Painless

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Moderadoras de traducción

Niki26 y Mona

Traducción
Crys Mogradh Magdys83
Kyda Malu_12 a_mac
Molly Bloom Mica Né Farrow
Bluedelacour Nix Gerald
Axcia Kath Lectora
Any Diaz Agus901 Vale
Niki26 a_mac Mona
Nelly Vanessa LeylaCullen Maria Clio88

Corrección
Gerald Kyda mayelie
Osma Fatima85 Ivettelaflaca
Nix YaniM Clau
Maria_clio88 Mimi Dabria Rose
Kuami Sabrinuchi Agustina
Bibliotecaria70 Cecilia Cereziito24
Flopy caronin84 Malu_12
Crys Sttefanye Just Jen
Lau_sp_90 Khira

Recopilación & Revisión


Just Jen & Cecilia

Diseño
Cecilia
¡Por fin! El emocionante, caliente y ajetreada conclusión a la
historia de Samantha Smith. Painless sigue a Samantha durante el resto
de su primer año en la soleada Universidad de San Diego.
Ah, y ¿qué pasa con ese chico ardiente, Christos Manos? La última
vez que lo dejamos, su vida estaba sobre el borde del desastre. ¿Qué va
a pasar con él?
¡Vas a tener que leer Painless para averiguarlo!
¡Descubre lo que sucede con Samantha, Christos, Romeo, Kamiko,
Madison, Jake, y todos los demás en Painless, el tercer y último volumen
de la serie!
¡¡Este libro está lleno de sorpresas!!
Samantha

Temor.
La oscuridad de la desierta mansión Manos presiona a mi
alrededor, sofocándome. Me siento en la cama de Christos en su
dormitorio vacío, apretando su libreta de dibujo a mi pecho en mis
temblorosas manos. Sus atormentadoras palabras hacían eco en mi
mente.
Solo
Debo enfrentar este día
Solo
Tengo sellado mi destino
Solo
Alcanzaré el cielo
Solo
Debo morir
¡No! ¡Debo haberlas leído mal! Christos nunca…
Ni siquiera podía pensarlo.
Mi corazón latía sin parar en mi pecho y amenazaba sufrir un
ataque mientras releía su desolado poema bajo la tenue luz de su
lámpara de noche. Christos estaba seriamente atormentado. Su
corazón estaba rompiéndose. Podía sentir su dolor como si fuera mío.
Tenía problemas y necesitaba ayuda.
Pánico y un sentido de impotencia giraban a través de mí. ¿Cómo
podía ayudar a Christos si no sabía dónde estaba? No había respondido
alguna de mis llamadas o mensajes por más de una hora.
Desesperadamente deseaba hacer algo de otra manera iba a estallar
en un millón de pedazos.
¿Pero qué?
El pesado silencio apretando a mi alrededor fue roto por el ruido de
la puerta de entrada abriéndose abajo.
—¡Christos! —grité al mismo tiempo que saltaba de la cama. Salí
corriendo de su habitación y bajé por el oscuro pasillo. Alivio me invadía
mientras bajaba la escalera. Iba a lanzar mis brazos alrededor de mi
hombre y abrazarme a él y decirle que todo iba a estar bien. Sabía que
mi amor curaría el dolor y el auto desprecio que lo había estado
comiendo desde el interior durante demasiado tiempo.
En el último escalón, giré y resbalé dentro del recibidor.
—¡Christos!
—¿Samoula1? —Sonrió Spiridon, sus llaves tintineando en sus
manos—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Dónde está Christos? —solté ansiosamente.
—¿No está contigo?
—No —murmuré, decepción oscureciendo mi voz.
—¿No está en el estudio trabajando? —preguntó Spiridon.
—No, lo he verificado. No está en ningún lugar de la casa. —Por un
momento me sentí nerviosa, preocupada por si tenía que explicarle a
Spiridon por qué estaba deambulado por su casa sin ser invitada. Lo
cual era extraño, porque Spiridon ya me había invitado a mudarme con
él y Christos. Incluso me había dado una llave de la casa. Entonces,
¿por qué me sentía como una delincuente? Ah, sí. Mis padres. La causa
de todo esto es el mal.
Ellos.
Decirles a mis padres al teléfono que me estaba mudando con
Christos les había hecho perder los estribos. Lo que me llevo a colgarles
y a Christos perder los estribos porque mis padres los habían perdido.
Y la peor noticia de todas: el juicio pendiente de Christos para el
día de San Valentin, a solo dos días de distancia.
¿Por qué no me lo ha contado Christos hasta ahora? ¿Era mentira
la confianza que habíamos construido entre nosotros? ¿Qué más me
estaba escondiendo? Un escalofrió me sacudió hasta los huesos. Mi
corazón se aceleró al máximo cuando los estresantes acontecimientos
de las últimas horas recomenzaron en mi mente. Mi vida se estaba
desarrollando en segundos. Sentía un ligero mareo mientras mi pecho se
apretaba, haciendo casi imposible respirar. ¿Tenía un ataque de
corazón? ¿Era posible eso para alguien de diecinueve años? En este
momento, definitivamente se sentía así. Cada célula de mi cuerpo
gritaba que Christos estaba en peligro inminente, donde quiera que
estuviera. Mis ojos destellaban pánico. Necesitaba protegerlo de
cualquier manera que pudiera.
—¡Necesito encontrar a Christos!
—Tranquilízate, koritsaki mou2 —replicó Spiridon—. Vamos a la
cocina, Samoula. Quizás deberías sentarte. No te ves bien.

1 Samantha en griego
2 Mi niña
Mis manos temblaban incontroladamente cuando me condujo
hacia la cocina, sacó una silla de la mesa para mí y abrió el
refrigerador. Agarró una jarra con agua y sirvió un vaso para mí mientras
yo me dejaba caer en la silla.
—Cuéntamelo todo —dijo mientras colocaba el vaso sobre la mesa
y se sentaba. Tomó mis manos en la suyas y acarició el dorso de ellas
afectuosamente—. Lo que sea —sonrió—, todo estará bien.
Mi garganta se cerró en un agujero cuando me di cuenta de la
cruda verdad. Aunque pudiera encontrar de alguna manera a Christos
y salvarlo de lo que sea que el destino le esperaba esta noche, se
enfrentaba a la posibilidad de ir a la cárcel por quien sabe cuánto
tiempo después de su inminente juicio.
Divagué:
—Christos, está… no lo sé… creo que está… —Estaba dividida entre
mi preocupación por Christos y la cálida y cariñosa manera en que
Spiridon me estaba reconfortando. Su compasiva mirada me ponía
extrañamente nerviosa. No estaba acostumbrada a ningún tipo de
cariño por parte de otras personas o la manera que bajaba las paredes
alrededor de mis emociones.
Aparte de la intimidad que había compartido con Christos en los
últimos cinco meses, nunca me había abierto de esta manera delante
de nadie. En especial no de un adulto. Y nunca delante de mis padres.
Nunca había bajado mi guardia alrededor de ellos.
La noche que Damian Wolfram había atropellado a Taylor
Lamberth, asustado a más no poder. No había manera que hubiera
compartido mis emociones sobre ello con mis padres. Me había
asegurado de evitarlos hasta que tuve la oportunidad de
recomponerme y meter mis sentimientos de vuelta al interior de la caja
que había construido alrededor de mi corazón cuando era pequeña.
No sé cuándo había empezado a construir aquella caja. Nunca
fue una cosa consciente. Era un mecanismo de defensa.
Probablemente uno que todo el mundo tenía. La idea de compartir mis
sentimientos al desnudo con mis padres siempre se había sentido como
una invasión a mi privacidad. Ellos no entendían de sentimientos.
Cuando era pequeña y demostraba mis sentimientos a mi mamá, ella
fruncía el ceño y me gruñía y me decía que me aguantara como una
niña grande o me iba a enterar. Cuando mi padre vio mis sentimientos,
sacó una calculadora e intentó resolverlos como un problema
matemático. Si eso no funcionaba, intentaba esterilizarlos con lógica.
Ese fue el motivo por el cual nunca compartía nada con mis padres.
Nada que importara.
Pero mirando en los ojos de Spiridon profundamente compasivos,
ame sentía segura. Él no estaba perdiendo los papeles. Estaba tranquilo,
confiado y cariñoso. Deseaba que pudiera darles a mis padres
lecciones. En este momento, sentí como si pudiera contarle todo y que
él lo entendería. No me daría un sermón o me reñiría y no mediría,
calcularía o resolvería. Simplemente escucharía. Y en esa escucha,
sanación ocurriría. Christos me había enseñado esto. ¿Lo habría
aprendido de Spiridon? Parecía posible, mirándolo ahora.
Sentada en la cocina de los Manos, me sentía consolada, envuelta
en el cálido abrazo del tangible amor emanando de Spiridon, un amor
que circulaba por toda la casa, como si hubiera fluido gentilmente
desde su ser por décadas y hubiera empapado la madera. Este hogar,
esta cocina, era un espacio sagrado.
Mis lágrimas manaban. Estaba a punto de sacarlo todo, contarle a
Spiridon las repugnantes cosas que mis padres habían dicho y las
amenazas que habían hecho al teléfono. Sabía en mi corazón que
Spiridon no juzgaría. Escucharía con entendimiento y cariño. Ansiaba
por esa clase de consuelo, el tipo de consuelo que Christos ya me había
mostrado muchas veces.
Pero más que nada, lo deseaba de Christos.
Christos…
Enrollada determinación se desato en mi interior. Mis sentimientos
por mis padres podrían esperar. Christos estaba en un peligro mortal en
este preciso momento. Necesitaba hacer algo para salvarlo. ¿Podía
decirle a Spiridon que profundo hasta mis huesos sentía con certeza que
la vida de su nieto colgaba en el precipicio del desastre? Sonaría como
una lunática. Para mis padres, de todas formas.
—¿Qué pasa, Samoula? —pregunto Spiridon tranquilamente—.
Puedes contarme lo que sea.
Le creía y confiaba en él completamente. Levanté mi pesada
cabeza y encontré sus ojos con los míos.
—Christos está en terribles problemas. —Me asustaba decirlo, como
si vocalizando mis miedos podría mágicamente empeorar las cosas.
—Lo sé, koritsáki mou —dijo con pesar mientras su cabeza se
inclinaba solemnemente y sus ojos se cerraban.
Sus palabras llevaban tanta tristeza, tanta angustia, que sentí a mi
corazón empezando a marchitarse y hundirse en la oscuridad…
Christos…
Oh no…
Christos
Me paro en la oscuridad, equilibrándome en un pie desnudo, mis
dedos curvados alrededor del frio acero del barandal del balcón de
Nyyhmy Hall, a diez pisos sobre el cemento.
Frío viento de invierno soplaba alrededor de mí. Lejos debajo, un
solitario automóvil se deslizaba silenciosamente por la calle North Torrey
Pines. Estaba en otro mundo, distanciado de las personas invisibles en el
pequeño auto. Me preguntaba si estaban felices o tristes. No había
manera de saber.
Pero sabía que estaba al punto de perder mi mierda. Mi juicio era
en dos días. Mi juicio previo era en menos de doce horas, después de
las cuales mi futuro estaría en manos de la corte y de los doce extraños
que serían mi jurado. ¿Me condenarían y enviarían a prisión o me
declararían inocente y me dejarían libre?
Odiaba no saber. Odiaba no tener ningún control sobre el
resultado.
¿Siquiera importaba?
Esto estaba a un millón años de ahora.
En este momento, en este eterno momento de insensato peligro,
tenía control total. Vivir o morir. Luchar o volar. Todo dependía de mí. Si
quería, podría relajar la tensión en mi rodilla. Solo relajar. Dejarlo ir. Todo
estaría terminado en unos segundos, todo mi estrés se iría. Todas mis
preocupaciones se volverían irrelevantes.
Caer en la oscuridad y elevarse en la eternidad.
Samantha.
Puños ataron mis entrañas con agonía. Mi rostro se apretaba y
retorcía con frustración y rabia y culpa.
¿Qué le había hecho?
Había hecho un gran lio con las cosas.
Samantha ahora sabia cuán jodido estaba bajo mi ostentoso
exterior. Mientras la había abofeteado con la verdad, la había
golpeado con toda la mierda criminal que había hecho en mi pasado,
la condena que había visto en sus ojos fue peor que lo que cualquier
jurado pudiera darme en mi juicio. ¿Y si los doce extraños decidían que
estaba jodido y me enviaban a prisión a sudar mi culpa? Mi corazón ya
estaba encarcelado en auto desprecio. Por lo que le había hecho a
Samantha. Por mentirle al no decirle quien realmente era, por esconder
mi terrible pasado mientras ella inocentemente se enamoraba de mí.
¿Cómo pude haberle hecho esto? ¿Cómo pude haber arriesgado
la confianza que voluntariamente me dio al no decirle de frente que yo
no era una buena persona?
El frío viento enfriaba mi piel, pero mi corazón estaba más frío,
temblando en mi pecho.
Bajé la mirada hacia el tentador cemento cien metros abajo.
Sería tan fácil tirarme y dejar que todos mis problemas
desaparecieran…

Samantha
Sujeté mi mano alrededor de la muñeca de Spiridon y declaré:
—¡Tenemos que hacer algo!
Spiridon alzó sus cejas pensativo.
—¿Qué quieres decir?
—Christos salió corriendo de mi casa más temprano y salió a toda
velocidad en su motocicleta. Me temo que va a... —No podía decirlo.
La preocupación y el reconocimiento pesaron en el rostro de
Spiridon.
—¿Has intentado llamarlo?
—¡Cincuenta veces! —Mi voz crepitaba con miedo—. No
responderá. Es por eso que estoy tan preocupada. Tenía la esperanza
de que tal vez hubiera venido aquí.
Spiridon cruzó sus brazos sobre su pecho y resopló un nervioso
suspiro. Creo que mi miedo estaba filtrándose en él.
—¿Te dijo adónde iba? —preguntó Spiridon.
—¡No! ¡No tengo idea! Podría estar en cualquier lugar.
—Tal vez lo mejor que podemos hacer es esperar aquí. Está
obligado a volver tarde o temprano.
—Pero ¿qué pasa si...? —Estaba lista para salir como un cohete de
mi asiento a través del techo por la ansiedad. No podía sentarme aquí y
esperar. Necesitaba tomar acciones—. Espera, ¡tal vez Christos salió con
Jake!
—Entonces llama a Jake —dijo Spiridon tranquilamente.
No tenía el número de Jake, así que le marqué a Madison.
Respondió después de dos repiques. Sonaba soñolienta.
—¿Qué pasa, chica?
—¡Mads! —Mi voz sonaba con mucho más pánico de lo que
quería, considerando que estaba despertándola en medio de la
noche—. ¿Está Jake contigo?
—La última vez que revisé —suspiró—. A menos que el chico
caliente durmiendo junto a mí sea otra persona. Oye amigo —se rió
hacia quien sea que estuviera en la habitación con ella—, ¿tu nombre
es Jake?
Oí una la débil voz de Jake quejándose por teléfono.
—No me digas que ya estás aburrida de mí, nena.
—Los hombres tienen egos tan frágiles —me susurró Madison. La oí
apartarse de su teléfono de nuevo y decirle a Jake—: Duerme, King
Dong. Tu cañón es el único que bombardea mi caja de bebé cada
noche. ¡Rápido! ¡Todo el mundo al refugio dong!
Mierda. Allí iba mi teoría acerca de Christos y Jake estando fuera
en un bar.
—Mads, pregúntale a Jake si sabe dónde está Christos.
—¿Por qué sabría él dónde está Christos? Ha estado conmigo toda
la noche.
—¿Puedes por favor simplemente preguntarle? —supliqué.
—Jake —dijo Madison—. Sam quiere saber si sabes dónde está
Christos.
—No he hablado con él desde ayer —murmuró Jake.
Genial.
Madison transmitió las noticias.
—Jake dijo que no ha visto a...
—Sí escuché —interrumpí.
—¿Pasa algo malo? —preguntó Madison, evidente preocupación
en su voz.
No tenía tiempo para explicarle todo. Necesitaba ir a buscar a
Christos.
—Es, ah, no es nada —Traté de sonar como si no fuera gran cosa
para que no empezara a preocuparse—. Sólo necesito hablar con
Christos. Si por alguna razón llamara a Jake, llámame de inmediato,
¿está bien?
—¿Estás segura no hay nada mal, Sam?
—Sí. Todo está bien. Vuelve a dormir.
Oí el crujido de las mantas.
—Mmmm —murmuró Madison—. No creo que Jake me vaya a
dejar. Llámame mañana, Sam. Pero si realmente, realmente me
necesitas, llámame de inmediato —Madison hizo un ruido de ronroneo—
. Borra eso. No llames por lo menos en veinte minutos.
Oí a Jake resoplar.
—¿Veinte minutos?
—Está bien —le dijo Madison a Jake—, que sean cuarenta. Pero
eso es todo lo que tendrás, vaquero. Tengo clase por la mañana.
—No te preocupes por eso, Mads —dije—. Hablaremos mañana.
—Está bien. Adiós, Sam —Se rió antes de que la línea de teléfono se
cortara un segundo después.
La envidiaba en ese momento. Estaba acurrucada con su hombre,
los dos a salvo de todo el mal en el mundo. Puse el teléfono en la mesa
de la cocina y miré a Spiridon.
Él puso una mano reconfortante sobre la mía una vez más.
—Sé que estás preocupada, koritsáki mou. ¿Por qué no intentas
llamar a Christos otra vez?
—Está bien.
Me guiñó un ojo.
—¿No hay un viejo refrán que dice que la quincuagésimo primera
vez es la vencida?

Christos
Una sombra se tornó borrosa en la esquina de mi visión. Algo
enorme y oscuro pasó rápidamente delante de mi cabeza desde el
costado y se había ido antes que pudiera registrar lo que era. Seguí el
movimiento mientras la cosa hizo una curva a lo largo de la caída de
diez pisos hacia abajo.
Un solitario búho había agitado sus alas frente a mí, a solo unos
pocos centímetros delante de mí. Nunca la escuché venir. Estaba en un
sepulcral silencio. Totalmente en su elemento.
Observé con asombro mientras desaparecía más allá hacia la
distante luna, flotando sobre los cañones entre el océano y yo. Navegó
por el aire lánguidamente, buscando presas. Estaba paralizado por el
cazador en su entorno natural. Qué sencilla vida la que llevaba.
Sin previo aviso, las alas del búho se doblaron y se zambulló en la
oscuridad. Seguí su trayectoria de caída, observando con atención
mientras sus alas explotaban a meros centímetros sobre la tierra, el búho
aterrizando en un charco de ámbar debajo de una farola. Un segundo
después, el búho aleteaba furiosamente y se elevaba en el aire, un
ratón colgando de sus garras. Luego el búho desapareció en la negra
noche con su presa.
Estaba asombrado de la rapidez con que todo eso había ocurrido.
Una vida terminó así otra podría florecer.
Me di cuenta que tenía que tomar una decisión.
Mi vida... o Samantha.
Quería que ella prosperara.
Mi cara se torció en agonía. Mi pecho se tensó a medida que
cuchillos dentados de arrepentimiento me apuñalaban de adentro
hacia afuera. ¿Cómo diablos había jodido las cosas tan mal? Aspiré
profundamente, listo para gritar a todo pulmón en un intento de liberar
parte de la tensión rasgando mi corazón en pedazos.
Entonces me di cuenta que gritar llamaría la atención.
El ayuntamiento de Nyyhmy tenía la forma de una letra H hecha de
bloques, cuando lo mirabas desde arriba. El balcón estaba en la parte
superior de la rechoncha barra horizontal de la H. Las gruesas columnas
verticales de la H tenían todos los dormitorios, cuyas ventanas daban al
balcón de donde yo estaba. Debido a que era San Diego, afuera no
estaba más frío de quince grados centígrados, muchas de esas
ventanas estaban abiertas. Dado que se trataba de un edificio de
residencias universitarias, varias de esas ventanas tenían las luces
encendidas y algunas tenían sus cortinas abiertas. Si empezaba a gritar,
no tenía duda que cabezas comenzarían a salir de esas ventanas como
topos chequeando en busca de águilas por encima. Lo último que
quería era un público o alguien llamando a la seguridad del campus y
diciéndoles que había otro saltarín en el décimo piso. Estaba disfrutando
de mi paz y mi tranquilidad.
Respiré profundamente. Mi punzante remordimiento se alivió una
fracción. Respiré de nuevo.
Fue entonces cuando me di cuenta que había estado viendo mi
situación todo mal. Águilas, búhos, tuzas y ratones.
En primer lugar, el búho y el ratón. Por lo que sabía, era una búho
mamá con búhos bebé de vuelta en su nido que no habían comido en
semanas. Nadie quería búhos bebé pasando hambre. Sé que yo no.
En segundo lugar, el águila y las tuzas.
Todos sabemos cuál animal era yo en ese escenario.
No importa cuánta confusión y dolor se retorcieran en mis entrañas,
nunca sería una tuza. Era el depredador en mi vida, no la presa. No iba
a vivir mi vida encogiéndome lejos del peligro, siempre preguntándome
cuando el golpe de la muerte podría venir cayendo desde arriba como
lluvia.
Iba a dar el paso con valentía en la vida y bailar con peligro.
No iba a renunciar.
Al igual que el águila y el búho, iba a desnudar mis garras y dientes
y hacer lo que hacía lo mejor.
Luchar.
Por mí. Por Samantha.
Por mi vida.
Nadie me haría caer y me rompería en pedazos. Ni siquiera el
sistema judicial. Nunca tomé el camino fácil. Así es como había
terminado en esta situación en primer lugar. Porque me gustaba vivir
peligrosamente.
Estaba aquí arriba porque el día que conocí a Samantha, me
había tomado menos de medio segundo decidir que Horst Grossman, el
puto gordo que estaba en su rostro, estaba muy fuera de lugar y
necesitaba dejarla en paz. Lo fácil hubiera sido irme y olvidar todo sobre
ella.
Pero así no era como hacía las cosas. No ese día, no esta noche y
no en mi juicio. Si iba a caer, lo haría peleando.
Todavía no le había dicho a mi abogado, Russell Merriweather, si
aceptaba o no el acuerdo con el fiscal de Distrito. La oferta era un año
de cárcel a cambio de una declaración de culpabilidad.
Probablemente sólo serían nueve meses por buen comportamiento. Esa
era la cosa segura. Si fuera a juicio, me arriesgaba a tener hasta cuatro
años en la prisión estatal si el jurado me encontraba culpable. A la
mierda. Me gustaba tomar riesgos y me gustaba pelear.
Iba a tirar los dados e ir a juicio.
Sonreí y sacudí mi cabeza. No sé por qué había estado tan
estresado acerca de todo esto. Como a la mayoría de las mujeres, le
gustaba a la diosa Fortuna. No había ninguna razón por la que no me
respaldaría en mi juicio.
Aun equilibrado sobre un pie con mi rodilla en el aire, bajé mi pie
hacia el barandal y me estabilicé.
Cuando estaba a punto de brinca del vuelta al balcón, sonó mi
teléfono, sobresaltándome.
El sonido rompió a través de la silenciosa noche.
Siseé y caí hacia delante, estaba muy sorprendido. Mis brazos
giraron automáticamente y mis caderas se empujaron violentamente,
contra balanceando mi peso. Si sobre compensaba, estaría sobre el
borde de este barandal y tres segundos más tarde, acabado de forma
permanente. Me esforcé por recuperar mi equilibrio. Agonizantes
segundos después, recuperé mi centro de gravedad y brinque dentro
del balcón de cemento frío.
¿Estaba llamándome la diosa Fortuna para decirme algo?
Before Your Love de Kelly Clarkson continuó sonando a través de
los pequeños altavoces en mi teléfono.
No era la diosa Fortuna.
Samantha.
Rodé mi cabeza hacia atrás y reí.
—Joder —murmuré para mí mismo. Casi me había matado. La
ironía trágica era algo divertido, mientras no te pasara a ti.
Contesté su llamada.
—Hola —murmuré.
—¿Dónde estás? —suplicó Samantha.
—Afuera, consiguiendo un poco de aire fresco —Me senté en el
balcón de cemento frío y me puse mis calcetines y botas.
—¿Estás bien? —preguntó, preocupada.
—Estoy bien, agáp... —Me detuve. Llamarla así en este momento se
sentía como una promesa vacía que no podría mantener por mucho
tiempo. La mierda se iba a volver real cuando fuera a juicio. No quería
que Samantha tuviera esperanzas si las cosas iban mal. Si fuera
absuelto, genial. ¿Pero si el jurado me encontraba culpable? Nadie iba
a hacer una fiesta.
—Por favor, dime dónde estás, agápi mou —dijo Samantha, su voz
resonando con un penetrante miedo templado por su valiente amor sin
miedo.
Su confianza hizo que disminuyera mi temeraria resistencia. Si no
decía nada y la mantenía completamente en la oscuridad, me sentiría
como un terco idiota.
—Estoy en la Universidad de San Diego —suspiré—. Todo está bien.
—Necesito verte, Christos.
—Ahora no es un buen momento. —Sacudí la cabeza ante lo débil
que soné.
—¿Qué quieres decir? —pidió—. Estábamos hablando de cosas
realmente importantes y que huiste. ¿Por qué?
¿Le diría que hui porque me sentía como un idiota? ¿Qué estaba
avergonzado de mi pasado? Mierda, apenas podía admitírmelo a mí
mismo. ¿O le contaba sobre como mi vida todavía estaba sobre el filo
de un cuchillo aún más delgado que el barandal del balcón en que
había estado parado?
Si acababa en la cárcel, terminaría de vuelta en mis viejas
maneras. No tendría más opción que fortalecerme y luchar mi camino a
través de cada día de que estuviera encerrado. Sabía por experiencia
que la prisión se metería bajo mi piel y ensuciaría mis uñas sin importar
cuan fuerte tratara de aferrarme a la vida que había estado
construyendo durante los últimos dos años. ¿Qué clase de convicto
imbécil sería después de cuatro años de prisión? ¿Acaso Samantha
quería conocerme en ese entonces? ¿Estaría dispuesto a someterla a
cualquiera fuera el daño que estaba seguro que sufriría después de
haber vivido como un bárbaro?
¿A quién engañaba?
Necesitaba mejores opciones que eso.
Contuve una risa loca mientras consideraba cómo sus padres se
sentirían al respecto a todo este asunto. Estaba bastante seguro que yo
estaría de acuerdo con ellos.
Sacudí mi cabeza, negando.
—Mira —dije con voz ronca—. Realmente no quiero hablar de esto
justo ahora. Necesito tiempo para pensar.
—Vuelve a casa Christos. No importa cuán mal creas que están las
cosas en este momento, te amo. Tu abuelo te ama. Estamos aquí para
ti.
¿Por qué sus palabras me desgarraban las entrañas?
¡Joder! No podía lidiar con esto.
—Samantha, me tengo que ir.
—¡Christos! ¡Por favor, no cuelgues! Dime dónde estás exactamente
e iré a buscarte de inmediato.
Su voz sonaba inestable, como si estuviera corriendo con el
teléfono en la mano. Oí el bip bip bip de la alarma de su auto y una
puerta cerrándose.
—¿Estás en tu auto? —pregunté.
—Sí. Estoy saliendo de tu casa en este momento. No muevas un
músculo, estoy yendo a buscarte.
No iba a dejar que me fuera. No es como que fuera a correr hacia
mi moto y escaparme antes que llegara. Ya lo había hecho eso más
temprano.
Negué, moviendo la cabeza y sonreí. Odiaba ser predecible.
Además, tenía que hablar con ella tarde o temprano. ¿Y qué demonios
iba a hacer esta noche de todas formas? ¿Dormir tranquilo antes de mi
audiencia previa al juicio?
Sí, seguro.
—De acuerdo —dije—. Te encontraré en el estacionamiento de
Adams College, donde están las motos.
—De acuerdo, estaré ahí dentro de diez minutos.
—No te apures —dije irónicamente—. No me gustaría que termines
teniendo un accidente. —Hablaba en serio. Aunque mi seguridad era
de las ultimas cosas en mi lista de prioridades, la de ella estaba en la
parte superior—. ¿Por qué no colgamos para que puedas concentrarte
en conducir?
—¡No! —gritó—. ¡No cuelgues el teléfono hasta que esté parada en
frente tuyo!
Tenía que admitirlo, su insistencia era adorable.
—Está bien, me quedaré en el teléfono. Pero al menos pon el tuyo
en altavoz y sobre tu regazo o en un soporte de vaso o algo así.
—Bueno. El teléfono está en mi regazo. Sigue hablando.
—Ah, ¿Te recito poesía ahora?
—Si te sabes alguna de memoria.
—Asurraba. Los viscovivos toves tadralando en las vaparas
ruetaban;
—¿En qué idioma está? —se rió.
—¿Español?
—¿Estás seguro? —sonaba como si estuviera sonriendo.
—Sí. Es Jabberwocky de Lewis Carroll. Tuve que memorizar esa
mierda en séptimo grado. ¿Quieres oír el resto?
—¿Sabes la versión traducida?
—No —reí—. Pero se trata de un chico que mata un loco dragón.
Es bastante ridículo.
—¿Qué? ¿Matar a un dragón? —preguntó.
—Sí.
—No es ridículo. ¿No es eso lo que haces todo el tiempo? ¿Matar
dragones?
Sacudí la cabeza, negando.
—La última vez que comprobé, no.
—¿A qué te refieres? ¿Recuerdas a Pie Grande? ¿Ese motero
peludo de la cafetería en Pacific Beach? ¿Xanadu? ¿El chico que
intentó secuestrarme para poder aparearse conmigo y hacer bebés del
eslabón perdido?
—Ah, sí. Ese tipo era como el ciclope de una leyenda o una mierda
parecida. Si me acuerdo bien, solo tenía un ojo. ¿No tenía un parche de
pirata? —Me reí.
—¡No! Sólo tenía un ojo, ¡a mitad de su frente! —Samantha chilló de
risa—. ¿Te imaginas un cíclope con un parche pirata? ¡Estaría ciego y
viviría corriendo en círculos!
—Oí que los piratas cíclopes solo usan parches en el oído —
bromeé.
—¿Parches en el oído? —Río Samantha.
—¿Christos? —preguntó una voz detrás de mí.
Me volví hacia quienquiera que fuese. Qué sorpresa.
—Hola, Kamiko. ¿Qué pasa?
—¿Qué? —preguntó Sam en el teléfono.
Kamiko estaba usando una camiseta de la Universidad de San
Diego, pantalones de chándal y su cabello recogido en un sexy moño
en la parte de atrás de su cabeza. Una mochila colgaba sobre hombro.
Me miró con curiosidad.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Disfrutando la vista —dije casualmente, mostrándole una sonrisa
con hoyuelos.
—¿Estás hablando con Kamiko? —preguntó Samantha.
—Sí —dije al teléfono.
Kamiko preguntó:
—Lo lamento, ¿estás al teléfono? No quise interrumpir.
—No te preocupes —le dije a Kamiko. A Samantha, le dije—: ¿Oye,
puedes esperarme un segundo?
De repente recordé a Samantha contándome lo que pasó entre
ella y Kamiko cuando fueron a visitar a Brandon a la galería
Charboneau para mostrarle el trabajo de Kamiko. Pobre Kamiko. Por lo
que me contaron, Brandon había sido demasiado grosero. Sentí que era
una oportunidad para poder hacer trabajar algo de mi magia. Ayudar
a otras personas siempre me ponía de buen humor.
—¿Por qué estás despierta tan tarde? —le pregunté a Kamiko.
—Estaba estudiando a O Chem con mi amiga. Acabamos de
terminar.
—¿Vas a volver a tu cuarto?
—Sí —respondió.
―¿Quieres que te acompañe?
—Seguro —sonrió.
—Bien. Déjame decirle a mi amigo que lo llamaré de nuevo. —A
Samantha le dije—: Oye, voy a acompañar a mi amiga a su dormitorio.
¿Te puedo llamar más tarde, hermano?
—Christos —dijo Samantha en mi oído—, dile a Kamiko que
lamento lo que pasó con Brandon.
—Sí, totalmente —le dije a Samantha—, tan pronto como consiga
un nuevo traje de neopreno, iremos a surfear juntos. Hasta luego,
hermano.
—¡Christos! —dijo Samantha en mi oído—. ¡Espera! ¡No cuelgues!
Colgué mi teléfono y le sonreí Kamiko. Caminamos por el pasillo
desde el balcón hasta los ascensores.
Cuando la puerta del ascensor se abrió, hice un gesto con el brazo.
—Después de ti.
—Gracias. —Kamiko sonrió y entró.
Después del viaje en ascensor, acompañé a Kamiko por el oscuro
camino entre Nyyhmy y Paiute Hall.
—¿Cómo está yendo la pintura? —pregunté—. ¿Sigues trabajando
en las presentaciones para la exposición de artistas contemporáneos de
Brandon?
Sacó la lengua y gruño.
—Uff. Ni siquiera quiero escuchar ese nombre. Branestúpido es tan
insignificante.
Arqueé una ceja.
—¿Branestúpido?
—Sí —se estremeció—. Solo decirlo me da ganas de vomitar.
Nos detuvimos frente a las puertas dobles hacia Paiute mientras
Kamiko sacaba las llaves de su bolso.
Alcé una ceja.
—¿Qué pasó con esto de ser la gran ninja de la pintura?
Ella se iluminó.
—Oh, definitivamente aún sigo siendo la ninja de la pintura. —De
repente se dio la vuelta y me lanzó una patada, deteniendo su pie a un
centímetro de mi pecho.
—¡Cuidado! Alerta ninja —bromeé—. ¿Estudiaste artes marciales en
algún momento?
—Sí, estudié shotokan cuando estuve en la escuela primaria. Era la
única manera en que podía evitar que mis hermanos me golpearan. —
Sonrió—. Me llamaban Kamiko Kid.
—¿Qué, como Karate Kid? ¿Tus hermanos te llamaban así?
—Sip. Pero no estudié con el señor Miyagi. El tipo que entrenaba
era mexicano. —Bajó la pierna y giró hacia adelante, dándome un
puñetazo en el estómago.
Apreté mis abdominales automáticamente. Su pequeña mano
chocó contra sólido músculo.
―¡Ay! ―gritó.
—No te metas con el hombre de acero —bromeé. Podía decir que
no estaba tratando de golpearme muy fuerte, pero había puesto algo
de poder detrás del golpe—. Buen derechazo. Mucho mejor que tu
referencia a Karate Kid —bromeé.
Arrugó la nariz.
—¿Tengo que patearlo en la barbilla, señor? Porque lo haré.
Me puse encima de ella.
—Vas a necesitar un avión.
—¡Bien! Iré por tus espinillas. —Lanzó una patada hacia mis espinillas
pero salté hacia atrás, fuera de su alcance—. Que te sirva de lección —
advirtió.
—Tranquila, Bruce Lee. Me disculpo. —Le sonreí.
—No trates de ser lindo. —Sonrió.
—Oye, estoy usando la única defensa que me queda antes que
golpees mi trasero. —Le guiñé un ojo—. Pero en serio, ¿sigues
trabajando en alguna pintura?
—¡Sí, joder! Incluso si Branestúpido es un completo imbécil, haré
que una de mis pinturas entre en su estúpida exposición de artistas
contemporáneos, solo para demostrarle que puedo.
Asentí, mostrándole aprobación.
—¿Supongo que lo superaste?
—Qué se joda —gruñó Kamiko—. ¡Soy demasiado buena para ese
estúpido encantador de serpientes! Me niego a seguir viviendo como
una chica que se deja joder por los hombres. ¡Soy una mujer! ¡Óiganme
pintar! Dio un golpe en el suelo con el pie para dar un efecto más
dramático.
Sonreí y me reí.
—Le diré a Brandon que corra para el otro lado cuando te vea
venir o que lo vas a ir tras su trasero como su estuvieran en los Juegos del
hambre.
—¡Es una gran idea! ¡Definitivamente debería usar arco y flecha!
—La próxima vez que lo vea, le pondré un blanco en el culo así
tendrás algo a dónde apuntar.
—¿A quién le vas a poner un blanco? —preguntó Samantha,
dando la vuelta en la esquina dirigiéndose hacia Kamiko y yo.
Dirigí una sonrisa cómplice hacia Samantha.
Kamiko frunció el ceño, mirando entre nosotros dos.
—¡Oigan! ¡Me engañaron! —Me miró de reojo, sus ojos saliéndose
de sus órbitas—. Era Sam en el teléfono más temprano, ¿cierto, Christos?
—me preguntó en un tono acusatorio.
—Tal vez. —Sonreí tímidamente.
Samantha

—Te atrapamos, Kamiko —le dije con una gran sonrisa en mi


rostro—. Ahora tienes que escuchar mi disculpa. Por enésima vez.
Kamiko se cruzó de brazos.
—No, me rehúso —Le frunció el ceño a Christos—. Traidor. Ahora no
puedo confiar en ninguno de los dos.
Christos se rió.
Curiosamente, todos los miedos que tenía de Christos se
evaporaron en el momento en que lo había visto charlando con
Kamiko. Por lo que sea que había estado preocupada ahora parecía
tonto. Christos parecía estar de buen humor. El Christos de siempre. ¿Por
qué había estado tan preocupada?
—¿Chicas, necesitan un rato a solas? —preguntó Christos—. ¿Para
hacer cosas de chicas traviesas?
—¿Quieres mirar? —le solté—. Cobramos entrada. Cien dólares por
persona en los asientos de primera fila.
Christos agarró la billetera y sacó unos cuantos billetes de veinte.
—Tengo efectivo para gastar, señoras. ¿Dónde hay una piscina
llena de barro cerca?
Me reí.
—Yo lo hago si aceptas, Kamiko.
—¿Lucha libre en el barro? —Kamiko negó, moviendo la cabeza en
mi dirección—. Eres tan mala como él. —Miró entre Christos y yo—. Está
bien, no es justo que ustedes me emboscaran de esta manera.
—Lo siento, Kamiko —le dije—. Ese día en Charboneau fue todo un
gran malentendido. Brand-algo...
—Tonto.
—¿Qué? —pregunté confundida.
—Brandtonto —dijo Kamiko, mirándose las uñas.
Sonreí.
—Eso suena bien. Es demasiado estúpido como para ver algo
bueno cuando lo tiene enfrente.
—Es un idiota total —refunfuñó Kamiko.
Christos y yo nos reímos.
—Doy fe de eso. —Chirstos Sonrió—. Yo, personalmente, he visto a
Brandon ser un idiota en más de una ocasión, cuando pensaba que
nadie lo miraba.
—¿Tomaste fotos? —le pregunté—. Porque si lo hiciste, tal vez
podríamos chantajear a Brandtonto de aceptar el trabajo de Kamiko en
la exposición de artistas contemporáneos.
—¡No necesito chantajear a ese artista pedorro! —dijo Kamiko con
confianza—. Voy a pintar algo tan impresionante que me va a ofrecer
favores orales solo para conseguir que mi pintura entré en su estúpida
exposición.
Confundida, le pregunté como una tonta:
—¿Te refieres a que te va a dar unos caramelos, pastillas o algo
así?
Kamiko frunció el ceño.
—¿Eh?
—¿No acabas de decir que Brandtonto te iba a dar sabores3
orales? —le pregunté.
Kamiko arqueó una ceja.
—¿Sabores?
Christos comenzó a reír a carcajadas.
Kamiko se rió y negó.
—Finalmente comprobaste que eres rubia, Sam. Todo ese tiempo
que pasaste en la playa con Mads te ha asado el cerebro. Es posible
que desees pensarlo dos veces antes de renunciar a tu trabajo en Grab-
n-Dash.
Creo que esta fue la primera vez que Kamiko me había sonreído en
semanas.
—¿Eso significa que aceptas mis disculpas? —le pregunté
esperanzada.
—Si insistes… —Suspiró.
—Insisto. —Me incliné para abrazarla fuerte.
—... y si me das cinco dólares —terminó, extendió su palma
expectante. Sus cejas se fruncieron en un gesto amenazante y uno de
sus ojos se estrechó con desconfianza.
—¿Qué? —me burlé—. ¡De ninguna manera te voy a pagar para
que me perdones!

Favors es favores y flavors, sabores. Palabras un poco similares de ahí la confusión de


3

favores y sabores.
—¿Por qué no? Vale diez veces más en el mercado. ¡Declaro una
mirada de culpa! —Se abalanzó sobre mí amenazadoramente.
Me alejé.
—¡Saca tu mirada culposa lejos de mí! ¡Es atroz! ¿Dónde aprendiste
a hacer ese gesto? —Di la vuelta detrás de Christos.
Kamiko siguió.
—De mi mamá. Es una maestra en eso. Siempre le funcionaba.
Creo que lo hacía para que le devolviera todo el dinero que me daban
por semana.
Confundida, me detuve mi circunnavegando alrededor de
Christos.
—Espera, ¿estás diciendo que cada vez que hacías algo mal en tu
casa, tu madre te hacía pagarle?
—Sí —dijo Kamiko insegura, mirando entre Christos y yo—. ¿Acaso
tus padres no?
—Uhh… —tartamudeé.
Christos se encogió de hombros.
—Bueno —dijo Kamiko despectivamente—, mi mamá es rara y mi
dinero no era más que una artimaña cruel diseñada para humillarme.
Pero aún así me tienes que pagar. —Alzó la palma expectante otra vez
y me miró con esa mirada de culpa. Era preocupantemente eficaz. Me
siguió alrededor de Christos.
Di la vuelta hacia atrás.
Kamiko estaba pisándome los talones.
—Ahora son diez dólares. Te sientes mal porque mi madre me robó
mis ingresos justos de la infancia. Piensa en todos los platos que lavé y
todas las veces que pasé la aspiradora. Gratis.
—Culpa, culpa, culpa —canturreó Christos.
—No me estás ayudando —le dije con voz monótona.
—¿Kamiko te está manipulando con la culpa? —preguntó Romeo,
de repente estaba parado detrás de mí.
Todos nos volvimos para mirarlo. Parecía que acababa de regresar
de estar fuera toda la noche. Llevaba su lujoso abrigo negro de
steampunk4. Tenía por lo menos doscientos broches y botones. Botas
negras con hebillas asomaban desde la parte inferior de la capa. Su
monóculo, marca registrada, estaba en su lugar.
—No va a parar hasta que le pagues —dijo Romeo, señalando a
Kamiko—. Vas a tener pesadillas con ese rostro hasta que le entregues el

Steampunk: Se inspira en las obras de H. Wells y Julio Verne, ambientado en la época


4

victoriana de Londres, donde las máquinas a vapor eran las protagonistas de la


época.
dinero. Me ha sacado por lo menos doscientos dólares desde que
comenzamos la escuela secundaria.
Kamiko sonrió, engreída.
—Tiene razón. —Todavía se arrastraba hacia mí.
No podía mirar su mirada de culpa por más tiempo. Busqué un
billete de diez en mi bolso y se los puse de un golpe en su palma.
—¡Haz que se vaya!
La horrorosa expresión de Kamiko se relajó y transformó en una
agradable sonrisa.
—Gracias Sam, eres muy amable.
—Ya no puedes seguir enojada conmigo —insistí.
Romeo se rió.
—¿Qué? —dije.
—Kamiko ha estado jugando contigo desde hace más de una
semana —dijo Romeo—. Le hablé para que disminuyera el odio hacia
Sam el otro día comiendo tacos de pescado el martes pasado. La
convencí de que ese chico Brandtonto era un imbécil si no podía ver lo
buena que es. —Miré acusatoriamente a una Kamiko sonriente,
inocente. Ella no era una santa. Era el diablo. Era el momento de dar la
vuelta al sentimiento de culpa. Yo puse mi mirada de culpa a la máxima
potencia.
—¿Qué? —dijo a la defensiva—. He estado ocupada trabajando
en nuevas pinturas para la exposición de Brandtonto. No tuve tiempo
para decírtelo.
Era mi turno de fruncir el ceño.
—No es una buena excusa.
—¿Mi mamá me robó todas las ganancias de mi infancia? —dijo
insegura—. ¿Haciéndome ser nada más que una sirvienta?
Negué y profundicé mi ceño.
Kamiko comenzó a mirar con culpa otra vez y movió su nariz
arrugada hacia mí.
—¡No puedes mirarme con culpa! ¡Estudié con la mejor!
Agarré el billete de diez dólares de su mano y grité:
—¡Devuélveme mi dinero, artista estafadora! —Se alejó y metió el
dinero en su mochila.
—De acuerdo. Quédatelo. —Puse los ojos en blanco—. En fin,
Romeo, ¿Qué estás haciendo tan tarde?
—¡¿Yo?! —Romeo saltó—. ¿Qué demonios están haciendo ustedes
aquí tan tarde? ¡Espera! ¡Lo sé! ¡Me extrañabas! No tuviste suficiente de
Romeo en tu día, así que esperaste hasta poder regocijarte en más de
mi salsa increíble.
Hice una mueca mirando a Romeo.
—¿Por qué el hecho de que me digas eso me dan ganas de
bañarme en lejía?
Romeo envolvió sus brazos alrededor de mí y saltó hacia arriba y
abajo agresivamente.
—¡Vamos, Sam, sabes que quieres mi salsa impresionante sobre ti!
—Trató de lamerme el rostro.
Aún atrapada en sus garras, moví la cabeza de lado a lado.
—¡Detente! ¡Auxilio!
—Si sigo saltando —dijo Romeo sugestivamente—, tal vez un poco
de salsa impresionante caerá en tu cabeza.
Kamiko hizo una mueca.
—¿En serio, Romeo? Creo que puedo sentir el gusto a la salsa de
vómito en mi boca.
—Bueno —dijo Romeo, dejando de saltar—. A nadie le gusta tragar
salsa de vómito. —Hizo una pausa, pensativo, con las manos en las
caderas—. Pensándolo bien, acabo de conocer esta noche a un chico
que dijo que él…
—¡Cállate! —grité—. ¡No quiero saber!
—Sí, Romeo —rogó Kamiko—. Ya oímos suficiente.
—De hecho —dijo Christos—, como que me da curiosidad saber
dónde conociste al chico de la salsa de vomito.
—Hillcrest —dijo Romeo.
—Eso lo explica. —Christos asintió pensativo.
—¿Qué hay en Hillcrest? —pregunté.
Romeo puso los ojos en blanco.
—Homosexuales, querida. —Christos se río.
—Exacto.
—¿Qué demonios estabas haciendo en Hillcrest? —pregunté.
Romeo y Christos intercambiaron una mirada de incredulidad.
—Es obvio —se burló Romeo.
—¿Qué? —contesté a la defensiva—. ¿Se supone que debo creer
que puedes conducir a donde sea que quede Hillcrest y que hombres
gay al azar están caminando por las calles buscando sexo con vomito?
—¡Sí! —Romeo y Christos estallaron a carcajadas al unísono.
De acuerdo, lo admito. Todavía tenía que aprender un par de
cosas en la vida.
Los cuatro nos quedamos parados afuera del Paiute Hall un rato,
charlando y bromeando. Christos me abrazó por la cintura casualmente
durante la mayor parte del tiempo. Creo que nunca había salido con
mis amigos a pasar el rato en el medio de la noche así antes y,
definitivamente no con un novio súper sexy contra el cual apoyarme.
Me sentía como la estrella de mi propia comedia romántica
universitaria.
Probablemente era más de la una de la mañana y, sin embargo,
parecía tan normal, lo que era increíble. Si hubiera salido hasta tan
tarde en la escuela secundaria, mis padres probablemente hubieran
tratado de enviarme a un reformatorio por andar callejeando y por
haber cometido el grave delito de romper el toque de queda. Que se
jodan. Tenía diecinueve años. Podría quedarme hasta tan tarde como
quisiera. Me estaba divirtiendo tanto con mis amigos, que casi había
olvidado que mis padres estaban haciendo todo en su poder para
interferir con esta increíble vida que estaba construyendo.
—¿Qué pasa con el abrigo, Romeo? —bromeó Kamiko—. ¿Estabas
en el plató para el rodaje de Matrix recargado?
Romeo le sonrió.
—Qué gracioso, cariño. Yo también te amo. Pero te prometo que
es solo la capa voluminosa. Debajo estoy tan esbelto y sexy como
siempre.
—Deberías conseguir un monóculo para completar el atuendo —
dije.
Romeo pasó sus dedos extendidos sensualmente por su pecho y
chasqueó la lengua, mirando a Kamiko.
—¡Puaj! ¡Lengua de sapo! —chilló.
Cinco chicos musculosos doblaron en la esquina de Paiute Hall y
salieron de las sombras, mientras Romeo seguía chasqueando la lengua
escandalosamente. Tres de los chicos llevaban camisetas que decían
―SDU5 Rugby‖
Un chico dijo:
—Amigo, ¿has visto la forma en que ese tipo se acobardó cuando
le lancé mi cerveza en el rostro y le dije que cerrara la boca?
—¡Totalmente! —le contestó el amigo—. ¡Estaba a punto de
mearse en los pantalones!
—¡Marica de mierda! —intervino otro.
Los cinco se rieron a carcajadas.

5 SDU: Universidad de San Diego


Genial. Aquí venía el equipo testosterona.
A medida que el grupo pasaba al lado nuestro, uno de los chicos,
que tenían un corte de cabello estilo militar, echó un vistazo a Romeo y
dijo, fingiendo una tos, la palabra ―¡maricón!‖ mientras se cubría la
boca.
Romeo pestañeó coquetamente mirando al tipo de corte militar y
dijo:
—Mmm, no eres fantástico.
Otro tipo del grupo le dijo al chico corte militar:
—Creo que le gustas a ese tipo.
El chico de corte militar miro a su amigo frunciéndole el ceño y
luego le mostró el dedo medio a Romeo.
Romeo respondió chasqueándole la lengua sugestivamente.
—Romeo, no —siseó Kamiko.
El tipo del corte militar se puso delante de Romeo y dijo:
—¿Quieres un pedazo de mí, marica?
—Depende de qué pedazo. —Sonrió Romeo, poniéndose las
manos en las caderas—. ¿Puedo elegir?
Los otros cuatro chicos se detuvieron junto al tipo del corte militar.
Los cinco rodearon a Romeo.
—Mmm. Gang bang6. Me gusta. —Romeo sonrió con confianza—.
¿Quién va primero? ¿O acaso me quieren tomar todos al mismo
tiempo? Tengo suficientes orificios y manos para ir con todos.
—¡Romeo, basta! —rogó Kamiko mientras tiraba de su capa.
—¿Quién eres tú? —preguntó el tipo del corte militar—: ¿La mejor
amiga, vieja, del marica?
—¿Eres ciego? —preguntó Romeo, ofendido—. No es vieja.
El hombre con barba de leñador parado a su derecha, dijo:
—El marica tiene razón. Esta chica asiática es bastante sexy.
Ustedes pueden tener al marica mientras yo charlo con su amiga.
—Tranquilos chicos —dijo Christos, dando un paso adelante.
Corte Militar miró a Christos.
—¿Quién diablos eres? ¿El novio marica de este tipo?
—Sí —dijo Christos—. ¿Tienes un problema con mi novio?, ¿tienes un
problema conmigo?
A Romeo le gustaba claramente el sonido de eso. Él le sonrió a
Christos.

Gangbang: Es un tipo particular de orgía en la que una mujer o un hombre mantiene


6

relaciones sexuales con tres o más hombres por turnos o al mismo tiempo.
Los chicos de rugby comenzaron a medir a Christos.
Oh no. ¿Qué estaba haciendo Christos? Quiero decir, yo no
quería que Romeo saliera lastimado y Christos era impresionante por
defender a Romeo y Kamiko de esta forma, pero si Christos ya iba a la
corte por pelear, ¿sin duda más peleas no eran una buena idea? Tenía
que poner fin a esto.
Di un paso hacia la masa de hombres, poniéndome entre Christos
y los chicos de rugby. El inconfundible aroma de alcohol e idiota
inmediatamente entraron en mis fosas nasales. Levanté mi teléfono y
tomé una foto.
—Ahora que tengo una foto de ustedes, estoy llamando a la
seguridad del campus. Los tengo en el marcado rápido. Ustedes deben
salir antes que lleguen. —Mi teléfono ya estaba marcando.
Corte Militar arrebató mi teléfono de mi mano y lo arrojó a la
oscuridad como un lanzador de campeón de disco. Me quedé
realmente sorprendida por lo lejos que voló. Quiero decir, pasó por
encima del comedor junto a los dormitorios como si tuviera alas y,
literalmente, desapareció en el cielo nocturno. Ni siquiera escuchó la
tierra, se fue tan lejos.
—A la mierda el teléfono —dijo Corte Militar.
Retrocedí un paso y miré a Christos desde la esquina de mi ojo.
—Mala idea, amigo —dijo Christos a Corte Militar—. Ahora le debes
un teléfono.
—Está bien —dije nerviosamente—. No me importa. Necesitaba
uno nuevo de todos modos. Tenemos que irnos. —Tiré del brazo de
Christos.
Romeo y Kamiko estaban encogiéndose juntos, caminando
lentamente hacia atrás.
—¿A dónde vas, nena? —preguntó Barba de Leñador a Kamiko—.
Estaba llegando a conocerte.
—No, esto es una mierda —dijo Christos, con los ojos fijos en Corte
Militar—. Este individuo le debe un teléfono nuevo.
—Está bien —insistí—. Mi contrato termina y estoy segura que
puedo conseguir uno nuevo de forma gratuita. —No mencioné que
necesitaba el teléfono viejo si quería cambiarlo por uno nuevo. Oh,
bueno, no importaba. Sacarnos de aquí ilesos era más importante.
Compraría un teléfono de prepago, si tuviera que hacerlo—. Vámonos,
Christos.
Otro tipo de rugby dio un paso hacia Christos y dijo:
—Es mejor hacer lo que esta pequeña perra tonta te dice, si sabes
lo que es bueno para ti.
Christos
Cinco contra uno no eran nunca buenas probabilidades, incluso
para mí. Especialmente no cuando Samantha, Kamiko y Romeo eran
propensos a dejarse atrapar por las cosas. La mayoría de los hombres
nunca golpean a las mujeres, pero eso no ayudaba a Romeo. Estaba
bastante seguro que necesitaría protección. Y si Samantha o Kamiko
trataran de ayudar y protegerme, probablemente conseguirían
puñetazos en el proceso.
Si fuera por mí, hubiera escapado. No necesitaba más problemas
con el tribunal de los que ya tenía. Y dudaba que cualquiera de estos
idiotas me pudiese agarrar en una carrera a pie, practicando o no
rugby. No me importa una mierda si me llamaban marica por huir. Pero
si yo corría, no había manera de que Samantha, Kamiko y Romeo
fueran capaces de mantener el ritmo.
¿Qué hacía?
Samantha estaba en lo cierto. Su teléfono no importaba. Lo mejor
era simplemente irse.
Di un paso atrás y puse mi brazo alrededor de Samantha.
—Muy bien, vamos, chicos.
Sentí a Samantha largar un suspiro de alivio.
Los cuatro nos dimos la vuelta y comenzamos a caminar hacia la
puerta principal de Paiute Hall.
Tranquilamente dije:
—Kamiko, ten lista tu llave en mano para que podamos caminar
directo al edificio.
—Está bien —dijo. La llave ya estaba en su mano, junto a su llavero.
Algo se estrelló contra mi espalda y me fui a toda velocidad hacia
adelante. Samantha tropezó, casi cayendo, pero se contuvo.
—¡Regresa aquí, perra! —gritó Corte Militar—. ¡No hemos
terminado!
Nos giramos hacia él. Corte Militar estaba parado con orgullo,
agrietando los nudillos de sus puños, sus cuatro compañeros a la
derecha detrás de él.
—Abre las puertas, Kamiko —le susurré—. Entra en este momento.
—¡Basta! —Samantha gritó a Corte Militar.
—Demasiado tarde para eso, perra.
Kamiko tenía una de las puertas abiertas.
—¡Vamos, Romeo!
Romeo estaba abrumado por lo que estaba sucediendo. Kamiko
extendió la mano y tiró de Romeo en el edificio.
—Ve adentro —le dije a Samantha.
—¡No sin ti! —suplicó.
—¡Ahora! —Retrocedí hacia la puerta.
Samantha entró.
—¡Vamos, Christos!
Corte Militar avanzaba hacia mí.
Samantha se acercó a mi brazo.
Empujé la puerta a Paiute Hall cerrándola, forzándola a
permanecer dentro.
—No abras esa puerta —refunfuñé.
Corte Militar se abalanzó sobre mí. Me agaché y giré bajo el brazo
derecho y lancé un gancho a la izquierda en su hígado. Se dobló como
un saco de patatas y golpeó el hombro contra la puerta de Paiute Hall
con un sonajero.
Cuatro chicos vinieron a mí como rinocerontes de carga. Bailé al
lado y cerré mi puño en la sien izquierda de un hombre. Se desmayó.
Estaba en el suelo.
Pero Corte Militar se levantaba y los otros tres chicos me golpearon
con una lluvia de puños. Uno dio en el pecho, otro en la mandíbula, otro
en mi ojo izquierdo. Mis propios puños volaban y azotaron un codazo en
la nariz del hombre barbudo. La sangre brotó de su rostro. Los otros dos
chicos trataron de luchar, pero serpenteé sus manos y corrí como el
infierno hacia mi moto en el estacionamiento.
Oí pasos pesados golpeando detrás de mí, pero no había forma
en que me siguieran. Tenía la llave de la moto cuando llegué a mi
Ducati y subí. Encendí la moto y tiré el pie de apoyo mientras
presionaba el acelerador. Tuve a la moto dando la vuelta mientras los
chicos rodeaban el estacionamiento y yo era como un cohete.
En mi retrovisor, los vi correr en pos de mí, pero me di por vencido
después de nueve metros. Volé por el extremo más alejado de la zona
de estacionamiento, volví a Adams College Drive, lo que me llevó a
North Torrey Pines y apreté el acelerador.
¿Qué mierda fue eso?
Mi mente corrió sobre la situación. No estaba muy preocupado por
esos tipos siguiéndome ahora que estaba en mi motocicleta. Uno, no
me podían atrapar a menos que tuvieran motos deportivas y dos, con
tres de ellos bastante golpeados, dudaba que estuvieran en
condiciones para una persecución.
Quería llamar a Samantha y decirle que estaba bien, pero su
teléfono estaba descompuesto. No tenía los números de Kamiko o
Romeo, así que no podía llamarlos. Y no quería regresar a la escuela
antes de tiempo, porque quería esperar hasta que los chicos se habían
largado y porque alguien probablemente habría llamado a la
seguridad del campus por ahora.
La única cosa que no podía esperar era ponerme mi casco. A
medio kilómetro del campus, me detuve en el lado de la carretera y
agarré el casco de donde fue atado a un lado de mi moto. No hay
necesidad de ser detenido por montar sin casco por encima de todo lo
demás.
Después de ponerme el casco, manejé hacia La Jolla Village.
Terminé en el centro comercial de La Jolla Village Square y estacioné
afuera de la tienda de comestibles de Ralph. Levanté mi pierna sobre el
asiento y tomé mi casco. Estaba sudando bastante por el esfuerzo de
los combates y de la carrera. El forro de mi casco estaba húmedo de
sudor. Di un paseo dentro de Ralph. Haciendo una pausa en el pasillo
de licor, considerando agarrar una botella de bourbon, pero tenía que
conducir a casa en moto. Así que me enganché una enorme botella de
agua fuera de la plataforma en el pasillo de la bebida y fui al frente
para pagar por ello.
Puse el agua en la cinta transportadora en la caja registradora. La
empleada, una mujer joven con una expresión soñolienta y demasiado
maquillaje en los ojos, me miró e hizo una mueca.
Esa no era la reacción que estaba acostumbrado con las damas.
—¿Qué le pasó en la rostro? —preguntó.
Llegué con una mano y toqué mi mejilla. Ahora que la adrenalina
de la pelea se fue disipando, sentí el latido de mi hueso de la mejilla,
donde uno de los chicos de rugby me había golpeado. Me golpeó más
duro de lo que me di cuenta. Una docena de excusas se agolpaban en
mi cerebro. Me encontré con una puerta. Disparado en la acera. Caída
por las escaleras. Parado delante de una carretilla elevadora. Luchado
con un oso. Tuve doce asaltos con un elefante. Etc., etc., etc.
Le guiñé un ojo.
—Estuve en una pelea con un equipo de rugby borrachos. —A
veces la verdad sonaba demasiado ridícula de creer. Ese era mi plan.
Arqueó una ceja.
—¿Tú solo?
—Sí.
Frunció el ceño con escepticismo:
—¿En serio?
Me reí. ¿Qué había en mi aspecto físico (músculos, tatuajes, rostro
golpeado) que decía: ―este chico no se mete en peleas"? Siempre me
hizo gracia cuando la gente no creía la verdad.
—En serio —le dije.
Esbozó una gran sonrisa y su expresión soñolienta dio paso a un
bonito conjunto de dientes. Tenía un poco para mecer el cuerpo y en
realidad era lindo cuando ella no estaba a medio camino de
Slumberland.
—¿Necesitas a alguien para poner hielo en él? Mi turno termina en
media hora.
Escondí mi sonrisa. Mucho mejor. Este era el tipo de tratamiento
que había llegado a esperar de las damas.
La vi mirando a los tatuajes en mis brazos y la letra de mi tatuaje Sin
Miedo que alcanzó su punto máximo en la muesca en mi cuello V de la
camiseta. Le sonreí de vuelta.
—Estoy bien. Solo el agua. —Le dediqué una sonrisa con hoyuelos.
—¿Estás seguro? —Sus ojos se estrecharon en territorio de
dormitorio, pero no del tipo de sueño.
Sí, demasiado maquillaje de ojos. No es que me importara. Tenía
una novia que iba a vivir conmigo a menos que sus padres la pusieran
bajo arresto domiciliario.
—Totalmente seguro.
El cajero carraspeó de una manera linda, algo así como un gatito
con sueño, entonces arrastró mi botella de agua.
Pagué en efectivo y salí con mi motocicleta, consumiendo toda la
botella antes de subir en mi Ducati y montar de nuevo a SDU.

