LA Historia Política de América Latina, Siglo Xix: Nueva
LA Historia Política de América Latina, Siglo Xix: Nueva
LA Historia Política de América Latina, Siglo Xix: Nueva
GUILLERMO PALACIOS
COORDINADOR
EL COLEGIO DE MÉXICO
ENSAYOS SOBRE
LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA,
SIGLO XIX
CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS
ENSAYOS SOBRE
LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA
DE AMÉRICA LATINA,
SIGLO XIX
Guillermo Palacios
coordinador
1
EL COLEGIO DE MÉXICO
980.03
E596
Ensayos sobre la nueva historia política de América Latina, siglo XIX /
Guillermo Palacios, coordinador. -- la. ed. -- México, D.F. : El Colegio de
México, Centro de Estudios Históricos, 2007.
314 p.; 22 cm.
ISBN 968-12-1256-8
Open access edition funded by the National Endowment for the Humanities/Andrew W.
Mellon Foundation Humanities Open Book Program.
ISBN 968-12-1256-8
Impreso en México
Monarquía-república-nación-pu eblo
Alicia Herndndez Chdvez 147
[7]
8 fNDICE
Colaboradores 311
INTRODUCCIÓN:
ENTRE UNA "NUEVA HISTORIA" Y UNA "NUEVA
HISTORIOGRAFÍA" PARA LA HISTORIA POLÍTICA
DE AMÉRICA LATINA EN EL SIGLO XIX
Los textos que el lector tiene en las manos son resultado de ponencias presentadas en
un coloquio internacional que se celebró en El Colegio de México en noviembre de
2003 sobre el cerna Los caminos de la democracia en América Latina, siglo XIX: revisión
y balance de la "nueva" historia política. El encuentro fue auspiciado por el Comité In-
ternacional de Ciencias Históricas y la UNESCO, a través del Comité Mixto que reú-
ne los esfuerws de ambas instituciones en pro de la investigación y divulgación del
conocimiento histórico. 1 Los propósitos del coloquio, como su subtítulo lo indica,
estaban centrados en analizar, canto desde el punto de vista teórico como del meto-
dológico y a partir de estudios de situaciones empíricas, la naturaleza de las nuevas
tendencias historiográficas que crecieron y se consolidaron en las últimas décadas del
siglo XX al amparo de una renovación de los enfoques y de los temas de la historia po-
lítica del subcontinente, anclados casi todos ellos en la revaloración de la historia de
la cultura política y en ejercicios de amalgama entre la historia de la cultura y la his-
toria política propiamente dichas. Desde ciertas perspectivas, estábamos en un "mo-
mento historiográfico" en que parecía que nos aproximábamos a un callejón sin sa-
lida, producto de la·aparición de cada vez más estudios que abordaban casos diversos
bajo premisas semejantes, que llegaban con frecuencia a conclusiones muy parecidas
lugar, la represenración de la UNESCO en México, a la época encabezada por el doctor Gonzalo Abad, que
estuvo siempre a disposición de los organizadores para resolver los problemas que fueron surgiendo. Su
sucesor en el cargo, doctor Luis Manuel Tiburcio, continuó el apoyo que permitió la coedición del vo-
lumen. El entusiasmo del doctor José Luis Peset, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de
Madrid, resultó fundamental para que El Colegio de México fuera escogido para ser sede del coloquio
y para deshacer algunos pequeños nudos que se presentaron durante los meses de planificación del even-
to. En los aspectos financieros la oficina de la UNESCO en La Habana, Cuba, prestó la asistencia necesa-
ria. El doctor Jean-Claude Robert, secretario general del Comité Internacional de Ciencias Históricas,
acompañó la fase de preparación y estuvo presente durante las sesiones del seminario. Evelyn Yanin Her-
nández, por entonces asistente de la Dirección del Centro de Estudios Históricos, realizó todo el traba-
jo básico de la organización del coloquio, desde las andanadas de comunicaciones electrónicas hasta la
organización de las mesas y los reclamos por los cexcos escritos y revisados. En esca última fase también
fue crucial la colaboración de Tania Lizbeth Meléndez Elizalde, quien se desempeñó posteriormente
como asistente de la Dirección del CEH, y quien se encargó de buena parte del trabajo de preparación
editorial del volumen. La idea original del coloquio se debe al doctor Germán Carrera-Damas, el ilus-
tre historiador, embajador y hombre político venezolano. Por diversas circunstancias, el proyecto origi-
nal tuvo que ser modificado sustancialmente, pero queda aquí nuestro agradecimiento por su colabo-
ración y apoyo.
[9]
10 INTRODUCCIÓN
(si bien aplicadas a espacios geográficos diferentes) o que presentaban pequeñas va-
riables con relación a sus antecesores: una reiteración de lo ya conocido, sin salidas
para otras perspectivas, una secuencia de estudios de caso que confirmaban hallaz-
gos anteriores. Entre las ideas del coloquio se encontraba la de analizar esta aparen-
te situación de cu/ de sac y proponer vías alternas de salida, que, sin abandonar una
recién conquistada autonomía historiográfica del campo político, impidieran que
ésta se convirtiera en aislamiento, y permitieran una nueva articulación con los otros
territorios de la historia de América Latina.
El llamar a esas corrientes de "nueva" historia política fue, por un lado, una
provocación destinada a encender el debate, y por el otro una propuesta hipotéti-
ca que nos obligara a reflexionar sobre continuidades y rupturas en el campo de la
historia de los fenómenos políticos decimonónicos, tema sobre el cual nos referi-
remos más adelante. Fue también un jugueteo con denominaciones hermanas,
como la "nueva'' historia cultural y, con menos identificación, con la "nueva'' his-
toria económica. (Con respecto a esta última, es evidente que la "nueva historia po-
lítica'', si la hay, carece de los elementos fundamentales que garantizan la "novedad"
de la cliometrla, como es el sustento de nuevas bases teóricas y, sobre todo, de nue-
vas fuentes). El mantener el adjetivo en el título de este volumen tiene más o me-
nos los mismos fines, ahora dirigidos al lector, y cumple con un deber elemental
de fidelidad con el evento que le dio origen.
En el cierne de la propuesta del coloquio estaba pues una pregunta sobre los al-
cances y límites de esas nuevas corrientes, de esa "nueva'' historia, de ese conjunto de
nuevos enfoques. Durante años, en especial a partir del inicio de los años ochenta,
numerosos autores habían iniciado la construcción de la autonomía del campo de la
historia política, tratando de liberarla de las determinaciones que durante décadas le
habían sido impuestas por la historiografía económica marxista y annalista, y que la
convertían en una mera variable subordinada de los fenómenos económicos. Esos
movimientos revisionistas tuvieron varios orígenes y se desdoblaron en diversas pers-
pectivas teóricas y analíticas. Algunas de ellas, haciendo un eco dialéctico del para-
digma derribado, destacaron los valores individuales del liberalismo, tiñendo en
muchos casos de ideología (tal como lo había hecho la historiografía marxista) los ha-
llazgos reóricos y los descubrimientos que esas nuevas perspectivas permitían. Mucho
más énfasis en esa peculiar característica de algunos de los practicantes de dicha mo-
dalidad fue puesto por sus adversarios, oriundos de tradiciones teóricas diversas y ad-
versas. En otras palabras, el retorno del individuo, el renacimiento del actor, como
lo llamó hace años Touraine, 2 la recuperación del accidente y del azar en la historia,
sirvieron para todos los gustos, sobre todo cuando ese revisionismo "liberal" se iden-
tificó (y se le identificó) como una proceso resultante del fin de la meta-narrativa his-
toriográfica marxista, esto es, del eclipse de la perspectiva de "izquierda''. Aquí hay
material para escribir una historia política de la historiogra6a política del siglo xx.
2 Alain ToURAINE, El regreso del actor, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1987.
INTRODUCCIÓN 11
estados nacionales. Y sin embargo fue ella, de alguna manera, la base para que se
construyera el mito del liberalismo latinoamericano decimonónico y el espejo en
el que se formaron sus antagonismos.
Alrededor de la mitad del siglo pasado, la historia política tradicional de
América Latina se encontraba ya en un avanzado estado de descomposición y des-
prestigio en los círculos académicos. Su contenido y proyección hacia el presente
eran objeto del más profundo escepticismo en los círculos informados, académi-
cos o no, de las sociedades latinoamericanas. El liberalismo decimonónico y sus
proclamaciones de libertad e igualdad ante la ley se habían quedado en las decla-
raciones y en las construcciones retóricas, los desequilibrios sociales y económicos
se acentuaban, los individuos modernos no aparecían por ningún lado y los inte-
reses corporativos y gremiales seguían siendo la norma en los conflictos de intere-
ses dentro del Estado y a lo largo y ancho de la sociedad. Ésta no se organizaba en
partidos modernos sino que seguía el comando de oligarquías regionales, caudi-
llos locales, jefes políticos pueblerinos, y los indispensables hombres fuertes. Como
consecuencia, el voto era manipulado y los procesos electorales se resolvían en
fraudes que frecuentemente quebraban la tenue norma constitucional. El sistema
de representación política era una caricatura siniestra de los modelos originales. El
resultado no era la alternancia en el poder de los diversos grupos en pugna en el
campo político, sino los golpes de Estado, los pronunciamientos, las rebeliones
caudillescas, los cuartelazos y las guerras civiles. Los adversarios eran enemigos,
frecuentemente tachados de traidores a la patria por la facción vencedora, y su lu-
gar era el exilio, la cárcel o el cementerio. Parecería que estuviéramos ante una so-
ciedad que trataba inútilmente de regirse por un sistema que no era el adecuado
a las características que sus procesos históricos habían construido, un sistema que
le era ajeno.
El desarrollo de ese tipo de tendencias claramente alejadas de los modelos un
tanto cuanto ideales del liberalismo europeo llevó la historia política, en especial la
de nuestro continente, al descrédito. Si a eso sumamos el apogeo de las perspecti-
vas economicistas y "tecnologisistas" que dominaron a la historiografía de esos años
podemos aquilatar el tamaño del deterioro sufrido por los estudios de historia del
campo político en América Latina, y la fuerza de la consecuente leyenda negra que
se fue tejiendo a su alrededor, que se resumía a lo siguiente: la historia política de
América Latina, además de ser, como todas, una historia subordinada a y depen-
diente de los hechos económicos, estaba constituida por engaños y falsedades, por
fraudes y violaciones de la regla, por manipulaciones y demagogias. Nada de eso
merecía ser estudiado por una historiografía que se quería moderna, científica, bus-
cadora -y no constructora- de la verdad.
El resurgimiento del interés por la historia política latinoamericana fue tam-
bién resultado de los avances realizados por otros historiadores en el campo de la
historia cultural, en particular en aquellas ramas que comenzaron a constituir una
nueva historia cultural, cuyos orígenes pueden ser ubicados en el influyente libro
INTRODUCCIÓN 13
·1 Jürgen HABERMAS, Strukturwandel der Offintlichkeit: Untersuchungen zu einer Kategorie der bür-
gerlíchen Gesellschaft, Berlín, Luchterhand, 1969. Publicada en español como Historia y critica de la opi-
nión pública, traducción de Antonio Doménech con la colaboración de Rafael Grasa, México-Barcelo-
na, G. Gili, 1997 (5• ed.).
14 INTRODUCCIÓN
tudios más "empíricos" en los que destacaban las transformaciones de las prácticas
derivadas de los nuevos conceptos de la modernidad liberal, tales como el ejercicio
de la ciudadanía, de la soberanía y de los atributos de la nación, etcétera.
Por otro lado, no hay cómo negar la importancia de la producción académica
resultante de las celebraciones del segundo aniversario de la Revolución francesa de
1789 en la consolidación del campo, en especial de la monumental obra colectiva
que se dedicó al estudio del nacimiento de la cultura política moderna. 4 Un título
que era, en sí, una propuesta, una hipótesis y un programa de trabajo. Porque a la
convergencia entre la política y la cultura se añadía ahora el tema de la moderni-
dad, un hijo medio bastardo de su propio, alardeado fin, la posmodernidad. En
efecto, observadas desde ahora, las décadas de 1980 y 1990 fueron décadas que re-
volucionaron el pensamiento científico social, y la historiografía estuvo en el cen-
tro de esa revolución. El derrumbe del paradigma marxista, el breve pero importan-
te renacimiento de la Escuela de Frankfurt, en especial la actualización de la obra
de Adorno y Horkheimer sobre la dialéctica del iluminismo5 (y la relectura menos
espectacular, pero igualmente importante de Antonio Gramsci), el cierre, en fin, de
una época cuyos inicios se ubicaron en la Ilustración y en sus "orígenes", populari-
zó, por su término, la noción de "modernidad" y la convirtió en una palabra clave,
un nuevo termómetro con el cual medir la temperatura del campo político. Típi-
ca manía de los historiadores: el cierre del círculo de lo moderno, teorizado y pos-
tulado por quienes, como Lyotard, se aventuraron en el estudio del significado de
largo plazo del derrumbe del marxismo y de las grandes narrativas en general, de la
desaparición de la hempeliana covering law (y de cualquier otra law) en la historia,
permitió que esa "modernidad", ya "muerta", cobrara un interés inusitado, permi-
tiera un nuevo y vertiginoso punto de observación de la historia decimonónica. 6
Pero no sólo de efemérides viejo mundistas se nutrió la "nueva historia políti-
ca" en América Latina. Muy por el contrario, su constitución tuvo fuertes raíces
propias e incluso predominantes frente a las motivaciones externas. La década de
1980 fue, todos los sabemos, el inicio del fin de las dictaduras militares que desde
mediados de los años sesenta asolaron el subcontinente, mataron, torturaron y se-
cuestraron, y de paso acabaron con las frágiles libertades democráticas que los paí-
ses al sur del Suchiate, unos más, otros menos (si bien México no se había librado
del todo) habían tenido. El inicio de la redemocratización o las "transiciones" a la
democracia, como se ha llamado en algunos círculos a ese proceso, coincidió en
grandes rasgos con la rápida descomposición del socialismo real, y poco a poco,
pero inexorablemente, la opción democrática, enemistada con ambos extremos,
4 BAKER, Keith Michael, Colin LuCAs, Fran~ois FURET y Mona OzouF (eds.), The French Revo-
lution and the creation ofmodern political culture, Oxford, Pergamon, 1989-1994, 4 vols.
5 Max HoRKHEIMER y Theodor W. ADORNO, Dialéctica de la Ilustración: fragmentos filosóficos, Ma-
drid, Trota, 1994.
6 Fran~is LYOTARD, La condición posmoderna. Informe sobre el saber, Madrid, Cátedra, 1987.
INTRODUCCIÓN 15
especial las que escudriñan las variaciones lentas, silenciosas, opacas, que van alte-
rando la vida social y política en ritmos antes imperceptibles, ensombrecidos por la
luz que distribuían por todo el espectro político las rebeliones armadas. Ésta es po-
siblemente una de las grandes contribuciones debidas al esfuerzo de muchos histo-
riadores que se han dedicado en años recientes a recuperar lo que pudo haber sido
la cultura política del Antiguo Régimen, como referencia central de la naturaleza de
los cambios y continuidades en los que se forjó la modernidad liberal latinoameri-
cana: el estudio detallado de las décadas finales del siglo XVIII en su propio caldo, vis-
tas a través de su propio air du temps, sin tener como punto de llegada los procesos
de independencia ni las revoluciones que se produjeron en torno a ellos, ni mucho
menos el crecimiento de los estados y de las sociedades nacionales durante el siglo
XIX. Una historia con pasado, pero sin futuro que la deforme. Como resultado, el
concepto de revolución fue perdiendo su peso específico como instrumento para-
digmático de cambio y dejando entrever, cada vez con más claridad, otros meca-
nismos de transformación soeial que, alejados de lo tradicionalmente considerado
como "político", como los que eran propios de las prácticas culturales, convergían
al final hacia él. En algunos corredores académicos eso llevó a una actualización del
debate sobre rupturas y continuidades en la historia de América Latina, que proce-
dió a relativizar las primeras y a fortalecer las segundas, y a situar en las últimas dé-
cadas del siglo XIX, y no a las independencias y a los años que les siguieron, la con-
solidación de la modernidad en muchas regiones del subcontinente.
La revitalización de la historiografía política en América Latina (una manera
que se quiere neutra de referirse a la aparición de una "nueva'' historia política) se
hizo, como ya lo advertimos, desde la perspectiva del estudio prioritario de la cul-
tura, tanto popular como de las élites, en cuanto que base y centro de la acción po-
lítica. Al igual que los que se dedicaron a la construcción de la cultura política del
Antiguo Régimen, los que optaron por revisar el siglo XIX y el presunto asalto de la
modernidad sobre las sociedades tradicionales iberoamericanas lo hicieron, en su
mayor parte, en un diálogo-debate constante, contrastante y contradictorio, con
las nociones de los modelos euroestadounidenses del liberalismo y de las prácticas
democráticas, cuyo ejercicio (que se ha querido de manera implícita mostrar como
ejemplar), parece, por otro lado, obviamente exagerado. Una vez alejados o igno-
rados tanto el modelo como el tipo ideal, comenzó a surgir en el diseño de los his-
toriadores latinoamericanistas, sensible al acaso y a la acción coyuntural, una cul-
tura política (o unas culturas políticas) específica, dotada de características que
hacían que sus "irregulares" mecanismos se revistieran de una lógica relativamen-
te articulada, no determinista, que a su vez servía para elaborar interpretaciones
más globales sobre el conjunto de las sociedades latinoamericanas. El liberalismo
de aquí era diferente del liberalismo de allá, pero no por eso dejaba de ser libera-
lismo ni sus prácticas debían ser despreciadas como objetos de conocimiento del
pasado, por más "desviadas" que estuvieran de las matrices supuestamente bien
comportadas de los liberalismos europeos. Después de todo, la historia política de
INTRODUCCIÓN 17
América Latina no era el "fracaso" que se había decretado de acuerdo con los cá-
nones de la perspectiva eurocéntrica.
* * *
Uno de los puntos centrales de los debates del coloquio fue, como ya se dijo, el uso
del término "nueva historia" para identificar las corrientes de historiografía políti-
ca que en las últimas décadas del siglo pasado habían comenzado a tomar en serio
los mecanismos y vericuetos de la democracia representativa en América Latina. Es
decir, el estudio, en su base, de la recepción, adaptación y práctica de los concep-
tos insignia de la modernidad y su relativa adecuación a la cultura política preexis-
tente; esto es, la que se había conformado durante los tres siglos de la relación de
los territorios iberoamericanos con las metrópolis peninsulares, y en particular, la
que había resultado bajo del impacto, regionalmente diferenciado, de las llamadas
reformas borbónicas. Mediante esa adecuación, nos dicen los estudios más recien-
tes, la modernidad europea pudo implantarse y funcionar en el caldo de socieda-
des que hasta muy entrado el siglo XIX siguieron marcadas por rasgos muy claros
del Antiguo Régimen, lo que significaba, entre otras cosas, que éste, modificado ya
por los vientos de modernización de las últimas décadas del siglo XVIII, había sali-
do prácticamente incólume de las "revoluciones" de independencia. En tal contex-
to podría defenderse la noción de "nueva historia'', en la medida en que la atención
prestada por los practicantes de las corrientes revisionistas puso efectivamente al
desnudo "una historia que no se conocía'' porque sus ingredientes habían sido de-
sestimados como fuentes de conocimiento {de "verdad") por estar plagados de vi-
cios y corrupciones frente a las matrices originales. En ese sentido, en las últimas
décadas hemos sido testigos de la aparición de una multiplicidad de estudios que
conforman, de hecho, una "nueva historia'' de América Latina, una historia que no
teníamos, que no conocíamos o que conocíamos a medias, en dosis beta. Sin em-
bargo, quienes desconfían del término -la mayoría de los participantes del colo-
quio y de este volumen, hay que advertirlo- argumentaron y argumentan que de
lo que se trata es de "nuevos enfoques" aplicados a una historia que sigue siendo la
misma: una nueva historiografía, y no una "nueva historia''. ¿Pero, una no produ-
ce a la otra?
Los artículos están organizados en tres segmentos consecutivos no diferencia-
dos, en un intento (seguramente no muy logrado, como es común en este tipo de
obras} por proporcionar una estructura lógica a los diversos abordajes representa-
dos por cada una de las contribuciones. Así, una primera parte agrupa los estudios
más teóricos (incluidos los que contienen balances bibliográficos de esa "nueva his-
toriografía''), mientras que la segunda reúne textos dedicados a una temática espe-
cífica y fundamental de la modernidad decimonónica, la de la secularización, una
especie de excavadora que desbarata poco a poco el edificio del Antiguo Régimen,
18 INTRODUCCIÓN
socavando sus cimientos ideológicos; la tercera pone lado a lado artículos que par-
ten de premisas teórico-metodológicas implícitas de la "nueva historia política''
para abordar casos concretos de procesos empíricos. Por lo demás, ninguno de los
colaboradores de este volumen está completamente de acuerdo en aceptar el epíte-
to de "nueva historia política' de América Latina, aunque a muchos se les sale el tér-
mino. La cuestión, retóricamente hablando, puede ser formulada así: ¿es la "nue-
va historia política" de América Latina demasiado parecida a la "vieja" como para
ser distinguida? ¿O bien, será vista en el futuro como tan sólo una tendencia más
del repertorio interminable de interpretaciones y enfoques historiográficos? ¿Se le
reconocerá, por fin, como un paso importante en el enriquecimiento y recupera-
ción de la subdisciplina? Quien viva lo sabrá, pero independientemente de cuál sea
la respuesta a estas y a otras muchas preguntas que podrán hacerse al respecto, la
hipótesis, si bien no comprobada en su plenitud, tuvo buenos resultados. Logró
una reflexión seria, profunda, multifocal en términos teóricos, metodológicos e
historiográficos, de la situación actual de la historia política, nueva o vieja, en Amé-
rica Latina. El resto son falsos problemas, lucubraciones terminológicas, visiones
compartidas y bifurcadas, que siempre, afortunadamente, las habrá. Pero un futu-
ro vigoroso para la historia política, "nueva'' o no, dotada o no de nuevas perspec-
tivas y nuevas preguntas, está fuera de toda duda. Tanto los trabajos realizados has-
ta ahora, incluidos los que integran este volumen, como los que se llevarán a cabo
en los próximos años frente a las celebraciones de los bicentenarios de las indepen-
dencias iberoamericanas, han de constituir un manifiesto de renovación y una
prueba de la vitalidad de la historia política y de la vida que relata.
GUILLERMO PALACIOS
El Colegio de México
¿CUÁN NUEVA ES LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA
LATINOAMERICANA?
[19]
20 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
3 www.latinobarometro.org
¿CUAN NUEVA ES LA NUEVA HISTORIA POL!TICA LATINOAMERICANA? 21
democracia no era algo exclusivo del mundo académico sino que estaba muy exten-
dida en la opinión pública y con un fuerte impacto en las ideas populares.
Con respecto a los tópicos más frecuentes de la política latinoamericana, que
la llamada nueva historia política ha comenzado a cuestionar con base en la reali-
dad histórica y en nuevas tendencias de investigación, merece la pena mencionar
los siguientes:
1) La democracia en América Latina es un fenómeno importado de otras lati-
tudes y ajeno totalmente a las tradiciones históricas y culturales de la región. Este
argumento a veces se refuerza insistiendo en las raíces indígenas de las sociedades
latinoamericanas y el peso asambleario existente en las comunidades indígenas, a lo
que hay que agregar la vigencia de los llamados "usos y costumbres", una especie de
corpus legislativo por el que se regiría desde la noche de los tiempos la convivencia
indígena. 5 Sin embargo, lo que se observa claramente es que el origen de la demo-
cracia en América Latina es simultáneo a la tradición republicana, algo que hasta
el momento no ha sido cuestionado, básicamente porque iría en contra de las fuer-
tes pulsiones nacionalistas presentes en todos y cada uno de los países de América
Latina y que ni siquiera los populistas más radicales se atreven a discutir. En reali-
dad, sólo desde la ignorancia o la mala fe se podría decir que la república es ajena
a la tradición latinoamericana.
Esta cuestión nos lleva a pensar en la importancia que adquirió la Constitu-
ción gaditana de 1812 en el desarrollo de las instituciones democráticas america-
nas y en la influencia del liberalismo español en la región, un tema bastante infra-
valorado. 6 Por eso es importante comenzar a ver a la Independencia como un
momento fundacional para la historia política latinoamericana, el momento de
verdaderas revoluciones políticas, que no sociales ni económicas.7 La Independen-
cia deber ser vista como revolución política porque ella es la que acaba con lamo-
~ Este extremo tiende a negar de algún modo la existencia en América, antes de la llegada de los
españoles, de imperios fuertemente centralizados, como el inca o el azteca, que tenían sistemas legisla-
tivos que en muchas ocasiones eran claramente contradictorios con los intereses de las comunidades in-
dígenas, especialmente aquellas pertenecientes a los pueblos conquistados.
6 lván JAKSIC, "Bridges to Spain: Andrés Bello and José María Blanco Whice" y Eduardo Posada
Carbó, "Emilio Cascelar: república, liberalismo y el poder de la oratoria", en Carlos MALAMUD (ed.), La
influencia española y británica en las i~as y en la politica latinoamericanas, en Papeles de Trabajo, Insti-
tuto Universitario Ortega y Gasset, Madrid, 2000. Esca publicación pone de manifiesto la influencia
de las ideas españolas y británicas en América Latina, eclipsadas, de alguna manera, por el énfasis pues-
to en las corrientes de pensamiento originarias de Francia o Estados Unidos.
7 Una buena síntesis se puede ver en Jaime RoDRIGUEZ, La independencia de la América española,
México, 1996, y en Guillermo PALACIOS y Fabio MORAGA, La indepen~cia y el comienzo de los regíme-
nes representativos (1810-1850), c. 1 de la Historia contemporánea de América Latina, Carlos MALAMUD
(ed.), Madrid, 2003. En Carlos MALAMUD, "Los países del Placa", en María Victoria LóPEZ CoRDÓN
(coord.), La España de Fernando VII. La posición europea y la emancipación americana, t. XXXIl/2 de la
Historia de España Menbzdez Pida/, Madrid, 2001, discuto el punto de la revolución de independencia
como revolución política.
¡CUAN NUEVA ES LA NUEVA HISTORIA POLfTICA LATINOAMERICANA? 23
narquía absolutista y el orden colonial corporativo y sienta las bases de las nuevas
repúblicas. Junto a esta realidad se observa el paso de los súbditos a los ciudadanos,
se pone fin a la sociedad corporativa para llegar a la de los ciudadanos y los dere-
chos individuales y es en ella donde aparecen las elecciones y posteriormente los
partidos políticos. 8
A fin de valorar eficazmente el impacto de la Constitución gaditana es impor-
tante pensar en la emancipación como un proceso librado simultáneamente a am-
bas orillas del Atlántico. También hay que atender a las instituciones heredadas de
la Constitución gaditana de 1812 y del desarrollo del liberalismo español. Me re-
fiero, entre otras, a las diputaciones provinciales, 9 a los ayuntamientos democráti-
cos10 o a los jefes políticos. 11
En relación con el papel del liberalismo español nos enfrentamos con otros
dos nuevos tópicos. El primero se refiere a la visión de los liberales españoles como
colegas o partidarios de sus pares americanos. Esto implica decir que los liberales
españoles, por el solo hecho de ser liberales, comprendían y compartían las reivin-
dicaciones emancipadoras de los liberales americanos, lo que a todas luces es falso.
Sin embargo, esta idea es sostenida, por ejemplo, por José Luis Abellán, quien,
apoyándose en algunas opiniones de José Blanco White, señalaba que "los libera-
les españoles se alegraron en su día de la independencia americana; dado que ellos
no podían ser libres estando sometidos como lo estaban al despotismo de Fernan-
do VII, la liberación (igual a emancipación) de los hermanos americanos fue ine-
vitable que les produjese gran satisfacción". 12 En realidad, los liberales españoles
pensaban que una vez eliminada la tiranía del absolutismo, lo más normal era que
los territorios americanos se reintegraran al viejo tronco español y que la indepen-
dencia sería innecesaria. Los liberales españoles querían un nuevo imperio, con
más derechos para las colonias y los colonos, pero un imperio al fin de cuentas. 13
8 Jose Carlos CHIARAMONTE, "Ciudadanía, soberanía y representación en la génesis del Estado ar-
gentino, 1810-1852", en Hilda SABATO (ed.), Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspecti-
vas históricas en América Latina, México, 1999.
9 Para México véase, Hira de GoRTARI RABIEIA, "Los inicios del parlamentarismo. La Diputación
Provincial de Nueva España y México: 1820-1824. Régimen Interior", en Virginia GUEDEA (coord.),
La independencia de Mixico y el proceso autonomista novohispano 1808-1824, México, 200 l.
10 Para el caso mexicano véase Antonio .ANNINO, "Cádiz y la revolución territorial de los pueblos
mexicanos, 1812-1821", en Antonio ANNINO (ed.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, Buenos
Aires, 1995.
11 Romana FALCÓN, "Jefes políticos y rebeliones campesinas. Uso y abuso del poder en el Esta-
do de México", en Jaime RoDRIGUEZ (ed.), Patterns ofContention in Mexican History. Scholary Resour-
ces, Willmingron, 1992.
12 José Luis ABELL\N, "Prólogo", en M. Teresa Berruezo, La participación americana en las Cortes
Por eso, es conveniente insistir en el hecho de que los liberales españoles eran tan-
to o más colonialistas que los conservadores españoles, un fenómeno que se puede
observar en el desempeño de la Comisión de Reemplazos de Cádiz, un organismo
creado en 1812 para financiar los intentos peninsulares de reconquistar las colonias
americanas tras el inicio de los procesos de emancipación. 14
El segundo tópico se vincula a la Constitución de 1812. Como consecuencia
de su aplicación en América, el modelo de elecciones indirectas se impuso prime-
ro en las colonias y luego en las nuevas repúblicas producto del proceso emancipa-
dor.15 A partir de este hecho se comenzó a insistir de forma recurrente en el carác-
ter menos democrático que éstas tienen en relación con los comicios directos, dado
el número restringido de electores o compromisarios responsables de tomar la de-
cisión última acerca de la designación de los candidatos. Sin embargo, cabe recor-
dar que el sistema de elecciones indirectas estuvo vigente en Brasil hasta fechas re-
cientes y en la Argentina se mantuvo hasta la modificación de la Constitución de
1853-1860, ocurrida en 1994. Por otra parte, en Estados Unidos todavía hoy se
mantiene el sistema de elecciones presidenciales indirectas.
2) Aquí se presenta otra cuestión central, vinculada a la existencia de regíme-
nes representativos y al surgimiento de la democracia. En este punto uno de los
principales tópicos afirmaba que los sectores populares estaban excluidos de la vida
política porque regía el voto censitario y encima primaba el fraude y la corrupción.
Sin embargo, se pierde de vista que en muchos lugares, en algunos tan distantes en-
tre sí como Colombia o la provincia de Buenos Aires, encontramos en diferentes
periodos y desde fechas muy tempranas la existencia del sufragio universal, mascu-
lino por supuesto. 16 También se ve que en ciertos lugares votaban más los sectores
populares que las oligarquías, como han probado Hilda Sabato y Elías Palti para el
caso de Buenos Aires. 17 Por lo general, los sectores más pudientes intentaban elu-
dir el compromiso con las urnas ante el riesgo de que los salpicara la violencia elec-
toral, salvo que se estuviera frente a unas elecciones muy competidas y de resulta-
do incierto, donde cada voto podía ser decisivo.
14 Antonio MATil.l.A TASCóN, "Las expediciones o reemplazos militares enviados desde Cádiz a re-
Derecho. Ricardo Levene, núm. 19, 1968. Durante buena parte del siglo XIX el sufragio femenino no for-
maba parr" de la agenda política de prácticamente ningún país del mundo.
17 Hilda SABATO y Elías PALTI: "¿Quién votaba en Buenos Aires?: Práctica y teoría del sufragio,
1850-1880", en Desarrollo Económico. Revista de Ciencias Sociales, núm. 119, vol. 30, 1990.
¿CUAN NUEVA ES LA NUEVA HISTORIA POLITICA LATINOAMERICANA? 25
18 Marta !RUROZQUI, '.i! bala, piedra y palo". La construcción de la ciudadanía de Bolivia, 1826-
1952, Sevilla, 2000 y "The Sound of rhe Pururos. Policicisacion and lndigenous Rebellions in Bolivia,
1825-192I ", en]ournal ofLatin American Studies, vol. 32-1, 2000. Véase también Víctor PERALTA y Mar-
ca lRUROZQUI, Por la Concordia, la Fusión y el Unitarismo. Estado y caudillismo en Bolivia (1825-1880),
Madrid, 2000 y "Las elecciones bajo el caudillismo militar en Bolivia, 1830-1878", en Iberoamericana
Nordic ]ournal ofLatin American Studies, vol. XXVI: 1-2, Estocolmo, 1996 y de Rossana Barragán, In-
dios, mujeres y ciudadanos. Legislación y ejercicio de la ciudadanía en Bolivia (siglo XIX), La Paz, 1999.
19 Esta perspectiva comparada se puede ver en Eduardo POSADA CARBÓ (ed.), Elections befare De-
mocracy: The History ofElections in Europe and Latin America, Sr. Martin's Press, I 996; Carlos MALA-
MUD (ed.), Partidos políticos y elecciones en América Latina y la Península Ibérica, 1830-1930, 2 vols., Pa-
peles de Trabajo, Instituto Universitario Ortega y Gasset, Madrid, 1995, y Carlos MALAMUD (ed.),
Legitimidad, representación y alternancia en España y América Latina: las reformas electorales en (J 880-
1930), México, 2000.
26 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMIDuCA LATINA. SIGLO XIX
principios de la década de los treinta del siglo XX sefialaba que las elecciones en
América Latina eran más un fenómeno curioso que un tema de estudio. 20 La ne-
cesidad de estudios comparados es más aguda a la hora de intentar relacionar lo
que pasaba en un país de la región con otro. ¡Cuántas veces hemos escuchado que
sólo los argentinos podían entender lo que es el peronismo o que sólo los mexica-
nos estaban en condiciones de interpretar la revolución que tanto había conmovi-
do las estructuras políticas e ideológicas de su país!
Estos problemas no ocurrirían, o se plantearían de otro modo, si se asumiera
que todo cuanto ocurría en el universo electoral latinoamericano (fraude y corrup-
ción, violencia, caudillismo, baja participación, etc.) eran fenómenos normales y
presentes de una manera u otra en todos aquellos países donde había elecciones y
se votaba a mediados del siglo XIX. Por cierto, que por aquel entonces las naciones
donde se practicaba el sufragio no abundaban en el mundo. En este sentido resul-
taría muy pertinente preguntarse en cuántos países se votaba en esa época, al mar-
gen de América Latina, Estados Unidos y Europa Occidental. La conclusión al res-
pecto debería ser de la existencia de una cierta normalidad en lo que ocurría en la
mayor parte de los países de la región.
3) También se solía afirmar, de forma acrítica, que la participación en la vida
política, especialmente la de los ciudadanos en los procesos electorales, era escasa
y que las posibilidades de manipulación muy altas (compra de votos, deferencia,
etc.). Esta situación es la que permite sustentar la idea de que estaríamos frente a
sistemas oligárquicos en los cuales las masas eran fácilmente controlables por las
élites, que eran las que terminaban imponiendo sus puntos de vista. En realidad,
los porcentajes de participación no estaban muy alejados de los existentes en otras
partes del mundo, aunque aquí es muy importante tener presente las marcadas di-
ferencias nacionales, y que los fenómenos vinculados a la práctica del voto también
eran bastante similares a los ocurridos en otras latitudes. 21
4) En definitiva, desde la perspectiva que tiende a minusvalorar la calidad de
los sistemas democráticos y de los procesos electorales en la región queda claro que
las elecciones latinoamericanas no servían a los intereses nacionales porque eran
fraudulentas, estaban manipuladas por los caudillos y las élites dirigentes y, por si
faltara algo, se producían regularmente revoluciones que hurtaban la voluntad po-
pular poniendo en el poder a autoridades distintas a las que legítimamente se ha-
bían impuesto en las urnas. Pese a la gran difusión que han tenido estas ideas en
prácticamente todos los círculos de las distintas opiniones públicas hemisféricas,
queda bastante claro que se trata de puntos de vista contradictorios, en la medida
20 C.E. Chapman, "Thc age of caudillos: a chaptcr in Hispanic American History", Hispanic
American Historical Review, vol. XII, 1932, p. 292.
21 El esrudio de los mecanismos clicncclares en Tammany Hall es muy ilustrativo al respecto.
Véase William Riordan, Plunkett ofTammany Hall, Nueva York, 1963 y Lloyd Robinson, The Sto/en
Election: Hayes versus Tilden-1876, Carden Cicy, Nueva York, 1968.
¿CUAN NUEVA ES LA NUEVA HISTORIA POL!TICA LATINOAMERICANA? 27
que las elecciones no sólo eran la principal (y única) fuente de legitimidad existen-
te en las repúblicas latinoamericanas, sino también las que servían para poner un
claro límite temporal a los mandatos políticos, más allá de que en algunos casos se
permitiera la reelección en distintos periodos sucesivos.
En relación con los problemas planteados por los estudios electorales, los tópi-
cos se suelen concentrar en la persistencia del fraude, de la violencia y el clientelis-
mo y en el factor disruptor que tenían las revoluciones en la vida política latinoame-
ricana, no sólo desde una perspectiva nacional, sino también en las comunidades
locales. En primer lugar, se ha insistido mucho en el papel negativo que jugaba el
fraude en la estabilidad de los sistemas políticos latinoamericanos del siglo XIX, al
condicionar de una manera clara y dirigida los resultados electorales. En realidad, el
fraude era un mecanismo consustancial al funcionamiento del sistema, ya que era
practicado sin ningún tipo de complejos por todos los actores que participaban en
las elecciones, aunque sólo fuera denunciado por los perdedores (nunca por los ga-
nadores, que también lo aplicaban). Con todo, es necesario tener presente que en el
siglo XIX, el momento más importante en el que se realizaba el fraude era el de la ins-
cripción en los padrones electorales y no el de la votación. Por eso, es necesario pre-
guntarse si el fraude permitía ganar elecciones o su objetivo era impulsar una mayor
participación electoral en los comicios, claro sinónimo de legitimidad. 22
Con respecto a la violencia electoral, ésta ha sido generalmente magnificada por
la mayoría de quienes se han acercado al fenómeno. ¿Cuál fue el verdadero impacto
de la violencia en la historia política latinoamericana? ¿La violencia en la actividad
política se limitaba a las elecciones o afectaba también a otras actividades vinculadas
a las mismas, como mítines o manifestaciones? 23 ¿Qué entendemos por normalidad
electoral, un punto donde también es necesario el enfoque comparativo? Sabemos
mucho de las elecciones violentas (incluso de su número), de la movilización de gru-
pos armados, de la captura de las mesas por una de las facciones enfrentadas, del nú-
mero de víctimas producido, ¿pero cuánto sabemos de las elecciones normales, de
aquellas que se celebraban periódicamente sin recurrir a la violencia? También habría
que preguntarse por el númern de personas que moría como consecuencia de la vio-
lencia electoral y compararlas con otras formas de violencia de la época.
Otro tema importante, bastante vinculado al anterior, es el de la relación exis-
tente entre las revoluciones y la política. Por eso, es necesario vincular las revolu-
ciones en sus distintas formas (asonadas, pronunciamientos, golpes de Estado, gue-
rras civiles, etc.) con las elecciones. ¿Cuándo, cómo y para qué se producían las
revoluciones? En numerosas ocasiones éstas solían producirse antes o después de
22 Carlos MALAMUD, Partidos políticos y elecciones en la Argentina: la Liga del Sur (1908-1916),
Madrid, 1997 y Eduardo Posada Carbó, "Electoral Juggling: A Comparative History of che Corruption
of Suffrage in Latin America, 1830-1930", en Journal ofLatín American Studies, vol. 32, núm. 3, 2000.
23 Hilda SABAHl, La politica en las calles. Entre el voto y la movilización. Buenos Aires, 1862-1880,
los periodos electorales, bien para cambiar las reglas de juego con anterioridad al
comicio, o bien tras una derrota electoral, esperando que a posteríori las. urnas le-
gitimen a los nuevos mandatarios. En este sentido, resulta pertinente formular
otras preguntas, como: ¿Dividían las revoluciones a las sociedades y a las comuni-
dades en que éstas tenían lugar? ¿En caso afirmativo, cuán duraderas eran las frac-
turas sociales que se producían? De ahí la importancia de estudiar las frecuentes
amnistías que se solían producir tras los procesos revolucionarios. 24 Por eso resul-
ta muy interesante la relación que establece Paula Alonso entre las revoluciones del
siglo XIX en la Argentina y los intentos de restauración de una serie de idílicos y
prácticamente inexistentes valores republicanos, en vr:z de insistir en la transforma-
ción en profundidad de los sistemas políticos existentes. 25
A efectos de esta discusión habría que preguntarse por las características y los
límites de la historia política en América Latina, teniendo presente que en buena
medida ésta debe ser profundamente narrativa. Pero hay más, ¿Cuál es la relación
entre la historia política y la historia de las ideas? ¿O con la historia de la cultura o
con la antropología? Más allá de los nexos y préstamos que pueda haber entre una
y otras, está claro que no estamos frente a disciplinas equiparables, que ni son lo
mismo, ni deberían confundirse. Esto no implica negar los efectos beneficiosos que
para el desarrollo de la historia política han tenido los préstamos recibidos de otras ·
ciencias sociales, como la ciencia política, la sociología o la antropología, sino ver
la necesidad de establecer reglas de juego claras sobre el funcionamiento de la dis-
ciplina.
En este sentido, vemos cómo la historia política ha sido muy afectada y per-
meada por las modas académicas, en las que predominan una serie de conceptos
que de forma algo apresurada podríamos definir como resbaladizos. Éste sería el
caso de la "esfera pública", 26 "plaza pública'', "sociabilidad", "sociedad civil", "gé-
nero", "imaginario colectivo" o "Estado-nación", entre otros. Por ejemplo, ¿qué
aporta a nuestros trabajos la utilización del concepto "Estado-nación" en América
Latina, frente al de "Estado" o al de la "nación"?27 En codo caso, y a fin de facili-
24 Carlos Malamud, "La restauración del orden: represión y amnistía en las revoluciones argen-
tinas de 1890 y 1893", en Eduardo Posada-Carbó (ed.}; In Search ofa New Order: Essays on the Politics
and Society ofNineteenth-Century Latin America, Nineteenth-Century Latin America, núm. 2 (ILAS-
Londres, 1998); y "The Origins of Revolution in Nineteenth-Century Argentina'', en Rebecca E.ARLE
(ed.}, Rumours ofWars: Civil Conjlict in Nineteenth-Century latin America, Nineteenth-Century Latin
America, núm. 6, ILAS, Londres, 2000.
21 Paula ALoNSO, Entre la revolución y las urnas. Los orígenes de la Unión Cívica Radicaly la pollti-
ca argentina en los años noventa, Buenos Aires: Editorial Sudamericana/Universidad de San Andrés, 2000.
26 Fran~ois-Xavier GUERRA, Annick LEMPÉRIÉRE et al., Los espacios públicos en lberoamérica. Am-
bigüedades y problemas. Siglos XVIII-XIX, México: Fondo de Cultura Económica, 1998. Las constantes
alusiones a lo largo del texto a Jürgen Haberlas son prácticamente la norma, aunque en el desarrollo
de cada trabajo el modelo sea dejado de lado.
27 El programa del siguiente Simposio Internacional sobre "El Estado-nación en Iberoamérica:
construcción, problemas, contradicciones", celebrado en la Universitat Jaume I, Castellón, España el 3
¿CUAN NUEVA ES LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA LATINOAMERICANA? 29
y 4 de mayo de 2004 es bastante ilustrativo al respecto. Tanto la justificación del evento como las dis-
tintas participaciones evidencian la vacuidad de un concepto que aparentemente es central para el de-
sarrollo del simposio. En la justificación se dice: "El esrudio de la construcción del Estado ha sido mo-
tivo de diferentes investigaciones desde diversas ciencias y disciplinas. Mucho más recurrente ha sido el
esrudio de esa construcción estatal a partir de la 'invención' de las naciones en un sentido hobswania-
no. Es propósito del Centro de Investigaciones de América Larina (CIAL)-Unidad Asociada a la Escuela
de Esrudios Hispanoamericanos (cs1c), reunir a una serie de especialistas en diversas áreas temáticas que
trabajan, desde hace varios años, sobre diversos aspectos que concurren en la construcción, su proble-
mática y las contradicciones que a lo largo de los siglos anteriores han llevado a los estados americanos
a la siruación presente". La misma falta de referencia al teórico concepto central se observa en los tí ru-
los de las ponencias, lo que confirmaría que sólo se trara de un comodín: Aristocracia y poderes ÚJcales en
el Perú tardocoÚJnial: la nación biftonte. Pedro Pérez Herrero (U. Complutense). La formación de las so-
ciedades de Antiguo Régimen en América Latina. Luis María Glave (U. Pablo Olavide). Una perspectiva
histórico cultura de la revolución del Cuzco en 1814 y el debate sobre las independencias americanas. !vana
Frasquet (U. Jaume !). Los orígenes del Estado-nación mexicano, 1820-1823. 4 de mayo. Ricardo Gon-
zález Leandri (EEHA-CSIC). Élites profesionales y construcción estatal. Salud y educación en Argentina Siglo
XIX. Nuria Sala (U. Girona). Regiones imaginadas y estado real en el Pení republicano. Nuria Tabanera (U.
Valencia). Sobre la compleja definición de la nación española en un cambio de siglo (XIX-XX). Joan Feliu (U.
Jaume !). El negocio de la cerámica arquitectónica en el mercado antillano independiente. Joan Alcázar (U.
Valencia). El desafio al Estado: la lucha armada en la América Latina reciente.
28 Sonia AwA MEJ(AS, La participación indígena en la construcción de la república de Guatemala,
MARCELLO CARMAGNANI
• Escas consideraciones toman en cuenta los estudios históricos relativos a la política latinoame-
ricana que se encuentran en la bibliografia de mi libro El otro Occidente. América Latina desde la inva-
sión hasta la globalir,ación, México: Fondo de Cultura Económica-El Colegio de México-Fideicomiso
Historia de las Américas 2004, pp. 389-405.
[31]
32 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX
Hay también otros campos de la historia política, como la que se interesa por
la genealogía de las cuestiones políticas contemporáneas y más precisamente por las
formas políticas de la democracia sobre los cuales no me detengo porque de algún
modo se relacionan con los dos campos precedentes. Me detengo en cambio en la
historia política que considero la menos desarrollada y que puede, por una parte,
internacionalizar la historia de la política latinoamericana y, por otra parte, favo-
recer el estudio comparado los sistemas políticos en el ámbito latinoamericano.
Considero que ha llegado el momento de rescatar el papel de los países lati-
noamericanos en la historia mundial mediante los elementos que arrojan luz, a lo
largo del tiempo, en torno al cómo, el cuándo y el porqué cada una de las áreas la-
tinoamericanas participan activamente en los asuntos mundiales, es decir cómo se
articulan en una red de relaciones e instituciones de colaboración entre el subcon-
tinente y con el resto del mundo.
Las constantes que recorren la modalidad de la participación de Latinoaméri-
ca en la historia mundial en general y en la historia de la política en particular son
las interconexiones, es decir los nexos que producen formas de colaboración o ne-
gociación entre las áreas latinoamericanas y las otras partes del mundo. Tales inter-
conexiones son fundamentales porque permiten visualizar las acciones nacionales
e internacionales y comprender las formas de interactuar de las áreas americanas en
el sistema mundial.
Considero que las interconexiones -de orden económico, social, político, ju-
rídico, cultural entre las áreas latino americanas y el resto del mundo- son los mo-
tores que ponen en movimiento las formas de participación, reorientan y modifi-
can el rumbo de dicha participación. A lo largo de cinco siglos de interconexiones
entre dimensiones internas: las americanas y las externas: las mundiales, podemos
reconocer el modo en que éstas mudan con el devenir histórico. Tiempo y circuns-
tancia confieren a la relación mutua una pluralidad de formas de articulación, de
participación; tales formas históricas tienen una vida de larga duración, secular, an-
tes de transformarse dando vida a otra modalidad de relación mutua.
Las interconexiones -independientemente de su naturaleza- son de tipo
formal o informal. Las primeras son institucionales, tal como lo son los cuerpos ad-
ministrativos de las monarquías española y portuguesa a lo largo del periodo colo-
nial, como lo serán las instituciones republicanas y monárquicas constitucionales
que nacen a partir de las naciones soberanas latinoamericanas del siglo XIX. En
cambio las segundas, las informales, son respuestas naturales de gobierno, de par-
te de los actores sociales en distintos territorios acordes con su tradición histórica,
o la respuesta a vacíos institucionales, jurídicos. En la vida cotidiana se entreveran
las resoluciones institucionales, de gobierno, en particular las de justicia, con el de-
recho consuetudinario, los usos y costumbres locales. Son todas respuestas que
buscan el consenso y reducir el nivel de conflicto. Lo que vuelve aún más comple-
jo el nudo de relaciones es el hecho de que norma y praxis se adecuan continua-
mente en consonancia con las múltiples formas de reciprocidad, de asociacionis-
34 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
necesarios para colmar el déficit de mercaderías europeas y dar salida a las produc-
, .
c10nes amencanas.
Una conexión similar entre norma y práctica se observa en la conformación
del gobierno indirecto, resultado de un pacto no escrito entre las monarquías ibé-
ricas y las élites americanas. En virtud del "pacto colonial", la esfera alta de la po-
lítica, de la administración y de la justicia corresponde a los funcionarios metropo-
litanos designados por el rey: virreyes, gobernadores, oidores, oficiales de hacienda;
mientras que la esfera local y regional recae en los criollos e indios, quienes gobier-
nan sus distritos por medio de las instituciones municipales y mediante funciona-
rios locales de las instituciones municipales, los cuales operan con una cierta auto-
nomía de los funcionarios reales.
El siglo XVII corresponde a la segunda forma histórica; ésta se caracteriza por
un proceso de americanización cuando las áreas americanas logran modificar los
criterios estamentales y corporativos vigentes en los territorios metropolitanos in-
troduciendo el criterio pluriémico que caracteriza el mundo americano. Si bien los
orígenes pluriémicos datan del siglo XVI, la transformación del orden estamental
monoémico, a uno fundado sobre criterios donde conviven una pluralidad de et-
nias y culturas, florece en el siglo XVII. Tal cambio favorece una mejor relación en-
tre metrópolis y colonias y garantiza la gobernabilidad del mundo iberoamericano,
incluso a lo largo del siglo XVIII. La fuerza del nuevo mundo euroamericano y su re-
lativa autonomía explican uno de sus logros más significativos: la capacidad de los
americanos para frenar las políticas absolutistas que pensaron poder llevar a cabo
las metrópolis ibéricas en América en el curso del siglo XVIII.
A partir de las revoluciones francesa y norteamericana se suceden cambios en
el orden internacional que derivan de la búsqueda de un nuevo orden constitucio-
nal garante de los derechos del hombre y del ciudadano capaz de imponer límites a
todo poder absoluto. Se inaugura con la era de las constituciones escritas, el siglo de
las transformaciones internacionales, cuando se defienden los principios de la liber-
tad, política y económica, la igualdad ante la ley; principios que irremediablemen-
te agrietan y disuelven la segunda forma histórica iberoamericana. Las manifestacio-
nes más significativas de esta transformación son el ejercicio de la libertad civil,
política y económica por parte de los actores latinoamericanos y la voluntad de dar
vida a estados independientes, que ejercen su soberanía tanto al interior como en el
concierto internacional, bajo el supuesto de que Europa y América participan de los
mismos valores culturales.
La presencia de los nuevos estados americanos en el escenario internacional,
frente a un reducido número de potencias exclusivamente europeas, generó un ine-
vitable conflicto y fricciones en un mundo que intentaba restaurar el precedente
orden internacional. El pasaje del viejo orden colonial al republicano y constitucio-
nal en las áreas latinoamericanas fue sumamente escabroso pues las nuevas nacio-
nes latinoamericanas debieron vencer obstáculos imperantes y romper con el orden
corporativo colonial así como con el freno que representó el raquítico respaldo in-
38 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
cionalización no recorre todos los aspectos de la vida nacional, sino solamente los
que atañen a la libertad de movimiento de los factores productivos, de los hombres
y de las ideas.
La indeterminación y la incertidumbre de la política empuja a estudiosos a en-
contrar en las diferentes áreas de la historiografía y en las otras ciencias sociales, en
especial en la ciencia política, en la sociología y menos frecuentemente en la antro-
pología, orientaciones de reflexión y análisis. La recepción acrítica de estos aportes
puede hacernos caer en la trampa de confundir las diferentes posturas teóricas con
la ideología, confusión que a veces favorece la acción política pero perjudica en
cambio la comprensión del pasado y del presente.
Un buen ejemplo de este peligro lo proporciona la temática del Congreso de
Ciencias Históricas celebrado en 1995 en Montreal, Canadá, y en el cual partici-
paron activamente un buen número de historiadores latinoamericanos y latinoa-
mericanistas. Se eligieron tres temas centrales: el primero, naciones, pueblos y es-
tados; el segundo, las mujeres, los hombres y las transformaciones históricas, y el
tercero, la diáspora, orígenes, formas y significados. A cada uno de estos temas
hubo que darle subtítulos. El subtítulo del primer tema fue Grupos étnicos y po-
blaciones indígenas; estados nacionales y estados multiculturales, y nacionalismos
viejos y nuevos.
¿De dónde arranca esta dispersión de temas de la problemática general? Segu-
ramente servía para garantizar la convivencia pacífica de las diferentes posiciones
de los historiadores minimizando mediante dicha fragmentación el alcance con-
ceptual intrínseco. Fue así que el gran tema relativo a las naciones, a los pueblos y
a los estados se acotara con los subtítulos: Nación (o) grupos étnicos y poblaciones,
Estado (o} estados nacionales y estados multiculturales, Pueblos (o} nacionalismos
viejos y nuevos.
Con este ejemplo destaco que mientras el título del tema es conceptual, los
subtítulos del mismo diluyen su alcance. En efecto, si decimos Nación hacemos re-
ferencia a un concepto que tiene connotaciones precisas y que el análisis histórico
debe aclarar e incluso redefinir. En cambio si para precisarlo hacemos referencia a
grupos étnicos y poblaciones indígenas el concepto de nación cubre solamente una
parte del quehacer político de la pluralidad étnica. En esta forma se termina por di-
luir el concepto de nación que parecería darse a partir del momento en que nacen
los primeros grupos humanos e incluso en el núcleo de los humanoides. Esta diso-
lución del concepto de nación nos ilustra una de las ambigüedades en las prácticas
historiográficas relativas a la política, y no sólo a ésta, derivadas de la actitud pos-
modernista. Se trata de una corriente que destaca por la creciente diferenciación de
la identificación de los corpus documentales y por la forma en que describe los fe-
nómenos históricos. En la práctica historiográfica el deconstructivismo o posmo-
dernismo se manifiesta por la descomposición del objeto histórico en una plurali-
dad casi infinita y por el modo de comprender y analizar los fenómenos históricos
bajo el supuesto de que éstos son incomprensibles en su globalidad.
CAMPOS, PRÁCTICAS Y ADQUISICIONES DE LA HISTORIA POLfTICA 41
sis de corte procesal que acoge las indicaciones provenientes tanto de las ideas so-
ciales y políticas como de la mayor articulación entre política y sociedad. Si bien
no se atribuye la debida importancia a la dimensión de la capacidad de elaboración
doctrinaria de los latinoamericanos, se desprende que es la constante interacción de
normas y prácticas la que da vida a un proceso que algunos denominan de hibri-
dización. Por medio de la hibridización acontece que las formas de hacer política
durante el Antiguo Régimen fundamentan el tránsito hacia una forma política de
corte "moderno", individual y secularizada.
Si ya desde hace algunos decenios era imposible conceptualmente sostener una
caracterización tradicional de la modernidad, con el nuevo milenio la fisura entre
tradición y modernidad es algo ya insostenible, a menos que se utilizara la dicoto-
mía en términos de modelo o para fines de didáctica universitaria, más que para la
producción de nuevos conocimientos.
Mediante la tensión entre modernidad-tradición podemos medir los avances
que se han hecho en el estudio del imaginario y de la cultura política latinoameri-
cana del periodo comprendido entre la Independencia y la primera guerra mundial.
Resulta que uno de los datos más significativos en el proceso de transformación
acontecido en el espacio de más de un siglo es, sin lugar a dudas, la secularización
del imaginario, de la política y de la cultura, es decir, la liberación de condicionan-
tes que restringían la libertad de acción de corte individual.
