidar que en las décadas de los sesenta y setenta
del siglo pasado, especialmente tras el influjo de la Revolución cubana, práctica-
mente nadie en América Latina creía en ella, ni por la izquierda ni por la derecha
del espectro político. Desde la izquierda, la democracia era descalificada por bur-
guesa, formal y reaccionaria. Por eso se decía que la burguesía imponía sus candi-
datos de forma caciquil y fraudulenta y que la democracia era, en definitiva, un sis-
tema que excluía al pueblo de la toma de decisiones. Desde la derecha, y en plena
guerra fría, se temía la llegada del comunismo y del "populacho" al poder median-
te las elecciones. El argumento principal esgrimido desde este sector señalaba que
por medio de los comicios los sectores populares podían colarse en el poder por las
ventanas del sistema, cuando no podía entrar por sus puertas, como se pudo com-

3 www.latinobarometro.org
¿CUAN NUEVA ES LA NUEVA HISTORIA POL!TICA LATINOAMERICANA? 21

probar en el Chile de Salvador Allende. Por tanto, si socialmente no se valoraba la


democracia, resulta totalmente lógico que la mayor parte de los historiadores hicie-
ra lo propio. En este como en tantos otros campos de nuestra disciplina sigue vi-
gente lo afirmado en su día por Benedetto Croce de que roda historia es historia
contemporánea.
Fue precisamente el mencionado renacer de la democracia en la región a par-
tir de la década de los ochenta el que llevó a las opiniones públicas de los países im-
plicados a formularse nuevas preguntas, como ¿cuán nueva es la democracia en
América Latina?, ¿qué significado tiene el concepto transición a la democracia apli-
cado a América Latina?, ¿qué pasó con las anteriores experiencias democratizado-
ras?, ¿cuán antigua es la democracia en la región?, ¿se puede pensar en una demo-
cracia estable a la vista de las inestabilidades pasadas?, ¿quiénes son sus principales
actores?, ¿cuál es el papel de los partidos políticos?, ¿cuáles son sus orígenes?, ¿cuán
estables son los sistemas de partidos?, ¿cuáles son los derechos políticos de los ciu-
dadanos? y también ¿es la democracia un sistema político ajeno a la cultura y a la
historia latinoamericanas?
Fueron precisamente las preguntas anteriores las que fueron creando un clima
adecuado y favorable para un nuevo desarrollo de la historia política en América La-
tina, sin perder de vista el hecho importante de que hasta ese entonces los proble-
mas electorales eran generalmente abordados desde la perspectiva de la sociología y
la ciencia política. Eso sí, el abordaje que se hacía del problema tenía un enfoque
claramente presentista. En este panorama, el estudio de los fenómenos del pasado
solía ser patrimonio del derecho político y constitucional, 4 aunque limitado espe-
cialmente al estudio de la legislación electoral y de su evolución, y constreñido fun-
damentalmente a los estrechos límites de las actuales fronteras nacionales.
Es en este contexto en el que aparecen las primeras diferencias entre los tópi-
cos y la realidad histórica. Por eso es necesario preguntarse qué dicen los tópicos del
pasado político latinoamericano, una cuestión estrechamente vinculada al signifi-
cado de la historia política latinoamericana hasta ese entonces. En líneas generales
se podría definir a la historia política de la región como la típica histoire evenemen-
tialle o historia fáctica, tan denunciada y denostada por la escuela de Annales. Sin
embargo, para reemplazar esta visión tradicional la historia económica o la historia
social, e inclusive la tan socorrida historia económica y social, eran claramente in-
suficientes, ya que no penetraban en lo profundo de las cuestiones ni formulaban
las preguntas adecuadas. Por eso, si se quería desmontar los tópicos, lo importante
era responder a las cuestiones políticas con respuestas surgidas del mismo campo de
la política, eso sí, sin perder de vista los condicionantes económicos y sociales en
que ésta se desarrollaba. Pero no se trataba únicamente de una cuestión de tópicos,
sino de imágenes y de creencias, ya que, como se ha visto, la desvalorización de la

4 Esto se puede observar en las numerosas recopilaciones de legislación electoral existentes en

cada uno de los países de la región.


22 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AM!;RICA LATINA, SIGLO XIX

democracia no era algo exclusivo del mundo académico sino que estaba muy exten-
dida en la opinión pública y con un fuerte impacto en las ideas populares.
Con respecto a los tópicos más frecuentes de la política latinoamericana, que
la llamada nueva historia política ha comenzado a cuestionar con base en la reali-
dad histórica y en nuevas tendencias de investigación, merece la pena mencionar
los siguientes:
1) La democracia en América Latina es un fenómeno importado de otras lati-
tudes y ajeno totalmente a las tradiciones históricas y culturales de la región. Este
argumento a veces se refuerza insistiendo en las raíces indígenas de las sociedades
latinoamericanas y el peso asambleario existente en las comunidades indígenas, a lo
que hay que agregar la vigencia de los llamados "usos y costumbres", una especie de
corpus legislativo por el que se regiría desde la noche de los tiempos la convivencia
indígena. 5 Sin embargo, lo que se observa claramente es que el origen de la demo-
cracia en América Latina es simultáneo a la tradición republicana, algo que hasta
el momento no ha sido cuestionado, básicamente porque iría en contra de las fuer-
tes pulsiones nacionalistas presentes en todos y cada uno de los países de América
Latina y que ni siquiera los populistas más radicales se atreven a discutir. En reali-
dad, sólo desde la ignorancia o la mala fe se podría decir que la república es ajena
a la tradición latinoamericana.
Esta cuestión nos lleva a pensar en la importancia que adquirió la Constitu-
ción gaditana de 1812 en el desarrollo de las instituciones democráticas america-
nas y en la influencia del liberalismo español en la región, un tema bastante infra-
valorado. 6 Por eso es importante comenzar a ver a la Independencia como un
momento fundacional para la historia política latinoamericana, el momento de
verdaderas revoluciones políticas, que no sociales ni económicas.7 La Independen-
cia deber ser vista como revolución política porque ella es la que acaba con lamo-

~ Este extremo tiende a negar de algún modo la existencia en América, antes de la llegada de los
españoles, de imperios fuertemente centralizados, como el inca o el azteca, que tenían sistemas legisla-
tivos que en muchas ocasiones eran claramente contradictorios con los intereses de las comunidades in-
dígenas, especialmente aquellas pertenecientes a los pueblos conquistados.
6 lván JAKSIC, "Bridges to Spain: Andrés Bello and José María Blanco Whice" y Eduardo Posada
Carbó, "Emilio Cascelar: república, liberalismo y el poder de la oratoria", en Carlos MALAMUD (ed.), La
influencia española y británica en las i~as y en la politica latinoamericanas, en Papeles de Trabajo, Insti-
tuto Universitario Ortega y Gasset, Madrid, 2000. Esca publicación pone de manifiesto la influencia
de las ideas españolas y británicas en América Latina, eclipsadas, de alguna manera, por el énfasis pues-
to en las corrientes de pensamiento originarias de Francia o Estados Unidos.
7 Una buena síntesis se puede ver en Jaime RoDRIGUEZ, La independencia de la América española,

México, 1996, y en Guillermo PALACIOS y Fabio MORAGA, La indepen~cia y el comienzo de los regíme-
nes representativos (1810-1850), c. 1 de la Historia contemporánea de América Latina, Carlos MALAMUD
(ed.), Madrid, 2003. En Carlos MALAMUD, "Los países del Placa", en María Victoria LóPEZ CoRDÓN
(coord.), La España de Fernando VII. La posición europea y la emancipación americana, t. XXXIl/2 de la
Historia de España Menbzdez Pida/, Madrid, 2001, discuto el punto de la revolución de independencia
como revolución política.
¡CUAN NUEVA ES LA NUEVA HISTORIA POLfTICA LATINOAMERICANA? 23

narquía absolutista y el orden colonial corporativo y sienta las bases de las nuevas
repúblicas. Junto a esta realidad se observa el paso de los súbditos a los ciudadanos,
se pone fin a la sociedad corporativa para llegar a la de los ciudadanos y los dere-
chos individuales y es en ella donde aparecen las elecciones y posteriormente los
partidos políticos. 8
A fin de valorar eficazmente el impacto de la Constitución gaditana es impor-
tante pensar en la emancipación como un proceso librado simultáneamente a am-
bas orillas del Atlántico. También hay que atender a las instituciones heredadas de
la Constitución gaditana de 1812 y del desarrollo del liberalismo español. Me re-
fiero, entre otras, a las diputaciones provinciales, 9 a los ayuntamientos democráti-
cos10 o a los jefes políticos. 11
En relación con el papel del liberalismo español nos enfrentamos con otros
dos nuevos tópicos. El primero se refiere a la visión de los liberales españoles como
colegas o partidarios de sus pares americanos. Esto implica decir que los liberales
españoles, por el solo hecho de ser liberales, comprendían y compartían las reivin-
dicaciones emancipadoras de los liberales americanos, lo que a todas luces es falso.
Sin embargo, esta idea es sostenida, por ejemplo, por José Luis Abellán, quien,
apoyándose en algunas opiniones de José Blanco White, señalaba que "los libera-
les españoles se alegraron en su día de la independencia americana; dado que ellos
no podían ser libres estando sometidos como lo estaban al despotismo de Fernan-
do VII, la liberación (igual a emancipación) de los hermanos americanos fue ine-
vitable que les produjese gran satisfacción". 12 En realidad, los liberales españoles
pensaban que una vez eliminada la tiranía del absolutismo, lo más normal era que
los territorios americanos se reintegraran al viejo tronco español y que la indepen-
dencia sería innecesaria. Los liberales españoles querían un nuevo imperio, con
más derechos para las colonias y los colonos, pero un imperio al fin de cuentas. 13

8 Jose Carlos CHIARAMONTE, "Ciudadanía, soberanía y representación en la génesis del Estado ar-

gentino, 1810-1852", en Hilda SABATO (ed.), Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspecti-
vas históricas en América Latina, México, 1999.
9 Para México véase, Hira de GoRTARI RABIEIA, "Los inicios del parlamentarismo. La Diputación

Provincial de Nueva España y México: 1820-1824. Régimen Interior", en Virginia GUEDEA (coord.),
La independencia de Mixico y el proceso autonomista novohispano 1808-1824, México, 200 l.
10 Para el caso mexicano véase Antonio .ANNINO, "Cádiz y la revolución territorial de los pueblos

mexicanos, 1812-1821", en Antonio ANNINO (ed.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, Buenos
Aires, 1995.
11 Romana FALCÓN, "Jefes políticos y rebeliones campesinas. Uso y abuso del poder en el Esta-

do de México", en Jaime RoDRIGUEZ (ed.), Patterns ofContention in Mexican History. Scholary Resour-
ces, Willmingron, 1992.
12 José Luis ABELL\N, "Prólogo", en M. Teresa Berruezo, La participación americana en las Cortes

de Cádiz (1810-1814), Madrid, 1986, pp. xii/xiii.


13 Carlos MALAMUD, "Los ilusuados y liberales españoles y la integridad del imperio americano",
en María Isabel Loring García (ed.), Historia social Pemamiento historiográfico y Edad Media. Homena-
je al Pro/ Abilio Barbera de Agui/era, Madrid, 1997.
24 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POL!TICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

Por eso, es conveniente insistir en el hecho de que los liberales españoles eran tan-
to o más colonialistas que los conservadores españoles, un fenómeno que se puede
observar en el desempeño de la Comisión de Reemplazos de Cádiz, un organismo
creado en 1812 para financiar los intentos peninsulares de reconquistar las colonias
americanas tras el inicio de los procesos de emancipación. 14
El segundo tópico se vincula a la Constitución de 1812. Como consecuencia
de su aplicación en América, el modelo de elecciones indirectas se impuso prime-
ro en las colonias y luego en las nuevas repúblicas producto del proceso emancipa-
dor.15 A partir de este hecho se comenzó a insistir de forma recurrente en el carác-
ter menos democrático que éstas tienen en relación con los comicios directos, dado
el número restringido de electores o compromisarios responsables de tomar la de-
cisión última acerca de la designación de los candidatos. Sin embargo, cabe recor-
dar que el sistema de elecciones indirectas estuvo vigente en Brasil hasta fechas re-
cientes y en la Argentina se mantuvo hasta la modificación de la Constitución de
1853-1860, ocurrida en 1994. Por otra parte, en Estados Unidos todavía hoy se
mantiene el sistema de elecciones presidenciales indirectas.
2) Aquí se presenta otra cuestión central, vinculada a la existencia de regíme-
nes representativos y al surgimiento de la democracia. En este punto uno de los
principales tópicos afirmaba que los sectores populares estaban excluidos de la vida
política porque regía el voto censitario y encima primaba el fraude y la corrupción.
Sin embargo, se pierde de vista que en muchos lugares, en algunos tan distantes en-
tre sí como Colombia o la provincia de Buenos Aires, encontramos en diferentes
periodos y desde fechas muy tempranas la existencia del sufragio universal, mascu-
lino por supuesto. 16 También se ve que en ciertos lugares votaban más los sectores
populares que las oligarquías, como han probado Hilda Sabato y Elías Palti para el
caso de Buenos Aires. 17 Por lo general, los sectores más pudientes intentaban elu-
dir el compromiso con las urnas ante el riesgo de que los salpicara la violencia elec-
toral, salvo que se estuviera frente a unas elecciones muy competidas y de resulta-
do incierto, donde cada voto podía ser decisivo.

14 Antonio MATil.l.A TASCóN, "Las expediciones o reemplazos militares enviados desde Cádiz a re-

primir el movimiento de Independencia de Hispanoamérica", en Revista de Archivos, Bibliotecas y Mu-


seos, t. LVII, 1951; Michael P. Costeloe, "Spain and the Spanish American Wars of Independence: The
Comisión de Reemplazos, 1811-1820", en Journal ofLatín American Studies, vol. 13, núm. 2 (1981) y
Carlos Malamud, "La Comisión de Reemplazos de Cádiz y la financiación de la reconquista america-
na", en V Jornadas de Andalucía y América, t. !, Sevilla, 1984.
15 Víctor Peralta Ruiz: "Elecciones, constitucionalismo y revolución en el Cusco, 1809-1815",
en Carlos MALAMUD, Partidos políticos y elecciones en América Latina y la Península Ibérica, 1830-1930,
vol!, Instituto Universitario Ortega y Gasset, Madrid, 1995.
16 David Bushnell, "El sufragio en Argentina y en Colombia hasta 1953", Revista de Historia del

Derecho. Ricardo Levene, núm. 19, 1968. Durante buena parte del siglo XIX el sufragio femenino no for-
maba parr" de la agenda política de prácticamente ningún país del mundo.
17 Hilda SABATO y Elías PALTI: "¿Quién votaba en Buenos Aires?: Práctica y teoría del sufragio,

1850-1880", en Desarrollo Económico. Revista de Ciencias Sociales, núm. 119, vol. 30, 1990.
¿CUAN NUEVA ES LA NUEVA HISTORIA POLITICA LATINOAMERICANA? 25

En relación con la participación de los sectores populares en los comicios es


preciso recordar aquí que una de las formas más comunes y extendidas del fraude
era permitir votar a quienes no podían, como bien ha demostrado Marta Iruroz-
qui en algunos de sus trabajos sobre Bolivia, 18 más allá del entramado de obstácu-
los legales levantado para promover la exclusión de determinados grupos. Si tene-
mos presente que durante la época colonial los territorios que integraban el
imperio español y que hoy conforman buena parte de lo que conocemos por Amé-
rica Latina se caracterizaban, desde un punto de vista administrativo y de obedien-
cia a las disposiciones emanadas del poder central, por el famoso precepto del "se
acata pero no se cumple", resulta sumamente curioso que tras afirmar de forma ge-
neralizada que en América Latina imperaba el incumplimiento de la ley (algo más
notable en el periodo republicano que en el colonial), el único terreno a salvo de
estas irregularidades haya sido el de la legislación electoral, que debía ser acatado
al ciento por ciento, sin que por lo tanto existiera el más mínimo resquicio para
que pudieran participar aquellos que por definición legal estaban excluidos.
Por eso, con el principal objetivo de centrar nuestros estudios y de no extraer
conclusiones forzadas o poco vinculadas a la realidad, resulta, en este campo, más
necesario que nunca echar mano de la comparación con lo que ocurría en estas
cuestiones tanto entre los distintos países de la región, como fuera de ella. Si algo
quiere tener de novedad la historia política de América Latina, es que ésta no debe
ser estudiada, bajo ningún concepto, desde el punto de vista del ombligo naciona-
lista que tanto caracteriza a la historia de cada país de la región, reforzada por el fé-
rreo límite que las fronteras nacionales imponen a la mayor parte de los estudios
históricos y que impiden ver más allá de lo que atañe y preocupa a cada uno, sino
desde la atalaya privilegiada que dan las perspectivas comparadas. 19
¿Lo que ocurría en América Latina era exclusivo del continente? Es evidente
la carga negativa con que han sido tradicionalmente analizados los fenómenos po-
líticos latinoamericanos. De hecho, todo cuanto se vinculaba con los procesos elec-
torales y el desarrollo de la ciudadanía era motivo de autoflagelación. Ésta es la
perspectiva marcada por el historiador norteamericano C.E. Chapman, quien a

18 Marta !RUROZQUI, '.i! bala, piedra y palo". La construcción de la ciudadanía de Bolivia, 1826-

1952, Sevilla, 2000 y "The Sound of rhe Pururos. Policicisacion and lndigenous Rebellions in Bolivia,
1825-192I ", en]ournal ofLatin American Studies, vol. 32-1, 2000. Véase también Víctor PERALTA y Mar-
ca lRUROZQUI, Por la Concordia, la Fusión y el Unitarismo. Estado y caudillismo en Bolivia (1825-1880),
Madrid, 2000 y "Las elecciones bajo el caudillismo militar en Bolivia, 1830-1878", en Iberoamericana
Nordic ]ournal ofLatin American Studies, vol. XXVI: 1-2, Estocolmo, 1996 y de Rossana Barragán, In-
dios, mujeres y ciudadanos. Legislación y ejercicio de la ciudadanía en Bolivia (siglo XIX), La Paz, 1999.
19 Esta perspectiva comparada se puede ver en Eduardo POSADA CARBÓ (ed.), Elections befare De-

mocracy: The History ofElections in Europe and Latin America, Sr. Martin's Press, I 996; Carlos MALA-
MUD (ed.), Partidos políticos y elecciones en América Latina y la Península Ibérica, 1830-1930, 2 vols., Pa-
peles de Trabajo, Instituto Universitario Ortega y Gasset, Madrid, 1995, y Carlos MALAMUD (ed.),
Legitimidad, representación y alternancia en España y América Latina: las reformas electorales en (J 880-
1930), México, 2000.
26 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMIDuCA LATINA. SIGLO XIX

principios de la década de los treinta del siglo XX sefialaba que las elecciones en
América Latina eran más un fenómeno curioso que un tema de estudio. 20 La ne-
cesidad de estudios comparados es más aguda a la hora de intentar relacionar lo
que pasaba en un país de la región con otro. ¡Cuántas veces hemos escuchado que
sólo los argentinos podían entender lo que es el peronismo o que sólo los mexica-
nos estaban en condiciones de interpretar la revolución que tanto había conmovi-
do las estructuras políticas e ideológicas de su país!
Estos problemas no ocurrirían, o se plantearían de otro modo, si se asumiera
que todo cuanto ocurría en el universo electoral latinoamericano (fraude y corrup-
ción, violencia, caudillismo, baja participación, etc.) eran fenómenos normales y
presentes de una manera u otra en todos aquellos países donde había elecciones y
se votaba a mediados del siglo XIX. Por cierto, que por aquel entonces las naciones
donde se practicaba el sufragio no abundaban en el mundo. En este sentido resul-
taría muy pertinente preguntarse en cuántos países se votaba en esa época, al mar-
gen de América Latina, Estados Unidos y Europa Occidental. La conclusión al res-
pecto debería ser de la existencia de una cierta normalidad en lo que ocurría en la
mayor parte de los países de la región.
3) También se solía afirmar, de forma acrítica, que la participación en la vida
política, especialmente la de los ciudadanos en los procesos electorales, era escasa
y que las posibilidades de manipulación muy altas (compra de votos, deferencia,
etc.). Esta situación es la que permite sustentar la idea de que estaríamos frente a
sistemas oligárquicos en los cuales las masas eran fácilmente controlables por las
élites, que eran las que terminaban imponiendo sus puntos de vista. En realidad,
los porcentajes de participación no estaban muy alejados de los existentes en otras
partes del mundo, aunque aquí es muy importante tener presente las marcadas di-
ferencias nacionales, y que los fenómenos vinculados a la práctica del voto también
eran bastante similares a los ocurridos en otras latitudes. 21
4) En definitiva, desde la perspectiva que tiende a minusvalorar la calidad de
los sistemas democráticos y de los procesos electorales en la región queda claro que
las elecciones latinoamericanas no servían a los intereses nacionales porque eran
fraudulentas, estaban manipuladas por los caudillos y las élites dirigentes y, por si
faltara algo, se producían regularmente revoluciones que hurtaban la voluntad po-
pular poniendo en el poder a autoridades distintas a las que legítimamente se ha-
bían impuesto en las urnas. Pese a la gran difusión que han tenido estas ideas en
prácticamente todos los círculos de las distintas opiniones públicas hemisféricas,
queda bastante claro que se trata de puntos de vista contradictorios, en la medida

20 C.E. Chapman, "Thc age of caudillos: a chaptcr in Hispanic American History", Hispanic
American Historical Review, vol. XII, 1932, p. 292.
21 El esrudio de los mecanismos clicncclares en Tammany Hall es muy ilustrativo al respecto.
Véase William Riordan, Plunkett ofTammany Hall, Nueva York, 1963 y Lloyd Robinson, The Sto/en
Election: Hayes versus Tilden-1876, Carden Cicy, Nueva York, 1968.
¿CUAN NUEVA ES LA NUEVA HISTORIA POL!TICA LATINOAMERICANA? 27

que las elecciones no sólo eran la principal (y única) fuente de legitimidad existen-
te en las repúblicas latinoamericanas, sino también las que servían para poner un
claro límite temporal a los mandatos políticos, más allá de que en algunos casos se
permitiera la reelección en distintos periodos sucesivos.
En relación con los problemas planteados por los estudios electorales, los tópi-
cos se suelen concentrar en la persistencia del fraude, de la violencia y el clientelis-
mo y en el factor disruptor que tenían las revoluciones en la vida política latinoame-
ricana, no sólo desde una perspectiva nacional, sino también en las comunidades
locales. En primer lugar, se ha insistido mucho en el papel negativo que jugaba el
fraude en la estabilidad de los sistemas políticos latinoamericanos del siglo XIX, al
condicionar de una manera clara y dirigida los resultados electorales. En realidad, el
fraude era un mecanismo consustancial al funcionamiento del sistema, ya que era
practicado sin ningún tipo de complejos por todos los actores que participaban en
las elecciones, aunque sólo fuera denunciado por los perdedores (nunca por los ga-
nadores, que también lo aplicaban). Con todo, es necesario tener presente que en el
siglo XIX, el momento más importante en el que se realizaba el fraude era el de la ins-
cripción en los padrones electorales y no el de la votación. Por eso, es necesario pre-
guntarse si el fraude permitía ganar elecciones o su objetivo era impulsar una mayor
participación electoral en los comicios, claro sinónimo de legitimidad. 22
Con respecto a la violencia electoral, ésta ha sido generalmente magnificada por
la mayoría de quienes se han acercado al fenómeno. ¿Cuál fue el verdadero impacto
de la violencia en la historia política latinoamericana? ¿La violencia en la actividad
política se limitaba a las elecciones o afectaba también a otras actividades vinculadas
a las mismas, como mítines o manifestaciones? 23 ¿Qué entendemos por normalidad
electoral, un punto donde también es necesario el enfoque comparativo? Sabemos
mucho de las elecciones violentas (incluso de su número), de la movilización de gru-
pos armados, de la captura de las mesas por una de las facciones enfrentadas, del nú-
mero de víctimas producido, ¿pero cuánto sabemos de las elecciones normales, de
aquellas que se celebraban periódicamente sin recurrir a la violencia? También habría
que preguntarse por el númern de personas que moría como consecuencia de la vio-
lencia electoral y compararlas con otras formas de violencia de la época.
Otro tema importante, bastante vinculado al anterior, es el de la relación exis-
tente entre las revoluciones y la política. Por eso, es necesario vincular las revolu-
ciones en sus distintas formas (asonadas, pronunciamientos, golpes de Estado, gue-
rras civiles, etc.) con las elecciones. ¿Cuándo, cómo y para qué se producían las
revoluciones? En numerosas ocasiones éstas solían producirse antes o después de

22 Carlos MALAMUD, Partidos políticos y elecciones en la Argentina: la Liga del Sur (1908-1916),

Madrid, 1997 y Eduardo Posada Carbó, "Electoral Juggling: A Comparative History of che Corruption
of Suffrage in Latin America, 1830-1930", en Journal ofLatín American Studies, vol. 32, núm. 3, 2000.
23 Hilda SABAHl, La politica en las calles. Entre el voto y la movilización. Buenos Aires, 1862-1880,

Buenos Aires, 1998.


28 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AM1'.RICA LATINA, SIGLO XIX

los periodos electorales, bien para cambiar las reglas de juego con anterioridad al
comicio, o bien tras una derrota electoral, esperando que a posteríori las. urnas le-
gitimen a los nuevos mandatarios. En este sentido, resulta pertinente formular
otras preguntas, como: ¿Dividían las revoluciones a las sociedades y a las comuni-
dades en que éstas tenían lugar? ¿En caso afirmativo, cuán duraderas eran las frac-
turas sociales que se producían? De ahí la importancia de estudiar las frecuentes
amnistías que se solían producir tras los procesos revolucionarios. 24 Por eso resul-
ta muy interesante la relación que establece Paula Alonso entre las revoluciones del
siglo XIX en la Argentina y los intentos de restauración de una serie de idílicos y
prácticamente inexistentes valores republicanos, en vr:z de insistir en la transforma-
ción en profundidad de los sistemas políticos existentes. 25
A efectos de esta discusión habría que preguntarse por las características y los
límites de la historia política en América Latina, teniendo presente que en buena
medida ésta debe ser profundamente narrativa. Pero hay más, ¿Cuál es la relación
entre la historia política y la historia de las ideas? ¿O con la historia de la cultura o
con la antropología? Más allá de los nexos y préstamos que pueda haber entre una
y otras, está claro que no estamos frente a disciplinas equiparables, que ni son lo
mismo, ni deberían confundirse. Esto no implica negar los efectos beneficiosos que
para el desarrollo de la historia política han tenido los préstamos recibidos de otras ·
ciencias sociales, como la ciencia política, la sociología o la antropología, sino ver
la necesidad de establecer reglas de juego claras sobre el funcionamiento de la dis-
ciplina.
En este sentido, vemos cómo la historia política ha sido muy afectada y per-
meada por las modas académicas, en las que predominan una serie de conceptos
que de forma algo apresurada podríamos definir como resbaladizos. Éste sería el
caso de la "esfera pública", 26 "plaza pública'', "sociabilidad", "sociedad civil", "gé-
nero", "imaginario colectivo" o "Estado-nación", entre otros. Por ejemplo, ¿qué
aporta a nuestros trabajos la utilización del concepto "Estado-nación" en América
Latina, frente al de "Estado" o al de la "nación"?27 En codo caso, y a fin de facili-

24 Carlos Malamud, "La restauración del orden: represión y amnistía en las revoluciones argen-
tinas de 1890 y 1893", en Eduardo Posada-Carbó (ed.}; In Search ofa New Order: Essays on the Politics
and Society ofNineteenth-Century Latin America, Nineteenth-Century Latin America, núm. 2 (ILAS-
Londres, 1998); y "The Origins of Revolution in Nineteenth-Century Argentina'', en Rebecca E.ARLE
(ed.}, Rumours ofWars: Civil Conjlict in Nineteenth-Century latin America, Nineteenth-Century Latin
America, núm. 6, ILAS, Londres, 2000.
21 Paula ALoNSO, Entre la revolución y las urnas. Los orígenes de la Unión Cívica Radicaly la pollti-
ca argentina en los años noventa, Buenos Aires: Editorial Sudamericana/Universidad de San Andrés, 2000.
26 Fran~ois-Xavier GUERRA, Annick LEMPÉRIÉRE et al., Los espacios públicos en lberoamérica. Am-
bigüedades y problemas. Siglos XVIII-XIX, México: Fondo de Cultura Económica, 1998. Las constantes
alusiones a lo largo del texto a Jürgen Haberlas son prácticamente la norma, aunque en el desarrollo
de cada trabajo el modelo sea dejado de lado.
27 El programa del siguiente Simposio Internacional sobre "El Estado-nación en Iberoamérica:
construcción, problemas, contradicciones", celebrado en la Universitat Jaume I, Castellón, España el 3
¿CUAN NUEVA ES LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA LATINOAMERICANA? 29

car una mayor clarificación conceptual, el término "Estado-nación" sólo debería


utilizarse para diferenciarlo de los "estados-provinciales". Para ello, los brasileños
tienen el cómodo adjetivo de escadual, contrapuesto a la realidad estatal.
Para concluir, más allá de los importantes avances realizados por la historia
política en los últimos años, hay una serie de temas pendientes en los que valdría
la pena seguir profundizando, como son el de la participación política de los sec-
tores populares en la vida política latinoamericana del siglo XIX. En relación con
este tema, hay determinadas cuestiones esenciales, como el de la participación po-
pular en las elecciones, que requieren mayores investigaciones, nuevas perspecti-
vas y enfoques y, sobre codo, preguntas diferentes. Como ya se ha señalado antes,
por lo general se afirma que votaba poca gente, aunque este extremo debe ser pues-
to en perspectiva comparativa a fin de evaluar qué pasaba en la misma época en
otros lugares del mundo. En lo referente a la participación de los sectores popula-
res debe tenerse en cuenca, muy especialmente, el papel de los indígenas en la vida
política de los países en los que vivían y su afluencia a los comicios, ya que en con-
tra de lo que comúnmente se asume a lo largo del siglo XIX los indígenas, tanto in-
dividual como comunicariamente, participaron en la construcción del nuevo or-
den político, eso sí, con su propia agenda y sus propias reivindicaciones. 28
La participación política de los indígenas adquiere hoy una relevancia mayor,
especialmente ante la ola de ecnicismo e indigenismo que nos invade. En este pun-
to se trata de ser muy cuidadosos ya que no codas las manifestaciones de este tipo
son iguales. No codas las expresiones del indigenismo son equiparables a las de Evo

y 4 de mayo de 2004 es bastante ilustrativo al respecto. Tanto la justificación del evento como las dis-
tintas participaciones evidencian la vacuidad de un concepto que aparentemente es central para el de-
sarrollo del simposio. En la justificación se dice: "El esrudio de la construcción del Estado ha sido mo-
tivo de diferentes investigaciones desde diversas ciencias y disciplinas. Mucho más recurrente ha sido el
esrudio de esa construcción estatal a partir de la 'invención' de las naciones en un sentido hobswania-
no. Es propósito del Centro de Investigaciones de América Larina (CIAL)-Unidad Asociada a la Escuela
de Esrudios Hispanoamericanos (cs1c), reunir a una serie de especialistas en diversas áreas temáticas que
trabajan, desde hace varios años, sobre diversos aspectos que concurren en la construcción, su proble-
mática y las contradicciones que a lo largo de los siglos anteriores han llevado a los estados americanos
a la siruación presente". La misma falta de referencia al teórico concepto central se observa en los tí ru-
los de las ponencias, lo que confirmaría que sólo se trara de un comodín: Aristocracia y poderes ÚJcales en
el Perú tardocoÚJnial: la nación biftonte. Pedro Pérez Herrero (U. Complutense). La formación de las so-
ciedades de Antiguo Régimen en América Latina. Luis María Glave (U. Pablo Olavide). Una perspectiva
histórico cultura de la revolución del Cuzco en 1814 y el debate sobre las independencias americanas. !vana
Frasquet (U. Jaume !). Los orígenes del Estado-nación mexicano, 1820-1823. 4 de mayo. Ricardo Gon-
zález Leandri (EEHA-CSIC). Élites profesionales y construcción estatal. Salud y educación en Argentina Siglo
XIX. Nuria Sala (U. Girona). Regiones imaginadas y estado real en el Pení republicano. Nuria Tabanera (U.
Valencia). Sobre la compleja definición de la nación española en un cambio de siglo (XIX-XX). Joan Feliu (U.
Jaume !). El negocio de la cerámica arquitectónica en el mercado antillano independiente. Joan Alcázar (U.
Valencia). El desafio al Estado: la lucha armada en la América Latina reciente.
28 Sonia AwA MEJ(AS, La participación indígena en la construcción de la república de Guatemala,

s. XIX, Madrid: Universidad Autónoma Metropolitana Ediciones, 2000.


30 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POUTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

Morales, Felipe Quispe o del subcomandance Marcos, claramente descalificadoras


de los valores democráticos y que insisten en el hecho de que la democracia es un
sistema totalmente ajeno a las raíces históricas latinoamericanas. También es im-
portante la participación femenina, especialmente en todo el periodo en que el ac-
ceso de la mujer al voto estaba cerrado. 29
La historia política debe insistir en algunas cuestiones que resultan básicas
para saber cómo funcionaban los sistemas políticos de la época y para poder res-
ponder a una pregunta que en este contexto se me antoja central, acerca de la
construcción de la democracia y la ciudadanía en la región. Por eso hay que insis-
tir permanentemente en la necesidad de estudiar junco a los partidos políticos y
las elecciones, de forma sistemática, al Estado y especialmente aquellas institucio-
nes más directamente relacionadas con el ejercicio del poder político: la presiden-
cia, el parlamento o la judicatura.
En definitiva, creo que uno de los ejes principales de lo que debería ser la his-
toria política de América Latina es el del poder político y su ejercicio y el de la par-
ticipación de los distintos grupos sociales, lo que significa hablar de elecciones, de
electores y de partidos políticos y también del Estado y de sus principales institu-
ciones. Esto no quiere decir que se trate sólo de hacer la historia política desde arri-
ba, pero sí implica que sería conveniente poner algunos límites temáticos a aque-
llo que hoy encendemos por historia política. No tiene demasiado sentido, como
ocurrió con la historia económica en su momento, pretender hacer de la historia
política la Historia Total de la que hablaban hace tiempo atrás algunos de nuestros
mayores. No hay, por tanto, una Nueva Historia Política, como sí hubo en sumo-
mento una nueva historia económica {o New Economic History), ya que esto su-
pondría hablar de una unidad de escuela, o metodológica, o al menos de miras u
objetivos, entre al menos la mayoría de los actuales practicantes. La realidad de la
disciplina en nuestros días dista mucho de esta homogeneidad y de ahí la conve-
niencia de dejar de lado cualquier tipo de adjetivo calificativo.

29 Erika Maza Valenzuela, "Catolicismo, anticlericalismo y la extensión del sufragio a la mujer en


Chile", en Estudios Públicos/Cenero de Estuclios Públicos, núm. 58, Santiago, 1995.
CAMPOS, PRÁCTICAS Y ADQUISICIONES
DE LA HISTORIA POLÍTICA LATINOAMERICANA

MARCELLO CARMAGNANI

La más reciente novedad historiográfica latinoamericana es la renovación de la his-


toria política que comenzó en los últimos decenios del siglo pasado. La historia po-
lítica, como aconteció precedentemente con la historia económica y social, se ale-
jó de la historia fáctica, de los hechos, de las biografías políticas y más en general
de la dimensión conmemorativa. Indaga sobre las acciones políticas de los diferen-
tes sujetos y grupos de interés que nacen y se desarrollan en el escenario político.
Mi propósito no es el de trazar un balance historiográfico de esta renovada his-
toria política que dé cuenta de sus logros y de sus déficit sino más bien reflexionar
sobre los derroteros que ha tenido para poner en evidencia sus prácticas historio-
gráficas y vislumbrar algunas de sus principales adquisiciones problemáticas.*
En la ya abundante producción de la historia política, los grandes argumen-
tos atañen el discurso político, las políticas de género, los fenómenos de la mo-
dernidad, los proyectos políticos de las minorías y de las clases subalternas. Todos
estos estudios, no obstante su importancia, no abarcan toda la historia política
sino tan sólo uno de sus campos, y más precisamente aquel que ilumina el ima-
ginario político, la sociabilidad, la prosografía, la idea de nación y en general to-
dos aquellos aspectos de la política que tienen que ver con la relación entre el ac-
tor social y la política y las interacciones entre sociedad y política y entre cultura
y política.
Si bien a veces se haga coincidir este campo con la nueva historia política, exis-
ten otros campos que todavía no han tenido el mismo éxito. El más significativo
es la historia política que estudia el proceso por el cual la población se convierte en
actor de la comunidad política. Este campo historiográfico busca reconstruir las di-
mensiones que permiten a los actores -a la familia en un primer momento y al in-
dividuo luego- dar vida a las normas, las reglas del juego compartidas, y a la eje-
cución de las mismas conformando las formas de un vivir político diferente del
vivir simplemente en sociedad.

• Escas consideraciones toman en cuenta los estudios históricos relativos a la política latinoame-
ricana que se encuentran en la bibliografia de mi libro El otro Occidente. América Latina desde la inva-
sión hasta la globalir,ación, México: Fondo de Cultura Económica-El Colegio de México-Fideicomiso
Historia de las Américas 2004, pp. 389-405.

[31]
32 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX

Más concretamente esta historia política analiza cómo doctrinas, normas y


prácticas políticas interactúan y fundamentan las decisiones de los actores históricos
permitiendo la transformación del súbdito en ciudadano, el pasaje desde la represen-
tación de corte corporativo del Antiguo Régimen a la representación con base en los
grupos de interés organizados a partir de asociaciones, clubes y partidos.
Por medio de estas temáticas se logra comprender cómo la política se diferen-
cia de la sociedad mediante normas explícitas e implícitas, la acción desplegada por
las instituciones representativas y las relaciones que se dan entre los poderes cons-
titucionales y los cuerpos administrativos del Estado y entre los poderes centrales
o federales y el provincial y estatal. Se trata, en síntesis, del campo de la política que
complementa y especifica la acción de los actores colectivos e individuales en sede
colectiva.
Este último campo de la historia política es particularmente importante para
minimizar los sesgos deconstructivistas que caracteriza el otro campo de la histo-
ria política, la que analiza la relación entre sociedad y política que, erróneamente
considera la política como una prolongación de la sociedad. Es también un sector
significativo de la historia política pues ilustra la acción colectiva de la política que
vivifica la historia interna y exterior de la nación. Ella permite entender cómo la
actividad política se realiza mejorando, expandiendo y transformando las institu-
ciones y no simplemente mediante la repetición de la continuidad. Con la prime-
ra, la historia de la nación, conocemos las formas de poder, la nación, la igualdad,
la identidad, la civilidad política y con la segunda, la historia de las instituciones,
conocemos la ley, el Estado, la justicia, la acción gubernamental, el ejercicio del
poder.
Si bien estos dos campos de la historia política puedan enfrentarse, la verdad
es que sus adquisiciones nos permiten comprender la importancia que tiene la po-
lítica para la comprensión de las transformaciones que han conocido las áreas lati-
noamericanas y a la lucha que se dio y se da en las áreas latinoamericanas, como en
las otras partes del mundo, para afirmar los valores de la convivencia, de la colabo-
ración, de la tolerancia y desmentir las posiciones ideológicas que ven América La-
tina como un área externa a los valores occidentales y sus formas políticas como el
ejercicio del poder por parte de una minoría.
No hay pues un antagonismo entre la historia de la nación y la historia de las
instituciones. Ambas ilustran y documentan, en última instancia, las dimensiones
internas o nacionales del quehacer político. El terreno de la colaboración es funda-
mental para evitar que la renovación historiográfica termine, como aconteció en las
renovaciones historiográficas que la precedieron, en una lucha ideológica. La his-
toria política debe aprender del error que se dio en la historia económica a partir
de los años setenta cuando su práctica historiográfica se fragmentó entre los que es-
tudian el desempeño económico, los que se interesan por la crítica a las asuncio-
nes teóricas de la economía y los que por medio de la econometría ilustran la vali-
dez universal y atemporal de los principios económicos.
CAMPOS, PRÁCTICAS Y ADQUISICIONES DE LA HISTORIA POÚTICA 33

Hay también otros campos de la historia política, como la que se interesa por
la genealogía de las cuestiones políticas contemporáneas y más precisamente por las
formas políticas de la democracia sobre los cuales no me detengo porque de algún
modo se relacionan con los dos campos precedentes. Me detengo en cambio en la
historia política que considero la menos desarrollada y que puede, por una parte,
internacionalizar la historia de la política latinoamericana y, por otra parte, favo-
recer el estudio comparado los sistemas políticos en el ámbito latinoamericano.
Considero que ha llegado el momento de rescatar el papel de los países lati-
noamericanos en la historia mundial mediante los elementos que arrojan luz, a lo
largo del tiempo, en torno al cómo, el cuándo y el porqué cada una de las áreas la-
tinoamericanas participan activamente en los asuntos mundiales, es decir cómo se
articulan en una red de relaciones e instituciones de colaboración entre el subcon-
tinente y con el resto del mundo.
Las constantes que recorren la modalidad de la participación de Latinoaméri-
ca en la historia mundial en general y en la historia de la política en particular son
las interconexiones, es decir los nexos que producen formas de colaboración o ne-
gociación entre las áreas latinoamericanas y las otras partes del mundo. Tales inter-
conexiones son fundamentales porque permiten visualizar las acciones nacionales
e internacionales y comprender las formas de interactuar de las áreas americanas en
el sistema mundial.
Considero que las interconexiones -de orden económico, social, político, ju-
rídico, cultural entre las áreas latino americanas y el resto del mundo- son los mo-
tores que ponen en movimiento las formas de participación, reorientan y modifi-
can el rumbo de dicha participación. A lo largo de cinco siglos de interconexiones
entre dimensiones internas: las americanas y las externas: las mundiales, podemos
reconocer el modo en que éstas mudan con el devenir histórico. Tiempo y circuns-
tancia confieren a la relación mutua una pluralidad de formas de articulación, de
participación; tales formas históricas tienen una vida de larga duración, secular, an-
tes de transformarse dando vida a otra modalidad de relación mutua.
Las interconexiones -independientemente de su naturaleza- son de tipo
formal o informal. Las primeras son institucionales, tal como lo son los cuerpos ad-
ministrativos de las monarquías española y portuguesa a lo largo del periodo colo-
nial, como lo serán las instituciones republicanas y monárquicas constitucionales
que nacen a partir de las naciones soberanas latinoamericanas del siglo XIX. En
cambio las segundas, las informales, son respuestas naturales de gobierno, de par-
te de los actores sociales en distintos territorios acordes con su tradición histórica,
o la respuesta a vacíos institucionales, jurídicos. En la vida cotidiana se entreveran
las resoluciones institucionales, de gobierno, en particular las de justicia, con el de-
recho consuetudinario, los usos y costumbres locales. Son todas respuestas que
buscan el consenso y reducir el nivel de conflicto. Lo que vuelve aún más comple-
jo el nudo de relaciones es el hecho de que norma y praxis se adecuan continua-
mente en consonancia con las múltiples formas de reciprocidad, de asociacionis-
34 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

mo, hermandades, grupos de ayuda mutua, pasadas como contemporáneas que


perviven en los espacios latinoamericanos, particularmente en el medio rural.
En el transcurso del siglo XVI al presente siglo XXI se aceleran y multiplican las
interconexiones de las comunidades humanas latinoamericanas y de éstas con las
comunidades norteamericanas, europeas, africanas y asiáticas. Del estudio de los
distintos momentos destacamos que las conexiones se multiplican y se vuelven con
el pasar del tiempo más complejas. Justamente señalamos que es la complejidad de
la relación mutua la que imprime una dinámica a la interconexión, dotándola de
creciente fluidez para relacionar las dimensiones nacionales y locales con las inter-
nacionales.
La exploración de la relación entre las áreas del mundo, su difusión y permea-
bilidad, sus vínculos, sus nudos, permite superar una limitante bastante difundida
en los países latinoamericanos que sobredimensiona las condicionantes nacionales.
Este tipo de análisis nacional, tanto latinoamericano como de otras latitudes, otor-
ga escasa importancia a la comunidad de intereses y problemas entre los hombres
del globo terráqueo, a los paralelismos, a la simultaneidad o a la convergencia de
los procesos históricos. Grave prejuicio que se traslada al estudio de las comunida-
des humanas del continente latinoamericano, que incluso se haga caso omiso de lo
que históricamente identifica a la comunidad iberoamericana. Si quienes rescatan
un pasado común, acaso afirman que la historia de cada país se explica por el as-
cendiente de la religión, de una lengua común, de una cultura originaria similar,
olvidan que la comunicación y las redes entre actores históricos de distintos países
constituyen el fundamento viviente de una historia en común.
No debemos, sin embargo caer en la trampa de pensar que una historia co-
mún a una pluralidad de estados y naciones conlleva una evolución única, un des-
tino común. La historia en común se refiere al hecho de que múltiples países en
distintas áreas del mundo responden -en una era específica- a desafíos simila-
res con base en experiencias conocidas o recorridas por los distintos países del
mundo. Desafíos que pueden ser ecológicos, económicos, sociales, políticos, cul-
turales y tecnológicos. Precisamente estas experiencias compartidas conducen a la
comunicación que genera formas de sociabilidad y de relación entre espacios na-
cionales e internacionales.
A partir de la inserción del subcontinente americano en la historia mundial se
asiste a la evolución de una relación interactiva que se construye a partir de las ac-
ciones entre las comunidades humanas latinoamericanas y las continentales, de Eu-
ropa, Asia y África. De allí que las interconexiones del subcontinente con el resto
del mundo se multipliquen, para convertirse en instituciones duraderas que se
transforman adoptando diferentes formas temporales. La participación internacio-
nal de las áreas latinoamericanas es producto de la voluntad e interés económico o
político de los distintos actores históricos, decisión para potenciar su participación,
modificar las constricciones internas e internacionales y aumentar sus derechos.
Son las decisiones y las acciones de los hombres las que alteran las prioridades: en
CAMPOS, PRÁCTICAS Y ADQUISICIONES DE LA HISTORIA POlÍTICA 35

ocasiones conceden prioridad a las componentes materiales y en otros momentos


a las componentes culturales o políticas. De lo que resulta que las formas de parti-
cipación de cada región o de cada continente en los acontecimientos mundiales no
son necesariamente idénticas y son además diferentes en el tiempo.
Las formas históricas de dicha participación se reconocen por el modo en que
interactúan los componentes nacionales e internacionales; por el modo en que ac-
tivan, reorientan y desactivan los vectores económicos, sociales, políticos y cultu-
rales para lograr cierta convergencia o colaboración entre las partes o, por el con-
trario por las decisiones adoptan para divergir, contener o incluso aislar los efectos
de los cambios mundiales sobre las regiones o países del subcontinente.
A partir de estas premisas se pueden comprender cuáles fueron y son las dife-
rentes formas históricas que asumieron las interconexiones globales y políticas de
las áreas latinoamericanas y el sistema internacional. La primera forma histórica se
conformó a partir del momento de la inserción del subcontinente en el sistema in-
ternacional, periodo que comprende del descubrimiento europeo del continente a
los primeros decenios del siglo XVII. A pesar de lo dramático del ingreso del mun-
do latinoamericano en el escenario internacional, su inserción no determinó la tra-
yectoria histórica subsiguiente. La entrada de América en el mundo requirió, por
una parte, de vínculos entre las poblaciones indias y los nuevos habitantes, es de-
cir, españoles, portugueses, franceses, holandeses e ingleses y, por otra parte, de co-
nexiones entre las componentes americanas y sus metrópolis europeas.
Las modalidades de interacción de las poblaciones americanas y no america-
nas son de vital importancia porque América se presentaba en ese momento como
un espacio geográfico limitado en población. De allí la enorme diferencia que ob-
servamos entre las instituciones políticas americanas y metropolitanas en el curso
del siglo XVI y la importancia de las relaciones atlánticas que se establecen con gran
rapidez entre las áreas americanas y las áreas europeas, las africanas y asiáticas.
El ingreso del subcontinente americano en la historia mundial se presenta así
fuertemente marcado por un complejo proceso que favorece el que conquistados
y conquistadores encuentren una modalidad de convivencia que condujo -gracias
a los contactos con Europa y con las otras áreas del mundo- al nacimiento de un
nuevo mundo americano. Son las adecuaciones e interconexiones las que dan vida
a las formas de cooperación y conflicto tanto al interior como al exterior de las
nuevas comunidades humanas latinoamericanas.
La forma histórica de la inserción no es sólo un encuentro y un desencuentro
entre ibéricos e indios sino un fenómeno mucho más complejo. En última instan-
cia, es la conmistión y mestizaje de formas políticas, sociales y materiales indias y
europeas que originan una dinámica histórica dotada de gran espontaneidad debi-
do a que la empresa de conquista ocurre sin que se conciba la existencia de un nue-
vo continente y menos aún habiendo trazado las metrópolis ibéricas un esquema
preciso de colonización. Tampoco se puede pensar que las organizaciones estatales
indias o tribales hubieran pensado que los europeos fueran algo distinto a las tan-
36 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX

tas naciones del continente americano. Imposible también razonar en términos de


que las poblaciones indias concibieran el no dejarse avasallar por los conquistado-
res, por el contrario muchos pensaron encontrar en los espafioles nuevos aliados
para oponer a naciones indias que pretendían someterlos.
La americanización de las componentes europeas y la primera europeización
de las componentes indias conforman un nuevo mundo caracterizado por una
multiplicidad de instituciones informales y espontáneas. Tales instituciones o me-
canismos de relación son producto de una libertad colonial que si bien favorece a
los magnates y notables ibéricos e indios, deja espacio y una autonomía relativa a
los estamentos con pocos o ningún privilegio, como sería el caso de los indios no
nobles, mestizos y mulatos.
Adecuaciones, conmistiones y mestizaje biológico y cultural son los hilos con-
ductores del ingreso del mundo americano en la escena mundial. De allí las respues-
tas múltiples latinoamericanas que dan origen a mutaciones en las lenguas indias, .
como las mesoamericanas que se transliteran con el alfabeto castellano, mientras
otras no lo logran, como acontece con las lenguas andinas. El ingreso del subconti-
nente en los nuevos circuitos internacionales favorece la difusión en todas las áreas
americanas de una nueva cultura material, resultado de la incorporación de la ener-
gía animal, de las técnicas árabes y europeas y de la difusión mundial de los produc-
tos americanos y de productos europeos a lo largo del continente americano.
La fuerza transformadora de esta primera fase histórica atenuó los efectos ne-
gativos del momento inicial, e impulsó notablemente el proceso integrador del
mestizaje. Esta fase declina y pierde intensidad en los primeros decenios del siglo
XVII, una vez que la relación entre la dimensión ibérica y la americana se consolida.
Las nuevas fuerzas de cambio, prioritariamente del ámbito internacional, se trasla-
dan en la segunda fase, al ámbito americano. El cambio se dirige hacia una más ade-
cuada adaptación e interconexión en tierras americanas de las instituciones ibéricas
y las autóctonas. Así se asiste a un proceso de americanización de las interconexio-
nes mediante el cual las formas ibéricas se adaptan a las particularidades america-
nas; se adecua la legislación con el derecho consuetudinario, las instituciones cas-
tellanas con las instituciones originarias americanas. El balance del proceso es que
se acrecienta la autonomía relativa del subcontinente en el orden colonial ibérico.
La forma histórica iberoamericana que se desenvuelve a lo largo del siglo XVII
y en la primera mitad del siglo XVIII potencia la multiplicidad de instituciones y ex-
periencias nacientes americanas dando origen a una acentuada autonomía relativa
entre las partes americanas respecto a las monarquías ibéricas; acentuada autono-
mía incluso si se compara con la situación imperante en el continente europeo.
Más aún, el espacio abierto americano dejó enormes resquicios que dieron cabida
a interconexiones informales con las otras potencias europeas y con las áreas afri-
canas y asiáticas. La creciente participación internacional de las áreas latinoameri-
canas se deja ver en la capacidad de los iberoamericanos para desarrollar el comer-
cio legal, el del monopolio regio, y el comercio ilegal, el de contrabando; ambos
CAMPOS, PRACTICAS Y ADQUISICIONES DE LA HISTORIA POLÍTICA 37

necesarios para colmar el déficit de mercaderías europeas y dar salida a las produc-
, .
c10nes amencanas.
Una conexión similar entre norma y práctica se observa en la conformación
del gobierno indirecto, resultado de un pacto no escrito entre las monarquías ibé-
ricas y las élites americanas. En virtud del "pacto colonial", la esfera alta de la po-
lítica, de la administración y de la justicia corresponde a los funcionarios metropo-
litanos designados por el rey: virreyes, gobernadores, oidores, oficiales de hacienda;
mientras que la esfera local y regional recae en los criollos e indios, quienes gobier-
nan sus distritos por medio de las instituciones municipales y mediante funciona-
rios locales de las instituciones municipales, los cuales operan con una cierta auto-
nomía de los funcionarios reales.
El siglo XVII corresponde a la segunda forma histórica; ésta se caracteriza por
un proceso de americanización cuando las áreas americanas logran modificar los
criterios estamentales y corporativos vigentes en los territorios metropolitanos in-
troduciendo el criterio pluriémico que caracteriza el mundo americano. Si bien los
orígenes pluriémicos datan del siglo XVI, la transformación del orden estamental
monoémico, a uno fundado sobre criterios donde conviven una pluralidad de et-
nias y culturas, florece en el siglo XVII. Tal cambio favorece una mejor relación en-
tre metrópolis y colonias y garantiza la gobernabilidad del mundo iberoamericano,
incluso a lo largo del siglo XVIII. La fuerza del nuevo mundo euroamericano y su re-
lativa autonomía explican uno de sus logros más significativos: la capacidad de los
americanos para frenar las políticas absolutistas que pensaron poder llevar a cabo
las metrópolis ibéricas en América en el curso del siglo XVIII.
A partir de las revoluciones francesa y norteamericana se suceden cambios en
el orden internacional que derivan de la búsqueda de un nuevo orden constitucio-
nal garante de los derechos del hombre y del ciudadano capaz de imponer límites a
todo poder absoluto. Se inaugura con la era de las constituciones escritas, el siglo de
las transformaciones internacionales, cuando se defienden los principios de la liber-
tad, política y económica, la igualdad ante la ley; principios que irremediablemen-
te agrietan y disuelven la segunda forma histórica iberoamericana. Las manifestacio-
nes más significativas de esta transformación son el ejercicio de la libertad civil,
política y económica por parte de los actores latinoamericanos y la voluntad de dar
vida a estados independientes, que ejercen su soberanía tanto al interior como en el
concierto internacional, bajo el supuesto de que Europa y América participan de los
mismos valores culturales.
La presencia de los nuevos estados americanos en el escenario internacional,
frente a un reducido número de potencias exclusivamente europeas, generó un ine-
vitable conflicto y fricciones en un mundo que intentaba restaurar el precedente
orden internacional. El pasaje del viejo orden colonial al republicano y constitucio-
nal en las áreas latinoamericanas fue sumamente escabroso pues las nuevas nacio-
nes latinoamericanas debieron vencer obstáculos imperantes y romper con el orden
corporativo colonial así como con el freno que representó el raquítico respaldo in-
38 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

ternacional -en particular de las monarquías europeas- ocasionado por un dé-


bil e incompleto reconocimiento de su condición de naciones soberanas.
La hostilidad internacional y la persistencia del viejo orden reducen el alcance
y difusión de los valores liberales, favorecen sólo la parcial integración del subcon-
tinente en los comercios y en las nacientes finanzas internacionales de modo que se
frena la construcción de las nuevas instituciones nacionales. No sabemos todavía a
ciencia cierta si los obstáculos presentes a lo largo de la primera mitad del siglo XIX
empujan a los actores latinoamericanos a perseverar en la necesidad de ser naciones
soberanas e independientes e insistir en su capacidad para darse una constitución,
constituir sus naciones, fundar las instituciones de garantía de los derechos de pro-
piedad, de la libertad comercial, de opinión, de imprenta, de asociación. En el de-
sarrollo de estas acciones los latinoamericanos reciben el sostén de una naciente opi-
nión pública interna e internacional. La solidaridad que recibe el subcontinente de
esta última destaca en el sostén de los liberales y republicanos al ser invadido Mé- ·
xico por los franceses, en el apoyo en favor de los abolicionistas y en contra de la
trata de esclavos y en la denuncia de las nuevas formas de colonialismo.
La trayectoria republicana y liberal se expande y consolida en el curso de la se-
gunda mitad del siglo XIX gracias al cúmulo de experiencias vividas, a las decisio-
nes tomadas por los americanos que fortalecen la nueva colaboración que se esta-
blece entre Europa y el mundo latinoamericano. Se trata de una convergencia
sostenida por una pluralidad de vectores políticos, culturales, sociales y económi-
cos. Las instituciones latinoamericanas se reforman a la luz del nuevo constitucio-
nalismo y se crean los mecanismos que hacen factible su difusión social y política.
La pluralidad de las ofertas culturales internacionales, sostenidas en las áreas lati-
noamericanas mediante el fomento de la instrucción, impulsan la creatividad del
subcontinente en el ámbito literario, histórico y jurídico. La emigración europea
proporciona una contribución significativa a la renovación de las formas sociales;
me refiero en particular a las argentinas, uruguayas, brasileñas y parcialmente de
todos los países latinoamericanos.
Caracterizo como euroamericana esta forma de participación del subconti-
nente en el sistema internacional porque se trata de un encuentro y cooperación
deliberada tanto por parte de las componentes latinoamericanas como de parte de
las europeas. Es una forma de cooperación diferente respecto a la de la primera mi-
tad del siglo XIX, momento durante el cual el subcontinente fue marginado del
contexto internacional.
A diferencia de las formas históricas precedentes, la convergencia euroameri-
cana -por ser deliberada- se caracteriza por una serie de procedimientos de ca-
rácter común tanto en el ámbito institucional como cultural. La comunidad lati-
noamericana toma parte activa en la elaboración del derecho internacional de
manera que la legislación y las instituciones nacionales latinoamericanas y europeas
se ubican dentro de una trayectoria definida conjuntamente, para así abrir espacio
al nacimiento de formas de convivencia e instituciones que favorecen la resolución
CAMPOS, PRÁCTICAS Y ADQUISICIONES DE LA HISTORIA POL!TICA 39

pacífica de los conflictos. Un papel importante en la convergencia euroamericana


lo tiene el mercado internacional de capitales de la City de Londres, nudo de in-
terconexión de los mercados financieros líderes de Londres, París, Berlín, Ámster-
dam y Nueva York y los mercados financieros secundarios de Viena, Milán, Barce-
lona, Buenos Aires y Rio de Janeiro. La posibilidad del libre movimiento de
capitales, tecnologías y conocimientos de los países industriales a los países no in-
dustriales dio vida al primer proceso de transnacionalización de los actores latinoa-
mericanos.
La convergencia en las instituciones y una normativa clara favoreció conduc-
tas comunes en ambas áreas del mundo. Precisamente por contar con códigos co-
munes, los estados latinoamericanos reciben el pleno reconocimiento de sus sobe-
ranías nacionales, condición esencial para su plena participación internacional. La
soberanía se refuerza con el hecho de que todos los estados observan una conduc-
ta similar en el ámbito económico. Tal comportamiento es obvio en la adhesión la-
tinoamericana a una de las formas del sistema oro -caja de conversión y gold ex-
change standard, la institución informal del comercio y de las finanzas pública y
privada internacional.
Las novedades de las interconexiones euroamericanas son además visibles en
los efectos inducidos en cada país de América Latina. Entre los más importantes
destacamos la construcción del espacio económico nacional, el mercado único y la
supremacía de la autoridad del Estado sobre los intereses de los notables de natu-
raleza clientelar y caudillesca. Las instituciones informales dan fluidez a la articula-
ción entre lo nacional y lo internacional. En efecto, el reforzamiento de los víncu-
los políticos, económicos y culturales modifican el principio del equilibrio de
potencia, que asume un contenido político, estratégico, económico y cultural.
La redefinición del equilibrio de potencia es en buena medida el resultado de
la consolidación del Estado nacional y la expansión de las funciones del Estado en
favor de la soberanía interna y externa. Además de redefinir y potenciar las funcio-
nes de gobierno, de administración y de control militar del territorio, el Estado na-
cional desarrolla las nuevas funciones de promover la justicia, fomentar el creci-
miento económico y potenciar la sociedad y la cultura con el fin de reforzar el
vínculo entre el gobierno y la ciudadanía. En otras palabras, el peso de un Estado
nacional en el concierto internacional comienza a medirse cuantitativamente, es
decir, tomando en cuenta la población, las producciones, el ingreso, el poder mi-
litar, la consistencia de la flota naval.
En la fase euroamericana el subcontinente vive un proceso de acelerada inter-
nacionalización que presenta características muy diferentes al proceso de interna-
cionalización que conocemos como globalización que sólo se delinea a partir del
decenio de 1970. A diferencia de la internacionalización más reciente, la del siglo
XIX conlleva, como se dijo, una fuerte presencia del Estado nacional con capacidad
para defender la soberanía nacional, regular el mercado interior, orientar las inver-
siones extranjeras, controlar los flujos migratorios. En pocas palabras, la interna-
40 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

cionalización no recorre todos los aspectos de la vida nacional, sino solamente los
que atañen a la libertad de movimiento de los factores productivos, de los hombres
y de las ideas.
La indeterminación y la incertidumbre de la política empuja a estudiosos a en-
contrar en las diferentes áreas de la historiografía y en las otras ciencias sociales, en
especial en la ciencia política, en la sociología y menos frecuentemente en la antro-
pología, orientaciones de reflexión y análisis. La recepción acrítica de estos aportes
puede hacernos caer en la trampa de confundir las diferentes posturas teóricas con
la ideología, confusión que a veces favorece la acción política pero perjudica en
cambio la comprensión del pasado y del presente.
Un buen ejemplo de este peligro lo proporciona la temática del Congreso de
Ciencias Históricas celebrado en 1995 en Montreal, Canadá, y en el cual partici-
paron activamente un buen número de historiadores latinoamericanos y latinoa-
mericanistas. Se eligieron tres temas centrales: el primero, naciones, pueblos y es-
tados; el segundo, las mujeres, los hombres y las transformaciones históricas, y el
tercero, la diáspora, orígenes, formas y significados. A cada uno de estos temas
hubo que darle subtítulos. El subtítulo del primer tema fue Grupos étnicos y po-
blaciones indígenas; estados nacionales y estados multiculturales, y nacionalismos
viejos y nuevos.
¿De dónde arranca esta dispersión de temas de la problemática general? Segu-
ramente servía para garantizar la convivencia pacífica de las diferentes posiciones
de los historiadores minimizando mediante dicha fragmentación el alcance con-
ceptual intrínseco. Fue así que el gran tema relativo a las naciones, a los pueblos y
a los estados se acotara con los subtítulos: Nación (o) grupos étnicos y poblaciones,
Estado (o} estados nacionales y estados multiculturales, Pueblos (o} nacionalismos
viejos y nuevos.
Con este ejemplo destaco que mientras el título del tema es conceptual, los
subtítulos del mismo diluyen su alcance. En efecto, si decimos Nación hacemos re-
ferencia a un concepto que tiene connotaciones precisas y que el análisis histórico
debe aclarar e incluso redefinir. En cambio si para precisarlo hacemos referencia a
grupos étnicos y poblaciones indígenas el concepto de nación cubre solamente una
parte del quehacer político de la pluralidad étnica. En esta forma se termina por di-
luir el concepto de nación que parecería darse a partir del momento en que nacen
los primeros grupos humanos e incluso en el núcleo de los humanoides. Esta diso-
lución del concepto de nación nos ilustra una de las ambigüedades en las prácticas
historiográficas relativas a la política, y no sólo a ésta, derivadas de la actitud pos-
modernista. Se trata de una corriente que destaca por la creciente diferenciación de
la identificación de los corpus documentales y por la forma en que describe los fe-
nómenos históricos. En la práctica historiográfica el deconstructivismo o posmo-
dernismo se manifiesta por la descomposición del objeto histórico en una plurali-
dad casi infinita y por el modo de comprender y analizar los fenómenos históricos
bajo el supuesto de que éstos son incomprensibles en su globalidad.
CAMPOS, PRÁCTICAS Y ADQUISICIONES DE LA HISTORIA POLfTICA 41

El gran mérito del deconstructivismo en la práctica historiográfica consiste en


favorecer la superación del estructuralismo gracias a la centralidad ofrecida a la ac-
ción humana tanto en términos colectivos como individuales y de grupo. La supe-
ración del determinismo estructuralista presenta la desventaja de que reactiva el em-
pirismo de la vieja historiografía de corte positivista y repudia cualquier forma de
"centrismo" o de reconducción de los diferentes fenómenos a una reflexión global.
La óptica deconstructivista se comprende mejor si observamos cómo reformu-
la el tema de la formación del Estado al eliminar o reducir la identificación que ha-
bía hecho el estructuralismo vinculando llana y simplemente al Estado con el po-
der. El desmistificar la relación Estado-poder condujo a plantear, exagerando y
creando una nueva mistificación, que el Estado es una realidad ficticia en la medi-
da en que los sectores populares poseen su propio proyecto estatal. De allí que el
Estado aparezca como una ficción que nunca logra consolidarse porque nace de
una élite reducidísima, de una oligarquía, que gracias a su fuerza domina a lama-
yoría, obligando a los diferentes sectores populares a elaborar un proyecto estatal
alternativo y a veces antagónico al existente. En esta forma se afirma la idea de que
los subalternos dan vida a entidades estatales informales, a veces tan pequeñas como
un municipio, que revindican su soberanía.
Se podría decir que en el tema del Estado, que tanta importancia tuvo en el
imaginario y en el debate público latinoamericano, la vertiente posmodernista nos
propone la idea de que nunca existió un Estado nacional capaz de abrazar todo el
territorio y todas las componentes sociales que por mandato constitucional debía
sostener, controlar y representar, como lo sostiene en cambio la doctrina y la polí-
tica de los siglos XIX y xx. Se comprende que bajo estos supuestos puedan surgir las
posiciones más diversas sobre la formación incluso de estados multiculturales in-
formales y aun sustentar que ya existían de hecho en periodos históricos previos al
siglo XIX.
Si bien la práctica deconstructivista tiene el mérito de describir con ejemplos y
casos detallados el espesor real de ciertas realidades políticas, su debilidad radica en
la dificultad de llegar a religar lo particular con la historia global. De hecho, ¿cómo
podría existir una historia total si no existe una historia nacional y ni mucho menos
una historia mundial? Es por ello que este tipo de práctica historiográfica conlleva
la tendencia a decaer en una historia de corte parroquial en el subentendido que lo
que vale para una parroquia no necesariamente es válida para otra.
La propensión a visualizar la especificidad local de los fenómenos históricos ha
dado contribuciones importantes en la medida en que mediante ellas se capta la di-
mensión cultural de la política. En efecto, la cultura se concibe como el producto
de la pluralidad de acciones de los hombres que dan vida a varios campos cultura-
les que organizan, reproducen y vivifican la acción humana. Lo anterior se com-
prende y visualiza en las representaciones que los individuos y los grupos tienen de
sí mismos y en las identidades culturales que producen. La idea de cultura presen-
te en las prácticas deconstructivistas se asemeja mucho a la antropológica. Si las
42 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX

prácticas deconstructivistas dieran más importancia a la elaboración conceptual y


se acercaran a la dimensión antropológica, tendríamos una visión más rica y arti-
culada de la acción política tanto del periodo colonial como del contemporáneo.
Sin embargo el atribuir a las acciones humanas una excesiva connotación lo-
cal y regional conlleva el inconveniente que los resultados de este tipo de análisis
no sean comparables. Es imposible tanto la síntesis como la comparación, y no
existen las mediaciones necesarias para restablecer un diálogo con las otras ciencias
sociales. Incluso es difícil el diálogo entre las diferentes historiografías que se desa-
rrollan en América Latina y, con mayor razón, con la historiografía de otras áreas
del mundo.
El llevar al límite una tendencia analítica de este tipo podría conducir a que
el área latinoamericana y sus experiencias históricas quedaran al margen del con-
texto internacional precisamente en un momento en que la necesidad de compren-
der la globalización debería empujarnos hacia una mayor internacionalización de.
la historiografía latinoamericana.
En el penúltimo Congreso Internacional de Ciencias Históricas realizado en
Oslo el año 2000 la historiografía latinoamericanista estuvo totalmente auseqte de
los grandes temas debatidos en dicho congreso. ¿Es posible que la historiografía
política no tuviera nada que decir sobre las temáticas centrales del congreso relati-
vas a las perspectivas de la historia mundial o global, del encuentro cultural entre
los continentes, del tiempo y la historia, de la escatología y los movimientos mile-
naristas, del uso y abuso de la historia y de la responsabilidad de los historiadores?
América Latina aparece sólo en uno de los 20 temas especializados y nuevamente
aislada del resto del mundo, y además no aparece siquiera en una de las 25 mesas
redondas. En el último Congreso Internacional de Ciencias Históricas que tuvo lu-
gar en Australia apenas un workshop trató temas latinoamericanos. ¿Terminará la
historiografía latinoamericana por ser expulsada por su exceso de localismo en las
problemáticas mundiales?
No todo es tiniebla en la historiografía política. Quisiera en efecto valorar
como una de las grandes adquisiciones colectivas de la historiografía política lo
concerniente a la modernidad política. Todos conocemos que una de las grandes
temáticas presentes entre el último tercio del siglo XVIII y el primer decenio del si-
glo xx es la tensión que se da entre modernidad y tradición. Las nuevas adquisi-
ciones dan concreción histórica a una nueva visión según la cual tradición y mo-
dernidad son los polos de una tensión que desata un proceso histórico donde
existen factores de continuidad como de discontinuidad. Su mérito es así el de
desdibujar una idea fuerte de la historiografía que considera antagónicos tradi-
ción y modernidad, sin que por ello desaparezca por completo un juicio negati-
vo, donde modernidad conlleva no sólo conflicto sino también violencia.
El mérito lo alcanzan los estudios dedicados a ilustrar la tensión tradición-mo-
dernidad a la luz de la cultura y de la sociedad política. Mediante ellos podemos va-
lorar la renovación de la historiografía política latinoamericanista gracias al análi-
CAMPOS, PRÁCTICAS Y ADQUISICIONES DE LA HISTORIA POÚTICA 43

sis de corte procesal que acoge las indicaciones provenientes tanto de las ideas so-
ciales y políticas como de la mayor articulación entre política y sociedad. Si bien
no se atribuye la debida importancia a la dimensión de la capacidad de elaboración
doctrinaria de los latinoamericanos, se desprende que es la constante interacción de
normas y prácticas la que da vida a un proceso que algunos denominan de hibri-
dización. Por medio de la hibridización acontece que las formas de hacer política
durante el Antiguo Régimen fundamentan el tránsito hacia una forma política de
corte "moderno", individual y secularizada.
Si ya desde hace algunos decenios era imposible conceptualmente sostener una
caracterización tradicional de la modernidad, con el nuevo milenio la fisura entre
tradición y modernidad es algo ya insostenible, a menos que se utilizara la dicoto-
mía en términos de modelo o para fines de didáctica universitaria, más que para la
producción de nuevos conocimientos.
Mediante la tensión entre modernidad-tradición podemos medir los avances
que se han hecho en el estudio del imaginario y de la cultura política latinoameri-
cana del periodo comprendido entre la Independencia y la primera guerra mundial.
Resulta que uno de los datos más significativos en el proceso de transformación
acontecido en el espacio de más de un siglo es, sin lugar a dudas, la secularización
del imaginario, de la política y de la cultura, es decir, la liberación de condicionan-
tes que restringían la libertad de acción de corte individual.
Los vectores de esta transformación son el surgimiento de una sociedad polí-
tica donde los valores del constitucionalismo liberal corroen y disuelven los valores
del Antiguo Régimen. Se trata de un fenómeno que corre parejo a la progresiva di-
fusión de la tolerancia religiosa en todos los países latinoamericanos, la desacraliza-
ción del arte, y la adopción de nuevos instrumentos culturales. Ahora estamos en
condición de comprender que los cambios no son unilineales y que por el contra-
rio siguen un recorrido que es tanto de continuidad como de discontinuidad cuyos
efectos son los de provocar la internacionalización y la occidentralización de la ac-
ción de los hombres americanos y a su vez lo americano permea el imaginario de
todas las componentes sociales europeas.
Si bien todos los aportes historiográficos son susceptibles de debatirse, a la luz
de estas contribuciones de la historia política se podría argumentar que entre tra-
dición y modernidad existe un puente. Como sostiene Octavio Paz, aisladas, las
tradiciones se petrifican y la modernidad se vuelve volátil mientras que al interac-
tuar la una vivifica la otra y la otra le responde dándole enraizamiento y sabiduría.
LA HISTORIOGRAFÍA DEL ESTADO EN HISPANOAMÉRICA.
ALGUNAS REFLEXIONES

ANNICK LEMPÉRIERE*

INTRODUCCIÓN

En 198 5 fue publicada por Theda Skocpol y otros socialcientistas una obra cuyo
título era programático y performativo: Bringing the State Back in. Reaccionando
contra la preponderancia, durante los años 1950 y 1960, de los paradigmas cen-
trados en lo social, y contra el papel Secundario que el Estado venía cumpliendo en
aquel contexto intelectual, Skocpol pregonaba una vuelta al Estado, un Estado que
fuera considerado como un "actor" dotado de estructuras institucionales, de obje-
tivos, de estrategias y de capacidad propia de iniciativa. Skocpol subrayaba también
la necesidad de historicizar las realidades estatales y, por lo tanto, de contar con es-
tudios historiográficos que proporcionaran, además, las bases de un indispensable
comparatismo. 1 Algunos años más tarde, Pierre Rosanvallon publicaba a su vez un
libro programático, L'Etat en France, en el que señalaba el paradójico contraste exis-
tente entre, por una parte, la abundancia de las referencias al "Estado" en la histo-
riografía y las ciencias sociales, y, por la otra, la escasez de los estudios específica-
mente dedicados a investigaciones sobre los problemas concretos planteados por la
centralidad del Estado en la sociedad francesa de los siglos XIX y xx: la historia ad-
ministrativa, la relación entre administración, política y democracia, el nacimien-
to y las mutaciones del État-Providence, el Estado como empresario, etcétera. 2
En ambas obras sobraban las ideas que, de una u otra manera, han sido reto-
madas por algunos pioneros en ambos lados del Atlántico. Al atenerse a los títulos
de muchos libros o artículos publicados en los últimos 1O años, uno podría pen-
sar que estamos viviendo un periodo de "regreso al Estado" en el contexto hispa-
noamericano. Sin embargo, y dejando aparte trabajos notables de que hablaré más
adelante, resulta que la corporación de los historiadores ha contribuido relativa-
mente poco al avance de nuestros conocimientos sobre el tema estatal, cuando se
comparan sus aportes con los de los sociólogos y de los politólogos. Mientras éstos
se interesan ex oficio en el Estado contemporáneo y, cada vez más, en su pasado de-

* Université Paris l.
1 EVANS, RUF.SCHMEYER, SKOCPOL, 1985, pp. 3-37.
2 ROSANVALLON, 1990.

[45)
46 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

cimonónico, 3 la contribución propia de los historiadores sigue siendo escueta, so-


bre todo en el momento de proponer síntesis y perspectivas comparatistas de con-
junto. La situación resulta, por varias razones, paradójica.
Primero, los estados hispanoamericanos existen desde hace casi dos siglos, lo
cual ofrece mucha materia al trabajo básico propio del historiador: la reflexión so-
bre la periodización, la búsqueda de los turning-pointsdecisivos, la investigación so-
bre las evoluciones administrativas, la comparación entre las distintas situaciones na-
cionales, por ejemplo. Los historiadores latinoamericanistas no somos capaces, hoy
en día, de proporcionar siquiera a los estudiantes una visión histórica de conjunto
sobre las especificidades y las grandes evoluciones del fenómeno estatal en Hispa-
noamérica, quedándonos al remolque de las generalizaciones, a veces brillantes y su-
gestivas,4 pero en espera de indispensables matizaciones, de los socialcientistas. Es
apenas exagerado afirmar que sabemos más de las instituciones coloniales que de los
procesos propiamente "estatales" de formación de los estados nacionales.
Segundo, la actualidad de los últimos 20 años, marcada simultáneamente por
las transiciones democráticas, la crisis del modelo económico cepaliano y la pues-
ta en marcha de políticas de índole liberal, parecería merecer, desde varios puntos
de vista, un interés renovado por la historia del Estado como "actor" en América
Latina. No obstante, parece ser que muchos historiadores prefieren olvidarse de los
compromisos de su oficio: cuestionar el pasado con preguntas sobre el presente;
iluminar el presente gracias al entendimiento del pasado.
Son varias las tendencias teóricas actuales que, de facto, se oponen a una mayor
estimación de los factores institucionales, negándoles no sólo una capacidad expli-
cativa sino también una legitimidad ideológica -tendencias que examinaré en la
primera parte del artículo. En cuanto a los estudios dedicados al tema del Estado, su-
fren, como se verá en la segunda parte, la extrema fragmentación de sus enfoques
conceptuales y metodológicos: difícilmente se encuentra un acuerdo mínimo sobre
el contenido del concepto de Estado, lo cual a su vez dificulta la siempre deseable
empresa de síntesis. Sin embargo, como veremos en la tercera parte, la historia po-
lítica renovada de los últimos 20 años abre vías novedosas al estudio histórico del fe-
nómeno estatal en Hispanoamérica. Para concluir, quisiera hacer algunas sugeren-
cias sobre las definiciones analíticas que permitan conferir al Estado el estatuto de
un objeto autónomo de investigación que sea propio de los historiadores. Pero an-
tes de entrar en materia, cabe apuntar las siguientes aclaraciones: primero, hablaré
sobre todo del siglo XIX, es decir del periodo en que la genética del Estado en His-
panoamérica plantea los mayores y, hasta cierto punto, menos atendidos problemas
historiográficos; segundo, por razones obvias la bibliografía adjunta no pretende ser,
ni mucho menos, exhaustiva; se han privilegiado obras recientes, sin que por ello se
pretenda ofrecer un panorama completo de la producción historiográfica actual.

3 LóPEZ-ALVES, 2000.
4 Por ejemplo, P~CAITT, 1999.
LA HISTORIOGRAFfA DEL ESTADO EN HISPANOAMÉRICA 47

1. PARADIGMAS "ANTI-ESTATALES"

Durante décadas, la preponderancia de la historia económica y socioeconómica


-acompañada por la teoría de la dependencia en el caso hispanoamericano-, de
la historia social y de la historia de las mentalidades restó legitimidad académica a
los estudios dedicados a las instituciones políticas. A pesar del llamado de Skocpol
a favor de un cambio de perspectiva sobre el Estado en pro de la dimensión pro-
piamente institucional del fenómeno estatal, el paradigma "social" ha conservado
toda su fuerza. Por lo demás, estaba en pleno auge en el momento en que se pu-
blicó Bringing the State Back in, pero bajo las formas renovadas que, hoy día, im-
pregnan cada vez más las problemáticas historiográficas. El clásico paradigma "cla-
sista", fuera o no marxista, destacaba las "clases" y los "grupos socioprofesionales"
fundamentados en variables socioeconómicas y convertidos en categorías de aná-
lisis preconstruidas. En este contexto, como es bien sabido, las instituciones polí-
ticas eran consideradas como "superestructuras" desprovistas de autonomía -el
Estado era "oligárquico" o "burgués", y servía intereses de clase: no valía la pena in-
dagar sobre sus lógicas propias de funcionamiento. El modelo entró en crisis y fue
hecho pedazos para ser reemplazado por una serie de perspectivas teóricas que, a
primera vista, parecen ubicarse en un eje radicalmente opuesto.
El vocabulario ha cambiado y se ha perdido la fe en la posible redención so-
cial mediante la acción colectiva -eventualmente revolucionaria- sustentada
por ideales e ideologías. Sin embargo, el resultado es exactamente el mismo para
nuestro objeto: el de disolver de antemano la realidad y la autonomía de las ins-
tituciones estatales y de descartarlas como factores de producción de lo social. Al
contrario, lo social produce las instituciones; el Estado se construye "desde abajo".
Las teorizaciones y las convicciones y representaciones imaginarias de lo social y
de lo político que germinaron al abrigo de la crisis del Welfare Statey del declive
y derrumbe de los países socialistas se originaron en ámbitos conceptuales muy
heterogéneos: en la crítica antirracionalista de corte posmoderno o en la teoría del
rational choice, en la corriente "pluralista'' o en los subaltern studies-, en la "nueva
historia cultural" o en el universo de las redes. Cualquiera que fuera su origen, de-
sembocaron, aun sin decirlo, en una "nueva'' historia social y en una "nueva'' his-
toria de las mentalidades que, respecto a lo político como tal, cumplen el mismo
papel que la añeja historia socioeconómica -sin ostentar, sin embargo, las ven-
tajas que ésa tenía en términos de datos empíricos sólidamente anclados en las es-
tadísticas y en unas categorías de análisis bien definidas. "Identidad", "género" y
"etnia'', "subalternos" e "individuos interconectados", mutual adjustmenty "resis-
tencia'' (a la "hegemonía''), tales son las categorías más movilizadas y más de mo-
da, hoy día, para cuestionar el pasado y el presente de las sociedades hispanoame-
ricanas. 5

5 Unas críticas relevantes sobre la new critica! history y los subaltern studies se encuentran en HA-
48 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

La legitimidad de tales nociones y categorías no está en juego cuando se trata


de escribir una historia "social". El problema reside en la apuesta de escribir la his-
toria del Nationbuildingo del Statemakingcon herramientas conceptuales y analí-
ticas que son, a todas luces, inadecuadas para afrentarse a las instituciones, a lo po-
lítico concebido como una proyección colectiva y no como el conjunto de las
estrategias individuales, y al papel histórico del Estado en la larga duración de lo
social. Por cierto, en estas opciones aflora a veces claramente una fuerte dosis de
militancia antiinstitucional y/o u!traindividualista. Tal postura es, obviamente, le-
gítima en calidad de "opinión'', pública o privada, pero no por ello le confiere va-
lidez científica a cualquier estudio que ostente la palabra "Estado" en su título. La
historiografía hispanoamericanista se revela especialmente permeable a este con-
junto de tendencias: sin duda, las especificidades del Estado y de las sociedades a
que dedica su atención podrían, hasta cierto punto, explicarlo, y el fenómeno me-
recería en sí mismo un análisis más detenido que no cabe dentro del espacio de
este artículo.
Sea lo que sea, la preponderancia de lo "micro" (microhistoria, microsociolo-
gía, microeconomía); la preferencia por los "procesos" y lo "construido" opuestos
a lo "instituido" y a lo "constituido"; la preeminencia del individuo y de sus estra-
tegias sobre las instituciones; la prelación de lo local sobre lo global; la legitimidad
atribuida a lo autorreferencial en contra de cualquier "norma"; la sustitución de la
sedimentación de las experiencias institucionales por el tiempo corto y sin memo-
ria de la "acción": todo ello conforma un ambiente intelectual e ideológico poco
propicio, cuando no completamente adverso, a la estimación del Estado y de las
instituciones como actores de la historia colectiva.
"El tiempo, elemento del Estado": 6 la fórmula de Kelsen no implica que los
sistemas políticos e institucionales no cambian; tampoco significa que las relacio-
nes entre Estado y sociedad no intervienen en los cambios o que las prácticas con-
cretas de los actores estén siempre acordes a las normas institucionales. Nos recuer-
da simplemente que el Estado y las instituciones tienen su propia temporalidad, así
como también su sistema de referencias y su racionalidad propia, de tal suerte que
estudiarlo impone escoger conceptos, referencias y categorías de análisis análogas
al objeto. Ahora bien, es imposible escribir sobre el Estado sin creer en la realidad
objetiva de las instituciones ni aceptar la posibilidad de su objetivación fuera de la
conciencia de los individuos.

BER, 1999, y en ADELMAN, 1998; una aproximación equilibrada a los aportes y problemas de la teoría
del rational choice en BouuoN, 2003; sobre el discurso del managmenten relación con las instituciones,
LEGENDRE, 1988.
6 l<ELSEN, 1997, p. 270.
LA HISTORIOGRAFfA DEL ESTADO EN HISPANOAMÉRICA 49

2. DIFICULTADES DE LA CONCEPTUALIZACIÓN

Afortunadamente, la reconstrucción, durante los últimos 20 años, de una "histo-


ria política" dotada de sus propios objetos y de una fuerte capacidad explicativa,
sustentó el interés por el tema del Estado a pesar de las presiones adversas del am-
biente académico. Gracias a la renovación de las metodologías y de las preguntas
que llevó a cabo la historiografía política, hoy en día sabemos que la historia del Es-
tado no puede reducirse a una descripción, más o menos erudita, de las constitu-
ciones o de las instituciones administrativas desde el punto de vista de la historia
del derecho más rancia, o bien atenerse a la alabanza de los hombres de Estado y
de los héroes legisladores y civilizadores. Sin embargo, aun así y salvo contadas ex-
cepciones, son escasas las tentativas, por parte de los autores, por definir cabalmen-
te lo que entienden por "Estado", mientras que abundan, en otros campos de la
historia política, las investigaciones fundamentas al mismo tiempo en la concep-
tualización y en la historicización de sus objetos, como son por ejemplo las eleccio-
nes o la ciudadanía, la nación, la opinión pública o las formas de sociabilidad.
Tanto respecto a la definición del concepto como a la delimitación concreta
de las realidades históricas que encubre, existe un déficit en la historiografía -y no
sólo la hispanoamericanista- sobre el Estado. La voz "Estado" se emplea, a veces
en la misma página de una misma obra, bajo acepciones muy distintas entre sí. A
veces remite a la significación más amplia del término: "gobierno soberano, terri-
torio y población", o sea a la definición canónica fijada por Carré de Malberg y
otros juristas de finales del siglo XIX. En este caso el uso confunde al Estado con
"la nación" o lo sustituye con la voz "país", más familiar; en el mismo orden de
ideas, "creación estatal" se confunde a menudo con "construcción nacional". En
otras ocasiones, "Estado" remite solamente al "aparato estatal", a la "administra-
ción" -la que, por lo demás, presenta generalmente los rasgos indefinidos de una
borrosa pero poderosa abstracción-; o bien se emplea como sustituto de "gobier-
no", de "autoridad pública", o simplemente de "poder". Al abrigo de proyectos en
torno a "la formación del Estado" o "del Estado-nación'', se compilan estudios de
caso sobre temas muy variados (lo cual, obviamente, no les quita ni interés ni vali-
dez a los proyectos o a los artículos) de historia política, tales como elecciones o li-
beralismo, sentimiento nacional o fiscalidad y finanzas públicas, reclutamiento mi-
litar y economía política, federalismo y desamortización. 7 Evocar el Estado vale
tanto como hablar, sin decirlo, de un amplio conjunto de fenómenos tales como los
conflictos y debates políticos, la ciudadanía, las instituciones, la legalidad imperan-
te, la cultura política, la identidad nacional ... No menos sorprendentes y hetero-
géneas son las identidades atribuidas al Estado: "Estado borbónico", "Estado colo-
nial", "Estado tributario", "Estado liberal progresista'', "Estado nacional", "Estado

7 Por ejemplo, ANNINO, CARMAGNANI et al, 1987; DUNKERLEY; 2002; PELOSO y TENENBAUM,
1996.
50 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMBuCA LATINA. SIGLO XIX

autónomo" (en el caso de las confederaciones) ... En otras palabras, el Estado vie-
ne a ser la figura imprescindible, sin rostro ni cuerpo pero con "voluntad" y "deci-
siones", de cualquier relato historiográfico, siendo acompañado además por los más
diversos entes, la Iglesia por supuesto (una entidad no menos indefinida que el Es-
tado mismo), la sociedad, pero también la familia, la propiedad, o las élites ...
Mientras los socialcientistas no vacilan en hablar del "Estado latinoamerica-
no", apoyándose en teorías generales y en perspectivas declarativamente compara-
tistas, vemos multiplicarse en el campo historiográfico la yuxtaposición de estudios
de caso empíricos estrictamente nacionales 8 que no facilitan, sino más bien frenan,
la reflexión colectiva sobre el contenido del concepto de Estado y sobre la necesa-
ria confrontación crítica entre las múltiples aproximaciones metodológicas posi-
bles. La falta de homogeneidad de las categorías, el uso acrítico de nociones como
"administración públicá' o "funcionarios", no nos permiten, a nosotros los histo-
riadores, encararnos hoy día a la realización de una síntesis sobre el fenómeno es-
tatal en Hispanoamérica después de la Independencia. Tampoco nos permite ela-
borar una periodización de la creación estatal durante el siglo XIX que pueda ser
común, sin distorsiones o generalizaciones abusivas, al conjunto de los países his-
panoamericanos. Ni siquiera tenemos una idea de los criterios comunes que se po-
drían adoptar para construir esa periodización.
La falta de homogeneidad en los conceptos y en las categorías empleadas para
abordar el tema del Estado puede atribuirse a una razón bastante sencilla. En efec-
to, el concepto de Estado goza de una intensidad muy variable según las culturas
políticas nacionales y, por consiguiente, dentro de los estudios de los historiadores
quienes, originarios de distintas nacionalidades y, por lo tanto, tributarios de otras
tantas tradiciones estatales e historiográficas, hacen uso del término. En las cultu-
ras políticas de varios países como Alemania, España, Francia, Italia, el concepto de
Estado goza de una intensidad "fuerte": el Estado se imagina y se presenta como un
actor central de la historia colectiva. La autonomía del Estado con respecto a la so-
ciedad es considerable y vigorosamente asumida; el Estado se piensa como "insti-
tuyente" de la sociedad, se le atribuye un papel prometeico que lo hace responsable
de los proyectos de modernización y de progreso colectivo. Al contrario, en Gran
Bretaña (caso al cual se puede asociar el de Estados Unidos), el concepto de Esta-
do es mucho más polisémico y flexible: puede remitir, de manera muy neutral, so-
lamente al "gobierno", y no se opone de manera tajantemente autónoma a la "so-
ciedad". Incluso puede ser concebido como un "mal necesario", una "necesidad
técnicá', lo que sugiere que no tiene un papel "instituyente" y sumamente norma-
tivo de lo social. 9 De ahí que, para dar un ejemplo, el historiador latinoamerica-

8 Con excepciones cada vez más frecuentes de comparatismo problematizado, véase, por ejem-

plo, CARMAGNANI, 1993; FoRTE, 2004; FoRTE y GUAJARDO, 2000; SERRANO y )AUREGUI, 1998; MENoo-
ZA VARGAS etaL, 2002.
9 LA.BORDE, 2000.
LA HISTORIOGRAFíA DEL ESTADO EN HISPANOAMffi!CA 51

nista inglés John Lynch pueda hablar del "caudillo staté', una fórmula que suena
como un sinsentido o una herejía para los oídos de un historiador francés, mien-
tras que, para un colega anglosajón, "staté' sólo significa en este caso "régimen", o
"gobierno", sin que ello implique una intención axiológica.
Ahora bien, uno de los problemas que no puede plantearse con sólo la multi-
plicación de los estudios de caso bajo concepciones flexibles, por no decir flojas, del
Estado, es el de la progresiva diferenciación, dentro de Hispanoamérica, de las cul-
turas políticas nacionales en torno al Estado y su papel social, a partir de la cultu-
ra común heredada de la monarquía española. En Hispanoamérica también, el
concepto de Estado acabó por gozar de una mayor o menor intensidad según los
países. Baste con aludir, por un lado, al papel central que cumple en la cultura po-
lítica chilena desde el siglo XIX, o en la mexicana desde la Revolución, y, por otro,
a la muy baja intensidad del concepto en, por ejemplo, la Argentina preperonista.
Borges lo apuntó ferozmente en Evaristo Carriegtr. "el argentino no se identifica
con el Estado", entidad que, para él, "es una abstracción inconcebible"; según Bor-
ges, el aforismo de Hegel: "El Estado es la representación de la Idea moral", cons-
tituye una "broma siniestra'' a los ojos de los argentinos. ¿Cómo explicar y valorar
un dato tan específicamente histórico como éste sin proceder a una clarificación
aun minimalista de lo que estamos discutiendo?
No obstante estas limitaciones, en los últimos años se han abierto y explora-
do varios campos de interés que, a todas luces, se apoyan en concepciones claras,
precisas y operativas respecto de unos objetos propiamente historiográficos a los
cuales es acreedor el concepto de Estado. Sea debido a la difusión de la obra del so-
ciólogo Charles Tilly, JO o bajo la más general y difundida influencia de Max We-
ber y su celebrada definición del Estado, se han conformado preguntas y proble-
máticas, a menudo comparatistas, sobre las finanzas públicas y la fiscalidad, 11 o
bien sobre las fuerzas armadas 12 y el poder coercitivo, I3 o bien sobre administra-
ciones específicas, como la de hacienda. 14 Las dificultades que encontraron las na-
cientes naciones para "constituirse" han suscitado, por otra parte, interrogantes e
investigaciones sobre la organización constitucional -por ejemplo, sobre el fede-
ralismo-, 15 sobre la administración local, particularmente respecto a los munici-

10 TILLY, 1975 y 1990.


11 Por ejemplo, CARMAGNANI, 1994; CHIARAMON11', CUSSIANOVICH, y TEDESCHI DE BRUNEI", 1993;
SERRANO y JAUREGUI, 1998; sobre el siglo XX, el libro novedoso de historia fiscal de ABOITF.~ AGUILAR, 2003.
12 Por ejemplo CENTENO, 2002; ÜEAS, 2002; KRAAY, 1998.
13 FoRTE, 2000; FoRTE y GUAJAR.Do, 2000.
14 LUDLOW, 2002; podemos sefialar un libro reciente muy útil para los historiadores, por parte
de un politólogo, SANCHFZ GoNZALEz, 2004.
15 CARMAGNANI, 1993; FORTE y GUAJARDO, 2000. En este campo, y dado lo peculiar de su for-
mación como Estado-nación, la Argentina ha suscitado innumerables estudios y debates sobre la con-
federación, sobre la naturaleza de las "provincias" (¿son "Estados"?) y sobre las relaciones entre Buenos
Aires y las provincias, cft. BUCHBINDER, 2002; CHIARAMONTF~ 1983 y 1995.
52 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

pios, 16 a la administración de justicia y a los jueces.17 Sin embargo, aun escasean


los estudios que, como el de Oszlack, 18 abordan de manera concreta el conjunto
de problemas planteados por la puesta en marcha de un Estado dotado de una
multitud de atribuciones sobre una población y un territorio nacional, en otras pa-
labras, por la creación estatal en Hispanoamérica. 19
Ahora bien, aquí se perfila una pregunta. Si bien existen definiciones canóni-
cas del Estado que nos han sido proporcionadas por la sociología (Weber), por la fi-
losofía política (desde Bodin hasta Hegel pasando por Hobbes), por la ciencia y la
historia del derecho (Schmitt, Kelsen) y por varias otras "teorías del Estado" como
la de Heller -para sólo citar las referencias más solicitadas por los historiadores-
¿hasta qué punto concuerdan estas definiciones con lo que necesitamos para dar
cuenta de la realidad histórica del Estado hispanoamericano, cuando se vuelven las
matrices de otros tantos "modelos" estatales? 20 Y, para empezar, ¿qué sabemos de lo
que un americano, fuera chileno, peruano o guatemalteco, conceptualizaba y visua-
lizaba cuando empleaba la voz "Estado" en 1810, en 1850 o en 1900?

3. LA HISTORIA DEL ESTADO Y LOS APORTES DE LA HISTORIA POLÍTICA

El "Estado", entendido en el sentido más estricto de la palabra -la organización


constitucional y la jerarquía de las normas jurídicas, los poderes públicos y los apa-
ratos administrativos que les permiten actuar en calidad de tales- es el que va a
retener mi atención en las páginas que siguen. La historia política renovada nos
proporciona, a mi manera de ver, herramientas conceptuales y metodológicas que
nos pueden ayudar a construir una historia del Estado, o más bien dicho de los es-
tados hispanoamericanos, que esté al mismo tiempo basada en la recolección de
datos empíricos y en unas categorías analíticas que permitan, con el comparatismo,
elaborar una visión de conjunto al mismo tiempo unificada desde el punto de vis-
ta conceptual y diversificada en cuanto a las realidades analizadas.
Antes de entrar en el camino de las exploraciones, hace falta esbozar a grandes
rasgos algunos de los problemas generales planteados por el nacimiento del Estado
en Hispanoamérica. Y para empezar, cabe aclarar el porqué del término "nacimien-
to", ya que el debate se sitúa comúnmente entre "rupturá' (con "el Antiguo Régi-
men" o con "el Estado colonial") 21 y "continuidad" (la de los tropismos "colonia-

16Por ejemplo, SALINAS SANDOVAL, 1996; TERNAVASIO, 2000a.


17Por ejemplo, GEL\IAN, 2000; TERNAVASIO, 2000b.
18 ÜSZLACK, 1990.
19 Sobre aspectos de la construcción estatal en Bolivia, PERALTA Ru1z e lRUROZQUI VICTORIANO,

2000 (primera parte); en Perú, ALJOVIN DE LOSADA, 2000 (cap. I y II).


20 Una reflexión estimulante sobre las "grandes teorías" reconsideradas a la luz de los espacios no

europeos en CENTENO y LóPEZ-ALVES, 2001.


