05 HistoriaProcedimientosConcursales
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La situación del deudor comerciante, a diferencia del civil, era más grave, ya
que era sometido a severas medidas de carácter personal. El rigor era tal que,
con el fin de substraerse a ellas, el deudor huía, y lo hacía con tanta frecuencia
que la fuga , como manifestación de la insolvencia, constituía el presupuesto
más común para la apertura del procedimiento de quiebra.
Cuando años más tarde los Estados nacionales asumen la tarea de sancionar al
quebrado y fijar sus incapacidades, hacen propios los intereses de la clase de
los comerciantes o de los ciudadanos dañados por el deudor insolvente. Se
trata siempre de regular conflictos entre particulares y de asegurar así una
pacífica solución al problema con el único modo posible: la liquidación del
patrimonio del deudor sobre el cual se ejercita la ejecución colectiva. Los
Estados, pues, consideran la necesidad de predisponer, con tal objetivo,
órganos de justicia que aseguren las acciones colectivas, esto es, que
garanticen tanto la neutralidad de lo actuado como la coercibilidad de las
decisiones.
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En la segunda fase, que se desarrolla durante y después de la primera guerra
mundial, en concomitancia con la crisis industrial, comienza a perfilarse un
interés ulterior: el de la conservación de la empresa antes que el de su
liquidación. El Estado en esta fase hace una valoración de la coincidencia entre
los intereses, siempre privados, que se encuentran enfrentados: el del
empresario, de una parte, que se propone eludir la quiebra y, mediante
dilaciones, conservar por los menos la posibilidad de continuar en el ejercicio
de la propia actividad; y la de los acreedores, de otra, que prefieren aceptar
las propuestas del deudor antes que hacer uso de la quiebra.
En la tercera fase, que tiene como inicio la segunda post guerra, se observa un
mayor interés del Estado por las crisis económicas de las empresas, y ello,
entre otras razones, porque ellas ya no se limitan a arriesgar el capital de los
socios, sino que, a través de ondas cada vez más anchas, trasmiten los efectos
perjudiciales de su insolvencia a las instituciones de crédito y a la gran masa
de ahorristas.
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sistema económico de hoy en día se produce la irresponsabilidad patrimonial
del empresario, esto es, el capital de riesgo ya no es más el fundamento de la
empresa privada, en especial de la gran empresa, pues ésta ahora arriesga los
capitales ajenos y quizá ni siquiera el capital representado por los dineros de
titulares de depósitos bancarios, sino el representado por dineros del Estado,
en definitiva, los dineros de los ciudadanos, a los que acceden mediante
instituciones tales como el crédito oficial, subvenciones, beneficios tributarios,
etc. En efecto, venido a menos este presupuesto de hecho, esto es, arriesgar
el capital propio, viene a menos, igualmente, la posibilidad de abandono y
cierre de la empresa.
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acreedores en el modo y en el tiempo previstos. Considera, además, que
tampoco hay diferencias entre los acreedores, salvo las relativas a la cantidad
del crédito; aunque reconoce la posibilidad que ciertos pactos entre el acreedor
y deudor puedan privilegiarse en esa igualdad inicial. Se trata, en suma, de un
método que se caracteriza por ser general, liquidatorio y judicial.
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Como podemos observar, esta filosofía deja librado a su suerte al deudor
insolvente; en ella, él es una víctima que no ha podido resistir la lucha de la
libre competencia, que ha sucumbido, y como tal debe simplemente abandonar
el mercado. De allí la trascendencia y vigor de los efectos que el procedimiento
produce sobre la persona del deudor, como el «desapoderamiento» de su
patrimonio, la afectación de éste al exclusivo fin de la satisfacción a los
acreedores, a través de su «liquidación», contemplada como solución «normal»
de la quiebra, y la importancia que tiene la calificación de la conducta del
deudor insolvente sobre el procedimiento. No hay otro interés dominante en el
conflicto que el de los acreedores, identificado, en menor medida, con el
interés general o público. Esto explica, pues, el papel primordial que a la Junta
de acreedores, como órgano deliberante y de participación de los acreedores,
se concede en el procedimiento.
