¿Heredar La Historia Familiar
¿Heredar La Historia Familiar
¿Heredar La Historia Familiar
¿HEREDAR
LA HISTORIA FAMILIAR?
Lo que la ciencia nos revela
sobre la psicogenealogía
Índice
Introducción
Las emociones y la memoria
La somatización
La memoria corporal
La familia, todo un mundo...
Cuando el niño aparece
Las repeticiones familiares
La transmisión comienza antes del nacimiento
La transmisión por impregnación de la vida cotidiana
Reparación y resiliencia
Conclusión
Tabla de genogramas
Bibliografía
Agradecimientos
«El edificio inmenso del recuerdo».
MARCEL PROUST, En busca del tiempo perdido
[1]. Por supuesto, he cambiado los nombres y apellidos de todas las personas,
pero he encontrado nombres equivalentes cuando ha sido necesario,
excepto si fueron citados por la prensa. He nombrado a miembros de mi
familia en la medida en que ello no les pueda perjudicar.
LAS EMOCIONES Y LA MEMORIA
¡Somos seres racionales, por supuesto! Pero ¿qué seríamos sin emociones ni
memoria? ¿Un cuerpo vacío? ¿Un programa informático? Las emociones y la
memoria, que, junto con el discernimiento conforman nuestra mente, se
apoyan en mecanismos complejos y son el resultado de experiencias
corporales. Producidas por la constitución misma de nuestra fisiología, son
interpretadas y corregidas por nuestra forma sensitiva y mental de aprehender
el mundo. Cuerpo y mente están inextricablemente unidos.
La manera en que las emociones y la memoria interactúan en cada uno de
nosotros es la base de nuestro equilibrio. El curso normal de una emoción es
remitir: guardamos una huella de memoria, pero nuestro cuerpo recupera su
equilibrio fisiológico. En el caso de un estrés prolongado o un trauma, el
retorno a este equilibrio es imposible. El recuerdo permanece eternamente
presente, como un disco rayado, o por el contrario desaparece, pero reaparece
de forma aparentemente aleatoria.
Relacionadas con dificultades psicológicas, estas alteraciones de la
memoria son el crisol de la transmisión transgeneracional, por eso es
necesario explorarlas.
Las emociones
De la admiración a la tristeza, pasando por el desánimo o el entusiasmo, la
lista de emociones es larga. Pionero en la investigación sobre las emociones y
las expresiones faciales que les corresponden, el psicólogo estadounidense
Paul Ekman ha identificado seis expresiones de las llamadas básicas, porque
serían universales, muy reconocidas por toda la humanidad, por muy diversa
que sea. Éstas son: la alegría, la tristeza, la ira, el asco, el miedo y la sorpresa.
Todas las emociones estarían compuestas a partir de estas seis emociones
básicas.
Contrariamente a los sentimientos, que por definición son duraderos y no
necesitan ser activados por la presencia de su objeto, las emociones son
efímeras: se desencadenan por un estímulo y luego se despliegan antes de
remitir y dejar paso a la calma o a una emoción nueva… La conmoción
corporal que provocaron (temblores, ritmo cardíaco acelerado, sudoración…
se atenúa antes de desaparecer. Esto es al menos lo que ocurre en situaciones
normales.
Trauma y traumatismo
El trauma es un shock, una situación de violencia tal que la víctima se siente
en peligro de muerte física y/o psíquica inminente. El traumatismo es la
consecuencia del trauma para la víctima.
Un trauma es, por ejemplo, ser agredido, abusado, violado, ser testigo de
un accidente o de un acto de gran violencia, vivir una cataclismo natural,
verse envuelto en un enfrentamiento o expuesto a una situación brutal. Entre
los traumas que alcanzan dimensiones extremas están las masacres en masa y
los genocidios, pero también las agresiones deliberadamente crueles y las
violaciones.
En situación de trauma, los sentidos y la mente pueden adquirir
repentinamente una agudeza extraordinaria que no podíamos imaginar que
teníamos: la escena se desarrolla a cámara lenta, vemos, oímos, olemos todo
y registramos también el color del cielo o el de una prenda de vestir, así como
el canto de los pájaros, el ruido o el silencio de la calle, el olor de las rosas o
de la basura. La precisión de nuestros sentidos es tal que también registra la
fecha del acontecimiento.
No somos iguales ante el trauma: una misma situación causa efectos
diferentes según nuestra personalidad, según nuestra experiencia vital e
incluso según la historia de nuestros padres.
Estudios del ejército israelí muestran por ejemplo que, a datos iguales
antes del combate, los soldados cuyos padres sufrieron el impacto del
Holocausto son más sensibles al estrés postraumático que los demás.
Algunas personas, porque probablemente pudieron construirse muy
sólidamente de antemano (es la tesis del psiquiatra Boris Cyrulnik sobre las
facultades de resiliencia),[14] recuperan más o menos rápidamente un
equilibrio psíquico y fisiológico. Éste parece ser el caso del militante
antifascista convertido en escritor Jorge Semprún, internado en el campo de
concentración de Buchenwald en 1943. La vida en ese campo no le impedía
la reminiscencia de recuerdos felices suscitados por una palabra, un árbol o la
nieve. Inversamente, mucho más tarde, mientras asistía a una representación
teatral «en medio de los dorados del Teatro del Odeón, la letra de una canción
alemana trabajando las entrañas de la memoria, [le] llevaron a un domingo
lejano en el Revier de Buchenwald».[15]
Otras, por el contrario, sufren las consecuencias del trauma durante largo
tiempo y a veces de por vida. Estas personas viven y reviven la situación. Sus
días y sus noches están habitados por el suceso que los traumatizó y no les
deja ningún descanso. Porque la fractura deja huellas duraderas: la amígdala,
una de cuyas funciones principales es gestionar el miedo, permanece
bloqueada. El miedo está como enquistado en el cuerpo y la psique de las
víctimas. El estrés postraumático está ahora bien descrito: dificultades de
concentración, pesadillas e insomnio, dificultades relacionales, ansiedad
permanente, evitar situaciones que puedan recordarles el trauma, fobias,
flashbacks incontrolables que provocan ataques de pánico, como veremos
con el jarrón de Jacqueline.
La conciencia del propio acontecimiento está como guardado en una
«cripta», al mismo tiempo que el cerebro graba los estímulos presentes y los
memoriza sin relación con la situación, pero en relación con el terror
provocado por el trauma mismo. Tras la conmoción y la disociación, la
conciencia del presente y la memoria están alteradas. Las monjas violadas por
los sacerdotes[16] dan testimonio de la conmoción que las paralizó
mentalmente. ¿Qué decir de los niños maltratados o violados por un familiar
en el que confiaban? Para todos ellos, niños y adultos, la agresión se
multiplica por el hecho de que su autor se suponía que debía protegerlos.
La psiquiatra Muriel Salmona, que realiza un trabajo considerable sobre el
traumatismo de los niños violados, utiliza el término «allanamiento
psíquico»: durante el acto, la violencia del acontecimiento y la impotencia de
la víctima son tales que, al ser imposible la huida física, el cerebro organiza
una especie de huida mental de sí mismo. Una amiga me dijo: «Cuando me
violaron, realmente sentí que mi cerebro salía de mi cuerpo».
EL JARRÓN DE JACQUELINE
LA BRONQUITIS DE JEANNE
Cuerpo y alma
La somatización es un daño corporal real: sufrimos una «verdadera»
enfermedad, a veces muy grave, incluso mortal. Debe distinguirse claramente
de lo que se denomina la «conversión», que es una afectación funcional: en
este caso, el órgano afectado no funciona aunque no sufra ninguna lesión. Por
ejemplo, la pérdida del habla, de la vista, la parálisis de algunos miembros
pueden deberse a un shock psíquico.
Recuerdo a una joven que había perdido repentinamente el habla. Los
exámenes a los que se sometió no mostraban ninguna anomalía. Esta afasia
apareció el día previsto para su boda… Su «futuro marido» la había
abandonado el día anterior, anunciándole que había conocido a otra mujer.
Ella se despertó muda el día que debería haber dicho «Sí». Esta palabra que
se había vuelto imposible había vuelto imposibles a todas las demás.
Nuestro cuerpo vibra con emociones, pensamientos y recuerdos,
contrariamente al de la ciencia médica que con demasiada frecuencia olvida
que tenemos un alma porque no la ve. Nos sentimos bien o mal, nos duele,
nos gustan o nos disgustan nuestras manos, nuestra nariz, nuestras piernas por
razones que generalmente son inconscientes y que la medicina ignora. Es
decir, que nosotros «invertirmos» tal o cual parte de nuestro cuerpo por
razones que en realidad se nos escapan.
EL 14 DE JULIO
ANIVERSARIOS EN EL HOSPITAL
El hecho psicosomático
Me he preguntado mucho sobre la somatización a partir del psicoanálisis sin
lograr suscribir lo que éste dice. Despreciado y ridiculizado por demasiado
innovador y, sin duda, excesivo, uno de los primeros psiquiatras-
psicoanalistas que ha explorado la idea de la existencia de vínculos entre
nuestra mente, nuestra historia personal y familiar, la ideología en la que
estamos inmersos y las enfermedades, es Wilhelm Reich. Después de él,
otros psicoanalistas han trabajado esta cuestión. Pero sin tener en cuenta, al
parecer, el dolor psíquico de los psicosomáticos. De hecho, Joyce
McDougall,[29] ella misma psicoanalista, escribe para desmarcarse: «Las
revistas consagradas a la psicosomática subrayan la ausencia de afecto, la
falta de capacidad imaginativa y la dificultad de comunicación verbal» de los
psicosomáticos. Numerosos teóricos del psicoanálisis describen a los
psicosomáticos como personas con estructuras psíquicas especialmente
pobres y que tienen un pensamiento denominado operativo, es decir,
utilitarista, concreto, sin asociación de ideas… De esta manera omiten
comprender que el sufrimiento a veces puede ser tal que resulte imposible
verbalizarlo.
En Terapia Gestalt, libro fundador de esta práctica psicoterapéutica,
Frederick Perls, Ralph Hefferline y Paul Goodman son bastante radicales: la
enfermedad sería el resultado de varias etapas, en primer lugar la represión de
las emociones que lleva a su olvido, luego el olvido mismo de la sensación de
las emociones. ¡Terminaríamos así como un enfermo que ya ni siquiera sabe
lo que es una emoción!
Por mi parte, habiendo sufrido muchos y, a veces, graves problemas de
salud, no puedo identificarme con estas interpretaciones que añaden
vergüenza y pena. «Estás enfermo, es la malicia que vuelve a salir», solía
decirme mi padre.
La somatización plantea la cuestión de la relación entre el cuerpo y la
mente. Bloqueada en un «pienso, luego existo», nuestra cultura nos ha
enseñado a disociarlos… Pero ¿cómo pensaría si no tuviera un cuerpo? Es
difícil de entender y aceptar que nuestras emociones, impalpables, puedan
provocar trastornos somáticos, incluidos los más graves. Sin embargo,
aunque es delicado ser categórico o generalizar, ciertas enfermedades –desde
las más inocuas, como un resfriado, hasta las más graves, como cáncer o un
AVC[30]– son a veces somatizaciones, es decir, la expresión corporal de un
sufrimiento mental. Evidentemente, no es el caso de todas las enfermedades,
en particular las profesionales (absorción de polvo de carbón o de amianto),
las enfermedades de transmisión (por vía sexual, cutánea o a través de la tos),
o las intoxicaciones (agua no apta para el consumo, medicamentos).
La escuela de descodificación biológica[31] interpreta la enfermedad como
una respuesta biológica de adaptación a una situación o una experiencia que
no se puede manejar porque es demasiado estresante o dolorosa. Las
migrañas de Sandrine ilustran bien esta idea.
ES EL CUMPLEAÑOS DE PAPÁ
¿QUERÍAS DESCONECTARTE?