21 Para una aproximación teórica al Estado español en siglo XVIII, GARCIA PAAEZ, 2003.
LA HISTORIOGRAFíA DEL ESTADO EN HISPANOAMÉRICA 53

les", o "monárquicos", en la era independiente). Para evitar la discusión de esta dis-


yuntiva, bastante esterilizante, entre ruptura y continuidad, adopto la idea de "for-
mas de transición'' entre el 3.ll.tiguo marco monárquico e imperial en el cual se ubi-
caban los territorios hispanoamericanos hasta su separación de España, y el marco
nacional que emerge a raíz de las guerras civiles y de independencia. La problemá-
tica del "nacimiento" se ubica dentro de ésta, más amplia, de las "formas de transi-
ción''. Por una parte, ha cambiado la escala de referencia: el Superior Gobierno de
cada una de las antiguas entidades administrativas, que había sido subordinado al
rey y a los órganos de gobierno ubicados en la península, es sustituido por un Su-
premo Gobierno dotado, en principio, de la soberanía y de la plenitud de las rega-
lías. Visto así, sea la que sea la transferencia de competencias entre antiguas y nue-
vas administraciones, entre antiguas y nuevas autoridades públicas, el Estado es
nuevo y naciente. Por otra parte, la legitimidad de los poderes públicos -les agra-
de o no a los contemporáneos de esta mutación- se fundamenta de ahora en ade-
lante en una organización constitucional y en unos principios políticos enteramen-
te nuevos: la soberanía ya no es del rey, sino que reside en el pueblo; si bien el
pueblo no la ejerce directamente, los ciudadanos disfrutan derechos políticos entre
los cuales el más importante consiste en elegir -directa o indirectamente- a sus
representantes, al jefe del Estado y, a veces, a varias otras autoridades tales como los
gobernadores o los jefes políticos; la nación, además, no existe sin una constitución
política que ordena la organización y la separación de los poderes públicos. En otras
palabras, los estados nacen, no sólo porque los territorios americanos se indepen-
dizaron frente a la metrópoli y entre sí, sino también y principalmente porque son
el producto de una revolución política. Además, nacen como nacen los seres vivos,
pendientes al mismo tiempo de una herencia genética -la famosa pero mal llama-
da "herencia española'' -y de la necesidad de proceder al aprendizaje de lo que es
ser un Estado independiente y nacional, en un periodo en el cual no sobran, ni mu-
cho menos, las ideas y definiciones claras sobre lo que podría ser un Estado nacio-
nal, una nación o un Estado-nación. Nacen con la necesidad de escoger y crear sus
instrumentos de acción, de definir sus atribuciones y sus finalidades: de los aspec-
tos más concretos y triviales de este nacimiento, como lo son por ejemplo la forma-
ción de los ministerios o los primeros pasos de su historia administrativa, ignora-
mos casi todo: "L'administration, un continent a explord'. 22 Last but not least, los
estados hispanoamericanos nacen en sociedades que, como lo han demostrado
Guerra y Demélas, 23 salieron en gran parte inmunes de la tabula rasa revoluciona-
ria; siguen siendo estructuradas por un ordenamiento jurídico y una organización
corporativa que las vuelve acreedoras a una coexistencia no del todo pacífica y con-

22 RoSANVAll.ON, 1990, p. 9; un libro de texto sobre codas las vercienccs de la historia adminis-
traciva, LEGENDRE, 1992; sobre las vías paradójicas de la modernización administrativa en España, Luis,
2002.
23 DEM~!AS, 2003, passirrr, GUERRA, 1988, passim.
54 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMl1RICA LATINA, SIGLO XIX

sensual con el ordenamiento y las pretensiones del Estado republicano, constitucio-


nal, representativo y popular.
Ahora bien, la atención prestada por la historia política a las "representacio-
nes" de los actores me parece ser un punto de partida imprescindible para saber de
qué estamos hablando al evocar el Estado en Hispanoamérica en el comienzo de
la era independiente. La primera cosa que habría que indagar es bajo qué forma,
con qué léxico se expresa el concepto de "Estado" por parte de los publicistas, de
los hombres políticos, de los juristas del siglo XIX, sobre codo durante sus prime-
ras décadas.
He aquí una sorpresa: en el mundo hispanoamericano, desde el siglo XVIII has-
ta una fecha que hace falca determinar pero que seguramente se ubica hasta fina-
les del siglo XIX como mínimo, la palabra Estado no remite nunca a nuestra defi-
nición moderna del concepto (los poderes públicos y sus medios propios de
actuación); no remite siquiera a "gobierno" o "régimen" como en el caso del state
inglés. "Estado" siempre tiene el significado de "comunidad política", "cuerpo po-
lítico", o "república"; en las repúblicas federales se emplea en plural: "Estados libres
y soberanos", o sea que remite a la sacrosanta autonomía de los pueblos. Estado tie-
ne sólo el sentido amplio que le damos a la palabra todavía hoy día, pero con un
matiz importante -venida directamente del siglo XVIII hispánico, durante el cual
empieza a emplearse en lugar de "cuerpo político", la palabra Estado remite preci-
samente a eso, a una concepción corporativa de la comunidad, y no a la concep-
ción individualista de un pueblo de ciudadanos dirigido por unos poderes públi-
cos dotados de su propia autonomía y organización.
Esto no implica la inexistencia del concepto de "Estado" en el sentido estric-
to, no amplio, de la palabra, o sea los poderes públicos legítimamente constituidos,
dotados de una jurisdicción uniforme sobre un territorio y de funciones exclusivas
de dirección política, así como provistos de organismos administrativos y de recur-
sos económicos para desempeñar sus funciones. Después de la Independencia, las
élites lo expresan con una serie de nociones cales como "el gobierno", "la autori-
dad" o "las autoridades públicas", o sea en los términos bajo los cuales se expresa-
ban, de manera novedosa en aquel entonces, los ilustrados de la monarquía abso-
lutista a finales del Antiguo Régimen. Pero "los pueblos", como nos lo enseñaron
los estudios de Guerra y de Annino,24 manejan un concepto bien distinto de lo que
debe ser el "gobierno" entendido como "Estado": la reivindicación de su "sobera-
nía'' o de sus "derechos originarios" remite a una concepción según la cual ellos
mismos son los que constituyen el gobierno, y no la constitución y el gobierno el
que los constituye a ellos. De suerte que, durante muchas décadas después de la in-
dependencia, los pueblos no fueron muy receptivos al concepto de un "Estado mo-
derno" dotado del monopolio de la violencia legítima (modelo weberiano) y de la
producción del derecho (modelo kelseniano). Es decir que la definición del con-

24 En ANNINO, CASTRO LEIVA y GUERRA, 1994.


LA HISTORIOGRAFfA DEL ESTADO EN HISPANOAM1'RICA 55

cepto se vuelve el objeto y el motivo, no de la "resistencia a la hegemonía'', sino de


encarnizadas y muy argumentadas luchas políticas.
Casi simultáneamente a la revolución política hispánica apareció, bajo la plu-
ma de los publicistas y en las declaraciones de los responsables políticos, toda una se-
rie de expresiones y palabras que sonaban como novedades en Hispanoamérica: ta-
les son "administración pública'', "funcionarios públicos", expresiones que se usaban
con una frecuencia abrumadora durante las décadas que siguieron el acceso a la in-
dependencia, sin excluir fórmulas de uso tradicional, como "cargos públicos", o me-
nos tradicional, como "empleados públicos". Ahora bien, ¿qué sabemos de la signi-
ficación que daban los actores a estas palabras clave del "Estado moderno"? Cuando
dicen "administración pública'', muchas veces cabe preguntarse si están hablando del
"hecho de administrar las cosas públicas" (la justicia, el orden ... ), o si están pensan-
do en un conjunto concreto de oficinas y empleados dedicados a ejecutar las leyes y
las decisiones del gobierno. En la mayoría de los casos, y mientras no se lleve a cabo
un estudio pormenorizado del asunto, el sentido es imposible de fijar con certeza.
Tampoco sabemos qué significado concreto se asigna a la categoría de "funcio-
nario" o de "empleado público", ya que estas palabras sirven a veces para designar
a agentes pagados por el gobierno y otras, para hablar de puestos electivos como
son los cargos concejiles. O sea que no sabemos cómo o a qué ritmo se desarrolla
una noción tan fundamental para los estados modernos como lo es la de "adminis-
tración pública", ni qué significado tiene para un hombre político, o un ciudada-
no, mexicano o argentino, en 1820, en 1850 o a principios del siglo XX.
Una de las lecciones más fecundas de la historia política reciente consistió en
insistir en la necesidad de preocuparse por los actores concretos de los procesos po-
líticos, actores concebidos en todas sus dimensiones, tanto sociales como cultura-
les, tanto individuales como "relacionales". Tal propuesta metodológica es especial-
mente útil para emprender una historia renovada de las instituciones estatales, ya
que permite rebasar la antropomorfización que, constante e inconscientemente, se
hace del Estado en la escritura de la historia. Gracias al individualismo metodoló-
gico, sabemos que "el Estado" no actúa, el Estado no recoge impuestos, no reclu-
ta soldados y sabemos que "la administración de justicia" no es la que administra
la justicia. Son hombres muy concretos los que desempeñan todas estas funciones
del Estado.
Por consiguiente, si bien es imprescindible saber qué quiere decir "administra-
ción pública'' en la cultura política de los distintos países en diferentes épocas del
proceso de creación estatal, no es menos necesario indagar sobre quiénes son los
"administradores". Fuera de algunos estudios, como los que lleva a cabo LindaAr-
nold,25 en general no sabemos mucho de la realidad humana, cuantitativa y cuali-
tativamente hablando, de las administraciones de los estados hispanoamericanos
del siglo XIX. Conocemos mejor, por lo menos por sus nombres, apellidos, fechas

25 ARNOLD, 1991y1996.
56 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

de nacimiento y honores en la carrera, los oidores limeños y mexicanos del siglo


XVIII que los oficiales de la secretaría de hacienda o de relaciones exteriores de cual-
quier país independiente. Por otra parte, mientras que los administradores de ni-
vel local aparecen a menudo en los estudios, en. particular de historia regional, los
de sus respectivas tutelas administrativas se han quedado hasta la fecha en un total
anonimato. No deja de sorprender que el ministerio de gobernación, por ejemplo,
que en muchos países -tal es el caso de México- constituye un verdadero "Etat
dans l'Etai', un aparato crucial para los mecanismos de control y de represión po-
lítica antidemocrática, no haya dado lugar a indagaciones sobre, por lo menos, sus
años formativos y sus etapas de consolidación.
Aquí surge una serie no exhaustiva de preguntas. ¿Cuántos empleados traba-
jan bajo las órdenes de un secretario de hacienda, o de guerra, o de justicia en Mé-
xico o en Colombia en 1850? ¿En qué lugar, en qué tipo de oficinas desempeñan
sus tareas? No es nada anecdótico preguntarse si las secretarías de Estado ocupan
lugares de trabajo independientes de las oficinas del jefe del Ejecutivo, o si el mi-
nistro trabaja en la cercanía inmediata del presidente de turno. 26 Por otra parte,
¿cuál es la formación de los administradores, cuáles son los criterios de su recluta-
miento, cuáles son sus perspectivas de carrera, si es que existe la noción de carrera?
Se podría alargar la lista de las preguntas, sobre los sueldos, sobre la jerarquía in-
terna de las administraciones, sobre la continuidad o discontinuidad del personal
administrativo en sus puestos en las temporadas de conflictos civiles.
También sería importante investigar en torno a los procesos de reformas inter-
nas en los distintos ramos administrativos. 27 Sin ceder de ninguna manera a los ex-
tremismos en los cuales caen los exponentes más radicales de la "opción racional" y
del "análisis de las redes sociales", según los cuales las instituciones no son otra cosa
que el resultado de las interacciones de los individuos y/o de la "maximización" de
las acciones y decisi::mes individuales, es obvio que los "administradores" tienen, en
los países hispanoaméricanos como en todos los demás, sus propios intereses y sus
estrategias personales y/o corporativas, que pueden ser otros tantos frenos, o al con-
trario otros tantos motores con respecto a la creación estatal, a la modernización o
al arcaísmo de los aparatos administrativos. Asimismo es necesario, una vez más, to-
mar en cuenta en este caso las representaciones de los actores: ¿cómo se representan
su cargo los secretarios de Estado y los "servidores públicos"? ¿Se concibe el nom-
bramiento como el reconocimiento legítimo de una lealtad política, o como la iden-
tificación de una capacidad técnica? ¿Cuánto tiempo sobreviven las antiguas con-
cepciones patrimoniales del empleo público, asociadas a la idea de que el cargo sirve

26 En las guías de forasteros mexicanas, desde finales de la época colonial hasta bien entrado el

siglo XIX, se indica la dirección personal de todos los oficiales y empleados de las secretarías de Estado ... ,
cft. por ejemplo Juan Nepomuceno Almonte, Guía de forasteros y repertorio de conocimientos útiles, lm-
prenca de l. Cumplido, 1852 (ed. fac-sim., México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis
Mora, 1997).
27 El cerna es tocado de manera novedosa por PAN!, 200 1.
LA HISTORIOGRAFfA DEL ESTADO EN HISPANOAMÉRICA 57

ante todo para acumular prestigio, poder social y, por qué no, fortuna? ¿Qué repre-
sentación se tiene del "servicio público" y del "público" destinatario? ¿Cómo y cuán-
do cambian estas representaciones, bajo qué tipo de necesidades o de novedades?
¿Según qué tipo de procesos, promovidos por qué tipo de actores, eventualmente se-
gún qué tipo de modelos extranjeros, se desemboca, temprana o tardíamente, o
nunca, en la creación de una "función pública'' moderna? Finalmente, ¿a qué se
debe la diferenciación de las sensibilidades colectivas en torno a la "corrupción", sea
a pequeña o a gran escala, a la diferencia entre Chile o Costa Rica, y México o Ar-
gentina, en este campo de la vida pública y colectiva?
Así emerge, como objeto propio de una historia del Estado, la dimensión so-
ciológica de las instituciones estatales: los administradores y sus características; la
organización, la jerarquía interna, las atribuciones respectivas de las distintas ofici-
nas estatales; la existencia o la ausencia de una función pública. Obviamente, estas
anotaciones no representan más que algunos pedazos del "continente" administra-
tivo, o pequeñas islas apartadas dentro de un inmenso archipiélago. Cuál es la co-
herencia del conjunto en cada país y en distintos momentos, cómo se entablan las
relaciones entre política y administración, qué hacen y a qué sirven las administra-
ciones estatales en los momentos en que cualquier cohesión parece hundirse en las
contiendas civiles y los conflictos armados, cuáles son las evoluciones de conjunto
en Hispanoamérica, son otras tantas preguntas análogas a una historia que se pro-
ponga indagar en el objeto estatal. Por cierto, no paran aquí los interrogantes pero,
con base en lo que se acaba de sugerir, tal vez se pueda avanzar con más seguridad,
retomando de manera concreta las sugerencias de los sociólogos y de los politólo-
gos, en el terreno de la "autonomía del Estado" frente a las facciones y, más tarde,
a los partidos políticos, frente a la personalización del poder ejecutivo o frente a los
lobbies socioeconómicos. También la investigación sobre la dimensión sociológica
y la corporeidad administrativa del Estado hace posible una evaluación no impre-
sionista de sus medios concretos de acción, o, retomando la idea de Rosanvallon,
de su "peso" frente a la sociedad.
Ahora bien, más allá de ello, hace falta no olvidar la dimensión simbólica del
Estado: su capacidad de ser, para una sociedad, una "referencia" ineludible, 28 "una
forma eficaz de representación de lo social", "un principio de soberanía" .29 Dada la
doble naturaleza del Estado en el occidente (incluida Hispanoamérica) heredero
del derecho romano y de las glosas, comentarios y reinvenciones de los romanistas
y canonistas medievales -el Estado como "persona moral", persona fleta, y el Es-
tado como maquinaria organizadora y dispensadora de los bienes de este mundo-
es imposible desentenderse de su realidad como "abstracción" o como concepto
performativo. Desde esta perspectiva, hace falta considerar con cierta prudencia y
humildad el hecho de que la existencia de maquinarias y mecanismos administra-

28 LEGENDRE, 1988.
29 RosANVAll.ON, 1990, p. 14.
58 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

tivos, aun sofisticados, no garantiza por sí misma la existencia social e imaginaria-


mente verificable de una verdadera institucionalidad estatal, o sea de un ente, lla-
mémoslo "Estado", capaz de encarnar, en un momento dado, las aspiraciones de
justicia y de bienestar de una sociedad. Por supuesto, no estoy pensando solamen-
te en la última metamorfosis de esta institucionalidad bajo la figura de nuestro con-
temporáneo "Estado de derecho". En otras palabras; he aquí el problema de las
"formas de transición'' entre lo antiguo y lo nuevo en el momento de nacimiento
de los estados independientes. Ciertamente los gobiernos se dotaron de adminis-
traciones; por más escuetas, rudimentarias y desprovistas de recursos presupuesta-
les que hayan sido, es probable que no eran peores que las oficinas de las jurisdic-
ciones de la época monárquica. Pero ¿cuál era su grado de institucionalidad y su
capacidad para "instituir" a la sociedad? ¿Acaso no sufrieron la competencia de las
antiguas instituciones, todavía vigorosas por la permanencia de la mayor parte del
ordenamiento jurídico, disponible en cualquier tribunal, de los tiempos pasados?
¿Qué pasa cuando el Estado se vuelve "una broma siniestra"? Aquí encontramos
otra vez, pero en otro nivel, el amplio tema de las relaciones entre el Estado y la po-
lítica, tema que toca, pero también rebasa, el problema de la disyunción entre nor-
mas y costumbres, entre instituciones y prácticas sociales.
Dimensión jurídica de los ordenamientos constitucionales y de la jerarquía de
las normas; dimensión sociológica de las administraciones estatales; dimensión sim-
bólica de los poderes constituidos: 30 tales podrían ser los contenidos analíticos del
concepto de Estado y otros tantos objetos de una historia del Estado, algunos de los
cuales son, por lo demás, bien representados dentro de la historiografía hispano-
americanista más reciente. Es obvio que el Estado hispanoamericano, no sólo con-
cebido teóricamente como un "actor" sino también definido concretamente como
un objeto específico de la historia política, abre perspectivas mucho más numero-
sas y amplias que las escasas propuestas que acabo de exponer. Su dimensión polí-
tica -los fines colectivos que asume y persigue- asociada a su peso económico;
su dimensión cultural-las "ciencias del Estado" y las relaciones que se puedan es-
tablecer entre los cambios estatales y las mutaciones científicas---3 1 son otros tan-
tos temas que no he podido abordar dentro de este espacio, pero que podrían figu-
rar también en la agenda de una "nueva historia'' del Estado hispanoamericano.

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NO TAN NUEVA, MENOS POLÍTICA, ¿MEJOR HISTORIA?

ÉRIKA PAN!*

La expresión "nueva historia" no deja de ser algo sorprendente. El etiquetar de


"nuevo" el peculiar producto que ofrecen quienes se ocupan del pasado -y por de-
finición de aquello que es "viejo"- parece a la vez "sospechoso" e inevitable. 1 Des-
de jóvenes, los historiadores aprenden a privilegiar lo "nuevo": el primer capítulo
de nuestras tesis doctorales hace una reseña del "estado de la cuestión" principal-
mente para recalcar que lo que escribimos nosotros nunca ha sido dicho antes. Al
presentar nuestro trabajo en distintos foros, al solicitar fondos y becas, no nos que-
da sino insistir en lo innovador y original de lo que hacemos, aludir a las lagunas
que vamos a colmar, a los nuevos rumbos que vamos a marcar. Cuestión de mer-
cadeo, quizás, pero dentro del gremio, casi todos, que trabajamos temas, épocas y
regiones distintas, con metodologías diferentes, nos decimos cultores de una his-
toria "nueva".
Mucho se habla entonces de una "nueva historia política" latinoamericana,
que irrumpiera sobre el escenario historiográfico hace un par de décadas. Pero es di-
fícil rastrear el debate en torno a su naturaleza y características, identificarlas inclu-
so. 2 Cuesta trabajo ubicar una nueva dirección dentro de las temáticas, como lo fue
el viraje encarnado, en la Francia de los setentas, por la "nouvelle histoire', que
abandonara los grandes espacios económicos braudelianos, o un quiebre metodo-
lógico como el que implicara la cuantificación sistemática, con la ayuda de la com-
putadora, del "paradigma emocultural" que matizara y aterrizara las historias de la
vida partidista estadounidense en el siglo XIX. 3 Para el caso específico de México, yo
sugeriría incluso que se exagera al hablar de un "renacer" de la historia política: 4 Por

• División de Historia, Centro de Investigación y Docencia Económicas. Este ensayo debe casi
todo a una serie de conversaciones enue colegas. Agradezco en especial a Alfredo Ávila, Clara García,
Clara Llda, Alicia Salmerón y Mauricio Tenorio, asl como a los miembros del seminario de Historia In-
telectual de El Colegio de México, y de los seminarios divisionales del CIDE que presentaron Antonio
Annino y Horst Pietschmann.
1 Véase }ACOBY, 1992, p. 424.
2 ÁVIIA, 1998; SoROO CEDEl'lO, 1998. Para una revisión sintética del plano europeo y estadou-

nidense, véase ÜLABARRI, 1995.


3 DossE, 2003; FoRMISANO, 1994.

4 GUERRA, 1990; JosEPH, 200 l.

[63)
64 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POL!TICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

razones que están aún por explorarse, los mexicanistas, en el pleno furor de los An-
nalesy el marxismo, fueron reacios a abandonar la historia del poder político, aque-
lla que construye héroes y hace patrias.
De esta manera, los índices de la venerable revista Historia Mexicana dan
cuenta del peso constante de la historia de lo político a lo largo de más de 50
años. 5 Parecería no obstante que, desde finales de la década de 1960, la historio-
grafía más novedosa, aquella que sus artífices querían "científicá', había dejado
a un lado los temas de la política. Ésta al parecer se mantuvo al margen de los
aires renovadores. Así, las páginas de Historia Mexicana bien ilustraban la des-
cripción que hiciera Fernand Braudel de una historia política considerada reba-
sada, como relatos de "una agitación de superficie, de las olas que levantan las
mareas con su poderoso movimiento. Una historia de oscilaciones breves, rápi-
das, nerviosas". 6 Aparecieron así, durante las primeras décadas de vida de la re-
vista, artículos que reseñaban las "mocedades" de Ignacio Comonfort, de Igna-
cio Allende y de Marías Romero, las "veleidades de Santa Anna", y alguno que
pretendía determinar con precisión el lugar en el que desembarcaron, en 1829,
las fuerzas de la "reconquista" española.7 La historia que contaba era aquella que
dejaba a un lado las fugaces acciones de destacados individuos, para centrarse en
aquellos procesos "duros", "profundos", que, se presentía, eran los que realmen-
te trabajaban y estructuraban a las comunidades humanas: las formas y relacio-
nes de producción; los patrones de distribución y crecimiento demográficos; las
coyunturas agrarias; la formación de mercados; los ciclos económicos; la dinámi-
ca de los movimientos sociales. 8
Así las cosas, parecería que la "nueva historia política'' se reconoce, sobre todo,
por presumir romper con la vieja. Habría que preguntarse, sin embargo, si ésta
la hace "nueva". Con una percepción necesariamente limitada por experiencias
e intereses propios -que tira hacia el siglo XIX, hacia la historia que ahora lla-
mamos "intelectual" y que se centra en México-, yo diría que lo que se produ-
ce hoy dentro del campo de la historia política no es como aquella que con des-
precio llamamos "historiografía tradicional" principalmente porque ha dejado a
un lado a las "historias oficiales", a los "grandes hombres" acometiendo "gran-
des hazañas", y porque, en el camino, ha roto con el marco aparentemente na-
tural de la historia política, el de la "nación", descubriendo nuevas tramas y nue-

5 En los primeros 20 volúmenes, más de 35% de los artículos publicados trataban de política, y
en el caso de trabajos sobre el siglo XIX, la proporción es de casi 60%. Para la década de 1970, la pro-
porción es de alrededor de 28%, y de 32% en la siguiente, para bajar a menos de 25% entre 1991-2000.
Utilicé, para la elaboración de estos porcentajes aproximados, Muro, 1971, así como el Hispanic Ame-
rican Periodical Index (http://hapi.gseis.ucla.edu/}.
6 BRAUDEL, 1990, vol.!, p. 17.
7 BROUSSARD, 1964; BERNSTEIN, 1961; GUTifRREZ ZAMORA, 1967.
8 Regresando a nuestro botón de muestra, a principios de los setenta, Historia Mexicana publi-

có, entre otros, FLORESCANO, 1971; HAMNETT, 1970; URMAGNANI, 1972.


LA "NUEVA HISTORIA POLITICA" MEXICANJSTA 65

vos actores. No obstante, una mirada retrospectiva nos muestra que, si bien como
historiadores hemos dejado atrás la convicción de que patria y ciencia pueden y
deben hacerse al mismo tiempo, no por esto debemos insistir en lo inusitado y
original de nuestro quehacer.
La "nueva historia'' se ha salido de los palacios de gobierno, de las legaciones
diplomáticas y de los campos de batalla, para multiplicar las perspectivas sobre el
pasado. Sin embargo, en México, cortesía de los "mitos" liberal y revolucionario
que han permeado la cultura política de nuestro país, 9 nuestros historiadores han
buscado hacer héroes, del Pípila en adelante, de los "hijos oscuros del pueblo",
siendo, como escribía uno de los autores de México a través de los siglos, caracterís-
tico de "las revoluciones populares", el sacar de "las masas pobres e ignorantes, sus
hombres y sus recursos". 1 º
El desnaturalizar a la nación ha permitido rastrear el desarrollo de otras lógi-
cas -regionales, atlánticas, imperiales- que también estructuran los procesos his-
tóricos, pero ésta no es en realidad una novedad tan nueva. Ya en 1967 Edmundo
O'Gorman condenaba el que las "entidades históricas" --como la nación- fue-
sen vistas como "una cosa o sustancia material hecha y constituida de una buena
vez para siempre y respecto a la cual su historia sólo sería una serie de accidentes
que 'le pasan' pero sin afectarla en su ser" . 11 Más de 100 años antes, Lucas Alamán,
hablando antes como político que como historiador, insistía en que el México in-
dependiente no podía ser la misma "nación" que habían conquistado los españo-
les en 1521. 12 En los albores del siglo XX, Francisco Bulnes exigía se abandonaran
las empobrecedoras anteojeras de la historia nacional y nacionalista: el no querer
estudiar más que el rancho propio, escribía el político porfirista, promovía "ideas
falsas puesto que son exclusivas", y no servía para "desarrollar nuestro juicio, pues
no se juzga más que por comparación". 13 Podemos entonces decir -en algo exa-
gerando- que los historiadores profesionales del siglo XXI nos paramos el cuello
por seguir caminos que marcaron patriotas apasionados, la eminencia gris del con-
servadurismo mexicano, y un escandaloso positivista que ni a historiador llegaba. 14
Hasta aquí pues lo innovador.
Por otra parte, apegándonos a la definición que hace el diccionario de la voz
"nuevo", es en el sentido más modesto de "distinta'' que podemos afirmar que la
historia que se escribe hoy es nueva. La historia como disciplina conserva su dina-
mismo y relevancia porque son la problemática y las inquietudes del presente las

9 HALE, 1997.
10 VIGIL e H(JAR Y HARo, 1987, pp. 11-12.
11 O'GORMAN, 1969, p. 8.
12 Al.AMAN, 1997, pp. 117-160.
13 BULNES, 1904, pp. 207-208 y p. 421. Bulnes hace referencia a los trabajos del barón de Srof-
fel sobre la historia francesa.
14 Sobre Bulnes, BRADING, 1996, pp. 621-681; HAMNETI, 1994; para una visión más equilibra-
da, ]IM~NEZ MARCE, 2003 y RoDRlGUEZ KURI, en prensa.
66 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

que provocan y dirigen nuestra mirada sobre el pasado. Las preguntas que plantea
cada generación son necesariamente nuevas. "La historia no es nunca -escribiera
William James en 1907- la crudeza inmediata de lo que 'pasa', sino la compleji-
dad más sutil de lo que leemos en ella'', de las reflexiones que p(ovoca y de las co-
nexiones que sugiere. 15
De este modo, en el ocaso del siglo xx, resquebrajadas las viejas certidumbres
sobre el peso determinante de las relaciones de producción, o las de dependencia,
o de los factores económicos, el desconcierto que resulta de la transición a una de-
mocracia que no tiene poco de gris ha llevado a los investigadores a volver sobre el
campo de lo político, reconociendo su autonomía relativa, para indagar sobre las
formas en que éste se estructura tanto en la corta como en la larga duración. Lla-
ma incluso la atención que esta "nueva historia" no refleje, en muchos casos, una
ruptura generacional, una rebelión de jóvenes turcos en contra de sus maestros,
cultores de una "vieja historia'', sino cambios de dirección por parte de historiado-
res ya formados, de incursiones en nuevas temáticas, que se benefician del legado
de investigaciones previas. 16 Si el desentrañar las estructuras de los grupos huma-
nos, si el escudriñar el peso del medio ambiente sobre su devenir estuvo lejos de
cumplir con el ambicioso cometido de construir una historia "total", ha tenido la
ventaja, en nada desdeñable, de desbancar determinismos, de fincar sobre cimien-
tos menos endebles los debates sobre las relaciones de poder, sobre los fundamen-
tos de la autoridad, sobre las ideas y las luchas políticas.
Por otra parce, el desmontar las tramas maestras de las historias patrias ha
significado, de cierta manera, redescubrir la historia a secas -no necesariamen-
te nueva- cuyas complejidades y contradicciones al margen del "triunfo" de la
independencia, del liberalismo, o de la república conocíamos apenas. Esta es,
como dijera Edmundo O'Gorman, la "historia imprevisible" que debemos cul-
tivar. No debe sorprender, entonces, que quien diera un vuelco en la historia de
las ideas del México decimonónico, dejando a un lado las versiones de gloria y
traición de Reyes Heroles y Zea, fuera Charles Hale, un historiador que se con-
fiesa abiertamente "muy rradicional". 17 Al desdibujarse la del siglo XIX como
"historia moral", 18 se han puesto a un lado los esquemas teleológicos, los fina-
les inevitables y de todos conocidos, las "luchas por la historia" que de tan rui-
dosas hacían imposible el diálogo. Nos asomamos ahora a ver cómo funcionaba
la máquina.

15 Citado en LEVINE, 1989, p. 671.


16 Pensamos específicamente en Marcello Carmagnani e Hilda Sabaro (véase la introducción en
Sabato, 1998). Entre sus primeras obras, respectivamente, CARMAGNANI, 1963, 1973; Sabaro, 1983,
1984.
17 SALMERÓN y SPECKMAN, 1998, p. 35.
18 Sigo de cerca a TENORIO, 1999, pp. 59ss.
LA "NUEVA HISTORIA POLlTICA" MEXICANISTA 67

EL DIECINUEVE, POR PARTES

El periodo de las independencias iberoamericanas es quizás el que más se ha bene-


ficiado de esta ruptura con la historia lineal y simplemente "gloriosa'' -la que de-
bió haber sido-- o "desastrosa'' -la que no pudo ser la que quisiéramos hubiera
sido. Los historiadores plantean hoy un pasado más ancho y más denso, fraguado
de posibilidades. Se ponderan las dinámicas de la dimensión imperial y su comple-
jo entramado, revisándose el impacto de las reformas borbónicas sobre las formas
de hacer política en la América hispánica, así como examinando la pluralidad de
reacciones posibles ante la crisis de la monarquía, misma que no puede ya ser vis-
ta como resultado de las independencias americanas; antes bien, son éstas síntoma
de aquella. 19 Estudios novedosos han expuesto el potencial corrosivo y liberador de
la guerra, así como los desafíos y oportunidades que acarreó consigo la ruptura re-
volucionaria dentro de la sociedad virreinal: para autoridades viejas y nuevas; para
la Iglesia; para patricios y vecinos principales; para los pueblos; para criollos, indios
y castas. 20 Se analizan ahora, siguiendo la escuela de Frarn;:ois-Xavier Guerra, los
avatares de una cultura política cuyos referentes básicos se resquebrajaban en el es-
tire y afloje de una pugna en que, por conquistar o conservar almas y mentes, se
pretendían definir y fijar palabras, conceptos e identidades. 21
Cierto es que queda aún mucho por hacer: al final, hemos seguido concentrán-
donos en un lado de la historia. Seguimos sin entender por qué, por ejemplo, un
americano con dos dedos de frente -digamos Agustín de Iturbide, pero también
Manuel Abad y Queipo, o Miguel Bataller- podría apoyar la causa realista, fuera
de un temor visceral y egoísta a la plebe alebrestada por Hidalgo. 22 Los motivos y
razones de un Félix María Calleja, tan brillante estratega y hábil político como cruel
y sanguinario, han sido apenas esbozados. 23 Por otra parce, si en el medio académi-
co se han vuelto insostenibles las oposiciones mecánicas entre liberalismo, ilustra-
ción y modernidad americanos y conservadurismo, oscurantismo y tradición pe-
ninsulares -y posteriormente iturbidistas-, el debate parece haber trascendido
poco. A ojo de regular cubero, siguen siendo, para el proceso de Independencia, la
armoniosa visión y vigorosa pluma de Luis Villoro las que seducen a los estudian-

19 HALPERIN DoNGHI, 1979; RoDR(GUEZ, 1998; CHUST, 1999; RIEU MIL!.ÁN, 1990; GUEDEA
(coord.), 200 l; SERRANO y TERAN (coords.), 2002.
º
2 CONNAUGHTON, 1992; SERRANO, 2001; .ANNINO, 1995; ÜRTIZ ESCAMILLA, 1997; GUARDINO,
2001; WARREN, 2001; VINSON, 2001.
21 Para las construcciones en torno al monarquismo, LANDAVAZO, 2001; VAN YouNG, 2001; para

la "revolución mental" en torno a los conceptos, GUERRA, 1992, 1989, 1998, 1999 con LEMPÉRIÉRE,
1998; sobre la representación política, Av1LA, 2002; sobre la transformación de la publicidad y las socia-
bilidades, ROJAS, 2003.
22 Una laguna similar dentro de la historiografía estadounidense llamaría la atención de Bernard
Bailyn, que para empezar a colmarla escribiría Bailyn, 1974. Para una aproximación al problema, véa-
se HAMNETT, 1980; ÜRTIZ EsCAMILLA, 1999.
23 ÜRTIZ ESCAMILLA, 2000.
68 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMfiluCA LATINA, SIGLO XIX

tes universitarios. 24 No obstante, está ya parte del camino andado: las simplificacio-
nes se han vuelto sospechosas.
En muchos sentidos, darnos cuenta de que la cosa fue mucho más complica-
da de lo que parecía nos ha obligado a cuestionar transformaciones que creíamos
naturales. Las periodizaciones se desarman, y el historiador, como ha escrito Anto-
nio Annino, hace del objeto de estudio un "instrumento" para acceder a las reali-
dades del pasado. 25 Así, por ejemplo, los conceptos de "nación", "soberanía'', "ciu-
dadano" nos remiten ya no al surgimiento y progresiva consolidación -o en el
caso de América Latina, perversión- de entidades "reales", sino a la contenciosa y
contingente construcción de versiones distintas, en torno a las cuales se pretende
organizar la vida pública, y que son expresión de visiones y proyectos distintos, que
articulan intereses encontrados. De esta forma, el análisis que han hecho los estu-
diosos de la conformación de la ciudadanía en los países latinoamericanos, opaca
la clara transformación de súbditos del rey en ciudadanos republicanos, invalidan-
do por completo el esquema de T.H. Marshall, para revelar las tensiones y fractu-
ras dentro de las comunidades políticas que gobernaban los Borbones, el peso y
pervivencias de categorías como las de "vasallo" y "vecino", y la trascendencia del
debate que desatara la cuestión de la ciudadanía en las Cortes de Cádiz. 26
El resto del siglo XIX -al igual que, dicho sea de paso, la historia política del
régimen virreinal, 27 y sobre todo la segunda mitad del siglo xx-28 espera aún vol-
verse tan taquillero. Pero se ha beneficiado, sin duda, de esta visión más humilde
y más curiosa de un pasado que ya no es solamente patrio. Se empieza a hurgar en
aquellos periodos que habían servido sobre todo de contraejemplo al deber ser -la
república centralista, los dos imperios, el porfiriato- para descubrir rupturas y
continuidades y cuestionar viejas pautas. 29 Se pondera y se matiza el papel de ac-
tores cuyas posturas habíamos pensado inevitables e inamovibles: notablemente la
Iglesia y el Ejército, pero también los indios, los miembros de la oligarquía, etc. 30
La historia comparada, y sobre todo los esfuerzos por plantear la problemática de
la construcción del Estado dentro de una perspectiva más amplia -hasta ahora so-
bre todo latinoamericana- dentro de una serie de trabajos colectivos y de inicia-

24 VI LLORO, 1977. Hablo desde mi experiencia como profesora de un curso básico de historia del
México independiente en las licenciaturas de ciencia política de la UNAM y del CIDE.
25 ANNINO, 1999.
26 RoDRfGUEZ, I997; los ensayos contenidos en SABATO (coord.), 1999; HERZOG, 2003; LAsso,

2003; DucEY, 1999; MUR!LO DE CARVALHO, 1995.


27 Llama la atención la escasez de la historiografla sobre temas políticos del periodo, can rica en
ocros campos, con excepciones notables como FARRISS, 1968; ISRAEL, 1980; MIRANDA, 1978; promete-
dores resultan estudios recientes como CAsrRo, 1996, HF.RZOG, 2003; PIETSCHMANN, 1996; SILVA, 2000.
28 MEDINA, 1996, RoDRIGUEZ Kuru, 2003.
29 ÜELARENAL, 2002; SORDO, 1993; PAN!, 2001; KoURf, 1996; TENORIO, 1998. Para el porfiria-
to, es la Historia moderna la que apunta nuevas direcciones ya desde mediados de los cincuenta. Cosfo
VII.LEGAS, 1955-1972.
°
3 CoNNAUGHTON, 1992; VAzQuEZ, 1989; HERNANDEZ LóPEZ, 2001; BAZANT, 1985.
LA "NUEVA HISTORIA POLITICA" MEXICANISTA 69

tivas editoriales, han roto con una historia nacional cuya obsesión con el ombligo
propio ha sido empobrecedor, menos por traducirse en visiones parroquiales que
por apuntalar nuestras convicciones del exotismo, particularidad y excepcionalis-
mo de la "raza cósmica''.3 1
Por otra parte, si el siglo XIX es, como lo ha descrito Mauricio Tenorio, un "ar-
chipiélago nacionalista en medio de un mar de ignorancia", cabe mencionar ade-
más -con la ventaja de llevar agua a mi molino- que si la Reforma sigue siendo
obligada escala patriótica, las miradas sobre el periodo se han renovado poco. Ya
por lo menos no pensamos, gracias a Jacqueline Covo, que Juárez fue su exclusivo
autor, y Gerald MacGowan y Richard Sinkin han matizado las visiones, posturas
y recepción de la Constitución de 1857; 32 pero el periodo de la Reforma -con su
supuesta extensión en la República Restaurada, paréntesis de libertad en un mar de
autoritarismo que va de los datoanis aztecas al dominio del PRI- sigue siendo la
dichosa provincia de los "puros", antítesis del "malhadado imperio'', lugar donde
vive la democracia "verdadera'', regida por el indio oaxaquefio que llegara a presi-
dente y quien, a pesar de contar con una excelente biografía de difusión, sigue bus-
cando historiador que lo rescate de los trillados papeles de "Benemérito" o de "Juá-
rez marxista''. 33
Por lo demás, el dejar atrás las dualidades titánicas -liberalismo y conserva-
durismo, modernidad y tradición-, descubre un pasado más enmarañado, que
parece explicar menos y que no justifica nada, pero que es también más rico. He-
mos pasado entonces de recrear lo que nunca fue -un liberalismo depurado, co-
rregido y aumentado, llamémosle "social"-, a medir la distancia que separaba la
"realidad mexicana" de un ideal estático que no poco tiene de ahistórico -aquella
que media, por ejemplo, entre unos ciudadanos mexicanos "imaginarios" y los que
no han existido nunca en ningún lugar-, a estudiar actores y procesos que no son
buenos ni malos, pero por sí mismos interesantes. Reconocemos ahora lo poco útil
que resulta limitarse a describir a nuestros actores como imitadores de corta habi-
lidad, y a los procesos que vivieron como "deformaciones" o "desviaciones". 34
Además, los historiadores de lo político han encontrado hilos conductores dis-
tintos, que a la vez aterrizan y rebasan las grandes dicotomías explicativas: la cons-
trucción del Estado moderno, los afanes por dotarlo de un territorio y de instru-
mentos de acción, las tensiones que estructuraban los procesos constituyentes: ahí
están las dinámicas del primer federalismo mexicano, que desentrafia el equipo que
dirige Josefina Vázquez; los mecanismos que estableciera la Constitución de 1857
para reportar las lealtades regionales hacia el centro estudiados por Marcello Car-

31 CARMAGNANI (coord.), 1993; ANNINO, GUERRA, CASTRO LENA, 1994; ANNINO (coord.), 1995;
SABATO (coord.), 1999; las publicaciones del Fideicomiso Historia de las Américas.
32 Covo, 1983; SINKIN, 1979; McGOWAN, 1978.

33 HAMNETT, 1994. Nócese que no hay traducción de esta obra.


34 REYES HEROLF$, 1974; EsCALANTE GoNZALBO, 1991.
70 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

magnani; los mapas y procesos de apeo y deslinde que analiza Raymond Craib, o
las imbricaciones entre dogma y administración en un siglo de constitucionalismo
mexicano que revela Andrés Lira. 35
Superado el concepto monolítico y cerrado del poder político en general, y del
Estado en particular, empiezan a analizarse los encuentros y desencuentros, rivali-
dades y acercamientos entre las distintas instancias de la autoridad pública y el de-
venir de las instituciones, así como los vínculos y rupturas entre la función, discur-
so y praxis de órganos como el ayuntamiento capitalino, los municipios rurales o
el Congreso de la Unión. 36 La estatolatría historiográfica ha dado paso a una diver-
sidad de miradas, que rescatan sociabilidades diversas, ajenas al aparato estatal y
que no por eso dejan de ser políticas. 37 Objeto de estudio han sido también las per-
cepciones, expectativas y encadenamientos entre la autoridad política y la comu-
nidad que se supone gobierna, mostrando ser especialmente fértil el campo de lo
fiscal, como espacio en el que se caracterizan las relaciones entre Estado y sociedad,
reflejándose -en pesos y centavos- las concepciones y expectativas en torno a lo
"público", a la legitimidad política, y a lo que eran y debían ser los derechos y de-
beres de gobernantes y gobernados.3 8
En el campo de la historia de las ideas, ya no se retoman las luchas políticas e
ideológicas del siglo antepasado sólo para reseñar lo bueno de los buenos y lo ma-
lo de los que no lo eran. Creemos ahora que se puede decir más sobre sus regíme-
nes, instituciones y prácticas que éstos eran autoritarios, aquellas corruptas y estas
clientelistas, opresoras y falazmente democráticas. Nos preguntamos ahora cómo,
en medio de la llamada "anarquíá', se organizaba, se pactaba; en fin, se gobernaba. 39
Queremos saber quiénes eran los hombres -en sentido literal en aplastante mayo-
ría- detrás de la acartonada fotografía decimonónica del caudillo enmedallado. 40
Estamos más dispuestos a escuchar lo que decían y hadan, y a tomárnoslo en serio.
Sin embargo, mientras que ahora estamos más atentos al qué y al quién lo di-
jo, parecemos menos dispuestos a indagar en el cómo, y en el por qué lo dijo así. Sal-
vo excepciones, como los trabajos de Elías Palti y Rogelio Jiménez Marce, no se ha

35 VAzQUEZ (coord.), 2003, CARMAGNANI, 1994, 1989; CRAIB, 2001; LIRA, 1984.
36 Para los ayuntamientos, RoDR!GUEZ KURI; ILI.ADES y RoDR!GUEZ KuRJ (coords.), 2000; HER-
NÁNDEZ CHAVEZ, 1993.
37 Véase FORMENT, 2003.
38 JAURF.GUI y SERRANO (coords.), 1998; MARICHAI. y MARINO (coords.), 2001; RHI SAUSI, 2000;
aunque no cenuado en la fiscalidad pero muy sugerente en cuanto a la nación de "público" -lo que
pertenece a todos/ lo que pertenece al Estado-- PACHECO CHAVEZ, 1996.
39 Para prácticas políticas y gobernabilidad ANNINO, 1982; SABATO, 1998; sobre elecciones AN-
NINO, 1995, PosADA-CARBó, 1996. Este último tiene la ventaja de colocar las experiencias latinoame-
ricanas dentro de un contexto occidental más amplio.
40 Señero fue en este aspecto el trabajo prosopográfico de GUERRA, 1988; véase también LEMP~­

RIERE, 1992; un análisis sugerente de la estabilidad de la clase política en NoRIEGA, 1999; BAZANT, 1985
y VÁ7..QUEZ, 1997, rescatan a personajes "oscuros", cuyas trayectorias no obstante mucho dicen sobre el
tan mal conocido "México de Santa Anna''.
LA "NUEVA HISTORIA POLÍTICA" MEXICANISTA 71

intentado dilucidar cuáles fueron los paradigmas discursivos que trazaron las "fron-
teras de lo posible" en política. 41 Si el "contextualismo" promovido por la "escue-
la de Cambridge", al concebir al discurso como "constitutivo de la realidad", refle-
jo de una realidad e instrumento que la construye, representa una forma de escapar
tanto del materialismo burdo como del idealismo exagerado, 42 habría que pregun-
tarse por qué ha seducido a tan pocos mexicanistas.
Quizá se deba a que el gremio sigue divido en dos campos opuestos que pare-
cen ignorarse cortésmente: aquellos que creen que el discurso no es más que más-
cara de intereses materiales apenas solapados, y los que se dedican a rastrear la evo-
lución genealógica de "ideologías" grandes, eternas, e incorpóreas. Nada más sano
en este caso que romper lanzas, para destrabar discusiones que no nos llevan sino
a escandalizarnos -otra vez- ante la hipocresía y cinismo de los hombres del XIX,
o a construir inverosímiles cadenas que unen a Miguel Hidalgo con Emiliano Za-
pata. Bien le vendría por demás a un medio en el que si bien los colegas ya no se
retan a duelo, pocos se animan a lanzarse a la crítica a la vez abierta e incisiva.
Por otra parte, la oposición liberal-conservador ha adquirido en la historiogra-
fía tintes de una división primigenia e irreductible. El abandonarla ha puesto al
descubierto otras corrientes, como el socialismo utópico decimonónico, cuyo aná-
lisis promete ser bien enriquecedor. 43 No obstante, el sistema binario sigue ejer-
ciendo una atracción prácticamente irresistible. Así, aquellos trabajos recientes que
tanto han hecho por rescatar y desatanizar personajes y episodios permanecen en-
cerrados en ella. Los sugerentes trabajos que se han realizado recientemente sobre
el conservadurismo concluyen que éste no lo era tanto: el objetu de estudio se vuel-
ve entonces turbio: "conservador" sigue siendo apodado todo centralista, todo ca-
tólico, todo industrial; pero ahora resulta que además pueden ser también fervien-
tes republicanos, populacheros, modernizadores ... en fin, "liberales". 44
Estos trabajos tienen el gran mérito de rescatar -que no canonizar, como lo
había pretendido hacer ya la historiografía "conservadora"- a los malos y a los re-
gulares del cuento, labor todavía imprescindible, ahí donde la atención historio-
gráfica se ha centrado en radicales y heroicos, antes que en aquellos hombres, más
prosaicos y oportunistas, menos románticos, cuya actuación fue muchas veces de-
cisiva. 45 Podríamos incluso decir que, muchas veces, la historia política mexicana
no es la de los ganadores, sino la de aquellos que, en el fondo de nuestro corazón,

41 La expresión es de Quentin Skinner. Palti, I999, "Inuoducción"; ]IM~NEZ MARCE, 2003.


42 APPLEBY, 1989; para el caso francés, véase GUILHAUMOU, 2001, y sobre todo RosANVALLON,
2003; para Argentina, MYERS, 1995.
43 lLIADES, 2003.
44 Véase FowLER y MORALES MORENO, 1999, así como los ensayos incluidos en el volumen.
45 La biblioteca de El Colegio de México, por ejemplo, contiene por lo menos 62 estudios sobre
los hermanos Flores Magón -incluyendo la edición de documentos y correspondencia-, y 11 sobre
Bernardo Reyes y el reyismo. No hay tampoco, como notabaAlan Knight, una biografla académica só-
lida de Plutarco Elías Calles.
72 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

hubiéramos querido que ganaran: hasta hace muy poco, Apatzingán nos ocupaba
más que Cádiz, los puros se imponían a los moderados, los Flores Magón a Venus-
tiano Carranza, y cualquier revolucionario remotamente colorido a Plutarco Elías
Calles. Valdría la pena incluso indagar los porqués de la sorprendente eficacia de
la mitografía que crearán los liberales del último cuarto del siglo XIX, que recoge-
rían -con ciertos ajustes- los hombres de la posrevolución, y que sedujo duran-
te tanto tiempo no sólo a los historiadores profesionales de aquí, sino también a
los de allá.
Independientemente de las dificultades que implica el dejar atrás tan satisfac-
toria leyenda, sugerimos que el hacer girar la investigación en torno a la dicotomía
liberal-conservador, al tiempo que ésta se matiza y por lo tanto se diluye, contribu-
ye poco a explicar alianzas y posturas políticas, o la naturaleza de los enfrentamien-
tos y oposiciones que estructuraron las luchas por el poder en el México decimo-
nónico. Finalmente, aunque hacen falta nuevos paradigmas, habría que agradecer
que son pocos los historiadores mexicanistas los que se han abrazado lo más radi-
cal del posmoderno "giro lingüístico". Un historiador deconstructivista tiene la
misma razón de ser que un ingeniero deconstructivista.
En los últimos años hemos visto también un esfuerzo importante por aterri-
zar las "ideas" e "ideologías'', no enfocando al lenguaje sino reconociendo la poli-
tización de las "masas", con las cuales la minoría rectora tenía que tejer alianzas con
el fin de imponerse al rival político, y sin cuya anuencia difícilmente podía haber
gobernabilidad. 46 Se trata de una corriente más fuereña que local, que algunos gus-
tan de describir como "subalterna'', dada al recurso poco útil a una sofisticada jer-
ga y a fuertes polémicas en que los distintos bandos se escuchan bien poco. 47 Una
de las aportaciones más interesantes de esta heterogénea corriente es el rescate del
llamado "liberalismo popular", producto originalísimo de la región, etiqueta que
describe aquella corriente de pensamiento y acción que llevó a los indígenas de
Guerrero a redactar pronunciamientos en español para cantar las glorias de la Re-
pública, y a los de la sierra de Puebla a traducir la Constitución de 1857 al náhuatl.
Éste es el paquete de ideas y prácticas que, alegan sus promotores, se tradujo en el
apoyo de los pueblos al "partido liberal" permitiéndole triunfar sobre los conserva-
dores -dos veces-, sobre Maximiliano, y sobre el francés.

46 Entre los más notables, GILBERT y NUGENT (eds.), 1994; GUARDINO, 2001; MALLON, 1995;

FALCÓN, 2002, WARREN, 2001; DI TELLA, 1994; THOMSON y l.AFRANCE, 1999. Para el estado de la cues-
ti6n, véase}OSEPH ySCHWARTZ (eds.), 1999.
47 A muy grandes rasgos se divide entre los "culturalistas", básicamente estadounidenses, cuya

obra se ha nutrido de una nueva lectura de Grarnsci, de los trabajos de Clifford Geerz y James Scott, y
de los "estudios subalternos" promovidos por los estudiosos del subcontinente asiático, y aquellos his-
toriadores que hacen historia "desde abajo", siguiendo antes los planteamientos de la historia social. Se
ha criticado a la primera corriente por pensar que su "progresista" posici6n política compensa la falta
de rigor en la investigaci6n y escritura del pasado (HABER, 1999). Sobre las distancias entre estudiosos
estadounidenses y mexicanos, véase PlCATro, 2002.
LA "NUEVA HISTORIA POLfTICA• MEXICANISTA 73

Este "liberalismo popular" a la vez convence y preocupa. Por una parte, refle-
ja la seducción que ejerció el "liberalismo", a todos niveles, como léxico y gramá-
tica de lo público a lo largo del XIX mexicano. Por otra parte, no deja de sorpren-
der que algunos de estos textos, que se quieren atentos a todas las voces, críticos,
deshacedores de la historia oficial, retomen -refuercen- los supuestos básicos de
ésta. Así, las estrategias -flexibles, heterogéneas, contingentes- de autoridades
locales y otros miembros de comunidades campesinas se reducen al "liberalismo
popular". Estas luchas porque son populares, son buenas; porque buenas, son "li-
berales".48 Podría replicárseme que son liberales porque los mismos actores histó-
ricos así lo afirman, no obstante su defensa de la propiedad comunal, de ciertas
prerrogativas corporativas, y de sus subsecuentes y encarnizados pleitos con auto-
ridades que también se proclamaban "liberales". Concuerdo que como historiado-
res tenemos que romper con la mala costumbre de erigirnos árbitros del liberalis-
mo del pasado, haciendo la crítica de cómo se deformó y contradijo al llevarse a
cabo en México, como si éste existiera transparente, coherente y aproblemático en
algún otro lugar. Este tipo de análisis promete poco, sobre todo porque no nos de-
ja mucho que decir, más allá de que los mexicanos son, han sido y probablemente
siempre serán malos liberales. No obstante, tampoco me parece particularmente
útil describir el municipalismo decimonónico como liberal. Una vez más, la eti-
queta oscurece en vez de aclarar.
En 1974, Bernard Bailyn distinguía tres etapas en la evolución de la escritura
de la historia: la "heroica'', la "whig' y la "trágica". La primera canta las glorias o
llora las desgracias de un suceso histórico que magnifica, y en el que el autor está
profunda y emocionalmente invertido. La segunda se quiere armoniosa, progresis-
ta y lineal; sus artífices buscan en el pasado las semillas -de inevitable madura-
ción- de lo que va a suceder. La tercera, que refleja mayor madurez en el queha-
cer histórico, no necesariamente aporta una nueva objetividad, ni mayor precisión
en el uso de la información, pero trata procesos que se perciben como finalmente
clausurados. El historiador tiende por lo tanto a ser menos partidario y más inclu-
yente. Lo que más lo impresiona de su objeto de estudio son "las limitaciones la-
tentes dentro de las cuales actúan todos los involucrados, la ceguera de los actores;
en una palabra, la tragedia del acontecimiento". 49
Así, la historia política actual que trata sobre México realiza aportaciones im-
portantes porque ha dejado a un lado el afán por construir altares patrios, o por ras-
trear, como whigs más bien depresivos, la genealogía de los males que nos aquejan.
Esto se debe quizás a que no se trata ya, de defender un legado propio, sino de de-

48 En este aspecto, parece mucho más sensato el análisis que de la misma región de la sierra de
Puebla realiza Guy Thomson y David LaFrance, que ve en la alianza de los pueblos con los liberales un
intercambio, para proteger las cierras, o el de Romana Falcón, que rescata las tensiones profundas y la di-
versidad de respuestas que consigo acarreó la inmersión de las comunidades en la "modernidad liberal".
49 BAILYN, 1974, p. viii. Véase también el alegato de Fran~ois Furet, al hablar de una Revolución
francesa "finalmente 'terminada'". FURET, 1985, pp. 20-21.
74 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMl\RICA LATINA, SIGLO XIX

sentrañar lógicas y acontecimientos que pertenecieron a otros. Más humilde, más


abierta, más atenta, esta historia se empeña en explicar, más que en justificar, exal-
tar o denostar. Síntoma de su dinamismo es que plantea tantas dudas como respon-
de, y sugiere caminos antes que proclamar que hemos llegado: el pasado no se ofre-
ce ya como matriz de una identidad, o de un orden de cosas, sino como campo de
reflexión. Y esto, lo hemos visto, no es tan nuevo. Por lo demás, yo insistiría que
no es la "novedad" lo que debemos buscar al escribir historia. No pocas veces, la
manía de lo original lleva a forzar las formas, a enredar los supuestos teóricos: el re-
sultado suena más "nuevo", no lo es siempre; es sin duda menos inteligible. Como
historiadores, no podemos sino mirar hacia atrás. El intercambio -crítico, polé-
mico- con la historiografía de antes, no el rompimiento con ella, es lo que nos
hará avanzar como disciplina.

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HILDA SABATO*

1. PUNTOS DE PARTIDA

En el año 1988, en un editorial que llevaba el sugerente título de "Histoire et scien-


ces sociales: un tournant critique?", la revista Annales se hacía eco de una agitación
teórica y epistemológica que hacía tiempo sacudía a la disciplina. 1 La relación pri-
vilegiada que durante varias décadas la historia había mantenido con las ciencias
sociales, en particular con la economía y la sociología, había entrado en crisis. Esa
crisis era parte de un cambio mayor en la manera de concebir y escribir la historia,
que abrió un periodo de controversias, ensayos y experimentaciones en la discipli-
na. Ésta hoy se ha desgajado del papel central que ocupó en el pasado en la forja y
la legitimación de identidades (sobre todo nacionales, pero también de clase) así
como de su pretensión de explicar globalmente el mundo. Sus formulaciones to-
talizadoras se sustentaban, decía el mismo editorial de Annales, en el consenso im-
plícito "que fundaba la unidad de lo social identificándolo con lo real". Ese con-
senso está quebrado. La segmentación de las miradas, la multiplicidad de lenguajes
y estrategias de investigación, la disolución de hegemonías interpretativas y la fal-
ta de confianza en cualquier interrogación que se pretenda omnicomprensiva han
desembocado en una diversidad de preguntas, enfoques, métodos e interpretacio-
nes. Esta coexistencia de concepciones historiográficas, no siempre pacífica, se ha
revelado sin embargo resistente a las hegemonías.
Estos cambios han sido especialmente productivos para el campo de la histo-
ria política. Por una parte, ha dejado de ocupar el lugar de rama arcaica y menor
que tenía en el marco de los paradigmas dominantes hasta hace un cuarto de siglo.
Arcaica, porque se la asociaba con la histoire événémentielle; menor, porque su ob-
jeto de estudio, la política, debía explicarse a partir de otras dimensiones de lo so-
cial que la determinaban en última instancia. Por otra parte, se ha beneficiado no
sólo por la disolución de la hegemonía ejercida por otras ramas sino, también, por
la difundida desconfianza en los modelos teleológicos y las explicaciones estructu-

• Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (Programa PEHESA del Institu-
to de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani) y CONICET.
1 Annales, 1988.

[83]
84 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POL!TICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

rales, y por el interés creciente que despiertan la acción humana y la contingencia


como dimensiones significativas de la interpretación histórica.
Libre, entonces, de muchos de los corsés y de los clichés que durante décadas
la condicionaron, la historia política ha florecido. La interrogación sobre el poder
se ha visto, además, estimulada por los problemas del presente y como siempre
ocurre con nuestra disciplina, ese presente ha tenido una importancia decisiva a la
hora de definir las preguntas que se formulan al pasado. Así, es fácil asociar la re-
novación de las problemáticas en la historia política a los debates contemporáneos
sobre la democracia y sus transiciones (en América Latina, en Europa Oriental), la
caída del socialismo real, la crisis de la representación, las variaciones de la ciuda-
danía y el lugar de la sociedad civil.
La historiografía argentina no ha sido ajena a todos estos cambios. 2 Por el con-
trario, ellos han sido potenciados por motivos institucionales. Los últimos 20 años
fueron testigos de un cambio profundo en las condiciones de producción historio-
gráfica. Luego de la cerrazón de la vida académica e intelectual impuesta a fuego
por la dictadura militar, hacia 1984 se inició un proceso de formación de un cam-
po académico y de profesionalización de la historia de una magnitud inédita en el
país. Los efectos de esa transformación hoy están a la vista: la consolidación de cen-
tros de investigación y enseñanza, la proliferación de revistas especializadas y de
reuniones científicas, la formación de nuevas generaciones de historiadores con ca-
rreras académicas de excelencia, la multiplicación de proyectos de investigación y
de los artÍculos, tesis y libros que vuelcan sus resultados. 3 Este mundo en expansión
estaba ávido de novedades y por lo tanto adoptó y procesó con rapidez muchos de
los cambios que atravesaban a la historiografía. Sólo así se puede entender la ver-
dadera explosión que experimentó la historia política en la Argentina reciente.

2. ANTECEDENTES

Esta explosión no se hizo sobre terreno virgen y reconoce dos importantes antece-
dentes previos: en exploraciones del pasado argentino realizadas en las décadas de
1970 y 1980 desde la ciencia política y en algunos trabajos de historia ya conver-
tidos en clásicos.
Entre las primeras, se ha señalado el predominio del enfoque institucional de
inspiración norteamericana, que por esos años adquirió en América Latina un perfil
propio y original. 4 Pero también desde la izquierda y de la mano de Antonio Grams-

2 Sobre los desarrollos de la historiografía política argentina en los últimos 30 años véase, por

ejemplo, ALONSO, 1998; BOTANA, 1994; ÚTIARUZZA, 1996; GALLO, 1990; HALrERIN DoNGHI, 1986;
SABATO, 1995.
3 Sobre los cambios institucionales en las condiciones de producción historiográfica y sus resulta-

dos véase, entre otros, HALrERIN DoNGHI, 1986; HORA, 2001; ROMERO, 1996; 5ABATO, 1995 y 200l(a).
4 ÜSZLAK, 1983.
LA POLlTICAARGENTINA EN EL SIGLO XIX 85

ci se revalorizaba la política. 5 El Estado se constituyó en tema principal de las inda-


gaciones de los cientistas políticos de distintas tradiciones y, en relación con él, se
avanzó por una parte sobre la naturaleza de los regímenes políticos y por la otra, so-
bre los actores que prntagonizaban la escena, tales como las FFAA, los sindicatos y los
partidos pero también los más nuevos movimientos sociales. La mirada hacia atrás
estaba presente en muchos de estos trabajos, que constituyen referencias importan-
tes para la historia política. Entre todos ellos y en torno del tema crucial del Estado,
se destacan los libros de Óscar Oszlak, La formación del Estado argentino y de Gui-
llermo O'Donnell, 1966-1973. El EstatÚJ burocrdtico autoritario, ambos de 1982. 6
Un texto clave para los historiadores ha sido el de Natalio Botana: El orden con-
servador, de 1977, dedicado al estudio del régimen político instaurado en 1880, de
su consolidación y de la paulatina pérdida de legitimidad que desembocó en su
transformación. Se trata de un libro peculiar, que se ubica explícitamente en el cru-
ce entre la historia y la sociología política, y que se distingue del conjunto anterior
tanto por sus referencias teóricas como por su abordaje metodológico. Botana cons-
truye allí una imagen de ese régimen que "semeja -dice- un tipo ideal' y que re-
sulta, a su vez, de un proceso de reconstrucción históri..:a riguroso. También avan-
za sobre temas nuevos para esos años, como el sufragio y las prácticas electorales, lo
que lo convierte en una referencia insoslayable para la reciente renovación.7
Por ese y otros motivos, el texto de Botana se incluye en el listado breve pero
decisivo de los clásicos de la historia política argentina. Allí figuran los ensayos de
José Luis Romero, algunos trabajos de Ezequiel Gallo y sobre todo, los libros de
Tulio Halperin Donghi. Éstos constituyen un horizonte común, un punto de par-
tida ineludible para la nueva historiografía que, aunque se distancie de ellos en al-
gunos puntos, indague en dimensiones que aquéllos no exploraban o discuta algu-
nas de sus propuestas, no ha producido una ruptura radical ni se presenta como
interpretación global alternativa.
Los trabajos recientes se inscriben, eso sí, en problemáticas nuevas y han ido
produciendo un contorno interpretativo diferente al definido por los clásicos. Pero
esa identificación de conjunto es sólo posible cuando ya han transcurrido casi dos
décadas desde que se escribieron los primeros trabajos que hoy ubicamos en la re-
novación. Ésta fue tomando forma gradualmente, sin manifestos explícitos ni figu-
ras hegemónicas, el resultado de una variedad de iniciativas autónomas de investi-
gación sobre temas también variados. Ahora las ubicamos en un mismo campo, les
damos un sentido, un sentido que permite vincularlas entre sí y ubicarlas en el con-
texto más general de la historiografía contemporánea, a la vez que genera un mar-
co de referencia para la producción actual.

5 ARICÓ, 1988.
6 ÜSZl.AK, 1982; O'DONNE!.L, 1982.
7 BarANA, 1977.
86 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

3. NUEVOS INTERROGANTES

Para la renovación, el largo siglo XIX ha sido el favorito (aunque, claro está, no de
manera excluyente). Por mucho tiempo, la historia del XIX se escribió en términos
de transiciones lineales; en el terreno político, se trataba de detectar los avances rea-
lizados en el camino progresivo de la sociedad y las instituciones de Antiguo Régi-
men a las del moderno Estado-nación y los obstáculos encontrados en esa senda
prefigurada de antemano y postulada como deseable. La puesta en cuestión de la
noción evolutiva de un camino universal ha hecho estallar la leme a través de la
cual se buscaba dar sentido a los procesos históricos. El siglo XIX ha ganado en den-
sidad: periodos que anees se consideraban como meras etapas en el camino hacia
el progreso ahora se estudian por derecho propio, regiones anees consideradas mar-
ginales ganan visibilidad y cuestiones que aparecían subordinadas a las líneas de in-
terpretación rectoras adquieren relevancia.
Una gran variedad de cernas se han abierto a la interrogación. En medio de la
diversidad es posible, sin embargo, identificar campos problemáticos comunes,
preguntas compartidas, inspiraciones e influencias coincidentes.
En primer lugar, la construcción del Estado y de la nación, tema tradicional
de la historia política argentina, sigue siendo la cuestión cenera!. Pero la mirada es
otra. La nación y el Estado se toman ahora como problemas y no como presupues-
tos y se interrogan los complejos procesos políticos que tuvieron lugar luego de la
caída del imperio español en América; los diferentes proyectos, intentos y ensayos
de formación y organización de nuevas comunidades políticas, y las variantes que
se abrieron una vez instituida la república y que alimentaron los conflictos de la se-
gunda mitad del siglo.
Una dimensión de esos procesos ha pasado a primer plano: la que atañe a las
relaciones entre sociedad civil y sociedad política. Éste no es un tema nuevo en la
historiografía, pues si bien una parte importante de los anteriores estudios sobre el
poder estuvieron centrados en las instituciones del Estado y en las dirigencias po-
líticas, sus conflictos internos y sus intercambios, no faltaron los intentos por de-
tectar las bases sociales o las conexiones de clase de unas y otras. Pero la preocupa-
ción actual es algo diferente. Tiene como eje un postulado general: la construcción,
reproducción y legitimación del poder político e involucran no sólo a las dirigen-
cias y a quienes aspiran a serlo sino también al conjunto de quienes forman parte
de la comunidad política sobre las que ese poder se ejerce. Y reconoce, además, un
dato específico: en el caso de la Hispanoamérica posrevolucionaria, y del Río de la
Plata en particular, la disolución del orden monárquico y la opción por la repúbli-
ca representativa implicaron la instauración de normas y mecanismos concretos de
vinculación entre el conjunto de la población y quienes ejercían el poder en su
nombre. En ese marco, las preguntas que se formulan sobre las relaciones entre so-
ciedad política y sociedad civil son diferentes a las de amaño y giran en torno de
las formas de soberanía, representación y participación, de los lenguajes políticos
LA POLÍTICA ARGENTINA EN EL SIGLO XIX 87

y las identidades colectivas, de la esfera pública y sus instituciones. Estas cuestio-


nes han inspirado un conjunto importante y variado de investigaciones que, si bien
tienen puntos de partida diversos, encuentran un espacio de confluencia en la pro-
blemática de la ciudadanía. Esto las vincula, por su parte, con un campo muy mo-
vido del debate político y público contemporáneo. 8
Estas miradas han dado lugar, a su vez, a una reformulación de los interrogan-
tes en torno de la sociedad política misma, en particular de las dirigencias, sus or-
ganizaciones y los mecanismos que ponían en marcha para alcanzar y conservar el
poder. También sobre las instituciones. Así, la prensa, el Parlamento y el Poder Ju-
dicial adquieren centralidad. Paralelamente, la sociedad civil, sus diferentes grupos
y sus formas de acción y organización se han convertido en temas que conciernen
muy directamente a la historia política.
Sobre este horizonte de preocupaciones comunes, los abordajes han sido múl-
tiples. Si la historia política siempre prestó atención, en dosis variables, tanto a las
instituciones y las prácticas como a las ideas y las normas, en su nueva etapa la
atracción por esa combinación de esferas se ha intensificado. Por una parte, la di-
mensión simbólica ha adquirido centralidad en la historiografía reciente, que en-
tiende la esfera de las significaciones como constitutiva de la política. El interés tra-
dicionalmente demostrado por las ideas sistemáticas, los discursos y, también, las
mentalidades, se ha ampliado y modificado, en buena medida en virtud de los
aportes que provienen de una historia intelectual y cultural también ella profun-
damente renovada. La categoría de "lenguajes políticos'' ha cumplido en ese senti-
do un papel clave, así como la de "imaginario colectivo". 9 Por otra parte, en el te-
rreno de las prácticas, los clásicos estudios sobre líderes y partidos, instituciones
estatales y agencias de gobierno, se han visto desplazados -quizá en exceso- por
la preocupación por cuestiones referidas a las prácticas de participación, a los co-
micios, las redes políticas y las clientelas electorales; a la estructura y actividad de
las milicias; a las formas de acción y movilización colectivas de la población; a la
constitución del movimiento asociativo, entre orras. 10

8 SABATO, 2001 b.
9 Sobre el concepto de "lenguaje político", véase PococK, 1989 y SKINNER, 1969; sobre el con-
cepto de "imaginario colectivo", véase BACZKO, 1984.
'° Menciono, a continuación, algunos de los trabajos recientes sobre la política en el siglo XIX ins-
pirados por las preocupaciones y guiados por los abordajes a que se hace referencia en este punto. Si bien
la producción es mucho más amplia, me limito aquí a citar los principales trabajos publicados como li-
bros y omito mencionar los que se han volcado en artículos publicados en revistas o libros colectivos y
los que están en formato de tesis o tesinas no publicadas, que suman decenas de títulos. ALONSO, 2000;
BERTONI, 2001; BRAGONI, 1999; ÚNSANELLO, 2003; CHAVES, 1997; CHIARAMONTE, 1997; DE LA fUEN-
TE, 2000; GOI.DMAN, 1992; GONZÁLEZ-BERNALDO, 2000; HoRA, 2002; LEITIERI, 1998; MYERS, 1995;
SABATO, 1998; TERNAVASIO, 2002.
88 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POL!TICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

4. INFLUENCIAS E INSPIRACIONES

Entre tanta variedad de temas y abordajes se puede, sin embargo, reconstruir una
trama de influencias e inspiraciones teóricas e historiográficas, que establecen un
horizonte de referencias compartidas. No se trata de un bloque sólido o compac-
to, sino de un conjunto compuesto de elementos heterogéneos y no siempre fácil-
mente compatibles entre sí. Ello revela a la vez algo del quehacer historiográfico en
general y del funcionamiento del campo intelectual argentino en particular. Los
historiadores, es sabido, somos bastante eclécticos a la hora de tomar prestadas ca-
tegorías y conceptos teóricos, rasgo que se ha agudizado en estos tiempos de quie-
bre de los paradigmas fuertes. Además, como latinoamericanos, estamos siempre
atentos a los desarrollos intelectuales de las metrópolis y allí somos, también, he-
terodoxos: recurrimos a diferentes tradiciones, las adaptamos y las mezclamos de
maneras poco probables en sus lugares de origen. En este caso se agrega algo más,
un rasgo original: la referencia a la historiografía de otros países latinoamericanos.
Creo que podemos hablar hoy, sin temor a exagerar, de un campo problemático
común que nos ha llevado a pensar los procesos históricos no sólo comparativa-
mente sino como parte de un mismo conjunto.
Paso, entonces, a las inspiraciones: No pretendo aquí hacer un recorrido sis-
temático de estas influencias, sino tan sólo referirme a los núcleos que han resulta-
do más importantes en la renovación de la historia política argentina del siglo XIX.
Mencioné antes que la renovación no tuvo un foco único de irradiación y que fue
tomando forma a partir de trabajos diversos. Eso mismo ocurre con las referencias
teóricas e historiográficas: son vetas que funcionaron simultáneamente, a veces
confluyendo, a veces en paralelo, a medida de los variados intereses y preocupacio-
nes que motivaban a los investigadores. Esas vetas ahora han destilado en conjun-
to reconocible, citado "de rigor", pero, de nuevo, eso no siempre fue así y me in-
teresa rastrear sus recorridos.
Voy a comenzar por un lugar improbable para una historia política que reivin-
dica la autonomía de su objeto: por la historia social, y en particular la inglesa de
cuño marxista. Para quienes nos formamos en la izquierda estructuralista, la obra
de E.P. Thompson y de Raymond Williams produjo -a partir de mediados de los
años setenta- un impacto de vastas consecuencias. En el terreno que nos convo-
ca, ellos abrieron la posibilidad de pensar la participación popular en la vida polí-
tica con autonomía de las determinaciones estructurales. En estos últimos años,
luego de un periodo de relativo desplazamiento, estos autores y la historia social
reaparecen en la historia política argentina del XIX en nuevas combinaciones y con
frecuencia en compañía de algunos nombres provenientes de la corriente de los es-
tudios subalternos.
Más lógica y quizá también más importante ha sido (y sigue siendo) la inci-
dencia de la historia intelectual y cultural. En las últimas décadas, el estudio de la
esfera de las significaciones ha sido tanto o más renovado que el de la vida políti-
LA POL!TICA ARGENTINA EN EL SIGLO XIX 89

ca. Ideas sistemáticas, pensamiento no formalizado, representaciones, discursos,


ideologías, visiones del mundo, representaciones, prácticas culturales, lenguajes
políticos, imaginarios colectivos: la variedad de cuestiones se ha ampliado y pro-
fundizado. Y ello ha tenido una repercusión muy grande en la historia política que
ha recurrido a categorías y conceptualizaciones producidas en esa sede para abor-
dar su objeto. Entre las influencias más visibles sobre la historiografía política ar-
gentina se destacan las ejercidas por la escuela de Cambridge, en las figuras de
Quentin Skinner y J.G.A. Pocock, y las que provienen de la historiografía france-
sa, en particular los aportes de Roger Chartier y Pierre Rosanvallon, entre otros.
Desde la filosofía y la sociología políticas, varias de las discusiones contempo-
ráneas más intensas y que están, además, en sintonía con cuestiones candentes del
debate público argentino, han inspirado las interrogaciones de los historiadores.
Por una parte, los debates sobre la representación y la ciudadanía, y por otra -es-
trechamente ligada a los primeros- los que giran en torno de la sociedad civil y
que incluyen el capítulo referido a la esfera pública. En el primer caso, la revisión
del modelo formulado en la década de 1950 por T.H. Marshall ha sido punto de
confluencia entre especialistas de diferentes campos, incluyendo la historia, proce-
dentes de distintas tradiciones intelectuales (franceses como Bernard Manin y
Maurice Roche, anglosajones como Bryan Turner y Caro! Pateman, italianos como
Salvatore Veca, alemanes como Jürgen Habermas, y así siguiendo). En estrecha re-
lación con esos temas, la segunda gran vertiente es la que centra su atención en la
sociedad civil, un tema de gran moda a partir de los ochenta, y que se entronca con
la cuestión de la esfera y los espacios públicos. En este punto, las referencias se mul-
tiplican, pero los nombres de Jürgen Habermas y de algunos de sus críticos (como
Geoff Eley y Nancy Fraser), de Hannah Arendt y en menor medida de Albert
Hirschman han sido, en la Argentina, los más utilizados en el campo de la histo-
riografía política.
Estas influencias de otros campos disciplinarios llegaron directamente, pero
también hubo caminos indirectos, mediante la historiografía misma. Aquí quisiera
señalar trabajos históricos sobre tres núcleos temáticos principales: sobre sufragio,
elecciones y ciudadanía; sobre sociabilidad y asociacionismo, y sobre "la nación".
Los dos primeros grupos encuentran en la historiografía francesa un espacio
privilegiado, pero no exclusivo, de referencia. Así, a los trabajos sobre elecciones y
sufragio de Pierre Rosanvallon (posiblemente el más citado), Rene Rémond, Patri-
ce Gueniffey, Alain Garrigou, entre otros, hay que sumarles los de Raffaele Roma-
nelli para Italia, Frank O' Gorman para Inglaterra y José Yarda Ortega y Javier Tus-
sell para España. Los estudios europeos específicos sobre la sociabilidad a la
Maurice Agulhon, así como los que abordan el problema con otras claves teóricas,
han servido de inspiración a la investigación argentina.
Por su parte, la pregunta sobre el origen de la nación y los nacionalismos, que
dio lugar a textos vastamente usados y citados -de Eric Hobsbawm, Benedict An-
derson, Ernest Gellner y Partha Chaterjee, entre otros- contribuyó a poner en
90 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POL!TICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

cuestión la idea de una nación prefigurada en el origen y alimentó los debates so-
bre la revolución de independencia y la formación de nuevas comunidades políti-
cas en el XIX.
Finalmente, una palabra acerca de la influencia que la propia historiografía
iberoamericana ha tenido en la Argentina. No ha sido frecuente incluir la historia
nacional en procesos de escala regional o continental, salvo en térrp.inos muy ge-
nerales. Si bien las ciencias sociales de los años sesenta pensaban "América Latiná',
en nuestra disciplina predominaron los enfoques locales. 11 Más aún, la producción
académica de un país ha circulado poco y nada en los demás. En este sentido, la
historia política reciente ha introducido un cambio muy notable: se analizan los
procesos locales como parte de los más globales y se dialoga con una historiografía
más amplia que la nacional.
En este terreno, la referencia a la figura de Franc;:ois-Xavier Guerra es insosla-
yable. Si bien los trabajos de Guerra muestran muchas de las influencias antes
mencionadas, él las combinó de manera original para producir un marco interpre-
tativo propio mediante el cual abordar la historia iberoamericana, en particular de
la etapa de "las independencias". En el caso argentino, ese marco fue adoptado so-
bre todo en estudios sobre la primera mitad del siglo XIX, y repercutió en el resto
de la historiografía decimonónica. Sin embargo, la influencia de Guerra fue aquí
paralela e incluso posterior a otras, de manera que, más que ocupar el lugar del pre-
cursor en sentido estricto, jugó el papel fundamental de quien estimula y alimen-
ta creativamente un movimiento ya en marcha. 12

5. RESULTADOS

¿Cómo evaluar los resultados de ese movimiento que ronda los 20 años? Una pri-
mera observación: se han escrito más libros, artículos y tesis de historia política en
este lapso que en cualquier otro periodo anterior. Pero más no necesariamente sig-
nifica mejor; ni siquiera bueno. ¿Qué aporta todo este nuevo material?, ¿ha cam-
biado nuestra visión del siglo XIX en virtud de él? El balance no es fácil. Antes que
intentarlo, prefiero más bien señalar brevemente lo que me resulta más interesan-
te de esta renovación.
En primer lugar, la consideración de la política como una instancia relativa-
mente autónoma de la vida social, pasible de análisis específicos. Más allá de las
discusiones acerca de qué se incluye en esa instancia y de cómo se definen sus lí-

11 Una excepción a esta tendencia la ofrecen los trabajos de Tulio Halperin Donghi sobre Amé-
rica Latina.
12 El libro Modernidad e independencias (GUERRA, 1992) tuvo gran efecto en la Argentina, segui-

do por el que fue provocando su obra posterior. A ello se sumó la influencia inspiradora que Guerra
ejerció por medio del dictado de cursos, seminarios y conferencias, de su participación en reuniones y
de la dirección de resistas e investigadores en el país.
LA POLfTICA ARGENTINA EN EL SIGLO XIX 91

mires y sus interrelaciones con las .otras dimensiones, lo cierto es que los nuevos
trabajos funcionan con ese supuesto (que no les es exclusivo ni original pero que
ellos han adoptado con total convencimiento).
En segundo lugar, la construcción de lecturas no lineales del siglo XIX. La caí-
da del poder español abrió procesos complejos y conflictivos de conformación de
nuevas comunidades políticas, de redefinición de soberanías, de constitución de
poderes y regímenes políticos nuevos. Ni la nación ni el Estado se consideran pre-
figurados en el origen; tampoco se traza la historia como la de un tránsito inevita-
ble hacia ellos.
La ruptura del orden colonial puso muy rápido en marcha una transforma-
ción que, en cambio, sí se probó irreversible, al menos para el Río de la Plata: la op-
ción por la república, o mejor dicho, la adopción de formas republicanas de gobier-
no. Mientras Europa abrazaba la monarquía con renovados bríos, las Américas,
con la sola excepción sostenida del Brasil, optaron definitivamente por la repúbli-
ca. De esta manera, se convirtieron en un campo de experimentación política for-
midable, donde ideas e instituciones originadas en el Viejo Mundo fueron adop-
tadas y adaptadas, al mismo tiempo en que se producían y ensayaban prácticas
políticas nuevas, diversas, de resultados inciertos. Ese proceso ha sido resaltado por
la renovación que ha dedicado buena parte de sus esfuerzos a analizar los intentos
de conformación de repúblicas, en distintas versiones y formatos, y ha abierto a la
indagación un abanico de problemas vinculados a las dimensiones simbólicas y
prácticas involucradas en la construcción, conservación, reproducción y legitima-
ción del poder en ese marco. Y aunque no todo lo que se ha escrito es novedoso u
original, la producción de estos años ha resultado en un conjunto de imágenes e in-
terpretaciones del siglo XIX bastante diferente del que existía hasta hace 20 años.
Todo esto no ha desembocado, sin embargo, en una visión global alternativa.
No hay homogeneidad interpretativa ni conceptual en la renovación. Existen, más
bien, fragmentos: fragmentos temporales, fragmentos regionales, miradas recorta-
das en torno a problemáticas específicas. 13 También existe, es cierto, un conjunto
de interrogantes compartidos, núcleos temáticos de límites difusos y cambiantes,
pero identificables al fin, y un marco de referencias teóricas e historiográficas tam-
bién variable pero no infinito. Se han delimitado así los contornos de un campo
problemático que, sin buscar ni producir interpretaciones omnicomprensivas, ha
ofrecido en cambio perspectivas sugerentes y resultados novedosos en torno de la
política argentina del siglo XIX. Todo esto que puede verse -y que yo veo- como

13 Hay una fragmentación regional, que por un lado permite analizar los procesos locales en su
especificidad pero por el otro, provoca el riesgo de que se pierdan de vista fenómenos que tienen un al-
cance más general. Al mismo tiempo, si al principio la provincia de Buenos Aires fue el foco privilegia-
do de los nuevos estudios, hoy esa centralidad va diluyéndose a medida que se multiplican los trabajos
sobre otras regiones del país. En cuanto a la fragmentación temporal, si bien hay una tendencia a con-
centrarse en periodos específicos, no faltan los intentos por comparar y vincular diferentes momentos
del siglo XIX.
92 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POL!TICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

una ventaja, puede también entenderse como un límite: comienzan (¿vuelven?) a


escucharse reclamos por una historia total, que recupere su aspiración a construir
explicaciones generales del mundo.

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LA "NUEVA HISTORIA POLÍTICA"
Y EL PROCESO DE INDEPENDENCIA NOVOHISPANO

VIRGINIA GUEDEA*

Los estudios de los procesos independentistas de la América española, y en particu-


lar los que se ocupan del novohispano, se han visto enriquecidos con las contribu-
ciones que a ellos ha hecho la llamada nueva, o más bien renovada, historia políti-
ca surgida hace cosa de dos décadas. En su afán por extender su ámbito de análisis
para brindar visiones más amplias, de constituir una historia "total", ha aportado
nuevos elementos para su mayor y más cabal entendimiento, tanto para explicar las
propias emancipaciones como para ubicarlas dentro de esos procesos más amplios
en el tiempo y en el espacio que fueron la desintegración de la monarquía españo-
la y la formación de los nuevos estados nacionales americanos.
Aquí me ocupo de apuntar, así sea de manera por demás somera e incomple-
ta, cuáles han sido algunas de sus principales aportaciones para el caso de la Nue-
va España, aclarando que lo que voy a exponer constituye tan sólo un avance de
una investigación que estoy desarrollando acerca de la historiografía política recien-
te sobre el proceso de emancipación. También aclaro que mi investigación forma
parte de un proyecto colectivo, cuyo propósito es dar cuenta de las principales in-
terpretaciones que actualmente se encuentran vigentes acerca del proceso de la in-
dependencia mexicana, así como de las líneas de investigación desde las cuales se
le ha abordado en los últimos años, para detectar cuáles requieren de nuevos aná-
lisis, cuáles deben ser consideradas para trabajos futuros y cuáles han sido abando-
nadas por la historiografía reciente y que conv.endría retomar. Éste y otros proyec-
tos similares parecen indicar que en la actualidad existe la necesidad de inventariar
y valorar lo que se ha hecho en distintos ámbitos del quehacer histórico, necesidad
que debemos atender.

LA HISTORIOGRAFfA POLfTICA

Mucho, muchísimo, se ha escrito sobre el proceso por el cual el virreinato de la


Nueva España pasó a convertirse en el México independiente y, desde sus más tem-
pranas manifestaciones, las obras que han intentado historiarlo han tenido que

• Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México.

[95)
96 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

abordar, en su mayoría, cuestiones de índole política, esto es, cuestiones que tienen
como punto de referencia el Estado. Y es que el proceso en sí resulta ser, más que
otra cosa, un proceso político, ya que tiene como eje principal la lucha por el po-
der. La crisis de la monarquía española que da lugar a su inicio, o cuando menos a
uno de sus inicios, es una crisis de naturaleza fundamentalmente política, mientras
que su término, o cuando menos su término formal, el alcanzar la independencia
de España, viene a ser también de naturaleza claramente política.
A lo anterior se une el hecho de que quienes en una primera instancia histo-
riaron este proceso, del que fueron actores o testigos, lo hicieron, en buena medi-
da, para dar cuenta de su participación en él; también, y sobre todo, para explicar
y justificar su actividad en la vida política de la nueva nación. Por ello, sus obras
de historia fueron una forma más de hacer política.
Asimismo, se une el gran interés que por la independencia -a la que consi-
deraron como el acto fundacional de la nación mexicana-, y en particular por el
movimiento insurgente -al que consideraron como el factor principal que llevó
a su consecución-, han tenido hasta hace poco los diversos gobiernos del país,
preocupados por consolidar una conciencia nacional. Uso político de la historia
que llevó a que muchas de las obras encargadas de historiar diversos aspectos del
proceso de independencia lo hayan hecho desde una perspectiva de índole también
política.
Así, la historiografía del proceso de emancipación de la Nueva España ha sido,
desde sus inicios, una historiografía sobre todo política. Y esto no sólo en cuanto a
los trabajos de autores mexicanos sino también, aunque en menor medida, en lo
que se refiere a los de autores extranjeros. No obstante, y como no podría ser de
otro modo, las formas de hacerla han variado a lo largo del tiempo; de igual mane-
ra, han sido diversos los aspectos estudiados. Por ello, esta ya larga y por demás
abundante historiografía política ha pasado por distintas etapas, cuya diferencia-
ción, además de que está aún por hacerse, resulta harto difícil, entre otras cosas,
porque tales etapas no se dan de manera clara y ni siquiera sucesiva.
Lo que sí queda claro es que fue a partir de la década de los ochenta del siglo
pasado cuando se inició el auge de que gozan actualmente tales estudios. Promo-
vidos en buena medida por el interés que por las cuestiones de índole política pro-
movió la historiografía francesa y que en parte tuvo su origen en la necesidad de
dar una nueva explicación de su Revolución, mucho deben al empleo cada vez ma-
yor de elementos tomados de otras ciencias sociales que han enriquecido en no po-
cos de los casos el análisis histórico y que han permitido abordar desde nuevas pers-
pectivas problemas ya estudiados e identificar los que falta por estudiar. Mucho
deben también a las nuevas formas de vinculación que ha establecido la historia
política con la social y la cultural y que al poner el énfasis en la historia de la cul-
tura y de las prácticas políticas han ayudado a entender mejor sus complejidades y
contradicciones. Dicho auge se consolidó durante la siguiente década y ha soste-
nido hasta ahora un importante y notorio desarrollo.
"NUEVA HISTORIA POLÍTICA" Y PROCESO DE INDEPENDENCIA NOVOHISPANO 97

Cabe señalar algo muy obvio pero importante y es que las nuevas líneas de in-
vestigación que se han abierto en este campo encuentran su punto de arranque, en
muchos de los casos, en trabajos realizados tiempo atrás. De esta manera, mucho
también debe este auge a los estudios considerados ahora pioneros, sobre todo de
especialistas de fuera de México, que a partir de finales de los años treinta se de-
dicaron al análisis puntual de cuestiones hasta entonces nada o muy poco aborda-
das, como son la Constitución texana de 1813, la masonería, los sucesos de 1808,
las elecciones constitucionales capitalinas de 1812, los diputados a Cortes, las
prácticas panfletarias o la Diputación Provincial, temas todos ellos que se seguirían
desarrollando o serían retomados durante los años siguientes. Estos trabajos, en-
tre los que destacan de manera particular los de Nettie Lee Benson, 1 marcaron
nuevas direcciones para el estudio de la vida política durante los últimos años del
virreinato y los primeros de la nueva nación. Por otra parte, a principios de la dé-
cada de los cincuenta se publicaron dos obras decisivas para el estudio sobre todo
de las ideas pero también de la cultura política de la Nueva España, que fueron la
de José Miranda sobre las ideas y las instituciones políticas y la de Luis Villoro so-
bre la revolución de independencia, 2 las que, si bien de maneras por demás distin-
tas, aportaron nuevos elementos para su estudio, con lo que abrieron a su vez otros
cammos.
A partir de entonces se ahondó en el análisis de las temáticas señaladas antes. 3
Así, fue quedando cada vez más claro que el proceso de independencia novohispa-
no no podía explicarse cabalmente sin tomar en cuenta cuestiones tales como los
acontecimientos que en 1808 llevaron a un golpe de Estado, las sociedades secre-
tas, el papel que en la emancipación desempeñaron los ayuntamientos y en parti-

1 Véanse, entre otros: Nettie LEE BENSON, 1946, "The Contested Mexican Elections of 1812" en
Hispanic American Historical Review, XXVI (ago.), pp. 336-350, y 1955, y la Diputación Provincial y
el federalismo mexicano. México: El Colegio de México.
2 MIRANDA, José, 1952, las ideas y las instituciones políticas mexicanas. Primera parte 1521-1820.

México: Universidad Nacional Autónoma de México, y Luis VILLORO, 1953, la revolución de indepen-
dencia ensayo de interpretación histórica. México: Consejo de Humanidades, Universidad Nacional Au-
tónoma de México.
3 Destacan de nueva cuenta los de Nettie LEE BENSON: 1958. "Spain's Conrribution to Federalism

in Mexico" en Thomas E. Comer y Carlos E. Castañeda (eds.). Essays in Mexican History. Ausrin: Uni-
versity ofTexas Press, pp. 90-103; 1960, "Texas Failure to Senda Depury to the Spanish Cortes, 1810-
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Cortes, 1810-1822. Eight Essays. Austin: Universiry ofTexas Press, y 1984, "La elección de José Miguel
Ramos Arizpe a las Corres de Cádiz en 1810" en Historia Mexicana, 132, 4 (abr.-jun.), pp. 515-539. No
obstante, también encontramos, además de varias tesis, los trabajos de otros autores: Frances M. Fo-
LAND, 1955, "Pugnas políticas en el México de 1808" en Historia Mexicana, 17, 5 (jul.-sep.), pp. 30-41;
Jack A. Haddock, 1958, "The Deliberative Juntas of 1808: A Crisis in the Development of Mexican
Democracy" en Essays in Mexican History, pp. 53-71; Wilberr H. T!MMONS, 1959, "Los Guadalupes: A
Secret Sociery in the Mexican Revolution of lndependence" en Hispanic American Historical Review,
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piración, México: Editorial Jus.
98 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

cular el capitalino, las repercusiones causadas en la Nueva España por las Cortes es-
pañolas o el efecto que en ellas tuvieron los diputados novohispanos. También, la
deuda que el federalismo mexicano tenía con el liberalismo español o la importan-
cia de los panfletos en la vida política de la Nueva España y del México recién in-
dependizado.
Un ejemplo de ello es la obra de Timothy E. Anna, en particular su libro The
Fall of the Royal Government in Mexico City, 4 aparecido en 1978, que constituye
uno de los primeros trabajos dedicados al estudio de la cultura y de las prácticas po-
líticas urbanas. Interesado en explicar el colapso del régimen colonial, en él, Anna
se ocupa de analizar el papel que en la vida política novohispana desempeñó la ca-
pital como centro del poder virreinal; también de cómo el régimen colonial perdió
su autoridad primero y más tarde su legitimidad. De igual manera, da cuenta de las
repercusiones que en la Nueva España tuvieron las Cortes y la Constitución espa-
ñolas y analiza el autonomismo novohispano, temáticas todas que estudios poste-
riores se ocuparon de continuar desarrollando.
Otro ejemplo lo constituyen los trabajos de quienes a partir de la década de
los setenta han buscado explicar los procesos independentistas americanos dentro
del contexto más amplio conformado por el mundo hispánico, como son los que
nos ofrecen Brian R. Hamnett, 5 Jorge l. Domínguez, el propio Anna y Michael P.
Costeloe,6 y que mucho han aportado a su mejor comprensión.
Por último, aunque en menor medida, el auge en los estudios de la cultura y
de las prácticas políticas durante el proceso de independencia se debió también a
la necesidad que de reflexionar sobre el proceso mismo provocaron la celebración
de los 175 años de su inicio y el alud de publicaciones que trajo consigo, entre las
que se contaron desde sus fuentes clásicas hasta trabajos de reciente cuño. Y este
auge ha abierto nuevas y muy interesantes líneas de investigación, al tiempo que ha
brindado también nuevas y muy interesantes explicaciones tanto del proceso en sí
como de muchos de sus aspectos.

4 ANNA, Timothy E., 1978, The Fall ofthe Royal Government in Mexico City. Lincoln: University

ofNebraska Press. Es muy vasta su obra sobre el proceso independentista novohispano, y en varios de
sus trabajos aborda cuestiones de historia política.
5 HAMNEIT, Brian R., 1978, Revolución y contrarrevolución en México y en el Perú. Liberalismo,

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Editorial Complutense. Hamnett se ha ocupado también de analizar canto la insurgencia como la reac-
ción del régimen colonial.
6 DoMfNGUEZ, Jorge l., 1980, lmurrection or Loyalty: The Breakdown ofthe Spanish American Em-
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America, Lincoln: University ofNebraska Press, y 1985, "The lndependence of Mexico and Central
America" en Leslie Bethell (ed.), The Cambridge History o/Latín America, Cambridge: Cambridge Uni-
versiry Press, Ill, pp. 51-156, y Michael P. CosTELOE, 1986, Respome to Revolution: Imperial Spain and
the Spanish American Revolutiom, 1810-1840, Cambridge: Cambridge University Press.
"NUEVA HISTORIA POLITICA" Y PROCESO DE INDEPENDENCIA NOVOHISPANO 99

LA REVOLUCIÓN Y EL LIBERALISMO HISPÁNICOS

Después de un primer acercamiento y a reserva de lo que arroje un análisis cuida-


doso, considero que en los estudios recientes es posible distinguir -dicho de ma-
nera por demás esquemática y reconociendo los riesgos que una división de este
tipo implica- dos grandes vertientes, si bien dentro de cada una de ellas encon-
tramos varias, y a veces muy distintas, modalidades.
Conforman la primera las numerosas y muy llamativas contribuciones que se
han ocupado de analizar la repercusión que en la vida política de la Nueva España,
en particular en los procesos ocurridos dentro del régimen colonial, tuvieron la re-
volución y el liberalismo hispánicos. Faceta, hay que señalar, prácticamente ignora-
da por la historiografía tradicional nacionalista que, interesada en destacar lo que
consideraba propio del proceso novohispano, se dedicó fundamentalmente al estu-
dio del movimiento insurgente, centrándose sobre codo en sus principales dirigen-
tes, a los que daba el lugar de padres de la patria, y negando la herencia liberal his-
pánica mientras que reconocía la influencia que otros liberalismos habían tenido en
la emancipación. Dedicados sobre todo a explicar cómo las sociedades de Antiguo
Régimen transitaron a la modernidad, estos nuevos estudios se han ocupado de
analizar, utilizando un marco temporal muy amplio, cómo se dio ese proceso de re-
definición política que llevó a la configuración del Estado nacional mexicano, para
lo que han recurrido sobre todo al estudio de la cultura y las prácticas políticas.
Dentro de esta gran vertiente destacan particularmente los trabajos de Fran-
s;ois-Xavier Guerra, Antonio Annino y Jaime E. Rodríguez O., tanto por lo inte-
resante de sus contribuciones como por la influencia que han tenido en muchos de
los especialistas dedicados a historiar el proceso independentista novohispano.
Conocido estudioso de la llamada nueva historia política y su decidido promo-
tor, Frans;ois-Xavier Guerra fue en gran medida responsable de introducir en Hispa-
noamérica la historiografía política francesa para el estudio de sus independencias.7
Por el efecto que ha tenido su obra constituye un referente obligado, no obstante que
sus trabajos específicos sobre la Nueva España son los menos, y no obstante que se
interesó más por explicar cómo se dio el paso a la modernidad que por dar cuenta
del proceso emancipador en sí, al que considera, como a los demás de América, una
expresión más de la revolución hispánica. 8 En este sentido, destaca su libro Moder-
nidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, en el que recogió va-

7 Véanse Frans:ois-Xavier GUERRA, 1988, "Lugares, formas y ritmos de la política moderna" en

Boletín de la Academia Nacional de la Historia, LXXI, 284 (oct.-dic.), pp. 2-18; 1990, "Pour une nou-
velle histoire poli tique: acteurs sociaux et acteurs politiques" en Structures culturés des societés ibéro-amé-
ricaines, au-delá du modéle socio-économique, París: CNRS - Maison des Pays Ibériques, pp. 245-260, y
1993, "El renacer de la historia política: razones y propuestas" en New History, Nouvelle Histoire, Ha-
cia una Nueva historia, Madrid, pp. 221-245.
8 Sobre la obra de Guerra, véase Alfredo Av1LA, "De las independencias a la modernidad. Nocas

sobre un cambio historiográfico" (en prensa).


100 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX

rios de sus trabajos y que apareciera en 1992, donde propuso un modelo interpreta-
tivo novedoso al sostener que dichos procesos forman parte de un único proceso re-
volucionario que dio lugar a la desintegración de la monarquía española y a la for-
mación de varios estados nacionales y que abrió el camino a la modernidad. 9
En sus numerosos trabajos, comenzados a aparecer desde la segunda mitad de
los años ochenta, Guerra se ocupó de analizar diversos aspectos de la cultura y las
prácticas políticas en el mundo hispánico en su tránsito a esa modernidad. Así, se
encargó, entre otras muchas cosas, de analizar las semejanzas y diferencias que di-
cho tránsito tuvo con el proceso revolucionario francés, de analizar el principio de
legitimidad que constituía la soberanía del pueblo o de explicar cómo, a partir de
esa modernidad que se dio en la política después de la Revolución francesa y que
se caracterizaba por una nueva legitimidad fundada en la soberanía de la nación,
se establecieron las bases del proceso revolucionario hispano. De igual manera, se
interesó por estudiar desde la formación de la opinión pública y de los nuevos es-
pacios de sociabilidad que abrieron las élites modernas y que ayudaron a la trans-
formación de una cultura política estamental y corporativa en una individualista,
hasta los nuevos actores políticos o los procesos electorales que dieron paso a una
forma moderna de representación. 10
Al igual que Guerra, Antonio Annino considera al proceso independentista
novohispano como una de las expresiones que tuvo la revolución española, además
de interesarse no tanto en el proceso en sí sino en los cambios y las continuidades

9 GUERRA, Fran~ois-Xavier (ed.), 1992, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revolucio-

nes hispánicas. Madrid: Edirorial MAl'FRF.. Véase también 1993, "La independencia de México y las re-
voluciones hispánicas", en Antonio ANNINO y Raymond BL!VE (comps.), El liberalismo en México, Ham-
burgo: Cuadernos de Historia latinoamericana. 1, pp. 15-48; 1994, "La desintegración de la Monarquía
hispánica: revolución e independencias" en Antonio ANNINO, Luis CASTRO LEIVA y Fran,ois-Xavier
GUERRA (coords.), De los imperios a las naciones: Iberoamérica, Zaragoza: IberCaja, pp. 195-227; 1999,
"De lo uno a lo múltiple: dimensiones y lógicas de la independencia" en Anthony MAC!'ARLANE y Eduar-
do PosAOA-CARBó, Independence and Revolution in Spanish America: Perspectives and Problems, Londres:
Universicy ofLondon, lnstitute ofLatin American Scudies, pp. 43-68, y 1995, "Lógicas y ritmos de las
revoluciones hispánicas", en Fran,ois-Xavier GUERRA (dir.). Revoluciones hispánicas, pp. 13-46.
10 GUERRA, Fran,ois-Xavier, 1987, "Alphabetisation, imprimerie et revolution en Nouvelle-Es-

pagne a l' epoque de l'independance" en Annales des Pays d'Amerique Central et des Caraibes, 6, pp. 83-
126; 1989, "La Revolución francesa y su recepción en el mundo hispánico" en Cuadernos del Ct'NDES,
12 (sep.-dic.), pp. 123-152; 1992, "La política moderna en el mundo hispánico: apuntes para unos años
cruciales ( 1808-1809)" en las formas y las políticas del dominio agrario. Homenaje a Franfois Chevalier,
Guadalajara: Editorial Universidad de Guadalajara, pp. 158-188; 1999, "De la p<;>lítica antigua a la po-
lítica moderna. La revolución de la soberanía'' en los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y
problemas. Siglos XV!ll-XIX, México: Cenuo de Estudios Mexicanos y Centroaméricanos-Fondo de Cul-
tura Económica, pp. 109-134, y 2002, "El escriro de la revolución y la revolución del escriro: informa-
ción, propaganda y opinión pública en el mundo hispánico (1808-1814)" en Marta TERAN y José An-
ronio SERRANO (eds.), Las guerras de independencia en la América española, México: El Colegio de
Michoacán-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo-Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes-lnsticuro Nacional de Antropología e Hisroria, pp. 125-147.
"NUEVA HISTORIA POL!TICA" Y PROCESO DE INDEPENDENCIA NOVOHISPANO 1Ü1

que en cuanto a lo político ocurrieron en las primeras décadas del siglo XIX. Como
Guerra, Annino se ha dedicado al estudio de la cultura y de las prácticas políticas
en el mundo hispánico, prestando particular atención a las transformaciones sufri-
das por sus espacios políticos y, sobre codo, al desarrollo que alcanzó el liberalismo.
Pero, a diferencia de Guerra, pone quizá más el peso en lo que se refiere a los cam-
bios que a las continuidades; además, ha hecho del ámbito primero novohispano
y luego mexicano su objeto principal de estudio. 11
Merece destacarse su especial interés por los procesos electorales, cuya prime-
ra muestra es su ensayo titulado "Praciche creole e liberalismo nella crisi dello spa-
zio urbano coloniale: Il 29 novembre 1812 a Cicca del Messico", aparecido por pri-
mera vez en 1988 y que traducido al español ha merecido verse publicado ya en
eres ocasiones, en el que se ocupa del proceso electoral ocurrido en la capital novo-
hispana al implantarse el sistema conscicucional, por el que -nos dice- los crio-
llos de la élite social, mediante la representación, se hicieron del poder político y
controlaron y transformaron el espacio urbano. 12 Este interés le ha permitido, en-
tre muchas otras cosas, explicar cómo se desintegró el espacio político virreinal;
además, ha ayudado a fortalecer lo que constituye una de las vetas de análisis más
socorridas y prolíficas de los úlcimos años.
Por su parce, Jaime E. Rodríguez O., quien fuera alumno de Benson, ha desa-
rrollado y enriquecido algunas de las líneas de investigación que ésta abriera al tiem-
po que ha incursionado en otros terrenos. Así, ha insistido en que la crisis española y
sus consecuencias fueron decisivas para el desarrollo del proceso de emancipación.
También en que los criollos deseaban la autonomía más que la independencia y sólo
cuando aquélla les resulcó inalcanzable fue cuando optaron por emanciparse de Es-
paña. Interesado desde principios de los setenta en los primeros años del México in-
dependiente, en particular en la primera república, se interesó más carde en el proce-
so independentista novohispano, sobre el que ha trabajado diversos aspectos y al que
ha abordado, principalmente, desde la perspectiva del autonomismo criollo y del
efecto que tuvieron en él la revolución y el liberalismo hispánicos.
Además de desarrollar una importante labor como editor de obras colectivas de-
dicadas al estudio de las primeras décadas del siglo XIX mexicano, 13 Rodríguez se ha

11 ANNINO, Antonio, 1984, "El pacto y la norma. Los orígenes de la legalidad oligárquica en Mé-

xico" en Historias 5 (ene.-mar.), pp. 3-31; 1994, "Soberanías en lucha" en Antonio ANNINO, Luis CAS-
TRO LEIVAy Fran~ois-Xavier GUERRA (coords.). De los imperios a las naciones: Iberoamérica, pp. 229-257;
1995, "Cádiz y la revolución territorial de los pueblos mexicanos 1812-1821", en Antonio ANNINO
(coord.). Historia de las elecciones en lberoamérica, siglo XIX, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económi-
ca, pp. 177-226, y 1995. "Voto, tierra y soberanía. Cádiz y los orígenes dd municipalismo mexicano"
en Fran~ois-Xavier GUERRA (dir.), &voluciones hispdnicas, pp. 269-292.
12 ANNINO, Antonio, 1988, "Pratiche creole e liberalismo nella crisi dello spazio urbano colonia-

le: Il 29 novembre 1812 a Citta del Messico" en AntonioAnnino y Raffaelle Romanelli (eds.), Notabi-
li, elettori, elezioni, Quaderni Storici, Nuova Serie, 69, año XXIII, 3 (dic.). pp. 727-763.
l3 Sobre la labor de Rodríguez como editor véanse 1988, Servando Teresa de MIER, Obras comple-
102 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AM11RJCA LATINA. SIGLO XIX

ocupado, entre otras cosas, de comparar la emancipación novohispana con la Revo-


lución francesa y de explicar la transición a país independiente, así como de abordar,
en sus publicaciones más recientes, el proceso político de la independencia en Gua-
dalajara y el desarrollo del federalismo en Oaxaca, en los que analiza, además de otras
cuestiones, los procesos electorales que en estos espacios se dieron. 14 También se ha
ocupado de elaborar una visión general tanto de la independencia de la América es-
pañola como de todo el continente, amén de explicar la emancipación novohispana
en su interesante ensayo El proceso de la independencia de México. 15 Producto tanto
de sus propias investigaciones sobre el tema como del análisis de los nuevos estudios
que sobre él contamos, para esta explicación Rodríguez utiliza asimismo la perspec-
tiva autonomista y la repercusión que en el proceso tuvo el liberalismo español.