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comercial, fueron apareciendo en Europa diversos modelos procedimentales
destinados a atender las anómalas situaciones patrimoniales de las empresas
en crisis.
Sin embargo, fue recién con la gran depresión económica del viernes negro de
Wall Street de 1929, cuando nos encontramos con un nuevo procedimiento, el
previsto en la Chandler Act de 1938, que tiene por finalidad no tanto liquidar la
sociedad, sino, por el contrario, revitalizarla y reestructurarla en base a las
propuestas que realizan las distintas clases de acreedores, aprobadas por la
Securities and Exchange Commission federal y por el Tribunal competente que
conoce del procedimiento.
Ahora bien, hecho este breve paréntesis, nos preguntamos: ¿cuál es esa nueva
filosofía concursal? Acercándonos a la respuesta, debemos indicar que la
doctrina concursal moderna, en su momento, concibió la idea de cambiar las
reglas de juego y, en efecto, relegó a la liquidación a último lugar. Esta
doctrina estima que lo más importante para el interés público y para los
acreedores no es liquidar el patrimonio de la empresa, sino sanearlo,
reorganizarlo o reestructurarlo. Como podemos observar, la doctrina concursal
habla del patrimonio de la empresa, antes que del empresario, por una razón
sustancial: porque el intento de salvataje está dirigido a la empresa antes que
a la persona del empresario.
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Las leyes apoyadas en esta nueva filosofía, en efecto, no tratan ya de
despedazar el patrimonio de la empresa insolvente, como se hacía con el
cuerpo del deudor en el procedimiento romano de la «manus injectio», sino
salvarlo, sobre todo cuando en él hay que conservar unidades productivas,
cuyo desmembramiento lesiona intereses del Estado, de los trabajadores, de
los terceros, del propio titular y, porque no decir, de los mismos acreedores. El
principio de «conservación de la empresa» tiende, pues, a satisfacer con
prioridad esos intereses.
Abundando, debemos decir que las leyes que transitan sobre los rieles de la
conservación de empresas viables están diseñadas para llegar a tiempo en las
declaraciones de insolvencia, para no encontrar cadáveres que enterrar, sino
enfermos que curar. Los presupuestos de insolvencia, por ende, no se vinculan
a situaciones insanables, sino, por el contrario, a crisis que pueden superarse.
Todo esto nos lleva a subrayar que la filosofía que anima a la moderna doctrina
concursal, la cual subyace en las leyes de hoy en día, no es más la liquidación,
desmembración o desintegración del patrimonio de las empresas viables, sino
su recuperación o reestructuración, como medida de defensa de la producción,
del empleo y del mercado.-
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posible, no que sea deseable. En efecto, una empresa insolvente deberá
desaparecer del mercado si no es viable; por el contrario, si la empresa es
viable deberá ser reestructurada. Aquí, como observamos, más que una
prevalencia de una sobre la otra hay una complementariedad de medios que,
entre otros fines, tienen la protección de crédito.
Uno de los primeros países que adoptó una diferente actitud en la solución de
las dificultades financieras de las empresas fue los Estados Unidos, que
privilegió la conservación y relegó la liquidación de una empresa a través de la
«corporate reorganization», regulada en el Chapter X del Chandler Act de
1938, promulgada de conformidad con el artículo 1, sección 8 de la
Constitución del Congreso de los Estados Unidos de América. Esta es una ley
dirigida a mantener en vida a las sociedades por acciones y, en efecto,
reestructurarlas o reorganizarlas, antes que a liquidarlas. La corporate
reorganization está actualmente contenida en el Chapter XI del Bankruptcy
code de 1978, reformado en 1984 y 1994.
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se excepcionan las sociedades de gestión de ferrocarriles, de seguridad
nacional y las instituciones de crédito. Los otros, por su parte, se presentan
como alternativas al primero, aunque el segundo y el tercero con carácter
especial.