Los considerables avances de la ciencia en los últimos veinte años nos dan
algunas respuestas que, sin duda, serán enriquecidas en los próximos años. La
vida es movimiento. Tendemos la mano, corremos, sentimos la respiración,
los latidos del corazón y posiblemente las crispaciones de la digestión. Sin
embargo, no tenemos conciencia de la actividad de nuestras hormonas, de las
ondas generadas por el cerebro o del intercambio de células o neuronas, las
unas con las otras, que constantemente recorren nuestro cuerpo con
micromovimientos.
Observemos por ahora el ritmo de las ondas cerebrales, la extraordinaria
red de comunicación que es el sistema hormonal y la asombrosa memoria de
los tejidos. Nuestro cuerpo registra el estrés y el trauma, los shocks psíquicos
permanecen inscritos en el organismo. Veremos cómo los pensamientos y las
emociones tienen consecuencias sobre nuestros equilibrios bioquímicos y
cómo los trastornos importantes y duraderos pueden producir un
desequilibrio que, incluso, puede llegar a provocar la modificación de
algunos genes… A continuación, entraremos en el ámbito de la transmisión
invisible.
La memoria tisular
Alrededor del esqueleto que constituye su estructura, nuestro cuerpo se
compone de diferentes tipos de tejidos, es decir, conjuntos organizados de
células similares, como por ejemplo, el tejido muscular o nervioso. Los
tejidos se regeneran de sí mismos regularmente, pero los shocks físicos y
emocionales permanecen grabados en ellos, formando una memoria
complementaria a nuestra memoria mental.
El estrés afecta a los tejidos y las membranas y crea microlesiones que
también pueden causar enfermedades. Los músculos y las fascias son testigos
de los shocks que hemos sufrido. Así pues, la osteopatía conoce tres formas
de memoria tisular. Una memoria estructural, la de los shocks físicos: me
lesiono, tengo una cicatriz. Una memoria emocional relacionada con este
shock físico: las circunstancias de mi herida son heroicas o ridículas. Y una
memoria psicológica: mi cuerpo ha grabado una emoción ligada a este shock,
por ejemplo la satisfacción que proporciona un acto heroico o la vergüenza
del ridículo. De esta manera, «cada tejido traumatizado es único debido a la
singularidad de la memoria estructural, emocional y psicológica asociada».
[40]
Entre estos tejidos se encuentran las fascias. Compuestas de fibras
entrelazadas, forman una membrana que rodea músculos, huesos, nervios, de
hecho, todos nuestros órganos, que se conectan entre sí. Su función es
esencial, ya que contienen los receptores del sistema nervioso simpático,
participan en los reflejos de huida y el dolor puede localizarse allí. Son
elásticas y se movilizan según los movimientos antes de volver a su forma
original. Tienen receptores de dopamina (la hormona del placer y la
recompensa). Pero en caso de shock físico o de estrés, pierden localmente su
elasticidad y se endurecen, pudiendo alcanzar un estado patológico.
Varias disciplinas recientes, reconocidas y practicadas por la profesión
médica, utilizan técnicas de palpación extremadamente refinadas que
permiten al profesional detectar posibles bloqueos de estos
micromovimientos. Los percibe a partir de las diferencias de tensiones o
vibraciones emitidas por el cuerpo. Estas zonas paralizadas son la huella de
shocks que quedan en la memoria. Los profesionales curan y reestablecen la
movilidad de estas zonas mediante masajes tan ligeros y precisos como sus
palpaciones.
Partiendo de la constatación de que el estrés disminuye la energía
muscular, la kinesiología utiliza variaciones del tono muscular para probar y
reequilibrar las energías.
La fascioterapia restablece la movilidad del tejido dañado por el estrés
estimulando las fascias mediante masajes y movimientos específicos.
La microkinesioterapia permite al profesional sentir las microlesiones
generadas por el estrés y tratarlas. Esta técnica de palpación es tan refinada
que permite describir y fechar el acontecimiento. Lo he experimentado. A lo
largo de una sesión, la practicante pudo decirme que a los 11 años había
vivido un traumatismo relativo a una historia de lugar. Ella estaba molesta
porque no veía el sentido a lo que decía. Por mi parte, supe inmediatamente
que se trataba de la «Mudanza». Mis padres hicieron varias, pero sólo una se
llama «La Mudanza»: la que nos hizo abandonar nuestro pueblo de Vendée
para ir a la ciudad de Chartres; un desgarro sentimental. Asombrada por esta
precisión, le pregunté cómo lo había hecho. Me explicó que la ubicación de la
microlesión daba una indicación sobre la identidad del shock emocional. Para
la fecha: «Es simple, basta con contar –me dijo–, «la zona permaneció
inmovilizada hasta que se llega a la fecha del shock; más allá, el
micromovimiento vuelve a ser sensible». ¿Simple?
La memoria tisular funciona como la memoria mental: se despierta cuando
experimentamos un acontecimiento que tiene un punto en común con un
placer o un shock anterior.
Es sobre esa capacidad de nuestros tejidos para recordar tanto lo bueno
como lo malo, donde se apoya la técnica del anclaje emocional de la PNL
(Programación neurolingüística). «Anclamos» una sensación de bienestar
asociando un recuerdo sensorial agradable (un buen olor, un paisaje que nos
gusta) a una parte del cuerpo que tocamos; se establece entonces un vínculo
psicocorporal entre el tejido y la evocación de la sensación placentera, lo que
provoca el apaciguamiento. Más tarde, podemos recuperar una sensación de
apaciguamiento tocando de nuevo esa parte de nuestro cuerpo que recuerda el
bienestar.
En cambio, una amiga mía que había sufrido fuertes dolores de espalda
como consecuencia de un accidente, del que se salvó por los pelos, constata
que esos dolores reaparecen cuando tiene miedo. Más concretamente, su
reaparición le indica que atraviesa un momento de dificultades familiares o
profesionales que le asustan.
Así pues, tocar un lugar del cuerpo puede recordar y hacer revivir tanto
una sensación deliciosa como una irritación o un rechazo, dependiendo de la
sensación asociada. Los shocks físicos y emocionales se graban en nuestros
tejidos, formando una memoria complementaria a nuestra memoria mental.
La memoria corporal y la memoria mental se duplican y se refuerzan
mutuamente.
Más allá de los tejidos, la intoxicación del organismo por el estrés y el
sufrimiento psíquico alcanza incluso a las moléculas que permiten el correcto
funcionamiento de algunos de nuestros genes.
La lealtad
En el caso de Colette, varias generaciones de mujeres han orientado su vida
en función de un valor dominante que combina el afecto recíproco de las
madres y de sus hijos con una especie de opción política para dar todas las
oportunidades de éxito afectivo y profesional a sus hijos. Esto le parece
totalmente natural y, sin embargo, es muy consciente de que proviene de una
historia, casi de una leyenda familiar. En cualquier caso, desde hace varias
generaciones, las madres, pivotes de la pizarra pivotante, devuelven también
a sus madres el amor y, cuando envejecen, el apoyo que recibieron de niñas.
Estos intercambios no conscientes de expectativas y de respuestas a la
espera, es decir, de méritos y de deudas los unos con los otros, establecen
vínculos específicos y fuertes entre los miembros de la familia y son el origen
de lo que Boszormenyi-Nagy denominó «lealtad…, ese vínculo resistente y
profundo que une entre sí a los miembros de una misma familia, un vínculo
que trasciende todos sus conflictos.[53] Es una lealtad incondicional al otro
que se ha construido en este movimiento permanente de dones y deudas en el
que se entremezclan sentimientos de confianza y de gratitud, de celos y a
veces también de rencor.
Podemos discutir y enfadarnos entre nosotros, pero frente a un enemigo
común la familia se mantiene unida, a menos que se sienta traicionada por
uno de los suyos. También puede rechazar a uno de los suyos para
permanecer unida. Lo veremos en el próximo capítulo.
Es frecuente que, por debilidad, sufrimiento, repetición inconsciente,
incluso por estupidez, uno de los elementos de este sistema familiar dé a un
elemento de este sistema lo que debería haber dado o devuelto a otro. Es
común que los padres reprochen a sus hijos lo que, de hecho, no han podido o
no se han atrevido a decir a sus propios padres. Así pues, los hijos deben
asumir tareas o funciones que no son las suyas. Es la «parentificación»: una
inversión de roles donde el padre pide al hijo que haga lo que debería hacer
él, el padre, y establece como norma la asunción de responsabilidad y la
compensación por un niño de sus incompetencias y de sus deseos. Un día, por
ejemplo, escuché a una madre reprochar a su hija de 6 años por haberse
olvidado de poner los cargadores de los teléfonos en la maleta de las
vacaciones. A veces, también, los niños son los confidentes o los chivos
expiatorios de sufrimientos o de historias que no les conciernen. A veces
tienen que «pagar», como le piden sus padres a Chloé.
No había mucho dinero en casa, con un solo sueldo y tres hijos… y además
con la adicción del padre al alcohol y al juego. Antes de la llegada de los
agentes judiciales, sus padres abarrotaban la habitación de Chloé con el
máximo de objetos posibles (los agentes judiciales no tienen derecho a entrar
en los dormitorios de los niños). Desde la escuela, Chloé comprendió que
debía tener éxito y se fue de casa a los 18 años. Hoy tiene cuatro hijos. Su
padre le exige que le dé una tarjeta de crédito: es normal, dice él, porque la
necesita. Ella se niega. A él le parece justificado insultarla, así como a su
compañero. En Navidad, cuando él quiso una moto, uno de los hermanos de
Chloé se la compró. Al negarse Chloé a participar, sus padres se enfadaron y
toda la familia se puso de acuerdo en que tenía muy mal carácter y la
excluyeron de las celebraciones familiares. Chloé pasa una (buena) Navidad
con sus hijos y su compañero. Los niños están contentos, pero también lloran
porque lamentan no haber visto ni a sus abuelos ni a sus tías y tíos (ni sus
regalos).
El hermano de Chloé, que compró la moto, también le dio hace mucho
tiempo a su padre una tarjeta de crédito. Está tan atrapado en una lealtad tan
fuerte que ha interiorizado completamente sus órdenes y las encuentra tan
normales que critica a Chloé por no cumplirlas.
El ejemplo de Chloé muestra cómo numerosas generaciones están
atrapadas al mismo tiempo en un mismo sistema. Cada uno jugando un rol
inducido y sostenido por el contra-rol[54] jugado por los otros. Escapar de
esto es muy difícil, especialmente cuando los niños forman parte y pueden ser
utilizados por los abuelos contra sus padres. Por ejemplo, los padres de Chloé
les dijeron a sus nietos que no tendrían sus regalos de Navidad porque su
madre no era amable con ellos… Las expectativas inadecuadas de los padres
de Chloé y su resistencia provocan una situación de ruptura incomprensible
para sus hijos, que ignoran toda la situación. ¿Cómo ser leales a la vez a su
madre y a sus abuelos? Se encuentran en una situación conocida como
«lealtad dividida». Chloé se mantiene firme, ha trabajado mucho con ella
misma para contrarrestar los efectos perjudiciales de su infancia.
Para su uso interno, las familias establecen –las heredan y las adaptan–
normas de comportamiento entre sus miembros, y entre éstos y el mundo
exterior. Algunas normas son muy explícitas: saludar, ir a la escuela, lavarse
las manos antes de comer, etc. Es la transmisión intergeneracional. Se basa en
intercambios regulares, relatos, visitas al cementerio, conmemoraciones (los
aniversarios, incluso ficticios: «Tu abuelo cumpliría 107 años»), objetos
(«Era el chifonier de tu bisabuela cuando se colocó como criada»).
A veces decisiones familiares, que tienen una utilidad esencial para
quienes las instauran, tienen fuerza de ley en la familia. Ésta juzga a los suyos
según criterios que le son propios: la importancia que concede al qué dirán,
su organización interna y los sentimientos que unen a sus miembros, su
estatus social y su interés financiero. Puede negar tanto el acto delictivo de
uno de los suyos y construir un secreto familiar,[55] como calificar de crimen
un accidente doméstico. Y el «criminal» debe ser castigado. Es a menudo el
caso de los hijos adúlteros, pero también es el de los hijos que se designan
como responsables de un drama familiar, eximiéndose así los adultos de su
responsabilidad. Anne Ancelin Schützenberger nos contaba el caso de una
niña de tres años que fue acusada por su familia de haber señalado a sus
padres a los agentes de la Gestapo que vinieron a buscarlos. La historia de
Patrick Sanlessou es otro ejemplo.