LAS ESPECIFICIDADES DEL PROCESO NOVOHISPANO

Menos numerosas en un principio que las anteriores, pero en constante aumento,


son las contribuciones que se han ocupado de los procesos políticos novohispanos
que tuvieron lugar tanto dentro del régimen colonial como en el ámbito de los mo-
vimientos insurgentes primero y más tarde en el del rrigarante, en particular los
producidos por la implantación del sistema constitucional -muy poco estudiados
hasta antes de la década de los ochenta-, así como de analizar las relaciones que

tas, v. IV La fimnación de un republicano, México: Coordinación de Humanidades, Universidad Nacio-


nal Autónoma de México; 1989, The Indepmdence ofMexico and the Creation ofthe New Nation, Los An-
geles: Universiry of California; 1992, Patterns ofContention in Mexican History, Wilmingron: Scholarly
Resources; 1994, Mexico in the Age ofDemocratic &volutions 1750-1850, Boulder: Lynne Rienner Pu-
blishers, y 1997, The Origins ofMexican National Politics 1808-1947. Wilmingron: Scholarly Resources.
14 RoDRIGUEZ O., Jaime E., 1989, "From Royal Subjecr to Republican Cirizen: The Role of che
Autonomisrs in che Independence ofMexico" en The Independence ofMexico, pp. 19-43; 1990, "Two
Revolucions: France 1789 and Mexico 1810" en TheAmericas, 47, pp. 161-176; 1992, "La Revolución
francesa y la Independencia de México" en Solange ALBERRO, Alicia HERNÁNDEZ CHAVEZ y Ellas TRA-
BULSE (coords.), La Revolución Francesa en Mlxico, México: El Colegio de México, pp. 137-153; 1993,
"La transición de colonia a nación, Nueva Espafia, 1820-1821" en Historia Mexicana, 170, 2 (ocr.-
dic.), pp. 265-322; 2003, "&y, religión, yndependencia y unión". elproceso político de la independencia en
Guadalajara, México: Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, y 2003, "'Ningún pue-
blo es superior a otro': Oaxaca y el federalismo mexicano" en Brian F. CoNNAUGHTON (coord.), Poder y
legitimidad en Mlxico en el siglo XIX: instituciones y cultura polftica, México: Universidad Autónoma Me-
tro poli rana-Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología-Miguel Angel Porrúa, pp. 249-309.
1s RooRIGUEZ O., Jaime E., 1992, El proceso de la independencia de Mlxico, México: Instituto de

Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Véanse también: 1991, "La paradoja de la independencia de
México" en Secuencia, 21 (sep.-dic.), pp. 7-17; 1993, "La independencia de la América espaliola: una
reinrerpreración" en Historia Mexicana, XUI, 3 (jul.-sep.), pp. 571-620; 1996, La independencia de la
América española, México: El Colegio de México-Fideicomiso Historia de las Américas-Fondo de Cul-
tura Económica, y 2000, "The Emanciparion of America' en The American Historical Review, 105, 1
(feb.), pp. 131-152.
"NUEVA HISTORIA POLÍTICA" Y PROCESO DE INDEPENDENCIA NOVOHISPANO 103

entre tales procesos se dieron y la consecuencia que unos en otros tuvieron, las que
han abierto otras líneas de investigación y han ofrecido nuevas explicaciones en
cuanto a estos procesos.
Cabe aclarar que la insurgencia novohispana, a la que tanto interés concedió
la historia oficial y que ha sido tan estudiada desde la tradicional perspectiva libe-
ral nacionalista, ha seguido interesando a no pocos autores. Desde mediados de los
cincuenta, Wilbert H. Timmons se ocupó de la figura y las actividades de José Ma-
ría Morelos y fue pionero en el estudio de la sociedad secreta de Los Guadalupes. 16
A partir de la década siguiente, Ernesto Lemoine abordó los esfuerzos insurgentes
por establecer un gobierno, muy en particular los coordinados por Morelos, 17
mientras que Ernesto de la Torre se ha interesado sobre todo en la vertiente cons-
titucional de la organización política insurgente y en la sociedad secreta de Los
Guadalupes, y se ha ocupado de elaborar una visión general del proceso indepen-
dentista. 18 Además, a mediados de los sesenta comenzaron a aparecer los trabajos
de Hugh M. Hamill Jr. sobre la insurgencia de Miguel Hidalgo; su extensa obra,
si bien no dedicada específicamente al análisis de las prácticas políticas insurgen-
tes, se ocupa de ellas en diversos momentos. 19 Y los numerosos trabajos de estos es-
pecialistas mucho han aportado al estudio de la historia política de la insurgencia,
amén de haber abordado nuevas temáticas que sirvieron para sentar no pocas de las
bases sobre los que se desarrollarían los estudios de los años siguientes.

16 Wilberc H. T!MMONS, 1959, "Los Guadal upes: A Secret Society in the Mexican Reva'lucion of

Independence", y I 963, More/os Priest Soldier Statesman ofMéxico, El Paso: Texas Western Pres s.
17 De Ernesto Lemoine véanse, entre otros: 1963, "Zitácuaro, Chilpancingo y Apatzingán. Tres

grandes momentos de la insurgencia mexicana" en Boletín del Archivo General de la Nación, IV, 3, pp.
385-71 O; 1965, More/os: Su vida revolucionaria a través de sus escritos y otros testimonios de la época, Mé-
xico: Coordinación de Humanidades, Universidad Nacional Autónoma de México; 1979, More/os y la
revolución de 181 O, México: Gobierno del Estado de Michoacán, y 1980, Insurgencia y República Fede-
ral 1808-1824. Estudio histórico. Selección, México: Banco Internacional.
18 De la abundante producción de De la Torre recojo aquí algunas muestras: 1964, La Constitución

de Apatzingán y los creadores del Estado Mexicano, México: Instituto de Investigaciones Históricas Univer-
sidad Nacional Autónoma de México; 1964, "El constitucionalismo mexicano y su origen" en Estudios so-
bre el Decreto Constitucional de Apatzingán, México: Coordinación de Humanidades, Universidad Nacio-
nal Autónoma de México, pp. 167-211; 1966, Los "Guadalupes"y la independencia, con una selección de
documentos inéditos, México: Editorial Jus, y 1982, La independencia mexicana, 3 vols., México: Secreta-
ría de Educación Pública-Consejo Nacional de Fomento Educativo-Fondo de Cultura Económica.
19 Véanse Hugh M. HAMMILL Jr., 1966, The Hidalgo Revolt. Prelude to Mexican lndependence.

Jacksonville, Florida: University of Florida Press; 1979, "Un discurso formado con angustia: Fr:¡ncisco
Primo de Verdad el nueve de agosto de 1808" en Historia Mexicana, XXVIII, 1 (ene.-mar.), pp. 438-
474; 1980, "Royalist Propaganda and 'La Porción Humilde del Pueblo' During Mexican Independen-
ce", en TheAmericas. v. XXXVI, 4 (abr.), pp. 423-444; 1991, "The Rector to che Rescue: Royalisc
Pamphleteers in che Defense ofMexico, 1808-1821" en RodericA. Camp, Charles Hale y Josefina Zo-
raida Vázquez {eds.), The State and lntellectuals Life in Mexico, México y Los Ángeles: El Colegio de
México, pp. 49-61, y 2003, "An '.Absurd Insurrection'?; Creole Insecuri ry, Pro-Spanish Propaganda, and
che Hidalgo Revolt" en Christon I. Archer (ed.), The Birth o/Modern Mexico 1780-1824, Wilmington,
Delaware: Scholarly Resources, pp. 67-84.
104 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMIIB.ICA LATINA, SIGLO XIX

Interesada desde hace mucho tiempo en las prácticas políticas que tuvieron lu-
gar dentro y fuera del sistema, me he ocupado de trabajar las formas de organización
y participación políticas de algunos sectores urbanos, en especial las de los autono-
mistas, a que dio lugar el régimen constitucional. Desde principios de los ochenta
he publicado diversos trabajos relativos a cuestiones tales como el golpe de Estado
de 1808, que diera inicio al proceso novohispano y que hiciera que éste asumiera ca-
racterísticas muy propias, o las conspiraciones y las sociedades secretas, que promo-
vieron tanto el establecimiento de órganos de gobierno alternos como la represen-
tación de los novohispanos en los diversos niveles del gobierno virreinal. También he
estudiado los procesos electorales que se dieron en la Ciudad de México como con-
secuencias de la revolución en España y que consiguieron para los autonomistas el
control de esas nuevas instituciones representativas creadas por la Constitución de
1812 que fueron los ayuntamientos constitucionales y las diputaciones provinciales,
así como el verse representados en las Cortes Generales. 20
De igual manera, he analizado tanto las repercusiones y las ligas que la insur-
gencia tuvo en y con diversos sectores urbanos como algunas de las prácticas polí-
ticas insurgentes, en especial con las que aquellos sectores estuvieron estrechamen-
te vinculados, como los intentos por establecer un gobierno insurgente que fuera
representativo y legítimo y ejerciera la soberanía, y los procesos electorales a que
dieron lugar y que adoptaron, en algunos de los casos, el modelo gaditano. Por úl-
timo, he estudiado los intentos de los insurgentes en el Departamento del Norte
para organizar su gobierno y el proceso independentista en la provincia de Texas,
no sólo en lo que se refiere al efecto que en ella tuvieron la revolución y el libera-
lismo hispánicos sino respecto de los esfuerzos insurgentes por contar, como los del
centro de la Nueva España, con un gobierno alterno, en los que se nota, además,
de manera muy clara la influencia estadounidense. 21

20 GUEDEA, Virginia, 1985, "Los Guadalupes de México", en Relaciones. Estudios de Historia y So-

ciedad. 23 (verano), pp. 71-91; 1989, "Las sociedades secretas durante el movimiento de independencia",
en The Independence ofMexico, pp. 4 5-62; 1991, "Las primeras elecciones populares en la ciudad de Mé-
xico: 1812-1813" en Mexican Studies!Estudios Mexicanos, 7, 1 (invierno), pp. 1-28; 1992, En busca de un
gobierno alterno: Los Guadalupes de México, México: Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad
Nacional Autónoma de México; 1993, "Una nueva forma de organización política: la sociedad secreta
de Jalapa, 1812" en Amaya GARRITZ (comp.), Un hombre entre Europa y América, Homenaje a juan An-
tonio Ortega y Medina, México: Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autóno-
ma de México, pp. 185-208; 1994, "El pueblo de México y la política capitalina, 1808 y 1812" en Me-
xican Studies/Estudios Mexicanos, 10, 1 (invierno), pp. 27-61, y 2003, "The Conspiracies of 1811: How
the Criollos Learned ro Organize in Secret" en The Birth ofModern Mexico 1780-1824, pp. 85-105.
21 GUEDEA, Virginia, 1986, "Los indios voluntarios de Fernando VII" en Estudios de Historia Mo-

derna y Contemporánea de México, 10, pp. 11-83; 1992, "De la fidelidad a la infidencia: los goberna-
dores de la parcialidad de San Juan" en Patterns ofContention, pp. 95-123; 1991, "Los procesos electo-
rales insurgentes" en Estudios de Historia Novohispana, 11, pp. 201-249; "Ignacio Adalid, un equilibrista
novohispano", en Mexico in the Age ofDemocratic Revolutions, pp. 71-96; 1996, La insurgencia en el De-
partamento del Norte. Los Llanos de Apan y la Sierra de Puebla, 1810-1816. México: Instituto de lnves-
"NUEVA HISTORIA POÚTICA" Y PROCESO DE INDEPENDENCIA NOVO HISPANO 105

Vinculados estrechamente con la insurgencia, pero dedicados sobre todo al estu-


dio de espacios que se vieron afectados primero por la ocupación de los insurgentes y
más tarde por el establecimiento del régimen constitucional, tenemos ya vatios traba-
jos interesantes, como los de Carmen Castañeda, quien desde mediados de los ochen-
ta se ocupó de analizar lo sucedido en Guadalajara durante el proceso de independen-
cia, en particular la participación que en él tuvo la élite de la ciudad capital de la
Nueva Galicia. 22 Asimismo, tenemos los de Carlos Juárez Nieto, quien desde los ini-
cios de los años noventa se ha ocupado de la ciudad de Valladolid de Michoacán, en
especial de su oligarquía. 23 También encontramos los de Moisés Guzmán Pérez, inte-
resado en la insurgencia michoacana y los gobiernos de los insurgentes, aparecidos
también a partir de los años noventa, 24 y los de Juan Ortiz, quien ha estudiado los
efectos que tuvo la insurgencia en el gobierno de los pueblos y sus repercusiones en la
Ciudad de México, el impacto de la Constitución española durante la administración
de Félix María Calleja, o el gobierno del Ayuntamiento constitucional capitalino. 25

tigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Dr. Jo-


sé María Luis Mora, y 2001, "Autonomía e independencia. La Junta de gobierno insurgente de San An-
tonio de Béjar, 1813" en La independencia de México, pp. 135-183.
22 CASTAJ\IEDA, Carmen, 1985, "Una élite y su participación en la independencia'' en Encuentro.

II, 4 (jul.-sep.), pp. 39-58; 1985, Don Miguel Hidalgo y don José Antonio Torres en Guadalajara. Guada-
lajara: UNED; 1994, "Élite e independencia en Guadalajara'' en Beatriz Rojas (coord.), El poder y el dine-
ro. Grupos y regiones mexicanos en el siglo XIX, México: Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis
Mora, pp. 71-92, y 1999, Los periódicos e impresos de Guadalajara, 1808-1811, Guadalajara: Ayunta-
miento de Guadalajara-Museo del Periodismo.
23 JuAREZ NIETO, Carlos, 1991, "La oligarquía y la guerra: 1811-1813" en Anales del Museo Mi-

choacano, 3 (may.), pp. 26-35; 1992, "Sociedad y política en Valladolid 1780-1816" en Estudios Mi-
choacanos lll, Morelia: El Colegio de Michoacán-Gobierno del Estado de Michoacán, pp. 76-98; 1994,
"Ayuntamiento y oligarquía en Valladolid de Michoacán ( 1808-1824)" en El poder y el dinero. Grupos
y regiones mexicanos en e/siglo XIX, pp. 53-70; 1994, "Un ayuntamiento mexicano ante la guerra de in-
dependencia. El caso de Valladolid de Michoacán" en Historias, 32 (abr.-sep.), pp. 45-53, y 2002, "El
intendente Manuel Merino y la insurgencia en Valladolid de Michoacán, 1810-1821" en Las guerras de
independencia en la América española, pp. 193-203.
24 GUZMÁN PÉREZ, Moisés, 1994, La Junta de Zitácuaro 1811-1813, Morelia: Universidad Mi-
choacana de San Nicolás de Hidalgo; 1996, Miguel Hidalgo y el gobierno insurgente en Valladolid, Mo-
relia: Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, y 2000, "Cádiz y el ayuntamiento consriru-
cional en los pueblos indígenas de la Nueva España, 1820-1825" en De súbditos del rey a ciudadanos de
la nación, Castellón de la Plana: Universitat Jaume l, pp. 305-324.
25 ÜRTIZ ESCAMILLA, Juan, 1996, "Calleja, el gobierno de la Nueva España y la Constitución de
1812" en Revista de lnvestigacionesJuridicas, 20, pp. 405-447; 1996, "Las élites de las capitales de pro-
vincia ante la guerra civil de 1810" en Historia Mexicana, XLVI, 2 (oct.-dic.) pp. 325-357; 1997, Gue-
rra y gobierno. Los pueblos y la independencia de México, Utrera: Universidad de Sevilla-El Colegio de
México-Instituto Mora-Universidad Internacional de Sevilla; 1999, "Entre la lealtad y el patriotismo
los criollos al poder" en Brian Connaughton, Carlos Illades y Sonia Pérez Toledo (coords.), Construc-
ción de la legitimidad política en México, México: El Colegio de Michoacán-Universidad Autónoma Me-
tropolitana-Universidad Nacional Autónoma de México-El Colegio de México, pp. 107-126, y 2001,
"Un gobierno popular para la ciudad de México. El Ayuntamiento constitucional de 1813-1814", en
La independencia de México y el proceso autonomista novohispano, pp. 117-134.
106 ENSAYOS SOBRE IA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMll.RiCA LATINA, SIGLO XIX

Vinculados también con la insurgencia y dedicados al estudio de una determi-


nada región, si bien dentro de un marco temporal más amplio que abarca desde los
finales del siglo XVIII hasta buena pane del XIX, contamos con varios trabajos, como
los de José Antonio Serrano, quien desde principios de los noventa ha estudiado
tanto la libertad de imprenta y la propaganda realista como la región de Guanajua-
to. En estos últimos se ocupa de analizar cómo la guerra y las instituciones libera-
les gaditanas transformaron la jerarquía territorial de esa región. Serrano sostiene
que Guanajuato se vio muy afectado por la guerra, la que potenció la influencia del
liberalismo gaditano, influencia que -señala- ahondó e institucionalizó los cam-
bios pero no los provocó y que tuvo lugar por medio de los ayuntamientos, las di-
putaciones provinciales, las milicias cívicas y las elecciones. 26
También se encuentran los trabajos de Michael Ducey, interesado en las rebe-
liones de los pueblos indígenas, en panicular de Veracruz, y el papel de sus élites,
aparecidos desde principios de los noventa, 27 y los de Antonio Escobar Ohmstede,
estudioso de las modalidades que la insurgencia asumiera en los pueblos indígenas
de las Huastecas y de los cambios y las continuidades que tuvieron lugar en su go-
bierno interno durante la transición de colonia a país independiente, dando cuenta
de los procesos electorales ordenados por la Constitución de Cádiz, de cómo sobre-
vivió la representación política de los indios y de cómo muchas veces los ayunta-
mientos constitucionales no lograron asumir el papel hasta entonces desempeñado
por los gobiernos indígenas, los que datan de la segunda mitad de los noventa para
acá. 28 Asimismo, los de Peter Guardino, que se ocupan de los campesinos y la for-

26 SERRANO ORTEGA, José Antonio, 1993, "La imprenta se fue a la guerra. La libertad de impren-

ta en la Nueva España (1811-1821)" en Memorias de la Acadmtia Mexicana de la Historia, XXXVI, pp.


39-68; 1994, "El discurso de la unión: el pauiocismo novohispano en la propaganda realista durante el
movimiento insurgente de Hidalgo" en Estudios de Historia Novohispana, XIY, pp. 157-177; 2001, Je-
rarquía territorial y transición polltica. Guanajuato 1790-1836, Zamora: El Colegio de Michoacán-lns-
tituto Mora; 2002, "La jerarquía subvertida: ciudades y villas en la intendencia de Guanajuato, 1787-
1820" en Las guerras de indepmdmcia m la Amlrica española, pp. 403-422, y 2002, "Villas fuertes,
ciudades débiles, milicias y jerarquía territorial en Guanajuato, 1790-1847", en La ciudad y /aguerra,
1750-1898, Castellón de la Plana: Universitat Jaume J, pp. 381-419.
27 DUCEY, Michael Thomas, 1992, "From Village Riot to Regional Rebellion: Social Procese in

che Huasteca, Mexico, 1760-1870", tesis de doctorado, UniversityofChicago; 1999, "Hijos del pue-
blo y ciudadanos: identidades políticas entre los rebeldes indios del siglo XIX", en Construcción de la le-
gitimidad polltica m Mlxico, pp. 127-151; 1999, "La causa justa: los defensores del dominio español
en el norte de Veracruz, 1810-1821" en Humberto Morales y William Fowler (coords.), El conservadu-
rismo mexicano m el siglo XIX (1810-191 O), México: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla-Uni-
versity of Saint Andrews-Gobierno del Estado de Puebla, pp. 37-57, y 1999, "Village, Nation and
Constitution: lnsurgent Poli tics in Papan da, Veracruz, 1810-1821" en Hispanic American Historical Re-
view, LXXIX. 3. pp. 463-493.
28 EscOBAR ÜHMSTEDE, Antonio, 1996, "Del gobierno indígena al Ayuntamiento constitucional
en las Huastecas hidalguense y veracruzana 1780-1853" en Mexican Studies!Estudios Mexicanos, 12, l
(invierno), pp. 1-26; 1997, "Los ayuntamientos y los pueblos de indios en la sierra huasceca, conflic-
tos entre nuevos y viejos actores, 1812-1840" en Lccicia Reina (coord.), La rt:indianización de Amirí-
"NUEVA HISTORIA POÚTICA" Y PROCESO DE INDEPENDENCIA NOVOHISPANO 107

mación del estado de Guerrero, o de los procesos electorales en Oaxaca. 29 En su li-


bro sobre Guerrero, Guardino explica cómo se dio la insurgencia en la región, quié-
nes se le unieron y quiénes la resistieron, y los porqués de estas actitudes. También
nos habla de los líderes insurgentes que en la región actuaron, de sus orígenes y de
sus resentimientos, así como de sus aportaciones al movimiento y de la ideología que
éste llegó a conformar, además de proporcionar una explicación sobre el efecto y la
aceptación que tuvo en la región el régimen constitucional.
De muy reciente factura son los trabajos de Alfredo Ávila, entre los que des-
taca su libro En nombre de la Nación. La formación del gobierno representativo en
México 1808-1824,30 aparecido en 2002 y cuyo tema central es el de la soberanía
nacional y sus representantes durante ese periodo. En él da cuenta de cómo se dio
el cambio de la representación de Antiguo Régimen a la del nuevo Estado tanto
dentro del régimen colonial como entre los insurgentes, por lo que su trabajo re-
sulta ser una visión integral del proceso que constituyó la formación de este gobier-
no representativo.
También reciente es el libro de Claudia Guarisco Los indios del valle de Méxi-
co y la construcción de una nueva sociabilidad política, 1770-1835, aparecido en
2003, dedicado a analizar cómo y por qué cambiaron las formas de sociabilidad
política indígenas, en el que sostiene que entre esos años los pueblos de indios de
dicha región desarrollaron una sociabilidad política híbrida que se encontraba a
medio camino entre la republicana-representativa y la de Antiguo Régimen, socia-
bilidad que se consolidaría en los años siguientes.3 1

A MANERA DE BALANCE

Como puede verse, es mucho lo que estos nuevos trabajos, y otros más que no
mencioné, han aportado al conocimiento del proceso independentista novohispa-
no en los últimos años. Así, desde hace tiempo ha quedado ya muy claro que la
emancipación de la Nueva España se inserta dentro del contexto más amplio con-
formado por la revolución hispánica y el que constituye la formación del Estado
nacional mexicano. También ha quedado claro que en él se dio, con sus continui-

ca, siglo XIX, México: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-Siglo XXI
Editores, pp. 294-316, y 2002, "Las dirigencias y sus seguidores. 1811-1816 La insurgencia en las
Huastecas", en Las guerras de indepmdmcia m la América española, pp. 217-236.
29 GUARDINO, Petcr F., 1996, Peasants, Politics, and the Formation od Mo:ico's National State Gue-
rrero, 1800-1857, Stanford: Stanford University Prcss, y 2000, "'Toda libertad para emitir sus votos':
plebeyos, campesinos y elecciones en Oaxaca, 1808-1850" en Cuadernos del Sur, 15 (jun.), pp. 87-114.
30 ÁVIIA RUEDA, Alfredo, 2002, En nombre de la Nación. La formación del gobierno represmtlltivo
m México 1808-1824, México: Centro de Investigación y Docencia Económicas-Taurus.
31 GUARISCO CANSECO, Claudia, 2003, Los indios del valle de Mlxico y la construcción de una nue-
va sociabilidad polltica, 1770-1835, México: El Colegio Mexiquense.
108 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX

dades y sus rupturas, un avance significativo en el tránsito del Antiguo Régimen a


la modernidad, en el que fue decisivo el impacto del liberalismo español. Asimis-
mo ha quedado claro que el proceso novohispano presenta características muy pro-
pias, derivadas tanto de las particulares circunstancias novohispanas y de las mo-
dalidades que en el virreinato asumieran la revolución y el liberalismo hispánicos
como de las especificidades que ofreciera la insurgencia y, en especial, de las vincu-
laciones que se dieron entre los procesos ocurridos dentro y fuera del sistema y de
las repercusiones que tuvieron unos sobre otros.
Pero también puede verse que todavía queda, y no poco, por hacer. Un ejem-
plo lo constituyen los estudios que se han ocupado de abordar las formas que en la
Nueva España asumió la representación, los que se han ocupado sobre todo de la
representación popular, la de cuño liberal, y muy en particular de ese medio para
llevarla a cabo y garantizarla que constituyeron los procesos electorales a que dio lu-
gar el establecimiento del régimen constitucional gaditano, mientras que han sido
menos los dedicados a las formas estamentales de representación y los elementos de
continuidad que presentaron, las diversas formas que asumió la función represen-
tativa o las instancias que permitieron la formación y la manifestación de la volun-
tad política de los representados. Tampoco se ha estudiado con detalle, salvo en al-
gunos casos, las expresiones concretas de la representación entre los insurgentes ni
las condiciones en que se dieron.
Menor ha sido la atención puesta en cuestiones relativas a la soberanía, sustento
del poder estatal y origen de todo orden civil, y en las que se refieren a la legitimidad,
que asegura la obediencia de la sociedad e integra las relaciones de poder. Si bien la
soberanía ha sido muy abordada en cuanto a los diversos cambios que por entonces
sufriera en el nivel conceptual -esto es, cómo de la soberanía depositada en el rey se
pasó al pueblo soberano-, faltan una revisión y un análisis serios de los interesantes
debates a que dio origen tanto dentro del régimen colonial como de la propia insur-
gencia, así como de las formas que asumió su ejercicio en uno y en otra. Y en cuanto
a la legitimidad, falta estudiar desde cómo se dio en los distintos niveles dentro de un
régimen colonial que, precisamente por serlo, debía buscar en la metrópoli sus refe-
rentes de legitimidad al tiempo que en dicha metrópoli se construía un nuevo orden
político y, con él, unos nuevos referentes de legitimación. Asimismo resulta importan-
te ver cómo la monarquía española fue perdiendo legitimidad entre los insurgentes,
quienes primero buscaron alcanzar el poder dentro del orden establecido para después
decidirse a intentar la creación de un nuevo Estado, ya no monárquico.
Por otra parte, se ha centrado la atención en los sectores políticos que rápida-
mente se modernizaron, dejando en gran medida marginadas las contribuciones de
otros grupos como fueron los conservadores. De igual manera, se ha privilegiado
el estudio del régimen constitucional dentro del sistema; también, aunque en me-
nor medida, el del efecto que tuvo la constitución gaditana en la insurgencia. Así,
se han dejado un tanto de lado los inicios del proceso. Todavía más se ha dejado
de lado lo ocurrido durante los años en que se volvió al Antiguo Régimen, el lla-
"NUEVA HISTORIA POLlTICA" Y PROCESO DE INDEPENDENCIA NOVOHISPANO 109

mado sexenio absolutista, cuando las autoridades novohispanas se dedicaron a


combatir a una insurgencia cada vez más atomizada al tiempo que ésta buscaba con
desesperación el establecimiento de un gobierno alterno, aunque fuera tan sólo en
el nivel regional.
Faltan también no sólo nuevas interpretaciones generales del proceso de
emancipación en su conjunto sino estudios específicos referidos a las diversas mo-
dalidades que éste asumió, precisamente, en los niveles regionales y locales. Pero
sobre todo falta estudiar, de manera sistemática e integral, cómo el régimen novo-
hispano ejerció el poder durante todos esos años, tanto en lo que se refiere a las ins-
tituciones que regularon este ejercicio como en lo que tiene que ver con las funcio-
nes mediante las cuales se ejerció.
Terminaré señalando que todo lo anterior tiene como principal propósito ha-
cer un reconocimiento de las aportaciones que en los últimos años han hecho diver-
sos autores al estudio de la emancipación novohispana. Y, derivado de ello, el animar
a otros a proseguirlas. Mencionaré una posibilidad que puede tener buena acogida,
y es la de emprender trabajos de historia comparativa para contrastar el caso novo-
hispano en sus diversos aspectos con lo ocurrido en el resto de la América española,
lo que permitirá no sólo precisar tanto sus semejanzas como sus diferencias sino tam-
bién entender mejor los procesos más amplios en el tiempo y en el espacio de los que
forman parte.
LIBERALISMOS DECIMONÓNICOS: DE LA HISTORIA
DE LAS IDEAS A LA HISTORIA CULTURAL E INTELECTUAL

ALFREDO ÁVILA *
El liberalismo no es un objeto de estudio novedoso en la historiografía mexicana
ni en la latinoamericana. Incluso si prescindiéramos de las grandes obras de his-
toria patria elaboradas en la segunda mitad del siglo XIX (cuyo propósito era, en
buena medida, contribuir a la invención de las naciones por medio de la elabora-
ción de genealogías liberales: Jiménez Mareé, 2002), hallaríamos algunos traba-
jos muy tempranos dedicados a esa temática. Es el caso de Liberalism in Mexico
1857-1929 de Wilfrid Hardy Callcott, publicado en 1931. Este libro señala la
continuidad del liberalismo de la época de la Reforma con la Revolución de 191 O
y los primeros gobiernos emanados de ella. Por tal motivo, no excluye al Porfiria-
to de esa tradición, aunque admite que durante el régimen de Díaz predominó un
"liberalismo conservador". Callcott consideraba el liberalismo como una fuerza
irresistible, necesaria para la construcción del Estado nacional mexicano, pues
contaba con el apoyo de las clases medias educadas y de los mestizos, quienes for-
maban la mayor parte de la población del país (Callcott, 1965). Con una pro-
puesta semejante a ésta, pero de mayor alcance, Daniel Cosío Villegas y un gru-
po de destacados historiadores abordaron a partir de la década de 1950 el periodo
iniciado con el triunfo del liberalismo sobre "la reacción conservadora'', en la His-
toria moderna de México. Según Cosío Villegas, los años de 1867-1911 forman
una etapa constructiva fundamental que daría cuerpo al "rostro de un país orga-
nizado a la moderna'' adquirido gracias a la Constitución de 1857. 1 A diferencia
de esta interpretación, Jesús Reyes Hernies consideraría que el proyecto de mo-
dernización de México debía estudiarse desde el momento mismo de la lucha por
la independencia. El liberalismo mexicano es una de las más impresionantes apor-
taciones a la historia de las ideas decimonónicas, en la cual quedaron asentados
de un modo contundente algunos de los prejuicios construidos a lo largo de va-
rias décadas en torno de la identidad de la historia patria y el liberalismo. No es
la historia de esa ideología en México sino la del liberalismo de México, produc-
to peculiar y único del desarrollo histórico de este país. Por lo anterior, puede ase-
gurarse que el liberalismo forjaría las características esenciales de la nación, como

* Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México.


1 Coslo VILLEGAS, 1955, p. 13. En el mismo sentido, véase GoNzALEZ, 2000.

[111]
112 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

la forma de gobierno republicana, el federalismo, la democracia y la defensa de la


soberanía. 2
En las décadas recientes, los historiadores dedicados al estudio del siglo XIX
mexicano han puesto en duda muchas de las conclusiones de autores como Call-
cott, Cosía Villegas y Reyes Hernies. En este proceso han sido importantes la in-
vestigación documental y la apertura de nuevas temáticas, pero sobre todo la ela-
boración de hipótesis e interpretaciones surgidas de un mayor contacto con otras
disciplinas y de la comparación con otras experiencias nacionales. 3 Por tal motivo,
en las páginas que siguen, lejos de pretender hacer un recuento de la cada vez más
numerosa historiografía sobre el tema, pondré mi atención tan sólo en las interpre-
taciones más destacadas de lo que se ha dado en llamar la nueva historia política.
Como también estoy convencido de que uno de los elementos más benéficos para
la renovación de los estudios sobre los liberalismos decimonónicos ha sido el ma-
yor conocimiento de procesos semejantes en otros países, procuraré referirme (aun
sin la profundidad necesaria) a la historiografía que también en los años recientes
se ha elaborado sobre los liberalismos latinoamericanos. 4

2 En palabras de Reyes Hernies: "la idea federal, aparte de forma jurídica, por estar en la concien-

cia de los mexicanos, es ideal operante y ninguna mejor prueba podemos obtener sobre su reciedum-
bre", lo cual conduciría a una necesaria "identidad federalismo-liberalismo, tan peculiar de nuestra evo-
lución política", REYrS HEROLES, 1961, P· 394.
3 En este sentido, vale la pena resaltar la importancia de una gran cantidad de libros colectivos,

publicados en los pasados años, con estudios de caso de diferentes países latinoamericanos. Algunos de
esos libros serán citados más adelante.
4 Lo que sigue se basa en la ponencia "El primer liberalismo mexicano en la nueva historiografía

política" que presenté en el Coloquio Internacional "Los caminos de la democracia en América Latina:
revisión y balance de la 'Nueva Historia Política', siglo XIJ<", celebrado en El Colegio de México en 27
y 28 de noviembre de 2003. Los comentarios realizados en esa reunión me hicieron modificar algunas
de mis apreciaciones y, sobre todo, considerar de una manera más importante la historiografía sobre el
tema en el resto de América Latina, aunque la ingente producción me haya impedido, de momento,
proponer algo más que un acercamiento. Dejo de lado, pues, muchos autores que debería considerar.
En la mayoría de los libros colectivos citados hay más artículos que también merecían atención. Por úl-
timo, no abordaré los estudios dedicados a los aspectos económicos y fiscales del liberalismo, como los
de CARGMAGNANI, 1994; CARMAGNANI, I995, y MARICHAL, 1996. Este trabajo es parte de mis investiga-
ciones acerca de la historia de las ideas producida en las décadas recientes del proceso de emancipación
mexicano, que forma parte del proyecto "La independencia de México: temas e interpretaciones recien-
tes", apoyado por la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Nacional
Autónoma de México (Proyecto PAPllT IN402602). Poco antes de concluir el presente trabajo, leí el ar-
tículo de Mirian Galante dedicado a la historiografía del liberalismo mexicano publicada en las pasadas
dos décadas. La aurora divide en cuatro las posiciones historiográficas sobre el tema: la primera incluye
a autores como Reyes Hernies, Cosía Villegas y Charles Hale y presume la "naturalidad" del liberalis-
mo. La segunda, ejemplificada por Fernando Escalante, niega la realización práctica del liberalismo;
mientras que la tercera, aquella que aborda el liberalismo popular, afirma lo contrario. Por último, en-
globa a autores como Antonio Annino, Fran~ois-Xavier Guerra y Jaime E. Rodríguez O. en una cuarta
posición interpretativa, que aborda el tema desde lo político (GALANTE, 2004, p. 163). Como se verá
más adelante, yo coincido sólo parcialmente con esta interpretación. Para mí, Hale es uno de los respon-
sables del revisionismo y es, por lo mismo, muy distinto a Reyes Heroles y Cosía Villegas. El segundo
LIBERALISMOS DECIMONÓNICOS 113

EL REVISIONISMO Y LA IMPOSIBILIDAD DEL LIBERALISMO

Las obras de Cosío Villegas y Reyes Hernies fueron de una enorme erudición y se-
riedad, pero no rompieron con la interpretación decimonónica, según la cual (en
términos muy simples) la historia patria era la de un pueblo que, gracias a algunos
destacados prohombres, se fue imponiendo a los grupos oligárquicos, reaccionarios
y extranjerizantes. La ideología de ese pueblo era nacionalista y liberal, aunque a
veces no lo supiera, y favorecía el gobierno republicano, federalista y democrático.
Admito que esta caracterización es muy burda, pero no resulta extraño hallarla tal
cual en muchos autores, incluso académicos. Por supuesto, desde hace varias déca-
das hay excepciones. Entre las más destacadas está el libro de Charles A. Hale Me-
xican Liberalism in the Age ofMora 1821-1853, publicado en 1968, un brillante
abordaje de las ideas políticas, sociales y económicas de la primera mitad del siglo
XIX mexicano, en el cual, entre otras cosas, se desmentían los vínculos necesarios
que autores como el propio Jesús Reyes Hernies habían establecido entre liberalis-
mo y federalismo, democracia y republicanismo. En definitiva, no todos los cen-
tralistas eran conservadores ni todos los republicanos liberales. Por su parte, los
yorkinos (lo más parecido a un demócrata en los primeros años de la república) no
eran muy respetuosos de la Constitución ni de los derechos civiles. También mos-
traba que el pensamiento de los más destacados ideólogos de esa época, el liberal
José María Luis Mora y el conservador Lucas Alamán, tenía más semejanzas que
diferencias. Desde una perspectiva diferente, Edmundo O'Gorman llegaría a con-
clusiones similares. Tras mostrar las contradicciones de sus proyectos, explicaba que
tanto liberales como conservadores, al final, querían lo mismo para México: mo-
dernizarlo, pero conservarlo. 5
En estos estudios -en especial en el de Hale-- se apuntaba ya una caracte-
rística que se desarrollaría en la historiografía política posterior: incluso los más
convencidos liberales emplearon prácticas autoritarias en algún momento de sus
carreras. Sin embargo, el revisionismo abierto por libros como los de Hale y
O'Gorman no fue continuado en la disciplina de la historia de las ideas, salvo por
algunos historiadores como Juan Antonio Ortega y Medina, quien insistiría en las
"discrepancias" que los políticos y pensadores mexicanos (e hispanoamericanos)
tenían con la Ilustración y el liberalismo europeos, debidas, entre otras cosas, al
peso de "la tradición católica paternalista de origen colonial" .6 Serían los historia-

modelo de Galante ya lo habla apreciado, pero no así los tercero y cuarto de modo que, a última hora,
dividí en dos el capítulo que había dedicado a la historiografía de la cultura polltlca, para hacer un apar-
tado más sobre la tesis del liberalismo popular. Por último, agrego a algunos autores que, desde la his-
toria intelectual, también abordan el tema del liberalismo.
5 HALE, 1991, pp. 302-305; O'GoRMAN, 1977, pp. 77-81. En el mismo sentido VAzQUEZ, 1999.
6 ORTEGA Y MEDINA, 1985, p. 22. Por razones semejantes, afios antes José Miranda aseguraba que
"el liberalismo espafiol falló en el intento de erigir un edificio político sobre cimientos democráticos" y
"urdir una sociedad liberal" (MIRANDA, 1956, pp. 196-199), aunque este autor, a diferencia de Ortega
114 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

dores de los aspectos políticos los que recogerían y desarrollarían estas tesis. La
aparente paradoja del discurso liberal combinado con prácticas autoritarias había
sido señalada, en el caso venezolano, desde años antes por Germán Carrera Da-
mas, para quien resultaban incomprensibles las cada vez más prolongadas dictadu-
ras, toda vez que consideraba al liberalismo latinoamericano como democrático y
bandera de la causa del pueblo (Carrera Damas, 1959). Ni siquiera la tan glorifi-
cada época de la Reforma liberal y la República Restaurada en México pasó la
prueba de la coherencia entre el discurso y la práctica. No sólo obraba en contra
del proyecto modernizador la "realidad reaccionaria'',7 sino que incluso uno de los
más claros exponentes de los políticos liberales, Benito Juárez, en sus empeños por
subir a su país en el carro del progreso empleó medios autoritarios (Perry, 1978).
En una visión amplia sobre América Latina, Dení Treja Barajas arribó a conclu-
siones similares (Treja Barajas, 1988), mientras que en un estudio sobre Brasil, la
misma autora concluyó que

en términos generales podemos decir que el liberalismo dominó en gran parte de las
acciones de la élite intelectual y política del Brasil; sin embargo, las condiciones estruc-
turales (el poder económico de los grandes terratenientes esclavistas y de los comer-
ciantes) imposibilitaron que, de manera radical, un proyecto de carácter liberal en su
totalidad, tuviera éxito, de ahí que coexistiera éste con elementos que contradecían sus
postulados clásicos (Trejo Barajas, 1989, p. 63).

Como no podía ser de otra manera, las características sociales, culturales y po-
líticas que impidieron en el siglo XIX el desarrollo pleno del liberalismo, fueron he-
redadas del orden virreinal ibérico. 8 En este sentido, la obra de Franc;:ois-Xavier
Guerra cobraría una importancia relevante. Como es sabido, este autor introdujo
en América Latina una discusión que había rendido frutos en la historiografía po-
lítica francesa, en especial sobre la Revolución de 1789. En términos generales,
abordó temas que, si bien ya se habían trabajado antes, como los procesos electo-
rales, la construcción de la opinión pública y de la ciudadanía, no formaban parte
de los estudios clásicos del liberalismo, aunque parezca paradójico. Guerra también
aportó algunos términos que podían servir como alternativas a la ya tan poco acep-

y Medina, no lo arribuía sólo a la susodicha herencia del despotismo trisecular sobre el pueblo sino, de
modo más importante, a algunas "desviaciones" de los mismos liberales (aunque éstas también pudie-
ron ser producro del peso de la tradición política). En todo caso, lo que puede discutírsele a Miranda,
como después a otros autores, es si los liberales pretendían construir un "edificio político sobre cimien-
tos democráticos". Para el caso de México, Miranda elaboraría orro artículo con conclusiones semejan-
tes: MIRANDA, 1959.
7 Así la llamó, en 1976, Luis González, quien aseguraba que "ninguno de los objetivos liberales

encontraba clima propicio en México": GoNzALEZ, 2000, pp. 644-646.


8 La importancia de las herencias coloniales para el desarrollo (o subdesarrollo) de América La-

tina no es tampoco un tema nuevo. Véase STEIN y STEIN, 1970.


LIBERALISMOS DECIMONÓNICOS 115

table mancuerna liberalismo-conservadurismo, como "modernidad" y "tradición".


Su insistencia en que la modernidad política, a comienzos del siglo XIX, se hallaba
más arraigada en los dominios europeos de la monarquía española que en los ame-
ricanos, contradijo una de las hipótesis más queridas de la historiografía latinoame-
ricana, que interpretaba las emancipaciones como movimientos libertarios opues-
tos al absolutismo ibérico. 9 La búsqueda de elementos de una cultura política
tradicional en la época revolucionaria y más adelante en el siglo XIX también rin-
dió buenos frutos, sobre todo, porque ha permitido explicar el comportamiento de
diversos actores políticos, desde los grupos dirigentes hasta los pueblos de indios.
Es verdad que en sus diversos estudios, Guerra no sólo resaltaría las supervivencias
corporativas en la época independiente sino que también se encargaría de hallar
rasgos de sociabilidades modernas en el periodo anterior a las emancipaciones, 10
pero me parece que en la mayoría de los trabajos y autores inspirados por su obra
(aunque sea de forma indirecta), se ha rescatado, sobre todo, la continuidad de la
cultura política tradicional para explicar, de esa manera, las "anomalías" del libera-
lismo latinoamericano.
Está claro que las sociedades latinoamericanas no se transformaron de la noche
a la mañana sólo por la emancipación política y por el establecimiento de los regí-
menes constitucionales. Es verdad que las élites, los grupos sociales intermedios y
la población urbana, en general, consiguieron forjar sociabilidades modernas, en es-
pecial por medio de la prensa y asociaciones, como las tertulias; pero autores como
Cristóbal Aljovín de Losada insisten en que, pese a lo anterior, las comunidades in-
dígenas y "el mundo rural" (la mayor parte de la población de Perú y los otros paí-
ses de América Latina) mantuvieron "un complejo sistema de informalidad, depen-
dencia y patronazgo, basado en premios y castigos, que sostenía el armazón de la
sociedad y hacía funcionar el mundo político" (Aljovín de Losada, 2000, p. 215).
En el caso peruano, las condiciones sociales, las necesidades económicas, y otros fac-
tores condujeron al mantenimiento de muchas de las características del orden vi-
rreinal por parte de los políticos liberales (Piel, 1981, pp. 313-315). Según muchos
autores, la cultura política organicista y las "tradiciones y principios" heredados del
virreinato seguían siendo predominantes. De esta manera, el ciudadano que se pre-
tendió construir en el siglo XIX mantenía, en realidad, muchas de las características
de los vecinos, miembros de una comunidad de Antiguo Régimen. 11 Es cierto que
las nuevas sociabilidades se iban abriendo paso, pero la tradición seguía vigente, lo
cual favoreció ciertas características singulares en la vida política decimonónica la-

9 GUERRA, 1992; ÁVIl.A, 2004a. En el mismo sentido, BRE1'1A, 2000 subraya los elementos reac-
cionarios al liberalismo español en el movimiento de emancipación mexicano. Una interpretación di-
ferente, en las obras de Jaime E. Rodríguez O., quien resalta el papel de los liberales en la independen-
cia; en especial RoDRIGUEZ O., 1989 y RoDRIGUEZ O., 1993.
10 GUERRA y LEMPÉRIÉRE, 1998; LEMPÉRIÉRE, 1998.
11 Avendaño asegura que la ciudadanía liberal en Centroamérica "reflejó a una sociedad colo-

nial", AVENDAÑO, 1995, p. 78. Véase rambién CARMAGNANI, 1993.


116 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

tinoamericana, como la búsqueda de la unanimidad (vestigio del corporativismo,


según Guerra, 1980) y el mantenimiento de un orden de notables, en el que las
elecciones, pese a ser el sustento de los nuevos gobiernos, eran por lo general frau-
dulentas y manipuladas. l2
Así, la supervivencia de elementos tradicionales explicaría las "peculiaridades"
del liberalismo latinoamericano decimonónico. Una de las principales característi-
cas de la cultura política del Antiguo Régimen es el corporativismo, elemento que
no pocos autores aprecian en las prácticas de comunidades e individuos después de
las revoluciones de independencia. Parece aceptable la hipótesis de que en los pue-
blos indígenas prevaleció la representación de tipo comunitario, anterior al consti-
tucionalismo, y de seguro no es un caso único. Sin embargo, me parece exagerado
cuando se apunta que el orden notabiliar (o mejor, la ausencia de un orden demo-
crático) prevaleciente en el siglo XIX es una prueba del corporativismo o de una su-
pervivencia tradicional. Xiomara Avendaño, en su estudio acerca de la federación
centroamericana, asegura que como los ganadores en la mayoría de los procesos
electorales eran "hombres de bien, de familia, de honorabilidad; [entonces] fue una
representación corporativa''. 13 Mientras tanto, las élites políticas mexicanas "utili-
zaron el liberalismo como referente, pero en realidad su comportamiento siguió
siendo de Antiguo Régimen", pues procuraron excluir a la mayoría de la población
de la toma de decisiones (según Ortiz Escamilla, 1997, p. 91). Creo que se confun-
de liberalismo con democracia. En todo caso, América Latina no era excepcional.
Ni en Europa ni en Estados Unidos los procesos electorales pretendían ser por
completo incluyentes (al contrario) y la manipulación y el fraude eran sólitos.
Aclaro de una vez que no cuestiono la persistencia de una cultura política tra-
dicional en muchas de las prácticas del siglo XIX latinoamericano. Lo que me pare-
ce discutible es insistir en que esto representa una irregularidad o una anomalía en
el liberalismo de la región, o que -debido a "la tradición política anterior"- de-
bamos considerar que las relaciones entre los nuevos ciudadanos y los gobiernos
eran "sui generis" (Guarisco, 2003, p. 269). La permanencia del Antiguo Régimen
también está bien documentada en Europa, al menos hasta la Gran Guerra (Ma-
yer, 1984) y de seguro no erraría el autor que atribuyera a la supervivencia del tra-
dicionalismo algunas (pero no todas) características del liberalismo decimonónico
en ese continente. En buena parte de la cuenca atlántica, convivieron formas de re-

12 GUERRA, 1999, p. 58; TERNAVASIO, 1999, pp. 124y121; TERNAVASIO, 2003; MOCKE, 2001, pp.

311-313. AGUll.AR RlvERA, 1998 y ÁVIl.A, 2002, entre otros autores, consideran que el orden notabiliar
no es una herencia del Antiguo Régimen, pues cualquier gobierno representaávo lo favorece. Véase
también POSADA CARBÓ, 2000b.
13 AVENDAl'lO, 1995, p. 78. Para el caso de Guadalajara, México, Jaime E. Rodríguez O. asegura

que preferir hombres "probos" como representantes es también una supervivencia de normas tradicio-
nales (RODR!GUEZ O., 2003, p. 36). Yo no veo en esto una permanencia de la cultura política tradicio-
nal, pues ningún régimen representativo moderno pretendería encumbrar a individuos ímprobos o des-
honestos.
LIBERALISMOS DECIMONÓNICOS 11 7

presentación, de participación y de pensamiento que podríamos considerar tradi-


cionales, con las modernas. 14 América Latina no fue, en este sentido, excepcional.
Tampoco lo fue por la aparición de ciertas prácticas que, como el caudillismo o los
grupos intermedios, no eran tamo una herencia de la época del dominio español
como fenómenos novedosos. Las lógicas de participación ciudadana no deben re-
ducirse sólo a la oposición entre tradición y modernidad. 15
Enrique Momalvo Ortega, en su colaboración para El águila biftonte (uno de
los libros más decisivos de la llamada nueva historia política acerca del liberalismo
autoritario mexicano) nos ofrece una pista acerca de por qué algunos historiado-
res (como él mismo) consideran que el liberalismo latinoamericano fue incomple-
to, sui generis o, de plano, imposible: "en México y en América Latina el terreno
no estaba abonado para el desarrollo del liberalismo, por el contrario, se presenta-
ba adverso a una organización liberal e individualista de la sociedad". 16 En cam-
bio, según este autor, en "Europa el liberalismo se generó de una manera más o
menos espontánea''. 17 Esta creencia en el desarrollo pleno del liberalismo europeo
y en lo mocho del latinoamericano no es nueva. En Ciudadanos imaginarios, Fer-
nando Escalame se percató de que la desesperación de los intelectuales mexicanos
decimonónicos ame la crisis de su patria se debía, entre otras cosas, a que idealiza-
ban la realidad de España, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos (Escalame,
1992, pp. 17-18). Estos países eran el norte de buena parte de los políticos latino-
americanos, pese a que ninguno mostraba las características puras que se les atri-
buía. Puede parecer paradójico, pero el propio Escalame hace lo mismo que notó
en los historiadores y letrados del siglo XIX. En un estudio sobre el liberalismo me-
xicano propuso un modelo 18 para, después, compararlo con "el orden real". El re-
sultado no podía ser sino decretar "la imposibilidad del liberalismo en México".
Sin embargo, el análisis propuesto por este autor va más allá de lo que en su mo-
mento había hecho Juan Amonio Ortega y Medina. Por supuesto, el liberalismo
inglés era imposible en México, lo cual lleva a Escalame a reconocer, en un traba-
jo posterior, la diversidad de liberalismos, pero no logra escapar a la tentación de
buscar una definición, así sea mínima, para su objeto de estudio (con lo cual, de

14 Beatriz Urías Horcasiras reconoce, siguiendo la conocida tesis de António Manuel Hespanha,
que en Europa los poderes regionales no fueron una anomalía en la construcción del nuevo Estado sino
un límite para el Leviatán. No obstante, afirma que en México caciques y oligarquías "articularon una
lógica prerrepublicana basada en la manipulación electoral y los sistemas de intermediación política, lo
cual no significó necesariamente la estructuración de espacios de poder independiente que establecieran
límites al poder del nuevo Estado" (URIAS, 1997, p. 217).
15 Véase el interesante estudio de GoNzALEZ BERNALDO DE Qu!Rós, 2001, en especial las pp.
297-304.
16 MüNTALVO ORTEGA, 1995, p. 249.
17 MoNTALVO ORTEGA, 1995, p. 248.
18 El modelo es "el liberalismo inglés" (ESCAIANTE, 1999, p. 18), aunque no estoy muy seguro acer-

ca de si todos los liberales ingleses decimonónicos compartirían, por completo, las características de ese
modelo. Nótese la semejanza de la propuesta de Escalante con la ya citada de ÜRTEGA Y MEDINA, 1985.
118 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

nuevo, esencializa un proceso histórico), con el fin de compararla con lo que su-
cedía en el siglo XIX mexicano:

El primer propósiro, definitivo, de la idea liberal es la limitación del poder político.


Pero para que dicho propósito tenga sentido es indispensable, antes que nada, que
exista el poder político: relativamente concentrado, eficaz y reconocido (Escalante,
2001, p. 81).

Esto conduce al autor a recuperar su vieja sentencia: "no hubo nunca en Mé-
xico un orden liberal" (Escalante, 200 l, p. 90), pues los liberales de este país no se
enfrentaron a un Estado al que pretendieran limitar, por la simple razón de que tu-
vieron que construirlo. Para conseguir esto, fueron pragmáticos y autoritarios. En
la carrera política de hombres como Benito Juárez y Porfirio Díaz se presentó, en
palabras de Paul Garner, una mezcla de ideales democráticos y una práctica tradi-
cionalista (Garner, 2003, pp. 30 y 77-80; en el mismo sentido Safford, 1985, p.
421). En el fondo de estas interpretaciones se halla el supuesto positivista que dis-
tingue el discurso, o las ideas, de los hechos y la práctica, como si aquéllas no lo
fueran también. Más adelante, al referirme a la nueva historia intelectual, volveré
sobre ese asunto. De momento, para cerrar este apartado, sólo mencionaré que el
acercamiento culturalista a la historia latinoamericana no ha hecho, en muchos ca-
sos, más que arraigar el prejuicio de que en esta región son importantes la tradi-
ción, las redes de parentesco y el patronazgo en las actividades sociales y políticas,
como si no sucediera así en otros países adánticos. 19

DE LA "SEGUNDA CONQUISTA" AL LIBERALISMO POPULAR

Como hemos visto, una de las principales razones para argüir que el liberalismo en
América Latina fue incompleto o, al menos, sui generis, es una muy idealizada in-
terpretación de ese pensamiento y sus proyectos (Hale, 1997). Algunos historiado-
res, menos convencidos de las virtudes del liberalismo, han señalado que no debe-
mos extrañarnos por la exclusión de amplios sectores sociales o por la falta de
democracia. En un artículo sobre el caso venezolano, Miquel Izard ya llamaba la
atención sobre la idea, algo exagerada, que tienen muchos historiadores de un li-
beralismo incluyente y democrático, la cual, cuando se confronta con las políticas
decimonónicas, muestra el abismo entre ideas y prácticas.

No deberíamos escandalizarnos por las limitaciones programáticas de federales o libe-


rales en los países latinoamericanos. Lo que no tiene justificación alguna, lo que es una

19 GARNER, 2003, p. 9. En el mismo sentido también WIARDA, 2001, p. 113. Esta tendencia se

veía ya desde el estudio pionero de ALMOND y VERBA, 1965 (aunque la primera edición es de 1963).
LIBERALISMOS DECIMONÓNICOS 119

falacia, es haberlos querido presentar como lo que no fueron, como dirigentes revolu-
cionarios abjurando de sus vinculaciones de clase y misteriosamente dirigiendo unas
revoluciones populares. Tales anacronismos y chapuzas han sido perpetrados no por
quienes están interesados en saber lo que ocurrió, sino por quienes inventan un pasa-
do para unos grupos actuales bien concretos (Izard, 1987, p. 129).

La posición de lzard es compartida por varios autores. Creo que Florencia


Mallon tiene razón cuando señala que, en el caso mexicano, a partir de 1968 los
historiadores y otros científicos sociales abandonaron la creencia de que la historia
de su patria había sido la de un difícil pero continuo avance de instituciones de-
mocráticas, para interpretarla, en cambio, desde el punto de vista de "la continui-
dad del autoritarismo" (Mallon, 1989, p. 50). Sólo podría agregar que ese desen-
canto es compartido en otros países a lo largo de América Latina. A partir de la
década de 1970, no fueron pocos los autores que supusieron que "la era liberal fue
un periodo trágico [en especial] para los campesinos indígenas", lo cual explicaba
por qué éstos, "por lo general un grupo pacífico y hasta tímido, recurrieron a la vio-
lencia''.2º Sin embargo, fue en la siguiente década cuando aparecieron algunos de
los libros más significativos que sustentaban esta tesis. Charles Berry apuntó cómo
los indígenas oaxaqueños que vivían en las cercanías de las ciudades, sufrieron el
embate del liberalismo reformista, en especial en lo que respecta a la enajenación
y redistribución de la propiedad comunal, pero señaló, asimismo, que los pueblos
de la sierra se aliaron con los liberales en diversos momentos, bien que no se detu-
vo a explicar con detenimiento este fenómeno (Berry, 1981, pp. 194-196).
La mayoría de los autores ha coincidido en que el impacto negativo del libe-
ralismo para los indígenas tuvo que ver con la distinta concepción acerca de la pro-
piedad de los recursos naturales, tales como la tierra. Mientras el proyecto de los
liberales iba encaminado a hacer una nación de pequeños propietarios, los pueblos
concebían sus recursos como un asunto comunal. Por supuesto, son pocos los au-
tores que ven planes malévolos en los liberales para fomentar la gran propiedad.
Casi siempre se coincide que las intenciones de esos hombres eran honestas y te-
nían por objetivo modernizar sus países e, incluso, beneficiar a la población indí-
gena. Sin embargo, les faltó sensibilidad para entender la forma de vida de esa gran
parte de la población. Otros historiadores matizan el efecto negativo del liberalis-
mo sobre los pueblos indígenas, debido a condiciones que hacían difícil la aplica-
ción de la desamortización de las tierras comunales o incluso por decisión de los
propios políticos liberales de no perjudicar a los pueblos. 21 No obstante, para mu-
chos "es claro que desde el principio el régimen liberal también es enemigo de la
propiedad corporativa del pueblo" (Pastor, 1987, p. 441); lo mismo que de su au-
tonomía política. Las exigencias constitucionales para la erección de ayuntamien-

20 PoWELL, 1973. pp. 147 y 151. Hay traducción al español: PoWELL, 1974.
21 FRANCO MENDOZA, 1986; MEYER, 1986.
120 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AM~RICA LATINA, SIGLO XIX

tos (por lo general más cerradas que las requeridas en el Antiguo Régimen para for-
mar una república de indios), redujeron de un modo considerable el número de
pueblos con autogobierno. Muchos se convirtieron en "sufragáneos" de una cabe-
cera municipal alejada y, por lo general, en manos de no indios. 22 Nancy Farriss,
en un estudio clásico sobre la población maya, dictaminó que el proceso iniciado
por las reformas borbónicas y continuado por los liberales fue, para los indígenas,
una "segunda conquista'' que quitó, poco a poco, autonomía a los pueblos indios
(Farriss, 1984, pp. 355, 375-388). En Oaxaca, Marcello Carmagnani (Carmagna-
ni, 1988, pp. 232-238) observó el mismo fenómeno, aunque más tardío, en el bre-
ve periodo de 1848-1852, lo cual sólo lo hizo más traumático.
En el Perú, otro país con una amplia población indígena y, en muchos senti-
dos, comparable a México, los historiadores también resaltaron las aflicciones de
los pueblos indígenas debidas a las políticas liberales (Piel, 1981, pp. 280-289).
Heraclio Bonilla, en un estudio clásico (Bonilla, 1974), señaló el fracaso del pro-
yecto liberal en la construcción de una nación en la cual estuviera involucrada la
mayoría de los grupos sociales. Para este autor, el mejor ejemplo de lo anterior pue-
de apreciarse en la Guerra del Pacífico. La derrota sufrida en la intervención mili-
tar chilena sería una prueba de que los campesinos y en especial los indígenas no
estaban comprometidos con la defensa del territorio nacional (pues la nación in-
dependiente no los había beneficiado) sino, en todo caso, de sus espacios comuna-
les. En respuesta, varios historiadores, entre los que puedo destacar a Nelson Man-
rique y Florencia Mallon, adujeron que si bien es cierta la falca de compromiso de
los pueblos con el proyecto nacional de la élite peruana, en cambio ellos estaban
construyendo un proyecto alcernativo de nación, en el cual la defensa de la comu-
nidad era un elemento de primera importancia. 23
Por supuesto, este proyecto nacional alterno no tenía que ser por fuerza libe-
ral y, al contrario, puede apreciarse en la culcura política de las comunidades indí-
genas peruanas muchos elementos que, desde la perspectiva de la dialéctica tradi-
ción-modernidad, podrían ser interpretados como vestigios del Antiguo Régimen.
En el caso de los estudios sobre la participación de los campesinos, indígenas y
otros grupos populares en la construcción del Estado nacional mexicano, los his-
toriadores han llegado a conclusiones diferentes. 24 Desde 1985, Alan Knight ha-
bía llamado la atención sobre la presencia de variantes del liberalismo en diversos
sectores sociales de la segunda mitad del siglo XIX. A diferencia de muchos de los
autores mencionados en las páginas anteriores, Knight no se preocupó por hacer
una definición del liberalismo (con lo cual, de seguro, hubiera concluido que no

22 PASTOR, 1987, pp. 420-425; LIRA, 1983.


23 MANRIQUE, 1981; MANRIQUE, 1988; MALLON, 1983; MAUON, 1995.
24Una interpretación del caso mexicano en concordancia con el peruano se halla en GUEVARA
SANGINÉS, 2003. La autora considera que el liberalismo fue un duro golpe para las comunidades indí-
genas que ella estudió, pero reconoce en éstas un proyecto alternativo de Estado nacional, opuesto, por
supuesto, al liberal de las élites oaxaqueñas.
LIBERALISMOS DECIMONÓNICOS 121

hubo liberales en el México decimonónico) sino por estudiar a los liberales, los in-
dividuos simpatizantes con el proyecto impulsado por la Constitución de 1857
(Knight, 1985, p. 63). Así, consideraba tan liberales a quienes se hallaban en el go-
bierno como a algunos de sus opositores, defensores también del constitucionalis-
mo. Eran liberales, pero no iguales. Los liberales conservadores y los positivistas,
cercanos al gobierno, tenían sólo unas cuantas semejanzas con las clases medias ur-
banas, aquellas que promoverían primero el reyismo y luego el antirreeleccionismo.
Otra cosa era el liberalismo popular, más comprometido con el autogobierno de
los pueblos y con las demandas campesinas, las cuales tenían una especie de "afi-
nidad electiva'' con las promesas de la Constitución de 1857 y las Leyes de Refor-
ma (Knight, 1985, p. 72).
El trabajo de Alan Knight al cual me he referido es sólo un ensayo de inter-
pretación, pero tan sugerente que ha promovido varios estudios monográficos. De
manera particular, me interesa resaltar la relación, notada por este autor, entre el
liberalismo popular y la defensa de la patria, la cual podía verse con claridad en las
guerras de intervención, como la francesa. Este aspecto sería desarrollado de un
modo más completo por Florencia Mallon25 y Guy Thomson, entre otros autores.
En Peasant and Nation. The Making ofPostcolonial Mexico and Peru, Mallon reto-
mó su hipótesis acerca del proyecto alternativo de nación en las comunidades in-
dígenas y campesinas del Perú, visible durante la guerra con Chile, y lo comparó
con la participación de comunidades de la Sierra Norte de Puebla y del actual es-
tado de Morelos, en México, durante la guerra contra Francia. En principio, la au-
tora reconoció que los pueblos partidarios de la república durante el periodo del
imperio de Maximiliano diferían en algunos puntos notables con el gobierno jua-
rista y su proyecto, entre los cuales destacaba, sin duda, la distinta definición so-
bre la propiedad de la tierra y la comunidad política (Mallon, 1995, p. 36). No
obstante, como había notado Knighc, algunas características de la organización po-
lítica de las comunidades hacían que fuera mucho más fácil la alianza con los libe-
rales que con los monárquicos. Incluso, a lo largo del libro, la autora propuso que
el liberalismo popular de los pueblos por ella estudiados era, de alguna manera,
más liberal que el de los dirigentes de la república. Por lo menos, era democrático,
en un sentido más participativo que lo propuesto por el liberalismo de las élites.
Algo semejante sucedía con la definición del ciudadano: un individuo propietario
para los liberales, un miembro comprometido con la comunidad para el liberalis-
mo popular. 26

25 KNIGIIT, 1995, p. 73; MALLON, 1985. También Knight había propuesto el caso de las incursio-
nes contra la hacienda de Chiconcuac en 18 50 como un ejemplo de las afinidades entre las demandas
populares campesinas con los proyectos de los liberales. Ese mismo caso lo desarrollaría Mallon, pero no
me atrevo a decir que por inspiración de Knight, toda vez que, de seguro, Mallon lo estaba elaborando
por las mismas fechas (tal vez un poco después) de haber aparecido el ensayo del historiador británico:
véase MAU.ON, 1986, una versión preliminar de MAU.ON, 1989.
26 MALLON, 1995, p. 97. No me referiré aquí a las criticas generadas por la propuesta de Mallon;
122 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

Según los historiadores que favorecen la interpretación de un liberalismo po-


pular, éste tenía algo de igualitarismo, enfatizaba el autogobierno de los pueblos y
las garantías constitucionales contra las medidas arbitrarias tomadas por las insti-
tuciones superiores, como ocurría en la relación de los barrios y pueblos sujetos con
las cabeceras municipales no indias. Para los radicales rurales, los objetivos de su
proyecto podían conseguirse mediante el control de instituciones como la guardia
nacional y de los procesos electorales, en especial para renovar los ayuntamientos. 27
Sin embargo, no faltan autores que si bien reconocen algunas de estas característi-
cas en los pueblos, son menos contundentes en sus conclusiones. Algunos parecen
estar de acuerdo en que, en varios lugares de América Latina, las comunidades in-
dígenas consiguieron emplear, con buenos resultados, el discurso liberal para alcan-
zar el control de sus recursos naturales y mantener la autonomía de la comunidad,
aunque esto no signifique que hayan constituido "un proyecto contra-hegemóni-
co", como Mallon y otros autores sostienen Oacobsen y Díez Hurtado, 2002). Mi-
chael Ducey, en sus estudios sobre el norte de Veracruz, es muy cuidadoso en seña-
lar que la adopción de un discurso liberal (o constitucionalista) por parte de las
comunidades indígenas de la zona, se debió, en buena medida, a la necesidad de
negociar con autoridades sensibles a cierto tipo de lenguaje (Ducey, l 999a y Du-
cey, 1999b). Otros reconocen que las alianzas entre los campesinos indios y los di-
rigentes liberales tuvieron su origen en la oferta de "autonomía relativa de organi-
zación interna", pero no olvidan las rebeliones contra el proyecto desamortizador
(Irurozqui, 1997, p. 48; Avendaño Rojas, 1997). Al parecer, hay consenso acerca
de que el liberalismo tuvo dos caras para los pueblos, en especial los indios: por un
lado, ofreció la oportunidad de autogobierno y un discurso por medio del cual po-
dían negociar con los estados nacionales en vías de formación, de modo que no tu-
vieron inconveniente en establecer alianzas con los liberales ni en declararse a favor
de ese partido; pero por otra parte, las políticas desamortizadoras e individualistas
del proyecto liberal favorecieron también la pérdida de recursos naturales a manos
de latifundistas. En todo caso, el liberalismo popular no era el liberalismo de las éli-
tes. Hace falta, como ha invitado Romana Falcón (Falcón, 2003), una mayor dis-
cusión entre las diferentes posiciones historiográficas al respecto.
Tampoco está muy claro que los estudios sobre el liberalismo popular (en es-
pecial en México) deban preferir el llamado periodo del "liberalismo triunfante". El
gobierno representativo en América Latina fue establecido desde la promulgación
de la Constitución de Cádiz y para muchos historiadores es desde entonces cuan-
do puede empezar a hacerse la historia de los liberalismos decimonónicos, inclui-

pues en general tienen más que ver con algunas inconsistencias metodológicas e imprecisiones teóricas
que con sus conclusiones (aunque éstas surjan del andamiaje teórico y las preocupaciones políticas de
la autora). En especial, puede verse la crítica de HABER, I 999, las interesantes reseñas de HALPERIN, I 997
y TUTINO, 1997, y la respuesta a sus críticos en MALLON, 2003, pp. 51-76.
27 THOMSON y LAFRANCE, 1999, pp. 258-259; THOMSON, 1997, p. 125. Acerca de la guardia na-
cional, THOMSON, 1993; SANTONI, 1996; HERNANDEZ CHAVEZ, 1992.
LIBERALISMOS DEOMONÓNICOS 123

do el popular. 28 En uno de los estudios más valiosos sobre el tema, Peter Guardino
muestra cómo las alianzas entre los pueblos indios (y no sólo indios) del que des-
pués sería el estado de Guerrero y algunos políticos con proyección nacional, como
Juan Álvarez, se presentaron en la primera mitad del siglo XIX. Por supuesto, para
que dicha alianza fuera posible, se requería que la cultura política de los pueblos
fuera afín en algunos puntos con el proyecto nacional de los liberales. Las prácticas
políticas heredadas del virreinato y, sobre todo, las transformaciones introducidas
por el constitucionalismo a partir de 1812 y la guerra civil del sur de Nueva Espa-
ña antes de la independencia, construyeron una cultura política que enfatizó los va-
lores de las comunidades, la defensa de los recursos de los pueblos contra los gru-
pos privilegiados y la correcta impartición de justicia. Para el inicio de la época de
la Reforma (con la Revolución de Ayuda) esta ideología ya se hallaba madura y "si
bien, no era idéntica al liberalismo asociado a la Reforma, sí era congruente con él
y representaba una tendencia del mismo" (Guardino, 1996, p. 179).
Por supuesto, no codos los autores que abordan la cultura política de los pue-
blos indios están de acuerdo con las interpretaciones de historiadores como Man-
rique, Mallon, Thomson o Guardino. En el Perú, Heraclio Bonilla ha seguido in-
sistiendo en que las movilizaciones indígenas "fueron expresiones de protesta
contra los abusos y las extorsiones de los funcionarios públicos y de propietarios lo-
cales, dentro del encuadramiento de líderes mestizos y blancos que así hacían uso
de sus indios" (Bonilla, 1997, p. 95; véase también Bonilla, 1986). Mientras tanto,
en el caso mexicano, Jesús Hemández Jaimes ha estudiado las rebeliones indígenas
en Tlapa y Chilapa de 1842 a 1846 para llegar a conclusiones muy diferentes a las
de Guardino. El historiador mexicano asegura que buena parte de los documentos
en los cuales se muestran las presuntas posiciones ideológicas de los pueblos indios
de la región fue, en realidad, producida por dirigentes no indios, como Juan Álva-
rez o su hijo Diego Álvarez. También señala que aquellos papeles cuyo origen indí-
gena es más probable, no dejan ver, por lo general, pronunciamientos de índole po-
lítica más allá de reivindicaciones locales. 29 El fino análisis hecho por Hemández
Jaimes nos pone en guardia frente a los condicionamientos ideológicos de autores
como Mallon o Guardino, quienes pretenden establecer puentes directos entre los
movimientos indígenas decimonónicos y los que se presentan en toda América La-
tina desde finales del siglo XX: "La preocupación por la formación del Estado na-
cional está más [que en los pueblos indios del siglo XIX] en los historiadores actua-

28 ANNINO, 1993, p. 12. Entre los estudios pioneros acerca del impacto del liberalismo español

en Hispanoamérica, debe considerarse RoDRIGUEZ, 1975. Para el impacto del constitucionalismo gadi-
tano en los procesos de independencia (y la propuesta de emplear categorías más flexibles para com-
prender el rema): BREillA, 2003.
29 HERNÁNDEZ }AIMES, 2003. El autor no pierde de vista que algunas generalizaciones hechas por
Guardino son peligrosas, como considerar que todos los pueblos de las regiones que estudia eran indí-
genas o el riesgo de anacronismo presente desde el momento en que estudia al "estado de Guerrero"
cuando todavía no existía.
124 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

les, algunos de los cuales van hacia el pasado buscando e, incluso, imaginando ele-
mentos que indiquen que los actores decimonónicos compartían su obsesión"
(HernándezJaimes, 2003, pp. 40-41).3°

LA HISTORIA DE LA CULTURA POLfTICA

Marcello Carmagnani ha señalado hace poco tiempo la necesidad de rechazar al me-


nos dos mitos, cuyo origen es por completo ideológico, en torno al liberalismo lati-
noamericano. Primero, considerarlo origen "de todos los males contemporáneos del
continente" y, segundo, pensar que fue una corriente que negó en su totalidad el pa-
sado hispánico y se presentó "como un proyecto dotado de racionalidad única y gran
coherencia'' (Carmagnani, 2000, p. 1). Puede parecer paradójico, pero los estudios
tradicionales sobre el liberalismo habían descuidado aspectos tan importantes como
la cultura política, las instituciones y la sociedad, por lo cual Carmagnani propone
un acercamiento que tome en cuenta "el discurso cultural (programas, proyectos,
ideologías), la realidad institucional formal (leyes, reglamentos, normas) y la realidad
social (componentes sociales y económicas, mentalidad, costumbres)". Esta perspec-
tiva, según me parece, puede contribuir a superar las viejas antinomias de la histo-
riografía tradicional, pues permite realizar interpretaciones mucho más complejas
que el mero enfrentamiento entre liberales y conservadores. Así, por ejemplo, Sol Se-
rrano ha mostrado cómo la dinámica interna de algunas asociaciones católicas, pro-
motoras de programas reaccionarios, terminó por consolidar sociabilidades moder-
nas (Serrano, 2000), conclusión impensable desde los puntos de vista tradicionales.
Un análisis semejante se puede hacer con los pueblos y las sociabilidades que
éstos desarrollaron a lo largo del siglo XIX. Una de las limitantes del análisis pro-

30 Debo señalar, para concluir este aparcado, que no todos los autores que abordan el tema de
las relaciones entre el liberalismo y los pueblos indígenas comparten la interpretación del liberalismo
popular y, al parecer, muchos de ellos ni siquiera están interesados en el debate o, de plano, prefieren
ignorarlo, como TARACENA, 2002 y Wn.soN, 2003. Hay que decir, aun en una noca a pie de página, que
no toda la nueva historia pollcica latinoamericana es Nueva Historia Política Latinoamericana. Auto-
res como Taracena no son tomados en cuenca por quienes cultivan la mencionada Nueva Historia. Tal
va convendría, para definir mejor las características y limites del tema de este libro, hacer un poco de
sociología de los historiadores a quienes se considera partícipes del movimiento renovador en las inter-
pretaciones de las pollticas decimonónicas. Parece evidente que, en Estados Unidos, autores como Pe-
cer Guardino y Florencia Mallon comparten foros y han conseguido construir una red de simpatizan-
tes de sus propuestas. Mientras tanto en México (y otros países de América Latina}, El Colegio de
México ha jugado un papel importantísimo en la renovación de la historia pollcica a través de sus pro-
fesores {como señala Tfo VALLEJO, 2001, p. 15: "Durante mi estadía en El Colegio de México entre
1991 y 1993 tomé contacto con una nueva historia política'') y de la magnífica colección auspiciada
por el Fideicomiso de Historia de las Américas, lo cual ha hecho de esa institución un centro en el que
gravita buena parte de los cultivadores de la Nueva Historia Política y origen de una sociabilidad que
merecería un estudio aparre.
LIBERALISMOS DECIMONÓNICOS 125

puesto por algunos de los historiadores que han seguido la hipótesis de un libera-
lismo popular es que, en la mayoría de los casos, logran identificarlo cuando los
campesinos o las comunidades indígenas entablaban alianzas con los dirigentes li-
berales. El mismo Thomson se ha percatado de que en México algunos pueblos
apoyaron a los conservadores al momento de la guerra contra los franceses, pese a
que su cultura política no era tan diferente de aquellos que se .alinearon con el ban-
do republicano (Thomson y LaFrance, 1998). En muchos otros casos ni siquiera
se presentaron dichas alianzas; pero como se han encargado de mostrar los histo-
riadores que ponen atención en la cultura política, sí hubo un impacto del libera-
lismo en las prácticas y los discursos de pueblos, comunidades indígenas, sectores
populares urbanos, por no hablar de las élites. Por supuesto, las instituciones y el
pensamiento liberales no llegaron a un territorio vacío. Había una cultura política
previa. Ya señalé antes algunas de las características de la historiografía que ponde-
ra las llamadas "continuidades" tradicionales o virreinales en el orden independien-
te. Ahora me referiré a aquella que, sin ignorar la base de política tradicional pre-
sente en el siglo XIX, se preocupa más por mostrar cómo ésta se transformó gracias
a las guerras civiles iniciadas desde la segunda década de esa centuria y al constitu-
cionalismo, empezando por el gaditano en la mayoría de los casos.
Antonio Annino es uno de los historiadores más destacados por su obra en tor-
no al liberalismo latinoamericano. Éste no es, por supuesto, el momento para ha-
cer un recorrido, siquiera breve, por el desarrollo de las ideas de este autor. Baste
decir que en algunos de sus primeros trabajos todavía insistía en explicar en la he-
rencia virreinal algunas características de las prácticas políticas impulsadas por el
constitucionalismo. 31 Sin embargo, en los más recientes hay una preocupación por
mostrar cómo el pensamiento y las instituciones liberales transformaron la cultura
política de los pueblos, en particular en el caso mexicano, acompañada por una re-
flexión muy pertinente acerca de los límites del liberalismo, que le ha permitido se-
ñalar, en más de una ocasión, que el peculiarismo latinoamericano es en buena me-
dida el resultado de las miradas de los estudiosos de la región. Como comenté antes,
algunos aspectos de la vida política en la América Latina decimonónica (como la
corrupción, el clientelismo, las movilizaciones electorales) también se hallaban pre-
sentes en otros países, considerados modelos por sus instituciones representativas.
Annino se ha encargado de apuntar, además, que esas características y muchas otras,
como la existencia de elecciones no competitivas, el unanimismo del voto o las can-
didaturas únicas no fueron condenadas de un modo claro o explícito por los teóri-
cos del liberalismo, como Montesquieu (Annino, 1993b).
El propio Montesquieu creía en los poderes intermedios como un dique con-
tra el despotismo y es considerado uno de los pensadores más importantes del li-

31 Es el caso de atribuir el triunfo de abogados o eclesiásticos al peso de sus corporaciones en las

elecciones de I812 de la Ciudad de México: ANNINO, 1988. La traducci6n al español se ha publicado


en varias ocasiones.
126 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

beralismo. La presencia de intermediarios en América Latina, contra la propuesta


de Fernando Escalante, no implica, desde este punto de vista, una irregularidad en
el liberalismo de la región. Para Annino, gracias al constitucionalismo gaditano (y
pese al centralismo modernista de la Carta de 1812), los pueblos consiguieron eri-
girse en entidades políticas básicas (el autor los llama, en ocasiones, "soberanos", lo
cual podría discutirse) capaces de negociar y de defender sus derechos, que se mul-
tiplicaron de un modo importante (una tesis semejante en Hernández Chávez,
1993). Esto se debió, entre otras cosas, a que los ayuntamientos fueron los respon-
sables de organizar la etapa inicial de los procesos electorales y, sobre todo, a que
eran la primera instancia de representatividad popular. De ahí que los estados na-
cionales latinoamericanos tuvieran que construirse desde la periferia al centro, pues
la proliferación de ayuntamientos dio autogobierno a miles de pueblos. Funciones
tan importantes como la impartición de la justicia también quedaron en manos de
funcionarios electos en las comunidades, los alcaldes o los jueces nombrados por
los ayuntamientos, como ocurría en Tucumán (Annino, 1995; Tío Vallejo, 2001,
pp. 116-152).
Por su parte, autores como José Antonio Serrano, Claudia Guarisco, Jordana
Dym, Xiomara Avendaño y José Carlos Chiaramonte se han acercado a la cultu-
ra política de los pueblos y ciudades (desde Nueva España hasta el Río de la Pla-
ta) para estudiar el efecto de los procesos de emancipación y el constitucionalismo
en la organización política local, las nuevas sociabilidades y las formas de negocia-
ción y construcción de los estados nacionales. No es que se ignoren las "continui-
dades" provenientes del Antiguo Régimen, pero el objetivo fundamental de estos
trabajos es observar cómo se transformó la cultura política, cómo se construyó una
nueva sociabilidad. Entre otras cosas, muestran que durante la primera mitad del
siglo XIX, los pueblos, villas y ciudades, emplearon de un modo original y con éxi-
to algunos de los mecanismos institucionales establecidos por el orden constitu-
cional; con la finalidad de obtener una mayor autonomía y, en algunos casos, una
representación territorial que les garantizara participar en la toma de decisiones.
También aprovecharon las guerras civiles que sacudieron la región desde la segun-
da década del siglo para imponerse a otras autoridades, por medio de la formación
de milicias. Así, muchas de esas comunidades pudieron erigirse en ayuntamientos
constitucionales o, las que no lo conseguían, negociar con las cabeceras municipa-
les y ser tomadas en cuenta. No estoy tan seguro de que, como señala Dym, cada
villa se hubiera convertido en un Estado soberano, pero no cabe duda de que, en
efecto, obtuvieron una autonomía notable. 32
No sólo los pueblos construyeron una nueva sociabilidad que les permitió ga-
nar autonomía y autogobierno. La historiografía reciente ha estudiado otras socia-
bilidades que se fueron abriendo paso en el siglo XIX por medio de la francmasone-

32 ÜYM, 2000; SERRANO ÜRTEGA, 2001; AVENDANO, 1997; CHIARAMONTE, 1997; GUARJSCO,
2003. Un caso similar en ESCOBAR ÜHMSTEDE, 1997.
LIBERALISMOS DECIMONÓNICOS 127

ría, las organizaciones religiosas, la prensa y los círculos en derredor de ciertos pe-
riódicos y revistas, los clubes, tertulias, los grupos artesanales y obreros, las asocia-
ciones profesionales, y otros tipos de espacios donde los individuos podían ejercer,
con relativa libertad, la discusión racional y la participación. 33 Las sociedades secre-
tas y las políticas clandestinas (las conspiraciones) también fueron medios por los
cuales grupos sociales que antes habían estado al margen de la vida política, pudie-
ron abrirse paso, aunque fuera desde "la periferia del liberalismo", como ha llama-
do Luis Fernando Granados a los liberales plebeyos de la ciudad de México de la
primera mitad del siglo XIX (Granados, 2003, p. 192; Guedea, 1992; Ávila, 2004b).
Estos espacios y las nuevas sociabilidades iban configurando, poco a poco, al nue-
vo sujeto político decimonónico, el ciudadano.
Por medio del estudio de asociaciones de mediados del siglo XIX, autores como
Carlos Forment muestran que si bien con deficiencias, existió una cultura política
democrática, fundada en lo que este estudioso ha llamado "catolicismo cívico",
para resaltar cómo algunas características del pensamiento religioso (morales, sobre
todo) pudieron acomodarse en el nuevo discurso cívico latinoamericano. Es verdad
que las asociaciones establecidas en países como Perú no fueron muy perdurables,
pero su número sí era considerable, mayor que lo esperado (Forment, 1999; For-
ment, 2003). La participación en los procesos electorales del siglo XIX, al menos en
la primera mitad, también es mayor que lo que hubiéramos podido imaginar. En
gran parce de la región, la Constitución de Cádiz inició este tipo de prácticas, en las
cuales la población de ciudades y pueblos participó de un modo entusiasta. Las
votaciones de finales de 1812 en la ciudad de México han merecido una atención
destacada, en buena medida por lo bien documentadas que están. Entre los histo-
riadores recientes (para no recordar los trabajos pioneros de Neccie Lee Benson),
Virginia Guedea y Antonio Annino han reconocido en aquellas jornadas electora-
les un verdadero parteaguas en cuanto a la politización de una sociedad que estaba
aprendiendo a ejercer el derecho fundamental de la ciudadanía: la elección de sus
representantes (Guedea, 199la; Annino, 1988; Rodríguez O., 1992).
Igual que había ocurrido en la ciudad de México, las elecciones se convirtie-
ron en un motivo de enfrentamiento entre las autoridades y los grupos poderosos
de otras ciudades, villas y pueblos (Peralta Ruiz, 1996). Por lo mismo, no fue raro
que en el periodo de la emancipación, los representantes del gobierno español en
América consideraran que los triunfadores en los comicios estaban vinculados con
los grupos armados que peleaban a favor de la independencia, entre quienes tam-
bién apareció la necesidad de organizar gobiernos representativos. Según parece, la
guerra también hizo al pueblo soberano (Ávila, 2002, p. 181). En las regiones con-
troladas por el cura José María Morelos, se hizo evidente, desde muy pronto, que
para ganar la confianza de los notables de ciudades como Oaxaca se hacía menes-

33 BAST!AN (comp.). I990; BAST!AN, I 989; ROMERO, 1978; Pl\REz TOLEDO, 1996; lLLADES, 1996;
GoNzALEZ, 1992; GoNzALEZ, 1993; ÜRJBE URAN, 2000; ROJAS, 2003; Rlos Zú!(jJGA, en prensa.
128 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

ter otorgarles representación en la dirigencia del movimiento insurgente. Los pro-


cesos electorales dentro del campo independentista mantuvieron muchas caracte-
rísticas corporativas, pero no fueron ajenos al liberalismo gaditano (Guedea,
1991b). Mientras tanto, en Sudamérica, como bien ha señalado Gabriela Tío Va-
llejo, "las elecciones y los principios liberales, hijos de la revolución, no son con-
tradictorios con los pronunciamientos militares, hijos de la guerra'' .34
Por supuesto, en los ayuntamientos constitucionales que antes habían sido re-
públicas de indios, las elecciones adquirieron características diferentes, pero no por
eso la historia de la cultura política los considera irrelevantes para la comprensión
del liberalismo. Por el contrario, ofrecen un objeto de estudio por demás interesan-
te para entender cómo las instituciones modernas transformaron la vida de comu-
nidades integradas por personas que, durante el largo periodo de 300 años, habían
sido consideradas en minoría y desarrollado prácticas de representación muy acti-
vas. Es verdad que en todos lados en América Latina las elecciones estuvieron mar-
cadas por la violencia, la movilización de sectores populares por parte de unos
cuantos, la corrupción y un bajo electorado, pero como asegura Eduardo Posada
Carbó, juzgarlas de "ficción democrática'', como hacen muchos, "sería anacróni-
co". 35 Por otro lado, como mencioné páginas antes, también en Europa y Estados
Unidos, las elecciones presentaban características semejantes. De esta manera, la
historiografía reciente de la cultura política llega a conclusiones por completo
opuestas al revisionismo que negaba la existencia del liberalismo latinoamericano. 36
Si autores como Fernando Escalante consideran que los estados nacionales no pu-
dieron consolidarse en la región debido a la ausencia de una cultura cívica, Carlos
Forment, Eduardo Posada Carbó, Gabriel Tío Vallejo o Marcello Carmagnani
piensan lo contrario. Según la conocida tesis de Antonio Annino, la ciudadanía re-
basó al Estado. 37 La construcción de los derechos y de las prácticas participativas
liberales se presentó en los pueblos antes que en las instituciones superiores. Como
vemos, los ciudadanos no eran tan imaginarios.

LA NUEVA HISTORIA INTELECTUAL

Quiero terminar este breve ensayo con una rápida presentación de un grupo de
obras revisionistas que han estudiado el fenómeno del liberalismo desde una pers-
pectiva algo diferente a las que hasta aquí se han expuesto, y con las cuales, según
me parece, resulta imperioso dialogar. Tanto en la historiografía que niega la posi-

34 Tlo VALLEJO, 200 l, p. 372. En mi trabajo sobre México hallo una experiencia semejante: Áv1-
LA, 1998-1999, pp. 30-36.
3S POSADA URBÓ, 2000a, p. 165; POSADA CARBÓ, 2000b.
36 Una interpretación diferente, por demás interesante, que analiza con cuidado los mecanismos
de inclusión y exclusión de la ciudadanía por el liberalismo es la de Rlos Zúl'llGA, en prensa.
37 ANNINO, 1994; ANNINO, 1999; ANNINO, 2002; HERNÁNDEZ CHAVFZ, 1993.
LIBERALISMOS DECIMONÓNICOS 129

bilidad del liberalismo en América Latina como en la que considera su efectiva pre-
sencia y arraigo, incluso en las comunidades más aisladas, se halla presente una con-
cepción esencialista (y, por lo tanto, ahistórica) del pensamiento y práctica libera-
les. Para los primeros, el liberalismo tiene una serie de características que le son
propias (vale decir, esenciales) y que, con toda evidencia, no se hallan presentes en
los países de la región, como la protección de los derechos individuales, el freno a
la arbitrariedad de las autoridades y la ausencia de un poder político eficaz y reco-
nocido. Para otros, en cambio, la sustancia del liberalismo es la participación cívica
en los asuntos de todos, de la res-publica, y la defensa de los derechos otorgados por
las constituciones, elementos que pueden observarse en campesinos, indígenas y po-
bres urbanos, entre otros, lo cual posibilitó las alianzas con los dirigentes liberales.
No es menester insistir mucho en los peligros de esta perspectiva para cualquier
tipo de estudio histórico. Ya Nietzsche había señalado que lo definible no tiene his-
toria. En un caso, la definición de liberalismo es tan cerrada que no pueden entrar
los latinoamericanos decimonónicos (e, incluso, me atrevería a decir que muy po-
cos europeos y estadounidenses), en el otro, ciertas prácticas se parecen tanto a los
rasgos definitorios liberales que no se vacila en considerarlas como tales, pese a que
los actores a los que se atribuye dicha ideología no la hubieran reclamado como pro-
pia más que en unos cuantos casos.
Los estudios del pensamiento liberal desde la historia intelectual han mostra-
do que éste no es tan fácil de meter en una definición. Entre otras cosas, un análi-
sis detenido nos debe hacer "repensar el tradicional esquema del conflicto entre li-
berales y conservadores" (Gudmundson, 1995, p. 80), algo ya señalado por Hale
hace varias décadas, pero que, al parecer, ha pasado inadvertido para quienes enca-
sillan el liberalismo. Los estudiosos del liberalismo popular deberían, en especial,
estar al pendiente de los trabajos de sus colegas dedicados a la historia del pensa-
miento, para evitar hacer afirmaciones tajantes como las de Peter Guardino o Ri-
chard Warren, quienes de un plumazo explican la imposibilidad de una alianza de
los sectores populares de la ciudad de México o del sur del país con el grupo polí-
tico encabezado por Lucas Alamán, porque éste era líder de "los regímenes centra-
listas de comienzos de 1830'', 38 cuando en realidad el gobierno de Anastasio Bus-
tamante pretendía "restaurar" el federalismo. 39
La historia intelectual fue pionera en el estudio del liberalismo. Durante mu-
cho tiempo, hablar de este tema era hablar de ideologías y no de prácticas, como
han venido a insistir quienes estudian la cultura política. Las obras dedicadas a las
condiciones económicas, sociales y políticas de los países de América Latina des-

3B GUARDINO, 1996, p. 182. Por su parre, Richard Warren cree que los "esoceses" añoraban los
tiempos de la colonia y eran centralistas: WARREN, 200 l, p. 76. Una visión diferente sobre las logias ma-
sónicas de la década de 1820 en ROJAS, 2003, pp. 126-155.
39 ANDREWS, 2001, pp. 127-133. No es un estudio que pudiéramos considerar dentro de la nue-
va historia política, pero es muy ilustrador acerca de las posiciones políticas a comienws de los años de
1830.
130 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AM¡;RICA LATINA, SIGLO XIX

plazaron por un tiempo los acercamientos a las ideas. En definitiva, parecía que los
aspectos "duros" del pasado explicaban mucho más que sólo detenerse en los escri-
tos de los "grandes pensadores" decimonónicos. Sin embargo, esta situación está
cambiando. Los historiadores ya no se conforman con estudiar "la idea liberal"
(como la llamó Escalante) sino que analizan las aporías de ese pensamiento, sus de-
ficiencias y variantes, a la luz de los estudios sobre la sociedad, la economía y la po-
lítica. Historiadores como Paul Gootenberg prefieren considerar su trabajo como
una "historia social de las ideas", aunque no rechazan las propuestas innovadoras
de autores como Dominick LaCapra (Gootenberg, 1993, p. vii). Con estas pro-
puestas, puede rechazarse la vieja interpretación del liberalismo como un neoco-
lonialismo para América Latina.
Si para algunos el fracaso del liberalismo latinoamericano se debió a que no
tuvo un terreno adecuado para florecer, José Antonio Aguilar Rivera explora la po-
sibilidad de un liberalismo poco propicio para garantizar un orden estable y una
vida política, si no democrática, al menos plural. Cuando los políticos latinoameri-
canos pensaron que sólo una constitución "bien hecha'' sería capaz de frenar el caos
y enfrentar las adversidades, abrieron la puerta a que, en momentos graves, se vio-
lentara el orden constitucional al otorgar poderes extraordinarios al Ejecutivo (Agui-
lar Rivera, 2000; Aguilar Rivera, 2001). Algo semejante ocurrió con la interpreta-
ción rusoniana de la soberanía elaborada por buena parce de los constituyentes y
legisladores latinoamericanos. Al considerarla una e indivisible, asumieron que los
representantes (los diputados) debían ejercer todas la facultades de la soberanía y
sólo por delegación graciosa permitían que un presidente se hiciera cargo de la rama
ejecutiva y una corte de la judicial (Ávila, 2002, p. 226). Aguilar Rivera señaló que
el conflicto entre el Ejecutivo y el Legislativo presente en gran parce del siglo XIX se
debió, en buena medida, a un problema institucional: la división de poderes no es
equidad entre poderes. Como ha insistido Josefina Vázquez, la tiranía y el exceso no
siempre se presentaron en los presidentes sino, también y mucho, en los congresos,
considerados superiores a cualquier otra instancia. 40
Debo señalar que en la obra de José Antonio Aguilar Rivera hay una buena
dosis de esencialismo (como el que he criticado en otros autores), pues piensa que
los liberales latinoamericanos (mexicanos, en particular) no leyeron bien a Mon-
tesquieu o, al menos, no tan bien como hicieron los estadounidenses (Aguilar Ri-
vera, 2002), en la delicada materia de la división y equilibrio de los poderes. Por
mi parte, considero que no hay buenas o malas lecturas, sino sólo lecturas hechas
desde contextos culturales y políticos. El análisis de los contextos y de los lengua-
jes ha permitido, por cierto, la mayor renovación en el campo de la historia inte-
lectual latinoamericana. En seguimiento de los postulados principales de la Escue-

40 Josefina Vázquez ejemplifica algunos de los excesos de las legislaturas, como otorgar la presi-

dencia de México a Vicente Guerrero en 1829 o la elaboración de la Ley del Caso durante la adminis-
tración de Valentín Gómez Farías: VAZQUEZ, 1999, pp. 38-39.
LIBERALISMOS DECIMONÓNICOS 131

la de Cambridge, 41 varios historiadores, sobre todo en Argentina, han iniciado pro-


yectos de reinterpretación del pensamiento latinoamericano (Goldman, 2000; Sa-
las, 1998). Uno de los resultados es la valiosa publicación periódica de la revista
Prismas, encabezada por Carlos Altamirano, Jorge Myers, Óscar Terán y Elías Pal-
ti, entre otros. Por supuesto, no todos los estudios se abocan al liberalismo, pero
éste siempre se halla presente, sobre todo cuando se trata del siglo XIX.
El análisis de los contextos sociales, económicos y políticos, y de los lenguajes, ha
permitido a algunos historiadores descubrir que actores tan desestimados por la his-
toriografía tradicional, como la Iglesia católica, también contribuyeron a la construc-
ción de una nación moderna. En el libro de Brian Connaughton acerca de la dióce-
sis de Guadalajara se muestra cómo los canónigos no se hallaban desvinculados de los
intereses de desarrollo de la provincia. No eran reaccionarios, como se les había carac-
terizado. El lenguaje que empleaba estaba tan emparentado con el jusnaturalismo
como con la retórica tradicional y contribuyeron en la construcción de una opinión
pública que daría sustento a la república católica del siglo XIX (Connaughton, 2003;
también Connaughton, 2001). En Michoacán ocurría un fenómeno semejante. La
lingüística pragmática ha permitido apreciar cómo el discurso del canónigo Manuel
de la Bárcena (incluso el político) debía mucho a su formación como eclesiástico, si
bien sabía adaptarlo a una época de crisis y no rechazaba los elementos más propios
del lenguaje liberal. Algo semejante hacía el deán de Córdoba Gregario Funes, quien
(a diferencia de De la Bárcena) podía recurrir a diversos tipos de retórica según quien
fuera el destinatario de su discurso (Lida, 2003; Ávila, 2003). Los estudios que cen-
tran su atención en el uso del lenguaje, la terminología y la poética han venido amos-
trar que el término "libertad" (norte del liberalismo, como ha dicho Érika Pani) no
era unívoco ni propio de un solo grupo ni se oponía a la moral cristiana de las socie-
dades católicas latinoamericanas (Lempériere, 1999, p. 49) ni a la añoranza por el or-
den prerrevolucionario (Cussen, 1992). Como puede apreciarse, el giro lingüístico en
la historia intelectual ha permitido superar la vieja oposición entre el discurso y la
práctica, con lo cual se evita el riesgo de considerar (como todavía hacen muchos his-
toriadores) que el discurso de los liberales se contradecía con su autoritarismo.
En los lenguajes políticos decimonónicos puede apreciarse la presencia de ele-
mentos de una tradición republicana, lo cual también ha sido resaltado por varios
historiadores. Para el caso rioplatense, la presencia de una retórica clásica capaz de
conciliar los principios de una república moderna con un orden muy semejante al
prerrevolucionario ha sido estudiada por Jorge Myers, aunque el tema había sido
abordado, desde 1984, en el magnífico libro de Natalio Botana (Myers, 1995; Bo-
tana, 1997). El lenguaje republicano en el Perú fue estudiado por Carmen Mc-
Evoy mientras que el de la Reforma mexicana fue abordado por David Brading

41 El contexto, el análisis del lenguaje y las perspectivas de la lingüística pragmática, propuestos


por John Austin y John Searle. Los principales exponentes de la llamada Escuela de Cambridge de his-
toria de las ideas son Quentin Skinner, John Dunn y John Pocock, entre otros, Cfr: Tuu.Y (ed.), 1988.
132 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

(McEvoy, 1997; Brading, 1988, pp. 126-158). En América Central a comienzos


del siglo XIX (según Bonilla Bonilla, 1996) convivieron los lenguajes del republica-
nismo clásico, del republicanismo moderno y del liberalismo sobre una tradición
ilustrada, lo cual es muy posible que sucediera en otros países de la región. Según
parece, el pionero latinoamericano en este acercamiento fue Luis Castro Leiva,
quien dedicó varios trabajos al que fuera, en el siglo XIX, el proyecto republicano
por excelencia, el bolivariano. 42 Sin duda, el republicanismo se ha convertido en
un tema que, en muchos historiadores, pretende sustituir del centro del debate al
liberalismo, como muestra el número 7 de la revista Prismas dedicada al caso bra-
sileño o el coloquio celebrado en octubre de 2000 en el Centro de Investigación y
Docencia Económicas, de la ciudad de México, cuya memoria ha sido publicada. 43
Por supuesto, la revisión desde la historia intelectual del pensamiento liberal
requiere, de entrada, romper con prejuicios arraigados; 44 pero sobre todo, realizar
una investigación minuciosa que tome en cuenta intereses, experiencias políticas,
imaginarios de los modelos, condicionamientos ideológicos y lingüísticos y las
creencias prevalecientes. Sólo de esta manera, puede verse cómo, por ejemplo,
quienes promovieron el establecimiento del imperio en México, en la segunda mi-
tad del siglo XIX, eran liberales conservadores, no muy distintos de sus contrapar-
tes republicanos (Pani, 2001 ). Después de la lectura de una obra como La política
del disenso, de Elías Palti, queda el convencimiento de que los conservadores, más
que reaccionarios al liberalismo, formaban parte también de ese pensamiento, aun-
que fueran capaces (como señala este autor) de mostrar las contradicciones funda-
mentales que tenía (Pa!ti, 1998). En palabras del historiador británico Will Fow-
ler, hoy estamos conscientes de que, en el siglo XIX,

O no existió el conservadurismo, o dicho conservadurismo requiere una definición to-


talmente nueva y distinta a la que se le ha dado en la historiografía, para que se pueda
empezar a apreciar todos los diferentes valores que presentó dicho movimiento dentro
de un marco más amplio que podría considerarse como el del liberalismo mexicano
(Fowler, 1999, p. 10).