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objetivo básico la prevención y asistencia de empresas en crisis, o como dice la
Exposición de Motivos, «la obtención de un cuadro legal que permita tomar
medidas tendientes a descubrir a tiempo y a asistir a las empresas en
dificultades». Hace poco se han publicado un par de leyes que han
modernizado y adaptado el sistema concursal belga a la actual economía: la
Ley de 17 de julio de 1997, relativa al convenio judicial, y la Ley de 8 de
agosto del mismo año, que regula la quiebra.
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redressement judiciaire (reorganización judicial), que tratará de sanear la
empresa con vistas a salvaguardar los puestos de trabajo, antes que a
proteger los intereses de los acreedores.
Otro de los países que sigue de cerca esta evolución es Italia, que en una de
sus últimas leyes concursales, la del 23 de julio de 1991, núm. 223, devela
claramente cual es la intención que anima al legislador: la de salvar la empresa
en crisis en interés, sobre todo, de sus trabajadores. Esta Ley llega para unirse
a la del 03 de abril de 1979, núm. 95, de «Amministrazione straordinaria», que
fue promulgada con el propósito de salvar, por aquel entonces, las grandes
empresas en crisis, generando una copiosa literatura en contra. El
procedimiento utilizado por esta Ley fue modelado o proyectado sobre la base
de los artículos 195 y ss de la Legge fallimentare» de 1942, dedicados a la
«liquidazione coatta amministrativa». Recientemente se ha publicado la nueva
disciplina de la administración extraordinaria de la gran empresa en situación
de insolvencia (Decreto legislativo 270, del 9 de julio de 1999). Esta nueva ley,
apunta PACCHI PESUCCI, debe ser definida como un procedimiento concursal
con finalidad conservativa, por ahora no se puede precisar si de la empresa en
su conjunto o sólo de su patrimonio. Sería mejor hablar de un procedimiento
de reactivación, de reconversión - esto es, de conservación de la empresa in re
ipsa - del aparato productivo en funcionamiento, en el más amplio sentido del
término.
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Un valioso producto de este movimiento de reforma concursal es, igualmente,
el Codigo dos processos especiais de recuperaçao da empresa e de falência
(Decreto Ley 132/93, del 23 de abril de 1993), que introduce al Ordenamiento
jurídico portugués un nuevo procedimiento judicial para el tratamiento de las
situaciones de crisis económica de la empresa, el cual supone la plasmación
legislativa de los principios inspiradores de la moderna filosofía concursal. Con
este dispositivo, pues, se intenta establecer un tratamiento unitario, rápido,
flexible y sistemático de las diferentes situaciones de crisis empresarial que
permita, una vez analizada la viabilidad de la empresa, decidir su destino, es
decir, su reestructuración o liquidación.
La citada ley trata, en efecto, de conciliar los intereses de las empresas, de los
trabajadores y de los acreedores; aunque estos últimos resultan
indudablemente preteridos por la «necesidad de garantizar la supervivencia de
las empresas rentables». Se reconoce expresamente que la finalidad básica no
es ya la satisfacción de los acreedores, sino la recuperación de la empresa
cuando exista posibilidad de reactivación. Este cambio de visión, fácilmente
apreciable en la Exposición de Motivos y en el mismo texto, nos permite pronto
advertir la superación del derecho concursal tradicional y su sustitución por un
nuevo Derecho de la crisis empresarial, que, apoyado en las más variadas
técnicas y mecanismos, incluiría todas las situaciones patológicas dentro del
ámbito concursal.
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Conviene hacer mención también a otra importante y moderna Ley: la
Insolvenzordnung (InsO) alemana, promulgada el 5 de octubre de 1994 y en
vigencia desde el 1 de enero de 1999. Esta Ley introduce en Alemania un
nuevo procedimiento judicial unitario para el tratamiento de las situaciones de
insolvencia o de crisis económica de la empresa, lo que supone la plasmación
legislativa de las aspiraciones de unificación y modernización del derecho
concursal. Con ella, pues, se logra unificar, actualizar y compatibilizar la
normativa hasta entonces vigente en materia de convenio o transacción
judicial, cuyo objetivo primario era la «conservación de la empresa de los
deudores dignos de consideración por su persona y por su estado patrimonial»,
al margen del procedimiento de quiebra (Vergleichsordnung, del 26 de febrero
de 1935, § 1) y el procedimiento concursal o liquidatorio de la empresa
(Konkursordnung, del 10 de febrero de 1877).