LA FAMILIA LERICHE-SANLESSOU
El habitus
La transmisión de comportamientos implica una forma de «portarse bien», es
decir, una forma de ser social y corporal adaptada tanto a la familia como al
entorno social al que pertenecemos. En Para acabar con Eddy Bellegueule,
[59] Édouard Louis describe lo que debe ser un «hombre» en determinados
medios sociales, y las presiones que se ejercen sobre los que se diferencian.
Esta forma de ser característica del medio social al que pertenecemos es lo
que el sociólogo Pierre Bourdieu[60] llamó el «habitus»: «Aquello que uno ha
adquirido pero que se ha encarnado de forma duradera en el cuerpo en forma
de disposiciones permanentes […] un capital que, estando incorporado, se
presenta bajo la apariencia de innato».
Este concepto describe el hecho de que, desde nuestro nacimiento,
habitamos nuestro cuerpo en función de los modelos que nos dan, hasta el
punto de que parece innato. Interiorizamos hábitos que nos parecen naturales
(la familia monógama es la norma en los países occidentales, por ejemplo),
así como habilidades intelectuales, deportivas o artísticas. Esto explica en
parte (sólo en parte) los grandes linajes de artistas. Su don es generado y
llevado por el linaje que, a su vez, está integrado en un entorno social que les
permite expresar este don.
El habitus da una identidad a la familia al mismo tiempo que la transmite.
Es una semejanza entre los unos y los otros que a veces tiene que ver más con
el mimetismo y la manera de estar que con una identidad de rasgos físicos; es
una forma de hablar común (fuerte o suavemente, con un acento y
apoyándose en ciertas sílabas), una manera de aprehender el arte, de habitar
su cuerpo. Las reglas de educación compartidas por una clase social permiten
a sus miembros reconocerse entre sí y ser reconocidos como tales por los
demás, es la «distinción.[61]
De esta manera, en El lugar,[62] Annie Ernaux da testimonio de la
diferencia entre su estilo de vida y sus maneras de hacer con los de sus
compañeros de la escuela «burguesa» a la que sus padres la inscribieron para
que integrara una manera de ser que sabían que ellos no podían darle y que
juzgaban indispensable para su ascenso social.
Otras reglas o modelos se transmiten implícitamente, a menudo de forma
inconsciente. Esto pasa a través de rituales cotidianos: la forma de dar los
buenos días o las buenas noches, una lectura compartida por la noche, el uso
de pantallas o la participación en actividades deportivas o culturales. El
habitus también puede instalarse después de un acontecimiento «shock»
como la «resurrección» del abuelo de Danny (el traumatismo a veces se
vincula a un acontecimiento positivo).
La comunicación en la familia
Los investigadores de la Escuela de Palo Alto han aplicado el análisis
sistémico a la comunicación. De esta manera, han constatado que se establece
un intercambio a distintos niveles:
—Cualquier comunicación se refiere tanto al contenido como a las
relaciones particulares de los interlocutores, el contenido adquiere su sentido
en estas relaciones.
—Siempre hay dos niveles de mensaje: el contenido en sí mismo y el
medio utilizado para transmitirlo.
—Cualquier mensaje contiene una puntuación de la secuencia de los
hechos, es decir, que cada uno cree que hay un principio en el intercambio y
que este principio proviene del otro: «Hago esto porque tú haces o dices
esto», a lo que el otro replica: «Sí, pero yo digo esto porque tú haces
aquello». Los interlocutores dan un origen a una situación cuando ésta se
incluye en una historia, cada uno cree que su comportamiento es inducido por
el otro e ignora que su propio comportamiento causa reacciones en su
interlocutor. Por ejemplo, es muy difícil no enfadarse cuando uno se siente
provocado.
Si, generalmente, las señales confirman el discurso, a veces lo moderan,
otras, lo invalidan. Sonrisas congeladas que estiran los labios mientras dejan
los ojos apagados, miradas furtivas, estallidos o gestos bruscos o, por el
contrario, interrupciones, toses, risas locas, silencios, informan al interlocutor
de que algo está alterando la verdad del intercambio. Esta incoherencia es la
causa de paradojas y/o «dobles vínculos».
La paradoja es un mensaje que contiene su propia contradicción. El
ejemplo más conocido nos viene de la antigüedad: «Epiménides el cretense
dice: todos los cretenses son mentirosos». También es una paradoja cuando
nos dicen: «Sé libre» o «Sé espontáneo»; ¿cómo ser libre o espontáneo
cuando nos piden que lo seamos?
Estar atrapado en una paradoja produce la parálisis de la acción y del
pensamiento y desencadena una ira que parece inexplicable y que a menudo
se interpreta como patológica.
Todavía es más difícil desenredarse de un doble vínculo porque está
construido a tres niveles. Primer nivel: una «orden negativa primaria» («Haz
esto o serás castigado»; estamos en el lenguaje). Segundo nivel simultáneo:
una «orden negativa secundaria» que contradice la primera (la palabra
amenazadora se dice sonriendo; estamos en la meta-comunicación). Un tercer
nivel desplazado que impide a la víctima salir de la situación: «¡Y, por favor,
sonríe cuando te hablo!».
El doble vínculo provoca pánico o rabia. Puede ser el origen de
determinadas esquizofrenias cuando se dirige a un niño de manera repetitiva.
La antipsiquiatría[63] lo ha demostrado.
El análisis sistémico de la comunicación intrafamiliar muestra de esta
manera que los intercambios sólo tienen sentido en su contexto. Los
interlocutores creen vivir un intercambio puntual, pero el presente de una
familia se hace a la vez de una historia de la que no tiene necesariamente la
memoria y de una proyección hacia el futuro. A través de su constitución,
construye una trama de dones y de deudas, es decir, de expectativas, que es
tanto más fuerte cuanto que es inconsciente e incorporada. Esta trama, que es
la base de la transmisión, se apoya en una comunicación de palabras, señales
y rituales que el niño futuro deberá descifrar y hacerla suya.
RECUERDA BARBARA
Vincent van Gogh, el pintor, que compartía con su hermano Théo el hecho de
llevar un «nombre-dinastía», es el hijo mayor del pastor Théo van Gogh. El
segundo hijo mayor, de hecho, porque nació un año después del nacimiento-
muerte de un primer Vincent. Un Vincent van Gogh nació y murió el 30 de
marzo de 1852, un Vincent van Gogh (el pintor) nació el 30 de marzo de
1853, como si la familia tratara de borrar una muerte al tener un hijo en la
misma fecha.
Este pintor es también el sobrino de Vincent van Gogh, marchante de
cuadros, hermano del pastor Théo van Gogh (ambos hijos del pastor Vincent
van Gogh). «Este padre, este tío, se querían tanto que se habían casado con
dos hermanas», escribe Viviane Forrester[78] (los matrimonios de este tipo
son uno de los modelos de la familia incestuosa: aunque el incesto no se
materializa, aun así se pregunta quién se casa con quién y quién sueña con
casarse con quién).
Este gran amor fraternal se prolonga a la generación siguiente entre
Vincent, el mayor, que será el pintor, y Théo, su hermano menor, que parece haber
sido una de las pocas referencias estables aunque pasional de la vida de dolor,
alcoholismo y genio del pintor. Las cartas de Vincent[79] reflejan una necesidad
desesperada e impotente de reconocimiento. ¿Cómo pintor? ¿Cómo pastor?
¿Cómo ser vivo? No lo sabe. Entre un hermano muerto cuyo nombre lleva y un
hermano vivo, el amor, la dependencia son tales que Vincent se corta la oreja
la víspera de Navidad, después de que Théo le anunciara su compromiso.
Muere (¿suicidio, accidente?)[80] un año y medio después. Mientras tanto, Théo
le había comunicado el nacimiento de su hijo… llamado Vincent. Esto no
explica ni el genio ni el loco sufrimiento del pintor, pero sin duda contribuye a ello.
Desde Vincent van Gogh, abuelo del pintor nacido en 1789, hasta Théo
van Gogh, su sobrino-nieto muerto asesinado en 2004, la familia Van Gogh
parece sometida a la imperiosa necesidad de nombrar a uno de los suyos
Vincent o Théo, creando así un linaje en el que es muy difícil saber quién es
Vincent, quién es Théo, y de qué Vincent o de qué Théo estamos hablando.
¿Es la marca de un drama imposible de borrar? ¿La vergüenza familiar de
haber heredado la fortuna del tío abuelo Vincent? Porque si su bien
intencionada familia estaba horrorizada por las ideas y los comportamientos
de este escultor que se fue a vivir a París, bien que aceptó su herencia. Tal
vez por eso, para un Vincent que encarna el diablo, la familia ha asociado
regularmente un Théo: théos en griego significa ‘dios’.
La confusión de las generaciones, alimentada por el uso de un mismo
nombre de pila, se encuentra también en la línea materna de Vincent el
pintor, cuya madre y una hermana se llaman Cornelia, al igual que una prima
de la que Vincent se enamora. Cuatro generaciones antes, una Cornelia se
había casado con el marido de su prima Cornelia después de que él
enviudara…
Así pues, algunos nombres expresan el hecho de que la familia no olvida,
quizás porque no quiere Un niño es nombrado por su nombre de pila para
expresar un secreto y, por tanto, continuar diciéndolo al mismo tiempo que se
calla, o bien manifestar un duelo para, a la vez, manifestarlo y de esta manera
seguir haciéndolo imposible.
ÉL ENGAÑÓ A MI ABUELA
Bertrand engañaba a las mujeres que amaba en cuanto empezaba a vivir con
ellas y sufría por el temor a ser abandonado. No se entendía a sí mismo. Al
rastrear en su historia familiar, encontramos el escándalo que había sacudido
a su abuela, cuando descubrió que su abuelo la engañaba con su criada.
Cuando planteé la hipótesis de que estaba reproduciendo a su pesar un
comportamiento que había generado un trauma familiar, Bertrand me sonrió
amablemente: no podía creer que esto hubiera influido en su vida cincuenta
años más tarde. Pero exploramos las reacciones de su abuela y, más en
general, de su familia. Amorosa o socialmente, no es agradable ser
«engañado»; pero si es con la criada, se le añade una especie de vergüenza.
Además de un problema social, un problema de pareja se ha convertido en un
drama familiar que impactó a uno de los nietos: repetía una situación sin
relacionarla con su historia familiar. Haber hecho la conexión le permitió
cambiar.
Vitalie Rimbaud fue abandonada por el padre de Arthur. Nunca se
recuperó. Quizás eso explica en parte la asombrosa vida de Arthur Rimbaud.
«YO ES OTRO»
¿Podemos encontrar una fórmula mejor y más precisa que ésta para describir
la alienación, es decir, la invasión por otro?
«El aire marino quemará mis pulmones, los climas perdidos me curtirán»,
[83] escribe Rimbaud en Una temporada en el infierno, describiendo lo que
será en efecto su futuro.
Marcharse, ser libre, viajar, dejar esposa e hijos… Cierto, pero la deserción
del hogar familiar por parte del padre marca profundamente a quienes la
sufren. Vitalie Rimbaud (la madre de Arthur) tuvo que criar sola a sus hijos,
su carácter especial no indujo, sin duda, a Frédéric Rimbaud (su marido) a
prolongar la convivencia de la pareja.