Casi llegamos al final. Desde diferentes perspectivas (incluida la historia inte-


lectual) se ha venido apuntando que no hay un liberalismo latinoamericano, sino

42 CASTRO LEIVA, 1985; CASTRO LEIVA, 1994. En sus obras, Castro Leiva comparte las preocupa-

ciones de autores como J.G.A. Pocock y Biancamaria Fontana sobre la relación entre la virtud y el co-
mercio en la construcción de la república moderna.
43 AGUILAR RivERA y ROJAS, 2002. Sobre el dossier de Prismas, me interesa resaltar MURILO DE

CARVALHO, 2003; WERNECK VIANNA y REzENDE DE CARVALHO, 2003.


44 Hay estudios que, no obstante acercarse a fuentes de primera mano y comprender las condi-

ciones sociales y políticas latinoamericanas decimonónicas, parten de prejuicios como la oposición li-
berales-conservadores, WooDWARD, 1996. Por otro lado, son muy frecuentes los estudios que sólo re-
piten las tesis tradicionales, sin aportar algo novedoso: SZABó y HoRVÁTH, 1998.
LIBERALISMOS DECIMONÓNICOS 133

varios. Es posible que el pensamiento conservador sea una variante más. Los his-
toriadores están ahora más dispuestos a abandonar la tradicional oposición libera-
les-conservadores para analizar de cerca el uso de los lenguajes y ampliar nuestra vi-
sión a otras propuestas: radicales, moderadas, tradicionalistas (Fowler, 1998) y
republicanas. Los estudios de la cultura política también han contribuido a revisar
algunos supuestos sobre la incapacidad de los latinoamericanos para adoptar insti-
tuciones liberales y republicanas. Ya no se desdeña la participación de los pueblos
en la construcción de los estados nacionales modernos, aunque todavía no sepamos
cuáles eran sus límites. En fin, estamos muy lejos de la idílica interpretación de un
liberalismo único, coherente y dominante que, todavía hace unas décadas, tenía-
mos. Los caminos seguidos para hacer una historia más rica y más compleja han
sido muchos. Me parece necesario un mayor diálogo entre las diversas propuestas,
pero creo que el balance es satisfactorio.

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MONARQUÍA-REPÚBLICA-NACIÓN-PUEBLO

ALICIA HERNANDEZ 0-IAvEz*

La nación moderna es un resultado histórico conducido por una serie de


hechos convergentes en el mismo sentido[ ... ] Contar con un pasado de
glorias comunes, una voluntad común en el presente; haber realizado con-
juntamente grandes acciones y contar aún con la voluntad para realizarlas,
he ahí las condiciones esenciales del ser de un pueblo.
ERNEST RENAN. Qu 'es-ce qu 'un nation? 1

En el imaginario histórico mexicano encontramos la idea de que el Estado-nación


y la república se convierten en una realidad permanente a partir de la Independen-
cia de México. En 1967, a los 100 años del triunfo de la república, Edmundo
O'Gorman publicó un ensayo innovador donde rescata una historia siempre nega-
da por la historiografía mexicana: la perdurable tradición monárquica mexicana.
Pasados 50 años no se ha retomado el tema para ahondar en el porqué de las lu-
chas de casi medio siglo para lograr definir la forma de gobierno, como tampoco
se ha abordado el problema del porqué del tardío triunfo de la república-1867-
y sus significados. Todo lo contrario, persiste la interpretación mitológica que pre-
tende rastrear una supuesta identidad nacional, una suerte de ser ontológico que
nace en el mundo mesoamericano, pervive durante los tres siglos de vida colonial,
que emerge con fuerza una vez que México o el Anáhuac se liberan de sus cadenas
con la independencia de España. 2
Baste pensar que la república, después de su proclamación en 1824 en Méxi-
co, fue negada por el imperio de Maximiliano -1862-1866--, sin olvidar obvia-
mente que movimientos de opinión monárquicos subsistieron hasta muy entrado
el siglo y que sería sólo con la derrota del imperio del archiduque Maximiliano de
Habsburgo que triunfa de modo definitivo la forma de gobierno republicana fede-
ral y liberal en 1867, con la República Restaurada.

* El Colegio de México.
1 Ernest Renan, Qu'es-ce qu'un nation?, Ed. Mille et Une Nuits, 1997, pp. 15 y 31.
2 Cf. Edmundo O' Gorman, La supervivencia polftica novo-hispana: Reflexiones sobre el monarquis-
mo mexicano, México, Universidad Iberoamericana, reimpresión, 1986.

[147]
148 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

En este ensayo me propongo rescatar de modo sucinto el desenvolvimiento de


ideas y vocablos como patria, nación, república, pueblo desde fines del siglo XVIII y
durante la primera mitad del siglo XIX para señalar las continuidades y cambios en
el pensamiento monárquico absolutista y el pensamiento monárquico moderado
del primer momento y la gradual transición hacia el sentido de libertad individual
que ocurre a mediados del siglo XIX. Tomo entonces distancia de quienes anticipan
lo nacional y el republicanismo como si de golpe emergieran con la independen-
cia, o como si la idea de que cualquier fenómeno cultural, tal como la idea de na-
ción y de república, ocurriera de una vc:z por todas. Esta visión nos la proporciona
la historia de las doctrinas políticas, con el resultado de que se subestima el hecho
de que los actores históricos actúan sin conocer el desarrollo futuro de sus accio-
nes. De allí que no se logre comprender que la difusión de un nuevo principio de
la vida pública, suceda en cambio mediante un complejo proceso de adecuación y
reformulación de sus contenidos iniciales.

LA ILUSTRACIÓN: LOS DEBATES POLfTICOS RELATIVOS A LA MONARQUÍA

Vale la pena recordar que las ideas y el empleo de voces como patria y nación,
república y pueblo contienen significados que provienen de la historia. Dicho
esto, en la Nueva España derivan de un pasado histórico indio, americano y eu-
ropeo que se desenvuelve a partir de la colonización española cuando se subdi-
viden los territorios conquistados en reinos, provincias, capitanías generales, ba-
jo la autoridad de la Corona de Castilla. El gobierno del Nuevo Mundo se
monta sobre el complejo tejido social mesoamericano compuesto a su vez, por
reinos, ciudades-estado, y señores étnicos, que se convierten en sujetos de la Co-
rona y leyes de Castilla. Lo particular de la ley castellana es que reconoce la ley
de cada reino y provincia, su derecho a gobernarse conforme a los usos y cos-
tumbres de la tierra en conjunción con la ley de Castilla. Es así como el mundo
novohispano se funda sobre un complejo de derechos y privilegios indios y euro-
amencanos.
La idea misma de la monarquía y del ejercicio de gobierno, se sustenta en un
hecho esencial: son compatibles bajo un mismo cetro, pero no confundidos, la
existencia de una pluralidad de reinos. 3 La monarquía española reconocida esen-
cialmente plural, compuesta de muchas pic:zas y de "muchas naciones" como escri-
biera el obispo y virrey Juan de Mendoza de Palafox (1600-1659) donde las partes

3 G. López Madera, Excelencias de la Monarquía y Reyno de España, Madrid, Centro de Estudios

Constitucionales, 1625, vol. 7. "Llámase por excelencia monarquía, al reino más poderoso y que más
reinos y provincias tuviese sujetas". Citado en Governare il Mondo L'impero spagnolo da/ xv al XIX seco/o;
edición al cuidado de di Massimo Granchi e Ruggiero Romano, Palermo, Societá Siciliana per la Sto-
ria Patria, p. 15.
MONARQUfA-REPÚBLICA-NACIÓN-PUEBLO 149

no anulaban la herencia viva de su pasado, eran realidades históricas individualiza-


das, conservaban su propia constitución. La monarquía hispánica, a decir del do-
minico Tomás Campanella, 4 fue un conjunto de pueblos y de reinos bajo un solo
cetro con proyección hacia oriente y occidente en oposición al imperio turco; sus-
tentada por tres soportes castellanos, aragoneses y portugueses, la sede de todo el
reino es la España continental con naciones y reinos dispersos en el Nuevo Mun-
do, en Italia, Alemania inferior y en África. 5
Los ilustrados novohispanos, al igual que sus pares en Europa, contaban con
una cultura común, y participaban del debate intelectual en América y en Europa. 6
La Nueva España se nutre de la Ilustración española como lo ha mostrado
de modo espléndido Canizares en su libro How to write New World History sin
que por ello se pueda decir que no reciba y debata el pensamiento europeo ex-
terno a la península ibérica. Por caso, los americanos tomaron la teoría de diver-
sos orígenes para descartar la historia de un solo origen, para proponer una his-
toria de múltiples razas independientes una de la otra; idea que condujo a
concebir la historia como progreso dando cabida a la idea evolutiva de las socie-
dades que sería esencial en el pensamiento de los primeros ilustrados reformistas
amencanos.
Del ensayo de la historia de la sociedad civil, escrito en 1767 por Adam Fer-
guson, los americanos recogen la dimensión socioeconómica, es decir, que las ci-
vilizaciones se desarrollan cultural y políticamente por fases, siendo una de ellas la
etapa de la sociedad civil, que se organiza sobre la propiedad y distingue a los pro-
ductores por rangos o clases sociales acordes con la división del trabajo.7 Del de-
bate entre fisiócratas y mercantilistas, unos toman la idea de propiedad con base
en la tierra y para otros la idea de propiedad de los mercantilistas les permite am-
pliar tal concepto a todo hombre productor de riqueza. Con el libro, La riqueza

4 Cf. Tomás Campanella, La monarquía hispánica, Madrid, Centro de Estudios Constituciona-

les, 1982, cap. XIX, p. 143. Citado en Govemare i/Mondo L'impero spagno/o da/xvalxtx seco/o, op. cit.
5 El concepto de monarquía compuesta o" composite monarchy" lo acuñó H.G. Koenigsberger en
su discurso inaugural de 1975, en Kings College Cambridge Gran Bretaña. Véase H.G. Koenigsberger,
Dominium regak or Dominium politicum e regak en su libro Po/iticians and Virtuosi: Essays in Early Mo-
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histórica, México, Ariel, 1985.
6 Antonello Gcrbi, La disputa del Nuovo Mondo, Milán-Nápoles, R. Riccardi Edicore, 1983. Edi-
ción al cuidado de Sandro Gcrbi. Existe versión en español traducción de Antonio Alatorre. Gerbi re-
coge la disputa de ideas ocurrida en el siglo XVIII entre estudiosos de América y Europa. Véase también
Benito María de Moxó, Cartas mejicanas, facsímil de la edición de Génova de 1839, prólogo de Elías
Trabulse, México, Fondo de Cultura Económica- Fundación Miguel Alemán, 1995.
7 Adam Ferguson, An essay on the History ofCivi/ Society, Edinburgo, 1747, Edinburgh Univer-

sity Press, 1966.


150 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

de las naciones de Adam Smith (1776), se pasa a la idea de que la acción indivi-
dual incide en el orden social; es decir que no hay una norma absoluta ni una
particular disposición moral de la naturaleza humana sino que existe un proce-
so evolutivo. 8
Cabe recordar que las reformas universitarias además de introducir la filoso-
fía, la ciencia moderna, valoran la lengua nacional, la enseñanza bíblica y la teolo-
gía positiva. Mediante la educación se introduce el derecho natural -ideas que
proceden de Hugo Grocio y Pufendorf- ambos canónigos en derecho de la Uni-
versidad de Leyden; derecho que antepone los derechos de origen, del hombre al
nacer, frente al absolutismo real.
La expulsión de la orden de los jesuitas en 1767 y la supresión en 1768 de la
cátedra de la enseñanza jesuítica en todos los dominios españoles, ocurrió porque
divulgaban el derecho natural de los hombres -el arma más potente contra el ab-
solutismo- la teoría del regicidio o derecho de resistencia al poder tiránico; más
grave aún porque los jesuitas eran favorables a sustraer a la Nueva España de la do-
minación española para crear una monarquía vernácula. 9 Sin embargo, pese a su
expulsión sus enseñanzas propiciaron la formación de una amplia comunidad de
pensamiento en la América hispana. Más aún, los jesuitas, desde sus conventos en
Italia, Francia, y otras sedes en Europa fueron arduos promotores de los derechos
de los americanos, del amor patrio. 10
Fray Servando Teresa de Mier en 1794, en un discurso público que provoca
su expulsión de la Nueva España, argumenta que no había base para que la Coro-
na esgrimiera el derecho de evangelización puesto que América era cristiana antes
de la conquista ya que la Coadicue era la Virgen de Guadalupe y Quetzalcóatl,
Santo Tomás. En su Manifiesto apologético, defendió el derecho a reunir las Cortes
y al autogobierno de la Nueva España; al referirse a la supremacía de la nación o
de las leyes sobre cualquier otra soberanía, es decir la del rey. 11 Con la llegada al
trono de los Borbones, se pretendió implantar reformas administrativas que en
Nueva España se introdujeron mediante las Ordenanzas de Intendentes. Reformas
que generaron resistencias, movimientos de defensa de los intereses regionales pe-
ro a su vez abrieron en el imaginario político novohispano la posibilidad de cam-
bios profundos que polarizaron la sociedad política y económica.

8 Las ideas del mercantilismo, de la riqueza como producto de trabajo del hombre o del pro-

pietario entendido como productor de riqueza circularon en los catecismos de preguntas y respues-
tas. Catecismos políticos escritos por el abate Fran~ois la Trosne, Samuel de Du Pont de Nemours,
y Le Mercier de la Riviere difundieron por Europa y América las ideas mercantilistas y del progreso
humano.
9 José María Luis Mora, Obras completas. Histórica, Instituto de Investigaciones Dr. José María

Luis Mora, Secretaría de Educación Pública, México, 1988, vol. 5, pp. 182-186.
10 Guillermo Furlong S.J ., Los jesuitas y la escisión del Reino de las Indias, Buenos Aires, Amorror-

cu e Hijos, 1960.
11 Servando Teresa de Mier, Manifiesto apologético, 1820, p. 161.
MONARQUIA-REPúBUCA-NACIÓN-PUEBLO 151

La pretensión de pasar de una Hispania "como madre de muchas naciones" a


una "Espafia de las provincias" se hizo bruscamente en el siglo XVIII y provocó re-
sistencias tanto en la Espafia continental como en América. 12
El derecho natural se convertiría en el argumento más sólido en favor de una
monarquía moderada porque permitiría a los novohispanos argumentar en contra
de los monárquicos absolutistas. Retomaron del derecho natural la idea de que el
hombre es creación divina, y como tal nace con ciertos derechos: a la vida, a la li-
bertad, al bienestar; derechos que por ser gracia de Dios son inalienables: ni el mo-
narca ni la ley pueden violentarlos. Tales argumentos sentaron las bases para una
monarquía constitucional, o moderada por la ley. l3
El mundo entre mediados del siglo XVIII y los primeros decenios del siguiente
se había vuelto más complejo al sucederse con celeridad grandes cambios tanto
ideológicos como materiales y vivirse un nuevo equilibrio de potencias con Gran
Bretafia y Francia como líderes. Ideas, filosofías distintas y descubrimientos viaja-
ban de un continente a otro para desatar ambientes propicios al desenvolvimiento
de facciones científicas y de opinión pública que no siempre se alinearon confor-
me a un criterio social y étnico pues encontramos a mestizos, a criollos y espafio-
les laicos y religiosos en las distintas agrupaciones.
Las facciones reformadoras coincidían en muchos aspectos con grupos ilustra-
dos quienes pretendían resguardar a la Nueva Espafia de convulsiones, radicalismos
o influencias perniciosas, como las de las recién independizadas colonias de la
América septentrional, o del caos y anarquía que produjo la Revolución francesa.
El conde de Aranda, ministro plenipotenciario del rey, cuando firmó el trata-
do de París en 1783 por medio del cual Francia y Espafia se obligaban a reconocer

12 Acerca de la España de muchas naciones a una de provincias, véase M. Victoria López-Cor-

dón Cortezo, "La organización dd poder en España'' en Governa" i/ Mondo L'impero spagnolo da/ xv
XIX seco/o, a cura di Massimo Ganchi e Ruggiero Romano, Palermo, Societá Siciliana per la Sroria Pa-
tria. /bid. donde afirma que "La absorción castdlana del concepto de España (Hispahna) data del rei-
nado de Felipe II donde la lengua castellana jugó un papel importante vertiendo todo lo que en latín
existía al castellano sólo que se acentúa con la monarquía absoluta borbónica", p. 20.
13 Mario Góngora "Estudios sobre el galicanismo y la Ilustración Católica en América Españold',
Chile, en Revista Chilena de Historia y Geografla núm. 125, 1957, cap. II "Influencia del galicanis-
mo en los planes de estudios de la época de la Ilustración y de la Independencia", pp. 18-24; y "Re-
cepción del galicanismo en los estudios americanos", pp. 24-40. Góngora nos habla de la obra de
obispos como la del obispo Pérez Calama, que en México y Perú dejó huella. Su discípulo, Miguel
Hidalgo, cita en su plan de estudios de 1784 la teología positiva y la historia eclesiástica, donde re-
fiere a Barbarino y a Feijoo como autoridades fundamentales. Véase Góngora, op.cit., p. 25 y nota
16 bis. Acerca del obispo Pérez Calama y su discípulo Miguel Hidalgo véase un estudio posterior:
Germán Cardozo Galúe, Michoacán en el siglo de las luces, México, El Colegio de México, 1973. Las
ideas modernas se transfieren también por distintos conductos: mexicanos residentes en el extranje-
ro y por españoles de la península. Se formó un amplio segmento de reformistas novohispanos como
Abad y Queipo. Véase José Miranda, Las ideas y las instituciones pollticas mexicanas: primera parte
1521-1820, México, Instituto de Investigaciones J urldicas, Universidad Nacional Autónoma de Mé-
xico, 1978.
152 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORlA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

a la recién independizada república federada americana, en memoria secreta al rey


Carlos III le dice que no faltará mucho para que esa república (la norteamericana)
se expanda sobre los dominios españoles. Por lo anterior, recomienda fortalecer los
nexos políticos entre Francia y España creando tres reinos en América con tres in-
fantes, con el rey de España como emperador: un rey de México y otro del Perú,
un tercero se fijaría en la Costa Firme. España se reservaría las islas de Cuba y Puer-
to Rico como depósitos comerciales, así se sumaría el poder de los tres reinos al de
Francia y España, y se haría del conjunto una potencia en Europa y contendría en
América el avance de los anglosajones. 14 A los seis años, la Revolución francesa aca-
baría con tal opción.
La fuerza de los movimientos nacionales en el mundo occidental, acompaña-
dos de ideas de reforma y libertad produjeron debates por parte de las elites euro-
peas y americanas que se expresaron no sólo en materia de gobierno político sino
que alentaron el estudio del potencial americano. Se registraron sus antigüedades,
se catalogaron y estudiaron plantas y animales, se abrieron jardines botánicos y de
ciencias como las de minería. El rescate de las riquezas de la "tierra" y su posible de-
sarrollo, despertó un sentimiento de identidad, de defensa de la "patriá' o sea de
su "tierrá' o provincia. 15
Las ideas en favor de una monarquía moderada, debidas a la difusión del de-
recho natural de los hombres, el acento en el valor individual, en la libertad, y so-
bre todo en la necesidad de mayor autonomía política, y un gobierno en manos de
los "naturales" del reino, fueron el humus en que se desenvolvieron las facciones po-
líticas novohispanas y que permitió el resquebrajamiento de los fundamentos de las
ideas absolutistas.

LA AUTONOM1A: SUS PRIMEROS PASOS

Napoleón Bonaparte invade España en 1808 con el fin de intervenir en la sucesión


dinástica y además llegar a la costa del Portugal con el propósito de extender el im-
perio francés hacia América. Obtiene la abdicación del rey de su Corona y del prín-
cipe de Asturias, Fernando VII la abdicación de sus derechos de sucesión, lo que le
permite colocar a su hermano en el trono español. La reacción americana no se de-
ja esperar pues de manera insólita quedan sin rey los reinos de España y de Indias.

14 Memoria secreca presencada al rey Carlos III, por S.E., el conde de Aranda sobre la indepen-
dencia de las colonias inglesas, después de haber firmado el cracado de París de 1783 en José María Luis
Mora, op. cit., Histórica, vol. 5, pp. 188-195.
15 Una excelence y original incerpretación acerca de los movimientos patrióticos del siglo XVIII en
América y en España se encuentra en el libro fundarnenral de Jorge Cañizares-Esguerra, How to Write
the History of the New World: histories, epistemologies, and identities in the eighteenth century Atlantic
World, Stanford Universicy Press, 200 l. De próxima publicación en español por el Fondo de Culcura
Económica, México.
MONARQUIA-REPÚBUCA-NACIÓN-PUEBLO 153

Ese acto aviva el enfrentamiento entre absolutistas y moderados en relación con el


derecho de soberanía. Para los primeros la soberanía no se renuncia, no se abdica,
es siempre del rey; en cambio, los moderados reivindican la reversión de soberanía
en las Cortes fundándose en el hecho de que los derechos naturales son inaliena-
bles, y por lo tanto la decisión de reconocer o desconocer al monarca era un dere-
cho que correspondía a las Cortes, para lo cual reivindican el derecho medieval. 16
En Nueva España, el proyecto autonómico criollo se desprende de lo siguien-
te: "¿Ausente el rey, en quién reside la soberanía de la nación española?" Ante la
amenaza de que los franceses u otra nación ocupara la América española pensaron
en la posibilidad de "revertir la soberanía de la nación" en los cabildos de las ciu-
dades, en tanto un miembro de la familia real se establecía a la cabeza del gobier-
no en América. Frente a tal postura, se dividieron las facciones. Una mayoría de los
notables del reino novohispano respondió que en ellos recaía el gobierno con el vi-
rrey a la cabeza. Argumentaron tradicionales derechos históricos por ser "criollos
herederos de los derechos que desde la conquista de este reino encargaron su cus-
todia a nuestros mayores los conquistadores". 17 Otros reclamaron el derecho a au-
togobernarse con base en las antiguas leyes que fijan el hecho de la reversión de la
soberanía en las Cortes, con base en el principio de que los derechos naturales son
inalienables; por lo tanto la decisión de reconocer o desconocer al monarca era un
derecho que correspondía a las Cortes. Los monárquicos absolutistas -en su ma-
yoría miembros de la Audiencia-, en cambio rechazaban toda posibilidad de au-
togobierno temporal y arguyeron que el rey bajo ninguna circunstancia podía ab-
dicar de su soberanía. Se distinguían tajantemente de los primeros al rechazar
como autoridad temporal del reino al virrey lturrigaray. La crisis, al dejar acéfalo
el reino agitó la formación de facciones o partidos políticos: los moderados quie-
nes repudiaban todo radicalismo, los absolutistas, que alegaron que no se podía de-
poner o hacer que el rey abdicara de su soberanía, y otra facción que se formó co-
mo un partido borbónico constitucional que encabezó José María Fagoaga, José
María Luis Mora, Jacobo Villaurrutia (pariente de Fagoaga), Beye Cisneros, Guri-
di y Alcocer, el síndico Verdad y el abogado Azcárate y desde el extranjero colabo-
ró Servando Teresa de Mier.
En 1808 dos de las facciones se presentan en el Ayuntamiento como grupo
político organizado para contener todo intento subversivo. Unos aluden a que la
Junta es soberana y que la autoridad reside en el virrey, a lo que los borbónicos
constitucionales en boca de Villaurrutia rechazan para proponer -conforme a la

16 Acerca de la difusión de la idea de las Cortes medievales véase Francisco Marcínez Marina, La
teoría de las Cortes o grandes juntm nacionales de Cmtilla y León, 3 vols., Madrid, 1813.
17 Acta del Ayuntamiento de México, 1809, en Felipe Tena Ramírcz, Leyes fandamentales de Mé-

xico, 1808-1809. México, Porrúa, 1983, pp. 4-20, donde se declara insubsistente la abdicación de Car-
los IV y Fernando VII y se desconoce a todo funcionario que venga nombrado de España; sólo se re-
conoce por autoridad al virrey, quien gobernará por comisión del Ayuntamiento en representación del
virreinato.
154 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX

ley- convocar a una junta de los apoderados del reino de la Nueva Espafi.a para
que al estilo de las antiguas Cortes instalen los notables o potentados de la tierra
un gobierno. Los españoles del Real Acuerdo de la Audiencia, más eclesiásticos del
cabildo y de la Inquisición se opusieron al percatarse que el principio del derecho
a Cortes que reclamaban los americanos era similar al que gozaba Navarra, es de-
cir una América unida a Castilla pero conservando su código, sus cortes o congre-
sos y su principado o primacía, soberanos. No fue difícil reconocer que ésta era la
forma disfrazada para alcanzar la independencia
Reunidos en cabildo extraordinario, declaran las dos primera facciones que no
entregarán el reino a otro soberano o nación y que en tanto "Noble ciudad cabeza
del reino en uso y representación de sus derechos y a nombre del Público", acuerdan
que "las Leyes, Reales órdenes y Cédulas que hasta ahora han gobernado el reyno
continúen en todo su sér, vigor y fuerza" ... ; piden unos al virrey que en calidad de
interino y con el sustento de sus cuerpos gobernantes: cabildos, y autoridades de
lo civil, eclesiástico criminal y excelentísimos cuerpos y tribunales, se mantenga a
la cabeza del reino.
Al inicio una mayoría de los favorables a un cambio moderado, rechazaron la
idea de reconocer la soberanía de las juntas espafi.olas, e intentaron argumentar sus
derechos con base en un "constitucionalismo histórico". Alegan que los poblado-
res de la Nueva Espafi.a, fueron y son vasallos del rey de Castilla y sólo del rey, y que
éste no podía abdicar de su soberanía. Sustentan la existencia de una constitución
histórica diciendo que en 1524 cuando el rey creó el Consejo de Indias le exten-
dió las mismas exenciones y privilegios que al de Castilla, la misma facultad de ha-
cer leyes en consulta con el rey y la misma jurisdicción suprema en las Indias
Orientales y Occidentales, así como sobre sus naturales.
Por lo tanto, el derecho indiano lo fundan no sólo en esa legislación sino en
el hecho que el Consejo de Indias tuvo competencia para crear derecho, o sea pa-
ra legislar, derecho sujeto a confirmación real, lo que daría origen a un derecho in-
diano criollo. Citan las instituciones como la Audiencia y el virrey, el Real Patro-
nato que hizo a la Nueva Espafi.a independiente de Espafia, de la Rota y de la
Nunciatura apostólica. 18
Los absolutistas que ocupaban -en su mayoría- los cargos de la Audiencia,
acusaron al virrey de sedicioso y mandaron arrestar a los promotores de transferir

18 Referencias acerca del derecho indiano: Ricardo Levene, Introducción a la historia del derecho

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lación floral" de José Pérez de Ayala y Rodrigo de Vallabriga en Anuario de Historia del Derecho Espa-
ño4 tomo IV, Madrid, Instituto Nacional de Estudios Jurídicos, 1927, pp. 226 y 244; A.A. Thompson
"Castille, Spain, and che Monarchy: The Political Communicy from Patria natural to patria nacional"
en Spain Europe and the Atlantic World, Ed. R. Kagan and Geoffry Parker, Cambridge University Press,
1995.
MONARQU!A-REPÚBLICA- NACIÓN-PUEBLO 155

los poderes gubernativos al cabildo y el virrey, como la cabeza del reino. De inme-
diato mandan arrestar al virrey y a los promotores del autonomismo americano.
Dándose cuenta los españoles de que no podían llevar las cosas a la ruptura
con los americanos cedieron ante el peligro de que éstos cayeran ante el influjo in-
glés o francés. Por tal motivo, el 22 de enero de 1809 se decretó: "Considerando
que los vastos y preciosos dominios que España posee en Indias no son propiamen-
te colonias o factorías como los de otras naciones sino una parte integrante de la
Monarquía española se ha servido S.M. declarar que los reinos, provincias e islas
que forman los referidos dominios deben tener representación nacional inmedia-
ta a su real persona y constituir parte de la junta central los ayuntamientos capita-
les de poderes e instrucciones, es decir de mandato imperativo". 19 Como no po-
dían estar presentes los diputados americanos que debían aún elegirse, se sortearon
entre los residentes americanos a los 26 más reacios hispanófilos para que represen-
taran provisionalmente a la Nueva España.
Fracasado el primer intento autonómico los cabildos de las ciudades procedie-
ron a votar en febrero de 181 O, diputados a Cortes, uno por capital cabeza de par-
tido, y de las diferentes provincias del Ayuntamiento elegiría de una terna, por sor-
teo, para cada capital, es decir se representarían 14 ciudades del virreinato y tres de
las provincias internas.
Los diputados que representarían a la Nueva España en las Cortes de Cádiz en
1813 fueron adeptos a la monarquía constitucional y habían formado parte del
partido borbónico constitucional: Beye Cisneros, de México; Uria, de Guadalaja-
ra; Foncerrada, de Valladolid; José Miguel Gordoa, y Barrios por Zacatecas; Men-
diola, de Querétaro, Ramos Arizpe por Coahuila, y Guridi y Alcocer por Tlaxca-
la. El grupo contaba con ramificaciones amplias, europeas y americanas: Francisco
Miranda, Simón Bolívar, Rivadavia, Blanco White. En Francia con el obispo Gre-
goire; en Italia: con Scippione de Ricci, obispo de Pistoya; Benito Solari, obispo de
Noli, y Vicenzo Palmieri, todos jansenistas. Las redes de los jesuitas expulsos fue-
ron igualmente importantes. 20
La Constitución de Cádiz, aprobada en 1812, sin duda tuvo un efecto signi-
ficativo pues además de ser producto del primer congreso euroamericano, introdu-
jo el principio de que la soberanía reside en la nación, el principio del derecho de
voto con base en el número de población, y dos instituciones de representación, los
ayuntamientos constitucionales y las diputaciones provinciales. Sin embargo, la
idea de que la representación residía en los cuerpos urbanos cuando éstos apenas
encabezaban a cerca de medio millón de euroamericanos, y desconocer a cinco mi-

19 Acerca de la participación criolla en los órganos de gobierno español véase José Miranda
Ideas
e instituciones jurídicas ... , op. cit., pp. 226-249.
20 Véase fray Servando Teresa de Mier, Historia de la revolución
de Nueva España antiguamente
Andhuac o verdadero origen y causas de ella con la relación de sus progresos hasta el presente año de 1813,
op. cit., en especial vol. 2, pp. 696-70 l.
156 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX

llones de potenciales representantes entre tres millones de indios y dos millones de


castas, fue criticada por los americanos en Cortes pues dudaban que los españoles
les llegaran a reconocer derechos iguales a ellos. En cuanto escépticos conservaron
estrechas relaciones con las personas y los eventos que ocurrían en México y en to-
da la América ibérica. 21
En la América del Anáhuac los seguidores de Miguel Hidalgo: José María Mo-
relos e Ignacio Rayón habían logrado ampliar su movimiento hasta alcanzar am-
plias regiones del país, lo que les permitió convocar a un congreso constituyente.
Rayón, el 30 de abril de 1812, expone un primer proyecto constitucional que: "La
Independencia de las Américas es justa aun no habiendo sustituido al rey por Jun-
tas que a su va. han fracasado y como la Nación se encuentra amenazada de la to-
tal anarquía ... (que) ... los pueblos libres de nuestra patria componen el Supremo
Tribunal de la Nación que representa la majestad [soberanía] que sólo reside en ellos
(los pueblos)". Bajo el principio de un gobierno mixto se crea un poder conservador,
Morelos recibiría el nombramiento vitalicio de Generalísimo de las Armas del Rei-
no y la autoridad del Supremo Poder Ejecutivo. En septiembre del mismo año, en
su proclama del 14 de septiembre de 1813, afirma que "la Soberanía dimana in-
mediatamente del pueblo" para enseguida corregir y decir que: "la Soberanía resi-
de esencialmente en los Pueblos... (que es) transmitida a los Monarcas, (quienes) por
ausencia, muerte o cautividad refluye hacia aquéllos ... " Ideas que derivan de la en-
señanza jesuítica que canco Sigüenza y Góngora como otros suscribieron al soste-
ner que la autoridad no es algo que desciende de Dios al monarca, y que convier-
te a éste en elegido y ungido "por Dios", sino que la autoridad está en el pueblo y
es algo esencial al mismo, supuesta la ordenación divina; los derechos naturales de-
rivados de Dios que da al hombre al darle la vida. 22
La concepción de una monarquía constitucional o república clásica como la
definió Jean Bodin en Los seis libros de la República o José María Luis Mora en sus
múltiples textos aquí citados, se expresa en la Constitución de Apatzingán no sólo
con los cargos vitalicios para Morelos como Protector de la Nación, sino en el he-
cho de que retoma el derecho de representación de Antiguo Régimen según el cual
las ciudades representan los intereses territoriales y la autoridad desciende de "los
Pueblos".
La acción política que se desenvolvió una va. proclamada la Constitución de
Cádiz en 1813 y las reformas e instituciones que se introdujeron fueron esenciales
en el desenvolvimiento constitucionalista en Nueva España. Nació la idea del Es-
tado definido con base en un territorio, una población, una riqueza y su potencia;

21 Virginia Guedea En busca de un gobierno alterno: los Guadalupes m México, México, Univer-

sidad Nacional Autónoma de México, 1992.


22 Documentos inéditos y poco conocidos de More/os, México, 1921, tomo 2, p. 177 y tomo 3, p.

504, cirado en Guillermo Furlong, Los jesuitas y la escisión del Reino de Indias, Sebastián de Amorrortu
e Hijos, Buenos Aires, 1960.
MONARQUfA-REPÚBLICA-NACIÓN-PUEBLO 15 7

nacieron instancias de representación intermedias con los casi 1 000 ayuntamien-


tos constitucionales, y las diputaciones provinciales electivas y se abolieron los car-
gos hereditarios.
Los americanos españoles no aceptaron -después de haber exigido Cortes y
autonomía- la idea de una regresión al absolutismo, con la vuelta al trono de Es-
paña de Fernando VII en 1814. Más aún, para ellos había sido patente el predomi-
nio del fidelismo criollo, frente al españolismo de las élites de ultramar, favorables
a la unión con España y al uso de la fuerza militar para controlar los movimientos
de emancipación. Los años de movilización política, las reformas, congresos, los
procesos electorales habían alcanzado a los más amplios estratos de la sociedad. Fue
por lo tanto imposible pensar que con anular la Constitución gaditana en 1814 se
borraban los años de movilización política, los cambios vividos. 23
La Constitución de 1812 se restablece en 1820, pero las condiciones históri-
cas mundiales y locales, impiden un retorno al pasado. En 1821, se promulga el
Plan de Iguala, que representa un esfuerzo más de los monárquicos constituciona-
listas por resguardar a la Nueva España de los trastornos que pudieran suceder de
instaurarse una república. A su vez en América se asoman movimientos republica-
nos cesaristas como el de Simón Bolívar. El empuje en favor de una monarquía
constitucional se volvió imperioso cuando el Ayuntamiento de Guatemala, el 15
de septiembre de 1821, declaró su independencia. 24 El Acta de Guatemala de in-
mediato la suscribió la Diputación Provincial de León, declarándose en 1822 la
plena independencia. 25
En la Nueva España, el Ejército Trigarante emerge a imagen del ejército na-
poleónico, en defensa de la nación, y comienza por ocupar provincias y obtener la
jura de los tratados para la Independencia. Uno a uno van jurando su fidelidad los
ayuntamientos de las principales ciudades y villas de las provincias del país; al lle-
gar a la jura de Teoloyucan y luego ocupar la Ciudad de México se forma la Junta
Provisional.
La Junta Provisional compuesta por monárquicos moderados: José María Fa-
goaga, Juan José Espinosa de los Monteros, Francisco Manuel Sánchez de Tagle, se
precipita a establecer que la constitución vigente sería la de la Monarquía españo-
la de 1812 en tanto no se resolviera el asunto de gobierno. Preservada la nación
mediante una constitución, se pensó que las Cortes designarían al emperador. Sólo

23 Una breve explicación en Alicia Hernández Chávez, La tradición republicana de un buen go-

bierno, México, Fideicomiso Historia de las Américas, El Colegio de México, Fondo de Cultura Eco-
nómica, y en Alicia Hernández Chávez, México. Una breve historia. Del mundo indígena al siglo XX, Mé-
xico, Fondo de Cultura Económica, 2000, pp. 149-176.
24 Sesión del 12 de noviembre de 1821 "Ayuntamientos y partes de las Provincias de Guatemala
han jurado adherirse al Imperio Mexicano y oponerse a lo proclamado en su Capital que es el de una ab-
soluta libertad". Lo que no obsta para que algunos centroamericanos propusieran adherirse al imperio.
25 Cf. Héctor Pérez Brignoli, Historia contempordnea de Costa Rica, México, Colección Popular,
Fondo de Cultura Económica, 1999, pp. 34-35.
158 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POL!TICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

que se omitió la cláusula del Plan de Iguala de febrero de ese año donde se había
establecido que debía entregarse el cetro a un miembro de la casa reinante. El vi-
rrey O'Donojú "quizá" le había ya informado a lturbide que ni Fernando VII ni
otro de su casa "aceptarían la invitación mexicana" .26
Con el Plan de Iguala se reclama la soberanía y facultad para convocar a Cor-
tes y aprobar el acta constitutiva, en tanto lturbide en calidad de jefe del Ejército
Trigarante ofrece "encaminar a los diversos partidos e intereses a un punto céntri-
co de unidad invulnerable ... para que luego con independencia y calma formulen
y redacten su constitución". 27
La Junta Provisional y su presidente dieron paso a la Regencia compuesta por
tres personas que convocaría a elección de diputados para constituir, conforme al
artículo de los Tratados de Córdoba, la organización de un gobierno monárquico.
Firmaron el tratado el mismo lturbide, Antonio Joaquín Pérez, obispo de Puebla ex
diputado a las Cortes de Cádiz y partidario de lturbide; Juan O'Donojú; Juan Fran-
cisco de Azcárate, criollo del Ayuntamiento de 1808; José María Fagoaga, ex líder
del partido borbónico constitucionalista; José Miguel Guridi y Alcocer, ex diputado
de Cádiz; Servando Teresa de Mier; Juan Bautista Lobo, comerciante simpatizante
de la insurgencia, y Juan Bautista Raz y Guzmán, uno de los Guadalupes. 28
Los más dispares intereses y tradiciones políticas surgieron en el Parlamento y
pueden dividirse en tres grandes tendencias: "los rigurosos de lo asentado en los
Tratados de Córdoba, los segundos con lturbide a la cabeza, encaminaron los de-
bates hacia una monarquía imperial con él como emperador y un gobierno de cor-
te centralista (... ), el tercero fue el débil y aislado bando de los republicanos que
no dejó de vislumbrase". 29
La elección de diputados a Cortes del Imperio introdujo en 1821 un cambio
radical en la representación, que de hecho fue una regresión en relación con el
principio moderno de la representación establecida en Cádiz y un tema contro-
vertido en el debate legislativo. 30 Tal decisión condujo a un proceso electoral par-
ticular que jerarquizó y corporativizó la representación con base en los partidos y
estamentos. 3 I

26 Juan A. Mateos, Historia parlamentaria, México, Congreso de la Unión, Instituto de Investi-

gaciones Legislativas, 1997, vol. 1, p. 135; 5 Diciembre 1821, Debates de !ajunta Provisional guberna-
tiva del Imperio mexicano.
27 Tadeo Ortiz, México considerado como nación independiente y libre o sea algunas indicaciones so-

bre los deberes más esenciales de los mexicanos, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Arres,
1996, p. 13.
28 Cf. Marie Laure Rieu Millán, Los diputados americanos en las Cortes de Cddiz, Madrid, Con-

sejo Superior de Investigaciones Científicas, 1994.


29 Tadeo Ortiz, op. cit., pp. 16 y ss.
30 Actas Constitucionales Mexicanas (1821-1824), Introducción y notas de José Barragán Barra-
gán, México, Universidad Nacional Autónoma de México, tomo 1, 1980, pp. 166-167.
31 Actas constitucionales mexicanas. Diario de las sesiones de la soberana junta provisional guberna-

tiva de/Imperio Mexicano, UNAM, México, 1980, romo 1, p. 91.


MONARQUIA-REPúBUCA-NACIÓN-PUEBLO 159

Las continuas presiones de Iturbide sobre las facciones en el Congreso llega-


ron a su punto más álgido cuando los intereses territoriales cada vez más expues-
tos temieron otorgarle a Iturbide poderes centrales y un poder omnímodo; ante tal
peligro la mayoría del Congreso le negó el derecho de veto. lturbide no esperó más
y el 30 de agosto de 1821 mandó apresar a los diputados que supuestamente cons-
piraban en su contra y disolvió el Congreso infringiendo el artículo 172 de la
Constitución de 1812.32

LOS SIGNIFICADOS DE LA REPÚBLICA

El 26 de agosto de 1822 tuvo lugar el pronunciamiento de Soto la Marina que pro-


testaba por la prisión de los diputados del Congreso y exponiendo la nulidad de la
representación nacional; 33 en diciembre de 1822 Santa Anna proclamó la Repúbli-
ca y el mismo año el Plan de Veracruz. En esos meses logró sumar fuerzas en las re-
giones desafectas que le permitieron en febrero de 1823, suscribir el Acta de Casa
Mata donde se establece que la América del Septentrión es soberana y el ejercicio
de su soberanía es exclusivo de la representación nacional; que el Congreso mexi-
cano es libre y por su estado de emancipación se encuentra en estado natural Inde-
pendiente, soberano, libre. Encontrándose en estado natural la América del Septen-
trión tiene plena facultad para constituirse como más le convenga por medio de su
Congreso constituyente. Por lo mismo se pide que las provincias procedan a elegir
o reelegir a los diputados que consideren con virtudes idóneas para constituir la
forma de gobierno republicano y federal. En tanto se reúna el Congreso nacional,
las provincias serán gobernadas por sus diputaciones provinciales. El 20 de marzo
de 1823 Iturbide abdica y sale del país.
Así concluye la etapa de gobierno monárquico clásico para adentrase el país
en la era de los pronunciamientos y planes políticos en búsqueda de una forma
de gobierno. Tadeo Ortiz expresó 1O años después con mayor claridad la segun-
da oportunidad malograda: "Tal vez se hubiera sostenido un tiempo {la versión
de la monarquía nacionalizada) de no ser por la arbitrariedad y la disolución del
congreso ... por la simple razón de que la forma monárquica) aún se amoldaba
con las costumbres del pueblo y los hábitos e inspiración de la Legislación Me-
xicana" .34

32 Cf. Manuel Calvillo, "La consumt1ción de la Indepmámcia y la instauración de la &pública fe-

derar, en La República federal mexicana: Gestación y nacimimto, la consumt1ci6n de la lndepmdmcia y


la instauración de la &pública federal, 1820-1824: los proyectos de constitución para México 1822-1824,
México, El Colegio de México, El Colegio de San Luis, 1974.
33 Representación al emperador del 26 de septiembre de 1822 en Planes de la Nación maicana,
México, Senado de la República, El Colegio de México, 1997, vol. l, pp. 137-138. Los planes que se
citan a continuación se encuentran en el citado volumen.
34 Tadeo Ortiz, op. cit, p. 26.
160 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

La nación encontrándose en estado natural, es decir sin constituir, y expensa a to-


da injerencia externa condujo a decisiones apresuradas que provocarían graves conflic-
tos posteriores. Me refiero a una acelerada división de los territorios y provincias en es-
tados de la confederación, condición que se comprometían a respetar por 20 años y
que de inmediato generaría protestas por motivo de jurisdicción. Un elemento impor-
tante de carácter distinto fue que el Congreso se compuso de la misma generación ilus-
trada del tardo periodo colonial, lo que permite comprender la continuidad de su ex-
periencia legislativa en 1808 ante el cabildo y la Audiencia, como diputados a Cortes
y en el Congreso de 1821 y ahora en el de 1823 y la continuidad de ideas políticas. 35
La disputa no sería más por la malograda monarquía constitucional, pues en
ausencia de otra opción se le dio el nombre de república a una forma de gobierno
híbrida montada sobre conceptos antiguos como: el tener una sola y única religión,
la católica; la unidad del Estado con la Iglesia católica, la continuidad de fueros y
privilegios; lo moderno fue la representación con base en la población, pero esca-
lonada conforme a las jerarquías sociales y culturales del país. Sin embargo al abo-
lirse los cargos hereditarios y gracias a las celebraciones periódicas de elecciones pa-
ra las nuevas instancias de representación se comenzó por renovar la clase política
en cargos intermedios como los ayuntamientos y congresos estatales.
La dinámica que despertó la forma confederada fue esencial pues respetó las
condiciones materiales de la Nueva España: una marcada regionalización de la eco-
nomía, de la sociedad y de la política. José María Luis Mora describió el país de ese
periodo como una "sociedad de sociedades". Y sostuvo que la razón de su inesta-
bilidad fue de carácter híbrido debido en parte a que México se independiza en el
momento en que se restablece la Constitución de Cádiz en la metrópoli y por lo
tanto aparecen elementos de continuidad de la revolución constitucional españo-
la en la novohispana. La trabazón para llegar a construir una república fue a su jui-
cio, la pervivencia de formas corporativas en la milicia, clero, cabildos y corpora-
ciones donde se alojaban las bases para los privilegios y fueros y reglas de excepción
que atacaban las bases fundamentales de un Estado constitucional. "La diferencia
entre los gobiernos que hoy se llaman republicanos y los monárquicos moderados
se reduce como hemos observado antes, a lo temporal o a lo perpetuo, a lo heredi-
tario o electivo del depositario del Poder Ejecutivo. En lo demás la organización
substancial de ambos gobiernos es totalmente igual".36

35 Cecilia Noriega en su artículo "Los grupos parlamentarios en los congresos mexicanos, 181 O
y 1857, notas para su estudio", en Beatriz Rojas, El poder y el dinero, grupos y regiones mexicanos en el
siglo XIX, México, Instituto de Investigaciones José María Luis Mora, 1994, ha mostrado la continuidad
de la clase parlamentaria entre 1812 y 1857. Por ejemplo Andrés Quintana Roo fue diputado en Cá-
diz, y en el Congreso de Apatzingán, estuvo en nueve asambleas legislativas de 1812 a 1844; Carlos M.
Bustamante, firmante del acta de Apatzingán y luego diputado en otros ocho congresos, hasta 1844;
Servando T. de Mier fue constituyente en 1821 y 1823.
36 José María Luis Mora, "Revista política de las diversas administraciones que la República Me-

xicana ha tenido hasta 1837" en op. cit., vol. 2, p. 292 y ss.


MONARQU!A-REPÚBLICA-NACJÓN-PUE BLO 161

Sin duda Mora nos proporciona la mejor explicación histórica acerca de los
primeros significados de la voz "república''. Los conceptos de patria y patriotismo
y república de iguales que se fundan en la reunión universal de los ciudadanos ba-
jo la garantía de las leyes, es decir un Estado de derecho, eran del todo ajenos a los
mexicanos. 37 En tal sentido describe Mora en 1837 las condiciones en que nace la
República mexicana: "de no mediar la Independencia, los intereses que había de-
sarrollado la monarquía, la cual identifica con el despotismo", eran tales que si "se
hubiera reunido un congreso, ¿quién duda que los diputados habrían sido nombra-
dos por los cuerpos y no por las juntas electorales, que cada uno se habría conside-
rado representante de ellos (de los cuerpos o estamentos) y no de la nación?" La
fuerza de la monarquía en México dependía, nos dice Mora, de "un espíritu de
cuerpo difundido por todas las clases de la sociedad", producto, agrega, de "una
tendencia marcada a crear corporaciones" con el resultado de que si bien "no to-
dos los cuerpos o corporaciones contaban con iguales privilegios, muy raro era el
que no tenía los suficientes para bastarse a sí mismo".3 8
En razón de lo expuesto es fundamental valorar atentamente el vocablo "repú-
blica'' en su contexto y tiempo particulares. José María Luis Mora con citar a Mon-
tesquieu nos proporciona la mejor definición de este primer republicanismo: "por
monarquía (se entiende) el gobierno de uno solo y por república la aristocrática o
democrática. Luego éste es el gobierno mixto que justamente se recomienda como
el más ventajoso". 39
La multiplicidad de significados derivan de la idea clásica de Platón o Aristó-
teles; ideas que actualiza Jean Bodin en el siglo XVI donde define la república como
un gobierno mixto, cuya potencia o autoridad deriva de un orden histórico tem-
poral, el Estado laico, la república virtuosa del interés general o del bien común.
Tal concepto de república conserva similitudes sorprendentes con la república o
gobierno mixto de los primeros constitucionalistas mexicanos. 40 Así que mucho
antes de ser sinónimo de forma de gobierno, la voz república se refiere al gobierno
virtuoso, al interés general, al bien común, es decir a la respublicae.

37 "Discurso sobre las aversiones pollticas que en tiempo de revolución se profesan unos a otros
los ciudadanos", publicada en El Observador, 24 de marzo de 1830, en José María Luis Mora, op.cit.,
vol. 1, p. 440.
38 "Programa de los principios pollticos que en México ha profesado el partido del progreso, y
de la manera en que una sección de este partido pretendió hacerlos valer en la administración de 1833
a 1834", en José María Luis Mora, Obras compktas. Política, op. cit., vol. 2, pp. 292, 323. 370-376 y
393.
39 José María Luis Mora "Sobre cambios de Constitución", en Obras compktas, vol. 1, p. 344:
"por monarquía moderada se entiende el gobierno mixto que participa de la democracia y de la unidad
de la monarquía. Esta forma bien organizada tiene todas las ventajas que se pueden desear. El gobier-
no monárquico tiene una gran ventaja sobre el republicano, uno solo conduce los negocios y hay cele-
ridad en la ejecución".
40 Jean Bodin, Les six Livres de la Republique, Livre de Poche; José María Luis Mora "Sobre cam-

bios de Constitución", en Obras compktas, vol. 1, pp. 333-348.


162 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AM1'RICA LATINA. SIGLO XIX

"El primero y principal fin de toda República debe ser la virtud" dice Bodin
en el libro IV de su obra. 41 Si retomo sus ideas es por su similitud con la connota-
ción moral que todavía encontramos en el primer republicanismo mexicano. Al re-
ferirse al hombre republicano, se le identifica con el republicano virtuoso, notorio,
honorable, un don, una dignidad. Se emplea a su vez, el vocablo república en el
sentido clásico de gobierno aristocrático, democrático, etcétera.
Las modalidades de elegir son similares a las coloniales salvo en los primeros
niveles donde se introducen importantes novedades. 42 La representación tampo-
co fue un concepto político nuevo, pues las sociedades de Antiguo Régimen con-
taron con múlciples maneras de hacerse representar, muchas de las cuales perdu-
raron bajo las recientes repúblicas americanas del siglo XIX, por ejemplo, el derecho
de petición.
Ahora veamos si con la Constitución federal de 1824 muda el sentido de la re-
presentación territorial y corporativa hacia la representación individual.
El concepto de nación en el Acta Constitutiva de la Federación de 1824 se ex-
plica así: "la soberanía reside radical y esencialmente en la nación" (are. 3) y que "la
nación mexicana se compone de las provincias comprendidas en el territorio del vi-
rreinato" (are. 1). Así el conjunto de las provincias constituye la nación y, es este
conjunto caracterizado como nación el que adopta "para su gobierno la forma re-
presentativa popular federal" (are. 5), donde lo popular no es el pueblo sino más
bien los cuerpos o corporaciones. 43
El término "pueblo", tal como aparece en el acta constitutiva de 1824, evoca
una realidad diferente de la que comúnmente se entiende en el lenguaje político
moderno. Indica la realidad sociopolítica por medio de la cual se asocian y se vin-
culan como en el pasado, los cuerpos -los estamentos-- reinos, provincias, par-
tidos, ciudades, villas, congregaciones, pueblos que constituyen "el reino" mientras
al Ejecutivo corresponde la administración de la entera comunidad política.
Si la idea de nación y pueblo en 1824 remite a la cultura política de Antiguo
Régimen veamos -en los textos relativos-- los vicios de la naciente república en
el Poder Ejecutivo. En relación con la República y sus eres poderes, en 1827 se de-
nuncia que en América con la Constitución de 1824 se creó un poder que tiende
a ser tiránico porque resulca de gobiernos recientes "de origen desconocido", cuan-

41 Jean Bodin, op. cit., cap. 4, p. 363.


42 Para América véase José Maria Ors Capdequí, Manual de historia de derecho español m las In-
dias y del derecho indiano propiammte, Buenos Aires, Editorial Losada, 1945; José Miranda, Las ideas y
las instituciones políticas mexicanas, op. cit. En relación con un texto general se puede consultar, Bernard
Manin, Principes du Gouvernemmt &pmmtatif, Francia, Champs Flammarion, 1996, en especial las
pp. 19-124. Para un análisis contemporáneo de la ciudadanía véase Marccllo Carmagnani y Alicia Her-
nández Chávez, "La ciudadanía orgánica mexicana, 1850-191 O", en Hilda Sabato, Ciudadanía politi-
ca y formación de las naciones, pmpectivas históricas de América Latina, México, Fondo de Cultura Eco-
nómica, El Colegio de México, Fideicomiso Historia de las Américas, 2001.
43 Felipe Tena Rarnírez, Leyesfandammtales de México, 1808-1988, op. cit., p. 154.
MONARQUfA-REPÚBLICA-NACIÓN-PUEBLO 163

do en Europa la constituci6n viene a poner cotos al poder que ya existía. 44 Motivo


para que el Legislativo ate de manos al Ejecutivo: debe su nombramiento al Con-
greso, luego éste le rodea con un Consejo de Gobierno -6rgano de Antiguo Ré-
gimen- y finalmente designa al ministro de Hacienda. En suma un seudoparla-
mentarismo donde los diputados se presentan como mandantes de sus territorios.
En relaci6n con su carácter híbrido se dijo, 'la constituci6n de 1824, preten-
di6 unir en un solo cuerpo de leyes la libertad de pensamiento, de imprenta, de to-
lerancia religiosa, igualdad legal con los fueros de las clases privilegiadas, clero y
milicia. A la voz república se añadi6 la palabra federal y esto ya empez6 a ser algo
al vislumbrase el progreso en los gobiernos de algunos estados, el retroceso y statu
quo en el clero y la milicia, cuando el gobierno general era un poder sin sistema.

HACIA lA NUEVA IDEA DE REPÚBLICA

Después de lo dicho, cabe preguntarse: ¿c6mo se difundi6 la idea de la república y


el republicanismo moderno? A tal efecto considero fundamental rescatar el modo
en que se difunden principios y vocablos que hasta aquí son los expresados por las
clases ilustradas.
Considero que la interacci6n de los estratos sociales y las culturas políticas que
conviven en el espacio mexicano son fundamentales para comprender que la co-
munidad política, a comienzos del siglo XIX, se funda en una concepci6n del mun-
do cuyo referente social fue la sociedad por 6rdenes y su referente cultural fue la
virtud cívica.- Estos conceptos no son privativos de la élite, sino de la mayoría de
los miembros de la comunidad política, de los propietarios de un bien raíz, de una
profesi6n, de un arte, de un oficio, de un empleo, de un modo honesto de vivir,
de un modo justo de razonar. Es en este tipo de virtud que, según Benjamín Cons-
tant, se apoyaba la libertad de los antiguos y la que permite comprender el signifi-
cado originario de república que puede definirse como la comunidad de propieta-
rios que participan de modo activo y constante en el poder colectivo.
Si bien la república no se define en este caso como forma de gobierno sino
más bien como la gesti6n del poder colectivo, sin6nimo de buen gobierno, en el
calificativo del ciudadano virtuoso se abre la rendija hacia una visi6n del problema
mediante el análisis de otro tipo de documento. La lente que permite comprender
la transformaci6n del léxico político mediante el análisis del contenido son a mi
juicio, los catecismos políticos. Además es conveniente utilizar este tipo de fuente
porque nos acerca lo más posible a la comunidad política.
Los catecismos políticos y las cartillas de derechos cívicos por haber sido re-
dactados por preceptores, clérigos, gente ignota, reinterpretan de modo ecléctico a

44 José María Luis Mora, Obras compktAS, op. cit., vol. I, p. 271 y el artículo citado en el mismo
volumen "La necesidad e importancia de la observancia de las leyes", p. 265.
164 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

los grandes pensadores. La lista de nombres y cartillas cívicas es amplia, y de su ex-


plicación se puede entender el sentido de república o Estado que todos reconocían
como la existencia de un obrar político nuevo e intereses políticos autónomos que
debían prevalecer sobre los particulares; en otros reconocemos aún los conceptos
clásicos de república o gobierno aristocrático, democrático, dictatorial. Se detectan
las ideas de Santo Tomás, o de Francisco Suárez quien afirmaría que la potestad ci-
vil es un principio místico o moral que se distingue por ser supremo in suo ordine,
soberano. 45
La erudición tampoco fue el rasgo de los catecismos que circularon en Améri-
ca sino el eclecticismo, pues tal recopilación a veces provenía de catecismos publica-
dos en Francia o España de los que tomaban sólo la última parte, la de preguntas-
respuestas, sin exponer la primera, donde se expone el sustento filosófico-político
del catecismo. Tal vulgata fue ampliamente copiada y difundida gracias a su fácil
reproducción, ágil lectura, accesible comprensión, convirtiendo el catecismo de
matriz católica en el principal vehículo para educar a los jóvenes y las clases menos
instruidas en el civismo laico.
Primeramente buscaré esclarecer en tal fuente, el significado que asumen las
voces república y nación. En la primera Constitución republicana, la de 1824, re-
pública es caracterizada así: "la nación mexicana adopta para su gobierno la for-
ma de república representativa popular federal". La palabra república en este sen-
tido no se puede remitir exclusivamente a la república virtuosa sino que emerge
como una forma de gobierno, que se divide en tres poderes. Es la nación la que
opta por la república, entendida la representación territorial de la nación, es de-
cir el conjunto de las provincias mexicanas y sus sedes de representación, ciuda-
des, pueblos, etcétera.
En otro de los catecismos políticos, la república aparece con su connotación
clásica al caracterizar la sociedad civil que es: "la integrada por los hombres que se
llaman ciudadanos" los cuales se reúnen --cito- "con el fin principal de dar la se-
guridad y tranquilidad de los que la componen". Esta sociedad civil es capaz de ga-
rantizar seguridad y tranquilidad a sus integrantes, es definida como "república''.
En otro texto similar se lee: "Pregunta: ¿cuántas especies hay de repúblicas?" Res-
puesta: "tres regulares y otras muchas irregulares". A la pregunta "¿cuántas son las
regulares?", la respuesta es: "la democracia, la aristocracia y la monarquía", lo que
remite a una idea clásica de república, entendida como ejercicio de gobierno.
Si todavía en la década de 1820 la voz república no aparece en el vocabulario
político en su acepción moderna, es porque todavía sigue vigente la vieja tradición
política según la cual la voz república es todavía la "res publicae' -la cosa públi-
ca- y no tiene aún la connotación de forma de gobierno.
El contexto en que se emplean estos vocablos tiene diversas fuentes de pensa-
miento. Una de las variables que facilita el pasaje de la res publicae a la república y

45 Fray Juan de Santa María, República y política cristiana, Madrid, 2a. ed., Barcelona, 1617.
MONARQUIA-REPÚBLICA-NACJÓN-PUEBLO 16 5

de la idea de nación como agregados estamentales y territoriales son los derechos


naturales. A diferencia de Francia, donde adquieren fuerza en la lucha contra las
monarquías absolutas, los americanos rescatan los derechos naturales por ser va-
lores eternos e iguales para todos con la finalidad de establecer límites legales al
poder y a su vez los derechos naturales les permiten argumentar así en torno a la
soberanía, "que reside esencialmente en la nación .. reside siempre e incomunica-
blemente, porque las esencias son intransmisibles a otros". 46
Del derecho natural a su vez deriva la res publicae o comunidad política don-
de el hombre actúa naturalmente de modo conveniente para su mayor bienestar,
el de su familia y por ende de su comunidad, de modo virtuoso, con sabiduría y
prudencia, sobriedad, fuerza o entereza del alma y del cuerpo. Es decir la res pu-
blicae es sinónimo de ciudadano virtuoso que en México se adapta bien a la idea
de república aristocrática que impera entre los notables de la época y en la misma
doctrina católica.
El derecho natural y el derecho histórico son así el fundamento del orden po-
lítico en cuanto diferencia al vecino-ciudadano del elector y da origen a la nueva
representación política que se funda en la idea de propiedad, entendida la "propie-
dad" como la definí al inicio de este ensayo, como un derecho natural y al "propie-
tario" como aquel que posee un bien resultado de su trabajo, al hombre que valo-
ra el producro de la tierra mediante su esfuerzo individual, quien mediante su
razón y trabajo crea un útil, quien por su ilustración "posee" juicio centrado, de ra-
zón, etc. Por lo tanto son "propietarios" -en la connotación de la época- quie-
nes tienen la capacidad, el uso de razón, la independencia que les proporciona con-
tar con ingreso propio -y en este sentido el vecino-propietario tiene la facultad
para representar a los vecinos-no propietarios.
En relación con el concepto de "soberanía" tanto Mora como Teresa de Mier
rescatan los derechos esenciales que son imprescriptibles o transferibles a persona
alguna: Mora pregunta ¿cuáles son las condiciones precisas para que una nación
pueda constituirse? Y responde: la posesión legítima del terreno que ocupa, la ilus-
tración y firmeza para gobernarse y una población suficiente que asegure de modo
estable los ingresos para sostén del Estado. Condiciones que cumple con amplitud
el país. Pasa a rebatir los justos títulos o la Donación de Alejandro VI, que llevaría
a presuponer al pontífice como amo universal de toda la Tierra; con relación a la
cesión de Moctezuma es la situación de la abdicación de Fernando VII, ya decla-
rada como una usurpación; el derecho de conquista o del más fuerte así como el
de evangelizar han sido rebatidos ampliamente como justos títulos y finalmente
pasa a desvanecer el fantasma del juramento de fidelidad, que se ha roto desde el
momento en que el rey no gobierna, cesa la obligación del pueblo de obedecer. 47

46 José María Luis Mora, Discurso sobre la Independencia del Imperio Mexicano en op. cit., p. 102.
47 José María Luis Mora, Catecismo político de la federación mexicana, en Comité de Asuntos Edi-
toriales, Congreso de la Unión. Serie de Cuadernos de Política. Serie Política Nacional, México, 1991.
166 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AME.RICA LATINA, SIGLO XIX

Es así como se desenvuelve el desliz semántico del concepto de nación como


entidad estamental-territorial, a la comunidad de ciudadanos. La nación, se lee en
un catecismo de 1833, es la reunión de todos sus individuos bajo el régimen y go-
bierno que han adoptado. 48 Nación se define también como los habitantes del país
reunidos como ciudadanos. 49 De allí que comprendamos al leer un documento
previo, de 1823, "la población en cada lugar, ciudad o provincia se divide en dos
partes; una muy pequeña que se puede llamar su aristocracia, y la otra, incompa-
rablemente mayor que llamamos su democracia".50
Jerarquías que a su vez se trasladan a los órganos de gobierno: ayuntamiento,
cuerpos de electores en dos niveles intermedios y las cortes o congresos, el nivel
más genetal, en la medida de jerarquizar los niveles de gobierno y en cada uno exi-
gir mayores propiedades a los representantes y a los elegidos.
Podemos así comprender cómo el republicanismo deja progresivamente de ser
sinónimo restringido a la virtud cívica u oficio de los más sabios y virtuosos. Es de-
cir una república aristocrática deviene progresivamente -por efecto del proceso
electoral- una representación republicana jerárquica pero sustentada en electores
-representantes del interés general de sus habitantes- y no de su estamento o de
sus vecinos. Dicha apertura ocurre mediante la elección periódica al momento en
que el ciudadano-vecino ratifica -mediante su voto- la aprobación o rechazo a
determinados representantes. Es decir, el proceso electoral permite el paso de una
república aristocrática o virtuosa a una donde comienza a asumir la connotación de
forma de gobierno capaz de dar voz a los ciudadanos habitantes de un territorio.
En una cartilla de derechos de 1836 se lee que "en la democracia son los hom-
bres más libres que en los otros gobiernos", es decir, más libres que en la monar-
quía y en el gobierno aristocrático, porque -cito- en "la democracia cada indi-
viduo tiene alternativamente parte en el gobierno"; esto es --especifica- "cada
ciudadano e~tra en los cargos y tiene voto activo y pasivo en las juntas y delibera-
ciones públicas". Por esta razón -insiste la cartilla- "todos los ciudadanos se mi-
ran como iguales; el gobierno se ve obligado a tratar al pueblo con mucho respeto
y no se atreve a cometer ningún exceso". De allí que -concluye- en "el gobier-
no popular hay más libertad e igualdad que en los otros gobiernos".
Sí damos sentido a estos fragmentos podemos decir que el republicanismo
emerge en el léxico político mexicano como una realidad derivada de la necesidad
de garantizar la libertad y la igualdad política de los ciudadanos. Esta garantía no
es algo concedido por el poder sino que nace de la posibilidad de los ciudadanos
de ejercer sus derechos políticos al votar y ser votados para los cargos públicos. De

48 !bid. Catecismo: La Constitución de 1824, op. cit., p. S.


49 Cathecisme de la Constitution a lúsage des habitants de la campagne par un diputé de l'Ásamblee
Nationale, Amiens Editeur Caron- Berquier, 1791.
5° Comisión Nacional para la Conmemoración del Sesquicentenario de la República Federal y

el Centenario de la restauración del Senado, "Acta constitutiva de la Federación. Crónicas", México, Se-
cretaría de Gobernación, 1974.
MONARQUÍA-REPÚBLICA-NACIÓN-PUEBLO 167

allí que podamos decir que el republicanismo emerge como sinónimo de libertad
que conlleva una posible igualdad política.
Vale la pena destacar la diferencia que existe entre la visión puramente doctri-
naria y la visión colectiva del republicanismo pues mientras la primera insiste más
en ver la república como una forma de gobierno mixta, la segunda insiste en el
contenido de libertad e igualdad política que sólo la república puede garantizar.
El republicanismo se desenvuelve justamente cuando se apela a la libertad y a la
igualdad política. La idea de república cobra contenidos concretos, no es más un
ideal abstracto, porque insiste en que codos y cada uno de los ciudadanos tienen de-
rechos y que éstos son alcanzables por todos los habitantes de un Estado bajo ciertas
condiciones. Estos derechos no tienen solamente un valor teórico puesto que están
al alcance de todos, independientemente de su posición social, riqueza y honor. Es
significativo que los catecismos políticos y las cartillas de derechos políticos y electo-
rales insistan más en los elementos concretos que derivan de la libertad e igualdad po-
lítica del republicanismo que en las ideas abstractas. Su contenido pedagógico es
puesto en evidencia en una de estas cartillas cívicas. Al hacer referencia a los derechos
ciudadanos se especifica que son los de celebrar jumas sujetas a --cito- "un orden
fijo y en conformidad con las leyes fundamentales" de modo tal que los ciudadanos
divididos en estados, cantones, distritos o departamento en cada pueblo, villa o ciu-
dad de cada distrito tendrán una juma particular para elegir los diputados que, ins-
truidos de las necesidades, de la utilidad y de la voluntad de los habitantes de cada
pueblo, compongan el congreso o junta general en quien reside el poder, por repre-
sentar a coda la nación y hallarse revestida de codos los poderes necesarios para go-
bernarla". Con otras palabras, la cartilla no sólo recuerda los derechos que deben ha-
cer valer los ciudadanos sino que va incluso más allá: apoya una demanda ciudadana
de los años de 1840 y que todavía no había sido puesta en práctica: la de la transfor-
mación del sufragio doblemente indirecto a otro de tipo indirecto simple.
El valor pedagógico del texto citado es sumamente importante. Nos dice has-
ta qué punto el republicanismo contiene una dimensión expansiva. En efecto, in-
siste en que los derechos políticos no se obtienen de una vez por todas y que se de-
sarrollan a partir de las demandas ciudadanas. El contexto que permite que estas
demandas se expresen es la república en cuanto es la única forma de gobierno ca-
paz de garantizar la libertad y la igualdad política. De allí que los derechos electo-
rales puedan perfeccionarse permitiendo pasar del sufragio doblemente indirecto
al indirecto simple, en la primera fase, y luego pasar del indirecto al directo, es de-
cir, una cabeza, un ciudadano, un voto.
Catecismos políticos y cartillas cívicas no sólo nos ayudan a precisar el signifi-
cado que adquiere el republicanismo. Nos ayudan también a captar los vectores que
permiten que la idea de república enriquezca su contenido inicial y termine por re-
formular la idea de pueblo que emerge en el debate de la Constitución de 1857.
El sentido moderno de pueblo lo encontramos en la Constitución liberal y fe-
deral de 1857 donde se establece por vez primera que "la soberanía nacional resi-
168 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

de esencial y originariamente en el pueblo" (art. 39) y que "el pueblo ejerce su so-
beranía por medio de los poderes de la Unión en los casos de su competencia, y por
los Estados para lo que toca a su régimen interior" (art. 41).
La Constitución de 1857 representa una ruptura con la de 1824 al instaurar
los derechos del hombre y del ciudadano. Sin embargo el que llegara a aprobarse
tal idea fue una ardua tarea de compromiso, pues la fuerza del antiguo confedera-
lismo era fuerte: baste decir que se rechazó la idea de restablecer la constitución de
1824 por una votación de 40 contra 39. Un voto de diferencia expresa que en la
formulación de sus artículos en ocasiones quedara el principio constitucional para
que una ley secundaria lo reglamentara.
El argumento es claro. "Queremos una federación que estreche el vínculo de
la nacionalidad.[ ... ] La experiencia y práctica acreditan los defectos (de la Consti-
tución de 1824 ... ), no satisface las necesidades del pueblo y su reforma es hoy un
reclamo para que la democracia sea verdad". 51 Se propone entonces una ley de ciu-
dadanía general, edad y modo honesto de vivir, que no se encontraba en la consti-
tución previa, ciudadanía que otorgaba derechos, voto, y además agregaba la idea
de vigilancia: mediante el derecho de petición y la de pertenecer a la Guardia Na-
cional. Pues se argumentó: son fundamentos de la ciudadanía no sólo el ser elector
de representantes, sino el de vigilar y defender el buen gobierno mediante el dere-
cho de petición y defensa de la patria. Se asentó que el problema era ya evidente
pues "desde 1832 se comenzó a observar que la Constitución federal debía arreglar
el ejercicio de los derechos ciudadanos ... [que] la Constitución no puede dejar ese
arreglo a cada uno de los Estados[ ... ] el Sistema Federal en su último estado de per-
fección no es como lo fue antiguamente una simple sociedad de sociedades, sino que
por el más admirable mecanismo político, los ciudadanos de un Estado que entre
sí forman una sociedad perfecta[ ... ] reunidos con los otros Estados forman por sí
y sin intermedio de sus poderes locales otra Nación, no menos perfecta, cuyo go-
bierno es el general; de donde resulta que la acción del ciudadano sobre el gobier-
no y la del gobierno sobre el ciudadano en todo lo relativo a la Unión lo ejerce di-
rectamente sin ninguna intervención del poder de los Estados ... "52 La radical
distancia era que se exigía que el gobierno general fuera el garante de los derechos
del hombre y del ciudadano, "y no dejarlas a la absoluta discreción de los Esta-
dos". 53 La igualdad de todos ante la ley fue una quimera al no abolir los fueros y
privilegios de "las clases privilegiadas" que "la Constitución de 1824 dejó en pie".5 4

51 Francisco Zarco, Historia del Congreso Constituyente de 1856y 1857, sesión del 20 de febrero
1856. Objeción a la propuesta de restablecer la Constirución de 1824.
52 Tena Ramírcz, op. cit., véase "Voto particular" de Mariano Otero, abril, 1847, las cursivas en

el original, p. 450.
53 !bid., p. 452.
54 Francisco Zarco, Crónica del Congreso Constituyente, sesión del 20 de febrero 1856. Objeción
a la propuesta del diputado de Durango, Castañeda, quien propone restablecer la Constitución de 1824
y el Acta de Reformas de 1847, p. 14.
MONARQU!A-REPÚBLICA-NACIÓN-PUEBLO 169

Es claro para los parlamentarios que el acto de votar es sólo un aspecto de la


ciudadanía y que ésta queda trunca "sin la representación que es el objeto del su-
fragio" .55 Los parlamentarios de 1857 rescatan el voto particular de Mariano
Otero de 1847, y fijan el principio para que las elecciones sean populares. Pu-
diendo adoptarse la elección directa (art. 18 de la Constitución de 1857). Fija-
ron el principio para que se reglamentara, abriendo el espacio legislativo a la elec-
ción directa, a la representación popular, la del pueblo y a colocar a la ciudadanía
bajo el amparo de los tribunales de la Federación (art. 25 de la Constitución de
1857).

* * *

Para concluir, con base en lo expuesto considero que el proceso de definición en-
tre monarquía constitucional o república fue un proceso de medio siglo y su triun-
fo sólo se define con la derrota del ejército imperial francés y el fusilamiento de
Maximiliano de Habsburgo. Para que la república moderna fuera viable se debie-
ron dejar atrás no sólo los antiguos conceptos de gobierno sino lograr a su vez que
la dinámica entre las élites gobernantes y populares se moviera en esa dirección. Me
refiero en particular a la difusión del voto directo y los valores de defensa de lapa-
tria y de la nación que se desenvuelven gracias a la guardia nacional o ciudadanía
en armas que sale en defensa de la patria (su entidad federativa) y de la nación
cuando la invasión del ejército norteamericano en 1847. Los vínculos estrechos de
una ciudadanía armada con los ayuntamientos constitucionales y su municipio los
convirtieron en el eje organizador del espacio político-económico entre los dece-
nios de 1840-1860.
Considero -como hipótesis- que a partir de 1842-1857 se puede propia-
mente hablar del nacimiento de una república federal y liberal, gracias al vínculo
diferente que una nueva generación -nacida con el siglo- genera entre pueblos
de un territorio con sus municipios y con su entidad federativa, y entre los pode-
res de éstos con el gobierno general. Fue la intervención del ejército norteamerica-
no y la pérdida de un tercio del territorio de lo que fuera la Nueva España, lo que
convulsionó la conciencia individual y produjo por vez primera un sentido de
identidad colectiva, nacional. Bajo esta circunstancia deja de ser el eje político el
pueblo, la comunidad y nace un sentido de comunidad nacional que hace posible
la construcción de un Estado, de una nación.
Con la constitución de 18 57 se va consolidando progresivamente la idea mo-
derna de la soberanía popular, la que según un catecismo político de 1871, es "el
alto y supremo derecho que tienen las naciones para proveer a su propia felicidad"
y que se ejerce a partir de la forma de gobierno republicana que es "el conjunto de

55 !bid., p. 462.
170 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XlX

principios políticos que adopta un pueblo para normar la acción de las autorida-
des, y asegurar los derechos de los ciudadanos".56
Como puede entenderse, con el nuevo constitucionalismo de 1857 se da vi-
da a un círculo virtuoso que conecta el pueblo a la nación y éstos al republicanis-
mo sustentado en los principios iusnaturalistas de los derechos del hombre y del
ciudadano. Con este cambio se inaugura una nueva era. Se supera la idea de la co-
munidad política como una entidad colectiva y se da vida a la idea de la libertad
de los modernos fundada, como escribe Constant sobre "el goce tranquilo de la in-
dependencia privadá' 57 permitiendo la emergencia del actor político individual
que se asocia con otros para actuar en el ámbito colectivo.
El republicanismo no se difunde sólo mediante la expansión del derecho de la
libertad y de la igualdad sino también por la difusión de la idea de que los derechos
comportan deberes. Llama la atención que una cartilla cívica diga que la seguridad,
tranquilidad, abundancia de bienes y conseguir la felicidad son los medios para el
establecimiento de la república. Al hacer referencia a la seguridad dice que consis-
te en tener fuerzas bastantes para resistir a los de otra sociedad que quiera invadir
lo cual implica que deben hallarse todos los individuos en estado de defenderla.

56 Nicolás Pizarro, Catecismo político constitudonal 1a. ed., 1861.


57 Benjamin Constant, De la Liberté des ancims comparle a ce/le des modernes, 1819, traducido del
francés "la jouissance paisible de l'indepéndance privil'.
LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA Y LA RELIGIOSIDAD:
¿UN ANACRONISMO EN LA TRANSICIÓN?

BRIAN CoNNAUGHTON*

La nueva historia política de los últimos 1O o 15 afíos ofrece un lugar a veces pri-
vilegiado a la religión dentro de su esfuerzo por explicar los dilemas encarados por
México en el siglo XIX. Al hablar justamente del universo conceptual característico
del nuevo liberalismo que se fortalece a partir de la Independencia, la religión y la
Iglesia figuran habitualmente como parte del Antiguo Régimen que fenecía, si bien
lenta y penosamente. Hay cierta coincidencia con Andrés Molina Enríquez cuan-
do planteó hace muchos afíos que con la colonia se marchitaba el periodo "integral"
de la historia mexicana en el cual se había impuesto una "organización coercitivá'
y una "cooperación obligatoriá' .1 La diferencia consiste en que los historiadores de
los últimos tiempos suelen colocar la alianza ideológica entre la Iglesia y el Estado
como eje de esta integración social de signo tradicional, mientras Molina refería a
un eje "militar".
En los historiadores que se ocupan del tema religioso, parece regir implícita o
explícitamente el criterio de que la modernidad representa una sociabilidad secu-
lar e individualista que triunfa sobre una sociabilidad religiosa y comunal. No hay
una plena conciencia o coincidencia en la nueva historia política sobre exactamen-
te cómo se presenta esta dinámica y con qué rasgos precisos, en la sociedad mexi-
cana. Una corriente parece entender que no se pueden mezclar sociabilidades, o
que mezclarlas da lugar a una sociedad barroca incierta de sus propios rumbos. 2
Otra, habla de cuarteaduras en el edificio de las instituciones y valores del Antiguo
Régimen, donde se dan desgastes, intentos de recomposición y una lucha de aco-
modos.3 Una más habla de situaciones en las cuales los campesinos hallan modos
de combinarse políticamente con los liberales como portavoces de la nueva socia-
bilidad, dando a éstos una base popular importante. Incluso algunas comunidades

* Universidad Autónoma Metropolitana-lztapalapa.


1 MOLINA ENRIQUEZ, Andrés. 1964. Los grandes problnnas nacionales. México: Ediciones del Ins-

tituto Nacional de la Juventud Mexicana, p. 86.


2 LEMP~RI~RE, Annick. 1994. "¿Nación moderna o república barroca? México 1823-1857" en

Fran~ois-Xavier GUERRA y Mónica QUIJADA (coords.), Imaginar la nación. Münster: Lit, pp. 135-177.
3 CoNNAUGHTON, Brian, Carlos lll.ADES y Sonia P~REZ TOLEDO (coords.). 1999. Construcción de
la legitimidad polltica en Mlxico. México: El Colegio de Michoacán, Universidad Autónoma Metropo-
litana, Universidad Nacional Autónoma de México y El Colegio de México.

[171]
172 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX

campesinas se sentirían atraídas por el protestantismo en la segunda mitad del si-


glo XIX, que algunos han visto como signo de una religiosidad compatible con la
moderna sociedad secular. 4
Dentro de la nueva literatura un planteamiento que me ha parecido particu-
larmente sugerente es el que argumenta que la joven república mexicana ya repre-
sentaba una ruptura inicial con la herencia católica del país:

.. .la república mexicana cumple con sus principios religiosos al mantener en alto gra-
do la sacralización de sus ritos políticos y en este sentido es 'católica'. Pero, al mismo
tiempo, la introducción de los principios políticos modernos abroga la necesidad y le-
gitimidad de la religión como lazo sagrado entre los ciudadanos, puesto que ha desa-
parecido el centro unificador y soberano con la persona del monarca, reemplazado por
la 'soberanía del pueblo'.5

Así, para Annick Lempériere, "la religión de Estado se ha transformado en un


objeto de debate político, lo que nunca se hubiera podido imaginar bajo la monar-
quía católica". La vida republicana encara una fractura en la cual se presenta una
"competencia abierta entre los dos proyectos republicanos", uno católico y el otro
"cuyo programa consiste precisamente en la abolición de los aspectos 'católicos' de
la república''. 6 En este sentido, Lempériere afirma que "la república mexicana nun-
ca fue 'católica' en el sentido en que lo fue la monarquía española".7
Este planteamiento audaz recrea en pocas líneas tensiones al seno de la joven
república, pero choca con planteamientos que se vienen haciendo desde hace dé-
cadas. Dorothy Tanck halló que los importantes avances educativos tras la inde-
pendencia mexicana -fuesen las escuelas lancasterianas o la reforma educativa de
Valentín Gómez Parías (1833-1834)- convergían en cierto deseo de reforma re-
ligiosa pero no pretendían ninguna secularización de la sociedad. En todas las es-
cuelas se enseñaba religión y, definitivamente, "restringir la participación de la Igle-
sia o suprimir la enseñanza religiosa, no formaban parte de un programa para las
escuelas de primeras letras". 8
Anne Staples, coincidiendo con este parecer, afirma que la enseñanza religio-
sa en 1844 se extendía también a la educación superior, fuesen colegios, universi-
dades o institutos literarios. "No había ni siquiera un asomo de lo que llamaríamos

4 THOMSON, Guy. 1993. "'La Bocasierra'; ¿cuna del liberalismo? Tres municipios serranos encre

1855-1889" en Antonio ANNINO y Raymond BuvF. (coords.), El liberalismo en México. Asociación de


Historiadores Latinoamericanistas Europeos. Cuadernos de Historia Latinoamericana l. Münster: Lit,
pp. 121-141.
5 LEMrf.RI~RE, 1994, pp. 143-144.
6 LEMPf.RiffiE, 1994, pp. 144.
7 LEMPf.RiffiE, 1994, pp. 143.
8 TANCK DE ESTRADA, Dorothy. 1984. La educación ilustrada 1786-1836. Educación primaria en

la ciudad de México. México: El Colegio de México, pp.136, 185, 243. La cita está en la página 136.
LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA Y LA RELIGIOSIDAD 173

educación laica''. Pero menciona una notable presencia de la historia de la Iglesia


de Claude Fleury-teólogo favorito de los reformadores-y la "benéfica práctica
de las devociones, misas y comuniones frecuentes". 9 Los seminarios también ha-
cían esfuerzos por modernizar sus programas de estudios y prominentes clérigos
participaban en la ampliación de la red de escuelas populares. 10 No sorprende que
la misma autora opine que hasta mediados del siglo XIX "los sermones y las carcas
pastorales conservaban su autoridad moral como medios eficaces de moldear opi-
niones y transmitir conocimientos". 11
No obscance, si somos ecuménicos por un momento en cuanto a los aportes a
la nueva historia política, y también retomamos la idea de una fisura en la catolici-
dad mexicana posindependiente, se puede ver que diversas referencias de otros au-
tores refuerzan la idea de que la catolicidad mexicana escaba en serio peligro duran-
te el tránsito del Antiguo al nuevo régimen. Francisco Cervantes, Verónica Zárace,
Carlos Marichal y yo nos hemos referido a la crisis ecónomica de la Iglesia mexica-
na y/o el cambio de valores de los católicos mexicanos al transitar del régimen virrei-
nal al republicano. 12 Sin embargo, si lo que se quiere hacer es discutir la genealogía
de los cambios, los estudios quizá tengan que esclarecer el pasado inmediaco más cla-
ramente. La nueva hiscoria política, en algunas de sus variantes, cultiva un coqueteo
ocular permanente hacia el futuro. Esco puede ser una debilidad, porque al alejar-
nos de las contradicciones dentro del mismo Antiguo Régimen, al obviar incluso sus
intentos de regeneración, se nos aleja asimismo de la complejidad de la dinámica en
maceria religiosa y en cuestión de las relaciones entre la Iglesia y el Estado.
Persisto en la idea de mantener un criterio amplio en cuanto a los trabajos que
contemplemos como contribuyentes al caudal accual de estudios de la nueva his-
toria política. En diversas obras se abordan mudanzas importantes en el ámbico
imperial en las décadas previas a la Independencia y se hacen proyecciones sobre su
herencia por la joven república. Carlos Herrejón ha señalado con claridad la secu-
larización y politización del sermón al final de periodo colonial, en respuesta a los

9 STAPLES, Anne. 1981. "Panorama educativo al comienw de la vida independiente" en Josefina

Zoraida VA7.QUEZ, Dorothy T ANCK DE ESTRADA, Anne STAPLFS y Francisco ARCE GURZA, Ensayos sobre his-
toria de la educación en México. México: El Colegio de México, pp. 115-170, especialmente pp. 151-153.
10 STAPLES, 1981, pp. 128, 154, 163.
11 STAPLES, 1981, p. 165.
12 CERVANTES BEU.o, Francisco J. 1990. "Los militares, la política fiscal y los ingresos de la Iglesia

en Puebla, 1821-1847", en Historia Mexicana, vol. XXXIX, 4 (156), pp. 933-950; Francisco]. CERVAN-
TES BELW, 1993. "De la impiedad a la usura. Los capitales eclesiásticos y el crédito en Puebla (1825-
1863)". Tesis doctoral, Centro de Estudios Históricos, El Colegio de México; Verónica ZARA.TE TOSCANO.
1995. "Tradición y modernidad: la Orden Imperial de Guadalupe. Su organización y sus rituales" en His-
toria Mexicana. vol. XLV, 2 (178), pp. 191-220; Carlos MARICHAL,. 1992. "La bancarrota del virreinato:
finanzas, guerra y política en la Nueva España, 1770-1808" en Josefina Zoraida VÁ7.QUEZ (coord.), Inter-
pretaciones del siglo XV!ll mexicano. El impacto de las reformas borbónicas. México: Nueva Imagen, pp. 153-
186; B.F. CoNNAUGITTON, 2002. "La Iglesia mexicana, 1821-1856. Bienes eclesiásticos, diezmos y nece-
sidades gubernamencales" en Gran historia de México ilustrada. México: Editorial Planeta, pp. 301-320.
174 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

desafíos de la Revolución francesa y la insurgencia mexicana. 13 David Brading, Wi-


lliam Taylor y otros han colocado las alteraciones en la percepción de la religión y/o
las relaciones entre la Iglesia y el Estado, al centro de su obra al explicar la evolución
de finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. Taylor ha argu¡nentado que la au-
toridad del cura párroco, quien era la columna del poder de la Iglesia y la religión
en la época colonial tardía, había sido cuestionada duramente hasta en los pueblos
de indios en la segunda mitad del siglo XVIII. 14 Dentro del ámbito de las Reformas
borbónicas en México --cuyos orígenes Taylor coloca en los 1740- tanto Brading
como Taylor ven un denodado intento por disminuir las facultades públicas del cle-
ro y deslindar muy claramente sus funciones religiosas de su perfil político. No obs-
tante, Brading al abordar la diócesis de Michoacán, habla de "una intensificación de
su vida cristiana''. 15 Asimismo, al revisar el mundo intelectual de los clérigos mexi-
canos, Brading observa "el carácter complejo, si no contradictorio, del catolicismo
mexicano del siglo XVIII" . 16 Este mismo investigador halló que mucho antes de la
Independencia la lucha de los obispos novohispanos, en mancuerna con el Estado,
a favor de una religiosidad más adusta e interiorizada, había culminado en "una cla-
ra distinción entre las esferas de la religión y las diversiones seculares" .17 Más aún,
debido a invasiones fiscales y jurisdiccionales de las esferas tradicionalmente propias
de la Iglesia, a fines de la época colonial ya había un "abismo que ... separaba al al-
to clero de la burocracia real". 18 La problemática no se debía exclusivamente a cues-
tiones de dinero y jurisdicción, sino que la "burocracia borbónica ya no considera-
ba a la Iglesia como principal pilar de la autoridad de la Corona sobre la sociedad".
De hecho, como se vería en el papel jugado por muchos curas a partir de 181 O, ya
se estaba dando "la ruptura final de la tradicional alianza entre la Iglesia mexicana
y la Corona española''. 19 Para Brading, la fisura en el edificio del catolicismo posin-

13 HERREJON PEREDO, Carlos. 1993. "La Revolución francesa en sermones y otros testimonios de
México, 1791-1823" en Solange ALBERRO, Alicia HERNANflEZ CHAvEZ y Ellas TRABULSE (coords.). La
Revolución francesa en México. México: El Colegio de México y Centro de Estudios Mexicanos y Cen-
troamericanos, pp. 97-110; Carlos HERREJON PEREDO. 1994. "La oratoria en Nueva Espafia" en Rela-
ciones, 57, pp. 57-92; Carlos HERREJÓN PEREDO. 1997. "El sermón en Nueva Espafia durante la segun-
da mitad del siglo xvm" en Nelly SIGAUT (ed.), La Igksia católica en México. México: El Colegio de
Michoacán y Secretaría de Gobernación, pp. 251-264; Carlos HERREJON PEREDO. 1999. "Sermones y
discursos del Primer Imperio" en Brian CONNAUGHT<>N, Carlos ILI.ADES y Sonia P~REZ Tm.EDO
(coords.), op. cit., pp. 153-167.
14 William B. TAYLOR: Ministros de lo sagrado. Traducción de Óscar Mazín Gómcz y Paul Kersey.
México: El Colegio de Michoacán, Secretaría de Gobernación y El Colegio de México, 1999, I, p. 295;
William B. TAYLOR, 2003. Entre el proceso global y el conocimiento locai México: Universidad Autóno-
ma Metropolitana-lztapalapa, Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y Miguel Ángel Porrúa.
15 David A. BRADING: Una Igksia asediada: el obispado de Michoacán, 1749-1810. Traducción de

Mónica Utrilla de Neira. México: Fondo de Cultura Económica, 1994, p. 32.


l6 BRADING, 1994, p. 76.
l7 BRADING, 1994, p. 191.
IS BRADING, 1994, pp. 210, 215.
19 BRADING, 1994, p. 253.
LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA Y LA RELIGIOSIDAD 175

dependiente, que Annick Lempériere ha percibido, proviene de un serio problema


en el cimiento borbónico y monárquico del siglo XVIII.
Lo que no está claro es la conformación de las cuarteaduras y su significado
preciso. No obstante, William Taylor ha dado unas sugerencias muy importantes.
En el punto de vista de este autor, los curas y el clero en general tenían un poder
especial sobre los símbolos religiosos aunque tradicionalmente compartían este po-
der con el Estado. Al desatarse la guerra de Independencia, este enlace se rompió
porque los símbolos religiosos, peligrosamente polivalentes, se volvieron materia de
disputa. Se consumó un proceso clave: "[!Ja religión y la costumbre [se convirtie-
ron] en la base de una poderosa crítica al estado colonial tardío" .20 De este modo,
la religión se desgajó de sus ligaduras al statu quo y se convirtió en una variable au-
tónoma. No obstante, según Taylor, los curas siguieron estando al centro de una
interlocución popular en torno a estos valores trascendentes polivalentes y por
ende bien presentes en el seno de la sociedad mexicana. 21 Orientados a la conduc-
ción social, los curas prosiguieron en sus tareas de larga data por medio de la ne-
gociación, persuasión y convencimiento.
Los curas eran miembros de un mundo complejo cuyas seguridades venían
erosionándose en las décadas anteriores a la Independencia. Fueron sometidos a
una dura presión desde el siglo XVIII para adoptar el optimismo social que caracte-
rizaba entonces tanto al Estado como a la jerarquía eclesiástica. Se pretendía una
nueva "ingeniería social mediada por la educación", que convirtiera a los indígenas
en ciudadanos y mejores cristianos, pero los curas solían pecar de cierta ambivalen-
cia.22 Frecuentemente no lograban superar una visión sobre la sociedad y su papel
sacerdotal procedente de otros tiempos y antiguos manuales de cura. En conse-
cuencia, "para algunos curas párrocos fue cada vez más difícil lograr la obediencia"
de sus feligreses. 23
Estas dificultades, sin embargo, no significaban la secularización como a veces
se entiende. Al decir de Taylor, al centro de la actuación de José María Morelos
como líder insurgente, y de la neutralidad de la gran mayoría del clero ante el em-
bate insurgente al régimen virreinal, estuvo la teología moral que habían aprendi-
do los curas en los seminarios y reformulado a lo largo de arduos años de servicio
eclesiástico y mudanza social. A la caridad, sentido de sacrificio personal y la obli-
gación mutua que destacaban por el lado moral, aunaban una fuerte dosis de visión
jerárquica, la determinación de conservar la "ética social" cristiana y resguardar su
propio papel en definir la relación entre lo sagrado y lo profano. Según Taylor, el
protagonismo de los curas de fines de la época colonial también poseía elementos
nuevos. Se había dado una alteración en el modelo de ministerio parroquial en la

20 TAYLOR, 1999, l, p. 42.


2! TAYLOR, 1999, l, p. 101.
22 TAYLOR, 1999, l, pp. 250-251.
23 TAYLOR, 1999, !, p. 343.
176 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

segunda mitad del siglo xvm. 24 Desde los años de 1760 se había desplazado cada
vez más el concepto del cura como juez para sustituirlo por el del cura como maes-
tro. No obstante este cambio que se insinuaba, Taylor no está distante de la formu-
lación de Brading: Morelos poseía "una visión arcaica de la sociedad" que justifica-
ba un marcado protagonismo clerical en la sociedad. Brading lo llama "el modelo
político de los Habsburgo", de gran atractivo entre "los curas rurales que conduje-
ron la etapa sureña del movimiento insurgente". 25 Los curas estaban más dispues-
tos que antes a hablar de libertades y poner el énfasis en el amor/caridad como eje
de su misión sacerdotal, según Taylor. Éste asocia la Independencia con la percep-
ción de los curas de que se estaban perdiendo las condiciones mínimas necesarias
para que realizaran su labor de salvación de almas. Repudiaban la nueva legitimi-
dad política basada en logros materiales y el aspirantismo económico borbónico, en
vez de la persecución del reino de Dios en la Tierra. 26
Si incorporamos las obras de Brading, Taylor y Herrejón a nuestra apreciación
de lo que constituye la nueva historia política, entendemos con mayor facilidad
otras voces en la historiografía que vienen de décadas anteriores pero aún no pier-
den enteramente su frescura. Hace años Charles Hale nos aseguraba que "había lí-
mites al grado de secularización deseado por los liberales [mexicanos]". Aunque
consideraba tales límites un "fenómeno universal a comienzos del siglo XIX", lo re-
lacionaba en México con el deseo de establecer un patronato protector sobre la Igle-
sia y la prevalecencia de una evaluación negativa de la capacidad de los países cató-
licos de arribar a una "mentalidad secular". Hale consideraba que esta modalidad
del liberalismo mexicano, impedía que fuera "una filosofía integral de la moderni-
zación". 27 Reyes Hernies sostenía la misma idea sobre secularización, antes de la
Constitución de 1857 y encontró que el deseo de ejercer el patronato y combinar
libertades nuevas con un catolicismo de Estado pesaban mucho sobre los liberales. 28
Si ampliamos nuestra mirada sobre la nueva historia política hacia otros ám-
bitos geográficos mundiales, podemos entender mejor la problemática que estamos
encarando en México y América Latina. La religión se ha vuelto tema penoso y una
adsripción vergonzante para muchos que se identifican con los grandes temas de
la modernidad. Esto es cierto en México y América Latina donde, según J. Lloyd

24 "Los sacerdotes como jueces y maestros", "Sacerdotes en acción", y "Sanciones y deferencia"


en TAYLOR, 1999, !, pp. 225-354.
25 BRADING, David A. 1992. "El jansenismo español y la caída de la monarquía católica en Mé-

xico" en Josefina Zoraida VAzQUEZ (coord.), op. cit., pp. 187-215.


26 TAYLOR, William B. 1995. "El camino de los curas yde los Borbones hacia la modernidad" en

Alvaro MATUTE, E. TREJO y B.CoNNAUGHTON (coords.), Estado, Iglesia y sociedad en México. Siglo XIX.
México: Miguel Ángel Porrúa y Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 81-113, particular-
mente pp. 112-113.
27 HALE, Charles A. 1972. El liberalismo mexicano en la época de Mora (1821-1853). México: Si-

glo XXI Editores, pp. 309-310.


28 REYES HEROLES, Jesús. 1974. El liberalismo mexicano. México: Fondo de Cultura Económi-

ca, vol. Ill, pp. 134 y 20 l.


LA NUEVA HISTORIA POLfTICA Y LA RELIGIOSIDAD 177

Mecham, el tradicionalismo de la Iglesia produjo "la apostasía de las clases intelec-


tuales". 29 Pero tiene cierto carácter generalizado en el mundo académico occiden-
tal. Annette Aronowicz ha asentado que "[!Ja mayoría de nosotros en el mundo
académico somos profundamente alérgicos a nuestras respectivas tradiciones reli-
giosas, temiendo que sólo pueden estrechar o contaminar nuestro compromiso in-
telectual" .30 Prevalece en la literatura sobre el desarrollo político y la moderniza-
ción la idea de que "la religión es en general un obstáculo a la modernización". 31
Quizá por eso, mucho del trabajo interesante que se está haciendo sobre iglesias y
religión sale en textos muy acotados a tales temáticas. De esa manera, textos poten-
cialmente claves resultan marginalizados dentro de la historiografía decimonónica,
al aparecer con frecuencia junto a estudios de gran interés dedicados a diversos pe-
riodos históricos de la historia eclesiástica. 32
¿Qué hay que hacer? ¿Debemos abandonar toda esperanza de superar los
abordajes inconexos y frecuentemente encontrados del fenómeno religioso en los
estudios históricos? ¿O debemos abandonar nuestro apego a la modernidad? O,
más bien, ¿debemos emprender una renovación de nuestro modo de plantear las
cosas? Las iglesias y la religiosidad parecen jugar un papel incierto en la historio-
grafía de los siglos XVIII y XIX, incapaces de remontar los escollos de la seculariza-
ción y la modernización. Sin embargo, hace falta recordar que desde hace mucho
tiempo hay autores que abogan porque descartemos los conceptos de por sí pola-
rizados de modernidad y tradición, así como de secularización y su antípoda sacra-
lización en los estudios históricos y sociales. Cifrándose en aquella primera pareja
de opuestos, Larry Shiner ha dicho:

El carácter obviamente artificial del concepto tradición/modernidad, con su cuadro es-


trechamente integrado de dos cipos de sociedades donde cada característica en una re-
presenta la contraparte extrema de la característica correspondiente en la otra, signifi-
ca que estamos tratando con un tipo ideal.