Los vectores de esta transformación son el surgimiento de una sociedad polí-
tica donde los valores del constitucionalismo liberal corroen y disuelven los valores
del Antiguo Régimen. Se trata de un fenómeno que corre parejo a la progresiva di-
fusión de la tolerancia religiosa en todos los países latinoamericanos, la desacraliza-
ción del arte, y la adopción de nuevos instrumentos culturales. Ahora estamos en
condición de comprender que los cambios no son unilineales y que por el contra-
rio siguen un recorrido que es tanto de continuidad como de discontinuidad cuyos
efectos son los de provocar la internacionalización y la occidentralización de la ac-
ción de los hombres americanos y a su vez lo americano permea el imaginario de
todas las componentes sociales europeas.
Si bien todos los aportes historiográficos son susceptibles de debatirse, a la luz
de estas contribuciones de la historia política se podría argumentar que entre tra-
dición y modernidad existe un puente. Como sostiene Octavio Paz, aisladas, las
tradiciones se petrifican y la modernidad se vuelve volátil mientras que al interac-
tuar la una vivifica la otra y la otra le responde dándole enraizamiento y sabiduría.
LA HISTORIOGRAFÍA DEL ESTADO EN HISPANOAMÉRICA.
ALGUNAS REFLEXIONES
ANNICK LEMPÉRIERE*
INTRODUCCIÓN
En 198 5 fue publicada por Theda Skocpol y otros socialcientistas una obra cuyo
título era programático y performativo: Bringing the State Back in. Reaccionando
contra la preponderancia, durante los años 1950 y 1960, de los paradigmas cen-
trados en lo social, y contra el papel Secundario que el Estado venía cumpliendo en
aquel contexto intelectual, Skocpol pregonaba una vuelta al Estado, un Estado que
fuera considerado como un "actor" dotado de estructuras institucionales, de obje-
tivos, de estrategias y de capacidad propia de iniciativa. Skocpol subrayaba también
la necesidad de historicizar las realidades estatales y, por lo tanto, de contar con es-
tudios historiográficos que proporcionaran, además, las bases de un indispensable
comparatismo. 1 Algunos años más tarde, Pierre Rosanvallon publicaba a su vez un
libro programático, L'Etat en France, en el que señalaba el paradójico contraste exis-
tente entre, por una parte, la abundancia de las referencias al "Estado" en la histo-
riografía y las ciencias sociales, y, por la otra, la escasez de los estudios específica-
mente dedicados a investigaciones sobre los problemas concretos planteados por la
centralidad del Estado en la sociedad francesa de los siglos XIX y xx: la historia ad-
ministrativa, la relación entre administración, política y democracia, el nacimien-
to y las mutaciones del État-Providence, el Estado como empresario, etcétera. 2
En ambas obras sobraban las ideas que, de una u otra manera, han sido reto-
madas por algunos pioneros en ambos lados del Atlántico. Al atenerse a los títulos
de muchos libros o artículos publicados en los últimos 1O años, uno podría pen-
sar que estamos viviendo un periodo de "regreso al Estado" en el contexto hispa-
noamericano. Sin embargo, y dejando aparte trabajos notables de que hablaré más
adelante, resulta que la corporación de los historiadores ha contribuido relativa-
mente poco al avance de nuestros conocimientos sobre el tema estatal, cuando se
comparan sus aportes con los de los sociólogos y de los politólogos. Mientras éstos
se interesan ex oficio en el Estado contemporáneo y, cada vez más, en su pasado de-
* Université Paris l.
1 EVANS, RUF.SCHMEYER, SKOCPOL, 1985, pp. 3-37.
2 ROSANVALLON, 1990.
[45)
46 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
3 LóPEZ-ALVES, 2000.
4 Por ejemplo, P~CAITT, 1999.
LA HISTORIOGRAFfA DEL ESTADO EN HISPANOAMÉRICA 47
1. PARADIGMAS "ANTI-ESTATALES"
5 Unas críticas relevantes sobre la new critica! history y los subaltern studies se encuentran en HA-
48 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
BER, 1999, y en ADELMAN, 1998; una aproximación equilibrada a los aportes y problemas de la teoría
del rational choice en BouuoN, 2003; sobre el discurso del managmenten relación con las instituciones,
LEGENDRE, 1988.
6 l<ELSEN, 1997, p. 270.
LA HISTORIOGRAFfA DEL ESTADO EN HISPANOAMÉRICA 49
2. DIFICULTADES DE LA CONCEPTUALIZACIÓN
7 Por ejemplo, ANNINO, CARMAGNANI et al, 1987; DUNKERLEY; 2002; PELOSO y TENENBAUM,
1996.
50 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMBuCA LATINA. SIGLO XIX
autónomo" (en el caso de las confederaciones) ... En otras palabras, el Estado vie-
ne a ser la figura imprescindible, sin rostro ni cuerpo pero con "voluntad" y "deci-
siones", de cualquier relato historiográfico, siendo acompañado además por los más
diversos entes, la Iglesia por supuesto (una entidad no menos indefinida que el Es-
tado mismo), la sociedad, pero también la familia, la propiedad, o las élites ...
Mientras los socialcientistas no vacilan en hablar del "Estado latinoamerica-
no", apoyándose en teorías generales y en perspectivas declarativamente compara-
tistas, vemos multiplicarse en el campo historiográfico la yuxtaposición de estudios
de caso empíricos estrictamente nacionales 8 que no facilitan, sino más bien frenan,
la reflexión colectiva sobre el contenido del concepto de Estado y sobre la necesa-
ria confrontación crítica entre las múltiples aproximaciones metodológicas posi-
bles. La falta de homogeneidad de las categorías, el uso acrítico de nociones como
"administración públicá' o "funcionarios", no nos permiten, a nosotros los histo-
riadores, encararnos hoy día a la realización de una síntesis sobre el fenómeno es-
tatal en Hispanoamérica después de la Independencia. Tampoco nos permite ela-
borar una periodización de la creación estatal durante el siglo XIX que pueda ser
común, sin distorsiones o generalizaciones abusivas, al conjunto de los países his-
panoamericanos. Ni siquiera tenemos una idea de los criterios comunes que se po-
drían adoptar para construir esa periodización.
La falta de homogeneidad en los conceptos y en las categorías empleadas para
abordar el tema del Estado puede atribuirse a una razón bastante sencilla. En efec-
to, el concepto de Estado goza de una intensidad muy variable según las culturas
políticas nacionales y, por consiguiente, dentro de los estudios de los historiadores
quienes, originarios de distintas nacionalidades y, por lo tanto, tributarios de otras
tantas tradiciones estatales e historiográficas, hacen uso del término. En las cultu-
ras políticas de varios países como Alemania, España, Francia, Italia, el concepto de
Estado goza de una intensidad "fuerte": el Estado se imagina y se presenta como un
actor central de la historia colectiva. La autonomía del Estado con respecto a la so-
ciedad es considerable y vigorosamente asumida; el Estado se piensa como "insti-
tuyente" de la sociedad, se le atribuye un papel prometeico que lo hace responsable
de los proyectos de modernización y de progreso colectivo. Al contrario, en Gran
Bretaña (caso al cual se puede asociar el de Estados Unidos), el concepto de Esta-
do es mucho más polisémico y flexible: puede remitir, de manera muy neutral, so-
lamente al "gobierno", y no se opone de manera tajantemente autónoma a la "so-
ciedad". Incluso puede ser concebido como un "mal necesario", una "necesidad
técnicá', lo que sugiere que no tiene un papel "instituyente" y sumamente norma-
tivo de lo social. 9 De ahí que, para dar un ejemplo, el historiador latinoamerica-
8 Con excepciones cada vez más frecuentes de comparatismo problematizado, véase, por ejem-
plo, CARMAGNANI, 1993; FoRTE, 2004; FoRTE y GUAJARDO, 2000; SERRANO y )AUREGUI, 1998; MENoo-
ZA VARGAS etaL, 2002.
9 LA.BORDE, 2000.
LA HISTORIOGRAFíA DEL ESTADO EN HISPANOAMffi!CA 51
nista inglés John Lynch pueda hablar del "caudillo staté', una fórmula que suena
como un sinsentido o una herejía para los oídos de un historiador francés, mien-
tras que, para un colega anglosajón, "staté' sólo significa en este caso "régimen", o
"gobierno", sin que ello implique una intención axiológica.
Ahora bien, uno de los problemas que no puede plantearse con sólo la multi-
plicación de los estudios de caso bajo concepciones flexibles, por no decir flojas, del
Estado, es el de la progresiva diferenciación, dentro de Hispanoamérica, de las cul-
turas políticas nacionales en torno al Estado y su papel social, a partir de la cultu-
ra común heredada de la monarquía española. En Hispanoamérica también, el
concepto de Estado acabó por gozar de una mayor o menor intensidad según los
países. Baste con aludir, por un lado, al papel central que cumple en la cultura po-
lítica chilena desde el siglo XIX, o en la mexicana desde la Revolución, y, por otro,
a la muy baja intensidad del concepto en, por ejemplo, la Argentina preperonista.
Borges lo apuntó ferozmente en Evaristo Carriegtr. "el argentino no se identifica
con el Estado", entidad que, para él, "es una abstracción inconcebible"; según Bor-
ges, el aforismo de Hegel: "El Estado es la representación de la Idea moral", cons-
tituye una "broma siniestra'' a los ojos de los argentinos. ¿Cómo explicar y valorar
un dato tan específicamente histórico como éste sin proceder a una clarificación
aun minimalista de lo que estamos discutiendo?
No obstante estas limitaciones, en los últimos años se han abierto y explora-
do varios campos de interés que, a todas luces, se apoyan en concepciones claras,
precisas y operativas respecto de unos objetos propiamente historiográficos a los
cuales es acreedor el concepto de Estado. Sea debido a la difusión de la obra del so-
ciólogo Charles Tilly, JO o bajo la más general y difundida influencia de Max We-
ber y su celebrada definición del Estado, se han conformado preguntas y proble-
máticas, a menudo comparatistas, sobre las finanzas públicas y la fiscalidad, 11 o
bien sobre las fuerzas armadas 12 y el poder coercitivo, I3 o bien sobre administra-
ciones específicas, como la de hacienda. 14 Las dificultades que encontraron las na-
cientes naciones para "constituirse" han suscitado, por otra parte, interrogantes e
investigaciones sobre la organización constitucional -por ejemplo, sobre el fede-
ralismo-, 15 sobre la administración local, particularmente respecto a los munici-
22 RoSANVAll.ON, 1990, p. 9; un libro de texto sobre codas las vercienccs de la historia adminis-
traciva, LEGENDRE, 1992; sobre las vías paradójicas de la modernización administrativa en España, Luis,
2002.
23 DEM~!AS, 2003, passirrr, GUERRA, 1988, passim.
54 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMl1RICA LATINA, SIGLO XIX
25 ARNOLD, 1991y1996.
56 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
26 En las guías de forasteros mexicanas, desde finales de la época colonial hasta bien entrado el
siglo XIX, se indica la dirección personal de todos los oficiales y empleados de las secretarías de Estado ... ,
cft. por ejemplo Juan Nepomuceno Almonte, Guía de forasteros y repertorio de conocimientos útiles, lm-
prenca de l. Cumplido, 1852 (ed. fac-sim., México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis
Mora, 1997).
27 El cerna es tocado de manera novedosa por PAN!, 200 1.
LA HISTORIOGRAFfA DEL ESTADO EN HISPANOAMÉRICA 57
ante todo para acumular prestigio, poder social y, por qué no, fortuna? ¿Qué repre-
sentación se tiene del "servicio público" y del "público" destinatario? ¿Cómo y cuán-
do cambian estas representaciones, bajo qué tipo de necesidades o de novedades?
¿Según qué tipo de procesos, promovidos por qué tipo de actores, eventualmente se-
gún qué tipo de modelos extranjeros, se desemboca, temprana o tardíamente, o
nunca, en la creación de una "función pública'' moderna? Finalmente, ¿a qué se
debe la diferenciación de las sensibilidades colectivas en torno a la "corrupción", sea
a pequeña o a gran escala, a la diferencia entre Chile o Costa Rica, y México o Ar-
gentina, en este campo de la vida pública y colectiva?
Así emerge, como objeto propio de una historia del Estado, la dimensión so-
ciológica de las instituciones estatales: los administradores y sus características; la
organización, la jerarquía interna, las atribuciones respectivas de las distintas ofici-
nas estatales; la existencia o la ausencia de una función pública. Obviamente, estas
anotaciones no representan más que algunos pedazos del "continente" administra-
tivo, o pequeñas islas apartadas dentro de un inmenso archipiélago. Cuál es la co-
herencia del conjunto en cada país y en distintos momentos, cómo se entablan las
relaciones entre política y administración, qué hacen y a qué sirven las administra-
ciones estatales en los momentos en que cualquier cohesión parece hundirse en las
contiendas civiles y los conflictos armados, cuáles son las evoluciones de conjunto
en Hispanoamérica, son otras tantas preguntas análogas a una historia que se pro-
ponga indagar en el objeto estatal. Por cierto, no paran aquí los interrogantes pero,
con base en lo que se acaba de sugerir, tal vez se pueda avanzar con más seguridad,
retomando de manera concreta las sugerencias de los sociólogos y de los politólo-
gos, en el terreno de la "autonomía del Estado" frente a las facciones y, más tarde,
a los partidos políticos, frente a la personalización del poder ejecutivo o frente a los
lobbies socioeconómicos. También la investigación sobre la dimensión sociológica
y la corporeidad administrativa del Estado hace posible una evaluación no impre-
sionista de sus medios concretos de acción, o, retomando la idea de Rosanvallon,
de su "peso" frente a la sociedad.
Ahora bien, más allá de ello, hace falta no olvidar la dimensión simbólica del
Estado: su capacidad de ser, para una sociedad, una "referencia" ineludible, 28 "una
forma eficaz de representación de lo social", "un principio de soberanía" .29 Dada la
doble naturaleza del Estado en el occidente (incluida Hispanoamérica) heredero
del derecho romano y de las glosas, comentarios y reinvenciones de los romanistas
y canonistas medievales -el Estado como "persona moral", persona fleta, y el Es-
tado como maquinaria organizadora y dispensadora de los bienes de este mundo-
es imposible desentenderse de su realidad como "abstracción" o como concepto
performativo. Desde esta perspectiva, hace falta considerar con cierta prudencia y
humildad el hecho de que la existencia de maquinarias y mecanismos administra-
28 LEGENDRE, 1988.
29 RosANVAll.ON, 1990, p. 14.
58 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
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62 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
ÉRIKA PAN!*
• División de Historia, Centro de Investigación y Docencia Económicas. Este ensayo debe casi
todo a una serie de conversaciones enue colegas. Agradezco en especial a Alfredo Ávila, Clara García,
Clara Llda, Alicia Salmerón y Mauricio Tenorio, asl como a los miembros del seminario de Historia In-
telectual de El Colegio de México, y de los seminarios divisionales del CIDE que presentaron Antonio
Annino y Horst Pietschmann.
1 Véase }ACOBY, 1992, p. 424.
2 ÁVIIA, 1998; SoROO CEDEl'lO, 1998. Para una revisión sintética del plano europeo y estadou-
[63)
64 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POL!TICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
razones que están aún por explorarse, los mexicanistas, en el pleno furor de los An-
nalesy el marxismo, fueron reacios a abandonar la historia del poder político, aque-
lla que construye héroes y hace patrias.
De esta manera, los índices de la venerable revista Historia Mexicana dan
cuenta del peso constante de la historia de lo político a lo largo de más de 50
años. 5 Parecería no obstante que, desde finales de la década de 1960, la historio-
grafía más novedosa, aquella que sus artífices querían "científicá', había dejado
a un lado los temas de la política. Ésta al parecer se mantuvo al margen de los
aires renovadores. Así, las páginas de Historia Mexicana bien ilustraban la des-
cripción que hiciera Fernand Braudel de una historia política considerada reba-
sada, como relatos de "una agitación de superficie, de las olas que levantan las
mareas con su poderoso movimiento. Una historia de oscilaciones breves, rápi-
das, nerviosas". 6 Aparecieron así, durante las primeras décadas de vida de la re-
vista, artículos que reseñaban las "mocedades" de Ignacio Comonfort, de Igna-
cio Allende y de Marías Romero, las "veleidades de Santa Anna", y alguno que
pretendía determinar con precisión el lugar en el que desembarcaron, en 1829,
las fuerzas de la "reconquista" española.7 La historia que contaba era aquella que
dejaba a un lado las fugaces acciones de destacados individuos, para centrarse en
aquellos procesos "duros", "profundos", que, se presentía, eran los que realmen-
te trabajaban y estructuraban a las comunidades humanas: las formas y relacio-
nes de producción; los patrones de distribución y crecimiento demográficos; las
coyunturas agrarias; la formación de mercados; los ciclos económicos; la dinámi-
ca de los movimientos sociales. 8
Así las cosas, parecería que la "nueva historia política'' se reconoce, sobre todo,
por presumir romper con la vieja. Habría que preguntarse, sin embargo, si ésta
la hace "nueva". Con una percepción necesariamente limitada por experiencias
e intereses propios -que tira hacia el siglo XIX, hacia la historia que ahora lla-
mamos "intelectual" y que se centra en México-, yo diría que lo que se produ-
ce hoy dentro del campo de la historia política no es como aquella que con des-
precio llamamos "historiografía tradicional" principalmente porque ha dejado a
un lado a las "historias oficiales", a los "grandes hombres" acometiendo "gran-
des hazañas", y porque, en el camino, ha roto con el marco aparentemente na-
tural de la historia política, el de la "nación", descubriendo nuevas tramas y nue-
5 En los primeros 20 volúmenes, más de 35% de los artículos publicados trataban de política, y
en el caso de trabajos sobre el siglo XIX, la proporción es de casi 60%. Para la década de 1970, la pro-
porción es de alrededor de 28%, y de 32% en la siguiente, para bajar a menos de 25% entre 1991-2000.
Utilicé, para la elaboración de estos porcentajes aproximados, Muro, 1971, así como el Hispanic Ame-
rican Periodical Index (http://hapi.gseis.ucla.edu/}.
6 BRAUDEL, 1990, vol.!, p. 17.
7 BROUSSARD, 1964; BERNSTEIN, 1961; GUTifRREZ ZAMORA, 1967.
8 Regresando a nuestro botón de muestra, a principios de los setenta, Historia Mexicana publi-
vos actores. No obstante, una mirada retrospectiva nos muestra que, si bien como
historiadores hemos dejado atrás la convicción de que patria y ciencia pueden y
deben hacerse al mismo tiempo, no por esto debemos insistir en lo inusitado y
original de nuestro quehacer.
La "nueva historia'' se ha salido de los palacios de gobierno, de las legaciones
diplomáticas y de los campos de batalla, para multiplicar las perspectivas sobre el
pasado. Sin embargo, en México, cortesía de los "mitos" liberal y revolucionario
que han permeado la cultura política de nuestro país, 9 nuestros historiadores han
buscado hacer héroes, del Pípila en adelante, de los "hijos oscuros del pueblo",
siendo, como escribía uno de los autores de México a través de los siglos, caracterís-
tico de "las revoluciones populares", el sacar de "las masas pobres e ignorantes, sus
hombres y sus recursos". 1 º
El desnaturalizar a la nación ha permitido rastrear el desarrollo de otras lógi-
cas -regionales, atlánticas, imperiales- que también estructuran los procesos his-
tóricos, pero ésta no es en realidad una novedad tan nueva. Ya en 1967 Edmundo
O'Gorman condenaba el que las "entidades históricas" --como la nación- fue-
sen vistas como "una cosa o sustancia material hecha y constituida de una buena
vez para siempre y respecto a la cual su historia sólo sería una serie de accidentes
que 'le pasan' pero sin afectarla en su ser" . 11 Más de 100 años antes, Lucas Alamán,
hablando antes como político que como historiador, insistía en que el México in-
dependiente no podía ser la misma "nación" que habían conquistado los españo-
les en 1521. 12 En los albores del siglo XX, Francisco Bulnes exigía se abandonaran
las empobrecedoras anteojeras de la historia nacional y nacionalista: el no querer
estudiar más que el rancho propio, escribía el político porfirista, promovía "ideas
falsas puesto que son exclusivas", y no servía para "desarrollar nuestro juicio, pues
no se juzga más que por comparación". 13 Podemos entonces decir -en algo exa-
gerando- que los historiadores profesionales del siglo XXI nos paramos el cuello
por seguir caminos que marcaron patriotas apasionados, la eminencia gris del con-
servadurismo mexicano, y un escandaloso positivista que ni a historiador llegaba. 14
Hasta aquí pues lo innovador.
Por otra parte, apegándonos a la definición que hace el diccionario de la voz
"nuevo", es en el sentido más modesto de "distinta'' que podemos afirmar que la
historia que se escribe hoy es nueva. La historia como disciplina conserva su dina-
mismo y relevancia porque son la problemática y las inquietudes del presente las
9 HALE, 1997.
10 VIGIL e H(JAR Y HARo, 1987, pp. 11-12.
11 O'GORMAN, 1969, p. 8.
12 Al.AMAN, 1997, pp. 117-160.
13 BULNES, 1904, pp. 207-208 y p. 421. Bulnes hace referencia a los trabajos del barón de Srof-
fel sobre la historia francesa.
14 Sobre Bulnes, BRADING, 1996, pp. 621-681; HAMNETI, 1994; para una visión más equilibra-
da, ]IM~NEZ MARCE, 2003 y RoDRlGUEZ KURI, en prensa.
66 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
que provocan y dirigen nuestra mirada sobre el pasado. Las preguntas que plantea
cada generación son necesariamente nuevas. "La historia no es nunca -escribiera
William James en 1907- la crudeza inmediata de lo que 'pasa', sino la compleji-
dad más sutil de lo que leemos en ella'', de las reflexiones que p(ovoca y de las co-
nexiones que sugiere. 15
De este modo, en el ocaso del siglo xx, resquebrajadas las viejas certidumbres
sobre el peso determinante de las relaciones de producción, o las de dependencia,
o de los factores económicos, el desconcierto que resulta de la transición a una de-
mocracia que no tiene poco de gris ha llevado a los investigadores a volver sobre el
campo de lo político, reconociendo su autonomía relativa, para indagar sobre las
formas en que éste se estructura tanto en la corta como en la larga duración. Lla-
ma incluso la atención que esta "nueva historia" no refleje, en muchos casos, una
ruptura generacional, una rebelión de jóvenes turcos en contra de sus maestros,
cultores de una "vieja historia'', sino cambios de dirección por parte de historiado-
res ya formados, de incursiones en nuevas temáticas, que se benefician del legado
de investigaciones previas. 16 Si el desentrañar las estructuras de los grupos huma-
nos, si el escudriñar el peso del medio ambiente sobre su devenir estuvo lejos de
cumplir con el ambicioso cometido de construir una historia "total", ha tenido la
ventaja, en nada desdeñable, de desbancar determinismos, de fincar sobre cimien-
tos menos endebles los debates sobre las relaciones de poder, sobre los fundamen-
tos de la autoridad, sobre las ideas y las luchas políticas.
Por otra parce, el desmontar las tramas maestras de las historias patrias ha
significado, de cierta manera, redescubrir la historia a secas -no necesariamen-
te nueva- cuyas complejidades y contradicciones al margen del "triunfo" de la
independencia, del liberalismo, o de la república conocíamos apenas. Esta es,
como dijera Edmundo O'Gorman, la "historia imprevisible" que debemos cul-
tivar. No debe sorprender, entonces, que quien diera un vuelco en la historia de
las ideas del México decimonónico, dejando a un lado las versiones de gloria y
traición de Reyes Heroles y Zea, fuera Charles Hale, un historiador que se con-
fiesa abiertamente "muy rradicional". 17 Al desdibujarse la del siglo XIX como
"historia moral", 18 se han puesto a un lado los esquemas teleológicos, los fina-
les inevitables y de todos conocidos, las "luchas por la historia" que de tan rui-
dosas hacían imposible el diálogo. Nos asomamos ahora a ver cómo funcionaba
la máquina.
19 HALPERIN DoNGHI, 1979; RoDR(GUEZ, 1998; CHUST, 1999; RIEU MIL!.ÁN, 1990; GUEDEA
(coord.), 200 l; SERRANO y TERAN (coords.), 2002.
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21 Para las construcciones en torno al monarquismo, LANDAVAZO, 2001; VAN YouNG, 2001; para
la "revolución mental" en torno a los conceptos, GUERRA, 1992, 1989, 1998, 1999 con LEMPÉRIÉRE,
1998; sobre la representación política, Av1LA, 2002; sobre la transformación de la publicidad y las socia-
bilidades, ROJAS, 2003.
22 Una laguna similar dentro de la historiografía estadounidense llamaría la atención de Bernard
Bailyn, que para empezar a colmarla escribiría Bailyn, 1974. Para una aproximación al problema, véa-
se HAMNETT, 1980; ÜRTIZ EsCAMILLA, 1999.
23 ÜRTIZ ESCAMILLA, 2000.
68 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMfiluCA LATINA, SIGLO XIX
tes universitarios. 24 No obstante, está ya parte del camino andado: las simplificacio-
nes se han vuelto sospechosas.
En muchos sentidos, darnos cuenta de que la cosa fue mucho más complica-
da de lo que parecía nos ha obligado a cuestionar transformaciones que creíamos
naturales. Las periodizaciones se desarman, y el historiador, como ha escrito Anto-
nio Annino, hace del objeto de estudio un "instrumento" para acceder a las reali-
dades del pasado. 25 Así, por ejemplo, los conceptos de "nación", "soberanía'', "ciu-
dadano" nos remiten ya no al surgimiento y progresiva consolidación -o en el
caso de América Latina, perversión- de entidades "reales", sino a la contenciosa y
contingente construcción de versiones distintas, en torno a las cuales se pretende
organizar la vida pública, y que son expresión de visiones y proyectos distintos, que
articulan intereses encontrados. De esta forma, el análisis que han hecho los estu-
diosos de la conformación de la ciudadanía en los países latinoamericanos, opaca
la clara transformación de súbditos del rey en ciudadanos republicanos, invalidan-
do por completo el esquema de T.H. Marshall, para revelar las tensiones y fractu-
ras dentro de las comunidades políticas que gobernaban los Borbones, el peso y
pervivencias de categorías como las de "vasallo" y "vecino", y la trascendencia del
debate que desatara la cuestión de la ciudadanía en las Cortes de Cádiz. 26
El resto del siglo XIX -al igual que, dicho sea de paso, la historia política del
régimen virreinal, 27 y sobre todo la segunda mitad del siglo xx-28 espera aún vol-
verse tan taquillero. Pero se ha beneficiado, sin duda, de esta visión más humilde
y más curiosa de un pasado que ya no es solamente patrio. Se empieza a hurgar en
aquellos periodos que habían servido sobre todo de contraejemplo al deber ser -la
república centralista, los dos imperios, el porfiriato- para descubrir rupturas y
continuidades y cuestionar viejas pautas. 29 Se pondera y se matiza el papel de ac-
tores cuyas posturas habíamos pensado inevitables e inamovibles: notablemente la
Iglesia y el Ejército, pero también los indios, los miembros de la oligarquía, etc. 30
La historia comparada, y sobre todo los esfuerzos por plantear la problemática de
la construcción del Estado dentro de una perspectiva más amplia -hasta ahora so-
bre todo latinoamericana- dentro de una serie de trabajos colectivos y de inicia-
24 VI LLORO, 1977. Hablo desde mi experiencia como profesora de un curso básico de historia del
México independiente en las licenciaturas de ciencia política de la UNAM y del CIDE.
25 ANNINO, 1999.
26 RoDRfGUEZ, I997; los ensayos contenidos en SABATO (coord.), 1999; HERZOG, 2003; LAsso,
tivas editoriales, han roto con una historia nacional cuya obsesión con el ombligo
propio ha sido empobrecedor, menos por traducirse en visiones parroquiales que
por apuntalar nuestras convicciones del exotismo, particularidad y excepcionalis-
mo de la "raza cósmica''.3 1
Por otra parte, si el siglo XIX es, como lo ha descrito Mauricio Tenorio, un "ar-
chipiélago nacionalista en medio de un mar de ignorancia", cabe mencionar ade-
más -con la ventaja de llevar agua a mi molino- que si la Reforma sigue siendo
obligada escala patriótica, las miradas sobre el periodo se han renovado poco. Ya
por lo menos no pensamos, gracias a Jacqueline Covo, que Juárez fue su exclusivo
autor, y Gerald MacGowan y Richard Sinkin han matizado las visiones, posturas
y recepción de la Constitución de 1857; 32 pero el periodo de la Reforma -con su
supuesta extensión en la República Restaurada, paréntesis de libertad en un mar de
autoritarismo que va de los datoanis aztecas al dominio del PRI- sigue siendo la
dichosa provincia de los "puros", antítesis del "malhadado imperio'', lugar donde
vive la democracia "verdadera'', regida por el indio oaxaquefio que llegara a presi-
dente y quien, a pesar de contar con una excelente biografía de difusión, sigue bus-
cando historiador que lo rescate de los trillados papeles de "Benemérito" o de "Juá-
rez marxista''. 33
Por lo demás, el dejar atrás las dualidades titánicas -liberalismo y conserva-
durismo, modernidad y tradición-, descubre un pasado más enmarañado, que
parece explicar menos y que no justifica nada, pero que es también más rico. He-
mos pasado entonces de recrear lo que nunca fue -un liberalismo depurado, co-
rregido y aumentado, llamémosle "social"-, a medir la distancia que separaba la
"realidad mexicana" de un ideal estático que no poco tiene de ahistórico -aquella
que media, por ejemplo, entre unos ciudadanos mexicanos "imaginarios" y los que
no han existido nunca en ningún lugar-, a estudiar actores y procesos que no son
buenos ni malos, pero por sí mismos interesantes. Reconocemos ahora lo poco útil
que resulta limitarse a describir a nuestros actores como imitadores de corta habi-
lidad, y a los procesos que vivieron como "deformaciones" o "desviaciones". 34
Además, los historiadores de lo político han encontrado hilos conductores dis-
tintos, que a la vez aterrizan y rebasan las grandes dicotomías explicativas: la cons-
trucción del Estado moderno, los afanes por dotarlo de un territorio y de instru-
mentos de acción, las tensiones que estructuraban los procesos constituyentes: ahí
están las dinámicas del primer federalismo mexicano, que desentrafia el equipo que
dirige Josefina Vázquez; los mecanismos que estableciera la Constitución de 1857
para reportar las lealtades regionales hacia el centro estudiados por Marcello Car-
31 CARMAGNANI (coord.), 1993; ANNINO, GUERRA, CASTRO LENA, 1994; ANNINO (coord.), 1995;
SABATO (coord.), 1999; las publicaciones del Fideicomiso Historia de las Américas.
32 Covo, 1983; SINKIN, 1979; McGOWAN, 1978.
magnani; los mapas y procesos de apeo y deslinde que analiza Raymond Craib, o
las imbricaciones entre dogma y administración en un siglo de constitucionalismo
mexicano que revela Andrés Lira. 35
Superado el concepto monolítico y cerrado del poder político en general, y del
Estado en particular, empiezan a analizarse los encuentros y desencuentros, rivali-
dades y acercamientos entre las distintas instancias de la autoridad pública y el de-
venir de las instituciones, así como los vínculos y rupturas entre la función, discur-
so y praxis de órganos como el ayuntamiento capitalino, los municipios rurales o
el Congreso de la Unión. 36 La estatolatría historiográfica ha dado paso a una diver-
sidad de miradas, que rescatan sociabilidades diversas, ajenas al aparato estatal y
que no por eso dejan de ser políticas. 37 Objeto de estudio han sido también las per-
cepciones, expectativas y encadenamientos entre la autoridad política y la comu-
nidad que se supone gobierna, mostrando ser especialmente fértil el campo de lo
fiscal, como espacio en el que se caracterizan las relaciones entre Estado y sociedad,
reflejándose -en pesos y centavos- las concepciones y expectativas en torno a lo
"público", a la legitimidad política, y a lo que eran y debían ser los derechos y de-
beres de gobernantes y gobernados.3 8
En el campo de la historia de las ideas, ya no se retoman las luchas políticas e
ideológicas del siglo antepasado sólo para reseñar lo bueno de los buenos y lo ma-
lo de los que no lo eran. Creemos ahora que se puede decir más sobre sus regíme-
nes, instituciones y prácticas que éstos eran autoritarios, aquellas corruptas y estas
clientelistas, opresoras y falazmente democráticas. Nos preguntamos ahora cómo,
en medio de la llamada "anarquíá', se organizaba, se pactaba; en fin, se gobernaba. 39
Queremos saber quiénes eran los hombres -en sentido literal en aplastante mayo-
ría- detrás de la acartonada fotografía decimonónica del caudillo enmedallado. 40
Estamos más dispuestos a escuchar lo que decían y hadan, y a tomárnoslo en serio.
Sin embargo, mientras que ahora estamos más atentos al qué y al quién lo di-
jo, parecemos menos dispuestos a indagar en el cómo, y en el por qué lo dijo así. Sal-
vo excepciones, como los trabajos de Elías Palti y Rogelio Jiménez Marce, no se ha
35 VAzQUEZ (coord.), 2003, CARMAGNANI, 1994, 1989; CRAIB, 2001; LIRA, 1984.
36 Para los ayuntamientos, RoDR!GUEZ KURI; ILI.ADES y RoDR!GUEZ KuRJ (coords.), 2000; HER-
NÁNDEZ CHAVEZ, 1993.
37 Véase FORMENT, 2003.
38 JAURF.GUI y SERRANO (coords.), 1998; MARICHAI. y MARINO (coords.), 2001; RHI SAUSI, 2000;
aunque no cenuado en la fiscalidad pero muy sugerente en cuanto a la nación de "público" -lo que
pertenece a todos/ lo que pertenece al Estado-- PACHECO CHAVEZ, 1996.
39 Para prácticas políticas y gobernabilidad ANNINO, 1982; SABATO, 1998; sobre elecciones AN-
NINO, 1995, PosADA-CARBó, 1996. Este último tiene la ventaja de colocar las experiencias latinoame-
ricanas dentro de un contexto occidental más amplio.
40 Señero fue en este aspecto el trabajo prosopográfico de GUERRA, 1988; véase también LEMP~
RIERE, 1992; un análisis sugerente de la estabilidad de la clase política en NoRIEGA, 1999; BAZANT, 1985
y VÁ7..QUEZ, 1997, rescatan a personajes "oscuros", cuyas trayectorias no obstante mucho dicen sobre el
tan mal conocido "México de Santa Anna''.
LA "NUEVA HISTORIA POLÍTICA" MEXICANISTA 71
intentado dilucidar cuáles fueron los paradigmas discursivos que trazaron las "fron-
teras de lo posible" en política. 41 Si el "contextualismo" promovido por la "escue-
la de Cambridge", al concebir al discurso como "constitutivo de la realidad", refle-
jo de una realidad e instrumento que la construye, representa una forma de escapar
tanto del materialismo burdo como del idealismo exagerado, 42 habría que pregun-
tarse por qué ha seducido a tan pocos mexicanistas.
Quizá se deba a que el gremio sigue divido en dos campos opuestos que pare-
cen ignorarse cortésmente: aquellos que creen que el discurso no es más que más-
cara de intereses materiales apenas solapados, y los que se dedican a rastrear la evo-
lución genealógica de "ideologías" grandes, eternas, e incorpóreas. Nada más sano
en este caso que romper lanzas, para destrabar discusiones que no nos llevan sino
a escandalizarnos -otra vez- ante la hipocresía y cinismo de los hombres del XIX,
o a construir inverosímiles cadenas que unen a Miguel Hidalgo con Emiliano Za-
pata. Bien le vendría por demás a un medio en el que si bien los colegas ya no se
retan a duelo, pocos se animan a lanzarse a la crítica a la vez abierta e incisiva.
Por otra parte, la oposición liberal-conservador ha adquirido en la historiogra-
fía tintes de una división primigenia e irreductible. El abandonarla ha puesto al
descubierto otras corrientes, como el socialismo utópico decimonónico, cuyo aná-
lisis promete ser bien enriquecedor. 43 No obstante, el sistema binario sigue ejer-
ciendo una atracción prácticamente irresistible. Así, aquellos trabajos recientes que
tanto han hecho por rescatar y desatanizar personajes y episodios permanecen en-
cerrados en ella. Los sugerentes trabajos que se han realizado recientemente sobre
el conservadurismo concluyen que éste no lo era tanto: el objetu de estudio se vuel-
ve entonces turbio: "conservador" sigue siendo apodado todo centralista, todo ca-
tólico, todo industrial; pero ahora resulta que además pueden ser también fervien-
tes republicanos, populacheros, modernizadores ... en fin, "liberales". 44
Estos trabajos tienen el gran mérito de rescatar -que no canonizar, como lo
había pretendido hacer ya la historiografía "conservadora"- a los malos y a los re-
gulares del cuento, labor todavía imprescindible, ahí donde la atención historio-
gráfica se ha centrado en radicales y heroicos, antes que en aquellos hombres, más
prosaicos y oportunistas, menos románticos, cuya actuación fue muchas veces de-
cisiva. 45 Podríamos incluso decir que, muchas veces, la historia política mexicana
no es la de los ganadores, sino la de aquellos que, en el fondo de nuestro corazón,
hubiéramos querido que ganaran: hasta hace muy poco, Apatzingán nos ocupaba
más que Cádiz, los puros se imponían a los moderados, los Flores Magón a Venus-
tiano Carranza, y cualquier revolucionario remotamente colorido a Plutarco Elías
Calles. Valdría la pena incluso indagar los porqués de la sorprendente eficacia de
la mitografía que crearán los liberales del último cuarto del siglo XIX, que recoge-
rían -con ciertos ajustes- los hombres de la posrevolución, y que sedujo duran-
te tanto tiempo no sólo a los historiadores profesionales de aquí, sino también a
los de allá.
Independientemente de las dificultades que implica el dejar atrás tan satisfac-
toria leyenda, sugerimos que el hacer girar la investigación en torno a la dicotomía
liberal-conservador, al tiempo que ésta se matiza y por lo tanto se diluye, contribu-
ye poco a explicar alianzas y posturas políticas, o la naturaleza de los enfrentamien-
tos y oposiciones que estructuraron las luchas por el poder en el México decimo-
nónico. Finalmente, aunque hacen falta nuevos paradigmas, habría que agradecer
que son pocos los historiadores mexicanistas los que se han abrazado lo más radi-
cal del posmoderno "giro lingüístico". Un historiador deconstructivista tiene la
misma razón de ser que un ingeniero deconstructivista.
En los últimos años hemos visto también un esfuerzo importante por aterri-
zar las "ideas" e "ideologías'', no enfocando al lenguaje sino reconociendo la poli-
tización de las "masas", con las cuales la minoría rectora tenía que tejer alianzas con
el fin de imponerse al rival político, y sin cuya anuencia difícilmente podía haber
gobernabilidad. 46 Se trata de una corriente más fuereña que local, que algunos gus-
tan de describir como "subalterna'', dada al recurso poco útil a una sofisticada jer-
ga y a fuertes polémicas en que los distintos bandos se escuchan bien poco. 47 Una
de las aportaciones más interesantes de esta heterogénea corriente es el rescate del
llamado "liberalismo popular", producto originalísimo de la región, etiqueta que
describe aquella corriente de pensamiento y acción que llevó a los indígenas de
Guerrero a redactar pronunciamientos en español para cantar las glorias de la Re-
pública, y a los de la sierra de Puebla a traducir la Constitución de 1857 al náhuatl.
Éste es el paquete de ideas y prácticas que, alegan sus promotores, se tradujo en el
apoyo de los pueblos al "partido liberal" permitiéndole triunfar sobre los conserva-
dores -dos veces-, sobre Maximiliano, y sobre el francés.
46 Entre los más notables, GILBERT y NUGENT (eds.), 1994; GUARDINO, 2001; MALLON, 1995;
FALCÓN, 2002, WARREN, 2001; DI TELLA, 1994; THOMSON y l.AFRANCE, 1999. Para el estado de la cues-
ti6n, véase}OSEPH ySCHWARTZ (eds.), 1999.
47 A muy grandes rasgos se divide entre los "culturalistas", básicamente estadounidenses, cuya
obra se ha nutrido de una nueva lectura de Grarnsci, de los trabajos de Clifford Geerz y James Scott, y
de los "estudios subalternos" promovidos por los estudiosos del subcontinente asiático, y aquellos his-
toriadores que hacen historia "desde abajo", siguiendo antes los planteamientos de la historia social. Se
ha criticado a la primera corriente por pensar que su "progresista" posici6n política compensa la falta
de rigor en la investigaci6n y escritura del pasado (HABER, 1999). Sobre las distancias entre estudiosos
estadounidenses y mexicanos, véase PlCATro, 2002.
LA "NUEVA HISTORIA POLfTICA• MEXICANISTA 73
Este "liberalismo popular" a la vez convence y preocupa. Por una parte, refle-
ja la seducción que ejerció el "liberalismo", a todos niveles, como léxico y gramá-
tica de lo público a lo largo del XIX mexicano. Por otra parte, no deja de sorpren-
der que algunos de estos textos, que se quieren atentos a todas las voces, críticos,
deshacedores de la historia oficial, retomen -refuercen- los supuestos básicos de
ésta. Así, las estrategias -flexibles, heterogéneas, contingentes- de autoridades
locales y otros miembros de comunidades campesinas se reducen al "liberalismo
popular". Estas luchas porque son populares, son buenas; porque buenas, son "li-
berales".48 Podría replicárseme que son liberales porque los mismos actores histó-
ricos así lo afirman, no obstante su defensa de la propiedad comunal, de ciertas
prerrogativas corporativas, y de sus subsecuentes y encarnizados pleitos con auto-
ridades que también se proclamaban "liberales". Concuerdo que como historiado-
res tenemos que romper con la mala costumbre de erigirnos árbitros del liberalis-
mo del pasado, haciendo la crítica de cómo se deformó y contradijo al llevarse a
cabo en México, como si éste existiera transparente, coherente y aproblemático en
algún otro lugar. Este tipo de análisis promete poco, sobre todo porque no nos de-
ja mucho que decir, más allá de que los mexicanos son, han sido y probablemente
siempre serán malos liberales. No obstante, tampoco me parece particularmente
útil describir el municipalismo decimonónico como liberal. Una vez más, la eti-
queta oscurece en vez de aclarar.
En 1974, Bernard Bailyn distinguía tres etapas en la evolución de la escritura
de la historia: la "heroica'', la "whig' y la "trágica". La primera canta las glorias o
llora las desgracias de un suceso histórico que magnifica, y en el que el autor está
profunda y emocionalmente invertido. La segunda se quiere armoniosa, progresis-
ta y lineal; sus artífices buscan en el pasado las semillas -de inevitable madura-
ción- de lo que va a suceder. La tercera, que refleja mayor madurez en el queha-
cer histórico, no necesariamente aporta una nueva objetividad, ni mayor precisión
en el uso de la información, pero trata procesos que se perciben como finalmente
clausurados. El historiador tiende por lo tanto a ser menos partidario y más inclu-
yente. Lo que más lo impresiona de su objeto de estudio son "las limitaciones la-
tentes dentro de las cuales actúan todos los involucrados, la ceguera de los actores;
en una palabra, la tragedia del acontecimiento". 49
Así, la historia política actual que trata sobre México realiza aportaciones im-
portantes porque ha dejado a un lado el afán por construir altares patrios, o por ras-
trear, como whigs más bien depresivos, la genealogía de los males que nos aquejan.
Esto se debe quizás a que no se trata ya, de defender un legado propio, sino de de-
48 En este aspecto, parece mucho más sensato el análisis que de la misma región de la sierra de
Puebla realiza Guy Thomson y David LaFrance, que ve en la alianza de los pueblos con los liberales un
intercambio, para proteger las cierras, o el de Romana Falcón, que rescata las tensiones profundas y la di-
versidad de respuestas que consigo acarreó la inmersión de las comunidades en la "modernidad liberal".
49 BAILYN, 1974, p. viii. Véase también el alegato de Fran~ois Furet, al hablar de una Revolución
francesa "finalmente 'terminada'". FURET, 1985, pp. 20-21.
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1. PUNTOS DE PARTIDA
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to de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani) y CONICET.
1 Annales, 1988.
[83]
84 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POL!TICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
2. ANTECEDENTES
Esta explosión no se hizo sobre terreno virgen y reconoce dos importantes antece-
dentes previos: en exploraciones del pasado argentino realizadas en las décadas de
1970 y 1980 desde la ciencia política y en algunos trabajos de historia ya conver-
tidos en clásicos.
Entre las primeras, se ha señalado el predominio del enfoque institucional de
inspiración norteamericana, que por esos años adquirió en América Latina un perfil
propio y original. 4 Pero también desde la izquierda y de la mano de Antonio Grams-
2 Sobre los desarrollos de la historiografía política argentina en los últimos 30 años véase, por
ejemplo, ALONSO, 1998; BOTANA, 1994; ÚTIARUZZA, 1996; GALLO, 1990; HALrERIN DoNGHI, 1986;
SABATO, 1995.
3 Sobre los cambios institucionales en las condiciones de producción historiográfica y sus resulta-
dos véase, entre otros, HALrERIN DoNGHI, 1986; HORA, 2001; ROMERO, 1996; 5ABATO, 1995 y 200l(a).
4 ÜSZLAK, 1983.
LA POLlTICAARGENTINA EN EL SIGLO XIX 85
5 ARICÓ, 1988.
6 ÜSZl.AK, 1982; O'DONNE!.L, 1982.
7 BarANA, 1977.
86 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
3. NUEVOS INTERROGANTES
Para la renovación, el largo siglo XIX ha sido el favorito (aunque, claro está, no de
manera excluyente). Por mucho tiempo, la historia del XIX se escribió en términos
de transiciones lineales; en el terreno político, se trataba de detectar los avances rea-
lizados en el camino progresivo de la sociedad y las instituciones de Antiguo Régi-
men a las del moderno Estado-nación y los obstáculos encontrados en esa senda
prefigurada de antemano y postulada como deseable. La puesta en cuestión de la
noción evolutiva de un camino universal ha hecho estallar la leme a través de la
cual se buscaba dar sentido a los procesos históricos. El siglo XIX ha ganado en den-
sidad: periodos que anees se consideraban como meras etapas en el camino hacia
el progreso ahora se estudian por derecho propio, regiones anees consideradas mar-
ginales ganan visibilidad y cuestiones que aparecían subordinadas a las líneas de in-
terpretación rectoras adquieren relevancia.
Una gran variedad de cernas se han abierto a la interrogación. En medio de la
diversidad es posible, sin embargo, identificar campos problemáticos comunes,
preguntas compartidas, inspiraciones e influencias coincidentes.
En primer lugar, la construcción del Estado y de la nación, tema tradicional
de la historia política argentina, sigue siendo la cuestión cenera!. Pero la mirada es
otra. La nación y el Estado se toman ahora como problemas y no como presupues-
tos y se interrogan los complejos procesos políticos que tuvieron lugar luego de la
caída del imperio español en América; los diferentes proyectos, intentos y ensayos
de formación y organización de nuevas comunidades políticas, y las variantes que
se abrieron una vez instituida la república y que alimentaron los conflictos de la se-
gunda mitad del siglo.
Una dimensión de esos procesos ha pasado a primer plano: la que atañe a las
relaciones entre sociedad civil y sociedad política. Éste no es un tema nuevo en la
historiografía, pues si bien una parte importante de los anteriores estudios sobre el
poder estuvieron centrados en las instituciones del Estado y en las dirigencias po-
líticas, sus conflictos internos y sus intercambios, no faltaron los intentos por de-
tectar las bases sociales o las conexiones de clase de unas y otras. Pero la preocupa-
ción actual es algo diferente. Tiene como eje un postulado general: la construcción,
reproducción y legitimación del poder político e involucran no sólo a las dirigen-
cias y a quienes aspiran a serlo sino también al conjunto de quienes forman parte
de la comunidad política sobre las que ese poder se ejerce. Y reconoce, además, un
dato específico: en el caso de la Hispanoamérica posrevolucionaria, y del Río de la
Plata en particular, la disolución del orden monárquico y la opción por la repúbli-
ca representativa implicaron la instauración de normas y mecanismos concretos de
vinculación entre el conjunto de la población y quienes ejercían el poder en su
nombre. En ese marco, las preguntas que se formulan sobre las relaciones entre so-
ciedad política y sociedad civil son diferentes a las de amaño y giran en torno de
las formas de soberanía, representación y participación, de los lenguajes políticos
LA POLÍTICA ARGENTINA EN EL SIGLO XIX 87
8 SABATO, 2001 b.
9 Sobre el concepto de "lenguaje político", véase PococK, 1989 y SKINNER, 1969; sobre el con-
cepto de "imaginario colectivo", véase BACZKO, 1984.
'° Menciono, a continuación, algunos de los trabajos recientes sobre la política en el siglo XIX ins-
pirados por las preocupaciones y guiados por los abordajes a que se hace referencia en este punto. Si bien
la producción es mucho más amplia, me limito aquí a citar los principales trabajos publicados como li-
bros y omito mencionar los que se han volcado en artículos publicados en revistas o libros colectivos y
los que están en formato de tesis o tesinas no publicadas, que suman decenas de títulos. ALONSO, 2000;
BERTONI, 2001; BRAGONI, 1999; ÚNSANELLO, 2003; CHAVES, 1997; CHIARAMONTE, 1997; DE LA fUEN-
TE, 2000; GOI.DMAN, 1992; GONZÁLEZ-BERNALDO, 2000; HoRA, 2002; LEITIERI, 1998; MYERS, 1995;
SABATO, 1998; TERNAVASIO, 2002.
88 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POL!TICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
4. INFLUENCIAS E INSPIRACIONES
Entre tanta variedad de temas y abordajes se puede, sin embargo, reconstruir una
trama de influencias e inspiraciones teóricas e historiográficas, que establecen un
horizonte de referencias compartidas. No se trata de un bloque sólido o compac-
to, sino de un conjunto compuesto de elementos heterogéneos y no siempre fácil-
mente compatibles entre sí. Ello revela a la vez algo del quehacer historiográfico en
general y del funcionamiento del campo intelectual argentino en particular. Los
historiadores, es sabido, somos bastante eclécticos a la hora de tomar prestadas ca-
tegorías y conceptos teóricos, rasgo que se ha agudizado en estos tiempos de quie-
bre de los paradigmas fuertes. Además, como latinoamericanos, estamos siempre
atentos a los desarrollos intelectuales de las metrópolis y allí somos, también, he-
terodoxos: recurrimos a diferentes tradiciones, las adaptamos y las mezclamos de
maneras poco probables en sus lugares de origen. En este caso se agrega algo más,
un rasgo original: la referencia a la historiografía de otros países latinoamericanos.
Creo que podemos hablar hoy, sin temor a exagerar, de un campo problemático
común que nos ha llevado a pensar los procesos históricos no sólo comparativa-
mente sino como parte de un mismo conjunto.
Paso, entonces, a las inspiraciones: No pretendo aquí hacer un recorrido sis-
temático de estas influencias, sino tan sólo referirme a los núcleos que han resulta-
do más importantes en la renovación de la historia política argentina del siglo XIX.
Mencioné antes que la renovación no tuvo un foco único de irradiación y que fue
tomando forma a partir de trabajos diversos. Eso mismo ocurre con las referencias
teóricas e historiográficas: son vetas que funcionaron simultáneamente, a veces
confluyendo, a veces en paralelo, a medida de los variados intereses y preocupacio-
nes que motivaban a los investigadores. Esas vetas ahora han destilado en conjun-
to reconocible, citado "de rigor", pero, de nuevo, eso no siempre fue así y me in-
teresa rastrear sus recorridos.
Voy a comenzar por un lugar improbable para una historia política que reivin-
dica la autonomía de su objeto: por la historia social, y en particular la inglesa de
cuño marxista. Para quienes nos formamos en la izquierda estructuralista, la obra
de E.P. Thompson y de Raymond Williams produjo -a partir de mediados de los
años setenta- un impacto de vastas consecuencias. En el terreno que nos convo-
ca, ellos abrieron la posibilidad de pensar la participación popular en la vida polí-
tica con autonomía de las determinaciones estructurales. En estos últimos años,
luego de un periodo de relativo desplazamiento, estos autores y la historia social
reaparecen en la historia política argentina del XIX en nuevas combinaciones y con
frecuencia en compañía de algunos nombres provenientes de la corriente de los es-
tudios subalternos.
Más lógica y quizá también más importante ha sido (y sigue siendo) la inci-
dencia de la historia intelectual y cultural. En las últimas décadas, el estudio de la
esfera de las significaciones ha sido tanto o más renovado que el de la vida políti-
LA POL!TICA ARGENTINA EN EL SIGLO XIX 89
cuestión la idea de una nación prefigurada en el origen y alimentó los debates so-
bre la revolución de independencia y la formación de nuevas comunidades políti-
cas en el XIX.
Finalmente, una palabra acerca de la influencia que la propia historiografía
iberoamericana ha tenido en la Argentina. No ha sido frecuente incluir la historia
nacional en procesos de escala regional o continental, salvo en térrp.inos muy ge-
nerales. Si bien las ciencias sociales de los años sesenta pensaban "América Latiná',
en nuestra disciplina predominaron los enfoques locales. 11 Más aún, la producción
académica de un país ha circulado poco y nada en los demás. En este sentido, la
historia política reciente ha introducido un cambio muy notable: se analizan los
procesos locales como parte de los más globales y se dialoga con una historiografía
más amplia que la nacional.
En este terreno, la referencia a la figura de Franc;:ois-Xavier Guerra es insosla-
yable. Si bien los trabajos de Guerra muestran muchas de las influencias antes
mencionadas, él las combinó de manera original para producir un marco interpre-
tativo propio mediante el cual abordar la historia iberoamericana, en particular de
la etapa de "las independencias". En el caso argentino, ese marco fue adoptado so-
bre todo en estudios sobre la primera mitad del siglo XIX, y repercutió en el resto
de la historiografía decimonónica. Sin embargo, la influencia de Guerra fue aquí
paralela e incluso posterior a otras, de manera que, más que ocupar el lugar del pre-
cursor en sentido estricto, jugó el papel fundamental de quien estimula y alimen-
ta creativamente un movimiento ya en marcha. 12
5. RESULTADOS
¿Cómo evaluar los resultados de ese movimiento que ronda los 20 años? Una pri-
mera observación: se han escrito más libros, artículos y tesis de historia política en
este lapso que en cualquier otro periodo anterior. Pero más no necesariamente sig-
nifica mejor; ni siquiera bueno. ¿Qué aporta todo este nuevo material?, ¿ha cam-
biado nuestra visión del siglo XIX en virtud de él? El balance no es fácil. Antes que
intentarlo, prefiero más bien señalar brevemente lo que me resulta más interesan-
te de esta renovación.
En primer lugar, la consideración de la política como una instancia relativa-
mente autónoma de la vida social, pasible de análisis específicos. Más allá de las
discusiones acerca de qué se incluye en esa instancia y de cómo se definen sus lí-
11 Una excepción a esta tendencia la ofrecen los trabajos de Tulio Halperin Donghi sobre Amé-
rica Latina.
12 El libro Modernidad e independencias (GUERRA, 1992) tuvo gran efecto en la Argentina, segui-
do por el que fue provocando su obra posterior. A ello se sumó la influencia inspiradora que Guerra
ejerció por medio del dictado de cursos, seminarios y conferencias, de su participación en reuniones y
de la dirección de resistas e investigadores en el país.
LA POLfTICA ARGENTINA EN EL SIGLO XIX 91
mires y sus interrelaciones con las .otras dimensiones, lo cierto es que los nuevos
trabajos funcionan con ese supuesto (que no les es exclusivo ni original pero que
ellos han adoptado con total convencimiento).
En segundo lugar, la construcción de lecturas no lineales del siglo XIX. La caí-
da del poder español abrió procesos complejos y conflictivos de conformación de
nuevas comunidades políticas, de redefinición de soberanías, de constitución de
poderes y regímenes políticos nuevos. Ni la nación ni el Estado se consideran pre-
figurados en el origen; tampoco se traza la historia como la de un tránsito inevita-
ble hacia ellos.
La ruptura del orden colonial puso muy rápido en marcha una transforma-
ción que, en cambio, sí se probó irreversible, al menos para el Río de la Plata: la op-
ción por la república, o mejor dicho, la adopción de formas republicanas de gobier-
no. Mientras Europa abrazaba la monarquía con renovados bríos, las Américas,
con la sola excepción sostenida del Brasil, optaron definitivamente por la repúbli-
ca. De esta manera, se convirtieron en un campo de experimentación política for-
midable, donde ideas e instituciones originadas en el Viejo Mundo fueron adop-
tadas y adaptadas, al mismo tiempo en que se producían y ensayaban prácticas
políticas nuevas, diversas, de resultados inciertos. Ese proceso ha sido resaltado por
la renovación que ha dedicado buena parte de sus esfuerzos a analizar los intentos
de conformación de repúblicas, en distintas versiones y formatos, y ha abierto a la
indagación un abanico de problemas vinculados a las dimensiones simbólicas y
prácticas involucradas en la construcción, conservación, reproducción y legitima-
ción del poder en ese marco. Y aunque no todo lo que se ha escrito es novedoso u
original, la producción de estos años ha resultado en un conjunto de imágenes e in-
terpretaciones del siglo XIX bastante diferente del que existía hasta hace 20 años.