La vida de Arthur Rimbaud es una vida errante, iniciada en 1870 con la
guerra. Tenía 16 años cuando, saliendo de las Ardenas invadidas, partió hacia
París para dedicarse a la poesía (El durmiente del valle está escrito un mes
después de la batalla de Sedan)… y termina en la cárcel por no pagar su
billete de tren. Primera de sus idas y venidas a casa de su madre hasta la
última cuando, amputado, espera recuperar fuerzas, pero finalmente huye
ante el dolor y el miedo al ejército que, cree, querría volver a incorporarlo,
espera embarcar de nuevo, pero muere de cáncer en el hospital de Marsella.
Entre tanto, habrá viajado por Europa, aprendido inglés, alemán, italiano,
árabe (su padre hizo una traducción del Corán), se habrá alistado en el
ejército colonial neerlandés antes de desertar en Java y regresar a Charleroi, y
después volver a partir a Egipto, Chipre, el mar Rojo, Yemen, Adén, Etiopía,
trabajando sucesivamente de vigilante de obras, comerciante de café, de
algodón, de abalorios, traficante de armas y posiblemente de esclavos.
¿Una vida de desertor? En 1877, se presenta como desertor del
47.º regimiento, que es el regimiento de su padre.[84] ¿Una vida de
aventurero? ¿Cómo quién? Porque ¿cómo no hacer esta pregunta acerca de
alguien que proclama «Yo es otro»? ¿Ha vivido su vida? ¿Ha vivido la de
otro? ¿Y, si es así, la de quién?
El psicoanalista Alain de Mijolla establece un paralelismo entre la vida de
Arthur Rimbaud y la de su padre. Los viajes de Arthur a Oriente
corresponderían a una especie de segunda vida (siendo la primera la de poeta)
que retomaría a su manera la de Frédéric Rimbaud, militar de carrera, que
participó en la conquista de Argelia y Marruecos, en la guerra de Crimea y en
la campaña de Italia. Cuando regresa definitivamente a Francia, Arthur
Rimbaud tiene 37 años. Tiene la intención de encontrar una esposa y formar
una familia… como su padre, Frédéric Rimbaud, que se casó a los 39 años.
Bruno Clavier, él también psicoanalista, continúa la investigación que
Alain de Mijolla había realizado sobre Rimbaud 20 años antes, aunque
distanciándose. Observa en el linaje de Rimbaud, desde el padre del
bisabuelo de Arthur, una cascada de desapariciones o de muertes de padres
cuando sus hijos tienen 5-6 años: el síndrome del aniversario repetido. Por
otra parte, pone de relieve la figura de Jean-Charles Cuif, el querido y
admirado hermano de Vitalie, la madre de Arthur. Contratado a los 17 años
para escapar de un proceso judicial, regresó a la granja de su padre 14 años
más tarde sin haber dado noticias suyas en todo ese tiempo y murió al año
siguiente, a la edad de 32 años. Hermano y marido, dos héroes amados por
Vitalie, que la abandonan para vivir su vida.
Alain de Mijolla y Bruno Clavier coinciden en que las andanzas de
Rimbaud no le pertenecen. Observan la similitud entre su vida y la de su
padre y/o de su tío, cuestionan la trayectoria de su padre, su abuelo y su
bisabuelo para explicar la historia de su vida.
Si la desaparición de un ser querido se vive con dolor, pero también con
vergüenza y resentimiento, uno se silencia a sí mismo e impone el silencio a
los demás. Ésta es sin duda la actitud de Vitalie Rimbaud después de ser
abandonada por Frédéric Rimbaud, y la actitud del propio Arthur. Cuando
uno de los progenitores abandona el hogar, el hijo tiene que lidiar con
sentimientos complejos. Y el progenitor que queda, a menudo, no está en
condiciones ni de escucharle ni de ayudarle. El dolor del abandono es tanto
más intolerable cuanto que el duelo es imposible, ya que la persona
desaparecida está viva.
Cuando la familia sufre, intenta restablecer el equilibrio, entonces puede
suceder que un hijo trate de aliviar el dolor intentando reemplazar a la
persona desaparecida. Es posible que «Yo» haya vivido la vida de otro para
hacer revivir a ese otro. ¿Acaso Arthur Rimbaud intentó compensar el vacío
de la ausencia de su padre y de su tío viviendo la misma vida de aventureros
que ellos? ¿Para tratar de borrar el dolor de su madre? Porque su vida de
aventurero, como la de su padre y su tío, siempre lo lleva de vuelta a casa de
su madre, como para borrar el profundo dolor del abandono del que ella fue
víctima.
La familia también es el lugar de esas violencias absolutas que son los
asesinatos: cada tres días, una mujer es asesinada por su cónyuge, su
excónyuge o su amante. Hoy en día, ya no se habla de «crimen pasional» (¡el
pobre hombre, la amaba tanto que prefirió matarla, era tan desgraciado desde
que ella lo abandonó!), sino de feminicidio para expresar el hecho de que si el
acto se realiza en el ámbito familiar, también debe contextualizarse con
respecto a las relaciones de poder entre hombres y mujeres… Los hijos
también se ven afectados, porque cada cinco días un niño muere a causa del
maltrato de uno de sus progenitores o de un familiar. Cada dos semanas un
hombre es asesinado por su excompañera y las investigaciones policiales
muestran que en la mayoría de los casos esa mujer había sido víctima de la
violencia de su pareja durante años.[85]
«FILL D’ASESSIN»[86]
DESAPARECIDO EN EL PUERTO
Nadège tiene unos cuarenta años, está sola con dos hijos difíciles que van a
veces a casa de su padre. Trabajábamos juntas desde hacía tiempo cuando un
día llegó a la sesión en un estado de sobreexcitación y rabia que nunca había
visto en ella.
Le pregunto qué está pasando, la emoción atropella sus palabras.
—Pero ¿por qué? ¿Cómo pudo hacerlo? ¡A su hija! Tiene 3 años. Ahora es
huérfana. Como él. No pudo hacerle eso, es por ella. Es su culpa, ella lo llevó
al límite, le volvió a hacer otra escena.
Le propongo que se siente y me explique lo sucedido. Tras una discusión
con su esposa, Maurice, el hermano menor de su exmarido, acaba de
suicidarse. Tenía 30 años.
Repito:
—¿Huérfana, como él?
Me cuenta: tanto su exmarido como sus dos hermanos tienen trabajos
duros, pescadores o trabajadores en obras públicas, alcohólicos, difíciles para
la convivencia y con una infancia marcada por un drama: su padre murió en
un accidente. Trabajaba en el acondicionamiento del puerto y conducía
camiones de excavación. Un poco antes de Navidad estalló una tormenta, se
hizo de noche temprano, el camión derrapó sobre el balasto no estabilizado y
se hundió en el agua. El hombre desaparece.
Los dos hijos mayores, de 8 y 9 años, regresan del internado para las
vacaciones. El padre no está en casa. La madre no les dice nada. No hacen
preguntas, estamos en el país de los callados. ¿Y cómo hablar de un
«desaparecido»? Difícil de imaginar su noche de Navidad. Los dos mayores
se enterarán de la muerte de su padre más tarde, por sus amigos. Maurice, el
más pequeño (con 3 años) es «demasiado joven para entenderlo», no se le
dice nada y nunca se le dirá nada. Ya adulto, no se encuentra bien, no sabe
por qué, no tiene palabras, aplaca su ansiedad con alcohol.
Un poco antes de Navidad, su hija tiene tres años, como él cuando su padre
murió, y él tiene la edad de su padre cuando éste murió, el alcohol multiplicó
la rabia y la desesperación y eliminó las inhibiciones en ese preciso momento
de fiesta colectiva que, según el sociólogo Émile Durkheim,[88] exacerba el
sentimiento de soledad, y Maurice se ahorcó. Tengo ganas de escribir «eso lo
ahorcó».
Nadège sigue despotricando contra esa mujer con la que se «peleó como de
costumbre» la víspera de Navidad, y yo trato de hacerle entender que un
conflicto de pareja no conduce al suicidio, salvo en circunstancias especiales
como ésta precisamente, caldo de cultivo de duelo, de palabras no dichas y de
síndrome del aniversario. Porque quizás, seguramente, si la madre no hubiera
estado en tal estado de shock que le impidiera hablar de la muerte de su
marido, si el shock de la muerte y el dolor (o el alivio, nunca se sabe, o la
culpa) hubieran podido «ser hablados» por cada uno de ellos, si la madre y
los hijos hubieran sido escuchados, si se hubieran entendido y quizás llorado
juntos, este nuevo drama, probablemente, no habría ocurrido. Le dije todo
esto en vano, porque Nadège seguía convencida de que el joven murió por
culpa de su esposa. A menudo es más fácil acusar a las personas, sobre todo
si, por una u otra razón ya estamos un poco enfadados con ellas, que analizar
una situación…
La violencia de la desaparición de su padre, la del sufrimiento de su madre
y la del duelo imposible cuando, además, no se habla de ello, la del secreto
como tal son otras tantas violencias que convergen para «suicidar» a un
hombre.
Pero ¿por qué él? En parte, pero sólo en parte, porque sintió el drama
demasiado joven sin poder ponerle palabras: no las tenía y ni su madre, ni sus
hermanos, ni su entorno supieron dárselas. La madre está traumatizada y en
duelo con un pequeño Maurice al que entonces le fue imposible dedicar la
atención y manifestar el afecto que necesitaba, un pequeño Maurice
abandonado en un vacío mortal. Hablar de su tristeza y su dolor, saberse
amado y comprendido podría haberle evitado pasar al acto.
Las familias de marineros y pescadores están familiarizadas con estos
dramas de la desaparición en el mar. Cuando toda la unidad familiar
comparte el dolor, cuando los hijos y la madre están rodeados por la familia,
cuando los otros marineros y pescadores se unen primero para una ceremonia
y luego para dar su apoyo amistoso y material ayudando a la madre en su
vida cotidiana, el duelo puede tener lugar. El trauma no se transforma en
violencia hacia otros o hacia uno mismo.
El drama de Maurice se produjo en una familia que no se comunicaba con
el exterior y cuyos miembros no se hablaban entre sí. La intensidad de la
soledad de cada uno de ellos dio al síndrome del aniversario la oportunidad
de manifestarse tan radicalmente. No siempre es así. Liliane nos dará el
ejemplo de una resiliencia a través de un síndrome del aniversario que une a
varias generaciones.
Liliane viene a verme para averiguar de dónde vienen sus dificultades con
«sus» hombres: el padre de sus hijos y más tarde su reciente pareja la
maltrataron. No entendía qué desencadenaba esos comportamientos hacia ella
y le parecía que provenían de más allá de sí misma.
Nació en 1970, pero su historia comienza en 1940, me dice de entrada: los
alemanes invaden los Vosgos, expulsan a los civiles, destruyen los pueblos.
Claudia, su bisabuela materna, muere delante de su casa quemada y los
sobrevivientes se ven obligados a huir. Flore, la hija de Claudia, que tiene 30
años, huye con su propia hija, la pequeña Jeanne, que tiene 6 meses. Un
peregrinaje que las conduce a Cotentin. Jeanne es la madre de Liliane.
A los 30 años, a Jeanne se le diagnostica una esclerosis múltiple cuando su
tercer hijo tiene 6 meses («Debo imitar al muerto», escribe el doctor Salomon
Sellam[89] con respecto a esta enfermedad que puede convertirse en una grave
discapacidad). Se recuperará cuando todos sus hijos se hayan ido de casa,
afirma Liliane.
A los 30 años, cuando su hijo tenía 6 meses, Liliane dice que lleva una
vida desenfrenada. ¡Desenfrenada! ¡Tiene un amante, «se vuelve juiciosa» y
deja de fumar! Me informa de que su primo Fabien se suicida a los 30 años
cuando su hijo tenía 6 meses.
Sin embargo, esto no explica su paradójica elección amorosa de hombres
violentos que, de hecho, le asustan. Sobre todo porque sus padres se llevaban
muy bien y porque ella misma siempre se sintió cercana a su padre.
¿Entonces? A menudo es necesario pasar de la historia familiar a la historia
individual para comprender.