Agrega que la utilidad de tipos ideales en la historia y ciencias sociales es heurís-


tica y que tales recursos deben usarse para luego descartarse o superarse a la brevedad.
"Ya que el científico social debe estar produciendo constantemente nuevos tipos idea-
les y descartando los anteriores, la longevidad de la pareja tradición/modernidad po-

29 MECHA.\!, J. Lloyd. 1966. Church and State in Latin America. A History of Politico-Ecclesiasti-
cal Relatiom. Chapel Hill: University of Norrh Carolina Press, p. 422.
30 ARoNOWICZ, Annette. 1993. "The Secret of che Man ofForty" en History and Theory, 32:2, pp.

101-118, cita en p. 117.


3! CARROLL, Terrance G. 1984. "Secularization and States of Modernity" en World Politics, 36:3,
p. 362, citando y contextualizando a Donald Eugene Smith, Religion and Political Development. Bos-
ton: Litde, Brown, 1970, p. XI.
32 S!GAUT (ed.). 1997; Manuel RAMos MEDINA (comp.). 1998. Historia de la Iglesia en el siglo XIX.

México: Condumex.
178 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX

dría citarse como evidencia prima facie contra ella". Asimismo rechaza la automática
asociación del concepto de diferenciación social progresiva como algo necesaria y ex-
clusivamente ligada a la secularización de la sociedad. 33 Parece significativo en este
contexto que Frarn;:ois-Xavier Guerra en unos de sus últimos escritos haya sugerido
que el horizonte cívico moderno como él lo entendía quizá fuera finalmente "inal-
canzable por el carácter ideal del modelo del hombre-individuo-ciudadano". 34
Hace falta mantener presente una visión de larga duración para abordar estas
cuestiones. Precisa alimentar esta discusión con una referencia a la dinámica de la
religión y la Iglesia en la época virreinal, misma que Brading y Taylor han proble-
matizado en sus estudios. William Taylor ha recalcado que en el Imperio español
existió un criterio legal inclinado a favor del poder estatal desde el siglo XVI. Gira-
ba inicialmente en torno a la secularización de las doctrinas de evangelización in-
dígena y su sustitución por parroquias desde el siglo XVI. Avanzó paulatinamente
desde la segunda mitad de ese siglo, logrando importantes progresos en el siglo
XVII, para cumplir casi cabalmente el proceso en el XVIII. Este desarrollo otorgó un
control muy definido a los monarcas y sus dependientes sobre los nombramientos
eclesiásticos, en su calidad de patronos o vicepatronos de la Iglesia, tratándose de
plazas tanto de obispos como de curas párrocos. Tal poder sobre el clero secular ex-
cedía la autoridad que solía ejercer el poder regio sobre el clero regular encargado
de las doctrinas de los neófitos. 3 5 Guillermo Porras Muñoz concluyó su estudio so-
bre el patronato en la Nueva Vizcaya novo hispana entre 1562 y 1821, con una re-
ferencia a Lord Acton: "El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolu-
tamente". Halló que el ejercicio del patronato benefició "siempre al gobierno y a
veces a los fieles" a expensas de "la libertad y la autonomía de la Iglesia''. 36 Como
hemos referido, según Brading y Taylor -y esto parece una percepción general-
el siglo XVIII conoció profundos cambios en el sentido de potenciar un poder esta-
tal activo y reformador a costa de recortar la esfera de autonomía de los clérigos.
Los curas eran vistos cada vez más como artífices de un esfuerzo estatal de castella-
nizar, educar y civilizar a los indígenas y en general a la población del país. 37 Bajo

33 SHINER, Larry E. 1975. "Tradirion/Modernicy: An Ideal Type Gone Asrray" en Comparative

Studies in Societyand History, 17:2, pp. 245-252, particularmente pp. 250-252.


34 GUERRA, Fran~ois-Xavier. 1999. "El soberano y su reino. Reflexiones sobre la génesis del ciu-
dadano en América Latina" en Hilda SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones.
Perspectivas históricas de América Latina. México: El Colegio de México-Fedeicomiso Historia de las
Américas, Fondo de Cultura Económica, pp. 33-61; cita en la págna 61.
31 William B. Taylor, comunicación personal destacando algunos aspectos de sus propios estu-
dios. Véase también Pilar MAR11NEZ LóPFZ-CANO (coord.). 2004. Concilios provincialer mexicanos. Se-
minario de Historia Política y Económica de la Iglesia en México. México: Universidad Nacional Au-
tónoma de México (disco compacto).
36 PORRAS Mu1'1oz, Guillermo. 1980. Iglesia y Estado en Nueva Vizcaya (1562-1821). México:
Universidad Nacional Autónoma de México, p. 515.
37 TANCK DE ESTRADA, Dorothy. 1999. Pueblos de indios y educación en el México colonial 1750-

1821. México: El Colegio de México.


LA NUEVA HISTORIA POúTICA Y LA RELIGIOSIDAD 179

la presión de los gobernantes, para fines del XVIII se habían superado entre los
miembros del alto clero las viejas disputas sobre la capacidad del indígena, y se pro-
movía que se le tratara como un digno sujeto de evangelización y ciudadanización,
en que los curas debían jugar un papel fundamental. 38 Adicionalmente, como lo
ha indicado Carlos Marichal, las décadas de los ochenta y noventa involucraron a
la Iglesia en fuertes préstamos y donativos al Estado que contribuyeron a mante-
ner a éste a expensas de la salud financiera del clero. 39
Taylor ha reseñado la situación refiriendo que para fines de la época colonial
la política oficial era convertir a la Iglesia católica en un departamento del edificio
social y ya no conservarla como su piedra angular. 40 Desde luego, "[f]ortalecer la
Corona a costa de la Iglesia implicaba una secularización mayor del poder políti-
co y un mayor anticlericalismo. También significaba basar la legitimidad real me-
nos en el cultivo del derecho divino y la asociación con el clero, que en los logros
materiales". 41 Pero no se trataba de minimizar la religión, "sino de tratar a la reli-
gión y la Iglesia institucional como más [bien] distintas y subordinadas -con el
objeto de redefinir al clero en los términos de una clase profesional de especialis-
tas espirituales con pocas responsabilidades públicas y menos independencia". La
mancuerna entre el Estado y la Iglesia, entre la legitimidad y la religión no se su-
primía, pero "[l]os administradores Borbones optaron por considerar a los sacer-
dotes como usurpadores de la autoridad de la Corona y a sus instituciones como
obstáculos del progreso material". 42
¿Significarían estas reflexiones historiográficas que simplemente hay que reco-
rrer nuestra referencia temporal para salvar el empleo del concepto secularización y
su habitual relación con la modernización? Ejerzamos cautela. Regresemos, por
ejemplo, a la cuestión del paso de la soberanía de procedencia divina a una nueva
soberanía basada en la opinión popular. Hace falta que enfoquemos el mundo
atlántico más ampliamente. Si miramos hacia Francia, hay quien nos sugiere que
desde el ascenso al poder de Luis XVI, el 11 de junio de 1775, "los asuntos políti-
cos se estaban discutiendo ... de manera insólita; los publicistas estaban definien-
do y extendiendo su papel intelectual; se estaba creando un público" .43 En España
también se estaba presionando al régimen, aquel de la monarquía de origen divino
a que alude Annick Lempériere en su estudio. El periodismo crítico surgió al co-

3B '"De corazón pequeño y ánimo apocado'. Conceptos de los curas párrocos sobre los indios en
la Nueva España del siglo XVIII" en TAYLOR, 2003, pp. 261-317; BRADING, 1994.
39 MAR.ICHAL, 1992.
40 "Los curas párrocos ante d absolutismo ilustrado" en TAYLOR, 2003, pp. 357-387, referencia
en p. 369. Taylor está tomando prestado aquí de R.H. Tawney. Véase también "El camino de los cu-
ras" en TAYLOR, 2003, p. 94.
41 TAYLOR, 2003, cita en p. 91.
42 TAYLOR, 2003, p. 94.
43 BAKER, Kcith Michacl. 1978. "French Political Thought at the Accession of Louis XVI" en The
]ournal ofModmi History, 50:2, pp. 279-303, en especial p. 290.
180 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

mienzo del régimen de Carlos III, por 1762, para luego fortalecerse en la década
de los ochenta, al decir de Antonio Elorza. En los sesenta El Pemador arremete con
"la primera crítica moral vigorosa de la sociedad española del setecientos". Despúes,
en los años inmediatamente anteriores a la Revolución francesa, la prensa crítica
procederá incluso a examinar "el funcionamiento de la sociedad española y denun-
ciar sus aspectos irracionales". Impugnar la irracionalidad y la arbitrariedad del sis-
tema, atentaba contra las bases del Antiguo Régimen. 44 Martín Escobedo Delgado
argumenta recientemente que en Zacatecas, México, surgía ya en el siglo XVIII una
cultura del libro "transgresorá' en que prevalecían la razón y el desafío por encima
del acatamiento a las disposiciones eclesiásticas. 45 Sin embargo, Harold Laski con-
cibió que la sacralización misma del poder político fue un fenómeno históricamen-
te moderno, producto de la crisis religiosa del siglo XVI, y particularmente la obra
de Lutero al hendir el tejido único de la cristiandad:

El Estado moderno ... es el resultado de la lucha religiosa del siglo XVl; o, cuando menos,
es de aquella crisis que deriva las cualidades hoy más especialmente suyas. La noción de
una autoridad única y universal extensiva a los límites de la vida social fue destruida en-
teramente cuando Lutero apeló a los príncipes en persecución de la reforma religiosa. La
unidad externa fue destruida para ser reemplazada por un sistema de unidades separa-
das y el arma del derecho divino fue el instrumento forjado con esa finalidad. 46

De seguir a Laski, habría que regresar tres siglos para descubrir los orígenes de
los cambios hacia la modernidad. Sólo ahora con el dilema de que el poder del Es-
tado moderno se vería como postulado sobre su inicial sacralización. Quizá por eso,
es comprensible su afirmación de que "[!Ja idea de una separación entre la Iglesia y
el Estado, en 1789, no estaba presente en la mente de ningún estadista práctico". 47
Pero hay otros pareceres de interés entre los historiadores del mundo atlánti-
co. Al decir de Robert Hariman, quizá fue Maquiavelo (1469-1527) quien, justo
antes que Lutero escindiera la cristiandad, lanzara en El Príncipe el planteamiento
sustentante de la edad moderna. Se ha escrito al respecto que "Maquiavelo es ... el
exponente del Estado moderno no porque describió el Estado sino porque compu-
so un discurso capaz de articular la potencialidad expansiva [existente] en el poder
estatal". 48 Con Maquiavelo, el poder se deshizo de sus compromisos ante discur-

44 ELORZA, Antonio. 1970. La ideología liberal m la Ilustración española. Madrid: Editorial Tec-
nos, pp. 208-210.
45 Escoemo DELGADO, Martín. 2003. "Textos y lecturas en Zacatecas: una historia de restriccio-

nes transgredidas y de libertades restringidas" en Estudios de Hutoria Novohupana, 28, pp. 61-75; cita
en la página 74.
46 LASKI, Harold J. 1968. Authority in the Modern State. Hamden: Archon Books, p. 21.
47 LAsKI, 1968, p. 125.
48 HARIMAN, Robert. 1989. "Composing Modernity in Machiavelli's Prince" en ]ournal of the

History ofIdeas, SO:! pp. 3-29, cita en pp. 27-28.


LA NUEVA HISTORIA POLlTICA Y LA RELIGIOSIDAD 181

sos y consideraciones que no emanaran del poder mismo. Desde entonces el "dis-
curso político, ético, religioso, escético, filosófico, económico y de [toda] otra ín-
dole" fue descartado en la constitución del poder para crear "un mundo donde el
poder es una fuerza material que manipula discursos pero jamás se origina en
ellos". Quedó echada a un lado la "comunidad política" como eje de las reflexio-
nes en torno al Estado, pero al decir de este autor, también se recortaron las alas al
ave fénix de la "renovación polícicá' al descentrar el papel de la religión. 49 En Es-
paña la obra de Maquiavelo tuvo un impacto notable, de cal manera que Pedro de
Rivadeneyra defensivamente escribió un libro en donde pretendía aunar "las leyes
de la religión, y las de la prudencia civil y política" a la vez que concedía que "hay
razón de Estado, y que todos los príncipes la deben tener siempre delante de los
ojos si quieren acertar a gobernar y conservar sus Estados". La obra pasó por varias
ediciones en Madrid, en 1595, 1605 y todavía en 1788. 50
Aun para Europa, el problema de fechar la secularización y ligarla a la mo-
dernización y la creación del Estado moderno posee ariscas, macices y giros diver-
sos. Un autor argumenta que los "descubrimientos científicos y las formulaciones
del siglo diecisiete ... [comenzaron] la desmitologización de las perspectivas sobre
el mundo", si bien concede que la profundización del cambio fue resistida por-
que aún en el ilustrado siglo XVIII prevalecían "las preconcepciones del pensa-
miento cristiano medieval" que tenían como eje vertebral la creencia en "una es-
tructura moral básica inherente al universo".5 1 Por el contrario, hay quien
argumenta que el cambio del XVII fue definitivo por los planteamientos de Des-
cartes. Apegado o no al catolicismo, "el cogito cartesiano ... pone los cimientos de
la subjetividad secular". Esta secularización implica "la paranoica 'duda radical'
que Dios puede querer engañar" al individuo. 52 La ruptura no podía ser más pro-
funda.53
Es claro que en la historiografía tanto mexicana como europea de las últimas
décadas se complica la asignación de orígenes cronológicos precisos así como una
definición exacta al concepto de secularización. Diversos estudios cuestionan su re-
lación misma con el proceso de modernización, creación del Estado moderno y
fragua de la cultura política moderna. ¿Se trata de la declinación de la religión, la

49 HARIMAN, 1989, PP· 28-29.


50 RlBADENEYRA, Pedro de. 1942. El príncipe cristiano. Buenos Aires: Editorial Sopena, pp. 7 y 11;
la cita está en esta última página.
51 IGGERS, Georg G. 1965. "The Idea of Progrcss: A Critica! Reassessment" en The American His-
torical Review, 71:1, pp. 1-17, citas en p. 2. La primera cita viene de Carl L. BECKER, 1932. The Hea-
venly City ofthe Eighteenth-Century Philosophers. New Haven, Connecticut: Yale Universiry Press, p. 29.
52 KoRDELA, Kiarina. 1999. "Political Metaphysics: God in Global Capiralism (the Slave, che
Mascers, Lacan, and the Surplus)" en Political Theory, 27:6, pp. 789-839.
53 En la Nueva España el efecto del pensamiento cartesiano sería modificado por un imperante
eclecticismo, pero figuraría como un elemenro importante de la renovaci6n del pensamiento, sobre codo
en el siglo XVIII. Véase Rafael MORENO. 1980. "La filosofía moderna en la Nueva España" en Estudios de
Historia de la Filosofta en México. México: Universidad Nacional Aut6noma de México, pp. 121-167.
182 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POL!TICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

pérdida del "dominio institucional e ideológico" del cristianismo en la cultura oc-


cidental? ¿O se trata de una nueva diferenciación en los papeles jugados por la re-
ligión y otras instituciones dentro de la sociedad, una diferenciación que a menu-
do se percibe injustamente como su "declinación generalizada o rendición ante la
sociedad circundante"? O bien, ¿se vive un proceso de desacralización mediante la
ciencia y la razón en que el mundo se descubre como un conjunto de fenómenos
de causación natural? Quedan otras posibilidades: ¿es cuestión de la privatización
de la religión, su apartamiento de una intervención en los asuntos públicos y su
cese en el combate por la autoridad con otras instancias gubernamentales y socia-
les? O, finalmente, ¿se trata de una transposición de valores, como en la alegada se-
cularización de la ética calvinista en el capitalismo? 54
Aunque puede haber afirmaciones positivas y simultáneas a varias de estas pre-
guntas, cada asentimiento tiene diferentes implicaciones. Posiblemente Jean Me-
yer ha tenido razón al referir que en México la secularización sería simple y senci-
llamente otorgar autonomía al Estado en su toma de decisiones. 55 Pero entonces,
¿estamos justificados en pensar que tal temática agota la resolución de las incógni-
tas planteadas originalmente por el deslinde secularización-sacralización, moderni-
dad-tradición? Nuevamente, el problema puede estar en el uso de un tipo ideal
heurístico en el trabajo del historiador y del científico social. Mientras que la secu-
larización sigue siendo referencia obligada en los estudios sobre los siglos XIX y XX,
se ha planteado por contraste que "[l]a religión no juega el papel que se le asigna
en el sistema tradicional de tipos ideales en ninguna sociedad existente; ni tampo-
co está cualquier sociedad tan completamente secularizada como el estado moder-
no [postulado] en el tipo ideal". 56 Muchos de los análisis parten de la idea de una
uniformidad ante el fenómeno religioso en la sociedad tradicional o del Antiguo
Régimen. Religiosidad y dominio eclesiástico son tomados virtualmente como
equivalentes. Esto representa un serio problema de partida. Más bien, podría su-
gerirse que hay que partir de un supuesto distinto: que la Iglesia no ejercía en nin-
guna sociedad de Antiguo Régimen "el pleno control sobre las conciencias". A su
vez, cuando se recurría a la sacralidad, era frecuentemente cuestión de "maquilla-
je" y su motivación no siempre ortodoxa.57
En 1996, Gregory L. Freeze criticó el que se centraran los estudios históricos
tocantes a la religión y el cambio político sobre las instituciones eclesiásticas, a ex-
pensas del "elemento estrictamente religioso". A este último, lo llamó "un filtro
cultural que no sólo reflejaba sino también configuraba las relaciones sociales y po-

54 Formulo estas preguntas con base en Larry SHINER. 1967. "The Meanings ofSecularization"
en International Yearbook far the Sociology ofReligion, 3, pp. 51-59.
55 MEYER, Jean. 2002. "Para una historia política de la religión, para una historia religiosa de la

política" en Metapolítica, 22, pp. 33-44, referencia en la página 37.


56 CARROLL, 1984, p. 378.
57 MIRA ABAD, Alicia y Mónica MORENO SECO. 2003. ''.Alicante en el cambio del siglo XIX al XX:
secularización y modernidad" en Hispania Nova, 3 (consultado en internet).
LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA Y LA RELIGIOSIDAD 183

líticas" .ss Su afirmación para el caso de estudio que le ocupaba fue que "las relacio-
nes Iglesia-Estado habían sido siempre cargadas de tensiones" .59 Su descripción de
la dinámica de religiosidad popular en la Rusia imperial recuerda la situación pre-
valeciente en España y América Latina durante la época colonial y después: "la cul-
tura religiosa popular volvió lo sagrado inminente, fijada en lo local y particular
más que en lo abstracto y nacional. Por esa misma razón, cada localidad tenía su
propia gama de santos, reliquias e iconos, cuya mera presencia sirvió para santifi-
car el paisaje". Vuelta hacia la localidad y no hacia la escala nacional, la religiosi-
dad popular era resistente a la manipulación desde afuera para fines de legitima-
ción del poder nacional. 60 Las tensiones generadas en la disputa por manipular
autocráticamente el legado religioso, culminaron en llamados a favor de la demo-
cratización de la Iglesia y la autonomía de ésta frente al Estado, causando una rup-
tura en la cultura política misma. Menguaba la autoridad eclesiástica ante sus cre-
yentes y amenazaba este desgaste con desacralizar a la Iglesia misma. 61
Estudios recientes sobre latitudes y tiempos muy distintos coinciden con una
conclusión medular del análisis de Freeze: la secularización "transforma, no niega
la significación política de la religión". Más aún: "comunidades y compromisos re-
ligiosos subyacen los alineamientos entre activistas políticos". 62 La religión, más
que un elemento simplemente anacrónico, se combina con elementos ideológicos
de distinto signo. Su presencia, más que un "meteoro en llamas" de fugaz pero lla-
mativa existencia, es una "estrella fija'' en el firmamento, pero susceptible de múl-
tiples transformaciones. 63
Pero ¿qué luz arrojan estas reflexiones sobre el tránsito de México del siglo
XVIII al XIX, de su estatus colonial o virreinal a la independencia nacional? ¿Hay mo-
vimiento dentro del legado religioso hispano-mexicano? ¿Dónde nacía el cuestio-
namiento del papel de la religión en la política del Estado? ¿Era producto de la so-
beranía popular, o era un resultado de otras fuerzas y desde otros tiempos, quizá
complicado por esa soberanía? En primer lugar, es claro que el criterio legal favo-
rable al poder secular de que habla Taylor para el siglo XVI, se fortaleció en los si-
guientes dos siglos. El Cuarto Concilio mexicano de 1771, con su anuencia de
buscar la convergencia de los propósitos de la Iglesia y el Estado, fue uno de los re-
sultados. 64 El desenlace incierto del Concilio implicó el paulatino distanciamien-

58 FREEZE, Gregory L. 1996. "Subversive Piety: Rcligion and che Political Crisis in Late Imperial
Rwsia" en The]ournal ofModern History, 68:2, pp. 308-350, cita en p. 310.
59 FREEZE, 1996, p. 312.
60 FREEZE, 1996, pp. 328-329, cita en p. 328.
61 FREFZE, 1996, pp. 337-339, 345, 349.
62 GuTH, James L. y John C. GREEN. 1990. "Politics in a New Key: Rcligiosity and Participation
among Political Activists" en The Western Political Quarterly, 43: l, pp. 153-179, citas en p. 175.
63 GuTH y GREEN, 1990, pp. 154, 164, 166.
64 ZAHINO PElllAFORT, Luisa. 1999. El Cardmal Lorenzana y el IV Concilio Provincial mexicano.
México: Universidad Nacional Autónoma de México y Miguel Ángel Porrúa.
184 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX

to de las perspectivas sostenidas por la Iglesia y el Estado. Taylor ha insistido en la


creciente preocupación de los curas con las rareas de su vocación salvífica. Brading
ha sugerido que los curas definieron un interés más personalizado en la sociedad,
ya que en su visión muchos clérigos vivían en una aguda pobreza. 65 Anteriormen-
te Nancy Farriss había señalado su deseo de recuperación de poder y privilegios es-
peciales.66 En todo caso, hay una coincidencia en que sí había efectivamente mo-
vimiento y crisis dentro del clero de la Nueva España.
Había otro nivel de cambio que provenía de conflictos muy específicos en la
Iglesia de España. El intento de reformar la Iglesia desde adentro que creció a lo
largo del siglo XVIII en los países católicos de Europa y tuvo una concreción en el
Sínodo de Pistoya, en Florencia, Italia, en 1786, repercutió en España en los años
finales del siglo XVIII. Libros asociados con Pistoya, incluso las actas del sínodo, lle-
garon a España y circularon entre la juventud ilustrada de las universidades que se
preciaba de abierta al cambio. En 1799, al fallecer Pío VI mientras aún estaba bajo
custodia de Napoleón, el ministro Urquijo insistió en reclamar para España el de-
recho de otorgar sin recurso a Roma dispensas matrimoniales en caso de consan-
guinidad entre contrayentes. 67 Sobrevino un enorme debate sobre los derechos re-
lativos de las autoridades de la Iglesia y el Estado. Simultáneamente, se comenzó
la desamortización de los bienes eclesiásticos y se llevó esca política a América en
1804. Para 1811, al reunirse las Cortes de Cádiz, el debate político-religioso en el
imperio español estaba en pleno desarrollo. Incluso un diputado mexicano, en re-
presentación de Tabasco, llevó a Cortes una solicitud de profundos cambios en el
régimen de la Iglesia en esa provincia. Miguel Ramos Arizpe, diputado por Coa-
huila, fue acusado de participar con el famoso reformador y sacerdote español Joa-
quín Lorenzo Villanueva, en un intento de subvertir tanto al trono como al alrar. 68
A pesar de que para la clausura de Cortes en 1814 muchos diputados y gran par-
re del público español estaban hartos de los reformadores y circulaban rumores de
la subversión de la monarquía y de la religión, el sacerdote mexicano de Zacate-
cas, Miguel Gordoa, dio un discurso calmado y positivo, aplaudiendo la labor rea-
lizada por las Cortes en materia legislativa. La templanza de Gordoa puede enten-
derse como una tácita aprobación de la obra de las Cortes y sugerir que sectores

61 BRADING, David A. 1981. "El clero mexicano y el movimiento insurgente de 1810" en Rela-
ciones, 5, pp. 5-26.
66 Nancy M. FARRISS: La corona y el clero en el México colonial 1579-1821. La crisis del privile-

gio eclesiástico. Traducción de Margarita Bojalil. México: Fondo de Cultura Económica, 1995, pp.
219-233.
67 EGIDO, Teófanes. 1979. "El regalismo y las relaciones Iglesia-Estado en el siglo xvm" en Ricar-

do GARCfA-VILLOSLADA, Historia de la Iglesia en España, vol. 4. Madrid: Biblioteca de Autores Cristia-


nos de La Editorial Católica, pp. 123-249, especialmente pp. 212-225.
68 Brian CoNNAUGHTON. 2003 (a). "Clérigos federalistas: ¿fenómeno de afinidad ideológica en

la crisis de dos potestades?", ponencia presentada en el IV Coloquio Internacional Raíces del federalismo
mexicano, Universidad Autónoma de Zacatecas, Zacatecas, 24, 25, 26 de septiembre de 2003.
LA NUEVA HISTORIA POLITICA Y LA RELIGIOSIDAD 185

de la Iglesia mexicana veían con buenos ojos reformas tanto eclesiásticas como po-
líticas.69
El proceso independentista mexicano entre 181 O y 1821 conmovió a los ca-
tólicos del país no menos que la experiencia gaditana. Un justificante común del
movimiento era que los gachupines deseaban entregar el reino a Napoleón, en mo-
mentos en que éste había instalado a su hermano en el trono español y consolida-
do su poder sobre la mayor parte de la Península. 70 Los comandantes militares fre-
cuentemente denunciaban que los curas eran los alborotadores que promovían la
insurgencia.7 1 Taylor ha visto más bien una conducta de "neutralidad" de parte de
los curas, que reflejaba la acumulación de resentimiento contra un Estado que los
relegaba y no les daba las condiciones para lograr el respeto de su feligresía y la sal-
vación de sus almas. 72
Si bien los obispos y el alto clero seguían más fielmente los lineamientos de la
política gubernamental, parece justo aplicar a México la apreciación formada por
un estudioso sobre la situación en España: "el clero sufrió un importante desga-
rro" .73 En la Península el motivo detonante era la Constitución de 1812; en Méxi-
co lo crucial fue la insurgencia. No obstante, un canónigo de Puebla había firmado
el "Manifiesto de los persas" en mayo de 1814 mediante el cual un sector desafec-
to de las Cortes abría la puerta a la restauración de la monarquía absolutista, distan-
ciándose así de la mayoría de los constitucionalistas novohispanos -por cierto casi
todos sacerdotes. Había tensiones entre los constitucionalistas novohispanos a Cor-
tes en materia religiosa y política, pero la mayoría reformista se impuso. 74 En la
Nueva España, el clero se dividió, se escindieron las lealtades populares, y se opu-
sieron religiosidades de signo distinto. La Virgen de los Remedios y la lealtad a Es-
paña eran la consigna de unos; la Virgen de Guadalupe, la ortodoxia de la fe anee
los avances napoleónicos y la autonomía novohispana eran la bandera de otros. Mu-
tatis mutandi, para 1821 -en medio de la política anticlerical y antieclesiástica de
las Cortes--, incluso el alto clero novohispano tuvo que reubicarse ideológicamen-

69 México en las Cortes de Cádiz. Documentos. 1949. México: Empresas Editoriales, pp. 15, 224-234.
70 El Despertador Americano. 1964. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia; Er-
nesto Lf),lOINE VILUCA1'1A, 1991. More/os. Su vida revolucionaria a través de sus escritos y de otros testimo-
nios de la época. México: Universidad Nacional Autónoma de México.
71 01rnz, Juan. 2002. "El bajo clero novohispano durante la guerra civil de 1810" en Marta TE-

RAN y José Antonio SERRANO (eds.), Las gue"as de independencia en la América española. Zamora y Mo-
relia, Michoacán: El Colegio de Michoacán y Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo;
también José BRAVO UGARTE. 1941 y 1943. "El clero y la Independencia: Ensayo estadístico" en Ábsi-
de, 5, pp. 612-630 y Ábside, 7, pp. 406-409; y del mismo autor, "El clero y la Independencia: Factores
económicos e ideológicos" en Ábside, 15, 1951, pp. 199-218.
72 TAYLOR, 1999.
73 RoDRIGUEZ LóPEZ-BREA, Carlos M. 2002. "¿Fue anticonstitucional el clero español? Un tópi-

co a debate" en Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea, l, pp. 5-42, cita en p. 31.
74 R!EU-MILLÁN, Marie Laure. 1990. Los diputados americanos en las Cortes de Cádiz (Igualdad o

Independencia). Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, p. 287.


186 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AM~RICA LATINA. SIGLO XIX

te y apoyó, con la notable excepción del anobispo Fonte, la propuesta iturbidista de


independencia nacional. Oradores eclesiásticos, entre ellos ex insurgentes, se ocupa-
ron no sólo en ensalzar los méritos de la independencia que el Estado y el alto cle-
ro habían combatido por una década, sino que le dieron más visos de legitimidad
en el difícil trance al sacralizar el proceso mediante una analogía con la liberación
de los judíos de la esclavitud egipcia bajo la providencial dirección de Moisés. 75 Al
transitar poco después a la república federal, la gran mayoría del alto y bajo cleros
se mantuvo fiel a su compromiso con la independencia y la institucionalidad, si
bien se dieron destacados casos de disensión y sobrevino una ola de sospechas y acu-
saciones contra religiosos y otros miembros del clero.76
Aquí se puede apreciar la secularización y politización del discurso de la jerar-
quía eclesiástica a que Carlos Herrejón ha llamado la atención. Pero es claro que la
religión estaba muy presente, nunca ausente. Los sucesos políticos venían a tropel
y tendían a trastornar las coordenadas sociales y con ello una tranquila reproduc-
ción de los supuestos y conductas tradicionales en materia político-religiosa. La di-
visión en el seno de la Iglesia se abismó, y el poder eclesiástico de unir y separar, de
definir lo correcto y excomulgar a los disidentes, fue seriamente cuestionado. To-
davía en los años veinte y treinta las heridas al tejido religioso de México fueron
palpables en este sentido.77
Pero para los años veinte se presentaba otro motivo de desgarre en el seno de
los católicos mexicanos. La larga incubación del galicanismo episcopalista español,
o bien el episcopalismo-regalista, misma que había repercutido en las Cortes de
Cádiz, se hizo presente con gran fuerza en el país, no obstante el rompimiento con
España en los justos momentos en que las Cortes estaban emprendiendo la refor-
ma religiosa en grande. 78 Se citaba en los textos dedicados a materias religiosas y la
relación Estado-Iglesia a Bernardo Zegero Van Espen y otros connotados autores
europeos, unos acusados de jansenismo y otros conocidos galicanos.

75 Brian F. CoNNAUGHTON: Clerical iekology in a mmlutionary age: the Guadalajara church and the

idea ofthe Mexican nation, 1888-1853. Traducción de MarkAlan Healey. Calgary: University of Calgary.
2003 (b); ZARATE, 1995; Mariano E. TORRES BAUllSTA, 1995. "De la fiesra monárquica a la fiesta cívica:
el tránsito del poder en Puebla, 1821-1822" en Historia Mexicana, vol. XLV. 2 (178), pp. 221-239.
76 CoNNAUGHTON, Brian. 1998. "La Secretaría de Justicia y Negocios Eclesiásticos y la evolución
de las sensibilidades nacionales: una óptica de los papeles ministeriales, 1821-1854" en Manuel RAMos
MEDINA, pp. 127-147.
n Nuestros sacerdotes malos fraguaban nuestras cadmas, México, Oficina Liberal á cargo de D.
Juan Cabrera, 1823; Obispos, ckrigos, ftailts ¿Destruym la religion?, firmado por El prudmte oajaqueño,
Mexico, Impreso en Puebla y reimpreso en la Oficina Liberal á cargo de D. Juan Cabrera, 1823; La na-
cion no quiere diezmos ni canónigos ociosos, ó sea Apología de la ley que hizo cesar la coaccion civil m /,a con-
tribucion de Diezmos, Mejico, Impreso por Juan Ojeda Puente de Palacio y Flamenco, número 1, 1835;
Segunda Parte. La nacion no quiere diezmos ni canónigos ociosos, ósea apología de /,a ley que hizo cesar /,a
coaccion civil m /,a contribucion de diezmos, México, Impreso por J. Uribc y Alcalde, calle de Vergara
núm. 10, 1835 (Firmado por Varios Poblanos).
78 Al.AMAN, Lucas. 1969. Historia de Mljico. México: Editorial Jus, vol. 5, pp. 15-38, 72 y 79.
LA NUEVA HISTORIA POLfTICA Y LA RELIGIOSIDAD 187

Antonio Mestre Sanchís acredita al Sínodo de Pístoya en Italia, y su fuerte in-


fluencia en la Península ibérica, con la intensificación en España del pensamiento
del neerlandés Van Espen.79 Pero hace mucho hincapié en que dicha influencia, no
obstante las acusasiones de jansenista y la censura de su obra que sufría Van Espen,
databa de principios del siglo XVIII. Las doctrinas de Van Espen favorecían el po-
der de los obispos y les servían a éstos y sus abanderados en la lucha por consoli-
dar su poder sobre las órdenes religiosas que solían escaparse de él. En el parecer de
un docto español de mediados del siglo XVIII, la lectura de Van Espen ayudaba a re-
solver las frecuentes disputas jurisdiccionales entre la Iglesia y el Estado a la vez que
ayudaba a los párrocos en su labor apostólica. Influía Van Espen en la defensa de
los derechos de una Iglesia nacional, vieja disputa jurisdiccionalista, pero también
afectaba las nociones sobre la enseñanza y la reforma religiosa. El regalismo espa-
ñol, aquel árbitro legal a favor del poder secular y la secularización a que se refiere
Taylor, fue reforzado por Van Espen, y también por Jacobo Benigno Bossuet y Fe-
bronío, entre otros.Tras la expulsión de los jesuitas en 1767 y una sería disputa con
la curia romana por motivos jurisdiccionales en 1768, se difundió la obra de Van
Espen más ampliamente en la Península. Fue propuesta como base del estudio del
derecho canónico.so
Los ministros gubernamentales no menos que las autoridades eclesiásticas pro-
movieron el uso de la obra de Van Espen en las aulas universitarias, al grado que ha
sido llamado "el omnipresente autor aconsejado en la cátedra de Cánones" y su pre-
valecencía es notable a partir de la década de los setenta del siglo XVIII. Las biblio-
tecas privadas y las de los conventos poseían sus escritos.SI En la Nueva España, co-
rrientes de reforma educativa y apertura intelectual soplaban desde Salamanca y la
población comenzaba a participar en lo que Juan Maríchal llama "jansenismo es-
pañol universitario" antes de su efecto en las Cortes de Cádiz y antes de la lndepen-
dencia. 82
Se comprende en este contexto que en México no hubo realmente una luna de
miel política en torno a la Constitución de 1824 y las respectivas constituciones fe-
derales de los estados mexicanos. Inmediatamente se desató una polémica en tor-
no a la orientación de las cuestiones religiosas y eclesiásticas del país. El resultado
fue que pronto fueron denunciados los textos que inspiraban, según se alegaba, a
los "novadores" de la política mexicana en estas materias. Las denuncias no sorpren-
den. En 1826 un folleto publicado en la Ciudad de México denostaba contra Van

79 MESTRE SANCHIS, Antonio. 2001. "La influencia del pensamiento de Van Espen en la España
del siglo xvm" en Revista tÚ Historia Moderna. Anaks de la Universidad de Alicante, 19, pp. 5-68, espe-
cialmente p. 49 (consultado en internet).
80 MESTRE, 2001, PP· 8-9. 11, 17-20, 22, 25.
81 MESTRE, 2001, PP· 42-43, 45.
82 MARTIN HERNÁNDEZ, Francisco. 1997. "Los seminarios en España-América y la Ilustración" en
Nelly SIGAUT (ed.), pp. 171-184; Juan MARICHAL. 1995. El secreto de España. Ensayos de historia intelec-
tual y politica. Madrid: Santillana, Taurus, pp. 13-28.
188 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMi!RICA LATINA, SIGLO XIX

Espen, Febronio "y otros de igual clase". Los editores mexicanos de dicho folleto
condenaban "la maldita superchería jansenística'' que asociaban con ellos. 83 El De-
fensor de la Religión, el más famoso periódico católico de Guadalajara, de difusión
nacional, también denunciaba a aquellos autores a quienes había que impugnar. 84
Como ha sefialado Anne Staples, en 1832 el obispo Francisco Pablo Vázquez, de
Puebla, se sintió obligado a condenar, entre otras obras, el Proyecto de constitución
religiosa de Juan Antonio Llorente, acusado de galicano y jansenista. 85 En 1835 en
Guadalajara se reeditó la bula Auctorem Fidei en la cual el papa desautorizaba el Sí-
nodo de Pistoya y en 1838 el obispo de Puebla publicó un extenso documento y sus
propios razonamientos en condenación de aquel sínodo. 86 En 1841 juzgaba indis-
pensable seguir atacando a Van Espen en una carta episcopal sobre los diezmos. 87
Las denuncias mismas son un indicador importante de que a partir de 1820
México reflejaba una participación plena en la nueva cultura político-religiosa gali-
cano-jansenista. Pero sólo se puede apreciar su significación más profunda al abor-
dar la religiosidad y no sólo la Iglesia, como lo sugiere Freeze, en la relación Iglesia-
Estado-sociedad. Como lo formuló en 1992 Fernando Escalante: "La religiosidad
es crucial para la organización de la vida pública en el México decimonónico; la ac-
ción política de la Iglesia es algo muy distinto, y mucho más estrechos sus límites". 88
Escalante acredita a la Iglesia una "inercia tradicionalista'', pero no un programa ni
una verdadera presencia política. Así afirma que "[e)n las décadas posteriores a la in-
dependencia, la presencia política del clero [oficial] fue mínima y, si se exceptúa el
tema del Patronato, tampoco tuvo una posición política muy definida''. 89 Más aún,

83 La Liga de la teología moderna con la filosojla en daño de la Iglesia de Jesucristo. Descubierta en


una carta de un párroco de ciudad a un párroco de aldea, en respusta a la confrontación histórica de los nue-
vos con los antiguos reglamentos acerca de la policía de la Iglesia, para entretenimiento de los párrocos rura-
les, con adición escrita en idioma italiano por el Abate Bono/a, e impresa en dicho idioma en 1789, Madrid,
MDCCXCVIII, reimpresa en México en el año de 1826, Casa de Mariano Galván, Calle de Alfaro
núm. 8. Véase para la cita p. l. Sobre los autores, p. 63.
84 Brian F. CoNNAUGHTON, 2003 (b), especialmente pp. 233-235 y 249-252.
85 STAPLES, Anne. 1998. "La lectura y los lectores en los primeros alios de vida independiente" en

Seminario de Historia de la Educación en México de El Colegio de México, Historia de la lectura en Mé-


xico. México: Ediciones El Ermitaño y El Colegio de México, pp. 94-126; referencia en la página 111.
86 Bulla SMl Domini Nos tri PI/ VII. Quae incipit Auctorem Fidri, Guadalajara, 1ipografta de Ni-
colás España, 1835; Breve impugnación de las ochenta y cinco proposiciones del Synodo de Pistoya, conde-
nadas por el Sr. Pío. VI el 28 de agosto de 1794. Preceden algunas reflexiones del !limo. Sr. Obispo y Cabil-
do de Puebla, que prueban la necesidad en que estamos de admitir la Bula Auctorem fidei condenatoria de
dichas proposiciones, Guadalajara: Imprenta del Gobierno, 1838.
87 [Francisco Pablo V ázqucz], Carta pastoral del Exmo. Sr. Obispo de Puebla a sus diocesanos labra-

dores, sobre el pago de diezmos. Reimpresa con permiso de su autor a expensas de varios ciudadanos piada-
sos, con elfin de propagar por toda la República la sana doctrina que contiene, México, Imprenta del Águi-
la, dirigida por José Ximeno, calle de Medinas núm. 6, 1841.
88 ESCALANTE GoNZALBO, Fernando. 1993. Ciudadanos imaginarios. México: El Colegio de Mé-

xico, p. 147.
89 ESCA!ANTE, 1993, pp. 143-144.
LA NUEVA HISTORIA POLlTICA Y LA RELIGIOSIDAD 189

basándose en un estudio de Josefina Vázquez, afirma que "[n]unca tuvo la Iglesia


la iniciativa real en ningún movimiento político". 90 Los clérigos eran figuras socia-
les prominentes y la sociabilidad del país tenía un sello eminentemente católico,
pero resultó imposible levantar "un entusiasmo masivo y duradero por la causa de
la Iglesia''. 91 Peter Guardino ha expresado en 1996 una opinión similar. Con base
en la obra de Reynaldo Sordo Cedeño afirma que la Iglesia no abogó por el cen-
tralismo en el Congreso de 1835-1836, y agrega que no formó parte de una coali-
ción centralista o conservadora antes de 1840. Guardino considera que la cuestión
eclesiástica no estuvo en el centro del debate político hasta tardíamente y que los
conservadores apenas procuraron apoderarse del catolicismo como bandera políti-
ca a mediados de los años cincuenta, por reconocer la necesidad de movilizar las
masas en su causa política. 92 Recurrir a principios de ética católica en los conflic-
tos consuetudinarios, no menos que la apelación a los santos o las manifestaciones
de la Virgen María en las campañas político-militares, servía para sustentar postu-
ras opuestas, no una dirección única en las cuestiones nacionales. 93
Es posible que haya un paralelismo entre el proceso en que la ciudadanizacíón
provocó "la definitiva ruptura del dualismo colonial pueblo-autoridad" para media-
dos del siglo XIX, como lo plantea Alicia Hernández, y el proceso mediante el cual
los creyentes redefinieron sus relaciones con las autoridades eclesiásticas. 94 Esto
problematíza la visión de Annick Lempériere de una supuesta pugna entre la vieja
legitimidad política monárquico-religiosa y una nueva legitimidad popular. Las co-
rrientes galicano-jansenistas que se manifestaban en México claramente desde los
años veinte pretendían rescatar la religión para liberarla de tergiversaciones prove-
nientes, según se afirmaba, de tradiciones decadentes así como aspiraciones inde-
bidas al poder por parte de los eclesiásticos. En este contexto, deseaban redefinir la
Iglesia, depurándola de vicios y corruptelas. Con apelaciones a las Escrituras, los cá-
nones y canonistas selectos, papas favoritos y los tiempos primitivos de la Iglesia, se
pretendía proceder a la elección de curas y obispos, quizá desaparecer los cabildos
eclesiásticos tachados de aristocráticos y retornar definitivamente a la acrisolada es-
piritualidad de los primeros tiempos del cristianismo. Tal visión no pretendía supri-
mir ni arrinconar la religión. Sí la Constitución de 1824 era el código que garanti-
zaba la ciudadanía política, la historia eclesiástica y la eclesiología eran las garantías
constitucionales de los innovadores religiosos. De hecho, frecuentemente se trata-
ba de la misma gente o personas afines: los sacerdotes y políticos Servando Teresa

90 EsCALANTE, 1993, p.144;JosefinaZ. VAzQUEZ, 1989. "Iglesia,ejércitoycencralismo" en His-


toria Mexicana, vol. XXXIX, 1(153). pp. 205-234.
9l ESCALANTE, 1993, p. 146.
92 GuARDINO, Peter. 1996. Peasants, Politics, and the Formatíon ofMexico's National State, Guerre-

ro, 1800-1857. Stanford: Stanford University Press, pp. 14, 98, 140, 145, 181, 258 {nota 156).
93 EsCALANTE, 1993, p. 151.
94 HERNÁNDEZ CHAVEZ, Alicia. 1993. La tradición republicana del buen gobierno. México: Fondo
de Cultura Económica y El Colegio de México, p. 45.
190 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

de Mier, Miguel Ramos Arizpe, José Sixto Verduzco, José de Jesús Huerta, José
Guadalupe Gómez Huerta y otros muchos de claro perfil reformista eran tanto
aguerridos constitucionalistas como innovadores en materia religiosa, simultánea-
mente.95 Dichas personas pueden clasificarse de filojansenistas, o galicano-jansenis-
tas, quienes aspiraban no sólo a una profunda reforma de la Iglesia sino que desta-
caban el papel del Estado católico emanado de la voluntad popular.
Esto no debe sorprendernos. Para el caso francés, se ha argumentado que "has-
ta menos de veinte años antes de la Revolución la protesta [política] más frontal del
siglo [xvm] fue organizada mayor si no exclusivamente por jansenistas". 96 Contra la
tradición del absolutismo político francés, se fraguó una alianza entre "jansenismo y
constitucionalismo parlamentario" que se apoyaba en las leyes y precedentes legales
para marcar cortapisas a la conducta del monarca. 97 Durante la Revolución france-
sa, muchos pensadores jansenistas rompieron con posturas centrales de la jerarquía
religiosa y además de propiciar reformas tanto eclesiásticas como civiles, pasaron a
formar parte del clero constitucional del país bajo el régimen revolucionario. 98 El ar-
quitecto del conservadurismo europeo a comienzos de los 1820, el príncipe Klemens
von Metternich, veía claramente el peligro de que esto se repitiera, y que los innova-
dores vincularan la emancipación de los ciudadanos a la emancipación de las almas. 99
En Francia la Revolución se asoció con una recuperación de la antigüedad
cristiana como el legado "prístino", el símil del "pasado útil" secular que era el otro
sustento del cambio. IOO Al crear una visión crítica del clero y avanzar hacia su eli-
minación como "un cuerpo visiblemente independiente", la Constitución Civil del
Clero Francés propició "la interiorización de la religión y la monopolización esta-
tal de las funciones públicas. En otras palabras, ayudó a transformar la vieja duali-
dad de lo temporal versus lo espiritual en la de lo público versus lo privado". 1 1 En º
este ambiente polémico, fue la derecha religiosa la que vio la necesidad de resusci-
tar el absolutismo sacralizado, argumentando el origen divino y no abrogable de la
autoridad política. 102 En Francia se confrontaron un catolicismo "devoro", "abso-
lutista" y un catolicismo de otro signo, apegado a "nociones de libertad constitu-
cional, la inviolabilidad de la conciencia, el deber de desobedecer una autoridad in-
justa, y el derecho de resistir a la mayoría" en casos polémicos. 103

95 Brian CONNAUGHTON, 2003 (a).


96 VAN KLEY, Dale 1996. The Religious Origim ofthe French Rroolution. From Calvin to the Ci-
K.
vil Constitution, 1560-1791. New Haven y Londres: Yale University Press, p. 268.
97 VAN KlEY, 1996, p. 282.
9B VAN KLEY, 1996, pp. 301, 335-339.
99 METfERNICH, Prince Richard (ed.). 1970. Memoirs of Prince Metternich 1815-1829. Nueva
York: Howard Fercig, vol. III, p. 472.
IOO VAN KLEY, 1996, p. 356.
IOI VAN KLEY, 1996, pp. 361-362.
IOl VAN KLEY, 1996, pp. 364-365.
I03 VAN KLEY, 1996, p. 375.
LA NUEVA HISTORIA POLlTICA Y LA RELIGIOSIDAD 191

Para el caso mexicano, es significativo que la Constitución Civil del Clero


Francés fue analizada y condenada en el principal periódico católico en 1828 y
1829. 104 La lucha en la cima del catolicismo abrió fisuras que podían aprovechar
las nuevas fuerzas populares. Por un lado es posible que los pueblos se reconcen-
traran en un catolicismo barroco que acentuaba su apego a prácticas rituales popu-
lares que recreaban la solidaridad y la autonomía de los pueblos, sin una sumisión
igualmente clara a los clérigos. l05 Por otro lado, este mismo catolicismo popular se
aprovechaba de los resquicios en la nueva constitucionalidad para, apoderándose
del "jusnaturalismo católico clásico, según el cual la sociedad es un sujeto natural
e ilimitado frente al Estado, [el cual resulta por contraste un] sujeto limitado y ar-
tificial", asentar más radicalmente su autonomía. 106 Al decir de Antonio Annino,
"la difusión masiva de los municipios gaditanos [bajo este signo] provocó una dis-
persión de la soberanía tan radical que puso a los gobiernos republicanos en una
encrucijada de soberanías diferentes". Significó que los pueblos leían el constitu-
cionalismo liberal de tal manera que "permitía enlazar los derechos antiguos comu-
nitarios a los nuevos" .107 Así fueron los pueblos que tomaron la iniciativa en adop-
tar la moderna constitución y sus instituciones sin desprenderse de la idea de que
la sociedad se constituía con base en "cuerpos naturales". Desde esta perspectiva
política los pueblos "formaban parte de la sociedad 'natural'" mientras los privile-
gios atacados por los liberales eran vistos como parte de la "esfera pública". Cabe
señalar que en la Constitución de Cádiz que fundaba el ayuntamiento y daba pri-
mera codificación al liberalismo, los cuerpos debían jurar la nueva carta política. 108
Esto pretendía asegurar la lealtad de los eclesiásticos,- pero en los pueblos, legitimó
"una nueva forma de pactismo entre el Rey y sus súbditos" que se prolongaría en
el periodo republicano, aprovechándose de los beneficios del constitucionalismo
pero fortaleciendo simultán~amente su autonomía y su religiosidad distintiva a ex-
pensas de los gobiernos estatales y nacional. l09
Pero si los pueblos mexicanos se aprovecharon de la coyuntura de conflicto
que se daba en las altas esferas de la sociedad, este proceso también tuvo su parale-
lo entre los mismos clérigos. Hay signos de debilitamiento en el control de los obis-

I04 Brian F. CONNAUGIITON, 2003 (b), pp. 249-250.


105 Taylor estudia los antecedentes de esta dinámica en el siglo XVIII, cuando los indlgenas die-
ron claras pruebas en su comportamiento, incluidos pleitos declarados con sus curas, de que ellos eran
los auténticos católicos, que los curas eran "invitados" a los pueblos, y que las iglesias locales eran cen-
ero de sociabilidad y propiedad de las comunidades. Parad siglo XIX, véase Antonio .ANNINO. 2002. "El
Jano bifronte: los pueblos y los orígenes del liberalismo en México" en Lcticia REINA y Elisa SERVIN
(coords.), Crisis, &forma y Revolución. México: Historias de fin de siglo. México: Taurus, Consejo Na-
cional para la Cultura y las Arres, lnsciruto Nacional de Antropología e Historia, pp. 209-251.
106 .ANNINO,Antonio. 1994. "Otras naciones: sincretismo pollcico en d México decimonónico" en

Fran~ois-Xavicr GUERRA y Mónica QUIJADA (coords.), pp. 216-255, especialmente pp. 217, 233, 236.
I07 .ANNINO, 1994, p. 237.
108 .ANNINO, 1994, p. 239.
l09 .ANNINO, 1994, PP· 242, 245-255.
192 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

pos sobre los clérigos a su cargo, tanto por las muchas incertidumbres político-
ideológicas existentes como por la inestabilidad bélica que se volvió característi-
°
ca. 11 Como se argumentó antes, la religión era susceptible de combinaciones ideo-
lógicas distintas. En la secuela de la Independencia, buen número de sacerdotes
vieron en la constitucionalidad no sólo obligaciones ciudadanas sino también nue-
vas posibilidades personales. Solicitudes llegaron en gran abundancia al gobierno
para la secularización de religiosos y su obtención posterior de curatos y otros em-
pleos dentro del clero secular; buen número de clérigos solicitaron el reconoci-
miento de sus méritos durante la guerra de Independencia y un estipendio consi-
guiente; muchos sacerdotes participaron a título individual en legislaturas estatales
y congresos nacionales con orientaciones políticas dispares; los clérigos exigieron
sus derechos de ciudadanía en defensa de la "propiedad" de sus curatos, deman-
dando procedimientos y juicios constitucionales si se les impugnaba, en materia de
libertad de imprenta, y en relación con preferencias ideológicas y partidistas. 111 Al
decir del sacerdote José Guadalupe Gómez Huerta, los curas y hasta los canónigos
estaban hartos del despotismo eclesiástico que ejercían los obispos y el papa. 112
Esta dinámica podía adquerir sus peculiaridades notables donde se presenta-
ban aristas ideológicas y sociales dispares. El sacerdote José María Aguirre reclamó
en 1827 su derecho de usar "de la acción popular, que como á ciudadano de esta
floreciente República tengo inconcusamente", para denunciar un impreso que ata-
caba a los clérigos como "las plagas más destructoras de la humanidad". Simultá-
neamente atacaba el clérigo al fraile Joaquín Arenas por su conspiración contra la
república bajo "el hipócrita pretexto" de defender la religión. Aguirre escribía en
defensa de los "sacerdotes venerables" que a su juicio debían verse como "las pupi-
las de los ojos del Señor, los ángeles de la tierra, los plenipotenciarios del Altísimo,
los que abren y cierran las puertas del paraíso". Citaba a Gaetano Filangieri para
subrayar la convergencia del alto interés social de la religión y la vida cívica. Recor-
daba con orgullo que "casi todos los curas de esta floreciente República son mexi-

110 CoNNAUGHTON, 1998; Francisco J. CERVANTES BELLO. 2002. "Esrado bélico, Iglesia y mun-

do urbano en Puebla, 1780-1856" en Alicia TECUANHUEY SANDOVAL (coord.), Clérigos, políticos y polí-
tica. Las relaciones Iglesia-Estado en Puebla, siglos XIX y XX. Puebla: Instituto de Ciencias Sociales y Hu-
manidades-Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, pp. 1O1-121.
111 SORDO CEDEl'lo, Reynaldo. 1993. El Congreso en la primera república centralista. México: El

Colegio de México e Instituto Tecnológico Autónomo de México, pp. 19-59, y 107-197; Anne S·1;\PLf5.
1994. "Clerics as Politicians: Church, State, and Political Power in lndependent Mexico" en Jaime Ro-
DRlGUEZ (ed.), Mexico in the Age ofDemocratic Revolutiom, 1750-1850, Boulder: Lynne Rienner Publis-
hers, pp. 223-241; Brian CoNNAUGHTON. 2001. Dimensiones de la identidad patriótica. Religión, política
y regiones en México. Siglo XIX. México: Universidad Autónoma Merropolitana-lztapalapa y Miguel Án-
gel Porrúa, pp. 191-222; CoNNAUGHTON, 1998; Alicia TECUANHUEY. 2002. "Los miembros del clero en
el diseño de las normas republicanas, 1824-1825" en Alicia TECUANHUEY SANDOYAL (coord.), pp. 43-67.
112 José Guadalupe GóMEZ HUERTA, Proposiciones queel C. .. ., diputado propietario por el Partido

de la Villa de Tlaltenango presenta a la alta consideración del Honorable Congreso Zacatecano, Zacatecas,
Imprenta del gobierno a cargo de Pedro PIÑA, 1827, pp. 28-29.
LA NUEVA HISTORIA POLlTICA Y LA RELIGIOSIDAD 19 3

canos" y que grandes héroes de la insurgencia independentista lo habían sido. Su-


brayaba que -debido a la situación indefinida de la Iglesia por falta de relaciones
con el papa- "el estado eclesiástico en nada absolutamente ha aventajado en sus
ascensos". En su esfuerzo por convencer a un jurado popular de predominio yor-
kino de que condenara el escrito denunciado, el sacerdote Aguirre encomiaba el
patriotismo notorio y el celo religioso que reconocía en los yorkinos, logrando de
esta manera la condenación del escritor impugnado a dos años de cárcel. 113
Aguirre no era el único mexicano que aunaba nociones innovadoras de polí-
tica con una relectura del papel de la religión. La escuela lancasteriana introduci-
da en México desde Inglaterra para formar la nueva ciudadanía nacional, se com-
binó con ejercicios espirituales. 114 Y la Sociedad Bíblica, también procedente de
Gran Bretaña, recibió el apoyo inicial de figuras tan importantes como el entonces
obispo de Puebla, Antonio Joaquín Pérez Martínez, conocido por sus muchas am-
bivalencias políticas a lo largo de todo el periodo desde 181 O hasta su muerte en
1829. 115 Anne Staples escribe que no obstante las muchas pugnas políticas de la
época, "[e]n ningún momento hubo un esfuerzo serio, salvo en los radicales pro-
yectos de Ignacio Ramírez, por suprimir la doctrina [católica] en la enseñanza pri-
maria" . 116 Aun en la educación superior, donde hubo esfuerzos por modernizar y
laicizar la educación, Staples encontró que únicamente "se deseaba borrar la apa-
riencia clerical, ... no religiosa, de la educación superior" . 117
Hace un poco más de 15 años que Frarn;:ois-Xavier Guerra quiso resolver di-
lemas representados por el complejo manejo de la religión en la transición republi-
cana del siglo XIX argumentando que sólo fue después de la guerra con Estados
Unidos que poco a poco pudieron imponerse los liberales puros y así adelantar por
primera vez una lucha frontal no sólo a la Iglesia sino a todos los principios que re-
presentaba. Afirmaba que "[e]l ami-clericalismo del primer liberalismo hispánico
era más un combate contra los privilegios y los bienes de la Iglesia, considerada
como el más importante de los cuerpos del Antiguo Régimen, que una lucha con-
tra los valores que la mayoría de los liberales compartía todavía con la sociedad" . 118

113 José María Aguirre, Dmuncia y acusación que el ciudadano


Doctor... cura de la Santa Veracruz
de México, hizo del impreso titulado: Concluye el Monte Parnaso de que resultó autor el ciudadano Rafael Dd-
vila, México, en la oficina del C. Alejandro Valdés, 1827 en Catalogue ofMexican Pamphlets in the Sutro
Collection 1623-1888, With Supplemmts 1605-1887, Kraus Reprinr, Nueva York, 1971, pp. 494-522.
114 TANCK DE ESTRADA, Dorothy. 1995. "Las escuelas lancasterianas
en la ciudad de México:
1822-1842" en Josefina Z. VAzQUEZ (coord.), La educación en la historia de México. México: El Cole-
gio de México, pp. 49-68.
115 GRINGOIRE, Pedro. 1954. "El protestantismo del Dr. Mora" en
Historia Mexicana, vol. !II:
3( 11), pp. 328-366.
116 STAPLES, Anne. 1995. ''Alfabeto y catecismo, salvación del nuevo
país" en Josefina Z. VAzQUEZ
(coord.}, pp. 69-92, cita en p. 72.
117 STAPLES, 1995, p. 76.

118 Franc;:ois-Xavier Guerra: México: del Antiguo Régimm a la


Revolución. Traducción de Sergio
Fernández Bravo. México: Fondo de Cultura Económica, 1988, vol. 1, pp. 163, 207; cita en p. 163.
194 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMffiICA LATINA, SIGLO XIX

Asumía así que había una corriente liberal dominante en México hasta 1848 capaz
de aunar reformismo y catolicismo. Más atrevida y retadoramente aún, Mary Kay
Vaughan ha argumentado que "[l]os sacerdotes se volvieron intermediarios ... en-
tre la sociedad corporativa cerrada y el proceso secularizador", dentro de un con-
texto en que "los dirigentes católicos aceptaron el mundo secularizante de la cien-
cia, el comercio y la nacionalidad". 119
La nueva historia política, sobre todo si recupera los estudios de Brading y
Taylor, así como una dimensión internacional que permite concebir las transfor-
maciones religiosas como distintas de la institucionalidad eclesiástica, si pondera,
coteja y sintetiza los aportes recientes, puede aportar una amplia y profunda expli-
cación de cómo se desgarró el catolicismo para acomodar en una alianza liberal a
un sector amplio de sus adeptos. Según esto, la religión, o determinadas religiosi-
dades católicas en particular, fueron cómplices eficaces del derrumbe del Antiguo
Régimen. Si esto tiene una explicación es en el desarrollo de las élites que parece
partir del jansenismo -como nos lo ha sugerido Brading-, en el caso de los pue-
blos la dinámica es más compleja. Mientras tanto Guerra como Annino y Lempé-
riere convergen en subrayar la sociabilidad antigua o barroca de las comunidades
campesinas, Annino ha recalcado su combinación con una tradición de rebeliones
y reivindicaciones populares. Como Taylor ha argumentado, la religiosidad popu-
lar no era un simple apéndice o peldaño inferior del majestuoso edificio de la Igle-
sia sino una vivencia local capaz de un catolicismo de signos polivalentes. Los es-
tudios de Guy Thomson, Peter Guardino y Florencia Mallon también nos han
enseñado que las sociabilidades populares en el siglo XIX tenían más dimensiones
º
de lo que previamente se creía. 12 Muchas comunidades, no obstante sus sociabi-
lidades de antiguo arraigo, pudieron participar incluso con los liberales en la cons-
trucción del nuevo régimen sin desprenderse de los fundamentos y de sus prácti-
cas públicas de la fe, como lo ha señalado Annino.
Las luces de la nueva historia política en materia de la Iglesia y la religión en la
transición mexicana hacia la república liberal resultan algo contradictorias e incom-
pletas. Quizá es el momento de comprender que no llegaremos al fondo en cuanto
al papel de la religión -y por ende de la Iglesia misma- en la transición mexica-
na, hasta que cifremos nuestra atención en el papel del conflicto religioso como un
acompañante, a veces incluso motor de la transformación de la sociedad. La recia
cualidad polivalente de la religión hace que ésta signifique cosas y valores diferentes
para distintos grupos y permite que religiosidades de signos contrarios se combinen

11 9 VAUGHAN, Mary Kay. 1990. "Primary Education and Llteracy in Nineteenth-Cenrury Mexi-

co: Research Trcnds, 1968-1988" en Latin American Research Review, 25: 1, pp. 31-66, cicas en la pági-
nas 38 y40.
120 GUARDINO, 1996; Guy P.C. THOMSON, y David G. LAFRANCE. 1999. Patriotism, Po/itics, and

Popular Libera/ism in Ninetunth-Cmtury Mexico. Juan Francisco Lucas and the Puebla Sierra. Wilming-
ton: Scholarly Resourccs; Florencia E. MALLON, Í995. Peasant and Nation. The Making ofPostcolonia/
Mexico and Peru. Berkeley y Los Angeles: University of California Press.
LA NUEVA HISTORIA POLfTICA Y LA RELIGIOSIDAD 19 5

con posturas políticas encontradas, según la necesidad de diversos grupos de la so-


ciedad. Guerra puede haber entrevisto una dinámica fundamental en el descalabro
de una sociabilidad enteramente nueva en el porfiriato: una Iglesia en auge pero re-
movida del control de la dirección pública, dedicada a la educación y sus labores
pastorales, pueblos con un catolicismo barroco pero acoplados a las directrices del
régimen, una élite gobernante formalmente secularizada que delegaba al hogar y a
sus mujeres el manejo de la herencia católica. 121 Efectivamente, la religiosidad se
mostraba más que un "meteoro en llamas". Era una "estrella fija'', pero multicolor
y disputada, en el firmamento de la época. 122 Quizá la dificultad que han encarado
tanto la nueva como la vieja historiografía política en materia de religión estriba en
que la secularización, la modernidad y la democracia no tienen una correlación sen-
cilla ni con la religión, sino que son susceptibles de combinaciones complejas y
cambiantes. Annick Lempériere tuvo razón en destacar la tensión entre las legitimi-
dades monárquico-católica y la popular independentista en México a partir de
1821. Pero esta tensión no fue un escollo sin complejos antecedentes y no era una
contrariedad de resolución definitiva.

121 GUERRA, 1998, vol. l, pp. 122, 224-227, 396-397.


122 Gurn y GREEN, 1990, pp. 154, 164, 166.
HACIA UNA HISTORIA COMPARADA
DE LA SECULARIZACIÓN EN AMÉRICA LATINA

EusA CARoENAS AvALA*

UN FRENTE DE RENOVACIÓN DE LA HISTORIA POLITICA

No cabe duda que si la historia política puede renovarse (y, de hecho, se ha reno-
vado profundamente), esta renovación pasa por el trabajo dentro de los campos
que parecen ser los más tradicionales en su seno. Tradicionales no sólo por ser los
de mayor experiencia, sino porque pesa sobre ellos una gran cantidad de estereoti-
pos. Es el caso de la historia de las instituciones, de la historia del Estado y de las
formas de gobierno; de la historia de las relaciones internacionales (y aun de la his-
toria de las relaciones entre comunidades diversas); como también el de la historia
de la dominación y la guerra.
Entre estos campos se cuenta el que concierne a las relaciones múltiples entre
religión y política. Un campo en el que se expresa la más tradicional e ideologizada
historiografía de las instituciones (básicamente del Estado y las iglesias) y en el que
confluye otra muy tradicional historiografía: la llamada historia de las religiones.
Siendo éste uno de los campos historiográficos más politizados, convergen empero
en él también formas innovadoras de acercamiento a lo político entendido como un
universo abierto y a su interacción con las representaciones religiosas que participan
en la formación de la conciencia individual.
Pues no deja de ser ésta, también, la historia de la interacción entre las formas
de ejercicio del poder y las representaciones más íntimas que conforman la concien-
cia del ser humano. Interacción que tiene una dimensión propiamente antropoló-
gica (en el sentido en que lo diría R. Koselleck) 1 que concierne a una relación, cu-
yos orígenes se pierden en inmemoriales tiempos, entre representaciones religiosas
colectivas y legitimación de formas de dominio. Así como también tiene una di-
mensión propiamente histórica, cuya exploración muestra las múltiples y comple-
jas modalidades de imbricación entre representaciones religiosas y ejercicio de po-

• Departamento de Estudios sobre Movimientos Sociales, Universidad de Guadalajara. Las pre-


sentes reflexiones deben mucho a la discusión en el seno del Seminario permanente Secularización y po-
lítica en que intervienen Sol Serrano, Roberto di Srefano, Roberr Curley y Mathias Gardet, además de
quien escribe estas páginas. Agradezco especialmente a Sol Serrano la lectura y comentarios a la versión
preliminar de este rexto.
1 Reinhart KOSEU.ECK, 2001.

[197]
198 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMffiICA LATINA, SIGLO XIX

deres institucionales en sociedades concretas. Siendo como es, estrecho y bidireccio-


nal, el vínculo entre el poder (que éste se ejerza o se padezca) y la conciencia, po-
der-religión-política-conciencia se entrecruzan, se entretejen constantemente.2 En
épocas recientes y, más particularmente, desde el nacimiento social del individuo,
es igualmente la historia de las relaciones entre poder y libertad de conciencia.
Dentro de este vasto campo se va trazando así una línea específica que tiene que
ver con la afirmación en Occidente de los estados modernos y su prurito de dotar
de una racionalidad "ilustrada'' al ejercicio del poder estatal, alejándolo del llamado
poder "espiritual", pero también con el nacimiento de las "libertades modernas".
A partir de considerar como insoslayables esas transformaciones históricas, se
vuelve pertinente la perspectiva de una historia de la secularización. Entendiendo,
para efectos de lo que interesa a estas páginas, a la secularización en su sentido mo-
derno, como un proceso de construcción de ámbitos especializados para lo político
y lo religioso, en el marco de una esfera pública racionalizada en donde el Estado ga-
rantiza la coexistencia respetuosa de instituciones religiosas diversas y concurrentes
y en donde el sujeto (individual) decide libremente pertenecer o no a una comuni-
dad religiosa determinada, sea ésta o no la de sus padres y aun no tener afiliación re-
ligiosa alguna. Pero sin ignorar que se trata de un concepto con una evolución his-
tórica propia y que lo mismo puede referirse, según el momento y lugar específicos
a que se aluda, a un cambio de jurisdicción de determinados bienes, al interior de
la Iglesia católica misma, del dominio del clero regular al del clero secular, como
también a la asunción de responsabilidades por parte del Estado, con respecto al
sostenimiento de unidades eclesiásticas determinadas (v.gr. parroquias), para garan-
tizar las funciones de las mismas. En esta perspectiva, el sentido moderno se lo im-
prime a la secularización el proyecto de construcción de y la noción misma de Es-
tado laico, a la cual está estrechamente emparentada.
Así considerado, el concepto es extensible a diversos ámbitos geográficos y tem-
porales, y la secularización permite caracterizar un proceso que tiene tiempos, espa-
cios y actores específicos, susceptible por lo tanto de presentar diferencias importan-
tes y cuya comprensión no puede prescindir de una perspectiva comparativa.

UN LUGAR HISTORIOGRÁFICO EN RENOVACIÓN Y SUS DIFICULTADES

Las dificultades para pensar y renovar este lugar historiográfico son de diversa ín-
dole. Me detendré especialmente en aquellas que conciernen al universo latino-
americano de los siglos XIX y xx, aunque probablemente algunas puedan extender-
se a una historiografía interesada por épocas anteriores y otras latitudes.
La primera tiene que ver con el predominio de una interpretación teleológica
y puede sintetizarse como la dificultad para pensar combinadamente dos univer-

2 Cfr. Michcl FoUCAULT, I992.


HACIA UNA HISTORIA COMPARADA DE LA SECULARIZACIÓN EN AMÉRICA LATINA 199

sos que durante más de un siglo nos hemos empeñado en pensar por separado. Es
decir, la construcción de esferas separadas para lo político y lo religioso ha condu-
cido en varias ocasiones a una separación no pocas veces excesiva cuando no arti-
ficial de los campos de estudio: historia religiosa e historia política aparentan cami-
nar por separado.3
De esta primera dificultad procede otra, que es la propensión a reducir los
universos en cuestión a instituciones mayores que sólo son parte de ellos: el de lo
político al Estado y el de lo religioso a la Iglesia. 4 De ahí una tendencia a escribir
una historia que privilegia los conflictos y el desarrollo institucional por encima de
otras múltiples posibilidades y que también suele componerse de interpretaciones
politizadas y polarizadas.
Cuando se conjuntan ambas limitaciones, se estudia a la Iglesia (en general la
católica) como entidad y al Estado como entidad, separados. Cuando se reúnen
ambas instituciones, la dificultad para pensarlas como parte de un mismo univer-
so político no es menor y en no pocas ocasiones, vínculos políticos, sociales o cul-
turales que forman parte de la "normalidad" de una época pero cuyo carácter ha va-
riado en el tiempo,· al ser considerados desde una perspectiva teleológica -que
mira con ojos de secularización avanzada lo que no necesariamente lo estaba, y que
incluso asimila laicismo y ateísmo-, resultan difícilmente comprensibles e inclu-
so aberrantes. 5 Esta tendencia muestra indicios de modificarse (sería sin duda mu-
cho decir "revertirse") al contacto de la disciplina con la sociología de las religiones
y con la antropología religiosa, que han motivado un acercamiento a la dimensión
individual del sentimiento religioso y a la religión como experiencia colectiva, en
perspectiva combinada. 6 Esto ha hecho posible un acercamiento en términos socio-
culturales y antropológicos también a la cuestión de la relación religión-política
desde una perspectiva histórica.7

3 Cfr. MALLIMACI, 2001. Esto también ha sido señalado con insistencia por Roberto di Stefano y

Loris Zanatta, cfr. la introducción a 5TEFANO y ZANAITA, 2000.


4 Puede considerarse ésta la tendencia históricamente dominante y la más somera revisión biblio-

gráfica permite constatarlo.


5 Este tipo de interpretación es común en la historiografía política latinoamericanista para el siglo
XIX. Es así como se tropieza con no pocas dificultades para explicar, por ejemplo, la religiosidad de los
hombres de Estado promotores de la laicización. Sobre los abusos y estragos de una interpretación teleo-
lógica de la historia política, Frani¡:ois-Xavier Guerra formuló una aguda crítica referida especialmente al
caso mexicano, sobre el cual juzgó 'que en buena medida estaba interpretado a partir de lo que, de acuer-
do con el proyecro liberal plasmado en la Constitución de 1857 "debería ser" y no a partir de lo que "eri'.
De acuerdo con su crítica, esta lectura hace de fenómenos políticos como el caciquismo, elementos "abe-
rrantes" dentro de un sistema cuya modernidad se da por sentada. Cfr. GUERRA, 1988 a, t. I, p. 126.
6 La dimensión individual del sentimiento religioso ha sido un tema recurrente de la hisroriogra-

fla religiosa, traspasando por cierto no pocas veces los límites de la hagiografía. Lo que cabe destacar de
los estudios antropológicos en esta materia, es la importancia dada a la dimensión individual del senti-
miento religioso, pero de un individuo en sociedad y profundamente marcado por la dimensión colec-
tiva de ese mismo sentimiento.
7 Véanse las consideraciones de Jean-Marie Donegani, en DoNEGANI, 1998.
200 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORlA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX

Pesa igualmente sobre la renovación de este campo la dificultad para pensar re-
ligiosamente al individuo en sociedad. En este sentido se plantean algunas pregun-
tas importantes que los sociólogos y antropólogos han resuelto de manera diversa
en cuanto a la relación individuo-religión-comunidad. 8 La historiografía política
no siempre ha interrogado al individuo desde el punto de vista de su relación con
la religión, a pesar de que ha interrogado frecuentemente (que no siempre profun-
damente) a ese mismo individuo dentro de su relación con la política en el marco
de la historia de la creación del ciudadano. Paradójicamente, en ese sentido, poco
se ha tomado en cuenta lo que podría llamarse la "ciudadanización" de la religión,
proceso que corre parejo con la formación de la conciencia individual ciudadana en
lo político y que tiende a hacer del sentimiento religioso una cuestión personal y,
en esa medida, privada. 9
Sobre la perspectiva de un trabajo comparativo se extiende una dificultad de
otra índole para pensar este campo: la importancia de una historiografía predomi-
nantemente nacional. Por principio de cuentas, el carácter centrado en la dimen-
sión nacional de la mayoría de los estudios suele hacer aparecer como excepciona-
les rasgos que pueden ser comunes. Esto tiene que ver no sólo con la dimensión
nacional de la historiografía, sino también, señaladamente, con su dimensión na-
cionalista. La historia política del siglo XIX latinoamericano ha sido objeto frecuen-
te de enfoques nacionalistas por tratarse de un siglo en que no faltan los momen-
tos considerados "fundadores" de las naciones, empezando por las independencias
con respecto a las coronas ibéricas y siguiendo con los conflictos bélicos que redi-
señaron el mapa de las fronteras políticas de la región; sin omitir las numerosas
guerras civiles en que se enfrentaron a muerte proyectos rivales de nación (republi-
canos vs. monarquistas, liberales vs. conservadores, centralistas vs. federalistas o
provincialistas, entre otros}.
Como puede verse, el obstáculo en sí no es tanto la dimensión "nacional" de
los estudios cuanto la reducción de la problemática a cuestiones nacionales. Esta
dificultad se extiende en dos sentidos: no sólo complica la comparación a escala in-
ternacional, sino que también afecta la comparación en otras escalas: lo regional y
lo local tienen que desembarazarse en primera instancia de los estereotipos gene-
rados por las historias "nacionales" cuya validez a menudo parte de la historia par-
ticular de las capitales.
Aunque las historias regionales se han multiplicado en las últimas tres déca-
das, en lo que respecta a la relación religión-política no siempre han logrado
abandonar los patrones impuestos por la historiografía nacional y suelen repro-
ducirlos a escala. En cambio, cabe señalar que, en esta materia, el interés por mo-
vimientos político-religiosos ha impulsado la historiografía regional. En algunos

8 Como un ejemplo de un esfuerzo multidisciplinario de discusión sobre religión y sociedad, pue-

de verse el conjunto de ensayos publicados en PRIETO GoNZALEZ y RAM!REZ CAIZADIILA (eds.), 2000.
9 Cfr. DONEGANI, 1998.
HACIA UNA HISTORIA COMPARADA DE LA SECULARIZACIÓN EN AMÉRICA LATINA 201

casos, la propia dimensión del objeto de estudio ha fomentado los trabajos regio-
nales y locales; es el notorio caso del movimiento cristero en México, cuyo estu-
dio ha impulsado las caracterizaciones de regiones como Los Altos de Jalisco. 10
También es preciso recordar que, en casos extremos, la historiografía interesada
por esta escala tiene frente a sí el reto de romper con asimilaciones tan excesivas
como tenaces, entre región y movimientos, pues la importancia y fuerza de los
movimientos políticos con connotaciones religiosas ha provocado incluso la me-
tonimia entre regiones y actores, como sucede en Francia con el movimiento con-
trarrevolucionario de los llamados chouansy el nombre de la región que lo vio na-
cer: la Vendée.
Como otros fenómenos, la relación religión-política no necesariamente se ex-
plica en términos nacionales. Empero, su comprensión no puede ignorar la cons-
trucción del Estado y de las nuevas naciones, por lo menos en lo que a Latinoamé-
rica se refiere. La afirmación también es válida para el espacio europeo, en donde
coexisten viejas y "nuevas" naciones y en donde el catolicismo no es la única reli-
gión dominante. 11 Tan es así que en las naciones occidentales contemporáneas
(sean o no europeas) la cuestión de la diversidad religiosa plantea cuestionamien-
tos a las identidades nacionales y retos mayores a las políticas estatales de los paí-
ses democráticos. 12
En ese sentido, es indudable que la cuestión de la secularización atraviesa la
historia de la construcción nacional, al tiempo que es atravesada por ella. Sin em-
bargo, queda claro que hasta ahora, en estas perspectivas nacionales ha sido privi-
legiada la dimensión institucional de la secularización; dimensión que es, por cier-
to, la más visible y en apariencia la más conflictiva y explosiva. En términos de
historia política, este predominio de la dimensión institucional también obedece a
una concepción tradicional del campo de la política y el universo de lo político.
Con seguridad, la apertura de estas concepciones conllevará transformaciones his-
toriográficas de importancia.

10 No es ésta, por cierto, la única región cristera, sin embargo sí es la más común y fuertemente

identificada como tal. Además de la muy amplia bibliografía que se ha desarrollado sobre la región en
diversas perspectivas -se trata de una de las regiones mexicanas sobre las que más se ha escrito-, el
esrudio, clásico ya, sobre el movimiento crisrero es el deJean MEYER, 1974; la caracterización de la re-
gión alreña clásica también, es la elaborada por FABREGAS, 1986. Cabe aclarar que no presentan estos
autores interpretaciones convergentes sobre el movimiento y su significado.
11 Sobre el rema y la principal bibliografía europea sobre el mismo, puede consultarse con m•-

cho provecho RfMOND, 2001.


12 Siendo muy sonada la reciente discusión francesa sobre el porte de símbolos religiosos en la es-

cuela, en romo originalmente al "fau'4rd' islámico, no es el único caso en que el respeto a la libertad
religiosa parece chocar con los principios históricos rectores del Estado democrático elaborados en con-
textos de menor complejidad del abanico de opciones religiosas. Cfr. GAUCHET, 1998, y también BLAN-
CARTE, 2003.
202 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMffiICA LATINA, SIGLO XIX

LOS CONCEPTOS: SU UTILIDAD Y LIMITES

¿Cómo pensar históricamente los procesos de secularización en perspectiva com-


parada? Varias premisas tienen carácter de imperativos para este trabajo.
No cabe duda que una primera exigencia es pensar la secularización en su his-
toricidad: la secularización como proceso y no como progreso. Esta reiteración no
ha dejado de ser necesaria. Una segunda exigencia es la conciencia del lugar desde
donde dicho proceso se está pensando. 13 Los desafíos políticos planteados por ac-
tores religiosos a las naciones latinoamericanas en las últimas décadas del siglo XX
y al despuntar el siglo XXI, reabren viejos debates, pero también presentan nuevos
problemas. No cabe duda que la perspectiva histórica se vio obligada a replantear-
se a partir de la realidad contemporánea y a desprenderse de la idea de progreso.
Para el conjunto latinoamericano, más allá de los avances y estancamientos de pro-
cesos de secularización inacabados, el espacio que no sin dificultades se ha ido
abriendo la pluralidad religiosa, el surgimiento vigoroso del pentecostalismo, lo
mismo que la perdurabilidad y capacidad de renovación del mismo catolicismo,
obligan a cuestionar la idea de la secularización como una descristianización en
sentido progresivo.
En tercer lugar, está la propuesta relativa a los conceptos que ayudan a pensar
comparativamente los procesos de secularización de los países latinoamericanos.

Modernidad politica, modernidad religiosa

El empleo del término "modernidad" en los estudios políticos ha sido muy critica-
do. Sus frutos, sin embargo, en el campo de la historia política, son innegables.
Más aún, es probablemente el análisis histórico-político uno de los campos en don-
de puede aplicarse con provecho y rigor el adjetivo "moderno". Se trata de una
perspectiva desde donde sí es posible responder satisfactoriamente la pregunta ¿qué
se entiende por modernidad? Así, la política moderna es aquella que tiene por su-
jeto y centro al individuo, al ciudadano. 14
Lo que la sociología de la religión ha subrayado en los últimos afios, es la per-
tinencia de elaborar nuevas exploraciones en términos de "modernidad religiosa",
lo cual no deja de sugerir la importancia del cruce de esta noción con la idea de
"modernidad política". En términos del vínculo individual con la religión, lamo-
dernidad introduce un elemento fundamental, como bien lo sintetiza J. Baubérot:

l3 Michel de Certeau fue particularmente agudo a este respecto, precisamente reflexionando so-
bre la escritura de la historia religiosa, cfr. CERTEAU, 1993, en particular el capítulo I, "Hacer historia",
pp. 33-65.
14 Cfr. RosANVALLON, 1992; GUERRA, 1988b.
HACIA UNA HISTORIA COMPARADA DE IA SECULARIZACIÓN EN AMffi!CA IATINA 203

desde un punto de vista sociológico, la religión constituye un factor privilegiado de


análisis de un proceso más general: si la religión constituía el centro simbólico de la so-
ciedad tradicional, la lógica de la sociedad moderna vuelve la relación de cada cual con
la religión socialmente facultativa. l 5

No cabe duda que la exploración de la construcción de una modernidad reli-


giosa no puede prescindir de la consideración de una modernidad política, pero de
igual manera contribuye a esclarecerla. La consideración de la importancia de este
vínculo en cierta forma estaba en germen en los estudios políticos de corte más clá-
sico los cuales, para proponer una comprensión de la historia decimonónica en
particular, construyeron las más de las veces explicaciones que giraron en torno a
la cuestión de la secularización aunque la hayan visto casi siempre en una perspec-
tiva muy poco dinámica si no estática por completo. Eso explica por qué el tema
nos es a la vez ampliamente familiar y profundamente desconocido.
La idea de una "modernidad religiosa" ha sido explorada con provecho por
la sociología de la religión. Me permito evocar aquí dos modelizaciones de las
que su estudio ha recibido un importante impulso, aun siendo debatidas y cues-
tionadas, y que han dado la pauta para la reconsideración de los procesos de se-
cularización desde un enfoque histórico complejo, en particular para los países de
cultura latina: los "umbrales de laicidad" de Jean Baubérot 16 -un modelo elabo-
rado a partir de la historia particular francesa-y la existencia de vías específicas
de "salida de religión" para áreas culturales, que reconoce la existencia en Euro-
pa de un "área protestante", vinculada a un proceso de secularización (gradual}
y un "área católica" vinculada a un proceso de laicización {que implica una ac-
ción voluntarista por parte del Estado}, principalmente desarrollado por Marce!
Gauchet. 17
Los estudios que se inspiran o discuten con estos modelos nacidos del estudio
de la realidad francesa en particular y en general europea, por medio de la confron-
tación de algunos casos europeos y americanos en perspectiva histórica compara-
da, han conducido a cuestionar la pertinencia de su generalización a otros espacios
geográficos e históricos, pero han afirmado también la pertinencia de los cuestio-
namientos de fondo que estas propuestas teóricas plantean, a saber, la historicidad
irreductible de los procesos de construcción de esferas separadas para lo religioso y
lo político {que puede leerse en términos de etapas, de umbrales, de mayor o me-
nor apego al modelo, etc.} y también la pertinencia de la perspectiva comparada
sobre la base de rasgos comunes de la historia religiosa. 18

lS BAUBl!ROT, 1999, p. 266.


l6 Cfr. BAUB1'ROT, 2001.
l7 Cfr. GAUCHET, 1988.
18 Varios de los estudios reunidos en BASTlAN, 200 l, discuten o aplican específicamente estos

modelos, en particular el de Baubérot; Luc Nefontaine lo hace para el caso belga, Aldo A. Mola abor-
da el italiano; Rodolfo de Roux analiza la laicización colombiana; Fortunato Mallimaci hace un esfuer-
204 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMJ;RJCA LATINA, SIGLO XIX

Secularización, laicidad

La idea de modernidad es indisociable de la noción de secularización --en el sentido


a que se ha aludido antes-, concepto que permite explicar buena parte de las trans-
formaciones sociales que aquella introduce, en cuanto a la relación del individuo con
lo religioso como forma de conciencia, como factor de cohesión de una comunidad y
en cuanto al papel del Estado como regulador de dicha relación. Libertad de concien-
cia y libertad de pensamiento son las dos libertades individuales asociadas a lo religio-
so, que directamente condensan las profundas transformaciones que la modernidad
introduce en este ámbito. Esta construcción de esferas especializadas que conducen a
la modernización de las relaciones entre sociedad, religión y Estado, ha sido objeto de
diversos modelos sociológicos explicativos. Se puede concordar con Olivier Tschan-
nen en que los esfuerzos por producir una teoría de la secularización han fracasado {en
el sentido en que no han logrado llegar a un consenso) y que más bien puede recono-
cerse la existencia de un paradigma, en el sentido kuhniano del término, que permi-
te pensar sobre bases comunes la cuestión religiosa en el mundo moderno. 19
El mismo autor recoge como elementos esenciales de dicho paradigma los si-
guientes -todos vinculados a la modernidad-: 1) la racionalización {aumento de
las esferas de la vida sometidas cada vez más al pensamiento racional de intelectua-
les especializados); 2) la mundanización (una creciente preocupación por lo inma-
nente en detrimento de lo trascendente); 3) la diferenciación funcional de esferas
de la vida social {política, economía, religión, educación); 4) la pluralización de la
oferta religiosa {entrada de la religión a un mercado, a la libre competencia); 5) la
privatización {repliegue de la religión a la esfera privada); 6) la generalización {ex-
tensión de la religión fuera de su esfera propia, como cuando da nacimiento a las
religiones cívicas), y 7) el declive de la práctica y de la creencia {desarrollo de la in-
diferencia en materia religiosa). 2 º
El propio Tschannen, tras revisar las críticas de que han sido objeto las llama-
das teorías de la secularización y sobre todo, tras considerar los límites que estudios
concretos ponen de relieve sobre buena parte de los elementos constitutivos del
mencionado paradigma, concluye subrayando la "utilidad heurística del concepto
de secularización" 21 y proponiendo una reconstrucción "modular" del mismo (el
entrecomillado es del mismo Tschannen). Esta reconstrucción le permite formu-
lar un modelo "extremo" -ciertamente eurocéntrico- con relación al cual pue-

zo comparativo sobre América Latina, prefiriendo hablar de "etapas" y no de "umbrales", lo mismo que
Ana María Bidegain, al hablar del Uruguay.
19 TSCHANNEN, 200 l. El autor recoge en este texto las propias conclusiones a que habla llegado
tras el análisis de las que considera principales teorías de la secularización, formuladas entre los años
1960y1970: Bryan Wilson, Peter Berger, Thomas Luckmann, David Marrin, Talcott Parsons, Robert
Bellah y Richard Fenn. Sobre esta discusión, cfr. asimismo TscHANNEN, 1992.
º
2 TscHANNEN, 2001, p. 309.
21 TSCHANNEN, 2001, p. 316.
HACIA UNA HISTORIA COMPARADA DE LA SECULARIZACIÓN EN AMÉRICA LATINA 205

den reconocerse distintas variantes, en cuanto al grado de secularización de la es-


fera pública y a las formas religiosas que la acompañan (fuerza del comunitarismo,
religiosidad más o menos "mundanizada").

Creo que la reconstrucción de la idea de secularización como concepto modular per-


mite, mediante el juego con los diferentes módulos que lo componen, salir de los de-
bates en blanco y negro, que tienen una furibunda tendencia a tomar un giro ideoló-
gico, para entrar en debates matizados que hacen progresar el conocimiento y favorecen
el diálogo. 22

Así la secularización como concepto amplio, que permite considerar desde sus
diversos aspectos la relación entre la sociedad, el Estado y lo religioso, es uno de los
elementos que posibilitan el trabajo de renovación de la historiografía política la-
tinoamericanista.
Con todo y que el término "secularización'' recoge una realidad más amplia, en
sentido cronológico como social, pues permite cubrir un universo que se extiende
mucho más allá del ámbito del Estado (o de las relaciones institucionales) y también
mucho más allá de las reformas ilustradas, es innegable que el término lai"cité-es
obligado en primera instancia citarlo en francés- surgido de la circunstancia his-
tórica francesa y sin equivalente en otras lenguas (salvo, para el castellano, la adop-
ción de su traducción literal como "laicidad", desde hace algunos años adoptada por
autores como Roberto Blancarte), permite un análisis más fino y matizado de la
cuestión política para los siglos XIX y XX -sin desmedro de su utilidad dentro del de-
bate político actual- en todo caso para las sociedades de cultura latina. Siendo, in-
dudablemente, un concepto más restringido, su aplicación al ámbito que le es pro-
pio -el de las relaciones institucionales- tiene no pocas probabilidades de éxito.
La crítica que con mayor sustento se hace del término es su origen histórico
y los límites de la realidad que designa: la /afeité suele presentarse como una reali-
dad francesa y un concepto intransferible. 23 Sin embargo, debe subrayarse que en
muchos aspectos, la relación prevaleciente entre el Estado francés y las institucio-
nes religiosas, en particular la Iglesia católica, al momento de creación del concep-
to lai"cité, es comparable si no equivalente a la observada en las nacientes naciones
americanas del siglo XIX, entre los estados latinos del continente americano y dicha
Iglesia. Así, resulta provechoso medir en términos de laicización los procesos de
construcción institucional secularizada y las relaciones interinstitucionales dentro
de una esfera pública moderna. 24

22 TSCHANNEN, 2001, p. 318.


23 La propia discusión francesa sobre la laieitles muy amplia; BAUB~ROT, 1999, presenta un muy
útil condensado de ella.
24 A este respecto, cfr. la primera parte de BASTIAN, 200 l, construida precisamente desde esta

perspectiva.
206 ENSAYOS SOBRE lA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA IATINA. SIGLO XIX

Finalmente, sin bien es cierto que el término laieité no ha sido traducido a


otros idiomas (salvo en algunos casos, como en castellano, en que se ha introduci-
do muy recientemente el neologismo), es indudable que su raíz ha sido retomada
para el uso común de términos afines, como el adjetivo "laico" aplicado al Estado
y a sus políticas o el sustantivo "laicismo" para aludir a las corrientes ideológicas y
políticas que pugnan por un modelo determinado de relación Estado-sociedad; 25
términos todos que ya no pueden sustraerse del discurso político contemporáneo
en las naciones de cultura latina. 26 Si fuera preciso ejemplificar, es indudable que
la expresión "Estado secularizado" no da cuenta con la misma precisión de la rea-
lidad que recubre el término "Estado laico", sin el cual no se comprende -ya sea
que se le contemple como proyecto político o como realidad en formación u ope-
ración- la historia política particular de las naciones latinoamericanas en deter-
minadas etapas de su construcción institucional, ni una parte de los desafíos con-
temporáneos que en la materia se plantean. En la actualidad, el término laicidad,
desprendido de las connotaciones anticlericales que en otros tiempos se le asocia-
ran, permite repensar el papel del Estado en la construcción de una sociedad de-
mocrática, como regulador de la relación entre sociedad e instituciones religiosas
y como garante de las libertades de pensamiento y de conciencia. 27

COMPARAR LA SECULARIZACIÓN EN AMl?.RlCA LATINA

La empresa debe partir de cuestionar lo que parece una evidencia: ¿Por qué Améri-
ca Latina como territorio comparable? Bastian ha subrayado el interés de una com-
paración amplia del mundo latino:

La existencia de una 'latinidad' es ciertamente problemática tanto para Europa como


para América a las que intenta calificar de manera demasiado englobadora y generali-
zadora. Sin embargo, el concepto de latinidad remite en el plano religioso a socieda-
des labradas por una relación constitutiva con el catolicismo y con el desarrollo de una
modernidad de ruptura frente a la tradición religiosa dominante. 28

En lo personal quiero insistir en la utilidad de una comparación que implique


a los países del área latinoamericana (comparación que ya ha sido intentada por F.
Malimacci), 29 siendo que esa relación constitutiva con el catolicismo procede de la

25 Cfr. la interesante reflexión de ToRTAROLO, 1998.


26 De manera deliberada, no estoy abordando aquí la discusión relativa a las áreas culcurales no
latinas, en donde la problemática histórica es distinta y tiene su correspondiente expresión en el uni-
verso lingüístico, mismo que ha sido efectivamente impermeable al término !afeité.
27 Nuevamente remito a la reflexión de R. BLANCARTE, 2003.
28 BASflAN, 2001, p. 5.
29 Cfr. MALLIMACI, 200 l.
HACIA UNA HISTORIA COMPARADA DE LA SECULARIZACIÓN EN AMÉRICA LATINA 207

herencia del sometimiento común al dominio de las potencias ibéricas y que la


afirmación de la existencia nacional tiene que negociarse en el ámbito internacio-
nal desde la común calidad de naciones subordinadas. Y sin embargo esta compa-
ración no puede realizarse sin conciencia de los límites que a la misma impone el
desarrollo histórico específico de cada uno de los países del área considerada, más
allá de los elementos comunes que la hacen posible. Queda claro, además, que la
agenda comparativa debe desarrollar primero una perspectiva institucional antes
de poder realizar una comparación en perspectiva social.
Debe en segundo lugar destacarse la importancia de procesos políticos que
permiten pensar comparativamente la secularización en América Latina, que pue-
den considerarse como otros tantos núcleos temáticos de comparación: 1) los pro-
cesos de construcción institucional, de invención de la nación, de creación de ins-
tituciones (e incluso de creación de la Iglesia y el Estado), en los que no habría que
presuponer una herencia ibérica uniforme; 2) la negociación particularizada del
abandono de la tutela peninsular en materia religiosa, desde las políticas adopta-
das para proveer a la administración de las parroquias, hasta el eventual litigio de
los vestigios del patronato regio; 3) los términos en que se establece o busca esta-
blecer una relación con Roma (y posteriormente con el Vaticano) y la actitud que
ésta observa en cada caso; interesan aquí tanto los sucesivos gobiernos, como el
clero nacional; 4) las políticas impulsadas por los estados -y aquí puede conside-
rarse desde la adopción del catolicismo como religión nacional, hasta el descono-
cimiento de la existencia legal de la Iglesia (y de su existencia social como interlo-
cutor) pasando por los proyectos fallidos o exitosos de concordatos con Roma-;
5) los ritmos y formas de implantación de las instituciones modernas que permi-
ten la secularización de la vida cotidiana; la radicalidad de los proyectos y los tiem-
pos de su puesta en práctica: secularización del matrimonio, registro civil, cemen-
terios, hospitales ... así como la solidez de estas instituciones; 6) los modelos que
inspiran a los distintos actores políticos;30 7) la actitud del Estado y de otros acto-
res frente a la diversificación de la oferta religiosa; 8) las reacciones confesionales
a la laicización del Estado: partidos, organizaciones, prensa (incluyendo los ritmos
de incorporación a las formas de la política moderna por parte de actores confe-
sionales que buscan combatir a la modernidad); 9) las formas políticas del anticle-
ricalismo;31 1O) la actitud del episcopado nacional y en general del clero local fren-
te a las políticas secularizadoras; 11) la actitud de los mismos frente al desarrollo
directo de relaciones diplomáticas oficiales u oficiosas con Roma; 12) naturalmen-
te un punto de comparación insoslayable es la historiografía dominante en cada

30 Un ejercicio comparativo en que se combinad análisis de lo poli rico y lo religioso, muy suge-

rente sobre la aplicación de modelos, hecho sobre varios países del cono sur para el siglo XX, es el reali-
zado por Olivier CoMPAGNON, 2003.
31 Sobre el anticlericalismo, véase el espléndido libro de Jacqueline LALOUETIE, 2003, en que se
analiza su importancia para el caso francés.
208 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX

país sobre el tema de la secularización. Todo ello, claro está, no puede sino conce-
birse dentro de un marco histórico dinámico. Por lo mismo, el ejercicio compara-
tivo de estos puntos, no puede prescindir de una cronología básica común en que
se inscriba cada uno de los temas sefialados.
El desarrollo de una comparación basada en los puntos anteriores y formula-
da desde la perspectiva de la historia política, no obsta sino antes bien posibilita
una agenda comparativa centrada sobre lo social y lo cultural, que puede partir de
considerar el grado de cristianización de los diversos territorios, así como los luga-
res y formas de las prácticas religiosas, por ejemplo. Algunas de estas esferas en pro-
ceso de diferenciación funcional han sido estudiadas ya teniendo la secularización
como referente: es el caso de la educación, del funcionamiento de la economía y
de la salud pública. Sin embargo, en la mayoría de los casos no se cuenta con estu-
dios comparativos entre países, sino que el marco sigue siendo nacional o regional.
Se esboza así el objeto de la comparación: un primer nivel institucional, aquel
que correspondería a la historia política de la construcción institucional, y en el que
converge también la historia de las relaciones internacionales. Se trata de los pro-
cesos de constitución de esferas diferenciadas propia de la modernidad, que en no
pocos casos -mas no en todos- resulta de una política voluntarista de aplicación
de un modelo de Estado y pasa por episodios violentos. Este primer nivel permite
evaluar el proceso de secularización en el marco de la formación de las naciones la-
tinoamericanas, su papel en la constitución de los nuevos estados, y en el triunfo
relativo de un modelo de Estado laico, en donde el anticlericalismo juega un papel
de primer orden. Sobre este primer nivel interesado en las relaciones interinstitu-
cionales, pueden enseguida plantearse otros niveles de comparación que tengan por
eje el proceso de secularización en perspectiva propiamente social y cultural.
La comparación puede ser especialmente fructífera para los países de la región
entre el momento de las independencias y la aparición de los primeros movimien-
tos políticos abiertamente confesionales en las primeras décadas del siglo xx, mo-
vimientos estos últimos, que no se entienden fuera de un contexto secularizador.
Partiendo de un balance adecuado, y sobre una agenda específica, la comparación
puede extenderse sobre el conjunto del siglo xx.3 2

LA HISTORIA DE LA SECULARIZACIÓN,
UNA NUEVA HISTORIA DE LO POLÍTICO

Desde el punto de vista de las relaciones múltiples entre religión y política, para la
historia latinoamericana contemporánea (en su conjunto y de manera individua-

32 La propuesta de esta agenda para la comparaci6n sobre el siglo XX no es objeto de estas pági-

nas. En cambio, un esfuerzo ya ha sido realizado desde la perspectiva de la sociología de las religiones,
por varios autores, como F. MALLJMACI y J.-P. BASTIAN, ambos en BASTIAN, 2001.
HACIA UNA HISTORIA COMPARADA DE LA SECULARIZACIÓN EN AMÉRICA LATINA 209

!izada para cada uno de los países de la región), la secularización es, con toda segu-
ridad, un eje fundamental. La renovación de su estudio se impone, no sólo por ha-
berse tornado más compleja la historiografía "circunvecina", sino porque los avan-
ces de otras disciplinas confirman la necesidad de ir más a fondo en la comprensión
de esa relación, dejando particularmente a un lado la concepción de la seculariza-
ción como "progreso" para anafizarla como un complejo proceso político, social,
cultural e indudablemente también religioso. Una renovación, por esta vía, que
presenta beneficios mutuos para la historia política en general y para la historia de
la secularización en particular.
No cabe duda que todavía la historia política tiene mucho que aportar a una
mejor comprensión de este campo historiográfico: aunque pudiera parecer lo más
clásico considerar como actores políticos a los que intervienen en la historia de la
secularización, en realidad está aún pendiente una historia que haga una aproxima-
ción más fina a estos actores, considerándolos en su diversidad, más allá de (y po-
siblemente rompiendo con) las etiquetas y categorías heredadas de la simplificación
del debate político decimonónico. Entendiendo, además, a los actores políticos en
un sentido muy amplio, lo que implica tomar en cuenta factores sociales y cultu-
rales que, si no los determinan, sí ejercen sobre ellos una importante influencia.
Por su parte, la historia de la secularización contribuye a renovar los estudios
del Estado y de la sociedad política, desprendiéndose de una serie de estereotipos
legados por una historiografía demasiado militante y de los que, como bien lo ha
señalado Josefina Vázquez, 33 aún no logramos desprendernos. Comparar los pro-
cesos de secularización puede contribuir a lograr una mejor comprensión de los ac-
tores políticos (tema sobre el que existen ya avances) 34 que permita analizar el com-
plejo mosaico del liberalismo, la complejidad no menor del conservadurismo y los
numerosos puntos de cruce entre ambos. Eso implica una mejor comprensión del
siglo XIX en términos políticos.
Desde la perspectiva de la historia política de las relaciones internacionales, la
mejor comprensión de la construcción de relaciones entre el Vaticano y América
Latina, mucho puede aportar a una perspectiva de conjunto, no sólo para un me-
jor conocimiento de la historia de estos países, sino para el análisis de la construc-
ción de una política internacional por parte del papado tras la caída de los estados
pontificios y sus nuevas estrategias de inserción en el concierto internacional de na-
ciones. Es innegable que sobre este tema puede formularse un programa de inves-
tigación muy amplio.
La construcción de esferas separadas para el desarrollo de la actividad política
y la expresión del sentimiento religioso en las naciones latinoamericanas es pues,
uno de los aspectos que mejor pueden constituirse como ejes para una historia

33 VAzQUEZ, 1999, p. 115.


34 Un fino ejemplo de la renovación de la historiografía sobre actores políticos específicos para
el XIX puede verse en PAN!, 2001.
210 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POúTICA DE AMll.RICA LATINA, SIGLO XIX

comparada de estas naciones, siempre y cuando se considere la secularización no


como un "progreso" ineluctable, sino como un complejo proceso político y social.