Samantha
Romeo llamó a la seguridad del campus mientras nosotras veíamos
con horror a través de las puertas de cristal como Christos luchó a tirones
con el Equipo de testosterona fuera de Paiute Hall.
—¡Hay cinco chicos con camisetas SDU de rugby golpeando a mi
amigo! —Romeo gritó en su teléfono—. ¿Qué? ¡Un tipo! Sí, ¡está
luchando solo! ¡Por favor envíe a alguien en este momento! ¡Están en
frente de Paiute Hall!
—¡Ay dios mío! —Kamiko gritó—. ¡Lo están golpeando!
Me estaba volviendo loca porque Christos estaba en peligro con
los chicos afuera, pero posiblemente peor sería el peligro si la seguridad
del campus apareciera. SDU tenía policía real en el campus. Eran los
mismos que habían detenido a Christos el día que nos conocimos.
Tenía que hacer algo para detener esto.
Estaba a punto de empujar las puertas para abrirse cuando Corte
Militar cayó en ellas, bloqueándolas.
Lo siguiente que supe, dos chicos más estaban fuera y Christos se
perdió con los dos últimos chicos persiguiéndolo. Todo había sucedido
tan rápido, no hubo tiempo de hacer nada.
Corte Militar y su amigo, con sangre corriendo por su rostro,
estaban tratando de levantar a su amigo que había sido noqueado.
—Recógelo —gruñó Corte Militar.
Rostro ensangrentado cubrió uno de los hombres inconscientes
alrededor de su cuello.
Los dos izaron a su amigo y comenzaron a caminar por el césped
delante del Paiute.
—¡Se van a escapar antes que seguridad llegue! —Kamiko gruñó—.
¡Van a salirse con la suya! ¡Eso no está bien! —Kamiko empujó la barra
de pánico en la puerta con un golpe seco en voz alta y se pavoneaba
al exterior.
—¡Kamiko! —grité detrás de ella—. ¡No lo hagas! ¡Quédate en el
interior!
Me ignoró.
—¡Vuelvan aquí, chicos! ¡Estoy presentando cargos tan pronto
como la seguridad aparezca! ¡Ustedes van a ser expulsados!
Corte Militar se volteó con torpeza al tratar de mantener a su
amigo.
—Retrocede, puta.
—¡Alto! —Kamiko gritó, caminando hacia ellos.
No podía dejarla sola con los chicos, así que troté para reunirme
con ella.
—No me hagas decírtelo dos veces —dijo Corte Militar.
—¡Vamos! —Rostro Ensangrentada le dijo a Corte Militar—.
¡Tenemos que irnos, hombre!
Corte Militar insultó a Kamiko.
—Puta de mierda.
—Vete a la mierda, ¡idiota apestoso! —Kamiko gritó.
La agarré por los hombros.
—¡Detente! No empeores esto.
—¡Pero ellos empezaron esto, Sam! —suplicó.
—Lo sé. —Pero todo en lo que podía pensar era en que los policías
aparecerían y harían preguntas y Kamiko o Romeo impulsivamente
nombrarían a Christos. Antes que tuviera tiempo para explicarme, dos
policías uniformados cruzaron el gran césped en frente de Nyyhmy y
Paiute.
—¡Son ellos! —Kamiko gritó.
Dos linternas se encendieron y bailaron en los tres chicos de rugby
restantes.
—Deténganse justo ahí señores —ordenó una voz.
Mierda.
—¡Oh, gracias a Dios! ¡Están aquí! —Romeo dijo a su teléfono,
ahora a junto a Kamiko y a mí—. Sí. Dos policías simplemente se
acercaron. Gracias. —Bajó su teléfono a su lado.
No estaba segura de si Romeo había colgado el teléfono o no. Lo
tomé de su mano.
—¡Oye! ¿Qué estás haciendo? —preguntó.
Terminé la llamada en su teléfono. O no, me preocupaba que el
operador pudiera escuchar lo que iba a decir.
—Ustedes tres, ¡pongan sus manos en alto! —Uno de los policías
gritó.
—¡No puedo! —dijo Corte Militar—. Nuestro amigo está
inconsciente.
Mierda. Estaba bastante segura de quien fue noqueado en un
combate parecería el inocente.
—Algunos chicos se metieron con nosotros —dijo Rostro
Ensangrentada a la policía—. Nos dio una paliza.
¿Qué demonios? ¿Nos estaban culpando de esto? Por lo menos
no serían capaces de fijarse en Christos si no sabían quién era.
Los policías se estaban acercando a todos nosotros. Tenía solo
unos segundos para crear una estrategia con Romeo y Kamiko antes
que los policías pudieran escuchar todo lo que tenía que decir.
—No mencionen el nombre Christos —le susurré.
—¿Qué? —preguntó Kamiko, confundida.
—Sam —dijo Romeo—, ¿por qué tomaste mi teléfono?
Empujé el teléfono de Romeo de nuevo en su mano.
—¡Escucha! Dile a la policía que Christos era un extraño caminando
y trató de ayudar. No digas su nombre. Ni siquiera sabes su nombre. Y no
menciones sus tatuajes. Solo dique él era un tipo cualquiera.
Kamiko y Romeo todavía se veían confundidos, sus ojos se pusieron
grandes. No podía culparlos. No tenían ni idea de lo que estaba
pasando con el juicio de Christos.
—Confíen en mí —les dije—. Y por favor, hagan lo que les pedí. Por
favor. Se los explicaré todo más tarde. ¿Bien?
—Sí. —Kamiko asintió.
—Está bien —dijo Romeo—. Pero, ¿y si esos idiotas dicen algo
diferente? Hablamos con ellos por un tiempo.
Romeo tenía razón.
—Uh —dije—. No sé. Improvisaremos. Eso sí, ¡no mencionen
nombres!
Me di cuenta entonces que los dos policías estaban esposando a
Corte Militar y a Rostro Ensangrentada, mientras que su amigo se
sentaba sobre la hierba, encorvado. Cuando los policías terminaron de
esposar a los dos chicos, hicieron que se sentaran en la hierba cerca de
tres metros de distancia el uno del otro, cerca de una de las lámparas
que iluminaban la pasarela entre Nyyhmy y Paiute.
—¿Son las personas que llamaron por la pelea? —preguntó el
policía más alto.
—Lo hice —dijo Romeo. Me miró con nerviosismo.
El otro policía estaba diciendo algo en la radio pegada a su
hombro. Era corpulento y tenía un cuello rechoncho y hombros anchos.
—Refuerzos y técnicos de emergencias médicas están en camino
—dijo al policía alto.
El policía más alto se acercó a nosotros mientras el policía fornido
se quedó de guardia con los jugadores de rugby. Tenía la esperanza
que sus traseros se pusieran fríos de estar sentados en el césped
húmedo. Idiotas.
—Necesito ver las identificaciones estudiantiles de todo el mundo
—dijo el policía alto.
Todos las sacamos y se las entregamos. Iluminó con su linterna
cada identificación y a su vez, nos miró a cada uno al rostro. Luego nos
regresó las identificaciones a cada uno.
—¿Puedes decirme qué pasó? —preguntó a Romeo.
Romeo me miró para su aprobación. No quería verme como si
fuera una especie de genio criminal, así que me encogí de hombros.
—Um —dijo Romeo—. Mis amigas y yo estábamos charlando allí —
señaló—, y estos chicos venían caminando hacia acá y comenzaron a
acosarnos.
—¿Alguno de ustedes estuvo involucrado en la lucha? —preguntó
el policía.
—No —dijimos a la vez.
—Entonces, ¿quién luchó contra ellos? —preguntó a quemarropa a
Romeo.
—¿Este… chico? —dijo Romeo tímidamente.
—¿Qué chico? —preguntó el policía.
—¿El... extraño? —dijo Romeo con incertidumbre.
Reprimí una tirada de ojo.
—Mis dos amigos y yo —dije, señalando Kamiko y Romeo—,
estábamos hablando por un rato, entonces este chico guapo se acercó
a nosotros y comenzó a charlar con nosotros.
—¿Qué lindo chico? —preguntó el policía alto. Luego señaló a
Romeo y dijo—: ¿Él?
—No —le dije.
—¡Hey! —Romeo frunció el ceño—, ¡soy lindo!
—Cállate, Romeo —dijo Kamiko.
El policía señaló con su pulgar detrás de él, hacia los matones de
rugby.
—¿Te refieres a uno de esos tipos ahí atrás?
—No —le dije—. Él se fue. El chico lindo, quiero decir.
—¿Por qué se fue? —preguntó el policía.
—¿Supongo que porque era cinco contra uno?
—¿Qué quieres decir?
—Mis dos amigos aquí y yo corrimos dentro Paiute Hall cuando los
chicos comenzaron a pelear. El chico lindo golpeó a un montón de ellos
antes de irse corriendo. Por eso es que ese tipo de allá tiene una
hemorragia nasal o lo que sea. Entonces los otros dos chicos se fueron
persiguiendo al chico lindo.
—Déjame entenderlo. ¿El chico lindo luchaba contra esos tres
chicos y dos más?
—Sí —le dije.
—¿Y usted no sabe quién es ese individuo lindo?
—No.
El policía asintió.
—Entonces, ¿cómo empezó la pelea?
¿Tengo que responder? Tenía miedo que lo que iba a decir sonara
tan ridículo que me iba a quedar atrapada en una mentira y pondría a
Christos en problemas.
—Uno de esos chicos me llamó maricón —dijo Romeo—, sucede
que soy gay, lo que lo convierte en un crimen de odio.
—¿Hizo algo para provocarlos? —preguntó el policía, mirando el
traje steampunk de Romeo.
Estaba empezando a odiar a este policía.
—¡No! —dijo Romeo—. Mis amigas y yo estábamos hablando entre
sí y uno de esos tipos vino y dijo… —Romeo imitaba la tos y la mano que
Corte Militar había hecho—: ¡Maricón!
El policía asintió.
—Suena como un posible crimen de odio para mí.
Tal vez este policía no era tan malo.
—¿Pero ninguno de ellos te golpeó? —preguntó a Romeo.
—No —dijo Romeo.
El policía miró a los chicos de rugby de la hierba, luego preguntó a
Romeo:
—¿Conoce alguno de ellos en lo personal? ¿Son conscientes de su
orientación sexual?
Romeo negó.
—No, no que yo sepa. Quiero decir, pensé que me veía bastante
fabuloso cuando me vestí para salir esta noche. ¿Cuenta eso? Algunas
personas me dicen que estoy muy de moda para mi propio bien. ¿Es un
crimen de la moda considerado un crimen de odio? Creo que debe ser
—dijo Romeo seriedad.
Kamiko lo fulminó con la mirada.
—¿Qué? —Romeo frunció el ceño—. Dijiste que me parecía a The
Matrix.
—Recargado —lo pinchó Kamiko.
El policía estaba haciendo obviamente lo posible por no sonreír a
su tontería. Se aclaró la garganta y dijo:
—En todo caso, el uso de un término peyorativo es inaceptable.
¿Estuvieron alguna de ustedes dos implicadas en el altercado verbal? —
El policía nos preguntó a Kamiko y a mí.
—El mismo tipo que llamó a Romeo maricón me llamó una puta de
mierda —Kamiko espetó—. Entonces, su amigo, el hombre de la barba,
llamó a Romeo maricón también.
—¿Romeo? —dijo el policía, confundido—. ¿Quién es Romeo?
—Soy yo. —Romeo hizo un gesto a su monóculo en su lugar e hizo
una reverencia cortés mientras giraba su mano—. Romeo Fabiano, a su
servicio.
—Eso no es lo que su identificación del estudiante dice," el policía
ceñía su frente.
—Romeo es mi segundo nombre —dijo nerviosamente.
Me quedé boquiabierta. Me volví para mirar a Romeo.
Una mirada de dolor pesaba sobre las características de Romeo
mientras dijo:
—Mi nombre es Elmo. Elmo R. Fabiano.
Me quedé muy sorprendida.
—¿Elmo? —Miré a Kamiko y ella asintió. Me volví hacia Romeo—.
¿Hablas en serio? ¿Es Elmo incluso italiano?
—Lo es —dijo Romeo con orgullo—. Mira hacia arriba.
Me sentí traicionada. Lo restregó en mi cara.
—Hey —Romeo dijo a la defensiva—, ¿Me puedes culpar? Elmo
tiene tantas connotaciones negativas en la actualidad. ¿Y esa voz
suya? —Romeo se estremeció—. De todos modos, Elmo era el nombre
de mi bisabuelo. Él era un miembro de la Resistencia Italiana durante la
Segunda Guerra Mundial y luchó contra Mussolini y los nazis. Fue un total
malote y él era un Elmo mucho antes que esa estúpida marioneta lo
arruinara para el resto de nosotros. Además, Romeo es más romántico,
¿no te parece?
No sabía qué decir.
—Elmo no es estúpido —Kamiko canturreó—. Es lindo.
Romeo puso los ojos en blanco.
—Solo lo defiendes porque Elmo era tu novio hasta el sexto grado.
—No, ¡no lo era! —protestó.
—¡Lo fue también!
—No, si lo recuerdas —Kamiko frunció el ceño—, una vez que
descubrí a Ash de Pokémon en el segundo grado, me olvidé de Elmo.
—¡Eso es! —Romeo sonrió—. ¡Ash fue tu primer gusto de dibujos
animados! ¡Estabas siempre tan celosa que no eras Pikachu para pasar
tanto tiempo con Ash!
—¡Odiaba a esa perra! —Kamiko sonrió.
—¿Es Pikachu incluso una chica? —murmuré, sobre todo para mí
misma—. Pensé que se suponía que era un niño.
—Ejem —el policía interrumpió—. De todos modos, señorita, ¿usted
mencionó un tipo con barba? ¿Quién salió corriendo?
—Sí —dijo Kamiko, tratando de calmarse.
—¿Y ninguno de ustedes golpeo a nadie, o se vieron afectadas por
esos tres hombres? —preguntó.
—No —dije—, todos corrimos dentro de Paiute y nos aseguramos
de que la puerta estuviese cerrada con llave.
—¿Y quién era este chico lindo de nuevo?
—No sabemos —le dije un poco demasiado enérgicamente—. Lo
he visto en el campus y en la clase, pero realmente no lo conozco.
Acababa de decirle hola.
—Sí, Sam es demasiado tímida para preguntarle su nombre —
Kamiko insistió—. Yo tampoco sé cómo se llama. —Se rió.
—¿Quién de ustedes es Sam? —preguntó el policía.
Agitando la mano tímidamente, le dije:
—Yo soy Sam... soy huevos verdes y jamón ... me refiero a
Samantha. Mi nombre es Samanta. Huevos verdes y Samantha. —Mi voz
se apagó en una risita débil, entonces hice una mueca, puse mis ojos en
blanco, arqueé ambas cejas y me pateé mentalmente por sonar como
una esquizofrénica del Dr. Seussette. A este ritmo, estaba bastante
segura que los policías iban a pedir hasta camisas de fuerza para los tres
de nosotros. Mientras los alejara de Christos, estaba bien con eso.
—¿Y ninguno de ustedes saben el nombre del chico guapo? —
preguntó con escepticismo el policía alto.
Romeo y Kamiko negaron.
—No —respondí mansamente.
El policía perforó sus ojos en los míos por lo que pareció una hora.
Por último, se ajustó el cinturón de la pistola y suspiró audiblemente.
—Bueno. Ustedes pueden quedarse. Voy a hablar con mi
compañero. —Se acercó al Policía fornido y los dos comenzaron a
charlar.
Otros dos policías llegaron caminando por la esquina de Paiute
desde la dirección opuesta, seguido por dos técnicos de emergencias
médicas que llevaban cajas de medicina de plástico. El policía alto
asintió ante ellos y les hizo señas.
—¿Hice bien? —preguntó Romeo nerviosamente.
—Asegúrate de no romper ninguna ley, Romeo —dijo Kamiko—.
Eres un terrible mentiroso. Te acabas de ir directamente a la cárcel si se
cometió un delito. ¿Y sabes lo que le pasa a los hombres que van a la
cárcel?
—¡Lo sé! —dijo Romeo con entusiasmo—. ¡Las posibilidades son
infinitas! Todos esos hombres desesperados que no tienen nada que
hacer más que levantar pesas y dar vueltas durante todo el día. Están
todos reprimidos e incluso los hombres heterosexuales se ven obligados
a buscar la alternativa satisfacción sexual. ¡Suena como un sueño
hecho realidad!
Kamiko boquiabierta.
—¿Estás tan loco, Romeo?
—Nop. Solo gay-gay. —Le guiñó un ojo.
—¡La cárcel no es para cualquiera! —susurré con insistencia.
La expresión lúdica de Romeo suavizada en la seriedad.
—¿Qué pasa con esos idiotas de allá? Creo que se merecen la
cárcel. Y un oxidado fiero en el culo.
—Tal vez para ellos —le dije—. Pero no vamos a hablar de ello, ¿de
acuerdo? —Me di cuenta que el policía alto estaba cuestionando a
Corte Militar—. ¡Ahora silencio para poder escuchar lo que los policías
están diciendo!
Sus voces eran débiles, pero he oído la mayor parte de su
conversación.
—¿Cuántos chicos dijiste que te asaltaron? —El policía alto le
preguntó a Corte Militar.
¿Asaltaron? Excelente. ¿Esos idiotas empezaron esto y ahora están
tratando de culparnos?
—Cuatro —dijo Corte Militar.
—¿Y dices que ellos empezaron?
—Sí. Estaban hablando que el equipo de Rugby de la universidad
de San Diego apesta y que somos todos maricas. Tratamos de hacer
que se fueran, pero no paraban.
Tal vez estaba siendo demasiado precipitada. Quizás el imbécil de
Corte Militar iba a hacer el trabajo por mí y haría que la policía
comenzara una persecución salvaje a los imbéciles, disminuyendo el
calor de Christos.
—¿Puedes describir a alguno de ellos?
—No realmente. Pasó tan rápido.
Incluso mejor.
—Pero sí recuerdo a uno de los tipos. Uno grande. Con un montón
de tatuajes en los brazos. Cabello oscuro.
Mierda.
El policía alto estaba anotando todo en un pequeño bloc de
notas.
—¿Habías visto alguna vez a ese hombre?
—Sí. Por el campus.
Oh, no.
—¿Te acuerdas de algo de los otros tres?
—No realmente.
Sacudí la cabeza. El imbécil del corte militar le estaba echando
toda la culpa a Christos.
—Quédate quieto —dijo el policía alto—, mientras hablo con tu
amigo.
Vi al chico del corte militar mirar a su compañero, que estaba
sangrando, siendo atendido por los paramédicos. El policía rechoncho
estaba hablando con los dos nuevos policías. El policía alto conversó
con los tres oficiales antes de acercarse al tipo del rostro ensangrentado
y los paramédicos.
El tipo del rostro ensangrentado sostenía una de esas rápidas bolsas
de hielo congelado contra su nariz. Me costó escuchar que era lo que
estaba diciendo. Pero sí oí claramente, ―él empezó‖ y ―tatuajes en sus
brazos‖ y ―creo que va a la escuela‖.
Se me hizo un nudo en el estómago.
Entonces el tipo del rostro ensangrentado me apuñaló en el
corazón. Dijo:
—Ella lo llamó Chris. Chris algo. No puedo recordar exactamente.
El policía alto se dio vuelta y me miró, tan fijo como si estuviera
disparándome.
Se me retorció el estómago y me hizo sentir que todos mis órganos
eran de plomo, cayéndose a mis pies. Estaba a punto de vomitar,
incluyendo los huesos de pies. Pero resistí a la tentación de hablar.
Mantuve mi rostro inocente en su lugar y traté de parecer tan tranquila
como podía.
El policía alto se debió quedar sin balas en sus ojos para dispararme
porque se volvió hacia el tipo del rostro ensangrentado.
—Esos tipos están mintiendo —susurró Kamiko.
—Lo sé —dije de mal humor.
Con una claridad dolorosa me di cuenta que la confesión que me
hizo Christos hace unas horas, que él era un criminal y que se había
metido en un montón de peleas y problemas con la ley era
ominosamente exacto. La mala suerte lo encontraba, no importaba lo
que hiciera para evitarla. ¿Estaba maldito? ¿Acaso era una idiota por
amarlo? ¿Sería siempre así? ¿Él constantemente estaría a punto de ser
arrestado, o peor, encerrado durante largos períodos? ¿Qué tipo de
vida era esa? Me estremecí y llevé mis codos contra mi pecho.
Necesitaba pensar en algo rápido.
—¡Oficial! —grité mientras le hacía señas al policía alto.
Todavía estaba cuestionando al tipo del rostro ensangrentado. Me
di cuenta que los dos paramédicos ahora estaban arrodillados al lado
del chico que Christos había noqueado y estaban chequeando si las
pupilas se le dilataban con una luz en los ojos. El policía rechoncho me
vio haciendo señas y asintió a los otros dos policías antes de caminar
hacia mí.
Tenía un rostro ancho, hosco y parecía bastante brusco.
Necesitaba ganarlo. El hecho de que se suponía que estos chicos
hacían cumplir la ley no significaba que iban a creer nuestra historia por
sobre la de los matones de rugby.
—¿Sí? —preguntó—. ¿Puedo ayudarla con algo, señorita?
—Me olvidé de decirle algo al otro oficial —dije—. Había estado
tan concentrada en no decir nada para traicionar a Christos que me he
olvidado de lo obvio.
—¿Qué? —gruñó, expectante, como si esperara algo
sorprendente, como alguna filmación sobre el segundo, tercero o
cuarto francotirador del presidente Kennedy.
Mi plan de ganarlo no estaba yendo bien.
—Cuando los chicos comenzaron a hostigarnos —les dije
tentativamente—, tomé una foto de ellos en mi teléfono y les dije que
iba a llamar a la seguridad del campus. Antes de que pudiera hacerlo,
ese tipo con el corte militar agarró mi teléfono y lo tiró.
—¿A dónde?
—¿A dónde qué?
—A dónde tiró tu teléfono —dijo el policía fornido
impacientemente.
—Oh. Por el comedor.
El policía rechoncho se dio la vuelta para mirar. Frunció el ceño.
—¿Desde aquí?
—No. Estábamos cerca de ahí cuando lo tiro. —Señalé.
—¿Estás segura que tiró tu teléfono? —preguntó el policía, como si
estuviera sugiriendo que el tipo del corte militar hubiera lanzado mi auto
o un elefante sobre el comedor.
—Sí, ¡Estoy segura! —¿Quieres revisarme? No tengo mi teléfono.
—¿Cómo puedo saber si tenías un teléfono para empezar?
Una pregunta mejor era, ¿cómo se me dio vuelta esto?
—Lo tenía —dijo Romeo—. Y vi como ese tipo lo tiró.
—Yo también —dijo Kamiko.
El policía rechoncho miró entre los tres de nosotros, la duda era
obvia en la forma de sus labios. Sí, tenía dientes de ogro, o tal vez de un
duende podrido. Elige.
—Está bien —suspiró pesadamente, como si le estuviera pidiendo
que limpiara su habitación por décima vez—. Voy a decirle a mi
compañero. —Se acercó a los otros tres policías y comenzó a charlar
con ellos. El policía alto me miró de nuevo y asintió mientras el policía
rechoncho le explicó las cosas. Un minuto más tarde, el policía alto
regresó.
—¿Dices que el tipo de ahí tomó tu teléfono y lo arrojó por el
comedor? —me preguntó el policía alto.
—Sí —contesté.
—¿Eso fue cuando la pelea comenzó?
—Sí.
—¿Entre esos tipos de ahí y tu amigo, el chico lindo?
—Sí.
—¿Y cómo es que se llamaba el chico lindo?
¡Frenos! Cerré la boca antes de poder decir algo. Casi caía en el
truco del policía.
—Ya te contesté, no sé su nombre. Como dije, es más un conocido.
Me miró con los ojos entrecerrados.
—¿Te acuerdas si tenía tatuajes? —preguntó, sospechando—. ¿Tu
conocido?
—No creo —dije, poniendo el mejor rostro de Señorita Honesta.
—No —añadió Romeo—. No tenía ningún tatuaje. Me hubiera
acordado. ¡Los chicos con tatuajes son sexys!
El policía alto levantó una ceja divertido.
—¿Y dijiste que había cinco chicos peleando contra tu único
amigo?
—¡Sí! ¡Y tengo una foto de los cinco en mi teléfono!
—¿Pero ya no tienes tu teléfono?
—¡Sí! Definitivamente puedo ir a buscarlo si quieres.
—No, quédate quieta hasta que resolvamos esto.
El policía alto se unió a los otros tres oficiales. Los paramédicos
habían ayudado a ponerse de pie al tipo que había sido noqueado. El
tipo del corte militar y el del rostro ensangrentado todavía estaban
sentados en el pasto. El policía rechoncho les sacó las esposas y se
pusieron de pie. Les dio alguna reprimenda. El tipo del corte militar y sus
amigos asintieron con solemnidad y repetidamente como si fueran
ciudadanos respetuosos de la ley que había sido injustamente
agredidos sin ninguna razón. Cuando los policías terminaron de regañar
al chico de corte militar dejaron que los tres matones de rugby cruzaran
el patio y se fueran.
Los cuatro policías vinieron hasta nosotros.
—Vamos a dejar que los tres se vayan esta noche —dijo el policía
alto—. Les sugiero que se vayan todos a la cama.
—¿Y mi teléfono? —le pregunté.
Me dio una tarjeta con su teléfono.
—Si lo encuentras, llámame.
Vaya, qué gran ayuda.
—De acuerdo. Entonces, eh, ¿acaso los tipos esos jugadores de
rugby están en problemas o algo? —le pregunté.
Suspiró.
—Obviamente, los tres chicos con los que hablamos estuvieron en
una pelea. Pero nos faltan varios de los participantes involucrados.
Como su conocido. A menos que podamos reunirlos a todos, no hay
mucho que podamos hacer.
Excelente. Esos idiotas de rugby se salieron con la suya,
comportándose como unos imbéciles de primera, mientras que el
hombre que me había protegido una y otra vez iba a ir a la corte en dos
días y, posiblemente, a la cárcel.
¿Cómo es que eso era justo?

Christos
Vi luces rojas y azules intermitentes de un par de autos de policía a
través del pavimento cuando doblé por el extremo sur del campus de
SDU y subí por el camino norte de Torrey Pines. Los patrulleros estaban
estacionados detrás de Paiute Hall. Los había visto antes de llegar a
Adams College Drive, así que decidí seguir manejando derecho.
Me pregunté si Samantha había encontrado su teléfono. Si sí,
¿quería llamarla cuando estaba hablando con un montón de policías
del campus? Mejor llamarla más tarde.
Fui a casa. Todo estaba en silencio cuando entré. Sin querer
despertar a mi abuelo, me saqué las botas en el vestíbulo y me arrastré
hasta la cama.
Necesitaba descansar bien antes de mi encuentro previo al juicio
en la mañana.
Qué divertido.
Christos
La gravedad me tuvo por las pelotas y me precipitaba hacia
abajo, hacia el olvido como una roca con un cohete atado a la
espalda. Demonios alados sin rostro se arremolinaban a mi alrededor,
burlándose de mí, arañando mi carne, cacareando con alegría salvaje.
Cada vez que me giraba uno de ellos trataba de agarrarme un brazo o
una pierna, desaparecían en una nube de humo negro sólo para
reaparecer en mi espalda con sus extremidades escamosas enrolladas
alrededor de mi torso en un abrazo malvado. Colmillos se hundieron en
mi cuello. Seguí torciendo y girando y lanzando las rodillas, pero había
demasiados de ellos. No podía detener el ataque.
—¿Christos?
Me agité despierto en mi cama.
—¡Qué mierda!
—Soy yo, agápi mou —susurró Samantha. Sentí una mano
tranquilizadora en mi hombro—. Creo que estabas teniendo una
pesadilla. ¿Era de esos tipos de rugby?
—Peor.
—¿Quieres hablar acerca de ello?
—En realidad no. No hará ninguna diferencia. Era sólo un sueño
estúpido. —Mi habitación estaba todavía oscura. Eché un vistazo al reloj
de la mesilla. 04:17 am—. ¿Acabas de llegar?
—No. He estado aquí por un tiempo.
—¿En la cama conmigo?
—Sí —dijo en voz baja.
—¿Estás desnuda?
—Sí. —Su voz era sensual y prometía cosas agradables.
Me giré y deslicé mi brazo alrededor de su cintura, tirando de su
cuerpo contra el mío. Nuestros estómagos tensos se besaron, delicioso
calor que irradiaba su piel en la mía. Sus pechos suaves se fundieron en
mi pecho musculoso y estuve duro al instante. Samantha no tenía idea
de cuán completamente femenina era. Incluso en la oscuridad total,
era increíble.
—¿Por qué no me despertaste cuando entraste? —pregunté.
—Estabas durmiendo tan profundamente, no quería molestarte.
—Sí, mi cuerpo debe haber estrellado después de toda la
adrenalina de la lucha se había ido. —La besé suavemente en los labios
y sentí la punta de su lengua burlándose de la mía—. Mmm, pero
definitivamente deberías haberme despertado.
—Estás despierto —dijo—. No eché de menos mi ventana de
oportunidad, ¿no? —Se rió.
—Caramba, no lo sé. Déjame ver. —Me di la vuelta encima de ella,
piel con piel, e introduje mis dedos debajo de su culo, levantando sus
caderas. Sus rodillas se separaron libremente y se deslizaron entre sus
piernas. Mi pene ya estaba latiendo, esforzándose por estar dentro de
ella. Lo cogí en mi puño y burlé la punta en su contra—. Maldita sea,
mujer, ya estás mojada.
—Qué esperabas —bromeó—. He estado echada desnuda junto a
ti como dos horas a la espera de que te despiertes.
—¿Te tocaste sola? —pregunté sugestivamente.
—¡No! —exclamó.
—¿Por qué no? Sería muy, muy sexy para mí despertar mientras
estabas recibiendo a ti misma a mi lado.
—¡Eres un pervertido, Christos!
—¿De Verdad? ¿Por qué? ¿Porque me gusta la idea de que estés
tan caliente para mí que ni siquiera puedes esperar a la cosa real
cuando estoy durmiendo a pulgadas de distancia? Suena muy, muy
caliente para mí...
—Ven aquí, hombre de las cavernas. —Rió.
Planté mis brazos alrededor de sus hombros y bajé mi boca a la
suya. Nuestras lenguas serpenteaban juntas mientras desesperación se
disparó por mi espalda.
—Sí, definitivamente debería haberme despertado antes. —Me
deslicé lentamente dentro de su calor en espera—. Joder, agápi mou...
Hemos hecho tanto ruido, no podía oír esos demonios hasta
mucho tiempo después de haber terminado.

Samantha
El olor del sexo hizo cosquillas en mis sentidos mientras suspiraba
gratamente después de hacer el amor con Christos.
Me acurruqué en los brazos de Christos. No pude acercarme lo
suficiente para exprimir sobre su juicio fuera del camino. Quería hablar
de ello. También quería olvidarme de ello y nunca hablar de nuevo.
Pero no iba a ninguna parte. El calor de nuestro amor infinito no podría
quemar la basura, no importa lo mucho que deseaba que lo hiciera.
Consideré los sentimientos de Christos. ¿Podría traer el tema de su
juicio hacerlo sentir mejor, así podía conseguir sacarlo de su pecho? ¿O
podría disfrutar el resplandor reconfortante de nuestra intimidad
calmarlo mejor en un sueño reparador? Yo no sabía.
Sin darme cuenta dejé escapar un gran suspiro. No pude evitarlo.
Mi indecisión me estaba volviendo loca. Yo era una terrible novia.
—¿Qué es, agápi mou? —preguntó.
—Nada.
Rió entre dientes.
—Vamos. Dime. Admito que me fui de tu apartamento un tanto
apresuradamente antes esta noche.
—¿Es eso una disculpa?
—Lo es. Pido disculpas por eso. Pero tengo toda esta mierda sobre
mí. Tengo que levantarme e iré a mi pre-juicio en pocas horas.
—¿Qué es un pre-juicio, de todos modos?
—Una tontería legal más antes del juicio real. El D.A., y mi abogado
le dicen al juez lo que va a pasar en el juicio, lo que van a decir en la
corte. Pero sobre todo es mi oportunidad de aceptar oficialmente un
acuerdo con el fiscal, o rechazarlo.
—¿Qué significa eso?
—El D.A., me está dando la oportunidad de declararme culpable
a cambio de una sentencia más corta.
Él estaba hablando de ello como si fuera una noticia que estaba
pasando a un total desconocido. Pero esto era real. Christos iba a la
corte. Peor aún, yo realmente no sabía nada al respecto. Hasta ahora
todo lo que me había dicho en las últimas veinticuatro horas era que él
había golpeado a un tipo y el juicio era en el Día de San Valentín. Más
allá de eso, estaba totalmente a oscuras. Sin saber algo que de alguna
manera lo haga más aterradora.
Pregunté:
—¿Vas a declararte culpable?
Un pesado silencioso llenó la habitación.
Miraba programas de televisión acerca de la corte en el pasado,
había visto imágenes de noticias de la gente en la corte, pero nada de
eso era real para mí. Siempre estaba sucediendo a otra persona. De
hecho, la escena de corte más memorable que podía pensar era uno
al final de la película Legalmente rubia. De alguna manera, no creo que
la experiencia judicial de Christos vaya a ser de caramelo recubierto
con un montón de momentos de risa protagonizada por Reese
Witherspoon.
—No tenemos que hablar de ello si no quieres —dije.
—Está bien. Voy a declararme inocente.
—Espera, ¿pensé que me dijiste que golpeaste un chico?
—Lo hice.
—¿Eso significa que no eres culpable?
—No, porque era en autodefensa.
—Oh. —No me esperaba eso. La forma en que Christos lo había
descrito al principio, yo había pensado tal vez había tenido una pelea
en un bar o algo igualmente estúpido—. Ahora estoy confundida.
—El fiscal de distrito va a tratar de hacerme quedar como un mal
tipo. Al igual que lo empecé sin razón. Mi abogado tiene que
convencer al jurado de que en realidad era en autodefensa, que el
otro chico lo empezó.
—¿Él? —solté. Golpeé mi mano a mi boca. No debería estar
dudando de Christos así—. Lo siento, no debería haber dicho eso. Por
supuesto, el otro chico empezó. —Lo dije en serio. Cada vez que
Christos había luchado con alguien en mi presencia, el otro chico había
comenzado.
—Está bien, agápi mou. Sí, el otro chico empezó. A pesar de toda
la mierda que he hecho en el pasado, no he comenzado una pelea en
años.
—Entonces dile al jurado eso. Diles que no comienzas peleas.
—No es así de simple. —Christos suspiró—. No con todas estas
reglas acerca de lo que constituye la defensa personal y lo que no. Es
diferente en cada estado, y yo no entiendo la mitad de mí mismo. Para
eso está mi abogado. Pero sí sé que tenemos que demostrar que la
única opción que tenía en ese segundo momento era defenderme.
—¿Lo era? —pregunté.
Me miró pensativo.
—Sin duda —dijo con confianza—. No tuve elección.
—¡Entonces vas a ganar!
—Ese es mi plan. —Christos se levantó de la cama—. Necesito un
vaso de agua. ¿Quieres algo?
—Por supuesto.
Oí el grifo abierto en su cuarto de baño y él volvió un momento
después con un vaso.
—Gracias. —Tomé el vaso y bebió un sorbo de ella.
—Oye —luego preguntó—: ¿Qué pasó después que los dejé en
SDU?
Me tragué varios tragos de agua. ¿Quería decirle a Christos que,
aparte de su juicio, esos idiotas de rugby estaban ahora culpándolo de
comenzar la pelea? En realidad no.
—Oh, uh, Romeo llamó a seguridad del campus y un grupo de
policías se presentó. ¿Qué pasó con los dos chicos que te perseguían?
—No tengo idea. Me subí a mi bicicleta y me deshice de ellos. Eso
fue lo último que vi de ellos. ¿Recibiste un teléfono nuevo? Intenté
llamarte.
—Eventualmente. Después de que los policías se fueron, Romeo y
Kamiko se mantuvieron llamando a mi teléfono mientras miramos a
nuestro alrededor detrás de la sala del comedor. Se tardaba muchísimo,
pero lo encontramos en algunos arbustos.
—Lamento que fuera una molestia. Esos tarados de rugby eran un
montón de Idiotas.
Reí.
—¿Es el culo superior como un gran cuadrante del ano cerca del
colon? ¿O están tomando cursos avanzados en tonterías?
—Ambos. —Rió entre dientes—. Oye, si tu teléfono está todo
golpeado, y necesitas dinero para uno nuevo, házmelo saber. Siento
que te lo debo.
—Gracias, Christos. No me lo debes. Esos tipos son los culpables, no
tú. De todos modos, si necesito un nuevo teléfono, que no lo hago, voy
a pagar por ello —mentí. No tenía dinero de sobra, pero no quiero que
se preocupe por otra cosa.
—¿Estás segura? ¿Estás recibiendo un bono trimestral de tómalo y
déjalo?
—Sí. Mi jefe me prometió un ICEE libre. —Sonreí—. Voy a ver si
puedo usarlo como un pago inicial de un teléfono.
Christos y yo nos metimos en la cama después de que terminé mi
vaso de agua.
No tenía ni idea de lo que las próximas cuarenta y ocho horas
traerían, pero por el momento, Christos estaba en mis brazos, y yo
estaba en los suyos.

Christos
Pensamientos de mi pre-juicio me tenían atento y me sacudieron
despierto antes de Samantha. Me duché y me vestí lo más
silenciosamente posible. No creo que había puesto tanto esfuerzo en
salir en citas calientes como yo me alistaba para ir a la corte. Había
algo jodido en eso.
Después de que me afeité, examiné mi ojo morado en el espejo.
Genial. Negro rodeado en rojo. No se podía perder. Me encantó. Me
sonreí a mí mismo. Mi labio superior era más rojo y más lleno que de
costumbre, pero yo no creo que nadie se diera cuenta. Con mi
escarpada buena apariencia, tal vez el juez lo atribuya a una inyección
de colágeno reciente. Sí, claro. Mientras que el hematoma no diga:
―Este hombre tuvo doce asaltos con Mike Tyson y perdió. Este chico
lucha más que la mayoría de la gente‖.
Consideré molestar a Samantha con algún corrector, pero luego
recordé que había llevado progresivamente menos y menos maquillaje
desde que nos conocimos. Si tenía alguno, era en su apartamento, y no
tenía tiempo para un desvío.
Lo que sea.
Después de abotonarme la camisa, me até mi corbata en el
espejo.
—Sexy —dijo Samantha, de pie en la puerta del baño—. No creo
que jamás te haya visto vestido así antes. O afeitado y limpio.
Le dediqué una sonrisa arrogante mientras apretaba el nudo hasta
el cuello.
—¿Te gusta?
—Me encanta. —Sonrió mientras caminaba detrás de mí y deslizó
sus manos sobre mi pecho—. ¿Tengo que verte con la chaqueta?
—Claro. —Después de darle un beso rápido, entró en el dormitorio,
tiró de la chaqueta de la percha y se lo puso. Me abotonó y se alisó
hacia abajo—. Ya está.
—Wow, Christos, sabía que podías ser sexy como nadie, pero
maldita sea, ¡creo que pones a ese tipo de 50 Sombras de Grey en
vergüenza!
—Creo que mi ojo morado añade un toque de calle peligroso que
al chico de 50 Sombras le faltaba.
—Definitivamente —ronroneó Samantha—. ¿Tengo tiempo para
ducharme?
—¿Qué quieres decir?
—¿Antes de ir?
Arqueé una ceja.
—¿Nosotros?
Su rostro se hundió.
—¿No quieres que vaya contigo? —preguntó tímidamente. Suspiré
y me acerqué a ella. Agarré sus brazos y la miré a los ojos.
—Agápi mou, significa mucho que quieras venir conmigo. Pero esto
es sólo el pre-juicio. Nada va a suceder hoy. Va a haber un montón de
charla aburrida de los abogados sobre los detalles técnicos, y los
argumentos que van a utilizar. Mierda como esa. Además, tienes clases,
¿verdad?
—Sí, supongo. Pero quiero estar allí para ti.
—Tú estás aquí para mí ahora, agápi mou. Te prometo, que no te
pierdes de nada.
—¿Lo prometes?
La besé suavemente en los labios.
—Lo prometo. Ahora, tengo que correr. No quiero llegar tarde a la
corte. Todavía tiene tu llave, ¿verdad?
—Sí. —Suspiró.
—Hay comida en la cocina si tienes hambre. Toma lo que quieras.
—La besé de nuevo y bajé al garaje y subí en mi Camaro.

Samantha
Después de que Christos se fue, me duché, me vestí y bajé las
escaleras. Abrí la nevera en la cocina y me quedé mirando el
contenido. ¿A quién engañaba? No podía pensar en comer cuando
Christos iba a la corte. Suavemente cerré la puerta y casi salté de mi
piel.
Spiridon estaba de pie allí.
—¡Oh! —di un grito ahogado—. No te oí entrar.
—Buenos días, koritsákimou —dijo—. Mis disculpas. No me di cuenta
que todavía estabas en la casa.
Siempre estaba sorprendida por como Spiridon parecía una versión
vieja, cabello de plata de su nieto de ojos azules. Los ojos de Spiridon
todavía brillaban tan brillantemente como los de Christos. Yo no tenía
ninguna duda de que Spiridon había sido bastante hombre para las
damas en su día y yo sospechaba que seguía, pero yo aún tenía que
cumplir con alguna de las mujeres que con toda seguridad le
perseguían. Yo sabía que él salía por las noches todo el tiempo, pero yo
no estaba muy segura de adónde se fue o que vio. Christos había
insinuado con frecuencia acerca de las mujeres en la vida de su
abuelo, pero hasta ahora no era más que insinuaciones jugosas.
—¿Te gustaría que te haga algo para desayunar? —preguntó.
—Oh, no, gracias. No tengo mucho apetito.
—Tienes que comer algo, Samoula. No se puede pasar por todo un
día sin comer. —Spiridon sacó una barra de pan de oliva y la fundió con
queso fresco en una rebanada. Me entregó el pan—. Prueba esto.
Tomé un bocado. El queso era salado y muy picante. Tenía algo.
Iba muy bien con el pan de oliva.
—¿Qué tipo de queso es este?
—¿Te gusta? —Sonrió.
—¡Es delicioso!
—Se llama Kopansti. Un amigo mío lo importa de Mykonos.
—¡Wow, está bueno! —Tomé otro bocado y lo saboreé. De alguna
manera, los hombres Manos siempre lograban ponerme a gusto, como
si todo el mundo era justo, y cada momento era una celebración de la
vida decadente. No había tenido apetito hace cinco minutos, pero
ahora yo estaba hambrienta—. ¿Puedo tener otra rebanada?
—Ciertamente, koritsákimou —dijo, extendiendo más queso en una
rebanada de pan fresco de oliva—. ¿Asumo que Christos llegó a casa
de manera segura?
—Sí. Sano y salvo. —Por ahora, pensé. Sabía que su pre-juicio no se
supone que es un gran problema, pero sentí un reloj del fin del mundo
marcando hasta el Día de San Valentín el viernes, el día de su juicio real.
Lamentable. ¿Puedo pedir tener el día de San Valentín pospuesto un
día? Probablemente no—. ¿Spiridon?
—¿Sí, Samoula? —Spiridon sonrió.
—Tú, eh, ah, siento que tal vez no debería preguntarte esto, pero
¿verdad, uh? ¿Sabes sobre el juicio de Christos? —Tenía miedo de que
tal vez no sabía y que iba a romper su corazón, pero también sentí
como si estuviera atrapada en la oscuridad sobre este tema del juicio
en conjunto, y yo necesitaba un poco de ayuda de emergencia.
Su sonrisa se desvaneció. No se volvió amarga, como que podía
imaginar a mi mamá o papá haciéndolo, después los gritos y
condescendencia comenzarían. En cambio, Spiridon parecía triste.
—Sí, koritsákimou, lo sé.
Uf. Uno de los obstáculos fuera del camino.
—¿Estás preocupado?
—Sí —dijo en voz baja—. Tantas veces como Christos ha estado en
la corte, nunca se hace más fácil. Hay poco que puedo hacer sino rezar
por él y esperar que el jurado considere al buen chico que sé que es mi
nieto.
—Sí —suspiré, pensativa—. ¿Vas a ir al juicio?
—Claro.
—¿Por qué no fuiste al pre-juicio de hoy?
—Debido a que, según mi experiencia, es en gran medida una
cuestión de los abogados. Pero voy a estar en el juicio el viernes.
—Oh.
En cierto modo me sentí dejada porque Spiridon conocía todos los
detalles. Pero tenía sentido. Christos vivió con él, así que estoy segura de
que le dijo a su abuelo sobre ello hace un rato. Pero me sentí herida de
que Christos no me lo había dicho. Quería ser de apoyo de cualquier
manera que pueda, pero eso era imposible si no me incluía en el
proceso. Suspiré a mí misma y sacudí la cabeza.
Spiridon me dio unas palmaditas en el hombro.
—Está bien, Samoula. Christos va a estar bien.
Eso esperaba. Pero la mirada torturada en los ojos de Spiridon
encendieron la preocupación latente que había sido retorcida en mis
tripas las últimas doce horas.

Fui a la escuela a lo largo de la costa del Pacífico, me dejé caer


sobre el volante de mi VW. Clasesera la última cosa que quería pensar.
Peor aún, hoy tocaba Sociología 2, protagonizada por mi inductor del
sueño el Profesor Tutan-bostezo-bostezo, e Historia de América 2, donde
siempre me las arreglaba para dibujar caricaturas en mi cuaderno de
dibujo, mientras que convenientemente evitaba poner notas en mi
portátil.
Contemplé el rescate de la clase en su totalidad. Una de las
ventajas de ser una estudiante universitaria. Pero, ¿qué iba a hacer si no
voy a clase? ¿Dejarlo? ¿Exprimir mis manos?
La playa era visible mientras conducía fuera de Del Mar. Lástima
que estaba nublado y gris y apenas podía ver el mar. No muy día de
playa, de lo contrario, podría muy bien haber estacionado mi auto y dar
un paseo con mi toalla para que yo pudiera diseñar y tomar el sol.
Curtida bajo el sol de San Diego, siempre me calmaba.
Niebla estúpida.
La luz en Carmel Valley se puso roja y me detuvo. Esta era la
intersección donde me encontré por primera vez con Christos el otoño
pasado. Había conducido por aquí cientos de veces desde ese día. La
vista de la playa nunca envejecía. Fui muy afortunada de vivir en San
Diego. Te lo juro, era un crimen que la gente tenía que vivir en cualquier
otro lugar en el país. Me sentí mal por mis padres, que todavía estaban
atrapados en el desierto urbano ártico de Washington DC estaba
probablemente nevando allí ahora mismo. Todo lo que tenía que hacer
frente era un poco de niebla. El termómetro en mi tablero decía sesenta
grados.
Un poco de niebla no era tan malo.
Tomé mi Americano Venti que había comprado en el Starbucks en
Del Mar. Ellos no tienen una unidad, así que me tuve que estacionar y
había tomado una eternidad. Pero hoy en día, no importaba si llegaba
tarde a clase.
No como ese primer día cuando derramé mi café en todas partes.
Negué con la cabeza y sonreí. Hubiera sido un desastre como ese día.
Me acordé de ese tipo de grasa detrás de mí que había estado
gritando a mí.
Perra...
Él me había llamado todo tipo de nombres locos.
Zorra...
Y prácticamente había mordido mi cara, estaba tan enojado
conmigo por detener el tráfico.
Puta...
Que idiota era ese tipo. Pensando en todo eso ahora volvía a
pensar en Taylor Lamberth y Damián Wolfram, y la montaña rusa que mi
vida había sido durante tres largos años. ¿Alguna vez va a parar? Me
sentí como hubiera dejado algo loco detrás de mí en DC, pero ahora
me dirigía a seis más.
Agápi mou...
Por lo menos tenía a Christos montado conmigo a través de los
giros y vueltas de la vida. Christos...
Empecé a romperme. Me limpié los ojos, ya no me preocupaba por
manchar la máscara de pestañas que ya no llevaba. Mi vida había
cambiado tanto en los últimos seis meses. ¿Pero era eso para mejor?
La luz en Carmel Valley Road se puso en verde y conduje el resto
del camino a la SDU.

Entré en el estacionamiento en el extremo norte del campus y


busqué un espacio. El lote estaba lleno de autos. Bajé a otro pasillo y vi
a un espacio abierto. Mientras conducía hacia ella, un Mercedes negro
se dio la vuelta en la esquina en el otro extremo del pasillo y corrió hacia
el espacio. Yo estaba más cerca y alcancé muy por delante del
Mercedes. El auto negro pulido se detuvo con un chirrido mientras
estaba cerrando en el espacio, tirando de su nariz en el camino de mi
VW.
—¡Oye! —grité—. ¡Qué estás haciendo! ¡Este es mi espacio! ¡Mueve
tu auto! ¡Estuve aquí primero!
El Mercedes aceleró. No podía ver al conductor porque el cielo
cubierto pintaba el parabrisas delantero de nuevo con un resplandor de
color gris claro.
Sostuve mi agarre en mi VW. Este espacio era mío por derecho. El
primer llegado, primer servido y todo eso.
El claxon del Mercedes resonó y el auto avanzó poco a poco
como una cobra amenazante.
—¡Estás loco! ¡Yo estaba aquí primero! —Cambié mi VW en el
parque y salí de mi auto. Por un segundo pensé que podría ser Hunter
Blakeley, el modelo de la escultura figurativa que me había estado
acechando todo el trimestre. Entonces recordé que conducía un
Porsche Boxster. Llamé a la ventanilla del Mercedes bruscamente.
La ventana fue hacia abajo.
—Tú —se burló Tiffany Kingston-Whitehouse, con los ojos
entrecerrados.
—Sí, yo. —Sonreí con confianza—. Mueve tu auto.
—¿Mover mi auto? Lo tienes mal, MerryMaid. ¿No deberías estar
limpiando materia fecal en alguna parte?
Como siempre, Tiffany parecía que un equipo de estilistas había
hecho su pelo, maquillaje y uñas esta mañana. Estaba vestida a la
última moda de invierno de San Diego: una chaqueta de cuero de
motocicleta tachonado sexy sobre un cuello redondo camiseta blanca
que resaltaba su estante sucedáneo, jeans negros ajustados, y una
correa resistente. Un tachonado embrague de cuero negro súper lindo
con ribetes blancos se sentaba en el asiento vacío a su lado. Tuve que
admitir, la chica sabía cómo vestirse. Pero no la hacía menos zorra.
Por lo que estaba considerando seriamente agarrar un puñado de
ella por el pelo rubio y darle un buen tirón. ¿Podría dejar a alguien calvo
por un tirón en su cuero cabelludo? ¿O necesitas un cuchillo para hacer
las cosas bien?
—Odio decepcionarte, Tiff, pero yo estaba aquí primero. Quita
amablemente tu Mercedes de mi camino.
—No voy a mover nada, tú mancha de mierda. Quita tu auto fuera
de mi camino antes de que lo empuje. —Aceleró el motor de su
Mercedes.
Sus rizos rubios estaban a su alcance. Flexioné mis dedos en la
anticipación. ¿Dónde estaba ese cuchillo? Al diablo. No iba a
necesitarlo. Tenía uñas. Estaba cansada de tomar mierda de Tiffany
loca-idiota.
—Adelante. —Reí a la ligera—. Raya tu pintura y la mía. Estoy
segura de que tu padre paga por el mejor seguro que puede comprar.
Ella me miró y aceleró el Mercedes.
—Muévete —gruñí con dientes apretados.
—No.
La recorrí con la mirada.
Ella gritó en mi cara:
—¡¡¡Muévete!!!
Hice una mueca y me recosté.
Wow, esa chica seguro tenía un par de pulmones. Y una voz que
podría cortar vidrio. Creo que iba a necesitar un chequeo en mis oídos
después de eso. Pero me mantuve firme.
Metió la cabeza por la ventana de su auto.
—Lo tenía contigo, pequeña perra. Te has estado entrometiendo
en mi vida desde que llegaste a la SDU. Estoy harta de tu cara fea. Voy
a hacer que te arrepientas del día que saliste de cualquier roca en la
que viviste bajo antes de venir a San Diego.
—¿Me estás amenazando, Tiff? —pregunté fríamente, una sonrisa
divertida en el rostro.
—No. Te estoy advirtiendo. Debido a que va a suceder.
—Está bien —me burlé y agité una mano desdeñosa hacia ella. No
importa cuántas veces Tiffany había tratado de hacer mi vida
miserable, nunca sucedió. Ella no era más que una mosca molesta en lo
que a mí respecta. Yo no iba a tomar más de sus amenazas dramáticas.
Ella era una mocosa malcriada que no sabía lo bueno que tenía.
Los ojos de Tiffany se estrecharon y sus cejas se zambulleron en un
apretado ceño amenazador. Mirada de halcón.
—No me subestimes, Samantha Anna Smith.
La sorpresa iluminó mi rostro.
—Así es —dijo entre dientes—: Yo sé quién eres. No creas que soy
una rubia tonta que puede reírse. Has tomado a la mujer equivocada,
coño infectado.
¿Cómo diablos sabía ella que mi segundo nombre era Anna?
¿Christos le había dicho? Eso parecía improbable.
—Cuida tu espalda, perra —dijo, y luego echó marcha atrás,
retrocediendo de manera espectacular, y pisó el acelerador. Su
Mercedes gruñó una amenaza sólo desapareció al final del pasillo de
estacionamiento.
Excelente. Como si no tuviera suficientes problemas ya.
Christos
Media hora después de salir de mi casa, caminé por el fresco
interior mármol del salón San Diego de Justicia, viéndome hábil en mi
traje oscuro. La gente, en similar atuendo formal y conservador,
rondaba sobre el amplio pasillo principal, realizando reuniones
improvisadas antes de entrar en las diversas salas de audiencias. Las
autoridades uniformadas con camisas marrones, pantalones oliva y
cinturones voluminosos de armas, estaban esparcidos por todo el
espacio, al igual que algunos miembros de la SDPD con uniformes de
color azul oscuro. Todo era muy formal y civilizado.
Una mujer en uno de esos trajes de negocios sexy y llevando un
maletín, me miró sobre un par de lentes de lectura. Su cabello era un lio
ordenado en la parte superior de su cabeza. ¿Bibliotecaria sexy o
abogada sexy? La misma diferencia. Le lancé una sonrisa con hoyuelos
y su compuesta expresión profesional, se derrumbó en una sonrisa niña
de la escuela.
Puede así divertirme antes de ir a la batalla.
Russell Merriweather, mi abogado, sobresalía muy por encima de
la multitud en un traje de color carbón oscuro, charlando en su teléfono
móvil. El ébano oscuro de su piel contrasta brillantemente contra su
impecable camisa amatista abotonada y corbata a rayas. Cuando él
me vio, entrecerró los ojos y hizo un gesto con su cabeza en mi
dirección. Como siempre, él era todo negocios, mientras estaba el
interior del palacio de justicia.
Me acerqué a él cuando terminó su llamada. Deslizó su teléfono
dentro de su chaqueta y se volvió hacia mí.
—¿Qué demonios le hiciste a tu ojo, hijo?
Abrí la boca para contestar.
Él levantó una palma interrumpiendo.
—Detente. No quiero saber. Compra un poco de corrector antes
del juicio. No necesitamos que el jurado salte a conclusiones sobre ti en
el juicio del viernes.
Sonreí.
—En realidad, estaba pensando conseguir que el otro sea
golpeado, para que combinen.
Russell reprimió una sonrisa y sacudió la cabeza.
—Hazlo —dijo con sarcasmo—. Pero consigue un poco de corrector
de cualquier manera. —Puso una mano paternal en mi hombro—.
Poniéndonos serios, ¿has tomado una decisión con respecto a la
declaración de culpabilidad ofrecida por el Fiscal de Distrito?
Aprieto los dientes.
—Que se joda la fiscalía del distrito. Yo no soy culpable.
Russell asintió. Un destello de aprobación pasó por sus ojos.
—No esperaba nada menos de ti, hijo. Pero permíteme recordarte
—dijo ominosamente—, que una vez que entras en súplica, está escrito
en piedra. No hay vuelta atrás. Si vamos a juicio y el jurado te encuentra
culpable, corres el riesgo de hasta cuatro años de prisión. ¿Estás de
acuerdo con eso?
—Síp.
Russell hizo un gesto hacia las puertas de la sala de audiencias.
—¿Estás listo?
—Otra cosa.
Russell enarcó las cejas.
—¿Quiero oírlo? La expresión de tu rostro me dice que no.
Sonreí.
—Voy a declarar.
Russell asintió, entrecerrando los ojos mientras sus labios se fruncían,
pensativamente.
—Como tu abogado, sería negligente si no te recuerdo que nunca
es prudente que un acusado declare. Si lo haces, el vicefiscal del distrito
tendrá rienda suelta para preguntarte lo que quiera. Incluyendo
preguntas sobre tus antecedentes penales. Ellos sacaran a relucir todos
los demonios de tu pasado y los desfilaran en frente del jurado como
una banda de música. A los ojos del jurado, serás un hombre que le dio
un puñetazo a otro en un caso de legítima defensa de la Ola de
Crímenes de Christos.
Yo sabía que él tenía razón. Pero no había comenzado la pelea
con Horst Grossman. No importa lo difícil que la fiscalía de distrito tratase
de convencer al jurado de que era un pedazo de mierda, yo sabía la
verdad. Iba a defenderme. Iba a mirar a cada uno de los miembros del
jurado a los ojos y a contarles mi historia. ¿Si no me creen? Que se vayan
a la mierda.
Todos ellos podrían pudrirse en el infierno.
—¿Qué otras pruebas tenemos de que no empecé la pelea? —le
pregunté—. Aparte de mi versión de los hechos.
—No tantas como me gustaría —dijo Russell secamente.
—Entonces tengo que declarar —le dije—. No tenemos ninguna
otra opción.
Russell me miró a los ojos. Duro. El no gritó. Él no perdió los estribos.
No trato de discutir. Estoy bastante seguro que podía ver la
determinación en mis ojos. Todo lo que dijo fue:
—¿Estás seguro?
—Sí.
—De acuerdo entonces. Voy a hacer que funcione. Vamos a
hacer esto —dijo Russell, abriendo la puerta a la sala del tribunal para
mí. Hizo un gesto en el interior—. Después de usted, señor.

Samantha
El Profesor Tutan-bostezo-bostezo trabajaba la antigua magia del
sueño egipcio, en clase de Sociología, mejor que el ser imaginario del
sueño en la actualidad. Había agotado mi Venti Americano7 dentro de
los primeros cinco minutos de clase. Si iba a hacerlo a través del resto
del día, iba a necesitar más café.
Le envié un mensaje de texto a Madison.
Tengo una emergencia de café. ¿Nos vemos en Toasted Roast
después de clase?
Su respuesta:
No puedo. Tengo Contabilidad de Gestión con Dorquemann y
español después de eso. ¿Almuerzo?
Le respondí:
OK. T veo tonces.
Suspiré. Tal vez podría encontrar a Kamiko o Romeo. En serio
necesitaba un poco de apoyo moral. No quería cocerme en mis propios
pensamientos sobre lo que podría sucederle a Christos por un segundo
más.
Hice mi mejor esfuerzo para concentrarme en la conferencia de
Sociología y tomar notas hasta que se terminó la clase. Aún con
necesidad de café, conseguí una taza fresca en Toasted Roastant antes
de dirigirme hacia mi conferencia de Historia.
Me metí en un asiento y saqué mi computadora portátil. No había
suficiente espacio para mi café y la computadora en el pequeño
escritorio plegable del apoyabrazos.

Venti Americano: café americano grande.


7
¿La Universidad tiene un buzón de sugerencias en alguna parte?
Porque totalmente es necesario que instales portavasos en todas las
aulas.
—Bueno, si no es Cathy Guisewite —dijo sobre mis hombros con una
voz suave y ardiente, un tipo en la fila detrás de mí.
Me volví y miré a los ojos de un lindo chico que se sentaba detrás
de mí. Él estaba masticando la esquina de una pluma y me sonreía. Se
veía como esa banda de chicos bien afeitados. Sin tatuajes y no
especialmente musculoso, pero un buen cabello y digno totalmente de
un desmayo. Me lo podía imaginar sentado detrás de un piano y
cantando mientras que las mujeres arrojaban ropa interior sobre él, en el
escenario.
Fruncí el ceño, pero le sonreí un poco.
—Debe haberme confundido con otra persona.
—No.
—Yo no soy esa Cathy quien quiera que sea.
—Seguro que sí. —Sonrió.
Este pobre muchacho tenía un tornillo flojo. Arqueé una ceja.
—Uh… ¿no?
—¿No me digas que nunca has leído Cathy?
—¿Qué? —Me encontraba totalmente confundida. Tal vez yo tenía
el tornillo flojo. Estoy segura que si negaba algo iba a sonar en su interior.
—¿El cómic? ¿Por Cathy Guisewite?
Todavía sin entenderlo, negué con un gesto.
—¿Sabes qué es una tira cómica? —Sonrió.
—Duh. —No era una idiota.
—¿No has leído los cómics en el periódico? Sé que está totalmente
fuera de onda que gente de nuestra edad admita una cosa así, pero
me puedes decir. —Me guiñó un ojo—. No lo voy a publicar en
Facebook o Twitter, o lo que sea.
Ahora que lo mencionaba, mis padres todavía reciben el
periódico. Mi padre no podía ir a la oficina sin antes leer las tiras de
comic en el desayuno. Él las llamaba ―las tiras cómicas‖. Yo solía
mirarlas, cuando era una niña y trataba de copiar los dibujos, pero no lo
había hecho en mucho tiempo. A continuación, un vago recuerdo
viene en su lugar.
—¡Oh! ¡Te refieres a Cathy, la tira cómica!
Él asintió sonriendo.
—Sí. Quiero decir, sé que la serie terminó hace tres años y medio,
pero pensé que pudiste verla una o dos veces antes que todos los
periódicos empezaron a ir a la quiebra.
¿Quién era este hombre? Era extraño. Era demasiado lindo para
estar en algo tan del siglo pasado, como las tiras cómicas. —Así que,
um, ¿por qué me llamas Cathy?
—Te he visto dibujar caricaturas durante la clase. ¿Alguna vez
tomas notas, o simplemente garabateas?
Culpable de los cargos. Me sonrojé.
—¿Es tan obvio?
—Probablemente no para el profesor y la asistenta técnica, por lo
que tu secreto está a salvo conmigo. —Me guiñó un ojo—. Ya sabes, tu
trabajo es bastante bueno. ¿Has considerado alguna vez presentar
algunos en el periódico de la escuela?
Estoy bastante segura que me estaba tomando el pelo.
—No, esos tipos son todos muy estirados. —El periódico de la
escuela SDU, El Sentinel, tenía una reputación de ser un periódico
mayormente elitista para estudiantes de periodismo pijos. Y teniendo en
cuenta que había sido expulsada de la alta sociedad de la escuela
secundaria en el D.C., no tenía ningún deseo de ir ante un tribunal de la
moderna alta sociedad y hacer que me dijesen que no era lo
suficientemente buena para unirme a su club.
—Los normalitos en el Sentinel son totalmente estirados. —Sonrió—.
Yo estaba hablando de El Wombat.
El Wombat era un periódico de comedia de SDU a cargo de la
Asociación de Estudiantes de la SDU. Estaba lleno de giros divertidos
sobre temas de actualidad, humor sobre la vida universitaria, opiniones
de fiestas actuales (dentro y fuera del campus), y las siempre famosas
tiras cómicas Wombat. Yo había leído los cómics antes. Ellos satirizaban
los más sórdidos aspectos sociales de la universidad: la bebida, las
drogas y hacerlo con miembros del sexo opuesto, del mismo sexo, o
incluso de especies diferentes. Algunos de ellos eran hilarantes y algunas
caricaturas era increíble.
Levanté las cejas.
—¿Crees que debería presentar mis caricaturas para El Wombat?
—No creo que mis dibujos fueran lo suficientemente buenos.
—Sí. Voy a hablar bien de ti con el editor.
—¿Quién es el editor? —le pregunté.
—Yo. —Sonrió—. Justin Tomlinson. — Se inclinó y me tendió la mano.
Tuve que dar vuelta torpemente en mi asiento para agitarla.
—Samantha Smith. ¿No es Tomlinson el nombre de uno de los
chicos de One Direction?
Puso los ojos en blanco.
—No me lo recuerdes. Si hubiera tenido una elección al nacer,
hubiese hecho que la cigüeña me entregase en otra casa. —Sonrió.
Seguro que tenía una gran sonrisa. Ahora todo lo que él necesitaba
era a cuatro chicos lindos más y un himno para la banda, así las chicas
habría salido de la madera como las termitas. Si no las estuvieran ya. Por
lo que sabía, Justin tenía una limusina llena de fanáticas esperándolo
fuera.
—De todos modos —dijo—, un placer conocerte, Samantha.
Envíame un correo electrónico con algunas de tus muestras y voy a
mostrárselas a mi gente en el trabajo.
—Nunca he escrito una tira cómica. Quiero decir, yo solamente
garabateo en mi cuaderno de dibujo.
—¿Tienes tu cuaderno de dibujo contigo ahora? Te he visto
dibujando en él antes.
Ah, ¿acosador espeluznante? O bien, ¿había estado dibujando en
mi cuaderno de dibujo, tantas veces en historia, que se había vuelto
evidente para cualquier persona que se sentó cerca de mí? Eso parecía
improbable. Religiosamente tomé notas en clase de historia como si
fuera el tema más interesante que se hubiera inventado. No.
—Sí, lo tengo en mi mochila.
—¿Puedo verlo?
Nunca había mostrado mi cuaderno de dibujos a un extraño. Era
un poco reacia. Oh bueno, si se burlaba, entonces él era un idiota, con
una banda de chicos lindos o no. Saqué mi cuaderno de dibujo y se lo
entregué.
Pasó a través de él casualmente, sonriendo todo el tiempo. Se
detuvo mirando varias páginas, no sé cuáles. Incluso se rió entre dientes
un par de veces.
—Sí —dijo—, estas son geniales. ¿Tienes algunas tiras? ¿Cómo
múltiples bocetos que cuenten una historia coherente?
—No realmente.
—No te preocupes. ¿Qué te parecería trabajar con un escritor?
—¿A qué te refieres?
—Algunas de las tiras de The Wombat están escritas por una
persona y dibujadas por otra. Podría conseguirte un escritor si
necesitaras ayuda. Hasta que aprendas cómo hacerlo. Pero tengo la
sensación de que lo descubrirás muy rápido, basado en lo veo aquí.
Entonces puedes escribir tus propias cosas si deseas. Dependería de ti.
Caray, este tipo era realmente agradable. Y lindo. No es que
estuviera interesada en él. Pero, definitivamente, estaba siendo de
mucha ayuda y ni siquiera me conocía.
—De acuerdo. ¿Cuándo empezamos? —No estaba segura de
cómo se suponía que esto funcionaba.
—Primero tengo que mostrar tus cosas por ahí. Pero, como dije,
creo que a los otros chicos les encantará tu trabajo. Dame tu número y
te voy a llamar después de nuestra próxima reunión.
Oh, qué bien lo hizo. Casi caigo. Era un artista y un genio para
enganchar mujeres.
—O mejor aún —siguió hablando—, ¿por qué no vienes a nuestra
próxima reunión de equipo? Es este viernes.
Quizás estaba sacando conclusiones apresuradas. Quizás estaba
siendo sincero.
—¿Este viernes?
—Sí. Nos juntamos a las 4:20 en el Toasted Roast.
Tuve que procesarlo dos veces.
—¿Se reúnen en el Toke Time8? ¿Acaso fuman marihuana durante
la reunión? —Sonreí.
—Depende de ti. —Sonrió—. Así que trae tus propios porros. Pero
nosotros generalmente solo tomamos café.
—Suena como mi tipo de gente. —Pero era el Día de San Valentín.
El día del juicio Christos. Mierda. Pienso que no iba a poder ir a su
reunión—. Pero no creo poder llegar. Tengo… algo muy importante que
hacer ese día.
—Está bien. Si quieres, le puedo sacar algunas fotos a tu cuaderno
de dibujo y mostrarlas el viernes.
—Está bien.
—Mándame un correo electrónico y te dejaré saber qué dijeron
todos.
Vaya, retrocedió rápido. Tal vez lo juzgué demasiado
precipitadamente. Tal vez realmente solo trataba de ayudar.
—¿Cuál es tu correo electrónico?
—Mira el correo del sitio web de The Wombat. Puedes encontrarlo
ahí.
El profesor entró a la sala de conferencias y puso su maletín en el
piso, preparándose para empezar.
—Bueno —le dije a Justin—. Eso haré.
¿Por qué de repente siento como mi vida estuviera siendo
tironeada en demasiadas direcciones a la vez? La única dirección a la
que ya se dirigía era lo suficientemente estresante.