Los padres de Liliane viven en una pequeña casa en el campo. La entrada,
que es la cocina y el salón principal al mismo tiempo, la «sala», como se dice
aquí, le sirve de dormitorio, sus padres y sus hermanos tienen los suyos. ¡Los
vecinos tienen diecisiete –¡sí, diecisiete!– hijos, de los cuales, los mayores,
alcohólicos y violentos, irrumpen regularmente en casa de Liliane, a veces
con un rifle en las manos. Cuando está sola, se esconde en un armario…
Liliane toma conciencia de que sus padres la ponían, de esta forma, en
peligro en su casa, pero también cuando la dejaban en casa de los padres de
Fabien. Su tía Genevieve, la madre de Fabien, tiene diez años más que
Jeanne, la madre de Liliane, su hermana. A Liliane no le gustaba su tío
Claude, el marido de su tía, un hombre violento que la desnudaba con la
mirada, dijo, y la aterrorizaba. Mientras me habla, se da cuenta de que tenía
sólo 12 años cuando ese hombre tenía 48. También dijo que su tía siempre
tuvo cuidado de no dejarla a solas con él.
De pronto, una evidencia ignorada hasta ahora, exclama:
—¡Mi marido se parecía a él! ¡Es su doble!
He oído hablar a menudo de maridos o amantes que se parecen mucho a un
hermano muerto y muy querido, tanto que al ver fotografías en las que los
reconocían, sus madres se sorprendían de no recordar la situación o el lugar
de la foto hasta que descubrían que no era su hijo, sino el hermano de su
nuera.
Pero ¿por qué Liliane elige a un marido que se parece a un hombre que la
aterrorizaba? ¿Es por lealtad? ¿Es una repetición? Piensa entonces en su
abuelo Clément (el padre de su padre) que es conocido en la familia por una
«hermosa historia de amor» con Claire. ¿Ah? ¿Quién es Claire? Claire es una
sobrina por matrimonio: la hija del hermano de su esposa… ¡y Claire tiene 12
años en el momento que se produce esta hermosa historia de amor mientras
que Clément tiene 47!
¿Claire, amada por su tío cuando tenía 12 años? ¡Desde luego! Porque
Liliane me dice que su madre, también a los 12 años, tuvo que resistirse a
Claude (su cuñado), y que su padre se llama Claude como su tío… (La
bisabuela se llamaba Claudia). Y Liliane tiene 12 años cuando, ella también,
debe protegerse de ese tío Claude. Y por último, se casa con un hombre que
se parece a él. Cuántas «hermosas historias de amor».
Cuando tenía 12 años y su tío 48, Liliane se encuentra en la misma
situación que su tía Claire, tan amada a los 12 años por un hombre de 47. Su
madre se casa con un hombre que lleva el mismo nombre que el marido de su
hermana. Estamos aquí en presencia de una familia incestuosa: confusión de
generaciones, de roles, de nombres, confusión de deseos y de sentimientos y
padres que no quieren ver, que ponen a sus hijos en situación de presa.
Para Liliane, el momento de «¡Mi marido se le parecía!» es uno de esos
momentos clave en los que los hechos olvidados y los vínculos entre ellos, de
repente, salen a la luz, destellos de lucidez, una especie de fuegos artificiales
mentales que, aquí, revelan la confusión entre el amor y el deseo, durante (al
menos) tres generaciones de mujeres y muestran cómo todos estos elementos
mezclados la llevaron a conocer a hombres que eran peligrosos para ella. Esta
toma de conciencia le permitirá liberarse de esa carga.
Si la actitud ambigua de su madre, actitud que se observa a menudo entre
las mujeres víctimas de violencia sexual, la puso en peligro, el afecto y el
apoyo de su padre y su tía han contribuido, sin duda, a protegerla y permitirle
hacerse a sí misma a pesar de un entorno bastante caótico.
La vida familiar se ha visto sacudida por la violencia de la historia. El
síndrome del aniversario se manifiesta para Liliane de forma bastante leve y
para su primo de forma dramática. Sus padres, aunque amorosos, no saben
protegerla de la violencia circundante (los vecinos, el tío Claude) ante la que
parecen estar ciegos. El incesto acecha, camuflado en la leyenda de una
hermosa historia de amor que, después de Claire, podría repetirse en Jeanne y
Liliane cuando tengan 12 años.
Pero ¿por qué Liliane ama a hombres que resultan violentos y le asustan?
Precisamente por eso. Es la característica de la neurosis: ponernos en
situaciones que nos llevan a revivir emociones olvidadas o reprimidas.
Esta repetición se fomentó con su primer marido porque, sin que ella lo
identificara, su rostro ya le resultaba familiar.
Este ejemplo nos muestra la complejidad de los enredos de una historia
familiar y sus repercusiones en una vida. También nos muestra que, cuando
reparamos en la existencia de vínculos familiares inconscientes en los que
nos vemos implicados, nos liberamos siempre que recibamos apoyo.
Liliane escapó de su tío gracias a la vigilancia de su tía, pero el suicidio de
su primo parecería indicar que él no había escapado de su padre.
La familia se engaña explicando a los demás y a sí misma una hermosa
historia de amor, que esconde el deseo incestuoso de un tío… Una cortina de
humo…, como el complejo de Edipo.
ELLA CONSINTIÓ
Hace poco recibí a una señora de más de 80 años, temblando de miedo, sobre
todo de miedo a pecar, que me confesó al borde de la descompostura que su
prometido la había besado (en la mejilla) antes de su matrimonio.
Matrimonio promovido por el sacerdote después de que le hubiera
desaconsejado seguir dejándose cortejar por un primer eventual pero
demasiado anticlerical prometido, al que amaba. El pecado rondaba a su
alrededor y hacía la vida tan peligrosa que, desde su infancia, confió la
organización de su vida al «señor sacerdote». Éste, evidentemente, ya no es el
mismo que le enseñó el catecismo, pero sigue siendo el «señor sacerdote»
quien se ocupa hoy de su difícil relación con sus hijos.
En efecto, el pecado podía surgir en el momento más imprevisible y sin
que nadie se diera cuenta: joven de buena familia, su madre «se quedó
embarazada» después de emborracharse en un baile de oficiales en Toulon
cuando se suponía que iba a servir de carabina de sus hermanas mayores…
La familia se organizó y son los padres de su madre los que han criado a este
primer e inesperado nieto. Por su parte, estuvo deprimida toda su vida,
dejando que su marido y el «señor sacerdote» la cuidaran, precipitándose
sobre sus pastillas cada vez que temía oír algo que pudiera molestarla.
El recurso de la religión y/o de la depresión es bastante fácil de entender.
Sin embargo, es difícil admitir que las somatizaciones puedan ser una
manifestaciones de dramas vividos una o dos generaciones antes. No
obstante, Irène dará testimonio de ello y veremos otros ejemplos en el
capítulo siguiente.
Genética y epigenética
Nuestra encarnación comienza cuando un óvulo, entre los trescientos mil que
posee nuestra madre, y un espermatozoide, entre los cientos de millones
fabricados por nuestro padre, se encuentran. Producen entonces el ser único
en el mundo que es cada uno de nosotros. Llevamos así una memoria de
nuestros padres, porque la reproducción de la vida supone una memoria de
ella.
A la sazón comienza la división celular que duplica cada célula de forma
idéntica. Cada una está constituida por un núcleo que contiene los
cromosomas, veintitrés pares en total compuestos cada uno de un cromosoma
de la línea materna y de un cromosoma de la línea paterna, asegurando de
esta forma lo que es innato en nosotros. Los cromosomas albergan el ADN
que contiene los genes y las proteínas. Los genes indican a cada célula su
función en nuestro organismo. La mayoría de los genes están organizados en
pares de copias de genes (llamados «alelos») procedentes del padre y de la
madre: genes A del padre y de la madre, genes B del padre y de la madre,
etc., emparejados juntos. Estos duplicados constituyen una seguridad en caso
de un gen defectuoso. Las proteínas permiten la expresión del gen, reciben
sus órdenes del ADN a través de los mensajeros que son el ARN y los micro-
ARN.[105]
Los descubrimientos de varios laboratorios de investigación (Suiza,
Estados Unidos, Francia, Países Bajos) están revolucionando la genética
tradicional al mostrar que los caracteres adquiridos pueden transmitirse a la
generación siguiente, conservando la posibilidad de ser borrados.
Ciertamente, las modificaciones de la expresión (es decir, de la activación)
de genes provocadas por un gran estrés o un trauma pueden afectar a las
células germinales, tanto masculinas como femeninas, que transmiten
entonces las alteraciones a la generación siguiente. Pero estas alteraciones
pueden ser reparadas. ¡Nuestra herencia es reprogramable!
Estos resultados son corroborados por numerosos estudios realizados en
animales de laboratorio: se utilizan ratas y ratones. Por supuesto, no somos ni
ratones ni ratas, pero estos animales están, como nosotros, sujetos al miedo,
al estrés y a la depresión, y su metabolismo es muy similar al nuestro.
Los investigadores[106] han sometido a los ratones a pequeñas descargas
eléctricas asociándolas al olor del cerezo. Los descendientes de estos ratones
muestran un comportamiento de rechazo cuando huelen el olor del cerezo y la
zona del cerebro especializada en el sentido del olfato está más desarrollada
en ellos que en los ratones de control. Las crías fueron concebidas por
fecundación in vitro para evitar el posible efecto de un aprendizaje
transmitido por el comportamiento del padre; esta técnica permite afirmar que
este rechazo al olor de cerezo es innato.
Otros investigadores[107] compararon tres poblaciones de ratones: una
población de ratones no estresados, una segunda población en la que se
estresó a las hembras embarazadas y no a sus descendientes y una tercera
población en la que se estresó a todas las generaciones. Las investigaciones
muestran por comparación que los descendientes de la segunda población
heredaron el estrés y la alteración de algunos genes dependiendo de los
micro-ARN específicos.
Por su parte, Isabelle Mansuy, profesora de neuroepigenética en Zúrich,
[108] separó los ratones de sus madres de forma imprevisible, estresándolos a
ellos y a sus madres. Puso en evidencia las alteraciones metabólicas
asociadas a la depresión y los trastornos de la memoria en los descendientes
hasta la cuarta generación.
Todos estos resultados muestran que el traumatismo impacta en las
generaciones siguientes tanto en su comportamiento como en su fisiología.
Estos dos aspectos son indisociables. ¿Se aplican estas investigaciones al ser
humano?
Evidentemente, no es posible experimentar. Si bien el análisis de las
familias caso por caso permite comprobar alteraciones de genes o de su
transmisión, no permite deducir una relación con el trauma ya que otros
acontecimientos pueden impactar a una familia, y también se puede plantear
la hipótesis de una enfermedad. La multiplicidad de posibles causas impide
establecer una relación de causa efecto, y entonces es cuando el estudio
estadístico es el que permite establecer una relación causal entre el trauma y
sus efectos en la (o las) generación(s) siguiente(s). Estudios epidemiológicos
de poblaciones que han sufrido catástrofes naturales o provocadas por el
hombre permiten, en comparación con las poblaciones no afectadas,
establecer correlaciones estadísticas. En este caso, podemos señalar la
existencia de un vínculo entre el origen (el trauma) y la manera en que afecta
a las poblaciones.
MARION
La transmisión in utero
En lo profundo del vientre de su madre, adosado a la placenta a la que está
unido por el cordón umbilical, el feto nada en el líquido amniótico que lo
nutre, lo protege y mantiene su temperatura. La placenta, ese «pastel»,[118]
organiza los intercambios entre la madre y el feto: además de dar de comer y
de limpiar los restos, actúa como barrera inmunológica y produce las
hormonas que se ocupan tanto del crecimiento del feto como de la evolución
de la gestación.