Todo esto no ha desembocado, sin embargo, en una visión global alternativa.
No hay homogeneidad interpretativa ni conceptual en la renovación. Existen, más
bien, fragmentos: fragmentos temporales, fragmentos regionales, miradas recorta-
das en torno a problemáticas específicas. 13 También existe, es cierto, un conjunto
de interrogantes compartidos, núcleos temáticos de límites difusos y cambiantes,
pero identificables al fin, y un marco de referencias teóricas e historiográficas tam-
bién variable pero no infinito. Se han delimitado así los contornos de un campo
problemático que, sin buscar ni producir interpretaciones omnicomprensivas, ha
ofrecido en cambio perspectivas sugerentes y resultados novedosos en torno de la
política argentina del siglo XIX. Todo esto que puede verse -y que yo veo- como
13 Hay una fragmentación regional, que por un lado permite analizar los procesos locales en su
especificidad pero por el otro, provoca el riesgo de que se pierdan de vista fenómenos que tienen un al-
cance más general. Al mismo tiempo, si al principio la provincia de Buenos Aires fue el foco privilegia-
do de los nuevos estudios, hoy esa centralidad va diluyéndose a medida que se multiplican los trabajos
sobre otras regiones del país. En cuanto a la fragmentación temporal, si bien hay una tendencia a con-
centrarse en periodos específicos, no faltan los intentos por comparar y vincular diferentes momentos
del siglo XIX.
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VIRGINIA GUEDEA*
LA HISTORIOGRAFfA POLfTICA
[95)
96 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
abordar, en su mayoría, cuestiones de índole política, esto es, cuestiones que tienen
como punto de referencia el Estado. Y es que el proceso en sí resulta ser, más que
otra cosa, un proceso político, ya que tiene como eje principal la lucha por el po-
der. La crisis de la monarquía española que da lugar a su inicio, o cuando menos a
uno de sus inicios, es una crisis de naturaleza fundamentalmente política, mientras
que su término, o cuando menos su término formal, el alcanzar la independencia
de España, viene a ser también de naturaleza claramente política.
A lo anterior se une el hecho de que quienes en una primera instancia histo-
riaron este proceso, del que fueron actores o testigos, lo hicieron, en buena medi-
da, para dar cuenta de su participación en él; también, y sobre todo, para explicar
y justificar su actividad en la vida política de la nueva nación. Por ello, sus obras
de historia fueron una forma más de hacer política.
Asimismo, se une el gran interés que por la independencia -a la que consi-
deraron como el acto fundacional de la nación mexicana-, y en particular por el
movimiento insurgente -al que consideraron como el factor principal que llevó
a su consecución-, han tenido hasta hace poco los diversos gobiernos del país,
preocupados por consolidar una conciencia nacional. Uso político de la historia
que llevó a que muchas de las obras encargadas de historiar diversos aspectos del
proceso de independencia lo hayan hecho desde una perspectiva de índole también
política.
Así, la historiografía del proceso de emancipación de la Nueva España ha sido,
desde sus inicios, una historiografía sobre todo política. Y esto no sólo en cuanto a
los trabajos de autores mexicanos sino también, aunque en menor medida, en lo
que se refiere a los de autores extranjeros. No obstante, y como no podría ser de
otro modo, las formas de hacerla han variado a lo largo del tiempo; de igual mane-
ra, han sido diversos los aspectos estudiados. Por ello, esta ya larga y por demás
abundante historiografía política ha pasado por distintas etapas, cuya diferencia-
ción, además de que está aún por hacerse, resulta harto difícil, entre otras cosas,
porque tales etapas no se dan de manera clara y ni siquiera sucesiva.
Lo que sí queda claro es que fue a partir de la década de los ochenta del siglo
pasado cuando se inició el auge de que gozan actualmente tales estudios. Promo-
vidos en buena medida por el interés que por las cuestiones de índole política pro-
movió la historiografía francesa y que en parte tuvo su origen en la necesidad de
dar una nueva explicación de su Revolución, mucho deben al empleo cada vez ma-
yor de elementos tomados de otras ciencias sociales que han enriquecido en no po-
cos de los casos el análisis histórico y que han permitido abordar desde nuevas pers-
pectivas problemas ya estudiados e identificar los que falta por estudiar. Mucho
deben también a las nuevas formas de vinculación que ha establecido la historia
política con la social y la cultural y que al poner el énfasis en la historia de la cul-
tura y de las prácticas políticas han ayudado a entender mejor sus complejidades y
contradicciones. Dicho auge se consolidó durante la siguiente década y ha soste-
nido hasta ahora un importante y notorio desarrollo.
"NUEVA HISTORIA POLÍTICA" Y PROCESO DE INDEPENDENCIA NOVOHISPANO 97
Cabe señalar algo muy obvio pero importante y es que las nuevas líneas de in-
vestigación que se han abierto en este campo encuentran su punto de arranque, en
muchos de los casos, en trabajos realizados tiempo atrás. De esta manera, mucho
también debe este auge a los estudios considerados ahora pioneros, sobre todo de
especialistas de fuera de México, que a partir de finales de los años treinta se de-
dicaron al análisis puntual de cuestiones hasta entonces nada o muy poco aborda-
das, como son la Constitución texana de 1813, la masonería, los sucesos de 1808,
las elecciones constitucionales capitalinas de 1812, los diputados a Cortes, las
prácticas panfletarias o la Diputación Provincial, temas todos ellos que se seguirían
desarrollando o serían retomados durante los años siguientes. Estos trabajos, en-
tre los que destacan de manera particular los de Nettie Lee Benson, 1 marcaron
nuevas direcciones para el estudio de la vida política durante los últimos años del
virreinato y los primeros de la nueva nación. Por otra parte, a principios de la dé-
cada de los cincuenta se publicaron dos obras decisivas para el estudio sobre todo
de las ideas pero también de la cultura política de la Nueva España, que fueron la
de José Miranda sobre las ideas y las instituciones políticas y la de Luis Villoro so-
bre la revolución de independencia, 2 las que, si bien de maneras por demás distin-
tas, aportaron nuevos elementos para su estudio, con lo que abrieron a su vez otros
cammos.
A partir de entonces se ahondó en el análisis de las temáticas señaladas antes. 3
Así, fue quedando cada vez más claro que el proceso de independencia novohispa-
no no podía explicarse cabalmente sin tomar en cuenta cuestiones tales como los
acontecimientos que en 1808 llevaron a un golpe de Estado, las sociedades secre-
tas, el papel que en la emancipación desempeñaron los ayuntamientos y en parti-
1 Véanse, entre otros: Nettie LEE BENSON, 1946, "The Contested Mexican Elections of 1812" en
Hispanic American Historical Review, XXVI (ago.), pp. 336-350, y 1955, y la Diputación Provincial y
el federalismo mexicano. México: El Colegio de México.
2 MIRANDA, José, 1952, las ideas y las instituciones políticas mexicanas. Primera parte 1521-1820.
México: Universidad Nacional Autónoma de México, y Luis VILLORO, 1953, la revolución de indepen-
dencia ensayo de interpretación histórica. México: Consejo de Humanidades, Universidad Nacional Au-
tónoma de México.
3 Destacan de nueva cuenta los de Nettie LEE BENSON: 1958. "Spain's Conrribution to Federalism
in Mexico" en Thomas E. Comer y Carlos E. Castañeda (eds.). Essays in Mexican History. Ausrin: Uni-
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1812" en The Southwestem Historical Quarterly. LXIV, 1 (ju!). pp. 1-22; 1966, Mexico and the Spanish
Cortes, 1810-1822. Eight Essays. Austin: Universiry ofTexas Press, y 1984, "La elección de José Miguel
Ramos Arizpe a las Corres de Cádiz en 1810" en Historia Mexicana, 132, 4 (abr.-jun.), pp. 515-539. No
obstante, también encontramos, además de varias tesis, los trabajos de otros autores: Frances M. Fo-
LAND, 1955, "Pugnas políticas en el México de 1808" en Historia Mexicana, 17, 5 (jul.-sep.), pp. 30-41;
Jack A. Haddock, 1958, "The Deliberative Juntas of 1808: A Crisis in the Development of Mexican
Democracy" en Essays in Mexican History, pp. 53-71; Wilberr H. T!MMONS, 1959, "Los Guadalupes: A
Secret Sociery in the Mexican Revolution of lndependence" en Hispanic American Historical Review,
XXX, 4 (nov). pp. 453-479, y, Francisco Santiago CRUZ, 1965, El virrey lturrigaray. Historia de una cons-
piración, México: Editorial Jus.
98 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
cular el capitalino, las repercusiones causadas en la Nueva España por las Cortes es-
pañolas o el efecto que en ellas tuvieron los diputados novohispanos. También, la
deuda que el federalismo mexicano tenía con el liberalismo español o la importan-
cia de los panfletos en la vida política de la Nueva España y del México recién in-
dependizado.
Un ejemplo de ello es la obra de Timothy E. Anna, en particular su libro The
Fall of the Royal Government in Mexico City, 4 aparecido en 1978, que constituye
uno de los primeros trabajos dedicados al estudio de la cultura y de las prácticas po-
líticas urbanas. Interesado en explicar el colapso del régimen colonial, en él, Anna
se ocupa de analizar el papel que en la vida política novohispana desempeñó la ca-
pital como centro del poder virreinal; también de cómo el régimen colonial perdió
su autoridad primero y más tarde su legitimidad. De igual manera, da cuenta de las
repercusiones que en la Nueva España tuvieron las Cortes y la Constitución espa-
ñolas y analiza el autonomismo novohispano, temáticas todas que estudios poste-
riores se ocuparon de continuar desarrollando.
Otro ejemplo lo constituyen los trabajos de quienes a partir de la década de
los setenta han buscado explicar los procesos independentistas americanos dentro
del contexto más amplio conformado por el mundo hispánico, como son los que
nos ofrecen Brian R. Hamnett, 5 Jorge l. Domínguez, el propio Anna y Michael P.
Costeloe,6 y que mucho han aportado a su mejor comprensión.
Por último, aunque en menor medida, el auge en los estudios de la cultura y
de las prácticas políticas durante el proceso de independencia se debió también a
la necesidad que de reflexionar sobre el proceso mismo provocaron la celebración
de los 175 años de su inicio y el alud de publicaciones que trajo consigo, entre las
que se contaron desde sus fuentes clásicas hasta trabajos de reciente cuño. Y este
auge ha abierto nuevas y muy interesantes líneas de investigación, al tiempo que ha
brindado también nuevas y muy interesantes explicaciones tanto del proceso en sí
como de muchos de sus aspectos.
4 ANNA, Timothy E., 1978, The Fall ofthe Royal Government in Mexico City. Lincoln: University
ofNebraska Press. Es muy vasta su obra sobre el proceso independentista novohispano, y en varios de
sus trabajos aborda cuestiones de historia política.
5 HAMNEIT, Brian R., 1978, Revolución y contrarrevolución en México y en el Perú. Liberalismo,
realeza y separatismo (1800-1824). México: Fondo de Cultura Económica, y 1995, "Las rebeliones y re-
voluciones iberoamericanas en la época de la Independencia. Una tentativa de tipología'' en Fran~ois
Xavier GUERRA (dir.), Revoluciones hispánicas. Independencias americanas y liberalismo español, Madrid:
Editorial Complutense. Hamnett se ha ocupado también de analizar canto la insurgencia como la reac-
ción del régimen colonial.
6 DoMfNGUEZ, Jorge l., 1980, lmurrection or Loyalty: The Breakdown ofthe Spanish American Em-
pire, Cambridge y Londres: Harvard University Press; Timothy E. Anna, 1983, Spain and the Loss of
America, Lincoln: University ofNebraska Press, y 1985, "The lndependence of Mexico and Central
America" en Leslie Bethell (ed.), The Cambridge History o/Latín America, Cambridge: Cambridge Uni-
versiry Press, Ill, pp. 51-156, y Michael P. CosTELOE, 1986, Respome to Revolution: Imperial Spain and
the Spanish American Revolutiom, 1810-1840, Cambridge: Cambridge University Press.
"NUEVA HISTORIA POLITICA" Y PROCESO DE INDEPENDENCIA NOVOHISPANO 99
Boletín de la Academia Nacional de la Historia, LXXI, 284 (oct.-dic.), pp. 2-18; 1990, "Pour une nou-
velle histoire poli tique: acteurs sociaux et acteurs politiques" en Structures culturés des societés ibéro-amé-
ricaines, au-delá du modéle socio-économique, París: CNRS - Maison des Pays Ibériques, pp. 245-260, y
1993, "El renacer de la historia política: razones y propuestas" en New History, Nouvelle Histoire, Ha-
cia una Nueva historia, Madrid, pp. 221-245.
8 Sobre la obra de Guerra, véase Alfredo Av1LA, "De las independencias a la modernidad. Nocas
rios de sus trabajos y que apareciera en 1992, donde propuso un modelo interpreta-
tivo novedoso al sostener que dichos procesos forman parte de un único proceso re-
volucionario que dio lugar a la desintegración de la monarquía española y a la for-
mación de varios estados nacionales y que abrió el camino a la modernidad. 9
En sus numerosos trabajos, comenzados a aparecer desde la segunda mitad de
los años ochenta, Guerra se ocupó de analizar diversos aspectos de la cultura y las
prácticas políticas en el mundo hispánico en su tránsito a esa modernidad. Así, se
encargó, entre otras muchas cosas, de analizar las semejanzas y diferencias que di-
cho tránsito tuvo con el proceso revolucionario francés, de analizar el principio de
legitimidad que constituía la soberanía del pueblo o de explicar cómo, a partir de
esa modernidad que se dio en la política después de la Revolución francesa y que
se caracterizaba por una nueva legitimidad fundada en la soberanía de la nación,
se establecieron las bases del proceso revolucionario hispano. De igual manera, se
interesó por estudiar desde la formación de la opinión pública y de los nuevos es-
pacios de sociabilidad que abrieron las élites modernas y que ayudaron a la trans-
formación de una cultura política estamental y corporativa en una individualista,
hasta los nuevos actores políticos o los procesos electorales que dieron paso a una
forma moderna de representación. 10
Al igual que Guerra, Antonio Annino considera al proceso independentista
novohispano como una de las expresiones que tuvo la revolución española, además
de interesarse no tanto en el proceso en sí sino en los cambios y las continuidades
9 GUERRA, Fran~ois-Xavier (ed.), 1992, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revolucio-
nes hispánicas. Madrid: Edirorial MAl'FRF.. Véase también 1993, "La independencia de México y las re-
voluciones hispánicas", en Antonio ANNINO y Raymond BL!VE (comps.), El liberalismo en México, Ham-
burgo: Cuadernos de Historia latinoamericana. 1, pp. 15-48; 1994, "La desintegración de la Monarquía
hispánica: revolución e independencias" en Antonio ANNINO, Luis CASTRO LEIVA y Fran,ois-Xavier
GUERRA (coords.), De los imperios a las naciones: Iberoamérica, Zaragoza: IberCaja, pp. 195-227; 1999,
"De lo uno a lo múltiple: dimensiones y lógicas de la independencia" en Anthony MAC!'ARLANE y Eduar-
do PosAOA-CARBó, Independence and Revolution in Spanish America: Perspectives and Problems, Londres:
Universicy ofLondon, lnstitute ofLatin American Scudies, pp. 43-68, y 1995, "Lógicas y ritmos de las
revoluciones hispánicas", en Fran,ois-Xavier GUERRA (dir.). Revoluciones hispánicas, pp. 13-46.
10 GUERRA, Fran,ois-Xavier, 1987, "Alphabetisation, imprimerie et revolution en Nouvelle-Es-
pagne a l' epoque de l'independance" en Annales des Pays d'Amerique Central et des Caraibes, 6, pp. 83-
126; 1989, "La Revolución francesa y su recepción en el mundo hispánico" en Cuadernos del Ct'NDES,
12 (sep.-dic.), pp. 123-152; 1992, "La política moderna en el mundo hispánico: apuntes para unos años
cruciales ( 1808-1809)" en las formas y las políticas del dominio agrario. Homenaje a Franfois Chevalier,
Guadalajara: Editorial Universidad de Guadalajara, pp. 158-188; 1999, "De la p<;>lítica antigua a la po-
lítica moderna. La revolución de la soberanía'' en los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y
problemas. Siglos XV!ll-XIX, México: Cenuo de Estudios Mexicanos y Centroaméricanos-Fondo de Cul-
tura Económica, pp. 109-134, y 2002, "El escriro de la revolución y la revolución del escriro: informa-
ción, propaganda y opinión pública en el mundo hispánico (1808-1814)" en Marta TERAN y José An-
ronio SERRANO (eds.), Las guerras de independencia en la América española, México: El Colegio de
Michoacán-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo-Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes-lnsticuro Nacional de Antropología e Hisroria, pp. 125-147.
"NUEVA HISTORIA POL!TICA" Y PROCESO DE INDEPENDENCIA NOVOHISPANO 1Ü1
que en cuanto a lo político ocurrieron en las primeras décadas del siglo XIX. Como
Guerra, Annino se ha dedicado al estudio de la cultura y de las prácticas políticas
en el mundo hispánico, prestando particular atención a las transformaciones sufri-
das por sus espacios políticos y, sobre codo, al desarrollo que alcanzó el liberalismo.
Pero, a diferencia de Guerra, pone quizá más el peso en lo que se refiere a los cam-
bios que a las continuidades; además, ha hecho del ámbito primero novohispano
y luego mexicano su objeto principal de estudio. 11
Merece destacarse su especial interés por los procesos electorales, cuya prime-
ra muestra es su ensayo titulado "Praciche creole e liberalismo nella crisi dello spa-
zio urbano coloniale: Il 29 novembre 1812 a Cicca del Messico", aparecido por pri-
mera vez en 1988 y que traducido al español ha merecido verse publicado ya en
eres ocasiones, en el que se ocupa del proceso electoral ocurrido en la capital novo-
hispana al implantarse el sistema conscicucional, por el que -nos dice- los crio-
llos de la élite social, mediante la representación, se hicieron del poder político y
controlaron y transformaron el espacio urbano. 12 Este interés le ha permitido, en-
tre muchas otras cosas, explicar cómo se desintegró el espacio político virreinal;
además, ha ayudado a fortalecer lo que constituye una de las vetas de análisis más
socorridas y prolíficas de los úlcimos años.
Por su parce, Jaime E. Rodríguez O., quien fuera alumno de Benson, ha desa-
rrollado y enriquecido algunas de las líneas de investigación que ésta abriera al tiem-
po que ha incursionado en otros terrenos. Así, ha insistido en que la crisis española y
sus consecuencias fueron decisivas para el desarrollo del proceso de emancipación.
También en que los criollos deseaban la autonomía más que la independencia y sólo
cuando aquélla les resulcó inalcanzable fue cuando optaron por emanciparse de Es-
paña. Interesado desde principios de los setenta en los primeros años del México in-
dependiente, en particular en la primera república, se interesó más carde en el proce-
so independentista novohispano, sobre el que ha trabajado diversos aspectos y al que
ha abordado, principalmente, desde la perspectiva del autonomismo criollo y del
efecto que tuvieron en él la revolución y el liberalismo hispánicos.
Además de desarrollar una importante labor como editor de obras colectivas de-
dicadas al estudio de las primeras décadas del siglo XIX mexicano, 13 Rodríguez se ha
11 ANNINO, Antonio, 1984, "El pacto y la norma. Los orígenes de la legalidad oligárquica en Mé-
xico" en Historias 5 (ene.-mar.), pp. 3-31; 1994, "Soberanías en lucha" en Antonio ANNINO, Luis CAS-
TRO LEIVAy Fran~ois-Xavier GUERRA (coords.). De los imperios a las naciones: Iberoamérica, pp. 229-257;
1995, "Cádiz y la revolución territorial de los pueblos mexicanos 1812-1821", en Antonio ANNINO
(coord.). Historia de las elecciones en lberoamérica, siglo XIX, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económi-
ca, pp. 177-226, y 1995. "Voto, tierra y soberanía. Cádiz y los orígenes dd municipalismo mexicano"
en Fran~ois-Xavier GUERRA (dir.), &voluciones hispdnicas, pp. 269-292.
12 ANNINO, Antonio, 1988, "Pratiche creole e liberalismo nella crisi dello spazio urbano colonia-
le: Il 29 novembre 1812 a Citta del Messico" en AntonioAnnino y Raffaelle Romanelli (eds.), Notabi-
li, elettori, elezioni, Quaderni Storici, Nuova Serie, 69, año XXIII, 3 (dic.). pp. 727-763.
l3 Sobre la labor de Rodríguez como editor véanse 1988, Servando Teresa de MIER, Obras comple-
102 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AM11RJCA LATINA. SIGLO XIX
Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Véanse también: 1991, "La paradoja de la independencia de
México" en Secuencia, 21 (sep.-dic.), pp. 7-17; 1993, "La independencia de la América espaliola: una
reinrerpreración" en Historia Mexicana, XUI, 3 (jul.-sep.), pp. 571-620; 1996, La independencia de la
América española, México: El Colegio de México-Fideicomiso Historia de las Américas-Fondo de Cul-
tura Económica, y 2000, "The Emanciparion of America' en The American Historical Review, 105, 1
(feb.), pp. 131-152.
"NUEVA HISTORIA POLÍTICA" Y PROCESO DE INDEPENDENCIA NOVOHISPANO 103
entre tales procesos se dieron y la consecuencia que unos en otros tuvieron, las que
han abierto otras líneas de investigación y han ofrecido nuevas explicaciones en
cuanto a estos procesos.
Cabe aclarar que la insurgencia novohispana, a la que tanto interés concedió
la historia oficial y que ha sido tan estudiada desde la tradicional perspectiva libe-
ral nacionalista, ha seguido interesando a no pocos autores. Desde mediados de los
cincuenta, Wilbert H. Timmons se ocupó de la figura y las actividades de José Ma-
ría Morelos y fue pionero en el estudio de la sociedad secreta de Los Guadalupes. 16
A partir de la década siguiente, Ernesto Lemoine abordó los esfuerzos insurgentes
por establecer un gobierno, muy en particular los coordinados por Morelos, 17
mientras que Ernesto de la Torre se ha interesado sobre todo en la vertiente cons-
titucional de la organización política insurgente y en la sociedad secreta de Los
Guadalupes, y se ha ocupado de elaborar una visión general del proceso indepen-
dentista. 18 Además, a mediados de los sesenta comenzaron a aparecer los trabajos
de Hugh M. Hamill Jr. sobre la insurgencia de Miguel Hidalgo; su extensa obra,
si bien no dedicada específicamente al análisis de las prácticas políticas insurgen-
tes, se ocupa de ellas en diversos momentos. 19 Y los numerosos trabajos de estos es-
pecialistas mucho han aportado al estudio de la historia política de la insurgencia,
amén de haber abordado nuevas temáticas que sirvieron para sentar no pocas de las
bases sobre los que se desarrollarían los estudios de los años siguientes.
16 Wilberc H. T!MMONS, 1959, "Los Guadal upes: A Secret Society in the Mexican Reva'lucion of
Independence", y I 963, More/os Priest Soldier Statesman ofMéxico, El Paso: Texas Western Pres s.
17 De Ernesto Lemoine véanse, entre otros: 1963, "Zitácuaro, Chilpancingo y Apatzingán. Tres
grandes momentos de la insurgencia mexicana" en Boletín del Archivo General de la Nación, IV, 3, pp.
385-71 O; 1965, More/os: Su vida revolucionaria a través de sus escritos y otros testimonios de la época, Mé-
xico: Coordinación de Humanidades, Universidad Nacional Autónoma de México; 1979, More/os y la
revolución de 181 O, México: Gobierno del Estado de Michoacán, y 1980, Insurgencia y República Fede-
ral 1808-1824. Estudio histórico. Selección, México: Banco Internacional.
18 De la abundante producción de De la Torre recojo aquí algunas muestras: 1964, La Constitución
de Apatzingán y los creadores del Estado Mexicano, México: Instituto de Investigaciones Históricas Univer-
sidad Nacional Autónoma de México; 1964, "El constitucionalismo mexicano y su origen" en Estudios so-
bre el Decreto Constitucional de Apatzingán, México: Coordinación de Humanidades, Universidad Nacio-
nal Autónoma de México, pp. 167-211; 1966, Los "Guadalupes"y la independencia, con una selección de
documentos inéditos, México: Editorial Jus, y 1982, La independencia mexicana, 3 vols., México: Secreta-
ría de Educación Pública-Consejo Nacional de Fomento Educativo-Fondo de Cultura Económica.
19 Véanse Hugh M. HAMMILL Jr., 1966, The Hidalgo Revolt. Prelude to Mexican lndependence.
Jacksonville, Florida: University of Florida Press; 1979, "Un discurso formado con angustia: Fr:¡ncisco
Primo de Verdad el nueve de agosto de 1808" en Historia Mexicana, XXVIII, 1 (ene.-mar.), pp. 438-
474; 1980, "Royalist Propaganda and 'La Porción Humilde del Pueblo' During Mexican Independen-
ce", en TheAmericas. v. XXXVI, 4 (abr.), pp. 423-444; 1991, "The Rector to che Rescue: Royalisc
Pamphleteers in che Defense ofMexico, 1808-1821" en RodericA. Camp, Charles Hale y Josefina Zo-
raida Vázquez {eds.), The State and lntellectuals Life in Mexico, México y Los Ángeles: El Colegio de
México, pp. 49-61, y 2003, "An '.Absurd Insurrection'?; Creole Insecuri ry, Pro-Spanish Propaganda, and
che Hidalgo Revolt" en Christon I. Archer (ed.), The Birth o/Modern Mexico 1780-1824, Wilmington,
Delaware: Scholarly Resources, pp. 67-84.
104 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMIIB.ICA LATINA, SIGLO XIX
Interesada desde hace mucho tiempo en las prácticas políticas que tuvieron lu-
gar dentro y fuera del sistema, me he ocupado de trabajar las formas de organización
y participación políticas de algunos sectores urbanos, en especial las de los autono-
mistas, a que dio lugar el régimen constitucional. Desde principios de los ochenta
he publicado diversos trabajos relativos a cuestiones tales como el golpe de Estado
de 1808, que diera inicio al proceso novohispano y que hiciera que éste asumiera ca-
racterísticas muy propias, o las conspiraciones y las sociedades secretas, que promo-
vieron tanto el establecimiento de órganos de gobierno alternos como la represen-
tación de los novohispanos en los diversos niveles del gobierno virreinal. También he
estudiado los procesos electorales que se dieron en la Ciudad de México como con-
secuencias de la revolución en España y que consiguieron para los autonomistas el
control de esas nuevas instituciones representativas creadas por la Constitución de
1812 que fueron los ayuntamientos constitucionales y las diputaciones provinciales,
así como el verse representados en las Cortes Generales. 20
De igual manera, he analizado tanto las repercusiones y las ligas que la insur-
gencia tuvo en y con diversos sectores urbanos como algunas de las prácticas polí-
ticas insurgentes, en especial con las que aquellos sectores estuvieron estrechamen-
te vinculados, como los intentos por establecer un gobierno insurgente que fuera
representativo y legítimo y ejerciera la soberanía, y los procesos electorales a que
dieron lugar y que adoptaron, en algunos de los casos, el modelo gaditano. Por úl-
timo, he estudiado los intentos de los insurgentes en el Departamento del Norte
para organizar su gobierno y el proceso independentista en la provincia de Texas,
no sólo en lo que se refiere al efecto que en ella tuvieron la revolución y el libera-
lismo hispánicos sino respecto de los esfuerzos insurgentes por contar, como los del
centro de la Nueva España, con un gobierno alterno, en los que se nota, además,
de manera muy clara la influencia estadounidense. 21
20 GUEDEA, Virginia, 1985, "Los Guadalupes de México", en Relaciones. Estudios de Historia y So-
ciedad. 23 (verano), pp. 71-91; 1989, "Las sociedades secretas durante el movimiento de independencia",
en The Independence ofMexico, pp. 4 5-62; 1991, "Las primeras elecciones populares en la ciudad de Mé-
xico: 1812-1813" en Mexican Studies!Estudios Mexicanos, 7, 1 (invierno), pp. 1-28; 1992, En busca de un
gobierno alterno: Los Guadalupes de México, México: Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad
Nacional Autónoma de México; 1993, "Una nueva forma de organización política: la sociedad secreta
de Jalapa, 1812" en Amaya GARRITZ (comp.), Un hombre entre Europa y América, Homenaje a juan An-
tonio Ortega y Medina, México: Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autóno-
ma de México, pp. 185-208; 1994, "El pueblo de México y la política capitalina, 1808 y 1812" en Me-
xican Studies/Estudios Mexicanos, 10, 1 (invierno), pp. 27-61, y 2003, "The Conspiracies of 1811: How
the Criollos Learned ro Organize in Secret" en The Birth ofModern Mexico 1780-1824, pp. 85-105.
21 GUEDEA, Virginia, 1986, "Los indios voluntarios de Fernando VII" en Estudios de Historia Mo-
derna y Contemporánea de México, 10, pp. 11-83; 1992, "De la fidelidad a la infidencia: los goberna-
dores de la parcialidad de San Juan" en Patterns ofContention, pp. 95-123; 1991, "Los procesos electo-
rales insurgentes" en Estudios de Historia Novohispana, 11, pp. 201-249; "Ignacio Adalid, un equilibrista
novohispano", en Mexico in the Age ofDemocratic Revolutions, pp. 71-96; 1996, La insurgencia en el De-
partamento del Norte. Los Llanos de Apan y la Sierra de Puebla, 1810-1816. México: Instituto de lnves-
"NUEVA HISTORIA POÚTICA" Y PROCESO DE INDEPENDENCIA NOVO HISPANO 105
II, 4 (jul.-sep.), pp. 39-58; 1985, Don Miguel Hidalgo y don José Antonio Torres en Guadalajara. Guada-
lajara: UNED; 1994, "Élite e independencia en Guadalajara'' en Beatriz Rojas (coord.), El poder y el dine-
ro. Grupos y regiones mexicanos en el siglo XIX, México: Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis
Mora, pp. 71-92, y 1999, Los periódicos e impresos de Guadalajara, 1808-1811, Guadalajara: Ayunta-
miento de Guadalajara-Museo del Periodismo.
23 JuAREZ NIETO, Carlos, 1991, "La oligarquía y la guerra: 1811-1813" en Anales del Museo Mi-
choacano, 3 (may.), pp. 26-35; 1992, "Sociedad y política en Valladolid 1780-1816" en Estudios Mi-
choacanos lll, Morelia: El Colegio de Michoacán-Gobierno del Estado de Michoacán, pp. 76-98; 1994,
"Ayuntamiento y oligarquía en Valladolid de Michoacán ( 1808-1824)" en El poder y el dinero. Grupos
y regiones mexicanos en e/siglo XIX, pp. 53-70; 1994, "Un ayuntamiento mexicano ante la guerra de in-
dependencia. El caso de Valladolid de Michoacán" en Historias, 32 (abr.-sep.), pp. 45-53, y 2002, "El
intendente Manuel Merino y la insurgencia en Valladolid de Michoacán, 1810-1821" en Las guerras de
independencia en la América española, pp. 193-203.
24 GUZMÁN PÉREZ, Moisés, 1994, La Junta de Zitácuaro 1811-1813, Morelia: Universidad Mi-
choacana de San Nicolás de Hidalgo; 1996, Miguel Hidalgo y el gobierno insurgente en Valladolid, Mo-
relia: Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, y 2000, "Cádiz y el ayuntamiento consriru-
cional en los pueblos indígenas de la Nueva España, 1820-1825" en De súbditos del rey a ciudadanos de
la nación, Castellón de la Plana: Universitat Jaume l, pp. 305-324.
25 ÜRTIZ ESCAMILLA, Juan, 1996, "Calleja, el gobierno de la Nueva España y la Constitución de
1812" en Revista de lnvestigacionesJuridicas, 20, pp. 405-447; 1996, "Las élites de las capitales de pro-
vincia ante la guerra civil de 1810" en Historia Mexicana, XLVI, 2 (oct.-dic.) pp. 325-357; 1997, Gue-
rra y gobierno. Los pueblos y la independencia de México, Utrera: Universidad de Sevilla-El Colegio de
México-Instituto Mora-Universidad Internacional de Sevilla; 1999, "Entre la lealtad y el patriotismo
los criollos al poder" en Brian Connaughton, Carlos Illades y Sonia Pérez Toledo (coords.), Construc-
ción de la legitimidad política en México, México: El Colegio de Michoacán-Universidad Autónoma Me-
tropolitana-Universidad Nacional Autónoma de México-El Colegio de México, pp. 107-126, y 2001,
"Un gobierno popular para la ciudad de México. El Ayuntamiento constitucional de 1813-1814", en
La independencia de México y el proceso autonomista novohispano, pp. 117-134.
106 ENSAYOS SOBRE IA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMll.RiCA LATINA, SIGLO XIX
26 SERRANO ORTEGA, José Antonio, 1993, "La imprenta se fue a la guerra. La libertad de impren-
che Huasteca, Mexico, 1760-1870", tesis de doctorado, UniversityofChicago; 1999, "Hijos del pue-
blo y ciudadanos: identidades políticas entre los rebeldes indios del siglo XIX", en Construcción de la le-
gitimidad polltica m Mlxico, pp. 127-151; 1999, "La causa justa: los defensores del dominio español
en el norte de Veracruz, 1810-1821" en Humberto Morales y William Fowler (coords.), El conservadu-
rismo mexicano m el siglo XIX (1810-191 O), México: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla-Uni-
versity of Saint Andrews-Gobierno del Estado de Puebla, pp. 37-57, y 1999, "Village, Nation and
Constitution: lnsurgent Poli tics in Papan da, Veracruz, 1810-1821" en Hispanic American Historical Re-
view, LXXIX. 3. pp. 463-493.
28 EscOBAR ÜHMSTEDE, Antonio, 1996, "Del gobierno indígena al Ayuntamiento constitucional
en las Huastecas hidalguense y veracruzana 1780-1853" en Mexican Studies!Estudios Mexicanos, 12, l
(invierno), pp. 1-26; 1997, "Los ayuntamientos y los pueblos de indios en la sierra huasceca, conflic-
tos entre nuevos y viejos actores, 1812-1840" en Lccicia Reina (coord.), La rt:indianización de Amirí-
"NUEVA HISTORIA POÚTICA" Y PROCESO DE INDEPENDENCIA NOVOHISPANO 107
A MANERA DE BALANCE
Como puede verse, es mucho lo que estos nuevos trabajos, y otros más que no
mencioné, han aportado al conocimiento del proceso independentista novohispa-
no en los últimos años. Así, desde hace tiempo ha quedado ya muy claro que la
emancipación de la Nueva España se inserta dentro del contexto más amplio con-
formado por la revolución hispánica y el que constituye la formación del Estado
nacional mexicano. También ha quedado claro que en él se dio, con sus continui-
ca, siglo XIX, México: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-Siglo XXI
Editores, pp. 294-316, y 2002, "Las dirigencias y sus seguidores. 1811-1816 La insurgencia en las
Huastecas", en Las guerras de indepmdmcia m la América española, pp. 217-236.
29 GUARDINO, Petcr F., 1996, Peasants, Politics, and the Formation od Mo:ico's National State Gue-
rrero, 1800-1857, Stanford: Stanford University Prcss, y 2000, "'Toda libertad para emitir sus votos':
plebeyos, campesinos y elecciones en Oaxaca, 1808-1850" en Cuadernos del Sur, 15 (jun.), pp. 87-114.
30 ÁVIIA RUEDA, Alfredo, 2002, En nombre de la Nación. La formación del gobierno represmtlltivo
m México 1808-1824, México: Centro de Investigación y Docencia Económicas-Taurus.
31 GUARISCO CANSECO, Claudia, 2003, Los indios del valle de Mlxico y la construcción de una nue-
va sociabilidad polltica, 1770-1835, México: El Colegio Mexiquense.
108 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX
ALFREDO ÁVILA *
El liberalismo no es un objeto de estudio novedoso en la historiografía mexicana
ni en la latinoamericana. Incluso si prescindiéramos de las grandes obras de his-
toria patria elaboradas en la segunda mitad del siglo XIX (cuyo propósito era, en
buena medida, contribuir a la invención de las naciones por medio de la elabora-
ción de genealogías liberales: Jiménez Mareé, 2002), hallaríamos algunos traba-
jos muy tempranos dedicados a esa temática. Es el caso de Liberalism in Mexico
1857-1929 de Wilfrid Hardy Callcott, publicado en 1931. Este libro señala la
continuidad del liberalismo de la época de la Reforma con la Revolución de 191 O
y los primeros gobiernos emanados de ella. Por tal motivo, no excluye al Porfiria-
to de esa tradición, aunque admite que durante el régimen de Díaz predominó un
"liberalismo conservador". Callcott consideraba el liberalismo como una fuerza
irresistible, necesaria para la construcción del Estado nacional mexicano, pues
contaba con el apoyo de las clases medias educadas y de los mestizos, quienes for-
maban la mayor parte de la población del país (Callcott, 1965). Con una pro-
puesta semejante a ésta, pero de mayor alcance, Daniel Cosío Villegas y un gru-
po de destacados historiadores abordaron a partir de la década de 1950 el periodo
iniciado con el triunfo del liberalismo sobre "la reacción conservadora'', en la His-
toria moderna de México. Según Cosío Villegas, los años de 1867-1911 forman
una etapa constructiva fundamental que daría cuerpo al "rostro de un país orga-
nizado a la moderna'' adquirido gracias a la Constitución de 1857. 1 A diferencia
de esta interpretación, Jesús Reyes Hernies consideraría que el proyecto de mo-
dernización de México debía estudiarse desde el momento mismo de la lucha por
la independencia. El liberalismo mexicano es una de las más impresionantes apor-
taciones a la historia de las ideas decimonónicas, en la cual quedaron asentados
de un modo contundente algunos de los prejuicios construidos a lo largo de va-
rias décadas en torno de la identidad de la historia patria y el liberalismo. No es
la historia de esa ideología en México sino la del liberalismo de México, produc-
to peculiar y único del desarrollo histórico de este país. Por lo anterior, puede ase-
gurarse que el liberalismo forjaría las características esenciales de la nación, como
[111]
112 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
2 En palabras de Reyes Hernies: "la idea federal, aparte de forma jurídica, por estar en la concien-
cia de los mexicanos, es ideal operante y ninguna mejor prueba podemos obtener sobre su reciedum-
bre", lo cual conduciría a una necesaria "identidad federalismo-liberalismo, tan peculiar de nuestra evo-
lución política", REYrS HEROLES, 1961, P· 394.
3 En este sentido, vale la pena resaltar la importancia de una gran cantidad de libros colectivos,
publicados en los pasados años, con estudios de caso de diferentes países latinoamericanos. Algunos de
esos libros serán citados más adelante.
4 Lo que sigue se basa en la ponencia "El primer liberalismo mexicano en la nueva historiografía
política" que presenté en el Coloquio Internacional "Los caminos de la democracia en América Latina:
revisión y balance de la 'Nueva Historia Política', siglo XIJ<", celebrado en El Colegio de México en 27
y 28 de noviembre de 2003. Los comentarios realizados en esa reunión me hicieron modificar algunas
de mis apreciaciones y, sobre todo, considerar de una manera más importante la historiografía sobre el
tema en el resto de América Latina, aunque la ingente producción me haya impedido, de momento,
proponer algo más que un acercamiento. Dejo de lado, pues, muchos autores que debería considerar.
En la mayoría de los libros colectivos citados hay más artículos que también merecían atención. Por úl-
timo, no abordaré los estudios dedicados a los aspectos económicos y fiscales del liberalismo, como los
de CARGMAGNANI, 1994; CARMAGNANI, I995, y MARICHAL, 1996. Este trabajo es parte de mis investiga-
ciones acerca de la historia de las ideas producida en las décadas recientes del proceso de emancipación
mexicano, que forma parte del proyecto "La independencia de México: temas e interpretaciones recien-
tes", apoyado por la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Nacional
Autónoma de México (Proyecto PAPllT IN402602). Poco antes de concluir el presente trabajo, leí el ar-
tículo de Mirian Galante dedicado a la historiografía del liberalismo mexicano publicada en las pasadas
dos décadas. La aurora divide en cuatro las posiciones historiográficas sobre el tema: la primera incluye
a autores como Reyes Hernies, Cosía Villegas y Charles Hale y presume la "naturalidad" del liberalis-
mo. La segunda, ejemplificada por Fernando Escalante, niega la realización práctica del liberalismo;
mientras que la tercera, aquella que aborda el liberalismo popular, afirma lo contrario. Por último, en-
globa a autores como Antonio Annino, Fran~ois-Xavier Guerra y Jaime E. Rodríguez O. en una cuarta
posición interpretativa, que aborda el tema desde lo político (GALANTE, 2004, p. 163). Como se verá
más adelante, yo coincido sólo parcialmente con esta interpretación. Para mí, Hale es uno de los respon-
sables del revisionismo y es, por lo mismo, muy distinto a Reyes Heroles y Cosía Villegas. El segundo
LIBERALISMOS DECIMONÓNICOS 113
Las obras de Cosío Villegas y Reyes Hernies fueron de una enorme erudición y se-
riedad, pero no rompieron con la interpretación decimonónica, según la cual (en
términos muy simples) la historia patria era la de un pueblo que, gracias a algunos
destacados prohombres, se fue imponiendo a los grupos oligárquicos, reaccionarios
y extranjerizantes. La ideología de ese pueblo era nacionalista y liberal, aunque a
veces no lo supiera, y favorecía el gobierno republicano, federalista y democrático.
Admito que esta caracterización es muy burda, pero no resulta extraño hallarla tal
cual en muchos autores, incluso académicos. Por supuesto, desde hace varias déca-
das hay excepciones. Entre las más destacadas está el libro de Charles A. Hale Me-
xican Liberalism in the Age ofMora 1821-1853, publicado en 1968, un brillante
abordaje de las ideas políticas, sociales y económicas de la primera mitad del siglo
XIX mexicano, en el cual, entre otras cosas, se desmentían los vínculos necesarios
que autores como el propio Jesús Reyes Hernies habían establecido entre liberalis-
mo y federalismo, democracia y republicanismo. En definitiva, no todos los cen-
tralistas eran conservadores ni todos los republicanos liberales. Por su parte, los
yorkinos (lo más parecido a un demócrata en los primeros años de la república) no
eran muy respetuosos de la Constitución ni de los derechos civiles. También mos-
traba que el pensamiento de los más destacados ideólogos de esa época, el liberal
José María Luis Mora y el conservador Lucas Alamán, tenía más semejanzas que
diferencias. Desde una perspectiva diferente, Edmundo O'Gorman llegaría a con-
clusiones similares. Tras mostrar las contradicciones de sus proyectos, explicaba que
tanto liberales como conservadores, al final, querían lo mismo para México: mo-
dernizarlo, pero conservarlo. 5
En estos estudios -en especial en el de Hale-- se apuntaba ya una caracte-
rística que se desarrollaría en la historiografía política posterior: incluso los más
convencidos liberales emplearon prácticas autoritarias en algún momento de sus
carreras. Sin embargo, el revisionismo abierto por libros como los de Hale y
O'Gorman no fue continuado en la disciplina de la historia de las ideas, salvo por
algunos historiadores como Juan Antonio Ortega y Medina, quien insistiría en las
"discrepancias" que los políticos y pensadores mexicanos (e hispanoamericanos)
tenían con la Ilustración y el liberalismo europeos, debidas, entre otras cosas, al
peso de "la tradición católica paternalista de origen colonial" .6 Serían los historia-
modelo de Galante ya lo habla apreciado, pero no así los tercero y cuarto de modo que, a última hora,
dividí en dos el capítulo que había dedicado a la historiografía de la cultura polltlca, para hacer un apar-
tado más sobre la tesis del liberalismo popular. Por último, agrego a algunos autores que, desde la his-
toria intelectual, también abordan el tema del liberalismo.
5 HALE, 1991, pp. 302-305; O'GoRMAN, 1977, pp. 77-81. En el mismo sentido VAzQUEZ, 1999.
6 ORTEGA Y MEDINA, 1985, p. 22. Por razones semejantes, afios antes José Miranda aseguraba que
"el liberalismo espafiol falló en el intento de erigir un edificio político sobre cimientos democráticos" y
"urdir una sociedad liberal" (MIRANDA, 1956, pp. 196-199), aunque este autor, a diferencia de Ortega
114 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
dores de los aspectos políticos los que recogerían y desarrollarían estas tesis. La
aparente paradoja del discurso liberal combinado con prácticas autoritarias había
sido señalada, en el caso venezolano, desde años antes por Germán Carrera Da-
mas, para quien resultaban incomprensibles las cada vez más prolongadas dictadu-
ras, toda vez que consideraba al liberalismo latinoamericano como democrático y
bandera de la causa del pueblo (Carrera Damas, 1959). Ni siquiera la tan glorifi-
cada época de la Reforma liberal y la República Restaurada en México pasó la
prueba de la coherencia entre el discurso y la práctica. No sólo obraba en contra
del proyecto modernizador la "realidad reaccionaria'',7 sino que incluso uno de los
más claros exponentes de los políticos liberales, Benito Juárez, en sus empeños por
subir a su país en el carro del progreso empleó medios autoritarios (Perry, 1978).
En una visión amplia sobre América Latina, Dení Treja Barajas arribó a conclu-
siones similares (Treja Barajas, 1988), mientras que en un estudio sobre Brasil, la
misma autora concluyó que
en términos generales podemos decir que el liberalismo dominó en gran parte de las
acciones de la élite intelectual y política del Brasil; sin embargo, las condiciones estruc-
turales (el poder económico de los grandes terratenientes esclavistas y de los comer-
ciantes) imposibilitaron que, de manera radical, un proyecto de carácter liberal en su
totalidad, tuviera éxito, de ahí que coexistiera éste con elementos que contradecían sus
postulados clásicos (Trejo Barajas, 1989, p. 63).
Como no podía ser de otra manera, las características sociales, culturales y po-
líticas que impidieron en el siglo XIX el desarrollo pleno del liberalismo, fueron he-
redadas del orden virreinal ibérico. 8 En este sentido, la obra de Franc;:ois-Xavier
Guerra cobraría una importancia relevante. Como es sabido, este autor introdujo
en América Latina una discusión que había rendido frutos en la historiografía po-
lítica francesa, en especial sobre la Revolución de 1789. En términos generales,
abordó temas que, si bien ya se habían trabajado antes, como los procesos electo-
rales, la construcción de la opinión pública y de la ciudadanía, no formaban parte
de los estudios clásicos del liberalismo, aunque parezca paradójico. Guerra también
aportó algunos términos que podían servir como alternativas a la ya tan poco acep-
y Medina, no lo arribuía sólo a la susodicha herencia del despotismo trisecular sobre el pueblo sino, de
modo más importante, a algunas "desviaciones" de los mismos liberales (aunque éstas también pudie-
ron ser producro del peso de la tradición política). En todo caso, lo que puede discutírsele a Miranda,
como después a otros autores, es si los liberales pretendían construir un "edificio político sobre cimien-
tos democráticos". Para el caso de México, Miranda elaboraría orro artículo con conclusiones semejan-
tes: MIRANDA, 1959.
7 Así la llamó, en 1976, Luis González, quien aseguraba que "ninguno de los objetivos liberales
9 GUERRA, 1992; ÁVIl.A, 2004a. En el mismo sentido, BRE1'1A, 2000 subraya los elementos reac-
cionarios al liberalismo español en el movimiento de emancipación mexicano. Una interpretación di-
ferente, en las obras de Jaime E. Rodríguez O., quien resalta el papel de los liberales en la independen-
cia; en especial RoDRIGUEZ O., 1989 y RoDRIGUEZ O., 1993.
10 GUERRA y LEMPÉRIÉRE, 1998; LEMPÉRIÉRE, 1998.
11 Avendaño asegura que la ciudadanía liberal en Centroamérica "reflejó a una sociedad colo-
12 GUERRA, 1999, p. 58; TERNAVASIO, 1999, pp. 124y121; TERNAVASIO, 2003; MOCKE, 2001, pp.
311-313. AGUll.AR RlvERA, 1998 y ÁVIl.A, 2002, entre otros autores, consideran que el orden notabiliar
no es una herencia del Antiguo Régimen, pues cualquier gobierno representaávo lo favorece. Véase
también POSADA CARBÓ, 2000b.
13 AVENDAl'lO, 1995, p. 78. Para el caso de Guadalajara, México, Jaime E. Rodríguez O. asegura
que preferir hombres "probos" como representantes es también una supervivencia de normas tradicio-
nales (RODR!GUEZ O., 2003, p. 36). Yo no veo en esto una permanencia de la cultura política tradicio-
nal, pues ningún régimen representativo moderno pretendería encumbrar a individuos ímprobos o des-
honestos.
LIBERALISMOS DECIMONÓNICOS 11 7
14 Beatriz Urías Horcasiras reconoce, siguiendo la conocida tesis de António Manuel Hespanha,
que en Europa los poderes regionales no fueron una anomalía en la construcción del nuevo Estado sino
un límite para el Leviatán. No obstante, afirma que en México caciques y oligarquías "articularon una
lógica prerrepublicana basada en la manipulación electoral y los sistemas de intermediación política, lo
cual no significó necesariamente la estructuración de espacios de poder independiente que establecieran
límites al poder del nuevo Estado" (URIAS, 1997, p. 217).
15 Véase el interesante estudio de GoNzALEZ BERNALDO DE Qu!Rós, 2001, en especial las pp.
297-304.
16 MüNTALVO ORTEGA, 1995, p. 249.
17 MoNTALVO ORTEGA, 1995, p. 248.
18 El modelo es "el liberalismo inglés" (ESCAIANTE, 1999, p. 18), aunque no estoy muy seguro acer-
ca de si todos los liberales ingleses decimonónicos compartirían, por completo, las características de ese
modelo. Nótese la semejanza de la propuesta de Escalante con la ya citada de ÜRTEGA Y MEDINA, 1985.
118 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
nuevo, esencializa un proceso histórico), con el fin de compararla con lo que su-
cedía en el siglo XIX mexicano:
Esto conduce al autor a recuperar su vieja sentencia: "no hubo nunca en Mé-
xico un orden liberal" (Escalante, 200 l, p. 90), pues los liberales de este país no se
enfrentaron a un Estado al que pretendieran limitar, por la simple razón de que tu-
vieron que construirlo. Para conseguir esto, fueron pragmáticos y autoritarios. En
la carrera política de hombres como Benito Juárez y Porfirio Díaz se presentó, en
palabras de Paul Garner, una mezcla de ideales democráticos y una práctica tradi-
cionalista (Garner, 2003, pp. 30 y 77-80; en el mismo sentido Safford, 1985, p.
421). En el fondo de estas interpretaciones se halla el supuesto positivista que dis-
tingue el discurso, o las ideas, de los hechos y la práctica, como si aquéllas no lo
fueran también. Más adelante, al referirme a la nueva historia intelectual, volveré
sobre ese asunto. De momento, para cerrar este apartado, sólo mencionaré que el
acercamiento culturalista a la historia latinoamericana no ha hecho, en muchos ca-
sos, más que arraigar el prejuicio de que en esta región son importantes la tradi-
ción, las redes de parentesco y el patronazgo en las actividades sociales y políticas,
como si no sucediera así en otros países adánticos. 19
Como hemos visto, una de las principales razones para argüir que el liberalismo en
América Latina fue incompleto o, al menos, sui generis, es una muy idealizada in-
terpretación de ese pensamiento y sus proyectos (Hale, 1997). Algunos historiado-
res, menos convencidos de las virtudes del liberalismo, han señalado que no debe-
mos extrañarnos por la exclusión de amplios sectores sociales o por la falta de
democracia. En un artículo sobre el caso venezolano, Miquel Izard ya llamaba la
atención sobre la idea, algo exagerada, que tienen muchos historiadores de un li-
beralismo incluyente y democrático, la cual, cuando se confronta con las políticas
decimonónicas, muestra el abismo entre ideas y prácticas.
19 GARNER, 2003, p. 9. En el mismo sentido también WIARDA, 2001, p. 113. Esta tendencia se
veía ya desde el estudio pionero de ALMOND y VERBA, 1965 (aunque la primera edición es de 1963).
LIBERALISMOS DECIMONÓNICOS 119
falacia, es haberlos querido presentar como lo que no fueron, como dirigentes revolu-
cionarios abjurando de sus vinculaciones de clase y misteriosamente dirigiendo unas
revoluciones populares. Tales anacronismos y chapuzas han sido perpetrados no por
quienes están interesados en saber lo que ocurrió, sino por quienes inventan un pasa-
do para unos grupos actuales bien concretos (Izard, 1987, p. 129).
20 PoWELL, 1973. pp. 147 y 151. Hay traducción al español: PoWELL, 1974.
21 FRANCO MENDOZA, 1986; MEYER, 1986.
120 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AM~RICA LATINA, SIGLO XIX
tos (por lo general más cerradas que las requeridas en el Antiguo Régimen para for-
mar una república de indios), redujeron de un modo considerable el número de
pueblos con autogobierno. Muchos se convirtieron en "sufragáneos" de una cabe-
cera municipal alejada y, por lo general, en manos de no indios. 22 Nancy Farriss,
en un estudio clásico sobre la población maya, dictaminó que el proceso iniciado
por las reformas borbónicas y continuado por los liberales fue, para los indígenas,
una "segunda conquista'' que quitó, poco a poco, autonomía a los pueblos indios
(Farriss, 1984, pp. 355, 375-388). En Oaxaca, Marcello Carmagnani (Carmagna-
ni, 1988, pp. 232-238) observó el mismo fenómeno, aunque más tardío, en el bre-
ve periodo de 1848-1852, lo cual sólo lo hizo más traumático.
En el Perú, otro país con una amplia población indígena y, en muchos senti-
dos, comparable a México, los historiadores también resaltaron las aflicciones de
los pueblos indígenas debidas a las políticas liberales (Piel, 1981, pp. 280-289).
Heraclio Bonilla, en un estudio clásico (Bonilla, 1974), señaló el fracaso del pro-
yecto liberal en la construcción de una nación en la cual estuviera involucrada la
mayoría de los grupos sociales. Para este autor, el mejor ejemplo de lo anterior pue-
de apreciarse en la Guerra del Pacífico. La derrota sufrida en la intervención mili-
tar chilena sería una prueba de que los campesinos y en especial los indígenas no
estaban comprometidos con la defensa del territorio nacional (pues la nación in-
dependiente no los había beneficiado) sino, en todo caso, de sus espacios comuna-
les. En respuesta, varios historiadores, entre los que puedo destacar a Nelson Man-
rique y Florencia Mallon, adujeron que si bien es cierta la falca de compromiso de
los pueblos con el proyecto nacional de la élite peruana, en cambio ellos estaban
construyendo un proyecto alcernativo de nación, en el cual la defensa de la comu-
nidad era un elemento de primera importancia. 23
Por supuesto, este proyecto nacional alterno no tenía que ser por fuerza libe-
ral y, al contrario, puede apreciarse en la culcura política de las comunidades indí-
genas peruanas muchos elementos que, desde la perspectiva de la dialéctica tradi-
ción-modernidad, podrían ser interpretados como vestigios del Antiguo Régimen.
En el caso de los estudios sobre la participación de los campesinos, indígenas y
otros grupos populares en la construcción del Estado nacional mexicano, los his-
toriadores han llegado a conclusiones diferentes. 24 Desde 1985, Alan Knight ha-
bía llamado la atención sobre la presencia de variantes del liberalismo en diversos
sectores sociales de la segunda mitad del siglo XIX. A diferencia de muchos de los
autores mencionados en las páginas anteriores, Knight no se preocupó por hacer
una definición del liberalismo (con lo cual, de seguro, hubiera concluido que no
hubo liberales en el México decimonónico) sino por estudiar a los liberales, los in-
dividuos simpatizantes con el proyecto impulsado por la Constitución de 1857
(Knight, 1985, p. 63). Así, consideraba tan liberales a quienes se hallaban en el go-
bierno como a algunos de sus opositores, defensores también del constitucionalis-
mo. Eran liberales, pero no iguales. Los liberales conservadores y los positivistas,
cercanos al gobierno, tenían sólo unas cuantas semejanzas con las clases medias ur-
banas, aquellas que promoverían primero el reyismo y luego el antirreeleccionismo.
Otra cosa era el liberalismo popular, más comprometido con el autogobierno de
los pueblos y con las demandas campesinas, las cuales tenían una especie de "afi-
nidad electiva'' con las promesas de la Constitución de 1857 y las Leyes de Refor-
ma (Knight, 1985, p. 72).
El trabajo de Alan Knight al cual me he referido es sólo un ensayo de inter-
pretación, pero tan sugerente que ha promovido varios estudios monográficos. De
manera particular, me interesa resaltar la relación, notada por este autor, entre el
liberalismo popular y la defensa de la patria, la cual podía verse con claridad en las
guerras de intervención, como la francesa. Este aspecto sería desarrollado de un
modo más completo por Florencia Mallon25 y Guy Thomson, entre otros autores.