Toke Time: Se le dice así a las 4:20 horas y además significa que es la hora para fumar.
8
¿Y por qué de repente estaba pensando en palabras de una
banda de chicos9?
¡Ahhh!

En secreto, me pregunté si Justin Tomlinson trataría de charlar


después de la clase de Historia, pero se fue ni bien terminé de guardar
mi computadora portátil.
Yendo hacia el Centro de Estudiantes para almorzar con Madison,
le envié un mensaje a Romeo y Kamiko para ver si querían unirse a
nosotros.
Madison ya estaba esperando en la fila para pedir tacos de
pescado, estaba vestida con una sudadera con capucha de SDU,
pantalones Hollister y chanclas. Para un par de estudiantes, usar pijamas
era un vestuario aceptable para la escuela. No podía culparla. Sabía
que estaba desesperada por volver a ponerse camisetas de manga
corta y pantalones cortos.
—¡Hola, chica! —gritó y me abrazó fuerte.
—Hola, Mads. —Sonreí.
—¿Encontraste a Christos anoche?
—Sí.
—¿Y cuál era la emergencia?
Hmm. ¿Cómo explicarle que estaba preocupada, en secreto, de
que fuera a suicidarse anoche y que todavía no tenía idea de si acaso
lo había intentado o no? ¿Y qué iba a juicio en dos días? Sí, no es
exactamente un tema relajado. Quería que Madison me distrajera de
mis problemas apremiantes, no sacar a relucir mi drama.
Me dio un codazo.
—Vamos, chica. Escupe. Tengo una noticia.
Suspiré. ¿No había otra cosa de la que pudiéramos hablar, como
bandas de chicos? No, eso tampoco. Tenía que haber por lo menos un
tema que pudiéramos hablar sin que me llenaran de drama.
—¿Puedes creer la pelea de anoche? —preguntó Romeo mientras
caminaba hacia mí y a Madison, con Kamiko a su lado.
Puse los ojos en blanco.
—¿Pelea? —preguntó Madison, mirando entre Romeo y yo—. ¿Qué
pelea? ¿Entre Christos y tú? —Jadeó—. ¿Y no me dijiste?
Los mire sorprendida.

9Previamente Samantha menciona One Direction, en español, una dirección o única


dirección.
—¡Dios! ¡Ustedes son peores que una revista de chismes! Christos y
yo no peleamos. Y, Romeo, ¡deja de ser un adicto al drama!
—¿Puedes culparme? —preguntó—. El equipo de rugby casi me
destroza la cara anoche.
—Espera —interrumpió Madison. Me miró fijamente—. ¿Qué tiene
que ver el equipo de rugby con el que me llamaras a la noche para
preguntarme dónde estaba Christos?
Romeo, Kamiko, y Madison me alzaron las cejas al mismo tiempo.
Me miraron, atónitos.
—¡No nos dejes afuera, Sam! —exigió Romeo—. Si tienes secretos,
tienes que compartirlos.
—Eso es lo que dije —comentó Madison, cruzándose de brazos—.
¡Escúpelo, perra!
—¡Tacos de pescado! —grité.
Madison frunció el ceño.
—Eso no es una respuesta.
—¡Mira! —Señalé y todo el mundo dio la vuelta para mirar a la
nada. Consideré salir huyendo mientras estaban distraídos, pero por
suerte, habíamos llegado al frente de la fila y ya era hora de pedir. Me
salvé de más miradas acusadoras de mis amigos. Durante unos
preciosos minutos, por lo menos. Después que todos tuvieran su comida,
llevamos las bandejas hasta una mesa de afuera.
—¿Y bien? —me preguntó Romeo después de sentarnos—. Estamos
esperando escuchar sobre tu pelea con Christos.
Estaba a punto de comer mi taco de pescado cuando dije:
—Cálmate, Romeo chismoso. No hubo ninguna pelea.
—¿Entonces qué pasa, Sam? —preguntó Romeo—. Todos
queremos saber de qué nos perdimos.
Me burlé.
—Tú fuiste quien pasó la noche en Hillcrest con el equipo vómito.
¿Te gustaría contarnos al respecto?
—Con mucho gusto. —Romeo sonrió—. Todo empezó cuando
conocí a este chico fuera de The Brass Rail, en Hillcrest.
—¿Qué es The Brass Rail? —preguntó Kamiko.
—Un bar gay en Hillcrest —respondió Romeo—. En fin, el tipo del
vómito estaba…
Madison se encogió.
—¿Podemos posponer esa discusión hasta después que haya
terminado de comer y digerido? Tal vez después que el semestre haya
terminado o en algún momento el año que viene?
—Yo lo secundo. —Kamiko hizo una mueca—. No necesito saber
nada más sobre el estilo de vida alternativo de Romeo.
Hubiera soportado felizmente la historia, tan gráfica, de Romeo con
tal que no hablaran de mí.
Los tres me miraron.
Si no podía contarles mis problemas a mis amigos más cercanos, ¿a
quién podría? ¿Acaso no era parte del para que estaban los amigos?
¿Para ayudarte a lidiar con los problemas cuando lo necesitas? Pero,
¿cómo se sentiría Christos si le contara a todos los chicos sobre el juicio?
No es como si él me lo hubiera contado con ganas a mí. Tuve que
sacarle a la fuerza cada palabra. Contemplé esperar hasta que Romeo
y Kamiko se fueran y simplemente contarle a Madison. Me daba más
seguridad que el chismoso de Romeo. Kamiko no me preocupaba, pero
ella y Romeo estaban prácticamente atados a la cadera. En secreto,
creía que si nunca encontraban su alma gemela, entonces,
eventualmente, se irían a vivir juntos como solterones.
—Estamos esperando —dijo Romeo, masticando su taco de
pescado.
A la mierda. Eran mis amigos. Tenían derecho a saber.
—Muy buen, pero tienen que prometer que guardarán el secreto
—dije.
—¡Oooh! ¡Secretos! ¡Me encantan los secretos! —dijo Romeo.
—Lo digo en serio —refunfuñé—. No le pueden decir a nadie. Este
es un gran problema. No es broma. Especialmente tú, Romeo. No
puedes decírselo a nadie.
Madison y Kamiko se voltearon a mirar a Romeo.
—¿Qué, chicas? —Lloriqueó—. Nunca hablé de ustedes tres y lo
saben, ¡como que me llamo Romeo Fabiano!
—¿Querrás decir Elmo? —lo regañé—. ¿Quién es Elmo? —preguntó
Madison, confundida.
Romeo pareció increíblemente avergonzado.
Miré a Romeo, arqueándole una ceja.
—¿Tú guardas mi secreto y yo el tuyo? ¿Trato hecho?
—Trato hecho. —Asintió.
—Christos tiene que ir a juicio el viernes —dije.
—¿Juicio? —espetó Romeo.
—¿El viernes? —dijo Madison—. ¡Es el día de San Valentín!
—Lo sé —refunfuñé.
—¿Por qué tiene que ir a juicio?
—Porque se metió en una pelea.
—¿Y? —Madison se encogió de hombros—. Los chicos se meten
peleas todo el tiempo.
—Sí —dijo Romeo—. Apuesto que no les va a pasar nada a esos
infelices e imbéciles jugadores de rugby de anoche.
—¿Infelices jugadores de rugby? —preguntó Madison.
—Te cuento más tarde —dijo Romeo—. En este momento tenemos
que escuchar todo sobre la cita de Christos en la corte. —Romeo chupó
el sorbete de su refresco como si estuviera en medio de una sala de
cine viendo un drama jugoso.
Suspiré y dije:
—En realidad no me ha dicho mucho.
Perra…
—Solo sé que golpeó a un tipo…
Zorra…
—… y creo que pasó el día que lo conocí…
Puta…
¡Oh por Dios! ¡Era eso! ¡Christos golpeó al imbécil gordo que me
gritó! Era por eso que debía estar yendo a juicio. ¿Por qué no lo vi
antes? ¿Y por qué no me lo había contado Christos? ¡Era testigo y podía
ayudar!
—¿Qué, Sam? —preguntó Madison—. Parece como si acabaras de
tragar pescado podrido.
—¡Creo que acabo de resolverlo! —grité.
—¿Qué? —preguntó Romeo, sentado al borde de su silla, tomando
su refresco.
—¡Lo vi!
—¿Qué viste? —rogó saber Kamiko.
—¡Yo estaba allí cuando Christos golpeó ese tipo! ¡Soy la única
persona que sabe que él lo empezó! ¡Tengo que llamarlo ahora mismo!
—Nos estás mareando —dijo Madison, confundida.
Saqué mi teléfono y marqué el número de Christos. Empezó a
sonar. Le dije a los chicos:
—¡Puedo ayudar a Christos a ganar el juicio! ¡Vi todo! —El teléfono
de Christos fue al buzón de voz. Maldita sea. Probablemente todavía
estaba en la corte.
—Christos, tienes que llamarme ahora. Se trata sobre el juicio. ¡Yo
estaba allí! Puedo ayudar. —Colgué y le envié un mensaje de texto con
la misma información. Con un poco de suerte, miraría su teléfono y me
llamaría.
Solo esperaba que no fuera demasiado tarde como para ser un
testigo en el juicio.

Christos
—¿Estás diciendo que lo que sea que le digamos al juez hoy es lo
que tenemos que decir en el juicio el viernes? —le pregunté a Russell
mientras entramos en la sala del tribunal.
—Sí —dijo Russell mientras nos sentamos detrás de la mesa de la
defensa—. El juez nos dio varios meses para poner toda nuestra mierda
en orden de modo que no habrá sorpresas el viernes. Ella está
asumiendo que por ahora hemos volteado cada piedra que haya
habido que dar vuelta.
Todavía había una roca que nadie había volteado. Pero me había
decidido a mantener a Samantha a salvo fuera de este lío desde el
principio. Era mi problema para lidiar, no de ella.
—Entendido —dije.
Russell sacó un ordenador portátil y varias carpetas de su maletín
mientras miraba alrededor.
Todo en la habitación estaba en paneles de madera en tonos
oscuros o tapizado en grises apagados. La paleta de colores de un
asunto serio. Casi hizo a la corte parece el lugar de moda para estar.
Risa.
Por lo menos el pre-juicio sería corto. Las cosas se volverían serias
en dos días en que el juicio propiamente dicho comenzaba. Por ahora,
podía entretenerme mediante el estudio de los detalles intrascendentes
como el color de las sillas.
El vicefiscal del distrito ya estaba en la mesa del fiscal con dos
ayudantes jóvenes, los tres yendo a través de archivos y murmurando en
voz baja sobre cómo iban a colgar mi culo para arriba en un pico.
La tribuna del jurado estaba vacía, al igual que los bancos de la
galería de espectador. No hay equipos de televisión o los periodistas
tampoco estaban presentes. Nadie venía a ver ensayos previos a
menos que fuera de interés periodístico. Una pelea con golpes entre dos
ciudadanos al azar no calificaba.
Russell se volvió hacia mí y me dijo en voz baja:
—Una vez que el juez entra, el abogado de la fiscalía del distrito va
a diseñar el marco básico que tiene la intención de presentar el viernes,
entonces voy a poner nuestra defensa propuesta. Le decimos al juez por
adelantado sobre todas las pruebas y testigos que planeamos traer al
juicio. Si tenemos suerte, y el Juez Moody siente que la fiscalía del distrito
tiene un caso débil, puede despedirlo directamente aquí en el acto. Si
eso sucede, eres un hombre libre. Si no es así, entramos al ring el viernes.
Hombre, esperaba que todo fuera tan bien como Russell lo hizo
sonar.
Apretó mi hombro y me miró directamente a los ojos.
—No te preocupes, hijo. Te cuidaré. No importa lo que la fiscalía del
distrito nos lance, trabajaré alrededor de ello.
—Dime que tienes un auto de huida listo por si acaso.
Me guiñó un ojo.
—Lleno de gasolina y con el motor en marcha —Russell se volvió
hacia el vicefiscal del distrito y dijo casualmente—: Buenos días, George.
—Russell. —El hombre asintió en respuesta.
Reconocí a George Schlosser de mi lectura de cargos. Era un
hombre alto, de pelo muy corto con motas de gris en las sienes y un
rostro serio aunque de niño. Un lobo con vestimenta de monaguillo. Del
tipo civilizado que te ofrece una taza de té después de golpear las
estacas de bambú debajo de tus uñas.
—¿Cómo están Judy y los chicos? — cuestionó Russell.
—Bien —dijo Schlosser con desdén—. ¿Su cliente ha tomado una
decisión con respecto a nuestra oferta de un acuerdo? —preguntó,
todo negocios.
—Después de una cuidadosa consideración, mi cliente ha
decidido respetuosamente declinar —respondió Russell.
Los labios de George Schlosser curvaron minuciosamente en una
sonrisa salvaje. Parecía contento.
—Que así sea —dijo.
Con una expresión en blanco en su rostro, Russell se inclinó y le
susurró al oído:
—Se rumorea que el viejo George allá coció y comió a su esposa e
hijos, de ahí su renuencia a responder a mi consulta en cuanto a su
salud y bienestar. Casi le pregunté si la carne humana iba mejor con
vino blanco o rojo, pero no creo que sería de interés de tu caso.
Estaba listo para romper a reír de lo que Russell había dicho, por lo
que cayó mi barbilla a mi pecho y la contuve
Había estado en la corte con Russell muchas veces en el pasado, y
siempre me gustó su esfuerzo por mantener las cosas ligeras detrás de la
mesa de la defensa, no importa lo que estaba pasando en el resto de la
sala.
La puerta de atrás del inmenso banco del juez se abrió y Geraldine
Moody salió flotando como un fantasma vestido negro.
—La Corte entrará en sesión —dijo el alguacil uniformado—. Todos
de pie para la Honorable Geraldine Moody, que está presidiendo.
La Jueza Moody era tan duramente hermosa como lo era la última
vez que la había visto en mi lectura de cargos. Su cabello era quizás un
poco más largo y más rubio que antes. Su maquillaje era sutil, pero
eficaz. Una reina tomando su trono. Su silla ejecutiva de cuero estaba
flanqueada por dos banderas, los EE.UU. de la izquierda y el Estado de
California a la derecha. El sello del estado de California, un disco de
bronce, colgaba a su espalda en la pared con paneles de madera.
—Por favor, tomen asiento —dijo formalmente desde su silla
ejecutiva. Entonces me miró brevemente—. Nos reunimos una vez más,
señor Manos —Geraldine Moody dijo detrás de las murallas de su
inmenso banco. No podía decidir si era bueno o malo que me
recordara. Teniendo en cuenta que había tenido la amabilidad de
poner mi fianza en ciento cincuenta mil dólares, aunque la fiscalía del
distrito solo había pedido veinticinco mil, estaba adivinando mal. No
podía escapar de la molesta sensación de que estaba conteniendo
algo personal contra mí.
En mi lectura de cargos, había estado usando un uniforme de
prisión naranja con mis tatuajes en exhibición. Tal vez pensó que me
parecía a cualquier otro criminal que pasa a través de la sala del
tribunal en una base diaria. Por lo menos ahora llevaba un traje
conservador, con mi tinta oculta. Pero mi ojo morado era
incriminatoriamente obvio, incluso a distancia. Estaba empezando a
desear haberme puesto ese corrector. El detalle más pequeño puede
influir en su opinión, para mí o en mi contra. Si lo peor llegaba y el jurado
me hallaba culpable, su opinión podría influir en la sentencia, lo que
podría significar la diferencia entre dos años de prisión o cuatro. No es
poca cosa.
Lo único que podía hacer era verme tan inocente como sea
posible. Me gustaría comprar algo de corrector en el segundo que salga
de esta sala. No más gilipolleces. De aquí en adelante, era el señor
Limpio, era un Boy Scout. Ayudaba a ancianas en la calle. Tal vez podría
meter un poco de trabajo de caridad entre hoy y el viernes. Tal vez la
señora Elders en la biblioteca podría arreglar una sesión de último
minuto de creyones Christos delante de la Jueza Moody durante mi
juicio. Joder, ¿a quién estaba engañando? El tiempo para ser un buen
samaritano había pasado.
Russell susurró:
—Creo que Geraldine podría ser dulce contigo, joven. Tal vez
podrías deslizar tu número de teléfono y hacer planes para la cena.
Endulzarla antes del juicio.
Puse los ojos en blanco y reprimí una sonrisa.
—Sí, claro.
—Ahora estamos en el expediente para el Estado vs. Manos —
entonó la juez gravemente—, número de caso SD-2013-K-071183A. El
abogado, por favor anuncie sus apariciones para el registro.
—George Schlosser, en nombre del estado de California.
—Stanley Whitehead, en nombre del Estado —dijo el ayudante de
Schlosser. Stanley me lanzó una mirada burlona como si hubiera robado
el dinero de la leche demasiadas veces en la escuela primaria. Me
gustaría hacer estallar su cabeza blanca con un alfiler y empujar un
galón de peróxido de benzoilo en su garganta.
—Natalia Valenzuela, en nombre del Estado —dijo con acento
hispano fluido, la otra ayudante de Schlosser. Tenía la esperanza que
Natalia tuviera tan buen corazón como parecía. Por lo que sabía, era
solo un acto para que la gente se olvide de tomarla en serio. Trabajaba
para la oficina del fiscal del distrito, después de todo, no como una
monja o una enfermera.
—Russell Merriweather, en nombre del señor Manos.
La juez barajeó papeles y archivos en el escritorio en frente de ella,
poniendo todo en orden. Cuando terminó, cruzó las manos sobre la
mesa delante de sí.
—Gracias, abogados. Tenemos una serie de mociones por las
cuales ir atravesando. Les sugiero que comencemos con el Estado.
¿Señor Schlosser?
George Schlosser se acercó al podio entre la mesa de la acusación
y de la mesa de la defensa y dijo:
—El señor Manos es identificado a través de declaraciones de
testigos y descripciones como el autor del asalto y agresión en cuestión.
Schlosser procedió a sumergirse en una letanía de las mociones de
prueba. En otras palabras, Schlosser dijo al juez todo lo que iba a hacer
en mi juicio para demostrar que yo era el malo de la película, que había
arrojado un golpe primero al pobre de Horst Grossman por ninguna
buena razón.
Todo era incómodamente familiar.
¿Cuántas veces me había sentado detrás de la mesa de la
defensa por razones similares? Había perdido la cuenta. En el pasado
nunca me preocupé. Pero no había tenido mucho de qué
preocuparme. Ahora las cosas eran diferentes.
Ahora tenía Samantha por la cual preocuparme. Verla florecer y
encontrar el éxito en la vida era mi prioridad número uno.
Apreté los dientes. No podía esperar para que esta mierda se
acabara.
Cuando Schlosser terminó de esbozar lo que el Estado discutiría el
viernes en mi juicio, él volvió a su asiento y Russell se hizo cargo del
podio.
Todo el tiempo que Russell habló, Schlosser lo observaba de cerca,
tomando notas y susurrando periódicamente a sus ayudantes. Sabía
que Schlosser estaba formulando estrategias, en busca de cualquier
debilidad en el caso de Russell que podía explotar durante mi juicio. En
su mayor parte, nada estaba afilando el apetito carnívoro de Schlosser.
Casi parecía aburrido. Russell Merriweather lideraba un barco fuerte, y
sabía que había trabajado un caso sólido para mi reclamo de defensa
propia. La acción real no empezaría realmente hasta el viernes.
—¿Va a estar llamando a cualquier otro testigo en el juicio, señor
Merriweather? —preguntó la jueza Moody, con los ojos en su escritorio
mientras anotó una nota sobre unos papeles.
Before Your Love de Kelly Clarkson comenzó a tocar de mi
chaqueta. No era muy alto, pero en la sala del tribunal tranquila como
una cripta, sonaba como un sistema de sonido de primera a todo
volumen. Mierda. Pensé que había apagado el timbre antes de venir a
la corte. Debo de haberlo hecho mal. Busqué en mi chaqueta, tratando
de apagar el teléfono a través del material. Nada bueno. Tuve que
sacarlo.
La jueza chocó una mirada dura hacia mí.
—¿Tenemos un problema, señor Manos?
—No, yo, eh… —murmuré mientras pescaba mi teléfono de mi
traje.
—¿Tal vez podamos convocarlo de nuevo cuando sea más
conveniente para usted, señor Manos? —preguntó la jueza
sarcásticamente. No estaba anotando puntos con ella hoy.
Schlosser y su equipo compartieron una risa a mi costa.
Finalmente, saqué el teléfono y lo apagué, pero no antes de
darme cuenta de quién había llamado. Samantha. ¿Por qué diablos iba
a estar llamándome ahora? Fuera lo que fuera, podría esperar. Me
aseguré que el timbre estaba apagado y metí el teléfono en mi traje.
—¿Has terminado? —interrogó la jueza Moody.
—Sí, lo siento. No volverá a suceder.
—Espero que no, señor Manos. Por su bien.
Jodidamente maravilloso. No hay nada como una mala primera
impresión. En este caso, era más como una mala primera, segunda y
tercera impresión.
—Como estaba diciendo —la jueza disparó una mirada final a mí—
, antes que fuéramos interrumpidos tan groseramente. —Luego se volvió
a Russell—. Mr. Merriweather, ¿tiene intención de llamar a otros testigos
en el juicio?
Russell me lanzó una mirada afilada. Solo lo suficiente fuerte para
que yo escuchara, dijo:
—¿Vamos a hacer esto?
Mi teléfono saltó en mi bolsillo y vibró una vez. Casi me estremecí,
pero me las arreglé para mantener mi mierda junta. Me di cuenta desde
el patrón de vibración que se trataba de un mensaje de texto que
entró. Lo ignoré.
Asentí hacia Russell.
Se volvió hacia la juez, y en una voz segura dijo:
—Sí, su señoría. También voy a estar llamando al señor Manos a
declarar en su propio nombre.
Un silencio cayó sobre la sala del tribunal.
Los tres abogados de la fiscalía del distrito parecían una manada
de hienas cuyos oídos había pinchado y sus narices temblaron en el
momento en que habían capturado aroma de un ñu10 herido y
cojeando. Schlosser clavó los dedos en los brazos de la silla.
Prácticamente estaba saliendo de ella. La sonrisa avara en el rostro de
Stanley Whitehead se había convertido en una mueca. Estaba
esperando que su lengua saliera como la de una serpiente y con avidez
lamiera sus labios. Las mejillas de Natalia Valenzuela de buen corazón se
habían enrojecido como si de repente estuviera excitada. Sí, su actitud
anterior había sido nada más que una fachada. Se excitaba por la
desesperación. Podía sentirlo. Estos tres habían olido mi sangre y
estaban sedientos de una bebida.
¿Y qué? Que se vayan a la mierda. No era un ñu herido. Siempre
estaba listo para una pelea. Porque sabías que en el segundo en que el
león macho rudo venía corriendo desde la zarza con su melena grande
en exhibición, esas hienas se dispersaban como hormigas en una
tormenta de arena.
Lástima que no tenía permitido lanzar golpes y codazos en la
corte. No según la ley, de todos modos. Pero Russell podía. En la sala del
tribunal, era un león más grande que yo.
Él iba a comerse a los hijos de puta de la fiscalía del distrito para el
almuerzo.
Alguien que me dé un cuchillo y tenedor.

Ñu: aspecto desgarbado que recuerda a un extraño cruce entre vaquilla y antílope
10
Samantha
Después del almuerzo, fui a la Biblioteca Central para estudiar. No
importa cuántas veces llamé o envié un mensaje a Christos, nunca
respondió. Traté de concentrarme en mi lectura de Sociología e Historia,
pero era difícil ir. Estaba demasiado preocupado por Christos.
Con el tiempo, me di por vencida con la tarea, guardé los libros y el
ordenador portátil. Caminando hacia el estacionamiento norte donde
había estacionado, envié a Christos un mensaje por última vez.
¿Nos vemos en tu casa para cenar?
Cuando llegué a mi Volkswagen, me sorprendió gratamente ver
que estaba justo donde lo había dejado, aparentemente intacto.
Medio esperaba no encontrarlo, de alguna manera remolcado por
Tiffany Rostro de odio manchado de mierda, o tal vez destrozado. No
me extrañaría que Tiffany contratara a un tipo para que le pasase una
excavadora por encima.
Rodeé mi auto, buscando cualquier marca de arañazo o
neumáticos pinchados. Nada. De alguna manera, me imaginaba que
Tiffany estaba simplemente esperando el momento oportuno.
Esperando el momento más oportuno para atacar.
Subí a mi auto y lo encendí, haciendo una mueca en previsión de
que tuviera una bomba y se activara. No, el motor se inició sin
problemas.
Un momento después, escuché mi teléfono sonar. Un mensaje de
texto de Christos.
La cena está esperando en tu nuevo hogar, agápi mou.
¡Hurra! Suspiré de alivio. Realmente necesitaba hablar con él
acerca de su juicio. Solo esperaba que no fuera demasiado tarde para
cambiar las cosas.
Salí del estacionamiento y fui por el lateral. ¿Quizás Tiffany había
cortado mis frenos? ¿Cómo verifica uno los frenos de todos modos? No
tenía ni idea. Oh, espera, ¡lo sé!
Miré por el espejo retrovisor. Cuando vi que no había nadie detrás
de mí, frené duro. Mi auto se detuvo abruptamente. Los frenos parecían
estar funcionando. Por ahora. ¿Tal vez tomaba un tiempo?
Que se joda. No tenía tiempo para preocuparme por lo que la
perra vengativa de Tiffany podría estar planeando. Tenía cosas más
importantes de qué preocuparme que su celos mezquinos. Tenía que
llegar a casa, a mi hombre.
El tráfico era ligero y llegué a casa de Christos en un tiempo récord.
Estacioné en la calzada, junto a su Camaro. Saqué mi llave para entrar.
Realmente necesitaba empacar todas mis cosas y mudarme lo antes
posible. Ya le había dado al encargado de mi edificio mi aviso de
treinta días para desocupar.
Lamentablemente, dudaba de que hubiera tiempo para poder
mudar todo antes del viernes. Ni siquiera había comenzado a empacar.
¿Entonces qué? ¿Estaría compartiendo esta gran casa con Spiridon
mientras esperábamos quién sabe cuánto tiempo que Christos sea
liberado de la cárcel?
No quería pensar en ello.
Metí la llave en la cerradura y entré.
Por el momento, iba a disfrutar de nuestro tiempo juntos lo mejor
que pudiera.
¡Samoula! Spiridon sonrió mientras caminaba hacia la
cocina. La cena está casi lista. Me envolvió en un gran abrazo.
Christos entró con un enorme plato de brochetas kebab de
cordero.
Acabo de sacar estos de la parrilla exterior. Espero que tengas
hambre, agápi mou. Sonrió.
Por supuesto. Sonreí y caminé de puntillas hasta rodear con un
brazo alrededor de su cuello y besarlo en la mejilla.
Christos era tan alto, que tenía que inclinarse para poder llegar a
él. Se torció en el último segundo, sosteniendo los pinchos en una mano
mientras que pasó un brazo alrededor de mi cintura y me besó en los
labios.
Mejor así comentó. He estado esperando por eso todo el día.
Tu Spanakopita está casi lista advirtió Spiridon a Christos.
Huele delicioso.
Impresionante comentó Christos mientras dejaba el plato de
pinchos en la parte superior del mostrador.
Me di cuenta de trozos de cebolla a la parrilla acuñados en los
pinchos entre el cordero. Agarró un guante de cocina y lo utilizó para
sacar de molde de hornear del horno.
¡Vaya, se ve muy rico! elogié. ¿Qué es?
Spanakopita. Empanada de espinaca.
La corteza tenía un dorado perfecto y se veía hojaldrada. No
podía esperar a comerla.
Siéntate, los dos mandó Christos mientras cortaba rebanadas
de Spanakopita y las repartió con los pinchos de cordero y ensalada de
pepino.
¡Mmm, Tzatziki! No puedo esperar. Sonreí mientras Christos
colocaba platos delante de mí y Spiridon.
Christos se unió a nosotros en la mesa y empezamos a comer.
Como de costumbre, la conversación con Christos y su abuelo era
divertida y llena de risas. Disfrutaba estos sencillos momentos. La cena
con mis padres nunca fue así. Estaba empezando a creer que mis
padres no tenían idea de cómo disfrutar de sí mismos, como si
conscientemente evitaran la risa y la alegría. Gemí. Quizás Spiridon y
Christos les podrían dar lecciones. No.
Seguí disfrutando del buen ambiente de la cena, pero el juicio de
Christos siguió insistiendo en la parte trasera de mi mente. No podía
decidir si Christos estaba evitando el tema. Probablemente había
hablado con Spiridon sobre ello largo y tendido cuando no estaba
alrededor. Habían pasado cinco meses desde el arresto de Christos, por
lo que probablemente estaban hartos de eso. No iba a estropear la
cena por sacar el tema por milmillonésima vez. Esperaría hasta después.
Cuando terminamos de comer, me levanté para recoger los platos
y lavarlos.
Déjame a mí, koritsaki mou propuso Spiridon. Ve a pasar
algún tiempo con mi nieto.
¿Estás seguro? pregunté.
Sí. Sonrió, una tristeza leve arremolinándose en sus ojos.
Muy bien acepté con incertidumbre.
Ve comentó, disfruten.
Lo que el hombre dijo. Christos sonrió. ¿Quieres ayudarme a
limpiar la parrilla?
Claro respondí.
Caminamos hacia la terraza de atrás y Christos agarró un cepillo
de acero para fregar abajo de la parrilla. Sus músculos flexionados se
resaltaron mientras trabajaba el cepillo, hipnotizándome al instante. No
podía concentrarme.
¿Qué es lo que tengo que hablar con Christos que era tan
importante? ¿Era el hecho de que sus brazos tatuados me mareaban y
mis muslos estaban ahora temblando? No. Algo más. ¿Era la forma en
que mi estómago daba volteretas y mis mejillas brillaban rojo cuando
sus sensuales labios se curvaron en una sonrisa mientras me miraba
como si mi sola presencia había alegrado su día? No, no podía ser eso
tampoco.
Admítelo se burló, una vez más, verme limpiar algo te está
excitando.
Culpable.
Puse los ojos en blanco.
No estoy para nada excitada.
Me dedicó una sonrisa con hoyuelos.
Ajá. Veo la forma en que tus ojos están girando en círculos.
Apenas puedes ponerte de pie.
¿Y qué si tenía razón? No lo admitiría, ni siquiera frente a un jurado
después de jurar sobre una pila de Biblias. Mierda. Eso rompió el hechizo.
Teníamos que hablar de su juicio.
Suspiré con tristeza.
¿Recibiste mi llamada hoy?
Christos se rió entre dientes mientras se limpiaba.
Sí. Justo en el medio de la corte. El juez me dio un montón de
mierda porque mi teléfono sonó.
¡Oh no! Lo siento, soy una idiota. Debería haber esperado para
llamar.
No es culpa tuya, agápi mou me tranquilizó Christos. No te
preocupes por eso.
No importa lo ansiosa que estaba, incluso la conducta de Christos
siempre podía calmarme.
Tomé una respiración profunda y relajante.
¿Recibiste mi mensaje de texto o tuviste la oportunidad de
escuchar mi mensaje?
Dejó el cepillo de alambre.
Sí.
¿Y?
¿Y qué?
Y repetí, puedo testificar por ti. No es demasiado tarde,
¿verdad?
Christos se pasó una fuerte mano sobre sus mejillas con barba. Sus
siempre sexy mejillas. ¿Por qué tenía que ser tan guapo? Nunca podría
tener suficiente de mi novio modelo de portada de revista. Era como
crack para la vista. Estoy sorprendida que mis ojos no tengan síndrome
de abstinencia cuando estaba fuera de mi vista. Al menos podía
conseguir un poco en este momento. Espera, ¡está haciéndolo otra vez!
¡Tratando de distraerme con su sensualidad!
Por favor, Christos, ¿puedes dejar de ser sexy durante un segundo
para que podamos hablar de esto?
Prefiero ser sexy se burló. Me divierte ver cómo tus ojos
bizquean así.
¡Mis ojos no están bizqueando!
Lo hacían hace un segundo. Guiñó un ojo.
Eres tan hombre me quejé.
Sí.
Vaya. Engreído como siempre. Si fuera yo, la que estuviese a dos
días de ir a la corte, estaría volviéndome loca. Quizás Christos podría dar
lecciones de confianza a estadios llenos y hacer un montón de dinero
en la industria de la autoayuda. O tal vez pudiéramos embotellar su ego
y quitarle el negocio a la heroína. De cualquier manera, nos retiraríamos
jóvenes y ricos.
Me acordé de pensar en él como Good Time Christos en la fiesta
de Halloween, en la casa de Jake del año pasado. Resultó que había
sido un título apropiado para él.
Christos bajó la tapa de la parrilla y colgó el cepillo en el lateral.
¿Entramos? Todo este ejercicio me tiene todo tenso. Necesito
relajarme.
Está bien. Fruncí el ceño soñadoramente. Luego sacudí la
cabeza. ¡Espera! ¡Detente! Deja de hechizarme con tus poderes de.
Tenemos que hablar acerca de tu juicio.
Levantó una ceja.
¿Debemos? Quería disfrutar de esta noche contigo. Y tengo un
regalo para ti. Puso un mechón de cabello suelto detrás de mi oreja y
me besó en la frente.
Me desmayo.
¿En serio?
Suspiré.
¿Quién no quiere regalos? Espera un segundo, ¡lo estaba haciendo
otra vez!
Entrecerré los ojos y puse las manos en las caderas.
¿Esto es otra táctica de distracción, Christos?
No, realmente tengo un regalo.
Bien. ¿Discutimos el juicio antes o después del regalo?
Lo pensó.
Antes. De esa manera, mi regalo te volverá a poner de buen
humor.
¿Buen humor? comenté con escepticismo. ¿Estás tratando
de llevarme a la cama, Christos Manos?
Asintió con confianza y deslizó un brazo alrededor de mi cintura.
Puse los ojos en blanco y sonreí.
Bien. Pero no hasta después que hablemos.
Funciona para mí. Se inclinó hacia delante y me besó
apasionadamente.
Después de un minuto, apenas podía ponerme de pie. Mis piernas
se habían derretido oficialmente por el incendio forestal muy profundo
en mi... bosque.
Sacudí la cabeza y alejé el pensamiento.
¡Detente! Tenemos que hablar le rogué.
¿Quién necesitaba hablar cuando el hombre más sexy del mundo
estaba abrazándome? Estoy bastante segura de que era la voz del
diablo quien hablaba en mi hombro. A la voz Diablo le gustaba
divertirse. Pero la voz del ángel le recordó que no habría más fiestas en
mi ropa interior si Christos estaba en la cárcel.
Suspiré.
Christos, sabes que te deseo, pero no te quiero solo por esta
noche. También me gustaría tenerte mañana por la noche, la noche
siguiente y la siguiente y...
Sonrió.
Lo entiendo. Mira, mi abogado tiene todo resuelto.
Definitivamente agradezco tu deseo de ayudar. Pero todo va a estar
bien.
Christos, no sé mucho acerca de cómo funciona la corte, pero sí
sé que estaba allí ese día. Estás yendo a juicio por ese chico que me
gritó el día que nos conocimos, ¿no?
Asintió.
Te diste cuenta. No estoy sorprendido. Tu inteligencia es la mitad
de lo que me atrajo a ti en primer lugar.
¿De Verdad? ¿No soy solo un rostro bonito? Hice puchero
como una modelo y me levanté el cabello sobre la cabeza con ambas
manos.
Se rió.
También tienes un rostro bonito. El más bonito.
Entonces definitivamente me quieres en tu juicio para poder
ganar a todos los jurados masculinos. Los tendré comiendo de la palma
de mi mano cuando haya terminado.
Estoy seguro que sí. Pero no tienes que hacer nada. Va a estar
bien.
Vamos, Christos. Los dos sabemos que fui un testigo presencial. Y
mis ojos estaban más cerca de ese idiota que cualquier otra persona. Mi
versión de los hechos podría ayudarte totalmente. ¿Me equivoco?
No.
¿Entonces cómo hago para meterme en el juicio? ¿Qué tengo
que hacer para contar mi versión de los hechos?
No lo hagas.
Fruncí el ceño.
¿Por qué no?
Es muy tarde.
¿Qué? ¿Podrías explicarte con más detalle?
Suspiró.
Tuvimos que decirle al juez en la previa al juicio quienes eran los
testigos a los que llamaríamos al estrado el viernes. Es demasiado tarde
para agregar más.
¡Qué estúpido! ¿Por qué?
Para que el fiscal pueda escuchar lo que sea que vas a decir
antes de que empiece el juicio. Para que tengan tiempo de prepararse.
No hay problema. ¡Los voy a llamar ahora mismo! —Me levanté.
No funciona así. Tienes que seguir el protocolo. Lleva su tiempo.
¡Es ridículo! Sentí que mi ira iba aumentando como un volcán.
Quería proteger a Christos más de lo que quería respirar. ¡Todavía nos
quedan dos días!
No, teníamos dos días hace dos días explicó, con calma.
Y si...
Negó.
Podría…
No, agápi mou aseguró. Ya es tarde.
¿Por qué no me lo dijiste antes? Quería golpearlo de lo
frustrada que estaba. ¡Podría haber ayudado!
Ya me has ayudado más de lo que podrías imaginar.
¿A quién le importa? Ahora estaba furiosa. Si vas a la cárcel
porque no le conté a nadie en la corte sobre lo que pasó, ¡no importa!
¡No te quiero en la cárcel ni un segundo! ¿No lo entiendes? ¡Esto es tan
estúpido!
Me aparté de sus brazos y caminé por la cubierta hasta que
quedar de pie al borde de la piscina. De repente tuve el deseo de
bucear y nadar cien largos, aún vestida. Estaba furiosa. Pero nadar no
me iba a hacer llegar a donde quería ir.
Sentí cálidos brazos envolviéndome desde atrás. Me Besó en la
parte superior de la cabeza y me apoyé en su contra.
Ahora estaba llorando.
¿Por qué no me dijiste, Christos?
Porque no quería que perdieses tu tiempo en esto. Yo me metí en
este lío, yo saldré.
¡Pero quiero ayudar! grité.
Agápi mou... Tienes que enfocarte en tus clases y en tu trabajo.
Hablando de eso, ¿no tenías que trabajar en Grab-n-Dash esta noche?
Me puse rígida en los brazos de Christos.
Oh, mierda. ¡Oh, joder! Me había olvidado completamente. Estaba
tan estresada porque Christos no respondía mis llamadas, que me había
olvidado de todo.
Te olvidaste, ¿no?
Me estremecí.
Eh... ¿tal vez?
Samantha, esto es lo que estoy hablando. Estás tan preocupada
por mí cuando deberías preocuparte por ti.
Me di la vuelta en sus brazos.
¿No lo entiendes? Siempre me estás ayudando, Christos. Esta es,
finalmente, la única vez que puedo hacer algo para ayudarte de
verdad y no me lo permites. Mi estúpido trabajo en Grab-n-Dash no
importa. No voy a ser un empleado en la tienda por el resto de mi vida.
Puedo encontrar otro trabajo. Pero, si no me equivoco, tú si tienes un
solo juicio, ¿no?
A menos que anulen el juicio. Pero sí, suele haber solo uno.
Entonces basta de ser tan obtuso y déjame ayudarte, ¡joder!
Sonrió y me mostró su hoyuelo.
Lo haría si pudiera, pero está fuera de mis manos. De todos
modos, el juicio es el viernes. Tengo esta noche y todo el día de mañana
para disfrutar de mi libertad. Y tú, agápi mou. ¿No podemos disfrutar de
esta noche y olvidarnos de lo que está por venir?
La mirada suplicante en sus ojos derritió mi corazón. Puse mi mejilla
contra su pecho duro como una roca. Estúpidos músculos. Estúpidos
hoyuelos. ¡Estúpido Christos! Lo abracé y lo apreté tan fuerte como
pude. Haría todo lo posible para bloquear el juicio y concentrarme en el
presente.
Suspiré.
Creo que, ¿dijiste algo sobre un regalo?
Así es comentó seductoramente. Pero antes de llegar a eso,
¿tal vez deberías llamar a tu jefe y decirle que no puedes ir a trabajar?
¡Mierda!
Mi jefe podía agarrar su camisa de color pis del uniforme de Grab-
n-Dash y metérsela en el culo. Dado que me iba a mudar con Christos y
ahorraría el alquiler, ¿realmente necesito el trabajo? Oh, espera, desde
que mis padres se habían vuelto locos y decidieron no enviarme más
dinero para la universidad, sí. No solo necesitaba e trabajo en Grab-n-
Dash, si no que me vendría bien conseguir tres más. No había manera
de que pudiera pagar mi matrícula con lo que ganaba en el museo de
arte SDU y en el Grab-n-Dash combinado.
Mi vida realmente me estaba jodiendo por todos los orificios. Peor
aún, no solo se metían por mis agujeros principales, incluyendo mis
oídos, nariz y ojos, sino que también imaginaba millones de diminutas
pollas microscópicas violando todos los poros de mi cuerpo.
A la mierda. Mejor que disfrutara de mi noche con Christos.
Porque las cosas no podían empeorar, ¿o sí?

Christos y yo entramos y llamé inmediatamente a mi jefe del Grab-


n-Dash desde mi teléfono. Me disculpé profusamente por no ir y
pregunté qué podía hacer para hacer las paces con él.
Me dijo, sin rodeos, que estaba despedida.
¿Ah, sí? le grité al teléfono. Bueno, ¡tus uniformes parecen pis
y huelen a perritos calientes! ¡No necesito tu estúpido trabajo! Lo oí
colgarme. ¡Y tus cejas parecen orugas! grité.
Eso estuvo bien comentó Christos sin ninguna expresión.
De todos modos, siempre he odiado ese lugar. ¡Ni siquiera me
daban bebidas gratis cuando estaba de turno! Mi jefe era un completo
avaro.
Encontrarás algo mejor me animó Christos. Quién sabe, tal
vez vendas un poco más de arte.
Me pregunté si The Wombat11 pagó por las historietas. Tendría que
preguntarle al director, Justin Tomlinson. Tragué saliva. Me podría
preocupar al respecto más adelante. Ahora, Christos.
Entonces, ¿dijiste algo de un regalo? le pregunté tímidamente.
Lo admito. Estaba ávida de un buen regalo. Había sido un día largo.
Sí. Sonrió. Te va a encantar. Vamos, te lo mostraré.

11 The Wombat: Periódico Estadounidense.


Me llevó a través de la casa hasta que terminamos en el garaje.
Encendió las luces.
Lo primero que noté fue una camioneta vieja con paneles de
madera en los laterales y llantas blancas. Nunca había visto uno así
antes. Arrugué la nariz.
¿Me conseguiste un auto?
¿Qué? Christos parecía confundido. ¿Woody?12
Me eché a reír.
Entrecerró los ojos.
No sabes lo que es Woddy, ¿no?
¡Christos! Me reí como una niña. Claro que sí.
Sonrió, mirándome.
Bueno, ¿qué es?
Obvio, un hombre empalmado.
¿Un qué? preguntó, divertido.
Ya sabes insistí.
No, dime. Soy todo oído.
Una erección.
¿Una qué?
Christos, ¿cómo puedes tú, de entre todas las personas, no saber
a qué me estoy refiriendo?
Negó, confundido.
¿Un pene erecto? dije insegura.
Todavía se veía divertido.
¿Acaso no estoy hablando en español? pregunté.
Se encogió de hombros.
Bueno espeté, ahora sé que te estás riendo de mí.
Se echó a reír a carcajadas.
Le di un manotazo en el brazo.
¡Imbécil!
Esquivó mi otro golpe y se rió.
¡Eres súper sexy cuando estás enojada! ¡Definitivamente tengo
que sacar una foto de ese rostro en este preciso instante!
Chicos. Me crucé de brazos. Entonces, ¿qué es Woody, señor
inteligente?

12Woody, el nombre de su camioneta, hace referencia al material de la que está


hecha. Pero también significa erección.
Esta particular Woody es la furgoneta Plymouth 1949 de mi
abuelo. La compró cuando mi padre era un niño y la arreglaron ambos
de nuevo en 1970.
Oh, es muy bonita. ¿Cómo es que nunca he visto a tu abuelo
conduciéndola?
Es un clásico. Solo la sacó ahora y entonces. Antes de terminar
de arreglarla, mi abuelo habría cargado las tablas de surf y llevado a mi
padre surfear cuando era niño.
Eso suena divertido.
Nunca había hecho algo tan divertido con mis padres cuando era
niña. Una vez más, sentí este pinchazo de celos que sentía cada vez
que Christos me contaba otra historia casual de la vida de su familia. No
creo que pensase algo de esto. Para él, era normal. Para mí era exótico,
romántico y casi increíble. ¿De verdad la gente disfruta tanto en sus
vidas? Mis padres no lo hacían. Para ellos, todo había sido trabajo, tener
precauciones, planear el futuro. ¿Qué hay sobre vivir el momento? No
creo que supiesen que era eso.
Así que empezó Christos, la primera parte de tu presente.
Cajas.
¿Cajas?
Caminé hasta una pila de cajas nuevas apoyadas contra la pared
del garaje.
Cajas de mudanza. Y suministros de empacar. Para ti.
¿Para mí? Miré las cajas. Había un montón de diferentes
tamaños, incluyendo una de guardarropas para colgar prendas.
Si vas a conseguir mudarte conmigo, vamos a tener que
empacar todo, ¿no? Me sonrió.
Mi corazón se derritió al instante. Había estado dándole vueltas
como loca los últimos dos días, ya que de alguna forma Christos había
logrado mantener su mirada en la recompensa, por así decirlo.
Pregunté tentativamente:
¿Estás seguro?
Por supuesto que estoy seguro se mofó.
Pero, la otra noche te volviste loco y te fuiste corriendo de mi
apartamento después de contarme sobre tu juicio. Pensaba que habías
cambiado de opinión.
Quería esconder mi rostro. Estaba a punto de llorar. Quería que mis
lágrimas permanezcan, por miedo de arruinar mi sueño el cual estaba
volviéndose real delante de mis ojos.
—Te debo una disculpa por esto, agápi mou. Me volví loco
totalmente. —Envolvió sus brazos alrededor de mí y me acerco.
Mire arriba a sus brillantes ojos azules. Penetraban mi corazón tan
fácilmente. Sentía calor chispeando dentro de mí mientras mis ojos se
empapaban en el amor que brillaba en los suyos.
No pasa nada, Christos. Lo entiendo.
—No te mereces que salga así, especialmente después que tus
padres estallen de furia con tus planes de mudarte conmigo. Debía
haber estado ahí para ti. Creo que me sorprendió mucho lo que tus
padres dijeron, combinado con el estrés de mi juicio, que era como si no
pudiese hacer nada para detener el aplastamiento. Después de
tranquilizarme, tuve que recordarme que no puedo controlar lo que tus
padres dicen o hacen y no puedo controlar el resultado de mi juicio.
Pero esto no quiere decir que el resto de mi vida tenga que detenerse.
Hemos hablado sobre mudarnos juntos y hablé en serio. Mierda, ya
tienes un bonito estudio aquí. Podrías también sellar el trato. Esta casa es
tu casa. Quiero que vivas conmigo, sin importar lo que pase.
Creo que estaba flotando fuera de mi cuerpo. En cualquier
segundo esperaba ver una luz al final del túnel y escuchar un coro de
ángeles dándome la bienvenida al cielo. Ah, espera, la luz era solo el
amor irradiando de los ojos de Christos.
Sí acepté con voz ronca. Tuve que aclararme la garganta,
estaba tan ahogada. ¡Sí! —Reí—. ¡Definitivamente quiero mudarme
contigo!
—Maravilloso. —Sonrió, sus ojos oscureciéndose por tangible
deseo—. Ya tengo a Jack y un montón de amigos preparados para
mañana. Uno tiene una gran camioneta. Si ibas a querer, pensaba que
los chicos y yo podríamos ir a tu apartamento mientras estás en clase y
empacar todo por ti. Podríamos poner tus muebles en el garaje.
Tendríamos todas tus cosas mudadas antes de que vuelvas del campus.
¿Qué piensas?
—¡Qué bien! Suena maravilloso. ¿Estás seguro? Quiero decir,
mudarse no es básicamente el número uno de las actividades sociales
de la gente.
—Está bien. Todo lo bien que te parezca que lo hagamos. Necesito
tener tu llave del apartamento. Y probablemente deberías decirles a tus
vecinos y agente inmobiliario para que no piensen que estamos
robando.
Me reí.
Lo hare. Oh, una cosa.
¿Qué?
No dejes a ningún amigo tuyo oler mis bragas —me burlé.
Soltó una risa.
—No tendrán ninguna oportunidad. Estaré demasiado ocupado
husmeando en todo aquello yo mismo. —Inhaló fuerte—. Oh, sí, este es
el propósito.
Le pegué en el brazo otra vez.
—No puedo decidirme si esto es repulsivo o excitante.
—Me encanta como huele tu coñito, así que me quedo con
excitar.
Hice una mueca.
—Asqueroso.
Negó y sonrió.
—Un día vamos a tener que romperte de tus maneras puritanas,
agápi mou. Me encanta como huele tu coñito. Me gusta como sabe.
Generalmente pienso en meter mi rostro entre tus piernas cada cinco
minutos.
—¡Eres tan bruto!
Sonrió, su sonrisa con hoyuelos.
—¿Qué puedo decir? Me excitas más que cualquier mujer haya
excitado alguna vez un hombre en la historia de la masculinidad. Tu
coñito, eso es. Néctar de los dioses y ya está.
Tuve que admitir, el caliente latido entre mis piernas era totalmente
involuntario. No tenía ninguna responsabilidad por estar excitada por el
comportamiento vulgar de Christos. Era una chica decente, sin un solo
hueso de puta en mi cuerpo. Christos, por otro lado, tenía el alma de un
macho putero y por alguna razón, deseaba sus putos huesos en mi
cuerpo. Ehh, quiero decir, quiero su puto hueso en ciertas partes de mí
por las cuales no era responsable, el húmedo y empapado centro en
particular.
Arqueó una engreída ceja, hincapié en la engreída parte.
—¿Preparada para ir arriba?
—¿Por qué tenemos que ir arriba? —El capó de Woody parecía tan
buen sitio como cualquiera.
—Para ver tus otros regalos —murmuró.
—Los regalos son buenos —dije suavemente, levantando la mirada
a sus ojos.
Christos se agachó y me alzó en sus brazos.
Vale, lo admito, me había llevado a sitios mil veces hasta ahora, y
me gustaba cada vez más. Fuimos arriba y me llevó a su dormitorio. Esta
vez, realmente sentí como si hubiésemos cruzado un importante umbral.
Habíamos pasado a algo permanente. Vaya, estaba excitada desde la
cabeza hasta los dedos de los pies.
Encendió las luces.
La cama ahora estaba cubierta con un nuevo edredón y
montones de almohadas estaban apiladas contra la cabecera.
—Pensé que la cama podría ser un poco más lujosa, ya que vas a
pasar tanto tiempo en ella —explicó.
—¡Me encanta!
Aún acunada en sus brazos, me paseó por la habitación.
—También compré una cómoda para tu ropa. —Una nueva
cómoda de madera estaba en la esquina—. E hice sitio en el armario
para tus cosas. —Abrió una de las puertas de espejo. Un montón de
sitio—. Y puedes poner el calzado y otras cosas en la estantería y el
suelo. Si te transformas en una fulana de los zapatos, podemos alquilar
un almacén —sonrió.
—Por suerte para ti, estoy en banca rota. —Sonreí.
—Esto no te detendrá de ir a Goodwill o tiendas de segunda mano.
Los zapatos son zapatos. Sé cómo las chicas se ponen cuando se trata
de calzado.
—¿Me estas animando? —me mofé—. No soy una cazadora de
ofertas.
Puso los ojos en blanco.
—Déjame al menos un mes antes de volverte loca. Me gustaría al
menos disfrutar la ilusión de una familiar casa libre de zapatos este
tiempo.
Christos estaba aún sosteniéndome en sus brazos. Apreté mi mejilla
contra los grandes músculos de su pecho. Inhalé su esencia masculina.
Vaya, estaba viviendo en un mundo de fantasía. ¡Que alguien me
despierte! ¡Sin embargo, durante unos segundos, no!
—¿Cuándo hiciste todo esto? —pregunté.
—Hoy. Mi juicio preliminar va muy rápido. Aún hay una o dos cosas
más.
—Oh ¿Cuántos regalos más voy a recibir?
—Tantos como desees. Me dio un guiño mientras abría la puerta
del baño y caminaba dentro.
—Oh, dios mío —murmuré. No podía creer lo que veían mis ojos.
Pequeñas velas estaban alineadas. El suelo estaba cubierto con
pétalos de rosa y el borde del jacuzzi, que estaba lleno de espuma. Dos
grandes ramos de rosas estaban colocadas en la esquina encima del
lavabo. En medio de todo había una caja grande de chocolate en
forma de corazón.
—Feliz San Valentín, agápi mou —dijo suavemente.
Vale, ahora estaba oficialmente llorando. Lágrimas corrían abajo
por mi rostro.
—Oh, Christos. Agápi mou. No puedo creer que hayas hecho todo
esto.
—Yo sí. Sonrió.
—Pero es demasiado —protesté mirando sus ojos.
—No es suficiente. Sonrió.
—Pero no te he regalado nada, agápi mou —indiqué.
—Sí lo has hecho, agápi mou. Me regalaste a ti. —Me miró
profundamente a los ojos—. Samantha, contigo en mi casa y en mi
corazón tengo todo lo que alguna vez he necesitado en este mundo.
Eres todo para mí. Todo lo que necesito, todo lo que quiero, todo lo que
la vida tenía para ofrecerme.
Alcé la cabeza para besarlo. Me rodeó con sus brazos y me
levantó más cerca, hasta que nuestros labios se encontraron. El cálido
abrazo de nuestros labios envió temblores de deseo cayendo en
cascada por mi garganta. Su lengua se enterró en mi boca y se mezcló
con la mía. Agarré en un puñado su camiseta mientras su cálida
respiración me acariciaba.
Nos besamos un rato, después se apartó gentilmente.
—Tu baño espera. No queremos que se enfríe.
Me dejó en el borde de la bañera y me quitó las bailarinas
masajeando mis pies.
Hmm, esto se siente fantástico —dije.
Sonrió y masajeo durante un tiempo. Cuando terminó, deslizó sus
manos hasta mi pantalón vaquero y trabajó sus pulgares entre mis
muslos hasta que se burlaban entre mis piernas. Me reí mientras me
hacía cosquillas con sus manos a mis lados y me sacó el suéter y la
camiseta por encima de mi cabeza. Los arrojó al suelo, tomó mis manos,
y me levantó.
¿Qué? pregunté.
Pantalón.
Sonrió mientras desabrochó mi pantalón vaquero, deslizó la
cremallera y, poco a poco, me bajó el pantalón y bragas hasta mis
tobillos. Estaba arrodillado junto a mí, su rostro a centímetros de mi
centro. Inclinó la cabeza hacia mí y ladeó sus hoyuelos mientras inhaló
lentamente.
Malditamente increíble comentó, cerrando los ojos para
saborear mi olor.
Se inclinó hacia mí y exhaló en mis pliegues húmedos. Su aliento
caliente me hizo cosquillas. Quería bailar de nerviosismo, pero mis pies
estaban atrapados por mi pantalón. Puso una rodilla entre mis piernas,
bajando mi pantalón y atando mis pies. No iba a ninguna parte.
Christos murmuré. No me puedo mover.
No.
Se rió entre dientes. Ahuecó mi trasero con sus manos y acercó mis
caderas, hundiendo el rostro entre mis piernas. Su lengua lamió entre mis
labios, caliente y hambriento. Lamió mi humedad como un hombre
sediento tropezando con un oasis.
El placer era intenso y eléctrico, saliendo en espasmos desde mi
centro hasta mi pecho, brillando hasta mi garganta. Me sentía débil y
apoyé un brazo en su hombro musculoso, estabilizándome mientras
lamía hasta hacer desaparecer mi equilibrio. Las contracciones se
apoderaron de mi interior a medida que un orgasmo se construyó
dentro de mí, dando vueltas por mi cuerpo en oleadas de calor líquido.
Gemí ronca y me desplomé sobre los hombros de Christos mientras el
placer robó mi gravedad y me levantó en el aire.
Oh, oh, oh...
Condujo su lengua dentro de mí, mientras me vine en su rostro. Él
no paraba y mi placer remontó, intensificando cuando otro orgasmo
tomó vuelo en las alas del primero.
No se detuvo. No quiso ceder. Gruñó y gimió mientras sus dedos
apretaron mi culo con su agarre fascinante. Estaba hambriento y me
rasgó para abrirme con su lengua. Lloré placer entre mis piernas,
lloviendo por todo su rostro.
Estaba ida.

Mis piernas temblaban cuando por fin terminó. Mi torso estaba


echado sobre sus hombros para sujetarme con los brazos. Mi cabello
colgaba en mi rostro mientras lo miraba.
Inclinó la cabeza hacia mí, con un brillo travieso en los ojos. Se veía
carnívoro mientras sus labios lisos se esparcieron entre sus dientes.
Te dije que estaba muriéndome por una mordida.
Me reí.
Suenas como un vampiro.
Se rió y se quitó la camisa, dejando al descubierto los intrincados
tatuajes en brazos y hombros, así como la escritura Fearless sobre el
pecho, luego se deslizó por mi cuerpo, presionando sus pectorales
contra mis pechos hinchados y mis pezones erectos, disparando
hormigueos eléctricos que me quitaron el aliento. Desabrochó mi
sujetador y lo quitó, con el rostro todavía reluciente mientras me besó
profundamente y acarició mi cuello.
Mmm, tan bueno comentó. ¿Lista para tu baño?
¿Qué hay de ti? pregunté.
¿Qué hay de mí?
¿No estás, ya sabes, como totalmente excitado?
Puedo esperar dijo engreídamente.
¡Alerta de abdominales! Miré hacia abajo, a sus siempre increíbles
abdominales. Lavaría la ropa veinticuatro horas al día, siete días a la
semana si sus abdominales fueran mi tabla de lavar. Pasé mis dedos por
ellos, acariciando los ocho que señalan con flechas a la cintura de sus
pantalones.
No sé si yo puedo.
Agarré su cinturón y tiré sus caderas contra mí.
Nunca rechazaría a una dama. Sonrió.
Desabroché su cinturón y su pantalón. Quería recrear el mismo
movimiento que había usado en mí. Sujeté su ropa interior y pantalón
vaquero y empecé a tirar.
Maldita sea, tu vaquero es muy ajustado. Necesitaba algún
tipo de palanca, así que salí de mi vaquero y bragas y los eché a un
lado antes de fijar mis piernas y tirando sin éxito de su pantalón. ¿Un
poco de ayuda?
Culpa a la moda rebatió casualmente. El vaquero ajustado
está de moda.
Meneó sus caderas mientras se deslizaba los pantalones hacia
abajo. Su polla saltó fuera de sus calzoncillo y se meció en mi rostro.
Cuidado con mi misil con mira térmica bromeó. Tiene
localizador de objetivo.
Me reí.
Eres un completo idiota, ¿lo sabes?
Solo para ti, agápi mou.
Me las arreglé para empujar su pantalón y calzoncillos hasta los
tobillos. Cuando me levanté en mis rodillas, su polla palpitante estaba
apuntando directamente a mi boca.
Uhhh... titubeé. ¿Qué hago?
Tú te metiste en este lío comentó.
Arqueé una ceja y lo miré a los ojos.
¿Creo que es hora de mi baño?
Lo que prefieras. Mi pene no va a ninguna parte. Puedo follarte
más tarde. Todo depende de ti.
Aun mirándolo, negué.
Tienes una mente sucia, jovencito.
La más sucia.
Bajé los ojos de nuevo a su virilidad. Vaya si era muy grande. Venas
gruesas enrolladas alrededor del eje. La cabeza estaba oscura y
morada de sangre. Literalmente latía, pum, pum, pum, probablemente
al ritmo con su latido del corazón, volviéndose un poco más grande con
cada golpe. Líquido pre seminal goteó desde la punta. Lamí mis labios.
No pude evitarlo. Se veía tan lamible.
Me incliné hacia ella y sentí calor vertiendo fuera antes de que mis
labios siquiera la tocaran.
¿Sabes en lo que te estás metiendo? preguntó, pensativo.
¿En realidad, no?
Mi boca nunca había estado tan cerca de una polla en toda mi
vida. Siempre había mantenido una distancia de seguridad en todo
momento. Tal vez ha llegado el momento de lanzar la precaución al
aire.
Podemos saltar en la bañera si quieres y disfrutar de la espuma
susurró. Todo depende de ti.
Le sonreí y sacudí mis pestañas.
Sonrió.
Me incliné hacia delante y, con cautela, besé la parte superior de
la punta una vez.
¿Qué tal eso?
Vaya. Increíble. Nunca he sentido nada igual bromeó. La.
Mejor. Mamada. De. Mi. Vida. Guiñó un ojo.
Le fruncí el ceño.
Discúlpame. No he tenido un montón de experiencia en tragar
trompas de elefante, engreído.
Ladeó un hoyuelo hacia mí.
Tengo un engreído esperando por ti, cuando estés lista.
Puse los ojos en blanco.
Eso fue épicamente tonto, Christos.
¿Y? Sonrió. Haz tu movimiento o saltaré a la bañera.
Bien. Tú lo pediste gruñí.
Me incliné y lamí el líquido preseminal justo al lado de la punta y lo
tragué. Un toque salado como el océano. No era lo que esperaba. Pero
no había terminado. Deslicé mis labios alrededor de la cabeza de su
polla y lamí la parte inferior.
Jo... o... o... der gimió.
Miré hacia arriba y lo vi echar la cabeza hacia atrás. No había
manera de que pudiera meter todo en mi boca así que sujeté su eje
con las dos manos y continué chupando y lamiendo con mi boca.
Silbó en éxtasis.
Oh, maldita sea, eso es increíble...
No estaba del todo segura de lo que estaba haciendo. Había visto
pornografía y tenía algunas ideas básicas sobre cómo funcionaba esto.
Lo que no esperaba era lo mucho que me estaba excitando. Sentí los
músculos de mi centro temblando de necesidad, como si hubiera una
conexión directa entre estos labios y aquellos. Deslicé mi cabeza hacia
adelante tanto como podía, hasta que tocó el fondo de mi garganta.
¡Alerta roja! Me aparté bruscamente.
Había oído hablar de los reflejos de arcadas y esas mujeres
legendarias que no tenían ninguno. Yo lo tenía.
Podría trabajar alrededor de ello.
Seguí lamiendo y acaricié con la boca y las manos. Moví mi mano
izquierda hacia abajo, ahuequé sus bolas y las masajeaba con mis
dedos. De repente, me acordé de ver a la gente que trabaja esas bolas
de meditación de plata en sus manos, las que sonaban cuando las
movías en tus dedos.
Meditación, mi culo.
Esas bolas de plata eran para la práctica de sexo oral.