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es, cuando se observe que el deudor no estará en condiciones de cumplir con
sus obligaciones al momento del vencimiento; y, por último,
sobreendeudamiento (Überschuldung), que se define como aquella situación en
la que el patrimonio del deudor no cubre las obligaciones contraídas.
Así como las citadas, otras modernas leyes abrazan, igualmente, la idea que
un procedimiento concursal debe tender a conservar la empresa y mantener el
empleo como intereses dignos de tanto o mayor tutela que el de los
acreedores. Cabe mencionar aquí, entonces, la
Insolvenzrechtsänderungsgesetz (IRAG) austriaca de 1982, la Insolvenz act de
1986 del Reino Unido, la Ley concursal de Colombia, Decreto 3.350 del 16 de
febrero de 1989, la Ley irlandesa de 1990, la Corporate law reform act
australiana de 1992 y la Ley concursal argentina de 1994, sancionada
mediante Ley núm. 24.552.
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estas últimas, aunque un tanto relegadas, ha establecido un procedimiento
específico para atender las crisis financieras de las empresas, en su Título IV,
«Reestructuración patrimonial de empresas», con normas sustantivas y
adjetivas, que se caracterizan por su unidad, universalidad, indivisibilidad,
acumulación y brevedad. Adicionalmente, contiene otros procedimientos con el
mismo fin en el Título VIII, «Procedimiento simplificado», al que podrán
acogerse los deudores cuyas obligaciones totales no excedan de las doscientas
UIT, y en el Título IX, «Concurso preventivo», que es un mecanismo de
reprogramación de obligaciones anterior al estado de insolvencia. A éstos se ha
agregado el Procedimiento Transitorio (D.U. 064-99, del 1/12/1999); por éste
se otorga protección al patrimonio de la empresa de manera anticipada y se
hace a través de una vía mas rápida y descentralizada a nivel nacional.
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procedimiento único, el cual puede dar lugar a tres soluciones alternativas:
convenio, gestión controlada o liquidación; b) un presupuesto objetivo
necesario para la apertura del procedimiento concursal, que se realiza
mediante la combinación de una cláusula general con una enumeración de
hechos sintomáticos. Según esta cláusula el presupuesto objetivo es la
existencia de una crisis económica del deudor, es decir, «un estado patrimonial
que lesione o amenace gravemente el interés de los acreedores a la
satisfacción normal y ordenada de sus créditos»; c) una sindicatura
profesional, la cual podrá ser desempeñada por una persona física o jurídica;
d) una modificación de la posición jurídica de los acreedores privilegiados, que
supone total desaparición de preferencias derivadas de la particular forma en
que el crédito consta o del momento de su constitución, a la par que se
eliminan los sistemas de reparto basados en la naturaleza de los bienes.
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para llegar a tiempo al concurso estimular la iniciativa de los acreedores. Así,
por ejemplo, al acreedor instante, además de ser nombrado síndico, se le
promueve como acreedor parcialmente privilegiado.
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entre los elementos activos y pasivos del patrimonio en su conjunto,
considerados en relación también a su capacidad productiva y crediticia.
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esto, debemos reconocer que el incumplimiento y la insolvencia tienen un
punto de contacto o de convergencia: el incumplimiento del deudor; sin
embargo, aquí acaba todo, pues la insolvencia requiere siempre de un
referente subjetivo y porque la responsabilidad surge de una impotencia
patrimonial.
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aquellos activos, sin que sea ni siquiera posible, sobre la base de esta simple
operación aritmética, tener conocimiento ni de la regularidad de los
incumplimientos, ni del crédito del cual puede gozar el empresario.