En Peasant and Nation. The Making ofPostcolonial Mexico and Peru, Mallon reto-
mó su hipótesis acerca del proyecto alternativo de nación en las comunidades in-
dígenas y campesinas del Perú, visible durante la guerra con Chile, y lo comparó
con la participación de comunidades de la Sierra Norte de Puebla y del actual es-
tado de Morelos, en México, durante la guerra contra Francia. En principio, la au-
tora reconoció que los pueblos partidarios de la república durante el periodo del
imperio de Maximiliano diferían en algunos puntos notables con el gobierno jua-
rista y su proyecto, entre los cuales destacaba, sin duda, la distinta definición so-
bre la propiedad de la tierra y la comunidad política (Mallon, 1995, p. 36). No
obstante, como había notado Knighc, algunas características de la organización po-
lítica de las comunidades hacían que fuera mucho más fácil la alianza con los libe-
rales que con los monárquicos. Incluso, a lo largo del libro, la autora propuso que
el liberalismo popular de los pueblos por ella estudiados era, de alguna manera,
más liberal que el de los dirigentes de la república. Por lo menos, era democrático,
en un sentido más participativo que lo propuesto por el liberalismo de las élites.
Algo semejante sucedía con la definición del ciudadano: un individuo propietario
para los liberales, un miembro comprometido con la comunidad para el liberalis-
mo popular. 26
25 KNIGIIT, 1995, p. 73; MALLON, 1985. También Knight había propuesto el caso de las incursio-
nes contra la hacienda de Chiconcuac en 18 50 como un ejemplo de las afinidades entre las demandas
populares campesinas con los proyectos de los liberales. Ese mismo caso lo desarrollaría Mallon, pero no
me atrevo a decir que por inspiración de Knight, toda vez que, de seguro, Mallon lo estaba elaborando
por las mismas fechas (tal vez un poco después) de haber aparecido el ensayo del historiador británico:
véase MAU.ON, 1986, una versión preliminar de MAU.ON, 1989.
26 MALLON, 1995, p. 97. No me referiré aquí a las criticas generadas por la propuesta de Mallon;
122 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
pues en general tienen más que ver con algunas inconsistencias metodológicas e imprecisiones teóricas
que con sus conclusiones (aunque éstas surjan del andamiaje teórico y las preocupaciones políticas de
la autora). En especial, puede verse la crítica de HABER, I 999, las interesantes reseñas de HALPERIN, I 997
y TUTINO, 1997, y la respuesta a sus críticos en MALLON, 2003, pp. 51-76.
27 THOMSON y LAFRANCE, 1999, pp. 258-259; THOMSON, 1997, p. 125. Acerca de la guardia na-
cional, THOMSON, 1993; SANTONI, 1996; HERNANDEZ CHAVEZ, 1992.
LIBERALISMOS DEOMONÓNICOS 123
do el popular. 28 En uno de los estudios más valiosos sobre el tema, Peter Guardino
muestra cómo las alianzas entre los pueblos indios (y no sólo indios) del que des-
pués sería el estado de Guerrero y algunos políticos con proyección nacional, como
Juan Álvarez, se presentaron en la primera mitad del siglo XIX. Por supuesto, para
que dicha alianza fuera posible, se requería que la cultura política de los pueblos
fuera afín en algunos puntos con el proyecto nacional de los liberales. Las prácticas
políticas heredadas del virreinato y, sobre todo, las transformaciones introducidas
por el constitucionalismo a partir de 1812 y la guerra civil del sur de Nueva Espa-
ña antes de la independencia, construyeron una cultura política que enfatizó los va-
lores de las comunidades, la defensa de los recursos de los pueblos contra los gru-
pos privilegiados y la correcta impartición de justicia. Para el inicio de la época de
la Reforma (con la Revolución de Ayuda) esta ideología ya se hallaba madura y "si
bien, no era idéntica al liberalismo asociado a la Reforma, sí era congruente con él
y representaba una tendencia del mismo" (Guardino, 1996, p. 179).
Por supuesto, no codos los autores que abordan la cultura política de los pue-
blos indios están de acuerdo con las interpretaciones de historiadores como Man-
rique, Mallon, Thomson o Guardino. En el Perú, Heraclio Bonilla ha seguido in-
sistiendo en que las movilizaciones indígenas "fueron expresiones de protesta
contra los abusos y las extorsiones de los funcionarios públicos y de propietarios lo-
cales, dentro del encuadramiento de líderes mestizos y blancos que así hacían uso
de sus indios" (Bonilla, 1997, p. 95; véase también Bonilla, 1986). Mientras tanto,
en el caso mexicano, Jesús Hemández Jaimes ha estudiado las rebeliones indígenas
en Tlapa y Chilapa de 1842 a 1846 para llegar a conclusiones muy diferentes a las
de Guardino. El historiador mexicano asegura que buena parte de los documentos
en los cuales se muestran las presuntas posiciones ideológicas de los pueblos indios
de la región fue, en realidad, producida por dirigentes no indios, como Juan Álva-
rez o su hijo Diego Álvarez. También señala que aquellos papeles cuyo origen indí-
gena es más probable, no dejan ver, por lo general, pronunciamientos de índole po-
lítica más allá de reivindicaciones locales. 29 El fino análisis hecho por Hemández
Jaimes nos pone en guardia frente a los condicionamientos ideológicos de autores
como Mallon o Guardino, quienes pretenden establecer puentes directos entre los
movimientos indígenas decimonónicos y los que se presentan en toda América La-
tina desde finales del siglo XX: "La preocupación por la formación del Estado na-
cional está más [que en los pueblos indios del siglo XIX] en los historiadores actua-
28 ANNINO, 1993, p. 12. Entre los estudios pioneros acerca del impacto del liberalismo español
en Hispanoamérica, debe considerarse RoDRIGUEZ, 1975. Para el impacto del constitucionalismo gadi-
tano en los procesos de independencia (y la propuesta de emplear categorías más flexibles para com-
prender el rema): BREillA, 2003.
29 HERNÁNDEZ }AIMES, 2003. El autor no pierde de vista que algunas generalizaciones hechas por
Guardino son peligrosas, como considerar que todos los pueblos de las regiones que estudia eran indí-
genas o el riesgo de anacronismo presente desde el momento en que estudia al "estado de Guerrero"
cuando todavía no existía.
124 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
les, algunos de los cuales van hacia el pasado buscando e, incluso, imaginando ele-
mentos que indiquen que los actores decimonónicos compartían su obsesión"
(HernándezJaimes, 2003, pp. 40-41).3°
30 Debo señalar, para concluir este aparcado, que no todos los autores que abordan el tema de
las relaciones entre el liberalismo y los pueblos indígenas comparten la interpretación del liberalismo
popular y, al parecer, muchos de ellos ni siquiera están interesados en el debate o, de plano, prefieren
ignorarlo, como TARACENA, 2002 y Wn.soN, 2003. Hay que decir, aun en una noca a pie de página, que
no toda la nueva historia pollcica latinoamericana es Nueva Historia Política Latinoamericana. Auto-
res como Taracena no son tomados en cuenca por quienes cultivan la mencionada Nueva Historia. Tal
va convendría, para definir mejor las características y limites del tema de este libro, hacer un poco de
sociología de los historiadores a quienes se considera partícipes del movimiento renovador en las inter-
pretaciones de las pollticas decimonónicas. Parece evidente que, en Estados Unidos, autores como Pe-
cer Guardino y Florencia Mallon comparten foros y han conseguido construir una red de simpatizan-
tes de sus propuestas. Mientras tanto en México (y otros países de América Latina}, El Colegio de
México ha jugado un papel importantísimo en la renovación de la historia pollcica a través de sus pro-
fesores {como señala Tfo VALLEJO, 2001, p. 15: "Durante mi estadía en El Colegio de México entre
1991 y 1993 tomé contacto con una nueva historia política'') y de la magnífica colección auspiciada
por el Fideicomiso de Historia de las Américas, lo cual ha hecho de esa institución un centro en el que
gravita buena parte de los cultivadores de la Nueva Historia Política y origen de una sociabilidad que
merecería un estudio aparre.
LIBERALISMOS DECIMONÓNICOS 125
puesto por algunos de los historiadores que han seguido la hipótesis de un libera-
lismo popular es que, en la mayoría de los casos, logran identificarlo cuando los
campesinos o las comunidades indígenas entablaban alianzas con los dirigentes li-
berales. El mismo Thomson se ha percatado de que en México algunos pueblos
apoyaron a los conservadores al momento de la guerra contra los franceses, pese a
que su cultura política no era tan diferente de aquellos que se .alinearon con el ban-
do republicano (Thomson y LaFrance, 1998). En muchos otros casos ni siquiera
se presentaron dichas alianzas; pero como se han encargado de mostrar los histo-
riadores que ponen atención en la cultura política, sí hubo un impacto del libera-
lismo en las prácticas y los discursos de pueblos, comunidades indígenas, sectores
populares urbanos, por no hablar de las élites. Por supuesto, las instituciones y el
pensamiento liberales no llegaron a un territorio vacío. Había una cultura política
previa. Ya señalé antes algunas de las características de la historiografía que ponde-
ra las llamadas "continuidades" tradicionales o virreinales en el orden independien-
te. Ahora me referiré a aquella que, sin ignorar la base de política tradicional pre-
sente en el siglo XIX, se preocupa más por mostrar cómo ésta se transformó gracias
a las guerras civiles iniciadas desde la segunda década de esa centuria y al constitu-
cionalismo, empezando por el gaditano en la mayoría de los casos.
Antonio Annino es uno de los historiadores más destacados por su obra en tor-
no al liberalismo latinoamericano. Éste no es, por supuesto, el momento para ha-
cer un recorrido, siquiera breve, por el desarrollo de las ideas de este autor. Baste
decir que en algunos de sus primeros trabajos todavía insistía en explicar en la he-
rencia virreinal algunas características de las prácticas políticas impulsadas por el
constitucionalismo. 31 Sin embargo, en los más recientes hay una preocupación por
mostrar cómo el pensamiento y las instituciones liberales transformaron la cultura
política de los pueblos, en particular en el caso mexicano, acompañada por una re-
flexión muy pertinente acerca de los límites del liberalismo, que le ha permitido se-
ñalar, en más de una ocasión, que el peculiarismo latinoamericano es en buena me-
dida el resultado de las miradas de los estudiosos de la región. Como comenté antes,
algunos aspectos de la vida política en la América Latina decimonónica (como la
corrupción, el clientelismo, las movilizaciones electorales) también se hallaban pre-
sentes en otros países, considerados modelos por sus instituciones representativas.
Annino se ha encargado de apuntar, además, que esas características y muchas otras,
como la existencia de elecciones no competitivas, el unanimismo del voto o las can-
didaturas únicas no fueron condenadas de un modo claro o explícito por los teóri-
cos del liberalismo, como Montesquieu (Annino, 1993b).
El propio Montesquieu creía en los poderes intermedios como un dique con-
tra el despotismo y es considerado uno de los pensadores más importantes del li-
32 ÜYM, 2000; SERRANO ÜRTEGA, 2001; AVENDANO, 1997; CHIARAMONTE, 1997; GUARJSCO,
2003. Un caso similar en ESCOBAR ÜHMSTEDE, 1997.
LIBERALISMOS DECIMONÓNICOS 127
ría, las organizaciones religiosas, la prensa y los círculos en derredor de ciertos pe-
riódicos y revistas, los clubes, tertulias, los grupos artesanales y obreros, las asocia-
ciones profesionales, y otros tipos de espacios donde los individuos podían ejercer,
con relativa libertad, la discusión racional y la participación. 33 Las sociedades secre-
tas y las políticas clandestinas (las conspiraciones) también fueron medios por los
cuales grupos sociales que antes habían estado al margen de la vida política, pudie-
ron abrirse paso, aunque fuera desde "la periferia del liberalismo", como ha llama-
do Luis Fernando Granados a los liberales plebeyos de la ciudad de México de la
primera mitad del siglo XIX (Granados, 2003, p. 192; Guedea, 1992; Ávila, 2004b).
Estos espacios y las nuevas sociabilidades iban configurando, poco a poco, al nue-
vo sujeto político decimonónico, el ciudadano.
Por medio del estudio de asociaciones de mediados del siglo XIX, autores como
Carlos Forment muestran que si bien con deficiencias, existió una cultura política
democrática, fundada en lo que este estudioso ha llamado "catolicismo cívico",
para resaltar cómo algunas características del pensamiento religioso (morales, sobre
todo) pudieron acomodarse en el nuevo discurso cívico latinoamericano. Es verdad
que las asociaciones establecidas en países como Perú no fueron muy perdurables,
pero su número sí era considerable, mayor que lo esperado (Forment, 1999; For-
ment, 2003). La participación en los procesos electorales del siglo XIX, al menos en
la primera mitad, también es mayor que lo que hubiéramos podido imaginar. En
gran parce de la región, la Constitución de Cádiz inició este tipo de prácticas, en las
cuales la población de ciudades y pueblos participó de un modo entusiasta. Las
votaciones de finales de 1812 en la ciudad de México han merecido una atención
destacada, en buena medida por lo bien documentadas que están. Entre los histo-
riadores recientes (para no recordar los trabajos pioneros de Neccie Lee Benson),
Virginia Guedea y Antonio Annino han reconocido en aquellas jornadas electora-
les un verdadero parteaguas en cuanto a la politización de una sociedad que estaba
aprendiendo a ejercer el derecho fundamental de la ciudadanía: la elección de sus
representantes (Guedea, 199la; Annino, 1988; Rodríguez O., 1992).
Igual que había ocurrido en la ciudad de México, las elecciones se convirtie-
ron en un motivo de enfrentamiento entre las autoridades y los grupos poderosos
de otras ciudades, villas y pueblos (Peralta Ruiz, 1996). Por lo mismo, no fue raro
que en el periodo de la emancipación, los representantes del gobierno español en
América consideraran que los triunfadores en los comicios estaban vinculados con
los grupos armados que peleaban a favor de la independencia, entre quienes tam-
bién apareció la necesidad de organizar gobiernos representativos. Según parece, la
guerra también hizo al pueblo soberano (Ávila, 2002, p. 181). En las regiones con-
troladas por el cura José María Morelos, se hizo evidente, desde muy pronto, que
para ganar la confianza de los notables de ciudades como Oaxaca se hacía menes-
33 BAST!AN (comp.). I990; BAST!AN, I 989; ROMERO, 1978; Pl\REz TOLEDO, 1996; lLLADES, 1996;
GoNzALEZ, 1992; GoNzALEZ, 1993; ÜRJBE URAN, 2000; ROJAS, 2003; Rlos Zú!(jJGA, en prensa.
128 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
Quiero terminar este breve ensayo con una rápida presentación de un grupo de
obras revisionistas que han estudiado el fenómeno del liberalismo desde una pers-
pectiva algo diferente a las que hasta aquí se han expuesto, y con las cuales, según
me parece, resulta imperioso dialogar. Tanto en la historiografía que niega la posi-
34 Tlo VALLEJO, 200 l, p. 372. En mi trabajo sobre México hallo una experiencia semejante: Áv1-
LA, 1998-1999, pp. 30-36.
3S POSADA URBÓ, 2000a, p. 165; POSADA CARBÓ, 2000b.
36 Una interpretación diferente, por demás interesante, que analiza con cuidado los mecanismos
de inclusión y exclusión de la ciudadanía por el liberalismo es la de Rlos Zúl'llGA, en prensa.
37 ANNINO, 1994; ANNINO, 1999; ANNINO, 2002; HERNÁNDEZ CHAVFZ, 1993.
LIBERALISMOS DECIMONÓNICOS 129
bilidad del liberalismo en América Latina como en la que considera su efectiva pre-
sencia y arraigo, incluso en las comunidades más aisladas, se halla presente una con-
cepción esencialista (y, por lo tanto, ahistórica) del pensamiento y práctica libera-
les. Para los primeros, el liberalismo tiene una serie de características que le son
propias (vale decir, esenciales) y que, con toda evidencia, no se hallan presentes en
los países de la región, como la protección de los derechos individuales, el freno a
la arbitrariedad de las autoridades y la ausencia de un poder político eficaz y reco-
nocido. Para otros, en cambio, la sustancia del liberalismo es la participación cívica
en los asuntos de todos, de la res-publica, y la defensa de los derechos otorgados por
las constituciones, elementos que pueden observarse en campesinos, indígenas y po-
bres urbanos, entre otros, lo cual posibilitó las alianzas con los dirigentes liberales.
No es menester insistir mucho en los peligros de esta perspectiva para cualquier
tipo de estudio histórico. Ya Nietzsche había señalado que lo definible no tiene his-
toria. En un caso, la definición de liberalismo es tan cerrada que no pueden entrar
los latinoamericanos decimonónicos (e, incluso, me atrevería a decir que muy po-
cos europeos y estadounidenses), en el otro, ciertas prácticas se parecen tanto a los
rasgos definitorios liberales que no se vacila en considerarlas como tales, pese a que
los actores a los que se atribuye dicha ideología no la hubieran reclamado como pro-
pia más que en unos cuantos casos.
Los estudios del pensamiento liberal desde la historia intelectual han mostra-
do que éste no es tan fácil de meter en una definición. Entre otras cosas, un análi-
sis detenido nos debe hacer "repensar el tradicional esquema del conflicto entre li-
berales y conservadores" (Gudmundson, 1995, p. 80), algo ya señalado por Hale
hace varias décadas, pero que, al parecer, ha pasado inadvertido para quienes enca-
sillan el liberalismo. Los estudiosos del liberalismo popular deberían, en especial,
estar al pendiente de los trabajos de sus colegas dedicados a la historia del pensa-
miento, para evitar hacer afirmaciones tajantes como las de Peter Guardino o Ri-
chard Warren, quienes de un plumazo explican la imposibilidad de una alianza de
los sectores populares de la ciudad de México o del sur del país con el grupo polí-
tico encabezado por Lucas Alamán, porque éste era líder de "los regímenes centra-
listas de comienzos de 1830'', 38 cuando en realidad el gobierno de Anastasio Bus-
tamante pretendía "restaurar" el federalismo. 39
La historia intelectual fue pionera en el estudio del liberalismo. Durante mu-
cho tiempo, hablar de este tema era hablar de ideologías y no de prácticas, como
han venido a insistir quienes estudian la cultura política. Las obras dedicadas a las
condiciones económicas, sociales y políticas de los países de América Latina des-
3B GUARDINO, 1996, p. 182. Por su parre, Richard Warren cree que los "esoceses" añoraban los
tiempos de la colonia y eran centralistas: WARREN, 200 l, p. 76. Una visión diferente sobre las logias ma-
sónicas de la década de 1820 en ROJAS, 2003, pp. 126-155.
39 ANDREWS, 2001, pp. 127-133. No es un estudio que pudiéramos considerar dentro de la nue-
va historia política, pero es muy ilustrador acerca de las posiciones políticas a comienws de los años de
1830.
130 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AM¡;RICA LATINA, SIGLO XIX
plazaron por un tiempo los acercamientos a las ideas. En definitiva, parecía que los
aspectos "duros" del pasado explicaban mucho más que sólo detenerse en los escri-
tos de los "grandes pensadores" decimonónicos. Sin embargo, esta situación está
cambiando. Los historiadores ya no se conforman con estudiar "la idea liberal"
(como la llamó Escalante) sino que analizan las aporías de ese pensamiento, sus de-
ficiencias y variantes, a la luz de los estudios sobre la sociedad, la economía y la po-
lítica. Historiadores como Paul Gootenberg prefieren considerar su trabajo como
una "historia social de las ideas", aunque no rechazan las propuestas innovadoras
de autores como Dominick LaCapra (Gootenberg, 1993, p. vii). Con estas pro-
puestas, puede rechazarse la vieja interpretación del liberalismo como un neoco-
lonialismo para América Latina.
Si para algunos el fracaso del liberalismo latinoamericano se debió a que no
tuvo un terreno adecuado para florecer, José Antonio Aguilar Rivera explora la po-
sibilidad de un liberalismo poco propicio para garantizar un orden estable y una
vida política, si no democrática, al menos plural. Cuando los políticos latinoameri-
canos pensaron que sólo una constitución "bien hecha'' sería capaz de frenar el caos
y enfrentar las adversidades, abrieron la puerta a que, en momentos graves, se vio-
lentara el orden constitucional al otorgar poderes extraordinarios al Ejecutivo (Agui-
lar Rivera, 2000; Aguilar Rivera, 2001). Algo semejante ocurrió con la interpreta-
ción rusoniana de la soberanía elaborada por buena parce de los constituyentes y
legisladores latinoamericanos. Al considerarla una e indivisible, asumieron que los
representantes (los diputados) debían ejercer todas la facultades de la soberanía y
sólo por delegación graciosa permitían que un presidente se hiciera cargo de la rama
ejecutiva y una corte de la judicial (Ávila, 2002, p. 226). Aguilar Rivera señaló que
el conflicto entre el Ejecutivo y el Legislativo presente en gran parce del siglo XIX se
debió, en buena medida, a un problema institucional: la división de poderes no es
equidad entre poderes. Como ha insistido Josefina Vázquez, la tiranía y el exceso no
siempre se presentaron en los presidentes sino, también y mucho, en los congresos,
considerados superiores a cualquier otra instancia. 40
Debo señalar que en la obra de José Antonio Aguilar Rivera hay una buena
dosis de esencialismo (como el que he criticado en otros autores), pues piensa que
los liberales latinoamericanos (mexicanos, en particular) no leyeron bien a Mon-
tesquieu o, al menos, no tan bien como hicieron los estadounidenses (Aguilar Ri-
vera, 2002), en la delicada materia de la división y equilibrio de los poderes. Por
mi parte, considero que no hay buenas o malas lecturas, sino sólo lecturas hechas
desde contextos culturales y políticos. El análisis de los contextos y de los lengua-
jes ha permitido, por cierto, la mayor renovación en el campo de la historia inte-
lectual latinoamericana. En seguimiento de los postulados principales de la Escue-
40 Josefina Vázquez ejemplifica algunos de los excesos de las legislaturas, como otorgar la presi-
dencia de México a Vicente Guerrero en 1829 o la elaboración de la Ley del Caso durante la adminis-
tración de Valentín Gómez Farías: VAZQUEZ, 1999, pp. 38-39.
LIBERALISMOS DECIMONÓNICOS 131
42 CASTRO LEIVA, 1985; CASTRO LEIVA, 1994. En sus obras, Castro Leiva comparte las preocupa-
ciones de autores como J.G.A. Pocock y Biancamaria Fontana sobre la relación entre la virtud y el co-
mercio en la construcción de la república moderna.
43 AGUILAR RivERA y ROJAS, 2002. Sobre el dossier de Prismas, me interesa resaltar MURILO DE
ciones sociales y políticas latinoamericanas decimonónicas, parten de prejuicios como la oposición li-
berales-conservadores, WooDWARD, 1996. Por otro lado, son muy frecuentes los estudios que sólo re-
piten las tesis tradicionales, sin aportar algo novedoso: SZABó y HoRVÁTH, 1998.
LIBERALISMOS DECIMONÓNICOS 133
varios. Es posible que el pensamiento conservador sea una variante más. Los his-
toriadores están ahora más dispuestos a abandonar la tradicional oposición libera-
les-conservadores para analizar de cerca el uso de los lenguajes y ampliar nuestra vi-
sión a otras propuestas: radicales, moderadas, tradicionalistas (Fowler, 1998) y
republicanas. Los estudios de la cultura política también han contribuido a revisar
algunos supuestos sobre la incapacidad de los latinoamericanos para adoptar insti-
tuciones liberales y republicanas. Ya no se desdeña la participación de los pueblos
en la construcción de los estados nacionales modernos, aunque todavía no sepamos
cuáles eran sus límites. En fin, estamos muy lejos de la idílica interpretación de un
liberalismo único, coherente y dominante que, todavía hace unas décadas, tenía-
mos. Los caminos seguidos para hacer una historia más rica y más compleja han
sido muchos. Me parece necesario un mayor diálogo entre las diversas propuestas,
pero creo que el balance es satisfactorio.
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* El Colegio de México.
1 Ernest Renan, Qu'es-ce qu'un nation?, Ed. Mille et Une Nuits, 1997, pp. 15 y 31.
2 Cf. Edmundo O' Gorman, La supervivencia polftica novo-hispana: Reflexiones sobre el monarquis-
mo mexicano, México, Universidad Iberoamericana, reimpresión, 1986.
[147]
148 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
Vale la pena recordar que las ideas y el empleo de voces como patria y nación,
república y pueblo contienen significados que provienen de la historia. Dicho
esto, en la Nueva España derivan de un pasado histórico indio, americano y eu-
ropeo que se desenvuelve a partir de la colonización española cuando se subdi-
viden los territorios conquistados en reinos, provincias, capitanías generales, ba-
jo la autoridad de la Corona de Castilla. El gobierno del Nuevo Mundo se
monta sobre el complejo tejido social mesoamericano compuesto a su vez, por
reinos, ciudades-estado, y señores étnicos, que se convierten en sujetos de la Co-
rona y leyes de Castilla. Lo particular de la ley castellana es que reconoce la ley
de cada reino y provincia, su derecho a gobernarse conforme a los usos y cos-
tumbres de la tierra en conjunción con la ley de Castilla. Es así como el mundo
novohispano se funda sobre un complejo de derechos y privilegios indios y euro-
amencanos.
La idea misma de la monarquía y del ejercicio de gobierno, se sustenta en un
hecho esencial: son compatibles bajo un mismo cetro, pero no confundidos, la
existencia de una pluralidad de reinos. 3 La monarquía española reconocida esen-
cialmente plural, compuesta de muchas pic:zas y de "muchas naciones" como escri-
biera el obispo y virrey Juan de Mendoza de Palafox (1600-1659) donde las partes
Constitucionales, 1625, vol. 7. "Llámase por excelencia monarquía, al reino más poderoso y que más
reinos y provincias tuviese sujetas". Citado en Governare il Mondo L'impero spagnolo da/ xv al XIX seco/o;
edición al cuidado de di Massimo Granchi e Ruggiero Romano, Palermo, Societá Siciliana per la Sto-
ria Patria, p. 15.
MONARQUfA-REPÚBLICA-NACIÓN-PUEBLO 149
les, 1982, cap. XIX, p. 143. Citado en Govemare i/Mondo L'impero spagno/o da/xvalxtx seco/o, op. cit.
5 El concepto de monarquía compuesta o" composite monarchy" lo acuñó H.G. Koenigsberger en
su discurso inaugural de 1975, en Kings College Cambridge Gran Bretaña. Véase H.G. Koenigsberger,
Dominium regak or Dominium politicum e regak en su libro Po/iticians and Virtuosi: Essays in Early Mo-
dem History, Londres, 1986; John H. Elliot, A Europe of Composite Monarchies m Past and Presmt,
Cambridge,Massachusetts Cambridge University Press, núm. 137, 1992, pp. 48-71; John H. Elliot,
The Revolt ofthe Catalans. A study in the decline ofSpain 1598-1640, Cambridge Massachusem, Cam-
bridge University Press, 1963; José Antonio Maravall, La cultura del barroco: Análisis de una estn1ctura
histórica, México, Ariel, 1985.
6 Antonello Gcrbi, La disputa del Nuovo Mondo, Milán-Nápoles, R. Riccardi Edicore, 1983. Edi-
ción al cuidado de Sandro Gcrbi. Existe versión en español traducción de Antonio Alatorre. Gerbi re-
coge la disputa de ideas ocurrida en el siglo XVIII entre estudiosos de América y Europa. Véase también
Benito María de Moxó, Cartas mejicanas, facsímil de la edición de Génova de 1839, prólogo de Elías
Trabulse, México, Fondo de Cultura Económica- Fundación Miguel Alemán, 1995.
7 Adam Ferguson, An essay on the History ofCivi/ Society, Edinburgo, 1747, Edinburgh Univer-
de las naciones de Adam Smith (1776), se pasa a la idea de que la acción indivi-
dual incide en el orden social; es decir que no hay una norma absoluta ni una
particular disposición moral de la naturaleza humana sino que existe un proce-
so evolutivo. 8
Cabe recordar que las reformas universitarias además de introducir la filoso-
fía, la ciencia moderna, valoran la lengua nacional, la enseñanza bíblica y la teolo-
gía positiva. Mediante la educación se introduce el derecho natural -ideas que
proceden de Hugo Grocio y Pufendorf- ambos canónigos en derecho de la Uni-
versidad de Leyden; derecho que antepone los derechos de origen, del hombre al
nacer, frente al absolutismo real.
La expulsión de la orden de los jesuitas en 1767 y la supresión en 1768 de la
cátedra de la enseñanza jesuítica en todos los dominios españoles, ocurrió porque
divulgaban el derecho natural de los hombres -el arma más potente contra el ab-
solutismo- la teoría del regicidio o derecho de resistencia al poder tiránico; más
grave aún porque los jesuitas eran favorables a sustraer a la Nueva España de la do-
minación española para crear una monarquía vernácula. 9 Sin embargo, pese a su
expulsión sus enseñanzas propiciaron la formación de una amplia comunidad de
pensamiento en la América hispana. Más aún, los jesuitas, desde sus conventos en
Italia, Francia, y otras sedes en Europa fueron arduos promotores de los derechos
de los americanos, del amor patrio. 10
Fray Servando Teresa de Mier en 1794, en un discurso público que provoca
su expulsión de la Nueva España, argumenta que no había base para que la Coro-
na esgrimiera el derecho de evangelización puesto que América era cristiana antes
de la conquista ya que la Coadicue era la Virgen de Guadalupe y Quetzalcóatl,
Santo Tomás. En su Manifiesto apologético, defendió el derecho a reunir las Cortes
y al autogobierno de la Nueva España; al referirse a la supremacía de la nación o
de las leyes sobre cualquier otra soberanía, es decir la del rey. 11 Con la llegada al
trono de los Borbones, se pretendió implantar reformas administrativas que en
Nueva España se introdujeron mediante las Ordenanzas de Intendentes. Reformas
que generaron resistencias, movimientos de defensa de los intereses regionales pe-
ro a su vez abrieron en el imaginario político novohispano la posibilidad de cam-
bios profundos que polarizaron la sociedad política y económica.
8 Las ideas del mercantilismo, de la riqueza como producto de trabajo del hombre o del pro-
pietario entendido como productor de riqueza circularon en los catecismos de preguntas y respues-
tas. Catecismos políticos escritos por el abate Fran~ois la Trosne, Samuel de Du Pont de Nemours,
y Le Mercier de la Riviere difundieron por Europa y América las ideas mercantilistas y del progreso
humano.
9 José María Luis Mora, Obras completas. Histórica, Instituto de Investigaciones Dr. José María
Luis Mora, Secretaría de Educación Pública, México, 1988, vol. 5, pp. 182-186.
10 Guillermo Furlong S.J ., Los jesuitas y la escisión del Reino de las Indias, Buenos Aires, Amorror-
cu e Hijos, 1960.
11 Servando Teresa de Mier, Manifiesto apologético, 1820, p. 161.
MONARQUIA-REPúBUCA-NACIÓN-PUEBLO 151
dón Cortezo, "La organización dd poder en España'' en Governa" i/ Mondo L'impero spagnolo da/ xv
XIX seco/o, a cura di Massimo Ganchi e Ruggiero Romano, Palermo, Societá Siciliana per la Sroria Pa-
tria. /bid. donde afirma que "La absorción castdlana del concepto de España (Hispahna) data del rei-
nado de Felipe II donde la lengua castellana jugó un papel importante vertiendo todo lo que en latín
existía al castellano sólo que se acentúa con la monarquía absoluta borbónica", p. 20.
13 Mario Góngora "Estudios sobre el galicanismo y la Ilustración Católica en América Españold',
Chile, en Revista Chilena de Historia y Geografla núm. 125, 1957, cap. II "Influencia del galicanis-
mo en los planes de estudios de la época de la Ilustración y de la Independencia", pp. 18-24; y "Re-
cepción del galicanismo en los estudios americanos", pp. 24-40. Góngora nos habla de la obra de
obispos como la del obispo Pérez Calama, que en México y Perú dejó huella. Su discípulo, Miguel
Hidalgo, cita en su plan de estudios de 1784 la teología positiva y la historia eclesiástica, donde re-
fiere a Barbarino y a Feijoo como autoridades fundamentales. Véase Góngora, op.cit., p. 25 y nota
16 bis. Acerca del obispo Pérez Calama y su discípulo Miguel Hidalgo véase un estudio posterior:
Germán Cardozo Galúe, Michoacán en el siglo de las luces, México, El Colegio de México, 1973. Las
ideas modernas se transfieren también por distintos conductos: mexicanos residentes en el extranje-
ro y por españoles de la península. Se formó un amplio segmento de reformistas novohispanos como
Abad y Queipo. Véase José Miranda, Las ideas y las instituciones pollticas mexicanas: primera parte
1521-1820, México, Instituto de Investigaciones J urldicas, Universidad Nacional Autónoma de Mé-
xico, 1978.
152 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORlA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
14 Memoria secreca presencada al rey Carlos III, por S.E., el conde de Aranda sobre la indepen-
dencia de las colonias inglesas, después de haber firmado el cracado de París de 1783 en José María Luis
Mora, op. cit., Histórica, vol. 5, pp. 188-195.
15 Una excelence y original incerpretación acerca de los movimientos patrióticos del siglo XVIII en
América y en España se encuentra en el libro fundarnenral de Jorge Cañizares-Esguerra, How to Write
the History of the New World: histories, epistemologies, and identities in the eighteenth century Atlantic
World, Stanford Universicy Press, 200 l. De próxima publicación en español por el Fondo de Culcura
Económica, México.
MONARQUIA-REPÚBUCA-NACIÓN-PUEBLO 153
16 Acerca de la difusión de la idea de las Cortes medievales véase Francisco Marcínez Marina, La
teoría de las Cortes o grandes juntm nacionales de Cmtilla y León, 3 vols., Madrid, 1813.
17 Acta del Ayuntamiento de México, 1809, en Felipe Tena Ramírcz, Leyes fandamentales de Mé-
xico, 1808-1809. México, Porrúa, 1983, pp. 4-20, donde se declara insubsistente la abdicación de Car-
los IV y Fernando VII y se desconoce a todo funcionario que venga nombrado de España; sólo se re-
conoce por autoridad al virrey, quien gobernará por comisión del Ayuntamiento en representación del
virreinato.
154 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX
ley- convocar a una junta de los apoderados del reino de la Nueva Espafi.a para
que al estilo de las antiguas Cortes instalen los notables o potentados de la tierra
un gobierno. Los españoles del Real Acuerdo de la Audiencia, más eclesiásticos del
cabildo y de la Inquisición se opusieron al percatarse que el principio del derecho
a Cortes que reclamaban los americanos era similar al que gozaba Navarra, es de-
cir una América unida a Castilla pero conservando su código, sus cortes o congre-
sos y su principado o primacía, soberanos. No fue difícil reconocer que ésta era la
forma disfrazada para alcanzar la independencia
Reunidos en cabildo extraordinario, declaran las dos primera facciones que no
entregarán el reino a otro soberano o nación y que en tanto "Noble ciudad cabeza
del reino en uso y representación de sus derechos y a nombre del Público", acuerdan
que "las Leyes, Reales órdenes y Cédulas que hasta ahora han gobernado el reyno
continúen en todo su sér, vigor y fuerza" ... ; piden unos al virrey que en calidad de
interino y con el sustento de sus cuerpos gobernantes: cabildos, y autoridades de
lo civil, eclesiástico criminal y excelentísimos cuerpos y tribunales, se mantenga a
la cabeza del reino.
Al inicio una mayoría de los favorables a un cambio moderado, rechazaron la
idea de reconocer la soberanía de las juntas espafi.olas, e intentaron argumentar sus
derechos con base en un "constitucionalismo histórico". Alegan que los poblado-
res de la Nueva Espafi.a, fueron y son vasallos del rey de Castilla y sólo del rey, y que
éste no podía abdicar de su soberanía. Sustentan la existencia de una constitución
histórica diciendo que en 1524 cuando el rey creó el Consejo de Indias le exten-
dió las mismas exenciones y privilegios que al de Castilla, la misma facultad de ha-
cer leyes en consulta con el rey y la misma jurisdicción suprema en las Indias
Orientales y Occidentales, así como sobre sus naturales.
Por lo tanto, el derecho indiano lo fundan no sólo en esa legislación sino en
el hecho que el Consejo de Indias tuvo competencia para crear derecho, o sea pa-
ra legislar, derecho sujeto a confirmación real, lo que daría origen a un derecho in-
diano criollo. Citan las instituciones como la Audiencia y el virrey, el Real Patro-
nato que hizo a la Nueva Espafi.a independiente de Espafia, de la Rota y de la
Nunciatura apostólica. 18
Los absolutistas que ocupaban -en su mayoría- los cargos de la Audiencia,
acusaron al virrey de sedicioso y mandaron arrestar a los promotores de transferir
18 Referencias acerca del derecho indiano: Ricardo Levene, Introducción a la historia del derecho
patrio, Buenos Aires, 1942. !bid., Las Indias no eran colonias, Madrid, Espasa-Calpe, 1973. Respecto al
imperio orgánico, o sea, el establecimiento de las instituciones y su extensión y funcionalidad a lo lar-
go del imperio español, véase "Los antiguos cabildos de las Islas Canarias. Estudio histórico de la legis-
lación floral" de José Pérez de Ayala y Rodrigo de Vallabriga en Anuario de Historia del Derecho Espa-
ño4 tomo IV, Madrid, Instituto Nacional de Estudios Jurídicos, 1927, pp. 226 y 244; A.A. Thompson
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MONARQU!A-REPÚBLICA- NACIÓN-PUEBLO 155
los poderes gubernativos al cabildo y el virrey, como la cabeza del reino. De inme-
diato mandan arrestar al virrey y a los promotores del autonomismo americano.
Dándose cuenta los españoles de que no podían llevar las cosas a la ruptura
con los americanos cedieron ante el peligro de que éstos cayeran ante el influjo in-
glés o francés. Por tal motivo, el 22 de enero de 1809 se decretó: "Considerando
que los vastos y preciosos dominios que España posee en Indias no son propiamen-
te colonias o factorías como los de otras naciones sino una parte integrante de la
Monarquía española se ha servido S.M. declarar que los reinos, provincias e islas
que forman los referidos dominios deben tener representación nacional inmedia-
ta a su real persona y constituir parte de la junta central los ayuntamientos capita-
les de poderes e instrucciones, es decir de mandato imperativo". 19 Como no po-
dían estar presentes los diputados americanos que debían aún elegirse, se sortearon
entre los residentes americanos a los 26 más reacios hispanófilos para que represen-
taran provisionalmente a la Nueva España.
Fracasado el primer intento autonómico los cabildos de las ciudades procedie-
ron a votar en febrero de 181 O, diputados a Cortes, uno por capital cabeza de par-
tido, y de las diferentes provincias del Ayuntamiento elegiría de una terna, por sor-
teo, para cada capital, es decir se representarían 14 ciudades del virreinato y tres de
las provincias internas.
Los diputados que representarían a la Nueva España en las Cortes de Cádiz en
1813 fueron adeptos a la monarquía constitucional y habían formado parte del
partido borbónico constitucional: Beye Cisneros, de México; Uria, de Guadalaja-
ra; Foncerrada, de Valladolid; José Miguel Gordoa, y Barrios por Zacatecas; Men-
diola, de Querétaro, Ramos Arizpe por Coahuila, y Guridi y Alcocer por Tlaxca-
la. El grupo contaba con ramificaciones amplias, europeas y americanas: Francisco
Miranda, Simón Bolívar, Rivadavia, Blanco White. En Francia con el obispo Gre-
goire; en Italia: con Scippione de Ricci, obispo de Pistoya; Benito Solari, obispo de
Noli, y Vicenzo Palmieri, todos jansenistas. Las redes de los jesuitas expulsos fue-
ron igualmente importantes. 20
La Constitución de Cádiz, aprobada en 1812, sin duda tuvo un efecto signi-
ficativo pues además de ser producto del primer congreso euroamericano, introdu-
jo el principio de que la soberanía reside en la nación, el principio del derecho de
voto con base en el número de población, y dos instituciones de representación, los
ayuntamientos constitucionales y las diputaciones provinciales. Sin embargo, la
idea de que la representación residía en los cuerpos urbanos cuando éstos apenas
encabezaban a cerca de medio millón de euroamericanos, y desconocer a cinco mi-
19 Acerca de la participación criolla en los órganos de gobierno español véase José Miranda
Ideas
e instituciones jurídicas ... , op. cit., pp. 226-249.
20 Véase fray Servando Teresa de Mier, Historia de la revolución
de Nueva España antiguamente
Andhuac o verdadero origen y causas de ella con la relación de sus progresos hasta el presente año de 1813,
op. cit., en especial vol. 2, pp. 696-70 l.
156 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX
21 Virginia Guedea En busca de un gobierno alterno: los Guadalupes m México, México, Univer-
504, cirado en Guillermo Furlong, Los jesuitas y la escisión del Reino de Indias, Sebastián de Amorrortu
e Hijos, Buenos Aires, 1960.
MONARQUfA-REPÚBLICA-NACIÓN-PUEBLO 15 7
23 Una breve explicación en Alicia Hernández Chávez, La tradición republicana de un buen go-
bierno, México, Fideicomiso Historia de las Américas, El Colegio de México, Fondo de Cultura Eco-
nómica, y en Alicia Hernández Chávez, México. Una breve historia. Del mundo indígena al siglo XX, Mé-
xico, Fondo de Cultura Económica, 2000, pp. 149-176.
24 Sesión del 12 de noviembre de 1821 "Ayuntamientos y partes de las Provincias de Guatemala
han jurado adherirse al Imperio Mexicano y oponerse a lo proclamado en su Capital que es el de una ab-
soluta libertad". Lo que no obsta para que algunos centroamericanos propusieran adherirse al imperio.
25 Cf. Héctor Pérez Brignoli, Historia contempordnea de Costa Rica, México, Colección Popular,
Fondo de Cultura Económica, 1999, pp. 34-35.
158 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POL!TICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
que se omitió la cláusula del Plan de Iguala de febrero de ese año donde se había
establecido que debía entregarse el cetro a un miembro de la casa reinante. El vi-
rrey O'Donojú "quizá" le había ya informado a lturbide que ni Fernando VII ni
otro de su casa "aceptarían la invitación mexicana" .26
Con el Plan de Iguala se reclama la soberanía y facultad para convocar a Cor-
tes y aprobar el acta constitutiva, en tanto lturbide en calidad de jefe del Ejército
Trigarante ofrece "encaminar a los diversos partidos e intereses a un punto céntri-
co de unidad invulnerable ... para que luego con independencia y calma formulen
y redacten su constitución". 27
La Junta Provisional y su presidente dieron paso a la Regencia compuesta por
tres personas que convocaría a elección de diputados para constituir, conforme al
artículo de los Tratados de Córdoba, la organización de un gobierno monárquico.
Firmaron el tratado el mismo lturbide, Antonio Joaquín Pérez, obispo de Puebla ex
diputado a las Cortes de Cádiz y partidario de lturbide; Juan O'Donojú; Juan Fran-
cisco de Azcárate, criollo del Ayuntamiento de 1808; José María Fagoaga, ex líder
del partido borbónico constitucionalista; José Miguel Guridi y Alcocer, ex diputado
de Cádiz; Servando Teresa de Mier; Juan Bautista Lobo, comerciante simpatizante
de la insurgencia, y Juan Bautista Raz y Guzmán, uno de los Guadalupes. 28
Los más dispares intereses y tradiciones políticas surgieron en el Parlamento y
pueden dividirse en tres grandes tendencias: "los rigurosos de lo asentado en los
Tratados de Córdoba, los segundos con lturbide a la cabeza, encaminaron los de-
bates hacia una monarquía imperial con él como emperador y un gobierno de cor-
te centralista (... ), el tercero fue el débil y aislado bando de los republicanos que
no dejó de vislumbrase". 29
La elección de diputados a Cortes del Imperio introdujo en 1821 un cambio
radical en la representación, que de hecho fue una regresión en relación con el
principio moderno de la representación establecida en Cádiz y un tema contro-
vertido en el debate legislativo. 30 Tal decisión condujo a un proceso electoral par-
ticular que jerarquizó y corporativizó la representación con base en los partidos y
estamentos. 3 I
gaciones Legislativas, 1997, vol. 1, p. 135; 5 Diciembre 1821, Debates de !ajunta Provisional guberna-
tiva del Imperio mexicano.
27 Tadeo Ortiz, México considerado como nación independiente y libre o sea algunas indicaciones so-
bre los deberes más esenciales de los mexicanos, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Arres,
1996, p. 13.
28 Cf. Marie Laure Rieu Millán, Los diputados americanos en las Cortes de Cddiz, Madrid, Con-
35 Cecilia Noriega en su artículo "Los grupos parlamentarios en los congresos mexicanos, 181 O
y 1857, notas para su estudio", en Beatriz Rojas, El poder y el dinero, grupos y regiones mexicanos en el
siglo XIX, México, Instituto de Investigaciones José María Luis Mora, 1994, ha mostrado la continuidad
de la clase parlamentaria entre 1812 y 1857. Por ejemplo Andrés Quintana Roo fue diputado en Cá-
diz, y en el Congreso de Apatzingán, estuvo en nueve asambleas legislativas de 1812 a 1844; Carlos M.
Bustamante, firmante del acta de Apatzingán y luego diputado en otros ocho congresos, hasta 1844;
Servando T. de Mier fue constituyente en 1821 y 1823.
36 José María Luis Mora, "Revista política de las diversas administraciones que la República Me-
Sin duda Mora nos proporciona la mejor explicación histórica acerca de los
primeros significados de la voz "república''. Los conceptos de patria y patriotismo
y república de iguales que se fundan en la reunión universal de los ciudadanos ba-
jo la garantía de las leyes, es decir un Estado de derecho, eran del todo ajenos a los
mexicanos. 37 En tal sentido describe Mora en 1837 las condiciones en que nace la
República mexicana: "de no mediar la Independencia, los intereses que había de-
sarrollado la monarquía, la cual identifica con el despotismo", eran tales que si "se
hubiera reunido un congreso, ¿quién duda que los diputados habrían sido nombra-
dos por los cuerpos y no por las juntas electorales, que cada uno se habría conside-
rado representante de ellos (de los cuerpos o estamentos) y no de la nación?" La
fuerza de la monarquía en México dependía, nos dice Mora, de "un espíritu de
cuerpo difundido por todas las clases de la sociedad", producto, agrega, de "una
tendencia marcada a crear corporaciones" con el resultado de que si bien "no to-
dos los cuerpos o corporaciones contaban con iguales privilegios, muy raro era el
que no tenía los suficientes para bastarse a sí mismo".3 8
En razón de lo expuesto es fundamental valorar atentamente el vocablo "repú-
blica'' en su contexto y tiempo particulares. José María Luis Mora con citar a Mon-
tesquieu nos proporciona la mejor definición de este primer republicanismo: "por
monarquía (se entiende) el gobierno de uno solo y por república la aristocrática o
democrática. Luego éste es el gobierno mixto que justamente se recomienda como
el más ventajoso". 39
La multiplicidad de significados derivan de la idea clásica de Platón o Aristó-
teles; ideas que actualiza Jean Bodin en el siglo XVI donde define la república como
un gobierno mixto, cuya potencia o autoridad deriva de un orden histórico tem-
poral, el Estado laico, la república virtuosa del interés general o del bien común.
Tal concepto de república conserva similitudes sorprendentes con la república o
gobierno mixto de los primeros constitucionalistas mexicanos. 40 Así que mucho
antes de ser sinónimo de forma de gobierno, la voz república se refiere al gobierno
virtuoso, al interés general, al bien común, es decir a la respublicae.
37 "Discurso sobre las aversiones pollticas que en tiempo de revolución se profesan unos a otros
los ciudadanos", publicada en El Observador, 24 de marzo de 1830, en José María Luis Mora, op.cit.,
vol. 1, p. 440.
38 "Programa de los principios pollticos que en México ha profesado el partido del progreso, y
de la manera en que una sección de este partido pretendió hacerlos valer en la administración de 1833
a 1834", en José María Luis Mora, Obras compktas. Política, op. cit., vol. 2, pp. 292, 323. 370-376 y
393.
39 José María Luis Mora "Sobre cambios de Constitución", en Obras compktas, vol. 1, p. 344:
"por monarquía moderada se entiende el gobierno mixto que participa de la democracia y de la unidad
de la monarquía. Esta forma bien organizada tiene todas las ventajas que se pueden desear. El gobier-
no monárquico tiene una gran ventaja sobre el republicano, uno solo conduce los negocios y hay cele-
ridad en la ejecución".
40 Jean Bodin, Les six Livres de la Republique, Livre de Poche; José María Luis Mora "Sobre cam-
"El primero y principal fin de toda República debe ser la virtud" dice Bodin
en el libro IV de su obra. 41 Si retomo sus ideas es por su similitud con la connota-
ción moral que todavía encontramos en el primer republicanismo mexicano. Al re-
ferirse al hombre republicano, se le identifica con el republicano virtuoso, notorio,
honorable, un don, una dignidad. Se emplea a su vez, el vocablo república en el
sentido clásico de gobierno aristocrático, democrático, etcétera.
Las modalidades de elegir son similares a las coloniales salvo en los primeros
niveles donde se introducen importantes novedades. 42 La representación tampo-
co fue un concepto político nuevo, pues las sociedades de Antiguo Régimen con-
taron con múlciples maneras de hacerse representar, muchas de las cuales perdu-
raron bajo las recientes repúblicas americanas del siglo XIX, por ejemplo, el derecho
de petición.
Ahora veamos si con la Constitución federal de 1824 muda el sentido de la re-
presentación territorial y corporativa hacia la representación individual.
El concepto de nación en el Acta Constitutiva de la Federación de 1824 se ex-
plica así: "la soberanía reside radical y esencialmente en la nación" (are. 3) y que "la
nación mexicana se compone de las provincias comprendidas en el territorio del vi-
rreinato" (are. 1). Así el conjunto de las provincias constituye la nación y, es este
conjunto caracterizado como nación el que adopta "para su gobierno la forma re-
presentativa popular federal" (are. 5), donde lo popular no es el pueblo sino más
bien los cuerpos o corporaciones. 43
El término "pueblo", tal como aparece en el acta constitutiva de 1824, evoca
una realidad diferente de la que comúnmente se entiende en el lenguaje político
moderno. Indica la realidad sociopolítica por medio de la cual se asocian y se vin-
culan como en el pasado, los cuerpos -los estamentos-- reinos, provincias, par-
tidos, ciudades, villas, congregaciones, pueblos que constituyen "el reino" mientras
al Ejecutivo corresponde la administración de la entera comunidad política.
Si la idea de nación y pueblo en 1824 remite a la cultura política de Antiguo
Régimen veamos -en los textos relativos-- los vicios de la naciente república en
el Poder Ejecutivo. En relación con la República y sus eres poderes, en 1827 se de-
nuncia que en América con la Constitución de 1824 se creó un poder que tiende
a ser tiránico porque resulca de gobiernos recientes "de origen desconocido", cuan-
44 José María Luis Mora, Obras compktAS, op. cit., vol. I, p. 271 y el artículo citado en el mismo
volumen "La necesidad e importancia de la observancia de las leyes", p. 265.
164 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
45 Fray Juan de Santa María, República y política cristiana, Madrid, 2a. ed., Barcelona, 1617.
MONARQUIA-REPÚBLICA-NACJÓN-PUEBLO 16 5
46 José María Luis Mora, Discurso sobre la Independencia del Imperio Mexicano en op. cit., p. 102.
47 José María Luis Mora, Catecismo político de la federación mexicana, en Comité de Asuntos Edi-
toriales, Congreso de la Unión. Serie de Cuadernos de Política. Serie Política Nacional, México, 1991.
166 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AME.RICA LATINA, SIGLO XIX
el Centenario de la restauración del Senado, "Acta constitutiva de la Federación. Crónicas", México, Se-
cretaría de Gobernación, 1974.
MONARQUÍA-REPÚBLICA-NACIÓN-PUEBLO 167
allí que podamos decir que el republicanismo emerge como sinónimo de libertad
que conlleva una posible igualdad política.
Vale la pena destacar la diferencia que existe entre la visión puramente doctri-
naria y la visión colectiva del republicanismo pues mientras la primera insiste más
en ver la república como una forma de gobierno mixta, la segunda insiste en el
contenido de libertad e igualdad política que sólo la república puede garantizar.
El republicanismo se desenvuelve justamente cuando se apela a la libertad y a la
igualdad política. La idea de república cobra contenidos concretos, no es más un
ideal abstracto, porque insiste en que codos y cada uno de los ciudadanos tienen de-
rechos y que éstos son alcanzables por todos los habitantes de un Estado bajo ciertas
condiciones. Estos derechos no tienen solamente un valor teórico puesto que están
al alcance de todos, independientemente de su posición social, riqueza y honor. Es
significativo que los catecismos políticos y las cartillas de derechos políticos y electo-
rales insistan más en los elementos concretos que derivan de la libertad e igualdad po-
lítica del republicanismo que en las ideas abstractas. Su contenido pedagógico es
puesto en evidencia en una de estas cartillas cívicas. Al hacer referencia a los derechos
ciudadanos se especifica que son los de celebrar jumas sujetas a --cito- "un orden
fijo y en conformidad con las leyes fundamentales" de modo tal que los ciudadanos
divididos en estados, cantones, distritos o departamento en cada pueblo, villa o ciu-
dad de cada distrito tendrán una juma particular para elegir los diputados que, ins-
truidos de las necesidades, de la utilidad y de la voluntad de los habitantes de cada
pueblo, compongan el congreso o junta general en quien reside el poder, por repre-
sentar a coda la nación y hallarse revestida de codos los poderes necesarios para go-
bernarla". Con otras palabras, la cartilla no sólo recuerda los derechos que deben ha-
cer valer los ciudadanos sino que va incluso más allá: apoya una demanda ciudadana
de los años de 1840 y que todavía no había sido puesta en práctica: la de la transfor-
mación del sufragio doblemente indirecto a otro de tipo indirecto simple.
El valor pedagógico del texto citado es sumamente importante. Nos dice has-
ta qué punto el republicanismo contiene una dimensión expansiva. En efecto, in-
siste en que los derechos políticos no se obtienen de una vez por todas y que se de-
sarrollan a partir de las demandas ciudadanas. El contexto que permite que estas
demandas se expresen es la república en cuanto es la única forma de gobierno ca-
paz de garantizar la libertad y la igualdad política. De allí que los derechos electo-
rales puedan perfeccionarse permitiendo pasar del sufragio doblemente indirecto
al indirecto simple, en la primera fase, y luego pasar del indirecto al directo, es de-
cir, una cabeza, un ciudadano, un voto.
Catecismos políticos y cartillas cívicas no sólo nos ayudan a precisar el signifi-
cado que adquiere el republicanismo. Nos ayudan también a captar los vectores que
permiten que la idea de república enriquezca su contenido inicial y termine por re-
formular la idea de pueblo que emerge en el debate de la Constitución de 1857.
El sentido moderno de pueblo lo encontramos en la Constitución liberal y fe-
deral de 1857 donde se establece por vez primera que "la soberanía nacional resi-
168 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
de esencial y originariamente en el pueblo" (art. 39) y que "el pueblo ejerce su so-
beranía por medio de los poderes de la Unión en los casos de su competencia, y por
los Estados para lo que toca a su régimen interior" (art. 41).
La Constitución de 1857 representa una ruptura con la de 1824 al instaurar
los derechos del hombre y del ciudadano. Sin embargo el que llegara a aprobarse
tal idea fue una ardua tarea de compromiso, pues la fuerza del antiguo confedera-
lismo era fuerte: baste decir que se rechazó la idea de restablecer la constitución de
1824 por una votación de 40 contra 39. Un voto de diferencia expresa que en la
formulación de sus artículos en ocasiones quedara el principio constitucional para
que una ley secundaria lo reglamentara.
El argumento es claro. "Queremos una federación que estreche el vínculo de
la nacionalidad.[ ... ] La experiencia y práctica acreditan los defectos (de la Consti-
tución de 1824 ... ), no satisface las necesidades del pueblo y su reforma es hoy un
reclamo para que la democracia sea verdad". 51 Se propone entonces una ley de ciu-
dadanía general, edad y modo honesto de vivir, que no se encontraba en la consti-
tución previa, ciudadanía que otorgaba derechos, voto, y además agregaba la idea
de vigilancia: mediante el derecho de petición y la de pertenecer a la Guardia Na-
cional. Pues se argumentó: son fundamentos de la ciudadanía no sólo el ser elector
de representantes, sino el de vigilar y defender el buen gobierno mediante el dere-
cho de petición y defensa de la patria. Se asentó que el problema era ya evidente
pues "desde 1832 se comenzó a observar que la Constitución federal debía arreglar
el ejercicio de los derechos ciudadanos ... [que] la Constitución no puede dejar ese
arreglo a cada uno de los Estados[ ... ] el Sistema Federal en su último estado de per-
fección no es como lo fue antiguamente una simple sociedad de sociedades, sino que
por el más admirable mecanismo político, los ciudadanos de un Estado que entre
sí forman una sociedad perfecta[ ... ] reunidos con los otros Estados forman por sí
y sin intermedio de sus poderes locales otra Nación, no menos perfecta, cuyo go-
bierno es el general; de donde resulta que la acción del ciudadano sobre el gobier-
no y la del gobierno sobre el ciudadano en todo lo relativo a la Unión lo ejerce di-
rectamente sin ninguna intervención del poder de los Estados ... "52 La radical
distancia era que se exigía que el gobierno general fuera el garante de los derechos
del hombre y del ciudadano, "y no dejarlas a la absoluta discreción de los Esta-
dos". 53 La igualdad de todos ante la ley fue una quimera al no abolir los fueros y
privilegios de "las clases privilegiadas" que "la Constitución de 1824 dejó en pie".5 4
51 Francisco Zarco, Historia del Congreso Constituyente de 1856y 1857, sesión del 20 de febrero
1856. Objeción a la propuesta de restablecer la Constirución de 1824.
52 Tena Ramírcz, op. cit., véase "Voto particular" de Mariano Otero, abril, 1847, las cursivas en
el original, p. 450.