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115-133.
CATOLICISMO CÍVICO, SUBJETIVIDAD DEMOCRÁTICA
Y PRÁCTICAS PÚBLICAS EN LATINOAMÉRICA
DECIMONÓNICA

CARLOS FORMENT

Revisar d escenario público latinoamericano desde mediados dd siglo XVIII hasta fi-
nes del XIX me ha llevado a creer que -en su desarrollo- la identidad, la naciona-
lidad y la vida asociativa estaban relacionadas entre sí en formas que todavía no han
sido abordadas por los estudiosos de la región. Ciudadanos de todas las extraccio-
nes sociales en México, Perú, Cuba y Argentina organizaron miles de asociaciones
en la sociedades civil, económica y política y en la esfera pública, proporcionando
un lugar donde transformarse a sí mismos, para dejar de ser súbditos coloniales de
España y convertirse en los ciudadanos democráticos de una nación soberana.
El desarrollo de la identidad, el nacionalismo y la democracia en América La-
tina fue peculiar en varios sentidos. En primer lugar, fue radicalmente desarticu-
lado. Los ciudadanos confirieron su sentido de soberanía a cada uno de ellos, en
forma horizontal, en lugar de hacerlo en forma vertical a las instituciones de go-
bierno; de este modo se produjo una desarticulación entre las prácticas cotidianas
y las estructuras institucionales. En segundo lugar, fue radicalmente asimétrico.
Los ciudadanos practicaban la democracia en la sociedad civil más fácil e intensa-
mente que en cualquier otro terreno público (como la sociedad económica, la so-
ciedad política o la esfera pública), provocando que la vida pública en la región
fuera desequilibrada. En tercer lugar, fue radicalmente fragmentario. Los latino-
americanos fueron el primer grupo de ciudadanos en el Occidente moderno que
fracasó al intentar conciliar la igualdad social con las diferencias culturales, llevan-
do a que la vida pública estuviera fisurada socioémicamente. En cuarto y último
lugar, la vida democrática en América Latina fue culturalmente híbrida. El catoli-
cismo fue el lenguaje de la vida pública en la región; los ciudadanos utilizaban sus
recursos narrativos para producir nuevos sentidos democráticos a partir de viejos
términos religiosos, fundiéndolos para crear un vocabulario alternativo que llama-
remos "catolicismo cívico". Algunos de estos rasgos también son perceptibles en
otras democracias occidentales, pero sólo en América Latina aparecieron los cua-
tro a la vez y en forma pronunciada, creando una forma única de vida que sigue
siendo visible en la actualidad.
Mi exposición tiene dos partes. En la primera examino la narrativa católica uti-
lizada por los latinoamericanos para comprenderse y expresarse a sí mismos. Mu-
chos de los términos que reviso -pasión, razón, libre albedrío, etc.- fueron intro-

[213)
214 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POL!TICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

ducidos en el léxico moral por San Agustín, tal como argumenta Charles Taylor en
Sources ofthe Self En América Latina, sin embargo, estos términos eran pronuncia-
dos de otro modo, en buena medida debido al contexto colonial. En la segunda
parte de la exposición examino los recursos sociopolíticos que los latinoamericanos
utilizaron para dar forma institucional a la vida pública. Una Vf':l. más, para enten-
der sus peculiaridades debemos tener en cuenta el legado colonial. En ambas sec-
ciones de mi discusión voy a sugerir de qué modo la experiencia de América Lati-
na sirve para alterar la concepción que el Occidente moderno tiene de sí mismo, en
tanto se basa en nociones de identidad, nacionalidad y democracia.

CATOLICISMO, LEGADOS COLONIALES E IDENTIDAD

De acuerdo con Charles Taylor, San Agustín es en gran parte responsable de haber
iniciado el debate sobre la identidad cuando sugirió que los humanos son únicos
en su capacidad de introspección y reflexividad radical. Para Agustín, el sujeto no
es ni un reflejo -a la manera de un espejo- ni una manifestación epifenomenal
de los cambios ocurridos en los mundos cósmico, natural o social. 1 Los pensado-
res posteriores, incluyendo a Descartes, Locke, Rousseau e incluso Foucault traba-
jaron bajo su sombra aun cuando buscaban romper con él. 2
Los latinoamericanos coloniales utilizaron la terminología católica para dar
una forma definida y texturada a sus acciones. Los recursos narrativos que utiliza-
ron eran notablemente distintos de los desarrollados por Agustín y los pensadores
postagustinianos. Pero ames de resaltar estas diferencias es preciso entender sus
coincidencias básicas. Como cualquier gran narrativa, el catolicismo está compues-
to por muchas pequeñas historias que parcialmente se superponen y confluyen
para formar una única y compleja trama mayor. Es imposible discutir la narrativa
católica en unos pocos párrafos, de manera que voy a concentrarme en un único
tema recurrente: la relación entre el "determinismo divino" y la "agencia humana".
El quid de la cuestión es éste: se supone que Dios acompaña al fiel a lo largo de su
peregrinaje en la tierra; sin embargo, se considera a cada persona responsable por
la dirección concreta que toma su propio viaje. 3 Al crear a los seres humanos a su
imagen y semejanza, Dios les concedió la razón, y espera que tomen una parte ac-
tiva en la difusión de su palabra en el mundo.
Pero en las narrativas católicas los humanos también son considerados defec-
tuosos y pecadores; y muchas veces son incapaces de ejercer sus facultades raciona-

1 Charles TAYLOR, 1989, Sources ofthe Self, Cambridge: Harvard University Press, pp. 128-129,

132-136, 140, 177, 390.


2 TAYLOR, SourcesoftheSelf,pp. 143, I64, 171, 362.
3 Erienne Gii.SON, The Spirit of Mediaeval Philosophy, trad. A.H.C. Downes, Notre Dame,
1936, y David KNowLES, The Evolution ofMedieval Thought, Londres, 1962.
PRÁCTICAS PÚBLICAS EN LATINOAMffiICA DECIMONÓNICA 215

Ft racional

Determinismo divino
Gran Brttafta
Pasiones irraciona"5

Racionalismo steular
Francia jacobina 1 Nuclco
111 11 s,mipcri~ria
Estados Unidos
111 P'rifcria

Diagrama l. Sistema Católico del Mundo.

les para vencer sus propias pasiones. En las conmovedoras palabras de la gran mon-
ja y poetisa mexicana, Sor Juana Inés:

Mi alma está confusamente dividida en dos partes,


Una, esclava de la pasión, la otra,
medida por la razón. Una encendida guerra civil importunadamente
aflige mi pecho. 4

Para lectores modernos como nosotros, que entienden el mundo en términos


cartesianos, este poema trata sobre la división "mente-cuerpo" --en este caso, la divi-
sión entre la vida de la mente y la vida del placer erótico. Les aseguro que Sor Juana,
como otras monjas enclaustradas, también experimentó esta división. Pero ése no es
el tema de su poema; o, para decirlo de otra manera, si tal fuera el caso Sor Juana no
hubiera utilizado una terminología cartesiana para expresar su dilema. El poema, al
igual que la autora, deben ser situados en un juego del lenguaje católico. Sor Juana es-
tá angustiada por su propia incapacidad para aplacar sus pasiones haciendo uso de la
razón. El término "pasión", en este contexto, es un término agustiniano para la libido
dominandi, ese interminable, incontrolable e insaciable deseo de dominar a otros.5 Se
suponía que la pasión dominante influía sobre las menores o "pasiones artificiales", ta-
les como el deseo de riqueza, de poder militar, de estatus, de conocimiento, etcétera.

4 Sor Juana Inés DE LA CRUZ, 1999, ªDe amor y discreción", Obras completas, pro!. Francisco
Momcrde, México: Siglo XXI Edirores, p. 112.
5 Hcrbcrt A DEANE, 1963, The Po/itical and Social Ideas ofSt. Augustine, Nueva York: Colum-
bia Univcrsity Press, pp. 44-56.
216 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

Esta tensión entre la fe racional y las desordenadas pasiones no era sólo un di-
lema individual; era parte de la cosmovisión católica (diagrama 1). Desde una pers-
pectiva católica, el mundo estaba dividido en tres regiones: núcleo, semiperiferia y
periferia, y el lugar ocupado por los diversos países estaba dado por la relativa ca-
pacidad de su pueblo para usar la fe racional y aplacar las pasiones irracionales.

COSMOVISIÓN CATÓLICA

La España imperial y Portugal eran los únicos países en el sistema que habían al-
canzado un equilibrio entre ambos. A medida que uno se movía desde el centro ha-
cia la semi periferia y periferia, la capacidad para la fe racional y el libre albedrío de-
clinaba frente a las pasiones irracionales. Si bien los iberoamericanos eran católicos
devotos, carecían de autodisciplina; es por eso que se veían relegados a la semipe-
riferia del sistema. Francia, Estados Unidos e Inglaterra ocupaban la periferia dado
que propagaban el racionalismo secular, el materialismo y la doctrina de la predes-
tinación -la cual, para los católicos, despojaba a los humanos de su capacidad de
agencia. Los turcos otomanos permanecían fuera de este sistema, ya que nunca ha-
bían entrado en contacto con la única y verdadera religión católica. En otras pala-
bras, eran "infieles" antes que "herejes".
El catolicismo colonial en Hispanoamérica era más que una mera religión de
Estado; era también el lenguaje de la vida cotidiana. Esto no significa, desde lue-
go, que las gentes coloniales fueran menos venales, violentas o corruptas que cual-
quier otro grupo, sino que usaban frases del catolicismo colonial para expresar y
entender sus vicios. A pesar de lo enorme de la meta y los obstáculos que enfren-
taban, los oficiales del Estado y la Iglesia nunca dudaron que, con un entrenamien-
to apropiado y prolongado, los pueblos coloniales podrían convertirse en raciona-
les. El supervisor de Venezuela, José de Abalos, al término de sus siete años en el
cargo, envió al monarca español un largo, detallado y confidencial reporte en el
cual resumía sus años de servicio. En el mismo anotaba:

Hasta ahora, mis queridos sefiores, se podía decir que las Américas habían estado en
su infancia ... pero ahora, con el paso del tiempo, han madurado y crecido, y la mar-
ca que habían heredado de sus mayores se ha desvanecido. Su imaginación está menos
obstruida que antes y es más capaz ... de razonar libremente y sin grilletes. 6

Los pueblos coloniales también usaban términos culturales para describir sus
propios fracasos morales y limitaciones cognitivas, en lugar de utilizar los términos
biológicos, racionales o naturalistas que se hallaban en boga entre los escritores ilu-

6 María T. ZUBIRI, 1990, "El cabildo de Caracas y la intendencia", Actas: Coloquios Internacional
de Carlos I/l vol. III, Madrid, pp. 467-477.
PRÁCTICAS PÚBLICAS EN LATINOAMÉRICA DECIMONÓNICA 217

ministas de Europa, tales como William Robertson de Inglaterra, Georg F. Hegel


de Prusia y George Buffon de Francia.7 No es extraño que quienes escribían para
el público en toda Hispanoamérica prefirieran usar términos particularistas enrai-
zados en el catolicismo para comprenderse y expresarse a sí mismos, en vez de uti-
lizar otros más universalistas derivados del Iluminismo.
La idea de que los hispanoamericanos coloniales eran irracionales tenía impli-
caciones sociales y políticas. En la región, las élites criollas de piel blanca eran lla-
madas "gente de razón", pero dado que reunían tan sólo 15% de la población to-
tal eran demasiado pocos como para cambiar esa visión; en todo caso, la vida
colonial -supuestamente caótica y desordenada, había hecho a la élite cada vez
más pasional e irracional. Los pueblos indígenas y mestizos sumaban el restante
85%. Los primeros se llamaban a sí mismos "los naturales"; los segundos, hijos de
matrimonios entre personas racial y étnicamente distintas, usaban el término
"irracionales" para describirse. En España, los "bajos órdenes" también habían sido
descritos como irracionales, pero a comienzos del siglo XVIII -si no antes- fue-
ron considerados adultos, mientras que las élites criollas de Hispanoamérica se-
guían siendo vistas como infantiles. En la "Gran Cadena de Seres", para usar la ex-
presión de Lovejoy, se consideraba a los plebeyos de España moralmente por
encima de las pudientes y educadas élites criollas.
Los pueblos coloniales no eran todavía adultos, lo cual hacía imposible que se
reunieran para constituir una "sociedad" de acuerdo con la definición entonces
ofrecida por el Diccionario de la Real Academia Española: "un conjunto de perso-
nas racionales". 8 En Hispanoamérica, el sustantivo "sociedad" y el adjetivo "social"
no formaron parte de la lengua vernácula sino hasta fines del siglo XV!II. 9 Y cuan-
do finalmente lo hicieron, significaban algo diferente que en Europa. José Fernán-
dez de Lizardi, el primer novelista de Hispanoamérica, publicó un artículo en
1813, en el periódico principal de la ciudad de México, en el cual discutía el uso
coloquial de las palabras "sociedad" y "sociable":

Casi no sabemos acerca del sentido de la palabra sociedad, excepto de nombre, y es


por ello que asociamos esta palabra con cualquier cosa que tenga que ver con el com-
portamiento vanidoso, embustero y basto. Entre los plebeyos, los únicos a quienes se
describe como sociables son impertinentes, aduladores, lascivos, afectados, prepoten-
tes, viciosos, inmorales e irreligiosos. Pero éste no es el verdadero significado del tér-
mino. La sociedad no significa otra cosa sino los lazos íntimos y fraternales entre los
habitantes de un reino, una ciudad o un hogar. Un ejemplo de lo que quiero decir por

7 Anronello GERBI, 1973, The Dispute ofthe New World: History ofa Polemic: 1750-1900, trad.

Jeremy Moyle, Pittsburgh, sigue siendo el mejor estudio de esta clase.


8 Real Academia Española, Diccionario de la lengua castellana en que se explica el verdadero senti-

do de las voces, su naturaleza y calidad, vol. III, Madrid, 1737, 1963, p. 133.
9 Gregorio SALVADOR, 1973, Incorporaciones léxicas en el español del siglo XVIII, Oviedo: Lusismos, 1O.
218 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

la palabra sociedad sería algo similar a los lazos entre marido y esposa en un buen ma-
crimonio.10

Para los hispanoamerécanos, la sociedad se interpretaba como un lugar para


propagar el vicio o forjar lazos comunales, y no tenía nada que ver con las concep-
ciones europeas basadas en las nociones sithianas de "simpatía mutua'', en las rous-
seaunianas de "voluntad general" y en las románticas de "civilización".
Los hispanoamericanos coloniales y los europeos católicos también diferían de
otras maneras. De acuerdo con la doctrina católica, Dios invistió con poder divi-
no (potestas) tanto a la comunidad como al soberano, y prohibió a uno arrebatar el
poder del otro. Pero, dado que ambos no podían ejercer el poder al mismo tiem-
po, tuvieron que acordar cuánto retener y cuánto transferir al otro. Según los "rea-
listas", la comunidad transfería todo su poder al monarca, y una vez que lo habían
hecho ya no podían privarlo de ese poder. Este modelo preparó el camino en Eu-
ropa para el sistema absolutista. Los "comunitarios" no estaban de acuerdo. Afir-
maban que la comunidad sólo transfería una parte de su poder al rey. E incluso
que, si el rey violaba los "derechos naturales" de la comunidad, sus miembros po-
dían reclamar su poder y usarlo para derrocar al monarca-tirano. En este modelo,
Dios había imbuido a la comunidad con una serie de derechos "pre-políticos", que
son anteriores a cualquier pacto y no están sujetos a ninguno. 11 Este modelo co-
munitario preparó el camino para la formación de regímenes constitucionales en
Europa Occidental y América del Norte.
Dado que los latinoamericanos estaban sometidos a sus pasiones y no habían
podido constituirse a sí mismos en una sociedad, no podían ni dar ni quitar nin-
gún poder al monarca español, ya que no tenían ninguno. El siguiente diagrama
representa el tipo de pacto sociopolítico que existía entre Dios, el rey de España y
los hispanoamericanos.
Los reinos de México y Perú tenían el mismo estatus político que cualquier otro
reino español en Europa (Aragón, Navarra, Nápoles, Milán, Flandria, etc.), pero ya
que los pueblos coloniales eran infantiles, el monarca español consideraba al Nue-
vo Mundo como su feudo personal. A diferencia de los restantes reinos españoles en
Europa, la Hispanoamérica colonial no tenía derecho a un parlamento o cortes pro-
pios, ni siquiera a participar en el que había en Madrid. Incidentalmente, si el rey
de España les hubiera concedido un parlamento, habría podido conseguir de ellos
aun más riquezas sin necesidad de arriesgar demasiado. Pero esta alternativa nunca
fue discutida, ya que resultaba impensable en el marco católico colonial.
Los pueblos coloniales, los oficiales del Estado y los miembros de la Iglesia
examinaban recíprocamente sus acciones en la vida pública para determinar si re-

10José Joaquín FERNANDEZ DE UZARDI, 1968, "Sociedad y policía", Obras de .. ., México, p. 216.
11 Hamilron BERNICE, 1963, Political Thought in Sixteenth Century Spain, Oxford: The Claren-
don Press.
PRÁCTICAS PÚBLICAS EN LATINOAMÉRICA DECIMONÓNICA 219

Dios

Comunidad - - - - - - - - - Gobernante

Diagrama 2. Catolicismo colonial y pacto sociopolítico.

su!taban o no racionales. En la década de 1790, los miembros del "Concordia", el


principal salón literario de Quito, discutieron durante varias sesiones cuál era la
mejor manera para estudiar las pasiones. Y llegaron a una conclusión:

Si se desea saber qué pasión guía a un individuo ... , procédase del siguiente modo: co-
lóquense las pasiones en cuestión una al lado de otra, y obsérvese cuál guía la acción
de la persona. Esto permitirá comprender sus preferencias e inclinaciones. 12

En Hispanoamérica colonial, tanto la élite como el resto utilizaban métodos


similares para determinar si una persona actuaba o no racionalmente, si bien eva-
luaban los hechos a la luz de su contexto específico y sus condiciones particulares.
Es así que aun acciones como robar y rebelarse podían, bajo ciertas circunstancias,
ser considerados racionales. A menudo los pueblos indígenas las explicaban en es-
tos términos. En otras palabras, siempre existía un "bache fronético" -para tomar
la expresión de Taylor- entre las definiciones abstractas de racionalidad y el "co-
nocimiento local" requerido para comprenderlo. 13
Del mismo modo en que Emmanuel Kant definía el "Iluminismo" como el
"libre uso" de la "razón teórica", las gentes coloniales de América Latina se basaban
en el juicio práctico para evaluar si una acción resultaba razonable o no. De acuer-
do con la doctrina católica, la ley divina de Dios era universalmente válida; pero
toda vez que el mundo humano estaba en permanente fluir, los hombres debían
ejercitar su juicio a la luz de cada situación particular. El encuentro de España con
los pueblos periféricos de América Latina y otras partes del mundo transformó ra-
dicalmente la doctrina católica. Fue así que, entre los siglos XV1 y XVlll abarcados
por la "Era del Descubrimiento", los miembros de las órdenes franciscana y jesui-
ta desarrollaron la doctrina del "probabilismo", para entender y expresar el mun-
do moderno y sus diversos pueblos. 14 La doctrina probabilista establecía que, al

12 "Historia literaria y económica", Primicias de la Cultura (16 de febrero de 1792) en Francisco


J. Eugenio DE SANTA CRUZ Y ESPEJO, 1792, 1912, Escritos del Doctor... , vol. II, Quito, pp. 57-63.
13 Charles TAYLOR, 1995, "To Follow a Rule", in his Philosophical Argummts, Cambridge, pp.

165-180.
14 TAYLOR, en Sources ofthe Self, no examina el probabilismo, si bien podemos argumentar que
fue la doctrina más importante producida por y para los católicos.
220 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

tratar con una situación novedosa cuyas particularidades no podían subsumirse a


ninguna enseñanza preexistente, el creyente debía usar su propio juicio y seguir la
vía más "probable" hacia el bien. Todo lo que se exigía de la persona eran una con-
ciencia y un corazón limpios. 15 Esta doctrina, tal como argumentaré más adelan-
te, fue una contribución decisiva para el surgimiento y desarrollo de la identidad
en la América Latina colonial y poscolonial.
En la región, los jesuitas fueron responsables de propagarla. Sus rastros pueden
descubrirse incluso en las más recónditas y periféricas parroquias, entre pueblos in-
dígenas y rurales de todo tipo. A partir de la década de 1760, los oficiales españo-
les, aliados con sacerdotes ortodoxos (jansenistas), llevaron adelante una vigorosa
campaña contra la doctrina del probabilismo en América Latina, sosteniendo que
promovía la "laxitud" y el pecado entre los creyentes. Sus preceptos morales ahora
fueron considerados "sacrílegos" ya que otorgaban primacía al juicio individual y
desestimaban la voluntad divina, "seductores" porque contribuían a propagar el de-
sorden social, y "subversivos" porque alentaban a los individuos a desafiar la orto-
doxia política y religiosa. 16 A fines de la década de 1760, la orden jesuita fue expul-
sada de la región, la enseñanza del probabilismo fue borrada del currículum en todas
las escuelas y colegios, y se prohibió a los curas de las parroquias hablar a su favor.
Pero era demasiado tarde. El probabilismo ya se hallaba entretejido en la tra-
ma social y cultural de la vida cotidiana en toda la región. Durante las guerras de
independencia, los grupos rebeldes --especialmente en México y Perú- invoca-
ban nociones del probabilismo para desafiar la ley colonial y demandar la sobera-
nía nacional. Así por ejemplo en México, en la región de Bajío -que fue el epi-
centro de la rebelión-, Pedro Flores, un cura de parroquia que luchó para la
guerrilla y poseía un gran predicamento entre los indígenas y campesinos de la re-
gión, fue apodado "el zorro" por sus compañeros rebeldes debido a su "diestro uso
del probabilismo". 17
Los movimientos anticoloniales que recorrieron Hispanoamérica desde la dé-
cada de 1800 hasta la de 1820, y que trajeron la independencia nacional a varios
países, fueron los primeros en el Occidente moderno que intentaron conciliar la
igualdad sociopolítica con las diferencias raciales y étnicas. Según Benedict Ander-
son, estos movimientos también dieron origen al nacionalismo moderno. Es cier-
to. Pero antes de que los latinoamericanos pudieran verse como ciudadanos demo-

15 Albert JoNSEN y Stephen TouLMIN, The Abuse ofCasuistry: A History ofMoral Reasoning, Ber-

keley, 1988, pp. 137-227. John Mahoney, The Making ofMoral Theology, Oxford, 1989, pp. 180-184,
225-226, 240. James F. Keenan, S.J ., "Can a Wrong Action Be Good? The Developmenr ofTheologi-
cal Opinion on Erroneous Conscience", Egliu et Theologies, 24 (1993) pp. 205-219. Estoy en deuda
con Keenan por haberme aclarado diversas cuestiones acerca del probabilismo.
16 Juan LoPE DEL Rooó, 1772, Idea sucinta del probabilismo, Lima, pp. 2-3, 42-45, 61-75.
17 "Relación de la causa contra d. Miguel Hidalgo y Costilla, en Colección de documentos para la

historia de !aguerra de independencia de México de 1808-1821, ed., Juan E. Hernández y Dávalos, Mé-
xico, 1877-1882, vol. II, pp. 78-92.
PRÁCTICAS PÚBLICAS EN LATINOAMÉRICA DECIMONÓNICA 221

cráticos de una nación soberana, debían construirse a sí mismos como una comu-
nidad de personas racionales. A mi modo de ver, los movimientos anticoloniales
que recorrieron la región eran parte de una lucha moral y simbólica para decidir si
los latinoamericanos eran o no racionales. Los movimientos masivos organizados
por ellos durante la lucha anticolonial unieron a decenas de miles de guerreros re-
beldes, y esto fue considerado una prueba de que podían disciplinar hasta la más
violenta de las pasiones en pos de una única meta: el autogobierno. Su habilidad
para organizar un gobierno rebelde sirvió como evidencia adicional de que los lati-
noamericanos eran capaces de resolver sus diferencias en un modo racional, por me-
dio de la palabra. Cuando los yankees de New England, los jacobinos franceses y los
cartistas ingleses derribaron el Antiguo Régimen, su grito de batalla había sido, res-
pectivamente, "ningún impuesto sin representación", "libertad, igualdad y fraterni-
dad" y "respeto para los derechos de los ingleses libres". Cuando los hispanoameri-
canos se rebelaron contra España, proclamaban al mundo que se habían convertido
en adultos racionales y merecían unirse a la gran "familia de las naciones".
Inmediatamente después de que México fuera independiente, el escritor satí-·
rico Lizardi publicó una serie de panfletos en formato de diálogo tradicional, los
cuales circularon ampliamente entre la élite y los grupos plebeyos, en la capital y
sus alrededores. En uno de ellos se leía:

El hombre posee tres edades: la niñez, la edad adulta y la vejez. Cuando es niño, debe
ser cuidado y educado; cuando es adulto debe cuidar de sí mismo; en la vejez vuelve a
ser como un niño y debe ser cuidado ... Tal es el orden natural de las cosas y las perso-
nas, y es también el modo en que se desenvuelve la vida política ... Luego de la conquis-
ta, España nos nutrió con su lecbe por 300 años ... Ahora somos adultos y bendecidos
con la virilidad. Éste es un hecbo irrefutable. España, sin embargo, se volvió decrépita;
y no me digan que los viejos tienen derecho a sujetar a los jóvenes para sus necesidades. 18

A lo largo del periodo poscolonial, los hispanoamericanos siguieron usando la


terminología católica para expresarse a sí mismos, y generando nuevos sentidos de-
mocráticos a partir de antiguos términos religiosos, lo cual dio lugar a una nueva
narrativa: el "catolicismo cívico".
De acuerdo con la doctrina católica, los humanos son irracionales por naturale-
za, e incapaces de domesticar sus propias pasiones; es por eso que debieron forjar la-
zos solidarios entre sí. La función de estos lazos es permitir a los ciudadanos controlar
las pasiones de los otros. El primer uso del catolicismo cívico que he encontrado tuvo
lugar en 1827, en la ciudad de Mérida de la península de Yucatán, entre miembros de
un grupo creado para el desarrollo de la comunidad. Si bien se quejaban amargamen-
te de la falta de vida asociativa, lo hacían usando términos del catolicismo cívico:

18 José Joaquín FERNANDEZ DE LiZARDJ, Chamorro y Dominguín: dialogo joco-serio sobre la lnde-
pmdmcia de Amlrica, México, 1821, p. 3.
222 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

El espíritu de asociación es exclusivo del hombre, y es el rasgo que nos distingue de to-
das las otras criaturas de Dios ... Pero en nuestro país (luego de siglos de) despotismo,
se nos han inculcado los hábitos del egoísmo y el fanatismo ... Continuamos preocu-
pándonos sólo por aquéllos en nuestro pequefio círculo e ignorando a cualquier que no
pertenezca a él. Es por esto que permanecemos fríos e indiferentes ante los asuntos pú-
blicos y nacionales, y continuamos evitándonos y huyendo unos de otros. La chispa
asociativa ha permitido a otros países construir escuelas, maquinaria, bibliotecas y con-
tribuido con el desarrollo de la agricultura y la industria, pero en el nuestro permane-
ce moribunda ... 19

Si el catolicismo cívico ya era usado en esta remota región de México, enton-


ces es probable que estuviera circulando también en otras partes del país. Tal pare-
ce haber sido el caso, considerando una serie de artículos aparecidos a comienzos
de la década de 1840 en el principal diario mexicano, El Siglo XIX, con el título
"Orígenes de la Sociedad Civil", "Diferencias entre Sociedad Civil y Natural" y
º
"Efectos de la Sociedad Civil". 2 Por lo que sé, ésta fue la primera vez en que un
escritor público utilizó los términos del catolicismo cívico de un modo explícito y
consciente para hablar sobre la sociedad civil. Rápidamente, el catolicismo se con-
vertía en la lengua vernácula de la vida pública.
Los hispanoamericanos consideraban la vida asociativa como el medio más
efectivo para transformar las pasiones en virtudes. Incluso desarrollaron una lista
de tipos de carácter, cada uno con sus propios rasgos específicos, para que los ciu-
dadanos pudieran evaluar las acciones del prójimo en la vida pública. En la déca-
da de 1870, El Socialista, un diario de la clase trabajadora de la ciudad de México,
publicó un artículo clasificando a los ciudadanos en tres grupos:

activo, egoísta y apático. El primer tipo, si bien minoritario, es responsable de todas las
mejoras que tuvieron lugar en nuestras asociaciones voluntarias. Estas personas man-
tienen la unidad e inculcan en los miembros un sentido del deber y la obligación ... Si-
gue el tipo egoísta. Si bien pagan sus cuentas mensuales, son utilitarios en sus acciones
y nunca participan en los asuntos del grupo ... El último tipo, el apático, ... pretende
ser cívico e iluminista, pero en la vida real se aíslan a sí mismos de los otros miembros
del grupo y eluden sus deberes. Durante los encuentros generales, raramente partici-
pan en discusión alguna, y se cobijan en sí mismos para evitar conflictos.21

En otras palabras, el número de asociaciones había crecido y se había expan-

19 Discurso pronunciaáo m '4 insta'4dón de '4 Sociedad Económica Patriótica de Amigos del Pais,
Mérida, 1827, pp. 4-6.
20 "Orígenes de las Sociedades Civiles", El Siglo XIX (9 de marzo de 1849) 3; "En qué se diferen-

cian las sociedades civiles de las naturales", El Siglo XIX (15 de marzo de 1849) 4; "Efectos de la Socie-
dad Civil", El SigloX1x(l8 de marzo de 1849) p. 4.
21 "Clasifiquemos", El Socialista (16 de mayo de 1886) p. 2.
PRÁCTICAS PÚBLICAS EN LATINOAMÉRICA DECIMONÓNICA 223

dido tan dramáticamente por la región que los ciudadanos creyeron preciso desa-
rrollar nuevas categorías para clasificarse entre sí en la vida pública.
Taylor argumenta que la narrativa de la identidad en Occidente hunde sus raí-
ces en la tradición católica agustiniana, y luego fue reconfigurada por las tradicio-
nes anglopuritana, republicana francesa y romántica alemana. Pero, cuando los la-
tinoamericanos discutían y practicaban su introspección y su reflexividad, lo
hacían utilizando sus propios recursos narrativos enraizados en el catolicismo cívi-
co. Los hispanoamericanos usaron los términos católicos que circulaban en Euro-
pa, pero en un contexto colonial y alternado fundamentalmente su sentído.

VIDA ASOCIATIVA, NACIONALIDAD Y ESCENARIO PÚBLICO

Según Tocqueville y sus seguidores, la sociedad civil es exclusiva y constitutiva de


las naciones democrático-liberales del Occidente moderno. Sus raíces sociopolíti-
cas, afirma, deben ser rastreadas remontándose tan lejos como hasta la Edad Me-
dia, en la singular configuración histórica que apareció en aquel momento. Ésta se
basaba en los siguientes cinco elementos: a) la creencia, extendida entre la élite y
los plebeyos, en que la vida social y política eran autónomas una de otra, y que el
rey era sólo uno entre varios cuerpos; b) la creencia en que la Iglesia era una socie-
dad autorregulada e independiente como cualquier otra; c) la proliferación de ciu-
dades-Estado libres; d) las relaciones personales entre el señor y los vasallos basa-
das en deberes mutuos, privilegios especiales y derechos personales, y e) la creación
de cuerpos autárquicos como los estados generales -de corte francés-y el parla-
mento -de corte inglés-, que permitieron a los grupos corporativos realizar de-
mandas y controlar el poder del monarca.
Además, los seguidores de Tocqueville afirman que las interpretaciones alter-
nativas de la sociedad civil propuestas por los pensadores europeos también fueron
exclusivas del Occidente moderno. Locke y sus seguidores identificaron la sociedad
civil con la formación de la sociedad comercial y la opinión pública. Montesquieu
y sus seguidores, en cambio, afirmaron que la sociedad civil comenzó a existir
cuando la nobleza organizó un parlamento nacional, un Estado general o cortes
para evitar que el rey tomara el control de la vida pública. Hegel combinó elemen-
tos de estos dos puntos de vista y agregó otros elementos propios -tales como la
noción de Sittleicheit, transformando el Estado y la sociedad gobernada por éste en
partes integrales de una misma comunidad moral.
Los hispanoamericanos coloniales y poscoloniales no contaban con ninguno
de estos recursos institucionales y narrativos, tal como los seguidores de Tocquevi-
lle argumentaban; sin embargo -y esta vez en contra de esos argumentos-, esto
no les impidió usar sus propios recursos autóctonos para crear su propio y único
tipo de sociedad civil, así como su propio y único léxico para expresarla. Para dar
cuenta de la atrofiada naturaleza de la vida pública en la región, es preciso revisar
224 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

las peculiares características del Estado absolutista, la vida aristrocrática, las relacio-
nes étnico-raciales y las prácticas asociativas durante el Antiguo Régimen.
A fines del siglo XVI, mucho antes de que los Borbones franceses consiguieran
un poder centralizado, el reino español de Castilla había organizado el primer Es-
tado moderno. Castilla exportó e implantó su modelo en América, en una socie-
dad que era débil y se hallaba desorganizada. En América espafiola, el Estado co-
lonial aumentó su capacidad administrativa incorporando a la Iglesia católica y
transformándola en una agencia de gobierno como cualquier otra. A cambio de
asistir a los curas para convertir a los indígenas al catolicismo, los oficiales del go-
bierno tenían el derecho de designar al personal de la Iglesia, controlar sus finan-
zas, dar consejo en cuestiones litúrgicas, juzgar en disputas entre obispos y otros
miembros de la jerarquía, y negociar asuntos políticos directamente con el papa. 22
Los oficiales del Estado y la Iglesia en el Nuevo Mundo mantuvieron un férreo
control sobre la vida pública. A diferencia de las ciudades-estados libres de Euro-
pa, las ciudades hispanoamericanas y sus municipios eran apéndices del Estado. 23
En el Viejo Mundo, la aristocracia había tenido un papel central en la vida pú-
blica. Además de controlar y coartar el poder de los monarcas y preservar la auto-
nomía comunal, la nobleza -especialmente en Inglaterra y Francia- contribuyó
al "proceso civilizatorio", para tomar una expresión de Norbert Elias. Por el con-
trario, Hispanoamérica nunca tuvo, estrictamente hablando, una aristocracia. En
esta parte del mundo la nobleza nunca contó con ninguno de los derechos feuda-
les, los privilegios corporativos y las inmunidades legales (el ban) que sus contra-
partes disfrutaban en el Viejo Mundo. 24 Como una evidencia adicional de su de-
bilidad social y política, recordemos que la burguesía en Hispanoamérica nunca
tuvo nada parecido a un parlamento de estilo inglés, a un Estado general francés y
ni siquiera a las cortes espafiolas; es decir, un lugar desde el cual desafiar al monar-
ca.25 La nobleza en esta región estaba compuesta de advenedizos mineros y merca-
deres que compraban sus títulos para ganar prestigio. Eran ridiculizados por sus pa-
res y por los plebeyos, socavando la ya magra autoridad cultural que poseían.

22 Mario GóNGORA, 1951, El Estado en el derecho indiano, Santiago: Editorial Universitaria; Maga-

li SARFAlTI LAAsoN, 1966, Spanish Bureaucratic Patrimonialism in America, Berkeley: Institute oflnrerna-
tional Scudies, Univcrsity of California; David A. BRADING, "Bourbon Spain and its American Empire",
Cambridge History ofColonial Spanish America, vol. I, Leslie Bethell ed., Cambridge, 1984, pp. 112-162.
23 John LYNCH, 1958, Spanish Colonia/Administration: 1720-1810; ThelntendantSystem in the

Viceroyalty ofthe Rio de la Plata, Londres; David BRADING, 1971, Miners and Merchants in Bourbon Me-
xico: 1763-1810, Cambridge: Cambridge University Press; John PRESTON MooRE, 1966, The Cabildo
in Peru under the Bourbons: 1700-1824, Durham: Duke Universiry Press.
24 Mario GóNGORA, 1970, Encomenderos y estancieros: 1580-1660, Santiago: Universidad de Chi-
le, pp. 118-127; Doris M. LADD, 1976, The Mexican Nobility at Independence: 1780-1826, Austin: The
Univcrsiry ofTexas Press, pp. 4-7, 17-18, 56-62; Guillermo LoHMAN VJLLEiqA, 1967, Los americanos en
las órdenes nobilarias, vol. I, Madrid, pp. xv-xxxi, lxxix-lxxix.
25 Alexis de ToCQUEVJLLE, 1955, The Old Regime and the French Revolution, trad. Stuart Gilbert,
Nueva York: Doubleday. Para un desarrollo más profundo de este argumento, véase: BARRINGTON Moo-
PRÁCTICAS PÚBLICAS EN LATINOAMl1RICA DECIMONÓNICA 225

La pequeña y escasa cohesión social que la aristocracia hispanoamericana po-


día alcanzar provenía del parentesco más que de la vida pública. 26 Vicente Cañe-
te, un sirviente civil con una larga y distinguida carrera en la burocracia colonial y
en la oficina central de Madrid, señalaba:

En Espafia, hubo una fraternidad entre las familias (nobles), y poseían lazos públicos y pri-
vados con los plebeyos, lo cual les permitía contribuir a sus intereses, atender sus necesi-
dades y las de la sociedad. Estaban conectadas entre sí y con el monarca. Una corriente
eléctrica viajaba a lo largo de toda la cadena que las ligaba, infundiendo en cada persona
un sentido de la dependencia mutua y la reciprocidad que servía para unificar y mantener
un equilibrio político, y que las llevaba a cuidar de los intereses civiles de las otras ... En
América ha ocurrido lo opuesto. Cada familia se considera una isla aislada en el medio del
mar; cada una se preocupa sólo de sus propios asuntos. Los ciudadanos no colaboran, y
los lazos que han desarrollado son hacia los oficiales (coloniales) y magistrados ... Esto ha
hecho a los segundos arrogantes y ambiciosos, y a los primeros débiles y lisonjeros. 27

La nobleza en Hispanoamérica era débil, desorganizada y servil a los oficiales


del Estado y la Iglesia.
En contraste con Europa occidental, Hispanoamérica se hallaba étnica y racial-
mente dividida. 28 Las distinciones étnico-raciales se extendían por toda la sociedad
colonial, y eran más pronunciadas en la base de la escala social, entre los hijos de
matrimonios cruzados, donde devenían borrosas e inestables a causa del mestiza-
je. 29 Éstos eran una prueba viviente de que las diferencias étnico-raciales eran una
ficción, pero hubiera sido un error considerarlos "multi-culturalistas" avant-la-let-
tre. Utilizaban gran parte de su tiempo buscando formas de "enblanquecerse" y di-
simular sus rasgos raciales. Los oficiales del Estado y la Iglesia se servían de esas di-
visiones étnico-raciales para mantener a los muchos grupos divididos y evitar que
se rebelaran contra el orden colonial. En la década de 1800 el gran naturalista ale-
mán, Alexander von Humboldt, visitó la región y pasó una década viajando y co-
lectando flora y fauna por todo el continente. Escribió:

RE Jr., 1966, Social Origins ofDictatorship and Democracy: Lord and Peasant in the Making ofthe Mo-
dern World, Boston: Beacon Press, pp. 415-420 y Brian DOWNING, 1991, The Military Revolution and
Political Change: Origins ofDemocracy and Autocracy in Early Modern Europe, Princecon: Princeton Uni-
versity Press, pp. 11-13.
26 John KlcZA, 1984, Colonial Entreprmeurs: Family and Business in Bourbon Mexico City, Albu-

querque.
27 Vicente CAJ;¡ETE Y DoMINGUEZ, C'4mor de '4 lealtad americana, Lima, 1810, pp. 2-9.
28 Cissie FAICHILDS, 1986, Domestic Enemies: Servants and their Masters in Old Regime France,

Baltimore: Johns Hopkins Press y James R. LEHNING, 1995, Peasant and Frmch: Cultural Contact in Ru-
ral France during the Nineteenth Cmtury, Cambridge: Cambridge University Press.
29 Robert McCAA, Scuart B. SCHWARTZ y Arturo GRUBESICH, "Race and Class in Colonial Latin
Arnerica: A Critique", y John K. CHANCE, y William B. TAYLOR, "Estate and Class: A Reply", Compa-
rative Studies in Society and History, 21 (1979) pp. 421-433 y 434-442 resume la discusión.
226 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POUTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

El deseo de sociabilidad es universal en las colonial españolas, y el odio que divide las
diversas castas de la mayor afinidad derrama gran amargura sobre la vida de los colo-
nos; todo esto se debe únicamente al principio político con que se ha gobernado estas
regiones desde el siglo XVI. (Si alguna Vt:Z. un gobierno ilustrado ganara poder en esta
área) debería sobreponerse a inmensas dificultades antes de volver a los habitantes so-
ciables y enseñarles a considerarse mutuamente como conciudadanos ... Hasta ahora,
la madre patria (España) ha buscado la seguridad en las disensiones sociales ... y ha fo-
mentado incesantemente el espíritu de partido y el odio entre las castas ... De este es-
tado de cosas emerge un rencor que perturba el placer de la vida social. 30

La vida colonial en la región parecía un mosaico resquebrajado más que un vi-


drio opaco. La vida asociativa no se hallaba desarrollada. Las confraternidades reli-
giosas eran el único tipo de asociación importante en la región, además de ser el
más numeroso, proporcionando a la élite y al resto de los grupos un lugar donde
socializar fuera del hogar y el lugar de trabajo. 31 Organizadas por feligreses devotos
al mismo santo, las confraternidades mantenían cercanos vínculos con la Iglesia. La
membrecía en estos grupos estaba restringida a personas de una misma proceden-
cia étnico-racial. Y los sacerdotes mantenían un férreo control sobre las confrater-
nidades: tenían el poder de conceder y denegar una licencia y eran responsables de
cuidar los asuntos religiosos y personales de cada confraternidad, incluidas las elec-
ciones. 32 A diferencia de Europa, el escenario público de Hispanoamérica colonial
era relativamente estéril y desprovisto de asociaciones, y las que existían -inclu-
yendo las confraternidades y los gremios artesanos- eran controladas por oficia-
les del Estado y la Iglesia.
Todo a lo largo del periodo colonial, la vida asociativa en Hispanoamérica fue
tan débil que no podía servir a la élite y al resto de los grupos como base para or-
ganizar un movimiento nacionalista contra España. Los movimientos insurgentes
que aparecieron por todo el continente entre las décadas de 1810 y 1820 se crea-
ron a partir de lazos informales y redes interpersonales entre arrieros, campesinos
arrendatarios, aldeanos indígenas, curas de parroquia y élites provinciales; a dife-
rencia del movimiento que estalló en Nueva Inglaterra, donde los municipios ju-
garon un rol central, o de la revolución en Francia, donde los clubes de jacobinos
guiaron al resto, o del movimiento cartista inglés, donde sociedades de correspon-
dencia fueron las responsables de coordinar la campaña nacional para reformar el

30 Alexander VON HUMBOLDT, 1811, Political Essays on the Kingdom ofNew Spain, vol. I, Londres,

pp. 258-262.
31 Alicia BAZARTE MARTINEZ, 1989, Las cofradías de españoles en la ciudad de México, México:
Universidad Autónoma Merropolirana-Azcapotzalco; Susan Socoww, "Religious Parricipation of che
Porteño Merchanrs: 1788-1810", The Americas, 32 (1976) pp. 373-401; A. Miguel de la Cruz, "Lasco-
fradías de los negros en Lima'' (Ph.D., Ponrífica Universidad Católica, 1985).
32 Adrian VAN Oss, 1986, Catholic Colonia/ism: A Parish History o/Guatemala, Cambridge: Cam-
bridge Universiry Press, pp. 89-91.
PRÁCTICAS PÚBLICAS EN LATINOAMÉRICA DECIMONÓNICA 227

Parlamento.33 Luego de ganar la independencia, los movimientos rebeldes se disol-


vieron y los ex militantes y simpatizantes regresaron a sus familias, parroquias, aldeas,
sembradíos y tiendas, y diseminaron los hábitos cívicos, adquiridos durante la gue-
rra, entre aquellos de su comunidad con quienes vivían, oraban y trabajaban. Duran-
te la insurgencia, las prácticas y formas de vida democráticas habían estado confina-
das a pequeñas áreas rebeldes; pero, una vez que ésta terminó, los insurgentes que
retornaban al hogar contribuyeron a ensanchar ese radio de civilidad mucho más allá
de los sitios en que había emergido. Es decir que los movimientos insurgentes alla-
naron el camino para la aparición de la vida asociativa durante el periodo poscolo-
nial. Durante este último, el número y la importancia de los movimientos rebeldes
por toda la región cayeron dramáticamente, lo cual indicaba que los hispanoameri-
canos habían desarrollado nuevas formas de practicar la democracia cívica. 34
Entre la década de 1820 y la de 1900, los hispanoamericanos crearon miles de
asociaciones en las sociedades civil, económica y política y en la esfera pública. Su
número creció en forma estable, a medida que se esparcían por toda la región. Esto
fue acompañado por una pluralización en la composición social de los miembros y
una diversificación en los tipos de sociedades que aparecían. Pues, con el paso de
cada década, los ciudadanos crearon nuevos tipos de asociación, que incluían socie-
dades de socorro mutuo, grupos de desarrollo comunitario, sociedades de creci-
miento religioso y moral, organizaciones de derechos humanos, grupos literarios,
educacionales y profesionales, sectas masónicas, brigadas de bomberos voluntarios,
grupos de veteranos, grupos patrióticos, sociedades femeninas, étnicas y raciales, so-
ciedades de ahorros, grupos de pasatiempos y recreación, clubes electorales, socie-
dades de debate, etcétera.
Los hispanoamericanos aprendieron a actuar, hablar y pensar como ciudada-
nos en esas asociaciones. Los viejos demócratas de la élite y de la plebe, dueños de
autoridad moral, eran responsables de guiar a los novatos, aportándoles el "cono-
cimiento tácito" y las "habilidades prácticas" necesarios para convertirse en ciuda-
danos de mentalidad cívica, del mismo modo en que un científico experimentado
entrena a uno novato. 35 Quienes completaban este aprendizaje salían transforma-
dos luego de pasar una suerte de "Bidung'. 36 Los hispanoamericanos se formaron
como ciudadanos en las asociaciones poniendo en escena "actos performativos", y
utilizando para esa coreografía cualquier recurso sociocultural que se hallara dispo-
nible.37 Los viejos y jóvenes demócratas se turnaban para "representar" la democra-
cia, unas veces tomando el papel de actores, otras como espectadores, enseñándo-

33 /bid.
34 John H. COATSWORTH, 1988, "Patterns of Rural Rebdlion in Latín America", Riot, RebeUion
and &volution: Rural Conf/ict in Mexico, Princeton, pp. 21-62.
35 Michael PoLANYJ, 1966, The Tacit Dimmsion, Garden City: Doubleday, pp. 4, 87.
36 Hans Georg GADAMER, 1975, Truth and Method, Nueva York: The Seabury Press, pp. xvi, 10-
17, 318-320.
37 Richard SCHECHNER, 1988, Performance Theory, Nueva York: Roudedge, pp. 280, 155, 120,
228 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

se unos a otros los distintos modos de practicarla. El carácter rutinario de estas per-
formances las volvió actos miméticos, un "comportamiento realizado dos veces",
permitiendo a los ciudadanos transformar sus preocupaciones particulares en otras
intersubjetivas. En Hispanoamérica, el que un ciudadano consiguiera o no dejar
sus hábitos autoritarios y adquirir los democráticos dependía totalmente del tipo
de prácticas morales que existían dentro de cada asociación.

CONCLUSIONES

A esta altura de la exposición querría hacer una pausa y resumir los rasgos distinti-
vos de la vida pública en Hispanoamérica. En esta parte del mundo, los ciudada-
nos de mentalidad cívica practicaban la democracia en la sociedad civil más fácil e
intensamente que en cualquier otro terreno público incluyendo la sociedades eco-
nómica y política y la esfera pública. Esto tenía razones culturales. Tal como argu-
menté en la sección anterior, los hispanoamericanos usaban términos del catolicis-
mo cívico para expresar lo que Albert Hirschman llama "pasiones" e "intereses", del
mismo modo que los angloeuropeos y norteamericanos utilizaban el puritanismo
y los jacobinos franceses empleaban el republicanismo para expresar los suyos. 38
Los hispanoamericanos se describían a sí mismos como presas de una pasión domi-
nante: la de dominar a los otros. A diferencia de las pasiones menores, como el de-
seo de riqueza, de poder político y de conocimiento, la pasión dominante no po-
día ser domesticada por el mercado, el Estado o las escuelas. En la narrativa del
catolicismo cívico, los humanos eran considerados criaturas sociales, y era única-
mente forjando lazos entre sí que podían contener sus pasiones. Para los hispano-
americanos la manera más efectiva de dominar su pasión dominante era entrando
en la sociedad civil; a diferencia de los franceses -que entraban en la sociedad po-
lítica y confiaban en el Estado para asegurar el orden social-y de los ingleses y an-
gloamericanos -que entraban en la sociedad económica y confiaban en el "dulce
comercio" para domesticar sus pasiones. 39 La sociedad civil era el epicentro de la
vida democrática en la Hispanoamérica poscolonial, y es por esta razón que el es-
cenario público resultaba tan asimétrico y desequilibrado.
Los ciudadanos de mentalidad cívica en toda Hispanoamérica acudían a la so-
ciedad civil, considerándola su "campo interno y espiritual", y cedieron la sociedad
política a los ciudadanos de mentalidad autoritaria por considerarla parte del "do-

194 discute sus cuauo aspectos: temporalidad, escenificación, propósito y audiencia. Véase Jonas BA-
RISH, The Anti-Theatrical Prejudice, Berkdey, 1981 para una historia de la hostilidad teológica hacia la
perspectiva performaciva.
38 Alberc O. HIRSCHMAN, 1997, The Passions and the lnterests: Politica/Arguments far Capitalism
befare its Triumph, Princeton: Universicy Press.
39 ToCQUEVIll.E, 1969, Democracy in America, traducción de George Lawrence, ed. J.P. Taylor,

Garden Cicy, Nueva York: Doubleday, pp. 51, 551-560, y The Old Regimeand the French Revolution.
PRÁCTICAS PÚBLICAS EN LATINOAMÉRICA DECIMONÓNICA 229

minio exterior y materialista" -retomando el argumento de Partha Chatterjee. Los


ciudadanos cívicos migraron hacia la sociedad civil porque creían que ésta era el
área de la vida pública donde podían llegar a ser completamente racionales. Al vol-
ver sus espaldas al Estado, los ciudadanos cívicos facilitaron que los grupos de men-
talidad autoritaria -a quienes veían como niños irracionales- tomaran el control
del Estado central, los gobiernos provinciales, la Iglesia y sus instituciones. Este es-
tilo de hacer política fue formado por el catolicismo cívico y se enraizaba en formas
de vida coloniales, y tenía muy poco que ver con el modelo centrado en el merca-
do de Locke, el centrado en la política de Montesquieu o siquiera con el sittlichkeit
hegeliano que los seguidores de Tocqueville juzgaban tan importante para el desa-
rrollo de la sociedad civil. En esta parte del mundo, los ciudadanos confirieron su
sentido de soberanía a cada uno de ellos en lugar de conferirlo a las instituciones
de gobierno, provocando una desarticulación radical entre ambos.
La vida pública en Hispanoamérica permaneció dividida por brechas étnicas
y raciales. Los ciudadanos que practicaban el autogobierno y la soberanía colectiva
de un modo excepcionalmente virtuoso recibían un reconocimiento especial en la
vida pública, con excepción de los indígenas, los negros, los mestizos y las mujeres,
moralmente impuros e indignos del reconocimiento público. 40 Si bien la servi-
dumbre colonial había terminado en la región, su memoria continuaba. Estas per-
sonas se hallaban comprometidas con la nación y las formas de vida democrática,
pero no deseaban romper los lazos con los miembros de su comunidad primaria, y
eran marginados de la vida pública por sostener "lealtades divididas". En América
Latina, la ciudadanía era sólo para aquellos que habían cortado los lazos con suco-
munidad y se habían transformado en un ser "desembarazado" -para tomar la ex-
presión de Michael Sandel. 41 En el periodo poscolonial, los negros, los indígenas y
las mujeres servían, para la siguiente generación de aspirantes a demócratas, como
un recordatorio simbólico del riesgo que implicaba permanecer apegados a sus co-
munidades.
Los pensadores y escritores franceses a menudo se refieren a América Latina
como el "otro Occidente", reconociendo la posición ambigua y marginal que ocu-
pa en el imaginario moderno. Como he tratado de mostrar, el desarrollo de la iden-
tidad, la nacionalidad y la democracia en América Latina guarda relación con las
experiencias europea y norteamericana, y al mismo tiempo es muy distinto de és-
tas. En mi estudio sobre esta región me uno al pequeño aunque creciente grupo de
investigadores que buscan desprovincializar la idea que Europa tiene de sí misma
y descolonizar nuestra propia idea de América Latina.

40 Mary DoUGLAS, 1966, Purity and Danger, Londres: Routledge & Kegan Paul.
41 Michael J. SANDEL, "The Procedural Republic and che Unencumbered Self", Political Theory,
12: l (febrero, 1984), pp. 91-96.
TENSIONES REPUBLICANAS: DE PATRIOTAS,
ARISTÓCRATAS Y DEMÓCRATAS:
LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS

CAROLE LEAL CURJEL*

Los estudios sobre sociabilidades en el ámbito de la historia se inician en la déca-


da de los años setenta en Francia con los trabajos de Mauri~e Agulhon, los cuales
serán decisivos para la comprensión de diversas formas asociativas, especialmente
en lo que respecta al análisis de la sociabilidad y la república. 1 El análisis de las so-
ciabilidades y especialmente de las sociabilidades políticas en el ámbito de la his-
toriografía, que tanto éxito ha alcanzado en Francia, Italia, España y más reciente-
mente en Hispanoamérica, 2 ha recibido limitada atención en Venezuela. 3
Desde la perspectiva de las sociabilidades políticas, poco es lo que se ha escri-
to sobre la tertulia política conocida como la Sociedad Patriótica de Caracas y sus
filiales, 4 que será el objeto de mi presentación. Constituida originalmente en Ca-
racas, probablemente en el mes de enero de 1811, de ella se ha afirmado que fue
la guardiana necesaria de la revolución; se la tuvo como una imitación de los clu-
bes jacobinos franceses y también se la ha acusado de haber sido un club pernicio-
so nacido por sí mismo al calor de las circunstancias políticas de aquella apurada
hora. Sobre sus orígenes se señala que lo estableció Francisco de Miranda siguien-
do el modelo del club jacobino de Francia. Otros alegan que fue Bolívar el promo-
tor de la idea. También se ha expresado que fue allí donde se gestó el proyecto de
la independencia absoluta. Algunos historiadores han querido leer en la aparente

* Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Simón Bolívar, Caracas, Venezuela. Agradez-


co a El Colegio de México, y especialmente al doctor Guillermo Palacios, la amable invitación que me
cursara y la oportunidad de participar en estas jornadas de reflexión que se debaten entre los inciertos
caminos de la democracia hoy en América Latina y el estado de la nueva historia política.
1 Sobre un análisis del concepto de sociabilidad, véase Maurice AGULHON, 1986, pp. 13-23.
2 Sobre los alcances del éxito en Italia y España alcanzado para el mundo de la historia del con-

cepto de sociabilidad que puso en uso para Francia, Maurice Agulhon, véase el trabajo de CANAL 1 Mo-
RELL, 1993. En la misma Revista de Historia se recogen, además, diversos estudios sobre sociabilidades
en el mundo hispanoamericano.
3 Excepción hecha de algunos trabajos pioneros en el ámbito de las sociedades económicas y de
comercio. Me refiero a los de Haydée Farías y sus publicaciones sobre sociedades económicas y en par,
ticular sobre la sociedad económica de amigos del país (1830-1849) y al de Carlos Miguel Llollett so-
bre la sociedad comercial de 1805: FARfAS, 1977. pp. 373-403y1991; LLOLLET, 1968.
4 Salvo en dos trabajos en los cuales abordo tangencialmente el papel jugado por esta Sociedad

durante el periodo de 1811-1812. LEAL CURIEL, 1997, pp. 133-187; 1998, pp. 168-195.

[231)
232 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

confrontación que existió entre las operaciones de la Sociedad y las del Congreso,
una temprana tensión entre dos modelos de república en disputa: el centralismo
supuestamente defendido por la Sociedad en contraposición al modelo federal pro-
pugnado por el Constituyente de 1811. En su época fue percibida como un club
a la francesa o tertulia que fungió como mimo del gobierno.
Y aun cuando abundan datos sueltos sobre esta Sociedad, lo que no se ha he-
cho hasta el presente en Venezuela es la adecuada evaluación del peso político real
que tuvo en la edificación de nuestro primer y precoz ensayo republicano entre
1811 y 1812, y cuál fue la naturaleza de las tensiones discursivo-políticas que se ca-
nalizaron por medio de algunos voceros de la Sociedad Patriótica en el contexto de
la discusión republicana sobre el proyecto de construir un nuevo orden político.
Este trabajo busca subsanar parcialmente esa ausencia y hacerlo desde la perspec-
tiva del análisis de algunos de los debates políticos decisivos que tuvieron lugar du-
rante ese corro tiempo que duró ese primer ensayo republicano venezolano.
Para ello he dividido mi presentación en dos parres: en la primera, que he ti-
tulado Tertulias patrióticas, examino por una parte las distintas percepciones que en
la época de su breve existencia se expresaron en torno a la Sociedad, y por la otra,
evalúo, en secuencia cronológica, las posteriores elaboraciones que entre 1840 y
1988 se fueron forjando sobre este club político en la historiografía venezolana. En
la segunda parte, que titulo Tensiones republicanas, recorro críticamente algunos de
los problemas sueltos que fue dejando la evaluación de esa Sociedad y me detengo
a examinar el sentido que pudo haber tenido la radicalidad que se le ha atribuido a
las acciones de esa tertulia política así como el eventual peso político que su inter-
vención pudo haber tenido en algunos de los debates capitales de ese periodo.

TERTULIAS PATRIÓTICAS

La Sociedad Patriótica de Caracas y sus filiales fue un club político que actuó en-
tre 1811 y 1812 en Venezuela. Nacida originalmente en Caracas fue la asociación
o club de discusión política que mayor alcance y raigambre tuvo durante el breve
año que duró ese intento republicano. No fue la única. Otras tertulias políticas
aparecen mencionadas en distintos documentos, pero apenas se han conservado es-
casas referencias de ellas como para efectuar su deseable reconstrucción.
Sobre el origen de la Sociedad Patriótica se han producido unos cuantos equí-
vocos. Se la confundió con la Sociedad Patriótica de Agricultura y Economía que
había sido instituida el 14 de agosto de 181 O por la Junta Conservadora de los De-
rechos de Fernando VII. No se conoce la fecha exacta de su fundación. Se debe ha-
ber formado entre finales de 181 O y principios de 1811. Y su origen está vincula-
do tanto al regreso de Bolívar de su misión en Londres, a finales de 181 O, como a
la llegada de Francisco de Miranda a Caracas, principiando el año de 1811. Am-
bos fueron miembros afiliados a ella y, sin duda, Miranda ejercería sobre algunos
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 233

de sus miembros una marcada fascinación como puede deducirse de su periódico


El Patriota de Venezuela.5
Como club tuvo miembros o consocios que debían pagar contribuciones de
entrada. 6 La calidad de sus miembros en algunos documentos se define por su gra-
do militar (capitán, teniente, etc.), por su estado religioso (presbítero), o como
ciudadano. Testimonios de época dan cuenta de una evolución gradual en la com-
posición social de la misma: de una homogeneidad étnico-social que tuvo en sus
inicios, se pasó luego a admitir mulatos, negros e indios.7 Tal evolución pudiera
leerse como un indicio, entre otros, del proceso de tensiones políticas que habita-
rá durante ese primer intento de edificar una república en Venezuela. La admisión
en ella -suponemos que ha debido ser así al menos en su etapa germinal- de los
nuevos miembros procedió por votación secreta. 8 De la asistencia de mujeres, es-
posas de algunos de los socios, también hay registro así como del escándalo que
suscitaran la mezcla de castas heterogéneas. 9 La cifra del número de sus socios no
se ha podido determinar; algunos documentos señalan 100 miembros, otros 200
y hasta se ha llegado a indicar la cifra de 600 consocios. 10
Como club político expandió sus actividades mediante las filiales creadas en
ciudades de las distintas provincias, entre ellas en Puerto Cabello y en Valencia,
provincia de Venezuela, y la de Valencia se estableció justo después de la apagada
insurrección de julio de 1811. 11 En la provincia de Barcelona se instituyó una fi-
lial cuyo acto de instalación habla de 50 socios 12 y por lo que revela la documen-

ó Véase a título de ejemplo de esa fascinación el registro que se hace en El Patriota de Venezuela

núm. 3 sobre la entrada triunfal de Miranda una vez apagada la primera insurrección de Valencia, en
1811. Se le llamó el Temísrocles de Venezuela. Testimonios de la época emancipadora, 1961, pp. 410-411.
6 "Causa contra el capitán Juan José Liendo, 1813", en Causas de Infidencia, 1960, tomo !, núm.

31, pp. 553-654.


7 Noticia anónima dirigida a Domingo de Monteverde. Posteriormente enviada a Madrid en

1815 por Pablo Morillo, copiada en el Archivo General de la Nación y publicada por Manuel Segun-
do Sánchez en El Universa~ Caracas, 1917. Véase GIL FoRTOUL, 1964, tomo!, pp. 223-224; D!AZ,
1961, pp. 90-91.
8 Idem.
9 Idem. Véase también YÁNEZ, miembro que fue de esa Sociedad, 1944, pp. 191-192.
111 Es el caso de don Pedro de Urquinaona y Pardo. Relación documentada del origen y progresos del

trastorno de las provincias de Venezuela hasta la exoneración del Capitán Domingo de Monteverde, (... ),
1820. Urquinaona reproduce los manifiestos de Cortabarría y en el que cito incorpora ese comentario
sobre la sociedad en una nota a pie de página. Véase pp. 185-190, en la edición de 1917. De 200 miem-
bros reseña la revista que publicara en Londres M. Peltier, L'Ambigú ou variétés littéraires et politiques (re-
cueil périodique publié chaque mois par M. Peltier), vol. 36, núm. CCCXVII, 20 de enero, 1812.
11 Se conoce como la insurrección de Valencia, 11 de julio 1811, al primer movimiento de reac-

ción contra la declaratoria de la independencia absoluta. Con la participación de vascos, catalanes, is-
leños, pardos y criollos fue un movimiento que tuvo inicialmente mucho apoyo popular, especialmen-
te entre los pardos, quienes resistieron durante un mes. Fue sometido por las armas bajo el mando de
Francisco de Miranda.
12 El establecimiento fue propiciado por Francisco Espejo -uno de los socios fundadores de la

Sociedad Patriótica de Caracas- cuando ejerció como gobernador político de la provincia de Barcelo-
234 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

ración confiscada a uno de sus miembros, así como la deposición de testigos con-
tra algunos de sus afiliados que recogen las causas de infidencia, ha debido ser una
tertulia muy animada, especialmente en lo tocante a las prácticas ceremoniales para
catequizar la idea repúblicana. 13 Hay registro de las actividades desarrolladas por
una filial en la provincia de Trujillo, una rochela patriótica, según se afirma en una
causa de infidencia. 14 Otra filial se estableció en la ciudad de Barinas y también en
la ciudad de Guanarito, provincia de Barinas, cuyas actividades fueron motivo de
escándalo. 15 El crecimiento del club pacriótico, en comparación con otros cuya
existencia ha debido ser efímera, 16 tal vez pueda explicarse por su periódico, El Pa-
triota de Venezuela, órgano de opinión al cual estaban suscritas todas las filiales. 17
La Sociedad Patriótica de Caracas, al igual que lo harían luego sus filiales, asu-
mió la función didáctica de ser una escuela de patriotismo, entendida para "educar
en las ideas que coincidan a la salud, libertad y mejoras de la patria'' al igual que
"ilustrar en la virtud del ardiente patriotismo, en la verdadera Libertad" .18 Tarea
que ejercería no sólo por medio de los debates reglamentados en tres sesiones se-
manales sino también por la expresión simbólica de muchas de sus acciones, cali-
ficadas por sus contemporáneos como escandalosas, que son las que en buena me-
dida dieron origen a que se les percibiese como un "club jacobino': 19 Asimismo
asumió el papel de órgano vigilante de la regeneración política y de la libertad, tal
como lo expresa el simbolismo de ella -el ojo de la vigilancia- y algunas de las
memorias y escritos en su órgano de opinión, así como algunas de las acciones em-

na e instituyó celebrar reuniones tres veces a la semana, entre las ocho y diez de la noche. Véase "Cau-
sa contra Francisco Espejo, 1813", 1960, II, tomo 32, pp. 83-306.
13 Véase "Causa contra Juan Buscat, 1813", y "Causa contra Francisco Espejo, 1813", en Cau-
sas de Infidencia. 1960, l. tomo 31, pp. 441-496 y Il, tomo 32, pp. 83-306.
14 "Causa contra Don Sebastián Antúnez, 1812", en Causas de Infidencia, tomo!, núm. 31, pp.
265-343.
15 "Causa contra el capitán Maáas Alzuru, 1813", en Causas de Infidencia, tomo!, núm. 31, pp.

497-552.
16 Apenas contamos con el testimonio que ofrecen algunas causas de infidencia acerca de la exis-

tencia de otras tertulias políticas sobre cuyas actividades poco se conoce, aunque funcionaban en para-
lelo a las de la Sociedad Patriótica: a algunos miembros de ésta se les acusaba de pertenecer también a
esas otras tertulias de patriotas más exaltados. Véase "Causa contra el capitán Juan José Liendo, 1813",
en Causas de Infidencia, 1960, tomo!, núm. 31, pp. 553-654.
17 Impreso en la imprenta de Juan Baillío & Co., lugar donde también lo vendían, al igual que
se hacía en la tienda de los patriotas. El periódico debió salir con permiso del superior gobierno como
de hecho sólo podían hacerlo todos los papeles de la época y probablemente sujeto --<:on las ambigüe-
dades del caso-- a las limitaciones impuestas por el reglamento de la imprenta de 1811.
18 El Patriota de Venezuela, núm. 3, en Testimonios de la época emancipadora, 1961 pp. 361-370.
19 Tengo en mente, por ejemplo, las exequias que la Sociedad de Caracas celebrara por Lorenzo

Buroz, uno de sus miembros caído en la defensa de la patria a raíz de la primera insurrección de Valen-
cia, en 1811, El Patriota de Venezuela, núm. 2 en Testimonios de la época emancipadora, 1961, pp. 343-
357. O bien las ceremonias que se realizarían en Barcelona Americana para pasear o plantar árboles de
Libertad, catequizando con ello a la gente. Véase "Causa contra Juan Buscat, 1813", Causas de Infiden-
cia, 1960, 1, tomo, 31, pp. 441-496.
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 23 5

prendidas contra algunos organismos por no cumplir debidamente las funciones


de su ejercicio. 20
La primera noticia de una actividad pública que se dispone sobre esta Socie-
dad, ocurre con ocasión de la ceremonia de instalación del Congreso constituyen-
te del 2 de marzo de 1811, durante la cual los distintos cuerpos (Consulado,
Ayuntamiento, la Junta Suprema formada el 19 de abril de 1810, Sociedad de Co-
mercio, etc.), entre ellos el de la Sociedad Patriótica, adornaron con alegorías las
sedes de los edificios de la carrera por donde habrían de pasar los nuevos diputa-
dos. La Sociedad Patriótica colocó en el balcón de la casa de sus sesiones una trans-
parencia representando la Fama y tras ella "la constelación de Tauro, símbolo del
memorable 19 de Abril, con el principio de este mote 'Independ ... ' ".A cada lado
de la transparencia, dos altares: uno figurando la Justicia -con una balanza y una
espada-, el otro, la Constitución, la cual fue representada en un libro que porta-
ba el lema de "Libertad y sumisión ante la Ley". Y en ese conjunto, la Sociedad Pa-
triótica colocó "un tierno árbol de la Libertad", el cual simbolizada "los peligros
que ésta corría si el ojo de la vigilancia, jeroglífico de la Sociedad, dominando todo
el cuadro, no asegurase nuestra suerte con el influxo de sus tareas". 21 El simbolis-
mo del árbol de la libertad no es, sin embargo, del exclusivo uso de esta Sociedad.
El palacio de gobierno durante ese mismo festejo recurrió igualmente a la alegoría
del árbol de la libertad para el decorado de su edificio. 22 La segunda aparición de
esta Sociedad se registra con motivo del escándalo que sus acciones suscitaran al

20 Entre ellas destacan la que el 4 de julio de I 8 I I llevara ante el Congreso General de Venezue-

la, exigiendo la declaración inmediata de la Independencia absoluta como opinión unánime de la So-
ciedad, "Discurso re-dirigido por un miembro de la Sociedad Patriótica de Caracas", en El Patriota de
Venezuela núm. 2, Testimonios de la época emancipadora, 1961, pp. 313-324 y en El Publicista de Vene-
zuela, 1811/1859, núm. 12, jueves 19 de septiembre de 1811. O la que elevara la Sociedad Patriótica
de Barcelona Americana el 5 de mayo de 1812, objetando a la Alta Corte de Justicia de haber "faltado
al cumplimiento de sus deberes en la causa seguida contra unos reos de lesa Patria que intentaron tira-
nizarla enarbolando el pabellón del pérfido Fernando VII" y exigiendo, en consecuencia, que ese tribu-
nal se pronunciara "a la mayor brevedad la sentencia que sea conforme a la Ley". Véase "Causa contra
Juan Buscar, 1813", en Causas de Infidencia, 1960, 1, tomo. 31, pp. 441-496, pp. 485-486. O la que
la Sociedad Patriótica de Caracas elevó ante el superior poder ejecutivo para no pasar "en silencio el ries-
go que corre la patria por los abusos escandalosos" de que la autoridad militar recayera en tres herma-
nos de una misma familia; véase "Memoria sobre el poder militar de Caracas dirigida por la Sociedad
Patriótica al Superior Gobierno", en Caracas a 21 de octubre de 1811 en El Patriota de Venezuela, núm.
3, en Testimonios de la época emancipadora, 1961, pp. 385-388. También resaltan, de acuerdo a los tes-
timonios de época, las ruidosas acciones de las barras de los socios de la Sociedad instaladas en el Con-
greso, la destrucción de los símbolos monárquicos, así como las agresiones perpetradas por la Sociedad
Patriótica de Caracas contra la Alta Corte de Justicia, organismo que se vio obligado a devolver las lla-
ves de su sede al Congreso, exigiéndole a éste que limitase las acciones de esa Sociedad. Véase sobre los
"excesos" e "insultos" hechos por los socios la Sociedad Patriótica de Caracas a las personas de la Alta
Corte de Justicia, las sesiones del Congreso de 13 y 15 de noviembre y de 7 de diciembre de 1811 en
Congreso Constituyente de 1811-1812, 1983, tomo!, pp. 151-152 y 155-156.
21 Mercurio Venezolano, 1811/ 1860, núm. III, marzo, 1811, pp. 21-23, Caracas, 1960.
22 fdem.
236 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMÉRJCA LATINA, SIGLO XIX

celebrarse en el año de 1811, el primer aniversario del 19 de abril. Durante ellos,


y desde el balcón de la casa que era sede de la Sociedad, Francisco Espejo, quien
servía de presidente del mes en ella, profirió unos cuantos vivas a la libertad y a la
independencia absoluta y mueras al rey Fernando VII, amén del recorrido un tan-
to ruidoso que efectuaron algunos de sus miembros por las contadas calles de la
ciudad de Caracas durante el cual llegaron hasta patear el pendón español. 23
La importancia política de esta sociedad parece descansar en parte por lo es-
candaloso de sus acciones públicas que tanta alerta produjeron entre sus contem-
poráneos. Escándalos por una parte, por efecto de la destrucción pública y noto-
ria de los símbolos regios como bien lo testimonian la mayoría de las causas que se
siguieron contra sus miembros. Pero, por otra parte, también por efecto de las
"murmuraciones democráticas" que produjo la asistencia de pardos y morenos li-
bres a las sesiones de este club político, según se desprende de algunas de las polé-
micas en los papeles públicos y en algunas cartas privadas. De allí nace la acusación
de su supuesto jacobinismo que será la percepción que se impondrá con respecto
a esta sociedad, lo que exige examinar el alcance del significado de tales "murmu-
raciones democráticas" que despierta la presencia de pardos en las tertulias de la So-
ciedad, pues bien pueden tratarse de las "élites de pardos", lo que conduciría a re-
visar el alcance de la amenaza igualitaria que constituyó este club en el imaginario
político de su tiempo si tomamos en consideración la propia estratificación inter-
na que reinó en el muy poco homogéneo mundo de los pardos. 24

EL "JACOBINISMO" DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA

El examen de documentos de diversa índole revela que en la época, la percepción


de esta Sociedad está marcada por sus intenciones jacobinas. Al menos así coinci-
den en señalarlo una variedad de testimonios.
Una nota anónima, fecha en 1815, manifiesta que esta tertulia política, tole-
rada por el gobierno, "se componía de la mayor parte de la república toda arma-
da"; que celebraba sesiones de ocho a once de la noche, tres veces por semana
-martes, jueves y sábado-, posteriormente extendidas a sesiones diarias en vir-
tud del rápido aumento de socios; en la cual se debatía sobre "materias políticas,
civiles, militares y religiosas y en ella se sancionaban, adicionaban, corregían, anu-
laban y mandaban detener las leyes, decretos y determinaciones que constituía el
Congreso". 25 Señala la nota que en sus inicios sólo er~ miembros los que se auto-
proclamaban "protectores de la libertad", pero después,

23 "Causa conua Francisco Espejo, 1813", 1960, JI, tomo 32, pp. 83-306.
24 Sobre la estratificación de los pardos véase el magnífico trabajo de PELLICER, 2003.
25 Nota anónima dirigida a Domingo de Monteverde, la cual fue remitida a Madrid en 1815 por
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 237

comenzaron a admitirse todos los que se nominaban patriotas y que en el concepto de


los vocales lo eran, precediendo antes de su recibimiento votación secreta; y aunque por
este tiempo se ponía algún cuidado de no admitir por socios a los que no fuesen cono-
cidos por verdaderos patriotas y personas blancas, con el tiempo y después de publica-
da la independencia e igualdad, se admitían de toda clase y estados, de personas blan-
cas, mulatas, negros e indios, asistiendo también( ... ) muchas mujeres de sus socios". 26

De la asistencia de mujeres y del violento incremento de asociados da cuenta


también Francisco-Xavier Yánez;diputado del Congreso de 1811, miembro acti-
vo de la Sociedad Patriótica de Caracas, quien rememora que fue gracias "al calor
y entusiasmo con que se hablaba de la libertad e igualdad de los hombres que au-
mentó considerablemente el número de socios de todas clases, estados y condicio-
nes" .27 La Sociedad ganó adeptos y unos cuantos adversarios. Algunos la tildaron
de masonería; otros, entre ellos algunos diputados del Congreso, señalaron "que la
Sociedad Patriótica era una reunión de Jacobinos y propusieron su supresión o la
traslación del Congreso a otro punto". 28 Sus discusiones -señala Yánez- eran
públicas.
Una nota a pie de página en el Manifiesto que el 20 de julio de 1811 enviara
Antonio Ignacio de Cortabarría, comisionado regio para la pacificación, a las Pro-
vincias de Venezuela, el cual reproduce Pedro Urquinaona y Pardo en su extensa re-
lación documentada sobre los trastornos de estas provincias, refleja la apreciación
de una autoridad española sobre el carácter del club. Es el miedo francés, al conta-
gio jacobino:

Una sociedad llamada patriótica, cuyos individuos en el acto de su recepción prome-


ten concurrir con sus medios y luces al logro de la independencia y libertad absoluta;
una reunión que ya pasa de cien individuos, entre los cuales hay varios franceses de na-
cimiento, díscolos por carácter, revolucionarios por inclinación y detestables por sus
máximas libertinas; un enjambre de vagos conocidos, (... ); este abominable club se
propuso celebrar el aniversario de la emancipación venezolana con demostraciones es-
candalosas. 29

Pablo Morillo, posteriormente copiada en el Archivo General de Indias y publicada por Manuel Segun-
do Sánchez en el periódico El Universal, Caracas, 1917. Citado por Gil Fortoul, op. cit., pp. 223-224.
26 Ídem.
27 YANEZ, 1840, 1944, pp. 191-192. Esta obra fue originalmente publicada, sin el nombre del
autor, en 1840. Señala Lino Duarte Leve! que Yánez, abogado y diputado del constituyente de 1811,
fue miembro activo de esta Sociedad. Véase DuARTE, 1911.
28 YANEZ, 1840, 1944, pp. 191-192.
29 Relación documentada del origen y progresos del trastorno de las provincias de Venezuela hasta la

exoneración del Capitán Domingo de Monteverde, 1820. He consultado la edición que publicó la Biblio-
tcea Ayacucho bajo el título Memorias de Urquinaona, Madrid, 1917, pp. 185-190. Téngase presente
que Urquinaona habla pasado y se detuvo un tiempo en Venezuela cuando fue designado en 1812 por
la Regencia como comisionado para la pacificación de Nueva Granada.
238 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

Desde Londres, M. Peltier aliñaría esa construcción imaginaria sobre la Socie-


dad Patriótica. En su periódico, L'Ambigu ou variétés litteraires et politiques, 30 atri-
buía a Miranda y a la Sociedad Patriótica la emergencia de un nuevo espíritu dis-
tinto a la moderación de los primeros insurgentes, que va adquiriendo ascendiente
en la colonia:

Se ha creado un club político que ha instituido un periódico nuevo bajo el imponente


título de El Patriota de Venezuela, cuyo objeto es desacreditar y destruir el sistema de mo-
deración bajo el que los jefes de la insurrección han venido actuando hasta el presente. 31

Peltier reproduce en su periódico el "Reporte sobre el estado de las colonias es-


pañolas presentado a las Cortes en la sesión de 23 de noviembre (1811) por el Mi-
nistro de Gracia y Justicia" en el cual se consigna la visión española que atribuye a
los "incendiarios del nuevo hemisferio" cuánto y cómo han colaborado con el
"monstruo" de Napoleón. Y a título ilustrativo de ese argumento, se señala el esta-
blecimiento en Caracas de

una sociedad que se llama a sí misma patriótica, compuesta de unos 200 individuos,
entre los que se encuentran muchos franceses, gentes de mala reputación, de inmora-
lidad infame y que sólo pueden salir de su oscuridad por medio de una revolución ( ... )
Esa misma asociación es la que el 19 de abril de 1811 ofreció en las calles y plazas pú-
blicas de Caracas un espectáculo infame y vergonzoso (. .. );los excesos de estos faná-
ticos, predicadores del jacobinismo que no pudieron, contra sus deseos, proclamar ese
día la independencia absoluta. 32

Otro extranjero, de visita por Venezuela, asistió como espectador a las sesio-
nes de la Sociedad. Robert Semple, comerciante escocés, llegado a La Guaira en
noviembre de 181 O, quien recorrería el país durante 1811. Toma como ejemplo las
actividades de esta sociedad para argumentar acerca de la "perniciosa influencia
que ejercen los club políticos así constituidos". El así constituido significa que el
dicho club había sido constituido por sí mismo para tratar de temas políticos y
-agrega este observador escocés- "con frecuencia discute con muy poca reserva
las medidas o lo que, según sus miembros, deberían ser las medidas de su propio
gobierno". 33 Semple se hace igualmente vocero de la amenaza jacobina:

30 "Recueil périodique" que se publicaba en Londres los días 1O, 20 y 30 de cada mes por M. Pel-
tier. Hasta el presente me ha sido imposible determinar la identidad de Monsieur Peltier.
31 L'Ambigu, 1812, vol. 36, CCCXVI, enero, p. 39 (la traducción es nuestra).
32 Ibidroz, p. 102 {la traducción es nuesua). Nótese de esta última cita que la fuente del reporte

de marras, al menos en lo que concierne a la descripción sobre jacobinismo de la Sociedad Patriótica


de Caracas, coincide fielmente con la descripción que ofrece el Manifiesto de 20 de julio de 1811 de
Antonio Ignacio Cortabarría.
33 SEMPLE, 1812-1974, p. 63.
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 239

Un número considerable de franceses forma parte de esta Sociedad, en la cual desem-


peftan papel importante. En efecto, esta Sociedad tiene marcadísimas tendencias de
origen francés y una estrecha afinidad con el memorable club de los Jacobinos, tanto
por la violencia y extravagancia de los discursos que frecuentemente se pronuncian en
sus sesiones como por su influencia sobre los acuerdos que adopta el gobierno. 34

También es portavoz de la influencia que ejerciera Miranda sobre el club, al


punto de que -narra Semple- "introdujo cuatro mulatos en calidad de miem-
bros para gran contentamiento de los amantes de la igualdad efectiva''.
El francés H. Poudenx y el médico Federico Meyer, 35 ambos radicados en Ca-
racas a partir de 1811, publicaron en 1815 unas memorias sobre la historia de la
revolución de Caracas. Al igual que Semple atribuyen a Miranda, aunque acusán-
dole de intrigante, la formación de la Sociedad Patriótica, cuyo establecimiento,

le proporcionó los medios de caldear el espíritu del bajo pueblo; y sus discursos (... )
contribuyeron al éxito de sus proyectos. ( ... );se hizo de numerosos partidarios, esco-
gidos entre aquellos que se sentían descontentos con la altanería de los mantuanos. De
ello nacieron dos partidos muy bien delimitados: el de Miranda y el de la alta noble-
za. Pero este último llevaba dentro de sí los gérmenes de la desunión; y las miras am-
biciosas de alguna de las principales familias, favorecieron involuntariamente las ma-
niobras de Miranda. 36

A esas voces españolas y extranjeras se sumarán las críticas de algunas voces


americanas. La de Francisco José Heredia, oidor regente de la Real Audiencia de
Caracas, quien contribuirá con sus Memorias a la construcción de la percepción so-
bre el contagio francés en la Sociedad Patriótica, así como sobre la decisiva influen-
cia de Francisco de Miranda:

La venida de este hombre instruido en la táctica de la revolución francesa, fijó la de Ca-


racas y le dio un nuevo carácter. ( ... )trató de dominar al gobierno salvando las apa-
riencias y para ello estableció una reunión con el título de sociedad patriótica a imita-
ción del club Jacobino de París (... ) En aquella casa de locos se maduró el insensato
proyecto de dar a Venezuela, casi en la infancia de la civilización, y poblada de escla-
vos, y tantas castas heterogéneas y opuestas entre sí, las instituciones republicanas que
no había podido sufrir la ilustrada Francia, la Grecia de nuestros días. 37

34 Ídem.
35 Federico D. Mcycr estableció en Caracas, en I8I l, una Escuela de Anatomía en cuyo progra-
ma se incluía la disección de cadáveres. Para ello contó con el apoyo del gobierno. Véase Diccionario de
historia de Vmezue/a, 1988, tomo 11, pp. 920-921.
36 PoUDENX Y MEYER, 1815-1974, pp. 119-120.
~ Memorias del Regmte Heredia, 1986, p. 42, 1986.
240 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

De la suerte del jacobinismo de este club dará cuenta Heredia señalando que
amedrentaba a los diputados del Congreso "por medio de los gritos y amenazas de
los espectadores, obligándolos a hacer adoptar las resoluciones, que ella había discu-
tido y acordado antes en sus reuniones nocturnas donde se oían los mayores deli-
rios''.38 Uno de esos delirios de los patriotas exaltados -narra Heredia- fue la de-
claratoria de la independencia absoluta, proyecto inoportuno y anticipado, finalmente
lograda gracias a las "imprudentes hostilidades de la Regencia, y la conducta de Cor-
tabarría, tan opuesta a los medios de negociación". 39 Pero del jacobinismo también
se hace vocero la propia Sociedad Patriótica por medio de su periódico El Patriota de
Venezuela, en el cual se insertan unas carcas ficticias que un tal Juan Contierra, firma
no menos ficticia, dirigía a un imaginario amigo Enrique, en las que analizando las
cuatro acepciones que se debatían en Venezuela sobre la voz patriota, ridiculizaba a
los patriotas aristócratas -así llamados porque odian a los europeos pero aman los
galones, los honores y la figuración en la República-, que era quienes empleaban los
"epítetos de sansculottes, sin camisas y de jacobinos" para referirse a los "pobres, a los
que se quejan de los vicios de los aristócratas, a los que hablan con claridad, a los que
apetecen la felicidad de la patria'', e.g. el propio club de la Sociedad Patriótica. 40
Por su parte, José Domingo Díaz, médico caraqueño promonárquico, quien
había fundado junto con Miguel José Sanz el primer periódico no gubernamental
en Venezuela, el Semanario de Caracas, embestirá contra el igualitarismo de castas
de este club así como contra sus excesos e influencia sobre el Congreso. En sus Re-
cuerdos sobre la rebelión de Caracas señala al sedicioso Miranda como su creador; y
afirma que los jóvenes turbulentos de la Sociedad,

armados de puñales, obligaron al Congreso a declarar esta independencia( ... ); la So-


ciedad Patriótica, club numeroso establecido por Miranda y compuesto de hombres de
todas castas y condiciones, cuyas violentas decisiones llegaron a ser la norma del Go-
bierno. ( ... )Yo los vi correr por las calles en mangas de camisa y llenos de vino, dan-
do alaridos y arrastrando los retratos de S.M., que habían arrancado de todos los luga-
res donde se encontraban. Aquellos pelotones de hombres de la revolución, negros,
mulatos, blancos españoles y americanos corrían de una plaza a otra, en donde orado-
res energúmenos incitaban al populacho al desenfreno y a la licencia. 41

José de Austria, caraqueño quien no sirvió a las armas de la república duran-


te esa primera etapa42 y fue miembro activo de la Sociedad Patriótica de Caracas,

38 Ibidmz, pp. 43-44.


39 Ídem.
40 El Patriota de Venezuela, núm. 3, en Testimonios de la época emancipadora, 1961, pp. 381-384.
41 DlAZ, 1828-1961, pp. 90-91. Los Recuerdos de Díaz los escribió y publicó en España, en 1828,
lugar donde residiría hasta su muerre. Díaz siguió siendo hasta el final de su vida un ferviente defensor
de la monarquía española y profundamente contrario a la independencia.
42 A los 19 afios sirvió, en 181 O, como subteniente y en calidad de abanderado en el Batallón de
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 241

escribiría un esbozo sobre la historia militar de Venezuela. 43 La mirada que ofrece


Austria sobre esta tertulia revela algunos datos ya familiares: la publicidad de sus se-
siones, la elocuencia y ardor de los tribunos; Bolívar y Mirada como sus creadores,
el considerable aumento de sus socios, sesiones "adornadas con la concurrencia del
bello sexo"; una membresía políticamente selectiva, pues "sólo eran rechazados
aquellos que no tuviesen buena conducta y calidades sociales", 44 así como la pre-
sión ejercida por la Sociedad sobre el Congreso y las fuertes discusiones que en el
Congreso suscitara la posibilidad de declarar la independencia absoluta, la cual fue
apoyada -señala de Austria- por un gran número de diputados, 45 porque era
"una palpable contradicción haber adoptado principios republicanos, establecer
una confederación de Estados con un Congreso y un Poder Ejecutivo federal y ti-
tularse conservadores de los derechos de un rey cautivo". 46
Señala también que dicha Sociedad tuvo opositores no sólo entre algunos
miembros del Congreso, pues en ella se analizaban y criticaban los discursos de los
diputados sino también "entre muchas personas a quienes no se les podía atribuir
falta de patriotismo ni la precisa energía para sostener la regeneración emprendi-
da" .47 No está claro si entre esas muchas personas considera José de Austria al di-
putado Juan Germán Roscio. Es muy probable que sí, en tanto Roscio constituyó
el oponente más encarnizado de Miranda y de la Sociedad Patriótica al tiempo de
haber sido un radical defensor de la independencia absoluta y de las virtudes del
modelo federal de los vecinos angloamericanos. En larga carta que escribiera a su
amigo Andrés Bello, en junio de 1811, dando cuenta de la conducta irregular de
Miranda desde su llegada a Caracas, y especialmente de lo que Roscio calificara en
su momento como el "resentimiento, hipocresía, chismes, cuentecillos y pasos in-
discretos de nuestro paisano Miranda", explicaba a Bello la inoportuna publicación
que hubo de insertarse en la Gaceta de Caracas sobre la tolerancia política de ex-
tranjeros no católicos. Se refería Roscio a las publicaciones de William Burke, 48

Barlovento. Posteriormente estuvo bajo las órdenes de Miranda y siguió su carrera militar bajo las ar-
mas republicanas. Véase AUSTRIA, 1960, "Estudio preliminar", pp. 13-40.
43 Bosquejo de la historia militar de Venezuela, obra en dos tomos de la que se desconoce cuándo

empezó a escribirla; sólo se sabe que estaba ya impresa para 1855. El primero lo publicó en Caracas, Im-
prenta y Librería de Carreño Hermanos, 1855; del segundo sólo publicó cuatro pliegos conservando el
título del primer tomo, en Valencia, Imprenta del coronel Juan D'Sola, 1857. He consultado el tomo
1 de la segunda edición, publicada por la Academia Nacional de la Historia, 1960.
44 !bidem, tomo !, 1960, p.150.
45 Téngase presente que la declaratoria de la independencia absoluta fue apoyada por codos los

diputados excepto el padre Manuel Vicente Maya, diputado de La Grita, provincia de Mérida, quien
alegó no poseer el mandato de sus electores para poder declararla. La discusión en torno a la argumen-
tación del padre Maya no deja de ser crucial, pues colocó el debate en torno a la manera como se en-
tendían las ideas de representación. Véase sobre la particular sesión del día 3 de julio de 1811 en El Pu-
blicista de Venezuela. 1811-1959, jueves 12 de septiembre de 1811.
46 AUSTRIA, 1960, tomo !, p. 151.
47 !bidem, p. 150.
48 Se insertaron un total de 63 entregas de estas reflexiones, publicadas en la Gaceta de Caracas, en-
242 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

Derechos de la América del Sur y México, que se venían haciendo desde el mes de no-
viembre de 181 O y, en particular, a la entrega que se había reproducido en febrero
de 1811 contra la intolerancia religiosa en España. 49
Justificaba Roscio en esa misma carta el sentido de la inoportunidad de aque-
lla entrega con la que se buscó acallar el ruido del igualitarismo:

El autor de los discursos sobre la América del Sur, por el orden que se había propues-
to, pretendió dar el de la tolerancia política de extranjeros anticatólicos. Aún no era lle-
gada la oportunidad; pero sobrevino cierta efervescencia por el sistema de igualdad o
democracia, original de la tertulia patriótica.( ... ); y fue menester que, en tales circuns-
tancias, saliese a la luz el discurso de Burke en la Gaceta de 19 de febrero para que, do-
blegando la opinión hacia otro objeto extraño para este país, cesasen los movimientos
democráticos, e indiscretas murmuraciones de igualdad.5°

Las indiscretas murmuraciones de igualdad que preocuparon a Roscio tenían


su origen en algunas de las múltiples actividades que Miranda desarrolló desde su
entrada a Caracas en enero de 1811, buscando -en opinión de Roscio- hacerse
incorporar, en lugar preeminente, entre las nuevas autoridades. Entre esas activida-
des que describe minuciosamente Roscio a su amigo Bello, destaca, en primer lu-
gar, la formación de "una tertulia de siete personas que, sin ser censores, tomaron
a su cargo la censura y ridiculización" del plan de constitución o bases de federación
que una comisión 51 debía entregar al Congreso el día de la fecha de su instalación.
Allí quiso Miranda -cuenta Roscio- imponer su plan con dos incas a la cabeza
del Ejecutivo y una duración de 10 años. En segundo lugar, que el día que se ins-
taló el Poder Ejecutivo -marzo de 1811- "fueron sorprendidos y arrestados al-
gunos pardos en una junta privada que tenían acaudillada de Fernando Galindo,

tre el 26 de noviembre de 181 O y el 20 de marzo de 1812. Sobre nota biográfica de W Burke, véase Diccio-
nario de historia de Venezuela, 1988, tomo!, pp. 463-464. Burke, de quien se dice era natural de Irlanda, se
había radicado en Caracas desde 1810. Su presencia en el proceso de Caracas no deja de tener una impor-
tancia política singular como propagandista de la libertad contra Napoleón. Venía precedido de algunas
obras escritas, entre ellas, The Wár in 1805, publicada en Londres en 1806. Como miembro del ejército in-
glés había asistido a "la destrucción de la maquinaria militar creada por el rey Sargento Federico I y perfec-
cionada por su hijo Federico II, por parte de un ejército compuesto por ciudadanos armados y dirigido por
oficiales provenientes de todos los estratos sociales". Este hecho, arguye Fernando Falcón, "será explicado
por Burke en relación directa con la Teoría de la Libertad". Burke va a representar en el ámbito de la pri-
mera república, una de la ues tendencias sobre la defensa y la seguridad, posrulando un modelo de defen-
sa militar inspirado en la experiencia de los triunfos napoleónicos y en el sistema político de los Estados Uni-
dos, basado en las milicias, como el único capaz de asegurar la Libertad. Véase FALCÓN, 2002, pp, 61-92.
49 "Siguen los Derechos de la América del Sur y México por el señor William Burke", en Gace-

ta de Caracas, 1983, vol. Il, martes 19 de febrero de 1811, núm. 20, romo l.
°5 Carta de Juan Germán Roscio a Andrés Bello, Caracas, 9 de junio de 1811, en Epistolario de
la Primera República, romo II, 1960, pp. 196-21 O.
51 La comisión había sido designada por la Junta Suprema e integrada, entre otros, por Francis-

co de Miranda y Juan Germán Roscio.


EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 243

con el objeto de tratar materias de gobierno y de la igualdad y libertad ilimitadas.