Estos intercambios fisiológicos permiten al feto percibir directamente los
«humores» de su madre a través de las hormonas destiladas por sus
emociones y gracias a los sentidos que ya ha desarrollado. Las variaciones de
los niveles hormonales, especialmente las del cortisol, informan al feto sobre
el estado del bienestar de su madre. Si ella está bien, él está bien; si ella está
estresada o traumatizada, o soporta condiciones de vida perjudiciales para su
salud, él lo siente. Es muy rápidamente sensible al tacto, a los olores, a los
sabores que percibe procedentes de su madre. También es sensible al mundo
exterior, cuyos estímulos capta y memoriza, especialmente los sonidos y en
particular la voz de su madre, que reconoce. Registrando sonidos, luces y
movimientos, prepara su adaptación al mundo que encontrará al nacer.
Por desgracia, los acontecimientos graves, personales o colectivos, pueden
perturbar la vida de una mujer embarazada. El feto está, entonces, más o
menos intoxicado de hormonas de estrés de su madre. Un poco de cortisol en
la madre provoca mucho cortisol en el feto, mucho cortisol en la madre
provoca una gran cantidad de cortisol en el feto. Este estrés puede ser
memorizado y, convertidos en adultos, muchos niños llevan el estigma de los
traumatismos vividos por su madre cuando estaba embarazada de ellos.
Muchos estudios lo demuestran.
La «transparencia psíquica»
El embarazo es un estado fisiológico y psíquico particular. Monique
Bydlowski (neuropsiquiatra y directora de investigación del INSERM)
describe que las mujeres embarazadas experimentan un estado que ella ha
llamado «transparencia psíquica»: un estado en el que «fragmentos del
inconsciente vienen a la conciencia».[120] Esta apertura espontánea a su
inconsciente cesaría en los primeros meses posteriores al parto y la amnesia
se impondría de nuevo.
De hecho, las madres parecen no recordar este momento de «transparencia
psíquica». Pero si es así, para las que han vivido una primera infancia
particularmente difícil o sufrido estrés repetido o traumatismo, el recuerdo de
estos acontecimientos previamente reprimidos puede volver a la conciencia, y
con él, las emociones relacionadas. El recuerdo de estos acontecimientos
pasados desencadena emociones en el presente. Por lo tanto, actúa sobre el
feto de la misma manera que el estrés o los traumas vividos durante el
embarazo… Un niño puede, por lo tanto, sufrir los efectos de un trauma que
su madre vivió mucho antes de ser concebido. Que se escuchen estas
emociones y se comprenda su origen, calma a la madre y al niño.
Pero muchos niños llegan a un mundo de duelo y de preocupación y, en
este caso, es difícil para los padres, y para las madres en particular, tener la
disponibilidad mental necesaria para acoger adecuadamente a su hijo. Las
atenciones, los abrazos, las sonrisas que hacen feliz a un bebé son casi
imposibles para ellos, aun cuando son indispensables para borrar la
intoxicación in utero.
A pesar de estos primeros contactos difíciles, todos los bebés manifiestan
muy buena voluntad. Por su parte, los padres tienen que acostumbrarse a este
recién llegado que transforma el equilibrio del sistema familiar. Deseado o
no, el bebé es esperado y los padres y la familia ya han comenzado, antes de
su nacimiento, a proyectar sus expectativas,[121] sus sueños, sus temores. En
general, los padres quieren que sus hijos sean felices y que tengan éxito en
todo cuanto emprendan, pero no saben, necesariamente, cómo hacerlo. Lo
que ocurre a veces es que están demasiado ocupados con sus preocupaciones
y sus propios problemas, y que sus deseos para con sus hijos no se
corresponden con los que los hijos tienen para sí mismos.
Con el tiempo, los padres integran más o menos bien lo que son sus hijos,
lo que creen que son, lo que desean que sean, los recuerdos de su propia
infancia y los recursos educativos que utilizan. Es un gran arte que
inevitablemente tiene fallos, sobre todo en una familia que ha sufrido
traumas. Padres e hijos están atrapados en el funcionamiento del sistema en el
que participan y que los sobrepasa mediante una especie de impregnación de
la que nadie es verdaderamente consciente.
Entornos nocivos
Jeanne es una ejecutiva de una gran empresa, casada desde hace dos años con
Nadine, que es secretaria y madre de dos hijos, Mathias (14 años) y
Madeleine (10 años), que viven con ellas y pasan un fin de semana de cada
dos en casa de su padre, que también se volvió a casar. La relación entre los
padres de Mathias y Madeleine es mala. En casa, Jeanne, que se define a sí
misma como una «maniática de la limpieza», está harta del desorden y la
suciedad. Se queja de pasar todo el tiempo ordenando y limpiando. No sirve
de nada, los niños ensucian y desordenan inmediatamente, Nadine, por cierto,
también, pero Jeanne está sobre todo harta de los niños, a los que explica una
y otra vez lo que hay que hacer y que no lo hacen.
En el transcurso de las entrevistas, nos[122] adentramos en los detalles de
esa suciedad, y Jeanne no entiende cómo los niños que se duchan todas las
noches «apestan» a la mañana siguiente. Un día, decide subir a sus
habitaciones. Hasta entonces se había prohibido a sí misma hacerlo porque
«es el trabajo de su madre y no quiere ocupar su lugar». Descubre que las
habitaciones, reformadas tres años antes, están estropeadas y sucias, que las
sábanas están hechas jirones y que hay «botellas de orina» en la habitación de
Mathias. Jeanne se pone furiosa, con una ira desproporcionada contra estos
niños que no respetan nada, que no ven las molestias que nos tomamos por
ellos. Yo me doy cuenta con estupor de que la madre de los niños nunca
subió a sus habitaciones en los tres años que llevan instaladas en la casa. Y le
pregunto: «¿Reprochas a una niña pequeña (Madeleine tenía 7 años cuando
os mudasteis) que no haga su habitación?, ¿que no cambie sus sábanas? ¿Pero
quién le enseñó a hacerlo? ¿Nadie se dio cuenta de que las sábanas no se
habían lavado nunca? ¿Durante tres años?». Entendemos entonces que los
niños reciben al mismo tiempo abrazos y órdenes, pero no se les enseña nada,
no se les muestra nada. Ni la una (por incapacidad) ni la otra (porque ése no
sería su rol), ninguna de estas dos mujeres, cariñosas en otros aspectos, han
acompañado a estos niños a través de acciones o cualquier tipo de estímulo
para ayudarles en el aprendizaje de la limpieza.
El padre de Nadine muere. Jeanne y Nadine, que no habían ido a su casa
durante mucho tiempo, descubren «botellas de orina» en un revoltijo
abigarrado y monstruoso, desolador y apestando a síndrome de Diógenes.[123]
Vacían y limpian la casa y regresan a la suya, reencontrando el desorden y
la suciedad que habían dejado allí. No establecen la conexión entre la
enfermedad del abuelo y esta incapacidad de Nadine para ordenar y lavar.
Jeanne no parece darse cuenta de que los niños siguen el modelo de su madre,
aunque las «botellas de orina» en la habitación de Mathias como las que
había en la habitación del abuelo la hacen dudar.
Luego las cosas se complican: el padre del niño interviene ante Nadine
pidiendo a las dos mujeres «que dejen en paz a Mathias», porque éste se
queja de que pasa el tiempo haciendo de criada en su casa. Las mujeres se
sorprenden y las dos partes, me atrevo a decir, se explican y, preocupadas por
las mentiras de Mathias, se acercan. Jeanne no entiende que Mathias, que «lo
tiene todo» (los padres de Jeanne eran muy pobres), mienta como lo hace,
porque descubren otras mentiras. Yo le sugiero que el divorcio de sus padres,
el hecho de vivir con dos mujeres casadas y en una casa en la que dos
conceptos contradictorios de orden y limpieza chocan constantemente es una
situación complicada para un adolescente y pueden explicar, en parte, el
comportamiento de Mathias.
Algún tiempo después, Jeanne vuelve a estar muy enfadada con Mathias,
porque Nadine encontró en su teléfono móvil imágenes y mensajes
pornográficos, incluyendo groserías e insultos hacia ella misma. Cuando
vuelve del instituto, le da una fuerte bofetada y se le priva de televisión y
teléfono. Padre y madre se acercan todavía más, acordando condenar el
comportamiento de Mathias, que les escandaliza: ¿cómo puede comportarse
así?
De hecho, entre las revistas pornográficas que estaban tiradas a la vista de
los niños, la grosería y la violencia sexual del padre y la sumisión de la
madre, cómo ha podido convertirse Mathias en ese niño «asqueroso» que sus
padres le reprochan ser…
Un día, Madeleine dice que su hermano «tocó» a una de sus compañeras
de clase y también a Mariette, de 5 años, hija de su padre y de su nueva
pareja. Los padres se indignan. ¿Qué hacer con este hijo? El padre dice que
no le pagará los estudios (Mathias es un estudiante muy brillante), Jeanne ya
no soporta verlo (ella misma fue violada de los 13 a los 16 años por su
padrastro) y Nadine dice que se va a vivir con él a un hotel, porque Mathias
es su hijo.
Jeanne está muy desestabilizada y nos pide que la veamos con Nadine.
Cuando las recibimos, Jeanne se muestra muy tensa. Nadine, por el contrario,
nos cuenta sonriendo y como si fuera una broma que por supuesto Mathias ha
cometido una «gilipollez» y que lo llevó a la comisaría para darle una
lección. Más miedo que daño, de hecho, parece archivar el caso. Jeanne se
remueve en su asiento. Por nuestra parte, le explicamos a Nadine que la
violación es un delito, aunque la cometa un adolescente y aunque sus ataques
sean a niñas pequeñas cercanas. Explicamos que si no hay seguimiento, lo
denunciaremos.
Jeanne llora, las dos mujeres se cogen de la mano y, finalmente, Nadine
habla. Ella misma fue violada de niña y adolescente por un tío. Se casó y su
marido la maltrataba, se dejó hacer hasta que conoció a Jeanne. De esta
forma, la dejadez, el desorden, la negligencia infantil puede explicarse mejor.
A menudo son una señal de que se ha cometido violencia, una violencia tal
que la víctima ya no tiene ninguna consideración por sí misma y se trata con
el asco que siente por lo que le han hecho sufrir. Al no haber sido protegida
(a veces no se la cree o incluso es acusada por sus padres de tener lo que
estaba buscando), es incapaz de proteger a sus hijos. Incluso puede ponerlos
en peligro, como ella misma lo ha estado. También puede, por su negligencia,
dejar creer a su hijo que se le permite tener comportamientos sexuales
inapropiados.
En la sesión siguiente, Jeanne nos informa de que, a pesar de nuestras
advertencias y de las suyas, y a pesar del miedo expresado por Madeleine,
Nadine dejaba a los dos niños solos cuando tenía que hacer recados…
Ningún acompañamiento se establece para Mathias, aunque los servicios
sociales han realizado un informe. Las mujeres llevan a la pequeña Madeleine
a psicoterapia. De hecho, ¿cuál es el impacto que tiene para una pequeña
haber vivido en la violencia pornográfica y el machismo vulgar y maltratador
de su padre hacia su madre? ¿De la pasividad de ésta? ¿De vivir ahora con
miedo a quedarse sola con un hermano cuyo comportamiento ha denunciado?
¿De ser responsable del posible internamiento de este hermano, un
internamiento que ni él ni las mujeres quieren?
A la espera de que los servicios sociales tomen una decisión con respecto a
Mathias, las dos mujeres han empezado una terapia familiar, incluyéndolas a
ellas y a los niños, y están tratando de involucrar al padre. Jeanne también ha
iniciado un trabajo psicoterapéutico personal. El contexto familiar de Mathias
–habiendo vivido su madre y su padre una relación perversa de perseguidor-
perseguida, incluida en una sexualidad expuesta a los ojos de sus hijos– con
una madre que se va a vivir con una mujer en el momento en que, siendo un
adolescente, lidia con su incipiente virilidad, la falta de apoyo y de educación
en la que vive, su desesperación, sus llamadas de auxilio no escuchadas son
todos factores que parecen conducirlo necesariamente a la violencia sexual.
Hijos de mujeres violadas y de hombres que utilizan el sexo como arma
contra las mujeres, ¿no es él también una víctima? ¿Qué modelos de conducta
ha tenido? ¿Qué opciones?