53 !bid., p. 452.
54 Francisco Zarco, Crónica del Congreso Constituyente, sesión del 20 de febrero 1856. Objeción
a la propuesta del diputado de Durango, Castañeda, quien propone restablecer la Constitución de 1824
y el Acta de Reformas de 1847, p. 14.
MONARQU!A-REPÚBLICA-NACIÓN-PUEBLO 169
* * *
Para concluir, con base en lo expuesto considero que el proceso de definición en-
tre monarquía constitucional o república fue un proceso de medio siglo y su triun-
fo sólo se define con la derrota del ejército imperial francés y el fusilamiento de
Maximiliano de Habsburgo. Para que la república moderna fuera viable se debie-
ron dejar atrás no sólo los antiguos conceptos de gobierno sino lograr a su vez que
la dinámica entre las élites gobernantes y populares se moviera en esa dirección. Me
refiero en particular a la difusión del voto directo y los valores de defensa de lapa-
tria y de la nación que se desenvuelven gracias a la guardia nacional o ciudadanía
en armas que sale en defensa de la patria (su entidad federativa) y de la nación
cuando la invasión del ejército norteamericano en 1847. Los vínculos estrechos de
una ciudadanía armada con los ayuntamientos constitucionales y su municipio los
convirtieron en el eje organizador del espacio político-económico entre los dece-
nios de 1840-1860.
Considero -como hipótesis- que a partir de 1842-1857 se puede propia-
mente hablar del nacimiento de una república federal y liberal, gracias al vínculo
diferente que una nueva generación -nacida con el siglo- genera entre pueblos
de un territorio con sus municipios y con su entidad federativa, y entre los pode-
res de éstos con el gobierno general. Fue la intervención del ejército norteamerica-
no y la pérdida de un tercio del territorio de lo que fuera la Nueva España, lo que
convulsionó la conciencia individual y produjo por vez primera un sentido de
identidad colectiva, nacional. Bajo esta circunstancia deja de ser el eje político el
pueblo, la comunidad y nace un sentido de comunidad nacional que hace posible
la construcción de un Estado, de una nación.
Con la constitución de 18 57 se va consolidando progresivamente la idea mo-
derna de la soberanía popular, la que según un catecismo político de 1871, es "el
alto y supremo derecho que tienen las naciones para proveer a su propia felicidad"
y que se ejerce a partir de la forma de gobierno republicana que es "el conjunto de
55 !bid., p. 462.
170 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XlX
principios políticos que adopta un pueblo para normar la acción de las autorida-
des, y asegurar los derechos de los ciudadanos".56
Como puede entenderse, con el nuevo constitucionalismo de 1857 se da vi-
da a un círculo virtuoso que conecta el pueblo a la nación y éstos al republicanis-
mo sustentado en los principios iusnaturalistas de los derechos del hombre y del
ciudadano. Con este cambio se inaugura una nueva era. Se supera la idea de la co-
munidad política como una entidad colectiva y se da vida a la idea de la libertad
de los modernos fundada, como escribe Constant sobre "el goce tranquilo de la in-
dependencia privadá' 57 permitiendo la emergencia del actor político individual
que se asocia con otros para actuar en el ámbito colectivo.
El republicanismo no se difunde sólo mediante la expansión del derecho de la
libertad y de la igualdad sino también por la difusión de la idea de que los derechos
comportan deberes. Llama la atención que una cartilla cívica diga que la seguridad,
tranquilidad, abundancia de bienes y conseguir la felicidad son los medios para el
establecimiento de la república. Al hacer referencia a la seguridad dice que consis-
te en tener fuerzas bastantes para resistir a los de otra sociedad que quiera invadir
lo cual implica que deben hallarse todos los individuos en estado de defenderla.
BRIAN CoNNAUGHTON*
La nueva historia política de los últimos 1O o 15 afíos ofrece un lugar a veces pri-
vilegiado a la religión dentro de su esfuerzo por explicar los dilemas encarados por
México en el siglo XIX. Al hablar justamente del universo conceptual característico
del nuevo liberalismo que se fortalece a partir de la Independencia, la religión y la
Iglesia figuran habitualmente como parte del Antiguo Régimen que fenecía, si bien
lenta y penosamente. Hay cierta coincidencia con Andrés Molina Enríquez cuan-
do planteó hace muchos afíos que con la colonia se marchitaba el periodo "integral"
de la historia mexicana en el cual se había impuesto una "organización coercitivá'
y una "cooperación obligatoriá' .1 La diferencia consiste en que los historiadores de
los últimos tiempos suelen colocar la alianza ideológica entre la Iglesia y el Estado
como eje de esta integración social de signo tradicional, mientras Molina refería a
un eje "militar".
En los historiadores que se ocupan del tema religioso, parece regir implícita o
explícitamente el criterio de que la modernidad representa una sociabilidad secu-
lar e individualista que triunfa sobre una sociabilidad religiosa y comunal. No hay
una plena conciencia o coincidencia en la nueva historia política sobre exactamen-
te cómo se presenta esta dinámica y con qué rasgos precisos, en la sociedad mexi-
cana. Una corriente parece entender que no se pueden mezclar sociabilidades, o
que mezclarlas da lugar a una sociedad barroca incierta de sus propios rumbos. 2
Otra, habla de cuarteaduras en el edificio de las instituciones y valores del Antiguo
Régimen, donde se dan desgastes, intentos de recomposición y una lucha de aco-
modos.3 Una más habla de situaciones en las cuales los campesinos hallan modos
de combinarse políticamente con los liberales como portavoces de la nueva socia-
bilidad, dando a éstos una base popular importante. Incluso algunas comunidades
Fran~ois-Xavier GUERRA y Mónica QUIJADA (coords.), Imaginar la nación. Münster: Lit, pp. 135-177.
3 CoNNAUGHTON, Brian, Carlos lll.ADES y Sonia P~REZ TOLEDO (coords.). 1999. Construcción de
la legitimidad polltica en Mlxico. México: El Colegio de Michoacán, Universidad Autónoma Metropo-
litana, Universidad Nacional Autónoma de México y El Colegio de México.
[171]
172 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX
.. .la república mexicana cumple con sus principios religiosos al mantener en alto gra-
do la sacralización de sus ritos políticos y en este sentido es 'católica'. Pero, al mismo
tiempo, la introducción de los principios políticos modernos abroga la necesidad y le-
gitimidad de la religión como lazo sagrado entre los ciudadanos, puesto que ha desa-
parecido el centro unificador y soberano con la persona del monarca, reemplazado por
la 'soberanía del pueblo'.5
4 THOMSON, Guy. 1993. "'La Bocasierra'; ¿cuna del liberalismo? Tres municipios serranos encre
la ciudad de México. México: El Colegio de México, pp.136, 185, 243. La cita está en la página 136.
LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA Y LA RELIGIOSIDAD 173
Zoraida VA7.QUEZ, Dorothy T ANCK DE ESTRADA, Anne STAPLFS y Francisco ARCE GURZA, Ensayos sobre his-
toria de la educación en México. México: El Colegio de México, pp. 115-170, especialmente pp. 151-153.
10 STAPLES, 1981, pp. 128, 154, 163.
11 STAPLES, 1981, p. 165.
12 CERVANTES BEU.o, Francisco J. 1990. "Los militares, la política fiscal y los ingresos de la Iglesia
en Puebla, 1821-1847", en Historia Mexicana, vol. XXXIX, 4 (156), pp. 933-950; Francisco]. CERVAN-
TES BELW, 1993. "De la impiedad a la usura. Los capitales eclesiásticos y el crédito en Puebla (1825-
1863)". Tesis doctoral, Centro de Estudios Históricos, El Colegio de México; Verónica ZARA.TE TOSCANO.
1995. "Tradición y modernidad: la Orden Imperial de Guadalupe. Su organización y sus rituales" en His-
toria Mexicana. vol. XLV, 2 (178), pp. 191-220; Carlos MARICHAL,. 1992. "La bancarrota del virreinato:
finanzas, guerra y política en la Nueva España, 1770-1808" en Josefina Zoraida VÁ7.QUEZ (coord.), Inter-
pretaciones del siglo XV!ll mexicano. El impacto de las reformas borbónicas. México: Nueva Imagen, pp. 153-
186; B.F. CoNNAUGITTON, 2002. "La Iglesia mexicana, 1821-1856. Bienes eclesiásticos, diezmos y nece-
sidades gubernamencales" en Gran historia de México ilustrada. México: Editorial Planeta, pp. 301-320.
174 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
13 HERREJON PEREDO, Carlos. 1993. "La Revolución francesa en sermones y otros testimonios de
México, 1791-1823" en Solange ALBERRO, Alicia HERNANflEZ CHAvEZ y Ellas TRABULSE (coords.). La
Revolución francesa en México. México: El Colegio de México y Centro de Estudios Mexicanos y Cen-
troamericanos, pp. 97-110; Carlos HERREJON PEREDO. 1994. "La oratoria en Nueva Espafia" en Rela-
ciones, 57, pp. 57-92; Carlos HERREJÓN PEREDO. 1997. "El sermón en Nueva Espafia durante la segun-
da mitad del siglo xvm" en Nelly SIGAUT (ed.), La Igksia católica en México. México: El Colegio de
Michoacán y Secretaría de Gobernación, pp. 251-264; Carlos HERREJON PEREDO. 1999. "Sermones y
discursos del Primer Imperio" en Brian CONNAUGHT<>N, Carlos ILI.ADES y Sonia P~REZ Tm.EDO
(coords.), op. cit., pp. 153-167.
14 William B. TAYLOR: Ministros de lo sagrado. Traducción de Óscar Mazín Gómcz y Paul Kersey.
México: El Colegio de Michoacán, Secretaría de Gobernación y El Colegio de México, 1999, I, p. 295;
William B. TAYLOR, 2003. Entre el proceso global y el conocimiento locai México: Universidad Autóno-
ma Metropolitana-lztapalapa, Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y Miguel Ángel Porrúa.
15 David A. BRADING: Una Igksia asediada: el obispado de Michoacán, 1749-1810. Traducción de
segunda mitad del siglo xvm. 24 Desde los años de 1760 se había desplazado cada
vez más el concepto del cura como juez para sustituirlo por el del cura como maes-
tro. No obstante este cambio que se insinuaba, Taylor no está distante de la formu-
lación de Brading: Morelos poseía "una visión arcaica de la sociedad" que justifica-
ba un marcado protagonismo clerical en la sociedad. Brading lo llama "el modelo
político de los Habsburgo", de gran atractivo entre "los curas rurales que conduje-
ron la etapa sureña del movimiento insurgente". 25 Los curas estaban más dispues-
tos que antes a hablar de libertades y poner el énfasis en el amor/caridad como eje
de su misión sacerdotal, según Taylor. Éste asocia la Independencia con la percep-
ción de los curas de que se estaban perdiendo las condiciones mínimas necesarias
para que realizaran su labor de salvación de almas. Repudiaban la nueva legitimi-
dad política basada en logros materiales y el aspirantismo económico borbónico, en
vez de la persecución del reino de Dios en la Tierra. 26
Si incorporamos las obras de Brading, Taylor y Herrejón a nuestra apreciación
de lo que constituye la nueva historia política, entendemos con mayor facilidad
otras voces en la historiografía que vienen de décadas anteriores pero aún no pier-
den enteramente su frescura. Hace años Charles Hale nos aseguraba que "había lí-
mites al grado de secularización deseado por los liberales [mexicanos]". Aunque
consideraba tales límites un "fenómeno universal a comienzos del siglo XIX", lo re-
lacionaba en México con el deseo de establecer un patronato protector sobre la Igle-
sia y la prevalecencia de una evaluación negativa de la capacidad de los países cató-
licos de arribar a una "mentalidad secular". Hale consideraba que esta modalidad
del liberalismo mexicano, impedía que fuera "una filosofía integral de la moderni-
zación". 27 Reyes Hernies sostenía la misma idea sobre secularización, antes de la
Constitución de 1857 y encontró que el deseo de ejercer el patronato y combinar
libertades nuevas con un catolicismo de Estado pesaban mucho sobre los liberales. 28
Si ampliamos nuestra mirada sobre la nueva historia política hacia otros ám-
bitos geográficos mundiales, podemos entender mejor la problemática que estamos
encarando en México y América Latina. La religión se ha vuelto tema penoso y una
adsripción vergonzante para muchos que se identifican con los grandes temas de
la modernidad. Esto es cierto en México y América Latina donde, según J. Lloyd
Alvaro MATUTE, E. TREJO y B.CoNNAUGHTON (coords.), Estado, Iglesia y sociedad en México. Siglo XIX.
México: Miguel Ángel Porrúa y Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 81-113, particular-
mente pp. 112-113.
27 HALE, Charles A. 1972. El liberalismo mexicano en la época de Mora (1821-1853). México: Si-
29 MECHA.\!, J. Lloyd. 1966. Church and State in Latin America. A History of Politico-Ecclesiasti-
cal Relatiom. Chapel Hill: University of Norrh Carolina Press, p. 422.
30 ARoNOWICZ, Annette. 1993. "The Secret of che Man ofForty" en History and Theory, 32:2, pp.
México: Condumex.
178 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX
dría citarse como evidencia prima facie contra ella". Asimismo rechaza la automática
asociación del concepto de diferenciación social progresiva como algo necesaria y ex-
clusivamente ligada a la secularización de la sociedad. 33 Parece significativo en este
contexto que Frarn;:ois-Xavier Guerra en unos de sus últimos escritos haya sugerido
que el horizonte cívico moderno como él lo entendía quizá fuera finalmente "inal-
canzable por el carácter ideal del modelo del hombre-individuo-ciudadano". 34
Hace falta mantener presente una visión de larga duración para abordar estas
cuestiones. Precisa alimentar esta discusión con una referencia a la dinámica de la
religión y la Iglesia en la época virreinal, misma que Brading y Taylor han proble-
matizado en sus estudios. William Taylor ha recalcado que en el Imperio español
existió un criterio legal inclinado a favor del poder estatal desde el siglo XVI. Gira-
ba inicialmente en torno a la secularización de las doctrinas de evangelización in-
dígena y su sustitución por parroquias desde el siglo XVI. Avanzó paulatinamente
desde la segunda mitad de ese siglo, logrando importantes progresos en el siglo
XVII, para cumplir casi cabalmente el proceso en el XVIII. Este desarrollo otorgó un
control muy definido a los monarcas y sus dependientes sobre los nombramientos
eclesiásticos, en su calidad de patronos o vicepatronos de la Iglesia, tratándose de
plazas tanto de obispos como de curas párrocos. Tal poder sobre el clero secular ex-
cedía la autoridad que solía ejercer el poder regio sobre el clero regular encargado
de las doctrinas de los neófitos. 3 5 Guillermo Porras Muñoz concluyó su estudio so-
bre el patronato en la Nueva Vizcaya novo hispana entre 1562 y 1821, con una re-
ferencia a Lord Acton: "El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolu-
tamente". Halló que el ejercicio del patronato benefició "siempre al gobierno y a
veces a los fieles" a expensas de "la libertad y la autonomía de la Iglesia''. 36 Como
hemos referido, según Brading y Taylor -y esto parece una percepción general-
el siglo XVIII conoció profundos cambios en el sentido de potenciar un poder esta-
tal activo y reformador a costa de recortar la esfera de autonomía de los clérigos.
Los curas eran vistos cada vez más como artífices de un esfuerzo estatal de castella-
nizar, educar y civilizar a los indígenas y en general a la población del país. 37 Bajo
la presión de los gobernantes, para fines del XVIII se habían superado entre los
miembros del alto clero las viejas disputas sobre la capacidad del indígena, y se pro-
movía que se le tratara como un digno sujeto de evangelización y ciudadanización,
en que los curas debían jugar un papel fundamental. 38 Adicionalmente, como lo
ha indicado Carlos Marichal, las décadas de los ochenta y noventa involucraron a
la Iglesia en fuertes préstamos y donativos al Estado que contribuyeron a mante-
ner a éste a expensas de la salud financiera del clero. 39
Taylor ha reseñado la situación refiriendo que para fines de la época colonial
la política oficial era convertir a la Iglesia católica en un departamento del edificio
social y ya no conservarla como su piedra angular. 40 Desde luego, "[f]ortalecer la
Corona a costa de la Iglesia implicaba una secularización mayor del poder políti-
co y un mayor anticlericalismo. También significaba basar la legitimidad real me-
nos en el cultivo del derecho divino y la asociación con el clero, que en los logros
materiales". 41 Pero no se trataba de minimizar la religión, "sino de tratar a la reli-
gión y la Iglesia institucional como más [bien] distintas y subordinadas -con el
objeto de redefinir al clero en los términos de una clase profesional de especialis-
tas espirituales con pocas responsabilidades públicas y menos independencia". La
mancuerna entre el Estado y la Iglesia, entre la legitimidad y la religión no se su-
primía, pero "[l]os administradores Borbones optaron por considerar a los sacer-
dotes como usurpadores de la autoridad de la Corona y a sus instituciones como
obstáculos del progreso material". 42
¿Significarían estas reflexiones historiográficas que simplemente hay que reco-
rrer nuestra referencia temporal para salvar el empleo del concepto secularización y
su habitual relación con la modernización? Ejerzamos cautela. Regresemos, por
ejemplo, a la cuestión del paso de la soberanía de procedencia divina a una nueva
soberanía basada en la opinión popular. Hace falta que enfoquemos el mundo
atlántico más ampliamente. Si miramos hacia Francia, hay quien nos sugiere que
desde el ascenso al poder de Luis XVI, el 11 de junio de 1775, "los asuntos políti-
cos se estaban discutiendo ... de manera insólita; los publicistas estaban definien-
do y extendiendo su papel intelectual; se estaba creando un público" .43 En España
también se estaba presionando al régimen, aquel de la monarquía de origen divino
a que alude Annick Lempériere en su estudio. El periodismo crítico surgió al co-
3B '"De corazón pequeño y ánimo apocado'. Conceptos de los curas párrocos sobre los indios en
la Nueva España del siglo XVIII" en TAYLOR, 2003, pp. 261-317; BRADING, 1994.
39 MAR.ICHAL, 1992.
40 "Los curas párrocos ante d absolutismo ilustrado" en TAYLOR, 2003, pp. 357-387, referencia
en p. 369. Taylor está tomando prestado aquí de R.H. Tawney. Véase también "El camino de los cu-
ras" en TAYLOR, 2003, p. 94.
41 TAYLOR, 2003, cita en p. 91.
42 TAYLOR, 2003, p. 94.
43 BAKER, Kcith Michacl. 1978. "French Political Thought at the Accession of Louis XVI" en The
]ournal ofModmi History, 50:2, pp. 279-303, en especial p. 290.
180 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
mienzo del régimen de Carlos III, por 1762, para luego fortalecerse en la década
de los ochenta, al decir de Antonio Elorza. En los sesenta El Pemador arremete con
"la primera crítica moral vigorosa de la sociedad española del setecientos". Despúes,
en los años inmediatamente anteriores a la Revolución francesa, la prensa crítica
procederá incluso a examinar "el funcionamiento de la sociedad española y denun-
ciar sus aspectos irracionales". Impugnar la irracionalidad y la arbitrariedad del sis-
tema, atentaba contra las bases del Antiguo Régimen. 44 Martín Escobedo Delgado
argumenta recientemente que en Zacatecas, México, surgía ya en el siglo XVIII una
cultura del libro "transgresorá' en que prevalecían la razón y el desafío por encima
del acatamiento a las disposiciones eclesiásticas. 45 Sin embargo, Harold Laski con-
cibió que la sacralización misma del poder político fue un fenómeno históricamen-
te moderno, producto de la crisis religiosa del siglo XVI, y particularmente la obra
de Lutero al hendir el tejido único de la cristiandad:
El Estado moderno ... es el resultado de la lucha religiosa del siglo XVl; o, cuando menos,
es de aquella crisis que deriva las cualidades hoy más especialmente suyas. La noción de
una autoridad única y universal extensiva a los límites de la vida social fue destruida en-
teramente cuando Lutero apeló a los príncipes en persecución de la reforma religiosa. La
unidad externa fue destruida para ser reemplazada por un sistema de unidades separa-
das y el arma del derecho divino fue el instrumento forjado con esa finalidad. 46
De seguir a Laski, habría que regresar tres siglos para descubrir los orígenes de
los cambios hacia la modernidad. Sólo ahora con el dilema de que el poder del Es-
tado moderno se vería como postulado sobre su inicial sacralización. Quizá por eso,
es comprensible su afirmación de que "[!Ja idea de una separación entre la Iglesia y
el Estado, en 1789, no estaba presente en la mente de ningún estadista práctico". 47
Pero hay otros pareceres de interés entre los historiadores del mundo atlánti-
co. Al decir de Robert Hariman, quizá fue Maquiavelo (1469-1527) quien, justo
antes que Lutero escindiera la cristiandad, lanzara en El Príncipe el planteamiento
sustentante de la edad moderna. Se ha escrito al respecto que "Maquiavelo es ... el
exponente del Estado moderno no porque describió el Estado sino porque compu-
so un discurso capaz de articular la potencialidad expansiva [existente] en el poder
estatal". 48 Con Maquiavelo, el poder se deshizo de sus compromisos ante discur-
44 ELORZA, Antonio. 1970. La ideología liberal m la Ilustración española. Madrid: Editorial Tec-
nos, pp. 208-210.
45 Escoemo DELGADO, Martín. 2003. "Textos y lecturas en Zacatecas: una historia de restriccio-
nes transgredidas y de libertades restringidas" en Estudios de Hutoria Novohupana, 28, pp. 61-75; cita
en la página 74.
46 LASKI, Harold J. 1968. Authority in the Modern State. Hamden: Archon Books, p. 21.
47 LAsKI, 1968, p. 125.
48 HARIMAN, Robert. 1989. "Composing Modernity in Machiavelli's Prince" en ]ournal of the
sos y consideraciones que no emanaran del poder mismo. Desde entonces el "dis-
curso político, ético, religioso, escético, filosófico, económico y de [toda] otra ín-
dole" fue descartado en la constitución del poder para crear "un mundo donde el
poder es una fuerza material que manipula discursos pero jamás se origina en
ellos". Quedó echada a un lado la "comunidad política" como eje de las reflexio-
nes en torno al Estado, pero al decir de este autor, también se recortaron las alas al
ave fénix de la "renovación polícicá' al descentrar el papel de la religión. 49 En Es-
paña la obra de Maquiavelo tuvo un impacto notable, de cal manera que Pedro de
Rivadeneyra defensivamente escribió un libro en donde pretendía aunar "las leyes
de la religión, y las de la prudencia civil y política" a la vez que concedía que "hay
razón de Estado, y que todos los príncipes la deben tener siempre delante de los
ojos si quieren acertar a gobernar y conservar sus Estados". La obra pasó por varias
ediciones en Madrid, en 1595, 1605 y todavía en 1788. 50
Aun para Europa, el problema de fechar la secularización y ligarla a la mo-
dernización y la creación del Estado moderno posee ariscas, macices y giros diver-
sos. Un autor argumenta que los "descubrimientos científicos y las formulaciones
del siglo diecisiete ... [comenzaron] la desmitologización de las perspectivas sobre
el mundo", si bien concede que la profundización del cambio fue resistida por-
que aún en el ilustrado siglo XVIII prevalecían "las preconcepciones del pensa-
miento cristiano medieval" que tenían como eje vertebral la creencia en "una es-
tructura moral básica inherente al universo".5 1 Por el contrario, hay quien
argumenta que el cambio del XVII fue definitivo por los planteamientos de Des-
cartes. Apegado o no al catolicismo, "el cogito cartesiano ... pone los cimientos de
la subjetividad secular". Esta secularización implica "la paranoica 'duda radical'
que Dios puede querer engañar" al individuo. 52 La ruptura no podía ser más pro-
funda.53
Es claro que en la historiografía tanto mexicana como europea de las últimas
décadas se complica la asignación de orígenes cronológicos precisos así como una
definición exacta al concepto de secularización. Diversos estudios cuestionan su re-
lación misma con el proceso de modernización, creación del Estado moderno y
fragua de la cultura política moderna. ¿Se trata de la declinación de la religión, la
54 Formulo estas preguntas con base en Larry SHINER. 1967. "The Meanings ofSecularization"
en International Yearbook far the Sociology ofReligion, 3, pp. 51-59.
55 MEYER, Jean. 2002. "Para una historia política de la religión, para una historia religiosa de la
líticas" .ss Su afirmación para el caso de estudio que le ocupaba fue que "las relacio-
nes Iglesia-Estado habían sido siempre cargadas de tensiones" .59 Su descripción de
la dinámica de religiosidad popular en la Rusia imperial recuerda la situación pre-
valeciente en España y América Latina durante la época colonial y después: "la cul-
tura religiosa popular volvió lo sagrado inminente, fijada en lo local y particular
más que en lo abstracto y nacional. Por esa misma razón, cada localidad tenía su
propia gama de santos, reliquias e iconos, cuya mera presencia sirvió para santifi-
car el paisaje". Vuelta hacia la localidad y no hacia la escala nacional, la religiosi-
dad popular era resistente a la manipulación desde afuera para fines de legitima-
ción del poder nacional. 60 Las tensiones generadas en la disputa por manipular
autocráticamente el legado religioso, culminaron en llamados a favor de la demo-
cratización de la Iglesia y la autonomía de ésta frente al Estado, causando una rup-
tura en la cultura política misma. Menguaba la autoridad eclesiástica ante sus cre-
yentes y amenazaba este desgaste con desacralizar a la Iglesia misma. 61
Estudios recientes sobre latitudes y tiempos muy distintos coinciden con una
conclusión medular del análisis de Freeze: la secularización "transforma, no niega
la significación política de la religión". Más aún: "comunidades y compromisos re-
ligiosos subyacen los alineamientos entre activistas políticos". 62 La religión, más
que un elemento simplemente anacrónico, se combina con elementos ideológicos
de distinto signo. Su presencia, más que un "meteoro en llamas" de fugaz pero lla-
mativa existencia, es una "estrella fija'' en el firmamento, pero susceptible de múl-
tiples transformaciones. 63
Pero ¿qué luz arrojan estas reflexiones sobre el tránsito de México del siglo
XVIII al XIX, de su estatus colonial o virreinal a la independencia nacional? ¿Hay mo-
vimiento dentro del legado religioso hispano-mexicano? ¿Dónde nacía el cuestio-
namiento del papel de la religión en la política del Estado? ¿Era producto de la so-
beranía popular, o era un resultado de otras fuerzas y desde otros tiempos, quizá
complicado por esa soberanía? En primer lugar, es claro que el criterio legal favo-
rable al poder secular de que habla Taylor para el siglo XVI, se fortaleció en los si-
guientes dos siglos. El Cuarto Concilio mexicano de 1771, con su anuencia de
buscar la convergencia de los propósitos de la Iglesia y el Estado, fue uno de los re-
sultados. 64 El desenlace incierto del Concilio implicó el paulatino distanciamien-
58 FREEZE, Gregory L. 1996. "Subversive Piety: Rcligion and che Political Crisis in Late Imperial
Rwsia" en The]ournal ofModern History, 68:2, pp. 308-350, cita en p. 310.
59 FREEZE, 1996, p. 312.
60 FREEZE, 1996, pp. 328-329, cita en p. 328.
61 FREFZE, 1996, pp. 337-339, 345, 349.
62 GuTH, James L. y John C. GREEN. 1990. "Politics in a New Key: Rcligiosity and Participation
among Political Activists" en The Western Political Quarterly, 43: l, pp. 153-179, citas en p. 175.
63 GuTH y GREEN, 1990, pp. 154, 164, 166.
64 ZAHINO PElllAFORT, Luisa. 1999. El Cardmal Lorenzana y el IV Concilio Provincial mexicano.
México: Universidad Nacional Autónoma de México y Miguel Ángel Porrúa.
184 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX
61 BRADING, David A. 1981. "El clero mexicano y el movimiento insurgente de 1810" en Rela-
ciones, 5, pp. 5-26.
66 Nancy M. FARRISS: La corona y el clero en el México colonial 1579-1821. La crisis del privile-
gio eclesiástico. Traducción de Margarita Bojalil. México: Fondo de Cultura Económica, 1995, pp.
219-233.
67 EGIDO, Teófanes. 1979. "El regalismo y las relaciones Iglesia-Estado en el siglo xvm" en Ricar-
la crisis de dos potestades?", ponencia presentada en el IV Coloquio Internacional Raíces del federalismo
mexicano, Universidad Autónoma de Zacatecas, Zacatecas, 24, 25, 26 de septiembre de 2003.
LA NUEVA HISTORIA POLITICA Y LA RELIGIOSIDAD 185
de la Iglesia mexicana veían con buenos ojos reformas tanto eclesiásticas como po-
líticas.69
El proceso independentista mexicano entre 181 O y 1821 conmovió a los ca-
tólicos del país no menos que la experiencia gaditana. Un justificante común del
movimiento era que los gachupines deseaban entregar el reino a Napoleón, en mo-
mentos en que éste había instalado a su hermano en el trono español y consolida-
do su poder sobre la mayor parte de la Península. 70 Los comandantes militares fre-
cuentemente denunciaban que los curas eran los alborotadores que promovían la
insurgencia.7 1 Taylor ha visto más bien una conducta de "neutralidad" de parte de
los curas, que reflejaba la acumulación de resentimiento contra un Estado que los
relegaba y no les daba las condiciones para lograr el respeto de su feligresía y la sal-
vación de sus almas. 72
Si bien los obispos y el alto clero seguían más fielmente los lineamientos de la
política gubernamental, parece justo aplicar a México la apreciación formada por
un estudioso sobre la situación en España: "el clero sufrió un importante desga-
rro" .73 En la Península el motivo detonante era la Constitución de 1812; en Méxi-
co lo crucial fue la insurgencia. No obstante, un canónigo de Puebla había firmado
el "Manifiesto de los persas" en mayo de 1814 mediante el cual un sector desafec-
to de las Cortes abría la puerta a la restauración de la monarquía absolutista, distan-
ciándose así de la mayoría de los constitucionalistas novohispanos -por cierto casi
todos sacerdotes. Había tensiones entre los constitucionalistas novohispanos a Cor-
tes en materia religiosa y política, pero la mayoría reformista se impuso. 74 En la
Nueva España, el clero se dividió, se escindieron las lealtades populares, y se opu-
sieron religiosidades de signo distinto. La Virgen de los Remedios y la lealtad a Es-
paña eran la consigna de unos; la Virgen de Guadalupe, la ortodoxia de la fe anee
los avances napoleónicos y la autonomía novohispana eran la bandera de otros. Mu-
tatis mutandi, para 1821 -en medio de la política anticlerical y antieclesiástica de
las Cortes--, incluso el alto clero novohispano tuvo que reubicarse ideológicamen-
69 México en las Cortes de Cádiz. Documentos. 1949. México: Empresas Editoriales, pp. 15, 224-234.
70 El Despertador Americano. 1964. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia; Er-
nesto Lf),lOINE VILUCA1'1A, 1991. More/os. Su vida revolucionaria a través de sus escritos y de otros testimo-
nios de la época. México: Universidad Nacional Autónoma de México.
71 01rnz, Juan. 2002. "El bajo clero novohispano durante la guerra civil de 1810" en Marta TE-
RAN y José Antonio SERRANO (eds.), Las gue"as de independencia en la América española. Zamora y Mo-
relia, Michoacán: El Colegio de Michoacán y Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo;
también José BRAVO UGARTE. 1941 y 1943. "El clero y la Independencia: Ensayo estadístico" en Ábsi-
de, 5, pp. 612-630 y Ábside, 7, pp. 406-409; y del mismo autor, "El clero y la Independencia: Factores
económicos e ideológicos" en Ábside, 15, 1951, pp. 199-218.
72 TAYLOR, 1999.
73 RoDRIGUEZ LóPEZ-BREA, Carlos M. 2002. "¿Fue anticonstitucional el clero español? Un tópi-
co a debate" en Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea, l, pp. 5-42, cita en p. 31.
74 R!EU-MILLÁN, Marie Laure. 1990. Los diputados americanos en las Cortes de Cádiz (Igualdad o
75 Brian F. CoNNAUGHTON: Clerical iekology in a mmlutionary age: the Guadalajara church and the
idea ofthe Mexican nation, 1888-1853. Traducción de MarkAlan Healey. Calgary: University of Calgary.
2003 (b); ZARATE, 1995; Mariano E. TORRES BAUllSTA, 1995. "De la fiesra monárquica a la fiesta cívica:
el tránsito del poder en Puebla, 1821-1822" en Historia Mexicana, vol. XLV. 2 (178), pp. 221-239.
76 CoNNAUGHTON, Brian. 1998. "La Secretaría de Justicia y Negocios Eclesiásticos y la evolución
de las sensibilidades nacionales: una óptica de los papeles ministeriales, 1821-1854" en Manuel RAMos
MEDINA, pp. 127-147.
n Nuestros sacerdotes malos fraguaban nuestras cadmas, México, Oficina Liberal á cargo de D.
Juan Cabrera, 1823; Obispos, ckrigos, ftailts ¿Destruym la religion?, firmado por El prudmte oajaqueño,
Mexico, Impreso en Puebla y reimpreso en la Oficina Liberal á cargo de D. Juan Cabrera, 1823; La na-
cion no quiere diezmos ni canónigos ociosos, ó sea Apología de la ley que hizo cesar la coaccion civil m /,a con-
tribucion de Diezmos, Mejico, Impreso por Juan Ojeda Puente de Palacio y Flamenco, número 1, 1835;
Segunda Parte. La nacion no quiere diezmos ni canónigos ociosos, ósea apología de /,a ley que hizo cesar /,a
coaccion civil m /,a contribucion de diezmos, México, Impreso por J. Uribc y Alcalde, calle de Vergara
núm. 10, 1835 (Firmado por Varios Poblanos).
78 Al.AMAN, Lucas. 1969. Historia de Mljico. México: Editorial Jus, vol. 5, pp. 15-38, 72 y 79.
LA NUEVA HISTORIA POLfTICA Y LA RELIGIOSIDAD 187
79 MESTRE SANCHIS, Antonio. 2001. "La influencia del pensamiento de Van Espen en la España
del siglo xvm" en Revista tÚ Historia Moderna. Anaks de la Universidad de Alicante, 19, pp. 5-68, espe-
cialmente p. 49 (consultado en internet).
80 MESTRE, 2001, PP· 8-9. 11, 17-20, 22, 25.
81 MESTRE, 2001, PP· 42-43, 45.
82 MARTIN HERNÁNDEZ, Francisco. 1997. "Los seminarios en España-América y la Ilustración" en
Nelly SIGAUT (ed.), pp. 171-184; Juan MARICHAL. 1995. El secreto de España. Ensayos de historia intelec-
tual y politica. Madrid: Santillana, Taurus, pp. 13-28.
188 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMi!RICA LATINA, SIGLO XIX
Espen, Febronio "y otros de igual clase". Los editores mexicanos de dicho folleto
condenaban "la maldita superchería jansenística'' que asociaban con ellos. 83 El De-
fensor de la Religión, el más famoso periódico católico de Guadalajara, de difusión
nacional, también denunciaba a aquellos autores a quienes había que impugnar. 84
Como ha sefialado Anne Staples, en 1832 el obispo Francisco Pablo Vázquez, de
Puebla, se sintió obligado a condenar, entre otras obras, el Proyecto de constitución
religiosa de Juan Antonio Llorente, acusado de galicano y jansenista. 85 En 1835 en
Guadalajara se reeditó la bula Auctorem Fidei en la cual el papa desautorizaba el Sí-
nodo de Pistoya y en 1838 el obispo de Puebla publicó un extenso documento y sus
propios razonamientos en condenación de aquel sínodo. 86 En 1841 juzgaba indis-
pensable seguir atacando a Van Espen en una carta episcopal sobre los diezmos. 87
Las denuncias mismas son un indicador importante de que a partir de 1820
México reflejaba una participación plena en la nueva cultura político-religiosa gali-
cano-jansenista. Pero sólo se puede apreciar su significación más profunda al abor-
dar la religiosidad y no sólo la Iglesia, como lo sugiere Freeze, en la relación Iglesia-
Estado-sociedad. Como lo formuló en 1992 Fernando Escalante: "La religiosidad
es crucial para la organización de la vida pública en el México decimonónico; la ac-
ción política de la Iglesia es algo muy distinto, y mucho más estrechos sus límites". 88
Escalante acredita a la Iglesia una "inercia tradicionalista'', pero no un programa ni
una verdadera presencia política. Así afirma que "[e)n las décadas posteriores a la in-
dependencia, la presencia política del clero [oficial] fue mínima y, si se exceptúa el
tema del Patronato, tampoco tuvo una posición política muy definida''. 89 Más aún,
dores, sobre el pago de diezmos. Reimpresa con permiso de su autor a expensas de varios ciudadanos piada-
sos, con elfin de propagar por toda la República la sana doctrina que contiene, México, Imprenta del Águi-
la, dirigida por José Ximeno, calle de Medinas núm. 6, 1841.
88 ESCALANTE GoNZALBO, Fernando. 1993. Ciudadanos imaginarios. México: El Colegio de Mé-
xico, p. 147.
89 ESCA!ANTE, 1993, pp. 143-144.
LA NUEVA HISTORIA POLlTICA Y LA RELIGIOSIDAD 189
ro, 1800-1857. Stanford: Stanford University Press, pp. 14, 98, 140, 145, 181, 258 {nota 156).
93 EsCALANTE, 1993, p. 151.
94 HERNÁNDEZ CHAVEZ, Alicia. 1993. La tradición republicana del buen gobierno. México: Fondo
de Cultura Económica y El Colegio de México, p. 45.
190 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
de Mier, Miguel Ramos Arizpe, José Sixto Verduzco, José de Jesús Huerta, José
Guadalupe Gómez Huerta y otros muchos de claro perfil reformista eran tanto
aguerridos constitucionalistas como innovadores en materia religiosa, simultánea-
mente.95 Dichas personas pueden clasificarse de filojansenistas, o galicano-jansenis-
tas, quienes aspiraban no sólo a una profunda reforma de la Iglesia sino que desta-
caban el papel del Estado católico emanado de la voluntad popular.
Esto no debe sorprendernos. Para el caso francés, se ha argumentado que "has-
ta menos de veinte años antes de la Revolución la protesta [política] más frontal del
siglo [xvm] fue organizada mayor si no exclusivamente por jansenistas". 96 Contra la
tradición del absolutismo político francés, se fraguó una alianza entre "jansenismo y
constitucionalismo parlamentario" que se apoyaba en las leyes y precedentes legales
para marcar cortapisas a la conducta del monarca. 97 Durante la Revolución france-
sa, muchos pensadores jansenistas rompieron con posturas centrales de la jerarquía
religiosa y además de propiciar reformas tanto eclesiásticas como civiles, pasaron a
formar parte del clero constitucional del país bajo el régimen revolucionario. 98 El ar-
quitecto del conservadurismo europeo a comienzos de los 1820, el príncipe Klemens
von Metternich, veía claramente el peligro de que esto se repitiera, y que los innova-
dores vincularan la emancipación de los ciudadanos a la emancipación de las almas. 99
En Francia la Revolución se asoció con una recuperación de la antigüedad
cristiana como el legado "prístino", el símil del "pasado útil" secular que era el otro
sustento del cambio. IOO Al crear una visión crítica del clero y avanzar hacia su eli-
minación como "un cuerpo visiblemente independiente", la Constitución Civil del
Clero Francés propició "la interiorización de la religión y la monopolización esta-
tal de las funciones públicas. En otras palabras, ayudó a transformar la vieja duali-
dad de lo temporal versus lo espiritual en la de lo público versus lo privado". 1 1 En º
este ambiente polémico, fue la derecha religiosa la que vio la necesidad de resusci-
tar el absolutismo sacralizado, argumentando el origen divino y no abrogable de la
autoridad política. 102 En Francia se confrontaron un catolicismo "devoro", "abso-
lutista" y un catolicismo de otro signo, apegado a "nociones de libertad constitu-
cional, la inviolabilidad de la conciencia, el deber de desobedecer una autoridad in-
justa, y el derecho de resistir a la mayoría" en casos polémicos. 103
Fran~ois-Xavicr GUERRA y Mónica QUIJADA (coords.), pp. 216-255, especialmente pp. 217, 233, 236.
I07 .ANNINO, 1994, p. 237.
108 .ANNINO, 1994, p. 239.
l09 .ANNINO, 1994, PP· 242, 245-255.
192 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
pos sobre los clérigos a su cargo, tanto por las muchas incertidumbres político-
ideológicas existentes como por la inestabilidad bélica que se volvió característi-
°
ca. 11 Como se argumentó antes, la religión era susceptible de combinaciones ideo-
lógicas distintas. En la secuela de la Independencia, buen número de sacerdotes
vieron en la constitucionalidad no sólo obligaciones ciudadanas sino también nue-
vas posibilidades personales. Solicitudes llegaron en gran abundancia al gobierno
para la secularización de religiosos y su obtención posterior de curatos y otros em-
pleos dentro del clero secular; buen número de clérigos solicitaron el reconoci-
miento de sus méritos durante la guerra de Independencia y un estipendio consi-
guiente; muchos sacerdotes participaron a título individual en legislaturas estatales
y congresos nacionales con orientaciones políticas dispares; los clérigos exigieron
sus derechos de ciudadanía en defensa de la "propiedad" de sus curatos, deman-
dando procedimientos y juicios constitucionales si se les impugnaba, en materia de
libertad de imprenta, y en relación con preferencias ideológicas y partidistas. 111 Al
decir del sacerdote José Guadalupe Gómez Huerta, los curas y hasta los canónigos
estaban hartos del despotismo eclesiástico que ejercían los obispos y el papa. 112
Esta dinámica podía adquerir sus peculiaridades notables donde se presenta-
ban aristas ideológicas y sociales dispares. El sacerdote José María Aguirre reclamó
en 1827 su derecho de usar "de la acción popular, que como á ciudadano de esta
floreciente República tengo inconcusamente", para denunciar un impreso que ata-
caba a los clérigos como "las plagas más destructoras de la humanidad". Simultá-
neamente atacaba el clérigo al fraile Joaquín Arenas por su conspiración contra la
república bajo "el hipócrita pretexto" de defender la religión. Aguirre escribía en
defensa de los "sacerdotes venerables" que a su juicio debían verse como "las pupi-
las de los ojos del Señor, los ángeles de la tierra, los plenipotenciarios del Altísimo,
los que abren y cierran las puertas del paraíso". Citaba a Gaetano Filangieri para
subrayar la convergencia del alto interés social de la religión y la vida cívica. Recor-
daba con orgullo que "casi todos los curas de esta floreciente República son mexi-
110 CoNNAUGHTON, 1998; Francisco J. CERVANTES BELLO. 2002. "Esrado bélico, Iglesia y mun-
do urbano en Puebla, 1780-1856" en Alicia TECUANHUEY SANDOVAL (coord.), Clérigos, políticos y polí-
tica. Las relaciones Iglesia-Estado en Puebla, siglos XIX y XX. Puebla: Instituto de Ciencias Sociales y Hu-
manidades-Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, pp. 1O1-121.
111 SORDO CEDEl'lo, Reynaldo. 1993. El Congreso en la primera república centralista. México: El
Colegio de México e Instituto Tecnológico Autónomo de México, pp. 19-59, y 107-197; Anne S·1;\PLf5.
1994. "Clerics as Politicians: Church, State, and Political Power in lndependent Mexico" en Jaime Ro-
DRlGUEZ (ed.), Mexico in the Age ofDemocratic Revolutiom, 1750-1850, Boulder: Lynne Rienner Publis-
hers, pp. 223-241; Brian CoNNAUGHTON. 2001. Dimensiones de la identidad patriótica. Religión, política
y regiones en México. Siglo XIX. México: Universidad Autónoma Merropolitana-lztapalapa y Miguel Án-
gel Porrúa, pp. 191-222; CoNNAUGHTON, 1998; Alicia TECUANHUEY. 2002. "Los miembros del clero en
el diseño de las normas republicanas, 1824-1825" en Alicia TECUANHUEY SANDOYAL (coord.), pp. 43-67.
112 José Guadalupe GóMEZ HUERTA, Proposiciones queel C. .. ., diputado propietario por el Partido
de la Villa de Tlaltenango presenta a la alta consideración del Honorable Congreso Zacatecano, Zacatecas,
Imprenta del gobierno a cargo de Pedro PIÑA, 1827, pp. 28-29.
LA NUEVA HISTORIA POLlTICA Y LA RELIGIOSIDAD 19 3
Asumía así que había una corriente liberal dominante en México hasta 1848 capaz
de aunar reformismo y catolicismo. Más atrevida y retadoramente aún, Mary Kay
Vaughan ha argumentado que "[l]os sacerdotes se volvieron intermediarios ... en-
tre la sociedad corporativa cerrada y el proceso secularizador", dentro de un con-
texto en que "los dirigentes católicos aceptaron el mundo secularizante de la cien-
cia, el comercio y la nacionalidad". 119
La nueva historia política, sobre todo si recupera los estudios de Brading y
Taylor, así como una dimensión internacional que permite concebir las transfor-
maciones religiosas como distintas de la institucionalidad eclesiástica, si pondera,
coteja y sintetiza los aportes recientes, puede aportar una amplia y profunda expli-
cación de cómo se desgarró el catolicismo para acomodar en una alianza liberal a
un sector amplio de sus adeptos. Según esto, la religión, o determinadas religiosi-
dades católicas en particular, fueron cómplices eficaces del derrumbe del Antiguo
Régimen. Si esto tiene una explicación es en el desarrollo de las élites que parece
partir del jansenismo -como nos lo ha sugerido Brading-, en el caso de los pue-
blos la dinámica es más compleja. Mientras tanto Guerra como Annino y Lempé-
riere convergen en subrayar la sociabilidad antigua o barroca de las comunidades
campesinas, Annino ha recalcado su combinación con una tradición de rebeliones
y reivindicaciones populares. Como Taylor ha argumentado, la religiosidad popu-
lar no era un simple apéndice o peldaño inferior del majestuoso edificio de la Igle-
sia sino una vivencia local capaz de un catolicismo de signos polivalentes. Los es-
tudios de Guy Thomson, Peter Guardino y Florencia Mallon también nos han
enseñado que las sociabilidades populares en el siglo XIX tenían más dimensiones
º
de lo que previamente se creía. 12 Muchas comunidades, no obstante sus sociabi-
lidades de antiguo arraigo, pudieron participar incluso con los liberales en la cons-
trucción del nuevo régimen sin desprenderse de los fundamentos y de sus prácti-
cas públicas de la fe, como lo ha señalado Annino.
Las luces de la nueva historia política en materia de la Iglesia y la religión en la
transición mexicana hacia la república liberal resultan algo contradictorias e incom-
pletas. Quizá es el momento de comprender que no llegaremos al fondo en cuanto
al papel de la religión -y por ende de la Iglesia misma- en la transición mexica-
na, hasta que cifremos nuestra atención en el papel del conflicto religioso como un
acompañante, a veces incluso motor de la transformación de la sociedad. La recia
cualidad polivalente de la religión hace que ésta signifique cosas y valores diferentes
para distintos grupos y permite que religiosidades de signos contrarios se combinen
11 9 VAUGHAN, Mary Kay. 1990. "Primary Education and Llteracy in Nineteenth-Cenrury Mexi-
co: Research Trcnds, 1968-1988" en Latin American Research Review, 25: 1, pp. 31-66, cicas en la pági-
nas 38 y40.
120 GUARDINO, 1996; Guy P.C. THOMSON, y David G. LAFRANCE. 1999. Patriotism, Po/itics, and
Popular Libera/ism in Ninetunth-Cmtury Mexico. Juan Francisco Lucas and the Puebla Sierra. Wilming-
ton: Scholarly Resourccs; Florencia E. MALLON, Í995. Peasant and Nation. The Making ofPostcolonia/
Mexico and Peru. Berkeley y Los Angeles: University of California Press.
LA NUEVA HISTORIA POLfTICA Y LA RELIGIOSIDAD 19 5
No cabe duda que si la historia política puede renovarse (y, de hecho, se ha reno-
vado profundamente), esta renovación pasa por el trabajo dentro de los campos
que parecen ser los más tradicionales en su seno. Tradicionales no sólo por ser los
de mayor experiencia, sino porque pesa sobre ellos una gran cantidad de estereoti-
pos. Es el caso de la historia de las instituciones, de la historia del Estado y de las
formas de gobierno; de la historia de las relaciones internacionales (y aun de la his-
toria de las relaciones entre comunidades diversas); como también el de la historia
de la dominación y la guerra.
Entre estos campos se cuenta el que concierne a las relaciones múltiples entre
religión y política. Un campo en el que se expresa la más tradicional e ideologizada
historiografía de las instituciones (básicamente del Estado y las iglesias) y en el que
confluye otra muy tradicional historiografía: la llamada historia de las religiones.
Siendo éste uno de los campos historiográficos más politizados, convergen empero
en él también formas innovadoras de acercamiento a lo político entendido como un
universo abierto y a su interacción con las representaciones religiosas que participan
en la formación de la conciencia individual.
Pues no deja de ser ésta, también, la historia de la interacción entre las formas
de ejercicio del poder y las representaciones más íntimas que conforman la concien-
cia del ser humano. Interacción que tiene una dimensión propiamente antropoló-
gica (en el sentido en que lo diría R. Koselleck) 1 que concierne a una relación, cu-
yos orígenes se pierden en inmemoriales tiempos, entre representaciones religiosas
colectivas y legitimación de formas de dominio. Así como también tiene una di-
mensión propiamente histórica, cuya exploración muestra las múltiples y comple-
jas modalidades de imbricación entre representaciones religiosas y ejercicio de po-
[197]
198 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMffiICA LATINA, SIGLO XIX
Las dificultades para pensar y renovar este lugar historiográfico son de diversa ín-
dole. Me detendré especialmente en aquellas que conciernen al universo latino-
americano de los siglos XIX y xx, aunque probablemente algunas puedan extender-
se a una historiografía interesada por épocas anteriores y otras latitudes.
La primera tiene que ver con el predominio de una interpretación teleológica
y puede sintetizarse como la dificultad para pensar combinadamente dos univer-
sos que durante más de un siglo nos hemos empeñado en pensar por separado. Es
decir, la construcción de esferas separadas para lo político y lo religioso ha condu-
cido en varias ocasiones a una separación no pocas veces excesiva cuando no arti-
ficial de los campos de estudio: historia religiosa e historia política aparentan cami-
nar por separado.3
De esta primera dificultad procede otra, que es la propensión a reducir los
universos en cuestión a instituciones mayores que sólo son parte de ellos: el de lo
político al Estado y el de lo religioso a la Iglesia. 4 De ahí una tendencia a escribir
una historia que privilegia los conflictos y el desarrollo institucional por encima de
otras múltiples posibilidades y que también suele componerse de interpretaciones
politizadas y polarizadas.
Cuando se conjuntan ambas limitaciones, se estudia a la Iglesia (en general la
católica) como entidad y al Estado como entidad, separados. Cuando se reúnen
ambas instituciones, la dificultad para pensarlas como parte de un mismo univer-
so político no es menor y en no pocas ocasiones, vínculos políticos, sociales o cul-
turales que forman parte de la "normalidad" de una época pero cuyo carácter ha va-
riado en el tiempo,· al ser considerados desde una perspectiva teleológica -que
mira con ojos de secularización avanzada lo que no necesariamente lo estaba, y que
incluso asimila laicismo y ateísmo-, resultan difícilmente comprensibles e inclu-
so aberrantes. 5 Esta tendencia muestra indicios de modificarse (sería sin duda mu-
cho decir "revertirse") al contacto de la disciplina con la sociología de las religiones
y con la antropología religiosa, que han motivado un acercamiento a la dimensión
individual del sentimiento religioso y a la religión como experiencia colectiva, en
perspectiva combinada. 6 Esto ha hecho posible un acercamiento en términos socio-
culturales y antropológicos también a la cuestión de la relación religión-política
desde una perspectiva histórica.7
3 Cfr. MALLIMACI, 2001. Esto también ha sido señalado con insistencia por Roberto di Stefano y
fla religiosa, traspasando por cierto no pocas veces los límites de la hagiografía. Lo que cabe destacar de
los estudios antropológicos en esta materia, es la importancia dada a la dimensión individual del senti-
miento religioso, pero de un individuo en sociedad y profundamente marcado por la dimensión colec-
tiva de ese mismo sentimiento.
7 Véanse las consideraciones de Jean-Marie Donegani, en DoNEGANI, 1998.
200 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORlA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX
Pesa igualmente sobre la renovación de este campo la dificultad para pensar re-
ligiosamente al individuo en sociedad. En este sentido se plantean algunas pregun-
tas importantes que los sociólogos y antropólogos han resuelto de manera diversa
en cuanto a la relación individuo-religión-comunidad. 8 La historiografía política
no siempre ha interrogado al individuo desde el punto de vista de su relación con
la religión, a pesar de que ha interrogado frecuentemente (que no siempre profun-
damente) a ese mismo individuo dentro de su relación con la política en el marco
de la historia de la creación del ciudadano. Paradójicamente, en ese sentido, poco
se ha tomado en cuenta lo que podría llamarse la "ciudadanización" de la religión,
proceso que corre parejo con la formación de la conciencia individual ciudadana en
lo político y que tiende a hacer del sentimiento religioso una cuestión personal y,
en esa medida, privada. 9
Sobre la perspectiva de un trabajo comparativo se extiende una dificultad de
otra índole para pensar este campo: la importancia de una historiografía predomi-
nantemente nacional. Por principio de cuentas, el carácter centrado en la dimen-
sión nacional de la mayoría de los estudios suele hacer aparecer como excepciona-
les rasgos que pueden ser comunes. Esto tiene que ver no sólo con la dimensión
nacional de la historiografía, sino también, señaladamente, con su dimensión na-
cionalista. La historia política del siglo XIX latinoamericano ha sido objeto frecuen-
te de enfoques nacionalistas por tratarse de un siglo en que no faltan los momen-
tos considerados "fundadores" de las naciones, empezando por las independencias
con respecto a las coronas ibéricas y siguiendo con los conflictos bélicos que redi-
señaron el mapa de las fronteras políticas de la región; sin omitir las numerosas
guerras civiles en que se enfrentaron a muerte proyectos rivales de nación (republi-
canos vs. monarquistas, liberales vs. conservadores, centralistas vs. federalistas o
provincialistas, entre otros}.
Como puede verse, el obstáculo en sí no es tanto la dimensión "nacional" de
los estudios cuanto la reducción de la problemática a cuestiones nacionales. Esta
dificultad se extiende en dos sentidos: no sólo complica la comparación a escala in-
ternacional, sino que también afecta la comparación en otras escalas: lo regional y
lo local tienen que desembarazarse en primera instancia de los estereotipos gene-
rados por las historias "nacionales" cuya validez a menudo parte de la historia par-
ticular de las capitales.
Aunque las historias regionales se han multiplicado en las últimas tres déca-
das, en lo que respecta a la relación religión-política no siempre han logrado
abandonar los patrones impuestos por la historiografía nacional y suelen repro-
ducirlos a escala. En cambio, cabe señalar que, en esta materia, el interés por mo-
vimientos político-religiosos ha impulsado la historiografía regional. En algunos
de verse el conjunto de ensayos publicados en PRIETO GoNZALEZ y RAM!REZ CAIZADIILA (eds.), 2000.
9 Cfr. DONEGANI, 1998.
HACIA UNA HISTORIA COMPARADA DE LA SECULARIZACIÓN EN AMÉRICA LATINA 201
casos, la propia dimensión del objeto de estudio ha fomentado los trabajos regio-
nales y locales; es el notorio caso del movimiento cristero en México, cuyo estu-
dio ha impulsado las caracterizaciones de regiones como Los Altos de Jalisco. 10
También es preciso recordar que, en casos extremos, la historiografía interesada
por esta escala tiene frente a sí el reto de romper con asimilaciones tan excesivas
como tenaces, entre región y movimientos, pues la importancia y fuerza de los
movimientos políticos con connotaciones religiosas ha provocado incluso la me-
tonimia entre regiones y actores, como sucede en Francia con el movimiento con-
trarrevolucionario de los llamados chouansy el nombre de la región que lo vio na-
cer: la Vendée.