El caudillo -se refiere a Galindo-52 "tenía una proclama incendiaria sobre este
punto; y en ella Miranda tenía un apóstrofe muy lisonjero, en tanto grado, quepa-
recía hechura suya''. En tercer lugar, los vínculos de Miranda con los hermanos Ri-
bas --quienes habían regresado después de haber sido expulsado del territorio en
noviembre de 1810--5 3 que le facilitaron volver a lograr "el trato y comunicación
democrática con los pardos y demás gentes de color". 54
Nada indica Roscio en esa carta si en esa tertulia de siete personas que ridicu-
lizara el plan de confederación esté el origen de la Sociedad Patriótica. Tampoco si
la tertulia de los siete censores se mezcló con las otras dos que habían constituido
por su parte Fernando Galindo y Andrés Moreno.5 5 Por esa carta sólo sabemos que
Miranda para el mes de mayo no había logrado sacar los votos necesarios ni siquie-
ra para ser vicepresidente de la Sociedad Patriótica, pero que en el mes de junio de
1811 sí estuvo ejerciendo como presidente de ella en tanto que "la venida de los Ri-
bas -sostiene Roscio-, el hallarse cultivando la opinión de los pardos (... ) le tra-
jeron la presidencia de aquel velorio patriótico, o jugadores de gobierno". También
se sabe por esa carta que Miranda fue miembro de esa corporación desde los inicios
de ella y que la misma fue tolerada por el gobierno con el fin de que adelantara pla-
nes para la formación de la confederación de Venezuela, pero la tertulia patriótica

degeneró en mimo del Gobierno, o censor de sus operaciones. (. .. ) este exceso nació
de algunos miembros del Congreso, que lo eran también de la tertulia y que, resentí-

52 Fernando Galindo es sorprendido organizando esa tertulia de pardos cuando era teniente de
granaderos del Batallón de Milicias de Blancos Patriotas de Venezuela. A raíz de ello fue expulsado del
territorio y pasó a Nueva Granada. Posteriormente se reincorpora a las filas militares republicanas y se-
rá él, quien en 1817 sirva de defensor de Manuel Piar en el Consejo de Guerra que le condenaría a
muerte por subvertir las castas. Diccionario de historia de Venezuela, 1988, tomo Il, pp. 231-232.
53 La Junta Suprema Conservadora de Fernando VII, instalada el 19 de abril de 181 O, había ex-

trañado del territorio a los hermanos Ribas a raíz de instigar a los pardos contra los blancos españoles
y canarios con ocasión de celebrarse las exequias en Caracas en noviembre de 181 O.
54 "Carta de Juan Germán Roscio a Andrés Bello", Epistolario de la Primera República, 1961,
tomo II, pp. 196-210.
55 La junta de Fernando Galindo, un teniente de granaderos del Batallón de Milicias de Blancos Pa-
triotas de Caracas, fue una tertulia que se reunía a principios de 1811 "con el objeto de tratar materias de
gobierno y de la igualdad y libertad ilimitadas". El Club de los sin camisa que estableció Andrés Moreno
en su caso en enero de 1811. Téngase presente que Moreno instituye este club, una vez que ha regresado
de Puerto Rico, lugar donde había sido confinado a presidio por el gobernador de Maracaibo, Fernando
Miyares, junto con los dos otros miembros de la comisión designada por la Junta Suprema de Caracas, en-
cargados de persuadir "a los hermanos de Coro y Maracaibo" a sumarse a la acción emprendida por la J un-
ta de Caracas de reconocer los derechos de Fernando VII y desconocer el gobierno de la Regencia. En los
salones de la casa de Andrés Moreno se llegó a bailar una de las tantas versiones de la Carmaflola america-
na, compuesta durante la conspiración de Gual y España en 1797, y esta versión, al parecer, fue un arreglo
de los pardos hermanos Landaeta. Véase "Carta de Juan Germán Roscio a Andrés Bello", Epistolario de la
Primera República, 1961, tomo Il, pp. 196-210 y Diccionario de historia de Venezuela, 1988, tomo 1, p. 696.
244 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX

dos de no haber prevalecido su opinión en el cuerpo legislativo, la reproducían en


aqudla Sociedad, hallaban apoyadores y censuraban las resoluciones de la diputación
general de Venezuda. 56

En los juicios conocidos como causas de infidencia que se le siguió a muchos


de los participantes por su conducta política durante "el tiempo de la revolución'',
se tipifica el delito de haber sido miembro de alguna de las Sociedades Patrióticas
bajo el calificativo de "patriota exaltado". ¿Qué señalan esas causas? Por una parte,
se enjuicia la pertenencia -o la sospecha de membresía- en alguna de las tertu-
lias patrióticas. 57 Se enjuician, además, las acciones escandalosas a que dieron lugar
sus afiliados. ¿Cuáles escándalos? La destrucción de los símbolos de la monarquía:
quemar los retratos del rey, ahogar el retrato del rey en un río, patear la bandera es-
pañola, gritar mueras al rey y a España. 58 Otro motivo de escándalo fue la ceremo-
nia de plantar y pasear árboles de libertad, o el paseo ceremonial, con fines catequé-
ticos de la bandera republicana. 59 Otro buen motivo, también calificado como
escandaloso, fue la defensa pública del sistema republicano a través de las canciones
patrióticas y americanas como, por ejemplo, la que rezaba: "yo soy lo de los sin ca-
misa y sin calzones porque me lo han robado los españoles". 6 º
56 Ídem.
57 Tal y como lo testimonia, entre muchos, don Sebastián Antúnez, natural de Maracaibo y ave-
cindado en la provincia de Trujillo, quien niega haber asistido a la "infame rochela de la Junta de la So-
ciedad Patriótica que había establecido por las noches" en la ciudad de Trujillo el comandante militar,
Manuel Delgado, "joven verdaderamente loco, revoltoso y sin costumbres". Otro tanto hace el capitán
Juan José de Liendo Larrea, quien adnúte que aunque se dejó alistar en la Sociedad Patriótica de Puer-
to Cabello "y aun pagó cierta contribución de entrada, jamás asistió a sus Juntas". Véase "Causa con-
tra Don Sebastián Antúncz, 1812", y "Causa contra el capitán Juan José Llendo, 1813", en Causas de
Infidencia, 1960, tomo I, núm. 31, pp. 265-343 y pp. 553-654.
58 Son sujetos de tales acusaciones, por ejemplo, el capitán Marías Alzuru en la ciudad de Guana-

re, de quien se dice que pretendió quemar el retrato de Carlos IV; Juan Buscar, en Barcelona Americana,
a quien se le atribuye haber quemado en la plaza pública los bustos de los reyes y haber roto el retrato de
Fernando VII que colgaba en la Sala Capitular del Ayuntamiento de aquella ciudad y luego haberlo que-
mado en una hoguera, y Francisco Espejo, sobre cuya conducta en Caracas y Barcelona, pesó grueso ex-
pediente en el que los testigos señalan haberlo escuchado proferir gritos de vivas a la independencia y mue-
ras al rey y a España, haber pateado la bandera española y haber "creado una Junta en Barcelona Americana
con el nombre de Patriótica, a imitación del Club de Francia''. Véanse "Causa contra el capitán Marías Al-
zuru 1812-1813", "Causa contra Juan Buscar 1813", en Causas de Infidencia, 1960, I, tomo. 31, pp. 497-
552 y pp. 441-496, y "Causa contra Francisco Espejo, 1813", 1960, II, tomo 32, pp. 83-306.
59 Ídem. Esta práctica la introdujo Francisco Espejo en la filial patriótica de Barcelona America-

na, así como pasear la "bandera republicana por las calles haciendo que los socios de la Sociedad Patrió-
tica concurriesen con coronas de flores fingidas y naturales al paseo". Y la siguió con entusiasmo Juan
Buscar, según señala uno de los testigos deponentes, narrando "que cuando se sacó el árbol de la Liber-
tad por las calles predicaba Buscar lo santo y bueno que era la independencia y su árbol, catequizando
con ello a la gente" en Barcelona Americana. Véasae "Causa contra Juan Buscar 1813", Causas de Infi-
dencia, 1960, I, tomo. 31, pp. 441-496.
60 Véase la alarma que suscitara en Caracas la conducta del padre José Joaquín Liendo y de la cual
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 24 5

EL PATRIOTISMO RADICAL:
LA SOCIEDAD GUARDIANA DE LA REVOLUCIÓN

Los datos sueltos sobre este club político, que abundan en textos publicados entre
1840 y 1988, están marcados por una producción historiográfica que terminó
asentando la idea de la Sociedad Patriótica como la guardiana de la revolución. Las
elaboraciones que se forjaron sobre las actuaciones de este club político se inician
en 1841, año en el cual se publicaba en París, en tres volúmenes, una de las prime-
ras historias de Venezuela de la primera mitad del siglo XIX. Me refiero al Resumen
de la historia de Venezuela desde el año de 1797 hasta 1830, escrita a dos manos por
Rafael María Baralt y Ramón Díaz Martínez. 61 Reproducían Baralt y Díaz el temor
a la amenaza jacobina:

Esta Junta, bien así como en Francia la de los jacobinos y otras tales, había conseguido
atraerse a una gran clientela de activos y bulliciosos oyentes, lisonjeando las inclinacio-
nes populares y defendiendo audazmente los principios de igualdad tan caros al pue-
blo( ... ). El Congreso, por su parte, intimidado con la popularidad de la junta patrió-
tica, y viendo el decidido apoyo que le prestaban muchos de sus miembros, toleraba el
porte descomedido de aquel cuerpo y aun se dejaba influir por él en los negocios. 62

En 1863 aparece el Bolívar de Felipe Larrazábal, una exuberante apología del


Libertador, en la cual el autor de marras dedica una sección de un capítulo a exal-
tar el papel jugado por la Sociedad Patriótica para lograr la declaratoria de la inde-
pendencia. Larrazábal describe a esta Sociedad como "club numeroso, especie de •
Montaña'', promovido por Miranda y Bolívar en el cual

Las sesiones eran públicas y nocturnas y en ellas se declamaba contra la tiranía del Go-
bierno de la Metrópoli,( ... ), indicando como único remedio el ejemplo de los patrio-
tas de Norteamérica. ( ... ).Muchos miembros del Congreso eran acérrimos enemigos

dan cuenca en su contra unos cuantos testigos que alegan haberlo escuchado "siempre con su sistema
republicano por delante, que cogió el retrato de nuestro amado Monarca, el Sr. D. Fernando Séptimo
y le meció por eres veces en el río Guaire" cuando no cargaba puesto un solideo amarillo o la "cucarda
revolucionaria, cantando con mucha frecuencia''. Archivo General de la Nación, sección Causas de Infi-
dencia, como XIX, expediente 2, "Causa formada contra el presbítero Don José Joaquín de Liendo", fS.
37-55 y como II, expediente 1, "Causa contra Francisco Pérez, por revolucionario", fs. 1-60.
61 La primera edición fue realizada en París, 1841. Para este trabajo he empleado la reimpresión

que hiciera la Academia Nacional de la Historia en 1939. Rafael María Baralc, escritor e historiador, na-
cido en Maracaibo en 1810, se incorpora desde muy joven al ejército republicano. Su florecimiento in-
telectual ocurrirá en Caracas a parcir de la década de los años treinta. Allí participó en la Sociedad Eco-
nómica de Amigos del País y colabora como prosista y articulista en la prensa de la época. Tomó parte
activa en la vida política durante los gobiernos de José María Vargas y a partir de 1841 se radica defi-
nitivamente en España donde se sumó a la vida literaria y política de ese país.
62 BARALí y DlAZ, 1939, pp. 74-75.
246 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

de la Sociedad Patriótica, alegando que era otro Congreso 'sin poderes' y que no trae-
ría más que el cisma y la discordia. 63

Poco después, en 1865, el polémico escritor Juan Vicente González presenta-


ba su Biografla de José Félix Ribas. La acuciosa, irónica y mordaz pluma de Gonzá-
lez -se le llegó a calificar como "la pluma untada de hiel"- resaltaba el carácter
de guardiana de la revolución que habría ejercido la Sociedad Patriótica de Cara-
cas, su papel vigilante ante la supuesta debilidad de las actuaciones de la Junta Su-
prema de Caracas y frente a los enemigos de la regeneración política. Justificaba
Juan Vicente González la existencia de ella pues,

sin una fuena encontrada de asociación el movimiento revolucionario habría pereci-


do( ... ). Urgía la creación de un cuerpo político organizado fuertemente, depositario
de todas las necesidades e instintos de la revolución que velase inquieto sobre las auto-
ridades débiles, sobre sus agentes confiados, sobre los enemigos todos (. .. ). Miranda
había traído la idea de París, tierra clásica de tumultuarias asociaciones. Bolívar la fun-
dó llevando en su seno a los amigos de la independencia. Ribas la popularizó, le dio sus
varoniles pasiones y tendencias. 64

Y con el fin de darle mayor fuerza a esas "necesidades e instintos de la revolu-


ción" retrata, repitiendo a calco, una descripción que ya había ofrecido Manuel Pa-
lacio Fajardo en 181765 sobre las actuaciones de la Sociedad en ocasión de la cele-
bración del primer aniversario del 19 de abril en Caracas, durante los cuales:

Después del Tedeum, los habitantes se esparcieron por las calles, con sus vestidos de fies-
ta, adornados sus sombreros con escarapelas de cintas rojas, azules y amarillas. Grupos
de músicos y danzantes recorrían la ciudad, cantando himnos entusiastas; la atravesa-
ron en procesión los miembros de la Sociedad Patriótica con banderas en la mano. 66

63 LARRAZÁBAL, 1975, pp. 105-106.


64 GoNzALEZ, 1954.
65 En septiembre de 1817 fue publicada originalmente en inglés con el titulo Outline ofthe &vo-
/ution in Spanish America by a South American, Londres, Logman, Hum, Rees, Orme and Brown. Al
mismo tiempo la editaba en Nueva York J. Eastburn & Ca.Afines de ese mismo año 1817 lo editaba P.
Mongie, en francés, Esquisse de la Rlvo/ution de /'Ambique Espagno/e en una versión de la traducción del
inglés. Un año después, en 1818, era traducido al alemán, Der Freiheitskampfim Espanishen Amerika por
Hoffman und Campe. La primera traducción al español se produjo en 1819 aunque nunca llegó a pu-
blicarse. La primera edición castellana, con el título Bosquejo de la &vo/ución en la América española, se
realiza con prólogo de Enrique Bernardo Núñez y nota bibliográfica de la obra por Carlos Pi Sunyer. En
Caracas, 1953, es editada por las Publicaciones de la Secretaría General de la Décima Conferencia lnte-
ramericana, Colección Historia, núm. 5. Es la que se citará de aquí en adelante. Según señala el prolo-
guista venezolano de esta edición caraqueña, Manuel Palacio Fajardo --quien habla sido diputado en el
Congreso de 1811 por la Provincia de Bacinas- "se incorpora a la Sociedad Patriótica, es decir, al par-
tido decidido por la independencia", p. xiii.
66 PALACIO FAJARDO, 1953, pp. 70-71.
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 247

Esta descripción de Palacio Fajardo, repetida por Juan Vicente González, se


convertirá en el "lugar" sobre el cual reiterarán distintos historiadores hasta bien
entrado el siglo XX con el fin de mostrar dos cosas: una, cómo el problema de la in-
dependencia absoluta estaba desde muy temprano presente como parece eviden-
ciarlo la escena descrita por Palacios Fajardo por el uso avant la lettre de lo que des-
pués del 5 de julio de 1811 se instituiría como la "escarapela nacional", esto es, el
tricolor amarillo, azul y rojo; 67 dos, el peso político de este club para la posterior y
definitiva declaración de la independencia absoluta.
Hacia 1889, Arístides Rojas publicaba una breve reseña biográfica sobre los
hermanos Muñoz Tébar; uno de ellos, Antonio, miembro de la Sociedad Patrióti-
ca, fue redactor junco con Vicente Salias del periódico del club, El Patriota de Vt>-
nezuela. Rojas atribuye a Francisco de Miranda la fundación del club, y ratifica la
idea de su peso como orientadora, guardiana y directriz de la revolución:

Hasta entonces el Gobierno emanado de la Revolución del 19 de Abril, navegaba sin


brújula y sin rumbo. La estrella polar no podía surgir sino del seno del club revolucio-
nario, foco de luz y de calor, de aspiraciones nobles y de ambiciones justificadas. 68

Para 1907, José Gil Forcoul publicaba el primer tomo de su Historia comtitu-
cional de Venezuela. Reiteraba allí lo que ya parecía constituir un lugar de interpre-
tación sobre la importancia política de la Sociedad Patriótica:

Iba el Congreso a pasos lentos, sin atreverse a plantear categóricamente la definitiva or-
ganización nacional; y de aquí que el pueblo y algunos diputados prefiriesen asistir a
las sesiones tumultuosas de la Sociedad Patriótica, donde hombres como Miranda, Bo-
lívar, Miguel Peña,( ... ), imitaban la elocuencia fulgurante de los clubes franceses, tro-
naban contra las vacilaciones del Congreso y pedían a diario la inmediata declaración
de Independencia.69

En cuanto a los orígenes de esa Sociedad afirma Gil Forcoul que se había for-
mado a raíz del 19 de abril de 1819, a imitación de los clubes de la Revolución
francesa, e inscribe la acción política de esta Sociedad en el marco de la tradición
política de los "planes republicanos" del movimiento de Gua! y España de 1797 y
los "propósitos autonomistas" de los caraqueños de 1808.70 Ofrece asimismo una

67 Hay que tener presente que la cucarda o escarapela en uso hasta la fecha de la declaratoria de la
independencia absoluta era la que había sido establecida por decreto de la Junta Suprema desde el 19 de
abril de 1810-amarillo, roja y negra-, cuyos colores "significan la bandera española que nos es común,
y el negro nuestra alianza con la Inglaterra". Véase Gaceta ek Caracas, 1983, vol. II, 4 de mayo de 1810.
68 Ídem.
69 GIL FoRTOUL, 1964, romo r. p. 223.
70 Sobre la rrascendencia del movimiento de Gua! y España el trabajo de Pedro Grascs ya es un clá-

sico. Me refiero a La conspiración ek Gua/ y España y el ideario de la indepmdmcia, publicaciones del Mi-
248 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

interpretación sobre el papel jugado por esta tertulia, señalando su marcada ten-
dencia centralista -y entre los que denomina los "corifeos" del centralismo inclu-
ye a Miranda y a Bolívar- en tensión con los partidarios del federalismo estadou-
nidense. 71 Subrayo esta interpretación que ofrece Gil Fortoul y lo hago, por una
parte, porque mediante ella se establece una lectura equívoca sobre las tensiones
que en efecto sí plantearon algunas de las muchas acciones políticas de la Sociedad
durante el primer intento republicano venezolano; tensiones, por el contrario, vin-
culadas a la manera de concebir la igualdad en la república -que fue el gran de-
bate de esta Sociedad- y no precisamente en torno al federalismo. Pero, por otra
parte, porque la interpretación del precoz antifederalismo bolivariano se sostendrá
sobre la base de la condena a la "república aérea y filantrópica'' que en diciembre
de 1812 formulara Simón Bolívar en su famoso texto que se conoce como "Mani-
fiesto de Cartagena de Indias" y será reforzado desde la interpretación del triunfo
de la república por medio de las armas, especialmente del triunfo de la república
"única e indivisible" que postulara el Bolívar de 1819 en Angostura.
En 1908, el general Lino Duarte Leve! terminaba de escribir en Nueva York
su Historia Patria, obra en la cual dedica un capítulo completo a lo que él llamaría
"La Primera Patria''. Fue Duarte Leve! quien introdujo lo que más tarde se conver-
tirá en uno de los grandes equívocos acerca de los orígenes de esta Sociedad, seña-
lando que fue este club un derivado de la Sociedad Patriótica de Agricultura y Eco-
nomía que había instituido la Junta Suprema de Venezuela el 14 de agosto de
181072 y que serían, primero Francisco Espejo y más tarde Miranda quienes le da-
rían el carácter de club político. 73 Citando una diversidad de juicios sobre la So-
ciedad de aquella primera época concluirá reiterando su decisivo papel para lograr
la independencia absoluta, afirmando que:

Cuando los débiles vacilaban y los tímidos se escondían, quedaba sólo en pie la Socie-
dad Patriótica, que( ... ) vino a ser el ariete que día y noche batía el trono español en
Venezuela( ... ) Apenas instalado el Congreso se halló entre dos corrientes: la una que

nisterio de Educaci6n, Caracas, 1978 (segunda edici6n). Allí muestra la incidencia de los textos de la
conspiraci6n en las constituciones de Mérida de 1811, la Federal de 1811, la de Barcelona Americana en
1812 yen la de Angostura en 1819. En cuanto a los autonomistas caraqueños de 1808, véanse los siguien-
tes trabajos: Ricardo BEJARANO, 1925, Orígenes de la Independencia suramericana, Colombia, s.p.i.; Angel
Francisco BRICE, 1968, "Estudio Preliminar", en Conjuración de 1808 en Caracas para la formación de una
Junta Suprema Gubernativa, Venezuela, ediciones del Instituro Panamericano de Historia y Geografla,
núm. 14, 2 volúmenes. Del mismo Instituto (IPGH) y con el mismo título, publicaci6n núm. 3, Caracas,
1949 y Carole LEAL CURIEL, 1997, "Juntistes, tertulianos et congressistes: sens et portée du public dans le
projet de la Junte de 1808", en Histoire et Sociétés de l'Amérique Latine, núm. 6, novembre, pp. 85-107.
71 GIL FoRTOUL, 1964., pp. 248-252.
72 Gaceta de Caracas, 1983, vol. ll, viernes 24 de agosto de 1810, núm. 114, tomo ll. Esta so-

ciedad comenzaría realmente sus actividades el 23 de febrero de 1812, según lo registra la Gaceta del
25 de febrero del812.
73 DUARTE LEVEL, 1911, p. 266.
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 249

lo arrastraba a la independencia capitaneada por Miranda y empujada por Coco Paúl;


y la otra, moderada, que temía la imposibilidad de reprimir los ardores de una juven-
tud fogosa y más que todo los excesos de la plebe y de la gente de color. 74

Duarte Level insistirá sobre la descripción de la primera manifestación públi-


ca de la Sociedad Patriótica que ya había ofrecido en 181 7 Palacios Fajardo, y ha-
bía repetido Juan Vicente González en 1865, aunque en su caso avivará el cuadro y
lo transformará para presentarlo como el inicio, en los hechos, de la independencia:

el acto resultó imponente. Miranda iba a la cabeza llevando un gran pendón amarillo
que desde entonces vino a ser la divisa de los republicanos; en contraposición a la de
los espafioles que era roja. Los retratos del rey de Espafia y los emblemas del poder es-
pafiol fueron arrancados y destruidos: por primera vez se gritó en las calles 'abajo el ti-
rano', 'abajo los espafioles'. Los estudiantes quemaron los retratos de Femando VII
(. .. ).Aquel fue el principio de la independencia.75

Un año después, en 1909, Gabriel E. Muñoz borroneó unos "papeles" que hoy
constituyen la única biografía escrita en Venezuela sobre Domingo Monteverde. En
ellos el autor examina retrospectivamente lo que había sido el primer ensayo repu-
blicano de Venezuela. Muñoz poco dice de la Sociedad. Apenas reproduce las im-
presiones que le causaran a un viajero de paso por Caracas, el escritor inglés Richard
Colburn, "algunas de las sesiones tumultuosas de la Sociedad Patriótica'' en las que
se trataba "la separación de su país del reino de España". 76 Muñoz, al igual que lo
harán otros autores, exalta la función de este club "que tanto contribuyó a la decla-
ratoria de la independencia''. 77 El lugar argumental acerca del decisivo papel juga-
do por la Sociedad Patriótica para declarar la independencia se había asentado.
El historiador de la primera república de Venezuela, Caracciolo Parra-Pérez,
publicaba en 1939 la primera edición de su monumental obra sobre esa república.
Haciendo uso de diversas fuentes de época, amén de estudios posteriores sobre el
periodo, entre los que está la obra de Lino Duarte Level, inscribe los orígenes de la
Sociedad en el contexto de las "sociedades de amigos de la Patria'' que se habían
creado en España durante el periodo de Carlos III. La de Caracas se transformaría
en un club político a la francesa por la intervención de Miranda, junto a la del "ar-
diente" Francisco Espejo. 78 De hecho, Parra Pérez, al igual que los autores prece-
dentes, lee en las acciones políticas de la Sociedad Patriótica una creciente tensión
entre los socios de ese club y los "tímidos" diputados del Congreso, presión que se

74 Jbidem, pp. 268-773.


75 Jbidem, p. 270.
76 Mufloz, 1987, p. 143. Tomado de la obra Travels in South America, Richard Colburn, Lon-
dres, 1813.
77 lbidem, p. 137.
78 PARRA-P~REZ, 1959, como II, pp. 25-26.
250 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMJ!RICA LATINA, SIGLO XIX

expresa principalmente por la urgencia de los asociados en declarar la independen-


cia absoluta. Repite, usando como fuente la obra de Duarte Level, el lugar de la ce-
lebración de la Sociedad para festejar el primer aniversario del 19 de abril.7 9
En la década de los años cuarenta, Héctor Parra Márquez publicaba una bio-
grafía de Francisco Espejo. Allí refrendaba el "lugar" del jacobinismo subrayando
el activo papel que Espejo ejerciera como "alma de la Sociedad", de esa "especie de
club revolucionario al estilo de los Jacobinos en Francia". 80
Por su parte, el abogado e historiador chileno Francisco A. Encina publicaba en
1958 su obra Bolívar y la independencia de la América española. 81 Explica Encina los
orígenes de esta Sociedad, inscribiendo su nacimiento -al igual que lo había hecho
antes Parra Pérez- en el contexto de las sociedades patrióticas o filantrópicas de
Amigos del País que habían sido fomentadas por Carlos IlI en la segunda mitad del
siglo XVIII en España con el fin de estimular las industrias y las artes. Con ese espí-
ritu -afirma Encina- decreta la Junta Superior de Venezuela la creación de la So-
ciedad Patriótica de Agricultura y Economía, la cual "por sugestión de Miranda, el
exaltado doctor Espejo y otros admiradores, procedieron a organizar en su reempla-
zo la "Sociedad Patriótica'', en la cual se congregaron los partidarios de la indepen-
dencia absoluta''. 82 Señala Encina que ella fue la responsable de apresurar la inde-
pendencia absoluta; decisión que, a su juicio, compartían muchos miembros del
Congreso aunque fuese inevitable el choque entre éste y aquella Sociedad devenida
en club político, pues de acuerdo con la composición del <;:ongreso de 1811:

y con el convencimiento de que la independencia sería el corolario obligado de la pér-


dida de España( ... ), en vez de apresurarse a declarar la independencia(. .. ), el Con-
greso concentró su actividad en el proyecto de carta constitucional( ... ). Dadas las di-
vergentes orientaciones del Congreso y de la Sociedad Patriótica, el choque entre
ambas entidades tenía fatalmente que producirse( ... )". 83

El choque Congreso-Sociedad se inicia -en opinión de Encina- en torno a


la declaratoria de la independencia absoluta "que el Congreso deseaba aplazar y la
Sociedad precipitar", lo que finalmente logró a través de las continuas intimidacio-
nes de los miembros de la Sociedad contra los del Constituyente. 84 Y Encina, con
el fin de mostrar el peso específico de este club, emplea, al igual que lo hicieran his-
toriadores precedentes, el lugar argumental del modo de celebrar esta Sociedad el
primer aniversario del 19 de abril en Caracas. Una vez más, se recurre, sin referen-

79 Jbidem, pp. 35-36.


80 PARRA MARQUEZ, 1954, p. 72. He consultado la segunda edición.
81 El título completo es Bollvar y la independencia de la Ambica española: La primera República
de ~ne.zuela. Bosquejo psicológico de BoUvar, Editorial Nascimento, Santiago de Chile, 1958.
82 ENCINA, 1958, pp. 166-167.
83 Ibídem, pp. 168-169.
84 Ídem.
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 251

cia explícita, tanto a la descripción originalmente pintada por Manuel Palacios Fa-
jardo en 1817 como a la reformulada por el general Lino Duarte Leve! en 1908.
No es sino hasta 1968 que se aclarará la confusión que había introducido
Lino Duarte Leve! entre la Sociedad Patriótica de Agricultura y Economía crea-
da por la Junta en 1810 y el club político que se llamó la Sociedad Patriótica.
Carlos Miguel Lollet, en un estudio sobre la bolsa de comercio en Venezuela, se
encargará de disipar, a partir de un acucioso trabajo de archivo, los equívocos
que condujeron a tal confusión. 85
El médico e historiador José Rafael Fortique publicaba, en 1969, una biogra-
fía de Vicente Salias, miembro conspicuo del club político de la Sociedad y uno de
los redactores del periódico El Patriota de Venezuela. En ella afirma, sin referir fuen-
te alguna, que las actividades de esta Sociedad fueron casi nulas durante el año de
181 O, pero una vez llegado Miranda a Venezuela, "se dio a la tarea, en las prime-
ras semanas de 1811, de transformarla en una institución llena de vitalidad donde
los asuntos políticos eran tratados muy crudamente( ... ). La Sociedad se convirtió
entonces en una especie de foro popular, reunión de los jóvenes radicales de Cara-
cas, donde efectuaban sesiones de encendido tono". 86 Fortique recurrirá a los lu-
gares historiográficos que ya se han asentado: la impaciencia revolucionaria de la
Sociedad para apurar la declaratoria de independencia, la radicalidad de la tertu-
lia, la presión que ejerciera sobre el Congreso.
Para 1970 aparecía la primera edición de la Historia fundamental de Venezue-
la del historiador José Luis Salcedo-Bastardo. 87 La obra ratifica el papel de radica-
lismo separatista jugado por la Sociedad Patriótica de Caracas y su presión sobre la
Junta Suprema. Evalúa también la actuación de Miranda en dicha Sociedad, la cual
-señala Salcedo- "utiliza como medio y es por obra de Miranda que la Sociedad

BS L!.OlLElT, 1968. El club político llamado Sociedad Patriótica-explica Lollet- no fue, como
han creído muchos historiadores, "una transformación revolucionaria de la que había creado el gobierno
supremo". Véase el expediente: "Caracas, 1805", expediente obrado sobre el establecimiento de una casa
de Bolsa y recreo de comerciantes y labradores en esta ciudad". Entre las confusiones que disipa están: pri-
mera, que la Sociedad Patriótica nada tuvo que ver con una anterior a ella, llamada Sociedad de Amigos
del Comercio que se había esrablecido en 1805; segunda, que tampoco guarda relación alguna con la pos-
terior Sociedad de Agricultura y Economía, creada por Roscio y la Junta de Gobierno de 1810. El equí-
voco se produce --explica este autor- en parte por el nombre de la esquina y calle de Sociedad, así lla-
mada por haber sido la sede de la antigua Sociedad de Amigos del Comercio instituida en 1805, y algunos
historiadores creyeron que el origen del nombre de esa esquina y calle se debía a que allí había funciona-
do el club político de la Sociedad Patriótica. Ésta en realidad operó desde la esquina de Las !barras, en la
casa que habitara el depuesto presidente, gobernador y capitán general de la provincia de Venezuela, don
Vicente Emparan. Sobre los orígenes de esa confusión, véanse: Key Ayala "Los nombres de las esquinas de
Caracas", en Tradición y tradicionistas: contribución alfolklorr vmey,o/ano, Imprenta Bolívar, Caracas 1926;
C. Clemente Travieso, Las nquinas dr Caracas, Talleres Gráficos de México, 1966 (segunda edición); J.R.
FoJmQUE, Vicente Salias, Editorial Universitaria de La Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela, 1969.
86 FoRTIQUE, 1969, pp. 75-83.
87 Cito aquí la quinta edición publicada por la Biblioteca de la Universidad Central de Venezue-

la, Imprenta Universitaria, Caracas, 1976.


252 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

Patriótica se franquea a los pardos, a los mulatos y hasta a los esclavos; con él están
los jóvenes más vehementes".88
Un año más tarde, 1971, se publicaba en cinco volúmenes la Historia de Yé-
nezuela del historiador Guillermo Morón, quien se hace eco igualmente del peso
de esta Sociedad, de la cual dice que "fue un centro de agitaciones políticas, que
presionó al Congreso para tomar la decisión independentista". 89
Finalmente, en 1988, se publica el Diccionario de historia de Yénezuela. 90 La
entrada que registra sobre la Sociedad Patriótica corrige algunos de los equívocos
precedentes, resefíando que este club patriótico, distinto a la Sociedad Patriótica de
Agricultura y Economía que había establecido la Junta Suprema en 1810, ha de-
bido ser creación de Miranda y Bolívar junto con el francés Pedro Antonio Leleux,
quien había llegado a Caracas en diciembre de 181 Ocomo secretario de Simón Bo-
lívar. Es una organización -sefíalan los autores de la entrada- "de carácter radi-
calmente revolucionario" que llegó a incluir a "morenos". Dicho club realizaba se-
siones en las que participaban todas las clases sociales al igual que contó con la
asistencia de mujeres y sirvió para ejercer presión ante las "personas timoratas que
expresaron su preocupación de que la independencia abriese la puerta de la anar-
quía". La entrada del Diccionario recoge la habitual narración de los excesos de esta
Sociedad en relación con los festejos del primer aniversario del 19 de abril, sefía-
lando que los socios levantaron un árbol de la libertad para conmemorar la fecha
y expusieron en la fachada de su sede "retratos de Manuel Gua! y José María Espa-
ña, identificándose así la organización con las ideas igualitarias de los promotores
del movimiento revolucionario de 1797" .91
Relata igualmente la percepción de las tensiones entre el Congreso y la Socie-
dad, interpretación que ofrece e ilustra a partir de la primera intervención pública
que se conozca de Bolívar, quien pronunciaría ante la Sociedad un vehemente dis-
curso en el cual negaba la idea de la existencia de dos congresos:

No es que haya dos Congresos. ¿Cómo fomentarán el cisma los que conocen más la
necesidad de la unión?( ... ) Se discute en el Congreso nacional lo que debiera estar de-
cidido. ¿Y qué dicen? Que debemos comenzar por una Confederación, como si todos
no estuviéramos confederados contra la tiranía extranjera. Que debemos atender los re-
sultados de la política de España, ¿qué nos importa que Espafia venda a Bonaparte sus
esclavos o que los conserve, si estamos resueltos a ser libres? ( ... ) ¡Que los grandes pro-
yectos han de prepararse en calma! Trescientos años de calma ¿no bastan? La junta pa-

88 SALCEDO-BASTARDO, 1976, PP· 283-285.


89 MoRON, 1984, tomo V, pp. 134-136, tomo V.
90 Obra colectiva bajo la dirección del historiador Manuel Pérez Vila, la cual contó con la parti-
cipación de más de 300 historiadores y especialistas, editada por la Fundación Polar, Caracas, 1988.
91 Diccionario de historia de Vmezuela, 1988, "Sociedad Patriótica", tomo III, pp. 608-610. Y,

en efecto, los retratos de Gual y España fueron los símbolos que presidieron la sala de reuniones de la
casa donde funcionaba la Sociedad Patriótica.
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 253

triótica respeta como debe al Congreso, pero d Congreso debe oír a la junta patrióti-
ca, centro de luces y de todos los intereses revolucionarios. 92

Ese discurso será la piedra angular sobre la que se perfilará la idea, que ya he-
mos apuntado anteriormente, del choque entre el Congreso "dite timorato" y la
"revolucionaria" Sociedad Patriótica.
Del recorrido propuesto a través del examen sobre la manera como fue perci-
bida en su época la Sociedad Patriótica y la posterior producción historiográfica de
los siglos XIX y xx, quisiera hacer algunas consideraciones. Por una parte, en lo que
se refiere a la percepción de los contemporáneos de la Sociedad, esa visión conden-
sa ciertas reiteraciones que alimentarán la historiografía posterior. Entre ellas subra-
yo las siguientes: en primer lugar, el uso repetido del calificativo de club a la fran-
cesa o jacobino para describir las actividades de la Sociedad, lo que se discurre en
conexión al miedo a las mezclas de castas heterogéneas, esto es, a la admisión de par-
dos y mulatos en las sesiones públicas de la Sociedad Patriótica; y, ambas, se vincu-
lan a la presencia de Miranda. En segundo lugar, la insistente acusación de las ac-
ciones de la Sociedad como escandalosas está asociado a unas prácticas sociales que
se perciben como prácticas jacobinas; en tercer lugar, el señalamiento de los testimo-
nios relativo a la presión que ejerciera la tertulia patriótica sobre el Constituyente de
1811, particularmente en lo tocante a la declaratoria de la independencia absoluta.
Por otra parte, la elaboración historiográfica del XIX y XX sobre la Sociedad re-
sume un conjunto de lugares argumentales con respecto a esa tertulia política. Me
detendré en dos: primero, todas las presentaciones inscriben la tensión entre el
Congreso y la Sociedad en atención a la premura de la Sociedad confrontada con
la debilidad que le imputan al mismo para declarar la independencia absoluta; de
allí que el discurso que pronunciara Bolívar en una de las sesiones -por cierto,
pieza que ha sido mitificada como parte de la clarividencia que se le ha atribuido
al Libertador- y la reiteración sobre la celebración del primer aniversario del 19
de abril constituyen claves interpretativas para probar el carácter revolucionario de
la Sociedad Patriótica. Esa lectura asume como supuesto no discutido que la decla-
ratoria de independencia fue una consecuencia obligatoria de esa eventual presión
de la Sociedad, y desatiende, por una parte, las tensiones internas del Congreso so-
bre la conveniencia o no de declarar la independencia --que conducen a repensar,
por ejemplo, el alcance y límites de la representación de los diputados tal y como
lo exhiben las intervenciones del padre Maya, diputado por La Grita- y, por la
otra, las posturas individuales de una buena parte de diputados que, no siendo
miembros de la Sociedad, presionaba por una decisión separatista inmediata.
Segundo, la interpretación que ofrece Gil Fortoul en lo atinente a la confronta-
ción federalismo-centralismo como expresión de la tensión Sociedad-Congreso colo-
ca sobre la mesa de discusión de la época algo que sólo será tema de debate posterior,

92 Reproducido por GoNzALEZ, 1954, y por AUSTRIA, 1960.


254 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

pues la crítica a la república aérea y filantrópica se produce cinco meses después de ha-
ber caído la primera república. La plantea Bolívar en el Manifiesto de Cartagena de
Indias y uno de sus blancos fue, entre otros, el sistema federal; sin embargo habría que
interrogarse sobre el alcance que ha tenido ese documento para el juicio posterior de
buena parte de los historiadores venewlanos sobre nuestro primer experimento repu-
blicano y, especialmente, la segunda condena -por cierto, en una acción locutiva de
carácter oblicuo-- que formulara Bolívar en el Congreso de Angostura. 93

TENSIONES REPUBLICANAS: ENTRE LA IGUALDAD DEMOCRÁTICA


Y LAS VIRTUDES ARISTOCRÁTICAS

La producción historiográfica examinada deja de lado, sin embargo, aspectos cru-


ciales a la hora de analizar la importancia política que pudo haber tenido la Socie-
dad Patriótica en el breve periodo que corre entre 1811y1812. Uno de ellos, con-
cierne a la tensión que en efecto sí planteó la Sociedad en la manera de concebir la
igualdad en el ámbito de los lenguajes republicanos94 que están en juego durante
esa etapa. Para este club político no se trata del dilema de si se debe o no adoptar la
"invención" federal de los angloamericanos como señala Gil Fortoul; se trata de
cómo se debe entender la igualdad en la república y cómo ésta se vincula al senti-
miento del "patriotismo". Otro aspecto, a mi juicio desatendido, es el largo debate
sobre la división de la Provincia de Caracas, también inscrito en el ámbito del de-
bate político sobre el republicanismo, y la postura antidivisionista de la Sociedad
Patriótica que se expresó por medio de algunos diputados miembros de ese club y
en abierta confrontación con otros diputados que no pertenecían a ella. Igualmen-
te ha sido descuidado el alcance del significado del uso lingüístico del "jacobinismo"
en el contexto político-discursivo del reto de edificar una república virtuosa bajo
principios liberales. El uso reiterado de la voz "jacobino" o "club a la francesa" con
el cual se califica (o descalifica} a la Sociedad Patriótica hay que leerlo, sugiero, a
partir de varios planos. Por una parte, el que concierne al miedo francés, esto es, al
que expresan los voceros monárquicos y voceros americanos moderados para refe-

93 En Venezuela sólo dos historiadores han propiciado una lectura critica de esa condena bolivaria-

na y sus respectivas consecuencias. Véase CARRERA DAMAS, 1960, "Los ingenuos pauicios del 19 de abril
y el testimonio de Bolívar", pp. 47-54, y CASTRo LEIVA, 1991, "La gramática de la Libertad", pp. 59-86.
94 En Venezuela, el tema del republicanismo ha sido atendido principalmente por Luis Castro
Leiva desde la perspectiva de la historia intelectual, quien ha logrado mostrar para el caso venezolano
el proceso de conjugación de diversos lenguajes políticos --el de la sociedad comercial y el lenguaje del
republicanismo cívico-humanista-- durante nuesuo primer ensayo republicano. Y define por lengua-
jes republicanos "un sistema de creencias y deseos, morales y políticos, centrados en una idea sustanti-
va de Libertad: que la libertad sólo es posible en el marco de la forma de gobierno republicana como
una obligatoria participación virtuosa en el cumplimiento de los deberes cívicos". Véase CASTRO LENA,
1989, 1991y1992, "The dictatorship ofvirtue or Opulence ofComerce", pp. 195-240, y 1999.
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 255

rir la presencia, "perniciosa", de franceses o de "afrancesados" como miembros in-


tegrantes de ese club y con ello el temor al contagio, particularmente al periodo del
Terror; pero, por otra parte, hay que leerlo también en el plano de una interpreta-
ción sobre los confusos eventos de la América española vistos desde la perspectiva
de un español que está librando su propia guerra de independencia contra la usur-
pación napoleónica al tiempo que está llevando a cabo la revolución contra el ab-
solutismo de l'Ancien Régimey también desde la perspectiva de un español ameri-
cano que ha jurado conservar los derechos de la Corona al tiempo que lucha por
conservar la autonomía provincial. Unos y otros son duramente atacados por la So-
ciedad Patriótica en su periódico El Patriota de Venezuela. Para ellos ha debido ser,
en efecto, escandalosa la presencia de pardos y morenos libres en las sesiones de la
Sociedad Patriótica, como igualmente escandalosos han debido ser los paseos cere-
moniales de un árbol de libertad, las quemas de los retraeos de los monarcas y en ge-
neral la destrucción de los símbolos regios en el ámbito de esa sociedad tradicional
y religiosa que está librando su propia batalla simultánea contra la invasión y el ab-
solutismo. Pues hay que tener presente que la disposición para comprender la idea
de escándalo en ese contexto discursivo, teológico-político, es inseparable de la idea
del orden político y religioso, y su evaluación fue pensada a la luz de la idea de pe-
cado, esto es, como incitación al mal ejemplo que produce la acción escandalosa. 95
Pero el jacobinismo también ha de ser valorado desde la perspectiva de quie-
nes abogan por la independencia absoluta y la construcción de la República como
único modo, ético-político, para vivir en libertad, pero que tienen presente, y lo te-
men, el proyecto de la república igualitaria que cobró cuerpo y fuerza en la provin-
cia de Caracas durante el movimiento republicano de Gua! y España en 1797; que
también temen la amenaza de la facción, la pasión de la ambición y la eventual uti-
lización política de la heterogeneidad de las castas. De allí que los comentarios de
Juan Germán Roscio en su larga carta a Andrés Bello exhiba una clave decisiva
para comprender la desconfianza de Roscio hacia esos "movimientos democráticos,
e indiscretas murmuraciones de igualdad" que le atribuye a Miranda. Converge-
rán, paradójicamente, cirios y troyanos en la crítica al jacobinismo de la Sociedad
Patriótica: Francia es el antimodelo por excelencia como bien lo muestran diver-
sos debates que tuvieron lugar en el Congreso y en los periódicos, particularmen-
te en la Gaceta de Caracas. La Sociedad Patriótica amenazaba con la "democracia'',
entendida en ese contexto como la igualdad extrema que conduce a la anarquía y
consecuentemente al despotismo tal como lo ejemplificaba Francia.
El repudio al jacobinismo expresa no sólo ese miedo a la igualdad extrema sino
también la amenaza que representaba la pasión de la ambición para la conservación
de la libertad. Dos polemistas anónimos ilustran el punto. Debaten en respuesta a
algunos escritos publicados en El Patriota de Venezuela. La primera de las polémi-

95 Sobre la disposición para evaluar el concepto de escándalo en el ámbito del orden colonial véa-

se LEAL CURIEL, 1992, "Los conceptos de orden revelado y escándalo público'', pp. 194-210.
256 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlT!CA DE AM11RICA LATINA, SIGLO XIX

cas versa sobre la precariedad de la república. El artículo, publicado en la Gaceta de


Caracas, advierte sobre los riesgos de perder la libertad conquistada y con ese pro-
pósito en mente invoca la historia para mostrar cómo todos los pueblos que por su
amor a la libertad han logrado romper las cadenas del despotismo, vuelven a caer
en él a causa

de la ambición de algunos hombres que aparentando ser amigos de los Pueblos, los de-
fensores de sus derechos, se hicieron caudillos de una facción empeñada en odiar y ha-
cerse odiosos a los hombres de bien, calumniándolos e inventándoles delitos y conspi-
raciones contra la libertad del Pueblo. 96

Previene el autor anónimo cómo y cuánto enseña la historia a conocer a los


hombres del presente por lo que fueron los de otros tiempos y otras repúblicas. Y se
apoya para ilustrarlo en ejemplos de la historia antigua -la tiranía de Psístrato en
Atenas o el triunvirato de Cayo, Pompeyo y Crazo en Roma-, pero también en lo
que enseña la moderna y para ello invoca el ancimodelo, la Francia de Robespierre:

ese monstruo que horroriza nombrarlo, duefio del Pueblo de París porque era dueño
del Club de Jacobinos, ( ... ). El Pueblo francés, quando creía que derramaba arroyos de
sangre por su libertad, forjaba con ella misma las cadenas que artificiosamente les po-
nía el malvado. ¿De qué modo fue engañado este pueblo? Con escritos que ponían la
licencia por libertad y el desenfreno por patriotismo. 97

En ese mismo texto se advierte a los lectores acerca de los peligros que corre
Venezuela de "perecer en la anarquíá' por efecto de los abusos que pudieran hacer
de la libertad los ciudadanos. Y agrega, repitiendo a la lettre, el libro VIII, capítu-
lo Il, De !'Esprit des Lois:

Dos escollos tiene que evitar una República libre, la desigualdad que conduce a la aris-
tocracia y el gobierno de uno solo, y la igualdad extrema que rompe todos los lazos y
vínculos de la sociedad, destruyendo el respeto y consideraciones tan necesarias entre
los Ciudadanos.98

La segunda polémica se cruza a varias voces a propósito de unas cartas escri-


tas en El Patriota de Venezuela por Juan Contierra, quien discurre en ellas sobre las

96 Gaceta de Caracas, 1983, vol. III, martes 21 de enero de 1812, p. 4, continuación del "Artícu-

lo comunicado".
97 Ídem.
98 Ídem. Examínese comparativamente la afirmación de Montesquieu en el libro y capítulo refe-

rido: "La démocracie a done deux esces a evicer: l'esprit d'inégalité, qui la mene al' ariscocratie, ou au gou-
vernement d'un Seul; et !'esprit d' égalité extreme qui la conduit au despotisme d'un seul. comme le des-
potisme d'un seul finir par la conquere", p. 244 del tomo I en la edición de Flammarion, París, 1979.
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 257

diversas acepciones en que se ha de entender la "dulce voz de Patriota". 99 Esas car-


tas produjeron dos tipos de respuestas, ambas publicadas en la Gaceta del gobier-
no. Una de ellas llega de la mano de un patriota respetable y viene desde Cumaná.
El cumanés anónimo reflexiona sobre el significado que "estos compatriotas nues-
tros del partido democrático" tienen de la democracia:

una loca presunción de llevar a la práctica principios abstractos y metafísicos, cuando


el mismo Rousseau, Gefe y Corifeo de ellos, asegura en su Contrato Social que la ri-
gorosa y absoluta democracia no puede establecerse sino en un pueblo de ángeles. 100

Principios que produjeron en Francia -agrega el escritor anónimo- infini-


dad de desastres. La igualdad absoluta, entendida en el sentido de que "individuo
en el estado de sociedad goce de los mismos derechos que pertenecen al hombre en
estado de naturaleza es una locura, es destruir la misma sociedad" sin posibilidad
de garantizar el derecho de propiedad ni la seguridad individual. La igualdad en la
república para este escritor anónimo, y en abierta oposición contra los que acusa
de falsos demócratas o defensores de la igualdad absoluta, supone que

para vivir en sociedad es indispensable que unos manden y otros obedezcan; que para
ser felices es muy importante que la autoridad sea depositada en Ciudadanos virtuo-
sos e ilustrados sea el que fuere su nacimiento, que todos los miembros de la repúbli-
ca puedan ocupar ese destino si se hallan adornados de esas cualidades; que no todos
tienen el derecho de elegir porque no todos tienen las circunstancias que se requieren
para llenar ese acto de la soberanía nacional, pero que todos tienen iguales títulos a la
protección del gobierno. 1 1 º
La segunda respuesta proviene de otro autor anónimo, que firma bajo el nom-
bre de Juan Sintrampas, quien arguye detestar "a los falsos demócratas que para ha-
cer papel y fascinar al pueblo son sus más ocultos enemigos; son unos enmascara-
dos egoístas que hablan de democracia para hacerse del aura popular; que gritan

99 Juan Contierra es un nombre ficticio de un afiliado de la Sociedad Patriótica de Caracas de

quien supongo, en virtud del contenido de sus cartas, ha debido ser diputado también del Congreso.
En la correspondencia distingue tres acepciones: una, el patriota que según el clero es el hombre que
ama la religión y el Estado pero hace del Estado y de la religión los resortes de la subsistencia y engran-
decimiento de las gentes que se consideran superiores a los demás; dos, los patriotas aristócratas, que
son aquellos que quieren que la patria se conserve segregada de la Metrópoli, que odian a los europeos,
pero que creen que ellos solos han nacido para tener galones, honores y figurar en la república: son los
patriotas para mandar. Y la tercera acepción son los patriotas que mal llaman "sanculottes, sin camisas
y jacobinos" porque son pobres, porque hablan con claridad quejándose de esos vicios y porque sólo
apetecen de la patria su felicidad. Véase El Patriota de Venezuela, núm. 3, en Testimonios de la época
emancipadora, 1961, pp. 381-384.
100 Gaceta de Caracas, 1983, vol. III, viernes 6 de diciembre de 1811, núm. 382, tomo IV.
IOI Ídem.
258 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX

º
para que les den empleos". 1 2 Juan Sintrampas, respondiendo a Juan Contierra, re-
clasifica las acepciones que este diera de la dulce voz de patriota y, apelando a ejem-
plos históricos, señala que patriotas fueron también en Roma aquellos que intriga-
ban para ser edil, tribuno, cónsul o dictador ostentando amar a la República cuando
sólo se amaban a sí mismos; patriotas en Venecia fueron los aristócratas aduladores
del dux, patriotas en Francia fueron Robespierre, Danton y Marat.
El miedo al jacobinismo es el rechazo a la igualdad extrema o absoluta, a la de-
mocracia "quimérica", de la que es acusada incitar la Sociedad Patriótica. Y en ese
sentido, la manifiesta tensión que la historiografía ha querido leer entre el supues-
tamente "timorato" Congreso y la "radical guardiana" Sociedad Patriótica habría
que inscribirla más bien en el contexto del debate sobre la igualdad en la Repúbli-
ca que sustenta dos concepciones antagónicas de República: la aristocracia de las
virtudes que defienden los articulistas anónimos desde la Gaceta de Caracas en con-
traposición con el "ardiente patriotismo" -el patriotismo igualador- por el que
abogan los miembros de la Sociedad Patriótica. 103 La igualdad del ardiente patrio-
tismo, la de los hombres "democratizados" entre sí mediante su amor a la libertad
-la concepción del "sentimentalismo ético" como la definiera Castro Leiva-
pondrá en juego el problema de la igualdad instrumentado por medio de la mar-
cialidad del republicanismo clásico. 104
En lo que concierne a la señalada influencia que este club ejerciera sobre el
Congreso, sólo subrayo que dicha interpretación terminó asentando una conexión
de causalidad entre la declaratoria de la independencia absoluta y las presiones de la
Sociedad Patriótica de Caracas sobre los dipucados. 10 5 Si se examinan con deteni-
miento las sesiones del Congreso y los temas que allí se venían abordando entre mar-
zo de 1811 -mes de su instalación- y el 5 de julio de ese mismo año, fecha que
marca la declaratoria de la independencia absoluta, el debate sobre la independen-
cia aparece concatenado al debate sobre el tamaño de la provincia de Caracas, tema
que se inicia como debate abierto a partir del mes de junio de 1811. 106 Las discu-

º
1 2 Gaceta de Caracas, 1983, vol. JII, martes 17 de diciembre· de 1811.
103 Esta concepci6n se expresa en diversos textos y se pone de manifiesto en más de una prácti-
ca ceremonial. Véanse a título ilustrativo "Reflexiones que se oponen al establecimiento s6lido del go-
bierno democrático en las Provincias de Venezuela y medios para removerlos", discurso cuya autoría se
le ha atribuido a Antonio Muñoz-Tébar quien fuera uno de los presidentes de la Sociedad Patri6tica de
Caracas. O el discurso que pronunciara Francisco Espejo durante el acto de instalaci6n de la Sociedad
Patri6tica de Barcelona Americana. También el discurso de Francisco Espejo durante el acto clvico de
las exequias de Lorenzo Buroz, miembro de la Sociedad Patri6tica de Caracas, caído en combate. Véa-
se El Patriota de Venezuela, núms. 3 pp. 371-377 y pp. 393-394 y el núm. 2, pp. 343-357, en Testimo-
nios de la época emancipadora, 1961.
104 Sobre la tensi6n entre las dos concepciones, la del "sentimentalismo ético" y la de la "ética ra-

cionalista'' véase CASTRO LEIVA, 1999, pp. 34-64.


105 Este lugar suele ilustrarse con el discurso que le fuera redirigido a este cuerpo por un miem-

bro de la Sociedad Patri6tica de Caracas, Miguel Peña, el 4 de julio de 1811.


106 Sesiones de los días 5, 11, 12, 18, 19, 20, 25 y 27 de junio de 1811. En la del 12 de junio
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 259

siones que suscita revelan que lo que está en cuestión es la desproporción entre el ta-
maño de la provincia de Caracas y el resto de las provincias, con el eventual riesgo
de la tiranía que ella pudiera ejercer en el naciente pacto de confederación. Se discu-
rre muy acaloradamente y sin que falte a la cita el barón de la Brede, el tamaño de
las repúblicas, lo que condujo a la necesidad de repensar las condiciones del pacto en
proceso de construcción y los problemas intrínsecos a la arquitectura del pacto. 107
Lo que quisiera resaltar sobre el punto es que el debate en torno a declarar o
no la independencia, nace en el contexto de discutir la naturaleza del pacto políti-
co que habría de fundar el nuevo Estado y como lo muestran las diferentes sesio-
nes del Congreso no proviene de una presión directa que ejerciera la Sociedad Pa-
triótica sobre el Congreso. Las dudas en el Congreso acerca de la declaratoria de
independencia provienen de otros derroteros, más del orden de la razón pruden-
cial; dudas que se fundan en varios tipos de problemas. Entre ellos, el origen que
justificara la declaratoria: ¿fue la prisión de Fernando VII o fue su abdicación lo
que le hizo perder sus derechos?; la naturaleza del mandato de los diputados elec-
tos: ¿estaban facultados para proceder a tal declaratoria y mudar de gobierno? o
bien ¿tenían un mandato limitado a la formación de un cuerpo conservador de los
derechos de Fernando VII?; o también el problema de ser acusados de perjuros,
pues dos veces se había jurado a Fernando VII, en 1808 y en 1810.
Para concluir, sugiero que lo crucial es reflexionar, más allá de la construcción
que produjo el imaginario del XIX prolongado hasta el siglo XX, acerca del peso que
sí pareciera haber tenido el debate de la supuesta amenaza democrática de esta So-
ciedad en el contexto de dos concepciones de igualdad en la República -la aristo-
cracia de las virtudes que defienden los patriotas anónimos desde la Gaceta de Ca-
racas y la de la patriotismo igualador de El Patriota de Venezuela, que se disputan en
medio de otras disputas por el poder -la pasión de la ambición, para emplear los
términos de entonces--, como parecen mostrarlo algunas de las polémicas mencio-
nadas cuando no los escándalos de muchas de sus acciones públicas. Reubicar ese
debate en el contexto de los lenguajes republicanos en pugna permitiría ampliar el

aparece abiertamente el tema y a partir del 25 junio comienza el debate sobre el mismo y durante éste,
varios diputados hacen referencia a que ya venia hablándose sobre el particular en sesiones anteriores
desde el 2 de marzo. Se retoma el 2 de julio y continúa hasta el 4 de julio. Véase Congreso Comtituyen-
te de 1811-1812, 1983, tomo 1, pp. 18-65.
107 La división de la provincia de Caracas supuso plantearse al menos tres tipos de problemas:

uno, ¡preceda ésta al pacto federal? y esta interrogante condujo a su vez a analizar la eventual convenien-
cia de hacerlo ahora o realizarlo más tarde. El Constituyente se escinde entre quienes alegan que sí la
precede -principalmente los defensores de la división- y quienes sefialan que no es condición indis-
pensable y que por el contrario corre el riesgo de derivar hacia la anarquía. Allí se ubican los diputados
que al mismo tiempo eran miembros de la Sociedad Patriótica. El segundo problema que plantea la di-
visión es si ella es competencia del cuerpo de la representación general del Congreso o sólo compete a
los diputados de la provincia. Terminó triunfando la segunda postura que era la abogada por la Socie-
dad Patriótica. Y el tercer problema concierne a la naturaleza de la decisión: ¿podía el Congreso deci-
dir la división sin declarar antes la independencia de Espafia?
260 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POL!TICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

espectro de la comprensión de esas tensiones que estuvieron presentes en ese primer


momento de la república. Y ello exigiría examinar también el problema de las cas-
tas, la estratificación homogámica entre los pardos, por ejemplo, y la posible vin-
culación que pudiera haberse dado entre esa concepción estratificada de una mis-
ma calidad y las eventuales alianzas políticas con sectores de la república de blancos
propietarios. ¿Fue acaso la Sociedad Patriótica la mediadora de esas alianzas en una
sociedad en la que apenas 20% de su población no pertenecía a las castas?, ¿sirvió
ella, con sus prácticas discursivas y ceremoniales, como vehículo apaciguador de las
presiones sociales del sector privilegiado de los pardos?
En trabajos anteriores he afirmado que tal vez un indicio, para explicar la ve-
locidad del proceso de ruptura que hace la Capitanía General de Venezuela con la
Monarquía, deba buscarse en la radicalidad igualitaria de este club político, en su "de-
mocracia quimérica''. Evaluar este club político-patriótico como una forma de socia-
bilidad política moderna entraña entonces analizar las tensiones conceptuales incoa-
das en los orígenes del proyecto político republicano de Venezuela. Ha señalado Pierre
Rosanvallon que el campo de la historia conceptual de lo político exige la restitución
de problemas y entre ellos el problema capital de la "indeterminación democrática''
que se expresa, entre otros aspectos, en la crisis del lenguaje político. Reflexionar so-
bre esa crisis, sobre el problema de definir nociones como la igualdad, por ejemplo,
ha de ser una de las tareas del historiador político hoy en América Latina, buscando
comprender cómo esa indeterminación "se inscribe en un sistema complejo de equí-
vocos y tensiones que estructuran desde su origen la modernidad política" . 108
Y como estamos reunidos en un coloquio que debate en torno a los caminos
de la democracia en América Latina y el papel que debe jugar la nueva historia po-
lítica, tal vez las tensiones que planteó la igualdad fomentada por este minúsculo
club político pueda ilustrar la reflexión sobre las ambigüedades, equívocos y ten-
siones que estuvieron al inicio del largo y paradójico camino recorrido por la de-
mocracia en Venezuela: en sus orígenes la Democracia "quimérica" amenazó la Li-
bertad y con ello el sentido ético-político de la comunidad vivida en República;
hoy, le acabamos de escuchar al profesor Carrera Damas, los demagogos populis-
tas amenazan la democracia moderna. Quizás el único camino cierto de la historia
política en América Latina exige que dilucidemos, rastreando sus orígenes, los frá-
giles e inciertos caminos de la democracia en el continente.

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Río DE JANEIRO, 1810-1830

IARA Lrs FRANco ScHIAVINArro*

El cuadro de Pedro Américo sobre la independencia del Brasil, Independencia o


Muerte, estableció la imagen del gesto, del héroe, del local y de la necesidad de la
acción decisiva y militar que declarase la independencia. Pieza fundamental del
Museo Paulista, en Sao Paulo, el cuadro repite, en el presente y en lo aleo de la co-
lina del riachuelo Ipiranga, el mismo acto fundador para el Brasil. Elaborado por
medio de una serie de referencias de la pintura histórica y académica de los ocho-
cientos, el cuadro definió una primera y única escena del hecho histórico que ins-
tauraría la nación. La importancia alcanzada por la obra y su masiva divulgación
mediante carteles, libros didácticos, propagandas oficialistas o no, en el cinema y
en la televisión, acabaron por convertirla en la imagen del propio evento.
Entre 1820 y 1870, las interpretaciones y representaciones del acto fundador ya
habían cambiado. Algunas veces, Don Pedro portaba la Constitución en la mano y
en alto, a veces la espada, acompañado o no de soldados, con gente de la calle salu-
dando la novedad o no, en lo alto de la colina del Ipiranga, en primer plano o más
al fondo, en terreno llano, con o sin el riachuelo. Además, no había una única ver-
sión de lo ocurrido. Se intentaba sistematizar su "verdad histórica'' y, al mismo tiem-
po, transformar el 7 de septiembre en feriado nacional, en el mayor feriado nacio-
nal. Este discurso visual, entremezclado con otros discursos históricos y literarios,
contribuyó para que otras formas públicas de efectuación y formalización del pro-
ceso de autonomización del Brasil quedasen en la oscuridad. De cierta manera, los
éxitos posteriores del liberalismo y del Estado centralizado contribuyeron para que
en el calor del momento, en el mismo e intenso instante de cambios, las elecciones
y disputas políticas fuesen interpretados y juzgados a partir de sus propios sucesos y
de su régimen de verdad.
En ese sentido, conviene averiguar sobre esa oscuridad y, ahí, toda una red de
sociabilidad emerge y adquiere sentido la discusión sobre la noción de sociabilidad.
En sí, la sociabilidad permite visualizar la esfera pública, el foro íntimo de cada
uno, las relaciones trabadas entre ellas y sus distensiones. Favorece para que el es-
tudio no se restrinja a la política institucional o centrada apenas en el Estado, en
los partidos; en la nación, en las relaciones mecánicas o deterministas entre los go-

* Profesora dd Departamento de Multimedios, Universidad Estatal de Campinas.

[265]
266 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMIORICA LATINA, SIGLO XIX

bernantes y los gobernados. Más bien, los aprecia en medio a la creciente Opinión
Pública, como categoría clave del primer liberalismo constitucional, marcando los
enfrentamientos y las alianzas, las negociaciones y los sujetos involucrados. Ade-
más, la discusión pautada por la sociabilidad considera la configuración de las
identidades y las relaciones de pertenencia, las tradiciones políticas, a la que se les
denomina como nuevas o se les condena al olvido. De esta manera, aparecen los
modos de gobernar la vida colectiva, con sus normas, coerciones, censuras y exclu-
siones, que atraviesan la ley instituida hasta el cotidiano. Al mismo tiempo, la so-
ciabilidad pone como pauta el tema de la obediencia consentida, el convencimien-
to a favor o contra aquel gobierno, evidenciando la actualidad de ese gobierno, sus
valores y eficacia. En esta perspectiva, la sociabilidad y los modos de gobernar se
transforman en cuestiones relevantes de la historia política. Además, la sociabilidad
trae consigo las razones de la acción política, sus proyectos y frustraciones, las sen-
sibilidades políticas y los sentimientos colectivos evocados en la experiencia vivida.
Grosso modo, la sociabilidad, por un lado, me parece un concepto clave para inda-
gar el campo de la política y, por otro, en el propio proceso de autonomización de
Brasil, fue una noción importante del debate político. Después, varios letrados, co-
merciantes y publicistas, entre 181 Oy 1830 en Río de Janeiro, utilizaron la idea de
sociabilidad para nombrar el cambio sufrido y la instalación de un nuevo pacto po-
lítico, capaz de engendrar la colectividad.
Esa red de sociabilidad en la coree de Río de Janeiro relacionaba iglesias, asam-
bleas, cámaras, teatros, tipografías, masonerías, sociedades secretas, academias lite-
rarias y el palacio real. Algunas veces, se alineaban, se entrecruzaban; en otras oca-
siones divergían, se apartaban y disputaban la prominencia en el escenario público.
En este artículo me gustaría destacar específicamente el lugar y los significados de
la plaza pública, considerándola en ese campo de sociabilidad más ampliado. ¿Qué
nos permite vislumbrar?
En la plaza se encuentra un intenso diálogo entre la liturgia política del Anti-
guo Régimen -cada vez más condenado por su carácter "despótico, atrasado, de
mal gobierno, deshonesto, monstruoso e injusto"- y la del primer liberalismo
constitucional, pautado en las concepciones de libertad moderna. Ciertos elemen-
tos morfológicos de esta liturgia que antes acompañaban a la autoridad real -pro-
clamación, oraciones, vivas, ademanes, reverencias- migraron y/o fueron (re)sig-
nificados en favor de los principios liberales. Entre 1820 y 1822, aparecieron con
frecuencia muchos himnos, proclamaciones, juramentos, oraciones, todas de cuño
constitucional, como esta Ave Maria Comtitucional:

Ave María, llena eres de gracia y sabiduría


El Rey es contigo, bendita tú eres entre las Constituciones,
Santo es el fruto de tu vientre
Santa Constitución, Madre de los Portugueses
Ruega por nosotros ahora
LA PLAZA PÚBLICA Y SUS SIGNIFICADOS. RlO DE JAN El RO 1810-1830 267

Y en la hora de nuestra muerte civil, o política


Amén.

Se consagraba la Constitución por una serie de palabras que antes se referían


sólo al monarca: "sagrada causa de la constitución, vivas a la constitución". En ese
campo semántico, la Constitución era relacionada al "árbol de la libertad", estruc-
turaba el "edificio social", era el "estandarte de la libertad", del "pendón" y del "gri-
to", con la finalidad de promulgar y propagar las nuevas virtudes cívicas. Hubo una
fuerte inversión simbólica por parte de los vintistas 1 en torno de la Constitución
y, después, en los debates políticos luso-brasileños, que también enaltecían a lapa-
tria a través de la Constitución, de la monarquia constituciona4 del contrato social,
del derecho natural y de los votos de obediencia y fidelidad. Los sentidos de la patria
y de la constitución iban progresivamente confundiéndose. Muchos juramentos e
himnos repetían: "morir por la patria, Independencia o Muerte, Constitución o
Muerte, Constitución de 1822, libertad o morir". Esas palabras venían acompaña-
das de lazos constitucionales, de los juramentos a la "causa del Brasil", contra "los
despotismos" y "desmanes de la metrópoli portuguesa". Una especie de escenifica-
ción pública y constitucional que intentaba inculcar una virtud de fundamental
grandeza, el amor a "la patria''.
Estas prácticas constitucionales ocuparon el escenario público, por medio de esa
tensión entre la liturgia política del Antiguo Régimen -del tiempo de antes y cada
vez más condenada a la superación-, y las celebraciones de la "Regeneración" cons-
titucional. Parte de la lógica de este primer ideario liberal consistió en capturar en el
discurso ajeno del pasado y/o del presente, los argumentos, formas, signos y repre-
sentaciones y (re)insertarlos en su propia perspectiva, de manera que pasasen a fun-
cionar y a tener una nueva eficacia política, a pesar de que aparentasen pertenecer al
adversario político, al pasado y al otro. En la plaza pública, estas tensiones afloraron
y aún empañan nuestra propia comprensión, debido a la convivencia de determina-
dos términos y a la dramática separación de otros, que llegan a convertirse en rup-
turas. Hubo ahí una abundancia de objetos simbólicos y sus significados, capaces de
conmover y convencer a los sujetos sociales envueltos. Esas tensiones y disputas sim-
bólicas materializaban el tiempo pasado, el presente, el momento inmediato y las
proyecciones para el futuro, articulando la memoria, el olvido y la historia.
Entre 181 O y 1830, Río de Janeiro -principal polo económico del Atlánti-
co Sur, mayor centro urbano con presencia negra, punto estratégico en la articula-

1 "Vinrismo" se refiere a los acontecimientos que tuvieron lugar en Portugal entre el pronuncia-

miento militar de agosto de 1820 en Oporto y la formación de la junta Provisórill do Governo Supremo
do Reino, y la abolición de la constitución liberal y la restauración del absolutismo en mayo de 1823.
"Vintistas", por consecuencia, se aplica a los actores políticos que apoyaron el movimiento liberal de ese
periodo. Uno de los puntos altos de éste es la reunión de las Cortes Gerais Extraordinárias e Constituin-
tes da Nllfíio Portuguesa, las "Cortes vinristas", en enero de 1821, que comienzan a gobernar en nom-
bre de Joáo VI, en esa la época residiendo cm Brasil (n.e.).
268 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMil.RICA LATINA, SIGLO XIX

ción de los negocios entre el centro, el sur y el sudeste de Brasil- vivió un "inten-
so tiempo festivo". Primero, con la llegada de Don Joáo. Su gobierno invirtió mu-
cho en la ritualización de su figura con la celebración de fechas cristianas, de los ca-
samientos y cumpleafíos reales, de la celebración del aniversario de su llegada y
entrada en Río de Janeiro, de la proclamación de Brasil como reino en 1815. Ha-
bía un largo calendario festivo durante el afio que ritualizaba escas fechas. Esa es-
trategia política se intensifica con su proclamación en 1818, al engrandecerla. La
proclamación sólo fue realizada después de las exequias de la reina y de la derrota
violenta inflingida a la República Pernambucana, que declaró su autonomía y fun-
dó, en la propia plaza pública y en un jueves de Pascua, un nuevo orden político.
En la documentación sobre Pernambuco de 1817 destaca la ruptura con la monar-
quía, la malquerencia por este gobierno. Se propuso la instauración de un gobier-
no republicano dirigido por personas sin las credenciales del Antiguo Régimen, de-
bido a que la monarquía dejaba de ser percibida, por muchos, como un elemento
de cohesión de la vida colectiva. Por primera vez, varios descontentamientos loca-
les y/o regionales ganaron una fuerce connotación política, al punto de fracturar
tanto al propio territorio del imperio luso-brasilefío como a la propia manera de
gobernar.
Esa mudanza política propició una especie de liberación de las actitudes de
buena parte de los habitantes de Pernambuco, Río Grande do Norte, Ceará, Paraí-
ba y Alagoas, y abrió las compuertas para que una serie de resentimientos, disgus-
tos y rencores fuesen expresados. En los procesos judiciales y relatos de 1817, los
denunciantes también reclamaban de las palabrotas, insolencias e irreverencias de
los negros, africanos y mulatos contra las "tímidas sefíoras" y los "sefíores en la ca-
lle". Tales conductas cotidianas transformaban la posibilidad de la revuelta de es-
tas camadas en una amenaza palpable y, ahí, el fantasma de Santo Domingo se ex-
tendía entre las élites. Contra el escenario político y público republicano ordenado
por el padre Joáo Ribeiro, contra el gobierno pernambucano y contra esa "plebe
turbulenta'', la violencia militar del gobierno joanino fue inmensa. Sólo después de
garantizar la unidad de su territorio en su "persona'', el cual ya había sido duramen-
te golpeado por la invasión francesa, Don Joáo se hizo proclamar, a costa de más
de 300 prisiones, muertes, ahorcamientos y profanación de cadáveres.
El gobierno joanino se esmeró en explorar el uso del escenario público, rela-
cionando la plaza pública, la iglesia, los cortejos y el teatro, con la finalidad de ex-
hibir la majestad y la habilidad de conciliar de Don Joáo. Las piezas teatrales de
181 O a 1815 abordaban la guerra del real y paternal mando contra Napoleón, ese
''Anticristo". En las piezas, como regla, la figura de Don Joáo surgía en retrato en
escenario abierto, incluso estando él en la platea. En esas piezas teatrales que en-
gendraban una dimensión de la política, su "persona'' venía a pacificar las guerras
entre Espafía, Portugal, Francia e Inglaterra y, en júbilo, el indio de América o el
indio de Brasil participaban enternecidos en la trama y salían, por fin, de su esta-
do de minoría política y comercial. Acto continuo, en la proclamación de 1818, los
LA PLAZA PÚBLICA Y SUS SIGNIFICADOS. RfO DE JANEIRO 1810-1830 269

discursos, juramentos, sermones, la gestualidad, el imaginario, la fecha de las Lla-


gas de Cristo negociada con el papado, destacaban la anuencia y la concordancia
de todos con la autoridad real, con la cual pactaban y a la cual exaltaban.
El escenario público en la plaza ocupaba un lugar central en la liturgia políti-
ca al punto que Don Joáo exige, primero, la entrada grandiosa de su gobernador y
también comandante militar en Recife, después de debelar a los revoltosos, para
luego ser proclamado con toda la pompa y circunstancia en la corte. Buena parte
de las descripciones de esa proclamación se valen de la categoría "público regoci-
jo", caracterizado por saludos con pañuelos blancos, lágrimas en los ojos y aplau-
sos incesantes. Ello indica un encuentro sublime entre el gobernante y su pueblo,
la alegre unanimidad y la discordancia enmudecida. El uso del "público regocijo"
en los testimonios de la época, impresos o imaginarios, acentuaba su legitimidad y
reconocía su capacidad de gobernar. De esta manera, las insurrecciones y los des-
contentos serían anulados ante esta prueba de espectacular aprecio. Es importante
matizar el vocabulario político de la época, sus especificidades, los términos que
coinciden y aquellos que se alejan, el que designa como límite del orden, el que
prohíbe y excluye, además de las interferencias de la comunicación. Por tanto, el
vocabulario político atraviesa los gestos y las palabras, percibidos en la esfera pú-
blica y en sus modos de transmisión, como parte efectiva de la narrativa política.
Esta preocupación con el vocabulario político, muestra afinidades y distensiones
que, voluntariamente o no, agudizan los enfrentamientos y/o las negociaciones y,
poco a poco, se puede percibir el surgimiento del sentido común, del conjunto de
. normas sobre el cual se moldea la propia vida colectiva, como si "naturalmente" de-
biese ser así. Este procedimiento muestra claramente una sintaxis política que pue-
de huir a nuestra contemporaneidad, debido a que para nosotros perdió sentido o
la olvidamos o nos parece menor o, por ser socialmente tan arraigada, no nos pa-
rece ser motivo de investigación.
Ocioso es decir que la plaza pública congregaba a toda la gente de Río de Ja-
neiro, negros criollos, mulatos, esclavos, africanos, libres pobres, libertos, indios,
señores, blancos, comerciantes, gitanos, marineros, soldados, un abanico étnico y
social muy diverso, capaz de suscitar temores entre los señores y autoridades. La
plaza debería comportarse como un teatro social a cielo abierto, ordenado, de pre-
ferencia, por la mise-en-scéne del protocolo real y por la recién creada Intendencia
de Policía. Esta representación de las personas era rearticulada en la iconografía de
la época por medio de las obras encomendadas a Thomas Marie Taunay y Jean-
Baptiste Debret, creando una especie de narrativa de los acontecimientos reales y
una imagen de consenso político. A partir de esto, ordenar la plaza, nominar su
gente, designar sus lugares, consistía en una tarea necesaria y contribuía para la no-
ción del rey que concilia y gobierna bien.
En lo más íntimo de la cultura política, era imprescindible que la mudanza
constitucional se expresase en la propia plaza pública. La autoridad instituida o que
se hiciese instituir no podría, de cierta manera y en un extremo, excluirse a su uso
270 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

y a su eficacia, bajo la pena de no poder comunicar su naturaleza, su finalidad y de


establecer las relaciones de obediencia. Las seguidas "adhesiones" a las Corees vin-
tistas en Belem, Salvador y en Río de Janeiro, entre 1820 y 1821, se produjeron
por medio de la plaza pública, en cuanto escenario político, a pesar de que ya ha-
bían sido acordadas en las sociedades secretas, en los comandos militares, en las ca-
sas, en las fincas, en las tipografías, entre familiares, compadres y agregados. En la
plaza, esa "adhesión" -expresión de la época- se convertía en evento político y,
por eso, histórico. Su configuración se dio en la plaza, con comandantes militares
y sus tropas marchando desde varios puntos de la ciudad hasta la plaza principal,
alineadas, embanderadas y armadas. En general, las tropas cercaban la plaza ape-
nas amanecía, sus oficiales negociaban con la cámara la adhesión a las Cortes vin-
tistas y sus términos. Allí mismo, proclamaban la adhesión, redactaban su acta, da-
ban vivas y salvas, hacían un cortejo y se sentían unidos en la inmensa "Familia
Luso-Brasileña'' y en el vintismo.
Así fue también en Río de Janeiro, a pesar del constreñimiento de Don Joáo VI
que se vio forzado a jurar las Corees y la Constitución. Meno male, gracias a la in-
tervención en plaza pública de Don Pedro, su hijo. En ese 26 de febrero de 1821,
por primera vez, salvo engaño, Don Pedro apareció para las élites con firmes inte-
reses en el eje de negocios capitaneado por Río de Janeiro en el Atlántico Sur, como
un líder, involucrado con las "cosas de Brasil", capaz de negociar políticamente con
diversos sujetos sociales. Las élites repararon también en su carisma junto a las tro-
pas. A parcir de ahí, hubo una retracción festiva alrededor de Don Joáo VI y una ex-
pansión pública de las palabras y gestos constitucionales ordenada por el Senado de
la Cámara, por los comandantes militares, padres y homens de grosso trato.
Desde esa "adhesión" a la Constitución en 1821 en Río de Janeiro, la tropa co-
menzó a establecer mediante la plaza pública y el juramento constitucional las ba-
ses de una relación de fidelidad y obediencia con la "persona'' de Don Pedro. La
"tropa" ocupó en la plaza pública, entre 1820-30, el lugar "genéricamente" llamado
de "pueblo". La vasta correspondencia entre la coree en Río de Janeiro y las muchas
localidades de Brasil transformaron, por regla, el pueblo en la tropa. Ella se refería
a la gente pobre, liberta, libre, esclava, de varias etnias, bajo un comando militar, re-
gido por códigos, regimientos, castigos corporales y por una tradición de la monar-
quía portuguesa, que la deseaba amiga del orden y sometida al trabajo compulsivo.
En la tropa, también se establecían lazos de solidaridad entre esa gente y/o con sus
comandantes; sin embargo, muchas veces las peleas y las rivalidades entre sus inte-
grantes escaliaban, ocasionando más años de servicio, castigos corporales y la fre-
cuente deserción. Tales sentimientos colectivos y pasiones, del entusiasmo a la cóle-
ra o decepción, ganaron un fuerce carácter colectivo y participaron de las prácticas
políticas y de los acros cotidianos que significaron la fundación de Brasil como un
cuerpo político autónomo.
Este primer liberalismo constitucional abrió un canal entre el gobernante y su
"pueblo", mediante la Constitución, por el sistema electoral, por la representación
LA PLAZA PÚBLICA Y SUS SIGNIFICADOS. Río DE JANEIRO 1810-1830 271

política y por la monarquía constitucional. Simultáneamente, ese ideario liberal


criticaba a los ministros y a los cortesanos en los moldes del Antiguo Régimen. Esa
crítica amoldó a una parcela del círculo palaciano de Joao VI y señalizó otra ma-
nera de sensibilidad política que ya beneficiaba principalmente a las élites luso-bra-
sileñas enraizadas en el centro, el sur y el sudeste de Brasil.
Ese debate constitucional inauguró y penetró fuertemente en la esfera de pro-
ducción y circulación de impresos, contribuyendo para la fundación de la primera
Opinión Pública en Brasil, considerada el reino que evalúa la marcha de la socie-
dad, la expresa colectivamente, espía al Estado y recuenta la historia de esa colecti-
vidad. Tales impresos informaban y orientaban la acción política, requerían la ad-
hesión del lector-oyente e instituían un espacio público moderno en el campo de
la política porque la lectura no se limitaba a una simple actitud silenciosa, indivi-
dual y privada. La circulación de los impresos y de los papeles, incluso los llama-
dos "incendiarios", ultrapasaba al público lector, difundiéndose por las tabernas,
boticas, tipografías, mercados, casas comerciales, cuarteles, por las provincias de
Brasil, por medio de los rumores, del oí decir, de la lectura en voz alta, de los tex-
tos fijados en los muros y postes, por el envío y adquisición de ejemplares, por la
reproducción en periódicos locales de noticias, artículos, carcas, traducciones, pu-
blicados antes en otros periódicos.
Esta amplia producción y circulación de periódicos, panfletos, catecismos, ser-
mones, pasquines, discutían por la primera vez, en el reino de la Opinión Pública,
el campo de la política, en cuanto una instancia autónoma, laica, relativa a la vida
colectiva. Muchos de esos escritos trataban de la participación política y pública en
nombre del régimen constitucional. Estos textos funcionaban como una especie de
manual de civilidad política y atacaban la reputación del absolutismo. En Río de
Janeiro, el padre Máe dos Homens Carvalho predicaba: "El poder absoluto, Seño-
res, no puede, ni podría, ajustarse con la Libertad Civil, con la nobleza del Ciuda-
dano, con la felicidad de la Patria'' .2
Lúcia Bastos y Kirsten Schultz3 observaron, en esa documentación, un juego
de antónimos, una serie de espejos invertidos, entre el tiempo de antes y el de aho-
ra, entre lo "constitucional" y lo "absolutista: jorobado x liberal, antiguo sistema
colonial x libertad, libertad x despotismo, libertad x tiranía''. Estos antónimos se
sobreponían y fueron repetidos en el universo social, creando constelaciones de
conceptos que a veces se reforzaban y a veces se excluían. Diseñaron una interpre-

2 El autor rechaza al Rey como Padre, encarándolo como Jefe y primer Magistrado de la Repú-

blica, condena a minisrros y Cortes del Antiguo Régimen, en una apuesta en favor del gobierno liberal.
Omfiío Je Acpio de GntfllS que na Solnnniáaáe do.Annivmario do dia 24 de Agosto, mandoda faur na rt:al
capela tiesta Corte por SAR, o Príncipe Regente do Brasil .. Río de Janeiro: lmprcssáo Nacional, 1821.
3 Lúcia Bastos, Corcundas, Comtitucionais e Pis-de-chumbo: a cultura polltica da Independmcia,
1820-1822, tesis de doctorado, Universidad de Sáo Paulo, 1992; Kirsten Schultz, "Tropica/Vmaillesn:
the Transfor ofthe Portuguae Court to Rio de Janeiro, Monan:hy and Empirt: (J 808-1821), New York Uni-
vcrsity, tesis de doctorado, 1998.
272 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

tación de lo que sería ahora legítimo y lo que se condenaba en el pasado, que ja-
más debería volver. Por otro lado, una serie de palabras funcionó en una relación
de yuxtaposición y en un juego de semejanzas: "regeneración", "libertad", "propie-
dad", "seguridad", "igualdad", "ciudadano", "cortes", "constitución".
Nació en los impresos y en los debates constitucionales una prohibición al pa-
sado absolutista portugués y al sistema colonial, enlazándolos. Los Manifiestos de
Agosto de 1882 firmados por Don Pedro, las cartas de diputados brasileños en las
Cortes portuguesas, sus pronunciamientos y otros artículos publicados en los pe-
riódicos de Río de Janeiro a partir de junio de 1822, acusaban a las Cortes portu-
guesas de proponer la "recolonización de Brasil" con la reorganización de la admi-
nistración pública y de la esfera de decisión. Se consideraba la "recolonización''
insoportable, causa de la fractura en la "Familia Luso-Brasileña".
De esta manera, la Regeneración política consistía en la gran divisa del tiempo
presente, inmediato, y se erigía en un proyecto político. Su principal sistematización,
presentada por el diputado vintista Borges Carneiro, 4 en texto que tuvo varios tira-
jes y lectores en los dos lados del Atlántico, se refería al pasado histórico e insertó las
Cortes Antiguas en un mundo de tradiciones y luchas por la libertad, reformulan-
do, así, su comprensión en el presente. Hubo una ruptura con el pasado porque no
buscó la restauración de las Cortes de los Tres Estados. Pero al mismo tiempo el pa-
sado no fue rechazado en su totalidad. Borges Carneiro escogió las Cortes Antiguas,
una experiencia del pasado que pautaba ahora el tiempo vivido y que evocaba la Re-
generación de cada uno y del cuerpo político, sin renunciar al pasado común.
El ideario desnudo del liberalismo constitucional ganó una dimensión trasa-
tlántica y estableció un nuevo vocabulario político. En 1817, según el relato en la
biografía de José da Natividade Saldanha, poeta y secretario de la Confederación
del Ecuador, "patriota exclusivamente designaba rebelde, reo de lesa-majestad de
primera cabeza'', blanco de la cacería real. A inicios de la década de 1820, el hom-
bre común se transformó en patriota, acompañado de los siguientes adjetivos:
hombre liberal, patriota constitucional, filántropo, amigo de la patria, patricio par-
tidario, patricio observador. Los catecismos políticos, juramentos, proclamaciones,
himnos y poesías declamadas, divulgadas y usadas principalmente en las celebra-
ciones en plaza pública, enseñaron los valores y la moral de ese patriota. En con-
traposición, el "vasallo" fue condenado al pasado por definirse solamente con rela-
ción a un rey absolutista, fue desterrado de la plaza, con sus trajes azules y rojos que
recordaban al Antiguo Régimen, con sus palabras de cortesano esclerosado. Nacía
el "súbdito-ciudadano" que deliberaba sobre el cuerpo político, principalmente
porque lo fundaba al pactar. En el plano de la representación política y con rela-
ción al patriotismo del súbdito-ciudadano, aparecía el "diputado", el "benemérito
de la patria", que luchaba contra los desmanes del absolutismo, de los nobles y clé-
rigos, debiendo también orientarse por la virtud y teniendo conciencia de su pa-

4 Portugal Regenerado em 1820. Lisboa: Typ. Lacerdina, 1820.


LA PLAZA PÚBLICA Y SUS SIGNIFICADOS. !ÚO DE JANEIRO 1810-1830 273

pel de representante. Se trata de un momento histórico interesante para enfocar la


redefinición de las identidades colectivas, su producción, su gestión y transmisión.
La noción de cultura política privilegia aquí la elaboración de una imagen de sí, in-
clusive siendo huidiza e inconstante, de la imagen del otro y de las dinámicas rela-
ciones allí configuradas. Aparecen las formas de reconocimiento dentro de lo co-
lectivo y delante de sí mismo, además de los lazos de pertenencia que intervienen
en estas identidades.
Ese vocabulario político y sus definiciones en la vida colectiva permean inten-
samente los impresos, los debates dentro de las asambleas, los procesos electorales
y también el escenario público. Porque los himnos designaban al objeto exaltado,
los arcos indicaban los lemas del momento, los gestos sellaban la fundación del
pacto social, fuese en los actos de adhesión, en las entradas de Don Pedro en Mi-
nas Gerais y Sao Paulo en 1822 y sobre todo en su proclamación realizada prime-
ro en Río de Janeiro y después en varias localidades de Brasil.
No se trata por tanto de encontrar en Don Pedro una estructura festiva en-
teramente nueva o que reniegue por completo de la de su padre. Sino de percibir
cómo otras celebraciones fueron activadas para significarlo y tenían en la plaza
una dimensión considerada la más pública, la que necesariamente decía para toda
la gente y la insertaba en el campo de la política. De cierto modo, la plaza públi-
ca se relacionaba cada vez más con el sistema electoral, la noción de asamblea y re-
presentación y cada vez menos con la consagración real, porque el gobernante se
encontraba y pactaba con su pueblo bajo la promesa de la Constitución.
Ya el arte efímero de esa liturgia estrechó, más y más, los lazos entre Don Pe-
dro y la figura de América, dócil y domesticada. Se desarrolló, entre él y la Améri-
ca, una relación amorosa, casi un enamoramiento. En un arco del triunfo en Mi-
nas, se proclamaba:

Dones, que negué a los Tiranos,


Acepta, mi Defamar,
Sumisión, y Fe Te juro,
Mi Primer Emperador.

Por las manos de Don Pedro y su constitución -el reino de la ley- América
podría salir definitivamente del reino de la naturaleza y vivir en sí y por sí el .gobier-
no de los hombres, la política instaurada. La sapiencia y madurez de América resi-
dían en poder discernir la tiranía y el buen gobierno, escogiendo el segundo como
prueba de su capacidad de civilizarse. Don Pedro se transformó en su Defensor Per-
petuo, de modo que la salvaguardase de los adversarios externos, y eso reforzaba su
aspecto varonil y heroico.
Las representaciones de América surgían entre 1822 y 1826, sobre todo en las
entradas reales, en la proclamación realizada en Río de Janeiro y en la masiva dis-
tribución del retrato de Don Pedro, providenciada por el ministro José Bonifacio
274 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX

de Andrada e Silva para varias regiones del Brasil, seguida además de la proclama-
ción en cada localidad. Si con Don Joáo, América venía acompañada de Lisia y
África, siendo personaje común en el teatro, ahora, desaparecían las referencias a
Portugal y América se volvía autónoma a costa de la "persona'' de Don Pedro. Él,
a su vez, se imbricó a la Constitución desde la adhesión de Río de Janeiro a las Cor-
tes el 26 de febrero de 1821. Puede quedar la duda, que atraviesa codo el Consti-
tuyente de 1823 y la Constitución otorgada en 1824, con relación a la naturaleza
y a la extensión del Poder Moderador, con relación a la definición y a la legitimi-
dad de su autoridad, con relación al uso de la violencia, pero entre canco la perso-
na de Don Pedro no conseguiría -ni podría- desvincularse de la Constitución,
corriendo el peligro de escaliar dada la contradicción que implicaría.
Las proclamaciones de Don Pedro junco a un amplio y diversificado orden de
discursos, escritos y orales, difundieron de repente y vehementemente el ideario del
primer liberalismo constitucional por la sociedad. Transmigraron de los panfletos,
catecismos, diálogos y periódicos, para discursos tan oficiales como los sermones o
aquellos de las ceremonias. Ese vocabulario político aglutinaba un conjunto de imá-
genes capaces de articular a la persona de Don Pedro a la figura del "corazón". En
1822, Don Pedro entró en Sao Paulo, en el día del corazón de María. Se amarró el
"generoso corazón" del visitante a Nuestra Señora. Frecuentemente, los discursos,
sermones y el imaginario, se referían a la figura del corazón, fuente de bondad, de
la sincera y de la verdadera justicia, que no se engaña ni se ilude con falsos argumen-
tos y testimonios hipócritas, órgano que aparece expuesto en las imágenes de la Vir-
gen y de Jesucristo, para mostrar el amor más puro y verdadero. Simultáneamente,
esa imagen remite a la fisiología del cuerpo político, porque se trata de un órgano
vital, en el cual la vida palpita. El corazón desempeñaba varias funciones en ese es-
cenario público. Aparecía relacionado con Don Pedro, o sea acompañaba y envol-
vía a su persona; latía en el pecho de cada brasileño, remitiendo al foro íntimo de
cada uno; mediaba los impulsos y las emociones entre gobernante y gobernado;
además de ser el órgano más sensible a los verdaderos afectos y sinceras emociones,
era insistentemente mencionado por los himnos y proclamaciones. Esa fuerce ima-
gen del corazón alude al amor cívico que congrega el cuerpo social, evitando su
rompimiento así como estaba pasando en la América española. Por lo tanto, esta pa-
sión política era socialmente aprobada y esperada.
Entre 1822 y 1826, por las manos de José Bonifacio, 5 se buscó crear una "si-
multaneidad festiva'' en la coree y en varias localidades. Esto se admitió como estra-

5 Al contrario de José Clemente Pereira, Gon~ves Ledo, Joao Soares Lisboa, )anuario da Cunha
Barbosa, el ministro José Bonifacio enfatizaba la consagración en vez de la proclamación, porque en ella
la figura real se sobreponía a la voluntad general, se agigantaba delante de la constitución a la cual Don
Pedro estaba irremediable e inevitablemente comprometido. La consagración se sobreponía a la procla-
mación porque evocaba una voluntad de Dios, designada desde la aurora de los tiempos, de forma in-
sondable a los ojos de los hombres, pero clara y lógica como la voluntad divina, además de ser la más jus-
ta y perfecta. En la proclamación, sabía Clemente Pereira, se enfatizaba la voluntad general, proclamada
LA PLAZA PÚBLICA Y SUS SIGNIFICADOS. RfO DE JANEIRO 1810-1830 275

tegia política, emprendida por la burocracia y administración de la corte, y conno-


taba un solo acto para una única patria, una misma manera de celebrar la liturgia po-
lítica. Las varias proclamaciones de Don Joáo VI, en 1818, no tuvieron la grandeza,
la dirección de Río de Janeiro, ni el volumen que se encuentra con Don Pedro.
La proclamación, no obstante, celebrada en Río de Janeiro con la presencia de
Don Pedro y después sistemáticamente repetida en otras localidades de Brasil, refor-
zaba el carácter cívico y la elección deliberada del nuevo gobernante que la adhesión
de las cámaras imponía o hacía parecer. En Campo de Santana, el 12 de octubre de
1822, en el acto de proclamación de Río de Janeiro, el presidente del Senado de la
Cámara Clemente Pereira explicó el sistema de adhesión:

era voluntad universal del pueblo de esta Provincia y de todas las otras, como se cono-
cía expresamente de los avisos de muchas Cámaras de( ... ) sustentar la Independencia
de Brasil, que el mismo Señor, Conformándose con la opinión dominante había ya de-
clarado( ... ) Emperador Constitucional del Brasil y su Defensor Perpetuo.

A su vez, las cámaras per se, instaladas por el gobierno en Río de Janeiro bajo
mando militar, repitieron la proclamación. Ella fundía el contrato social en la pro-
pia localidad, volvía visible y público lo que se había decidido en la cámara, en los
procesos electorales, en los acuerdos hechos entre los enviados por la corte con la éli-
te de la localidad, valiéndose para eso de una extensa red de parentescos, compadraz-
gos, casamientos, negocios, de las relaciones atravesadas por las sociedades secretas o
las tipografías, en fin por una esfera donde el secreto era la estrategia fundamental.
Ese acto público no se comportaba como otra cosa, como otro momento de la
figura de Don Pedro, sino que se mezclaba con la fundación de la "Monarquía
Constitucional". En este sentido, la proclamación de Don Pedro en cada villa adqui-
ría un doble significado: así como se enaltecía la independencia del Brasil también
se adhería al nuevo soberano. Se fundaba, por lo tanto, un cuerpo político autóno-
mo, sustentado en el "derecho natural" de cada uno, y en el cual sus participantes,
en principio, se reconocerían. En las guerras de independencia, en diciembre de
1822, Labatut amenazaba con marchar contra la Junta de un Piauí conflictivo con
batallones de cariocas, paulistas y mineiros, una vez que conquistase Bahía.6 Para
evitar ese mal, exigía:

por las cámaras, se resaltaba el pacto político, que convergía con la voluntad de Dios, pero delante de
ésta no se empequeñecía. Bonifacio adoptaba tal postura, me parece, porque combinaba con esta gente
tan heterogénea, porque reiteraba del pasado el mando paternal y proseguía con un fuerte argumento
presente en el gobierno joanino, que no debía sonar extraño a la población do Río de Janeiro: la volun-
tad divina, en sus misteriosos designios, había mandado para el Brasil, a Don Joao, la reina y su coree.
6 Pedro Labatut, militar francés llegado a América del Sur al finalizar las guerras napoleónicas. A
mediados de 1822 se incorporó como brigadier al ejército de Brasil para combatir a las tropas portu-
guesas que resistían en Bahía, e iniciar una larga y conflictiva carrera en el ejército imperial, del cual fue
reformado definitivamente en 1846. (n.e.).
27 6 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX

Vuestras Excelencias adamen inmediatamente al Emperador: no es una efímera fac-


ción quien les persuade, es el Brasil, unido en masa, es nuestra honra, es la divisa que
honrosamente tomamos, y que la tenernos en nuestros brazos transcrita, y fielmente
copiada de nuestros corazones; y si hubiera algún malvado que en esa Provincia se
oponga a la Proclamación del Emperador, cuente con no existir, yo haré marchar tro-
pas; y las bayonetas, cual fluido eléctrico, difundirán el calor del patriotismo y de la
honra brasilefía.

En ese acto público, bajo la gerencia de las "Provincias Coaligadas" 7 -como


se decía-, se plasmaban diversas identidades locales, étnicas y sociales, en una
identidad más general, continental: "Brasileño/ Brasílico / Brasiliense", modelan-
do una identidad que nombrase y sirviese a todas las personas, siempre y cuando
unida a la monarquía constitucional por medio de la persona de Don Pedro. Sin
embargo, las interpretaciones de esos actos públicos no se rigieron por la unani-
midad.
Las descripciones, publicadas en los periódicos de Río de Janeiro en octubre
de 1822, explicaban la proclamación en la corte con categorías matizadas. Eran
unánimes en el tema. Discordaban en las categorías políticas capaces de designar
el asunto. El periódico O Espelho privilegió el discurso de Clemente Pereira, por
destacar, en la proclamación, la unión constitucional establecida entre Don Pedro
y el Brasil, por medio de las adhesiones de las cámaras al pacto político. 8 Advertía
además que Don Pedro no podría caer en las decisiones despóticas o centralizado-
ras. Debería ser constitucional y gobernar con la Asamblea. O Espelho identificaba
además a los ciudadanos: aquellos que venían de los círculos joaninos, los procu-
radores de las provincias, miembros de las cámaras, consejeros de Estado, todos in-
sertados en la estructura política. La Gazeta do Rio de ]aneiro recalcaba la alianza
entre la patria y la dinastía de los Bragans;a, en una especie de adhesión espontá-
nea del pueblo. La Gazeta hizo de Don Pedro el hijo del país, que defendía el de-
recho de Brasil a ser una nación independiente, denunciaba el proyecto de recolo-
nización de las Cortes de Lisboa y enfatizaba que el Imperio de Brasil nada por las
manos de su hijo. De manera diferente, para el Correio do Rio de ]aneiro, la procla-
mación se definía por su carácter constitucional, sustentado en la soberanía popu-
lar, y abordaba poco la adhesión, diferente de lo que hacían la Gazeta do Rio de ]a-
neiro y O Espelho. Para el Correio, la proclamación envolvía ciudadanos de todos los
niveles sociales: los miembros y procuradores de las cámaras, las corporaciones, mi-
litares, tropas, gente de la calle, de diferentes etnias y condiciones sociales.