¿Venganza? ¿Voluntad de hacer daño donde más puede herir a su madre?
¿Fantasías erótico-sádicas? ¿Una llamada de auxilio? Se podría pensar en una
especie de impulso perverso que proviene de las profundidades de la historia
familiar porque, aparte del ambiente creado por la pareja de sus padres,
Mathias no ha sufrido violencia sexual. Sus impulsos arrancan sin duda de
una mezcla de todo esto, también con una parte de decisión personal.
De hecho, las investigaciones más recientes[124] sobre lo que pone en
acción a los depredadores sexuales muestran que su acto es el resultado de
una larga preparación: si no es reorientado, el futuro agresor evolucionará de
la mentira a la delincuencia, de la delincuencia a la agresión sexual y, como
cualquier depredador, atacará a las víctimas más débiles que él. Sin embargo,
el ejemplo de Michèle nos muestra que, en circunstancias similares, otras
opciones de vida son posibles.
EL PATITO FEO[125]
Pero estas experiencias han sido transmitidas tan profundamente y con tanta
emoción que parecen constituir una memoria por derecho propio», escribe la
autora. En situaciones particulares, la memoria a veces, puede transformar a
los perseguidos en perseguidores. La historia actual muestra numerosos
ejemplos colectivos o individuales como el de Léonard Al Andaloussi, un
conocido yihadista.
Somatizaciones transgeneracionales
«Está claro que si un médico le pregunta a su paciente lo que le pasó a su
abuelo, va a parecer una locura. Y sin embargo…», escribe Ghislain
Devroede.
Y sin embargo… En efecto, algunas enfermedades, pero obviamente no
todas, pueden tener una dimensión transgeneracional. Podemos estar
enfermos por la violencia sufrida por nuestros padres o nuestros abuelos,
violencia de la que nunca nos hablaron.
TÚ MUERES – TUMOR[140]
El «telescopaje de generaciones»
Haydée Faimberg recibía en psicoanálisis a un paciente que, un día, ya no
pudo pagarle. Me dijo que no tenía dinero en Reichsmark, nombrando así una
moneda que ya no estaba en circulación. Había sido utilizada por sus padres
para ayudar a su familia que se quedó en Polonia durante la guerra, pero ese
dinero nunca le llegó, permaneció «bloqueado» porque la familia fue
exterminada. Sus padres nunca lo habían mencionado. Haydée Faimberg ha
llamado «telescopaje de generaciones» a este resurgimiento de un pasado
familiar desconocido que irrumpe en el presente de la sesión psicoanalítica,
reservándole ese término. Sin embargo, el pasado familiar secreto también se
expresa y se impone en la vida cotidiana de las familias, como vamos a ver.
Entre los testimonios que conocí cuando trabajaba sobre el secreto familiar,
he hablado mucho con una joven apasionada por Australia donde quería irse
a vivir. En el instituto, había logrado aprender italiano, a pesar de la
oposición de sus padres. Criada en una familia de católicos muy practicantes,
de la que se sentía rechazada, se creía la «hija del diablo». Entonces un día,
cansada de conflictos e interrogaciones, su madre le confesó que no era «la
hija de su padre», sino la hija de un hombre italiano al que amó
apasionadamente antes de que se fuera a Australia.
Maltratada por sus padres, había interpretado su rechazo conectándose a su
red de pensamiento: su comportamiento con respecto a ella, tan diferente al
que tenían con sus otros hijos, sólo podía provenir de su origen, no era de la
familia. No se equivocaba, y en una familia tan católica, no podía ser más que
la hija del diablo.
En La otra hija,[144] Annie Ernaux cuenta lo que ha sido para ella
descubrir que había tenido una hermana muerta antes de su nacimiento. Ella
da fe de este conocimiento: «De niña –escribe– siempre creí ser el doble de
otro que vivía en otro lugar». Más adelante añade: «Los padres de un niño
muerto no saben lo que su dolor le hace al vivo». En Un secreto,[145] Philippe
Grimbert relata que de niño vivía con un hermano imaginario… hasta que un
primo le reveló los dramas que sus padres se callaron, y al dar una vida y una
muerte reales a ese hermano, probablemente le permitió escapar de la locura.
Es como si los autores del secreto describieran el secreto en hueco,
dibujando el relieve a fuerza de rodearlo, lo nombraran a fuerza de callarlo, y
finalmente lo impusieran mentalmente a un niño que lo habla. Ya hemos
visto que Mireille hacía escuchar a su madre «Fils d’assassin» («Hijo de
asesino»).
Los autores del secreto familiar deben velar permanentemente para que no
se les escape. Todos sus pensamientos, sus palabras, sus acciones se ven
interrumpidas por esta preocupación. Pero su lucha contra las sombras y los
fantasmas es en vano: éstos se imponen a sí mismos y los imponen a sus
hijos. Porque si se piensa: «Sobre todo no hablo de este italiano que yo o que
ella ha amado» y que, por lo tanto, todo lo que tiene que ver con ese
momento de vida y con Italia se elimina, Italia se convierte en un «agujero
negro»[146] que atrae a la joven sobre quien pesa el secreto sin que ella misma
sepa de qué se trata. Entonces ella dice: «Quiero aprender italiano». En lo que
concierne a Mireille, si sus padres no hablan del abuelo ni de la cárcel, pero
piensan en ello obsesivamente. Ella lo «oye» y le dice a su madre: «Escucha
esta canción, «Fils d’assassin» y «C’est beau, la Conciergerie».
En estos ejemplos, el secreto «hablaba», aunque aquellos que lo
expresaron no entendían el sentido. Más profundamente aún, cuando las
palabras de duelo o trauma no han podido ser dichas u oídas, lo no dicho
puede llegar al cuerpo incluso de los descendientes que no habían nacido en
el momento del drama. Sus cuerpos se convierten tanto en receptáculo como
en expresión del trauma.
Es difícil admitir que se pueda oír algo que no se dice. ¿Cómo podemos
captar el sentido? ¿Telepatía? ¿Comunicación de inconsciente a inconsciente?
Tal vez, sin embargo, los recientes descubrimientos científicos arrojan luz
sobre esta transmisión invisible: estos fenómenos se basan en las
particularidades de nuestra fisiología y, especialmente, en las neuronas
espejo.
La resiliencia
Ingresado, a los cinco años, en un internado por sus padres en 1942 para
protegerlo de las leyes antisemitas, luego escondido, escapando a una redada
en 1944 antes de ser de nuevo escondido hasta la Liberación, convertido
ahora en psiquiatra, Boris Cyrulnik está muy bien posicionado para hablar de
la resiliencia. La define de la siguiente manera: «Es un proceso biológico,
psicoafectivo, social y cultural que permite un nuevo desarrollo después de
sufrir un traumatismo psíquico».[148] O sea, un proceso complejo que es tanto
más exitoso cuanto el sujeto puede activar simultáneamente sus recursos
biológicos y psíquicos y apoyarse en recursos afectivos familiares y
amistosos, o en un proyecto de vida que le permite trascender lo que ha
vivido. Por ejemplo, hombres y mujeres como Nelson Mandela, Jorge
Semprún, Simone Veil o… Monique.
MONIQUE, DEL CONGO A CHERBURGO
«Es duro perder un ojo», le dijo el oftalmólogo tras la operación. «No creo
que lo pierda, porque es emocional», respondió Emma. Se necesita fuerza de
voluntad, valor y un cierto conocimiento para contrarrestar un diagnóstico
médico, pero hoy Emma ya no usa ni parche en el ojo ni gafas.
A finales de febrero de 2014, Emma me explica que debía irse a principios
de marzo, el día 4, para un largo viaje profesional, pero no le apetecía mucho.
Era un viaje importante, pero insistió en que realmente no quería hacerlo. La
vuelvo a ver un tiempo después, lleva un parche en el ojo. Me sorprendo.
—Al mover un estante, saltó un clavo que me dio en el ojo –me responde–,
pero eso no es nada, estoy segura de que si me hubiera ido, habría tenido un
accidente y habría muerto.
Le pregunté si había ocurrido algo en su familia a principios de marzo, y
me dijo:
—No, nada.
Nos despedimos. Entonces se dio la vuelta y corrió hacia mí:
—Sí, hubo algo, la muerte del hermano pequeño de mi madre, ella tenía
cuatro años, siempre dice que lo vio irse en la moto del médico y nunca más
lo volvió a ver.
El pequeño muerto en la moto marca profundamente a los hermanos de su
madre (ya frágiles por otros dramas) y a sus hijos. Voy a simplificar aquí una
parte de la compleja y dolorosa historia de la familia Lázaro. Los hermanos y
hermanas de Bernadette, la madre de Emma, tienen siete hijos. Entre ellos,
Michel, Jacques, Bernadette, Henri y tres bebés que apenas tienen tiempo de
vivir: Marie-Anne (17 de noviembre-21 de diciembre de 1934), Yves (1 de
diciembre de 1935-4 de marzo de 1936), y Hubert (nacido el 8 de octubre de
1939, murió el 11 de noviembre).[151]
«En nuestra casa, los nacimientos compensan a los muertos, renacemos,
obviamente, cuando te llamas Lázaro: mi hija Marianne nació el 17 de
noviembre como la pequeña Marie-Anne y el 4 de marzo concebí a mi hijo».
[152] Compensaciones muy necesarias, porque la muerte sigue golpeando
duramente a esta familia.
Michel, su tío, tiene cuatro hijos que, a su vez, tienen hijos. Se suicidó
ahorcándose a los 55 años, uno de sus nietos (nacido el 6 de febrero) también
se ahorca años más tarde un 11 de noviembre. Otro de sus nietos se mata en
moto. Charles (el hijo de Henri) también se mata en moto a los 60 años, «una
semana antes del Día de la Madre». Y hay otras muertes súbitas en fechas
aniversarios: accidentes, infartos… Emma no recuerda todo, es demasiado.
—¡Todas esas muertes! –suspira, mirando la hoja de papel en la que
anotamos esos nombres y esas fechas.
Y sigue diciendo:
—Mi madre, mis tíos, nadie quiere hablar de ello, es normal, es demasiado
doloroso y no ven qué sentido tendría. Yo hace mucho tiempo que lo intento,
me agoto y me rechazan, así que he renunciado a hablar con ellos.
Emma se dio cuenta de que era indispensable expresar su sufrimiento a
alguien que la escuche y la acompañe; indispensable también decir las cosas,
al menos a sus hijos, así que habla con ellos. Por otra parte, experimenta con
técnicas de desarrollo personal y de bienestar corporal; observa, intercambia,
se interroga y se deja interrogar. ¿Cómo iba a saber si no que un accidente es
algo más que un accidente?[153] Y, por tanto, ¿cómo evitar que las tragedias
se repitan?
«Yo me callo, así que cállate tú, no quiero oírte». En una familia de
callados, obviamente se calla, a veces en una gran algarabía: la televisión, la
verborrea, las discusiones, los sermones morales o religiosos, o más o menos
científicos.
El objetivo (no consciente) es evitar a toda costa los verdaderos
intercambios, la palabra libre y, sobre todo, la conciencia, el reconocimiento
y la expresión de las emociones. Porque la familia de callados se acurruca en
un dolor, una vergüenza, un sufrimiento insoportable. Tal vez desaparecerá si
nos callamos, si fingimos. Sonreímos afuera, apretamos los dientes en casa y
las palabras pierden su significado. Y si las palabras no tienen sentido, ¿cómo
y por qué hablar? Y si no hay palabras, ¿cómo describir lo que siento?
¿Cómo puedo siquiera pensar?
La familia de callados se calla e impone un mortal silencio mental a los
suyos. Es contra este mandato de callarse, y los estragos que provoca, que
Emma «habla».
Obviamente, nunca sabremos si habría tenido o no un accidente. Pero la
fecha de su viaje la estresaba tanto que es probable que hubiera tenido al
menos un incidente en la carretera. Quedándose en casa, se «contentó» con
un accidente doméstico y pérdida momentánea de un ojo. ¿Para no ver más
esas «tres pequeñas tumbas blancas sin reconocimiento», como ella escribió
en un poema?