Como otros fenómenos, la relación religión-política no necesariamente se ex-
plica en términos nacionales. Empero, su comprensión no puede ignorar la cons-
trucción del Estado y de las nuevas naciones, por lo menos en lo que a Latinoamé-
rica se refiere. La afirmación también es válida para el espacio europeo, en donde
coexisten viejas y "nuevas" naciones y en donde el catolicismo no es la única reli-
gión dominante. 11 Tan es así que en las naciones occidentales contemporáneas
(sean o no europeas) la cuestión de la diversidad religiosa plantea cuestionamien-
tos a las identidades nacionales y retos mayores a las políticas estatales de los paí-
ses democráticos. 12
En ese sentido, es indudable que la cuestión de la secularización atraviesa la
historia de la construcción nacional, al tiempo que es atravesada por ella. Sin em-
bargo, queda claro que hasta ahora, en estas perspectivas nacionales ha sido privi-
legiada la dimensión institucional de la secularización; dimensión que es, por cier-
to, la más visible y en apariencia la más conflictiva y explosiva. En términos de
historia política, este predominio de la dimensión institucional también obedece a
una concepción tradicional del campo de la política y el universo de lo político.
Con seguridad, la apertura de estas concepciones conllevará transformaciones his-
toriográficas de importancia.
10 No es ésta, por cierto, la única región cristera, sin embargo sí es la más común y fuertemente
identificada como tal. Además de la muy amplia bibliografía que se ha desarrollado sobre la región en
diversas perspectivas -se trata de una de las regiones mexicanas sobre las que más se ha escrito-, el
esrudio, clásico ya, sobre el movimiento crisrero es el deJean MEYER, 1974; la caracterización de la re-
gión alreña clásica también, es la elaborada por FABREGAS, 1986. Cabe aclarar que no presentan estos
autores interpretaciones convergentes sobre el movimiento y su significado.
11 Sobre el rema y la principal bibliografía europea sobre el mismo, puede consultarse con m•-
cuela, en romo originalmente al "fau'4rd' islámico, no es el único caso en que el respeto a la libertad
religiosa parece chocar con los principios históricos rectores del Estado democrático elaborados en con-
textos de menor complejidad del abanico de opciones religiosas. Cfr. GAUCHET, 1998, y también BLAN-
CARTE, 2003.
202 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMffiICA LATINA, SIGLO XIX
El empleo del término "modernidad" en los estudios políticos ha sido muy critica-
do. Sus frutos, sin embargo, en el campo de la historia política, son innegables.
Más aún, es probablemente el análisis histórico-político uno de los campos en don-
de puede aplicarse con provecho y rigor el adjetivo "moderno". Se trata de una
perspectiva desde donde sí es posible responder satisfactoriamente la pregunta ¿qué
se entiende por modernidad? Así, la política moderna es aquella que tiene por su-
jeto y centro al individuo, al ciudadano. 14
Lo que la sociología de la religión ha subrayado en los últimos afios, es la per-
tinencia de elaborar nuevas exploraciones en términos de "modernidad religiosa",
lo cual no deja de sugerir la importancia del cruce de esta noción con la idea de
"modernidad política". En términos del vínculo individual con la religión, lamo-
dernidad introduce un elemento fundamental, como bien lo sintetiza J. Baubérot:
l3 Michel de Certeau fue particularmente agudo a este respecto, precisamente reflexionando so-
bre la escritura de la historia religiosa, cfr. CERTEAU, 1993, en particular el capítulo I, "Hacer historia",
pp. 33-65.
14 Cfr. RosANVALLON, 1992; GUERRA, 1988b.
HACIA UNA HISTORIA COMPARADA DE IA SECULARIZACIÓN EN AMffi!CA IATINA 203
modelos, en particular el de Baubérot; Luc Nefontaine lo hace para el caso belga, Aldo A. Mola abor-
da el italiano; Rodolfo de Roux analiza la laicización colombiana; Fortunato Mallimaci hace un esfuer-
204 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMJ;RJCA LATINA, SIGLO XIX
Secularización, laicidad
zo comparativo sobre América Latina, prefiriendo hablar de "etapas" y no de "umbrales", lo mismo que
Ana María Bidegain, al hablar del Uruguay.
19 TSCHANNEN, 200 l. El autor recoge en este texto las propias conclusiones a que habla llegado
tras el análisis de las que considera principales teorías de la secularización, formuladas entre los años
1960y1970: Bryan Wilson, Peter Berger, Thomas Luckmann, David Marrin, Talcott Parsons, Robert
Bellah y Richard Fenn. Sobre esta discusión, cfr. asimismo TscHANNEN, 1992.
º
2 TscHANNEN, 2001, p. 309.
21 TSCHANNEN, 2001, p. 316.
HACIA UNA HISTORIA COMPARADA DE LA SECULARIZACIÓN EN AMÉRICA LATINA 205
Así la secularización como concepto amplio, que permite considerar desde sus
diversos aspectos la relación entre la sociedad, el Estado y lo religioso, es uno de los
elementos que posibilitan el trabajo de renovación de la historiografía política la-
tinoamericanista.
Con todo y que el término "secularización'' recoge una realidad más amplia, en
sentido cronológico como social, pues permite cubrir un universo que se extiende
mucho más allá del ámbito del Estado (o de las relaciones institucionales) y también
mucho más allá de las reformas ilustradas, es innegable que el término lai"cité-es
obligado en primera instancia citarlo en francés- surgido de la circunstancia his-
tórica francesa y sin equivalente en otras lenguas (salvo, para el castellano, la adop-
ción de su traducción literal como "laicidad", desde hace algunos años adoptada por
autores como Roberto Blancarte), permite un análisis más fino y matizado de la
cuestión política para los siglos XIX y XX -sin desmedro de su utilidad dentro del de-
bate político actual- en todo caso para las sociedades de cultura latina. Siendo, in-
dudablemente, un concepto más restringido, su aplicación al ámbito que le es pro-
pio -el de las relaciones institucionales- tiene no pocas probabilidades de éxito.
La crítica que con mayor sustento se hace del término es su origen histórico
y los límites de la realidad que designa: la /afeité suele presentarse como una reali-
dad francesa y un concepto intransferible. 23 Sin embargo, debe subrayarse que en
muchos aspectos, la relación prevaleciente entre el Estado francés y las institucio-
nes religiosas, en particular la Iglesia católica, al momento de creación del concep-
to lai"cité, es comparable si no equivalente a la observada en las nacientes naciones
americanas del siglo XIX, entre los estados latinos del continente americano y dicha
Iglesia. Así, resulta provechoso medir en términos de laicización los procesos de
construcción institucional secularizada y las relaciones interinstitucionales dentro
de una esfera pública moderna. 24
perspectiva.
206 ENSAYOS SOBRE lA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA IATINA. SIGLO XIX
La empresa debe partir de cuestionar lo que parece una evidencia: ¿Por qué Améri-
ca Latina como territorio comparable? Bastian ha subrayado el interés de una com-
paración amplia del mundo latino:
30 Un ejercicio comparativo en que se combinad análisis de lo poli rico y lo religioso, muy suge-
rente sobre la aplicación de modelos, hecho sobre varios países del cono sur para el siglo XX, es el reali-
zado por Olivier CoMPAGNON, 2003.
31 Sobre el anticlericalismo, véase el espléndido libro de Jacqueline LALOUETIE, 2003, en que se
analiza su importancia para el caso francés.
208 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX
país sobre el tema de la secularización. Todo ello, claro está, no puede sino conce-
birse dentro de un marco histórico dinámico. Por lo mismo, el ejercicio compara-
tivo de estos puntos, no puede prescindir de una cronología básica común en que
se inscriba cada uno de los temas sefialados.
El desarrollo de una comparación basada en los puntos anteriores y formula-
da desde la perspectiva de la historia política, no obsta sino antes bien posibilita
una agenda comparativa centrada sobre lo social y lo cultural, que puede partir de
considerar el grado de cristianización de los diversos territorios, así como los luga-
res y formas de las prácticas religiosas, por ejemplo. Algunas de estas esferas en pro-
ceso de diferenciación funcional han sido estudiadas ya teniendo la secularización
como referente: es el caso de la educación, del funcionamiento de la economía y
de la salud pública. Sin embargo, en la mayoría de los casos no se cuenta con estu-
dios comparativos entre países, sino que el marco sigue siendo nacional o regional.
Se esboza así el objeto de la comparación: un primer nivel institucional, aquel
que correspondería a la historia política de la construcción institucional, y en el que
converge también la historia de las relaciones internacionales. Se trata de los pro-
cesos de constitución de esferas diferenciadas propia de la modernidad, que en no
pocos casos -mas no en todos- resulta de una política voluntarista de aplicación
de un modelo de Estado y pasa por episodios violentos. Este primer nivel permite
evaluar el proceso de secularización en el marco de la formación de las naciones la-
tinoamericanas, su papel en la constitución de los nuevos estados, y en el triunfo
relativo de un modelo de Estado laico, en donde el anticlericalismo juega un papel
de primer orden. Sobre este primer nivel interesado en las relaciones interinstitu-
cionales, pueden enseguida plantearse otros niveles de comparación que tengan por
eje el proceso de secularización en perspectiva propiamente social y cultural.
La comparación puede ser especialmente fructífera para los países de la región
entre el momento de las independencias y la aparición de los primeros movimien-
tos políticos abiertamente confesionales en las primeras décadas del siglo xx, mo-
vimientos estos últimos, que no se entienden fuera de un contexto secularizador.
Partiendo de un balance adecuado, y sobre una agenda específica, la comparación
puede extenderse sobre el conjunto del siglo xx.3 2
LA HISTORIA DE LA SECULARIZACIÓN,
UNA NUEVA HISTORIA DE LO POLÍTICO
Desde el punto de vista de las relaciones múltiples entre religión y política, para la
historia latinoamericana contemporánea (en su conjunto y de manera individua-
32 La propuesta de esta agenda para la comparaci6n sobre el siglo XX no es objeto de estas pági-
nas. En cambio, un esfuerzo ya ha sido realizado desde la perspectiva de la sociología de las religiones,
por varios autores, como F. MALLJMACI y J.-P. BASTIAN, ambos en BASTIAN, 2001.
HACIA UNA HISTORIA COMPARADA DE LA SECULARIZACIÓN EN AMÉRICA LATINA 209
!izada para cada uno de los países de la región), la secularización es, con toda segu-
ridad, un eje fundamental. La renovación de su estudio se impone, no sólo por ha-
berse tornado más compleja la historiografía "circunvecina", sino porque los avan-
ces de otras disciplinas confirman la necesidad de ir más a fondo en la comprensión
de esa relación, dejando particularmente a un lado la concepción de la seculariza-
ción como "progreso" para anafizarla como un complejo proceso político, social,
cultural e indudablemente también religioso. Una renovación, por esta vía, que
presenta beneficios mutuos para la historia política en general y para la historia de
la secularización en particular.
No cabe duda que todavía la historia política tiene mucho que aportar a una
mejor comprensión de este campo historiográfico: aunque pudiera parecer lo más
clásico considerar como actores políticos a los que intervienen en la historia de la
secularización, en realidad está aún pendiente una historia que haga una aproxima-
ción más fina a estos actores, considerándolos en su diversidad, más allá de (y po-
siblemente rompiendo con) las etiquetas y categorías heredadas de la simplificación
del debate político decimonónico. Entendiendo, además, a los actores políticos en
un sentido muy amplio, lo que implica tomar en cuenta factores sociales y cultu-
rales que, si no los determinan, sí ejercen sobre ellos una importante influencia.
Por su parte, la historia de la secularización contribuye a renovar los estudios
del Estado y de la sociedad política, desprendiéndose de una serie de estereotipos
legados por una historiografía demasiado militante y de los que, como bien lo ha
señalado Josefina Vázquez, 33 aún no logramos desprendernos. Comparar los pro-
cesos de secularización puede contribuir a lograr una mejor comprensión de los ac-
tores políticos (tema sobre el que existen ya avances) 34 que permita analizar el com-
plejo mosaico del liberalismo, la complejidad no menor del conservadurismo y los
numerosos puntos de cruce entre ambos. Eso implica una mejor comprensión del
siglo XIX en términos políticos.
Desde la perspectiva de la historia política de las relaciones internacionales, la
mejor comprensión de la construcción de relaciones entre el Vaticano y América
Latina, mucho puede aportar a una perspectiva de conjunto, no sólo para un me-
jor conocimiento de la historia de estos países, sino para el análisis de la construc-
ción de una política internacional por parte del papado tras la caída de los estados
pontificios y sus nuevas estrategias de inserción en el concierto internacional de na-
ciones. Es innegable que sobre este tema puede formularse un programa de inves-
tigación muy amplio.
La construcción de esferas separadas para el desarrollo de la actividad política
y la expresión del sentimiento religioso en las naciones latinoamericanas es pues,
uno de los aspectos que mejor pueden constituirse como ejes para una historia
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115-133.
CATOLICISMO CÍVICO, SUBJETIVIDAD DEMOCRÁTICA
Y PRÁCTICAS PÚBLICAS EN LATINOAMÉRICA
DECIMONÓNICA
CARLOS FORMENT
Revisar d escenario público latinoamericano desde mediados dd siglo XVIII hasta fi-
nes del XIX me ha llevado a creer que -en su desarrollo- la identidad, la naciona-
lidad y la vida asociativa estaban relacionadas entre sí en formas que todavía no han
sido abordadas por los estudiosos de la región. Ciudadanos de todas las extraccio-
nes sociales en México, Perú, Cuba y Argentina organizaron miles de asociaciones
en la sociedades civil, económica y política y en la esfera pública, proporcionando
un lugar donde transformarse a sí mismos, para dejar de ser súbditos coloniales de
España y convertirse en los ciudadanos democráticos de una nación soberana.
El desarrollo de la identidad, el nacionalismo y la democracia en América La-
tina fue peculiar en varios sentidos. En primer lugar, fue radicalmente desarticu-
lado. Los ciudadanos confirieron su sentido de soberanía a cada uno de ellos, en
forma horizontal, en lugar de hacerlo en forma vertical a las instituciones de go-
bierno; de este modo se produjo una desarticulación entre las prácticas cotidianas
y las estructuras institucionales. En segundo lugar, fue radicalmente asimétrico.
Los ciudadanos practicaban la democracia en la sociedad civil más fácil e intensa-
mente que en cualquier otro terreno público (como la sociedad económica, la so-
ciedad política o la esfera pública), provocando que la vida pública en la región
fuera desequilibrada. En tercer lugar, fue radicalmente fragmentario. Los latino-
americanos fueron el primer grupo de ciudadanos en el Occidente moderno que
fracasó al intentar conciliar la igualdad social con las diferencias culturales, llevan-
do a que la vida pública estuviera fisurada socioémicamente. En cuarto y último
lugar, la vida democrática en América Latina fue culturalmente híbrida. El catoli-
cismo fue el lenguaje de la vida pública en la región; los ciudadanos utilizaban sus
recursos narrativos para producir nuevos sentidos democráticos a partir de viejos
términos religiosos, fundiéndolos para crear un vocabulario alternativo que llama-
remos "catolicismo cívico". Algunos de estos rasgos también son perceptibles en
otras democracias occidentales, pero sólo en América Latina aparecieron los cua-
tro a la vez y en forma pronunciada, creando una forma única de vida que sigue
siendo visible en la actualidad.
Mi exposición tiene dos partes. En la primera examino la narrativa católica uti-
lizada por los latinoamericanos para comprenderse y expresarse a sí mismos. Mu-
chos de los términos que reviso -pasión, razón, libre albedrío, etc.- fueron intro-
[213)
214 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POL!TICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
ducidos en el léxico moral por San Agustín, tal como argumenta Charles Taylor en
Sources ofthe Self En América Latina, sin embargo, estos términos eran pronuncia-
dos de otro modo, en buena medida debido al contexto colonial. En la segunda
parte de la exposición examino los recursos sociopolíticos que los latinoamericanos
utilizaron para dar forma institucional a la vida pública. Una Vf':l. más, para enten-
der sus peculiaridades debemos tener en cuenta el legado colonial. En ambas sec-
ciones de mi discusión voy a sugerir de qué modo la experiencia de América Lati-
na sirve para alterar la concepción que el Occidente moderno tiene de sí mismo, en
tanto se basa en nociones de identidad, nacionalidad y democracia.
De acuerdo con Charles Taylor, San Agustín es en gran parte responsable de haber
iniciado el debate sobre la identidad cuando sugirió que los humanos son únicos
en su capacidad de introspección y reflexividad radical. Para Agustín, el sujeto no
es ni un reflejo -a la manera de un espejo- ni una manifestación epifenomenal
de los cambios ocurridos en los mundos cósmico, natural o social. 1 Los pensado-
res posteriores, incluyendo a Descartes, Locke, Rousseau e incluso Foucault traba-
jaron bajo su sombra aun cuando buscaban romper con él. 2
Los latinoamericanos coloniales utilizaron la terminología católica para dar
una forma definida y texturada a sus acciones. Los recursos narrativos que utiliza-
ron eran notablemente distintos de los desarrollados por Agustín y los pensadores
postagustinianos. Pero ames de resaltar estas diferencias es preciso entender sus
coincidencias básicas. Como cualquier gran narrativa, el catolicismo está compues-
to por muchas pequeñas historias que parcialmente se superponen y confluyen
para formar una única y compleja trama mayor. Es imposible discutir la narrativa
católica en unos pocos párrafos, de manera que voy a concentrarme en un único
tema recurrente: la relación entre el "determinismo divino" y la "agencia humana".
El quid de la cuestión es éste: se supone que Dios acompaña al fiel a lo largo de su
peregrinaje en la tierra; sin embargo, se considera a cada persona responsable por
la dirección concreta que toma su propio viaje. 3 Al crear a los seres humanos a su
imagen y semejanza, Dios les concedió la razón, y espera que tomen una parte ac-
tiva en la difusión de su palabra en el mundo.
Pero en las narrativas católicas los humanos también son considerados defec-
tuosos y pecadores; y muchas veces son incapaces de ejercer sus facultades raciona-
1 Charles TAYLOR, 1989, Sources ofthe Self, Cambridge: Harvard University Press, pp. 128-129,
Ft racional
Determinismo divino
Gran Brttafta
Pasiones irraciona"5
Racionalismo steular
Francia jacobina 1 Nuclco
111 11 s,mipcri~ria
Estados Unidos
111 P'rifcria
les para vencer sus propias pasiones. En las conmovedoras palabras de la gran mon-
ja y poetisa mexicana, Sor Juana Inés:
4 Sor Juana Inés DE LA CRUZ, 1999, ªDe amor y discreción", Obras completas, pro!. Francisco
Momcrde, México: Siglo XXI Edirores, p. 112.
5 Hcrbcrt A DEANE, 1963, The Po/itical and Social Ideas ofSt. Augustine, Nueva York: Colum-
bia Univcrsity Press, pp. 44-56.
216 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLfTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
Esta tensión entre la fe racional y las desordenadas pasiones no era sólo un di-
lema individual; era parte de la cosmovisión católica (diagrama 1). Desde una pers-
pectiva católica, el mundo estaba dividido en tres regiones: núcleo, semiperiferia y
periferia, y el lugar ocupado por los diversos países estaba dado por la relativa ca-
pacidad de su pueblo para usar la fe racional y aplacar las pasiones irracionales.
COSMOVISIÓN CATÓLICA
La España imperial y Portugal eran los únicos países en el sistema que habían al-
canzado un equilibrio entre ambos. A medida que uno se movía desde el centro ha-
cia la semi periferia y periferia, la capacidad para la fe racional y el libre albedrío de-
clinaba frente a las pasiones irracionales. Si bien los iberoamericanos eran católicos
devotos, carecían de autodisciplina; es por eso que se veían relegados a la semipe-
riferia del sistema. Francia, Estados Unidos e Inglaterra ocupaban la periferia dado
que propagaban el racionalismo secular, el materialismo y la doctrina de la predes-
tinación -la cual, para los católicos, despojaba a los humanos de su capacidad de
agencia. Los turcos otomanos permanecían fuera de este sistema, ya que nunca ha-
bían entrado en contacto con la única y verdadera religión católica. En otras pala-
bras, eran "infieles" antes que "herejes".
El catolicismo colonial en Hispanoamérica era más que una mera religión de
Estado; era también el lenguaje de la vida cotidiana. Esto no significa, desde lue-
go, que las gentes coloniales fueran menos venales, violentas o corruptas que cual-
quier otro grupo, sino que usaban frases del catolicismo colonial para expresar y
entender sus vicios. A pesar de lo enorme de la meta y los obstáculos que enfren-
taban, los oficiales del Estado y la Iglesia nunca dudaron que, con un entrenamien-
to apropiado y prolongado, los pueblos coloniales podrían convertirse en raciona-
les. El supervisor de Venezuela, José de Abalos, al término de sus siete años en el
cargo, envió al monarca español un largo, detallado y confidencial reporte en el
cual resumía sus años de servicio. En el mismo anotaba:
Hasta ahora, mis queridos sefiores, se podía decir que las Américas habían estado en
su infancia ... pero ahora, con el paso del tiempo, han madurado y crecido, y la mar-
ca que habían heredado de sus mayores se ha desvanecido. Su imaginación está menos
obstruida que antes y es más capaz ... de razonar libremente y sin grilletes. 6
Los pueblos coloniales también usaban términos culturales para describir sus
propios fracasos morales y limitaciones cognitivas, en lugar de utilizar los términos
biológicos, racionales o naturalistas que se hallaban en boga entre los escritores ilu-
6 María T. ZUBIRI, 1990, "El cabildo de Caracas y la intendencia", Actas: Coloquios Internacional
de Carlos I/l vol. III, Madrid, pp. 467-477.
PRÁCTICAS PÚBLICAS EN LATINOAMÉRICA DECIMONÓNICA 217
7 Anronello GERBI, 1973, The Dispute ofthe New World: History ofa Polemic: 1750-1900, trad.
do de las voces, su naturaleza y calidad, vol. III, Madrid, 1737, 1963, p. 133.
9 Gregorio SALVADOR, 1973, Incorporaciones léxicas en el español del siglo XVIII, Oviedo: Lusismos, 1O.
218 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
la palabra sociedad sería algo similar a los lazos entre marido y esposa en un buen ma-
crimonio.10
10José Joaquín FERNANDEZ DE UZARDI, 1968, "Sociedad y policía", Obras de .. ., México, p. 216.
11 Hamilron BERNICE, 1963, Political Thought in Sixteenth Century Spain, Oxford: The Claren-
don Press.
PRÁCTICAS PÚBLICAS EN LATINOAMÉRICA DECIMONÓNICA 219
Dios
Comunidad - - - - - - - - - Gobernante
Si se desea saber qué pasión guía a un individuo ... , procédase del siguiente modo: co-
lóquense las pasiones en cuestión una al lado de otra, y obsérvese cuál guía la acción
de la persona. Esto permitirá comprender sus preferencias e inclinaciones. 12
165-180.
14 TAYLOR, en Sources ofthe Self, no examina el probabilismo, si bien podemos argumentar que
fue la doctrina más importante producida por y para los católicos.
220 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
15 Albert JoNSEN y Stephen TouLMIN, The Abuse ofCasuistry: A History ofMoral Reasoning, Ber-
keley, 1988, pp. 137-227. John Mahoney, The Making ofMoral Theology, Oxford, 1989, pp. 180-184,
225-226, 240. James F. Keenan, S.J ., "Can a Wrong Action Be Good? The Developmenr ofTheologi-
cal Opinion on Erroneous Conscience", Egliu et Theologies, 24 (1993) pp. 205-219. Estoy en deuda
con Keenan por haberme aclarado diversas cuestiones acerca del probabilismo.
16 Juan LoPE DEL Rooó, 1772, Idea sucinta del probabilismo, Lima, pp. 2-3, 42-45, 61-75.
17 "Relación de la causa contra d. Miguel Hidalgo y Costilla, en Colección de documentos para la
historia de !aguerra de independencia de México de 1808-1821, ed., Juan E. Hernández y Dávalos, Mé-
xico, 1877-1882, vol. II, pp. 78-92.
PRÁCTICAS PÚBLICAS EN LATINOAMÉRICA DECIMONÓNICA 221
cráticos de una nación soberana, debían construirse a sí mismos como una comu-
nidad de personas racionales. A mi modo de ver, los movimientos anticoloniales
que recorrieron la región eran parte de una lucha moral y simbólica para decidir si
los latinoamericanos eran o no racionales. Los movimientos masivos organizados
por ellos durante la lucha anticolonial unieron a decenas de miles de guerreros re-
beldes, y esto fue considerado una prueba de que podían disciplinar hasta la más
violenta de las pasiones en pos de una única meta: el autogobierno. Su habilidad
para organizar un gobierno rebelde sirvió como evidencia adicional de que los lati-
noamericanos eran capaces de resolver sus diferencias en un modo racional, por me-
dio de la palabra. Cuando los yankees de New England, los jacobinos franceses y los
cartistas ingleses derribaron el Antiguo Régimen, su grito de batalla había sido, res-
pectivamente, "ningún impuesto sin representación", "libertad, igualdad y fraterni-
dad" y "respeto para los derechos de los ingleses libres". Cuando los hispanoameri-
canos se rebelaron contra España, proclamaban al mundo que se habían convertido
en adultos racionales y merecían unirse a la gran "familia de las naciones".
Inmediatamente después de que México fuera independiente, el escritor satí-·
rico Lizardi publicó una serie de panfletos en formato de diálogo tradicional, los
cuales circularon ampliamente entre la élite y los grupos plebeyos, en la capital y
sus alrededores. En uno de ellos se leía:
El hombre posee tres edades: la niñez, la edad adulta y la vejez. Cuando es niño, debe
ser cuidado y educado; cuando es adulto debe cuidar de sí mismo; en la vejez vuelve a
ser como un niño y debe ser cuidado ... Tal es el orden natural de las cosas y las perso-
nas, y es también el modo en que se desenvuelve la vida política ... Luego de la conquis-
ta, España nos nutrió con su lecbe por 300 años ... Ahora somos adultos y bendecidos
con la virilidad. Éste es un hecbo irrefutable. España, sin embargo, se volvió decrépita;
y no me digan que los viejos tienen derecho a sujetar a los jóvenes para sus necesidades. 18
18 José Joaquín FERNANDEZ DE LiZARDJ, Chamorro y Dominguín: dialogo joco-serio sobre la lnde-
pmdmcia de Amlrica, México, 1821, p. 3.
222 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
El espíritu de asociación es exclusivo del hombre, y es el rasgo que nos distingue de to-
das las otras criaturas de Dios ... Pero en nuestro país (luego de siglos de) despotismo,
se nos han inculcado los hábitos del egoísmo y el fanatismo ... Continuamos preocu-
pándonos sólo por aquéllos en nuestro pequefio círculo e ignorando a cualquier que no
pertenezca a él. Es por esto que permanecemos fríos e indiferentes ante los asuntos pú-
blicos y nacionales, y continuamos evitándonos y huyendo unos de otros. La chispa
asociativa ha permitido a otros países construir escuelas, maquinaria, bibliotecas y con-
tribuido con el desarrollo de la agricultura y la industria, pero en el nuestro permane-
ce moribunda ... 19
activo, egoísta y apático. El primer tipo, si bien minoritario, es responsable de todas las
mejoras que tuvieron lugar en nuestras asociaciones voluntarias. Estas personas man-
tienen la unidad e inculcan en los miembros un sentido del deber y la obligación ... Si-
gue el tipo egoísta. Si bien pagan sus cuentas mensuales, son utilitarios en sus acciones
y nunca participan en los asuntos del grupo ... El último tipo, el apático, ... pretende
ser cívico e iluminista, pero en la vida real se aíslan a sí mismos de los otros miembros
del grupo y eluden sus deberes. Durante los encuentros generales, raramente partici-
pan en discusión alguna, y se cobijan en sí mismos para evitar conflictos.21
19 Discurso pronunciaáo m '4 insta'4dón de '4 Sociedad Económica Patriótica de Amigos del Pais,
Mérida, 1827, pp. 4-6.
20 "Orígenes de las Sociedades Civiles", El Siglo XIX (9 de marzo de 1849) 3; "En qué se diferen-
cian las sociedades civiles de las naturales", El Siglo XIX (15 de marzo de 1849) 4; "Efectos de la Socie-
dad Civil", El SigloX1x(l8 de marzo de 1849) p. 4.
21 "Clasifiquemos", El Socialista (16 de mayo de 1886) p. 2.
PRÁCTICAS PÚBLICAS EN LATINOAMÉRICA DECIMONÓNICA 223
dido tan dramáticamente por la región que los ciudadanos creyeron preciso desa-
rrollar nuevas categorías para clasificarse entre sí en la vida pública.
Taylor argumenta que la narrativa de la identidad en Occidente hunde sus raí-
ces en la tradición católica agustiniana, y luego fue reconfigurada por las tradicio-
nes anglopuritana, republicana francesa y romántica alemana. Pero, cuando los la-
tinoamericanos discutían y practicaban su introspección y su reflexividad, lo
hacían utilizando sus propios recursos narrativos enraizados en el catolicismo cívi-
co. Los hispanoamericanos usaron los términos católicos que circulaban en Euro-
pa, pero en un contexto colonial y alternado fundamentalmente su sentído.
las peculiares características del Estado absolutista, la vida aristrocrática, las relacio-
nes étnico-raciales y las prácticas asociativas durante el Antiguo Régimen.
A fines del siglo XVI, mucho antes de que los Borbones franceses consiguieran
un poder centralizado, el reino español de Castilla había organizado el primer Es-
tado moderno. Castilla exportó e implantó su modelo en América, en una socie-
dad que era débil y se hallaba desorganizada. En América espafiola, el Estado co-
lonial aumentó su capacidad administrativa incorporando a la Iglesia católica y
transformándola en una agencia de gobierno como cualquier otra. A cambio de
asistir a los curas para convertir a los indígenas al catolicismo, los oficiales del go-
bierno tenían el derecho de designar al personal de la Iglesia, controlar sus finan-
zas, dar consejo en cuestiones litúrgicas, juzgar en disputas entre obispos y otros
miembros de la jerarquía, y negociar asuntos políticos directamente con el papa. 22
Los oficiales del Estado y la Iglesia en el Nuevo Mundo mantuvieron un férreo
control sobre la vida pública. A diferencia de las ciudades-estados libres de Euro-
pa, las ciudades hispanoamericanas y sus municipios eran apéndices del Estado. 23
En el Viejo Mundo, la aristocracia había tenido un papel central en la vida pú-
blica. Además de controlar y coartar el poder de los monarcas y preservar la auto-
nomía comunal, la nobleza -especialmente en Inglaterra y Francia- contribuyó
al "proceso civilizatorio", para tomar una expresión de Norbert Elias. Por el con-
trario, Hispanoamérica nunca tuvo, estrictamente hablando, una aristocracia. En
esta parte del mundo la nobleza nunca contó con ninguno de los derechos feuda-
les, los privilegios corporativos y las inmunidades legales (el ban) que sus contra-
partes disfrutaban en el Viejo Mundo. 24 Como una evidencia adicional de su de-
bilidad social y política, recordemos que la burguesía en Hispanoamérica nunca
tuvo nada parecido a un parlamento de estilo inglés, a un Estado general francés y
ni siquiera a las cortes espafiolas; es decir, un lugar desde el cual desafiar al monar-
ca.25 La nobleza en esta región estaba compuesta de advenedizos mineros y merca-
deres que compraban sus títulos para ganar prestigio. Eran ridiculizados por sus pa-
res y por los plebeyos, socavando la ya magra autoridad cultural que poseían.
22 Mario GóNGORA, 1951, El Estado en el derecho indiano, Santiago: Editorial Universitaria; Maga-
li SARFAlTI LAAsoN, 1966, Spanish Bureaucratic Patrimonialism in America, Berkeley: Institute oflnrerna-
tional Scudies, Univcrsity of California; David A. BRADING, "Bourbon Spain and its American Empire",
Cambridge History ofColonial Spanish America, vol. I, Leslie Bethell ed., Cambridge, 1984, pp. 112-162.
23 John LYNCH, 1958, Spanish Colonia/Administration: 1720-1810; ThelntendantSystem in the
Viceroyalty ofthe Rio de la Plata, Londres; David BRADING, 1971, Miners and Merchants in Bourbon Me-
xico: 1763-1810, Cambridge: Cambridge University Press; John PRESTON MooRE, 1966, The Cabildo
in Peru under the Bourbons: 1700-1824, Durham: Duke Universiry Press.
24 Mario GóNGORA, 1970, Encomenderos y estancieros: 1580-1660, Santiago: Universidad de Chi-
le, pp. 118-127; Doris M. LADD, 1976, The Mexican Nobility at Independence: 1780-1826, Austin: The
Univcrsiry ofTexas Press, pp. 4-7, 17-18, 56-62; Guillermo LoHMAN VJLLEiqA, 1967, Los americanos en
las órdenes nobilarias, vol. I, Madrid, pp. xv-xxxi, lxxix-lxxix.
25 Alexis de ToCQUEVJLLE, 1955, The Old Regime and the French Revolution, trad. Stuart Gilbert,
Nueva York: Doubleday. Para un desarrollo más profundo de este argumento, véase: BARRINGTON Moo-
PRÁCTICAS PÚBLICAS EN LATINOAMl1RICA DECIMONÓNICA 225
En Espafia, hubo una fraternidad entre las familias (nobles), y poseían lazos públicos y pri-
vados con los plebeyos, lo cual les permitía contribuir a sus intereses, atender sus necesi-
dades y las de la sociedad. Estaban conectadas entre sí y con el monarca. Una corriente
eléctrica viajaba a lo largo de toda la cadena que las ligaba, infundiendo en cada persona
un sentido de la dependencia mutua y la reciprocidad que servía para unificar y mantener
un equilibrio político, y que las llevaba a cuidar de los intereses civiles de las otras ... En
América ha ocurrido lo opuesto. Cada familia se considera una isla aislada en el medio del
mar; cada una se preocupa sólo de sus propios asuntos. Los ciudadanos no colaboran, y
los lazos que han desarrollado son hacia los oficiales (coloniales) y magistrados ... Esto ha
hecho a los segundos arrogantes y ambiciosos, y a los primeros débiles y lisonjeros. 27
RE Jr., 1966, Social Origins ofDictatorship and Democracy: Lord and Peasant in the Making ofthe Mo-
dern World, Boston: Beacon Press, pp. 415-420 y Brian DOWNING, 1991, The Military Revolution and
Political Change: Origins ofDemocracy and Autocracy in Early Modern Europe, Princecon: Princeton Uni-
versity Press, pp. 11-13.
26 John KlcZA, 1984, Colonial Entreprmeurs: Family and Business in Bourbon Mexico City, Albu-
querque.
27 Vicente CAJ;¡ETE Y DoMINGUEZ, C'4mor de '4 lealtad americana, Lima, 1810, pp. 2-9.
28 Cissie FAICHILDS, 1986, Domestic Enemies: Servants and their Masters in Old Regime France,
Baltimore: Johns Hopkins Press y James R. LEHNING, 1995, Peasant and Frmch: Cultural Contact in Ru-
ral France during the Nineteenth Cmtury, Cambridge: Cambridge University Press.
29 Robert McCAA, Scuart B. SCHWARTZ y Arturo GRUBESICH, "Race and Class in Colonial Latin
Arnerica: A Critique", y John K. CHANCE, y William B. TAYLOR, "Estate and Class: A Reply", Compa-
rative Studies in Society and History, 21 (1979) pp. 421-433 y 434-442 resume la discusión.
226 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POUTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
El deseo de sociabilidad es universal en las colonial españolas, y el odio que divide las
diversas castas de la mayor afinidad derrama gran amargura sobre la vida de los colo-
nos; todo esto se debe únicamente al principio político con que se ha gobernado estas
regiones desde el siglo XVI. (Si alguna Vt:Z. un gobierno ilustrado ganara poder en esta
área) debería sobreponerse a inmensas dificultades antes de volver a los habitantes so-
ciables y enseñarles a considerarse mutuamente como conciudadanos ... Hasta ahora,
la madre patria (España) ha buscado la seguridad en las disensiones sociales ... y ha fo-
mentado incesantemente el espíritu de partido y el odio entre las castas ... De este es-
tado de cosas emerge un rencor que perturba el placer de la vida social. 30
30 Alexander VON HUMBOLDT, 1811, Political Essays on the Kingdom ofNew Spain, vol. I, Londres,
pp. 258-262.
31 Alicia BAZARTE MARTINEZ, 1989, Las cofradías de españoles en la ciudad de México, México:
Universidad Autónoma Merropolirana-Azcapotzalco; Susan Socoww, "Religious Parricipation of che
Porteño Merchanrs: 1788-1810", The Americas, 32 (1976) pp. 373-401; A. Miguel de la Cruz, "Lasco-
fradías de los negros en Lima'' (Ph.D., Ponrífica Universidad Católica, 1985).
32 Adrian VAN Oss, 1986, Catholic Colonia/ism: A Parish History o/Guatemala, Cambridge: Cam-
bridge Universiry Press, pp. 89-91.
PRÁCTICAS PÚBLICAS EN LATINOAMÉRICA DECIMONÓNICA 227
33 /bid.
34 John H. COATSWORTH, 1988, "Patterns of Rural Rebdlion in Latín America", Riot, RebeUion
and &volution: Rural Conf/ict in Mexico, Princeton, pp. 21-62.
35 Michael PoLANYJ, 1966, The Tacit Dimmsion, Garden City: Doubleday, pp. 4, 87.
36 Hans Georg GADAMER, 1975, Truth and Method, Nueva York: The Seabury Press, pp. xvi, 10-
17, 318-320.
37 Richard SCHECHNER, 1988, Performance Theory, Nueva York: Roudedge, pp. 280, 155, 120,
228 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
se unos a otros los distintos modos de practicarla. El carácter rutinario de estas per-
formances las volvió actos miméticos, un "comportamiento realizado dos veces",
permitiendo a los ciudadanos transformar sus preocupaciones particulares en otras
intersubjetivas. En Hispanoamérica, el que un ciudadano consiguiera o no dejar
sus hábitos autoritarios y adquirir los democráticos dependía totalmente del tipo
de prácticas morales que existían dentro de cada asociación.
CONCLUSIONES
A esta altura de la exposición querría hacer una pausa y resumir los rasgos distinti-
vos de la vida pública en Hispanoamérica. En esta parte del mundo, los ciudada-
nos de mentalidad cívica practicaban la democracia en la sociedad civil más fácil e
intensamente que en cualquier otro terreno público incluyendo la sociedades eco-
nómica y política y la esfera pública. Esto tenía razones culturales. Tal como argu-
menté en la sección anterior, los hispanoamericanos usaban términos del catolicis-
mo cívico para expresar lo que Albert Hirschman llama "pasiones" e "intereses", del
mismo modo que los angloeuropeos y norteamericanos utilizaban el puritanismo
y los jacobinos franceses empleaban el republicanismo para expresar los suyos. 38
Los hispanoamericanos se describían a sí mismos como presas de una pasión domi-
nante: la de dominar a los otros. A diferencia de las pasiones menores, como el de-
seo de riqueza, de poder político y de conocimiento, la pasión dominante no po-
día ser domesticada por el mercado, el Estado o las escuelas. En la narrativa del
catolicismo cívico, los humanos eran considerados criaturas sociales, y era única-
mente forjando lazos entre sí que podían contener sus pasiones. Para los hispano-
americanos la manera más efectiva de dominar su pasión dominante era entrando
en la sociedad civil; a diferencia de los franceses -que entraban en la sociedad po-
lítica y confiaban en el Estado para asegurar el orden social-y de los ingleses y an-
gloamericanos -que entraban en la sociedad económica y confiaban en el "dulce
comercio" para domesticar sus pasiones. 39 La sociedad civil era el epicentro de la
vida democrática en la Hispanoamérica poscolonial, y es por esta razón que el es-
cenario público resultaba tan asimétrico y desequilibrado.
Los ciudadanos de mentalidad cívica en toda Hispanoamérica acudían a la so-
ciedad civil, considerándola su "campo interno y espiritual", y cedieron la sociedad
política a los ciudadanos de mentalidad autoritaria por considerarla parte del "do-
194 discute sus cuauo aspectos: temporalidad, escenificación, propósito y audiencia. Véase Jonas BA-
RISH, The Anti-Theatrical Prejudice, Berkdey, 1981 para una historia de la hostilidad teológica hacia la
perspectiva performaciva.
38 Alberc O. HIRSCHMAN, 1997, The Passions and the lnterests: Politica/Arguments far Capitalism
befare its Triumph, Princeton: Universicy Press.
39 ToCQUEVIll.E, 1969, Democracy in America, traducción de George Lawrence, ed. J.P. Taylor,
Garden Cicy, Nueva York: Doubleday, pp. 51, 551-560, y The Old Regimeand the French Revolution.
PRÁCTICAS PÚBLICAS EN LATINOAMÉRICA DECIMONÓNICA 229
40 Mary DoUGLAS, 1966, Purity and Danger, Londres: Routledge & Kegan Paul.
41 Michael J. SANDEL, "The Procedural Republic and che Unencumbered Self", Political Theory,
12: l (febrero, 1984), pp. 91-96.
TENSIONES REPUBLICANAS: DE PATRIOTAS,
ARISTÓCRATAS Y DEMÓCRATAS:
LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS
cepto de sociabilidad que puso en uso para Francia, Maurice Agulhon, véase el trabajo de CANAL 1 Mo-
RELL, 1993. En la misma Revista de Historia se recogen, además, diversos estudios sobre sociabilidades
en el mundo hispanoamericano.
3 Excepción hecha de algunos trabajos pioneros en el ámbito de las sociedades económicas y de
comercio. Me refiero a los de Haydée Farías y sus publicaciones sobre sociedades económicas y en par,
ticular sobre la sociedad económica de amigos del país (1830-1849) y al de Carlos Miguel Llollett so-
bre la sociedad comercial de 1805: FARfAS, 1977. pp. 373-403y1991; LLOLLET, 1968.
4 Salvo en dos trabajos en los cuales abordo tangencialmente el papel jugado por esta Sociedad
durante el periodo de 1811-1812. LEAL CURIEL, 1997, pp. 133-187; 1998, pp. 168-195.
[231)
232 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
confrontación que existió entre las operaciones de la Sociedad y las del Congreso,
una temprana tensión entre dos modelos de república en disputa: el centralismo
supuestamente defendido por la Sociedad en contraposición al modelo federal pro-
pugnado por el Constituyente de 1811. En su época fue percibida como un club
a la francesa o tertulia que fungió como mimo del gobierno.
Y aun cuando abundan datos sueltos sobre esta Sociedad, lo que no se ha he-
cho hasta el presente en Venezuela es la adecuada evaluación del peso político real
que tuvo en la edificación de nuestro primer y precoz ensayo republicano entre
1811 y 1812, y cuál fue la naturaleza de las tensiones discursivo-políticas que se ca-
nalizaron por medio de algunos voceros de la Sociedad Patriótica en el contexto de
la discusión republicana sobre el proyecto de construir un nuevo orden político.
Este trabajo busca subsanar parcialmente esa ausencia y hacerlo desde la perspec-
tiva del análisis de algunos de los debates políticos decisivos que tuvieron lugar du-
rante ese corro tiempo que duró ese primer ensayo republicano venezolano.
Para ello he dividido mi presentación en dos parres: en la primera, que he ti-
tulado Tertulias patrióticas, examino por una parte las distintas percepciones que en
la época de su breve existencia se expresaron en torno a la Sociedad, y por la otra,
evalúo, en secuencia cronológica, las posteriores elaboraciones que entre 1840 y
1988 se fueron forjando sobre este club político en la historiografía venezolana. En
la segunda parte, que titulo Tensiones republicanas, recorro críticamente algunos de
los problemas sueltos que fue dejando la evaluación de esa Sociedad y me detengo
a examinar el sentido que pudo haber tenido la radicalidad que se le ha atribuido a
las acciones de esa tertulia política así como el eventual peso político que su inter-
vención pudo haber tenido en algunos de los debates capitales de ese periodo.
TERTULIAS PATRIÓTICAS
La Sociedad Patriótica de Caracas y sus filiales fue un club político que actuó en-
tre 1811 y 1812 en Venezuela. Nacida originalmente en Caracas fue la asociación
o club de discusión política que mayor alcance y raigambre tuvo durante el breve
año que duró ese intento republicano. No fue la única. Otras tertulias políticas
aparecen mencionadas en distintos documentos, pero apenas se han conservado es-
casas referencias de ellas como para efectuar su deseable reconstrucción.
Sobre el origen de la Sociedad Patriótica se han producido unos cuantos equí-
vocos. Se la confundió con la Sociedad Patriótica de Agricultura y Economía que
había sido instituida el 14 de agosto de 181 O por la Junta Conservadora de los De-
rechos de Fernando VII. No se conoce la fecha exacta de su fundación. Se debe ha-
ber formado entre finales de 181 O y principios de 1811. Y su origen está vincula-
do tanto al regreso de Bolívar de su misión en Londres, a finales de 181 O, como a
la llegada de Francisco de Miranda a Caracas, principiando el año de 1811. Am-
bos fueron miembros afiliados a ella y, sin duda, Miranda ejercería sobre algunos
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 233
ó Véase a título de ejemplo de esa fascinación el registro que se hace en El Patriota de Venezuela
núm. 3 sobre la entrada triunfal de Miranda una vez apagada la primera insurrección de Valencia, en
1811. Se le llamó el Temísrocles de Venezuela. Testimonios de la época emancipadora, 1961, pp. 410-411.
6 "Causa contra el capitán Juan José Liendo, 1813", en Causas de Infidencia, 1960, tomo !, núm.
1815 por Pablo Morillo, copiada en el Archivo General de la Nación y publicada por Manuel Segun-
do Sánchez en El Universa~ Caracas, 1917. Véase GIL FoRTOUL, 1964, tomo!, pp. 223-224; D!AZ,
1961, pp. 90-91.
8 Idem.
9 Idem. Véase también YÁNEZ, miembro que fue de esa Sociedad, 1944, pp. 191-192.
111 Es el caso de don Pedro de Urquinaona y Pardo. Relación documentada del origen y progresos del
trastorno de las provincias de Venezuela hasta la exoneración del Capitán Domingo de Monteverde, (... ),
1820. Urquinaona reproduce los manifiestos de Cortabarría y en el que cito incorpora ese comentario
sobre la sociedad en una nota a pie de página. Véase pp. 185-190, en la edición de 1917. De 200 miem-
bros reseña la revista que publicara en Londres M. Peltier, L'Ambigú ou variétés littéraires et politiques (re-
cueil périodique publié chaque mois par M. Peltier), vol. 36, núm. CCCXVII, 20 de enero, 1812.
11 Se conoce como la insurrección de Valencia, 11 de julio 1811, al primer movimiento de reac-
ción contra la declaratoria de la independencia absoluta. Con la participación de vascos, catalanes, is-
leños, pardos y criollos fue un movimiento que tuvo inicialmente mucho apoyo popular, especialmen-
te entre los pardos, quienes resistieron durante un mes. Fue sometido por las armas bajo el mando de
Francisco de Miranda.
12 El establecimiento fue propiciado por Francisco Espejo -uno de los socios fundadores de la
Sociedad Patriótica de Caracas- cuando ejerció como gobernador político de la provincia de Barcelo-
234 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
ración confiscada a uno de sus miembros, así como la deposición de testigos con-
tra algunos de sus afiliados que recogen las causas de infidencia, ha debido ser una
tertulia muy animada, especialmente en lo tocante a las prácticas ceremoniales para
catequizar la idea repúblicana. 13 Hay registro de las actividades desarrolladas por
una filial en la provincia de Trujillo, una rochela patriótica, según se afirma en una
causa de infidencia. 14 Otra filial se estableció en la ciudad de Barinas y también en
la ciudad de Guanarito, provincia de Barinas, cuyas actividades fueron motivo de
escándalo. 15 El crecimiento del club pacriótico, en comparación con otros cuya
existencia ha debido ser efímera, 16 tal vez pueda explicarse por su periódico, El Pa-
triota de Venezuela, órgano de opinión al cual estaban suscritas todas las filiales. 17
La Sociedad Patriótica de Caracas, al igual que lo harían luego sus filiales, asu-
mió la función didáctica de ser una escuela de patriotismo, entendida para "educar
en las ideas que coincidan a la salud, libertad y mejoras de la patria'' al igual que
"ilustrar en la virtud del ardiente patriotismo, en la verdadera Libertad" .18 Tarea
que ejercería no sólo por medio de los debates reglamentados en tres sesiones se-
manales sino también por la expresión simbólica de muchas de sus acciones, cali-
ficadas por sus contemporáneos como escandalosas, que son las que en buena me-
dida dieron origen a que se les percibiese como un "club jacobino': 19 Asimismo
asumió el papel de órgano vigilante de la regeneración política y de la libertad, tal
como lo expresa el simbolismo de ella -el ojo de la vigilancia- y algunas de las
memorias y escritos en su órgano de opinión, así como algunas de las acciones em-
na e instituyó celebrar reuniones tres veces a la semana, entre las ocho y diez de la noche. Véase "Cau-
sa contra Francisco Espejo, 1813", 1960, II, tomo 32, pp. 83-306.
13 Véase "Causa contra Juan Buscat, 1813", y "Causa contra Francisco Espejo, 1813", en Cau-
sas de Infidencia. 1960, l. tomo 31, pp. 441-496 y Il, tomo 32, pp. 83-306.
14 "Causa contra Don Sebastián Antúnez, 1812", en Causas de Infidencia, tomo!, núm. 31, pp.
265-343.
15 "Causa contra el capitán Maáas Alzuru, 1813", en Causas de Infidencia, tomo!, núm. 31, pp.
497-552.
16 Apenas contamos con el testimonio que ofrecen algunas causas de infidencia acerca de la exis-
tencia de otras tertulias políticas sobre cuyas actividades poco se conoce, aunque funcionaban en para-
lelo a las de la Sociedad Patriótica: a algunos miembros de ésta se les acusaba de pertenecer también a
esas otras tertulias de patriotas más exaltados. Véase "Causa contra el capitán Juan José Liendo, 1813",
en Causas de Infidencia, 1960, tomo!, núm. 31, pp. 553-654.
17 Impreso en la imprenta de Juan Baillío & Co., lugar donde también lo vendían, al igual que
se hacía en la tienda de los patriotas. El periódico debió salir con permiso del superior gobierno como
de hecho sólo podían hacerlo todos los papeles de la época y probablemente sujeto --<:on las ambigüe-
dades del caso-- a las limitaciones impuestas por el reglamento de la imprenta de 1811.
18 El Patriota de Venezuela, núm. 3, en Testimonios de la época emancipadora, 1961 pp. 361-370.
19 Tengo en mente, por ejemplo, las exequias que la Sociedad de Caracas celebrara por Lorenzo
Buroz, uno de sus miembros caído en la defensa de la patria a raíz de la primera insurrección de Valen-
cia, en 1811, El Patriota de Venezuela, núm. 2 en Testimonios de la época emancipadora, 1961, pp. 343-
357. O bien las ceremonias que se realizarían en Barcelona Americana para pasear o plantar árboles de
Libertad, catequizando con ello a la gente. Véase "Causa contra Juan Buscat, 1813", Causas de Infiden-
cia, 1960, 1, tomo, 31, pp. 441-496.
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 23 5
20 Entre ellas destacan la que el 4 de julio de I 8 I I llevara ante el Congreso General de Venezue-
la, exigiendo la declaración inmediata de la Independencia absoluta como opinión unánime de la So-
ciedad, "Discurso re-dirigido por un miembro de la Sociedad Patriótica de Caracas", en El Patriota de
Venezuela núm. 2, Testimonios de la época emancipadora, 1961, pp. 313-324 y en El Publicista de Vene-
zuela, 1811/1859, núm. 12, jueves 19 de septiembre de 1811. O la que elevara la Sociedad Patriótica
de Barcelona Americana el 5 de mayo de 1812, objetando a la Alta Corte de Justicia de haber "faltado
al cumplimiento de sus deberes en la causa seguida contra unos reos de lesa Patria que intentaron tira-
nizarla enarbolando el pabellón del pérfido Fernando VII" y exigiendo, en consecuencia, que ese tribu-
nal se pronunciara "a la mayor brevedad la sentencia que sea conforme a la Ley". Véase "Causa contra
Juan Buscar, 1813", en Causas de Infidencia, 1960, 1, tomo. 31, pp. 441-496, pp. 485-486. O la que
la Sociedad Patriótica de Caracas elevó ante el superior poder ejecutivo para no pasar "en silencio el ries-
go que corre la patria por los abusos escandalosos" de que la autoridad militar recayera en tres herma-
nos de una misma familia; véase "Memoria sobre el poder militar de Caracas dirigida por la Sociedad
Patriótica al Superior Gobierno", en Caracas a 21 de octubre de 1811 en El Patriota de Venezuela, núm.
3, en Testimonios de la época emancipadora, 1961, pp. 385-388. También resaltan, de acuerdo a los tes-
timonios de época, las ruidosas acciones de las barras de los socios de la Sociedad instaladas en el Con-
greso, la destrucción de los símbolos monárquicos, así como las agresiones perpetradas por la Sociedad
Patriótica de Caracas contra la Alta Corte de Justicia, organismo que se vio obligado a devolver las lla-
ves de su sede al Congreso, exigiéndole a éste que limitase las acciones de esa Sociedad. Véase sobre los
"excesos" e "insultos" hechos por los socios la Sociedad Patriótica de Caracas a las personas de la Alta
Corte de Justicia, las sesiones del Congreso de 13 y 15 de noviembre y de 7 de diciembre de 1811 en
Congreso Constituyente de 1811-1812, 1983, tomo!, pp. 151-152 y 155-156.
21 Mercurio Venezolano, 1811/ 1860, núm. III, marzo, 1811, pp. 21-23, Caracas, 1960.
22 fdem.
236 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMÉRJCA LATINA, SIGLO XIX
23 "Causa conua Francisco Espejo, 1813", 1960, JI, tomo 32, pp. 83-306.
24 Sobre la estratificación de los pardos véase el magnífico trabajo de PELLICER, 2003.
25 Nota anónima dirigida a Domingo de Monteverde, la cual fue remitida a Madrid en 1815 por
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 237
Pablo Morillo, posteriormente copiada en el Archivo General de Indias y publicada por Manuel Segun-
do Sánchez en el periódico El Universal, Caracas, 1917. Citado por Gil Fortoul, op. cit., pp. 223-224.
26 Ídem.
27 YANEZ, 1840, 1944, pp. 191-192. Esta obra fue originalmente publicada, sin el nombre del
autor, en 1840. Señala Lino Duarte Leve! que Yánez, abogado y diputado del constituyente de 1811,
fue miembro activo de esta Sociedad. Véase DuARTE, 1911.
28 YANEZ, 1840, 1944, pp. 191-192.
29 Relación documentada del origen y progresos del trastorno de las provincias de Venezuela hasta la
exoneración del Capitán Domingo de Monteverde, 1820. He consultado la edición que publicó la Biblio-
tcea Ayacucho bajo el título Memorias de Urquinaona, Madrid, 1917, pp. 185-190. Téngase presente
que Urquinaona habla pasado y se detuvo un tiempo en Venezuela cuando fue designado en 1812 por
la Regencia como comisionado para la pacificación de Nueva Granada.
238 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
una sociedad que se llama a sí misma patriótica, compuesta de unos 200 individuos,
entre los que se encuentran muchos franceses, gentes de mala reputación, de inmora-
lidad infame y que sólo pueden salir de su oscuridad por medio de una revolución ( ... )
Esa misma asociación es la que el 19 de abril de 1811 ofreció en las calles y plazas pú-
blicas de Caracas un espectáculo infame y vergonzoso (. .. );los excesos de estos faná-
ticos, predicadores del jacobinismo que no pudieron, contra sus deseos, proclamar ese
día la independencia absoluta. 32
Otro extranjero, de visita por Venezuela, asistió como espectador a las sesio-
nes de la Sociedad. Robert Semple, comerciante escocés, llegado a La Guaira en
noviembre de 181 O, quien recorrería el país durante 1811. Toma como ejemplo las
actividades de esta sociedad para argumentar acerca de la "perniciosa influencia
que ejercen los club políticos así constituidos". El así constituido significa que el
dicho club había sido constituido por sí mismo para tratar de temas políticos y
-agrega este observador escocés- "con frecuencia discute con muy poca reserva
las medidas o lo que, según sus miembros, deberían ser las medidas de su propio
gobierno". 33 Semple se hace igualmente vocero de la amenaza jacobina:
30 "Recueil périodique" que se publicaba en Londres los días 1O, 20 y 30 de cada mes por M. Pel-
tier. Hasta el presente me ha sido imposible determinar la identidad de Monsieur Peltier.
31 L'Ambigu, 1812, vol. 36, CCCXVI, enero, p. 39 (la traducción es nuestra).
32 Ibidroz, p. 102 {la traducción es nuesua). Nótese de esta última cita que la fuente del reporte
le proporcionó los medios de caldear el espíritu del bajo pueblo; y sus discursos (... )
contribuyeron al éxito de sus proyectos. ( ... );se hizo de numerosos partidarios, esco-
gidos entre aquellos que se sentían descontentos con la altanería de los mantuanos. De
ello nacieron dos partidos muy bien delimitados: el de Miranda y el de la alta noble-
za. Pero este último llevaba dentro de sí los gérmenes de la desunión; y las miras am-
biciosas de alguna de las principales familias, favorecieron involuntariamente las ma-
niobras de Miranda. 36
34 Ídem.