Christos
Lo más gracioso de las mamadas era que un buen número de
chicas apestaba en ellas. De mala manera. Quiero decir, eran terribles.
Como meter mi polla en una picadora de carne. No tenía duda de que
un número igual de hombres eran terribles en hacerles sexo oral a las
mujeres, pero eso era otro tema.
La peor cosa en el mundo fue cuando una chica iba hacia abajo
en ti, moliendo la piel de tu polla como una lijadora de banda, teniendo
el mejor momento de su vida, pensando que es increíble. Lo último que
querías hacer era estallar su burbuja y decirle que apestaba en chupar.
Nunca había hecho eso. Siempre me había armado de coraje y soporté
el dolor. La mayor parte del tiempo, podría forzar a salir una carga de
semen tan rápido como fuese posible y acabar de una vez. Pero en una
o dos ocasiones raras, la chica era tan mala, que no había manera de
que me corriese antes de que mi polla se moliera hasta convertirse en
un nudo. Ni siquiera recuerdo cómo salí de aquella. Creo que solo había
gritado: ¡Oh mierda, quién es eso fuera de tu ventana! Y corrí por su
puerta cuando estaba mirando para otro lado. No es uno de mis
mejores momentos.
Por suerte para mí, Samantha fue fácilmente la mejor que he
tenido. De clase mundial. Medalla de oro. Apenas había comenzado y
ya no podía distinguir arriba de abajo o izquierda de la derecha.
Santa mierda exclamé. Tengo que sentarme.
¿Hice algo mal? preguntó Samantha, quitando su la boca de
mi polla.
Maldita sea no. Pero me voy a desmayar al ritmo que vas.
¿Es eso malo? cuestionó inocentemente.
Negué y reí.
No. Mis rodillas parecían gelatina mientras me agachaba hasta
que estaba sentado en el borde de la bañera.
Samantha mantuvo una mano alrededor de mi pene todo el
tiempo, como si no quisiera dejarlo ir. No tenía idea de lo jodidamente
sexy que era. Y el hecho de que no lo supiera, la hacía diez veces más
sexy. No porque fuera inocente, sino porque no estaba actuando.
Algunas mujeres pensaban que las cámaras estaban rodando mientras
estaban en el dormitorio y estaban ocupadas vapuleándose y gimiendo
para la lente. Pero Samantha estaba aquí conmigo, totalmente
centrada en mí. Era una experiencia rara y única para mí, tanto como
sabía que era para ella.
Estaba arrodillada en la alfombra delante de la bañera entre mis
rodillas.
¿Debo continuar? preguntó.
Diablos sí dije sonriendo.
Sus labios calientes se deslizaron hacia debajo de mi pene como
un guante de seda. Maldita sea, era tan natural. Fue arriba y abajo de
mi pene, llevándome a su interior más y más profundo. Cerré los ojos y
mi cabeza cayó hacia atrás, colgando contra mis hombros. Lo que
estaba haciendo con sus manos y su boca era magia. Lo juro, todo mi
paquete estaba radiante de placer, igual que toda mi conciencia se
derrumbaba a mi pene en una bola de éxtasis caliente esforzándose
por ser lanzado.
No sé cuánto tiempo pasó. Perdí la noción del tiempo. En un
momento, miré hacia abajo y vi que estaba poniendo todo su cuerpo
en ello. La cabeza de mi pene estaba en llamas. Cada lamida hacía
que mi cuerpo se quedara tonto. Se sentía tan jodidamente bien. Creo
que mis bolas terminaron tan apretadas que no quedó nada para
tomar, así que las liberé y puse las dos manos a trabajar en mi eje.
Joder, Samantha susurré con voz ronca. Voy a venirme. Oh,
mierda, oh mierda...
Intensificó todo y creo que mi pene se convirtió en un agujero
negro por el que estaba chupando todo el universo del centro de mi
cuerpo. Justo cuando pensaba que iba a estallar, olas de calor
inundaron todo mi cuerpo y todo se soltó. Toda mi tensión desapareció.
Todo el estrés que había anudado mi cuerpo durante las pasadas tres
semanas pensando en mi juicio, finalmente se soltó. Fue la sensación
más relajante que jamás había sentido.
Estaba en paz.
Y todavía no me había venido. Había leído acerca de los chicos
teniendo orgasmos múltiples. Pensé que era una especie de mito. Pero
aún no había disparado mi carga y ya estaba cabalgando sobre una
ola de intenso placer relajante. Fue increíble.
Y Samantha se mantenía y seguía. Los orgasmos siempre habían
sido una explosión para mí. Un tiro, golpeando, tirando cosas. Esto era
solo total liberación pacífica.
Se sentía tan condenadamente bien. El resplandor se extendió por
todo mi cuerpo. Me dejé caer contra la pared junto a la esquina de la
bañera y me deslicé sobre el codo, pero Samantha se mantenía.
Podría quedarme así para siempre, disfrutando de la libertad de
volar con lo que el amor de mi vida estaba dándome.
No sé cuánto tiempo pasó. No quería que se detuviera nunca.
Entonces algo comenzó a crecer. Algo sinuoso más apretado de lo que
nunca había sentido antes. Iba a estallar. Alguien había metido una
bomba nuclear por mi trasero y me iba a partir por la mitad. Le di la
bienvenida.
Mi conciencia se encogió con el comienzo del universo entre mis
piernas, masa infinita aplastada en un espacio microscópico. Y
entonces todo terminó.
BOOM.
Cada átomo de mi cuerpo se desintegró en protones y neutrones,
y se disparó a través del universo a la velocidad de la luz, envolviendo
toda la existencia.
Soltándose.
Paz. Estaba en paz. Por primera vez en mi vida, estaba en paz.
Agápi mou... siempre fuiste tú.
Samantha
El pene de Christos se puso más grueso, mientras se forzaba en mi
boca. Se había desplomado por un tiempo, pero estaba decidida a
acabar con él. Estaba hambrienta por su pene, sedienta de su dulce
liberación. Quería tomarlo en mi boca, tragarme su energía en mi
vientre.
Se quejaba continuamente, casi ausente, sus párpados
revoloteando, casi catatónicos de placer. Era un poco raro, pero al
mismo tiempo era de lo más excitante. Era verdadera masilla en mis
manos, con el cuerpo en un charco de músculo y gemidos.
Entonces su pene, repentinamente, se tensó cada vez más, con las
venas abultadas, sobresaliendo y la hinchazón fuera de toda
proporción. Esto era todo. De repente se tambaleó hacia delante, con
las rodillas presionando mis costados mientras todo su cuerpo se
contraía.
¡¡¡Diaaaaaaaaaaaablos!!! gritó.
Semen caliente se disparó en mi boca, golpeando la parte
posterior de mi garganta. Me sorprendió por dos cosas a la vez. Era muy
salado y había un montón. Mucho más de lo que esperaba.
Dejé de mover mi cabeza, pero seguí bombeando su eje. Estaba
decidida a ordeñar hasta la última gota con mi lengua. Siguió
viniéndose y viniéndose y traté de mantener todo en mi boca. No tuve
más remedio que tragar.
Esperaba ahogarme, pero no lo hice. Estaba tan excitada por todo
esto, que acabé por ir con la corriente. Sin juego de palabras. Se vino
directo en mí. Seguí acariciando lentamente su pene con mi lengua.
Con mis labios aún envueltos a su alrededor, miré a Christos. Tenía los
ojos cerrados, su rostro flácido e inconsciente. Se había ido totalmente.
¿Estaba dormido? Después de un rato, me detuve, me aparté y le
sonreí.
No creo haberme sentido casi tan cachonda en toda mi vida, ni
siquiera cuando besé mi propia humedad de su boca en varias
ocasiones. Lo que realmente me sorprendió era que me gustaba
sentirme así.
¡Le di en la cabeza!
No, ¡lo dije! ¡Mi primera mamada! ¡Sí, yo! No podía creer lo mucho
que lo había disfrutado. Estoy bastante segura de que había
funcionado para Christos también, a juzgar por la expresión de su rostro.
Uno de sus párpados se abrió un poco. Su pupila parpadeó en mi
dirección.
¿Hay alguien en casa? bromeé.
Una lenta sonrisa se extendió por su boca. Levantó una ceja.
¿Estoy muerto?
No, tonto.
Puse mis manos en sus piernas y me incliné hacia él para darle un
beso. Deslicé mi lengua en su boca y le dio la bienvenida. Medio
esperaba que hiciera una mueca de dolor por alguna razón, como que
tal vez no le gustaría probar su propio semen. Pero me succionó con
voracidad.
Mmmmm se quejó.
¿Fue bueno? pregunté.
Mmmmm-hmmm. No creo que pueda moverme.
¿Listo para ese baño?
Es posible que desees dejar salir un poco de agua caliente. Me
siento como si hubiese pasado una semana y la bañera probablemente
esté fría bromeó. ¿Qué año es? Ni siquiera lo sé.
Revisé la bañera y estaba fría, así que dejé correr el agua caliente
y añadí más espuma. Cuando estuvo lista, me subí.
¿Te unes?
La única respuesta de Christos fue bajarse de la bañera de
hidromasaje como una anguila coja desde donde estaba sentado en el
borde, con las piernas siguiéndolo como una ocurrencia tardía.
¡Oh, dios mío! ¡Christos!
Estaba totalmente sumergido. No quería que se ahogara. Quité
algo de la espuma y lo vi sonriéndome desde debajo del agua.
Finalmente, con la cabeza elevada por encima de la superficie,
con el cabello pegado a su frente.
Realmente no sé en qué planeta estoy en este momento
comentó mientras se deslizaba alrededor de la bañera hasta que
estuvimos hombro con hombro y apoyó su cuerpo contra el mío. Eso
fue realmente increíble, agápi mou. Nunca había sentido nada igual.
¿En serio?
A pesar de la conducta saciada de Christos, todavía estaba un
poco insegura sobre mi rendimiento, ya que nunca lo había hecho
antes. No había ninguna vergüenza en recibir unos cuantos cumplidos,
¿no? Además, era casi tan divertido hablar sobre sexo como lo era
hacerlo, especialmente cuando estabas disfrutando de la sensación de
bienestar posterior de haber terminado.
De verdad. Christos sonrió con aire de suficiencia. Creo que
derretiste mi pene murmuró adormilado. Ni siquiera puedo sentirlo
ahora. Creo que mis bolas están completamente vacías. Como si le
hubiera disparado a mis testículos desde mi pene. ¿Las sentiste irse por
tu garganta en algún momento? ¿Puedes comprobar si están todavía
allí, o si mi escroto se ha desinflado por completo?
Llegué bajo el agua, entre sus piernas y tomé sus bolas.
Todavía no. Sonreí. Les di un suave apretón. Parece como si
todavía estuvieran llenas. ¿Tal vez necesitas escurrirlas un poco más?
En un momento.
¿Qué? di un grito ahogado. Pensé que eras el hombre del
minuto a la hora de la recuperación.
No después de lo que acabas de hacer. Puede ser que necesite
una hora.
¡De ninguna manera!
Sí hay manera. Ahora que lo pienso, creo que me bajó el azúcar
en sangre con toda esa acción. Es posible que necesite un poco de
chocolate después de eso.
¿Estás loco? grité. ¡Después de lo que me tragué, creo que
tengo que ponerme a dieta!
Se rió.
Estoy seguro de que no te tragaste más de dos mil calorías.
¿Todas esas? jadeé en serio.
Eso dicen. Pero tiene que ser un mito. Una carga no es más que
un par de cucharaditas. Quiero decir, medio litro son mil calorías.
¿Cómo diablos exprimirías dos mil en dos o tres cucharaditas? No tiene
ningún sentido. En otras palabras, no necesitas ponerte a dieta.
¿Estás seguro?
Hombre, eres tan chica. Supongo que no tendrás espacio para el
chocolate que te compré, con lo de tragarte mi carga y todo
comentó con desdén.
¡Ahí es donde te equivocas! ¡Las mujeres siempre tienen espacio
para chocolate! Salté fuera de la bañera y agarré la caja en forma
de corazón de la encimera, entonces me deslicé de nuevo en el agua.
Miré la caja. ¿Qué hay de See‘s Candies? Nunca antes lo había
escuchado.
Eso es correcto dijo Christos, su boca justo por encima de la
superficie del agua, una expresión soñolienta todavía oscurecía sus
ojos. No tienen See‘s de la costa este. See‘s es Mary See, la viejita que
los inventó. Prepárate para las mejores trufas de chocolate que hayas
tenido.
He probado Godiva. Algunos señora llamada Mary no puede ser
tan buena como la exóticamente atractiva Godiva me burlé.
Prueba uno sugirió, poco interesado en mi argumento.
Abrí la caja y miré los diferentes bocados de leche, oscuros y
chocolate blanco.
¿Cuál debo elegir?
No importa, todos son impresionantes respondió.
Tomé uno solo y tomé un bocado. Rico chocolate y relleno de
crema de mantequilla se derritió en mis papilas gustativas en un apuro
de chocolate con deliciosa exquisitez.
Oh Dios mío. Eso es irreal. Tragué. Creo que acabo de tener
mi primer orgasmo de comida.
Te lo dije. Christos se rió entre dientes. Feliz Día de San
Valentín, agápi mou.  Se inclinó y me besó apasionadamente.
Nos turnamos besándonos y comiendo chocolates See‘s. No podía
decidir cuál estaba más rico.
No importaba porque los estaba compartiendo con mi hombre.
Estaba en el cielo.
Samantha
A la mañana siguiente estaba en el infierno.
Había tenido pesadillas toda la noche sobre Christos estando en la
cárcel. Dormí como una mierda y me desperté agotada.
Al menos Christos estaba a mi lado en la cama. Por ahora.
Su juicio era mañana.
Me quedé mirando el techo, con mi cabeza dando vueltas como
un huracán.
Su juicio parecía como una eternidad desde ahora y solo quería
que terminase. También se sentía como si estuviese en segundo lugar a
partir de ahora, y mi tiempo con Christos era tan fugaz que tenía que
aferrarme a él como si me fuera la vida en ello.
—¿Estás despierta? —preguntó con cautela.
Las lágrimas goteaban por mis mejillas.
—Sí —dije con suavidad.
Rodó sobre su estómago, hasta que su rostro quedó a centímetros
del mío. Besándome en mi mejilla suavemente.
Froté las lágrimas de mis mejillas y contuve los sollozos que trataron
de irrumpir a toda costa. Quería ser fuerte para mi hombre.
—Déjalo salir, agápi mou —dijo bajito. Pasando un brazo alrededor
de mí, tiro de mi cuerpo desnudo hacia el suyo
—¡Oh, Christos! —gemí, finalmente dejándome ir. Mi cuerpo se
estremeció de dolor y miedo. Borré los terribles escenarios futuros que
bailaban en mi cabeza y me esforcé al máximo por concentrarme en el
amoroso abrazo Christos.
Lloré durante mucho tiempo mientras me besaba suavemente,
rociándome de amor alrededor de mí, mis labios, mis ojos, mis mejillas, la
punta de mi nariz, mis oídos, mi cabello. Me hundí en su reconfortante
amor.
—Te amo Christos. No puedo dejarte ir —le dije con
desesperación—. Te necesito. Aquí. No quiero que vayas al tribunal
mañana.
Sabía que era ridículo, pero se lo dije de todos modos.
—Yo también te necesito, agápi mou, por y para siempre. Te
necesito en mi vida para guiar a mi corazón, para mantenerlo abierto,
para mantenerme conectado a la tierra, para recordarme por qué vale
la pena vivir, por quien tengo que seguir luchando, por eso nunca voy a
renunciar a ti o a nosotros. Tú eres mi vida, agápi mou. No tengo nada
sin ti.
Mi corazón se abrió al suyo en ese momento más ampliamente de
lo que nunca lo había hecho antes. Christos era mi único y verdadero
amor. Lo sabía con tanta certeza como sentía su corazón abrirse de par
en par al mío en ese momento. Literalmente, sentí la energía que fluía
entre ambos, la joya de rubí de mi propio corazón absorber y proyectar
su amor en un círculo completo.
Juntos al fin.
Apreciaba a este hombre como ninguna otra cosa en mi corta
vida. Él era mi regalo.
Haría cualquier cosa para mantenerlo a salvo.
Cualquier cosa.
Sin pensarlo, alcancé entre nosotros y sentir su calor en mi mano. La
deslicé dentro de mi humedad en espera e hicimos el amor
tiernamente.
Era lento, suave, conectados, era precioso. Las alas de mi corazón
ondeaban en el baño de su amor. Nuestros cuerpos giraron
vertiginosamente hacia arriba y fuera de la habitación como uno solo,
el cálido aliento nuestro amor nos elevaba sin esfuerzo en el cielo, sobre
las láminas ondulantes de éxtasis.
Finalmente, llegamos juntos al orgasmo.
—Te amo, agápi mou —murmuramos simultáneamente.
Después, cuando nos tumbamos en la cama, volvimos a la Tierra y
nos relajamos en nuestros propios cuerpos una vez más.
Para mi sorpresa, estaba sobre él. Incluso ni me había dado cuenta
que había terminado aquí. Había ocurrido inconscientemente, sin
inseguridad o ansiedad.
Realmente había estado fuera de mi cuerpo, conectada con
Christos en algún extraño plano espiritual, que existía fuera de esta
habitación.
Pero ese momento había pasado.
Ahora estaba íntimamente consciente de mi cuerpo físico, una vez
más. La hombría Christos, la parte más sensible de él, estaba todavía
muy dentro de mí, temblando dentro, latiendo débilmente y de forma
intermitente. Me gusto saber que sus fluidos se mezclaban con los míos
mientras vaciaba lo últimos de sí mismo en mí. Quería mantener su tierna
virilidad dentro de mí, así para siempre, así podría protegerlo de todas
las cosas terribles en el mundo. Quería mantener el flujo abierto entre
nuestros corazones en ese momento, esta conexión que era una prueba
de que su corazón estaba atado al mío.
Para siempre.

En algún momento, la cruda realidad se abrió camino en mi


conciencia. Podía sentir el semen de Christos goteando entre nosotros
sobre su estómago. Lo pegajoso no me molestaba. Simplemente me
recordaba que necesitaba limpiarme, tenía que sepárame de Christos,
rompiendo nuestra conexión física para poder afrontar nuestro día.
¿Por qué el sexo siempre llevaba a un final? Sentí tristeza
agitándose en mi vientre. Sabía que los franceses llamaban a los
orgasmos pequeñas muertes. Siempre me había parecido mórbido,
pero en este momento, me di cuenta que tenían razón. Sentí algo morir.
Tenía la esperanza que no fuese profético.
¡Gemí! No era así como quería comenzar lo que podría ser mi
último día con Christos en mucho tiempo.
Abracé a Christos lo más fuerte que pude, escondiendo mi rostro
en su pecho musculoso. No quería dejarlo ir.
Nunca.
—Debemos limpiarnos —dijo Christos.
—No —le susurré.
Envolvió sus brazos alrededor de mí y me abrazó fuertemente
durante mucho tiempo. Aprecié eso. Su virilidad estaba todavía dentro
de mí y todavía no estaba lista para dejar que se retirase de la
protección de mi cuerpo.
Solo unos minutos más.
Como consuelo, me recordé a mí misma que después de cada
final viene un nuevo comienzo. Se sentía como falsas esperanzas, pero
me esforcé para reponerme con todas mis fuerzas. La vida estaba llena
con el ritmo de cambio. Lo había visto con mis propios ojos.
Ahora, justo acaba de entrar en un nuevo capítulo.
Solo tenía que levantarme de la cama y empezar.
En cualquier momento.
Suspiré.
¿Tenía que hacerlo?
Por último, me senté encima de Christos.
Me sonrió, perforando con sus brillantes ojos azules mi corazón.
Me dio coraje.
Me dio esperanza.
Me dio fuerzas.
Sin importar lo que pasase.
—Somos un desastre, ¿no? —le pregunté.
Se rió entre dientes.
—No podría ser de ninguna otra manera. ¿Quieres que te limpie a
lametazos?
Bajé la cabeza y levanté mis caderas de las suyas. Había una
piscina allí abajo.
—Espero que estés sediento —bromeé, totalmente inconsciente.
Me sentí como una nueva yo. No creo que jamás hubiese estado tan
relajada en torno a Christos, o incluso estando sola.
Me quité de encima de él, ahuecando mi mano entre mis piernas
para recoger cualquier goteo al andar. ¿Por qué en realidad siempre
está llena de detalles molestos como este?
—Enseguida regreso —le dije mientras caminaba hacia el baño—.
Quédate donde estás.
Los pétalos de rosa todavía cubrían el baño de arriba a abajo.
Todas las velas se habían apagado, salvo una.
Una vela.
Miré alrededor de la habitación. ¿Ninguna otra vela seguía
ardiendo? ¿Dos fuertes llamas ardiente, brillante, de lado a lado?
No. No, solo había una.
La elegida.
Me estremecí y parpadeé para alejar las lágrimas. Casi me doblé
en agonía.
Christos…
—¿Estás bien ahí dentro? —gritó desde el dormitorio.
—Sí —me atraganté con voz ronca—, solo un segundo.
Después me compuse, miré alrededor y agarré una toalla de mano
fuera del estante y volví al dormitorio. Me arrastré hacia la cama y me
arrodille junto a Christos. Gentilmente lo limpie, girando la toalla
alrededor de su estómago y muslos.
—¿Listo para la ducha? —le pregunté.
—Después de ti —respondió mientras se apoyaba en sus
musculosos brazos tatuados.
Le tendí la mano y la tomó. Me lo llevé fuera de la cama hasta el
cuarto de baño, donde nos duchamos juntos.
Después de vestirnos, fuimos abajo.
—¿Qué quieres comer? —preguntó.
—Yo lo haré —le dije con confianza—. Siéntate y relájate.
—¿Das órdenes ahora?
—Sí. —Sonreí.
—Tenemos sobras de anoche —sugirió—, toneladas de cordero.
Siempre me ha encantado la proteína para desayunar.
—Cierra el pico. Ya lo tengo.
Abrí el frigorífico y examiné el contenido. Seguro que había un
montón de sobras. Odiaba dejar que la comida se desperdiciase no
estaba por encima de aceptar sugerencias. Tomé algunas verduras, el
cordero y la cebolla de la noche anterior y cociné tortillas para ambos.
También hice tostadas y serví un poco de jugo de naranja.
—¿Qué vas a hacer hoy? —le pregunté.
Christos terminó de comer una rebanada de pan tostado con
mantequilla y se limpió el rostro con una servilleta.
—Te mudas, ¿recuerdas?
—Oh sí.
—Necesito tu llave. No te olvides de llamar al encargado de tu
edificio.
—Lo haré ahora mismo. No quiero que te molesten. —Subí
corriendo las escaleras y saqué el teléfono de mi bolso. Llamé a mi
manager y le expliqué todo antes de volver abajar las escaleras—.
Christos, ¿estás seguro que no quieres que te ayude con la mudanza?
—No, yo me encargo de todo. —Sonrió—. No tendrás que mover
un dedo. Es mi regalo para ti.
—Qué dulce, agápi mou —dije—. Pero como que no tengo ganas
de ir a las clases hoy.
—¿Qué clases?
—¿Hoy? Pintura al óleo y escultura figurativa.
—Oh, no puedes faltar a esas —dijo Christos firmemente—. Quiero
decir, Marjorie definitivamente te echaría de menos en la de escultura.
—¿La perra?
Christos se rió.
—Sí. No puedes decepcionarla. ¿Cómo te ha estado tratando
últimamente?
—Como su estudiante favorita. —Sonreí.
—Habrás hecho algo para complacerla.
—Creo que la palabra complacer es demasiado agradable. —Me
reí.
Christos arqueó una ceja.
—¿Quiero saberlo?
—No, de lo contrario tendría que matarte. —Le guiñé el ojo.
Terminamos el desayuno y salimos juntos. Esperé en la entrada
mientras Christos cerraba la puerta. Me sentía como si fuéramos una
pareja casada yendo a trabajar. Era tan domésticamente romántico
que quería abrazarme a mí misma.
—¿Spiridon no está en casa? —le pregunté.
—No, tenía que encargarse de un par de cosas. Creo que volverá
más tarde.
—Muy bien. Si vuelvo antes que tú, ¿te parece bien que entre?
—Por supuesto, agápi mou. Ahora vives aquí. Puedes ir y venir a tu
gusto.
Caray, me gustaba mucho como sonaba eso.
Christos empezó a cargar en su Camaro los materiales de
embalaje, mientras me subí en mi VW13 y me iba al campus.
Terminar el día fue más difícil de lo que esperaba. Persistente en las
sombras de mi mente, como si alguien me estuviera golpeando
continuamente la parte posterior de mi cabeza con dos dedos rígidos,
estaba el hecho de que Christos iba al tribunal en menos de veinticuatro
horas.
Traté de bromear con Romeo y Kamiko en Pintura al óleo para
distraerme, pero no sirvió de nada. De alguna manera, todo me hacía
pensar en la cárcel. La pintura estuvo en el interior del tubo hasta que
extraje un poco en mi paleta. Las frutas estaban pegadas al cuenco
sobre un pilar en medio del estudio hasta que alguien decidió moverlo.
Claro, Christos no era un objeto inanimado, pero si terminaba en la
cárcel, tendría tanto control sobre su vida como la pintura o la fruta:
ninguno.
Limitado.
Después de clase, no tenía nada de apetito, por lo que dejé que
Romeo y Kamiko fueran a comer solos.
Fui a la biblioteca a estudiar un poco de sociología e historia. Mis
calificaciones en ambas clases seguían bajando.
A pesar del ambiente tranquilo de la biblioteca, sin importar cuánto
intentara concentrarme, no memoricé ni una sola palabra de lo que leí.
Guardé las cosas y me fui a Escultura figurada. Hunter Blakeley seguía
siendo el modelo, pero se había vuelto invisible para mí. No era más que
una gran losa sin cerebro con músculos bronceados y cabello rubio. En
fin. Ya ni siquiera me miraba. Gracias a Dios por el pequeño favor.

VW: abreviatura marca de autoVolkswagen


13
Cuando terminó la clase, Romeo y yo salimos juntos.
—¿Ya le diste tu foto de los estúpidos jugadores de rugby a la
policía del campus? —me preguntó Romeo mientras entrecerraba los
ojos para colocar el monóculo en su lugar.
—Oh, me olvidé por completo de esos idiotas. ¿Crees que tiene
algún sentido dársela ahora? Quiero decir, ¿y que si los investigas y lo
siguiente que sabemos es que los policías están buscando a Christos
para poder interrogarlo? ¿O algo peor?
—Bien pensado.
—Me la voy a quedar por ahora. Quién sabe, tal vez la necesite
más adelante para probar la inocencia Christos. —Algo hico clic en su
lugar en mi cabeza en el momento en que esas palabras salieron de mi
boca. Sentí que mis ojos se abrían como platos por la sorpresa—. ¡Oh
Dios mío! ¡Eso es!
—¿Qué? —Romeo estaba completamente confundido.
—¡Muchas gracias, Romeo! —Lo abracé y lo sacudí
vigorosamente—. ¡Tengo que ir a la biblioteca y buscar algo ahora
mismo!
—Parece como si acabaras de ganar la lotería. —Sonrió—. ¿Te
importaría compartir?
—¡No hay tiempo! ¡Te lo contaré más tarde! —Le di un beso a
Romeo en la mejilla y corrí hacia la Biblioteca Central, que tenía una
conexión a Internet muy rápida.
—Si ganas más de diez millones de dólares —Romeo gritó a mis
espaldas—. ¡Tienes que darme al menos cien de los grandes!
—Lo haré. —Me reí por sobre mi hombro.

Mi búsqueda en línea resultó infructuosa. Después pasar dos horas


intentándolo, me di por vencida y volví penosamente a mi auto. Tal vez
mi idea no había sido tan inteligente. Grrr.
Conduje hasta mi apartamento por costumbre, reflexionando sobre
las otras opciones en mi cabeza. No se me ocurrió nada nuevo para
cuando estacioné en la plaza signada para mí en el garaje. Subí y abrí
la puerta. Todo había desaparecido. Mi muebles, mi ropa, mis
materiales artísticos, mis platos. Todo.
—¡Qué rápido! —dije en voz alta.
Por un segundo, pensé, nerviosa, que me habían robado, pero
sabía que había sido Christos. Había un post-it pegado en la puerta que
decía simplemente: ¡Todo terminado!
La alfombra estaba impecable y no tenía ni una sola mancha,
simplemente la superposición de líneas diagonales de la aspiradora. Era
reacia a pisar en la superficie perfecta, pero quería ver la cocina y el
baño. Entré a investigar. Síp, había fregado todo hasta dejarlo
reluciente.
Cerré la puerta y conduje hasta la casa de Christos. Quiero decir,
mi casa. Sonriendo tontamente.
Vi una gran camioneta saliendo del camino de entrada mientras
yo giraba. Jake estaba conduciendo. Dos amigos de surf, rubios y
bronceados estaban sentados junto a él en la cabina.
Jake se detuvo y bajó la ventanilla.
Dejé mi VW junto a su camioneta.
—¡Oh, Dios mío, Jake! ¡Chicos me han vaciado la casa! ¡Y limpiado
también! Mi casa está impecable. No creía que los chicos fueran
capaces de hacer cosas así. —Sonreí.
En ese momento, Christos pasó caminando entre nuestros autos.
—¿Estás bromeando? ¿No has oído hablar de los doce trabajos de
Hércules? Uno de ellos era limpiar toda la mierda de los establos de
Augías en un solo día. Tenían treinta años de mierda acumulada. Tu
casa estaba peor.
Le di un manotazo a Christos desde el asiento de mi VW.
—¡Tonto!
Me esquivó fácilmente y se rió.
—¡Hércules no hubiera podido con tu apartamento!
—¡No estaba tan sucio! —grité—. ¡Díselo, Jake!
Jake sonrió; sus dientes, una raya blanca que brillaba en su rostro
bronceado. ¿Cómo se las arreglaba para mantenerse tan bronceado,
incluso en invierno? Supongo que surfear los siete días de la semana era
mejor que una membrecía en el club de bronceado.
—Entre tú y yo —Jake rió entre dientes—, Christos hizo muchas
pausas. —Miró a Christos—. Me refiero a un montón de descansos.
—Totalmente —dijeron a unísono los dos guapos chicos que
estaban sentados junto a Jake.
—Amigo —se burló Christos —, ustedes se quedaron dormidos todo
el tiempo. Si no fuera por mí, todavía estarían durmiendo la siesta en el
sofá de Samantha.
Jake puso los ojos en blanco.
—Estás drogado, hermano.
Le sonreí a Jake.
—Estoy segura que Christos no levantó un dedo, así que gracias
Jake, y a ustedes también —les dije a los guapos amigos surfistas de
Jake que estaban sentados junto a él.
Observé que en la parte posterior de la camioneta había una gran
aspiradora auto-limpiable a vapor.
—Incluso limpiaron mi alfombra.
—Sí —dijo Jake—. Un amigo mío tiene un negocio de limpieza a
vapor. Me prestó una de sus aspiradoras por hoy.
—¿Qué les debo, chicos?
—Cortesíade la casa. —Sonrió Jake.
—Gracias, Jake. Entonces, ¿cómo trabajaron tan rápido? Quiero
decir, terminaron todo y aún es temprano.
—Trabajamos arduamente —dijo Christos.
—Tiene razón —dijo Jake. Flexionó el brazo izquierdo y los músculos
aparecieron.
Había olvidado cuán musculoso era Jake. Supongo que siempre
estaba tan relajado que nunca me di cuenta de lo amable que era.
Madison probablemente le sobaba los brazos a Jake cada oportunidad
que tenía. Estaba muy feliz por ella.
—Deberías haber estado allí viéndonos trabajar —dijo Christos—. Te
habría encantado vernos a los cuatro frotar y frotar.
—Madison y yo podríamos haber vendido entradas —bromeé—.
¿Quiénes son tus amigos, Jake?
—Lucas y Logan Summer —dijo, señalando a los dos chicos guapos
a su lado—. Son hermanos.
—Dos veranos14, dos hermanos —dijo el de los ojos celestes.
Estos chicos eran el epítome del verano, es verdad. Las playas y los
trajes de baño estaban hechos para ellos.
—Amigo, sabes que no tiene ningún puto sentido —dijo el de los
ojos verdes, sonriendo y moviendo la cabeza.
El de ojos azules puso los ojos en blanco.
—¿Y qué? Me gusta cómo suena.
Sí, eran hermanos. Extremadamente guapos y definitivamente
hermanos.
Les sonreí y ellos también a mí. Les hice un gesto con la mano,
saludándolos.
—Hola, chicos. Soy Samantha. ¿Quién es quién de ustedes?

Se refiere a que Summer, su apellido, en inglés también significa verano.


14
—Hola, Samantha. Soy Lucas. —Me saludó con la mano. Tenía los
ojos azules—. Este es mi hermano menor, Logan.
—Hola. —Logan asintió, sus ojos verdes brillaban como esmeraldas.
Parecía tímido en comparación a su hermano.
Estos chicos eran completamente unos rompecorazones. Ambos
estaban tan bronceados como Jake y tenían cabello rubio con rizos
naturales. La única diferencia visible entre ellos era que Lucas tenía ojos
azules y Logan verdes. Chicas en todas partes caerían desmayadas a su
paso y envidiarían a su impresionante cabello, no tenía ninguna duda
de eso. También transmitían una muy familiar y genuina energía. No me
sorprendía que fueran amigos de Jake y Christos.
—Así qué, ¿los chicos guapos viajan siempre en grupo o qué? —
pregunté.
—Normalmente, Logan y yo lo hacemos —dijo Lucas—, pero hoy lo
hacemos con estos dos ogros. —Señaló hacia Jake y Christos con su
pulgar.
—Colega, definitivamente te iras a casa caminando —bromeó
Jake.
—No me importa tío —se burló Lucas.
Jake puso los ojos en blanco. Era obvio que era amigo íntimo de
Lucas y Logan por la forma que los tres se habían comportado.
—Oye —me dijo Lucas—. Si no hacen nada este sábado por la
noche, deberían venir a ver nuestra banda tocar.
—¿Están en una banda? —Mis ojos se abrieron como platos.
—Por supuesto —dijo Logan suavemente.
Si, eran perfectos.
Lucas asintió.
—Tenemos un espectáculo en el Belly Up.
—¿El Belly Up? —dije—. Está muy cerca de donde vivo.
—Deberían venir a vernos. —Sonrió Lucas.
Sábado por la noche. Sentí que aquellas pelotas de plomo que me
habían estado aplastando en los últimos días rodaban en mi estómago.
Si la suerte estaba contra mí, estaría llorando hasta que me quedará sin
lágrimas mientras Christos comenzaría una larga instancia en la cárcel.
Miré a Christos y podría decir que la oferta de Lucas no le había sentado
bien tampoco.
—¡Oh! —dije—. No lo sé. ¿Podemos decidirnos más tarde? Christos
y yo tenemos algunos… asuntos familiares.
Christos asintió, con un toque de tristeza tensando su sonrisa.
—Asuntos familiares —repitió el.
—Ey, tenemos que irnos —dijo Jake—. Devuélvele el equipo a mi
amigo en su tienda antes que regrese a su casa por la noche. De todas
formas, Mads y yo iremos a ver a Lucas y Logan tocar el sábado, así que
llámanos si quieres que te recojamos.
—De acuerdo. —Sonreí—. ¡Gracias otra vez chicos!
—Cuando quieras —dijo Lucas.
Logan asintió y sonrió.
Hice señas con la mano mientras la camioneta se ponía en
marcha.
Cuando se habían ido, estacioné mi VW delante del garaje y salí.
Christos todavía estaba de pie al final del camino de entrada, al lado
de la calle. Parecía a un millón de kilómetros distancia. Empecé a
caminar hacia él, pero no se movía. Rompí a correr hasta que estuve en
sus brazos.
—Christos…oh, agápi mou… —lloré mientras me envolvía en un
cálido abrazo. Sentí como si el mundo se desmoronarse a mí alrededor
en un momento y sus brazos fueran el ultimo sitio seguro del planeta.
Las palabras no podían hacer justicia a mi tristeza y miedo en este
momento.
Su juicio sería mañana por la mañana…
***
Christos y yo entramos en la casa juntos después de tranquilizarme.
—Bienvenida a casa, agápi mou—dijo.
—¡Eso es! —Sonreí—. ¡Vivo aquí!
—Pues sí. Te has mudado. Incluso metí tu helado en el congelador
de la cocina.
—Todos… —Me reí.
—Los nueve botes. —Sonrió.
Christos me condujo arriba y me mostró mi ropa, perfectamente
doblada en la cómoda o colgada en el armario. Mis viejos zapatos de
D.C. que rara vez llevaba en el cálido San Diego, estaban
cuidadosamente organizados en el suelo del armario.
—Tus muebles están en el garaje —dijo Christos—. Si quieres alguno
de ellos me avisas. Lo colocaré dónde quieras en la casa. De lo
contrario, siéntete como en casa. Es tuya ahora.
Le sonreí.
—Te amo Christos.
—Yo también te amo. —Sonrió.
El placentero conocimiento que sentía estallar en mi pecho, ahora
que me mudé, despareció cuando recordé que mis padres no lo
sabían. Ahora que estaba realmente instalada en la casa de los Manos,
presentía que no estarían contentos. Pero no había marcha atrás.
Desde que habían dejado de pagar por cualquier cosa, ¿realmente
importaba eso? ¿Había alguna manera en que me pudieran empeorar
la vida que ya tenía? Suspiré con aspereza, sin querer pensar más en
ello.
Christos y yo bajamos y cenamos juntos en silencio. Spiridon no
había vuelto de donde sea que había ido, y la habitual atmosfera
relajada y social estaba aplastada por el peso de lo que mañana
podría traer. Ni siquiera Christos estaba en su habitual despreocupada
naturaleza.
Después de cenar, intenté hacer algún boceto en mi mesa de
dibujo del estudio mientras Christos trabajaba en el fondo de una de sus
pinturas sin terminar. Fue inútil. No podía concentrarme.
Caminé hasta Christos, que estaba sentado ante su caballete y
coloqué una mano en su hombro.
—No puedo conseguir hacer nada. ¿Quieres ir a la cama?
Suspiró y sumergió su pincel en un frasco con trementina y lo agitó
dentro. La trementina se manchó y se hizo borrosa en el frasco hasta
que él limpió y secó el pincel en un papel.
—Por supuesto.
Cuando alcanzamos el portal del estudio que conducía de nuevo
a la casa, Christos se giró y le dio una larga y significativa mirada al
estudio.
Quería llorar, pero me aguante las lágrimas, por su bien. Esta no
sería la última vez que iba a verlo. No podía ser. El jurado tenía que
declararlo inocente. Christos no era un hombre malo. Lo sabía en mi
corazón.
Christos suspiró otra vez y apagó las luces. Subimos tranquilamente
las escaleras y nos preparamos para ir a la cama en silencio. Nos
metimos bajo las sabanas juntos y nos acostamos uno al lado del otro,
agarrados de la mano, mirando el techo.
Estaba deprimida.
Christos estaba distante, casi como si estuviera en estado de shock.
No podía culparlo.
Apreté su mano y el apretó la mía.
No sé cuánto tiempo estuvimos acostados así.
En algún momento, necesité hablar. Tenía que sacar toda la
tensión acumulada antes de que vomitara mi cena. Si eso sucediera,
sabía que no dudaría en correr escaleras abajo y llenar mi estómago
con helado hasta que tendría que vomitar eso también.
—Christos… —susurré en la oscuridad—. ¿Estás seguro que no hay
manera de que yo pueda testificar en el juicio de mañana?
No contestó.
—Quiero decir —dije—, yo estaba allí. Vi al chico. Mi versión sobre
los hechos debería lograr cambios, ¿no?
Después de mucho tiempo, dijo con una voz fina y cansada:
—Es demasiado tarde, Samantha. Pase lo que pase. Me ocuparé
de ello.
—Pero, ¿y si…
—Realmente tengo que intentar dormir, agápi mou.
No podía discutir con eso.
Deslizó la mano de la mía y rodó sobre su costado, de espaldas a
mí.
Sentí como si estuviera a millones de kilómetros de distancia. Casi
me acurruqué contra él, pero decidí dejarlo dormir. Permanecí en la
cama en silencio durante un rato.
Mi estómago se revolvía como un velero en una súper tormenta.
No podía soportarlo más. Tenía que hacer algo con mi estrés. Me deslicé
silenciosamente de la cama y bajé las escaleras.
Pasé junto al malvado helado en el congelador.
Tenía trabajo que hacer.
Merodeé por la casa hasta que encontré un despacho. Estaba
forrado con estanterías llenas de libros de arte. Una hermosa mesa de
madera, estaba en el centro de una alfombra china. Probablemente la
oficina de Spiridon. Había una computadora sobre el escritorio. Encendí
una pequeña lámpara de sobremesa y una luz amarilla cayó sobre el
escritorio. Hice clic en el ratón y desperté el equipo. Comprobé si podía
acceder a Internet. Síp, a trabajar.
Durante un segundo, tamborileé mis dedos en silencio sobre el
escritorio mientras consideraba qué hacer a continuación.
Finalmente me vine abajo y me fui de puntillas a la cocina. Metí
dos cucharaditas de mantequilla de maní Fudge Bomb en un bol
pequeño y luego regresé al despacho. Iba a necesitar por lo menos un
poco de sustento mientras trabajaba.
No me importaba lo que los estúpidos tribuna les dijeran. Nunca era
demasiado tarde para cambiar las cosas.
Samantha
Me desperté de golpe.
¿Dónde diablos estabas?
¡Ay! Mi mejilla me estaba matando. ¿¿Había dormido en una cama
de clavos?? Abrí los ojos con cuidado, en busca de objetos
punzantes. Nada de clavos.
Pero me había quedado dormida en el teclado, con el rostro
apoyada en las teclas. Me senté y me froté la mejilla. Sentí las ranuras
del teclado marcadas en mi piel.
Lindo.
Me recosté en la silla antigua en la oficina de Spiridon. Algo crujió y
resonó. No podía decidir si era la silla antigua o mi vieja espalda.
Cuando me puse de pie, y hubo más crujidos. Sin duda, mi
espalda. Tendrían que hacerme unos masajes más tarde.
La luz se deslizaba en la oficina alrededor de las persianas de la
ventana. Tiré de la cuerda y la luz del sol iluminó todo.
¿Ya era de mañana?
¿Hasta qué hora había trabajado? No había manera de saber a
qué hora me había quedado dormida. Pero no importaba. Había
averiguado lo que había estado buscando en línea anoche. Ahora
tenía una manera de ayudar a Christos.
¡No podía esperar para contarle la buena noticia!
La casa estaba tan tranquila, me imaginaba que Christos aún
estaba en la cama. Fui de puntillas fuera de la oficina y de regreso al
dormitorio de Christos. Nuestro dormitorio.
La puerta estaba abierta.
No estaba en la cama.
Entré en el cuarto de baño. Estaba vacío, y todas las rosas del día
de San Valentín se habían ido, como si nunca hubieran estado allí.
—¿Christos? —llamé.
La casa estaba en silencio.
Pasé de una habitación a otra.
Esta búsqueda se sentía extrañamente familiar. Había hecho lo
mismo solo unos días antes, pero había sido por la noche. Ahora el sol
brillaba a través de las ventanas en toda la casa.
¡Mierda! ¿Qué hora era? Corrí escaleras abajo, con la esperanza
de encontrar a Christos y Spiridon desayunando juntos, café caliente en
la olla esperándome.
La cocina estaba vacía. El reloj de la cocina indicaba 08:30 am.
—¿Christos? —llamé a gritos—. ¿Spiridon? —Mi pánico comenzó a
levantarse. Las lágrimas comenzaron a gotear por mis mejillas.
Corrí hacia el estudio y grité:
—¡Christos! ¡Spiridon!
Silencio.
Incluso comprobé la terraza de atrás, pero no había nadie afuera.
Corrí a la casa y hacia las puertas delanteras. Una nota estaba
pegada sobre una de ellas. Decía: ―Fuimos a los tribunales‖.
Abrí la puerta y corrí por el camino.
Grité cuando llegué a la calle.
—Christos —Empecé a sollozar incontrolablemente—. ¡¡¡¡Noooo!!!!
¿Cómo podía ayudar a mi hombre cuando no sabía dónde
encontrarlo?
Caí de rodillas en el cemento de la calzada y chillé.

Christos
El cielo era azul claro mientras conducía mi Camaro del 68 hacia el
sur por la autopista cinco hacia el centro. Gran día para un juicio,
¿verdad? Qué no haría por quitarme la camisa y la corbata que me
estaban estrangulando así podría bajar a la playa con mi tabla y coger
algunas olas con Jake en su lugar.
Hoy no.
Quizás no por los próximos cuatro años.
Aprieto los dientes, haciendo mi mejor esfuerzo para no pensar en
ello.
El tráfico de la mañana era ligero y mi auto cruzó a toda velocidad
la carretera 65. Le eché un vistazo al reproductor de MP3 montado en el
tablero y salté a través de canciones hasta que llegué a Mouth For War
de Pantera. Le subí todo el volumen y la música retumbó en el interior
del auto. Mi pie izquierdo golpeteaba la tabla de suelo al ritmo del
bombo y mis manos golpeteaban el ritmo del tambor en el volante. La
guitarra rasgueaba en mis tímpanos.
Sí, iba a darles una jodida pelea.
Tiempo para testificar, hijos de puta madre.
Quería desesperadamente pisar el pedal del acelerador. Conducir
mi Camaro a toda velocidad y empezar a tejer a través de los autos en
la carretera. Pero estas personas no eran mis enemigos.
Eso es lo que me estaba volviendo loco.
No había nadie contra quien luchar. Nadie para golpear. Nadie
para patear, arañar o morder. Maldita sea, tenía que golpear a alguien
en el rostro.
Miré al Buick a mi lado. Una anciana estaba al volante. Tenía el
asiento empujado hacia adelante y apenas podía ver por encima del
tablero. Sus manos estaban bien posicionadas sobre el volante y su
barbilla sobresalía hacia delante, sus ojos clavados en la carretera
delante de ella.
Sí, no era exactamente lo que tenía en mente.
¿Dónde estaba ese Hunter Blakeley cuando necesitaba un saco
de boxeo? Apenas había herido su nariz la noche que Jake y yo nos
habíamos topado con él saliendo del centro de Hooters. Se merecía
que le patearan bien el culo por ser un imán para la mierda.
Respiré hondo y traté de liberar mi frustración. Empecé a gritar
junto con la letra de Mouth For War.
Un par de kilómetros más tarde, tomé la salida de la autopista por
la calle principal y me dirigí hacia el palacio de justicia. Conduje a un
garaje de estacionamiento. Los niveles más bajos ya estaban llenos de
autos, así que pisé el acelerador y los neumáticos chillaron hasta los
próximos cuatro pisos, dejando rastros de caucho en cada esquina,
hasta que mi auto estaba en el techo. Un montón de espacios. Aparqué
en la esquina. Después de ponerme mi chaqueta del traje, me dirigí a
las escaleras.
Cuando estaba en la acera, di la vuelta a la esquina en
Broadway. El sol disparaba rayos calientes sobre la fachada de cristal
del Palacio de Justicia, cegándome. Entrecerré los ojos y me sentí como
un vaquero del viejo oeste en pleno mediodía. La hora del duelo
final. Lástima que un juicio tardaba más tiempo y era mucho más
aburrido que un duelo de seis pistolas en una calle polvorienta entre las
filas de prostíbulos y cantinas.
Tiré de mis mangas y me ajusté la corbata. Hombre, odiaba los
trajes.
Caminé hasta la escalinata del tribunal.
Era hora de patear unos jodidos culos.
Samantha
Después de gritar a todo pulmón en el camino de entrada por la
mayor parte de dos minutos, me levanté y desempolvé las rodillas de los
pantalones de dormir y corrí a la casa Manos. Subí las escaleras y salté
detrás del escritorio en la oficina de Spiridon y frenéticamente busqué
en línea todas las casas de la corte de San Diego mientras me limpiaba
las lágrimas de mis ojos.
Había más de una. Descarté los obvios, como el Tribunal de
Menores y el Tribunal Derecho de Familia. Había dos Tribunales
Superiores. Uno en el centro, y el otro en Kearny Mesa. Estaban bastante
lejos. Esperaba no elegir el equivocado.
No tenía ni idea de cuánto tiempo un juicio de verdad
duraba. Quiero decir, la mayoría de los programas de televisión de la
corte duraban una hora o menos. Pero ¿qué pasa en la vida real? No
tenía ni idea. Pero era lo mejor.
Lo que sabía era que no podía correr a la corte vistiendo
pantalones de chándal y zapatillas.
Corrí hacia mi nuevo dormitorio y rebusqué en mi armario. No tuve
un segundo para saborear el hecho de que esta era mi primera
mañana en mi casa nueva con Christos. Bienvenido a Villamierda.
Población: Yo.
Los restos de mi armario de Washington DC eran perfectos para
arreglar una vestimenta apropiada para la corte. Escogí un blazer negro
y una falda lápiz de color gris, además de una blusa blanca linda,
medias negras y tacones conservadores a juego.
Corrí al baño y me eché desodorante. Lástima que se me había
acabado el de larga duración. Tendría que usar el Extra-seco. Me
amarré el cabello hacia atrás en una cola de caballo ajustada, a
continuación, apliqué el maquillaje mínimo.
Estuve fuera de la casa siete minutos más tarde.
¿Quién dijo que las mujeres tenían que demorarse una eternidad
en vestirse?
Yo estaba en una misión.
Iba a salvar a Christos.
Traté de llamarlo cuando me subí en mi VW, pero no respondió su
teléfono.
No importaba. Tenía la prueba de su inocencia en la palma de mi
mano.
Christos
Pasos resonaban por todo el pasillo lleno de mármol en el interior
del palacio de justicia mientras pasaba a través de la seguridad en
cámara lenta. Tuve que quitarme el cinturón y los zapatos cuando fui a
través del detector de metales. Era casi como ir en un viaje de
vacaciones de avión, excepto que había un cincuenta por ciento de
posibilidad de que mi vuelo se estrellara contra el lado del
monte Culpable.
Hice una pausa para mirar hacia atrás a la luz del sol brillando a
través de las altas ventanas de la entrada principal del palacio de
justicia. Le di un buen vistazo, en caso de que fuera la última vez que
veía la libertad por cuatro años.
No, a la mierda eso.
Iba a pelear esta mierda hasta que me ganara.
Encontré a Russelll esperando fuera de nuestra sala.
—¿Eye of the Tiger? —dijo Russelll mientras me pavoneaba hacia él.
—¿Qué? —le pregunté.
—Tienes esa mirada de Rocky Balboa en tu rostro cuando peleó
con Clubber Lang por segunda vez al final de Rocky III.
Me reí.
—Ojo del tigre de mierda, hombre.
Como siempre, Russelll estaba vestido elegantemente de arriba a
abajo. Su traje estaba recién planchado, sus gemelos brillaban, y el
blanco de su cuello y puños en contraste brillante contra su piel de
ébano.
—Hablando de ojos, veo que tu corrector hizo el truco. Te ves
como un ciudadano correcto ahora.
—Sí. —Había cogido prestado un poco de la bolsa de maquillaje
de Samantha esta mañana.
—Ganamos esto —dijo Russelll—. Voy a tener que llevarte a una
cena de lujo, teniendo en cuenta que los dos estamos vestidos
elegantes.
—Sí —le sonreí—. Estoy apuntado para el almuerzo. Mi plan es estar
dentro y fuera de aquí para el mediodía.
Russelll se rió y palmeó mi hombro con firmeza.
—Ojo del tigre.
Una hermosa mujer alta, de piel morena en un traje azul marino
ajustado se situó junto a Russelll, sosteniendo el mango de su maletín en
la parte delantera de las caderas con ambas manos. Ella me sonrió.
—Christos —dijo Russelll—. ¿Te acuerdas de la señora Johnson? Me
estará asistiendo hoy en el juicio.
—Por supuesto. —Le sonreí—. Brianna —Con un metro ochenta en
sus tacones, todavía parecía baja para mí. Nos dimos la mano. Ella tenía
el mismo agarre firme que recordaba. La había conocido en las oficinas
de Russelll en numerosas ocasiones.
—Christos —sonrió y asintió.
Sabía que Brianna estaba aún en la búsqueda de material de
marido de calidad. Antes de que Samantha me hubiera retirado del
mercado, me había ofrecido para llenar la factura de Brianna varias
veces. Era una mujer buena, inteligente y súper divertida en el segundo
que estaba fuera del reloj y colgaba el traje de abogado. Pero ella
había dicho que era demasiado joven. Creo que yo tenía dieciocho
años en el momento y ella tenía treinta. No podía culparla. Todavía era
un desastre en ese entonces.
—¿Algún hombre bueno ha sido capaz de atraparte, Brianna?
—Aún no. —Sonrió—. Ninguno de ellos es lo suficientemente rápido.
—Brianna tenía trofeos y fotos de correr en pista de la universidad en su
oficina.
—¿Cuándo vamos a ir a la pista de SDU para ver quién corre más
rápido los cien? —comenté.
—Tu musculoso culo no tendría ninguna oportunidad. —Rió—.
Demasiado malditamente pesado.
—Sigue soñando. —Sonreí. Era muy rápido, pero sabía que Brianna
me lo haría difícil una vez que se pusiera sus zapatillas de correr.
Russelll me dijo: —Te sacamos hoy, os llevaré a la pista yo mismo.
Pero apuesto mi dinero en Brianna.
—Espero que os guste perder —sonreí.
—Nunca pierdo —contestó Russelll astutamente—. ¿Estamos listos?
—Asintió hacia la sala de audiencias.
—Vamos a hacerlo —le dije.
Russelll abrió una de las puertas de madera pesadas y su rostro de
juego se deslizó en su lugar como la visera de Sir Lancelot.
Seguí a Brianna y Russelll hacia el vientre de la bestia.
La gran puerta se cerró firmemente detrás de mí.
Samantha
Estaba emocionada y ansiosa mientras conducía fuera de mi
nuevo hogar, ¡el que compartí con Christos!
Estaba segura de que la suerte estaba conmigo y las cosas buenas
iban a suceder una vez que llegara al centro al Palacio de Justicia.
Todo iba a favorecerme y a Christos al final.
¿El único problema?
En ese momento, todo empezó a ir mal.
A medio camino de la autopista, la aguja en mi medidor de
gasolina decidió aflojarse en el trabajo. Señaló a la derecha en la E
como un bastardo perezoso. No hay problema. Yo era todo acerca de
la solución de los problemas de hoy. No sería disuadida. Por suerte,
había una gasolinera justo antes de la rampa. ¡Hurra! También había
una larga fila. ¡Fastidio! Pero no había otras gasolineras convenientes.
Esperando en la cola no tomaría tanto tiempo, ¿verdad? Había
cuatro líneas de autos, así que elegí la más corta, esperando que fuera
la más rápida.
Esperé.
¿Por qué estaba tan lleno? ¿No tenían gasolina? No había oído
hablar de cualquier escasez de gasolina que se avecinara o embargos
petroleros.
Fingí ser paciente mientras esperaba. El sedán de dos autos por
delante terminó y se alejó de la bomba. El chico frente a mí condujo
hacia adelante y salió de su enorme camión para echarle gasolina. Era
la siguiente.
Demasiado mal que el chico del camión tenía un tanque de
gasolina del tamaño de un campo petrolero. Le tomó una eternidad
para llenarlo. Luego tuvo que entrar a pagar. ¿No tiene una tarjeta de
crédito o una tarjeta de débito? ¿Quién usa efectivo ya? ¿Tal vez iba a
pagar con doblones de oro?
Golpeé mi pie impacientemente.
—¡En cualquier momento, vaquero! —grité.
Él llevaba botas. Todos los hombres que usaban botas y conducían
camiones eran vaqueros. Estoy segura de que tenía un armero en su
camión en alguna parte. Me crie en Washington DC. Demándame.
¿A dónde se había ido? ¿Estaba usando el baño? ¿Se cayó en el
inodoro, o era solo diarrea? Caray, ¿cuánto tiempo se tarda en
limpiarse el culo?
Tamborileé mis dedos en mi volante. Si tratara de conducir por la
isla a otra bomba, podría perder mi lugar. El camión del chico del
camión era demasiado grande para poder empujarlo fuera del camino
con mi pequeño VW, de lo contrario lo habría hecho. Y la manguera de
gasolina era demasiado corta para llegar a mi auto porque la cama de
su camión estaba a una milla de largo era como de un kilómetro de
larga, y me había obligado a parar muy lejos de la bomba.
Cuando me di cuenta de musgo empezando a crecer en la punta
de mi nariz, Vaquero finalmente salió a la calle. Tan lento como la
melaza. Escena a cámara lenta en una película lenta. Tan lento como
el desplazamiento de los continentes.
—Muévete! —grité dentro de mi auto. Él no me había oído hablar
así que bajé mi ventana para gritar de nuevo.
Antes de que pudiera hacer un pío, giró sobre sus botas de
vaquero y volvió a entrar en la tienda. ¡No! ¿Dónde estaba mi lazo!
Tengo que atar su culo y lanzarlo detrás de su volante.
Observé a mi alrededor. Por desgracia, las líneas para las otras
bombas eran de pared a pared de autos. En realidad era más
inteligente que esperara.
Dos minutos más tarde, vaquero regresó al aire libre con una gran
Slim Jim de pepperoni y una botella de Mountain Dew. Se subió a su
camioneta. ¿Se fue de inmediato? No. ¿Incluso inició su motor? No.
¿Hizo algo más que jugar con el palo de carne en su mano, mientras
que estaba en la comodidad de su taxi?
No tenía ni idea de lo que hizo con su palo de carne, ni quiero
saberlo.
Días, semanas, incluso meses después, encendió su camión. Una
ráfaga de humo de escape a través de mi ventana mientras se marchó.
Debería haber rodado la ventana para arriba. Tosí una parte de mi
pulmón izquierdo antes que el aire se aclaró.
Llené de gasolina mi auto, entonces aceleré a la vía de acceso de
la autopista cinco. Te lo juro, cada luz que me tocó en el camino era
roja. En una intersección, me quedé atrapada detrás de una fila de
autos esperando para girar a la derecha porque una mujer con un
autocito había decidido usar el cruce peatonal para pasear como si
fuera un domingo. ¿Nadie le dijera que era viernes? ¡Nada de paseos
de domingo los viernes! Lo juro, vi tres caracoles de carreras pasarla.
¿Por qué estaba caminando? ¿Quién camina en cualquier lugar ya?
¿No sabía que era la hora punta y la gente tenía lugares a donde ir?
Con el tiempo, lo que iban a cruzar hacia la derecha cruzaron y
logré pasar la luz. Estaba en la cinco sur unos minutos más tarde.
Nada me puede detener ahora.
Excepto un atasco de tráfico.
Mientras subí la colina en Del Mar Heights Road, casi me caí en un
manto de luces de freno. Los autos se habían ralentizado todos de
sesenta y cinco a treinta y cinco en menos de un cuarto de kilómetro.
Unos minutos más tarde, mi VW se ralentizó a los diez kph.
¿Lo había arruinado yo misma esperando que las cosas pudieran
resultar mejor?