Emma escuchó la vocecilla que le aconsejaba cancelar su viaje el 4 de
marzo, fecha en la que su madre vio desaparecer a su hermano, fecha que
Emma creía haber olvidado, afirmando al mismo tiempo que era la fecha de
la concepción de su hijo. Es la vocecilla que Sócrates llamaba su daïmon.
Sócrates, escribe Platón,[154] hablaba de su daïmon como una voz divina,
un saber, una especie de conciencia conectada a lo universal que guiaba sus
decisiones y lo protegía de lo que debía evitar. Anne Ancelin Schützenberger
nos lo presentaba como una capacidad de sentir el entorno hasta el punto de
convertirse en una intuición premonitoria. «Ver esto» da miedo, a menudo es
difícil reconocerlo, y más aún admitirlo ante los demás cuando se vive en un
universo racional.
Sin llegar a predecir el futuro como el divino Calchas y otros médiums
después de él, podemos desarrollar la capacidad de comprobar si un proyecto
o una situación determinada nos conviene prestando atención a lo que
sentimos, a lo que nuestro cuerpo nos dice, porque él sabe. Esta sensación
corporal funciona como una brújula que nos indica lo que es bueno o malo
para nosotros y, de hecho, podemos usarlo como guía.
Un entorno enriquecido
Nuestros amigos los ratones de laboratorio resultan de gran ayuda en la
búsqueda de mecanismos de transmisión epigenética. Los hemos sometido a
todo tipo de estrés: shocks asociados con olores, separaciones aleatorias a los
ratones y sus madres o estrés del padre. Se constataron cambios en la
expresión de ciertos genes y su transmisión. Una muestra tomada de aquellos
que heredaron el trauma fue sometida a tratamientos especiales como el
handling y el entorno enriquecido. El handling es el hecho de manipular a los
recién nacidos con mucha precaución. Se dice que el entorno se enriquece
cuando se multiplican las fuentes de interés y se estimula, en este caso a los
ratones, mediante juegos, la presentación de nuevos objetos o compañeros.
También se compararon los efectos del comportamiento de las madres, según
si ellas eran maternales o no (lamer y el aseo son indicios). Los cambios
epigenéticos causados por el estrés desaparecen si ese entorno especialmente
favorable, tanto física como moralmente, se establece en los primeros días de
los ratoncitos. De esta manera, recuperan un equilibrio biológico y
conductual que borra las huellas epigenéticas.
Una amiga creó espontáneamente un entorno enriquecido para su hija Léa,
víctima de tocamientos sexuales por parte de su padre cuando era un bebé.
Lecturas, música, pequeños regalos y paseos…, estimuló a su hija tanto como
pudo. También recurrió a la psicoterapia, porque la buena voluntad y el amor
maternal no son suficientes para sacar a una niña de la depresión en la que se
sumerge tras una violenta agresión. Hoy, más de veinte años después, Léa es
una mujer joven y llena de vida.
En el caso de masacres o de genocidios, la resiliencia se facilita cuando, en
un entorno familiar enriquecido, se añade el apoyo de un grupo, en particular
de aquel que se procede: la familia extensa, los grupos profesionales,
religiosos o étnicos desempeñan un papel esencial para la reconstrucción de
las personas. Que la comunidad de pertenencia haya permanecido en el lugar,
como parte de los tutsis en Ruanda, o en la diáspora, como una parte de los
armenios, reencontrarse para participar juntos en actividades –tanto lúdicas
(fútbol) como religiosas o conmemorativas– permite llegar a ser de nuevo
participante y actor de la propia cultura, a la vez que se proyecta hacia el
futuro; también el nivel del estatus socioeconómico y su diferencia con el
«antes».[155]
Sobre esta base, las aptitudes personales de las víctimas que se han vuelto
resilientes son determinantes, en particular la capacidad de análisis de los
acontecimientos pasados, de la situación presente y de las perspectivas de
futuro, y la de intercambiar opiniones sobre ello. La fe personal, que da
sentido a las ceremonias religiosas, refuerza la inserción. La voluntad de dar
un futuro a los niños también es una poderosa palanca: actuar y sentirse útil
para los demás, especialmente para los más cercanos, es bueno para uno
mismo.
¿Una psicoterapia?
La vida familiar se basa en vínculos complejos que pueden alterar la
comunicación de unos con otros y la expresión de su afecto mutuo. Los
acontecimientos dramáticos pueden reforzar estas dificultades, tanto más
cuanto no siempre somos conscientes de nuestros actos ni de los efectos que
producen en los demás. En este caso, atreverse a consultar a un
«psiquiatra»[156] puede resultar indispensable. Tomar esta decisión ya es una
forma de sentirse mejor, porque nos ponemos en posición de ser activos. Pero
para algunas personas, la perspectiva de dejarse ayudar es imposible: no
piensan en ello, se avergüenzan, tienen miedo de que los demás les tomen por
locos. A veces, creemos que es una cuestión de hablar, cuando, en verdad, es
una cuestión de aprender a escucharse a sí mismo (y con uno mismo). Nada
que ver con las conversaciones que tenemos con los amigos. El «psiquiatra»
es una especie de espejo cuestionador y benévolo que nos ayuda a progresar
en el conocimiento de nosotros mismos y nos lleva hacia el despliegue de la
hermosa persona que somos en potencia.
La dificultad del consultante para hablar es signo de un sufrimiento, para el
cual la empatía del terapeuta (que no es de complacencia) y su capacidad para
acoger este sufrimiento son esenciales. Porque, por supuesto, si se califica de
«dificultad para hablar» lo que es un síntoma, de «escena primitiva»[157] lo
que es una verdadera violencia conyugal o incluso de «fantasía», un abuso
sexual o una violación, contribuimos a sumir a la víctima en una
desesperación cada vez más profunda al negar la realidad de su trauma y de
su sufrimiento. Psicodrama, psicogenealogía o terapia gestáltica, estos
enfoques tienen una posición común: la idea de que el conocimiento de uno
mismo pertenece a la persona que viene a consultar. En estas disciplinas, los
psicoterapeutas son oyentes benevolentes y no expertos que sabrían mejor
que el otro lo que piensa, lo que siente o cómo funciona.
La resiliencia en familia
La familia es, como cada uno de nosotros, capaz de resiliencia: inventa
compensaciones espontáneas y, en este caso, utiliza todas esas
manifestaciones transgeneracionales que hemos visto en el trabajo, así como
un aniversario marcado como el síndrome del aniversario o la repetición.
Veamos algunos ejemplos.
UN CUARTO HIJO
«Quería tener un cuarto hijo –me dijo–, sentía que tenía mucho amor para
darle». Sorprendida de esta formulación, le pregunto cuántos hermanos y
hermanas tiene.
—Somos tres –me responde.
Tras un silencio añade:
—Pero mamá abortó de un cuarto hijo, lo recuerdo, tenía 10 años.
Danièle tuvo cuatro hijos.
Las fugas y el peregrinaje a que obligan las guerras dejan tales huellas que,
en las generaciones siguientes, en contextos radicalmente diferentes, uno
puede verse obligado a realizar desplazamientos similares a los que los
abuelos hicieron o, por el contrario, los que no pudieron hacer.
40 AÑOS EN 1940
REFUGIARSE EN INGLATERRA
UN MATRIMONIO
Estamos vinculados a linajes familiares de los que ignoramos casi todo, por
lealtades cuyo poder no podemos imaginar. Disponemos de la memoria de
los hechos que nos son desconocidos y que tal vez encarnamos, sobre todo
porque el sufrimiento asociado al acontecimiento ha sido reprimido.
La transmisión invisible de un traumatismo a las generaciones siguientes
sugiere que la familia tiene una memoria, como si fuera una entidad,
trascendiendo a cada uno de los miembros que la componen en el presente, el
pasado e incluso el futuro, influyendo en el comportamiento de los herederos,
a veces incluso en sus reacciones emocionales o en sus enfermedades.
Estos hechos nos son transmitidos, de manera encubierta, por mecanismos
biológicos y mentales de memoria y de comunicación inherentes a la
naturaleza humana.
Nuestro cuerpo a veces retiene la huella de las heridas emocionales tan
profundamente que pueden llegar a nuestras células germinales, codificando
de esta manera las fragilidades físicas y psíquicas transmisibles. Lo adquirido
de una generación se convierte luego en innato para las generaciones
siguientes, pero este innato es inestable y transformable. Es tanto más
reprogramable cuanto más cuidados, atención y afecto recibamos.
También disponemos de impresionantes capacidades de comunicación que
ignoramos: las neuronas espejo nos permiten comprender la intención del
otro, la sincronización de ondas cerebrales y comunicación telepática (en
situaciones extremas y bajo estrés prolongado) permiten transmitir, a veces a
pesar de uno mismo, una información precisa sin necesidad de hablar.
Telepatía, extensión de la conciencia, premonición se manifiestan
espontáneamente a lo largo de acontecimientos más o menos felices. Las
personas con síndrome del sabio parecen estar en conexión directa con una
ciencia que no sabemos de dónde la obtienen, como si la especie humana
tuviera una «memoria genética»[162] en la que esta información, y otras
muchas, se almacenarían. Físicos especializados en mecánica cuántica creen
que una base de datos está almacenada en algún lugar del universo y que
nuestro cerebro la capta. En ese caso, el co-inconsciente familiar sería una
pequeña parte de ella.
Estas extraordinarias facultades de la especie humana, que permiten la
transmisión transgeneracional, también son las que nos permiten trascenderla.
Sólo existe la fatalidad si uno cree en ella y la acepta pasivamente. Nada está
escrito, todo es posible. Un punto de partida no prefigura nada de lo que
sucederá en una vida: el entorno cultural y afectivo, los encuentros, los
intereses, el azar, la capacidad de comprender, de ver y luego recibir lo que se
da, la decisión de transformar lo que no nos va bien o de cambiar de entorno
colorean cada instante y ofrecen múltiples posibilidades. En cualquier
momento de nuestra vida, podemos movilizar nuestras capacidades
fisiológicas, intelectuales, psicológicas y afectivas de resiliencia.
«Recuerda Barbara»
Cap.« Cuando el niño aparece»
§ «Recuerda Barbara»
Tú mueres/tumor
Cap. «La transmisión por impregnación de la vida cotidiana
§ «Tú mueres/tumor»
BIBLIOGRAFÍA
Me gustaría dar las gracias a todas las personas con las que he trabajado
durante los últimos cuarenta años, incluidos los miembros del grupo de
psicodrama denominado «posDauphine», a los formadores y los alumnos del
Instituto de Terapia Gestalt de Nantes y a Tarab Rinpoche y Lene Hamberg,
así como a los profesores y los alumnos del Instituto Tarab.
Agradezco a la Dra. Muriel Salmona la inmensidad de su trabajo, a los
médicos y cirujanos, a mis padres, a mi hermana Natalie, a mi amiga Arlette
Lebouvier quien, en diversas circunstancias, me salvó la vida.
Agnès Vidalie, Anne Ancelin Schützenberger, Antoine Griset, Bénédicte
Fernagu, Caroline, Félix y Sophie Hamel-Lanéelle, Claire Lemarchand,
Danièle Lemesley, DelphineDelamare, Edith Samson, Eliott Mahier,
Fatoumata, Françoise Brocard, Françoise mon Gobil, Geneviève Peyronnel,
el padre Georges Couvert, Jean-Yves Adnot, Léon Durel, Marie Supiot,
Marie-Anne Robine, Marie-Françoise Guignard, Marlène Lallemand,
Mireille Rosselin, Natalie Couvert, Nicole Mothe, Pascale Binet, Sandrine
Gousset, Serge Karsenty, Sigmund Freud, Stéphane Chanteloup, Suzanne
Leparmentier, Valérie Fournier, Vincent de Gaulejac, Virginie Carchidi y
especialmente Denise Watelle han contribuido, de un modo u otro, a esta
larga investigación.