El Tejido Subjetivo de La Violencia en El Revés de La Masculinidad
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El Tejido Subjetivo de La Violencia en El Revés de La Masculinidad
El tejido subjetivo de la
violencia en el revés de la
masculinidad.
Pignatiello, Antonio.
Cita:
Pignatiello, Antonio (2014). El tejido subjetivo de la violencia en el revés
de la masculinidad. Revista venezolana de estudios de la mujer, 19
(43), 123-147.
ARK: https://n2t.net/ark:/13683/pXv7/9Rt
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REVISTA VENEZOLANA DE ESTUDIOS DE LA MUJER - JULIO-DICIEMBRE 2014 - VOL.19/N° 43 pp. 123-147
Resumen Abstract
1
Licenciado en Psicología de la UCV, Magister Scientiarium en Psicología del Desarrollo Humano
de la UCV.
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S
aber la última palabra acerca del ser masculino, encontrar finalmente
la verdad varonil, sustentar los valores de la virilidad para rescatarlos.
Ninguna de esas expectativas será satisfecha en las líneas que siguen,
el lector está invitado a dejarlas a un lado y pasar adelante. En este
texto nos proponemos contribuir a reconocer sufrimientos usualmente
encubiertos, comprender cómo se producen y abrir caminos para su
superación. Sufrimientos derivados de cargar con un supuesto ser atribuido
por otros y del apego inconsciente a convenciones sociales que han calado
hasta los huesos. Ocuparse de eso requiere romper pactos de silencio para
problematizar la masculinidad que usualmente es tomada como algo obvio,
simple, unitario y básico. Abordamos la construcción subjetiva de lo masculino
en su complejidad y sus carencias como formulación acerca del ser.
Esta indagación no se hace para satisfacer el intelecto o como ejercicio
académico, es parte de la praxis que realizamos en la atención clínica, el
diálogo creador de los espacios docentes, el acompañamiento a grupos en
comunidades y el ejercicio cotidiano de la ciudadanía. Si procuramos hacer
relevante lo que falla, deja insatisfacción y produce malestar, no es para
oponerle modelos ideales sino para abrir la posibilidad de nuevas opciones,
para vislumbrar caminos de cambio en los que la masculinidad deje de ser
una armadura que el sujeto se impone.
Por diferentes vías podemos revisar los modos de vida masculinos,
sin embargo, si nuestra acción está inserta en el momento histórico que
vivimos, tenemos que atender a la magnitud de la violencia en nuestra
sociedad para darle prioridad a realidades individuales, sociales, familiares
e institucionales que nos muestran las consecuencias de un hacerse hombre
bajo el dominio de imperativos culturales que legitiman y naturalizan la
violencia como elemento que definitorio de la masculinidad.
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los hombres por derecho natural o divino, nos lleva a ver detrás de lo
masculino asumido como la posesión de atributos, cualidades y derechos
de los que carecen los seres femeninos en el contexto de relaciones de
desigualdad.
Cuando preguntamos qué significa ser hombre nos encontramos
con una respuesta que no termina de llegar, un referente que no termina
de encontrarse. En medio de lo más evidente hay un vacío, preguntar por
el significado de la masculinidad lo hace presente. Freud señaló que el
inconsciente adolece de una imposibilidad para dar significado psicológico
a la masculinidad y la feminidad. El inconsciente recubre ese agujero con
significaciones derivadas de binarios como activo-pasivo, poseedor de pene
o castrado (Freud, 1933/1981).
Lacan retomó el asunto afirmando que no hay saber en lo real que
responda por la posición del sujeto en la diferencia de los sexos, ni por la
relación entre ellos. Saber en lo real es el instinto, un programa por el cual
el individuo sabe qué debe hacer como macho o hembra de la especie. Lo
sabe, no necesita preguntarse si lo sabe (Lacan, 1981). Podemos ubicar el
inconsciente como la manera en que el sujeto hablante suple la ausencia de
ese saber en lo real; la suple dándole sentido a los significantes «masculino»
o «femenino» que le son asignados a través de vínculos y prácticas sociales
regidos por la cultura. El significado no existe de antemano como referente
del ser, es efecto de la manera como un sujeto encadena significantes que
toma del Otro.