Christos
Russelll llevó a Brianna y a mí a la mesa de la defensa dentro de la
sala de audiencias.
El banco del juez seguía vacío. Solo unas pocas cabezas al azar
poblaron los asientos en la galería de espectador.
Me di cuenta de que George Schlosser y sus verdugos asistentes,
Stanley Whitehead y Natalia Valenzuela, ya se establecieron en la mesa
del fiscal con tres ordenadores portátiles abierta y zumbando, y
carpetas de archivos prolijamente dispuestas entre ellos.
George Schlosser parecía tranquilo y seguro de sí mismo.
Whitehead parecía una mierda petulante con el cual me gustaría
mucho chocar en algún callejón oscuro cuando nadie mirara. Natalia
era una vampira liebre con ojos brillantes y cola tupida.
Lo que sea.
Sabía que Russelll, Brianna y yo parecíamos tres gladiadores
entrando en el Coliseo de la Roma antigua mientras caminamos hasta
la mesa de la defensa. Íbamos a cortar algunas cabezas. Podía sentirlo.
Me senté, mientras que Russelll y Brianna organizaron sus
ordenadores portátiles y archivos en la mesa de la defensa. Fue un
momento de tranquilidad para instalarme en mi asiento. Iba a estar
haciendo un montón de sentarme por las próximas horas. Por lo menos
era tranquila la sala del tribunal antes del juicio. Casi como una
meditación forzada. Podía seguir la corriente con eso. Entonces mi
estómago cayó por un agujero en el suelo y se desplomó en el centro
de la tierra.
—Paidi mou. —Mi padre dijo desde algún lugar detrás de mí.
Reconocí su voz al instante.
Santa mierda. ¿Cómo diablos llegó hasta aquí?
Mi estómago saltó de vuelta desde el núcleo de la tierra y voló a
través del techo para dispararse a la estratosfera. Este no iba a ser mi
día, ¿verdad?
No le había dicho a mi padre sobre el juicio. Lo había considerado
después de discutir el tema con mi abuelo, pero en el último momento
decidí no hacerlo. Tal vez si mi padre viniera al lugar de mi abuelo de
vez en cuando o mostrara algún interés en algo que no sea beber, se lo
habría dicho.
Miré hacia atrás mientras me apretaba el hombro.
Estaba apoyado sobre la partición, alta hasta el muslo, entre el
suelo de la corte y la galería, estaba usando un traje oscuro. Se veía
como una versión un poco más vieja de mí, pero con un toque de gris
en las sienes. Para mi sorpresa, parecía más saludable que la última vez
que lo había visto hace casi un año.
Desde que mi madre nos había abandonado, mi padre se había
quedado encerrado en su casa, donde bebía para pasar el día. Su
ruptura con mi madre lo había convertido en un ser humano ausente.
No podía soportar verlo desperdiciar su vida y su enorme talento, por lo
que rara vez lo visitaba, y nunca hablábamos por teléfono. Siempre
estaba demasiado borracho como para mantener una conversación.
Russelll y Brianna se volvieron para mirar a mi padre. Russelll lo
reconoció. Había visto a mi padre muchas veces en mi juventud, pero
no creo que Brianna lo conociera.
—Señor Manos. —Russell asintió, levantándose para darle la mano
a mi padre.
Brianna se para también y se presentó.
—Brianna Johnson.
—Nikolos Manos —dijo mi padre.
De mala gana, me puse de pie y lo miré. Mi abuelo, que llevaba un
traje gris claro, se acercó por detrás a mi padre, parecía nervioso y
arrepentido. Sí, sabía por qué ya que podría posiblemente estar irritado
que hubiera traído a mi padre. Mierda.
—Pappoús —dije y me agaché para abrazar a mi abuelo.
Me susurró al oído:
—Pensé que tu padre debería estar aquí. Por ti. Por su hijo.
Eso explicaba a dónde había ido mi abuelo anoche.
Probablemente a poner sobrio a mi padre para que no fuera un
borracho descuidado en la corte. Apreté los dientes.
Aún susurrando, mi abuelo continuó:
—A tu padre le preocupaba que no fueras a querer que esté aquí,
pero le dije que estaría bien.
Sí, seguro.
Me aparté de mi abuelo, y miré mis manos, que ya estaban
apretadas formando puños. Mi puto padre era la última persona que
quería sentado detrás de mí durante mi juicio.
—Puedo ver de dónde Christos sacó su buena apariencia —dijo
Brianna cálidamente—. Los tres podrían ser hermanos.
Mi abuelo sonrió, orgulloso y asintió.
—Esos son mis niños.
—Dile hola a tu padre —me dijo Russelll en voz baja, dándome un
codazo.
Miré a Russelll, pero vi la compasión en sus ojos. Me había estado
animando a perdonar a mi padre durante años.
Sin mirar a mi padre, me incliné hacia él. Lanzó sus brazos alrededor
de mí y me apretó, asfixiándome. Esperaba que oliera a alcohol, pero
no lo hacía. Eso era una sorpresa.
Me alejé y lo miré rápidamente.
—Hola —murmuré.
—Paidi mou, qué bueno verte —dijo sinceramente.
Cuando estaba a punto de dar un paso atrás, mi padre lanzó sus
brazos alrededor de mí otra vez y me aplastó contra su pecho. Él había
dejado que su cuerpo se fuera a la mierda hace años. Pero ahora, era
mucho más fuerte de lo que recordaba. ¿Había estado entrenando de
nuevo? Eso parecía imposible. Suspiré mientras me palmeaba la
espalda varias veces.
—Bueno, papá. Basta.
Se relajó cuando dije papá.
Me soltó y lo miré otra vez. Sus ojos estaban húmedos.
—Te ves guapo como siempre, hijo. —Sonrió, con la boca
temblorosa—. Apuesto que las damas te han estado persiguiendo, ¿no?
Arqueé una ceja evasiva.
—He oído todo sobre cómo has vendido todo en Charboneau —
continuó—. Fui a ver todo el día después de la noche de apertura. Un
trabajo increíble, paidi mou. Tus figuras femeninas ponen a las mías en
vergüenza.
Lo miré duro, por un rato largo.
—No te estoy mintiendo, paidi mou. En mis mejores días, no pintaba
como tú ahora.
Mi pecho se apretó y mis ojos se calentaron. El que mi padre dijera
eso, y sobrio, me impactó. Mi padre nunca exageraba cuando hablaba
de las obras de arte. No era duro, pero nunca me alabó de mentira. Era
honesto, directo y alentador. Pero nunca dijo lo que no quería decir.
Había estado esperando oír palabras como esas de él durante toda mi
vida. Él tenía tanto talento que nunca pensé que yo también. Estaba
sorprendido.
Mi voz se entrecortó cuando dije:
—Gracias, Bampás.
La sonrisa de mi padre se amplió a través de sus dientes derechos y
blancos. Lágrimas silenciosas caían de sus ojos, manchando la
chaqueta del traje. Me agarró y me abrazó con más fuerza que antes.
Lo dejé.
Mi abuelo frotó la espalda de mi padre con cariño. Sus ojos
estaban húmedos también. Luego se volvió hacia Russelll y le dijo:
—Mi nieto es un buen chico.
—Sí, lo es —dijo Russelll firmemente.
Yo también estaba a punto de llorar. Cuando mi padre soltó su
abrazo, se me ocurrió mirar a Russelll que estaba maravillado como si
estuviera presenciando un milagro. Tal vez lo era.
—Orden en la sala ahora —anunció el alguacil uniformado desde
el frente de la sala.
Hasta aquí la feliz reunión familiar.
Era hora de pelear.

Samantha
El tráfico se estancó antes de que llegara a la división 805. Estaba
estacionada, literalmente, en mi VW en un océano de otros
conductores frustrados.
Justo al norte del campus SDU, la autopista 5 se divide en dos
caminos, el 5 y 805. Generalmente, el tráfico se aligeraba en ese punto
ya que de repente, había el doble de carriles.
Había esperado que el alto en el tráfico en Del Mar fuera temporal.
No tuve tanta suerte.
Estaba atorada. No podía llegar a una rampa de salida para
retomar por las calles porque el tráfico no se había movido en los últimos
diez minutos. Lo sé, porque estaba mirando el reloj en mi tablero.
Consideré conducir por el arcén. Muchos conductores habían
hecho precisamente eso en el último par de minutos. En tiempos
desesperados se necesitaba tomar medidas desesperadas. El único
problema era que estaba en el tercer carril y había un camión de
dieciocho ruedas entre yo y el arcén a mi derecha. No había manera
de que pudiera moverse fuera del camino, y estaba acorralada por
autos delante, atrás y a la izquierda.
Si mi VW hubiese sido más pequeño, hubiera conducido por
debajo del camión de dieciocho. Lo había visto en una película, pero
no tenía un auto deportivo.
¿Tal vez necesitaba salir del auto y pedirle a uno de los que
estaban manejando por el arcén que me llevaran?
Un segundo después, una patrulla de la autopista de California
pasó con las luces intermitentes puestas y la sirena a todo volumen.
Probablemente iba a detener a los conductores que iban por el arcén y
a ponerles una multa.
¡Ufff!
¿Podría alquilar un helicóptero y llamar para que me recojan?
Probablemente no. ¿Y si llamara al 911 y les dijera que tenía que ir al
hospital? Lástima que eso no me ayudaría a llegar a la corte.
¿Qué iba a hacer? Eran veinticinco kilómetros hasta el centro.
Espera. Podría correr veinticinco kilómetros. No me llevaría más de, oh,
no sé, ¿dos horas?
Qué mal que estuviera usando tacones.
¿Dónde estaban los zapatos corrientes de Taylor Lamberth cuando
los necesitaba? Debería haber aprendido la lección. Nunca usar
tacones. Los tacones eran malos.
Medio que me reí y lloré de mi humor negro.
Había estado quieta desde hace veinte minutos.
Ahí fue cuando me di cuenta de que salía humo negro hasta el
cielo en la distancia.
Debió de haber ocurrido un accidente.
Sabía que los camiones de bomberos estarían por pasar y
despejarían la carretera en cualquier momento, ¿no? ¿Abrirían el
camino y lograrían que, al menos, uno o dos carriles se movieran?
¿No?
Diez minutos más pasaron sin que pasara un solo camión de
bomberos o una ambulancia. ¿Dónde estaban? La gente podría estar
muriendo en sus autos destrozados. ¡Alguien tenía que ayudarlos para
que pudiera llegar a la corte!
¿Por cuánto tiempo me llevaría caminar? ¿Cuán rápido podría
caminar? ¿Cuatro kilómetros por hora? ¡Podría llegar al centro en cinco
horas! ¿Christos todavía estaría en la corte?
¿Pero podría caminar veinticinco kilómetros en tacones?
Mierda.
Tan pronto como este día terminara, iba a tirar a la basura cada
zapato que tuviera tacón. Iba a ser una de esas mujeres que vestían
trajes de negocios y zapatillas deportivas durante su hora de almuerzo,
iba a hacerlo durante todo el día. ¡Me gustaría encabezar un
movimiento para liberar al mundo de los zapatos con tacones! ¡Señoras!
¡Libérense de sus cadenas! ¡Quemen sus tacones! Así es, eso iba a
funcionar. Cuando se trataba de sustancias adictivas, los zapatos de las
mujeres eran peor que la cocaína y el crack. Lo sabía por experiencia.
Otros diez minutos pasaron sin que nos moviéramos ni un
centímetro. La gente ya había salido de sus autos para mirar alrededor y
ver qué estaba sucediendo.
Finalmente pasó una ambulancia seguida de un camión de
bomberos.
Mi buen humor había desaparecido. Estaba atascada de verdad.
¿Tal vez podría caminar a la rampa más cercana y llamar a un taxi?
Pero con el tráfico detenido, ¿cómo llegaría el taxi? Mierda.
¿Qué iba a hacer?
Traté de llamar a Christos. No hubo respuesta. Estoy segura de que
estaba en la corte en medio del juicio. No quiso contestar.
Esto me estaba matando.
Tenía pruebas contundentes de que Christos era inocente, pruebas
incontrovertibles de que había actuado en defensa propia. Todo lo que
tenía que hacer era dárselo a él y a su abogado. Ellos sabrían qué
hacer.
¿Pero que importaba si no podía localizarlos?
Ni siquiera sabía el nombre del abogado de Christos, de lo
contrario hubiera llamado a su oficina para decirles lo que sabía. Estoy
segura de que el tipo tenía una secretaria que podría enviar a un
asistente a la corte o lo que sea.
Golpeé el volante varias veces.
—¡Jodeeeeeeer! —grité.
En ese momento, era completamente inútil.
Christos
—Todos de pie para la Honorable Geraldine Moody, presidiendo —
dijo el alguacil.
La tercera vez siempre era la vencida. Las dos últimas veces que
escuché esa frase, durante mi comparecencia y previa al juicio, no era
gran cosa. Ahora esto era en serio.
Después de mi juicio, iba a salir de esta sala a uno de dos lugares.
Libertad o prisión.
La Jueza Moody se acercó a su trono. Llevaba más maquillaje de lo
que había visto antes, y tenía el cabello recogido en un moño
cuidadosamente. Estaba bien vestida, una mujer atractiva que podía
joderme con un solo golpe de su martillo. No es el tipo de joder que me
gusta pensar.
Resoplé un suspiro mientras se acomodaba.
Estaba cansado de esperar. Vamos a hacer que esta mierda
empiece.
George Schlosser y sus ayudantes idiotas A. D., Stanley y Natalia,
parecían dispuestos a babear sobre mi cadáver.
Al diablo con ellos. Todavía estaba pateando y respirando.
Cuidado, hijos de puta.
—Por favor, siéntense —dijo la jueza seriamente desde su banco—,
ahora estamos en el expediente del Estado de California vs. Christos
Manos, número de caso SD-2013-K-071183A. Todas las partes están
presentes. Y así comenzamos —terminó ominosamente—, alguacil, por
favor llame al jurado.
El alguacil abrió una puerta lateral y doce miembros del jurado,
una mezcla de hombres y mujeres de diversas edades y etnias, entraron
en el tribunal del jurado y se sentaron. Varios de ellos parecían aburridos.
Otros parecían contentos de cumplir con su deber cívico. Algunos
parecían preferir estar en cualquier otro lugar excepto aquí.
Fue entonces cuando la realidad de mi situación me dio una
bofetada en el rostro. ¿A quién quería engañar? Esto no era una pelea
a puñetazos. Durante las siguientes tantas horas, tenía que quedarme
quieto y mantener la boca cerrada. No hay puños, ni rodillas, ni
codazos, nada. Todo lo que podía hacer era esperar y rogar que el
jurado prestara atención, mantuviera una mente abierta, y no se dieran
prisa para juzgarme.
Esto iba a ser una tortura.
Maldito Cristo. ¿Sirven bourbon a los acusados? Me vendría bien un
trago o doce.
El vice fiscal del distrito George Schlosser se acercó al podio para
dar su declaración inicial al jurado. Se tomó su tiempo, mirando a cada
uno de los doce miembros del jurado a los ojos antes de abrir la boca.
¿Iba a decir algo, o simplemente a sonreír placenteramente toda la
mañana?
La sala del tribunal estaba en completo silencio.
—Sí, golpeé al tipo —dijo Schlosser, asintiendo de manera
dramática, mirando a varios miembros del jurado—, sí, golpeé al chico
—repitió antes de detenerse para más efecto dramático—, señoras y
señores del jurado, estos son palabras propias del acusado, dadas
durante una entrevista con el Departamento de Policía de San Diego,
unos días después de haber agredido a Horst Grossman.
Schlosser puso las manos en sus caderas, empujando la chaqueta
hacia atrás con sus brazos, y en una voz llena de acusación y prejuicio,
dijo:
—El propio acusado admitió que sí, de hecho, golpeó
violentamente a Horst Grossman en el estómago el 26 de septiembre
2013. —Schlosser asintió con autoridad.
¿Violentamente? ¿Qué se puede esperar cuando el bueno de
Grossman me llamó un maldito idiota y trató de atacarme? ¿Se suponía
que debía darle un puñetazo amistoso o tal vez uno suave? No me
jodas.
Basado en la entrega de Schlosser, se podría pensar que ya había
ganado el juicio. ¡Qué imbécil! Él no estaba allí. No sabía que pasó.
Aprieto los dientes y hago mi mejor intento de verme tranquilo, frío y
amable. Russell me había advertido que no muestre mis emociones, o el
jurado podría aferrarse a lo que sea que haga como si fuera prueba de
mi culpabilidad.
Schlosser sonrió ante el jurado como si fueran viejos amigos.
—Ustedes se preguntarán por qué estamos siquiera teniendo un
juicio hoy, si el acusado ya admitió golpear a Horst Grossman. Es
culpable, ¿verdad?
Mierda. Sabía exactamente lo que estaba haciendo Schlosser.
Estaba plantando semillas en la mente del jurado. Era bueno. Sabía
algunos trucos por mi cuenta. Lástima que no podía usar ni uno en la
sala del tribunal.
—La razón por la que estamos aquí hoy, señoras y señores del
jurado, se debe a que el acusado quiere que crean que golpeó a la
víctima en defensa propia. —Se burló Schlosser, como si no pudiera ser
cierto.
Me di cuenta de que los ayudantes de Schlosser, Stanley
Whitehead y Natalia Valenzuela, estaban viendo su actuación con
evidente admiración. Noté que ambos hacían reverencia y raspaban a
los pies de Schlosser. No podía culparlos. Si quisiera ser un parásito,
probablemente también lo haría con Schlosser. Malditas sanguijuelas.
—Miembros del jurado, les pido que den un vistazo a la prueba 86 B
en la pantalla de proyección —dijo Schlosser, haciendo clic en los
botones en su computadora portátil en estrado.
Una gran foto apareció en la pantalla montada en la pared frente
a la tribuna del jurado, llenándola como una unidad en la sala de cine.
La imagen se divide por la mitad conmigo a la izquierda y Horst
Grossman a la derecha. Lucía como el Increíble Hulk de pie junto a un
viejito.
La razón de esta discrepancia era evidente.
La imagen de mí era del día que me habían arrestado. Llevaba
una camiseta blanca de mangas cortas y cuello en V. Mis brazos
musculosos, cubiertos de tatuajes, estaban resaltando fuera de mi
camiseta. En claras letras negras en la pared gris detrás de mí había una
línea de medición horizontal con los números un metro noventa y cinco
rozando la parte superior de mi cabello.
La foto de Horst había sido tomada en un momento diferente
frente a una pared blanca al azar. No había líneas de medición detrás
de él. Horst podría ser un metro o dos metros setenta, pero sin ningún
tipo de números, no había forma de saber. Sea cual sea su altura real,
su cabeza fue colocada mucho menor que la mía, creando la ilusión de
que era mucho más bajo. Por último, a la foto de Horst le habían
disminuido el zoom. No tanto como para ser cómicamente engañosa,
pero lo suficiente para que Horst pareciera un hombre pequeño,
insignificante al lado de un titán gigantesco.
Esto era jodidamente absurdo. Sabía por haberme parado a dos
centímetros de Horst Grossman que no era tan pequeño como esta
imagen le hacía parecer.
La foto había sido dividida en pantalla por dos segundos antes que
Schlosser dijera:
—El acusado quiere que crean que Horst Grossman lo hizo temer
por su vida ese día…
—Objeción, su señoría —cortó Russell con autoridad—, esta
evidencia es abiertamente perjudicial.
—Ha lugar —dijo la jueza Moody. Dirigió una mirada severa a
Schlosser y dijo:
—Abogado, quite esa diapositiva de inmediato.
—Desde luego, su señoría —comentó Schlosser acordando. Hizo
clic en su computadora portátil y la pantalla quedó en negro.
—Los miembros del jurado —dijo la jueza—, van a pasar por alto
esa foto. Que la transcripción de la corte refleje que la prueba 86 B ha
sido removida de la evidencia.
No importaba. El jurado no iba a olvidar la foto ahora que la
habían visto. Peor aún, ninguno de ellos había visto a Horst Grossman en
persona porque ni siquiera estaba en la sala del tribunal. Si lo hubiera
estado, lo justo sería que Horst y yo nos pusiéramos de pie hombro con
hombro frente al jurado para que pudieran ver por sí mismos nuestras
diferencias de tamaño real. Pero esa no era la forma en que
funcionaba.
George Schlosser sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Estaba empujando las normas del derecho hasta el límite, y estaba
saliéndose con la suya.
No era la primera vez que mierda como ésta me ocurría cuando
estaba en la corte. Todo lo que podía hacer era quedarme quieto y
aguantarlo en silencio.
El resto de la declaración inicial de Schlosser era casi tan atroz y
engañosa como la foto de división, pero no había nada abierto que
Russell pudiera objetar. Todo estaba en la forma en que Schlosser
pronunció su argumento: su tono de desprecio y burla en la voz, el
lenguaje corporal, y la elección de las palabras. Schlosser era un
hombre despreciablemente brillante.
Cuando Schlosser terminó y se sentó en la mesa de la fiscalía,
Russell se inclinó y en voz muy baja me susurró al oído:
—Después de nueve años de trabajo bajo la cabeza Fiscal de
Distrito, Schlosser sigue siendo nada más que un joven tratando de
probarse a sí mismo. Su único objetivo de hoy es afinar los puntos de su
gloriosa carrera en su piel mientras que sube la escala política. El único
problema es que hay un león de montaña en esta sala, listo para hacer
caer su mierda un peldaño. Y ese león de montaña soy yo. No te
preocupes, hijo. Voy a tener la cabeza de Schlosser en mi pared antes
de que termine el día.
Sonreí.
—No sonrías —ordenó Russell bruscamente cuando se levantó y se
acercó al estrado.
Russell era un malote consumado durante su discurso de apertura.
Era amable, juicioso, directo al grano, se centró en los hechos, y
desmanteló la mayor parte de los argumentos inflamatorios de Schlosser
con facilidad.
Los hombres y las mujeres en el tribunal del jurado, que habían
lucido a punto de colgarme del árbol más cercano en un nudo
apretado, asintieron pensativos ante las palabras de Russell, cautivados
por su confianza, sin la presencia de mentiras.
Cuando Russell terminó y se sentó en la mesa de la defensa junto a
mí, suspiré de alivio.
No podía imaginar un mejor abogado en mi esquina del ring que
Russell Merriweather.
El único problema era que iba a ser de ida y vuelta así todo el día.
Russell Merriweather y George Schlosser estaban igualados. Cuando
llegaba al punto, este ensayo dependía de mi palabra contra Horst
Grossman, y de si el jurado cree una palabra de lo que diga después de
que Schlosser los estimulara con historias de mi verdadero estilo de vida
del crimen.
La gente no estaba inclinada a creer en un criminal convicto.
Schlosser tenía la ventaja.
Si solo tuviéramos algo mejor con que trabajar.

Samantha
Había pasado más de una hora desde que el tráfico se había
detenido. Había una neblina negra en el aire que olía a goma
quemada y carne cocida. Era nauseabundo por no decir más.
Finalmente un tipo de pie fuera de su Toyota Camry me dijo que no
era una pila de cadáveres en llamas. Gracias a Dios por eso. Al parecer,
un camión refrigerado de una tienda de comestibles Ralph se había
volcado y encendido en llamas. Otros varios autos estaban implicados,
todos en llamas. La CHP15 no dejaba que nadie condujera a través del
infierno.
Pero había visto un helicóptero de Life Flight aterrizar adelante. ¿Mi
deseo había sido concedido? ¿Era posible?
Por supuesto que no.
Estaba bastante segura de que lo necesitaban para alguien que
estaba herido de gravedad. Sí, había considerado preguntar si me
podían dar un aventón después de dejar a los heridos en el hospital. No,
realmente no me acerque a la escena del accidente a preguntar.

15
Patrulla de California
Los rumores sobre cuando el tráfico se movería de nuevo variaron
desde una hora a cuatro. Solo podía cruzar los dedos y esperar.
Llamé a Christos varias veces más. Sin respuesta.
Llamé a Madison que llamó a Jake para preguntarle si sabía quién
era el abogado de Christos. Jake nunca respondió. Madison dijo que
estaba surfeando y que podrían pasar horas hasta que revisara su
teléfono. ¿Qué tenían los surfistas profesionales que tenían que pasar
todo su tiempo en las olas?
Maldita sea. No había nada que pudiera hacer más que esperar.

Christos
George Schlosser llama a una serie de testigos al estrado, todos los
cuales habían estado en la escena el día que le había un puñetazo a
Grossman. Todos sonaron razonables y creíbles.
El problema era que ninguno tenía una visión clara e ininterrumpida
de todo el asunto de principio a fin y nadie había oído nada que
Grossman o yo habíamos dicho ese día porque los ruidos del tráfico
eran demasiado fuertes, o habían estado demasiado lejos o sus
ventanas estaban subidas y no habían oído nada en absoluto.
Se podría pensar que eso funcionaría a mi favor. Por desgracia, la
ley dice que si no podías demostrar que habías actuado en defensa
propia, el jurado tendría que encontrarme culpable de asalto porque
había golpeado a Horst Grossman. Era así de simple.
Y en este momento, lo que el jurado tenía para trabajar era como
entregar una novela de misterio con la mitad de las páginas
arrancadas, incluyendo el final, y preguntarles quién era el asesino. Sólo
podían adivinar.
En otras palabras, el marcador era, el Estado: 1, Yo: 0.
En hockey sobre hielo y fútbol, después de un montón de andar,
muchos juegos terminaban con uno a cero en el marcador. Tenía la
esperanza de las cosas salieran de manera diferente para mí.
Necesitaba alguien para correr y anotar un touchdown de seis puntos
en la zona de anotación. Lástima que nadie con piernas tuviera el
balón.
—El Estado llama a su siguiente testigo— dijo la juez Moody.
Desde su asiento en la mesa de la fiscalía, George Schlosser dijo —
El estado llama a Edna Holloway.
Un oficial uniformado caminó fuera de la sala a buscarla. Un
minuto más tarde, el oficial llevaba a una anciana hasta el podio.
Llevaba un vestido azul marino largo hasta la espinilla y un sombrero
pastillero que flotaba en la espuma de su cabello blanco. Agarraba
firmemente un estrecho bolso dorado de señora grande en sus manos
enguantadas. A pesar de su edad, caminaba erguida y con propósito.
Mi primera impresión fue que probablemente había picado barriles
abiertos de cerveza y de licor con un hacha de madera durante la
prohibición, o había llevado a un ejército de sufragistas durante los
primeros cargos para asegurar los derechos de voto de las mujeres en
EE.UU. durante el siglo 19.
El alguacil le indicó a Edna que levantara su mano derecha,
mientras decía:
—¿Jura solemnemente que su testimonio será la verdad, toda la
verdad y nada más que la verdad, o que Dios la ayude?
—Sí —dijo Edna Holloway.
El alguacil la llevó a sentarse en el banquillo de los testigos.
George Schlosser le hizo a la señora Holloway una serie de
preguntas probatorias de que era profesora jubilada de matemáticas
de 83 años de la secundaria que vivía en Del Mar y nunca faltaba un
domingo en la iglesia. Había estado un poco fuera de su edad. Edna
también le dijo al jurado cómo había estado fuera paseando a su
pastor alemán Greta en el sendero que bordeaba la autopista Pacific
Coast, cuando vio que le di un puñetazo a Horst Grossman. Había
tenido una visión clara de los hechos, y se había quedado para cumplir
con su deber cívico y decirle a la policía su versión de los hechos.
George Schlosser le sonrió desde el podio.
—Señora Holloway, por favor, dígale al tribunal lo que pasó en los
momentos previos al asalto.
—Vi a ese hombre —me señaló con fuerza—, bajar de su moto,
caminar hasta Horst Grossman, y golpearlo sin provocación. —Asintió
para dar énfasis, sus labios arrugados y apretados con tanta fuerza
como la bolsa de mano que aferraba en sus manos enguantadas. Uno
pensaría que estaba preocupada por los carteristas.
Russell se puso de pie y dijo: —Objeción a la utilización de la frase
―sin provocación‖, su señoría. La señora Holloway no estaba al tanto de
la conversación entre el Sr. Manos y el Sr. Grossman. No tenía manera
de saber lo que se decía entre los dos hombres. Por lo tanto, no puede
hablar de asuntos de provocación.
—Sostenida —dijo la juez Moody—. Por favor, quite la frase ―sin
provocación‖ del testimonio de la señora Holloway. Los miembros del
jurado tendrán en cuenta su observación.
Schlosser echó la sonrisa de una serpiente en dirección de Russell
antes de volverse hacia el estrado de los testigos.
—Señora Holloway, en cualquier momento, ¿vio a la víctima
golpear o patear al acusado?
—No.
—¿Atacó al acusado de cualquier manera antes de que el
acusado le diera un puñetazo?
—No. Vi toda la cosa, desde el momento en que el acusado se
bajó de la motocicleta hasta el momento en que se alejó. Nunca vi al
Sr. Grossman atacarlo.
Schlosser asintió victoriosamente.
—¿Qué pasó después de que el acusado golpeó al Sr. Grossman?
—Le diré lo que pasó después. El Sr. Grossman cayó. Entonces vi
con horror como el acusado arrastraba al Sr. Grossman a un lado de la
carretera y lo dejaba en la acera como basura —escupió—. Igual que
basura. Nunca he visto a un joven darle tan flagrante falta de respeto
con un anciano en toda mi vida. Luego se alejó sin ninguna
preocupación por la salud y el bienestar del Sr. Grossman. Después de
eso, se subió a su moto y se fue a quién sabe dónde.
Eso estaba mal. Le había preguntado a Grossman si quería una
ambulancia. Había dicho que no. Por supuesto, Edna Holloway no sabía
eso.
—Gracias, señora Holloway —le dijo Schlosser—. Nada más.
Schlosser se sentó y Russell se acercó al podio.
—Señora. Holloway —dijo Russell en tono amable—, ¿pudo
escuchar algo de la conversación entre el Sr. Manos y el Sr. Grossman?
—No lo hice. —Los ojos de Edna Holloway brillaron hacia Russell
como si fuera el atracador que, sin duda, robaría su bolso de sus manos
enguantadas. Apretó alrededor de él y se sentó con la espalda recta y
rígida, con la cabeza bien alta.
—¿Los vio hablar uno con el otro? —continuó Russell.
—Lo hice. — La señora Holloway miró a su alrededor a la defensiva,
como si Russell estuviera tratando de atraparla en una mentira.
—Pero ¿no escuchó ninguna parte del contenido de su
conversación?
—No lo hice —dijo con cautela.
—¿Cómo caracterizaría el lenguaje corporal del señor Manos
durante la conversación?
Recordé claramente que había estado tranquilo y relajado ese día.
No me había exaltado hasta que me dijo que diera una maldita
caminata.
—Agresivo —dijo Edna Holloway—, y de confrontación.
No me jodas. No hay nada como el testimonio de testigos oculares
para llegar al fondo de las cosas. Sólo que en este caso, Edna estaba
paleando tierra de la tumba que estaba cavando para mí con cada
palabra de su boca.
—¿Está segura? —preguntó Russell dubitativo.
—Sí —dijo ella con fuerza.
—¿En algún momento vio al señor Grossman moverse para atacar
el Sr. Manos?
—No.
Eso estaba mal. Diez segundos después de levantarse en mi cara y
gritarme de cosas, Grossman se había abalanzado como un toro de
carga. Ahí es cuando le di un puñetazo. Una vez. Sonaba como auto
defensa para mí.
—¿Nunca vio al Sr. Grossman ir hacia el señor Manos? —preguntó
Russell con escepticismo.
—No —dijo ella con firmeza.
—¿Vio al Sr. Grossman ir hacia el señor Manos?
—No.
—¿Él no se movió en absoluto?
—No. El Grossman se quedó donde estaba todo el tiempo. No me
importa de cuántas maneras me lo pregunte, señor. Ese joven lanzó el
primer y único golpe. —Después de una pausa, miró a Russell y añadió—
: Sin provocación —como si estuviera escupiendo con sus ojos.
Russell la ignoró.
Sólo tenía que deslizar eso, ¿verdad? ¿Quién diablos era esa
mujer?
Brianna le dio a mi mano un breve apretón tranquilizador debajo
de la mesa. Conocía la historia, se la había dicho y a Russell tantas
veces. La miré y ella sonrió brevemente. Ninguno de nosotros quería
llamar la atención sobre nosotros mismos. Ella volvió a tomar notas en su
computadora portátil y a preparar los archivos mientras volvía a verme
soso y en calma.
Russell trabajó con Edna Holloway con preguntas por los siguientes
veinte minutos, llegando a ella desde todos los ángulos, pero Edna
Holloway no se movió. Lo último que Russell quería hacer era verse
como si estuviera acosando a la testigo, por lo que finalmente dio
marcha atrás y dijo:
—No hay nada más, su señoría. —Antes de sentarse.
El marcador cambió, el Estado: 2, y Yo: 0.
Después de que la señora Holloway abandonó el estrado de los
testigos, el oficial llevó a Horst Grossman a la sala del tribunal para
prestar juramento.
Lástima que no pudiera estar junto a Grossman para que el jurado
pudiera ver nuestra diferencia de tamaño real. Horst no era tan grande
como yo, pero de ninguna manera era el pequeño hombre de la foto al
lado de mí que el Fiscal de Distrito había llevado a hacerle creer al
jurado.
El gran estómago de Grossman no había cambiado. Sobresalía de
las solapas de su chaqueta raída. El chico parecía que no se podía
permitir ropa nueva. Sabía que era una mierda. Conducía su Mercedes
convertible de costumbre, por el amor de Dios. Atrás quedó su joyería
de oro y la camisa de seda cara y pantalones ajustados que se había
puesto el día que lo había golpeado.
También faltaba el tupé de lujo. Recuerdo haber pensado que el
tipo tenía una gran cabeza llena de cabello. Ahora lucía una calva
fibrosa. Se veía como un ineficaz chofer de autobús de la ciudad con la
esperanza de una jubilación anticipada.
Horst Grossman cojeó su camino hacia el estrado de los testigos.
Respiraba pesadamente, como si estuviera escalando el monte Everest.
Qué espectáculo navegante. Que le dieran un Oscar al tipo.
Reprimí el deseo de dejar escapar una risa cómica. Ridículo.
George Schlosser se inclinó pacientemente frente al podio y sonrió
mientras el pobre Horst se acomodaba en la silla de los testigos con una
serie de gruñidos y sonidos. Me sorprende que no hubieran llevado a
Horst en una cama de hospital con un tubo intravenoso saliendo de su
brazo.
Schlosser le hizo a Grossman todas las preguntas habituales para
identificar quién era y dónde vivía. Grossman también divagó sobre la
familia que adoraba con locura, su participación desinteresada en la
comunidad, y sus considerables contribuciones caritativas. En su tiempo
libre, no tenía ninguna duda de que Horst patrocinaba a miles de niños
hambrientos que vivían en países del Tercer Mundo, con regularidad
rescataba gatitos atrapados en los árboles y ayudaba a viejitas a cruzar
la calle. Que alguien llamara al Vaticano. Necesitaban reconocer
oficialmente a Santo Horst Grossman y hacer algunas estatuas del
chico.
Finalmente, Schlosser se zambulló en el testimonio relevante. —La
pregunta en la mente de todos, Sr. Grossman, es ¿por qué salió de su
auto en primer lugar, poniéndose en peligro?
Grossman asintió con respeto, como un niño bueno que siempre
hacía lo que le decían. Eh, ajá. Hacía a Sir Anthony Hopkins parecer un
actor de jamón en la comedia de los hermanos Wayan. Grossman dijo:
—Pensé que la mujer que conducía el Volkswagen, la que se había
detenido frente a mí, estaba teniendo algún tipo de problemas con el
auto. El semáforo estuvo en verde por mucho tiempo, y su auto no se
había movido. Así que salí de mi auto para comprobar que estuviera
bien.
Tomó todo lo que tenía no dejar escapar una risa. Grossman había
querido matarla, no ayudarla.
Grossman continuó:
—Resultó, que había derramado su café en todo el auto. Le
pregunté si necesitaba ayuda. Ella dijo que no, que estaba bien. Le
sugerí que debería hacerse a un lado del camino para dejar pasar el
tráfico.
¿Qué? Estaba mintiendo totalmente. Había estado girándole a
Samantha y diciéndole ofensas. El chico había estado tan ebrio, que
me sorprendió que no se hubiera dado un golpe. Es por eso que me
acerqué al auto de Samantha en primer lugar. Grossman había estado
tratando de forzar la ventana hacia abajo para poder llegar a ella.
Cuando eso no funcionó, había empezado a dar patadas en la puerta
del auto.
—¿Ése fue el momento en el que el demandado se le acercó?—
Preguntó Schlosser.
—Sí. Me sorprendió. Nunca lo vi. Lo siguiente que sé, es que me dijo
que retrocediera como la mierda. No tenía ni idea de lo que estaba
pasando. Había estado tratando de ayudar a la joven en el VW. Me
volví hacia él para que pudiera explicármelo. Fue entonces cuando lo
noté. Me sorprendió, nunca lo vi venir.
¿Hablaba en serio? ¿O simplemente estaba malditamente loco?
—¿Dónde lo golpeó el acusado? —preguntó Schlosser.
—En el estómago. Sentí el dolor dispararse hacia mi vientre, y creo
que el viento fue sacado de mí. No podía respirar o incluso ponerme de
pie, por lo que caí de rodillas. Antes de que pudiera recuperarme,
agarró la parte de atrás de mi camisa y me levantó. Mi camisa fue a mi
garganta y no podía respirar. Luego me arrastró hasta la orilla de la
carretera. Yo estaba tratando de mantenerme en pie, pero él estaba
empujándome tan rápido, que no dejaba de tropezar. Creo que la
única razón por la que no caí sobre mi cara fue porque me tenía por el
cuello de mi camisa. Cuando llegamos a la acera, me tiró al suelo.
Schlosser continuó haciéndole a Grossman una letanía de
preguntas: la gravedad de sus heridas, cuánto tiempo estuvo fuera del
trabajo, la cantidad de dolor que sintió inmediatamente después del
ataque y en las semanas siguientes. Siguió y siguió. Horst Grossman
sonaba como el hombre más débil, razonable en el planeta. George
Schlosser era tan inteligente con sus preguntas, que hubo poco que
Russell pudiera objetar.
Estaba en el borde de mi asiento cuando Schlosser finalmente
volteó las cosas hacia Russell.
Russell caminó con confianza al podio y fue directamente a
trabajar con Grossman.
—¿Se acuerda de haberle dicho algo al señor Manos cuando se le
acercó?
—No que yo recuerde —Grossman respondió con prontitud.
—¿No le dijo nada para provocarlo?
—No que yo recuerde.
—¿No hizo ningún comentario amenazante?
—No que yo recuerde.
Joder, Grossman tenía el recuerdo más selectivo de todos los
tiempos. Si iba a mentir a través del interrogatorio, estaba jodido.
—¿Cuánto tiempo estima que pasó entre el momento en que se
volvió hacia el señor Manos y cuando afirma que fue atacado?
—No lo sé, ¿tal vez cinco segundos? —dijo Grossman, pensativo.
Ahora lo recordaba. Lástima que su recuerdo era un poco
impreciso.
—¿Hizo algún movimiento que pudiera haber provocado al Sr.
Manos?
—Ninguno que yo recuerde.
—¿No se movió hacia él de repente?
—No lo creo.
Russell puso los ojos en blanco notablemente. No podía culparlo.
Quería rodar los míos, pero me quedé mirando directamente a
Grossman tan suavemente como me fue posible. Tenía la esperanza de
que el jurado no detectara las dagas y balas escondidas en mis ojos,
porque estaban volando a mil rondas por minuto.
Russell le preguntó a Grossman.
—¿No se movió ni una pulgada?
—No lo creo —respondió Grossman.
—¿Se quedó parado e inmóvil, como una estatua? —preguntó
Russell en un tono que rayaba en lo cómico.
Grossman se rió entre dientes agradablemente.
—Por supuesto que no. Pero no hice ningún movimiento brusco.
—¿Está seguro? —dijo Russell dubitativo—. Le recuerdo, Sr.
Grossman, está testificando bajo juramento.
Las cejas de Grossman se fruncieron. —Ya lo sé, señor, y no hice
ningún movimiento brusco.
—Eso parece extraño para mí, Sr. Grossman. ¿Está diciendo que el
acusado se bajó de su motocicleta, se acercó a usted, a un completo
desconocido, y simplemente le dio un puñetazo en el estómago?
¿Luego se lo llevó a la acera y le preguntó si necesitaba una
ambulancia?
—Fue la cosa más extraña... —Grossman reflexionó pensativo.
—Lo fue, ¿no? —Russell se maravilló, con una sonrisa de
incredulidad tirando de las comisuras de su boca.
Yo estaba maravillado también. Grossman estaba mintiendo
totalmente. Pero no había manera de demostrarlo.
Russell le hizo más preguntas sobre el ataque y las secuelas,
incluyendo las supuestas lesiones de Grossman, pero el hombre desvió
todas las preguntas de Russell como el mayor metedor de goles en la
historia de los deportes. No lo podía creer. Grossman era un profesional
total en el estrado.
Russell finalmente se quedó sin preguntas y se sentó.
—¿Alguna cosa más, consejero? —preguntó el juez.
—No, su señoría —dijo Schlosser desde la mesa del fiscal.
—Nada más, su señoría —dijo Russell.
—El Estado descansa, su señoría —dijo Schlosser.
Grossman bajó del estrado de los testigos.
—Muy bien —dijo La Jueza Moody—, vamos a tomar un breve
receso de quince minutos, entonces la defensa llamará a su primer
testigo. —Golpeó el martillo con carácter definitivo.
Mierda. El marcador cambió a: Estado: 3, Yo: 0
La única manera de que fuera a sumar algún punto con el jurado
sería cuando Russell me llamara al estrado, y me diera la oportunidad
de finalmente contar mi versión de los hechos. Si tenía suerte, eso me
ganaría un punto con el jurado, con lo que la puntuación sería 3 a 1.
Lástima que Schlosser siguiera con preguntas sobre mi pasado criminal
durante el interrogatorio. Podía muy bien socavar cualquier ventaja que
hubiera obtenido al contar mi versión de los hechos. Si las cosas salían
mal, después de que terminara de declarar, el resultado podría ser de
nuevo 3 a 0, o peor, el jurado podría verme como a un criminal. Debido
a que todo el mundo lo sabía: una vez un criminal, siempre un criminal.
Eso sumaría un punto para el juicio. De la forma en que lo veía, pondría
las cosas 4-0.
Lamentablemente, no importaba. Ya estaba 3-0, 3-1, o 4-0, era el
perdedor en todos los escenarios.
Necesitaba un receptor abierto de la NFL corriendo directo en este
campo de fútbol y que diera un pase de touchdown de Ave María, o
estaba jodido.
Lástima que no hubiera receptores abiertos en el fútbol.

Samantha
El atasco de tráfico finalmente se despejó lo suficiente para que los
equipos de emergencia y los autos empezaran a avanzar. Llevó una
eternidad para que todos se metieran en el carril que estaba abierto y
pasar alrededor de los restos del accidente.
El semi de Ralph y los otros vehículos involucrados en el accidente
estaban todos torcidos, quemados y ennegrecidos. Los bomberos
seguían pululando alrededor y regaban las cosas, pero nada parecía
estarse quemando ya. Las personas que habían sido levantadas en el
aire por el helicóptero se habían ido. Me tomé un momento para
recordarme a mí mismo que sus días eran mucho peores que los míos.
Yo me limité a los 65 kilómetros por hora en el camino al centro,
paranoica de que pudiera ser multada por la CHP si trataba de
acelerar. No necesitaba más retrasos. Mantuve una distancia de cuatro
centímetros de los autos delante de mí. No quería entrar de alguna
manera en un accidente yo también. Esa perra de la Srita. Suerte había
estado trabajando en mi contra durante toda la mañana, así que no le
daría ninguna oportunidad de detenerme más.
Salí de la autopista a la calle delantera y me dirigí hacia el palacio
de justicia. Había un montón de calles de sentido único y di la vuelta
varias veces antes de encontrar el palacio de justicia en Broadway.
¿El tribunal tenía aparcamiento con prioridad para las novias con
pánico? No. ¿Tenían estacionamiento en absoluto? Ninguno que
pudiera ver.
Tenía la tentación de deshacerme de mi auto en la escalinata del
palacio de justicia y correr dentro. Mierda. Esa no era una opción.
Conduje alrededor de la cuadra y me detuve en el primer
aparcamiento que pude encontrar. ¡Querían veinticinco dólares! No me
importaba. Tomé la nota del encargado del aparcamiento y aparqué
en el tercer piso.
Tomé mis tacones y los cargué mientras corría de mi auto al
palacio de justicia. Por suerte para mí las aceras de San Diego estaban
relativamente limpias. El palacio de justicia era un edificio enorme con
un montón de columnas romanas en el frente y 'las palabras ―Salón de
la Justicia‖ en letras grandes encima de la entrada. ¿Acaso Superman y
la Mujer Maravilla trabajaban aquí? ¿Por qué no voló la Mujer Maravilla
su jet invisible para recogerme del atasco de tráfico? O Superman
podría haber simplemente saltado por la ventana y haberme sacado
de mi auto. Esos tipos se estaban volviendo perezosos.
Me puse mis zapatos y atravesé las puertas. Entonces me puse en
la fila para el control de seguridad y me quité rápidamente mis zapatos.
Y mi cinturón. ¿Por qué? No volaría ningún lugar. ¿No podían ver que no
era terrorista? ¿Y qué si mi blusa estaba empapada de sudor? Sabía
que estaba a punto de perder la calma porque un retraso más iba a
asar mi cerebro y a enviarme a tener convulsiones, pero no era como
que tenía una bomba en mi bolso.
Después de que terminé con seguridad, me detuve en seco.
¿Dónde diablos estaba la sala de Christos? ¡Debía haber un centenar
de salas en este lugar! Detuve a varias personas caminando y les
pregunté si sabían dónde era el juicio de Manos, con la esperanza de
que así fuera cómo se llamaba. Cada persona que detenía me miraba
como si estuviera loca. Quería decirles que no tenía una bomba en mi
bolso, ni era terrorista, pero deduje que no ayudaría para nada.
Así que empecé a abrir al azar las puertas de las salas del tribunal.
Cada vez que lo hacía, lo que estaba pasando en el interior se detenía.
Todos se volvían a mirarme y los abogados me veían como si estuviera
arruinando su mojo de abogado. ¿Cuál diablos era el problema?
Estaba siendo silenciosa. Podría haber sido porque todas las salas de
audiencias eran tan pequeñas. ¿Dónde estaban las enormes salas que
había visto en todas las películas?
Más importante aún, ¿dónde diablos estaba Christos?
Nunca iba a encontrarlo.
Este edificio tenía al menos diez pisos. ¿Tendría que ir de piso en
piso abriendo todas las puertas? Eso podría llevar horas. Pero nadie a
quien le había preguntado tenía idea de dónde era el juicio de Christos.
¿Qué tal si era el Palacio de Justicia equivocado?
¡Mierda!
Christos

Volvimos a la corte después del receso. La jueza se había sentado


en su estrado y llamó dentro al jurado.
—Señor Merriweather —le dijo la jueza Moody a Russell―, puede
llamar a su primer testigo.
Russell se agachó y me susurró al oído:
—¿Estás listo?
Respiré bien hondo.
—Sí.
Es hora de lanzar los dados.
Es mi momento de pasar y testificar.
Sentí mis bolas retorcerse dentro de mi pelvis. Creo que el pelo de
mi cabeza estaba tratando de arrastrarse de nuevo en mi cuero
cabelludo y las uñas de retraerse. Cada parte de mi cuerpo estaba
tratando de evitar un desastre o daño. Esto era. Estaba arriba, en la
cuerda floja sin práctica. ¿Caería y me moriría en el medio del acto o
terminaba exitosamente haciendo un ademán y con aplausos?
—¡Psst!
Me giré para ver quién estaba siseándome al oído.
Era Samantha.
Casi salto del asiento.
—¿Samoula? —susurró mi abuelo, confundido.
Brianna levantó la mirada de su portátil y miró a Samantha como si
acabara de salir del tren de locos de una ciudad loca.
La cabeza de Russell giró lentamente como el tambor de una
pistola. Miró duramente a Samantha. No tenía idea de quién era.
—Disculpe, jovencita —susurró con severidad—. ¿Puedo ayudarla?
—¡Tengo un video! —siseó Samantha.
—¿Qué? —preguntó Russell bruscamente.
—Deberías sentarte, agápi mou —dije en voz baja.
—¡De veras tienen que ver este video! —susurró Samantha—. Está
en mi teléfono. —Lo sostuvo sobre la barandilla baja entre los bancos
del observador y el suelo de la sala. Saludó con la mano a mi abuelo y
le sonrió.
—Jovencita, la corte está en sesión —advirtió Russell—. Siga
hablando, y el juez podrá citarla por desacato a la corte. Le sugiero que
vuelva a su asiento y se comporte o tendré que sacarla de aquí yo
mismo.
—¡Es importante! —rogó Samantha—. ¡Díselo Christos!
—¿Conoces a esta maleducada? —me preguntó Russell
bruscamente, entrecerrando los ojos.
—Sí —suspiré—. Un poco.
Samantha me golpeó en el hombro y me frunció el ceño.
—¿Un poco?
Reprimí una carcajada.
—Russel, esta es Samantha Smith, mi novia.
Russel alzó las cejas.
—Encantado de conocerte, Samantha —dijo educadamente—.
No sé si te has dado cuenta, pero estamos en el medio de un juicio.
Estoy tratando de mantener a tu novio fuera de la cárcel. A menos que
tengas una muy buena razón para interrumpir, te sugiero que te sientes
inmediatamente y guardes silencio.
—¡Pero tengo un video de lo que pasó! —rogó Samantha.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Russell, perplejo.
—Señor Merriweather —interrumpió la jueza Moody—. ¿Tenemos
algún problema?
Russell le sonrió.
—No señoría, en absoluto. ¿Podemos tener un minuto?
—Que sea rápido, señor Merriweather —ordenó la jueza Moody.
—¡Tengo un video de él! —siseó Samantha.
—¿De quién? —pregunté.
—¡Encontré un video en internet en el que tú golpeas a ese tipo
sentado ahí! —Señaló a Horst Grossman que estaba sentado en el otro
extremo de la fila de testigos, detrás de la mesa del fiscal.
Las cejas de Russell se elevaron en su frente.
—¿Cómo?
No podía creer lo que estaba escuchando. Dije:
—Samantha, ¿estás hablando en serio?
Asintió.
—¡Sí!
La jueza Geraldine nos disparó una furiosa mirada.
—Cuando quiera señor Merriweather.
—Un momento, su señoría —dijo Russell—. Puede que haya
acabado de recibir información que concierne al caso.
—¿Puede que la haya recibido o la recibió? —preguntó la jueza
impacientemente.
—Si usted muy generosamente me diera un minuto, su señoría, se lo
haré saber.
—¿Debo pedir otro receso tan solo cinco minutos después del
último?
—No, su señoría. Solo será un minuto.
—Tiene dos minutos, abogado.
Russell miró a Samantha.
—¿Tienes el video en el teléfono?
—Sí.
—¿Está listo para reproducir?
—Sí.
—¿Puedo verlo?
Samantha le pasó el teléfono a Russell.
Me incliné por sobre su hombro y pulsé reproducir
El video era increíblemente claro. Se podía ver la cara de Horst
Grossman claramente mientras le gritaba una y otra vez a Samantha en
su VW. Incluso se podía ver la cara de Samantha en el interior de su
auto, y a mí, cuando entré con mi casco, antes y después de que
Grossman se me abalanzara y yo lo golpeara. Quien grabó esto debe
haber estado planeando estudiar cinematografía en la escuela de cine
de la USC. El audio estaba un poco mal, pero se podía oír la mayor
parte de lo que dijo Horst Grossman.
Russell miró entre Samantha y el teléfono.
—¿Esa eres tú? —preguntó, señalando la pequeña imagen de
Samantha en su VW.
Asintió.
En voz baja, Russell dijo:
—Christos, tienes suerte de que estemos en la corte. De lo contrario
te hubiera golpeado en la cabeza. Entonces te daría la vuelta y te
golpearía del otro lado. ¿Por qué no me dijiste que era tu novia la chica
en el auto? ¿Estás loco? No, no respondas. Porque sé que estás loco. —
Se volvió a mirar a Samantha—. ¿Dónde encontraste este video?
—En el blog de alguien. Ni siquiera es un video de YouTube. Estaba
en Vimeo.
—Verificaron los videos de internet —dijo Russell, confundido—. Y
miramos en Vimeo. Y en YouTube. Y en todas partes. Varias veces. No
pudimos encontrar nada.
—Creo que quienquiera que lo subió lo acaba de publicar. Ves, la
fecha de carga es de hace dos días y sólo tiene unos pocos cientos de
hits. Me llevó toda la noche encontrarlo por cómo estaba etiquetado.
—Eres casi un detective —dijo Russell—. ¿Cómo era tu nombre?
—Samantha Smith.
—―Gracias, Señorita Smith. Creo que acabas de salvarle el culo a
tu novio. —Russell sonrió—. ¿Tendrías alguna objeción de subir al estrado
para testificar en defensa de Christos?
—¿Yo? —jadeó.
—Sí, tú. Si la jueza lo permite, podemos evitar que Christos vaya al
estrado.
—¡Claro! ¡Lo haré, definitivamente! —dijo ella.
—Hazme un favor —dijo Russell—. Envíale un correo electrónico con
la dirección URL del sitio web a mi asistente. —Asintió hacia Brianna y le
dijo—: Señorita Smith, ésta es Brianna Johnson.
Brianna y Samantha se dieron la mano y luego Samantha se
apresuró a enviarle el correo.
—Lo tengo —dijo Brianna unos segundos después. La vi poner el
video en su portátil. Parece que la corte tenía un gran servicio de wifi.
Russell se puso de pie, ante la jueza, y con su más encantadora,
propia de ganar voz, dijo:
—Su señoría, ¿pueden acercarse los abogados al estrado?
—Mejor que sea bueno, señor Merriweather.
George Schlosser y su equipo nos estaban mirando abiertamente.
No tenían idea de lo que estaba a punto de golpearlos.
—Creo que se va a sorprender, su señoría —dijo Russell, pensativo—
. Ciertamente yo lo estoy.
—Pueden acercarse, abogados —dijo la jueza.
Russell, Brianna, George Schlosser, y sus dos asistentes fueron hasta
el estrado de Geraldine Moody.
En voz tan baja, que apenas la podía oír, Russell le explicó todo al
juez. Señaló a Samantha varias veces. Cuando lo hizo, Schlosser y su
equipo le dieron a Samantha miradas asqueadas.
Brianna dejó su portátil en la esquina del estrado de la jueza apara
que pudiera ver el vídeo. Schlosser y su equipo tuvieron que estirarse
más para ver la pantalla cuando Brianna puso el video.
Al principio, la jueza Moody estaba aburrida, pero a medida que el
video trascurría, entró en trance y, literalmente, se inclinó hacia
adelante en el borde de su asiento. Cuando el video terminó, dijo―:
¿Puedo verlo de nuevo?
—Por supuesto, su señoría —dijo Russel—. Brianna, por favor, ponlo
otra vez.
Brianna asintió y puso el video desde el principio.
Después verlo por segunda vez, Schlosser gruñó:
—Esto es absurdo, su señoría. De ninguna manera usted puede
permitir esto como evidencia. Necesito tiempo para verificar que la
mujer en el vídeo es esa chica de allá.
—A mí me parece que es la misma chica —dijo la jueza Moody,
con una pizca de diversión en su voz.
—Puede ser —resopló Schlosser—, pero si resulta que es la mujer en
el video, todavía necesito tiempo para atestiguarla adecuadamente.
No tengo ni idea de cuál puede ser su testimonio.
—Yo tampoco —dijo Russell.
Schlosser le hizo una mueca, se volvió hacia la jueza Moody y le
dijo:
—Su señoría, tácticas de principiantes como estas no son aptos
para la corte —dijo como si Russell fuera un mentiroso conocido—.
Sugiero que las dejemos en las novelas baratas y en las carpas de circo
donde pertenecen.
—Yo decidiré lo que vaya a pasar en mi propia sala, señor Schlosser
—dijo la jueza con un tono maternal—. Señor Merriweather, ¿ha tenido
la oportunidad de entrevistar a este testigo sorpresa? —preguntó la
jueza Moody.
—No, su señoría —dijo Russel—. No sabía nada de su existencia
hasta que entró a la corte hoy mismo.
La jueza alzo una ceja, incrédula, a Russell.
El levantó una ceja incrédula hacia ella.
Schlosser les puso los ojos en blanco a los dos.
—Lo permitiré —dijo la jueza Moddy.
—Pero… —intervino Schlosser.
La jueza lo cortó.
—Señor Schlosser, ha estado haciendo esto el tiempo suficiente.
Improvise. A la luz de este vídeo, tiene suerte de que no descarte este
caso en el acto. ¿Le gustaría que lo hiciera?
Schlosser sonrió cariñosamente.
—Su señoría, yo...
—Sí o no, abogado —dijo la jueza.
Schlosser exhaló, resignado.
—Como usted desee, su señoría.
—Excelente. Señor Merriweather, por favor asegúrese que el señor
Schlosser consiga el enlace a este video. Tomaremos una pausa de una
hora, tiempo durante el cual sus equipos pueden revisar el video en
profundidad y formular sus argumentos. —Ella golpeó su martillo—. La
corte entra en receso por una hora.

El testimonio de Samantha y las increíbles imágenes de video


dieron vuelta al juicio de cabeza.
Russell puso el vídeo en la pantalla grande de proyección mientras
que Samantha estaba en el estrado. Detuvo el video intermitentemente
para hacerle preguntas y aclarar detalles de lo que estaba sucediendo.
Vi con una pequeña sonrisa en mi cara mientras se desarrollaban
en la pantalla los momentos en los que fui arrancado de mi moto la
primera vez. Hice todo lo posible para no parecer satisfecho delante del
jurado. Era jodidamente difícil.
En el video había una toma de cerca de la cara de Grossman
cuando le gritó a Samantha y trató de abrir la ventanilla de su auto.
Parecía un loco furioso. El jurado lo vio con asombro, con los ojos muy
abiertos ya que, en el video, Grossman echaba espuma por la boca y
se puso rojo remolacha mientras le llamaba a Samantha perra, zorra,
puta, y cabeza de alfiler. Una mujer del jurado se rio con incredulidad
cuando Grossman pateó la puerta del Volkswagen de Samantha.
El golpe final, tanto literal como figurativo, llegó cuando Grossman
arremetió contra mí en el video. Había estado de pie tranquilamente
delante de él. Todos en la sala pudieron ver claramente que Grossman
había tratado de abordarme antes de que me apartara de su camino y
le pegara un puñetazo.
Eché un vistazo y vi al ayudante del fiscal del distrito, George
Schlosser pasando una mano por su pelo. Parecía derrotado, como si
acabara de ser golpeado.
Cuando Russel terminó las preguntas a Samantha y se sentó,
Schlosser estaba terminando una tranquila conversación con sus
asistentes. Después de un momento, todos asintieron.
Schlosser se puso de pie y dijo:
—Señoría, debido al imprevisto desarrollo de las pruebas en este
caso, el estado ha decidido desestimar todos los cargos contra el
demandado.
—¿Está usted seguro, señor Schlosser? No quiero volver a esto otra
vez —dijo la jueza.
—Sí, su señoría —dijo Schlosser.
—Para dejar en el registro que en el caso del Estado de California
contra Christos Manos, número SD-2013-K-071183A —entonó la jueza— el
estado retira todos los cargos. —Golpea el martillo—. Caso
desestimado. Señor Manos, es libre de irse.
Por un segundo, no podía creer lo que oía.
La gran sonrisa que se extendió por el rostro de Russell era la
prueba que no estaba alucinando.
—Felicidades hijo —dijo mientras sacudía mi mano y apretaba
enérgicamente mi hombro— pongámonos de acuerdo en no volver a
hacerlo nunca más. ¿Me entiendes?
—Estoy de acuerdo —dije, sonriendo de oreja a oreja.
Me señaló con un dedo.
—Hablo en serio, hijo. No más mierda. Tienes mejores cosas que
hacer que perder mi tiempo en una sala del juzgado.
—Me conoces demasiado bien —sonreí—. Lo prometo, no más
juzgados.
Con un poco de suerte, podré cumplir mi promesa.

Samantha
Prácticamente salté por encima del banquillo de los testigos
intentando llegar hasta Christos cuando la jueza desestimó el caso.
Christos salió por detrás de la mesa de defensa y salté en sus
brazos.
—¡Lo hicimos! —chillé.
Me hizo girar alrededor una vez y me dejó en el suelo.
—No, tú lo hiciste, agápi mou. Has ganado este caso con una sola
mano. Echó un vistazo a su abogado y dijo—. Quiero decir, Russell
ayudó, pero tu Samantha, le robaste el espectáculo. Samantha, te
presento a mi abogado, Russell Merriweather. Es un viejo amigo de la
familia.
Estreché la mano de Russell:
—Encantada de conocerlo.
—Christos tiene razón, señorita Smith —sonrió Russell—. Usted
debería de enviarle una factura.
Sonreí.
—Nah, idearé alguna manera de hacerle pagar por los servicios
prestados.
Christos se rio entre dientes.
—Con mucho gusto.
Brianna Johnson caminó alrededor de la mesa de la defensa,
frunciéndole el ceño a Christos.
—Christos, ¿cómo has podido olvidar mencionarnos a Russell y a mí
que tu novia estaba en la escena del delito?
Christos esbozo una amplia sonrisa con hoyuelos.
—Intentaba ahorrarle a Samantha un montón de tiempo y
problemas. —Frotó su mano en mi hombro—. Tiene mejores cosas que
hacer.
—Podrías haberte ahorrado un montón de tiempo y problemas si
nos lo hubieras dicho antes —lo amonestó Brianna.
Christos sacó una sonrisa con hoyuelos.
—Estaba tratando de ahorrarle a Samantha un montón de tiempo
y problemas. —Frotó su mano en mi hombro—. Tiene mejores cosas que
hacer.
Le puse los ojos blancos.
—Russell tenía razón, Christos. ¡Estás loco! —Miré a Brianna en
acuerdo.
Ella me dio una sonrisa fraternal y sacudió la cabeza.
—¡Hombres! ¡Juro que si no fuera por nosotras las mujeres, no serían
capaces ni de atar sus propios zapatos!
—Lo sé, ¿verdad? —Sonreí.
—Oye —bromeó Christos—, estoy aquí delante.
—Bueno. Entonces lo que estamos diciendo quizá surta efecto. —
Me guiñó Brianna un ojo—. A pesar de su dura cabeza, Christos es un
buen chico. Pero no lo dejes escabullirse de hacer algunas tareas para
compensar todos los problemas que te ha causado.
—No lo haré —sonreí.
Spiridon se acercó un momento después con alguien que sólo
podía ser el papá de Christos. Ambos intercambiaron grandes abrazos
con Christos.
—Los hombres Manos —dijo Russell con orgullo, sonriéndole a los
tres—, todos justo aquí en esto.
—Samantha —dijo Christos— quiero presentarte a mi papá, Nikolos
Manos.
Estreché la mano de Nikolos. Parecía una versión apenas más
mayor de Christos. Era tan apuesto como su hijo y tenía los mismos
divertidos ojos azules. Viendo a los tres juntos, era obvio que Christos iba
a ser dolorosamente hermoso en todas las etapas de su vida. Sé que la
gente decía que George Clooney mejoró su aspecto con la edad, pero
Nikolos y Spirindon dejaban a George en vergüenza.
—He oído hablar de ti —sonrió Nikolos—. Mi padre dice que eres
una buena joven y una artista con talento también. Tal vez podrías
enseñar a mi hijo una o dos cosas en cuanto a pintar. Necesita toda la
ayuda que pueda conseguir —Me guiñó un ojo.
Spirindon me sonrió.
—Sí. Samoula se ha mudado a la casa para ser la tutora privada en
pintura de Christos. ¿Es así, koristsáki mou? —Me dio unas palmaditas
cariñosas en el hombro.
Estaba tan abrumada por todo ello, por el alivio que había
terminado el juicio de Christos y el sentimiento de tener una familia que
absolutamente adoraba, que no podía hablar. Sonreí y asentí mi
respuesta mientras las lágrimas nublaban mi vista. Hice mi mejor esfuerzo
para retenerlas mientras salíamos de la sala del tribunal.
Ahora que había terminado, secretamente esperaba que fuera la
última vez que pusiera un pie en la sala de un tribunal. Entre Taylor
Lamberth, Damian Wolfram y Christos, había tenido suficientes juicios
para toda la vida.