35 Federico D. Mcycr estableció en Caracas, en I8I l, una Escuela de Anatomía en cuyo progra-
ma se incluía la disección de cadáveres. Para ello contó con el apoyo del gobierno. Véase Diccionario de
historia de Vmezue/a, 1988, tomo 11, pp. 920-921.
36 PoUDENX Y MEYER, 1815-1974, pp. 119-120.
~ Memorias del Regmte Heredia, 1986, p. 42, 1986.
240 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
De la suerte del jacobinismo de este club dará cuenta Heredia señalando que
amedrentaba a los diputados del Congreso "por medio de los gritos y amenazas de
los espectadores, obligándolos a hacer adoptar las resoluciones, que ella había discu-
tido y acordado antes en sus reuniones nocturnas donde se oían los mayores deli-
rios''.38 Uno de esos delirios de los patriotas exaltados -narra Heredia- fue la de-
claratoria de la independencia absoluta, proyecto inoportuno y anticipado, finalmente
lograda gracias a las "imprudentes hostilidades de la Regencia, y la conducta de Cor-
tabarría, tan opuesta a los medios de negociación". 39 Pero del jacobinismo también
se hace vocero la propia Sociedad Patriótica por medio de su periódico El Patriota de
Venezuela, en el cual se insertan unas carcas ficticias que un tal Juan Contierra, firma
no menos ficticia, dirigía a un imaginario amigo Enrique, en las que analizando las
cuatro acepciones que se debatían en Venezuela sobre la voz patriota, ridiculizaba a
los patriotas aristócratas -así llamados porque odian a los europeos pero aman los
galones, los honores y la figuración en la República-, que era quienes empleaban los
"epítetos de sansculottes, sin camisas y de jacobinos" para referirse a los "pobres, a los
que se quejan de los vicios de los aristócratas, a los que hablan con claridad, a los que
apetecen la felicidad de la patria'', e.g. el propio club de la Sociedad Patriótica. 40
Por su parte, José Domingo Díaz, médico caraqueño promonárquico, quien
había fundado junto con Miguel José Sanz el primer periódico no gubernamental
en Venezuela, el Semanario de Caracas, embestirá contra el igualitarismo de castas
de este club así como contra sus excesos e influencia sobre el Congreso. En sus Re-
cuerdos sobre la rebelión de Caracas señala al sedicioso Miranda como su creador; y
afirma que los jóvenes turbulentos de la Sociedad,
Barlovento. Posteriormente estuvo bajo las órdenes de Miranda y siguió su carrera militar bajo las ar-
mas republicanas. Véase AUSTRIA, 1960, "Estudio preliminar", pp. 13-40.
43 Bosquejo de la historia militar de Venezuela, obra en dos tomos de la que se desconoce cuándo
empezó a escribirla; sólo se sabe que estaba ya impresa para 1855. El primero lo publicó en Caracas, Im-
prenta y Librería de Carreño Hermanos, 1855; del segundo sólo publicó cuatro pliegos conservando el
título del primer tomo, en Valencia, Imprenta del coronel Juan D'Sola, 1857. He consultado el tomo
1 de la segunda edición, publicada por la Academia Nacional de la Historia, 1960.
44 !bidem, tomo !, 1960, p.150.
45 Téngase presente que la declaratoria de la independencia absoluta fue apoyada por codos los
diputados excepto el padre Manuel Vicente Maya, diputado de La Grita, provincia de Mérida, quien
alegó no poseer el mandato de sus electores para poder declararla. La discusión en torno a la argumen-
tación del padre Maya no deja de ser crucial, pues colocó el debate en torno a la manera como se en-
tendían las ideas de representación. Véase sobre la particular sesión del día 3 de julio de 1811 en El Pu-
blicista de Venezuela. 1811-1959, jueves 12 de septiembre de 1811.
46 AUSTRIA, 1960, tomo !, p. 151.
47 !bidem, p. 150.
48 Se insertaron un total de 63 entregas de estas reflexiones, publicadas en la Gaceta de Caracas, en-
242 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
Derechos de la América del Sur y México, que se venían haciendo desde el mes de no-
viembre de 181 O y, en particular, a la entrega que se había reproducido en febrero
de 1811 contra la intolerancia religiosa en España. 49
Justificaba Roscio en esa misma carta el sentido de la inoportunidad de aque-
lla entrega con la que se buscó acallar el ruido del igualitarismo:
El autor de los discursos sobre la América del Sur, por el orden que se había propues-
to, pretendió dar el de la tolerancia política de extranjeros anticatólicos. Aún no era lle-
gada la oportunidad; pero sobrevino cierta efervescencia por el sistema de igualdad o
democracia, original de la tertulia patriótica.( ... ); y fue menester que, en tales circuns-
tancias, saliese a la luz el discurso de Burke en la Gaceta de 19 de febrero para que, do-
blegando la opinión hacia otro objeto extraño para este país, cesasen los movimientos
democráticos, e indiscretas murmuraciones de igualdad.5°
tre el 26 de noviembre de 181 O y el 20 de marzo de 1812. Sobre nota biográfica de W Burke, véase Diccio-
nario de historia de Venezuela, 1988, tomo!, pp. 463-464. Burke, de quien se dice era natural de Irlanda, se
había radicado en Caracas desde 1810. Su presencia en el proceso de Caracas no deja de tener una impor-
tancia política singular como propagandista de la libertad contra Napoleón. Venía precedido de algunas
obras escritas, entre ellas, The Wár in 1805, publicada en Londres en 1806. Como miembro del ejército in-
glés había asistido a "la destrucción de la maquinaria militar creada por el rey Sargento Federico I y perfec-
cionada por su hijo Federico II, por parte de un ejército compuesto por ciudadanos armados y dirigido por
oficiales provenientes de todos los estratos sociales". Este hecho, arguye Fernando Falcón, "será explicado
por Burke en relación directa con la Teoría de la Libertad". Burke va a representar en el ámbito de la pri-
mera república, una de la ues tendencias sobre la defensa y la seguridad, posrulando un modelo de defen-
sa militar inspirado en la experiencia de los triunfos napoleónicos y en el sistema político de los Estados Uni-
dos, basado en las milicias, como el único capaz de asegurar la Libertad. Véase FALCÓN, 2002, pp, 61-92.
49 "Siguen los Derechos de la América del Sur y México por el señor William Burke", en Gace-
ta de Caracas, 1983, vol. Il, martes 19 de febrero de 1811, núm. 20, romo l.
°5 Carta de Juan Germán Roscio a Andrés Bello, Caracas, 9 de junio de 1811, en Epistolario de
la Primera República, romo II, 1960, pp. 196-21 O.
51 La comisión había sido designada por la Junta Suprema e integrada, entre otros, por Francis-
degeneró en mimo del Gobierno, o censor de sus operaciones. (. .. ) este exceso nació
de algunos miembros del Congreso, que lo eran también de la tertulia y que, resentí-
52 Fernando Galindo es sorprendido organizando esa tertulia de pardos cuando era teniente de
granaderos del Batallón de Milicias de Blancos Patriotas de Venezuela. A raíz de ello fue expulsado del
territorio y pasó a Nueva Granada. Posteriormente se reincorpora a las filas militares republicanas y se-
rá él, quien en 1817 sirva de defensor de Manuel Piar en el Consejo de Guerra que le condenaría a
muerte por subvertir las castas. Diccionario de historia de Venezuela, 1988, tomo Il, pp. 231-232.
53 La Junta Suprema Conservadora de Fernando VII, instalada el 19 de abril de 181 O, había ex-
trañado del territorio a los hermanos Ribas a raíz de instigar a los pardos contra los blancos españoles
y canarios con ocasión de celebrarse las exequias en Caracas en noviembre de 181 O.
54 "Carta de Juan Germán Roscio a Andrés Bello", Epistolario de la Primera República, 1961,
tomo II, pp. 196-210.
55 La junta de Fernando Galindo, un teniente de granaderos del Batallón de Milicias de Blancos Pa-
triotas de Caracas, fue una tertulia que se reunía a principios de 1811 "con el objeto de tratar materias de
gobierno y de la igualdad y libertad ilimitadas". El Club de los sin camisa que estableció Andrés Moreno
en su caso en enero de 1811. Téngase presente que Moreno instituye este club, una vez que ha regresado
de Puerto Rico, lugar donde había sido confinado a presidio por el gobernador de Maracaibo, Fernando
Miyares, junto con los dos otros miembros de la comisión designada por la Junta Suprema de Caracas, en-
cargados de persuadir "a los hermanos de Coro y Maracaibo" a sumarse a la acción emprendida por la J un-
ta de Caracas de reconocer los derechos de Fernando VII y desconocer el gobierno de la Regencia. En los
salones de la casa de Andrés Moreno se llegó a bailar una de las tantas versiones de la Carmaflola america-
na, compuesta durante la conspiración de Gual y España en 1797, y esta versión, al parecer, fue un arreglo
de los pardos hermanos Landaeta. Véase "Carta de Juan Germán Roscio a Andrés Bello", Epistolario de la
Primera República, 1961, tomo Il, pp. 196-210 y Diccionario de historia de Venezuela, 1988, tomo 1, p. 696.
244 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX
re, de quien se dice que pretendió quemar el retrato de Carlos IV; Juan Buscar, en Barcelona Americana,
a quien se le atribuye haber quemado en la plaza pública los bustos de los reyes y haber roto el retrato de
Fernando VII que colgaba en la Sala Capitular del Ayuntamiento de aquella ciudad y luego haberlo que-
mado en una hoguera, y Francisco Espejo, sobre cuya conducta en Caracas y Barcelona, pesó grueso ex-
pediente en el que los testigos señalan haberlo escuchado proferir gritos de vivas a la independencia y mue-
ras al rey y a España, haber pateado la bandera española y haber "creado una Junta en Barcelona Americana
con el nombre de Patriótica, a imitación del Club de Francia''. Véanse "Causa contra el capitán Marías Al-
zuru 1812-1813", "Causa contra Juan Buscar 1813", en Causas de Infidencia, 1960, I, tomo. 31, pp. 497-
552 y pp. 441-496, y "Causa contra Francisco Espejo, 1813", 1960, II, tomo 32, pp. 83-306.
59 Ídem. Esta práctica la introdujo Francisco Espejo en la filial patriótica de Barcelona America-
na, así como pasear la "bandera republicana por las calles haciendo que los socios de la Sociedad Patrió-
tica concurriesen con coronas de flores fingidas y naturales al paseo". Y la siguió con entusiasmo Juan
Buscar, según señala uno de los testigos deponentes, narrando "que cuando se sacó el árbol de la Liber-
tad por las calles predicaba Buscar lo santo y bueno que era la independencia y su árbol, catequizando
con ello a la gente" en Barcelona Americana. Véasae "Causa contra Juan Buscar 1813", Causas de Infi-
dencia, 1960, I, tomo. 31, pp. 441-496.
60 Véase la alarma que suscitara en Caracas la conducta del padre José Joaquín Liendo y de la cual
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 24 5
EL PATRIOTISMO RADICAL:
LA SOCIEDAD GUARDIANA DE LA REVOLUCIÓN
Los datos sueltos sobre este club político, que abundan en textos publicados entre
1840 y 1988, están marcados por una producción historiográfica que terminó
asentando la idea de la Sociedad Patriótica como la guardiana de la revolución. Las
elaboraciones que se forjaron sobre las actuaciones de este club político se inician
en 1841, año en el cual se publicaba en París, en tres volúmenes, una de las prime-
ras historias de Venezuela de la primera mitad del siglo XIX. Me refiero al Resumen
de la historia de Venezuela desde el año de 1797 hasta 1830, escrita a dos manos por
Rafael María Baralt y Ramón Díaz Martínez. 61 Reproducían Baralt y Díaz el temor
a la amenaza jacobina:
Esta Junta, bien así como en Francia la de los jacobinos y otras tales, había conseguido
atraerse a una gran clientela de activos y bulliciosos oyentes, lisonjeando las inclinacio-
nes populares y defendiendo audazmente los principios de igualdad tan caros al pue-
blo( ... ). El Congreso, por su parte, intimidado con la popularidad de la junta patrió-
tica, y viendo el decidido apoyo que le prestaban muchos de sus miembros, toleraba el
porte descomedido de aquel cuerpo y aun se dejaba influir por él en los negocios. 62
Las sesiones eran públicas y nocturnas y en ellas se declamaba contra la tiranía del Go-
bierno de la Metrópoli,( ... ), indicando como único remedio el ejemplo de los patrio-
tas de Norteamérica. ( ... ).Muchos miembros del Congreso eran acérrimos enemigos
dan cuenca en su contra unos cuantos testigos que alegan haberlo escuchado "siempre con su sistema
republicano por delante, que cogió el retrato de nuestro amado Monarca, el Sr. D. Fernando Séptimo
y le meció por eres veces en el río Guaire" cuando no cargaba puesto un solideo amarillo o la "cucarda
revolucionaria, cantando con mucha frecuencia''. Archivo General de la Nación, sección Causas de Infi-
dencia, como XIX, expediente 2, "Causa formada contra el presbítero Don José Joaquín de Liendo", fS.
37-55 y como II, expediente 1, "Causa contra Francisco Pérez, por revolucionario", fs. 1-60.
61 La primera edición fue realizada en París, 1841. Para este trabajo he empleado la reimpresión
que hiciera la Academia Nacional de la Historia en 1939. Rafael María Baralc, escritor e historiador, na-
cido en Maracaibo en 1810, se incorpora desde muy joven al ejército republicano. Su florecimiento in-
telectual ocurrirá en Caracas a parcir de la década de los años treinta. Allí participó en la Sociedad Eco-
nómica de Amigos del País y colabora como prosista y articulista en la prensa de la época. Tomó parte
activa en la vida política durante los gobiernos de José María Vargas y a partir de 1841 se radica defi-
nitivamente en España donde se sumó a la vida literaria y política de ese país.
62 BARALí y DlAZ, 1939, pp. 74-75.
246 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
de la Sociedad Patriótica, alegando que era otro Congreso 'sin poderes' y que no trae-
ría más que el cisma y la discordia. 63
Después del Tedeum, los habitantes se esparcieron por las calles, con sus vestidos de fies-
ta, adornados sus sombreros con escarapelas de cintas rojas, azules y amarillas. Grupos
de músicos y danzantes recorrían la ciudad, cantando himnos entusiastas; la atravesa-
ron en procesión los miembros de la Sociedad Patriótica con banderas en la mano. 66
Para 1907, José Gil Forcoul publicaba el primer tomo de su Historia comtitu-
cional de Venezuela. Reiteraba allí lo que ya parecía constituir un lugar de interpre-
tación sobre la importancia política de la Sociedad Patriótica:
Iba el Congreso a pasos lentos, sin atreverse a plantear categóricamente la definitiva or-
ganización nacional; y de aquí que el pueblo y algunos diputados prefiriesen asistir a
las sesiones tumultuosas de la Sociedad Patriótica, donde hombres como Miranda, Bo-
lívar, Miguel Peña,( ... ), imitaban la elocuencia fulgurante de los clubes franceses, tro-
naban contra las vacilaciones del Congreso y pedían a diario la inmediata declaración
de Independencia.69
En cuanto a los orígenes de esa Sociedad afirma Gil Forcoul que se había for-
mado a raíz del 19 de abril de 1819, a imitación de los clubes de la Revolución
francesa, e inscribe la acción política de esta Sociedad en el marco de la tradición
política de los "planes republicanos" del movimiento de Gua! y España de 1797 y
los "propósitos autonomistas" de los caraqueños de 1808.70 Ofrece asimismo una
67 Hay que tener presente que la cucarda o escarapela en uso hasta la fecha de la declaratoria de la
independencia absoluta era la que había sido establecida por decreto de la Junta Suprema desde el 19 de
abril de 1810-amarillo, roja y negra-, cuyos colores "significan la bandera española que nos es común,
y el negro nuestra alianza con la Inglaterra". Véase Gaceta ek Caracas, 1983, vol. II, 4 de mayo de 1810.
68 Ídem.
69 GIL FoRTOUL, 1964, romo r. p. 223.
70 Sobre la rrascendencia del movimiento de Gua! y España el trabajo de Pedro Grascs ya es un clá-
sico. Me refiero a La conspiración ek Gua/ y España y el ideario de la indepmdmcia, publicaciones del Mi-
248 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
interpretación sobre el papel jugado por esta tertulia, señalando su marcada ten-
dencia centralista -y entre los que denomina los "corifeos" del centralismo inclu-
ye a Miranda y a Bolívar- en tensión con los partidarios del federalismo estadou-
nidense. 71 Subrayo esta interpretación que ofrece Gil Fortoul y lo hago, por una
parte, porque mediante ella se establece una lectura equívoca sobre las tensiones
que en efecto sí plantearon algunas de las muchas acciones políticas de la Sociedad
durante el primer intento republicano venezolano; tensiones, por el contrario, vin-
culadas a la manera de concebir la igualdad en la república -que fue el gran de-
bate de esta Sociedad- y no precisamente en torno al federalismo. Pero, por otra
parte, porque la interpretación del precoz antifederalismo bolivariano se sostendrá
sobre la base de la condena a la "república aérea y filantrópica'' que en diciembre
de 1812 formulara Simón Bolívar en su famoso texto que se conoce como "Mani-
fiesto de Cartagena de Indias" y será reforzado desde la interpretación del triunfo
de la república por medio de las armas, especialmente del triunfo de la república
"única e indivisible" que postulara el Bolívar de 1819 en Angostura.
En 1908, el general Lino Duarte Leve! terminaba de escribir en Nueva York
su Historia Patria, obra en la cual dedica un capítulo completo a lo que él llamaría
"La Primera Patria''. Fue Duarte Leve! quien introdujo lo que más tarde se conver-
tirá en uno de los grandes equívocos acerca de los orígenes de esta Sociedad, seña-
lando que fue este club un derivado de la Sociedad Patriótica de Agricultura y Eco-
nomía que había instituido la Junta Suprema de Venezuela el 14 de agosto de
181072 y que serían, primero Francisco Espejo y más tarde Miranda quienes le da-
rían el carácter de club político. 73 Citando una diversidad de juicios sobre la So-
ciedad de aquella primera época concluirá reiterando su decisivo papel para lograr
la independencia absoluta, afirmando que:
Cuando los débiles vacilaban y los tímidos se escondían, quedaba sólo en pie la Socie-
dad Patriótica, que( ... ) vino a ser el ariete que día y noche batía el trono español en
Venezuela( ... ) Apenas instalado el Congreso se halló entre dos corrientes: la una que
nisterio de Educaci6n, Caracas, 1978 (segunda edici6n). Allí muestra la incidencia de los textos de la
conspiraci6n en las constituciones de Mérida de 1811, la Federal de 1811, la de Barcelona Americana en
1812 yen la de Angostura en 1819. En cuanto a los autonomistas caraqueños de 1808, véanse los siguien-
tes trabajos: Ricardo BEJARANO, 1925, Orígenes de la Independencia suramericana, Colombia, s.p.i.; Angel
Francisco BRICE, 1968, "Estudio Preliminar", en Conjuración de 1808 en Caracas para la formación de una
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71 GIL FoRTOUL, 1964., pp. 248-252.
72 Gaceta de Caracas, 1983, vol. ll, viernes 24 de agosto de 1810, núm. 114, tomo ll. Esta so-
ciedad comenzaría realmente sus actividades el 23 de febrero de 1812, según lo registra la Gaceta del
25 de febrero del812.
73 DUARTE LEVEL, 1911, p. 266.
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 249
el acto resultó imponente. Miranda iba a la cabeza llevando un gran pendón amarillo
que desde entonces vino a ser la divisa de los republicanos; en contraposición a la de
los espafioles que era roja. Los retratos del rey de Espafia y los emblemas del poder es-
pafiol fueron arrancados y destruidos: por primera vez se gritó en las calles 'abajo el ti-
rano', 'abajo los espafioles'. Los estudiantes quemaron los retratos de Femando VII
(. .. ).Aquel fue el principio de la independencia.75
Un año después, en 1909, Gabriel E. Muñoz borroneó unos "papeles" que hoy
constituyen la única biografía escrita en Venezuela sobre Domingo Monteverde. En
ellos el autor examina retrospectivamente lo que había sido el primer ensayo repu-
blicano de Venezuela. Muñoz poco dice de la Sociedad. Apenas reproduce las im-
presiones que le causaran a un viajero de paso por Caracas, el escritor inglés Richard
Colburn, "algunas de las sesiones tumultuosas de la Sociedad Patriótica'' en las que
se trataba "la separación de su país del reino de España". 76 Muñoz, al igual que lo
harán otros autores, exalta la función de este club "que tanto contribuyó a la decla-
ratoria de la independencia''. 77 El lugar argumental acerca del decisivo papel juga-
do por la Sociedad Patriótica para declarar la independencia se había asentado.
El historiador de la primera república de Venezuela, Caracciolo Parra-Pérez,
publicaba en 1939 la primera edición de su monumental obra sobre esa república.
Haciendo uso de diversas fuentes de época, amén de estudios posteriores sobre el
periodo, entre los que está la obra de Lino Duarte Level, inscribe los orígenes de la
Sociedad en el contexto de las "sociedades de amigos de la Patria'' que se habían
creado en España durante el periodo de Carlos III. La de Caracas se transformaría
en un club político a la francesa por la intervención de Miranda, junto a la del "ar-
diente" Francisco Espejo. 78 De hecho, Parra Pérez, al igual que los autores prece-
dentes, lee en las acciones políticas de la Sociedad Patriótica una creciente tensión
entre los socios de ese club y los "tímidos" diputados del Congreso, presión que se
cia explícita, tanto a la descripción originalmente pintada por Manuel Palacios Fa-
jardo en 1817 como a la reformulada por el general Lino Duarte Leve! en 1908.
No es sino hasta 1968 que se aclarará la confusión que había introducido
Lino Duarte Leve! entre la Sociedad Patriótica de Agricultura y Economía crea-
da por la Junta en 1810 y el club político que se llamó la Sociedad Patriótica.
Carlos Miguel Lollet, en un estudio sobre la bolsa de comercio en Venezuela, se
encargará de disipar, a partir de un acucioso trabajo de archivo, los equívocos
que condujeron a tal confusión. 85
El médico e historiador José Rafael Fortique publicaba, en 1969, una biogra-
fía de Vicente Salias, miembro conspicuo del club político de la Sociedad y uno de
los redactores del periódico El Patriota de Venezuela. En ella afirma, sin referir fuen-
te alguna, que las actividades de esta Sociedad fueron casi nulas durante el año de
181 O, pero una vez llegado Miranda a Venezuela, "se dio a la tarea, en las prime-
ras semanas de 1811, de transformarla en una institución llena de vitalidad donde
los asuntos políticos eran tratados muy crudamente( ... ). La Sociedad se convirtió
entonces en una especie de foro popular, reunión de los jóvenes radicales de Cara-
cas, donde efectuaban sesiones de encendido tono". 86 Fortique recurrirá a los lu-
gares historiográficos que ya se han asentado: la impaciencia revolucionaria de la
Sociedad para apurar la declaratoria de independencia, la radicalidad de la tertu-
lia, la presión que ejerciera sobre el Congreso.
Para 1970 aparecía la primera edición de la Historia fundamental de Venezue-
la del historiador José Luis Salcedo-Bastardo. 87 La obra ratifica el papel de radica-
lismo separatista jugado por la Sociedad Patriótica de Caracas y su presión sobre la
Junta Suprema. Evalúa también la actuación de Miranda en dicha Sociedad, la cual
-señala Salcedo- "utiliza como medio y es por obra de Miranda que la Sociedad
BS L!.OlLElT, 1968. El club político llamado Sociedad Patriótica-explica Lollet- no fue, como
han creído muchos historiadores, "una transformación revolucionaria de la que había creado el gobierno
supremo". Véase el expediente: "Caracas, 1805", expediente obrado sobre el establecimiento de una casa
de Bolsa y recreo de comerciantes y labradores en esta ciudad". Entre las confusiones que disipa están: pri-
mera, que la Sociedad Patriótica nada tuvo que ver con una anterior a ella, llamada Sociedad de Amigos
del Comercio que se había esrablecido en 1805; segunda, que tampoco guarda relación alguna con la pos-
terior Sociedad de Agricultura y Economía, creada por Roscio y la Junta de Gobierno de 1810. El equí-
voco se produce --explica este autor- en parte por el nombre de la esquina y calle de Sociedad, así lla-
mada por haber sido la sede de la antigua Sociedad de Amigos del Comercio instituida en 1805, y algunos
historiadores creyeron que el origen del nombre de esa esquina y calle se debía a que allí había funciona-
do el club político de la Sociedad Patriótica. Ésta en realidad operó desde la esquina de Las !barras, en la
casa que habitara el depuesto presidente, gobernador y capitán general de la provincia de Venezuela, don
Vicente Emparan. Sobre los orígenes de esa confusión, véanse: Key Ayala "Los nombres de las esquinas de
Caracas", en Tradición y tradicionistas: contribución alfolklorr vmey,o/ano, Imprenta Bolívar, Caracas 1926;
C. Clemente Travieso, Las nquinas dr Caracas, Talleres Gráficos de México, 1966 (segunda edición); J.R.
FoJmQUE, Vicente Salias, Editorial Universitaria de La Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela, 1969.
86 FoRTIQUE, 1969, pp. 75-83.
87 Cito aquí la quinta edición publicada por la Biblioteca de la Universidad Central de Venezue-
Patriótica se franquea a los pardos, a los mulatos y hasta a los esclavos; con él están
los jóvenes más vehementes".88
Un año más tarde, 1971, se publicaba en cinco volúmenes la Historia de Yé-
nezuela del historiador Guillermo Morón, quien se hace eco igualmente del peso
de esta Sociedad, de la cual dice que "fue un centro de agitaciones políticas, que
presionó al Congreso para tomar la decisión independentista". 89
Finalmente, en 1988, se publica el Diccionario de historia de Yénezuela. 90 La
entrada que registra sobre la Sociedad Patriótica corrige algunos de los equívocos
precedentes, resefíando que este club patriótico, distinto a la Sociedad Patriótica de
Agricultura y Economía que había establecido la Junta Suprema en 1810, ha de-
bido ser creación de Miranda y Bolívar junto con el francés Pedro Antonio Leleux,
quien había llegado a Caracas en diciembre de 181 Ocomo secretario de Simón Bo-
lívar. Es una organización -sefíalan los autores de la entrada- "de carácter radi-
calmente revolucionario" que llegó a incluir a "morenos". Dicho club realizaba se-
siones en las que participaban todas las clases sociales al igual que contó con la
asistencia de mujeres y sirvió para ejercer presión ante las "personas timoratas que
expresaron su preocupación de que la independencia abriese la puerta de la anar-
quía". La entrada del Diccionario recoge la habitual narración de los excesos de esta
Sociedad en relación con los festejos del primer aniversario del 19 de abril, sefía-
lando que los socios levantaron un árbol de la libertad para conmemorar la fecha
y expusieron en la fachada de su sede "retratos de Manuel Gua! y José María Espa-
ña, identificándose así la organización con las ideas igualitarias de los promotores
del movimiento revolucionario de 1797" .91
Relata igualmente la percepción de las tensiones entre el Congreso y la Socie-
dad, interpretación que ofrece e ilustra a partir de la primera intervención pública
que se conozca de Bolívar, quien pronunciaría ante la Sociedad un vehemente dis-
curso en el cual negaba la idea de la existencia de dos congresos:
No es que haya dos Congresos. ¿Cómo fomentarán el cisma los que conocen más la
necesidad de la unión?( ... ) Se discute en el Congreso nacional lo que debiera estar de-
cidido. ¿Y qué dicen? Que debemos comenzar por una Confederación, como si todos
no estuviéramos confederados contra la tiranía extranjera. Que debemos atender los re-
sultados de la política de España, ¿qué nos importa que Espafia venda a Bonaparte sus
esclavos o que los conserve, si estamos resueltos a ser libres? ( ... ) ¡Que los grandes pro-
yectos han de prepararse en calma! Trescientos años de calma ¿no bastan? La junta pa-
en efecto, los retratos de Gual y España fueron los símbolos que presidieron la sala de reuniones de la
casa donde funcionaba la Sociedad Patriótica.
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 253
triótica respeta como debe al Congreso, pero d Congreso debe oír a la junta patrióti-
ca, centro de luces y de todos los intereses revolucionarios. 92
Ese discurso será la piedra angular sobre la que se perfilará la idea, que ya he-
mos apuntado anteriormente, del choque entre el Congreso "dite timorato" y la
"revolucionaria" Sociedad Patriótica.
Del recorrido propuesto a través del examen sobre la manera como fue perci-
bida en su época la Sociedad Patriótica y la posterior producción historiográfica de
los siglos XIX y xx, quisiera hacer algunas consideraciones. Por una parte, en lo que
se refiere a la percepción de los contemporáneos de la Sociedad, esa visión conden-
sa ciertas reiteraciones que alimentarán la historiografía posterior. Entre ellas subra-
yo las siguientes: en primer lugar, el uso repetido del calificativo de club a la fran-
cesa o jacobino para describir las actividades de la Sociedad, lo que se discurre en
conexión al miedo a las mezclas de castas heterogéneas, esto es, a la admisión de par-
dos y mulatos en las sesiones públicas de la Sociedad Patriótica; y, ambas, se vincu-
lan a la presencia de Miranda. En segundo lugar, la insistente acusación de las ac-
ciones de la Sociedad como escandalosas está asociado a unas prácticas sociales que
se perciben como prácticas jacobinas; en tercer lugar, el señalamiento de los testimo-
nios relativo a la presión que ejerciera la tertulia patriótica sobre el Constituyente de
1811, particularmente en lo tocante a la declaratoria de la independencia absoluta.
Por otra parte, la elaboración historiográfica del XIX y XX sobre la Sociedad re-
sume un conjunto de lugares argumentales con respecto a esa tertulia política. Me
detendré en dos: primero, todas las presentaciones inscriben la tensión entre el
Congreso y la Sociedad en atención a la premura de la Sociedad confrontada con
la debilidad que le imputan al mismo para declarar la independencia absoluta; de
allí que el discurso que pronunciara Bolívar en una de las sesiones -por cierto,
pieza que ha sido mitificada como parte de la clarividencia que se le ha atribuido
al Libertador- y la reiteración sobre la celebración del primer aniversario del 19
de abril constituyen claves interpretativas para probar el carácter revolucionario de
la Sociedad Patriótica. Esa lectura asume como supuesto no discutido que la decla-
ratoria de independencia fue una consecuencia obligatoria de esa eventual presión
de la Sociedad, y desatiende, por una parte, las tensiones internas del Congreso so-
bre la conveniencia o no de declarar la independencia --que conducen a repensar,
por ejemplo, el alcance y límites de la representación de los diputados tal y como
lo exhiben las intervenciones del padre Maya, diputado por La Grita- y, por la
otra, las posturas individuales de una buena parte de diputados que, no siendo
miembros de la Sociedad, presionaba por una decisión separatista inmediata.
Segundo, la interpretación que ofrece Gil Fortoul en lo atinente a la confronta-
ción federalismo-centralismo como expresión de la tensión Sociedad-Congreso colo-
ca sobre la mesa de discusión de la época algo que sólo será tema de debate posterior,
pues la crítica a la república aérea y filantrópica se produce cinco meses después de ha-
ber caído la primera república. La plantea Bolívar en el Manifiesto de Cartagena de
Indias y uno de sus blancos fue, entre otros, el sistema federal; sin embargo habría que
interrogarse sobre el alcance que ha tenido ese documento para el juicio posterior de
buena parte de los historiadores venewlanos sobre nuestro primer experimento repu-
blicano y, especialmente, la segunda condena -por cierto, en una acción locutiva de
carácter oblicuo-- que formulara Bolívar en el Congreso de Angostura. 93
93 En Venezuela sólo dos historiadores han propiciado una lectura critica de esa condena bolivaria-
na y sus respectivas consecuencias. Véase CARRERA DAMAS, 1960, "Los ingenuos pauicios del 19 de abril
y el testimonio de Bolívar", pp. 47-54, y CASTRo LEIVA, 1991, "La gramática de la Libertad", pp. 59-86.
94 En Venezuela, el tema del republicanismo ha sido atendido principalmente por Luis Castro
Leiva desde la perspectiva de la historia intelectual, quien ha logrado mostrar para el caso venezolano
el proceso de conjugación de diversos lenguajes políticos --el de la sociedad comercial y el lenguaje del
republicanismo cívico-humanista-- durante nuesuo primer ensayo republicano. Y define por lengua-
jes republicanos "un sistema de creencias y deseos, morales y políticos, centrados en una idea sustanti-
va de Libertad: que la libertad sólo es posible en el marco de la forma de gobierno republicana como
una obligatoria participación virtuosa en el cumplimiento de los deberes cívicos". Véase CASTRO LENA,
1989, 1991y1992, "The dictatorship ofvirtue or Opulence ofComerce", pp. 195-240, y 1999.
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 255
95 Sobre la disposición para evaluar el concepto de escándalo en el ámbito del orden colonial véa-
se LEAL CURIEL, 1992, "Los conceptos de orden revelado y escándalo público'', pp. 194-210.
256 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlT!CA DE AM11RICA LATINA, SIGLO XIX
de la ambición de algunos hombres que aparentando ser amigos de los Pueblos, los de-
fensores de sus derechos, se hicieron caudillos de una facción empeñada en odiar y ha-
cerse odiosos a los hombres de bien, calumniándolos e inventándoles delitos y conspi-
raciones contra la libertad del Pueblo. 96
ese monstruo que horroriza nombrarlo, duefio del Pueblo de París porque era dueño
del Club de Jacobinos, ( ... ). El Pueblo francés, quando creía que derramaba arroyos de
sangre por su libertad, forjaba con ella misma las cadenas que artificiosamente les po-
nía el malvado. ¿De qué modo fue engañado este pueblo? Con escritos que ponían la
licencia por libertad y el desenfreno por patriotismo. 97
En ese mismo texto se advierte a los lectores acerca de los peligros que corre
Venezuela de "perecer en la anarquíá' por efecto de los abusos que pudieran hacer
de la libertad los ciudadanos. Y agrega, repitiendo a la lettre, el libro VIII, capítu-
lo Il, De !'Esprit des Lois:
Dos escollos tiene que evitar una República libre, la desigualdad que conduce a la aris-
tocracia y el gobierno de uno solo, y la igualdad extrema que rompe todos los lazos y
vínculos de la sociedad, destruyendo el respeto y consideraciones tan necesarias entre
los Ciudadanos.98
96 Gaceta de Caracas, 1983, vol. III, martes 21 de enero de 1812, p. 4, continuación del "Artícu-
lo comunicado".
97 Ídem.
98 Ídem. Examínese comparativamente la afirmación de Montesquieu en el libro y capítulo refe-
rido: "La démocracie a done deux esces a evicer: l'esprit d'inégalité, qui la mene al' ariscocratie, ou au gou-
vernement d'un Seul; et !'esprit d' égalité extreme qui la conduit au despotisme d'un seul. comme le des-
potisme d'un seul finir par la conquere", p. 244 del tomo I en la edición de Flammarion, París, 1979.
EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 257
para vivir en sociedad es indispensable que unos manden y otros obedezcan; que para
ser felices es muy importante que la autoridad sea depositada en Ciudadanos virtuo-
sos e ilustrados sea el que fuere su nacimiento, que todos los miembros de la repúbli-
ca puedan ocupar ese destino si se hallan adornados de esas cualidades; que no todos
tienen el derecho de elegir porque no todos tienen las circunstancias que se requieren
para llenar ese acto de la soberanía nacional, pero que todos tienen iguales títulos a la
protección del gobierno. 1 1 º
La segunda respuesta proviene de otro autor anónimo, que firma bajo el nom-
bre de Juan Sintrampas, quien arguye detestar "a los falsos demócratas que para ha-
cer papel y fascinar al pueblo son sus más ocultos enemigos; son unos enmascara-
dos egoístas que hablan de democracia para hacerse del aura popular; que gritan
quien supongo, en virtud del contenido de sus cartas, ha debido ser diputado también del Congreso.
En la correspondencia distingue tres acepciones: una, el patriota que según el clero es el hombre que
ama la religión y el Estado pero hace del Estado y de la religión los resortes de la subsistencia y engran-
decimiento de las gentes que se consideran superiores a los demás; dos, los patriotas aristócratas, que
son aquellos que quieren que la patria se conserve segregada de la Metrópoli, que odian a los europeos,
pero que creen que ellos solos han nacido para tener galones, honores y figurar en la república: son los
patriotas para mandar. Y la tercera acepción son los patriotas que mal llaman "sanculottes, sin camisas
y jacobinos" porque son pobres, porque hablan con claridad quejándose de esos vicios y porque sólo
apetecen de la patria su felicidad. Véase El Patriota de Venezuela, núm. 3, en Testimonios de la época
emancipadora, 1961, pp. 381-384.
100 Gaceta de Caracas, 1983, vol. III, viernes 6 de diciembre de 1811, núm. 382, tomo IV.
IOI Ídem.
258 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX
º
para que les den empleos". 1 2 Juan Sintrampas, respondiendo a Juan Contierra, re-
clasifica las acepciones que este diera de la dulce voz de patriota y, apelando a ejem-
plos históricos, señala que patriotas fueron también en Roma aquellos que intriga-
ban para ser edil, tribuno, cónsul o dictador ostentando amar a la República cuando
sólo se amaban a sí mismos; patriotas en Venecia fueron los aristócratas aduladores
del dux, patriotas en Francia fueron Robespierre, Danton y Marat.
El miedo al jacobinismo es el rechazo a la igualdad extrema o absoluta, a la de-
mocracia "quimérica", de la que es acusada incitar la Sociedad Patriótica. Y en ese
sentido, la manifiesta tensión que la historiografía ha querido leer entre el supues-
tamente "timorato" Congreso y la "radical guardiana" Sociedad Patriótica habría
que inscribirla más bien en el contexto del debate sobre la igualdad en la Repúbli-
ca que sustenta dos concepciones antagónicas de República: la aristocracia de las
virtudes que defienden los articulistas anónimos desde la Gaceta de Caracas en con-
traposición con el "ardiente patriotismo" -el patriotismo igualador- por el que
abogan los miembros de la Sociedad Patriótica. 103 La igualdad del ardiente patrio-
tismo, la de los hombres "democratizados" entre sí mediante su amor a la libertad
-la concepción del "sentimentalismo ético" como la definiera Castro Leiva-
pondrá en juego el problema de la igualdad instrumentado por medio de la mar-
cialidad del republicanismo clásico. 104
En lo que concierne a la señalada influencia que este club ejerciera sobre el
Congreso, sólo subrayo que dicha interpretación terminó asentando una conexión
de causalidad entre la declaratoria de la independencia absoluta y las presiones de la
Sociedad Patriótica de Caracas sobre los dipucados. 10 5 Si se examinan con deteni-
miento las sesiones del Congreso y los temas que allí se venían abordando entre mar-
zo de 1811 -mes de su instalación- y el 5 de julio de ese mismo año, fecha que
marca la declaratoria de la independencia absoluta, el debate sobre la independen-
cia aparece concatenado al debate sobre el tamaño de la provincia de Caracas, tema
que se inicia como debate abierto a partir del mes de junio de 1811. 106 Las discu-
º
1 2 Gaceta de Caracas, 1983, vol. JII, martes 17 de diciembre· de 1811.
103 Esta concepci6n se expresa en diversos textos y se pone de manifiesto en más de una prácti-
ca ceremonial. Véanse a título ilustrativo "Reflexiones que se oponen al establecimiento s6lido del go-
bierno democrático en las Provincias de Venezuela y medios para removerlos", discurso cuya autoría se
le ha atribuido a Antonio Muñoz-Tébar quien fuera uno de los presidentes de la Sociedad Patri6tica de
Caracas. O el discurso que pronunciara Francisco Espejo durante el acto de instalaci6n de la Sociedad
Patri6tica de Barcelona Americana. También el discurso de Francisco Espejo durante el acto clvico de
las exequias de Lorenzo Buroz, miembro de la Sociedad Patri6tica de Caracas, caído en combate. Véa-
se El Patriota de Venezuela, núms. 3 pp. 371-377 y pp. 393-394 y el núm. 2, pp. 343-357, en Testimo-
nios de la época emancipadora, 1961.
104 Sobre la tensi6n entre las dos concepciones, la del "sentimentalismo ético" y la de la "ética ra-
siones que suscita revelan que lo que está en cuestión es la desproporción entre el ta-
maño de la provincia de Caracas y el resto de las provincias, con el eventual riesgo
de la tiranía que ella pudiera ejercer en el naciente pacto de confederación. Se discu-
rre muy acaloradamente y sin que falte a la cita el barón de la Brede, el tamaño de
las repúblicas, lo que condujo a la necesidad de repensar las condiciones del pacto en
proceso de construcción y los problemas intrínsecos a la arquitectura del pacto. 107
Lo que quisiera resaltar sobre el punto es que el debate en torno a declarar o
no la independencia, nace en el contexto de discutir la naturaleza del pacto políti-
co que habría de fundar el nuevo Estado y como lo muestran las diferentes sesio-
nes del Congreso no proviene de una presión directa que ejerciera la Sociedad Pa-
triótica sobre el Congreso. Las dudas en el Congreso acerca de la declaratoria de
independencia provienen de otros derroteros, más del orden de la razón pruden-
cial; dudas que se fundan en varios tipos de problemas. Entre ellos, el origen que
justificara la declaratoria: ¿fue la prisión de Fernando VII o fue su abdicación lo
que le hizo perder sus derechos?; la naturaleza del mandato de los diputados elec-
tos: ¿estaban facultados para proceder a tal declaratoria y mudar de gobierno? o
bien ¿tenían un mandato limitado a la formación de un cuerpo conservador de los
derechos de Fernando VII?; o también el problema de ser acusados de perjuros,
pues dos veces se había jurado a Fernando VII, en 1808 y en 1810.
Para concluir, sugiero que lo crucial es reflexionar, más allá de la construcción
que produjo el imaginario del XIX prolongado hasta el siglo XX, acerca del peso que
sí pareciera haber tenido el debate de la supuesta amenaza democrática de esta So-
ciedad en el contexto de dos concepciones de igualdad en la República -la aristo-
cracia de las virtudes que defienden los patriotas anónimos desde la Gaceta de Ca-
racas y la de la patriotismo igualador de El Patriota de Venezuela, que se disputan en
medio de otras disputas por el poder -la pasión de la ambición, para emplear los
términos de entonces--, como parecen mostrarlo algunas de las polémicas mencio-
nadas cuando no los escándalos de muchas de sus acciones públicas. Reubicar ese
debate en el contexto de los lenguajes republicanos en pugna permitiría ampliar el
aparece abiertamente el tema y a partir del 25 junio comienza el debate sobre el mismo y durante éste,
varios diputados hacen referencia a que ya venia hablándose sobre el particular en sesiones anteriores
desde el 2 de marzo. Se retoma el 2 de julio y continúa hasta el 4 de julio. Véase Congreso Comtituyen-
te de 1811-1812, 1983, tomo 1, pp. 18-65.
107 La división de la provincia de Caracas supuso plantearse al menos tres tipos de problemas:
uno, ¡preceda ésta al pacto federal? y esta interrogante condujo a su vez a analizar la eventual convenien-
cia de hacerlo ahora o realizarlo más tarde. El Constituyente se escinde entre quienes alegan que sí la
precede -principalmente los defensores de la división- y quienes sefialan que no es condición indis-
pensable y que por el contrario corre el riesgo de derivar hacia la anarquía. Allí se ubican los diputados
que al mismo tiempo eran miembros de la Sociedad Patriótica. El segundo problema que plantea la di-
visión es si ella es competencia del cuerpo de la representación general del Congreso o sólo compete a
los diputados de la provincia. Terminó triunfando la segunda postura que era la abogada por la Socie-
dad Patriótica. Y el tercer problema concierne a la naturaleza de la decisión: ¿podía el Congreso deci-
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EL CLUB DE LA SOCIEDAD PATRIÓTICA DE CARACAS 263
[265]
266 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMIORICA LATINA, SIGLO XIX
bernantes y los gobernados. Más bien, los aprecia en medio a la creciente Opinión
Pública, como categoría clave del primer liberalismo constitucional, marcando los
enfrentamientos y las alianzas, las negociaciones y los sujetos involucrados. Ade-
más, la discusión pautada por la sociabilidad considera la configuración de las
identidades y las relaciones de pertenencia, las tradiciones políticas, a la que se les
denomina como nuevas o se les condena al olvido. De esta manera, aparecen los
modos de gobernar la vida colectiva, con sus normas, coerciones, censuras y exclu-
siones, que atraviesan la ley instituida hasta el cotidiano. Al mismo tiempo, la so-
ciabilidad pone como pauta el tema de la obediencia consentida, el convencimien-
to a favor o contra aquel gobierno, evidenciando la actualidad de ese gobierno, sus
valores y eficacia. En esta perspectiva, la sociabilidad y los modos de gobernar se
transforman en cuestiones relevantes de la historia política. Además, la sociabilidad
trae consigo las razones de la acción política, sus proyectos y frustraciones, las sen-
sibilidades políticas y los sentimientos colectivos evocados en la experiencia vivida.
Grosso modo, la sociabilidad, por un lado, me parece un concepto clave para inda-
gar el campo de la política y, por otro, en el propio proceso de autonomización de
Brasil, fue una noción importante del debate político. Después, varios letrados, co-
merciantes y publicistas, entre 181 Oy 1830 en Río de Janeiro, utilizaron la idea de
sociabilidad para nombrar el cambio sufrido y la instalación de un nuevo pacto po-
lítico, capaz de engendrar la colectividad.
Esa red de sociabilidad en la coree de Río de Janeiro relacionaba iglesias, asam-
bleas, cámaras, teatros, tipografías, masonerías, sociedades secretas, academias lite-
rarias y el palacio real. Algunas veces, se alineaban, se entrecruzaban; en otras oca-
siones divergían, se apartaban y disputaban la prominencia en el escenario público.
En este artículo me gustaría destacar específicamente el lugar y los significados de
la plaza pública, considerándola en ese campo de sociabilidad más ampliado. ¿Qué
nos permite vislumbrar?
En la plaza se encuentra un intenso diálogo entre la liturgia política del Anti-
guo Régimen -cada vez más condenado por su carácter "despótico, atrasado, de
mal gobierno, deshonesto, monstruoso e injusto"- y la del primer liberalismo
constitucional, pautado en las concepciones de libertad moderna. Ciertos elemen-
tos morfológicos de esta liturgia que antes acompañaban a la autoridad real -pro-
clamación, oraciones, vivas, ademanes, reverencias- migraron y/o fueron (re)sig-
nificados en favor de los principios liberales. Entre 1820 y 1822, aparecieron con
frecuencia muchos himnos, proclamaciones, juramentos, oraciones, todas de cuño
constitucional, como esta Ave Maria Comtitucional:
1 "Vinrismo" se refiere a los acontecimientos que tuvieron lugar en Portugal entre el pronuncia-
miento militar de agosto de 1820 en Oporto y la formación de la junta Provisórill do Governo Supremo
do Reino, y la abolición de la constitución liberal y la restauración del absolutismo en mayo de 1823.
"Vintistas", por consecuencia, se aplica a los actores políticos que apoyaron el movimiento liberal de ese
periodo. Uno de los puntos altos de éste es la reunión de las Cortes Gerais Extraordinárias e Constituin-
tes da Nllfíio Portuguesa, las "Cortes vinristas", en enero de 1821, que comienzan a gobernar en nom-
bre de Joáo VI, en esa la época residiendo cm Brasil (n.e.).
268 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMil.RICA LATINA, SIGLO XIX
ción de los negocios entre el centro, el sur y el sudeste de Brasil- vivió un "inten-
so tiempo festivo". Primero, con la llegada de Don Joáo. Su gobierno invirtió mu-
cho en la ritualización de su figura con la celebración de fechas cristianas, de los ca-
samientos y cumpleafíos reales, de la celebración del aniversario de su llegada y
entrada en Río de Janeiro, de la proclamación de Brasil como reino en 1815. Ha-
bía un largo calendario festivo durante el afio que ritualizaba escas fechas. Esa es-
trategia política se intensifica con su proclamación en 1818, al engrandecerla. La
proclamación sólo fue realizada después de las exequias de la reina y de la derrota
violenta inflingida a la República Pernambucana, que declaró su autonomía y fun-
dó, en la propia plaza pública y en un jueves de Pascua, un nuevo orden político.
En la documentación sobre Pernambuco de 1817 destaca la ruptura con la monar-
quía, la malquerencia por este gobierno. Se propuso la instauración de un gobier-
no republicano dirigido por personas sin las credenciales del Antiguo Régimen, de-
bido a que la monarquía dejaba de ser percibida, por muchos, como un elemento
de cohesión de la vida colectiva. Por primera vez, varios descontentamientos loca-
les y/o regionales ganaron una fuerce connotación política, al punto de fracturar
tanto al propio territorio del imperio luso-brasilefío como a la propia manera de
gobernar.
Esa mudanza política propició una especie de liberación de las actitudes de
buena parte de los habitantes de Pernambuco, Río Grande do Norte, Ceará, Paraí-
ba y Alagoas, y abrió las compuertas para que una serie de resentimientos, disgus-
tos y rencores fuesen expresados. En los procesos judiciales y relatos de 1817, los
denunciantes también reclamaban de las palabrotas, insolencias e irreverencias de
los negros, africanos y mulatos contra las "tímidas sefíoras" y los "sefíores en la ca-
lle". Tales conductas cotidianas transformaban la posibilidad de la revuelta de es-
tas camadas en una amenaza palpable y, ahí, el fantasma de Santo Domingo se ex-
tendía entre las élites. Contra el escenario político y público republicano ordenado
por el padre Joáo Ribeiro, contra el gobierno pernambucano y contra esa "plebe
turbulenta'', la violencia militar del gobierno joanino fue inmensa. Sólo después de
garantizar la unidad de su territorio en su "persona'', el cual ya había sido duramen-
te golpeado por la invasión francesa, Don Joáo se hizo proclamar, a costa de más
de 300 prisiones, muertes, ahorcamientos y profanación de cadáveres.
El gobierno joanino se esmeró en explorar el uso del escenario público, rela-
cionando la plaza pública, la iglesia, los cortejos y el teatro, con la finalidad de ex-
hibir la majestad y la habilidad de conciliar de Don Joáo. Las piezas teatrales de
181 O a 1815 abordaban la guerra del real y paternal mando contra Napoleón, ese
''Anticristo". En las piezas, como regla, la figura de Don Joáo surgía en retrato en
escenario abierto, incluso estando él en la platea. En esas piezas teatrales que en-
gendraban una dimensión de la política, su "persona'' venía a pacificar las guerras
entre Espafía, Portugal, Francia e Inglaterra y, en júbilo, el indio de América o el
indio de Brasil participaban enternecidos en la trama y salían, por fin, de su esta-
do de minoría política y comercial. Acto continuo, en la proclamación de 1818, los
LA PLAZA PÚBLICA Y SUS SIGNIFICADOS. RfO DE JANEIRO 1810-1830 269
2 El autor rechaza al Rey como Padre, encarándolo como Jefe y primer Magistrado de la Repú-
blica, condena a minisrros y Cortes del Antiguo Régimen, en una apuesta en favor del gobierno liberal.
Omfiío Je Acpio de GntfllS que na Solnnniáaáe do.Annivmario do dia 24 de Agosto, mandoda faur na rt:al
capela tiesta Corte por SAR, o Príncipe Regente do Brasil .. Río de Janeiro: lmprcssáo Nacional, 1821.
3 Lúcia Bastos, Corcundas, Comtitucionais e Pis-de-chumbo: a cultura polltica da Independmcia,
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vcrsity, tesis de doctorado, 1998.
272 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
tación de lo que sería ahora legítimo y lo que se condenaba en el pasado, que ja-
más debería volver. Por otro lado, una serie de palabras funcionó en una relación
de yuxtaposición y en un juego de semejanzas: "regeneración", "libertad", "propie-
dad", "seguridad", "igualdad", "ciudadano", "cortes", "constitución".
Nació en los impresos y en los debates constitucionales una prohibición al pa-
sado absolutista portugués y al sistema colonial, enlazándolos. Los Manifiestos de
Agosto de 1882 firmados por Don Pedro, las cartas de diputados brasileños en las
Cortes portuguesas, sus pronunciamientos y otros artículos publicados en los pe-
riódicos de Río de Janeiro a partir de junio de 1822, acusaban a las Cortes portu-
guesas de proponer la "recolonización de Brasil" con la reorganización de la admi-
nistración pública y de la esfera de decisión. Se consideraba la "recolonización''
insoportable, causa de la fractura en la "Familia Luso-Brasileña".
De esta manera, la Regeneración política consistía en la gran divisa del tiempo
presente, inmediato, y se erigía en un proyecto político. Su principal sistematización,
presentada por el diputado vintista Borges Carneiro, 4 en texto que tuvo varios tira-
jes y lectores en los dos lados del Atlántico, se refería al pasado histórico e insertó las
Cortes Antiguas en un mundo de tradiciones y luchas por la libertad, reformulan-
do, así, su comprensión en el presente. Hubo una ruptura con el pasado porque no
buscó la restauración de las Cortes de los Tres Estados. Pero al mismo tiempo el pa-
sado no fue rechazado en su totalidad. Borges Carneiro escogió las Cortes Antiguas,
una experiencia del pasado que pautaba ahora el tiempo vivido y que evocaba la Re-
generación de cada uno y del cuerpo político, sin renunciar al pasado común.
El ideario desnudo del liberalismo constitucional ganó una dimensión trasa-
tlántica y estableció un nuevo vocabulario político. En 1817, según el relato en la
biografía de José da Natividade Saldanha, poeta y secretario de la Confederación
del Ecuador, "patriota exclusivamente designaba rebelde, reo de lesa-majestad de
primera cabeza'', blanco de la cacería real. A inicios de la década de 1820, el hom-
bre común se transformó en patriota, acompañado de los siguientes adjetivos:
hombre liberal, patriota constitucional, filántropo, amigo de la patria, patricio par-
tidario, patricio observador. Los catecismos políticos, juramentos, proclamaciones,
himnos y poesías declamadas, divulgadas y usadas principalmente en las celebra-
ciones en plaza pública, enseñaron los valores y la moral de ese patriota. En con-
traposición, el "vasallo" fue condenado al pasado por definirse solamente con rela-
ción a un rey absolutista, fue desterrado de la plaza, con sus trajes azules y rojos que
recordaban al Antiguo Régimen, con sus palabras de cortesano esclerosado. Nacía
el "súbdito-ciudadano" que deliberaba sobre el cuerpo político, principalmente
porque lo fundaba al pactar. En el plano de la representación política y con rela-
ción al patriotismo del súbdito-ciudadano, aparecía el "diputado", el "benemérito
de la patria", que luchaba contra los desmanes del absolutismo, de los nobles y clé-
rigos, debiendo también orientarse por la virtud y teniendo conciencia de su pa-
Por las manos de Don Pedro y su constitución -el reino de la ley- América
podría salir definitivamente del reino de la naturaleza y vivir en sí y por sí el .gobier-
no de los hombres, la política instaurada. La sapiencia y madurez de América resi-
dían en poder discernir la tiranía y el buen gobierno, escogiendo el segundo como
prueba de su capacidad de civilizarse. Don Pedro se transformó en su Defensor Per-
petuo, de modo que la salvaguardase de los adversarios externos, y eso reforzaba su
aspecto varonil y heroico.
Las representaciones de América surgían entre 1822 y 1826, sobre todo en las
entradas reales, en la proclamación realizada en Río de Janeiro y en la masiva dis-
tribución del retrato de Don Pedro, providenciada por el ministro José Bonifacio
274 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX
de Andrada e Silva para varias regiones del Brasil, seguida además de la proclama-
ción en cada localidad. Si con Don Joáo, América venía acompañada de Lisia y
África, siendo personaje común en el teatro, ahora, desaparecían las referencias a
Portugal y América se volvía autónoma a costa de la "persona'' de Don Pedro. Él,
a su vez, se imbricó a la Constitución desde la adhesión de Río de Janeiro a las Cor-
tes el 26 de febrero de 1821. Puede quedar la duda, que atraviesa codo el Consti-
tuyente de 1823 y la Constitución otorgada en 1824, con relación a la naturaleza
y a la extensión del Poder Moderador, con relación a la definición y a la legitimi-
dad de su autoridad, con relación al uso de la violencia, pero entre canco la perso-
na de Don Pedro no conseguiría -ni podría- desvincularse de la Constitución,
corriendo el peligro de escaliar dada la contradicción que implicaría.