Desde esta perspectiva no hay un significado inmanente de lo
masculino o lo femenino. No existe El Hombre como referente universal.
La masculinidad es tonel sin fondo, las subjetividades de hombres y mujeres
son Danaides que buscan llenarla de sentido. Esto implica también
cuestionar en los textos psicoanalíticos la naturalización con que se trata lo
masculino en contraste con el carácter de continente oscuro asignado a la
feminidad.
Desde la perspectiva de los estudios de género, Connel (1997) plantea
que las investigaciones sobre la masculinidad no han podido producir una
ciencia coherente acerca de la misma. Esta falla se debe a una imposibilidad
de la tarea, porque «la masculinidad no es un objeto coherente acerca del
cual se pueda producir una ciencia generalizadora» (p. 31).
Connel señala que la definición de la masculinidad «nunca ha estado
suficientemente clara» (p. 31), y lo demuestra con una revisión de las
definiciones propuestas en las investigaciones sociales. Identifica cuatro
enfoques en las definiciones: esencialistas, positivistas, normativas y
semiológicas. Las definiciones esencialistas toman un rasgo al que definen
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Esa imagen le viene al sujeto de los otros a los que se vincula, está en el
conjunto de referentes simbólicos que marcan su existencia desde antes del
nacimiento.
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la policía), no existe fuera de los límites del fantaseo. El joven que llega a
sentirse respetado por medio de la violencia, no deja ser a la vez un individuo
excluido, degradado por estigmas, vulnerable y pobre. El dividendo
identitario encubre lo real del sujeto. En la investigación realizada por
Rangel (2011) se evidenció que los jóvenes delincuentes perciben esta
dualidad y la viven como dos realidades de vida escindidas y excluyentes.
Por medio de la matriz fantasmática el sujeto articula identificaciones,
mandatos culturales, roles y emociones dentro de una realidad construida
a la medida de un personaje que vive la violencia como algo inevitable,
necesario y enaltecedor. Hombres de diversas edades y contextos sociales
han construido su realidad familiar, laboral, grupal o comunitaria como
un campo de batalla en el que no hay límite para las pulsiones destructivas.
Viven aferrados a una mentalidad de guerrero en acción bélica, el cual sólo
actúa, no piensa, no siente, tiene permiso para cualquier cosa que sirva
para destruir al enemigo. El guerrero está exonerado de reflexionar sobre
las consecuencias de sus actos y de ponerse límites. La batalla está vacía de
sentido pero el sujeto se aferra a ella porque le aporta oscuras satisfacciones.
La actividad mental puede apegarse a la fascinación y la autocompla-
cencia que aportan escenas violentas, se regodea en fantasear cómo destruir,
hacer daño o causar muerte. Esto hace al sujeto tributario de una cultura
de la violencia que envuelve a la guerra de una fascinante hermosura. Muchas
fantasías masculinas han sido moldeadas por relatos épicos que nos presentan
la guerra como un evento cargado de belleza, donde se exhiben las mejores
dotes viriles. En una reescritura crítica de la Ilíada, Baricco (2005) nos ha
mostrado que este es un imaginario que ha tenido profunda incidencia en
la historia de la cultura llamada occidental. La guerra está envuelta en una
belleza que la convierte en gesta donde hombres comunes se elevan a la
condición de héroes. Hillman (2010) por su parte ha planteado que la
cultura contemporánea, tras una fachada de bondad e inocencia, promueve
el amor por la guerra haciendo de ésta un evento sublime en el que muerte
y destrucción se revisten de valoración erótica.
La fascinación está presente en el difundido consumo de escenas de
violencia armada en juegos electrónicos, videos y cine. La guerra se puede
llevar también a la vida cotidiana, en la familia, la escuela, la calle o las
instituciones políticas. Para vivir tan sublime relato se necesita inventar
enemigos, éstos pueden ser hombres rivales, mujeres o cualquier persona
que tenga otra orientación sexual, creencia religiosa o afinidad política.
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Hay hombres que trabajan por la paz, son muchos, más de lo que se
piensa, pero usualmente son invisibles porque no buscan hacerse notorios
ni ganar poder.
Referencias bibliográficas
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