7 Como se autodenominaban las provincias de Minas Gerais, Río de Janeiro y Sáo Paulo.
8 Pereira, portugués de nacimiento, fue una figura clave para convencer al príncipe regente, Pe-
dro, a jurar la Constitución española de 1812, adoptada por las Cortes portuguesas, y a permanecer en
Brasil cuando éstas exigieron su retorno a la Península, desatando con eso d proceso de independencia
y la formación del imperio (n.e.).
LA PLAZA PÚBLICA Y SUS SIGNIFICADOS. Río DE JANEIRO 1810-1830 277

El tema de la "patria" ocupaba los periódicos, las discusiones en las cámaras y


asambleas, en el consejo de Estado, y adquiría su configuración en la liturgia po-
lítica, sobre todo en la plaza pública que expresase la fundación del contrato polí-
tico y sus protagonistas. La noción de "patriá' articulaba diferentes significados
geográficos, políticos y afectivos: la tierra donde se nacía, el amor a la tierra don-
de se vivía, el permiso de la localidad en participar de la soberanía, remitiendo al
origen del pacto, a la constitución, y la liturgia política capaz de designar y enal-
tecer a la propia patria. En ese horizonte, la noción de patria era atravesada por una
serie de identidades locales y regionales (bahianos, marafíenses, paulistas, minei-
ros) y por las referidas en el continente (brasilefíos, brasílicos, brasilianos). Además
de eso, la patria resultaba del fin del estatuto colonial, de la ruptura dentro de la
Familia Luso-Brasileña -mejor dicho, de la duda inquietante entre los años de
1822 y 1825-, y de los choques étnicos y sociales indicados, en general, por el bi-
nomio portugués-brasilefío.
Esas interpretaciones de las proclamaciones y su realización en la plaza públi-
ca sugerían quién podría ser considerado ciudadano. Se hablaba de tropas, pueblo
en armas, y se debatía mucho los requisitos para ser ciudadano. Se discutió mucho
quién podría ser elector, electo, o bien debía ser excluido de los procesos electora-
les, pues esto definía quién participaba de las esferas de decisión y en qué medida,
y de la redacción de la Constitución, quién allí estaría o no. Por otro lado, el súb-
dito-ciudadano, el emperador, las tropas, los diputados, los portugueses de naci-
miento y todos los brasilefíos, podían ser todos patriotas, una identidad política co-
lectiva que unía a todos, sin comprometerse con la igualdad o la libertad de todos.
Por consiguiente, en el escenario público se percibía un amplio y variado mosaico
de identidades colectivas y un esfuerzo considerable de la monarquía centralizado-
ra y unitaria por fijar determinadas concepciones de patria I patriota I brasilefío,
sus correlatos válidos y las jerarquías a las cuales estaban unidos.
Esa preocupación por designar al ciudadano remitía al acceso de la esfera de de-
cisión y a los debates sobre la Constitución y a su versión final. Sin embargo, se re-
fieren también a una dimensión de ese proceso de autonomización del Brasil poco
explorado: la presencia y actuación de la gente de la calle, de los esclavos, negros, afri-
canos, de negros criollos, mulatos, libres pobres, indios, libertos que ahí estuvieron.
Ellos escribieron peticiones a las cortes vintistas, preguntando si ellas significaban la
abolición de la esclavitud, si garantizaban el acceso a la tierra y el fin del trabajo obli-
gatorio de las tropas. También ocuparon las plazas, sobre todo en las regiones de
Pará, Maranháo, Pernambuco, Bahía. Se diseminó entre las élites la preocupación de
que un Santo Domingo se repitiese. En Maranháo, en un proceso judicial abierto
con relación a esclavos que estarían preparando una sublevación -apenas indicada
por comentarios en la calle y gestos cotidianos-, el declarante teniente-coronel Ma-
nuel de Souza Pinto contó que había oído decir que unos negros de Antonio José de
Souza andaban hablando en aquellos días de Santo Domingo. Al ser preguntados
por el señor, respondieron, ambiguamente, que "estaban hablando de un amigo lla-
278 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

mado Santo Domingo", lo cual no atenuaba el temor sefiorial o no esclarecía lo di-


cho. En Pará, se temía un levantamiento generalizado y sangriento de esa población,
que se evidenciaba ya en varios motines. En 1824, el ayudante de milicias Matheus
Vaz Pacheco fue expulsado de esa provincia porque había cooperado a favor de una
"revolución tendiente a la libertad de la esclavitud". Aún en ese afio, otra autoridad
alertaba sobre unos individuos, Cintra y Salinas, que estarían incentivando un nue-
vo "levantamiento de negros e indios". La noticia de la rebelión esclava en Cayena,
se difundió por el Pará por medio de impresos, de los relatos de los forajidos, de los
negociantes que contaban esa experiencia. En 1820, en la villa de Cametá, cimarro-
nes y desertores atacaron las áreas vecinas y las embarcaciones que pasaban. El go-
bierno reaccionó y detuvo a unos 500 esclavos. Se intensificó la vigilancia contra los
esclavos, los cimarrones, libertos, desertores, negros y las fugas crecientes entre Pará,
Maranháo, Pernambuco. Las autoridades espiaban la aproximación entre esa gente
y la soldadesca de las tropas, que también alistaban indios. En 1823, Belem aclamó
a Don Pedro, cortando sus lazos de fidelidad con las Cortes de Lisboa, bajo presión
militar y con una amplia movilización de las camadas pobres, libres y esclavas que
perturbaban mucho e incentivaban los temores sefioriales y un nuevo acuerdo inter-
no de las élites locales. Días después, las casas de comercio portuguesas fueron ata-
cadas y los saqueos crecieron en la región. Muchos portugueses consiguieron pasa-
portes para partir, mientras que otros armaron una guardia cívica para proteger sus
bienes y su integridad. La ciudad estaba armada y el espacio público se había trans-
formado, en cuestión de algunos meses, en un lugar de fuerte tensión social. Des-
pués de mucho ir y venir, ataques, saqueos, cuchilladas y discusiones, la represión
militar fue intensificada con la muerte de gente de la "plebe", de los "turbulentos",
de acuerdo con la documentación. En ese momento, se dio uno de los episodios más
dramáticos y violentos de ese proceso, 258 presos fueron asfixiados en los sótanos del
navío Palhttto, en Belem, por falta de aire, agua y un calor excesivo. Se recuperaron
252 cuerpos, muchos de los cuales mutilados. La masacre funcionó como un con-
trapunto, como el opuesto perverso de la liturgia política.
Una vez más la villa de Cametá presenció una inmensa agitación de los par-
dos, soldados, pobres libres, libertos, forajidos, esclavos, indios, desertores y solda-
dos provenientes de Belem, que difundían las noticias de la represión y de la ma-
sacre en el navío. La documentación identifica a esos movimientos como "guerra
civil, conmoción popular" o incluso revolución. En Sao Caetano de Odivelas, el
soldado Joáo Antonio Martins, conocido como Badalejo, había reunido hombres
armados del pueblo y había tomado la ciudad, la cual fue después pacificada. Igual
situación sucedió en Vila de Vigía. En el eje norte-nordeste, se intensificó la pre-
sencia de la "plebe, del tumulto y el motín", de los enfrentamientos entre varias
identidades étnicas y sociales. Estallaron en la plaza pública, llegaron a tomar una
villa como en el caso de Pará, donde cercaron las villas, y presionaron a las autori-
dades locales y regionales que preferían, muchas veces, mantener más los lazos con
Lisboa que con Río de Janeiro.
LA PLAZA PÚBLICA Y SUS SIGNIFICADOS. RfO DEJANEIRO 1810-1830 279

Se puede decir que la liturgia "pacificaba'' la plaza pública, dictaba sus órde-
nes, etiquetas, códigos de civilidad. Pero esto no era suficiente. Restituye cierta
operación de memoria-olvido capaz de volver opaca la violencia que penetró ese
proceso de fundación de Brasil, como un cuerpo político autónomo. Borra los tu-
multos, los motines, las embestidas frustradas de las tropas con otros fines, arroja
esos eventos al campo de los procesos judiciales, los desvincula de la liturgia y, en
cierta medida, vacía la eficacia y fuerza de la plaza pública en ese momento. En el
límite, recupera el triste argumento de que el pueblo brasileño presencia desde
siempre codo --en la política- "de esa manera'' y así por el estilo. Como contra-
punto, la plaza pública señala los gestos improvisados, las palabras de orden y las
consideradas, en general, incendiarias, la violencia física y verbal, la necesaria ges-
tión de los afectos que la vida colectiva encierra. Así la plaza hace ver que el proce-
so de auconomización del Brasil no se dio apenas "de arriba para abajo" o sin la par-
ticipación de diferentes voluntades políticas. La violencia ocupó la plaza pública
con cuchilladas, disparos, peleas, golpes, chistes, palabrones, duelos, groserías y es-
cupitajos, que estaban allí en el calor del momento y suscitaban la urgente necesi-
dad de manejar la violencia pública, designar quién estaba autorizado legítima-
mente a usarla, así como sus formas de uso y los actos que eran convertidos en
crímenes.
La finalidad de las celebraciones y el uso de la plaza pública no pasaron inad-
vertidos a los letrados, burócratas, negociantes, líderes de ese proceso de aucono-
mización en Río de Janeiro. Sobre codo con la traumática experiencia de la reunión
de electores parroquiales, en abril de 1821, para escoger a los representantes de la
comarca encargados de elegir a los diputados a las Corees. Esa reunión analizaría
también los proyectos que serían ejecutados por la regencia de Don Pedro, cuan-
do regresase Don Joáo VI a Lisboa. Había varios intereses en juego en esa reunión
de electores. Una corriente "conscitucionalisca'' pretendía establecer una Junta
Provisoria como forma de gobierno, retirando la fuerza a Don Pedro. Ya los gran-
des negociantes y altos burócratas, querían apenas refrendar el proyecto de gobier-
no a seguir y definir los nombres de los diputados de la comarca. Con la finalidad
de combatir a los constitucionalistas, el gobierno joanino aplazó la reunión para el
Sábado de Aleluya. Como respuesta, los conscicucionaliscas convocaron a un am-
plio conjunto de electores y transfirieron la reunión para la Prar;a do Comércio, re-
cién construida. El consejero real Silvestre Pinheiro Ferreira criticó el carácter "ex-
cesivamente público" asumido por la reunión. Para esca reunión usaron como
modelo las Cortes de Cádiz, donde eran considerados electores los hombres de
bien, con un tanto de propiedad, los de oficio, soldados, boticarios, artesanos, la-
bradores, rentistas, foreros; en fin, la condición de elector se fundaba en la propie-
dad y en el trabajo, con la exclusión de los esclavos y pobres libres sin trabajo fijo.
En la Prar;a do Comércio, se reunieron I 60 electores, "de codas las clases, corpora-
ciones, militares, paisanos". En medio de los debates de las élites, de repente, los
otros electores, la población que circulaba por la Prar;a, junco a los hombres de ofi-
280 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

cio, vendedores, boticarios, profesores reales, cajeros, zapateros, orfebres, y otros


excluidos del proceso electoral, pero que estaban allí, comenzaron a presentar sus
reivindicaciones, diferentes de las de las élites. Conforme se había solicitado, lleva-
ron sus reivindicaciones y memorias. Esas actitudes fueron descritas como "tumul-
to, alarido, vocerío, gritería, motín popular", desencuentro y falta de organización,
de civilidad para participar en esa Prafa. La reunión salió del control de las élites y
las personas de la calle dominaron el escenario y el proceso de elección. Exigieron
y consiguieron de Don Joáo VI el compromiso firmado de la implantación de la
Constitución española y la resolución de que ninguna embarcación saldría del
puerto sin una inspección con la finalidad de evitar cualquier sangría de los cofres
públicos para Portugal. Después de esto, dieron vivas y aplaudieron. Algunos
miembros de la élite intentaron transferir el debate a la cámara y erigirla en la es-
fera de decisión. Esta propuesta fue rechazada. Al rayar el día, el gobierno temía
que la asamblea se extendiese por la ciudad, perdiendo por completo su control.
En el palacio, los consejeros del rey divergían con relación al modo de frenar y con-
trolar aquella reunión de electores en la Prafa. Venció la propuesta de la represión
militar, con tropas, cercando la plaza, arrinconando a los electores, en una acción
que mató y prendió gente, lastimó a otros e hizo que muchos se lanzasen al mar.
Los soldados destruyeron los papeles de la asamblea, apagaron los vestigios de la
rendición del rey y de las exigencias más populares. La reunión fue anulada y pos-
tergada. Sin embargo, al día siguiente una placa en la Prafa denunciaba: "Carnice-
ría de los Bragani;a". Tal medida represiva aceleró la discreta partida de Don Joáo
VI. La elección fue transferida para un recinto cerrado, con un grupo selecto de
electores.
Desde entonces, la plaza quedó distanciada de los procesos electorales, reco-
gidos, en general, dentro de las iglesias y en el ámbito de las cámaras. Así, la expe-
riencia vivida señalaba el peligro efectivo de una revuelta y una palabra de cuño
popular, lo que había sido posible por la opción y uso de la plaza pública. Este epi-
sodio traumático de abril de 1821 acompañó los debates políticos durante la dé-
cada de 1820 y fue recordado en el Campo de Santana que exigió la abdicación de
Don Pedro 1 en 1831. Por consiguiente, una de las estrategias políticas de la mo-
narquía constitucional centralizadora y unitaria fue retirar de la plaza su capacidad
electoral, excepto bajo la configuración del voto de las tropas, con la finalidad de
evitar la anarquía, el tumulto, el motín y esas palabras habladas o escritas en peti-
ciones y memorias que fueron motivo de procesos judiciales. La plaza desaparecía
como lugar de elección, de espacio de elección de representantes en el imaginario
político. Pero no dejaba de ser un lugar de negociación, careo, descontento, apren-
dizaje cívico. Lugar privilegiado para la sociedad verse a sí misma, reconocer el bi-
nomio gobernante-gobernado, reformular las bases de consenso de la vida colec-
tiva y de la obediencia civil. Al recusar la propuesta de Constitución otorgada en
1824, fray Caneca vehementemente concluía contra su juramento:
LA PLAZA PÚBLICA Y SUS SIGNIFICADOS. RfO DE JANEIRO 1810-1830 281

Y por todas estas razones es que yo soy de voto que no se adopte y mucho menos se
jure el proyecto de que se trata, por ser enteramente malo, pues no garantiza la inde-
pendencia de Brasil, amenaza su integridad, oprime la libertad, los pueblos, ataca la so-
beranía de la nación, y nos arrastra al mayor de los crímenes contra la divinidad, que
es el perjurio, y se nos es presentado de la manera más coactiva y tiránica.

Como se ve, en el ámbito de los letrados, de los burócratas y de los líderes po-
líticos, la cuestión de la sociabilidad exigía interpretaciones. José Bonifacio la enten-
día en la esfera de las "costumbres" de Brasil. Destacaba en el ámbito de la sociabi-
lidad, la celebración. Ella no funcionaría para aproximar el súbdito del rey según la
preocupación del Antiguo Régimen, según el cual existiría un desaliento del vasa-
llo por estar distante del rey. La liturgia podía suprimir o atenuar esta triste distan-
cia, pues se temía que la ausencia real volviese al súbdito impotente y/o suscitase la
revuelta, quedando el vasallo a merced de los males y rencores locales, sintiéndose
abandonado por el buen rey. En otra perspectiva, habría, para José Bonifacio, una
necesaria coherencia entre el gobierno capaz de civilizar el Brasil, la forma de go-
bierno y su liturgia, el pueblo y las costumbres. La liturgia intentaba educar moral-
mente al pueblo a través de las costumbres, y llenaba la decisión de crear, designar
y representar la imagen de Brasil que a todos congregase, que fuese acorde con la
monarquía constitucional. Esa serie de ceremonias y su simultaneidad se transfor-
maron en el aprendizaje de las virtudes del "brasileño", principalmente el amor a la
patria. Esa pedagogía debería moralizar al brasileño, pues las ceremonias cercena-
ban y regulaban las costumbres, amenizándolas, y adaptaba las mudanzas en el co-
tidiano que repercutirían, algún día, en la asamblea y en la legislación. En esta me-
dida, la liturgia contribuía para pacificar las discordias de la plaza pública, sin apelar
obligatoriamente a la represión militar.
Así, para buena parte de los letrados y burócratas instalados en Río de Janeiro,
las celebraciones centradas en Don Pedro volvían público el contrato que fundaba
el Brasil. El reconocimiento de la legitimidad y del nuevo orden político salía de la
esfera del secreto, extendiéndose por el universo social, buscaba comunicar sus pro-
yectos, la forma de gobierno, intentaba cultivar un consentimiento más general del
cual tampoco era posible prescindir. En cierta medida, tales fiestas públicas y oficia-
les refrendaban las decisiones de este grupo restringido de letrados, estadistas y bu-
rócratas. Por otro lado, no se invertía en la calle, tampoco en el cuartel, sino en la
plaza, en una especie de continuidad con la cámara y el teatro, como espacios pri-
vilegiados de la constitución y articulación del consenso social, sobre todo en una
sociedad marcadamente oral y visual para la mayor parte de la población.
En medio a estas celebraciones, ritos, fiestas, las proclamaciones, el himnario,
los poemas y hasta los papeles incendiarios incentivaban el civismo de cada brasi-
leño, con o sin escarnio. Esto implicaba una educación de sí mismo, de foro ínti-
mo, en favor de la consonancia con la patria. La esfera íntima de cada hombre pre-
cisaba relacionarse con el colectivo, que se reorganizaba en una sociedad regida por
282 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMl!.RICA LATINA, SIGLO XIX

el gobierno representativo. En esta mediación entre el yo subjetivo y la colectivi-


dad, se privilegiaba el tono prudente y cordial, la preocupación justa con el "Bien
Común", un guiarse por las Luces y la rectitud de carácter, la moderación, la puli-
dez concerniente a una sociabilidad civilizada, dirigida por la razón e instruida por
los manuales de civilidad.
José da Silva Lisboa, más conocido por su adopción al pensamiento de Adam
Smith, 9 hablaba de dentro de esa burocracia y administración real reorganizada
desde fines del setecientos. Explicaba el "Bien Común" como una "utilidad para
todos" . 10 Por ejemplo: la introducción de las Clases de Comercio, de la Junta de
Comercio, la necesidad de diplomar comerciantes, para que los negocios se expan-
diesen. En este sentido, él acabó elaborando una comprensión del negociante,
hombre público, en su conducta y actuación. Hablaba de dentro de un universo
político y moral, marcado por Edmund Burke, Adam Smith y Jeremy Bentham, en
el intento de garantizar la conservación del hombre. Ni por eso, José da Silva Lis-
boa presumía la inmutabilidad de las formas sociales o de gobierno. Postulaba que
la ley mudaría de acuerdo con las transformaciones sociales, siempre a favor de la
presel"Vación del orden. La transformación de la ley garantizaba la continuidad del
gobierno, la reforma se volvía, ahí, un elemento clave de la política, porque garan-
tizaba que el mismo gobernante alterase la ley con la finalidad de sintonizarse con

9 Menciono las siguientes obras consultadas: Obstrvaróes sobre a Prosperidade do estado pelos libe-

rais principios. Imprensa Régia, 181 O; &tractos das Obras Políticas e Economicas de E. Burke, lmprensa
Régia, 1812-vale destacar que uaducir significaba, en aquel momento, más refrendar el pensamien-
to de cierro publicista; Defiza dos Direitos Nacionais e Reais da Monarquía Portuguesa, lmprensa Régia,
1816; Estudos do Bem Comum e Economía Polltica ou Scimcia das Leis Naturaes e Civis de animar e di-
rigir a geral Indústria e promover a Riqueza Nacional e Prosperidade do Estado, Imprensa Régia, 1819;
Constitución Moral e Deveres do Ciudadano com F.xposiráo da Moral Pública conforme o espirito da Cons-
titución do lmplrio. lmprensa Nacional, 1824, 1825. Es necesario considerar la estrategia de escritura
en José da Silva Lisboa, pues al traducir Volney, por ejemplo, rebate cada uno de los argumentos de los
cuales discuerda y presenta contraejemplos, y, en Burke, asume el texto, buscando hacer pequeñas co-
rrecciones con la finalidad de aumentar su capacidad de intervención política en el Brasil.
10 Al tratar de la economía política, caracteriza el bien común: "El trascendente destino de esta

Ciencia es el formar y extender el Reino de la Justicia Universal, exterminando la violencia e indigen-


cia de la Sociedad, sustituyendo la fiel convención a la fuerza; y promover la correspondencia de la Hu-
manidad en todos los países, para que los hombres intercambien, en franco ajuste, sus bienes y cono-
cimientos, a fin de que cada individuo pueda tener el más conveniente empleo, y la mayor posible
abundancia de lo necesario, cómodo y grato a la vida, que sus circunstancias admiran. Para este efecto
cumple investigar las Leyes Naturales, que regulan la Producción, Acumulación y Distribución de los
frutos de la tierra e industria de los Estados, y su Producción". Estudos do Bem Comum .. . , op. cit., cap.
1. Puedo afirmar que fueron suscriptores de esta obra los siguientes hombres de la élite, envueltos con
las causas y las cosas del Brasil entre 1820 y 1830, cuando más por el 1 y 11 reinados: Antonio Caetano
da Silva, Antonio de Menezes Vasconcelos de Drummond, Desor, Clemente Ferreira Fran~, Domin-
gos Alves Moniz Barrero, Ledo Gon~ves, José Antonio de Maia, varios hombres de la familia Carnei-
ro de Campos, José Joaquim Viana Junior, José Paulo de Figueiróa Nabuco de Araújo, José Rezende
Costa. Do Pa~o Luiz José de Carvalho, Manoel, Clemente de S. Paio Miranda, Mariano José Pereira da
Fonseca, Pedro de Araújo Lima, Monsenhor Pizarro.
LA PLAZA PÚBLICA Y SUS SIGNIFICADOS. RIO DEJANEIRO 1810-1830 283

la sociedad civil, el pueblo y su gente, siempre buscando la "felicidad general", ca-


racterizada por la "estabilidad del sistema político". Para José da Silva Lisboa, Don
Joao apenas pudo conservar su trono al promover la mudanza de la corte. Así, es-
tableció "genuinos principios de sociabilidad" en Brasil, cultivando "la simpatía del
pueblo, probidad del trono, gobierno paternal, bondad infinita". Por eso, él es un
rey que trae tantos beneficios al país, como pueden ser leídos y encontrados en las
leyes que él hizo aquí --como se ve en su célebre libro. 11
La ley estaría bajo la jurisdicción de aquel que supiese hacerla y ejercerla, sin caer
en los males revolucionarios. De ahí su preferencia por Inglaterra, que supo redefi-
nir el papel de sus gobernantes desde el siglo XVII. Incluso en este campo político, ex-
plicaba, vía Burke, la necesidad del culto cívico. Él consideraba a la sociedad un gran
contrato, una compañía -eso mismo, un término mercantil que significaba a la so-
ciedad civil. "Compañía en todo arte, compañía en toda virtud, y en toda perfec-
ción". Esta sociedad requería de la majestad del culto cívico que funcionaba como
una consolación pública, cuando se homenajeaba a Dios, a la religión, a la vida en
sociedad. Este acto, propio de la naturaleza humana, ayuda a perfeccionar la virtud
del ciudadano, de preferencia un hombre público:

En el esplendor modesto del culto público cesan los privilegios de la opulencia; y mos-
trándose por él, es que los hombres son iguales por naturaleza, y pueden ser aun supe-
riores por la virtud humana, una porción de la general riqueza del país viene por este
expediente a ser empleada y santificada. 12

Esta generación de 1790 -formada en el vientre del proyecto del imperio lu-
so-brasilefí.o--, no descreía del escenario público o lo repudiaba, principalmente
atentaba a la plaza pública. El padre Feijó se valía de las fiestas locales, en ltu, para
oír a la localidad, encontrar su electorado, hacerse presente en el escenario público.
Fray Caneca criticó los engafí.os de esa simbología y Cipriano Barata modeló en su
cuerpo la figura "genuina" del brasilefí.o, del patriota, y denunció el "terrorismo pú-
blico" empleado contra los que también sospechaban de esos usos de la plaza y de
la magnitud simbólica investida en la persona de Don Pedro, en cuanto estrategia
que debilitaba la soberanía popular. Esos líderes de 1810-1830 no suponían la litur-
gia y la plaza como pertrechos del pasado o adornos del poder. Al contrario, perci-
bían su necesidad y discutían dónde comprenderla en su concepción de política.
No por acaso, cuando se realizó la abdicación de Don Pedro 1 en 1831, el
Campo de Santana, una plaza, desempefí.ó un papel fundamental. Por las personas
reunidas, por el "vocerío", por el "tumulto" y por las varias tentativas de los jueces
de paz de ordenarla. Presionaron desde allí y como golpe final, la abdicación. De

11 José da Silva Lisboa, Memória dos beneficios políticos do governo de El-Rty Nosso Senhor D. foáo

Vl. Río de Janeiro: lmpressáo Régia, 1818.


12 fdem, p. 79.
284 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

un lado, Don Pedro no se podía deshacer de uno de los mecanismos de institución


de la monarquía constitucional y de su propia "persona". Se convertiría en un fan-
tasma de sí mismo. Por otro lado, los proyectos liberales se intensificaban al deba-
tir temas candentes de la Constitución y de la centralización del Estado. Con la
partida de Don Pedro I, la tutela del heredero y la regencia instaurada, se abrieron
las compuertas para varios lenguajes y ruidos en los significados políticos y simbó-
licos de la plaza pública. Otras maneras de expresión vinieron a luz, evocando aún
la antigua mística del rey, las tradiciones negras y africanas, las necesidades de am-
pliar la noción de libertad y sus prácticas de representación. Sin embargo, estos ges-
tos y palabras estuvieron en el centro de la autonomización del Brasil, sin restrin-
girse a una identidad colectiva única o más moderna, sin caer en el juicio fácil de
valor con relación al tumulto, al motín, sin creer que las etiquetas y los protocolos
resolviesen y dictasen todo. Por el contrario, gestos y palabras de diversas identida-
des colectivas marcaron la necesidad de construir un consenso colectivo, los puen-
tes de negociación, los nexos comunes, evidenciaron las distensiones y la disputa
intransigente y dramatizaron, en el plano de lo vivido, la fundación del Brasil.

Traducido por Alberto Dávila Murguía

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lAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS:
UN SISTEMA A PRUEBA (1824-1835)

H1RA DE GoRTARI RAsIELA*

EL PUNTO DE PARTIDA

He privilegiado en trabajos recientes un enfoque político institucional. La perspec-


tiva me parece esclarecedora, dado que contribuye a comprender los problemas de
la política en un marco institucional y normativo que no puede desdeñarse y del
que con frecuencia se ha hecho caso omiso, al hacer hincapié en una historia fác-
tica, perdiendo de vista que la vida política transcurre y ha transcurrido en una es-
fera de instituciones y disposiciones que ordenan y organizan los sistemas políticos.
Por tanto, convencido de la necesidad de explorar en el enfoque antes mencio-
nado, me he dedicado a profundizar en dicho punto de vista. Sin embargo, me pare-
ce cada vez más relevante incorporar la otra parte del problema, referido a las expe-
riencias institucionales. Prácticas que resultan del funcionamiento de las instituciones
y sus imperativos. Empero, para lograrlo es condición obligada entender la mecáni-
ca institucional. De esta manera, reuniendo ambas dimensiones del análisis, es posi-
ble comprender las complejidades de la política de manera más amplia. De ahí que
uno de los propósitos que exploro en el trabajo sea dicha conjunción. 1
Un segundo aspecto que me interesa destacar, se refiere al uso que llevé a cabo
del enfoque comparativo, como una herramienta de análisis. Al respecto, llama la
atención la ausencia de dicha perspectiva en los trabajos de historia política y admi-
nistrativa del México decimonónico. En el caso que me ocupo he optado por utili-
zarlo, estableciendo comparaciones entre el conjunto de los estados que conformaron
el primer sistema federal, interesado en su gobierno y organización política territorial.

• Instituto de Investigaciones Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México.


1 Por ejemplo en un trabajo anterior me interesé por analizar la organización política territorial

de la Nueva España de la segunda mitad del siglo XVIII y el México del primer federalismo. Hira de
GoR1ARI RABIELA, 2003. "La organización político-territorial. De la Nueva España a la primera repú-
blica federal, 1786-1827", en Josefina V ázquez, El establecimiento delfederalismo en México. México: El
Colegio de México, pp. 39-76. En otro, revisé las diferentes categorías territoriales utilizadas durante
el mismo periodo, así como las matrices constitucionales más influyentes, con el propósito de diluci-
dar su influencia y connotaciones en la organización territorial novohispana y mexicana. Hira de GoR-
TARI RABIELA, 2004. "De Nueva España a México: Las categorías rerritoriales. México y Oaxaca ¿Un tro-
quelado original? 1786-1827", El Colegio de Michoacán (en prensa).

(287]
288 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

En un análisis de conjunto se pueden analizar tendencias, semejanzas y diferen-


cias. Permite disponer de un mosaico con los diferentes matices con los que se fue or-
ganizando el territorio de la federación y mostrar los problemas más relevantes en su
implantación, evitando una perspectiva centrada exclusivamente en la actuación po-
lítica del gobierno general. Tendencia que ha sido prolífera en la historiografla, al pri-
vilegiar el aparente nudo central de la política, conformado por las instituciones fede-
rales, los políticos del gobierno general y en medida importante, la Ciudad de México.
En contrapartida, hace varios años, se ha seguido otro camino con mucho ím-
petu, consistente en favorecer la perspectiva regional que busca contrarrestar los ex-
cesos del punto de vista antes mencionado. Sin embargo se ha perdido, en muchos
casos, el conjunto en el que se inserta el espacio de estudio y las cuestiones juris-
diccionales que conlleva, sobre todo si se trata de un trabajo de historia política e
institucional.
Con tal propósito, en el problema que analizaré, me interesa revisar la organiza-
ción territorial de los estados, sus componentes y su gobierno, con particular énfasis
en los ayuntamientos y municipios. Y por otra parte, la experiencia institucional de los
gobiernos y congresos estatales acerca de los cuerpos municipales. El periodo cubre, en
buena medida, el ciclo completo del primer federalismo, lo que me permite rastrear
en los que se consideraron aciertos y desaciertos del modelo institucional puesto en
marcha en 1824 y contribuir a explicar algunas de sus tensiones y desequilibrios.
En cuanto a la estructura del trabajo, en la primera parte abordo el marco cons-
titucional que permitió el gobierno y la organización política territorial de los esta-
dos. Siendo el primer paso el reconocimiento a su soberanía en el Acta constitutiva
y ratificada, en la Constitución de 1824. En seguida, reviso el conjunto de constitu-
ciones de los estados y las leyes y decretos acerca de la organización de sus espacios
territoriales. En un siguiente apartado analizo la permanencia de una parte funda-
mental de la división política territorial anterior, consistente en partidos y munici-
pios que se conservan en los estados. Más adelante, repaso la política llevada a cabo
por el Estado de México, respecto al asunto territorial. Sus propuestas fueron rele-
vantes y su ejemplo se extendió al resto de los estados, en lo que respecta a una ma-
yor jerarquización del espacio territorial, con unidades de mayores dimensiones a los
partidos y municipios, encabezadas por autoridades que representaban al Ejecutivo,
por encima de los ayuntamientos. En la parte siguiente, establezco una comparación
sobre la organización y división política de los estados, así como el incremento -en
la mayoría de los estados-- en el número mínimo de habitantes para crear ayunta-
mientos. Por último, me refiero a las dificultades que creaban para el funcionamien-
to de la maquinaria estatal, los ayuntamientos por diversas razones que analizo y que
desde la perspectiva de los ejecutivos estatales, requerían de nuevos ajustes.
Para la elaboración del trabajo he recopilado la información en diversas fuen-
tes. Entre las más importantes, las constituciones de los estados y las leyes y decre-
tos de los congresos acerca de la organización territorial, así como las disposiciones
para la formación de ayuntamientos. Por otra parte, una fuente que me resultó ina-
LAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 289

preciable, fueron las memorias e informes de los gobiernos estatales. Gracias a su


consulta, pude incidir en las experiencias resultantes del proceso de establecimien-
to de la organización territorial y sus pormenores.

EL MARCO CONSTITUCIONAL DE 1824

En el Acta constitutiva, como en la Constitución general, promulgadas a princi-


pios de 1824 y finales del mismo año respectivamente, se preveía el derecho y obli-
gación de los estados de disponer de una constitución propia. Por tanto, una de las
primeras tareas de cada uno de los 19 congresos constituyentes, fue el preparar y
aprobar un texto constitucional. En cambio, los territorios y el Distrito Federal, a
diferencia de los estados constituidos, carecieron de tal prerrogativa. 2
La elaboración de las constituciones de los estados se inició formalmente en
1824. La más temprana fue la de Jalisco promulgada en noviembre de dicho año,
a escaso mes y medio de la general. La más tardía fue la de Coahuila-Texas en mar-
zo de 1827. Cabe mencionar que la mayoría fueron aprobadas en 1825, otras en
1826 y las dos últimas en 1827, que fueron la ya mencionada, de Coahuila-Texas
y la del Estado de México.
Posteriormente, en la Constitución general, acorde con el Acta constitutiva, se
ratificó en el capítulo de los estados de la federación, el derecho que tenían tanto al
ejercicio de gobierno en la jurisdicción estatal, como a su administración interior. Al
respecto, en varias constituciones se incluyó una sección acerca del asunto. En otras,
se explicitó que se abordaría ulteriormente. Cabe mencionar que en la Constitución
general, no hubo un capítulo dedicado a la organización del territorio, en tanto que
era una facultad soberana de cada uno de los estados. Para los territorios, incluyen-
do el Distrito Federal, el asunto se resolvió fuera competencia del congreso general. 3

2 En la Constitución de 1824 se consideraron como estados Chiapas, Chihuahua, Coahuila y Te-

xas, Durango, Guanajuato, Jalisco, México, Michoacán, Nuevo León, Oaxaca, Puebla de los Ángeles,
Querétaro, San Luis Potosí, Sonora y Sinaloa, Tabasco, Tamaulipas, Veracruz, Yucatán y Zacatecas. La
Alta California, la Baja California, Colima y Santa Fe de Nuevo México quedaron en calidad de terri-
torios. Artículo 5, título 11 en la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, 1828, Colección de
constituciones de los Estados Unidos Mexicanos. México, Imprenta de Galván, p. 36 (edición facsimilar,
Miguel Ángel Porrúa, 1988). Poco después de promulgada la Constitución, el congreso general deci-
dió considerar a Tlaxcala como territorio. El Distrito Federal, cuya creación se previó en la Constitu-
ción, fue establecido en noviembre de 1824, careció de la prerrogativa de disponer de una constitución.
En 1830, se dividió el estado de Occidente en los estados de Sinaloa y Sonora. "Ley. Reglas paca la di-
visión del estado de Sonora y Sinaloa. 14 de octubre de 1830" en 1997. División territorial del estado
de Sonora de 181 Oa 1995. México, Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, pp. 60-
61. En I835, se creó el territorio de Aguascalientes. "Ley que declara territorio de la Federación a
Aguascalientes. 23 de mayo de 1835" en 1997. División territorial de los Estados Unidos Mexicanos de
1810 a 1995. México, Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, p. 27.
3 En la fracción I del artículo 161 de la Constitución de 1824 se especificaba: "Cada uno de los
290 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

Un antecedente importante, fue que en el Acta constitutiva se previó el que las


legislaturas de los estados pudieran organizar provisionalmente su gobierno inte-
rior, incluso antes de disponer de una constitución general y la estatal correspon-
diente. Prerrogativa que ejercieron varias legislaturas que elaboraron leyes y decre-
tos que les permitieron organizarse antes de disponer de una constitución y que
fueron el inicio de su ordenamiento territorial. Por tanto, la delimitación y clasifi-
cación del territorio ocupó un lugar fundamental. Era, por una parte, el acto de
apropiación de un espacio delimitado que quedaba bajo la jurisdicción estatal y
por otra, se fijaban los cánones bajo los que se estructuraría. 4

LAS CONSTITUCIONES ESTATALES


Y LAS LEYES DE ORGANIZACIÓN TERRITORIALES

En una revisión del conjunto de las constituciones estatales, y de un número impor-


tante de leyes y decretos para la organización de su territorio, una característica co-
mún fue concebirla como un objeto susceptible de ser ordenado y jerarquizado. Con-
cepción que incorporaba la tradición ilustrada y las novedades constitucionales más
relevantes. Así cada Legislativo estatal -poder encargado de la materia- puso en
marcha la clasificación y ordenamiento de su jurisdicción territorial.5

estados tiene obligación: De organizar su gobierno y administración interior sin oponerse a esta cons-
titución ni a la acta constitutiva", "Constitución de los Estados Unidos Mexicanos 1828, en Colección
de constituciones de los Estados Unidos Mexicanos, p. 90. En cuanto a los territorios y el Distrito Federal,
su organización quedó pendiente durante el primer federalismo.
4 Artículo 25 del Acta constitutiva " .. .las legislaturas de los estados podrán organizar provisio-

nalmente su gobierno interior; y entretanto lo verifican se observarán las leyes vigentes", 1824 "Acta
constitutiva" en Colección de constituciones de los Estados Unidos Mexicanos, p. 12. Al respecto, se emi-
tieron diversos decretos, planes y leyes con el propósito de organizar el gobierno, la delimitación y or-
ganización del territorio en diferentes estados como los siguientes: 1823. "Decreto. Comprensión del te-
rritorio de la provincia de Querétaro"; 1824. "División provisional del territorio del estado de Jalisco";
1823. "Decreto de la religión del estado, de su denominación, territorio, comprensión, forma de gobier-
no, tiempo en que deberá darse su Constitución, reconocimiento del Congreso y Supremo Poder Eje-
cutivo de México, y demás bases para su administración interior", en 1879. Colección de leyes y decretos
del Estado libre de Oaxaca. Oaxaca: Imprenta del Estado, pp. 7-8; Congreso constituyente. Comisión de
constitución, 1824 "Proyecto de decreto orgánico provisorio para el arreglo del gobierno interior del es-
tado libre, independiente y soberano de México, presentado al congreso constituyente del mismo esta-
do por su comisión de constitución, con los demás señores diputados agregados a ella"; 1824. Congre-
so constituyente. "Ley orgánica provisional para el arreglo del estado libre, independiente y soberano de
México, sancionada por el congreso constituyente del mismo estado". México: Imprenta a cargo de Ri-
vera; 1825. "Ley para la organización, poliáa y gobierno interior del estado. Veracruz. Su establecimien-
to de autoridades políticas y sus dotaciones".
5 Llama la atención que en el Diccionario jurídico mexicano, 1999, México, Instituto de Investi-
gaciones Jurídicas, Universidad Nacional Autónoma de México y Editorial Porrúa, los temas relaciona-
dos con la organización y división territorial, sean escasamente abordados, por lo menos en lo que co-
rresponde al primer federalismo. Por ejemplo, en lo que se refiere a la división territorial, se trata de
LAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 291

Es de suponer que en la discusión y elaboración de las constituciones estatales


y de leyes y decretos, los congresistas, seguramente, al igual que los que elaboraron
el Acta constitutiva y la Constitución general en 1824 consultaron -entre otras
fuentes- las constituciones más relevantes de la época, entre las que se contaban
las de Estados Unidos, Francia y España. Como puede constatarse en muchas de
las discusiones de los distintos congresos estatales, prevaleció el mismo interés
--como había ocurrido anteriormente- por los mencionados textos constitucio-
nales, lo que puede apreciarse en el conjunto de las constituciones de los estados y
en las leyes y decretos para la organización de sus territorios.
En el diseño territorial de los estados se advierte una sintonía en cuanto a los
criterios generales y la puesta en marcha de su organización. En principio, no se
ajustaron a un modelo único como fue el caso de Francia o de la España decimo-
nónica. Lo que se puede explicar por la historia política reciente, por lo menos de
las últimas décadas, durante las que se habían fortalecido las provincias y por tan-
to, el reconocimiento a su soberanía, era una realidad indispensable de ser tomada
en cuenta en el pacto federal, tal como ocurrió en el Acta constitutiva y en la Cons-
titución. De esta manera se explica la cercanía con el modelo norteamericano fe-
deral, en el que se reconocía la soberanía estatal a diferencia de Francia y España. 6
El interés por la organización territorial de cada estado tenía además como
propósito el de su gobierno y administración. Se partía de un conjunto territorial,
que en la mayoría de los casos habían correspondido a las delimitaciones de las in-
tendencias, luego provincias y ahora estados. Pero también incorporando las partes
que los componían. Porciones territoriales consideradas como partidos en el siste-
ma de intendencias, se mantuvieron intactas en el nuevo régimen para el conjunto

manera general, sin hacer ninguna alusión a los diferentes matices que adquirió en los estados, en tan-
to que tenían la facultad para organizar su territorio. Otro caso, es la nula mención a cargos como el de
prefecto, jefes de policía y de departamento. Todos ellos, funcionarios encargados de la administración
territorial. Respecto a divisiones territoriales, no se hace referencia a los partidos, salvo en su acepción
judicial, ni tampoco a los departamentos y distritos. Por úlcimo, en relación con los territorios, en una
primera referencia a los estados y territorios, se considera a Tlaxcala como porción territorial en suspen-
so. Verdad a medias, porque pronto después de la promulgación de la Constitución de 1824, se le dio
el estatus de territorio. Calidad con la que se traca, en cambio, en la entrada referente a los territorios.
Por otra parte, también es de llamar la atención que en muchas colecciones referentes a los estados, no
se incluyan en la parce documental, las leyes o disposiciones acerca de la organización cerricorial.
6 Un testimonio inserto en un proyecto constitucional de 1823 es revelador del interés de los le-
gisladores por estar al tanto de otras experiencias constitucionales, como del necesario pragmatismo y
la certeza de que no existía una panacea constitucional. Al respecto la comisión encargada explicaba sus
trabajos: " ... ha buscado luces donde ha esperado encontrarlas: ha examinado las constituciones moder-
nas de más crédito: ha procurado penetrar el espíritu de las antiguas. No han sido lisonjeras sus espe-
ranzas. Ha deducido por el contrario un resultado triste; pero cierto y capaz de demostrarse. Una cons-
titución perfecta es problema que todavía no se ha resuelto. En codas las que se han medicado hasta
ahora: en las que parecen mas bien combinadas y con influencia más benéfica en la suerte de las nacio-
nes, descubrirá defectos quien se detenga a analizarla''. "Plan de la constitución política de la nación me-
xicana'', 1823, Imprenta Nacional del Supremo Gobierno en Palacio, pp. 2-3.
292 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMl1IuCA LATINA, SIGLO XIX

de los estados de la federación. Por lo que se puede afirmar --como ya he tratado


en otro trabajo-- que no ocurrió una fractura territorial, al mantenerse la anterior
estructura de partidos. 7
Por tanto, entre 1824 y 1835, en el conjunto de disposiciones vigentes en los
diferentes estados, tanto las constituciones, como las leyes y decretos sobre la or-
ganización territorial, se mantuvo la organización territorial en partidos, sin mayo-
res modificaciones. Estas últimas consistieron hasta donde he podido constatar en
ajustes y agrupamientos, pero que no las alteraron significativamente.

LOS PARTIDOS Y LOS MUNICIPIOS


EN LA ORGANIZACIÓN TERRITORIAL

La incorporación de los partidos como base fundamental de la organización terri-


torial, adoptaba el principio de uniformidad, bajo el cual se habían establecido.
De esta manera, la organización estatal mantuvo la homogeneidad en cuanto
a la división de sus jurisdicciones. Lo que significó conservar unidades territoria-
les delimitadas, diversas en sus dimensiones y trazadas bajo intereses y criterios que
se validaron bajo el régimen federal e incluso se mantuvieron antiguas jurisdiccio-
nes del siglo XVI como el marquesado del Valle, el ducado de Atlixco y las parciali-
dades en la Ciudad de México. Privó el realismo, al evitar una configuración terri-
torial distinta, que hubiera afectado la estabilidad política y despertado múltiples
conflictos. Imperó la real politi!t, con un criterio utilitario, al aprovechar la cohe-
rencia político-administrativa con la que se había disefiado anteriormente el terri-
torio. Lo que significó que ningún estado innovara al respecto, por lo que al man-
tener a los partidos como base de la estructura territorial de los estados federales,
una parte del funcionamiento de la administración y gobierno no se modificó drás-
ticamente con el cambio de régimen. 8
Aparte de la conformación territorial formada por los partidos, a partir de la vi-
gencia de la Constitución de la Monarquía espafiola puesta en vigor en 1812, se es-
tableció una estructura territorial constituida por los ayuntamientos y sus munici-
palidades, además de las provincias, tanto en la Nueva Espafia, como en el conjunto
de las posesiones del imperio, incluyendo la metrópoli. Para su gobierno interior, se
consideraron como unidades territoriales las provincias y los pueblos. Estos últimos,

7 Los partidos formaban parte de la estructura electoral establecida en Constitución de 1812 y

lo siguieron siendo durante el primer federalismo. DE GoRTARI RAl!IELA, 2003.


8 1825. "El congreso constituyente de Tabasco decreta la ley reglamentaria de la división en de-
partamentos"; 1826 "Ley que arregla el gobierno económico polltico del estado de Puebla, dccrcrada
por su congreso constitucional en 30 de marzo de 1826". Puebla, Oficina de Gobierno; 1833. "Regla-
mento para el régimen interior de los pueblos•. Chihuahua. 1833; "Reglamento para el gobierno cco-
nómico-polltico de los partidos del estado libre y soberano de los Zacatecas". Zacatecas, Imprenta del
gobierno a cargo de Pedro Pifia.
LAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 293

administrados por los ayuntamientos con un ingrediente adicional que fue la repre-
sentación, una de las novedades relevantes de la época. Ésta y la demarcación polí-
tico-administrativa, junto con la población fueron componentes fundamentales de
la arquitectura constitucional puesta en marcha a partir de la creación de las dipu-
taciones provinciales y los ayuntamientos. Instituciones, ambas, constituidas por el
voto ciudadano.
Para constituir un ayuntamiento se requería contar con un conglomerado de
1 000 o más habitantes, lo que formaría un municipio y sería encabezado por un
cuerpo edilicio electo por los que tenían calidad de ciudadanos. El municipio era
la jurisdicción de menores dimensiones territoriales y ocupaba el último engrana-
je del sistema político y por tanto el más próximo a los habitantes.
Los partidos y los municipios formaron parte fundamental de la estructura te-
rritorial, tanto en las constituciones de los estados, como en las leyes y disposiciones
que se elaboraron en diferentes estados. Por un lado, los partidos como unidades
mayores en las que se agrupaban los municipios, diferenciados por sus dimensiones
territoriales, pero también, el primero de carácter administrativo, judicial y electo-
ral; el otro, además de funciones administrativas, como entidad de representación
política. Al adoptarlos en el conjunto de los estados, se incorporaba una división te-
rritorial del Antiguo Régimen, los partidos, junto con los ayuntamientos represen-
tativos, expresión del constitucionalismo gaditano.
En la Nueva Espafia, la formación de ayuntamientos constitucionales proliferó
de manera vertiginosa. Su número fue en constante ascenso. Se han hecho cálculos
de algunas provincias, aunque no del conjunto novohispano, que muestran el inusi-
tado interés de la población por establecer ayuntamientos con este carácter. Muestra
de que las fuerzas locales encontraron un camino para organizarse y revitalizar al mu-
nicipio, como una jurisdicción política territorial, debilitada por la política metropo-
litana, interesada en convertir los ayuntamientos en instituciones sin fuerza política,
aunado a que sus cargos fueron puestos en venta y controlados por los intereses de
oligarquías locales por largos periodos. En las dos primeras décadas del siglo XIX, los
ayuntamientos electos fueron formando una red que se fue tejiendo y haciéndose
más densa en las provincias mayormente pobladas. Al cambio de régimen, con la ins-
tauración del sistema federal, la estructura territorial formada por los municipios fue
una realidad provincial y posteriormente de los estados al constituirse como tales.

EL MODELO TERRITORIAL DEL ESTADO DE MfilcICO:


UN EJEMPLO A CONSIDERAR

La incorporación del modelo territorial en cada uno de los estados, a partir de los
partidos y municipios, no suscitó mayor problema. Sin embargo, muy pronto, aun
antes de aprobarse las constituciones, se percibió la necesidad de abordar un asunto
que podía desajustar el gobierno territorial y eran los ayuntamientos. Al respecto, so-
294 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

bresale la toma de posición del Congreso constituyente del Estado de México, sin
duda uno de los más influyentes, porque representaba uno de los estados más pode-
rosos de la federación. Así, en marzo de 1824, se preparó un proyecto para la orga-
nización de su gobierno interior y meses después se promulgó una ley en la materia.9
Ambos documentos contienen, además de las disposiciones reglamentarias,
un elaborado preámbulo de razones y motivos acerca de los fines que se proponían.
Debe resaltarse que la publicación de ambos teJCtos ocurrió durante la discusión de
la Constitución general y cuando varios congresos estatales preparaban sus respec-
tivos teJCtos constitucionales. Y es, por tanto, una toma de posición explícita sobre
un asunto clave en los constituyentes de los estados.
En el proyecto del Estado de México, luego incorporado como ley, uno de los
aspectos que más inquietó a los legisladores en el gobierno y administración terri-
torial fueron los ayuntamientos. Convencidos estaban que en ellos radicaba la base
fundamental de la representación y de la gestión administrativa, pero su trayectoria
y comportamiento políticos, de los cuales tenían antecedentes durante el periodo
anterior al federalismo, rebasaban con frecuencia los límites institucionales, desvir-
tuando su sentido. De esta manera, les parecía que los ayuntamientos transgredían
sus funciones, se atribuían facultades que no les correspondían, turbaban el orden
público y los constituían individuos que no contaban con los conocimientos más
elementales para ejercer sus funciones y responsabilidades.
Ante un juicio tan definitivo, la propuesta fue predecible: no podía continuarse
con una situación semejante. Los legisladores deberían intervenir, derecho tenían. El
meollo de la solución para el gobierno estaba en "delimitar la órbita de sus facultades".
Para lo que era necesario reglamentar. Aunque aclarando que la propuesta no modi-
ficaba el carácter electivo de los ayuntamientos, un derecho constitucional vigente.
La reglamentación era un aspecto fundamental, pero el carácter que se le bus-
caba imprimir revelaba las intenciones. Se proponía que los ayuntamientos depen-
dieran de manera directa, para lo que utilizaban la palabra "inmediata'', del Poder
Ejecutivo. Asimismo, los legisladores consideraban necesario reducir la dimensión
territorial de los municipios, convencidos de que de esta forma cumpliría mejor
con sus obligaciones. Propósito, este último, que queda como tal.
A la propuesta de supeditar los ayuntamientos al Ejecutivo estatal, se le acom-
pañaba una consideración acerca de la organización y del gobierno territorial. Con
tal intención, se formarían "distritos" en los que se integrarían los pueblos para fa-
cilitar su administración. Jurisdicciones que tendrían un jefe, dependiente del go-

9 Respecto al Estado de México, no debe olvidarse que no dispuso de una constituci6n sino has-

ta 1827, por lo que la ley mencionada fue una referencia obligada, mientras se contaba con aquélla.
1824. "Proyecto de decreto orgánico provisorio para el arreglo del gobierno interior del estado libre, in-
dependiente y soberano de México, presentado al congreso constituyente del mismo estado por su co-
misi6n de constituci6n, con los demás señores diputados agregados a ella, marzo 15 de 1824"; 1824.
"Ley orgánica provisional para el arreglo del estado libre, independiente y soberano de México, sancio-
nada por el congreso constituyente del mismo estado". México, Imprenta a cargo de Rivera.
LAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 295

bernador, a los que "la comisión ha dado el nombre de prefectos". Y a los que se
les consideraría "ministros ejecutivos del estado" y cuya tarea sería obedecer y ha-
cer cumplir las órdenes del Ejecutivo.
La pauta a seguir estaba presente y funcionando como parte de la administra-
ción anterior, no se tenía que ir muy lejos. Así, para la comisión encargada de redac-
tar el proyecto, consideraron, sin mayores ambages, mantener tal como lo mencio-
naban en el proyecto, "el modelo" de los jefes políticos, confiriéndoles todas las
facultades que éstos ejercían. Y en tanto que se seguía el modelo anterior, una de sus
tareas sería vigilar a los ayuntamientos comprendidos en el distrito a su cargo. Ad-
virtiendo que todos sus actos deberían ser inspeccionados por el mismo funcionario
del Ejecutivo. Además, los prefectos tenían la facultad de suspender a los integran-
tes de los ayuntamientos que abusaran de sus facultades. Por otra parte, de los men-
cionados funcionarios dependerían los asuntos referentes a "policía'' de su jurisdic-
ción, que no incumbieran a ninguna municipalidad en particular. De esta manera,
los legisladores respetaban al gobierno interior de los pueblos, con una autoridad
"elegida popularmente: y el prefecto, bajo la férula del Poder Ejecutivo. Combina-
ción que consolidaba el gobierno territorial y favorecía a los intereses estatales.
El esquema territorial propuesto en el proyecto se convirtió en ley, en la que
se incorporaron los distritos, que agrupaban un conjunto de partidos y municipios
con su correspondiente ayuntamiento. En cuanto al ahora prefecto, anterior jefe
político, es un nuevo término, que se adopta de la Francia posrevolucionaria, don-
de su función era representar al gobierno en los departamentos. Categoría de re-
ciente adquisición, que tal como se utilizó proviene de la administración territorial
francesa, incluida en la Constitución de 1791. Aunque deben tomarse en cuenta,
de la experiencia de la monarquía española, ciertas semejanzas con la francesa, en
cuanto al jefe político y sus atribuciones. El hacer uso del término prefecto era un
esfuerw por desembarazarse de denominaciones anteriores, como un signo de los
cambios y de identificarse con otras realidades políticas. Sin embargo, el cometido
no variaba sustancialmente. Un antecedente interesante fue la inclusión del cargo
de prefecto, en un proyecto de constitución de 1823 y cuya función sería precisa-
mente encargarse de las provincias. 1 º
La propuesta elaborada por los legisladores del Estado de México resultó del
conocimiento de una realidad política que conocían desde el establecimiento de la
diputación provincial, punto de partida de los legislativos estatales. Como parte de
sus atribuciones, en la Constitución de 1812, la diputación estaba jerárquicamen-
te por encima de los ayuntamientos y tenía -entre otras atribuciones- supervi-
sar el uso que hacían de los fondos públicos, así como que se cumpliera la obliga-
ción constitucional de establecerlos en aquellos lugares que cubrieran los requisitos.

10 "Plan de la constitución política ... ". 1823, p. SS. En la Constitución de 1812 se diferencian

los jefes políticos al frente de una provincia y los jefes políticos subalternos para jurisdicciones meno-
res. Esquema que no difiere radicalmente del de gobernador y prefectos establecido con la federación.
296 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

Por tanto, se tenía una experiencia previa, que les preocupaba, y por tanto era in-
dispensable conservar el cargo de funcionarios encargados de supervisarlos, como
eran los prefectos. Tal convicción respondía a la necesidad de no perder el dominio
del territorio estatal, tomando en cuenta que las fuerzas locales amenazaban la es-
tabilidad política. Pero también la integridad territorial, por lo que mantener el te-
rritorio del estado sin menoscabo o fisura era indispensable y se buscaba consoli-
dar el control territorial como uno de los sustentos fundamentales del poder. 11

EL MODELO SE EXTIENDE

La concepción territorial del Estado de México, en cuanto a la división, el orden y


jerarquías del territorio, así como los mecanismos de control de los ayuntamientos,
se convirtieron en un ejemplo a seguir, en tanto la experiencia en el funcionamien-
to de cada estado impuso una organización y control no muy distinta de la del Es-
tado de México, haciendo hincapié en los ayuntamientos, por lo que la uniformi-
dad, con sus excepciones fue la regla, más que la diferencia.
De esta manera, en los congresos estatales, se impuso también la necesidad de
establecer un mecanismo institucional que sirviera para el control y supervisión de
los ayuntamientos y municipios. Proceso que no se dio en forma simultánea al con-
junto de los estados, dado que en algunos se promovieron en leyes o decretos pos-
teriores a la promulgación de sus constituciones. Pero lo que se puede observar, es
que con el paso del tiempo, aquél se generalizó durante el periodo de 1824 a 1835.
Así para el conjunto de los estados, un asunto primordial fue el procurar ha-
cer gobernable su territorio y ampliar los márgenes de acción del quehacer políti-
co estatal. Aceptadas las estructuras anteriores, el siguiente paso fue un principio
de realismo que significaba controlar las fuerzas centrífugas que podían escapar al
control, caso preciso de los ayuntamientos. Así desde muy temprano, la irrupción
de la municipalidad, que propiciaba diversos intereses locales, se convirtió en un
rompecabezas difícil de armar. De esta manera, el fenómeno de la autonomía lo-
cal, vía los ayuntamientos, fue un problema medular. Desde el punto de vista de
los gobiernos estatales, el criterio de centralidad se imponía, lo que implicaba
adoptar los mecanismos de intervención necesarios.
La denominación de prefecto fue adoptada, además del Estado de México, por
Michoacán, Puebla, Querétaro y San Luis Potosí, como puede apreciarse en el cuadro
siguiente. El resto de los estados, salvo Durango, Nuevo León y Yucatán, para los que

11 La fragmentación territorial fue una posibilidad que se aviwró en Francia después de la Revo-

lución y que posiblemente, algunos de los miembros de las élites políticas conocían. Tal posibilidad es-
taba presente a juicio de los legisladores, como de las autoridades estatales, por lo que promovieron le-
yes como la del Estado de México con el propósito de evitarla. Maric-Vic OzouF-MARlGNIER, 1989, La
formation des Départnnents. La réprésentation du territoire ftanfais ala fin du 1Bnne siecle, París, Éditions
de rÉcole des Hautes Études en Sciences Sociales.
LAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 297

carezco de información, adoptaron el de jefes políticos, jefes de policía o jefes de de-


partamento. Al respecto, en una memoria de Guanajuato, publicada en 1826, con
realismo se exponía ante el congreso, que ante la situación que calificaban de "lastimo-
so estado", era indispensable nombrar: "prefectos, jefes de policía o departamentales".
Pragmatismo evidente, pero también muestra de la comunicación y conocimiento
que se tenía acerca de lo que ocurría en otros estados. Así, más que la denominación
del cargo, importaba la función, misma que tuvo un perfil muy parecido en el con-
junto de entidades. En Guanajuato, se adoptó el de jefes de policía. Denominación
de policía que correspondía a la noción entendida como ciencia de gobierno, referen-
te a las actividades y responsabilidades de las instituciones públicas, en las que se in-
cluían las de los ayuntamientos. Durante el siglo XVIII se utilizó y con ese sentido se
mantuvo vigente hasta mediados del siglo XIX. En lo que respecta a los jefes de depar-
tamento, correspondían a una denominación más reciente. La noción de departamen-
to, provenía de la experiencia administrativa francesa posrevolucionaria. 12

Estado*
Chiapas Prefectos
Chihuahua Jefes políticos
Coahuila-Texas Jefe de policía y Partido
Durango
Guanajuato Jefe de policía de Departamento
Estado de México Prefectos
Michoacán Prefectos
Nuevo León
Oaxaca Gobernador
Puebla Prefectos
Querétaro Prefecto
San Luis Potosí** Prefectos
Occidente Jefe de policía de Departamento
Tabasco Jefe de Departamento
Tamaulipas Jefe de policía de Departamento
Veracruz Jefe de Departamento y de Cantón
Jalisco Jefe de policía de Cantón
Yucatán
Zacatecas Jefes políticos
* Elaborado con información de las constituciones de los estados, así como con
leyes y disposiciones sobre la materia.
** En la Memoria de 1834 se mencionan prefectos y subprefectos provisionales.

12 1826. "Memoria que presenta el gobernador de Guanajuato al Congreso constituyente


del es-
tado de los negocios públicos que han estado a su cuidado, desde 1O de mayo de 1824, hasta 31 de di-
ciembre de 1825". Guanajuato, Imprenta del Supremo Gobierno en Palacio.
298 ENSAYOS SOBRE lA NUEVA HISTORIA POúTICA DE AMÉRICA IATINA, SIGLO XIX

Los prefectos, jefes de policía o de departamento y sus subalternos, subprefec-


tos y subjefes, en la mayoría de los estados fueron designados por el Ejecutivo es-
tatal y algunos otros escogidos en ternas, y se convirtieron en la mirada de la ad-
ministración central en el territorio estatal. Era la forma de disponer del control y
supervisión de los diferentes departamentos, distritos o cantones, jurisdicción te-
rritorial por encima de los partidos y municipios. Su establecimiento resultaba de
un análisis del comportamiento territorial y la conclusión era que al no contar con
un organismo de intermediación con los ayuntamientos, se complicaba la adminis-
tración. Así por ejemplo, en la memoria de Chiapas de 1831, el Ejecutivo estatal,
se lamenta que el Congreso no haya decidido designar prefectos, por el vado que
no alcanzaban a cubrir los funcionarios, sea los alcaldes o los jueces cuando se tra-
taba de asuntos judiciales. 13
Por otra parte, en la organización territorial de los estados, desde 1824 se plan-
teó una escala de mayor jerarquía, que agrupara a los partidos y a los municipios.
Fue un paso en la racionalización del territorio. Una forma de simplificar el gobier-
no y el control territorial. De esta manera, los ayuntamientos, quedaban bajo el ta-
miz de los partidos y del nivel superior, denominado en la mayoría de los estados,
departamento o distrito. Dicha jurisdicción territorial, tal como se aprecia en el cua-
dro siguiente, en la mayoría de los estados se le denominó departamento. Por ejem-
plo, el estado de Michoacán se organizó en cuatro departamentos, designándolos
con la rosa de los vientos: Norte, Poniente, Sur y Oriente. Signo de los tiempos,
donde los patronímicos de pueblos desaparecían en aras de la modernidad adminis-
trativa. En otros casos, cantón y departamento en Jalisco, y en Veracruz departa-
mento y cantón. 14

l3 Carece de agentes el "P.E. (poder ejecutivo). Los inmediatos en el orden político, que son los
prefectos, no estaban ni están establecidos: luego que el actual gobernador entr6 al mando promovi6 la
ejecuci6n del capítulo 4° título 3° de la ley fundamental del estado; pero el cuerpo legislativo no lacre-
y6 entonces conveniente ni oportuna. El hueco de aquellos funcionarios se puede decir que de necesi-
dad ha de estar vado, por que ni los jueces de 1ª instancia, ni los alcaldes constitucionales alcanza a dar
todo el lleno necesario a las funciones propias de jefes políticos, cuales son los prefectos y subprefec-
tos ... "1831. "Memoria del estado en que se hallan los ramos de la administraci6n pública de las Chia-
pas, que en cumplimiento del artículo 57 de la constituci6n del estado, y de orden del excelentísimo
señor gobernador y comandante general Don José Ignacio Gutiérrez, present6 y ley6 el oficial mayor
encargado de la secretaría del supremo gobierno, en las primeras sesiones del cuarto honorable congre-
so constitucional, el dla 1O de febrero de 1831 ", San Crist6bal, Imprenta de la Sociedad dirigida por
Secundino Orantes, pp. 6-7.
14 HERNANDEZ DIAZ, Jaime 2003, "Michoacán, de provincia novohispana a estado libre y sobe-
rano de la federaci6n, 1820-25", en Josefina V:lzquez, El ertablecimimto de/federalismo m Mlxico. Mé-
xico: El Colegio de México, p. 314. Se considera en el plan de divisi6n territorial de Jalisco: "Mencio-
na que la comisi6n decidi6 cambiar el término de partido por el departamento por que le pareci6 más
propio de la nueva forma de gobierno y más indicativo de ... la consideraci6n que han de merecer los
pueblos en lo sucesivo". 1824. "Plan de divisi6n provisional del territorio del estado de Jalisco".
LAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 299

División territorial*
Estado
Chiapas Departamentos Partidos Municipios
Chihuahua Departamentos Partidos Municipios
Coahuila-Texas Departamentos Partidos Municipios
Durango Partidos Municipios
Guanajuato Departamentos Partidos Municipios
Estado de México Distritos Partidos Municipios
Michoacán Departamentos Partidos Municipios
Nuevo León Partidos Distritos
Oaxaca Departamentos Partidos Municipios
Puebla Departamentos Partidos Municipios
Querétaro Distritos Municipios
San Luis Potosí Departamentos Partidos Municipios
Occidente Departamentos Partidos Municipios
Tabasco Departamentos Partidos Municipios
Tamaulipas Departamentos Partidos Municipios
Veracruz Departamentos Cantón Municipios
Jalisco Cantón Departamentos Municipios
Yucatán Partidos Municipios
Zacatecas Partidos Municieios
* Elaborado con información de las constituciones de l~s estados, así como con leyes y
disposiciones sobre la materia

Otra política puesta en vigor fue la de modificar la disposición que había favo-
recido la instalación de ayuntamientos en numerosos pueblos, acogiéndose a la dis-
posición constitucional de 1812, que permitía a partir de 1 000 habitantes, constituir
un cuerpo edilicio. Una respuesta común, en la mayoría de las legislaturas, fue la de
incrementar el número mínimo de habitantes para erigir ayuntamientos. Su política
se justificaba porque a juicio del Poder Ejecutivo del Estado de México, en muchos
pueblos se habían formado cuerpos municipales acogiéndose a la Constitución espa-
ñola, pero "en muchos otros que por el deseo de gobernarse por sí mismos, abultaron
su censo y arrancaron de la autoridad correspondiente un decreto para la instalación
de sus municipalidades". Postura en la que coincidía el gobierno de Puebla, añadien-
do una explicación que complementaba la anterior. La proliferación de ayuntamien-
tos se justificaba también por "el hábito de ser regidos por corporaciones que deno-
minaban repúblicas, les hizo multiplicar aquellos más allá de lo que la ley permitía" . 15

15 1826 "Memoria en que el gobierno del estado libre de México da cuenta de los ramos de su
administtación al congreso del mismo estado, a consecuencia de su decreto de 16 de diciembre de
1825". México, Imprenta a cargo de Rivera, p. 13; 1830. "Memoria presentada al congreso de Puebla
de los Ángeles por el secretario del despacho de gobierno, sobre el estado de la administración pública,
año de 1830", Puebla, Imprenta del Gobierno, pp. 5-6.
300 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

Tal como lo muestra el siguiente cuadro, se consideró indispensable modificar,


con la excepción de Chiapas, Coahuila-Texas, Jalisco, Nuevo León, San Luis Poto-
sí y Tamaulipas, el criterio establecido por el constitucionalismo gaditano de 1 000
habitantes como requisito para establecer ayuntamientos, al imponerse la conside-
ración de que era indispensable un mayor número. El incremento osciló entre 2 000
a 4 000 personas. Se cuenta con información para 16 estados de los 19. El Estado
de México y Michoacán fueron los más restrictivos, al exigir 4 000. Seis estados pe-
dían 3 000. Dos exigían 2 000 personas. Tabasco no especificaba un número espe-
cífico, pero restringía los ayuntamientos a las cabeceras de partido. Además de los
cinco que mantuvieron la disposición de 1812. La medida tuvo pronto éxito, lo que
significó la reducción drástica del número de ayuntamientos en diversos estados. 16

1824-1835*
Estado Número
Chiapas 1 000
Chihuahua X
CoahuilaTe 1 000
Durango X
Guanajuato** 3 000
México 4 000
Michoacán 4000
Nuevo León 1 000
Oaxaca 3 000
Puebla** 3 000
Querétaro 2000
S.L. Potosí 1 000
Occidente 3 000
Tabasco Cabeceras
Tamaulipas 1 000
Veracruz*** 2000
Jalisco 1 000
Yucatán 3 000
Zacatecas 3 000
* Elaborado principalmente con información de las constituciones de los estados y leyes respectivas.
** En ciudades, villas y cabeceras y poblaciones con 3 000 habitantes.
***fue. 129. Habrá ayuntamientos en la capital del estado, en las de los partidos, en las cabeceras de pa-
rroquias, y en los pueblos que tengan vicaria eclesiástica permanente, sea cual fuere su censo; pero si en una
población hubiere dos o mas parroquias reunidas como en la capital, no habrá más de un ayuntamiento.
Are. 130. En caso de que no tuviera las condiciones anteriores pero sí 3 000 habitantes pudiese estable-
cer ayuntamiento previo acuerdo del gobierno.
*** Artículo 32. Habrá ayuntamientos en las cabeceras de cantón sea cual fuere su población.
Artículo 33. Los habrá igualmente en todos los pueblos del estado cuyo censo por sí con el de su co-
marca llegue a 2000 almas.
x No se especifica en sus constituciones respectivas y no dispongo de información adicional.

16 DE GoRTARI RABIELA, 2002, Los ayuntamimtos m el gobierno y organización de los estados: 1824-
1827. en Jahrbuch der Gcschichte Lateinamerikas, Universidad de Hamburgo, 39, pp. 521-533.
LAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 301

DE LA MAQUINARIA ESTATAL A LOS AYUNTAMIENTOS:


UN HILO MUY DELGADO

Como señalaba inicialmente, otra cuestión que me propuse explorar se refiere a las
experiencias institucionales en la implantación del sistema de organización territo-
rial en el conjunto de los estados. Por lo que, una vez trazadas las líneas principa-
les, elaboradas y aprobadas por los congresos estatales, la interrogante que surge es
acerca de su puesta en marcha y el grado de dificultad con el que se fueron estable-
ciendo. Con tal intención, he recogido posiciones y comentarios que provienen de
las memorias e informes preparadas por los ejecutivos estatales, con el fin de cum-
plir con una de sus obligaciones, que era dar cuenta de su gestión al Legislativo.
Su consulta resulta un ejercicio útil para acercase a la situación que atravesa-
ban las diferentes entidades, según lo consideraban los gobernadores o sus represen-
tantes. Documentos públicos que se ponían a consideración del Poder Legislativo.
Dispares en sus contenidos y riqueza informativa, como en la calidad de sus refle-
xiones. Diferencias que pueden explicarse, por las enormes desigualdades entre los
estados, como por las características de los políticos en cuanto a su formación po-
lítica, origen profesional, comprensión y análisis de la situación, sin olvidar el gra-
do de mayor o menor formalidad y franqueza con el que se escribieron. Están con-
cebidas en forma de recuento. Balances que miraban al pasado reciente, pero que
situaban al Poder Ejecutivo estatal en el actuar cotidiano y en el quehacer del futu-
ro inmediato, incluyendo los avances y tropiezos en la organización territorial.
En sus exposiciones priva el convencimiento de disponer de una maquinaria
política y administrativa, acorde con sus necesidades de gobierno y control terri-
torial. La máquina, como algunos la denominaban, contaba con los engranajes ne-
cesarios para permitir el funcionamiento del sistema. Al respecto, Joaquín Lebrija,
quien fuera vicegobernador y gobernador del Estado de México, hizo públicas, en
1829, una serie de reflexiones que resultan esclarecedoras acerca de la práctica de
la política, desde la perspectiva de un actor bien situado. Equiparaba la adminis-
tración pública "con una complicada máquiná'. Símil que utilizaban los políticos
con frecuencia; así, por ejemplo, el secretario del despacho del gobierno de Chi-
huahua, se refería a la "maquinaria políticá'. El oficial mayor del gobierno de Chia-
pas, también mencionaba cómo se movía la maquinaria, al hacer alusión al gobier-
no. Imagen notable esta última, por su claridad, al añadir el movimiento. La cosa
pública funcionaba -o mejor dicho debería funcionar-, como un conjunto de
piezas articuladas que formaban el aparato público y que deberían moverse con
concierto. Situación ideal, que mostraba la confianza ilimitada de las autoridades
públicas de disponer de una herramienta eficaz. El maquinismo, se podría decir,
irrumpía en el mundo de la política. 17

17 1829. Lebrija, Joaquín, "Excirariva que hace el gobernador del esrado de México ... fechada en

Tlalpan el 21 de julio para que rodos sus ciudadanos laboren con el gobierno de 1<1 enridad, coadyuven
302 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMffiICA LATINA. SIGLO XIX

A la "máquina" se le entendía como un aparato conceptual, del que forma-


ban parte una noción del territorio, su organización y su conocimiento detallado,
pero también su gestión, a partir de una estructura jerárquica de autoridades en-
cargadas de trasmitir y ejercer el control. Definición que dilucidaba el carácter del
aparato público y su actuación, no como una serie de medidas y gestiones, aisla-
das y dispares, sino como un complejo conjunto de herramientas y criterios que
formaban parte de la ciencia del gobierno. Disciplina concebida desde la perspec-
tiva de la razón y de la racionalidad del actuar político. La máquina era su con-
creción práctica.
Para la práctica de gobierno, la información y su sistematización era un asunto
de consideración. Al respecto, el gobernador de Jalisco en 1832, en su informe al
Congreso del estado, consideraba necesario elaborar: "un cuadro analítico, circuns-
tanciado y exacto de todos los ramos que comprende la vasta administración. Como
una tabla sinóptica, en que a un solo golpe de vista se presentasen los males que afli-
gen a los virtuosos jaliscienses, y los bienes que necesitan para vivir contentos y feli-
ces ': Propósito no cumplido, como lo explica, por las dificultades para reunir la in-
formación y organizarla. Más allá de la intención no cumplida, es relevante el interés
por aglutinar sea en un cuadro o tabla, la problemática del estado. Bastaría una mi-
rada para sintetizar la situación, tal como los mapas y planos informaban sobre es-
pacios y lugares. Labor de síntesis, de concreción, que facilitaría el ejercicio del po-
der. Se conservaba la concepción ilustrada, interesada en impulsar la formación de
estadísticas, como un instrumento indispensable para el ejercicio de gobierno y que
formaban parte de la "ciencia del gobierno".
La racionalización administrativa y política permitía, a la letra, un funciona-
miento adecuado de la maquinaria estatal. Por ejemplo, en 1826, en la memoria
de gobierno de Jalisco, se describe su eficacia. Se informa que el estado, dividido
en ocho cantones, equivalente a departamentos o distritos de otros estados, cuen-
ta con ocho jefes de policía, los cuales están en comunicación directa con el gober-
nador y éstos a su vez, con los directores de los departamentos, denominación con
la que en el estado se denominó a los partidos. Consideración que compartía el go-
bierno del Estado de México. En el mismo año, en la memoria correspondiente,
se valora en forma semejante la organización territorial. En este caso, los distritos
y partidos, encabezados por un prefecto y un subprefecto respectivamente, posibi-
litaban a ambas instancias de poder hacer "más rápidas las providencias del ejecu-

para actuar y dar vida a la complicada máquina de la administración dentro del sistema federal", Mé-
xico; García, José Pascual, 1829, "Memoria presentada al honorable congreso segundo constitucional
de Chihuahua por el secretario del despacho de gobierno sobre el estado de la administración pública".
Imprenta del supremo Gobierno del estado a cargo de José Sabino Cano, pp. 24-25; 1831. "Memoria
del estado en que se hallan los ramos de la administración pública de las Chiapas ... ". En una represen-
tación de Oaxaca, se hace mención a: la delicada mdquina federal 1835. "Representación de los ciuda-
danos de Oaxaca'' en: Planes en la nación mexicana. Libro tres: 1835-1840. México, LIII Legislatura del
Senado de la República, El Colegio de México, 1987 (introducción de Josefina Vázquez), p. 74.
LAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 303

tivo, y velan en la conservación y seguridad de los pueblos (y) estos tienen más cer-
ca ... una autoridad ilustrada a quién ocurrir en todos sus negocios". 18
Sin embargo, las dificultades en el funcionamiento de la maquinaria político-
administrativa establecida, con el paso del tiempo, confirmó, a juicio de los ejecu-
tivos estatales, los diagnósticos negativos sobre los ayuntamientos, formulados des-
de 1824, además de nuevas experiencias que complicaban aún más el panorama.
El principal quebradero de cabeza seguía siendo los cuerpos municipales. La serie
de correctivos y medidas puestos en marcha no dieron los resultados esperados y
con el correr de los años no parecieron suficientes. La situación se agravó, si se
atiende a lo expresado por varios gobiernos. En 1830, en la memoria de Puebla, se
resumía con desaliento el ambiente que privaba respecto a los ayuntamientos y que
se compartía en varios estados. Se consignaba: ''.Apenas se presentará una institu-
ción, de que los pueblos se hayan prometido mayores ventajas; ni que hubiese co-
rrespondido menos a las esperanzas del legislador" . 19
El asunto era grave, afectaba el basamento del sistema político, considerada
como "la institución fundamental de los sistemas representativos". Uno de los asun-
tos preocupantes se refería al hilo conductor que se debería establecer entre los ni-
veles superiores y los representantes edilicios, el cual no funcionaba adecuadamen-
te. Las experiencias al respecto se repiten con frecuencia en los informes preparados
por los gobiernos estatales. Por ejemplo, desde 1824 advertía el gobierno de Gua-
najuato, que las respuestas recibidas a las solicitudes de información que hacía a los
ayuntamientos eran oscuras e ininteligibles. Por otra parte, en la aplicación de las
disposiciones decididas por el poder público, con excepción de las cabeceras y algu-
nos pueblos, no se sabían interpretar y con frecuencia se aplicaban mal. Así tam-
bién, cuando los miembros de los ayuntamientos hacían consultas a las autoridades
superiores, éstas no eran comprensibles. Se explicaba, como lo señalaba en 1826 el
gobierno de Jalisco, al referirse a los miembros de los ayuntamientos, que los más
capaces apenas sabían leer y se les dificultaba la escritura.
En las memorias de Chiapas, de 1830 y 1831, se mencionaba que salvo las ca-
beceras de partidos, los miembros de los ayuntamientos desconocían sus obligacio-
nes y no comprendían las órdenes y decretos que les remitía el gobierno del estado.
La razón, se explicaba porque "los individuos que los componen carecen de aptitud:
por sencillas y limitadas que sean sus funciones, ellos no las pueden cumplir; y por
consiguiente viene a inutilizarse la creación de los ayuntamientos". Se precisaba en
qué consistía la falta de aptitudes: "pues lo hay sin saber leer ni escribir, y aún la len-
gua vulgar como son los indígenas" .20

18 1826. "Memoria en que el gobierno del estado libre de México ... ", pp. 5-6; 1826. "Memoria

sobre el estado actual de la administración pública del estado de Jalisco en todos los ramos de su com-
prensión", Guadalajara, Imprenta del ciudadano Urbano Sanromán.
19 1830. "Memoria presentada al congreso de Puebla de los Angeles ... ", pp. 5-6.
20 1826. "Memoria que presentad gobernador de Guanajuato ... "; 1826. "Memoria sobre el es-
304 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POUTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

La capacidad política y administrativa de los miembros de los ayuntamientos


fue puesta en duda, al considerar las autoridades estatales que carecían de la prepa-
ración adecuada para ejercer sus cargos. El asunto parecía irresoluble, frente a una
cultura escrita, que requería además de conocimientos jurídicos, político-doctrina-
les y administrativos, inaccesibles para muchos de los cuerpos edilicios. Se planteó
una brecha sin solución. En 1833, en la memoria de Chihuahua, se corroboraba,
que los miembros de los ayuntamientos se caracterizaban por "la común falta de
elementos intelectuales y alimenticios en sus funcionarios". 21
Por otra parte, en los recintos legislativos de los estados se siguió escuchando, en
tono de preocupación, por boca de los ejecutivos, el control que estaban ejerciendo
en los ayuntamientos, particularmente de los pueblos, grupos, partidos y familias
movidas por intereses particulares, que consideraron se habían apoderado de los
cuerpos municipales. Al respecto, en 1830, en Puebla, la situación se caracterizaba
por el predominio de un conjunto de intereses que representaban a los que disponían
de "capitales ... reconcentrados en un pequefio número de manos", dedicados a fo-
mentar sus giros y negociaciones, relajando "el resorte de la autoridad" (municipal).
En la participación para integrar los ayuntamientos, inicialmente, cundió el
entusiasmo en los posibles aspirantes, considerando que los cargos municipales po-
dían traer beneficios personales, pero no muy tarde fue evidente que se convertía
en una carga ruinosa. Asimismo, los riesgos que se corrían una vez concluida su
responsabilidad, podían poner en peligro su seguridad personal, sobre todo en las
poblaciones pequefías. Ejercer la autoridad y sancionar, podía acarrear consecuen-
cias futuras. Un círculo vicioso, que podía significar incluso la peor de las pesadi-
llas, cuando el agraviado se convirtiera en miembro del ayuntamiento y pudiera
ejercer represalias.
A pesar de los apuros y dificultades antes mencionados, los cargos municipales
siguieron siendo codiciables para los interesados en participar en la política. Una de
las razones era que los ayuntamientos tenían una injerencia importante en las elec-
ciones para cargos de representación, tales como las de los diputados, que al estar si-
tuados en la "escala primitiva'' del poder, era por tanto punto de partida para ascen-
der. De ahí que la contienda por ocupar los cargos municipales se convirtiera en un
campo propicio para el enfrentamiento de las facciones y asociaciones clandestinas
que se los disputaban. Querellas en las que se fomentaban los desórdenes y la vio-
lencia, propiciando que la población fuera "corrompida por el oro una parte no pe-
quefía''. Panorama que, con desaliento, se consideraba abatía la vida municipal. 22

cado actual de la administración pública del estado de Jalisco ... "; 1830. "Memoria del estado en que
se hallan los ramos de la administración pública de las Chiapas ... "; 1831. "Memoria del estado en que
se hallan los ramos de la administración pública de las Chiapas ... ", p. 9.
21 1834. "Memoria sobre la administración pública del estado de Chihuahua leida al Honorable

congreso cuarto constitucional por el secretario del despacho el día 3 de julio de 1833". Chihuahua,
Impreso por J. Melchor de la Garza en la oficina del estado.
22 1830. "Memoria presentada al congreso de Puebla de los Ángeles ... , pp. 5-6.
LAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 305

Una posible solución que fue apareciendo con frecuencia en las memorias e
informes de gobierno, fue el reducir, aún más, el número de ayuntamientos, lo que
significaba cuestionar la eficacia de la política implantada durante los primeros
años del federalismo, consistente en aumentar el número de habitantes requeridos
para formar cuerpos municipales y que fue seguida -como se ha revisado- en la
mayoría de los estados. La propuesta fue circunscribirlos a las cabeceras de parti-
do. La experiencia de los años transcurridos mostraba que en las capitales estatales
-también cabeceras, como en el resto de cabeceras, funcionaban. La medida no
se llevó a la práctica, pero si hubiera sido implantada, hubiese significado una re-
ducción más que drástica del número de ayuntamientos, si se compara el reduci-
do número de cabeceras con los ayuntamientos existentes en cada estado. Los
ayuntamientos, expresión de la representación y gestión local, se habían converti-
do en el hilo más delgado de la organización política territorial. El desenlace no
ocurrió, pero lo que se había avizorado era restringir prácticamente la capacidad de
participación y administración a las cabeceras de partido, que eran las jurisdiccio-
nes político-administrativas claves en el esquema de organización territorial. Los
cuerpos municipales se habían convertido en la bete noire al desestabilizar y debi-
litar el control territorial, desde la perspectiva de la centralidad estatal. 23
En la posición de varios ejecutivos estatales, respecto a la vida municipal in-
fluyeron, también, las experiencias recogidas durante las visitas a los municipios
con el propósito de estar al tanto de las realidades locales. En Guanajuato, donde
era una disposición constitucional, en la memoria de 1830, de una visita a los mu-
nicipios del estado, concluían que era indispensable suspender varios ayuntamien-
tos durante algunos años y fomentar la ilustración de sus miembros, además de re-
ducirles sus funciones. Se sugería que en aquellos municipios donde se decidiera
interrumpir las funciones del ayuntamiento, éstas podrían ser asumidas por el jefe
político. Se proponía también, limitarlos exclusivamente a las cabeceras.24

23 "el gobierno escima no solo convenience, sino absolucamence necesaria la reducción de ayun-

camiencos únicamence a las cabeceras de parcido, y algunas otras poblaciones, que por el crecido núme-
ro de sus habicances u otras circunstancias locales, pueda apropiátseles esta institución con la esperan-
za de provecho"; 1830. "Memoria presentada al congreso de Puebla de los Angeles ... pp. 9-10.
1830. "Memoria instructiva, que en cumplimiento de la parte 4• del artículo 109 de la constitu-
ción del estado de Guanajuato, presenta al superior gobierno del mismo, su primer vicegobernador cons-
titucional". Imprenta del Supremo Gobierno "habiendo manifestado la experiencia que el desarreglo de
algunos pueblos proviene principalmente de la distancia a que se encuentran de la cabecera del departa-
mento respectivo"; 1832. "Memoria de la administración pública del estado de Guanajuato, correspon-
dience al afio de 1831, que el vicegobernador constitucional, en ejercicio del poder ejecutivo, presenta en
cumplimiento del aráculo 82 de la constitución del mismo estado", México, Imprenta del Águila, p. 9.
24 El vicegobernador deberla visitar por lo menos dos veces al afio los municipios del estado. Ax-
áculo 109, fracción 4•, sección segunda. "Constitución del estado de Guanajuato"; 1828, Colección de
constituciones de los Esuulos Unúlos Mexicanos ... t. I, p. 368. En la misma constitución promulgada en
1826, se especifica el número de habitantes para formar un ayuntamienco y además se afiade que debe
concar con vecinos competentes.
306 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

Por otra parte, en la memoria de Oaxaca de 1832 se mencionaban las dificul-


tades que suponían las visitas en el plazo fijado. Se señalaba que cada departamen-
to, incluía numerosísimos ayuntamientos, situación que prevalecía en el estado, al
distinguirse por contar con el mayor número en el conjunto de los estados. A ma-
nera de ejemplo, citaban el departamento del centro, bajo cuya jurisdicción esta-
ban 148 pueblos, lo que hacía imposible pudieran ser visitados y cumplir con la
obligación establecida.
No sólo se trataba del número de ayuntamientos -como señalaba el Ejecu-
tivo de Oaxaca-, sino que se tenía que tomar en cuenta su acceso difícil, por la
escabrosidad de los caminos y las distancias, por lo que las visitas se volvían proto-
colarias; por tanto consideraba indispensable aumentar el plazo fijado y aun así, te-
nía dudas de que fuera posible hacerlas con el tiempo necesario para conocer la si-
tuación de cada municipio en detalle. Por eso se propuso espaciar las vistas en tres
años y dividir el territorio del estado en porciones iguales y de esta manera hacer
un plan sistemático para cada sección que incluyera un número determinado de
municipios y se estableciera un calendario adecuado. 25
El juicio acerca de los ayuntamientos fue cada vez más pesimista, pero no así
respecto a la estructura de organización territorial y los mecanismos de jerarquiza-
ción y autoridad establecidos desde los primeros años del federalismo en los esta-
dos. La confianza en la eficacia de los prefectos, jefes de policía o departamento se
mantuvo e incluso se acrecentó. Fueron estos funcionarios que posibilitaron a las
autoridades estatales, como señalaban las del Estado de México, "construir el ci-
miento sobre el que habían de descansar sus determinaciones", permitiendo al go-
bierno ponerse en contacto con las poblaciones más lejanas y "dar cortos pero fir-
mes pasos a la consolidación y mejora del sistema''. Haciendo presente al gobierno
"en todas partes, y uniesen al último habitante del territorio con el centro de la au-
toridad y del poder". Coincidía el Ejecutivo de Puebla, respecto a los beneficios
que había traído la implantación de prefectos, aparte de la comunicación con las
diferentes instancias del estado "aún en los puntos más excéntricos del estado".
Añadiendo que "cada uno de ellos ... agentes de capacidad y celo, que dirijan la
marcha de los ayuntamientos, y los ilustren en aquellos ramos que se han someti-
do a su cuidado y vigilancia". 26
La postura del Ejecutivo de Chiapas, en 1828, urgiendo al Poder Legislativo
implantar los prefectos designados y ya no electos, para evitar el arbitrio de la in-

25 1830. "Memoria instructiva, que en cumplimiento de la parte 4• del artículo 109 de la cons-
titución del estado de Guanajuato"; 1832. "Exposición que el tercer gobernador del estado hizo en
cumplimiento del artículo 83 de la constitución particular del mismo a la 4a. Legislatura constitucio-
nal al abrir sus segundas sesiones ordinarias". Oaxaca, Imprenta del supremo gobierno, dirigida por el
ciudadano Antonio Valdés y Moya.
26 1826. "Memoria en que el gobierno del estado libre de México ... ", pp. 5-6; 1827. "A los habi-

tantes del estado de México, su congreso constituyente", Colección de constituciones de los Estados Unidos Me-
xicanos, t. l, pp. 403-404; 1830. "Memoria presentada al congreso de Puebla de los Angeles ... , pp. 4-5.
lAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 307

triga que prevalecía en su elección, así como permitir una nueva división del terri-
torio en departamentos y partidos, confirmaba el convencimiento de que era in-
dispensable contar con una estructura territorial jerarquizada y con autoridades su-
periores designadas por el Ejecutivo que supeditaran los ayuntamientos. Por tanto,
compartían el convencimiento que afí.os atrás había servido para crear los funcio-
narios territoriales y en apoyo de su petición consideraban que los prefectos: "son
las columnas sobre que descansa el grande edificio que ostentan los supremos po-
deres de cada estado; y cada uno de los mismos jefes políticos en su demarcación
ejerce igual número de atribuciones que el ejecutivo en grande, o en la extensión
de su órbita''. Opinión que se reiteraba en 1831, al sefialar que el Ejecutivo se en-
contraba atado de manos, por no disponer de la maquinaria que le permitiera pa-
sar "del estrecho círculo de sus inmediaciones". En 1832, en la memoria de Oaxa-
ca, se reiteraba la convicción acerca de la eficacia de los funcionarios, encargados
del gobierno político y económico de los departamentos, como "los primeros
agentes del ejecutivo, encargados de comunicar órdenes a los pueblos y los conduc-
tos para recibir novedades y noticias de aquéllos". 27

CONSIDERACIONES FINALES

En el análisis del gobierno y la organización territorial de los estados, he privilegia-


do un criterio comparativo. Interesado en ampliar el contexto que me deslindara
de un acercamiento centrado exclusivamente en la historia general o en la historia
regional o estatal, me ha parecido relevante revisar el conjunto de los estados, ana-
lizarlos como las partes que componían la federación, con un criterio semejante
que permita efectivamente compararlos. Al haberlo hecho, los resultados son suge-
rentes.
Encontramos un tronco común, una matriz territorial con modalidades, pero
bajo premisas semejantes. Por tanto, si el camino fue distinto a los países que adop-
taron desde el principio un esquema unitario de organización y jerarquización de

27 1828. "Memoria del estado actual en que se hallan los ramos de la administración pública de

las Chiapas que en el cumplimiento de la obligación 4• del artículo 57 de la Constitución del estado,
presentó y leyó el oficial encargado de la secretaría del supremo gobierno en las segundas secesiones de
la 2• Honorable legislatura constitucional el día 6 de febrero de 1828". Capital de Chiapas, Imprenta
de la Sociedad, pp. 25-26; 1831. "Memoria del estado en que se hallan los ramos de la administración
pública de las Chiapas ... "Memoria de Chiapas 1831, pp. 5-6; 1832. "Exposición que el tercer gober-
nador del estado ... "; en la Memoria de Coahuila-Texas se mencionaba a propósito: "El ejecutivo en-
cargado a una sola persona con el fin importante de atender a la celeridad de su despacho y a la acción
continua en que siempre debe estar este Supremo poder... se halla comprometido en muchos casos por
la falta de un cuerpo intermedio a quien consultar en los negocios difkiles", 1833. "Memoria en que
el gobernador del estado libre de Coahuila y Texas: Da cuenta de los ramos de su administración, al
congreso del mismo estado, conforme al artículo 15 de la constitución. Leída en la sesión pública de 2
de enero de 1833". Leona Vicario, Imprenta del Gobierno, p. l.
308 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX

su territorio, como fue el caso francés, en la federación mexicana fue necesario que
el congreso de cada estado decidiera y optara por el modelo bajo el cual se organi-
zaría su territorio. Así, 19 estados se organizaron en forma soberana. Y a pesar de
que el abanico pudo ser diverso, con variantes distintas, los resultados muestran
grandes semejanzas que conllevan a un estándar que se fue ajustando y adecuando.
Desde el principio se decidió adoptar una parte importante de la organización
territorial anterior, los partidos, asimilándolos como ingredientes fundamentales del
sistema territorial. Al mismo, tiempo condicionar y delimitar la esfera de los ayun-
tamientos, tanto en las condiciones para su establecimiento, como sería el número
mínimo para establecerlos y su sujeción al Ejecutivo por medio de funcionarios su-
periores, los prefectos, jefes de policía o departamento y adoptando al mismo tiem-
po una división territorial, casi en todos los estados, por encima de los partidos y
municipios, los departamentos, distritos o cantones.
Sin embargo, una vez establecida la estructura territorial y sus jerarquías, a
partir de una codificación de sus reglas de funcionamiento, las tensiones y conflic-
tos, desde la perspectiva de los ejecutivos y congresos estatales, seguían provinien-
do de los ayuntamientos. Desde los albores del establecimiento del federalismo se
tomaron medidas, pero las experiencias resultantes, aunadas a las que previamen-
te conocían, les convencieron de la necesidad de limitar la vida municipal a un nú-
mero menor de cuerpos edilicios. Razones múltiples justificaban su postura como
he mencionado. El proyecto quedó en propuesta, pero mostraba el desencanto de
las élites estatales con el engranaje más extendido de representación que eran los
ayuntamientos y parte esencial de la maquinaria político-administrativa.
Se puede considerar que en la apuesta política de los ejecutivos estatales, la es-
tructura territorial sobrepuesta a los municipios tuvo un propósito preciso: el con-
trol del territorio, mediante un mecanismo político administrativo. Sus resultados,
si se atiende a la opinión de los ejecutivos estatales, fueron los esperados. Sin embar-
go, en la pretensión de centralizar los estados, el basamento no funcionó como se
esperaba. Imposibilitó que la cadena de mando circulara de arriba hacia abajo y vi-
ceversa, con fluidez y eficacia. La pretensión de que lo político-administrativo se im-
pusiera avanzaba, pero aún no lograba todas sus miras. Se puede afirmar que la re-
presentación podía restringirse en aras de un eficaz modelo de gobierno, tal como
fue la propuesta de limitar los ayuntamientos exclusivamente a las cabeceras.
En cuanto a las experiencias institucionales, considero que por medio de los
ejecutivos de los estados, se puede conocer una parte del funcionamiento del sis-
tema político. No sólo es la parte normativa la que se aprecia, sino también las di-
ficultades y aciertos en su puesta en operación. Nos acercamos a una parte de las
prácticas de la política. Sin duda, sería interesante acercarnos en el futuro a otra de
las partes, la de los ayuntamientos y su perspectiva. Ambas forman parte del pro-
ceso político.
Por último, considero importante destacar las virtudes del enfoque compara-
tivo. Sus frutos son valiosos al permitir conocer las principales tendencias del pro-
LAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 309

ceso de integración territorial de los estados, como algunos de sus contratiempos


y matices. De esta manera, el establecimiento del federalismo en los estados, revi-
sado en conjunto, evita considerarlo como un fenómeno aislado, como podría ser
el caso de la historia regional centrada en casos específicos o por el contrario, en la
perspectiva del poder federal, que impide analizar las partes que conformaban la fe-
deración. Así, comparando, es posible avanzar en la historia política institucional
y advertir las directrices que se siguieron en los estados, a partir de un modelo que
se implantó y que suscitó problemas y respuestas muy parecidas durante el primer
federalismo. Es una forma de analizar cómo se estaba construyendo el sistema fe-
deral y cómo las élites atisbaban un futuro con borrascas, que se convirtieron en
tormenta y terminaron con el primer régimen federal.
COLABORADORES

Guillermo Palacios es doctor en Historia por la Universidad de Princeton y pro-


fesor-investigador del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Au-
tor de Cultivadores libres, Estado y crisis de la esclavitud en Brasil en la época de la Re-
volución Industrial (traducido al portugués); La pluma y el arado. Los intelectuales
pedagogos y la construcción sociocultural del "problema campesino" en México, 1932-
1934; Intimidades y reconciliaciones: México y Brasil, 1822-1993 (traducción al por-
tugués en prensa) y La independencia y el comienzo de los regímenes representativos,
vol. 1 de Historia contempordnea de América Latina, Carlos Malamud (ed.), en co-
autoría.

Carlos Malamud es doctor en Historia de América por la Universidad Complu-


tense de Madrid. Profesor de Historia de América de la Universidad Nacional de
Educación a Distancia (UNED), España, e Investigador Principal de América Lati-
na del Real Instituto Elcano. Es autor o editor de numerosos libros entre los que
destacan: Partidos politicos y elecciones en Argentina: la Liga del Sur (1908-1916) y,
como editor, Legitimidad, representación y alternancia en España y América Latina.
Acaba de publicar una Historia de América en Alianza Editorial. Colabora regular-
mente en diversos medios de prensa con análisis sobre la realidad política e inter-
nacional de América Latina.

Marcello Carmagnani es profesor-investigador del Centro de Estudios Históricos


de El Colegio de México. Autor de numerosos artículos y libros, muchos de ellos
reeditados, sobre historia de América Latina, tanto en sus aspectos políticos como
socioeconómicos y culturales. Entre sus publicaciones más recientes figuran Fede-
ralismos latinoamericanos: México, Brasil, Argentina (coord.); Estado y mercado. La
economia pública del liberalismo mexicano, 1850-1911; Constitucionalismo y orden
liberal en América Latina, 1850-1920 (ed.) y El otro Occidente. América Latina des-
de la invasión europea hasta la globalización (Premio Latin American Studies Asso-
ciation 2005).

Anniclc Lempériere es doctora en Historia por la Sorbonne; catedrática de histo-


ria de América Latina en la Université Paris-1 Panthéon-Sorbonne. Ha publicado
Les e/eres de la nation. lntellectuels, État et société civile au Mexique. xJf siecle y Entre
Dieu et le roí, la république. Mexico, xvf-XDf siecles. Autora de numerosos artículos

[311]
312 COLABORADORES

sobre la historia política de México, editó con Frans;ois-Xavier Guerra la obra co-
lectiva Espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. Siglos XVIII-XIX.

Érika Pani es doctora en Historia por El Colegio de México; actualmente es pro-


fesora-investigadora de la División de Historia del Centro de Investigación y Do-
cencia Económicas. Sus publicaciones incluyen Para mexicanizar el Segundo Impe-
rio. El imaginario político de los imperialistas (2001) y Pasado de usos múltiples. Las
historias del Segundo Imperio (2004).

Hilda Sabato es historiadora, profesora de la Universidad de Buenos Aires e inves-


tigadora del CONICET (Argentina). Entre sus libros se cuentan La política en las ca-
lles. Entre el voto y la movilización: Buenos Aires, 1862-1880 (Bs.As. 1998; 2ª. ed.,
2004), Premio Clarence H. Haring de la American Historical Association en
2001; Capitalismo y ganadería en Buenos Aires: la fiebre del lanar, 1850-1880, am-
bos traducidos al inglés; Los trabajadores de Buenos Aires: la experiencia del merca-
do, 1850-1880, con L.A. Romero (Bs. As., 1992), Ciudadanía política y formación
de naciones. Perspectivas históricas de América Latina (comp.) y La vida política. Ar-
mas, votos y voces en la Argentina del siglo XIX (en colaboración}.

Vttginia Guedea Rinc6n Gallardo es doctora en Historia por la Universidad Nacio-


nal Autónoma de México; investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas
de la propia Universidad. Se ha ocupado principalmente de estudiar los procesos
políticos ocurridos durante los años en que la Nueva España pasó a convertirse en
el México independiente, sobre los que ha publicado varios libros, entre los que des-
tacan En busca de un gobierno alterno: los Guadalupes de México y La insurgencia en
el Departamento del Norte: los Llanos de Apan y la Sierra de Puebla, 1810-1816.

Alfredo Ávila es doctor en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de


México, donde se desempeña como investigador de tiempo completo y secretario
académico del Instituto de Investigaciones Históricas. Es autor de varios artículos
relacionados con la cultura política en el primer tercio del siglo XIX y de dos libros:
En nombre de la nación. La formación del gobierno representativo en México (1808-
1824) y Para la libertad. Los republicanos en tiempos del imperio 1821-1823.

Alicia Hernández Chávez es doctora en Historia por la Universidad de Mont-


pellier; profesora-investigadora del Centro de Estudios Históricos de El Colegio
de México y presidenta del Fideicomiso Historia de las Américas. Especialista en
historia política de México, entre sus publicaciones más recientes, varias de ellas
reeditadas, se encuentran La nueva relación entre legislativo y ejecutivo: la políti-
ca económica, 1982-1997 (en colaboración}; México, breve historia contemporá-
nea (traducido al inglés y al italiano) y Breve historia de More/os.
COLABORADORES 313

Brian Connaughton es doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y pro-


fesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana-lztapalapa desde
1974. Se ha dedicado al estudio de la cultura política en México durante los si-
glos XVIII y XIX, destacando particularmente el discurso del clero y del orador cí-
vico en torno a la identidad nacional. Es autor y/o editor, entre otros, de Clerical
Ideology in a Revolutionary Age. The Guadalajara Church and the Idea ofthe Mexi-
can Nation (1788-1853), Dimensiones de la identidad patriótica. Religión, política
y regiones en México, siglo XIX y Poder y legitimidad en México en el siglo XIX (coor-
dinador).

Elisa Cárdenas Ayala es doctora en Historia por la Université Paris I; en la actua-


lidad es investigadora del Departamento de Estudios sobre Movimientos Sociales
de la Universidad de Guadalajara. Autora del libro Le laboratoire démocratique: le
Mexique en révolution (1908-1913). Desarrolla actualmente una investigación so-
bre historia comparada de la secularización en América hispánica, tema sobre el
que ha publicado varios artículos.

Carlos A. Forment es doctor por la Univérsidad de Harvard, Cambridge, Mass.


Especialista en sociología histórica y política comparada. Actualmente es director
del Centro de Investigación y Documentación de la Vida Pública, Buenos Aires, y
profesor en el Departamento de Ciencia Política e Historia de la Universidad Na-
cional de San Martín, Buenos Aires. Es autor de Democracy in Latin America,
1760-1900: Civic Seljhood and Public J;,ift in Mexico and Peru (vol. 1) y de Civic
Selfhood and Public Lift in Argentina and Cuba (vol. II, en prensa).

Carole Leal Curiel es profesora asociada de la Universidad Simón Bolívar, Depar-


tamento de Ciencias Sociales. Coordinadora de Investigaciones del Instituto de In-
vestigaciones Históricas-Bolivarium y coordinadora de su revista, Anuario de Estu-
dios Bolivarianos. Ha obtenido el Premio Municipal de Literatura, 1990, la
Mención Investigación Histórica, Concejo Municipal de Caracas y el Premio Aca-
demia Nacional de la Historia-Fundación Pampero, 1991. Miembro del programa
Ecos-Nord en Ciencias Sociales y Humanidades, "Los republicanismos en Francia
y Venezuela" (2002-2006), de la Universidad de Marne-la-Vallée y la Universidad
Simón Bolívar. Es ca-coordinadora y coautora del libro, Mitología polltica andina:
Orlgenes, invenciones y ficciones (en prensa).

Iara Lins Franco Schiavinatto es doctora en Historia por la Universidad Estadual


de Campinas, Brasil, donde se desempefia como profesora de historia de Brasil en
el Departamento de Multimedios y dirige el proyecto de investigación "Cultura vi-
sual, imagen e historia". Es autora de Pátria coroada: o Brasil como corpo polltico au-
t6nomo, 1780-1831 y A Independlncia do Brasil.
314 COLABORADORES

Hira de Gortari Rabiela es doctor en Historia por la Escuela de Altos Estudios en


Ciencias Sociales, París, Francia; es investigador titular del Instituto de Investiga-
ciones Sociales. Autor de numerosos artículos sobre historia institucional y urba-
na de Nueva España y México, los más recientes de los cuales son "La capitalidad,
el gobierno y la administración. Ciudades novohispanas y mexicanas 1786-1835";
"Los ayuntamientos en el gobierno y organización de los estados: 1824-1827" y
"La ciudad de México de finales del siglo XVIII: Un diagnóstico desde la ciencia de
la policía".
Emayos sobre la nueva historia política
de América Latina, siglo XIX
se terminó de imprimir en marzo de 2007
en los talleres de Formación Gráfica, S.A. de C.V.
Matamoros 112, Col. Raúl Romero, Ciudad Nezahualcóyotl, Estado de México.
Tipografía y formación a cargo de Patricia Zepeda
en Redacta, S.A. de C.V.
Cuidaron la edición Andrea Huerta y el coordinador.
CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS

El libro que el lector tiene en las manos es resultado del Coloquio


Internacional que se celebró en El Colegio de México en noviembre de
2003 sobre el tema Los caminos de la democracia en América Latina,
siglo x1x : revisión y balance de la nueva historia política . Los propósitos
estaban centrados en analizar, tanto desde el punto de vista teórico como del
metodológico y a partir de estudios de situaciones empíricas, la naturaleza
de las nuevas tendencias historiográficas que crecieron y se consolidaron
en las últimas décadas del siglo pasado al amparo de una renovación de
los enfoques y de los temas de la historia política del subcontinente, anclados .!:l
~
casi todos ellos en la revaloración de la historia de la cultura política y en ~
ejercicios de amalgama entre la historia de la cultura y la historia política ·~
propiamente dichas. En la propuesta del coloquio estaba una pregunta sobre ~
los alcances y límites de esas nuevas corrientes, de esa "nueva" historia, e'
de ese conjunto de nuevos enfoques. Durante años, en especial a partir del ]-
inicio de los años 1980, numerosos autores habían iniciado la construcción ~
""'
.!;!
de la autonomía del campo de la historia política, tratando de liberarla de ~
las determinaciones que durante décadas le habían sido impuestas {l
por la historiografia económica marxista y annalista, y que la convertían .~
en una mera variable subordinada de los fenómenos económicos. Esos :;¿
movimientos revisionistas tuvieron varios orígenes y se desdoblaron en ~
diversas perspectivas teóricas y analíticas. Uno de los puntos centrales de &.
-8
los debates del coloquio fue el uso del término "nueva historia" para identificar .§
las corrientes de historiografía política que en las últimas décadas del siglo pasado ·~
habían comenzado a tomar en serio los mecanismos y vericuetos de la J
democracia representativa en América Latina.

ISBN 9b6 - J.2 - J.25b - 6

1
9 789681 212568

1 EL COLEGIO
DE MÉXICO

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