Las proclamaciones de Don Pedro junco a un amplio y diversificado orden de
discursos, escritos y orales, difundieron de repente y vehementemente el ideario del
primer liberalismo constitucional por la sociedad. Transmigraron de los panfletos,
catecismos, diálogos y periódicos, para discursos tan oficiales como los sermones o
aquellos de las ceremonias. Ese vocabulario político aglutinaba un conjunto de imá-
genes capaces de articular a la persona de Don Pedro a la figura del "corazón". En
1822, Don Pedro entró en Sao Paulo, en el día del corazón de María. Se amarró el
"generoso corazón" del visitante a Nuestra Señora. Frecuentemente, los discursos,
sermones y el imaginario, se referían a la figura del corazón, fuente de bondad, de
la sincera y de la verdadera justicia, que no se engaña ni se ilude con falsos argumen-
tos y testimonios hipócritas, órgano que aparece expuesto en las imágenes de la Vir-
gen y de Jesucristo, para mostrar el amor más puro y verdadero. Simultáneamente,
esa imagen remite a la fisiología del cuerpo político, porque se trata de un órgano
vital, en el cual la vida palpita. El corazón desempeñaba varias funciones en ese es-
cenario público. Aparecía relacionado con Don Pedro, o sea acompañaba y envol-
vía a su persona; latía en el pecho de cada brasileño, remitiendo al foro íntimo de
cada uno; mediaba los impulsos y las emociones entre gobernante y gobernado;
además de ser el órgano más sensible a los verdaderos afectos y sinceras emociones,
era insistentemente mencionado por los himnos y proclamaciones. Esa fuerce ima-
gen del corazón alude al amor cívico que congrega el cuerpo social, evitando su
rompimiento así como estaba pasando en la América española. Por lo tanto, esta pa-
sión política era socialmente aprobada y esperada.
Entre 1822 y 1826, por las manos de José Bonifacio, 5 se buscó crear una "si-
multaneidad festiva'' en la coree y en varias localidades. Esto se admitió como estra-
5 Al contrario de José Clemente Pereira, Gon~ves Ledo, Joao Soares Lisboa, )anuario da Cunha
Barbosa, el ministro José Bonifacio enfatizaba la consagración en vez de la proclamación, porque en ella
la figura real se sobreponía a la voluntad general, se agigantaba delante de la constitución a la cual Don
Pedro estaba irremediable e inevitablemente comprometido. La consagración se sobreponía a la procla-
mación porque evocaba una voluntad de Dios, designada desde la aurora de los tiempos, de forma in-
sondable a los ojos de los hombres, pero clara y lógica como la voluntad divina, además de ser la más jus-
ta y perfecta. En la proclamación, sabía Clemente Pereira, se enfatizaba la voluntad general, proclamada
LA PLAZA PÚBLICA Y SUS SIGNIFICADOS. RfO DE JANEIRO 1810-1830 275
era voluntad universal del pueblo de esta Provincia y de todas las otras, como se cono-
cía expresamente de los avisos de muchas Cámaras de( ... ) sustentar la Independencia
de Brasil, que el mismo Señor, Conformándose con la opinión dominante había ya de-
clarado( ... ) Emperador Constitucional del Brasil y su Defensor Perpetuo.
A su vez, las cámaras per se, instaladas por el gobierno en Río de Janeiro bajo
mando militar, repitieron la proclamación. Ella fundía el contrato social en la pro-
pia localidad, volvía visible y público lo que se había decidido en la cámara, en los
procesos electorales, en los acuerdos hechos entre los enviados por la corte con la éli-
te de la localidad, valiéndose para eso de una extensa red de parentescos, compadraz-
gos, casamientos, negocios, de las relaciones atravesadas por las sociedades secretas o
las tipografías, en fin por una esfera donde el secreto era la estrategia fundamental.
Ese acto público no se comportaba como otra cosa, como otro momento de la
figura de Don Pedro, sino que se mezclaba con la fundación de la "Monarquía
Constitucional". En este sentido, la proclamación de Don Pedro en cada villa adqui-
ría un doble significado: así como se enaltecía la independencia del Brasil también
se adhería al nuevo soberano. Se fundaba, por lo tanto, un cuerpo político autóno-
mo, sustentado en el "derecho natural" de cada uno, y en el cual sus participantes,
en principio, se reconocerían. En las guerras de independencia, en diciembre de
1822, Labatut amenazaba con marchar contra la Junta de un Piauí conflictivo con
batallones de cariocas, paulistas y mineiros, una vez que conquistase Bahía.6 Para
evitar ese mal, exigía:
por las cámaras, se resaltaba el pacto político, que convergía con la voluntad de Dios, pero delante de
ésta no se empequeñecía. Bonifacio adoptaba tal postura, me parece, porque combinaba con esta gente
tan heterogénea, porque reiteraba del pasado el mando paternal y proseguía con un fuerte argumento
presente en el gobierno joanino, que no debía sonar extraño a la población do Río de Janeiro: la volun-
tad divina, en sus misteriosos designios, había mandado para el Brasil, a Don Joao, la reina y su coree.
6 Pedro Labatut, militar francés llegado a América del Sur al finalizar las guerras napoleónicas. A
mediados de 1822 se incorporó como brigadier al ejército de Brasil para combatir a las tropas portu-
guesas que resistían en Bahía, e iniciar una larga y conflictiva carrera en el ejército imperial, del cual fue
reformado definitivamente en 1846. (n.e.).
27 6 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA. SIGLO XIX
7 Como se autodenominaban las provincias de Minas Gerais, Río de Janeiro y Sáo Paulo.
8 Pereira, portugués de nacimiento, fue una figura clave para convencer al príncipe regente, Pe-
dro, a jurar la Constitución española de 1812, adoptada por las Cortes portuguesas, y a permanecer en
Brasil cuando éstas exigieron su retorno a la Península, desatando con eso d proceso de independencia
y la formación del imperio (n.e.).
LA PLAZA PÚBLICA Y SUS SIGNIFICADOS. Río DE JANEIRO 1810-1830 277
Se puede decir que la liturgia "pacificaba'' la plaza pública, dictaba sus órde-
nes, etiquetas, códigos de civilidad. Pero esto no era suficiente. Restituye cierta
operación de memoria-olvido capaz de volver opaca la violencia que penetró ese
proceso de fundación de Brasil, como un cuerpo político autónomo. Borra los tu-
multos, los motines, las embestidas frustradas de las tropas con otros fines, arroja
esos eventos al campo de los procesos judiciales, los desvincula de la liturgia y, en
cierta medida, vacía la eficacia y fuerza de la plaza pública en ese momento. En el
límite, recupera el triste argumento de que el pueblo brasileño presencia desde
siempre codo --en la política- "de esa manera'' y así por el estilo. Como contra-
punto, la plaza pública señala los gestos improvisados, las palabras de orden y las
consideradas, en general, incendiarias, la violencia física y verbal, la necesaria ges-
tión de los afectos que la vida colectiva encierra. Así la plaza hace ver que el proce-
so de auconomización del Brasil no se dio apenas "de arriba para abajo" o sin la par-
ticipación de diferentes voluntades políticas. La violencia ocupó la plaza pública
con cuchilladas, disparos, peleas, golpes, chistes, palabrones, duelos, groserías y es-
cupitajos, que estaban allí en el calor del momento y suscitaban la urgente necesi-
dad de manejar la violencia pública, designar quién estaba autorizado legítima-
mente a usarla, así como sus formas de uso y los actos que eran convertidos en
crímenes.
La finalidad de las celebraciones y el uso de la plaza pública no pasaron inad-
vertidos a los letrados, burócratas, negociantes, líderes de ese proceso de aucono-
mización en Río de Janeiro. Sobre codo con la traumática experiencia de la reunión
de electores parroquiales, en abril de 1821, para escoger a los representantes de la
comarca encargados de elegir a los diputados a las Corees. Esa reunión analizaría
también los proyectos que serían ejecutados por la regencia de Don Pedro, cuan-
do regresase Don Joáo VI a Lisboa. Había varios intereses en juego en esa reunión
de electores. Una corriente "conscitucionalisca'' pretendía establecer una Junta
Provisoria como forma de gobierno, retirando la fuerza a Don Pedro. Ya los gran-
des negociantes y altos burócratas, querían apenas refrendar el proyecto de gobier-
no a seguir y definir los nombres de los diputados de la comarca. Con la finalidad
de combatir a los constitucionalistas, el gobierno joanino aplazó la reunión para el
Sábado de Aleluya. Como respuesta, los conscicucionaliscas convocaron a un am-
plio conjunto de electores y transfirieron la reunión para la Prar;a do Comércio, re-
cién construida. El consejero real Silvestre Pinheiro Ferreira criticó el carácter "ex-
cesivamente público" asumido por la reunión. Para esca reunión usaron como
modelo las Cortes de Cádiz, donde eran considerados electores los hombres de
bien, con un tanto de propiedad, los de oficio, soldados, boticarios, artesanos, la-
bradores, rentistas, foreros; en fin, la condición de elector se fundaba en la propie-
dad y en el trabajo, con la exclusión de los esclavos y pobres libres sin trabajo fijo.
En la Prar;a do Comércio, se reunieron I 60 electores, "de codas las clases, corpora-
ciones, militares, paisanos". En medio de los debates de las élites, de repente, los
otros electores, la población que circulaba por la Prar;a, junco a los hombres de ofi-
280 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
Y por todas estas razones es que yo soy de voto que no se adopte y mucho menos se
jure el proyecto de que se trata, por ser enteramente malo, pues no garantiza la inde-
pendencia de Brasil, amenaza su integridad, oprime la libertad, los pueblos, ataca la so-
beranía de la nación, y nos arrastra al mayor de los crímenes contra la divinidad, que
es el perjurio, y se nos es presentado de la manera más coactiva y tiránica.
Como se ve, en el ámbito de los letrados, de los burócratas y de los líderes po-
líticos, la cuestión de la sociabilidad exigía interpretaciones. José Bonifacio la enten-
día en la esfera de las "costumbres" de Brasil. Destacaba en el ámbito de la sociabi-
lidad, la celebración. Ella no funcionaría para aproximar el súbdito del rey según la
preocupación del Antiguo Régimen, según el cual existiría un desaliento del vasa-
llo por estar distante del rey. La liturgia podía suprimir o atenuar esta triste distan-
cia, pues se temía que la ausencia real volviese al súbdito impotente y/o suscitase la
revuelta, quedando el vasallo a merced de los males y rencores locales, sintiéndose
abandonado por el buen rey. En otra perspectiva, habría, para José Bonifacio, una
necesaria coherencia entre el gobierno capaz de civilizar el Brasil, la forma de go-
bierno y su liturgia, el pueblo y las costumbres. La liturgia intentaba educar moral-
mente al pueblo a través de las costumbres, y llenaba la decisión de crear, designar
y representar la imagen de Brasil que a todos congregase, que fuese acorde con la
monarquía constitucional. Esa serie de ceremonias y su simultaneidad se transfor-
maron en el aprendizaje de las virtudes del "brasileño", principalmente el amor a la
patria. Esa pedagogía debería moralizar al brasileño, pues las ceremonias cercena-
ban y regulaban las costumbres, amenizándolas, y adaptaba las mudanzas en el co-
tidiano que repercutirían, algún día, en la asamblea y en la legislación. En esta me-
dida, la liturgia contribuía para pacificar las discordias de la plaza pública, sin apelar
obligatoriamente a la represión militar.
Así, para buena parte de los letrados y burócratas instalados en Río de Janeiro,
las celebraciones centradas en Don Pedro volvían público el contrato que fundaba
el Brasil. El reconocimiento de la legitimidad y del nuevo orden político salía de la
esfera del secreto, extendiéndose por el universo social, buscaba comunicar sus pro-
yectos, la forma de gobierno, intentaba cultivar un consentimiento más general del
cual tampoco era posible prescindir. En cierta medida, tales fiestas públicas y oficia-
les refrendaban las decisiones de este grupo restringido de letrados, estadistas y bu-
rócratas. Por otro lado, no se invertía en la calle, tampoco en el cuartel, sino en la
plaza, en una especie de continuidad con la cámara y el teatro, como espacios pri-
vilegiados de la constitución y articulación del consenso social, sobre todo en una
sociedad marcadamente oral y visual para la mayor parte de la población.
En medio a estas celebraciones, ritos, fiestas, las proclamaciones, el himnario,
los poemas y hasta los papeles incendiarios incentivaban el civismo de cada brasi-
leño, con o sin escarnio. Esto implicaba una educación de sí mismo, de foro ínti-
mo, en favor de la consonancia con la patria. La esfera íntima de cada hombre pre-
cisaba relacionarse con el colectivo, que se reorganizaba en una sociedad regida por
282 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMl!.RICA LATINA, SIGLO XIX
9 Menciono las siguientes obras consultadas: Obstrvaróes sobre a Prosperidade do estado pelos libe-
rais principios. Imprensa Régia, 181 O; &tractos das Obras Políticas e Economicas de E. Burke, lmprensa
Régia, 1812-vale destacar que uaducir significaba, en aquel momento, más refrendar el pensamien-
to de cierro publicista; Defiza dos Direitos Nacionais e Reais da Monarquía Portuguesa, lmprensa Régia,
1816; Estudos do Bem Comum e Economía Polltica ou Scimcia das Leis Naturaes e Civis de animar e di-
rigir a geral Indústria e promover a Riqueza Nacional e Prosperidade do Estado, Imprensa Régia, 1819;
Constitución Moral e Deveres do Ciudadano com F.xposiráo da Moral Pública conforme o espirito da Cons-
titución do lmplrio. lmprensa Nacional, 1824, 1825. Es necesario considerar la estrategia de escritura
en José da Silva Lisboa, pues al traducir Volney, por ejemplo, rebate cada uno de los argumentos de los
cuales discuerda y presenta contraejemplos, y, en Burke, asume el texto, buscando hacer pequeñas co-
rrecciones con la finalidad de aumentar su capacidad de intervención política en el Brasil.
10 Al tratar de la economía política, caracteriza el bien común: "El trascendente destino de esta
En el esplendor modesto del culto público cesan los privilegios de la opulencia; y mos-
trándose por él, es que los hombres son iguales por naturaleza, y pueden ser aun supe-
riores por la virtud humana, una porción de la general riqueza del país viene por este
expediente a ser empleada y santificada. 12
Esta generación de 1790 -formada en el vientre del proyecto del imperio lu-
so-brasilefí.o--, no descreía del escenario público o lo repudiaba, principalmente
atentaba a la plaza pública. El padre Feijó se valía de las fiestas locales, en ltu, para
oír a la localidad, encontrar su electorado, hacerse presente en el escenario público.
Fray Caneca criticó los engafí.os de esa simbología y Cipriano Barata modeló en su
cuerpo la figura "genuina" del brasilefí.o, del patriota, y denunció el "terrorismo pú-
blico" empleado contra los que también sospechaban de esos usos de la plaza y de
la magnitud simbólica investida en la persona de Don Pedro, en cuanto estrategia
que debilitaba la soberanía popular. Esos líderes de 1810-1830 no suponían la litur-
gia y la plaza como pertrechos del pasado o adornos del poder. Al contrario, perci-
bían su necesidad y discutían dónde comprenderla en su concepción de política.
No por acaso, cuando se realizó la abdicación de Don Pedro 1 en 1831, el
Campo de Santana, una plaza, desempefí.ó un papel fundamental. Por las personas
reunidas, por el "vocerío", por el "tumulto" y por las varias tentativas de los jueces
de paz de ordenarla. Presionaron desde allí y como golpe final, la abdicación. De
11 José da Silva Lisboa, Memória dos beneficios políticos do governo de El-Rty Nosso Senhor D. foáo
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blica federal, 1786-1827", en Josefina V ázquez, El establecimiento delfederalismo en México. México: El
Colegio de México, pp. 39-76. En otro, revisé las diferentes categorías territoriales utilizadas durante
el mismo periodo, así como las matrices constitucionales más influyentes, con el propósito de diluci-
dar su influencia y connotaciones en la organización territorial novohispana y mexicana. Hira de GoR-
TARI RABIELA, 2004. "De Nueva España a México: Las categorías rerritoriales. México y Oaxaca ¿Un tro-
quelado original? 1786-1827", El Colegio de Michoacán (en prensa).
(287]
288 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
xas, Durango, Guanajuato, Jalisco, México, Michoacán, Nuevo León, Oaxaca, Puebla de los Ángeles,
Querétaro, San Luis Potosí, Sonora y Sinaloa, Tabasco, Tamaulipas, Veracruz, Yucatán y Zacatecas. La
Alta California, la Baja California, Colima y Santa Fe de Nuevo México quedaron en calidad de terri-
torios. Artículo 5, título 11 en la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, 1828, Colección de
constituciones de los Estados Unidos Mexicanos. México, Imprenta de Galván, p. 36 (edición facsimilar,
Miguel Ángel Porrúa, 1988). Poco después de promulgada la Constitución, el congreso general deci-
dió considerar a Tlaxcala como territorio. El Distrito Federal, cuya creación se previó en la Constitu-
ción, fue establecido en noviembre de 1824, careció de la prerrogativa de disponer de una constitución.
En 1830, se dividió el estado de Occidente en los estados de Sinaloa y Sonora. "Ley. Reglas paca la di-
visión del estado de Sonora y Sinaloa. 14 de octubre de 1830" en 1997. División territorial del estado
de Sonora de 181 Oa 1995. México, Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, pp. 60-
61. En I835, se creó el territorio de Aguascalientes. "Ley que declara territorio de la Federación a
Aguascalientes. 23 de mayo de 1835" en 1997. División territorial de los Estados Unidos Mexicanos de
1810 a 1995. México, Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, p. 27.
3 En la fracción I del artículo 161 de la Constitución de 1824 se especificaba: "Cada uno de los
290 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
estados tiene obligación: De organizar su gobierno y administración interior sin oponerse a esta cons-
titución ni a la acta constitutiva", "Constitución de los Estados Unidos Mexicanos 1828, en Colección
de constituciones de los Estados Unidos Mexicanos, p. 90. En cuanto a los territorios y el Distrito Federal,
su organización quedó pendiente durante el primer federalismo.
4 Artículo 25 del Acta constitutiva " .. .las legislaturas de los estados podrán organizar provisio-
nalmente su gobierno interior; y entretanto lo verifican se observarán las leyes vigentes", 1824 "Acta
constitutiva" en Colección de constituciones de los Estados Unidos Mexicanos, p. 12. Al respecto, se emi-
tieron diversos decretos, planes y leyes con el propósito de organizar el gobierno, la delimitación y or-
ganización del territorio en diferentes estados como los siguientes: 1823. "Decreto. Comprensión del te-
rritorio de la provincia de Querétaro"; 1824. "División provisional del territorio del estado de Jalisco";
1823. "Decreto de la religión del estado, de su denominación, territorio, comprensión, forma de gobier-
no, tiempo en que deberá darse su Constitución, reconocimiento del Congreso y Supremo Poder Eje-
cutivo de México, y demás bases para su administración interior", en 1879. Colección de leyes y decretos
del Estado libre de Oaxaca. Oaxaca: Imprenta del Estado, pp. 7-8; Congreso constituyente. Comisión de
constitución, 1824 "Proyecto de decreto orgánico provisorio para el arreglo del gobierno interior del es-
tado libre, independiente y soberano de México, presentado al congreso constituyente del mismo esta-
do por su comisión de constitución, con los demás señores diputados agregados a ella"; 1824. Congre-
so constituyente. "Ley orgánica provisional para el arreglo del estado libre, independiente y soberano de
México, sancionada por el congreso constituyente del mismo estado". México: Imprenta a cargo de Ri-
vera; 1825. "Ley para la organización, poliáa y gobierno interior del estado. Veracruz. Su establecimien-
to de autoridades políticas y sus dotaciones".
5 Llama la atención que en el Diccionario jurídico mexicano, 1999, México, Instituto de Investi-
gaciones Jurídicas, Universidad Nacional Autónoma de México y Editorial Porrúa, los temas relaciona-
dos con la organización y división territorial, sean escasamente abordados, por lo menos en lo que co-
rresponde al primer federalismo. Por ejemplo, en lo que se refiere a la división territorial, se trata de
LAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 291
manera general, sin hacer ninguna alusión a los diferentes matices que adquirió en los estados, en tan-
to que tenían la facultad para organizar su territorio. Otro caso, es la nula mención a cargos como el de
prefecto, jefes de policía y de departamento. Todos ellos, funcionarios encargados de la administración
territorial. Respecto a divisiones territoriales, no se hace referencia a los partidos, salvo en su acepción
judicial, ni tampoco a los departamentos y distritos. Por úlcimo, en relación con los territorios, en una
primera referencia a los estados y territorios, se considera a Tlaxcala como porción territorial en suspen-
so. Verdad a medias, porque pronto después de la promulgación de la Constitución de 1824, se le dio
el estatus de territorio. Calidad con la que se traca, en cambio, en la entrada referente a los territorios.
Por otra parte, también es de llamar la atención que en muchas colecciones referentes a los estados, no
se incluyan en la parce documental, las leyes o disposiciones acerca de la organización cerricorial.
6 Un testimonio inserto en un proyecto constitucional de 1823 es revelador del interés de los le-
gisladores por estar al tanto de otras experiencias constitucionales, como del necesario pragmatismo y
la certeza de que no existía una panacea constitucional. Al respecto la comisión encargada explicaba sus
trabajos: " ... ha buscado luces donde ha esperado encontrarlas: ha examinado las constituciones moder-
nas de más crédito: ha procurado penetrar el espíritu de las antiguas. No han sido lisonjeras sus espe-
ranzas. Ha deducido por el contrario un resultado triste; pero cierto y capaz de demostrarse. Una cons-
titución perfecta es problema que todavía no se ha resuelto. En codas las que se han medicado hasta
ahora: en las que parecen mas bien combinadas y con influencia más benéfica en la suerte de las nacio-
nes, descubrirá defectos quien se detenga a analizarla''. "Plan de la constitución política de la nación me-
xicana'', 1823, Imprenta Nacional del Supremo Gobierno en Palacio, pp. 2-3.
292 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMl1IuCA LATINA, SIGLO XIX
administrados por los ayuntamientos con un ingrediente adicional que fue la repre-
sentación, una de las novedades relevantes de la época. Ésta y la demarcación polí-
tico-administrativa, junto con la población fueron componentes fundamentales de
la arquitectura constitucional puesta en marcha a partir de la creación de las dipu-
taciones provinciales y los ayuntamientos. Instituciones, ambas, constituidas por el
voto ciudadano.
Para constituir un ayuntamiento se requería contar con un conglomerado de
1 000 o más habitantes, lo que formaría un municipio y sería encabezado por un
cuerpo edilicio electo por los que tenían calidad de ciudadanos. El municipio era
la jurisdicción de menores dimensiones territoriales y ocupaba el último engrana-
je del sistema político y por tanto el más próximo a los habitantes.
Los partidos y los municipios formaron parte fundamental de la estructura te-
rritorial, tanto en las constituciones de los estados, como en las leyes y disposiciones
que se elaboraron en diferentes estados. Por un lado, los partidos como unidades
mayores en las que se agrupaban los municipios, diferenciados por sus dimensiones
territoriales, pero también, el primero de carácter administrativo, judicial y electo-
ral; el otro, además de funciones administrativas, como entidad de representación
política. Al adoptarlos en el conjunto de los estados, se incorporaba una división te-
rritorial del Antiguo Régimen, los partidos, junto con los ayuntamientos represen-
tativos, expresión del constitucionalismo gaditano.
En la Nueva Espafia, la formación de ayuntamientos constitucionales proliferó
de manera vertiginosa. Su número fue en constante ascenso. Se han hecho cálculos
de algunas provincias, aunque no del conjunto novohispano, que muestran el inusi-
tado interés de la población por establecer ayuntamientos con este carácter. Muestra
de que las fuerzas locales encontraron un camino para organizarse y revitalizar al mu-
nicipio, como una jurisdicción política territorial, debilitada por la política metropo-
litana, interesada en convertir los ayuntamientos en instituciones sin fuerza política,
aunado a que sus cargos fueron puestos en venta y controlados por los intereses de
oligarquías locales por largos periodos. En las dos primeras décadas del siglo XIX, los
ayuntamientos electos fueron formando una red que se fue tejiendo y haciéndose
más densa en las provincias mayormente pobladas. Al cambio de régimen, con la ins-
tauración del sistema federal, la estructura territorial formada por los municipios fue
una realidad provincial y posteriormente de los estados al constituirse como tales.
La incorporación del modelo territorial en cada uno de los estados, a partir de los
partidos y municipios, no suscitó mayor problema. Sin embargo, muy pronto, aun
antes de aprobarse las constituciones, se percibió la necesidad de abordar un asunto
que podía desajustar el gobierno territorial y eran los ayuntamientos. Al respecto, so-
294 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
bresale la toma de posición del Congreso constituyente del Estado de México, sin
duda uno de los más influyentes, porque representaba uno de los estados más pode-
rosos de la federación. Así, en marzo de 1824, se preparó un proyecto para la orga-
nización de su gobierno interior y meses después se promulgó una ley en la materia.9
Ambos documentos contienen, además de las disposiciones reglamentarias,
un elaborado preámbulo de razones y motivos acerca de los fines que se proponían.
Debe resaltarse que la publicación de ambos teJCtos ocurrió durante la discusión de
la Constitución general y cuando varios congresos estatales preparaban sus respec-
tivos teJCtos constitucionales. Y es, por tanto, una toma de posición explícita sobre
un asunto clave en los constituyentes de los estados.
En el proyecto del Estado de México, luego incorporado como ley, uno de los
aspectos que más inquietó a los legisladores en el gobierno y administración terri-
torial fueron los ayuntamientos. Convencidos estaban que en ellos radicaba la base
fundamental de la representación y de la gestión administrativa, pero su trayectoria
y comportamiento políticos, de los cuales tenían antecedentes durante el periodo
anterior al federalismo, rebasaban con frecuencia los límites institucionales, desvir-
tuando su sentido. De esta manera, les parecía que los ayuntamientos transgredían
sus funciones, se atribuían facultades que no les correspondían, turbaban el orden
público y los constituían individuos que no contaban con los conocimientos más
elementales para ejercer sus funciones y responsabilidades.
Ante un juicio tan definitivo, la propuesta fue predecible: no podía continuarse
con una situación semejante. Los legisladores deberían intervenir, derecho tenían. El
meollo de la solución para el gobierno estaba en "delimitar la órbita de sus facultades".
Para lo que era necesario reglamentar. Aunque aclarando que la propuesta no modi-
ficaba el carácter electivo de los ayuntamientos, un derecho constitucional vigente.
La reglamentación era un aspecto fundamental, pero el carácter que se le bus-
caba imprimir revelaba las intenciones. Se proponía que los ayuntamientos depen-
dieran de manera directa, para lo que utilizaban la palabra "inmediata'', del Poder
Ejecutivo. Asimismo, los legisladores consideraban necesario reducir la dimensión
territorial de los municipios, convencidos de que de esta forma cumpliría mejor
con sus obligaciones. Propósito, este último, que queda como tal.
A la propuesta de supeditar los ayuntamientos al Ejecutivo estatal, se le acom-
pañaba una consideración acerca de la organización y del gobierno territorial. Con
tal intención, se formarían "distritos" en los que se integrarían los pueblos para fa-
cilitar su administración. Jurisdicciones que tendrían un jefe, dependiente del go-
9 Respecto al Estado de México, no debe olvidarse que no dispuso de una constituci6n sino has-
ta 1827, por lo que la ley mencionada fue una referencia obligada, mientras se contaba con aquélla.
1824. "Proyecto de decreto orgánico provisorio para el arreglo del gobierno interior del estado libre, in-
dependiente y soberano de México, presentado al congreso constituyente del mismo estado por su co-
misi6n de constituci6n, con los demás señores diputados agregados a ella, marzo 15 de 1824"; 1824.
"Ley orgánica provisional para el arreglo del estado libre, independiente y soberano de México, sancio-
nada por el congreso constituyente del mismo estado". México, Imprenta a cargo de Rivera.
LAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 295
bernador, a los que "la comisión ha dado el nombre de prefectos". Y a los que se
les consideraría "ministros ejecutivos del estado" y cuya tarea sería obedecer y ha-
cer cumplir las órdenes del Ejecutivo.
La pauta a seguir estaba presente y funcionando como parte de la administra-
ción anterior, no se tenía que ir muy lejos. Así, para la comisión encargada de redac-
tar el proyecto, consideraron, sin mayores ambages, mantener tal como lo mencio-
naban en el proyecto, "el modelo" de los jefes políticos, confiriéndoles todas las
facultades que éstos ejercían. Y en tanto que se seguía el modelo anterior, una de sus
tareas sería vigilar a los ayuntamientos comprendidos en el distrito a su cargo. Ad-
virtiendo que todos sus actos deberían ser inspeccionados por el mismo funcionario
del Ejecutivo. Además, los prefectos tenían la facultad de suspender a los integran-
tes de los ayuntamientos que abusaran de sus facultades. Por otra parte, de los men-
cionados funcionarios dependerían los asuntos referentes a "policía'' de su jurisdic-
ción, que no incumbieran a ninguna municipalidad en particular. De esta manera,
los legisladores respetaban al gobierno interior de los pueblos, con una autoridad
"elegida popularmente: y el prefecto, bajo la férula del Poder Ejecutivo. Combina-
ción que consolidaba el gobierno territorial y favorecía a los intereses estatales.
El esquema territorial propuesto en el proyecto se convirtió en ley, en la que
se incorporaron los distritos, que agrupaban un conjunto de partidos y municipios
con su correspondiente ayuntamiento. En cuanto al ahora prefecto, anterior jefe
político, es un nuevo término, que se adopta de la Francia posrevolucionaria, don-
de su función era representar al gobierno en los departamentos. Categoría de re-
ciente adquisición, que tal como se utilizó proviene de la administración territorial
francesa, incluida en la Constitución de 1791. Aunque deben tomarse en cuenta,
de la experiencia de la monarquía española, ciertas semejanzas con la francesa, en
cuanto al jefe político y sus atribuciones. El hacer uso del término prefecto era un
esfuerw por desembarazarse de denominaciones anteriores, como un signo de los
cambios y de identificarse con otras realidades políticas. Sin embargo, el cometido
no variaba sustancialmente. Un antecedente interesante fue la inclusión del cargo
de prefecto, en un proyecto de constitución de 1823 y cuya función sería precisa-
mente encargarse de las provincias. 1 º
La propuesta elaborada por los legisladores del Estado de México resultó del
conocimiento de una realidad política que conocían desde el establecimiento de la
diputación provincial, punto de partida de los legislativos estatales. Como parte de
sus atribuciones, en la Constitución de 1812, la diputación estaba jerárquicamen-
te por encima de los ayuntamientos y tenía -entre otras atribuciones- supervi-
sar el uso que hacían de los fondos públicos, así como que se cumpliera la obliga-
ción constitucional de establecerlos en aquellos lugares que cubrieran los requisitos.
10 "Plan de la constitución política ... ". 1823, p. SS. En la Constitución de 1812 se diferencian
los jefes políticos al frente de una provincia y los jefes políticos subalternos para jurisdicciones meno-
res. Esquema que no difiere radicalmente del de gobernador y prefectos establecido con la federación.
296 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
Por tanto, se tenía una experiencia previa, que les preocupaba, y por tanto era in-
dispensable conservar el cargo de funcionarios encargados de supervisarlos, como
eran los prefectos. Tal convicción respondía a la necesidad de no perder el dominio
del territorio estatal, tomando en cuenta que las fuerzas locales amenazaban la es-
tabilidad política. Pero también la integridad territorial, por lo que mantener el te-
rritorio del estado sin menoscabo o fisura era indispensable y se buscaba consoli-
dar el control territorial como uno de los sustentos fundamentales del poder. 11
EL MODELO SE EXTIENDE
11 La fragmentación territorial fue una posibilidad que se aviwró en Francia después de la Revo-
lución y que posiblemente, algunos de los miembros de las élites políticas conocían. Tal posibilidad es-
taba presente a juicio de los legisladores, como de las autoridades estatales, por lo que promovieron le-
yes como la del Estado de México con el propósito de evitarla. Maric-Vic OzouF-MARlGNIER, 1989, La
formation des Départnnents. La réprésentation du territoire ftanfais ala fin du 1Bnne siecle, París, Éditions
de rÉcole des Hautes Études en Sciences Sociales.
LAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 297
Estado*
Chiapas Prefectos
Chihuahua Jefes políticos
Coahuila-Texas Jefe de policía y Partido
Durango
Guanajuato Jefe de policía de Departamento
Estado de México Prefectos
Michoacán Prefectos
Nuevo León
Oaxaca Gobernador
Puebla Prefectos
Querétaro Prefecto
San Luis Potosí** Prefectos
Occidente Jefe de policía de Departamento
Tabasco Jefe de Departamento
Tamaulipas Jefe de policía de Departamento
Veracruz Jefe de Departamento y de Cantón
Jalisco Jefe de policía de Cantón
Yucatán
Zacatecas Jefes políticos
* Elaborado con información de las constituciones de los estados, así como con
leyes y disposiciones sobre la materia.
** En la Memoria de 1834 se mencionan prefectos y subprefectos provisionales.
l3 Carece de agentes el "P.E. (poder ejecutivo). Los inmediatos en el orden político, que son los
prefectos, no estaban ni están establecidos: luego que el actual gobernador entr6 al mando promovi6 la
ejecuci6n del capítulo 4° título 3° de la ley fundamental del estado; pero el cuerpo legislativo no lacre-
y6 entonces conveniente ni oportuna. El hueco de aquellos funcionarios se puede decir que de necesi-
dad ha de estar vado, por que ni los jueces de 1ª instancia, ni los alcaldes constitucionales alcanza a dar
todo el lleno necesario a las funciones propias de jefes políticos, cuales son los prefectos y subprefec-
tos ... "1831. "Memoria del estado en que se hallan los ramos de la administraci6n pública de las Chia-
pas, que en cumplimiento del artículo 57 de la constituci6n del estado, y de orden del excelentísimo
señor gobernador y comandante general Don José Ignacio Gutiérrez, present6 y ley6 el oficial mayor
encargado de la secretaría del supremo gobierno, en las primeras sesiones del cuarto honorable congre-
so constitucional, el dla 1O de febrero de 1831 ", San Crist6bal, Imprenta de la Sociedad dirigida por
Secundino Orantes, pp. 6-7.
14 HERNANDEZ DIAZ, Jaime 2003, "Michoacán, de provincia novohispana a estado libre y sobe-
rano de la federaci6n, 1820-25", en Josefina V:lzquez, El ertablecimimto de/federalismo m Mlxico. Mé-
xico: El Colegio de México, p. 314. Se considera en el plan de divisi6n territorial de Jalisco: "Mencio-
na que la comisi6n decidi6 cambiar el término de partido por el departamento por que le pareci6 más
propio de la nueva forma de gobierno y más indicativo de ... la consideraci6n que han de merecer los
pueblos en lo sucesivo". 1824. "Plan de divisi6n provisional del territorio del estado de Jalisco".
LAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 299
División territorial*
Estado
Chiapas Departamentos Partidos Municipios
Chihuahua Departamentos Partidos Municipios
Coahuila-Texas Departamentos Partidos Municipios
Durango Partidos Municipios
Guanajuato Departamentos Partidos Municipios
Estado de México Distritos Partidos Municipios
Michoacán Departamentos Partidos Municipios
Nuevo León Partidos Distritos
Oaxaca Departamentos Partidos Municipios
Puebla Departamentos Partidos Municipios
Querétaro Distritos Municipios
San Luis Potosí Departamentos Partidos Municipios
Occidente Departamentos Partidos Municipios
Tabasco Departamentos Partidos Municipios
Tamaulipas Departamentos Partidos Municipios
Veracruz Departamentos Cantón Municipios
Jalisco Cantón Departamentos Municipios
Yucatán Partidos Municipios
Zacatecas Partidos Municieios
* Elaborado con información de las constituciones de l~s estados, así como con leyes y
disposiciones sobre la materia
Otra política puesta en vigor fue la de modificar la disposición que había favo-
recido la instalación de ayuntamientos en numerosos pueblos, acogiéndose a la dis-
posición constitucional de 1812, que permitía a partir de 1 000 habitantes, constituir
un cuerpo edilicio. Una respuesta común, en la mayoría de las legislaturas, fue la de
incrementar el número mínimo de habitantes para erigir ayuntamientos. Su política
se justificaba porque a juicio del Poder Ejecutivo del Estado de México, en muchos
pueblos se habían formado cuerpos municipales acogiéndose a la Constitución espa-
ñola, pero "en muchos otros que por el deseo de gobernarse por sí mismos, abultaron
su censo y arrancaron de la autoridad correspondiente un decreto para la instalación
de sus municipalidades". Postura en la que coincidía el gobierno de Puebla, añadien-
do una explicación que complementaba la anterior. La proliferación de ayuntamien-
tos se justificaba también por "el hábito de ser regidos por corporaciones que deno-
minaban repúblicas, les hizo multiplicar aquellos más allá de lo que la ley permitía" . 15
15 1826 "Memoria en que el gobierno del estado libre de México da cuenta de los ramos de su
administtación al congreso del mismo estado, a consecuencia de su decreto de 16 de diciembre de
1825". México, Imprenta a cargo de Rivera, p. 13; 1830. "Memoria presentada al congreso de Puebla
de los Ángeles por el secretario del despacho de gobierno, sobre el estado de la administración pública,
año de 1830", Puebla, Imprenta del Gobierno, pp. 5-6.
300 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POÚTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
1824-1835*
Estado Número
Chiapas 1 000
Chihuahua X
CoahuilaTe 1 000
Durango X
Guanajuato** 3 000
México 4 000
Michoacán 4000
Nuevo León 1 000
Oaxaca 3 000
Puebla** 3 000
Querétaro 2000
S.L. Potosí 1 000
Occidente 3 000
Tabasco Cabeceras
Tamaulipas 1 000
Veracruz*** 2000
Jalisco 1 000
Yucatán 3 000
Zacatecas 3 000
* Elaborado principalmente con información de las constituciones de los estados y leyes respectivas.
** En ciudades, villas y cabeceras y poblaciones con 3 000 habitantes.
***fue. 129. Habrá ayuntamientos en la capital del estado, en las de los partidos, en las cabeceras de pa-
rroquias, y en los pueblos que tengan vicaria eclesiástica permanente, sea cual fuere su censo; pero si en una
población hubiere dos o mas parroquias reunidas como en la capital, no habrá más de un ayuntamiento.
Are. 130. En caso de que no tuviera las condiciones anteriores pero sí 3 000 habitantes pudiese estable-
cer ayuntamiento previo acuerdo del gobierno.
*** Artículo 32. Habrá ayuntamientos en las cabeceras de cantón sea cual fuere su población.
Artículo 33. Los habrá igualmente en todos los pueblos del estado cuyo censo por sí con el de su co-
marca llegue a 2000 almas.
x No se especifica en sus constituciones respectivas y no dispongo de información adicional.
16 DE GoRTARI RABIELA, 2002, Los ayuntamimtos m el gobierno y organización de los estados: 1824-
1827. en Jahrbuch der Gcschichte Lateinamerikas, Universidad de Hamburgo, 39, pp. 521-533.
LAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 301
Como señalaba inicialmente, otra cuestión que me propuse explorar se refiere a las
experiencias institucionales en la implantación del sistema de organización territo-
rial en el conjunto de los estados. Por lo que, una vez trazadas las líneas principa-
les, elaboradas y aprobadas por los congresos estatales, la interrogante que surge es
acerca de su puesta en marcha y el grado de dificultad con el que se fueron estable-
ciendo. Con tal intención, he recogido posiciones y comentarios que provienen de
las memorias e informes preparadas por los ejecutivos estatales, con el fin de cum-
plir con una de sus obligaciones, que era dar cuenta de su gestión al Legislativo.
Su consulta resulta un ejercicio útil para acercase a la situación que atravesa-
ban las diferentes entidades, según lo consideraban los gobernadores o sus represen-
tantes. Documentos públicos que se ponían a consideración del Poder Legislativo.
Dispares en sus contenidos y riqueza informativa, como en la calidad de sus refle-
xiones. Diferencias que pueden explicarse, por las enormes desigualdades entre los
estados, como por las características de los políticos en cuanto a su formación po-
lítica, origen profesional, comprensión y análisis de la situación, sin olvidar el gra-
do de mayor o menor formalidad y franqueza con el que se escribieron. Están con-
cebidas en forma de recuento. Balances que miraban al pasado reciente, pero que
situaban al Poder Ejecutivo estatal en el actuar cotidiano y en el quehacer del futu-
ro inmediato, incluyendo los avances y tropiezos en la organización territorial.
En sus exposiciones priva el convencimiento de disponer de una maquinaria
política y administrativa, acorde con sus necesidades de gobierno y control terri-
torial. La máquina, como algunos la denominaban, contaba con los engranajes ne-
cesarios para permitir el funcionamiento del sistema. Al respecto, Joaquín Lebrija,
quien fuera vicegobernador y gobernador del Estado de México, hizo públicas, en
1829, una serie de reflexiones que resultan esclarecedoras acerca de la práctica de
la política, desde la perspectiva de un actor bien situado. Equiparaba la adminis-
tración pública "con una complicada máquiná'. Símil que utilizaban los políticos
con frecuencia; así, por ejemplo, el secretario del despacho del gobierno de Chi-
huahua, se refería a la "maquinaria políticá'. El oficial mayor del gobierno de Chia-
pas, también mencionaba cómo se movía la maquinaria, al hacer alusión al gobier-
no. Imagen notable esta última, por su claridad, al añadir el movimiento. La cosa
pública funcionaba -o mejor dicho debería funcionar-, como un conjunto de
piezas articuladas que formaban el aparato público y que deberían moverse con
concierto. Situación ideal, que mostraba la confianza ilimitada de las autoridades
públicas de disponer de una herramienta eficaz. El maquinismo, se podría decir,
irrumpía en el mundo de la política. 17
17 1829. Lebrija, Joaquín, "Excirariva que hace el gobernador del esrado de México ... fechada en
Tlalpan el 21 de julio para que rodos sus ciudadanos laboren con el gobierno de 1<1 enridad, coadyuven
302 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMffiICA LATINA. SIGLO XIX
para actuar y dar vida a la complicada máquina de la administración dentro del sistema federal", Mé-
xico; García, José Pascual, 1829, "Memoria presentada al honorable congreso segundo constitucional
de Chihuahua por el secretario del despacho de gobierno sobre el estado de la administración pública".
Imprenta del supremo Gobierno del estado a cargo de José Sabino Cano, pp. 24-25; 1831. "Memoria
del estado en que se hallan los ramos de la administración pública de las Chiapas ... ". En una represen-
tación de Oaxaca, se hace mención a: la delicada mdquina federal 1835. "Representación de los ciuda-
danos de Oaxaca'' en: Planes en la nación mexicana. Libro tres: 1835-1840. México, LIII Legislatura del
Senado de la República, El Colegio de México, 1987 (introducción de Josefina Vázquez), p. 74.
LAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 303
tivo, y velan en la conservación y seguridad de los pueblos (y) estos tienen más cer-
ca ... una autoridad ilustrada a quién ocurrir en todos sus negocios". 18
Sin embargo, las dificultades en el funcionamiento de la maquinaria político-
administrativa establecida, con el paso del tiempo, confirmó, a juicio de los ejecu-
tivos estatales, los diagnósticos negativos sobre los ayuntamientos, formulados des-
de 1824, además de nuevas experiencias que complicaban aún más el panorama.
El principal quebradero de cabeza seguía siendo los cuerpos municipales. La serie
de correctivos y medidas puestos en marcha no dieron los resultados esperados y
con el correr de los años no parecieron suficientes. La situación se agravó, si se
atiende a lo expresado por varios gobiernos. En 1830, en la memoria de Puebla, se
resumía con desaliento el ambiente que privaba respecto a los ayuntamientos y que
se compartía en varios estados. Se consignaba: ''.Apenas se presentará una institu-
ción, de que los pueblos se hayan prometido mayores ventajas; ni que hubiese co-
rrespondido menos a las esperanzas del legislador" . 19
El asunto era grave, afectaba el basamento del sistema político, considerada
como "la institución fundamental de los sistemas representativos". Uno de los asun-
tos preocupantes se refería al hilo conductor que se debería establecer entre los ni-
veles superiores y los representantes edilicios, el cual no funcionaba adecuadamen-
te. Las experiencias al respecto se repiten con frecuencia en los informes preparados
por los gobiernos estatales. Por ejemplo, desde 1824 advertía el gobierno de Gua-
najuato, que las respuestas recibidas a las solicitudes de información que hacía a los
ayuntamientos eran oscuras e ininteligibles. Por otra parte, en la aplicación de las
disposiciones decididas por el poder público, con excepción de las cabeceras y algu-
nos pueblos, no se sabían interpretar y con frecuencia se aplicaban mal. Así tam-
bién, cuando los miembros de los ayuntamientos hacían consultas a las autoridades
superiores, éstas no eran comprensibles. Se explicaba, como lo señalaba en 1826 el
gobierno de Jalisco, al referirse a los miembros de los ayuntamientos, que los más
capaces apenas sabían leer y se les dificultaba la escritura.
En las memorias de Chiapas, de 1830 y 1831, se mencionaba que salvo las ca-
beceras de partidos, los miembros de los ayuntamientos desconocían sus obligacio-
nes y no comprendían las órdenes y decretos que les remitía el gobierno del estado.
La razón, se explicaba porque "los individuos que los componen carecen de aptitud:
por sencillas y limitadas que sean sus funciones, ellos no las pueden cumplir; y por
consiguiente viene a inutilizarse la creación de los ayuntamientos". Se precisaba en
qué consistía la falta de aptitudes: "pues lo hay sin saber leer ni escribir, y aún la len-
gua vulgar como son los indígenas" .20
18 1826. "Memoria en que el gobierno del estado libre de México ... ", pp. 5-6; 1826. "Memoria
sobre el estado actual de la administración pública del estado de Jalisco en todos los ramos de su com-
prensión", Guadalajara, Imprenta del ciudadano Urbano Sanromán.
19 1830. "Memoria presentada al congreso de Puebla de los Angeles ... ", pp. 5-6.
20 1826. "Memoria que presentad gobernador de Guanajuato ... "; 1826. "Memoria sobre el es-
304 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POUTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
cado actual de la administración pública del estado de Jalisco ... "; 1830. "Memoria del estado en que
se hallan los ramos de la administración pública de las Chiapas ... "; 1831. "Memoria del estado en que
se hallan los ramos de la administración pública de las Chiapas ... ", p. 9.
21 1834. "Memoria sobre la administración pública del estado de Chihuahua leida al Honorable
congreso cuarto constitucional por el secretario del despacho el día 3 de julio de 1833". Chihuahua,
Impreso por J. Melchor de la Garza en la oficina del estado.
22 1830. "Memoria presentada al congreso de Puebla de los Ángeles ... , pp. 5-6.
LAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 305
Una posible solución que fue apareciendo con frecuencia en las memorias e
informes de gobierno, fue el reducir, aún más, el número de ayuntamientos, lo que
significaba cuestionar la eficacia de la política implantada durante los primeros
años del federalismo, consistente en aumentar el número de habitantes requeridos
para formar cuerpos municipales y que fue seguida -como se ha revisado- en la
mayoría de los estados. La propuesta fue circunscribirlos a las cabeceras de parti-
do. La experiencia de los años transcurridos mostraba que en las capitales estatales
-también cabeceras, como en el resto de cabeceras, funcionaban. La medida no
se llevó a la práctica, pero si hubiera sido implantada, hubiese significado una re-
ducción más que drástica del número de ayuntamientos, si se compara el reduci-
do número de cabeceras con los ayuntamientos existentes en cada estado. Los
ayuntamientos, expresión de la representación y gestión local, se habían converti-
do en el hilo más delgado de la organización política territorial. El desenlace no
ocurrió, pero lo que se había avizorado era restringir prácticamente la capacidad de
participación y administración a las cabeceras de partido, que eran las jurisdiccio-
nes político-administrativas claves en el esquema de organización territorial. Los
cuerpos municipales se habían convertido en la bete noire al desestabilizar y debi-
litar el control territorial, desde la perspectiva de la centralidad estatal. 23
En la posición de varios ejecutivos estatales, respecto a la vida municipal in-
fluyeron, también, las experiencias recogidas durante las visitas a los municipios
con el propósito de estar al tanto de las realidades locales. En Guanajuato, donde
era una disposición constitucional, en la memoria de 1830, de una visita a los mu-
nicipios del estado, concluían que era indispensable suspender varios ayuntamien-
tos durante algunos años y fomentar la ilustración de sus miembros, además de re-
ducirles sus funciones. Se sugería que en aquellos municipios donde se decidiera
interrumpir las funciones del ayuntamiento, éstas podrían ser asumidas por el jefe
político. Se proponía también, limitarlos exclusivamente a las cabeceras.24
23 "el gobierno escima no solo convenience, sino absolucamence necesaria la reducción de ayun-
camiencos únicamence a las cabeceras de parcido, y algunas otras poblaciones, que por el crecido núme-
ro de sus habicances u otras circunstancias locales, pueda apropiátseles esta institución con la esperan-
za de provecho"; 1830. "Memoria presentada al congreso de Puebla de los Angeles ... pp. 9-10.
1830. "Memoria instructiva, que en cumplimiento de la parte 4• del artículo 109 de la constitu-
ción del estado de Guanajuato, presenta al superior gobierno del mismo, su primer vicegobernador cons-
titucional". Imprenta del Supremo Gobierno "habiendo manifestado la experiencia que el desarreglo de
algunos pueblos proviene principalmente de la distancia a que se encuentran de la cabecera del departa-
mento respectivo"; 1832. "Memoria de la administración pública del estado de Guanajuato, correspon-
dience al afio de 1831, que el vicegobernador constitucional, en ejercicio del poder ejecutivo, presenta en
cumplimiento del aráculo 82 de la constitución del mismo estado", México, Imprenta del Águila, p. 9.
24 El vicegobernador deberla visitar por lo menos dos veces al afio los municipios del estado. Ax-
áculo 109, fracción 4•, sección segunda. "Constitución del estado de Guanajuato"; 1828, Colección de
constituciones de los Esuulos Unúlos Mexicanos ... t. I, p. 368. En la misma constitución promulgada en
1826, se especifica el número de habitantes para formar un ayuntamienco y además se afiade que debe
concar con vecinos competentes.
306 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLlTICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
25 1830. "Memoria instructiva, que en cumplimiento de la parte 4• del artículo 109 de la cons-
titución del estado de Guanajuato"; 1832. "Exposición que el tercer gobernador del estado hizo en
cumplimiento del artículo 83 de la constitución particular del mismo a la 4a. Legislatura constitucio-
nal al abrir sus segundas sesiones ordinarias". Oaxaca, Imprenta del supremo gobierno, dirigida por el
ciudadano Antonio Valdés y Moya.
26 1826. "Memoria en que el gobierno del estado libre de México ... ", pp. 5-6; 1827. "A los habi-
tantes del estado de México, su congreso constituyente", Colección de constituciones de los Estados Unidos Me-
xicanos, t. l, pp. 403-404; 1830. "Memoria presentada al congreso de Puebla de los Angeles ... , pp. 4-5.
lAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 307
triga que prevalecía en su elección, así como permitir una nueva división del terri-
torio en departamentos y partidos, confirmaba el convencimiento de que era in-
dispensable contar con una estructura territorial jerarquizada y con autoridades su-
periores designadas por el Ejecutivo que supeditaran los ayuntamientos. Por tanto,
compartían el convencimiento que afí.os atrás había servido para crear los funcio-
narios territoriales y en apoyo de su petición consideraban que los prefectos: "son
las columnas sobre que descansa el grande edificio que ostentan los supremos po-
deres de cada estado; y cada uno de los mismos jefes políticos en su demarcación
ejerce igual número de atribuciones que el ejecutivo en grande, o en la extensión
de su órbita''. Opinión que se reiteraba en 1831, al sefialar que el Ejecutivo se en-
contraba atado de manos, por no disponer de la maquinaria que le permitiera pa-
sar "del estrecho círculo de sus inmediaciones". En 1832, en la memoria de Oaxa-
ca, se reiteraba la convicción acerca de la eficacia de los funcionarios, encargados
del gobierno político y económico de los departamentos, como "los primeros
agentes del ejecutivo, encargados de comunicar órdenes a los pueblos y los conduc-
tos para recibir novedades y noticias de aquéllos". 27
CONSIDERACIONES FINALES
27 1828. "Memoria del estado actual en que se hallan los ramos de la administración pública de
las Chiapas que en el cumplimiento de la obligación 4• del artículo 57 de la Constitución del estado,
presentó y leyó el oficial encargado de la secretaría del supremo gobierno en las segundas secesiones de
la 2• Honorable legislatura constitucional el día 6 de febrero de 1828". Capital de Chiapas, Imprenta
de la Sociedad, pp. 25-26; 1831. "Memoria del estado en que se hallan los ramos de la administración
pública de las Chiapas ... "Memoria de Chiapas 1831, pp. 5-6; 1832. "Exposición que el tercer gober-
nador del estado ... "; en la Memoria de Coahuila-Texas se mencionaba a propósito: "El ejecutivo en-
cargado a una sola persona con el fin importante de atender a la celeridad de su despacho y a la acción
continua en que siempre debe estar este Supremo poder... se halla comprometido en muchos casos por
la falta de un cuerpo intermedio a quien consultar en los negocios difkiles", 1833. "Memoria en que
el gobernador del estado libre de Coahuila y Texas: Da cuenta de los ramos de su administración, al
congreso del mismo estado, conforme al artículo 15 de la constitución. Leída en la sesión pública de 2
de enero de 1833". Leona Vicario, Imprenta del Gobierno, p. l.
308 ENSAYOS SOBRE LA NUEVA HISTORIA POLITICA DE AMÉRICA LATINA, SIGLO XIX
su territorio, como fue el caso francés, en la federación mexicana fue necesario que
el congreso de cada estado decidiera y optara por el modelo bajo el cual se organi-
zaría su territorio. Así, 19 estados se organizaron en forma soberana. Y a pesar de
que el abanico pudo ser diverso, con variantes distintas, los resultados muestran
grandes semejanzas que conllevan a un estándar que se fue ajustando y adecuando.
Desde el principio se decidió adoptar una parte importante de la organización
territorial anterior, los partidos, asimilándolos como ingredientes fundamentales del
sistema territorial. Al mismo, tiempo condicionar y delimitar la esfera de los ayun-
tamientos, tanto en las condiciones para su establecimiento, como sería el número
mínimo para establecerlos y su sujeción al Ejecutivo por medio de funcionarios su-
periores, los prefectos, jefes de policía o departamento y adoptando al mismo tiem-
po una división territorial, casi en todos los estados, por encima de los partidos y
municipios, los departamentos, distritos o cantones.
Sin embargo, una vez establecida la estructura territorial y sus jerarquías, a
partir de una codificación de sus reglas de funcionamiento, las tensiones y conflic-
tos, desde la perspectiva de los ejecutivos y congresos estatales, seguían provinien-
do de los ayuntamientos. Desde los albores del establecimiento del federalismo se
tomaron medidas, pero las experiencias resultantes, aunadas a las que previamen-
te conocían, les convencieron de la necesidad de limitar la vida municipal a un nú-
mero menor de cuerpos edilicios. Razones múltiples justificaban su postura como
he mencionado. El proyecto quedó en propuesta, pero mostraba el desencanto de
las élites estatales con el engranaje más extendido de representación que eran los
ayuntamientos y parte esencial de la maquinaria político-administrativa.
Se puede considerar que en la apuesta política de los ejecutivos estatales, la es-
tructura territorial sobrepuesta a los municipios tuvo un propósito preciso: el con-
trol del territorio, mediante un mecanismo político administrativo. Sus resultados,
si se atiende a la opinión de los ejecutivos estatales, fueron los esperados. Sin embar-
go, en la pretensión de centralizar los estados, el basamento no funcionó como se
esperaba. Imposibilitó que la cadena de mando circulara de arriba hacia abajo y vi-
ceversa, con fluidez y eficacia. La pretensión de que lo político-administrativo se im-
pusiera avanzaba, pero aún no lograba todas sus miras. Se puede afirmar que la re-
presentación podía restringirse en aras de un eficaz modelo de gobierno, tal como
fue la propuesta de limitar los ayuntamientos exclusivamente a las cabeceras.
En cuanto a las experiencias institucionales, considero que por medio de los
ejecutivos de los estados, se puede conocer una parte del funcionamiento del sis-
tema político. No sólo es la parte normativa la que se aprecia, sino también las di-
ficultades y aciertos en su puesta en operación. Nos acercamos a una parte de las
prácticas de la política. Sin duda, sería interesante acercarnos en el futuro a otra de
las partes, la de los ayuntamientos y su perspectiva. Ambas forman parte del pro-
ceso político.
Por último, considero importante destacar las virtudes del enfoque compara-
tivo. Sus frutos son valiosos al permitir conocer las principales tendencias del pro-
LAS MAQUINARIAS ESTATALES Y LOS AYUNTAMIENTOS 309
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312 COLABORADORES
sobre la historia política de México, editó con Frans;ois-Xavier Guerra la obra co-
lectiva Espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. Siglos XVIII-XIX.
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9 789681 212568
1 EL COLEGIO
DE MÉXICO