Christos
Inhalo una bocanada del suave aire de la tarde cuando ya
estamos parados delante del Palacio de Justicia bajo el sol de San
Diego.
Estaba libre.
Todavía no me había hundido del todo. Una parte de mi había
estado totalmente preparado para ser llevado fuera de la sala del
tribunal esposado y siendo enviado a prisión después de mi juicio. Las
brumosas garras del miedo todavía me tenían sujeto por el cuello. Nada
de lo que preocuparse. Desaparecerían. Estaba seguro. Estaba con mi
familia y amigos, y estaba libre.
—¿Quién quiere celebrarlo? —Sonreí—. Estaba pensando en tomar
unas bebidas y comer algo en la calle Yard House. Yo invito.
—Ya has gastado suficiente dinero conmigo. —Sonrió Russel—.
Podemos ir todos allí y yo pagaré la cuenta.
—¿Christos Manos? —Un tipo desconocido se nos acercó y
preguntó bruscamente. Había venido desde la dirección del Palacio de
Justicia y usaba un traje caro y un maletín. ¿Era un secretario del
juzgado o algo así?
Estreché mis ojos.
—¿Quién quiere saberlo?
—¿Eres Christos Manos? —preguntó el tipo otra vez.
Ahora que había tenido la oportunidad de estudiarlo, no parecía
una amenaza. Pero tenía un grueso sobre comercial blanco en la
mano.
—Sí, soy yo. ¿Qué es lo que quiere?
El tipo levantó el brazo y me empujó el sobre.
—Ha sido notificado.
—Christos, Christos, Christos —suspiró Russell—. ¿Qué es esta vez,
joven?
Abrí el sobre y leí los documentos.
—¿Qué? —preguntó Samantha, preocupada.
Suspiré pesadamente.
—Hunter Blakeley me está demandando.
—¿Qué? ¿Por qué? —Samantha frunció el ceño—. ¿Por qué le
hiciste tropezar ese día en lDUa SDU?
Se refería a la vez en que le llamé la atención a Hunter por darle
mierda a ella y a Romero en la arboleda de eucaliptos del campus.
—No. Porque le di un puñetazo en la cara.
—¿Cuándo? —preguntó Samantha.
—No quieres saber.
—Yo quiero saberlo —interrumpió Russell. Tomó la citación judicial—
. Y quiero saber quiénes estuvieron implicados. No más sorpresas de
estas de último minuto. —Analizó el papeleo—. Se trata de una
demanda civil, Christos. Te está demandando por daños y perjuicios.
¿Lo golpeaste?
—Sí —suspiré—. Pero fue en defensa propia.
—Estoy seguro —dijo Russell.
No podría decir si estaba siendo sarcástico o no. Probablemente
estaba enojada porque estaba saliendo de un caso y entrando directo
a otro. No podía culparlo.
—Mira —dije—, hace un par de semanas, Hunter y tres de sus
amigos nos siguieron a Jake y a mí después de salir de Hooters. Hunter
intentó golpearme y se la devolví en las narices. Una vez.
Russell apretó los labios mientras sus cejas se elevaban encima sus
ojos oscuros.
—Suena familiar. Desafortunadamente, un juicio civil no es un juicio
penal, hijo. Si le pegaste, probablemente vas a tener que pagar. Lo
único que puedo hacer es minimizar lo que le deberás. Hojeó varias
páginas del documento—. Lo que, en este caso, es una millonada. El
abogado de este chico está pidiendo un millón en gastos médicos,
perdida de salarios y el dolor y sufrimiento. Podemos reducirlo un poco.
Pero puede que no sea capaz de hacer que todo desaparezca. Puedo
preguntar, ¿tenías algún equipo de grabación alrededor para salvarte
el culo en el juzgado esta vez?
—Lo dudo —dije—. Fue en el medio de la noche en una calle
vacía. No había nadie allí excepto Jake y los tres tipos con Hunter.
—Vale —dijo Russell—. Vamos a averiguarlo. ¿Entretanto, podría
pedirte que no te metieras en más peleas? ¿Es posible? ¿O estoy
pidiéndole agua a una piedra?
Todos me miraban expectantes. Samantha, mi padre, mi abuelo,
Brianna y Russell. Todos tenían miradas escépticas.
—Vamos, chicos —supliqué—, la única razón de que esta mierda
empezó fue porque estuve defendiendo a Samantha. La primera vez en
su VW la segunda vez en la arboleda de eucaliptos en la SDU.
Hunter nunca nos hubiera arrinconado a Jake y a mí esa noche si
no le hubiera hecho tropezar ese día en la SDU. Todavía estaba enojado
porque le había hecho quedar como un necio.
—Aunque tus acciones han sido honorables —amonestó Russell—,
la próxima vez que haya un problema, te animo a salir corriendo. ¿Lo
entiendes? —Levantó una dudosa ceja, pero una leve sonrisa
traicionaba su seriedad.
—¿Y qué hay de Samantha? —le pregunté—. ¿Qué pasa si tengo
que protegerla? No voy a abandonarla en problemas.
—Eres un chico fuerte —Sonrió Russell socarronamente—. La
recoges, te la echas al hombro y corres.
Me reí:
—Puedo manejar eso.
Russell puso una mano grande en la parte de atrás de mi cuello.
—Está bien, todos ustedes. Ya he tenido suficiente drama judicial
por un día. Vamos a conseguir algo para cenar.
Todos caminamos hacia el este por Broadway y entramos en Yard
House. Ya que era temprano y la hora de la cena aún no había llegado,
nos dieron una mesa para seis de inmediato.
Mientras esperábamos al camarero para hacer nuestra orden de
bebidas, revisé mi teléfono. Tenía toneladas de textos y mensajes de voz
de Samantha. Me sentí como un idiota. Ella debía de haberse vuelto
loca tratando de localizarme. Lamentaría eso más tarde.
Pero el último texto era de Brandon Charboneau.
¿Cómo están yendo las pinturas? Quiero reservar la galería para
mostrarlas, pero no puedo fijar una fecha hasta que me des
una. Házmelo saber.
Malditamente genial. No le había dicho a Brandon sobre el
juicio. Había estado agitando el látigo lo suficiente sin saberlo. No había
querido que pensara que tendría que tener todo listo antes de que
terminara en la cárcel. Hubiera creado demasiada tensión entre
nosotros.
Ahora que mi juicio había terminado, la última cosa que quería
hacer era saltar de nuevo en el estudio para continuar pintando un
montón de modelos que no tenía interés en pintarla.
Antes, las había pintado sobre todo para mantener mi mente fuera
del juicio con Grossman. El trabajo era siempre una buena
distracción. En el lado positivo, ahora que tenía esta ridícula demanda
civil de Hunter Blakeley cerniéndose sobre mi cabeza, el trabajo podría
ser justo lo que necesitaba para mantenerme motivado. Había gastado
una gran cantidad de dinero con Russell. Sus servicios no eran baratos. Si
terminaba pagándole a Hunter, aunque sólo le debiera una fracción de
la cantidad que pedía, estaría en quiebra.
Necesitaba ganar algo de dinero rápido. Hacer los lienzos para
Brandon era tan buena manera como cualquier otra para atraer más
Benjamins16.
Y ahora que Samantha se había mudado, podía verme salir con
chicas desnudas calientes siete días a la semana. Ella no se perdería un
momento de la emoción. Estoy seguro de que pasaría el rato de su vida.
Mierda. Como todo lo demás, me preocuparía de eso más
adelante. Cuando la camarera llegó, pedí un trago doble de bourbon
Basil Hayden.
Que comience el beber.

16 Benjamins: se refiere al billete estadounidense, que tiene a Benjamin Franklin en él.


Samantha
—¿Cuánto bebiste? —le pregunté a Christos cuando todo el
mundo salió de Yard House en Broadway.
—Cuenta perdida —dijo Christos arrastrando las palabras.
—Pesas un millón de kilos —gruñí. Su brazo estaba en mi hombro y
se apoyaba en mí. Se sentía como si un edificio hubiera caído sobre mí.
—Deja que te ayude, Samantha —dijo Nikolos,
preocupado. Agarró a Christos del otro brazo y lo levantó con facilidad,
tomando todo su peso.
—¿Dónde está mi Camaro? —preguntó Christos.
—No vas a conducir, paidi mou —dijo Nikolos—, no así.
Christos no era un borracho hecho polvo, pero estaba cerca. Esta
era la primera vez que lo había visto así. No podía culparlo. Había
tenido un día estresante.
—Puedo conducir el Camaro de Christos —le dijo Spiridon a
Nikolos—. Puedes llevar mi auto a casa.
Nikolos asintió.
—¿Por qué camino hasta tu auto, Samantha?
—Por allí —señalé.
—Brianna y yo estacionamos por ese camino —dijo Russell a todo el
mundo—. Debería llevarla de vuelta a su auto en la oficina para que
pueda volver a casa.
Todos nos despedimos. Spiridon y Nikolos caminaron con Christos y
yo hacia el oeste en Broadway, hacia el garaje donde estaba mi
VW. Russell y Brianna se fueron para otro lado.
—Háblame de algunas de tus pinturas, Samantha —dijo Nikolos
mientras los cuatro caminábamos por la acera.
—Ella es asombrosa —dijo Christos arrastrando las palabras, con los
ojos un poco vidriosos.
—Es bastante buena —acordó Spiridon—. Es una aprendiza
rápida. Christos le ha enseñado mucho desde que se conocieron en
septiembre. Nunca he visto una mejoría tan rápida.
Me sonrojé.
—Dios, Spiridon, gracias.
—Me encantaría ver un poco de tu trabajo —dijo Nikolos—. ¿Ha
estado enseñándote Christos sobre el retrato?
—Sí. Me ha enseñado todo sobre el dibujo de gestos y el estudio de
la anatomía, y la forma de dibujar el modelo. No sabía que se podía
hacer eso. Siempre pensé que tenía que hacer todo desde la cabeza.
Nikolos asintió y sonrió, todavía con Christos agarrado de alrededor
de la cintura para ayudarlo a caminar. Christos estaba más borracho de
lo que creía.
—Es taaaaaan buena —dijo Christos.
Sí, estaba borracho.
A Nikolos no parecía importarle. Sabía por Christos que Nikolos era
un gran bebedor, pero no había bebido nada en la cena. Él estaba
completamente sobrio.
—Mucha gente piensa que el dibujo es magia —dijo Nikolos—
. Piensan que o naces sabiendo hacerlo o no. Eso no es cierto. Puedes
aprender, especialmente si tienes un buen maestro.
—¡Eso es lo que dijo Christos! —Sonreí.
Nikolos asintió con orgullo.
Finalmente llegamos al garaje donde estaba estacionado mi
VW. Nikolos bajó suavemente a Christos en el asiento trasero, y luego el
resto de nosotros subió.
Después de dejar a Spiridon en el Camaro de Christos, llevé a
Nikolos a donde estaba estacionado el auto de Spiridon en otro
garaje. Sacó a Christos del asiento trasero de mi VW y lo puso en el
asiento delantero por mí. No había manera de que pudiera haberlo
hecho yo misma. Nikolos trasladó a Christos como si no pesaría
nada. Era muy, muy fuerte.
—Gracias por todo —le dije mientras abrazaba a Nikolos.
—Puedo decir, Samantha —dijo Nikolos mientras palmeaba mi
espalda—, que eres una buena chica. Me alegro de que mi hijo te
conociera. Sólo lamento que haya sido ese idiota de Horst Grossman
quien los unió.
—Oh, no me importa —me reí—. Ese tipo es un idiota y ahora
podemos olvidarnos de él. Pero si no hubiera sido tal imbécil maestral en
primer lugar, nunca habría conocido a tu hijo.
—¿Imbécil maestral? —Nikolos se rió entre dientes—. En los viejos
tiempos, cuando yo era joven, lo habría llamado un jodido idiota y lo
habría dejado así.
Me encogí de hombros.
—Pero eso suena como cualquier idiota al azar. Horst Grossman fue
como el maestro de todos los imbéciles. Él es quien da todas las órdenes
—Sonreí.
—Me gusta la forma en que piensas. —Nikolos rió—. ¿Necesitas que
te siga de vuelta a la casa de mi padre para ayudarte a sacar a
Christos del auto?
—Creo que puedo manejarlo. Si no, puede dormir en el auto.
—Spiridon tiene una carretilla en el garaje si la necesitas. Bueno,
buenas noches, Samantha. Estoy deseando ver tu arte en algún
momento pronto.
—¡Yo también! —Sonreí. Lo saludé cuando se metió en el auto de
Spiridon y se fue.
Esperaba que Nikolos viniera por la casa para una visita en algún
momento. Parecía realmente agradable. No sabía por qué Christos
nunca pasaba tiempo con él. Por la forma en que Christos había
hablado de su padre en el pasado, imaginé que Nikolos sería algún tipo
de borracho. Así no era como lucía esta noche. Parecía saludable y
definitivamente sobrio. Christos había sido el que había bebido.
Quizás Christos y su padre comenzarían a pasar más tiempo
juntos. Estaba segura de que sería bueno para los dos.
A pesar de todo el drama del día, sentí que las cosas estaban
empezando a mejorar para mí y para Christos.
Finalmente.

Mi buen humor cayó en picado cuando mi teléfono sonó en el


camino a casa.
Mis padres estaban llamando.
No había manera de que fuera a responderles en este
momento. No podía hacer frente a una gota más de drama esta
noche. Después de nuestra última llamada, sólo podía imaginar la
maldad con la que me golpearían si contestaba.
Los dejé pasar al correo de voz. Me ocuparía de ellos más
tarde. Quizá mañana.
Tal vez nunca.
Tal vez si nunca los llamaba de nuevo, mis padres poco a poco se
olvidarían que alguna vez habían tenido una hija. Sólo podía esperar
eso.
Tan, tan, tan ¡¡¡TAN QUEJICAS!!!
Rodé los ojos y me concentré en la carretera mientras conducía
hacia casa.
Casa. A mi nueva casa donde vivía con Christos. Desmayo. El
borracho se dejó caer contra la puerta de mi VW. Suspiro. Oh, bueno,
nada era perfecto. ¿Y qué si estaba borracho? Era mejor que estar en la
cárcel.
Además, había estado borracha un montón de veces en la
escuela secundaria como una adolescente paria. A veces las cosas se
ponían tan mal, que era lo único que sabía hacer para bloquear el
dolor y el rechazo cuando estaba sola. A veces, ni siquiera el helado era
suficiente. Pero mi forma de beber no me había convertido en una
alcohólica. Estaba segura de que Christos estaría bien. Si su forma de
beber de alguna manera se convertía en un problema, estaría allí para
ayudar. No lo dejaría arrojar su vida a la basura. Encontraríamos un
camino a través de cualquier obstáculo que la vida pusiera en frente de
nosotros. Juntos.
Spiridon ya estaba de vuelta en la casa cuando conduje por el
camino de entrada. Ayudó a Christos a salir del auto con facilidad y no
necesitó una carretilla. Todos los hombres Manos eran muy fuertes
físicamente. No sabía cuántos años tenía Spiridon, pero tenía que tener
por lo menos sesenta. Sacó a Christos fuera del auto como si no pesará
nada. Yo no podría haberlo hecho sin una carretilla elevadora.
Spiridon caminó con Christos hasta arriba y lo bajó en la cama.
—Yo me encargo desde aquí —le dije.
—Bueno. Me gustaría un poco de té. Voy a ir a hacer. Puedes
unirte a mí si lo deseas.
—Seguro.
Spiridon sonrió.
—Es tan bueno tenerte viviendo con nosotros, Samoula. Era
demasiado tranquilo con sólo mi nieto aquí. Es bueno tener más familia
en la casa.
Mi corazón se calentó con sus palabras.
—Gracias, Spiridon. —La implicación de que yo era familia trajo
lágrimas a mis ojos. Lo hubiera sabido por todos esos cinco meses y me
sentía muy a gusto a su alrededor. Tal vez podría adoptarme
oficialmente. Oh, espera, ¿eso no me haría la hermana de Christos? No,
eso sólo sería si Nikolos me adoptaba. Si Spiridon lo hacía, sería la tía de
Christos. No funcionaría.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Spiridon.
—Nada. —Le sonreí—. Sólo pensamientos al azar. Déjame cuidar
de Christos y me reuniré contigo abajo.
—Perfecto. Voy a estar en la cocina.
Colgué mi chaqueta en el armario y me quité los zapatos de
tacón. Entonces le quité los zapatos de vestir a Christos. Todavía estaba
en su traje, que ahora estaba muy arrugado. Había estado realmente
elegante en la sala de la corte. Ahora su cara arrugada parecía
necesitar tanto una planchada como su traje. Aflojé su corbata y le abrí
el cuello. Él gimió adormilado, pero no parecía interesado en abrir los
ojos.
—Estás completamente a mi merced, Christos. Piensa en todas las
cosas que podría hacerte. ¿Dibujarte un bigote con un marcador? —
No, eso me recordó al yate de Tiffany y su pintura—. ¿Afeitarte la
cabeza? —¿Por qué iba yo a querer deshacerme de ese cabello
perfecto? No sería capaz de correr mis manos a través de él—. Oh,
olvídalo. ¿Qué tal si te doy un striptease y después dejar que lo hagas a
tu manera?
Sí, eso sonaba como lo que había recetado el doctor.
Christos gimió adormilado. No parecía estar de acuerdo.
—¿Qué tal te dejo dormir?
Silencio.
No estaba segura de lo borracho que estaba Christos, pero no
quería arriesgarme a que se ahogara con su propio vómito. Agarré su
muñeca y tiré de él hacia un lado, por si acaso. Tuve que poner mi
cuerpo en ello, era tan pesado. Tenía una buena capa de sudor para el
momento en que terminé. ¿Quién hubiera sabido que todo ese músculo
podría pesar tanto?
Soplé un mechón de cabello lejos de mi rostro cuando hube
terminado.
—Duerme tranquilo, agápi mou. Voy a estar en la planta baja.
Mientras caminaba hacia la puerta de la habitación, me acordé
de la reciente llamada por teléfono de mis padres. Saqué mi teléfono
de mi bolso y lo miré. Ellos me habían dejado un mensaje de voz.
El teléfono que había mantenido a Christos fuera de la cárcel era
ahora el teléfono amenazando con ponerme en un tipo diferente de
cárcel.
La de mi mamá y papá.
Podían esperar.
Dejé mi teléfono en mi bolso con el ceño fruncido y salí de la
habitación.
Que se jodan.
Samantha
Dejé dormir a Christos para que se le vaya la borrachera.
Spiridon me sirvió una taza de té en la cocina y nos dirigimos a la
sala.
A pesar de lo cansada que estaba, toda la tensión de los últimos
días tenía mis pensamientos rebotando dentro de mi cráneo como mil
pelotas de ping pong. Necesitaba descansar.
Me tumbé en el sofá mientras Spiridon se sentó frente a mí en su
sillón de cuero. Me contó historias sobre su carrera artística durante
horas.
La sala de estar era la ubicación perfecta porque las pinturas de los
paisajes gloriosos de Spiridon colgaban a nuestro alrededor. Creaban el
ambiente perfecto mientras me cautivaba con cuentos de su vida
como pintor de fama mundial. Recordó todas las celebridades que
había conocido, los países que había visitado y los premios que había
ganado en el curso de su ilustre carrera.
Spiridon había vivido una vida increíble que no podía dejar de
envidiar. El arte estaba en su sangre. También el éxito. El arte y el éxito
también estaban en la sangre de su hijo Nikolos y su nieto Christos. La
familia Manos estaba verdaderamente bendecida.
La familia Smith no había sido tan afortunada. Oh bien. Incluso si mi
educación había sido aburrida y mediocre en comparación, por lo
menos ahora tenía que estar cerca de la familia Manos. Tal vez podría
absorber parte de su buena suerte. Todavía era joven. Todavía había
tiempo para que mi vida resultara increíble.
Cerca de la medianoche, Christos, pisando fuerte, bajó las
escaleras hasta la sala de estar y se desplomó en el sofá junto a mí.
Todavía llevando la camisa, corbata y el pantalón. Incluso con el pelo
hecho un desastre, parecía listo para la portada de la revista GQ.
—Ha resucitado de entre los muertos. —Spiridon rió desde el sillón
de cuero donde estaba sentado.
Christos se agarró el cabello con las dos manos.
—Siento como si alguien hubiera pasado un clavo a través de mi
cabeza. Creo que todavía estoy mareado. ¿Cuánto bebí?
—Es probable que necesites un poco de agua —sugerí. La
experiencia me había enseñado que el agua era el peor enemigo de
una resaca.
Christos gimió:
—Creo que me deshidraté hoy en la corte. Estaba demasiado
estresado como para pensar en agua. Esos Bourbon en la cena fueron
directamente a mi cerebro.
—Te traeré un poco de agua—dijo Spiridon mientras se levantaba.
—Puedo hacerlo —le dije.
—No, siéntate con mi nieto. —Sonrió mientras salía de la sala de
estar.
—¿Christos, vomitaste en la cama? —le pregunté.
Se rió entre dientes y se acurrucó contra mí en el sofá.
—No. Como he dicho, no bebo mucho. Creo que fue la
deshidratación. Estaba mareado después de tres bebidas. Eso nunca
sucede. Voy a estar mejor después de tomar un poco de agua.
Spiridon regresó con un enorme vaso.
—Gracias, Pappoús —dijoChristos. Bebió todo el vaso en varios
tragos largos—. Vamos a ver si se queda dentro. —Me guiñó un ojo y
luego dejó el vaso sobre la mesa de café—. ¿Puedo usar tu blusa como
un babero si vomito?
—¡Puaj!—Me reí—. ¡Eso es asqueroso, Christos!
Se rió entre dientes mientras acariciaba mi cuello con su nariz.
—¡Gack! —gruñó, fingiendo vomitar.
—¡Alto! —Me reí.
—Creo que voy a ir a la cama. —Spiridon sonrió, poniéndose de
pie—. Ha sido un día largo y creo que ustedes dos necesitan un tiempo
a solas.
—Buenas noches, Pappoús —dijoChristos.
—Buenas noches, paidimou —contestó Spiridon mientras frotaba el
hombro Christos—. Y buenas noches a ti, koritsákimou —me dijo mientras
se inclinaba y besaba la cima de mi cabeza.
Mis padres nunca hicieron eso. Me hubiese estremecido si lo
hicieran. Pero se sentía completamente normal cuando Spiridon lo
hacía.
—Buenas noches.—Sonreí.
—Nos vemos en el desayuno. Creo que voy a hacer tostadas
francesas en la mañana. —Lo consideró pensativamente—. Sí, estoy de
humor para tostadas francesas. ¿Suena bien para ustedes dos?
—Tengo clase —suspiré—, no sé si tendré tiempo.
—Mañana es sábado —dijo Spiridon.
—¡Oh, duh! —Había estado tan atrapada en el estrés del día, más
el estrés de las últimas dos semanas, que perdí la noción de qué día era.
—Los veo a los dos en la mañana —dijo Spiridon mientras se dirigía
hacia arriba.
Christos frotó la nariz a través de mi mejilla.
—Mmmm. Te extrañé, agápi mou. —Deslizó su mano a través de mi
estómago y la envolvió alrededor de mi cintura. Me acercó a él
mientras su lengua caliente se deslizaba en mi oído.
—¡Christos! ¡Tu abuelo está como a tres metros de distancia!
—No le importa —murmuró.
—¡A mí sí!
—Entonces vamos afuera.
—¿Qué?
—Hay un montón de sillones cómodos. Traeré unas mantas.
—No sé, Christos. Es tarde. Y estás cansado. Estoy cansada, ahora
que pienso en ello.
Levantó la cabeza y me miró a los ojos con los suyos, de un azul
increíble.
—¿Estás segura?
¿A quién quería engañar? Christos es el hombre más
increíblemente guapo que había conocido en toda mi vida. Tenía una
belleza impresionante. Mi corazón se aceleró y mi temperatura corporal
se disparó varios grados mirándolo a los ojos.
—Podemos ir a dormir si quieres —dijo.
—Ahhh, ¿tal vez podamos quedarnos por un rato?
Su sonrisa con hoyuelos se amplió sobre sus hermosos dientes
blancos. Sus labios parecían tan suaves y realmente necesitaba
lamerlos. Pero su abuelo estaba en el piso de arriba y había un trecho
directo desde el salón al dormitorio de Spiridon. No quería que nos oiga.
—Ir afuera es una buena idea. —Sonreí.
Christos bebió otro gran vaso de agua en la cocina antes de tomar
las mantas de un armario.
Salimos a la terraza juntos.
El cielo estaba casi totalmente claro, una manta de terciopelo
negro por encima de nosotros. Algunas nubes dispersas flotaban
perezosamente más allá de la luna brillando intensamente. Christos me
llevó a un círculo de tumbonas en el lado opuesto de la piscina, que
tenía una gran vista del oscuro océano. Olas distantes se estrellaban en
una llovizna de plata contra la orilla.
Christos extendió una manta y la colocó sobre una tumbona para
dos. Nos sentamos en la parte superior y estiramos la otra manta sobre
nosotros. Estaba casi lo suficientemente caliente sin la manta, pero no
sería tan acogedor sin ella.
Nos acurrucamos juntos, con los brazos y las piernas entrelazadas.
No había manera que pudiera imaginar que nos abrazaríamos bajo las
estrellas en Washington DC en febrero. No sin una bolsa de dormir de
invierno, calzoncillos largos, gorro de lana y guantes.
—Día emocionante —le dije.
—Sí. —Christos se rió entre dientes—. Quién se iba a imaginar que
mi novia podría hacer que Sherlock Holmes luciera incompetente.
—Gracias. —Le sonreí—. Sabes, sigue siendo el Día de San Valentín.
—Eso es correcto. Feliz Día de San Valentín, agápi mou.
Acurrucados bajo las mantas, me sentí increíblemente tranquila en
sus brazos. Todos los problemas del mundo estaban muy lejos. Cualquier
cosa que podría haber sido, no eran de mi incumbencia.
Me di cuenta que Christos estaba acariciando suavemente el lado
de mi mejilla con la mano. Un remolino de energía fluyó de sus dedos a
través de mi cara, enviando lejos la tensión restante.
Deslizó su pulgar por mi labio inferior, estirándolo dulcemente. Gemí
suavemente.
—Nunca tuviste tú beso del Día de San Valentín, agápi mou—
murmuró.
Me acordé de todas las flores, velas y chocolates que me había
dado el día anterior. Y de nosotros haciendo el amor después, él dentro
de mí, dentro de mi boca. Y cómo mudamos todas mis cosas al día
siguiente. ¡Estaba viviendo con mi novio! ¡Woohoo!
En los últimos meses, había experimentado tantas primeras veces
con el hombre más perfecto del mundo. Christos nunca dejaba de
sorprenderme. Trajo tanta alegría y emoción a mi vida. Era la chica más
afortunada del mundo.
—Te amo, Christos. —Suspiré—. No tienes idea de lo mucho que te
amo.
—Si está siquiera cerca de lo mucho que te amo, agápi mou,
tengo una buena idea.
Mi corazón aún se derretía cada vez que me decía así, cada vez
que me llamaba agápi mou.
—Mi corazón es tuyo, agápi mou —murmuró—. Siempre lo será y
creo que siempre lo fue. Acabo de tener que soportar la tortura de la
espera para que por fin estés en mi vida. Fue una larga espera. —
Sonrió—. Pero ahora que estás aquí, no puedo imaginar la vida sin ti. Sin
nosotros. —Había una vulnerabilidad en sus ojos que calentaba mi
corazón.
—Oh, Christos —suspiré.
Se inclinó hacia mí, rozando su labio inferior a través de mi labio
superior. Ese ligero contacto fue suficiente para provocar que una ola
de calor floreciera en mi pecho y que mi boca sintiera un hormigueo de
anticipación. Cuando juntamos suavemente nuestros labios, su lengua
se deslizó dentro y acarició la mía. El hambre por más se apoderó de mí
e intensifiqué nuestro beso como si fuera la primera vez, una vez más. Mi
corazón se aceleró cuando el calor se vertió en mi núcleo. Respiré,
inhalando la fuerza de la vida del amor que fluía de él hacia mí, y
exhalé. Nuestros cuerpos unidos en un perfecto intercambio de deseo
mutuo y nuestra necesidad de ser necesitados. Nuestros corazones
latían en un ritmo íntimo, completando una eterna e infinita conexión.
El intenso deseo de Christos por tocarme se aceleró, en algo casi
desesperante. Tenía sus manos sobre mis senos, mi trasero, acariciando
a través de mi estómago, mi garganta, tocando todos los lugares
sensibles que solo Christos había tocado. Era como si no me pudiese
tocar lo suficiente, como si sus dedos buscaran desesperadamente mi
alma para poder aferrarse a ella y nunca dejarla ir. Mi corazón estaba
tan abierto a él en ese momento, le di la bienvenida a su necesidad.
Imaginé mi propia alma fluyendo a su cuerpo para mezclarse con la
suya. Era suya para tomar, para abrazar, acariciar, para mantener, para
amar.
Murmuré:
—Te necesito, agápi mou.
Respondió desabrochando mi blusa con ebria languidez mientras
lamía mi cuello, la curva de mi mandíbula, el lóbulo de mi oreja. Sacó el
dobladillo de la blusa de mi falda y la desabrochó lentamente. Luego
plantó sus cálidas palmas firmemente en mi tenso estómago antes de
deslizarlas sobre las copas de raso de mi sujetador y apretar mi escote.
—Tus pechos son perfectos, agápi mou. Te lo juro, siempre que
estoy cerca de ti, solo pensar en ellos me pone duro. Siempre quiero
tocarlos y sujetarlos. Me vuelven malditamente loco. Nunca he estado
tan obsesionado con los pechos en toda mi puta vida.
Por un segundo, me sorprendió su crudo lenguaje. Pero había
humor en sus palabras, una ligereza, un deseo imperturbable. Después
de un momento, me di cuenta que Christos estaba expresando su
alegría. Su alegría simple, sin adulterar. Por mí. Por mis pechos. Sus
palabras tenían una inocencia y honestidad que calentaba mi corazón,
una inocencia a la que no me podía negar.
Rodeé su cuello con mis brazos y le sonreí.
—Son todos tuyos, agápi mou —murmuré.
—¿En serio? —preguntó casi con timidez. Era tan atípico que él
fuera tímido. Pero lo era. Por mí.
Asentí y le sonreí.
—Para ti, agápi mou. Solo para ti.
Sonrió ampliamente mientras desabrocha mi sostén por la parte
delantera y lo quitaba, liberando mis pechos. Sus ojos desorbitados y la
sonrisa en su rostro eran gigantescos, como si nunca hubiera visto
pechos antes.
—Joder. —Sonrió —.Míralos. Perfectos. Absolutamente perfectos.
Parecía que había descubierto un cofre del tesoro por el valor de
miles de millones de dólares. Tal vez lo había hecho.
Miré hacia abajo, a mis pechos. Parecían mis pechos regulares. No
iba a discutir con Christos. Si se veían como un tesoro para él, que así
fuera. Mi propia sonrisa se ensanchó.
Era toda suya.
Rozó sus dedos a través de mis pezones y gimió:
—Joder, simplemente tocar tus pezones me dan ganas de venirme
en mis pantalones.
¿Él? Las mariposas en mi pecho me hacían querer venirme en mi
ropa interior. Mis pezones se endurecieron. Christos se inclinó y lamio uno
hasta que estuvo mojado, resbaladizo e hinchado. Luego trabajó en el
otro con una atención similar mientras que los masajeaba a los dos con
las manos.
Mis ojos estaban rodando en la parte posterior de mi cabeza
mientras el torbellino familiar en mi pecho me enrolló en un apretado
nudo de éxtasis. Cada vez que besaba y acariciaba mis pechos, me
transportaba fuera de mi cuerpo. No sé si tuve un orgasmo o no, pero
realmente no me importaba. El placer era inconmensurable.
Después de un tiempo, se detuvo y se sentó sobre los talones. Miró
con nostalgia hacia mi pecho.
—¡A la mierda! —Sonrió, mirando a mis inflamados, grandes pechos
y a mis pezones hinchados—. Eres una obra de arte, agápi mou —
suspiró.
Christos estaba terriblemente feliz ahora, una bomba feliz a punto
de estallar. Su felicidad fluía hacia mí y le daba la bienvenida. Sentía
alivio viajando sobre mí. Su alegría estaba limpiando mi alma, purgando
todas las cosas horribles que habían pasado hasta hoy. La ansiedad, la
preocupación y el miedo se habían ido. El agua pasó bajo el puente, un
recuerdo lejano.
Alegría era lo que esperaba para mí y para mi hombre.
Se recostó a mi lado, apoyado en un codo. Sonrió.
—¿Tienes alguna idea de lo malditamente caliente que te veías
hoy en la corte?
—¿Mmm? —Gemí, todavía medio soñadora, con el placer dando
vueltas entre mis pechos sensibles.
—Después que mi caso fuera sobreseído, lo único que quería hacer
era subir tu falda y tirarte encima de la mesa de la defensa.
—¿Con audiencia? —Me reí. No podía decidir si la idea era
totalmente extraña o excitante.
—Estoy seguro que podríamos haberle pedido al juez que
despejara la sala del tribunal —sonrió con satisfacción—, para una
consulta privada17.
—¿Te refieres a la que está en tu pantalón en ese momento? —Me
reí. Su pene era una barra caliente de hierro presionando contra mí a
través de su pantalón—. Creo que la barra lateral necesita un poco de
atención.
Me puse de lado y me incliné para desabrocharle el pantalón. Mis
dedos se deslizaron más allá de la cintura de su bóxer y encontraron su
calor. La punta estaba caliente y el eje palpitaba de deseo. Envolví una
mano alrededor de él y la deslicé suavemente arriba y abajo.
Gimió en respuesta a mi toque.
—¿Te gusta? —le pregunté.
Gimió otra vez.
Eso fue un sí.
Me arrastré debajo de la manta y me ayudó a bajar su pantalón y
el bóxer lo suficiente para liberar su pene. Bajo la manta, me encorvé
hacia él en la oscuridad total. Iba a tener que usar sonar18, braille, o
ambos. ¿Con quién estaba bromeando? Apenas había espacio
suficiente debajo de la manta para mí y su pene. No podría perderlo ni
si lo intentara.
Lo tomé con mi boca y me puse a trabajar. Cuanto más lo
humedecía, más resbaladizo al lamerlo, más se humedecía mi
entrepierna, más calor palpitaba en ella.
No podía esperar más para tenerlo en mi interior.
Salí de abajo de la manta y le di una sonrisa sensual, mientrascon
una manoacariciaba lentamente su virilidad, oculta bajo la manta.
Christos abrió la cremallera de mi falda con soltura. Creo que sabía
su camino alrededor de la ropa de las mujeres mejor que yo. Dadas las

Sidebar: Significa ―consulta privada‖ y ―barra lateral‖. Por eso el comentario de


17

Samantha.
SONAR: (acrónimo de Sound Navigation And Ranging, ―navegación por sonido‖) es
18

una técnica que usa la propagación del sonido bajo el agua (principalmente) para
navegar, comunicarse o detectar objetos sumergidos.
circunstancias, eso estaba muy bien. Me ayudó a sacarme la falda y
luego me bajé las pantimedias frenéticamente. Mi núcleo estaba
apretado de necesidad.
Christos se sumergió bajo las mantas y se dirigió a mi entrepierna. Se
deslizó alrededor y entre mis piernas y me levantó con sus fuertes brazos.
Su cálido aliento atravesó mis pliegues húmedos. Su boca caliente
estaba en mi núcleo un segundo después. Puse mis ojos en blanco una
vez más, mientras el placer brotaba de mi centro.
Estaba doblándome hacia él segundos más tarde. Necesitaba
tanto esto que estuve a punto de desmayarme de deseo. No tomó
mucho tiempo para que un poderoso orgasmo me alcanzara. Apreté
mis piernas a los lados de su cabeza, mientras me venía contra su rostro.
Mis muslos y estómago se estremecieron mientras mi cabeza se
levantaba de la tumbona. No grité porque estábamos afuera y no
podría escapar de la sensación de que había vecinos cerca, pero no
pude evitar gemir bajo y largo, una y otra vez mientras el orgasmo me
recorría.
Cuando los espasmos de placer comenzaron a disminuir, Christos se
arrastró sobre mi cuerpo, su pecho se deslizó por mi estómago mientras
se sostenía a sí mismo con ambos brazos.
—Joder —murmuró Christos mientras flotaba en la felicidad post
orgásmica—, estás empapada allí.
Asentí hacia él con los ojos medio entornados.
Bajó su cabeza y me besó con pasión, con el rostro todavía
cubierto de mi humedad. Su lengua se deslizó en mi boca expectante
mientras deslizaba su pene en mi interior. Estaba dentro de mí. Muy
profundo, su calor me quemaba de adentro hacia afuera. Comenzó un
ritmo constante, bombeando su virilidad en mi femineidad. Me llenó por
completo. Su pene era una combinación perfecta. Se empujó
constantemente y floté hacia otro poderoso clímax minutos más tarde.
Gemí en voz alta y mi cuerpo liberó aún más tensión.
Creo que tal vez estaba cargando más estrés del que me había
dado cuenta. Se sentía tan bien dejar que todo se fuera.
—Vaya —susurró—, estás ardiente esta noche. —Aún dentro de mí,
Christos se apoyó en sus brazos y la manta se deslizó por su espalda,
arremolinándose detrás de él.
Sentí una brisa fresca a través de mis pechos. Levanté la vista hacia
la luna y las parpadeantes estrellas sobre nosotros. Era una vista tan
hermosa.
—¿Estás bien ahí abajo? —preguntó Christos, ralentizando su ritmo.
Fue entonces cuando me di cuenta que no solo mis pechos
estaban expuestos al mundo, lo que no era totalmente nuevo para mí,
sino que tenía el palpitante pene de Christos dentro de mi mojada
vagina.
Estábamos teniendo sexo afuera. Sexo mojado, apasionado,
ardiente. Nunca había hecho eso antes.
Nerviosamente señalé mi entorno al aire libre. ¿Qué tan fuerte
había estado gimiendo? ¿Era posible que los vecinos hubieran
confundido mis gemidos con las sirenas de un ataque aéreo y nos
hubieran ignorado? ¿O habían estado escuchando y riéndose mientras
me venía? ¿Había alguien observando con binoculares? ¿Qué pasaba
con las ardillas en los árboles? Dormían en el exterior. Seguramente las
había despertado. Y a los mapaches. Eran nocturnos. Probablemente
habían estado observando durante su descanso para comer. ¿Y qué
había acerca del Hombre en la Luna19? Tuvo una vista sin obstáculos
todo el tiempo.
Me acordé de una vieja película muda en blanco y negro donde
el Hombre en la Luna tenía un rostro real. ¿Dónde había visto eso?
Probablemente en internet. Dondequiera que fuera, me acuerdo que
me había parecido bastante pervertido. Estoy segura que le había
dado un buen espectáculo.
Pregunté:
—¿Puedes volver a taparnos con la manta?
Christos levantó las cejas y sus embestidas desaceleraron hasta
detenerse
—¿No estás teniendo más calor?
¿Y qué si me asaba? Por lo menos, la cubierta me escondía de las
miradas indiscretas.
—Un poco —mentí—. ¿Por qué?
—Me estoy muriendo bajo esta cosa. ¿Te importa si me deshago
de ella?
—Ehhh... —tartamudeé—, ¿qué pasa con el hombre en la luna?
—¿Eh? ¿Me perdí de algo?
—Puede ver todo —le susurré.
—¿De qué estás hablando?
Señalé detrás de Christos. Se volteó para mirar a la luna.
Christos rió.
—Sí, ese tipo es un pervertido total. Siempre está mirando a través
de las ventanas de los dormitorios de todo el mundo, viendo lo que
hace la gente. Imagina todas las veces que ha visto a la gente tener
sexo en la historia del hombre. ¿Antes que el hombre aprendiera a

Man in the Moon: Hace referencia a cualquier imagen de un rostro humano, cabeza
19

o cuerpo que ciertas tradiciones reconocen en la luna llena.


esconderse en cuevas o construir las primeras chozas de paja? Caray, la
luna ha visto todo. Creo que eso significa que no le importa. Solo somos
dos personas más entre los miles de millones. Probablemente está
aburrido.
—Está bien, entiendo tu punto. —Sonreí—. Puedes deshacerte de la
manta y vamos a comportarnos como hombres primitivos. Sexo bajo las
estrellas.
Arrojó la manta a un lado.
Estábamos muy expuestos. Estaba desnuda de pies a cabeza, bajo
el cielo nocturno, con las piernas abiertas, Christos y su enormidad muy
dentro de mí.
Al diablo. No me importaba si el hombre en la luna o las ardillas o
los mapaches estaban viéndonos con binoculares o no. No iba a dejar
que mis preocupaciones arruinaran el momento. Ya había tenido un
montón de orgasmos. Christos merecía el suyo.
—Por favor, continúe, buen señor—bromeé con él.
Estaba en el cielo mientras el pene de Christos se deslizaba
cómodamente dentro y fuera de mí.
Se inclinó hacia delante y me besó cariñosamente.
—Te amo totalmente, agápi mou.
—Yo también. —Suspiré plácidamente.
Miré sus ojos mientras aceleraba su empuje. Todo lo que veía era su
amor, su devoción y su pasión por mí. Su mirada alegre de antes ahora
había disminuido a un total placer relajado.
—Agápi mou —se quejó—, te amo…
Antes de darme cuenta, fui superada por su creciente éxtasis.
Aceleró el ritmo y me quedé completamente en su deseo
desenfrenado por mí.
No estábamos simplemente teniendo sexo afuera, estábamos
follando.
Y me encantaba.
Que todo el mundo escuchara. No me importaba.
—Tómame, Christos —susurré.
Respondió embistiéndome. El deseo en sus ojos se encendió con
ardiente pasión.
Cada vez que empujaba, refunfuñando:
—Eres. La. Mujer. Perfecta. En. Cada. Forma. Imaginable...
Continuó penetrándome, girando su pelvis contra la mía, por un
largo tiempo. Se sentía increíble. Caliente, placer húmedo irrumpiendo a
través de mi cuerpo, rebotando desde mi cabeza a los pies. Mi cuerpo
ardiendo con éxtasis.
Mi propio placer creció al máximo y pronto estaba flotando fuera
de mi cuerpo, hacia las estrellas. Me sentía conectada a cada planeta
y a cada sistema solar, a cada estrella que podía ver por encima de mí.
Nunca me di cuenta de si el hombre en la luna me miraba o no. No
importaba. También era una parte del universo que sostenía el placer
infinito que circulaba entre mi corazón y el de Christos, y el calor que
explotaba entre nuestras piernas cuando nos reuníamos.
Era una con Christos mientras poderosos orgasmos atravesaban
nuestros cuerpos.

Christos y yo pasamos el fin de semana relajándonos juntos. La


mayor parte en nuestra nueva cama. Luego ambos volvimos a la rutina
el lunes por la mañana.
Tenía un pequeño asunto de visitar las oficinas de ayuda financiera
de la SDU que atender. No tenía ninguna intención de cambiar mi
especialidad de Arte de regreso a Contabilidad como mis padres
habían exigido. Eso significaba que ahora tenía que obtener un
préstamo estudiantil más grande para cubrir la parte de la matrícula
que habían estado pagando anteriormente.
Después de conducir hacia el campus, entré en las oficinas de
ayuda financiera y puse mi nombre en la lista. A la espera de que mi
nombre fuera llamado, saqué mi cuaderno de bocetos.
Un poco más tarde, una mujer con el cabello rizado que llevaba
una blusa y una falda con volantes hasta la rodilla salió de un pasillo.
—¿Samantha Smith? —preguntó.
—¡Yo! —La saludé y guardé mi cuaderno de bocetos en la mochila
antes de caminar para unirme a ella.
Me llevó por el pasillo hasta una habitación llena de cubículos. Nos
detuvimos en el suyo y me indicó que tomara asiento. Había carteles de
gatos fijados en todas las paredes de su cubículo y fotos enmarcadas
que rodeaban su ordenador. También tenía un gato de peluche que
llevaba una sudadera con capucha en miniatura de la SDU que tenía
cremallera y pequeños cordones en la capucha.
—Hola —dijo mientras se sentaba detrás de su escritorio. El nombre
del cartel en el frente del mismo decía: Sheri Denney. Me sonrió y dijo—:
Mi nombre es Sheri. ¿En qué puedo ayudarte hoy, Samantha?
—Voy a necesitar más dinero del préstamo para el trimestre de
primavera o no podré pagar mi matrícula. —Suspiré. ¿Parecía que me
estaba quejando? No era mi intención hacerlo.
—Lamento escuchar eso. ¿Puedo ver tu identificación de
estudiante?
La saqué y se la entregué. Escribió mi información en su ordenador.
—Parece que alcanzaste la cantidad máxima del préstamo
federal, en base a los ingresos de tus padres y a tu necesidad
económica calculada.
—Pero necesito más dinero —me burlé.
Cruzó las manos sobre el escritorio.
—Lo siento, Samantha. Pero tienes que entender, que el gobierno
federal y la universidad consideran que es responsabilidad de tus padres
pagarte la universidad. Los préstamos están destinados a subvencionar
cualquier cantidad que tus padres no puedan cubrir. Y se espera que
trabajes para ayudar a pagar lo que falte. ¿Veo en mi equipo que
tienes un trabajo?
—Lo tengo, en el museo de arte del campus, pero no se acerca a
la diferencia que deberé de la matrícula de primavera.
—¿Has pensado en buscar un segundo empleo fuera de la
escuela?
—Tenía uno, pero no, eh... funcionó. Era en un supermercado. Olía
como perros calientes cada vez que llegaba a casa del trabajo.
Hizo una mueca
—¿A perros calientes?
—Sí. Nunca los comeré otra vez. Estoy traumatizada. —Me reí—. Ese
olor se impregna totalmente en tu cabello, peor que el humo del
cigarrillo.
—Suena como si estuvieras mejor sin ese trabajo. —Me guiñó un
ojo. Sheri era agradable.
—De todos modos —dije—, estoy buscando otro trabajo. Pero no
he encontrado uno todavía. Podría tomar un tiempo. Los trabajos son
escasos.
Asintió con simpatía
—El mercado de trabajo es difícil en este momento.
—Pero incluso si encontrara uno, sé que probablemente no va a
cubrir el resto de mi matrícula.
—¿Cómo cubriste la diferencia de los Cuartos en otoño e invierno?
Fruncí el ceño
—Mis padres los pagaron.
—¿No te van a ayudar a pagar el de primavera?
Levanté mis manos con frustración.
—Es complicado, pero... no.
Sheri unió las cejas con compasión.
—Lamento escuchar eso. Sucede más a menudo de lo que
piensas.
—¿Entonces, qué podemos hacer? Sin la ayuda de mis padres, no
hay manera que pueda pagar mi matrícula a tiempo.
—Podrías pagar en cuotas mensuales. —Ofreció—. ¿Eso podría
ayudar? Son tres pagos iguales con el primero previsto para marzo.
Hice la cuenta mentalmente.
—Con el dinero del préstamo se suponía que debía llegar al de
primavera, voy a tener suficiente para cubrir el primer pago. Pero no voy
a tener suficiente para hacer el segundo y el tercero.
—Al menos eso te da un poco de tiempo para encontrar otro
trabajo —dijo Sheri esperanzada.
—Sí —suspiré—, pero no voy a ganar miles de dólares en abril y
miles más en mayo.
Sheri hizo una mueca
—Eso suena como un problema.
—Y a mí me lo dices. —Me quejé y palmeé mis rodillas con las
manos—. No sé qué más hacer.
—El primer paso es hablar con tus padres. Trata de hacer funcionar
lo que sea que está interponiéndose entre ustedes.
—Créeme, lo he intentado. Ha sido una discusión corriente desde
que empecé la SDU el otoño pasado.
—Pero todavía están hablándose. Eso es algo, ¿no? —Sonrió con
optimismo.
—Tal vez ―discusión‖ es una palabra demasiado fuerte. —Suspiré—.
Es más como que están dándome órdenes, diciéndome lo que me
pasará si me niego a obedecer.
Sheri puso los ojos en blanco.
—Sé cómo es. También estuve allí una vez. Mi madre y yo
estábamos allí todo el tiempo cuando era adolescente.
—¿Así que ya sabes de lo que estoy hablando? —Se sentía bien
tener a alguien con quién pudiera identificarme.
—Como si no lo supiera. Pero eso no significa que no puedas
solucionarlo con tus propios padres.
—Créeme, lo he intentado.
Respiró hondo mientras asentía. Medio esperaba que se
mantuviera presionándome para hablar con mis padres, pero no lo hizo.
En cambio, dijo:
—Si no puedes conseguir que tus padres entiendan tu punto de
vista… —Negué enfáticamente—… y si nada los hace cambiar de
opinión, existe la opción de anular tu situación de dependencia.
Me senté en el borde de la silla, esperanzada.
—¿De verdad?
—Sí. Pero tendrás que cumplir con determinados requisitos —
advirtió.
—¿Qué requisitos? —Estaba segura de poder cumplir con una cosa
u otra. Los requisitos y yo éramos mejores amigos. Nos conocíamos hace
tiempo.
—¿Tus padres están encarcelados o presuntamente muertos?
Tal vez los requisitos y yo no fuéramos tan cercanos como
esperaba. Pero la idea de mi mamá o papá en la cárcel era muy
graciosa. No podría decidir si mi mamá gobernaría su bloque de celdas
o sería apuñalada en la ducha por ser una perra. Mi padre
probablemente sería como Andy Dufresne en The Shawshank
Redemption y le cobraría la renta de todo el mundo para más tarde
burlarse por ser más listo que el director. En cuanto a la presunción de
que estuvieran muertos, ¿contaba que estuvieran muertos para mí? Por
lo menos se sentía de esa manera. Suspiré. Probablemente no.
—Ninguna de las dos cosas —le dije.
Le expresión amistosa de Sheri de repente se puso seria.
—Esto es difícil de preguntar, pero ¿fuiste física o sexualmente
abusada por uno o cualquiera de tus padres?
—No. ¿Pero cuenta el abuso mental? —bromeé.
Me di cuenta que Sheri no lo encontró gracioso.
—Lo siento —le dije.
—Está bien. No te preocupes. Sé que probablemente estás muy
estresada lidiando con todos estos problemas de dinero cuando
deberías estar centrada en tus estudios.
—Exacto. —Suspiré.
—Siguiente requisito. ¿Tus padres no pueden ser ubicados?
No tenía interés en volver a verlos de nuevo, pero eso no era lo que
quería decir.
—No. Quiero decir sí. Están en Washington D.C.
—¿Y no eres adoptada?
—No. —Pero a veces se sentía como si hubiera sido adoptada por
robots.
Sheri suspiró profundamente.
—Bueno, por desgracia, eso significa que no podremos anular tu
situación de dependencia.
Mis hombros se hundieron y me dejé caer en la silla.
—Oh.
—Pero ya podrías calificar como independiente.
—¿Ah, sí? —Sonreí.
—Sí. Si tienes veinticuatro, automáticamente serías considerada
independiente, pero veo aquí en la computadora que aún no has
cumplido los veinte.
—No. —Suspiré—. No hasta el próximo año escolar.
—¿Y no eres huérfana o estás bajo la custodia de la corte?
—¿Te refieres a una custodia como Robin bajo la tutela de
Batman? —le pregunté esperanzada.
Sonrió.
—Bueno, sí. Pero no sucede que conozcas a algún superhéroe,
¿verdad?
—A uno. —Sonreí, pensando en Christos. —Pero no tiene disfraz.
Tiene tatuajes. ¿Cuenta eso?
Se rió entre dientes
—Por desgracia, no. ¿Tal vez si le consiguieras uno? —Me guiñó un
ojo.
—Probablemente no. —Suspiré.
—¿Hay alguna posibilidad de que seas una veterana?
—No.
—¿Una estudiante de doctorado?
—Sigo siendo estudiante universitaria. Caray, no soy nada, ¿no?
Sonrió.
—No diría eso. Diría que eres una mujer joven y brillante con un hipo
financiero. Podemos trabajar en eso. No tienes ningún dependiente
legal, ¿verdad? ¿Algún niño o abuelos ancianos que cuidar?
—No. Pero podría quedar embarazada, si eso ayuda —dije con
sarcasmo.
—No te lo aconsejo —dijo con diversión—. Además, incluso si te
embarazaras mañana, no tendrías al bebé hasta el trimestre de otoño,
por lo que tu situación de dependencia no cambiaría hasta entonces.
Eso no ayudará a pagar tu matrícula de primavera ahora, ¿verdad? —
Me guiñó un ojo.
—Supongo que no.
Dirigió una mirada seria, pero compasiva hacia mí.
—No te embaraces, Samantha. Si piensas que dos trabajos son
duros, tener un hijo es diez veces más difícil. Sé de lo que estoy
hablando. —Tomó una foto de su escritorio y le dio la vuelta para que la
viera. Era ella sonriendo, con un niño y una niña. Ambos aparentaban
tener edad de estar en primaria—. No dejes que su ternura te engañe.
Igual que los sapos, lagartos y engendros de demonio, al segundo que
se dan cuenta de que son más grandes que tú, tratarán de comerte. —
Sonrió.
—Entendido. Sin hijos.
—Dios —suspiró—, solo hay otra opción.
Hice una mueca.
—¿Cuál? ¿Tengo que ser miembro del clero o algo así? Totalmente
me convertiría en monja si eso pagara la escuela.
—No —sonrió—, todo lo contrario. No estás casada, ¿verdad?
Una bala de sorpresa me golpeó en la parte posterior de la silla.
—¿Dijiste casada?
—Sí.
—¿Cómo en, casarse? ¿Cómo en, comprometerse?
Se rió entre dientes
—Así es. ¿Puedo dar por sentado que tienes un marido? Solo lo
pregunto porque no veo un anillo en tu dedo.
No veía un anillo en mi dedo, tampoco, pero la idea me mareaba
de la mejor manera posible. Me incliné hacia delante en la silla y apoyé
los codos en el escritorio de Sheri. Mi cerebro y corazón se
arremolinaban con posibilidades.
¿Qué pasaba si Christos y yo nos casábamos?
¿Y si lo hacíamos?
De repente quería hacer el baile feliz en el escritorio de Sheri
Denney. Pero no era como si pudiera pedirle a Christos que se casara
conmigo, ¿no? No. Ese tipo de cosas no se hacían. Podría insinuárselo.
Podría insinuarlo como loca veinte veces al día. Pero Christos tenía que
proponérmelo, suponiendo que no lo asustara con toda la insinuación.
Sheri levantó las cejas, expectante.
—Estás casada, ¿verdad?
—No. —Suspiré—. Todavía no, de todos modos. Pero tengo un
novio serio.
Ella se desinfló un poco.
—No apresures nada, Samantha. No quiero que vuelvas a
aparecer aquí mañana con una pequeña historia de aventuras sobre
cómo condujiste hasta Las Vegas esta noche e hiciste que Elvis los
casara a ti y a tu novio en una capilla de bodas por cien dólares. El
matrimonio es un compromiso serio. No lo tomes a la ligera.
—Lo sé. —Suspiré.
Sheri apoyó una mano en mi antebrazo y me miró a los ojos.
—No estoy diciendo que no te cases, solo estoy diciendo que no te
apresures a hacerlo. Cásense porque se aman, cuando estén listos. No
porque necesitas algo de dinero de ayuda financiera.
Me gustaba mucho Sheri. No era un corazón tan duro como mis
padres, tratando de controlar todo lo que hacía. ¿Quizás Sheri podría
adoptarme? No. Ya tenía dos hijos.
—Mientras tanto—dijo—, trata de hablar con tus padres de nuevo.
Es la mejor opción.
—No lo sé. Desde que cambié mi especialidad a arte, han estado
enloqueciendo. Y mi mamá piensa que mi novio es una mala influencia.
—Ya veo —asintió—. Discutía con mi mamá sobre chicos todo el
tiempo cuando tenía tu edad.
—¿De verdad? ¿Qué pasó?
Sonrió con complicidad hacia mí y se inclinó para susurrarme:
—Me casé con el chico acerca del que discutíamos la mayor
parte del tiempo.
—¡Ves! ¡Tal vez debería casarme con mi novio!
Puso los ojos en blanco.
—Sé que suena como que casarse va a arreglarlo todo. No lo
hace. Hay más problemas, solo que diferentes. Ahora, dijiste algo sobre
cambiar de especialidad. ¿Cuál era la de antes?
—Contabilidad. Pero eso es solo lo que querían mis padres. Cambié
mi especialidad a arte porque eso es lo que he soñado hacer desde
que era niña.
Sheri sonrió.
—Quería ser bailarina cuando me gradué de la secundaria.
Casarme y tener hijos puso fin a eso. No me malinterpretes, amo a mi
marido todos los días que no me está volviendo loca, y quiero a mis hijos
más que a nada. Pero nunca llegué a mudarme a Nueva York para ser
bailarina como siempre había soñado. —Me dio una mirada seria—.
Samantha, tienes que elegir. Si quieres ser artista, es posible que tengas
que poner en espera el matrimonio.
—¡Pero mi novio es artista! ¡Y tiene éxito también! —Una repentina
oleada de optimismo y esperanza se extendió a través de mí. Sentía
como que mi vida de repente comenzaba a tomar forma, a pesar de
todo lo que mis padres estaban haciendo para interponerse en mi
camino—. ¡Tal vez pueda tener a mi novio y una carrera artística y
casarme!
—Tal vez puedas hacerlo. —Sheri sonrió—. Pero, por favor, por
favor, no salgas corriendo a atar el nudo. Trata de hablar con tus padres
primero. Si te ayudaron antes, es porque te quieren.
No estaba tan segura de eso. Me querían como el fuego quería
quemar las cosas, tal vez. Gemí. Pero apostaría a que Sheri no quería así
a sus hijos. Tenían suerte de tenerla como mamá.
Y continuó:
—¿Tal vez si se les explicas a tus padres cuán serio estás en lo de
arte?
—Lo he hecho. No piensan que puedo ganar dinero haciéndolo.
—¿Y sí puedes hacerlo?
—Sí. Mi novio gana un montón de dinero vendiendo sus pinturas.
—Entonces muéstrales a tus padres que puedes ganar dinero como
artista también. —Sheri tenía estrellas en sus ojos, como si de repente
estuviera viviendo mi sueño conmigo—. Esta es tu oportunidad de ser la
bailarina que nunca llegué a ser. Ve a ser artista, Samantha. Vive tu
sueño. Eres joven y no hay mejor momento.
—¡Estás en lo correcto! ¡Voy a hacerlo!
Se rió
—Y tal vez incluso te cases con tu novio artista algún día.
—Algún día —solté.
Creo que ya era primavera en mi barriga porque podía sentir las
flores abriéndose y a un ejército de mariposas extendiendo sus alas
dentro de mi corazón. Eso, o cada célula de mi cuerpo estaba a punto
de explotar de repentina felicidad.
Por primera vez en semanas, me sentía llena de auténtica
esperanza.
Estaba mareada mientras caminaba tambaleante fuera de las
oficinas de ayuda financiera.
¡Finalmente todo estaba cayendo en su lugar para mí!
Todo porque tenía a Christos en mi vida.
Christos
—Mmmm, Christos, mi cuello está tan rígido. ¿Me puedes dar un
masaje? —preguntó Isabella en su roto acento Inglés.
Nunca en mi vida he tenido a una chica sexy desnuda y sentada a
cinco pies de mí pidiendo un masaje siendo tan jodidamente molesta.
Desde que me había tomado los últimos cinco días de descanso
de la pintura, estaba muy atrasado, y tenía que hacer malabares con
todos los horarios de las modelos. Por lo tanto, aquí estaba con Isabella
en el estudio hoy en lugar de los habituales miércoles y sábados. Podría
haber tenido aquí a Isabella el sábado pasado, pero quería pasar el fin
de semana con Samantha. No con alguna modelo al azar, sin importar
cuán caliente fuera.
Isabella hizo todo show al frotar su cuello y lanzando su cabello a
un lado.
—Frota mi cuello, Christos —insistió—, para así sentirme mejor.
La pose que tenía era fácil. Cualquier otra modelo habría
trabajado con o sin protestas.
Isabella estaba con sus juegos habituales. Buscando cualquier
excusa para que la tocara, sobre todo cuando estaba desnuda y
vulnerable. Cualquier hombre normal en el planeta habría tomado la
señal de Isabella y tendría sus manos por toda su piel deliciosamente
acaramelada y oscura melena de cabello un segundo después.
Yo no era cualquier hombre normal.
Suspiré y bajé mis pinceles.
—¿Por qué no te tomas una bebida? —sugerí—. Ponte la bata y
camina. Tal vez haz algunos saltos de tijera.
Ella frunció el ceño.
—¿Unos saltos de tijera20? ¿Es Jack un amigo tuyo?
Me recordé a mí mismo que el portugués era su primera lengua.
Sonreí. Era un poco raro cuando pensaba en ello. ¿Cómo la palabra
Jack pegaría con saltar en primer lugar? No tenía ni idea.
—¿Qué es gracioso? —Isabella sonrió coquetamente.

En inglés Jack-Jumping, en español saltos de tijera, abriendo y cerrando los brazos al


20

tiempo que las piernas). Por ello la pregunta de Isabella.