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EL PROBLEMA DEL MODERNO DERECHO CONCURSAL
Dentro de los pocos problemas que todavía los procedimientos concursales
deben resolver en la actualidad, el de la grave insuficiencia patrimonial de la
masa activa es el que le depara mayor atención. En los países occidentales, las
situaciones en que el concurso debe cerrarse por imposibilidad de satisfacer,
siquiera, los costos del proceso se dan cada vez con mayor frecuencia. En la
actualidad, quizá sea en Alemania donde el problema de la insuficiencia de la
masa se presenta con mayor gravedad: mientras que a comienzos del siglo las
solicitudes de concurso inadmitidas por falta de masa activa no llegaban al
10% del total, hoy en día se estima que alrededor del 80% de todos los
concursos ni siquiera se abren por falta de fondos para hacer frente a los
gastos procesales. Esta situación también se viene presentando en el derecho
concursal francés, suizo y peruano.
Las causas que originan este problema son muchas y, a la vez, complejas;
aunque una de las principales, sino la principal, es la declaratoria de
insolvencia tardía. Las modernas leyes concursales, sobre todo las de la
década del 90, con la intención de superar este problema hablan de un
presupuesto necesario: la declaratoria de insolvencia oportuna, esto es, que no
debe comenzar ni demasiado pronto ni demasiado tarde. Si esto no se cumple,
entonces, poco o nada servirán las medidas correctivas que puedan tomarse,
pues una intervención tardía encontrará a una empresa como una concha
vacía, una empty shell al decir de los norteamericanos, es decir, con una
insolvencia profundamente agravada, al grado de haber afectado ya a los
propios acreedores privilegiados, incluso a los acreedores de la masa activa,
sin mencionar la tradicional como desdichada suerte de los acreedores
ordinarios.
Uno de los factores claves para llegar a este extremo es, sin duda, la adopción
de arriesgados proyectos de inversión por parte de la empresa deudora, como
respuesta desesperada a su especial situación patrimonial, agravando
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rápidamente la posición de los acreedores. Cuando la empresa se encuentra en
esta difícil situación, tiene todos los incentivos para embarcarse en operaciones
de alto riesgo con el único objetivo de tratar de recuperar su solvencia
financiera, lo que con frecuencia redunda en un incremento geométrico de las
pérdidas de la empresa. A medida que la situación empeora, las decisiones que
se toman al interior de la empresa alcanzan niveles inadmisibles de riesgos, los
cuales ya no los soporta la deudora o sus accionistas, sino los acreedores.
Con ánimo de solución a este difícil problema, dos son las tesis que se ha
propuesto, a saber: la primera, que gira en torno al cambio del presupuesto
objetivo concursal, esto es, el presupuesto de insolvencia; la segunda, en
cambio, intenta conseguir un resultado semejante mediante la técnica de los
incentivos. Los redactores del Anteproyecto de ley concursal española de 1983
participan de la primera tesis, pues incorporan una serie de hechos reveladores
de la crisis económica de la empresa en sustitución del presupuesto de
insolvencia; la doctrina norteamericana del análisis lógico-económico del
derecho y el Anteproyecto de ley concursal española de 1996 desarrollan la
segunda, considerando la creación de un incentivo para las personas o grupo
de personas que oportunamente tengan conocimiento de la insolvencia de la
empresa: pueden ser tanto la misma deudora como los acreedores.
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NOTA CONCLUSIVA
De arribo de este ligero Tours por el derecho comparado, podemos concluir
que estas modernas leyes concursales responden a una necesidad que va
camino a una pronta satisfacción. Los operadores de estas leyes están en la
obligación de visualizar una oportuna declaración de insolvencia de la empresa
en crisis, pues sólo así se podrá elaborar un eficaz programa o plan de
reestructuración. Los acreedores, por su parte, deben entender que el plan de
reestructuración o reorganización, que se elabora para su aprobación, no es
«un plan de caridad», sino un instrumento jurídico capaz de auxiliar
efectivamente a las empresas en dificultades financieras, pero
económicamente viables. Ojalá que así se entienda pronto, para beneficio de
los trabajadores, acreedores, deudores y terceros.
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