—Lo siento, no es nada. Trata de girar el cuello. Así —demostré
moviendo la cabeza en círculos—, y algunos encogimientos de
hombros. —Cosa que hice.
Isabella se puso de pie, dejando al descubierto su cuerpo desnudo
de pies a cabeza en toda su gloria perfecta.
—El masaje es mejor —gimió, dando un paso tentativo hacia mí.
—Tengo que orinar —mentí, esperando arruinar su estado de
ánimo.
Ella ladeó la cabeza, sin comprender.
La sutileza no iba a funcionar con la barrera del idioma.
—Baño —le dije—, tengo que ir al baño.
—Oh.
—Camina por ahí mientras estoy fuera. Las rotaciones de cuello
ayudarán. —Levanté las cejas mientras rotaba la cabeza y asentía—.
¿Entiendes?
—Sí. —Hizo un mohín.
En lugar de utilizar el baño en el estudio, fui al baño de visitas más
lejano en la parte posterior de la casa. Pasé por la oficina de mi abuelo
en el camino. Estaba sentado frente al ordenador. Me detuve y me
apoyé en el marco de la puerta.
—Esa chica nunca se rinde. —Suspiré.
—¿Quién? ¿Isabella? —preguntó mi abuelo.
—Sí. Sigue arrojándose a mí .
Mi abuelo se echó hacia atrás en su silla y cruzó las manos detrás
de la cabeza. Una astuta sonrisa se dibujó en su boca.
—¿Quieres que me encargue de ella?
—Ve por ello. —Me reí—. ¿Regreso en una hora?
—¡Una hora! Voy a necesitar por lo menos tres —bromeó.
—Hecho. Pero tienes que terminar la pintura por mí —mofé. Mi
abuelo era totalmente capaz de hacer el trabajo y hacer que el retrato
de Isabella luciera impresionante. Pero él no había agarrado un pincel
en un largo tiempo.
—¡Já! —Se rió entre dientes—. Si tengo que trabajar para
conseguirla, olvídalo, paidí mou.
—Muy bien, Pappoús. Estás fuera del gancho por el momento. Pero
si se lanza a mí una vez más, la voy a traer aquí y la voy a dejar caer en
tu regazo. Desnuda. ¿Puedes manejar eso?
Él soltó una carcajada mientras yo salía de la habitación.
En lugar de ir al baño de visitas, fui a la terraza fuera de mi
habitación para disfrutar de la vista por unos minutos. No había
necesitado orinar en primer lugar. Mientras estaba de pie afuera, mi
teléfono sonó.
Brandon.
Puse los ojos en blanco. Probablemente quería alardear y joder por
mis pinturas sin terminar.
—¿Qué pasa, hombre? —respondí.
—¡Christos! —dijo Brandon entusiasmadamente—. Estaba
preocupado por ti. No respondiste mis llamadas por los últimos cinco
días.
—Estaba ocupado pintando.
—Excelente. ¿Pudo asumir que estabas terminando algunas de tus
pinturas existentes?
—Sí.
—¿Cuáles están terminadas?
—La mayoría —dije evasivamente.
Hubo una pausa.
—Bueno… Ahhh, no importa cuáles. Oye, ¿estás en el estudio?
—Sí. Estoy pintando a Isabella. ¿Por qué?
—¿Cómo les ha ido?
—Genial.
—¿Te importaría si le doy un vistazo? —preguntó Brandon—, ¿y que
lleve a un comprador potencial conmigo?
Genial. La última cosa que quería era una audiencia mientras
estaba trabajando.
—¿Quién es? ¿La Sra. Moorhouse? —Ella siempre trataba de meter
su nariz en los estudios de arte por todo San Diego. La hacía sentir
especial. Lo que sea.
—No. Es Stanford Wentworth. Voló desde Nueva York para ver tu
trabajo.
Suspiré profundamente. Stanford Wentworth era uno de los
compradores de arte más ricos del mundo. Era dueño de una colección
de arte renovado del Pre-Renacimiento de los siglos XIV y XV, para los
Impresionistas como Monet y Degas en el siglo XIX para un maestro
como Chuck Close y Julian Schnabel. Wentworth siempre estaba al
acecho por un nuevo talento. Si compraba tu trabajo, podría hacerte el
nombre y tu carrera para la vida.
No estoy sorprendido de que Wentworth quisiera investigar mi
trabajo, considerando que él había sido el que compró un buen número
de las pinturas de mi papá y abuelo al pasar de los años.
—¿No pudiste haberme advertido que Wentworth iba a venir? —
pregunté.
—No sabía —dijo Brandon—, el hombre literalmente me llamó
desde el aeropuerto hace una hora. Voló en su jet privado y me dijo
que quería ver tu trabajo. ¿Qué se supone que tenía que decirle? ¿Que
volara mañana?
Reí. No podía culpar a Brandon. Si fueras un artista y recibieras una
llamada de Wentworth era como que el presidente te llamara, o tal vez
la reina de Inglaterra.
—Bien. Puedes venir cuando sea. ¿Cuándo crees que estarás aquí?
—Creo que dentro de una hora. Lo que Stanford Wentworth
quiere…
—Es lo que Stanford consigue —terminé—. Sí, sí. Estaremos aquí.
Dejaré la puerta sin seguro. Oh, Brandon, ¿otra cosa?
—¿Sí?
—¿Besarías su zapato derecho o izquierdo cuando entre hoy?
—Ambos. —Brandon rió—. Te veo en un rato.
Terminé la llamada. Lo que más me divertía de Brandon era que
nunca era predecible. Nunca del todo un imbécil, pero nunca tu mejor
amigo. Funcionaba bien para una relación de negocios. La vaga
relación personal entre su familia y la mía nunca nos había complicado.
Siempre era primero el negocio.
Fui a la oficina para avisar a mi abuelo que Wentworth iba a venir.
—No, mierda —dijo mi abuelo—. No he visto a Stan en años.
—Sí, mierda —bromeé—. Estoy seguro de que estará feliz de decir
hola.
Volví al estudio.
Isabella se paró frente a una de las puertas francesas, bañada en
luz suave. Ella era ridículamente hermosa, incluso en su bata corta que
llegaba a su trasero. Su mano frotó su cuello mientras lo rodaba. Tal vez
realmente tenía el cuello rígido.
—Christos —murmuró—, ¿me masajearías ahora?
—No hay tiempo, Isabella. Vamos a tener algunos visitantes
especiales.
—¿Quién?
—Brandon va a traer a un famoso comprador de arte al estudio en
una hora. Su nombre es Stanford Wentworth. Él va a querer verme
trabajar.
—Trabajaré mejor después de un masaje.
Pobrecita. ¿Había hombres que Isabella podía escoger en Los
Ángeles?
Tal vez tendría que volver a Lucas o Logan Summer. Les debía
después de que me hubieran ayudado a mudar a Samantha a casa.
Eso me dio una idea.
—Isabella, sabes que tengo novia, ¿verdad?
Isabella puso mala cara, pero asintió.
Me acerqué a ella y saqué mi teléfono.
—Mira esto. —Miró expectante mientras buscaba entre mis fotos
hasta que encontré una foto de Lucas y Logan sonriendo como
idiotas—. ¿Ves a estos dos chicos?
El rostro de Isabella se iluminó con una sonrisa.
—Oooh, guapos. ¿Son amigos de tuyos?
—Estos chicos son hermanos. Lucas y Logan Summer. Ambos están
solteros. Voy a hacerte un trato. Haces lo que te digo, mientras
Wentworth esté aquí, y voy a juntarte con Lucas o Logan. Elige. O a los
dos —reí —, tú eliges.
Ella frunció el ceño, pero seguía sonriéndome.
—¿De verdad?
—Sí. De verdad. ¿Trato? —Extendí mi mano para que ella la
sacudiera.
Su pequeña mano tomó la mía y la sacudió.
—¿Conoceré a tus lindos amigos?
—Totalmente.
—Está bien.
—Estupendo. Tengo que preparar las cosas antes de que
Wentworth llegue. Aguanta. Y haz más rotaciones de cuellos y mueve
los hombros. Eso te ayudará.
Cuando Stanford Wentworth llegó con Brandon, mi abuelo abrió la
puerta. Oí la charla en el vestíbulo del estudio donde pintaba a Isabella.
Sonaba como que Wentworth había traído a alguien con él. No
reconocí la voz.
Quería lucir ocupado trabajando cuando Stanford entrara en el
estudio, así que los dejé a su pequeña charla y me concentré en la
pintura de Isabella.
No podías dejar de notar la voz de Wentworth. Sonaba como si
pertenecía detrás de un podio con un teleprompter y un público de
cinco mil electores que lo adoraban.
—Spiridon Manos —dijo Wentworth—. Siempre un placer. ¿Han
pasado años, si no me equivoco?
—Exactamente —dijo mi abuelo.
—El Sr. Wentworth voló esta mañana —dijo Brandon.
—Ah, entonces debes estar cansado de viajar —dijo mi abuelo—.
¿Quieres algo de beber, Stanford?
—Ya que mi asistente Frederick va a conducir hoy, creo que voy a
permitírmelo. ¿Qué tienes? —Había un dejo de diversión en la voz de
Wentworth.
—Vamos a pasear hasta el bar y veremos —dijo mi abuelo.
Oí algunos pasos y el tintineo de los vasos en la sala de estar. Sabía
que Stanford Wentworth tenía unos setenta años. La historia decía que
había hecho su fortuna invirtiendo en las computadoras antes de que
fuera la cosa obvia a hacer, y que había pasado a la televisión por
cable a lo grande en la década de 1980. Durante los últimos veinticinco
años, había dedicado todo su tiempo y dinero al mundo del arte, en el
que había disfrutado más éxito financiero.
—No creo haber visto alguna de estas pinturas antes —dijo
Wentworth. Se refería a todos los paisajes de mi abuelo que colgaban
en la sala de estar. Ninguno de ellos había sido exhibido en cualquier
galería de espectáculos.
—No —mi abuelo contestó—. Este es mi trabajo privado.
—Todo se ve fabuloso. ¿Has considerado en venderlos? —preguntó
Wentworth—. ¿La colección privada de Spiridon Manos?
Hubo un largo silencio mientras fingía trabajar en el estudio. Isabella
posaba desnuda delante de mí, pero estaba demasiado preocupado
por lo que Wentworth podría hacer o decir como para poder pintar de
verdad.
—Soy demasiado viejo para el negocio del arte. —Mi abuelo
suspiró—. Es un juego de hombres jóvenes.
—Bobadas —dijo Wentworth—. Soy mayor que tú, Spiridon, y
todavía estoy en ello.
—Pero estamos en lados opuestos del tablero de juego, Stanford.
—Touché. Voy a hacer que sea fácil para ti. Voy a darte siete
millones por todo en la habitación.
Creo que pude oír a Brandon tragando todo el camino desde
donde estaba sentado en mi caballete.
—Gracias, Stanford —dijo mi abuelo—, pero no. Los recuerdos en
estas pinturas valen diez veces más. Muchos de ellos fueron pintados
cuando era un joven, o cuando mi hijo no era más que un niño, o
cuando tuve mi nieto sentado en mi rodilla. No puedo desprenderme
de ellos.
—Si cambias de opinión, llama a mi oficina. Pero te prometo, mi
oferta habrá cambiado, y no a tu favor, te lo aseguro.
Agradable. Todavía no había conocido al tipo, y ya no me
agradaba.
—Ya basta de eso —se quejó Wentworth—. Ahora, ¿vamos a ver al
joven artista en el trabajo?
—Si no está demasiado ocupado —dijo mi abuelo un poco a la
defensiva.
—Voy a ir a ver —dijo Brandon. Corrió al estudio de un momento,
una expresión de dolor en su rostro—. ¿Estás listo para el show de perro y
poni? —Susurró.
—¿Tengo alguna opción? —murmuré.
—No —dijo Brandon bruscamente.
Fan-jodidamente-tástico.
Stanford Wentworth caminó a la habitación, flanqueado por su
asistente Frederick, Brandon, y mi abuelo.
Wentworth era un hombre grande, alto, con una espesa cabellera
canosa aerodinámica y bien mantenida. Llevaba un traje caro e
imponente corbata.
Frederick estaba similar y hábilmente vestido. Gafas de montura se
adjuntaban a su rostro y un auricular de teléfono celular se hallaba
unido a su oreja.
Levantó la mano a su auricular y apretó un botón.
—¿Habla Frederick Whitlock? —Después de una pausa, dijo—: Está
ocupado en este momento. —Pausa—. Lo comprobaré. Señor
Wentworth, es Couteux Galerie en Beverly Hills. ¿Quieren saber si viene
por la tarde?
—Diles que iré si puedo —espetó Wentworth.
Agradable. Wentworth seguro tenía una personalidad ganadora.
Frederick transmitió el mensaje a través de su auricular más
educadamente de lo que Wentworth había dicho. No tenía duda de
que Frederick se ganaba completamente lo que Wentworth le pagaba.
Fingí pintar mientras caminaban hacia mi caballete, mezclando
pintura en mi paleta. Isabella los miró brevemente, pero mantuvo su
postura. Le había explicado anteriormente en detalle que debíamos
seguir trabajando cuando todo el mundo entrara y observara.
Me di cuenta que Wentworth descaradamente le estaba echando
un vistazo a la desnudez de Isabella. Se colocó para obtener la mejor
vista posible de sus pechos al descubierto. Su deseo explícito era tan
sutil como un volcán. Deslizó las manos en los bolsillos y arqueó la
espalda, sacando su pelvis. No me habría sorprendido si él hubiera
comenzado a hacer sonar las monedas en su bolsillo como si tuviera un
martillo en sus pantalones. Un idiota total. Me gustaba cada vez más.
Para nada.
Hubiera echado al tipo fuera excepto por el hecho de que podría
arruinar mi carrera artística con el chasquido de sus dedos. La única
desventaja de la venta de pinturas por diez mil o cincuenta mil dólares o
más era que siempre estaba tratando con imbéciles ricos.
Lo que sea. No es como que el tipo tuviera sus manos sobre
Isabella. Si cruzaba esa línea, le rompería los dedos. Pero Isabella era
una niña grande, y estoy seguro que esta no era la primera vez que
había sido mirada lascivamente por un hombre viejo. Ella trabajaba
como modelo, después de todo. Sólo podía esperar que hubiera
aprendido a lidiar con ello.
Wentworth dejó escapar un gran suspiro y sacó sus manos de los
bolsillos. Estoy seguro que ahora se había venido en sus pantalones.
Pervertido de mierda. Se acercó por detrás de mi caballete para ver lo
que estaba haciendo.
Asentí hacia él.
—No me prestes atención —dijo—. Por favor continúa.
La forma en que dijo eso sonó peligrosamente cerca de una orden.
Estoy seguro de que lo utilizaba para decirle a la gente qué hacer
24/721. Puse los ojos en blanco antes de mirar a Isabella. Ella parecía
aliviada de que ahora estaba situado entre ella y Wentworth como un
escudo.
Había estado en el proceso de pintar las caderas de Isabella. La
articulación donde la pierna salía de la pelvis siempre era difícil. Las
mujeres hermosas tenían una suavidad, pero había que darle la
cantidad exacta de la estructura sutil o si no parecían ser globos de
carnaval pegados. Siempre había creído que la suavidad era el secreto
de la belleza femenina. No un buen tono muscular. Toda esa mierda
moderna acerca de las mujeres que tenían paquetes de ocho y brazos
musculosos era ridícula. Si quieres follarte a un chico, ve a hacerlo.
Cargué mi pincel con una mezcla de siena tostado y un toque de
sombra tostada. Pasé el pincel sobre el lienzo en la articulación de la
cadera en una curva elegante.
—Mmmm —Wentworth asintió.
No le hice caso.
Necesitaba retocar uno de los planos de la parte frontal de la
pelvis con una mezcla más ligera, así que volví a mi paleta y agregué un
toque de blanco de zinc.
Cuando estaba a punto de aplicar la pintura a la lona, Wentworth
dijo:
—Hmmm.

24/7: Las 24 horas los siete días de la semana.


21
¿Iba a ser así todo el día? Casi me volví y le lancé una mirada, pero
decidí que era una mala idea. Así que me concentré en pintar sobre el
lienzo en su lugar. Entonces saqué un pincel limpio y lo usé para suavizar
el borde entre las áreas claras y oscuras.
—Uh huh —murmuró Wentworth.
Oh hombre, esto me estaba matando. Puse mis pinceles abajo y
me limpié las manos en un trapo. Di un paso atrás de mi caballete.
Wentworth inmediatamente intervino, ubicándose a pulgadas de
la lona. Un simple ―¿puedo acercarme?" habría sido agradable. Nop. Lo
que Wentworth quería, Wentworth lo obtenía. Inspeccionó la
articulación de la cadera que acababa de pintar como un joyero. Que
alguien le diera a ese tipo una lupa para poder examinar las moléculas
en la pintura mezclándose un poco mejor.
Dio un paso atrás para ver todo el cuadro y asintió pensativo. No
podría decir si lo aprobaba o qué. Luego se lanzó hacia delante,
acercándose al retrato de nuevo.
Este hombre era un loco.
Continuó embistiendo dentro y fuera durante varios minutos,
examinando las diferentes partes de la pintura a detalle. Cuando
terminó, dio un paso atrás y se puso a mi lado.
—Me gusta —dijo pensativo—, pero necesita trabajo.
¿Estaba bromeando? Ni siquiera nos habían presentado. Sí, él sabía
quién era yo, y yo sabía quién era. Pero, joder, había esta cosa que
había existido desde hace miles de años llamada cortesía común.
Supongo que cuando eres lo suficientemente rico, mierda como esa se
iba por la ventana.
Eché un vistazo a Brandon, que me dio una mirada de simpatía
que decía: ―Sí, está loco, pero es cien veces más rico de lo que está
loco, así que aguántate‖.
Negué mínimamente y rodé mis ojos por el amor a Brandon.
Él me lanzó una mirada de advertencia.
Suspiré. Era hora de que me comporte.
—Sí —dijo Wentworth—, con algunas revisiones, creo que esto será
útil. La cabeza es buena, pero ¿has considerado alterar la postura?
Levanté una de mis cejas al menos tres pulgadas.
Mi abuelo se rió entre dientes y salió de la habitación. Me di cuenta
de que estaba ofendido por mí por la forma en que se echó a reír.
Supongo que me perdí la parte en que Wentworth había estado
fumando crack como una prostituta de clase alta después de una
mamada borracha. El tipo era un lunático. Lo olvidé. Wentworth hacía
lo que Wentworth quería.
Él comentó:
—Este es un buen trabajo. No es genial. No pagaría más de quince
mil por lo que veo aquí. Pero creo que si cambiaras la actitud e hicieras
algo más elegante, podrías conseguir hasta cincuenta mil.
¿Más elegante? ¿Estaba ciego? Todo lo que Isabella hacía era
elegante, y mi pintura capturaba eso.
Antes de que tuviera la oportunidad de decirle a Wentworth que se
fuera a la mierda, pregunta:
—¿Qué otras pinturas tienes a mano? —Se da la vuelta para
investigar, y en el segundo en que estuvo de espaldas a mí, le di una
mirada a Brandon.
Brandon la ignoró.
—Christos —dijo amablemente—, ¿puedes mostrarle al señor
Wentworth las otras pinturas en las que has estado trabajando? Sé que
tienes varias en progreso.
Gracias por un montón de mierda, Brandon. Wentworth comenzó a
cavar a través de algunos lienzos viejos que había apoyado contra la
pared como Pedro por su casa. Tuve que contenerme de plantar mi
bota en su trasero.
—Las nuevas pinturas están aquí —le dije, señalando el tendedero
donde guardaba los lienzos de Avery, Jacqueline, y Becca que había
terminado hace unas semanas. Estaban en las ranuras verticales altas
de la rejilla de secado, lo que mantenía el polvo fuera de las pinturas,
mientras los aceites se secaban. Deslicé con cuidado la primera—.
Todavía está húmeda —le advertí sutilmente, casi esperando que
Wentworth pasara los dedos por todo el arte como si fuera de él.
En cambio, miró el primer cuadro, luego asintió imperativamente, y
dijo:
—Siguiente.
Sí, amo. Lo deslicé con cuidado en el bastidor.
Me di cuenta de que Frederick contestaba su auricular de nuevo.
—Sr. Wentworth, es Madelyn Cornett con Jah...
—¿No ves que estoy ocupado, Frederick? —Wentworth se quejó.
—Sí, señor Wentworth —dijo Frederick antes de alejarse para
atender la llamada.
Sea cual sea lo que Wentworth le estaba pagando a Frederick, no
era suficiente. El chico necesitaba un aumento de sueldo. Mi sugerencia
habría sido que Frederick encontrara otro jefe, pero era sólo yo.
—Siguiente —insistió Wentworth, mirándome con expectación.
Hombre, Wentworth necesitaba un ajuste de actitud a toda prisa.
Estaría más que feliz de llevarlo al garaje donde guardaba mis
herramientas y donde nadie lo oyera gritar para pedir ayuda.
Saqué otra pintura. Esta era de Jacqueline, y estaba muy contento
con ella.
—No. Siguiente.
Saqué la última.
Negó y se dio la vuelta, en busca de una nueva distracción.
Qué encantador. Y yo que estaba haciendo todo lo que decía
como una sirvienta. ¿Quién diablos se creía que era? Quería decirle que
podía tomar su dinero, encenderlo en llamas, y metérselo como un palo
por el trasero. No lo necesitaba. Había otros compradores de arte.
Los ojos de Wentworth cayeron a la base de Samantha en la
esquina. Se acercó a ella. La pintura de Samantha de tres calas en un
florero estaba en él.
—¿Qué es esto? —preguntó Wentworth—. No es tuya, ¿verdad?
—Esa es la pintura de mi novia —respondí.
—Es terrible. —Wentworth rió.
Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta antes de que
pudiera responder. Se detuvo delante del retrato de Isabella en su
salida y dijo:
—Si cambias tu pintura de esta joven y bella modelo como sugerí,
podría tener algo con ella. ¿Frederick? Es hora de irnos. Llama a la
Couteux Galerie y diles que no hubo nada digno de mi tiempo en San
Diego hoy.
Apreté los dientes. Wentworth ni una sola vez me había llamado
por mi nombre. Era un imbécil real. El rey de todos los idiotas. Me debatí
entre si Frederick o Brandon me entregarían o no si golpeaba a
Wentworth hasta la muerte y dejaba su cuerpo en una zanja en alguna
parte.
—¿Viste esas Lilas Calas? —le preguntó Wentworth a Frederick
tranquilamente mientras se acercaban a la puerta que conducía a la
casa.
—No lo hice, señor —respondió Frederick en voz baja.
—Eran espantosas —Wentworth se rió en voz baja.
—¡Oye! —grité a su espalda—. Váyase a la mierda, Wentworth.
Wentworth se detuvo en seco. Se dio la vuelta lentamente, como
un viejo luchador armado en pleno mediodía.
—¿Discúlpame?
—Ya me oyó, Wentworth. Váyase. A. La. Mierda.
Wentworth parpadeó.
—Sabes quién soy, ¿verdad, muchacho?
—Lo hago, pero no porque se presentara a sí mismo como una
persona normal —gruñí—. Vino a mi casa como si fuera el dueño del
lugar y ha estado actuando como un estúpido titulado desde que llegó.
No necesito soportar mierda de usted. Y no necesito su maldito dinero.
Wentworth entrecerró los ojos.
—¿Crees que un montón de malas palabras y petulancia me van a
sacar de quicio, muchacho? He visto los gustos ir y venir innumerables
veces en mi vida. Al ritmo que vamos, en veinte años, nadie va a
recordar tu nombre. Se acordarán de los de tu padre y tu abuelo, pero
no del tuyo. Todo lo que tenías para mostrarme hoy no era nada más
que garabatos groseros. No eres un verdadero artista, muchacho. En el
mejor, eres un copista. Tu trabajo no tiene vida. No tiene ningún arte.
Toma una página de la carrera de tu abuelo o de tu padre, y tal vez
hagas algo de ti mismo.
—Váyase a la mierda. —Fruncí el ceño—. Y lárguese de mi casa.
—¿Tu casa? —Wentworth rió—. Me imagino que tu abuelo fue el
que pagó por esta casa con sus propios esfuerzos. No tú. Tal vez un día,
llegues a algo. Pero todo lo que vi hoy aquí fue basura. Me voy a olvidar
de ti en el momento en que entre en mi auto.
Wentworth salió de mi casa con Frederick en sus talones.
Nunca había conocido a un imbécil más grande en el negocio del
arte en toda mi vida. Wentworth no sólo se comía el pastel, sino que
metía el pastel por tu garganta como un trol glutinoso. ¿Por qué me
había metido en este negocio de nuevo?
—¿Qué demonios fue eso? —le pregunté a Brandon, que estaba
en el otro extremo del estudio.
Isabella estaba de pie entre nosotros, ahora en bata. Debió
haberse lanzado en el segundo en que estaba ocupado con
Wentworth. No podía culparla por querer cubrirse ante su mirada de
lagarto hambriento. Abrazaba la bata con fuerza alrededor de ella y se
estremeció:
—Ese hombre es un gran idiota.
Brandon parecía roto, como si quisiera correr tras Wentworth y
lamer el trasero del hombre hasta que Wentworth le rascara detrás de
las orejas.
—Mis disculpas, Christos. Nunca había conocido a Wentworth en
persona. No tenía idea de qué esperar. Realmente debería ir a hablar
con él. —Brandon corrió fuera de la habitación.
Un minuto más tarde, oí las puertas del auto cerrarse y un arranque
de motor. Brandon debió haber dejado la puerta abierta. Escuché un
auto alejarse. Para mi sorpresa, Brandon se acercó sombríamente de
nuevo al estudio viéndose derrotado.
—Voy a necesitar un viaje de vuelta a La Jolla —dijo.
—¿Eh? —comenté.
—Condujimos aquí desde mi galería en el auto de Wentworth.
Consideré decirle a Brandon que podía caminar de regreso
después de traer a ese tarado a mi casa. Por suerte para él no estaba
de humor para pintar después del episodio de hoy del Espectáculo de
Stanford Wentworth. Le dije a Isabella que se podía ir temprano y le
pregunté si podía llevar a Brandon a La Jolla antes de volver a Los
Ángeles.
Dijo que sí.
Cuando se fueron, pisoteé a la sala de estar y agarré una botella
de whisky del bar. Era una botella de cuarenta dólares de Basil Hayden.
Tenía un sabor a caramelo suave que disfruté. No estaba de humor
para nada demasiado lujoso. Había tenido más que suficiente mierda
de gama alta de Wentworth ya.
Salí a la cubierta detrás de la piscina y bebí de la botella mientras
disfrutaba de la vista al mar desde una de las tumbonas.
Sí, había terminado de trabajar por el día, si no es que por el mes.
Sólo había una cosa en mi mente mientras iba por mi botella de
bourbon.
Wentworth tenía razón.
Esas pinturas en el interior no eran más que ilustraciones. No tenían
ningún corazón.
Wentworth lo había visto al instante.
Mierda.
Pasé más bourbon por mi garganta.

Samantha
Caminé a través del campus de la sala de conferencias de
Sociología. Estaba de buen humor después de hablar con Sheri Denney
sobre mis opciones de ayuda financiera.
¿Casarme con Christos?
¿Esa era una posibilidad real?
Tenía miedo de pensar en ello demasiado por si atraía la mala
suerte hacia mí.
Sociología con el profesor Tutan bostezo-bostezo era la cura
perfecta. La conferencia se convirtió en un borrón de sueño. Puedo o
no puedo tomar notas. Después de la clase, me detuve en el Toasted
Roast para refrescar mi café americano. No había dormido lo suficiente
en los últimos cuatro días, e iba a necesitar cafeína si quería atravesar
historia, sin roncar.
Cuando entré en la sala de conferencias y me senté, un rostro
familiar me saludó.
Justin Tomlinson, el editor del periódico humorístico El Wómbat. Era
tan lindo como el chico de la banda como siempre.
—Hola, Samantha —sonrió—, te extrañamos el viernes.
—¡Oh no! Me olvidé por completo de tu reunión. —Sonreí
tímidamente—. Lo siento totalmente, estuve... ah, muy ocupada con la
tarea —Justin no necesitaba saber acerca de mi angustioso viaje a la
corte para salvar a Christos.
—No te preocupes —Sonrió—. A todo el mundo le gustan tus cosas.
Debes unirte a nosotros en la reunión de este viernes para que puedas
conocer a todo el mundo.
—¿Quieres decir que no seré negreada por perderme mi primera
reunión? —bromeo.
—No, somos bastante relajados. Debes venir totalmente. A la
misma hora, en el mismo lugar.
—¿A las 04:20? ¿En Toasted Roast? Espera, ¿tostado y asado no son
eufemismos para drogarse22?
—Más o menos. —Me guiña un ojo.
—¿Tal vez debería dibujar un wómbat fumando marihuana para
ustedes?
Él esbozó una sonrisa.
—Me gustaría ver cómo manejas a un wómbat fumando
marihuana.
—Galletas y papas fritas —dije rotundamente.
Él estaba confundido.
—¿Qué?
—¿Los wómbat no tienen el deseo de comer botanas como todos
los demás cuando están drogados? —Sonreí—. Si tuviera que hacerle
frente a un wómbat fumando marihuana, me gustaría darle galletas y
papas fritas.

22
Juego de palabras con el nombre del sitio que se llama Toasted Roast que en
español significa tostado y asado y fumar marihuana.
—Totalmente. —Se rió entre dientes—. Tengo la sensación de que
vas a encajar perfectamente. ¿Crees que puedas tener algunos
bocetos de Potty el wómbat fumón antes del viernes?
—¿Su nombre es Potty? —Arqueé una ceja.
—Lo es ahora. —ustin sonrió.
Espera, ¿había inadvertidamente nombrado a su mascota? Tal vez
lo había hecho.
—¿Puedo hacer algo que combine con inodoros y fumar
marihuana? ¿Tal vez tenga a Potty en el inodoro23 mientras está
fumando un porro grande y gordo?
—Puedes hacer lo que quieras. Ve con eso. No. Hay. Reglas. —
Sonrió.
Guau, me gustaba el sonido de eso.
—Bien. ¡Llevaré algunos dibujos el viernes!
—Impresionante.
No podía esperar a decírselo a Christos. ¡Tenía mi primera tarea
real de arte en vivo!

23
En el original ―John‖: juego de palabras pues en inglés ―potty‖ puede ser una
bacinica o puede referirse a ―pot‖ que es un apodo para la marihuana al igual ocurre
con ―John‖, también se utiliza como apodo para el inodoro o un porro.
Samantha
—¿Tienes que dibujar un qué? —preguntó Christos. Estaba muy
borracho.
—Un wombat24 fumando marihuana sentado en un inodoro, para
el periódico The Wombat —le dije.
Estábamos en el estudio de Christos, donde estaba mi nueva tabla
de dibujo. No podía esperar para empezar a dibujar wombats
animados. Pensé que Christos estaría trabajando cuando llegué a casa
de la SDU, pero el modelo se había ido y él había estado sentado frente
a su caballete con una botella de licor en un puño.
Christos giró lentamente sus ojos vidriosos en mi dirección.
—¿Quieres que me cuele en el zoológico y robe uno para
referencia?
—¿Qué, un wombat?
—Sí. Podría ir todo ninja y pasar por encima de la cerca en la
noche. Conozco un camino. —Asintió, ultra serio. Luego se llevó la mano
a un lado de su boca y susurró—: Hay una escuela primaria en el lado
norte del zoológico de San Diego y su patio de recreo va directo hasta
la parte posterior del mismo.
Arrugué la nariz.
—¿El zoológico siquiera tiene wombats?
—Probablemente. Deberíamos totalmente tomar uno y tenerlo
como mascota. Lo nombraría Womby, el Wombat. ¿No sería totalmente
lindo?
—¿Supongo? —Como que sonaba como una idea terrible.
—Podemos subir encima de la valla —dijo Christos arrastrando las
palabras—. Tú y yo deberíamos ir ahora. Yo conduzco.
—Ahh, probablemente no deberías conducir o subir al estilo ninja o
cualquier otra cosa esta noche. ¿Tal vez deberías acostarte por un rato?
—¡Pero el wombat se irá!

Los vombátidos (Vombatidae) son una familia de marsupiales diprotodontos


24

conocidos comúnmente como uómbats o wómbats. Se encuentran sólo en Australia,


incluida Tasmania, y tienen la apariencia de un oso musculado, pequeño y de patas
muy cortas.
Me reí.
—Estoy segura que Womby estará bien por esta noche.
Christos rió de manera fluida y apoyó la cabeza en mi brazo.
—Te gusta el nombre Womby, ¿no?
Él apestaba a alcohol.
—Es perfecto. —Sonreí con indulgencia.
En voz alta, Christos habló como bebé.
—Haremos una pequeñita camita para Womby en la esquina del
estudio.
—¿Por qué no hacemos una cama para Womby en este
momento? Puedes probarlo.
—Beno —dijo arrastrando las palabras.
Dirigí a Christos a la sala y le guié en el sofá. Quité sus botas y lo
cubrí con una manta. Después de agarrar mi cuaderno de bocetos, me
senté en la silla de cuero frente a él y encendí la luz de lectura. Fui a
trabajar en mis bocetos de Pottyel WombatFumador de Marihuana. Me
tomó unos diez segundos darme cuenta de que no sabía cómo lucía un
wombat. Quizás Christos había estado en lo cierto con su plan maestro
de un secuestro wombat.
O podría simplemente buscar una imagen en internet.
Saqué mi portátil y regresé a la sala de estar. Con docenas de fotos
wombat en la pantalla y mi cuaderno de bocetos en espera, me
zambullí en la tierra de los sueños de los dibujos animados mientras
dibujaba página tras página de wombats libertinos sentados y fumando
marihuana.
¿Quién hubiera sabido que los wombats eran casi tan lindos como
los osos koala? Había estado esperando algún tipo de murciélago
monstruoso, pero resultó que los wombats tenían las mismas narices
negras grandes que los koalas, y sus oídos eran pequeñas cositas.
¡Muy lindo!

—¿Seguro que esto está bien, Sam? —preguntó Romeo


nerviosamente mientras caminábamos por el campus hacia el Centro
de Estudiantes la tarde del viernes.
Eran poco más de las cuatro y estábamos de camino a la reunión
de personal con The Wombat en Toasted Roast. El sol estaba fuera y era
un día de febrero extremadamente caluroso.
—¿Por qué no lo estaría? —razoné con entusiasmo—. Ese chico
Justin lo hizo sonar como si cualquiera pudiera presentar cosas para The
Wombat. Dijo que algunos de los artistas trabajaban con los escritores
en tiras cómicas. No conozco a nadie más divertido que tú, Romeo.
—¿Y si resulta que Justin estaba coqueteando contigo y no
necesitan más escritores? Ellos no van a necesitar mis superpoderes gay
entonces —dijo con ansiedad—. Me convierto en un pasivo.
—Relájate, Romeo. Estoy segura que va a estar bien.
—Bueno. Pero si algo sale mal, no esperes que dispare arco iris de
mis dedos y salve el día —advirtió.
—No hay problema. —Me reí—. En ningún momento voy a requerir
el uso de tus superpoderes de arco iris. Pero podría recurrir a ellos más
tarde. ¿Trato?
—Trato. Pero sabes que disparar demasiados arco iris me agota. —
Sonrió.
—¿Qué pasó con esa infame resistencia Romeo?
Sonrió.
—Es todo una fachada, Sam. Una vez que tiro mi carga de arco iris,
se necesita al menos una semana para recargarme. No se lo digas a
nadie, o mi reputación arco iris se arruinará.
—Tu secreto está a salvo conmigo. —Crucé los dedos sobre mi
corazón—. Hey, apuesto a que si encontraras un montón de unicornios
acelerarías el tiempo de recuperación del arco iris.
Romeo puso los ojos en blanco.
—Has estado dando vueltas con Kamiko y viendo demasiado Hora
de Aventura. No estaba hablando de los arco iris de dibujos
animados. El único lugar al que puedo ir en San Diego para recargar mi
arco iris es Hillcrest.
—¿Es por eso que has estado yendo allí?
—Claro.
Cruzamos el patio del Centro de Estudiantes.
Fuera del Toasted Roast había un montón de mesas libres. Tarde en
el día, la mayoría de los estudiantes se habían ido, sobre todo un
viernes. La única vez que el Centro de Estudiantes estaba lleno por la
tarde era cuando SDU tenía una banda tocando en el patio, pero eso
por lo general ocurría en el otoño o la primavera.
Eran casi las 04:20, así que miré a mi alrededor en busca de Justin
Tomlinson. Él hizo señas desde un grupo de mesas que habían sido
puestas juntas. Otros cinco estudiantes se sentaban a su alrededor.
Romeo y yo nos acercamos para unirnos a ellos.
—Hola, Justin —dije—. Todo el mundo, mi nombre es
Samantha. Este es mi amigo Romeo.
Una chica con gafas hípster de plástico negro me dijo
sarcásticamente:
—¿Tu nombre no debería ser Julieta?
Hubo un largo momento de silencio. Creo que estaba siendo una
perra, pero yo no estaba cien por ciento segura. ¿Pensé que Justin
había dicho que todo era relajado?
Romeo miró a la chica perra con las gafas de hípster. Con voz
sarcástica, dijo:
—Tengo súper poderes de arco iris. Le prometí a Sam que no los
usaría, pero lo haré si tengo que hacerlo. Funcionan especialmente bien
en perras hípster.
Hice una mueca, esperando que todos fruncieran el ceño y nos
dieran la espalda, o tal vez solo nos abuchearan y silbaran hasta que
nos fuéramos.
Justin levantó una ceja, y en un tono serio, dijo:
—Desde que Keith utilizó sus súper pedos en la última reunión,
votaron a favor de hacer de esto una zona libre de
superpotencias. Todos estuvimos de acuerdo en que sus súperpoderes
de pedos habían perdido su efecto cómico. —Justin sonrió, ahora
obviamente bromeando.
—Pero no su horrible hedor. —La segunda chica, que tenía un anillo
en la nariz, el cabello oscuro, y un montón de delineador de ojos negro,
rió disimuladamente.
Uno de los dos tipos sentados en la mesa sonrió con aire de
culpabilidad y puso los ojos en blanco. Me imaginé que era Keith, el que
tenía poderes de súper pedos. Tenía una oscura y gruesa barba debajo
de la barbilla. Era solo la parte de la barba sin el bigote. Tenía un
montón de barba para un chico tan joven.
El otro chico, que estaba riéndose de Keith, tenía cabello negro
emo largo que tapaba uno de sus ojos y tenía rojo sangre en las puntas.
—Entonces. —Justin le sonrió a Romeo—. Incluso si trataras de
disparar el arco iris, lo cual pagaría por ver, tus súper poderes no
funciorán aquí en la reunión debido a todo el repelente de pedos
mágicos en acción.
—Oooh —dijo Romeo, súper emocionado—, ¿dónde obtienen el
repelente de pedos? He escuchado que esas cosas son caras.
—Costco. —Justin le guiñó un ojo—. Compramos en cantidad.
Keith puso los ojos en blanco una vez más. Todo el mundo se echó
a reír y le sonrió, con excepción de la chica de las gafas hípster, que
cruzó los brazos sobre su pecho e hizo una mueca.
Todo el mundo se reía mucho, Romeo y yo nos unimos.
Keith le dijo al de barba:
—¿Qué? Chicos, les dije que había comido frijoles en el almuerzo,
así que no puedo ser considerado penalmente responsable por los
gases malos.
—Amigo. —Cabello de Emo se rió entre dientes—. Esos fueron
pedos de cerveza. No lo niegues.
—¿A las 4:20? —preguntó Keith—. No estaba tan bebido como
para tener pedos de cerveza tan temprano.
—¡Patrañas! —dijo la chica con el anillo en la nariz—. ¡Estabas
destrozado el viernes pasado!
—Tal vez a las 5:20, pero te aseguro que no tenía pedos de cerveza
a las 4:20 —se burló Keith.
Todos compartieron otra risa, incluso Gafas Hípster. Claramente se
conocían bien. Había estado esperando algún tipo de club exclusivo de
chicos como en esas películas fiesteras de la universidad como Animal
House. No esperaba dos chicas.
—Todo lo que quiero saber es —dijo la chica con el anillo en la nariz
riendo entre dientes ante lo que estaba a punto de decir—, ¿quién
ganaría en una pelea? Keith con sus pedos tóxicos, o Romeo y sus
arcoíris. Quiero verlos ir cabeza a cabeza.
—Los pedos de Keith ganarían totalmente —dijo Cabello de Emo,
inexpresivo.
Anillo en la Nariz se rió y Keith puso los ojos en blanco.
—Muy bien, muchachos —dijo Justin—. Samantha, Romeo,
conozcan a Keith, Micah, Alyssa y a la hípster favorita SDU de todos,
Tammy Lemons.
Todos saludaron a medida que Justin decía sus nombres, a
excepción de Tammy, quien hizo una mueca amarga.
Micah era el tipo con el cabello emo con rojo. Alyssa tenía el anillo
en la nariz y llevaba una camiseta que tenía una foto de un tiranosaurios
rex diciendo "¡Rawr!". La leyenda debajo decía: “Rawr significa „Te amo‟
en dinosaurio” TammyLemons, por supuesto, era la chica con las gafas
hípster.
Sacando a Tammy, me gustaban estos chicos.
—Agarren una silla —dijo Justin.
Romeo y yo nos sentamos.
—Entonces —dijoJustin—, ¿recuerdan esos dibujos de Samantha
que les envié a todos?
—Sí. —Keith asintió, sonriendo.
—Totalmente. —Micah se rió entre dientes.
—Cosas divertidas. —Alyssa sonrió.
—Estuvieron bien. —Tammy se encogió de hombros. Sin sorpresa.
Creo que Tammy iba a tomarse un tiempo para descongelarse. Lo que
sea.
—Bueno —continuó Justin—, le pregunté a Samantha si quería
trabajar en algunos dibujos para una nueva mascota Wombat.
—Ya tenemos una —dijo Tammy sarcásticamente.
Sí, era una perra. Ahora estaba cien por ciento segura.
—Pero es solo un wombat viejo y simple —dijo Alyssa—. Es aburrido.
—¿Trajiste algunos nuevos dibujos para nosotros? —me preguntó
Keith.
—Lo hice —contesté y saqué mi cuaderno de bocetos. Lo abrí en el
primer boceto wombat y lo puse en el centro de la mesa.
El grupo comenzó a hojear mis dibujos. Había al menos una
docena. No pasó mucho antes que el grupo estuviera sonriendo y
riendo, a excepción de Tammy, por supuesto. Tammy frunció el ceño
sobre todo por mi arte.
—Ese parece estreñido. —Micah sonrió.
—Tal vez debería beber más cerveza —bromeó Alyssa—, entonces
siempre tendría diarrea de cerveza como Keith.
Todo el mundo se quejó.
—Esos fueron pedos de cerveza —dijo Keith a la defensiva mientras
el grupo continuaba pasando las páginas de mi cuaderno de dibujo,
fascinado por mi obra.
Nunca había experimentado nada igual. Como que esperaba que
asintieran educadamente y no dijeran nada sobre mi arte en absoluto,
o tal vez me dijeran que no era muy buena, sin estar obviamente,
entretenidos y divertidos.
—¿Alguna vez viste un objeto contundentemente gordo? —Micah
se maravilló, en referencia a la articulación gigante en el siguiente
dibujo—. Eso es como toda una onza de ganj. 25
—La única vez que vi tanta hierba en un solo lugar fue cuando
compré una onza fresca que no has probado todavía, Micah —se quejó
Keith.
—Amigo, eso es mentira. Todavía me debes un montón de porros
de Navidad —se burló Micah.
Keith negó y con el ceño fruncido le sonrió.
Siguieron pasando las páginas, y encontraron algo divertido
acerca de cada dibujo.

25 Onza de ganj: marihuana.


Realmente no lo podía creer. Detuve la enorme sonrisa que quería
saltar sobre mi rostro. ¡En realidad les gustaba mi arte!
Cuando terminaron de ver el último dibujo, Justin dijo:
—Tal vez deberíamos hacer una votación para usar en la próxima
edición de The Wombat como nuestro logotipo oficial. ¿Qué piensan
ustedes?
—Voto porque no usemos ninguno de ellos —dijo la inconformista
Tammy Lemons—. No me gustan sus dibujos.
¿Tammy no se daba cuenta que yo estaba aquí? Sí, era una perra
con P mayúscula.
—No te preocupes, Samantha —sonrió Alyssa—, Tammy ha estado
de pesada esta semana. Por lo general no es tan perra.
Le sonreí a Alyssa, pero no podía pensar en una respuesta
adecuada. Por lo que sabía, todos querían a Tammy como a su mejor
amiga, a pesar de su agria personalidad. No quería ofenderlos al decir
algo equivocado.
—Pensé que olí a hierro —dijo Romeo en respuesta al comentario
sucio de Alyssa sobre Tammy. Distraídamente examinó sus uñas.
Alyssa hizo una mueca y se inclinó hacia delante. Su cabeza pegó
contra la superficie de la mesa. Comenzó a reírse a carcajadas,
rodando la frente de lado a lado en la mesa.
Keith sacó su teléfono.
—Si esto se convierte en una pelea de gatas, lo filmaré. —Apuntó
su teléfono a Tammy, quien le estaba frunciendo el ceño a Romeo.
—¿Qué? —dijo Romeo defensivamente a Tammy—, tengo un
agudo sentido del olfato.
Tammy le levantó su dedo medio a Romeo.
—¿Eso es lo que utilizas en tu período mensual? —preguntó
Romeo—. No es de extrañar que no funcione. Los dedos no son muy
absorbentes, y no harán ningún bien si no los mantienes en tu agujero.
—Puso los ojos en blanco de forma espectacular— Incluso yo sé eso.
Alyssa se sentó bruscamente, con los ojos muy abiertos.
—¡Oooohh, maldito! ¡No, no lo hizo!
—Sí. Lo hice—insistió Romeo.
Keith y Micah suprimieron sus risitas.
—Cálmense, muchachos —dijo Justin—. No hay necesidad de un
ajuste de cuentas con la nueva chica en su primer día.
No podía decir si Justin estaba diciendo que yo era la chica nueva
o Romeo.
Alyssa se apoyó contra Tammy y puso un brazo amistoso a su
alrededor.
—No te preocupes Tammy, todavía te queremos.
Tammy negó y frunció el ceño.
—Son unos idiotas.
—Tú empezaste, Tammy. —El emo Micah se rió entre dientes.
—Lo que sea. —Tammy resopló.
Justin dijo amablemente:
—¿Por qué no enviamos esto al resto de nuestros artistas, y que
todos voten en unas semanas? ¿Cómo suena eso?
El grupo asintió.
Justin continuó:
—Y si otros artistas quieren hacer su propia versión de una mascota
wombat, podrán poner su arte en la mezcla. Eso te incluye a ti, Tammy.
Entonces Tammy Lemons, la perra inconformista, era artista
también. Tenía curiosidad por ver lo que se le ocurriría. Por lo que sabía,
podía ser mucho mejor que yo, o algo peor. Realmente no lo sabía.
—¿De acuerdo?—preguntó Justin.
Todo el mundo dijo que sí.
Justin tomó fotos de mis bocetos wombat con su teléfono como
antes.
—Samantha, les enviaré estos por email a todo el mundo, y te
pondré en la lista de CC, para que puedas ver ver al resto de los
participantes.
—¿Acabas de decir ―Ver Ver‖?—preguntó Alyssa.
—Sí, ¿por qué?—Justin sonrió.
—Porque eso apesta apesta —se burló.
—¿Tienes algo en contra de los lisiados? —preguntó Keith, rápido
como un látigo.
—¿De los lisiados? —preguntó Alyssa, confundida.
—¿Lisiados? —dijo Keith sugestivamente—. Los lisiados tienen
sentimientos, también.
Alyssa dijo con sarcasmo:
—Me torcí el tobillo la semana pasada bajando unas escaleras.
¿Eso cuenta?
Keith negó.
—Me temo que no. El lisiado también tiene sentimientos, y usaste el
término para normalizar tus peleas como si no importaran.
—Bien —se burló Alyssa—. Entonces quise decir el Tonto Tonto.
Keith negó.
—Los de discapacidad intelectual también tienen sentimientos.
Alyssa frunció el ceño.
—Bueno, entonces, ¿de quién diablos puedo burlarme? ¿De los
caracoles?
Keith arqueó una ceja pensativo.
—Eso funcionaría. Por lo que sé, los caracoles aún no han hecho
ningún ruido sobre el trato justo y equitativo.
—Eso es porque no tienen boca. —Rió Micah.
—¿Cuándo se puso tan políticamente correcto por aquí? —
preguntó Alyssa. Se volvió a Justin y le dijo—: Justin, quiero pedirte
disculpas por haber dicho que eras Tonto Tonto. Me gustaría retraer esa
declaración y cambiarla a ―Eres Caracol Caracol‖ —Miró a Keith por su
aprobación—. ¿Mejor, Keith?
—Mucho. —Keith rió.
—Tarado —dijo Alyssa despreocupadamente hacia él.
—Tengo un burro, y se siente muy mal en este momento —dijo
Micah—, sus orejas están totalmente en llamas.
Alyssa arrugó la servilleta y se la arrojó a Micah mientras él se reía.
—Muy bien chicos —dijo Justin—. Samantha, cuando le envíe tus
dibujos por correo electrónico a todo el mundo, te voy a poner en la
lista Caracol Caracol —bromeó.
—Está bien —le sonreí. Me gustaban mucho estos chicos.
—¡Igualdad de derechos para los caracoles! —se burló Micah
poniendo su puño en alto.
Por el resto de la reunión, todo el mundo discutió los temas para la
próxima edición de The Wombat. Bueno, excepto por Tammy Lemons
que en su mayoría se sentó de mal humor con los brazos cruzados sobre
su pecho.
Romeo encajó perfectamente con el resto del grupo y contribuyó
con un montón de ideas divertidas. Al final, Justin lo animó a escribir una
pieza de muestra para el periódico.
—¿Estás seguro?—preguntó Romeo.
—Totalmente —dijo Justin—. Si sales con algo bueno, lo pondremos
en la próxima edición.
—Sam y yo hablamos de hacer un cómic juntos —dijo Romeo—.
¿Puedo hacer eso?
—Lo que quieras —Justin le sonrió—. Es genial para mí. ¿Está bien
para ustedes? —preguntó al grupo.
Todo el mundo excepto Tammy estuvo de acuerdo.
—Lo prometo —le dijo Romeo a Tammy—, no voy a escribir nada
desagradable sobre ti o tu período. —Sonaba sincero.
—Lo que sea—dijo Tammy.
—Vamos —Romeo declaró cómicamente—, no estás enojada
¿verdad? Te lo prometo, nunca olí tu hierro.
Alyssa hizo una mueca y se rió entre dientes.
Tammy dejó escapar un suspiro.
—Bien. Lo que sea.
Cuando la reunión terminó, Romeo me acompañó de vuelta a mi
auto. El sol ya se había puesto, pero el cielo seguía siendo de color rosa
en el horizonte sobre el océano, que era visible desde el
estacionamiento Norte.
—Eso salió bastante bien—le dije.
—A excepción de la Pesada de Tammy. —Romeo se rio entre
dientes—. Qué puta.
—Tal vez solo está a la defensiva porque tú y yo estábamos
invadiendo su grupo de amigos —sugerí.
—Tal vez es solo ofensiva porque apesta.
—Realmente no oliste su hierro, ¿verdad?
—No —Romeo rió—, pero parecía como lo correcto para decir.
—Espero que no se haya enojado.
—No te preocupes por eso, Sam. ¿Qué va a hacer? ¿Alterar los
votos para que no elijan tu dibujo?
Me encogí de hombros.
—No sé. ¿Puede hacerlo?
—¿A quién le importa si lo hace? Es solo un estúpido periódico
escolar.
Tenía razón, pero en cierto modo me gustaba la idea de poder
ganar un concurso de dibujo. Sería una pieza más de evidencia que
podría mostrarle a mis padres de que no era una idiota por perseguir
arte. Si alguna vez hablaba con ellos de nuevo.
Todavía no había escuchado su mensaje en el buzón de voz, y
estaba empezando a pensar que tal vez nunca lo haría.

Dejé caer mi resaltador en mi libro de texto con derrota.


—Mads. —Suspiré—. Voy a reprobar totalmente mi final de
sociología.
Madison y yo estábamos estudiando en la biblioteca principal, que
estaba muy concurrida porque era justo antes de los finales semanales.
Madison había llegado temprano y se había asegurado una sala de
estudio hace horas, así que teníamos un poco de intimidad. Pero justo
fuera de nuestra puerta, cada cubículo de estudio a la vista estaba
ocupado. Incluso había estudiantes sentados en el suelo estudiando,
apoyados contra las paredes. Estaba lleno de gente en cada piso de la
biblioteca.
—¿Pensé que eras socialmente adorada? —dijo Madison con
simpatía.
—Eso es porque la última vez que hablamos era como el comienzo
del trimestre. —Madison y yo apenas habíamos salido desde que dejé
mis clases de contabilidad—. He estado cuidando mis calificaciones
todos los trimestres y ahora están flotando en el borde de la taza del
inodoro, a punto de caer. Si no consigo sacar cien en mi último final,
puedes decirle adiós a mi trasero.
—Sé cuál es tu problema —dijo Madison con confianza.
—¿Cuál?
—Christos ha hecho que vivas en éxtasis sexual —dijo con total
naturalidad —, lo que hace imposible que puedas concentrarte en otra
cosa que no sea su pene.
—¿Qué? —me burlé—. ¿Estás totalmente loca?
—Es fácil estar totalmente loca, Sam, Sam. Te dije que tenemos que
dejar de hablar como si tuviéramos trece años porque eso es
totalmente inapropiado. —Sonrió.
—¿Y qué si me gusta hablar como una niña de trece años? Creo
que es totalmente adorable. —Me reí—. No estás más que celosa de
que sé más que tú.
—Eso no es verdad. —Sonrió y negó—. ¡Ahora me estás obligando
a hacerlo también! —Se rió—. ¡Detente!
—No seas ridícula, nunca voy a detenerme. Soy la más terca con
eso.
Madison gimió.
—Oh Dios mío, ¡esto es horrible! ¡Realmente eres totalmente tonta!
—Tal vez tonta, pero no a causa de un exceso de semen.
—Qué, ¿Christos y tú no lo hacen todos los días? —preguntó
Madison dubitativa.
Me sonrojé como un faro.
—¡Mads! ¿Tienes que ser tan contundente?
—Estoy tratando de llegar al fondo de las cosas. ¡Donde está toda
la leche!
Fruncí el ceño.
—¿Qué, como en anal?
Madison se reclinó en su silla y se rió melodiosamente.
Tiré mi resaltador hacia ella.
—¡Cállate! ¡Eres una perra total con cuernos esta noche! ¿Jake no
ha estado encargándose de tus asuntos?
Madison sonrió.
—Oh, ha estado cuidando de mi asunto totalmente. —Me guiña un
ojo—. Te lo juro, ¡lo único que puedo pensar es en sexo! ¡En más y más
sexo! ¡¡Sexo, sexo, SEXO!! ¡Lo admito! ¡Jake ha hecho de mí una tonta
sexual!
Rompimos en un ataque de risita. Me di cuenta que las personas
estaban mirándonos a través de las ventanas de nuestra sala de
estudio, pero no me importaba. Se sentía bien liberar algo de mi estrés.
Me recosté en mi silla y suspiré después de que pasó nuestro ataque risa.
—¿Fue bueno para ti?—preguntó Madison.
—¿Qué, mi orgasmo-de-lengua?
—Sí. —Sonrió.
—Totalmente genial. —Suspiré.
Madison gimió y tiró mi resaltador hacia mí. Rebotó en el piso.
—¿Te dije que mis padres no me ayudarán más a pagar mi
colegiatura? —le pregunté, mirando el techo—, ¿Y qué no puedo
conseguir más dinero del préstamo para compensar la diferencia?
—Puedes trabajar para mí y Jake en la tienda de surf —dijo
Madison.
—¿De verdad?
—Cuando por fin se abra. —Suspiró.
—Oh. ¿Cuándo será eso?
—Estoy trabajando en ello. No por un tiempo. Pero te lo prometo
totalmente, podrás ser nuestra primera empleada. Cuando abramos la
compañía al público, serás millonaria durante la noche.
—Gracias, Mads. Pero necesito el dinero cuanto antes.
—Siempre está lo de desnudarse —dijo casualmente.
—Eso es para flojas. No hay manera que me quite la ropa para un
montón de borrachos con respiradores bucales de una fraternidad, o
quién vaya a esos lugares.
—Creo que por lo general los asesinos en serie y los chicos que
apestan.
—¿Los asesinos en serie y los chicos que apestan se llevan bien? —
Reflexioné—. ¿O es que se odian y se adhieren a los lados opuestos de
la tira de desnudistas.
—Creo que el conjunto de tiras los separa en dos secciones con
una barrera a prueba de olor.
—¿Me dan a elegir de qué lado me desnudaré?
—Probablemente no. Creo que va por antigüedad.
—Con mi suerte, estaría atrapada en el tanque que apesta —me
quejé.
—Espera, ¿estás diciendo que prefiere estar encerrada con un
grupo de donantes apestosos a desnudarte para los asesinos en serie
libres de olor?
—¿No lo estarías tú? —protesté—. No quiero ser asesinada por mis
clientes.
—Después de estar encerrada en la celda apestosa por un turno
de ocho horas, estaría rogando por morir.
Madison se rió.
—Sé que lo harías.
—¡Me pondría una máscara de gas! Problema resuelto. —Sonreí.
—Nadie quiere ver strippers con máscaras de gas —Madison rió
dubitativa.
—Vamos —insistí—, los chicos no van a los lugares de strippers a
admirar los hermosos ojos de las chicas.
—Puede que tengas razón en eso —dijo Madison.
—Totalmente. —Me reí.
—¡Alto! —rogó—. Creo que mi cerebro está oficialmente con una
sobredosis de citas con ‗totalmente‘. ¿Tal vez deberíamos tomar un
descanso de estudio?
—Concuerdo totalmente.
Madison se inclinó y me amenazó con golpear mi rostro.
—¡Está bien! —supliqué—. ¡No más totalmente!
Dejamos nuestras cosas en la sala de estudio y tomamos el
ascensor hasta la planta baja y salimos a la calle.
—Mads, ¿quieres ir a buscar un café a Totested Rotes? —bromeó.
—¿Acabas de decir Totested Rotes? —Madison refunfuñó.
Comencé a correr antes que me pudiera atrapar y golpear mi
trasero.
Me persiguió todo el camino hasta el Centro de Estudiantes. Nos
reímos todo el tiempo.
Mi libro blanco azul miró hacia mí, desafiándome a escribir algo
que no fuera estúpido.
Eran los finales semanales.
Grrr.
Estaba sentada en la sala de conferencias llena para mi último final
de historia americana 2. Tenía que escribir varias respuestas de ensayo a
diversas preguntas sobre la América del siglo XIX en el lapso de tres
horas. ¿Ensayos cronometrados? ¿De quién fue la idea? ¿Qué pasó con
la opción múltiple? ¡Gemí!
La única cosa buena sobre los exámenes de libros azules era todo
el espacio extra para hacer garabatos. ¿Obtendría crédito adicional
por elaborar una imagen de Abraham Lincoln? Probablemente no.
Examiné la lista de preguntas. ¿Cuál atacar primero?
Discutir la guerra de 1812 y sus consecuencias económicas. Apenas
podía recordar lo que sucedió en 2012. ¿Cómo se supone que iba a
escribir sobre lo que pasó en 1812?
Discutir los factores que instigaron y las consecuencias políticas de
la Guerra México-Americana. ¿No empezó con el tráfico de drogas?
¿No? Bueno, estaba bastante segura que después de la guerra, EE.UU.
logró mantener Nuevo México, pero los mexicanos siguieron en el
Antiguo México. Esa era suficiente respuesta, ¿verdad? Tal vez no.
Había una pregunta que estaba feliz de responder. Se trataba de
la banda de James, como en Jesse James. Un forajido americano real.
Me acordé de la foto de Jesse James en nuestras lecturas sobre su
pandilla. No me sorprendí al descubrir que era muy guapo. Si hubieran
hecho una versión de película sobre Jesse James en los viejos días,
podría haberse interpretado a sí mismo. Me había preguntado si tendría
tatuajes debajo de su atuendo de vaquero fuera de la ley. Sabía que
una cosa era segura, si hubiera estado vivo hoy, habría montado una
motocicleta.
Hice mi mejor esfuerzo por atravesar las preguntas del examen de
más de dos horas antes de finalmente rendirme.
Caminé hasta el fondo de la sala de conferencias y dejé caer mi
libro azul en la pila de exámenes terminados ya en la mesa, entonces,
penosamente fui por las escaleras.
Justin Tomlinson me esperaba fuera de la sala de conferencias.
Como siempre, se veía genial, como salido de un video musical de una
banda de chicos, o como si acabara de terminar de conducir Saturday
Night Live. Justin mostró su sonrisa de ídolo de matiné hacia mí.
—¿Cómo te fue? —preguntó.
Dejé caer mis hombros mientras caminaba hacia él y ponía los ojos
en blanco.
—Mátame ahora —gemí—. El TA reconocerá mi libro azul porque
será el que tiene todas las moscas zumbando a su alrededor debido a
todas mis apestosas respuestas.
Él se rió entre dientes.
—¿Así de bien?
Suspiré.
—¿Cómo te fue a ti?
—Todo salió muy bien, pero no puedo decirlo con certeza hasta
que salgan las calificaciones.
Creo que estaba tratando de ser un apoyo. Probablemente se
había lucido. Le dije:
—No sé tú, pero estoy con una desesperante necesidad de
cafeína antes de mi próximo final. ¿Quieres conseguir un poco de café
en Toasted Roast?
—Claro. —Sonrió.
Caminamos hacia el Centro de Estudiantes juntos y charlamos
durante todo el camino. Debido a que Justin se me había acercado por
primera vez en la clase de Historia, no podía decidir si estaba siendo
coqueto o no. A diferencia de Hunter Blakeley, cuyos coqueteos eran
tan sutiles como Britney Spears saliendo de una limusina con una falda
corta, Justin era difícil de leer. Lo que sea. No iba a preocuparme por
ello. Si Justin estaba interesado en mí más allá de mis contribuciones
artísticas a The Wombat, no lo mostraba ni dejaba que se interpusiera en
el camino, lo que me gustaba totalmente. Si se convertía en un
problema, me ocuparía de él entonces.
—¿Votaste sobre cuál dibujo elegir para Potty, el tejón fumador de
hierba? —pregunté.
—Aún no. Creo que la gente estaba demasiado ocupada
estudiando para los exámenes finales. Quiero darles a todos la
oportunidad de presentar sus propios dibujos antes de la votación.
—Está bien —le dije, ocultando mi decepción.
Esperaba realmente que uno de mis dibujos fuera escogido porque
estaba bastante segura que mi calificación final de historia iba a
apestar como las bolas de un burro. Cuando las calificaciones del
cuarto invierno salieran la semana que viene, iba a necesitar una buena
noticia para compensar el inevitable mal. Debido a que, tarde o
temprano, tendría que hablar con mis padres, por mucho que odiara la
idea.
Sería bueno si les pudiera mostrar alguna prueba de que mi deseo
de ser artista no era completamente irracional.
Pensándolo bien, no sé lo que me preocupaba. No era como si mis
padres pudieran hacer nada más de lo que ya habían hecho para
hacer mi vida miserable.
Samantha
—¡Vacaciones de primavera! —Romeo, Kamiko, Madison y yo
todos chillamos mientras chocamos las copas de vino juntos. Nos
pusimos de pie en la cubierta del patio trasero en la Mansión Manos. Los
había invitado a todos a una fiesta de bienvenida en la casa. El clima
era perfecto para ello. San Diego estaba teniendo una ola de calor.
Estaba a veintidós grados centígrados, el cielo estaba azul, y sólo unas
pocas nubes de algodón de azúcar estaban hinchadas arriba.
Vino salpicó de nuestras copas en nuestros dedos de los pies
desnudos. Madison y yo estábamos en bikinis, ya trabajando en nuestros
bronceados.
—¿Dónde está tu traje de baño, Kamiko? —preguntó Madison.
—En mi bolsa —dijo tímidamente. Llevaba pantalones cortos de
niño y una camiseta de bebé de Adventure Time.
—Tienes que conseguir que ese cuerpecito tuyo espectacular se
broncee —comentó Madison—. Parece que hubieras pasado todo el
invierno en el interior estudiando.
Kamiko gimió:
—Si pasé todo el invierno dentro estudiando.
—Y pintando —agregó Romeo. Llevaba una camiseta de manga
corta negra y pantalones vaqueros negros. Creo que era su versión de
los trajes de baño.
—¡Así es! —Le sonreí a Kamiko—. ¿Sigues trabajando en pinturas
para el espectáculo de Brandon de artistas contemporáneos?
—Por supuesto que lo estoy. —Kamiko frunció el ceño—. No voy a
dejar que ese estúpido Brandtonto me desanime. Meteré mi arte en su
espectáculo, incluso si lo mata.
—¿Él? —pregunté.
—Sí —Kamiko sonrió con picardía—, si no logro ingresar una pintura
en su espectáculo, voy a asesinarlo con mis habilidades ninja mientras
duerme.
—¿Eso significa que vas a seducirlo en la cama, y luego matarlo?
—preguntó Romeo.
—Asco —Kamiko hizo una mueca—, ¿por qué alguien quiere dormir
con un idiota como Brandtonto?
—A menudo me pregunto lo mismo —Christos dijo mientras él y
Jake se acercaron a unirse a nosotros. Ambos tenían cervezas en sus
manos y llevaban nada más que pantalones cortos de corte bajo. Sus
abdominales ondulados bajaban en V a las pretinas de sus trajes de
baño de corte bajo. Eran un ataque de dieciséis paquetes de hombría
musculosos.
Romeo miró lasciva y abiertamente a Christos y Jake.
—Acabo de venirme en mis pantalones —dijo casualmente.
Christos puso los ojos en blanco y sonrió amplio al tiempo que le dio
a Romeo un puño bromeando.
—Asco —Kamiko hizo una mueca—. ¡Demasiada información,
Romeo!
—Admítelo, Kamiko —Romeo incitó—, el segundo en que tengas un
momento a solas y tus dedos sean libres de vagar, la primera cosa en tu
mente será una repetición a cámara lenta de Christos y Jake
caminando con sus abdominales flexionándose. Sé que eso es lo que
voy a estar pensando.
—Amigo —bromeó Jake—, si sigues hablando así, voy a ponerme
mi camisa de nuevo. Odio totalmente ser tratado como un objeto
sexual.
—¡Sí, claro! —dijo Madison—. No creo que jamás he visto que lleves
una camisa, ¡excepto en Acción de Gracias en casa de mis padres!
—Cierto —Jake sonrió pensativamente.
—¡Y tuviste que pedir prestada esa! —continuó Madison—. ¿Acaso
posees una camisa incluso?
—No. —Jake sonrió—. Nunca las necesito cuando todo lo que
hago es surfear.
—Haces que los vagos del surf se vean mal —Madison le sonrió.
Jake envolvió su brazo alrededor de Madison.
—Y te encanta.
Madison puso sus ojos en blanco y me dijo:
—Hombres. ¿Qué harían sin sus preciosos egos?
—Oye, Madison —comentó Romeo—, si te cansas de Jake,
házmelo saber.
—Retrocede, amigo —Madison sonrió—. Él es todo mío.
—Mujeres —bromeó Jake a Christos—, ¿qué harían sin nuestros
preciosos egos?
—Brindo por eso —dijo Christos mientras chocó cervezas con Jake.
—Romeos —dijo Romeo—, ¿qué harían todos sin mí?
Todo el mundo se rió mientras brindamos de nuevo.
—¡Vacaciones de primavera! —chilló Madison.
—¡¡¡¡Vacaciones de primavera!!!! —todos lo demás gritaron.

Brochetas crepitaban en la parrilla mientras Spiridon volteó todo.


—La carne está lista —dijo—, vengan y agarren un plato.
Todos nos alineamos y Spiridon nos sirvió.
Christos estaba ocupado poniendo más pan de pita para ir con el
hummus fresco que había hecho. Me di cuenta de que tenía otra
cerveza fresca en la mano y ya estaba un poco ebrio. Oh bueno. Era
sábado. Podía disfrutar de sí mismo por el fin de semana. Sus pinturas
para Brandon podían esperar hasta el lunes.
Una vez que todos tuvimos platos llenos de comida, nos sentamos
en una mesa bajo una gran sombrilla y Spiridon se unió a nosotros.
—Vaya. —Sonrió Kamiko, lamiéndose los dedos que estaban
pegajosos de comer las jugosas brochetas—. ¡Esto es tan delicioso!
—Gracias —dijo Spiridon—. Hay más si quieres.
Romeo se inclinó hacia mí y me susurró:
—¿Spiridon está soltero? Porque siempre he tenido una cosa por los
hombres mayores sexy. Si Christos se ve así de bueno en cuarenta años,
nunca dejarás el dormitorio. Sé que yo no lo haría.
Me reí y negué.
—Caray, Romeo. Tienes una mente enfocada solo en una cosa.
—¿Qué? —dijo Romeo a la defensiva—. ¡Él es sexy!
—No es gay. Incluso si lo fuera, no quiero que salgas con el abuelo
de mi novio.
—Oh, qué absurda. Podríamos totalmente ir en citas dobles.
Negué.
—Come tu almuerzo, Romeo.
Después del almuerzo, todos saltamos a la piscina. A excepción de
Romeo y Kamiko. Había un trampolín pequeño en la parte más
profunda, así que me lancé y nadé hasta el otro extremo de la piscina
en un suspiro. Destellos verdes azules bailaron a través de la parte inferior
de la piscina nadé de pecho hasta la pared del fondo. Todavía me
mantenía corriendo con regularidad, y la piscina no era de tamaño
olímpico, así que no fue demasiado difícil de nadar en una respiración.
Pero estaba totalmente lista para el aire cuando mi cabeza salió del
agua al final.
—Mírate, chica acuática. —Kamiko sonrió.
—Deberías ponerte tu traje de baño, Kamiko —le animé.
—No quiero dejar a Romeo solo. —Sonrió. En voz baja, dijo—: él
sigue mirando al abuelo de Christos como que se lo va a comer.
—Creo que Spiridon puede protegerse a sí mismo. Deberías entrar
en la piscina.
—Tal vez más tarde. —Sonrió.
Christos y Jake se turnaron haciendo volteretas en el trampolín.
Creo que su objetivo era salpicar el agua en mí y Madison tanto como
fuera posible. Nos trasladamos al otro extremo de la piscina y los
animamos.
Romeo y Kamiko también los estaban mirando.
Christos salió de la piscina después de su último salto, el agua
goteando en su cuerpo musculoso y tatuado, y se dirigió al trampolín,
donde Jake estaba listo para lanzarse.
—Muéstranos lo que tienes —le dijo Christos a él.
Jake dio unos pasos rápidos en el trampolín corto, se lanzó hacia
adelante lo más que pudo y aterrizó en una bala de cañón. Hizo un
gran chapoteo y agua llovió por todas partes. Cuando se levantó del
agua hizo esa cosa de tirar su cabello mojado que le hacía parecer
como si estuviera filmando un comercial de televisión para una colonia
de hombre.
Madison y yo estábamos apoyadas contra la pared en la parte
menos profunda.
Le di un codazo y susurré:
—¿Crees que Jake podría ser más sexy?
—No. —Ella sonrió con orgullo.
Reí.
—Sabes, él te ha echado a perder por completo a todos los demás
hombres para ti.
—¡Lo sé! —Sonrió—. Más le vale que se case conmigo o me
terminaré como una solterona solitaria. Ningún otro hombre puede
siquiera comparársele.
Le guiñé un ojo a Madison.
—Bueno, puedo pensar en un hombre.
—¡Amigo! —Christos gritó a Jake—. ¡Eso no fue nada! ¡Mira esta
mierda! —vociferó Christos a medida que retrocedió unos pasos en la
cubierta detrás del trampolín. Farfullaba un poco por la bebida.
—¿Qué está haciendo? —le pregunté a Madison, de repente
preocupada.
Ella entrecerró los ojos y se volvió para mirar a Christos.
—No lo sé.
—¿Christos? —dije—. Tal vez no deberías...
Antes de que pudiera hacer algo, Christos corrió hacia el tablero y
saltó sobre ella, sin dejar de acelerar. Saltó y aterrizó en el borde frontal
de la tabla. Por un segundo, me temía que iba a caer justo al lado y
hacerse daño. Pero no lo hizo. La tabla se inclinó bajo su peso y lo arrojó
en el aire en un ángulo. En vez de dirigirse hacia el centro de la piscina,
estaba navegando en diagonal hacia el lado de cemento. Todo lo que
ocurrió después pasó en cámara lenta. Su cuerpo se volvió
lánguidamente en una voltereta hacia adelante. Pero él iba demasiado
lento para meter sus pies de nuevo bajo sí. Su cabeza estaba
apuntando directamente a la orilla de la piscina. Oh, Dios mío, parecía
que iba a golpear de cabeza.
OhmiDiosohmiDiosohmiDios...
Mi corazón dio un salto en mi garganta y mis ojos sobresalieron de
mi cabeza.
¡¡CRACK!!
En el último segundo, la espalda de Christos cayó sobre la
superficie del agua, haciendo ese sonido repugnante de bofetada que
se oye cuando alguien se arroja y hace el salto de vientre más doloroso
de todos los tiempos, excepto que era en la espalda. No se había
golpeado con la parte de cemento por centímetros, sin embargo,
todavía se hundió lentamente en el agua.
Kamiko jadeó:
—¡Oh, no...
¿Christos estaba bien? No sabía. Nadé hacia él tan rápido como
para comprobar.
El patio se había puesto de repente en silencio.
Romeo se levantó de la silla donde estaba sentado a la sombra
como si quisiera ayudar de alguna manera.
Jake había nadado a verificar a Christos también.
Estaba a punto de sumergirme en el agua para sacar a Christos
cuando él levantó lentamente la cabeza a la superficie primero, agua
burbujeando de su boca.
—Hombre. —Se rió—. Eso malditamente dolió.
—¿Estás bien? —le pregunté nerviosamente.
—Estoy bien. —Sonrió.
—¿Qué demonios fue eso? —cuestionó Jake.
—¿Te lo perdiste? —bromeó Christos—. Puedo hacerlo de nuevo si
te lo perdiste.
—¡No! —grité—. No necesitamos verlo de nuevo. ¿Tal vez
deberíamos terminar con el trampolín?
—Eso suena como una buena idea —dijo Madison, ahora flotando
junto a nosotros.
Todos nos salimos de la piscina y nos quedamos alrededor de
Christos. Creo que aún estábamos perturbados.
—¿Estás bien, Hombre-C? —interrogó Romeo.
Christos asintió.
—Estoy bien.
Spiridon había estado dentro y llegó caminando a la terraza.
—¿Alguien necesita algo? —Él se había perdido todo.
—¿Tal vez unas toallas? —sugerí.
Spiridon asintió y entró. Volvió con unas cuantas toallas.
Después de secarse con la toalla, todos nos acostamos en las
tumbonas en nuestros trajes de baño húmedos. Romeo y Kamiko se
sentaron bajo una sombrilla alrededor de una mesa circular de vidrio.
Diez minutos después, creo que mi corazón todavía estaba
haciendo un redoble de tambor en el pecho debido al desastre de
Christos.
Christos se puso de pie y se detuvo al pie de mi tumbona. Me
preguntó:
—¿Quieres otra cerveza?
Negué.
—No, estoy bien.
—¿Alguien más?
—Yo tomaré una —dijo Jake.
Cuando Christos se fue, Madison se inclinó cerca de mí y murmuró:
—¿Soy yo, o Christos bebió demasiado hoy?
—¿Te diste cuenta? —Me estremecí.
—Sí —se burló—. Pero no me preocupaba hasta su última voltereta.
No recuerdo haberlo visto tomar tanto nunca antes. ¿Acaso hay algo
que le moleste?
—Creo que es la adrenalina del juicio.
—Oh —dijo Madison pensativa.
Un par de días después de que el juicio Christos fuera desestimado,
le hube preguntado si le importaba que se lo contara a Madison y a los
chicos. Dijo que no. Así que les había dado un resumen de todos los
eventos un par de días después, comiendo tacos de pescado.
Le dije:
—¿Crees que debería decirle algo sobre la bebida?
—Quizás —dijo Madison, seriamente.
Decidí hablar con Christos al respecto esta noche. Mientras tanto,
sólo necesitaba mantenerlo fuera de la piscina y del trampolín hasta
que estuviera sobrio.
Me acomodé de nuevo en mi tumbona y cerré los ojos, dejando
que el sol caliente me envuelva. Debería haber estado más relajada,
pero algo me estaba fastidiando, como si estuviera obviando alguna
amenaza que, inevitablemente, dañaría a Christos o lo alejaría de mí
para siempre.
Pero no podía darme cuenta qué era.

Cuando la gente estaba lista para tomar un descanso a la


sombra, Romeo y Kamiko le preguntaron a Christos si les daba un tour
por su estudio de arte, ya que ninguno lo había visto. Christos llevó a
todos adentro para mostrárselo.
—Wow, Christos. —Kamiko estaba maravillada—. Estas pinturas son
incluso mejores que las que vendiste en tu exposición en Charboneau.
—Gracias —dijo Christos casualmente, apoyado contra el retrato
desnudo de Jacqueline, el cual había sacado de la rejilla de secado.
Había conocido a Jacqueline varias veces mientras Christos la pintaba.
Era agradable.
Me sentía mejor ahora que Christos estaba lejos de la piscina. No
había nada con lo que realmente se pudiera hacer daño en el interior
del estudio. Pero mantuve una estrecha vigilancia sobre él, solo por si
acaso. No quería que derribara un caballete por accidente y arruinara
una pintura o algo así.
—Sí, Christos —dijo Romeo—. Estas nuevas pinturas son asombrosas.
Christos frunció el ceño.
—¿Incluso mejor que mis cuadros de Tiffany? ¿Con el bigote que le
agregaste?
Romeo se rió, nervioso.
—Tu cuadro era asombroso, pero tienes que admitirlo, el bigote la
hace ver mejor.
El enojó desapareció del rostro de Christos y le sonrió a Romeo.
—Sí, totalmente.
Romeo dejó escapar un suspiro de alivio. Creo que todavía se
sentía culpable por desencadenar la diatriba de Tiffany en la víspera de
Año Nuevo.
Madison puso los ojos en blanco.
—Tiffany estaba insoportable esa noche.
Tuve que estar de acuerdo. Qué viaje había sido aquel en el yate
de Tiffany. Si nunca volviera a ver a la hueca de Tiffany, sería demasiado
pronto.
Christos brindó su cerveza fresca contra la copa de vino de Romeo
y luego bebió varios tragos.
Suspiré. ¿Cuánto iba a beber? Yo había decidido que mientras no
condujera o buceara no iba a detenerlo. Tenía más de veintiuno. Podía
beber todo lo que quería. Si terminaba desmayado en un sofá, mucho
mejor. No tendría que preocuparme porque se rompiera el cuello. Todo
lo que tendría que hacer era asegurarme que no se ahogara en su
propio vómito.
Christos puso el cuadro de Jacqueline de nuevo en la rejilla de
secado. Luego trató de sacar otro, pero parecía atascado.
Creo que el verdadero problema era que Christos estaba
demasiado borracho para poder lograrlo.
—Déjame ayudarte —le dije, caminando hasta él.
—Yo puedo —dijo, luchando con él. De repente, se salió de la rejilla
de secado. Debido a la forma en que él estaba parado, se tambaleó
hacia atrás y lanzó sus manos para mantener el equilibrio, soltando la
pintura, que comenzó a caer hacia adelante. Al mismo tiempo, Christos
se golpeó fuertemente contra la mesa detrás de él, que estaba cubierta
con suministros de pintura. La tabla se meció y un frasco de vidrio que
estaba en la punta con un montón de pinceles cayó al suelo y se hizo
añicos en el concreto. Los pinceles de madera resonaron y bailaron.
Estaba súper concentrada en hacer que la pintura no se cayera.
Apreté los dientes y me lancé por ella, pero Kamiko estaba en el
camino, y me habría tenido que poner mi pie derecho en el centro de
la tela para llegar al borde porque era muy alta. No había nada que
pudiera hacer para detenerla.
Me esperaba lo peor, pero la pintura hizo como una gran vela. Era
tan liviana, que cogió suficiente aire para amortiguar su caída. Aterrizó
suavemente en el suelo del estudio. Uf. Desastre evitado.
—Upss —dijo Christos arrastrando las palabras.
Romeo fue rápido a levantar la pintura, tenía cara de preocupado.
—No te preocupes, está seca —Christos lo tranquilizó desde donde
ahora estaba sentado en el suelo. Me di cuenta de que se sentía un
poco estúpido por su torpeza de borracho.
Ayudé a Christos a ponerse de pie y se limpió el trasero.
—Iré a buscar una escoba —dijo.
Me agaché y empecé a recoger los pinceles.
—Cuidado con los vidrios —dijo Madison.
Christos volvió con una escoba de mano y una pala.
—Yo lo hago. —Se agachó y barrió el desorden.
Tratando de calmar la incomodidad de la situación, Kamiko dijo:
—Err, ah, ¿quiénes son todas esas mujeres de tus cuadros, Christos?
Son todas tan hermosas.
—Brandon las contrató —dijo Christos dijo mientras vaciaba la pala
en la papelera—. Todas son un poco sosas, ¿no te parece?
—Totalmente —bromeó Romeo, también tratando de aligerar el
ambiente—. ¿Quizás podrías pintar algunos chicos musculosos y sexys
con grandes pollas?
—Las pollas y las obras de arte no van de la mano —bromeó
Christos.
—Eso es tan sexista —gruñó Romeo—. ¡Quiero más pollas en obras
de arte! ¡Pollas, pollas, pollas! ¡Quiero verlas en todos lados como
mangueras de bomberos! —Romeo estaba haciendo un gran esfuerzo
para hacer reír a la gente, pero no funcionaba. El malestar todavía
llenaba el aire.
Kamiko dijo:
—Entonces, Christos, ¿cuántos cuadros más tienes que hacer para
tu próxima exposición?
—No lo sé —desestimó el tema—. Un montón.
—¿A quién más vas a pintar? —preguntó Madison.
—Más modelos de Brandon —dijo Christos, apático.
—¿Por qué no pintas a Samantha? —sugirió Madison.
—Porque Brandon quiere desnudos. Eso es lo que vende —dijo
Christos.
—Posaré desnudo para ti —dijo Romeo, entusiasmado.
—¿Quién compraría un desnudo tuyo? —preguntó Kamiko.
—¡Yo lo haría! —dijo—. Pagaría un millón de dólares por un cuadro
mío.
—¿Tienes un millón de dólares? —le preguntó Kamiko.
—No. —Suspiró.
—Exactamente. —Kamiko frunció el ceño.
—Christos, creo que deberías pintar a Romeo. —Le guiñé un ojo a
Romeo—. Es súper sexy. Pero con la ropa puesta. Es su momento más
sexy.
—Gracias, Sam. —Romeo me sonrió y luego lanzó lanzas y flechas
con la mirada a Kamiko—. Al menos alguien de por aquí tiene buen
gusto —siseó.
Kamiko puso los ojos en blanco.
Christos se rió.
—Lo tender en cuenta, Romeo.
Al menos nadie estaba haciendo un escándalo de cuan borracho
estaba Christos.

Un perro ladró suavemente en alguna parte fuera de nuestra


habitación a la mañana siguiente. El sol de invierno ya había salido,
iluminando la habitación.
—Que alguien calle a ese maldito perro —gimió Christos—. Suena
como si estuviera ladrando dentro de mi cabeza. —Puso la cabeza
debajo de la almohada y la apretó alrededor de sus oídos.
—¿Quieres agua? —le pregunté.
Miro por debajo de la almohada.
—¿Puedes agregarle algo de vodka?
—No. El bar está cerrado. Te traeré un poco de agua fría de la
nevera. —Me puse mi bata y me bajé a la cocina. Cuando volví con el
vaso, Christos estaba tumbado boca arriba, con la almohada sobre la
cara, la manta hasta la cintura, dejando al descubierto su abdomen
ondulado.
Consideré ponerle el vaso frío en el estómago, pero eso sería cruel.
Me senté a su lado y, en cambio, apoyé la mano en sus abdominales.
Qué rico. Incluso con resaca, era diez veces más sexy que los hombres
mortales.
Se sentó y tomó el agua con ansias.
—Gracias —dijo—. Me vendrían bien cinco vasos más.
—¿Quieres que te traiga la jarra?
—No, gracias. Yo voy. Puede que tenga que ir arrastrándome, pero
puedo ir yo. —Sonrió.
—¿Christos, está todo bien?
Pestañeó y me miró, serio.
—¿A qué te refieres?
—Eh, em, como que has estado bebiendo un montón últimamente.
Frunció el ceño.
Hice una mueca, esperando una discusión. Recuerdos de un
Damian Wolfram con poca paciencia volvieron a mi conciencia. Pero
me recordé que Christos no estaba tan loco. Puede que haya estado
bebiendo más de lo debido, pero nunca, ni una vez, me levantó la voz,
o me mostró ni un solo signo de ira. Eso era algo que me encantaba de
Christos. Nunca parecía enojarse. Sabía cómo manejar sus emociones
como un adulto. Esperaba que esta discusión no fuera la excepción.
—Sí —suspiró y se cubrió los ojos con el antebrazo.
—¿Quieres hablar al respecto?
—¿Quizás más tarde?
Por lo menos no se enojó por haber sacado el tema. Tal vez
debería haber esperado hasta que se le pasara la resaca.
—¿Quieres desayunar algo? —le pregunté.
—Claro
—¿Qué te parece si te traigo el desayuno a la cama? Siempre eres
tú quien cocina.
—Se sacó el antebrazo de la cara y me sonrió con esos hoyuelos y
sus brillosos ojos azules.
—Genial.
—¿Huevos y tostadas? —sugerí.
—Perfecto —dijo con sueño.
—Espérame aquí y volveré en un santiamén.
Bajé a la cocina y preparé el desayuno para los dos. Cuando lo
llevé arriba, en una bandeja, Christos estaba profundamente dormido.
No tuve el corazón para despertarlo.

Cuando llegó la mañana del lunes, me desperté en una cama


vacía. Me puse una bata y bajé las escaleras para encontrar a Christos.
Oí ruidos cuando me acerqué al estudio.
Espié por la puerta del estudio, asustada de lo que podría
encontrar.
Christos estaba detrás de la gran tela de Isabella, prácticamente
atacándola lanzándole grandes pegotes de pintura con un pincel
cargado.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunte, cuidadosamente.
Entre cada golpe que le daba al lienzo, dijo:
—Preparándole el cuadro… —¡WHACK!—… a Isabella… —¡SPLAT!—
…Va a llegar… —¡GLOP!—… A las diez.
Caminé detrás de Christos y el lienzo. La pintura de Isabella estaba
casi totalmente cubierta de pintura marrón. La única parte que no
estaba cubierto era la cara.
—Oh, por Dios, Christos —jadeé—. ¿Qué le hiciste a tu pintura?
Ahora estaba manchando el lienzo con un gran pincel.
—Necesitaba mejorarla… —¡FROTIS!—… Mucho… —¡SCRUB!—.
…Voy a cambiar… —¡RUB! ¡RUB! ¡RUB!—... La postura. —Dio un paso
atrás del lienzo para evaluarlo.
—Pero estaba casi terminado —dije, sintiendo una abrumadora
sensación de derrota. Había puesto una enorme cantidad de trabajo
en esta pintura. Era increíble para mí. Ahora parecía, no sé, arruinada—.
¿Estás empezando de nuevo?
—Sí.
—¿Por qué? Era hermosa. Kamiko y Romeo y Madison y Jake todos
pensaron que era increíble. Pensé que era increíble
Sonrió.
—No funcionaba.
Suspiré. Oh bueno. Yo no era quien había vendido cientos de miles
de dólares en pinturas. Confiaba en que Christos sabía lo que estaba
haciendo. Además, ya era demasiado tarde para hacer algo al
respecto ahora. Realmente tenía que empezar de nuevo, no importa
cuánto lo atrasara.
Dado que tenía la semana libre y Christos tenía que trabajar, decidí
a pasar el día en el estudio con él. Cuando Isabella llegó y fueron a
trabajar, me senté en mi mesa de dibujo para trabajar en algunas
caricaturas para el Wombat basadas en las ideas que Romeo y yo
habíamos discutido.
Isabella se desnudó y Christos la hizo sentarse en una variedad de
diferentes poses hasta que encontró una que le gustaba. Todos
parecían buenas para mí, pero de acuerdo a la actitud melancólica
Christos, me daba cuenta de que no estaba contento con ninguna de
ellas.
Una vez que empezó a pintar, suspiró audiblemente al menos una
vez cada cinco minutos. No lo estaba disfrutando. Qué lástima que el
tiempo estuviera tan lindo afuera. Era el día perfecto para salir de la
casa y hacer un viaje por la carretera o relajarnos en San Diego. Había
un centenar de opciones de cosas divertidas para hacer en la ciudad,
pero Christos tenía que trabajar. No necesitaba añadir más estrés al
perder un día de trabajo.
Así que me quedé tranquila, en mi mesa de dibujo y trabajé. Si
Christos tenía que trabajar, entonces yo también.
Después de pintar a Isabella durante media hora, tomaron un
descanso. Christos entró en la sala y regresó con un vaso de bourbon y
la botella. Cuando volvió a trabajar, parecía que cada vez que lo
miraba, tomaba otro trago de licor. No me podía decidir si el bourbon
ayudaba a su estado de ánimo o si lo empeoraba.
Contemplé encontrar a Spiridon y preguntarle si podía tirar todo su
alcohol, o al menos ocultarlo hasta después de la exposición de Christos
en la galería. Una lástima que no fuera a resolver nada en realidad.
Alrededor de la una, estaba lista para un descanso. Dejé mi lápiz y
cerré mi cuaderno de bocetos.
—¿Alguien quiere un sándwich o algo? —pregunté, parándome
detrás de Christos.
Christos bajó sus pinceles como si cada uno pesara una tonelada.
—Claro —murmuró, sonaba exhausto. Sabía que era el estrés.
—¿Puedo tener un descanso, Christos? —preguntó Isabella,
tímidamente en su acento portugués.
—Claro —resopló con desdén y caminó a través de las puertas
francesas a la terraza de atrás.
—Isabella —pregunté—. ¿Quieres un sándwich?
—Por favor —sonrió.
Ya no me resultaba tan extraño que Isabella estuviera desnuda
delante de mi novio tan seguido. Los celos que había sentido la primera
vez que había estado en la habitación mientras Christos la pintaba
desnuda casi habían desaparecido. Ayudaba que ella parecía haber
perdido interés en él, lo cual era extraño porque antes había estado
súper pendiente de él. Tal vez había conocido a un chico guapo que
fuera para ella.
—Voy a preparar esos sándwiches —le dije—. ¿Te gustaría
acompañarme a la cocina?
Me siguió y charlamos mientras sacaba los ingredientes del
refrigerador.
—Siéntate —le dije, haciendo un gesto hacia las sillas de la mesa
de la cocina.
—Oh, no me sentaré. Estuve sentada todo el día. Ahora me quedo
parada. —Sonrió. Estar parada es bueno.
—¿Cómo es modelar en Los Ángeles?
—Los Ángeles es bueno. Estaba ocupada, todo el tiempo.
—Eso es bueno. —Sonreí mientras sacaba un pan de masa
fermentada de la bolsa de papel y cortaba varias piezas con un
cuchillo de pan—. ¿Me imagino que ganas bien?
—Muy bien. También es agradable para trabajar aquí con Christos.
Sin cámaras. Me hace perfecta sin Photoshop.
—Sí. —Sonreí—. Christos es un artista increíble.
—Pensé que las había escuchado aquí —dijo Spiridon mientras
entraba a la cocina.
—¿Quieres un sándwich? —le pregunté.
—Por favor —sonrió—. ¿Isabella, quieres algo de tomar?
—¿Agua, por favor? —dijo en español, y luego se corrigió en inglés.
—Tenemos un montón de agua —le guiño el ojo mientras sacaba
la jarra del refrigerador.
Un ruido fuerte se escuchó desde el estudio.
Salté desde donde estaba en el rincón.
—¿Qué fue eso?
—No lo sé —dijo Spiridon, dejando la jarra—. Iré a ver.
Hubo otro ruido fuerte.
—¡Mierda! —gritó Christos.
¿Estaba herido? Se me cayó el cuchillo que había estado usando
para cortar un tomate y salí corriendo, pasado a Spiridon en el estudio.
Christos sostenía la pintura de Isabella sobre su cabeza.
—¡Christos! ¿Qué estás hacienda? —jadeé.
Rompió la pintura contra el suelo de cemento, astillando una
esquina del marco de madera. Luego se agachó, agarró las piezas
rotas del marco y rasgó el lienzo por la mitad.
—¡Basta, Christos! —le rogué.
—¡No puedo soportar este pedazo de mierda! —Agarró la pintura
rota del piso, pasó junto a mí y se fue furioso por toda la casa hasta
llegar a la puerta principal, la cual abrió fuertemente. Me sorprendió
que no la sacara de su lugar ya que la había abierto con tanta fuerza.
Con un gruñido, tiró los restos de la pintura arruinada en la entrada.
Gritó un rugido primitivo y fue tras ella, pateando las ruinas del lienzo
roto.
Corrí tras él.
—¡Christos, basta! Esto es una locura.
—No. ¡¡¡Es una pieza de MIERDA!!! ¡Joder! —Agarró una de las
esquinas de los restos de la pintura y la golpeó contra la calzada como
una alfombra. Con cada golpe, gritaba—: ¡PIEZA! ¡DE! ¡MIERDA!
¡MIERDA!
Retrocedí. Estaba furioso, no tenía sentido tratar de detenerlo. No
podría ni siquiera si lo hubiese querido. Christos era diez veces más
grande y más fuerte que yo.
Christos continuó golpeando su pintura. Me di cuenta de que
Spiridon e Isabella estaban parados detrás de mí. Spiridon tenía una
mirada triste, dolida, en su rostro. Los ojos estaban por salirse de sus
órbitas.
Un auto que no reconocí dobló y se dirigió hacia nosotros, mientras
Christos pulverizaba los últimos jirones de la pintura.
Christos estaba gritando, completamente inconsciente.
El resplandor del cielo hacía imposible ver quién estaba en el auto.
Christos agarró todo lo que quedó del lienzo y del marco de
madera destrozado. Tiró todo sobre el techo del garaje con un último
rugido primitivo.
—¡¡¡¡¡¡PIEZA DE MIERDA!!!!!!
Las puertas del auto se abrieron y dos ocupantes salieron.
—¿Sam? —preguntó mi mamá nerviosa—. ¿Está todo bien?
Oh, mierda, no ahora.
—¿Estás bien, Sam? —preguntó mi padre.
Christos irrumpió de nuevo en la casa, gritando:
—¡MALDITA PINTURA DE MIERDA, INUTIL, JODIDA!
Miré a mis padres.
Mis jodidos padres.
—¿Cómo demonios me encontraron en San Diego?
Quizás debería haber escuchado el correo de voz que me dejaron
hace semanas.
Samantha
Spiridon ingresó a la sala desde la cocina y le entregó a mi mamá
un vaso de limonada recién hecha. Se acomodó en el sofá junto a mi
padre en la sala de estar de Manos. Me senté frente a ellos en la silla de
cuero.
—Gracias, eh... ¿Spiridon?—dijo mi mamá, recibiéndole el vaso. No
se acostumbraba a su nombre. Podía imaginarla pensando que sonaba
a un hippie extraño. Lo que sea.
—Muy buena limonada —dijo mi padre después de beber otro
trago.
—Gracias. —Spiridon sonrió—. Hay mucho más. Es perfecta para un
día caluroso como hoy.
Nunca imaginé a mis padres en esta casa. Nunca. Se sentía mal,
como si hubieran invadido mi privacidad de la peor manera, como si su
presencia socavara mi esperanza de una nueva vida. Me hubiera
gustado que se fueran. Como ahora. Sonriendo envié sugerencias ESP26
a mi mamá:
Dejaste la cocina encendida.
Papá dejó abierta la puerta de atrás.
Las tuberías se congelarán y estallarán porque no dejaste las llaves
en goteo reducido.
¡¡¡VÁYANSE JODIDAMENTE A SU CASA!!!
Nada funcionó. Oh bien. ¿Tal vez debería decirles que se fueran?
Podría decir: Mamá, papá, son unos imbéciles tan grandes, quizás
podrían dar la vuelta y regresar a DC, ¿de acuerdo? Solo es un vuelo de
seis horas. Sí, tal vez no. Suspiré, sin ideas.
—¿Están disfrutando del buen clima? —preguntó Spiridon—.
Apuesto a que Washington D.C. no es tan cálido.
Mi madre sonrió con adulación.
—Le comentaba a Bill durante el camino que el clima es tan
agradable, tal vez deberíamos mudarnos aquí.

PES: Percepción extrasensorial, en inglés sería ESP (extra sensory perception)


26
Abrí mis ojos desorbitadamente. No, por favor no. Bajé mi barbilla
hacia mi pecho, deseando ocultar mi expresión.
Papá dijo:
—Fue una decisión inteligente que eligieras San Diego, Sam.
Asentí con horror moviendo mis labios sobre mis dientes apretados.
Mi mamá se rió falsamente.
—Nunca nos dijiste que San Diego era tan agradable, Sam.
¿Tal vez porque nunca lo preguntaron? Tontos. Lo único que les
importaba a mis padres era que tomara todas mis clases de
contabilidad correctamente y sacando puras A. ¿El clima? Irrelevante.
¿Mi deseo de convertirme en artista? Irrelevante. ¿Mi maravilloso novio?
Irrelevante. Mis padres estaban en una negación total.
—Si lo hubieras hecho —mi madre sonrió—, habríamos venido a
visitarte antes. —Se rió.
Sí, porque yo y mi mamá éramos totalmente amigas. ¿Estaba loca?
Esperaba que Rod Serling apareciera detrás de un mueble y nos diera la
bienvenida a la Dimensión Desconocida.
Busqué un panel de control al estilo James Bond en los
apoyabrazos de la silla. Tenía la esperanza que hubiera asientos
propulsores debajo de mis padres para lanzarlos a través del techo. O
tal vez trampillas que los hicieran caer a un calabozo lleno de voraces
osos pardos o a un tanque con tiburones. Todavía no había encontrado
el panel de control, pero la silla de cuero tenía remaches en la parte
frontal del reposabrazos, así que comencé a presionarlos a todos y
cada uno meticulosamente. Estaba segura que uno de ellos era el
detonador de la trampa.
—Sam, ¿qué estás haciendo? —se burló mi mamá.
—Nada —le dije a la defensiva colocando mis manos sobre mi
regazo. Por desgracia, creo que ninguno de los remaches era un
interruptor.
Mamá se volvió hacia Spiridon y rió entre dientes
—Sam siempre fue inquieta.
Papá se unió a los recuerdos de los buenos tiempos.
—Recuerdo cuando Sam era bebé, siempre quería jugar con mi
vieja calculadora. Una vez que le enseñé cómo hacer girar la cinta de
papel agregando números, no se cansaba de hacerlo. Jugó con esa
calculadora hasta que se acabó todo el rollo de papel. Fue entonces
cuando descubrí cuánto mi hija amaba los números. Igual que su padre.
Puse los ojos en blanco. ¿Hablaba en serio? Mi padre era tan
ignorante. No creo que se diera cuenta que la calculadora había sido
mucho más atenta conmigo de lo que él alguna vez fue. Ahora estaba
convencida que la cigüeña me había dejado en la casa equivocada
hacía diecinueve años. Tal vez mis verdaderos padres eran magos
como la mamá y el papá de Harry Potter. Me froté el cuero cabelludo,
con la esperanza de encontrar una cicatriz escondida allí. Nop.
—¿Estás bien, Sam? —Mamá sonrió con el ceño fruncido—. ¿Has
estado usando el champú para la caspa?
—Estoy bien, mamá —gemí. ¿Dónde estaba mi varita mágica? Oh
sí, Christos se la había llevado cuando fue a dar un paseo. Sí, la varita en
su pantalón. Reprimí una sonrisa secreta.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó papá.
Necesitaba tomar algunas clases de espionaje para lograr hacer
mis sonrisas secretas aún más secretas.
—Nada —gemí.
—¿A dónde fue Christos? —preguntó mi mamá.
—Creo que fue a dar un paseo —dijo Spiridon—. Volverá pronto o
más tarde.
Christos había pasado junto a mis padres sin saludarlos cuando
llegaron, y emprendió camino hacia quién sabía dónde. No podía
culparlo. Ver a mis padres tampoco me hacía feliz. Fue lo mejor. Mis
padres estuvieron conmocionados por lo menos durante media hora
después de ver a Christos destruir su pintura.
Queriendo cambiar el tema lejos de Christos y su indignación, les
dije:
—Entonces, ¿cómo encontraron la casa? —Nunca les dije la
dirección de los Manos.
—Eso fue fácil —dijo mi padre—. Llamamos al gerente de tu
apartamento y le pedimos tu dirección de reenvío. Ya que somos tus
padres y firmamos contigo tu contrato de arrendamiento, estuvo feliz de
hacerlo.
Excelente. Gracias, señor Gerente. ¡Qué gran tipo resultó ser!
Traidor.
—No se alojarán en el apartamento de Samoula, ¿verdad? —
preguntó Spiridon.
—¿Quién? —Mi padre frunció el ceño.
—Lo siento. —Spiridon sonrió—. Samoula es el apodo que puse a su
hija. Es común en las familias griegas ponerles sobrenombres a todos.
Mamá hizo una mueca. No creo que le gustara la idea de que
tuviera un apodo, como si Spiridon estuviera quitando a mis padres algo
de su propiedad sobre mí.
—Nosotros le decimos Sam —insistió.
Spiridon asintió.
—Eso es maravilloso.
¿Significaba que dejaría de llamarme Samoula? Esperaba que no.
Me gustaba mi apodo. Tal vez lo usaría después que mis padres se
fueran.
—En cualquier caso —Spiridon continuó—, ¿dónde se están
quedando?
—Nos quedaremos en el Motel 6 del Hotel Circle —respondió mi
papá.
—¿Qué? ¡Eso está a mitad de camino a la ciudad! —Spiridon rió—.
No pueden quedarse allí.
—El precio era inmejorable —dijo Papá nerviosamente—, y
encontré un cupón en línea.
Spiridon lo interrumpió con una sonrisa desdeñosa.
—No pueden quedarse en un hotel. Son familia y tenemos mucho
espacio aquí, en mi casa. No quiero que usted y su esposa se queden
en un lugar de paso que se hace llamar hotel. Oí que ese lugar alquila
habitaciones por hora. —Spiridon se rió entre dientes.
¿Qué se hace llamar hotel? ¿Desde cuándo Spiridon hace chistes?
Como que me gustó. Era increíble cada vez que estaba cerca de él.
—Oh, no —corrigió mi padre a Spiridon, totalmente sin humor—. Te
lo aseguro, Motel 6 no alquila habitaciones por hora.
—¿Estás seguro, papá? —le dije secamente—. Es San Diego.
Hacemos las cosas de forma diferente a la costa oeste.
Mi padre frunció el ceño y sacudió la cabeza.
—El Motel 6 no alquila habitaciones por horas. Lo sé. —Miró a
Spiridon como si buscara su acuerdo.
Arqueé una ceja hacia papá expresando duda.
—¿Estás seguro?
—Sí, estoy seguro—insistió—. El Motel 6 no es un albergue para
indigentes. —Me di cuenta que comenzaba a enojarse.
Lo que sea.
—No me importa si tienen una suite en el Hotel Del —dijo Spiridon—.
Son los padres de Samoula y se pueden quedar aquí con nosotros. —Le
hizo un guiño a mi padre—. Y tenemos los precios más baratos de la
ciudad.
Mi padre se animó con eso y se giró hacia mamá.
—¿Qué piensas, Linda? Podríamos ahorrar varios cientos de dólares
si nos quedamos aquí.
—No lo sé, Bill —dijo con escepticismo—.Ya nos registramos y
desempacamos las maletas.
—Solo tomará un minuto cancelar el resto de nuestra estancia y
hacer las maletas —dijo mi padre.
¿Resto de su estancia? Caray, ¿hasta cuándo planeaban mis
padres estar aquí? A pesar del fracaso anterior de mis PES, lo intenté de
nuevo. Me quedé mirando a mi mamá.
Di que no, di que no, di NO, ¡¡¡¡¡DI NO!!!!!
Mamá suspiró y levantó las manos en derrota.
—Está bien.
Vaya, mi PES había fracasado. Necesitaba algunas lecciones
urgentes de PES.
—Está decidido entonces —dijo papá—. Llamaré al motel y les diré
que no necesitaremos la habitación después de esta noche. Spiridon,
¿puedo usar tu teléfono?
Como siempre, en el mundo de mis padres, no existían los celulares.
—Por supuesto. —Spiridon sonrió—. Está en la cocina. —Spiridon
guió a mi papá.
Contuve un gemido. ¿Por qué Spiridon tenía que invitar a mis
padres a quedarse? Sí, sabía que Spiridon era todo sobre la familia. Yo
también, simplemente no con mi familia.
Con Spiridon y mi padre fuera de la sala de estar, éramos solo yo y
mi mamá sentadas a solas. No podría estar más feliz. Empecé a
presionar otra vez los remaches de la silla de cuero, en busca de aquel
que desencadenaría una vía de escape bajo mi trasero para poder salir
disparada de aquí.
Mi mamá se pellizcaba el puente de la nariz con los ojos cerrados.
Conocía esa rutina también. La había visto cien mil veces desde que
era niña. Después del pellizco en el puente de la nariz vendría el roce en
las sienes con los dedos. Entonces deslizaría sus manos sobre sus mejillas
colocándolas bajo su barbilla en una posición de oración mientras
miraba hacia el cielo para recibir orientación.
Aunque tenía los ojos cerrados, moví mis dos puños en su dirección.
Abrí la boca y en silencio grité: ¡¡¡Vete jodidamente a tu CAAASA!!! Ya
había decidido que mi PES necesitaba un poco de impulso.
Mi mamá de repente dejó de masajearse las sienes y abrió sus ojos.
Al instante bajé mis manos a mi regazo sonriendo tímidamente. ¿Se
habría dado cuenta? No podía decirlo a ciencia cierta, pero no actuó
como si lo hubiera hecho.
Mamá cerró los ojos y volvió a frotarse las sienes.
Estas serían unas largas vacaciones de primavera. Sí, siempre había
fantaseado pasar con mis padres mis primeras vacaciones de la
universidad en primavera.
¡Qué fastidio!

—Todo está arreglado —dijo mi papá cuando volvió a entrar en la


sala de estar casi una hora más tarde—. Cancelé nuestra habitación en
el Motel 6 después de hoy. Podremos recoger nuestras maletas esta
noche.
Spiridon lo siguió hasta la habitación.
—No sé, Bill —dijo mamá—. ¿Seguro que no quieres pasar la noche
en el hotel ya que desempacamos?
Sonaba como una gran idea para mí.
Papá sonrió.
—Spiridon me acaba de mostrar las habitaciones de arriba. Son
mucho más bonitas que las del Motel 6. Y la cubierta exterior es mejor
que la piscina del motel. Tendremos mucha privacidad aquí.
¡Hurra! Pero yo no tendría ninguna.
¿Habría meteoros gigantes en el espacio exterior dirigiéndose a
toda velocidad hacia San Diego? No llegaban lo suficientemente
rápido.
—Además —papá continuó con una gran sonrisa—, el precio aquí
es inmejorable.
Mi madre suspiró. Sabía que ella solo podía soportar un límite de la
caza de gangas de mi padre antes que la hartara.
—Bien, Bill. Lo que digas.
La puerta principal se abrió silenciosa y Christos entró en la sala de
estar.
—Hola a todo el mundo —dijo en voz baja.
Salté de mi silla y corrí hacia él para ver si estaba bien, pero
desaceleré a mitad de camino en la habitación porque mis padres
estaban aquí. Sus presencias siempre, no sé, me contenían. Me detuve
a unos centímetros de Christos y ni siquiera lo toqué con la mano ni
nada.
—Hola —le dije.
—Lo siento por la escena anterior. —Christos sonrió—. Estaba
teniendo un pequeño problema con una de mis pinturas.
Spiridon asintió con simpatía.
—He pasado por eso muchas veces. A veces una pintura empieza
a decaer en la mitad del proceso y no hay mucho que puedas hacer
con ella más que empezar de nuevo.
—¿Eres un artista también? —preguntó mi padre inocentemente.
—Sí —dijo Spiridon—. Todos los cuadros colgados en esta sala son
míos.
Era raro, porque había literalmente docenas de ellos rodeándonos,
y mis padres no habían dicho ni una palabra sobre ellos desde que
habían entrado. Eso mostraba lo mucho que mis padres prestaban
atención al arte. Era casi invisible para ellos. Al igual que mi amor por el
arte. No tenían ni idea de su existencia.
—Hay una gran cantidad de cuadros aquí. ¿No los vendes? —
preguntó papá.
—Sí, lo hago. De hecho, he vendido más de mil pinturas en mi
carrera —dijo Spiridon.
—¿De esa forma pagó esta casa? —preguntó mi padre.
Sí, mi papá era mundialmente conocido por sus habilidades
sociales.
Spiridon sonrió con indulgencia.
—Sí. Todo lo que ves en esta casa fue pagado con la venta de mi
arte.
¡Vaya, Spiridon! ¡Dilo! Esto era exactamente el tipo de cosa que mis
padres tenían que ver y oír. Una mansión real, mucho más grande que
la casa de mis padres, comprada y pagada por una verdadera carrera
de arte en vivo.
—Así que, ¿por qué no has vendido las pinturas de esta
habitación? —preguntó papá.
—Las amo demasiado como para desprenderme de ellas —dijo
Spiridon pensativo—. Cada una tiene un significado especial para mí.
Son las piedras angulares que recuerdan momentos de mi vida que no
quiero olvidar. Nunca podría venderlas, a ningún precio.
—Oh —respondió papá. No entendía una palabra de lo que
Spiridon decía. Spiridon podría haber estado hablando en otro idioma a
la hora de hablar de sentimientos con mi papá.
—Son muy lindas —dijo mi mamá secamente—. Es un artista muy
talentoso, Spiridon. Estoy segura que si nuestra hija pudiera pintar tan
bien como tú, vendería pinturas también.
Me aparté de ella, las palabras de mi madre, literalmente, me
apuñalaron justo en mi espalda. Afortunadamente mi mamá no podía
ver mi rostro repentinamente ardiendo de furia y vergüenza. Si hubiera
visto mi ira, me habría dicho que me comportara y dejara de actuar
como una niña. Miré a Christos suplicante.
—No ha visto ninguna de las pinturas recientes de Samantha—dijo
Christos a mi mamá—. Ha recorrido un largo camino desde que la
conocí. Su crecimiento artístico ha sido irreal. Su hija tiene un talento
épico.
¡Tomen eso, mamá y papá estúpidos!
—Ella es realmente buena —comentó Spiridon, acercándose a mí
para descansar su mano sobre mi hombro—. Con mi nieto dándole
tutorías, mejora cada día. —Me sonrió—. ¿No es cierto, Samoula?
Ahora me sonrojaba mientras lágrimas de alegría amenazaban
con derramarse sobre mi rostro. Asentí. ¡Los hombres Manos me
defendían contra mis malos padres! Quería saltar de alegría. Quería
bailar de felicidad frente a mis padres, mientras tiburones hambrientos
mordisquearan los dedos de sus pies. ¡Sí!
—Debería ver algunos de sus cuadros —mencionó Christos.
Lo siguiente que supe es que todos estábamos en el estudio.
—¿Toda esta habitación es un estudio de pintura? —Mi mamá se
maravilló—. ¡Es tan grande como nuestra casa!
Mi padre miró a su alrededor, observando todo.
—No diría que es tan grande —dijo a la defensiva—. Tal vez las dos
terceras partes de los metros cuadrados. Quizás menos si se incluye el
garaje.
Sí, lo que sea, papá.
—¿Y estas son tus pinturas, Christos? —le preguntó mi mamá.
—Sí —contestó casualmente.
Me di cuenta que Christos todavía estaba algo ebrio por el
bourbon que había bebido antes que llegaran mis padres. Pero ahora
era un borracho feliz, no un borracho enojado.
—Vaya que te gusta pintar mujeres desnudas —se burló mi mamá,
juzgándolo.
No podía llevar a mis padres a ningún lado.
—Es arte, mamá —declaré—. Ya sabes, como Rembrandt, Botticelli
y Bouguereau.
—¿Quién? —Frunció el ceño.
—¿William Adolphe Bouguereau? ¿El artista realista del siglo
diecinueve? —Había aprendido una o dos cosas sobre artistas al pasar
tanto tiempo en la casa Manos.
Mi madre negó.
—Lo siento, no sé de quién hablas.
—Es realmente bueno. Deberías ver su trabajo —me burlé—. Una
de las pinturas de Bouguereau está colgada en el Museo de Arte de
San Diego en el Parque Balboa. Es impresionante.
—¿Alguna de tus pinturas cuelgan en el Museo de Arte de San
Diego, Spiridon? —preguntó mi papá sarcásticamente.
—Sí. —Sonrió—. En la colección permanente. También dos de mi
hijo Nikolos. Imagino que un día, pronto, una o más de mi nieto se les
unirán —dijo Spiridon, palmeando a Christos en la espalda—.Y quién
sabe, si sigue en ello, tal vez una de Samoula terminará allí también.
Creo que oí un avión de vergüenza sobrevolar las cabezas de mis
padres, dejando caer bombas de jódete por todos lados. Lástima que
las explosiones no fueran fatales. Pero las miradas confusas en los rostros
de mis padres me regocijaron.
Mamá hizo un gesto a las pinturas de Christos como si fueran
basura.
—¿Supongo que todas estas mujeres desnudas son personas
reales?
—Sí —respondió Christos.
Mamá asintió.
—¿La mujer joven que estaba aquí antes era una de las mujeres
desnudas que pintas? —preguntó con acritud.
—Sí —dijo Christos.
—¿Y qué? —continuó mamá—. ¿Solo se quita la ropa para ti?
Christos se encogió de hombros.
—Así es como funciona por lo general.
Mi madre resopló, como si Christos estuviera obligando a las
mujeres como Isabel a desnudarse mientras él las observara con los
pantalones en los tobillos e hiciera cosas desagradables. Dijo en tono
acusador:
—Sabes, estás retrasando alrededor de treinta años al movimiento
femenino.
—Son modelos, mamá —le dije—. Se les paga. Es un trabajo.
—¿Para quitarse la ropa? —Se burló.
—¡Sí! —refunfuñé.
Mi madre negó.
—Eso no es arte. Eso es pornografía. Espero que nunca consideres
degradarte a ti misma dignándote a desnudarte para Christos. Espero
haberte enseñado que eres mejor que eso.
Puse los ojos en blanco.
—Lo que sea, mamá.
Hubo una pausa embarazosa ya que la habitación quedó en
silencio. Estoy segura que mi mamá acusaría a Christos de embarazar a
la pausa después de haberle pagado para que modelara desnuda.
Pausa sucia. Todo el mundo sabía que la pausa no tenía vergüenza.
Pausa era una prostituta que tuvo relaciones sexuales por dinero. Puse
los ojos en blanco. Mi mamá era una mojigata.
—Deberías mostrarle a tus padres algunos de tus dibujos, Samantha
—me animó Spiridon.
En cualquier otra circunstancia, nunca les habría mostrado mi arte
a mis padres. No después de todas esas veces en la escuela secundaria
cuando se habían reído de lo malo que era mi arte. Pero con Christos y
Spiridon a mi lado cubriéndome de elogios amorosos en apoyo, me
sentí como si nada terriblemente malo podría suceder. Debería haber
sabido mejor.
Me acerqué a mi mesa de dibujo donde estaba mi cuaderno de
bocetos.
—Aquí es donde trabajo —les dije al azar mientras recogí mi
cuaderno de bocetos.
Mi madre puso las manos en las caderas.
—Parece que ya te has mudado completamente, ¿verdad, Sam?
Ah, sí, mis padres y yo aún no habíamos tenido la discusión sobre
mis nuevos arreglos de vivienda. No podía esperar para discutir el tema
más a fondo.
Tal vez ya les hubiese hablado al respecto si todas las
conversaciones con ellos no se convirtieran en un campo minado. Lo
juro, no podía decir una sola cosa equivocada en torno a mis padres sin
desencadenar otro de sus bombardeos de mierda. Necesitaba más
bombas de jódete para defenderme. Lástima que el avión de la
vergüenza estaba fuera de la zona.
Aferré a mi pecho mi cuaderno de dibujo, de repente, reacia a
abrirlo. Estoy segura que mis padres estaban listos para lanzar bombas
de insulto con abandono. ¿Había algún punto en mostrarles mi arte? Tal
vez podría cambiar de tema.
—No he visto tu más reciente trabajo —dijo Spiridon. Por reciente,
se refería a las cosas que había dibujado en los últimos días.
Últimamente, había estado pidiendo ver mis bocetos a diario. Siempre
decía cosas bonitas y me ofrecía pequeños consejos aquí y allá.
Spiridon hizo un gesto con la mano, así que le entregué mi
cuaderno de bocetos, abrió los bocetos Wombat que había hecho
recientemente. Rompió a reír y Christos se rió entre dientes por encima
de su hombro mientras lo miraban.
—Estos son hilarantes, agápi mou—dijo Christos.
—Su hija definitivamente tiene un talento para la caricatura —
comentó Spiridon antes de entregar el cuaderno de bocetos a mis
padres.
Mi madre echó un vistazo a mis caricaturas de Potty el Wómbat
fumador e hizo una mueca como si alguien le hubiera mostrado fotos
de la escena del crimen de una decapitación. No dijo una palabra.
Solo asintió distraídamente mientras mi papá pasaba las páginas.
Mi padre, en cambio, me sorprendió.
—No está mal —declaró—. Estos tipos de dibujos me recuerdan a
Daniel el travieso, pero no tan refinados.
Tuve que hacer una pausa. Eso fue en realidad una especie de
cumplido. Mi padre amaba a Daniel el travieso. Era una de sus
historietas favoritas y todavía la leía a diario.
—Pero no veo cómo se puede hacer dinero con ellos —terminó
papá—. Hank Ketcham tiene todo el mercado de Daniel el travieso
acaparado.
Creo que a partir de ahora, cada vez que pensara en la frase:
―pensar fuera de la caja‖, me imaginaría a mi padre construyendo
literalmente una caja de madera a su alrededor con el martillo y los
clavos, y cuando estuviera a punto de bajar la tapa para siempre sobre
su propia cabeza, él diría: ―Adiós, a todo el mundo. Si me necesitan,
estaré en mi caja. Donde viviré con todos mis pensamientos. Los cuales,
por cierto, son los únicos pensamientos que valen la pena tener‖. Con
gusto clavaría la tapa por él. Miré alrededor del estudio de Christos
buscando un martillo y clavos. Demonios. No vi ninguno.
El teléfono de Christos sonó, distrayendo a todos. Lo sacó de su
bolsillo y lo examinó.
—Disculpen —dijo a todos—. Tengo que atender esta llamada.—
Salió del estudio.
—¿Qué puede ser tan importante que tiene que contestar el
teléfono cuando entretiene invitados? —murmuró mamá con
amargura, como si no pudiéramos oír lo que decía.
Porque sí, esto era totalmente entretenido. Tal vez si tu idea de
diversión era un fin de semana siendo ahogado y recibiendo azotes a
cada hora.
Mátame ahora. Por favor.

Christos
Salí por las puertas correderas del estudio hacia el escritorio de
atrás con mi teléfono sonando en mis manos.
Russel Merriwather estaba llamando.
Fantástico. Consideré contestarle en el estudio y poner el teléfono
en manos libres así los padres de Samantha podrían escuchar. Sí, bueno.
Estoy seguro que quieran escuchar todo sobre los recientes cargos
civiles que el jodido Hunter Blakeley había adosado a mi culo. Después
que sus padres escucharan todos los detalles sangrientos, quizás podría
espantarlos con mi reciente juicio. Los padres de Samantha me amarán
totalmente después de escuchar esta mierda.
Cuando estaba a mitad de camino rodeando la piscina y fuera del
alcance de los oídos de la casa, contesté.
—¿Qué pasa, Russel?
—Christos! ¿Cómo disfrutas tu libertad, hijo?
—Una libertad de puta madre —bromeé.
—Sí, lo es. También me inclino por ella. —Podía sentir la sonrisa en
sus palabras—. La buena noticia es que puedes disfrutar de tanta
libertad como tu corazón deseé si eres inteligente. Todo lo que tienes
que hacer es mantenerte lejos de problemas. ¿Crees que puedes hacer
esto?
—Puedo dispararles. —Me reí.
—No dispares a nada. —Se rió—. Solo permanece fuera de
problemas. Sin pelear. ¿Me entiendes?
—Sí, sí, sí. —Suspiré.
—Hablo en serio, hijo. Sin peleas. Ninguna. Cero. Nada.
Meneé la cabeza y me reí.
—Hombre eres tan sutil como un elefante.
Su voz se llenó de risa otra vez. Russel nunca estaba mucho tiempo
sermoneando.
—No te quiero llorando en mi teléfono a las tres de la madrugada,
despertando mi trasero para decirme que estás en problemas otra vez.
Necesito mi descanso de belleza. —Se rió.
Russel siempre me levantaba el ánimo. No solo era un fantástico
abogado, era el mejor tipo.
—Sabes que eres bastante genial para ser un viejo amigo —dije
sarcásticamente.
—Cuida tu boca —dijo con humor—. Aún puedo golpear tu trasero,
joven.
—¿Qué? ¿Tratas de meterme en más peleas?
—No presentaré cargos, así que está bien. Y te patearé el trasero
durante el próximo año si me entero que tan solo miras con odio a
alguien.
—Está bien, está bien. —Sonreí—. Sin peleas. Así que, ¿por qué me
llamas tan tarde? ¿No deberías estar relajándote detrás de un jugoso
bistec en Yard House? —Observé las nubes rojizo brillantes frente al
dorado sol cerniéndose sobre del océano Pacífico. La casa de mi
abuelo tenía la mejor maldita vista.
—Mi comida fue cancelada porque tu colega Hunter Blakeley
puede que tenga un reclamo válido en tu contra, chico. Resulta que,
de hecho, tiene un considerable interés en ser modelo y su nariz rota le
ha costado su trabajo.
Negué con incredulidad. Debería saber que Hunter era un
tremendo marica.
—¿Qué quiere el imbécil? ¿Un montón de cirugías plásticas o
alguna cosa así?
—Eso sería fácil. También quiere el sueldo perdido y daños morales
por sufrimiento y dolor. Deberías ver las facturas que su abogado me ha
enviado de los psicólogos de alto nivel que atendieron a Hunter
Blakeley.
—¿Psicólogos? —Puse los ojos en blanco—. ¿Por qué? ¿Por qué
tiene TEPT27 después de la violenta paliza que le he dado?
—Me quitaste las palabras de la boca.
Suspiré.
—¿Tienes alguna buena noticia?
—Estoy rebosando de buenas noticias —bromeó Russel—. Soy el
Papá Noel de las buenas noticias.
—¿Y bueno?
—Necesito la información de contacto de tu amigo Jake. Tengo
que conseguir su declaración y adjuntarla al resto. También, tengo
gente hablando con los camareros de Hooters, para ver si ellos pueden
corroborar tu historia de que Hunter estaba confabulado con tres
amigos.
—Por supuesto que lo estaba.
—No, según su declaración. Lo hizo ver como que sus amigos
miraban el incidente desde un edificio alejado mientras tú le dabas una
paliza al pobre Hunter.
—Joder. Sus amigos estaban preparados para saltar hasta que
puse a Hunter en su lugar. El tipo es un total mentiroso.
—Puede que sea un mentiroso, pero si no podemos demonstrar
que está silbando Dixie en el estrado, al jurado le costará creer tu parte
de la historia. Recuerda, este no es un juicio criminal, donde la
acusación debe convencer al jurado por encima de todas las dudas
razonables de tu culpabilidad. Es un juicio civil. Si el abogado de Hunter
puede convencer al jurado que eres culpable en un cincuenta y un por

TEPT: Trastorno de Estrés Post Traumático.


27
ciento de probabilidades, o incluso en un cincuenta por ciento, fallarán
contra ti. No contamos con mucho espacio para movernos. Aunque
presente la mejor defensa de todos los tiempos, el caso de Hunter solo
necesita ser un uno por ciento más convincente que el nuestro, y
terminarás pagando los daños morales. Y en este momento, el abogado
de Hunter está pidiendo tu testículo izquierdo por encima de todos los
demás daños y perjuicios.
—Quizás podemos enviarle mi testículo izquierdo e incluso reclamar
el pago. —Sonreí.
Russel soltó una carcajada.
—La última vez que verifiqué, el mercado de testículos estaba en
recesión y no cobrarías ni un cuarto de lo que esperas.
—Está bien. Mantengo mi testículo y tú gana el caso. ¿Trato?
—Haré lo posible. Pero yo empezaría a mirar prótesis de testículos.
Me han dicho que prácticamente no se nota la diferencia —bromeó
Russel.
—Gracias, hombre. Eres todo corazón.
—No te preocupes, hijo. Me ocuparé de esto. Tengo muchas
personas que buscan entre las cosas. Localizaremos a los amigos de
Hunter y les sacaremos la verdad con pinzas y alicates.
—Haz eso.
—Tendré más buenas noticias la próxima vez que hablemos —dijo
Russel—. Oh, una cosa más.
—¿Sí?
—No. Más. Peleas.
—Te escuché alto y claro.
—Entonces mi trabajo ha terminado. Ahora, tengo un bistec con mi
nombre esperándome. Debo irme. Adiós.
—Hasta luego, hombre. —Terminé la llamada. Aunque me sentí
afortunado por tener a Russel cuidando mi espalda, como siempre, su
experto trabajo no sería barato. Al ritmo en que iban las cosas, quedaría
arruinado antes que el juicio termine.
Lástima que había destruido la pintura de Isabella. Podría haber
conseguido al menos diez de los grandes por ella.
Lo que sea.
Stanford Wentworth había tenido razón. Aquella pintura era una
mierda. No perdería el sueño por ella.
Caminé hacia el interior para unirme al grupo.
A lo mejor los padres de Samantha pueden levantarme el ánimo.
Ja. Ja. Ja.
Samantha
―¿Alguien necesita rellenar su limonada? —preguntó Spiridon.
Todos, incluyendo a Christos, estábamos en la cocina.
—No sé el resto —dijo mi padre mientras miraba su reloj—, pero
debido a las tres horas de diferencia muero de hambre. ¿Estás lista para
comer, Linda? Recuerda que aún tenemos que pasar por el Motel 6 en
algún momento para recoger nuestras maletas.
Mi madre suspiró pesadamente.
—Por supuesto.
Sonaba tan feliz de estar aquí. El sentimiento era mutuo.
—¿Hay algún Cheesecake Factory por aquí? —preguntó mi padre.
Tan típico de mis padres cruzar el país en avión y comer en la
misma cadena de restaurante que siempre visitaban en casa. Sus
sentidos de aventuras hacían que Cristóbal Colón se viera como un
ama de casa. No.
—Sí —dijo Christos—, creo que hay uno cerca del Hotel Circle.
—Eso está cerca de nuestro motel. —Sonrió ampliamente mi
padre—. Podemos matar dos pájaros de un tiro recogiendo nuestras
maletas después de cenar.
Papá podría matar tres pájaros de un tiro si me golpeara en la
cabeza y terminara mi miseria.
Luego tuve una idea.
—¿Por qué no invitamos a mis amigos? —sugerí—. ¡Así podrás
conocer a todas las personas geniales que he conocido en San Diego!
—Estaba pensando en que seríamos solo tú, tu madre y yo —dijo mi
padre seriamente.
—Concuerdo con tu padre —dijo mi madre.
Sabía cómo pensaban. Querían arrinconarme y regañarme por ser
una idiota hasta convencerme de cambiar mi carrera retomando
Finanzas.
No iba a pasar.
—Ahora mandaré un mensaje a todos —dije decidida. Invité a
Madison, Jake, Romeo y Kamiko. Había conseguido el número de Jake
al igual que el de Spiridon después del juicio de Christos. Odiaba no ser
capaz de encontrar a la gente ante una emergencia.
Por unos segundos consideré pedirle a Christos que invitara a Tiffany
Kingston-Whitehouse. Estaba bastante segura que ella y mi madre
congeniarían con sus malicias. Al final, decidí que podríamos hacerlo sin
ella. No habría sorpresas.
Presioné enviar y crucé mis dedos para que todos pudieran reunirse
con nosotros. Si todos aparecieran, sería como un mariscal de campo
en un partido de futbol con toda la línea defensiva protegiéndome de
mis padres. No les dejaría atacarme por sorpresa. De ninguna manera.
Cuando nos dirigimos hacia la entrada, mis padres fueron hacia su
auto de alquiler.
—Sam —mi padre preguntó—: ¿vienes con tu madre y conmigo?
—Creo que iré con Christos y Spiridon —dije. ¿Soné sarcástica? Solo
un poco.
—Haz lo que quieras —dijo mi madre mientras se subía al auto, el
cual me di cuenta que era un Honda sedan plateado. Igual que el de
mi padre en casa. Qué sorpresa. Había pensado que, ya que estaba de
vacaciones, se volvería loco y alquilaría un Honda rojo. No.
—Me parece que conduciré el Woody esta noche —dijo Spiridon.
La puerta del garaje ya estaba abierta —. ¿Te importa Christos?
—Para nada —dijo él.
Los tres subimos al auto clásico. Sí, estábamos un millón de veces
mejor que mis padres.
El motor del 1949 Plymouth ronroneó a medida que lo sacaban del
garaje. Spiridon detuvo el auto al lado del Honda de mis padres. Mi
padre bajo la ventanilla y Spiridon preguntó:
—¿Sabes adónde vamos?
—Te seguiré —contestó mi padre.
¿No sabía usar el GPS? Lo había visto en su auto antes. Oh espera,
estábamos hablando de mi padre. Por supuesto que no.
—No vayas demasiado rápido —dijo nerviosamente mi padre—.
Cumplo con los límites de velocidad.
—No te preocupes Bill. —Sonrió Spiridon—. Me aseguraré que no te
pierdas.
Creo que Spiridon era demasiado optimista. Cuando se trataba de
la mayoría de las cosas, mis padres ya estaban totalmente perdidos.
Samantha
—Esta bestia sexy sólo puede ser tu madre —dijo Romeo mientras
estrechaba la mano de mi mamá en el vestíbulo del Cheesecake
Factory.
Romeo de hecho levantó la mano de mi mamá hacia sus labios y
le besó el dorso. Ella apartó su mano con un tinte de disgusto antes de
que él hubiera terminado, sorprendiendo a Romeo.
—Tengo ese efecto en las mujeres. —Le guiñó un ojo a ella.
Mi mamá le frunció el ceño. Estaba segura de que se sentía
confundida. El único romance en su vida venia de mi papá. Él era tan
espontáneo con sus gestos románticos como con sus elecciones de
auto de alquiler.
Kamiko, Madison y Jake también estaban aquí. Con Spiridon y
Christos a mi lado, eso ponía siete de nosotros contra mis dos padres.
Tenía grandes esperanzas para la noche.
El restaurante estaba lleno, así que tuvimos que esperar por nuestra
mesa. Madison arrinconó a mis padres y les hizo un millón de preguntas
sobre Washington D.C., creo que estaba intentando mantenerlos
ocupados. Ella entendía. Era mi propio guarda de seguridad personal
de emociones.
Cuando finalmente nos sentamos y el camarero tomó nuestras
órdenes de bebidas, no estuve sorprendida cuando Christos ordenó un
bourbon doble. Con mis padres en la ciudad, consideré unirme a él.
Pero decidí que necesitaba estar alerta, en caso de que mis padres
intentaran lanzar un ataque sorpresa. Por todo lo que sabía, me
vendarían los ojos y tirarían a una caja de embalaje a la primera
oportunidad que tuvieran, así podrían embarcarme a D.C.
Pero podía decir que algo estaba molestando a Christos más de lo
normal. La respuesta obvia era mis padres, pero sospechaba que era
algo más. Me incliné y le susurré a Christos:
—¿Quién te llamó más temprano? ¿Es algo por lo que debería
preocuparme?
—No, agápi mou. Está bien. —Sonrió.
—¿Estás seguro?
—Deja que me preocupe yo por eso. Tú disfruta.
—Sea lo que sea, no pueden ser peores noticias que mis padres
llegando de la nada —gruñí.
Christos se rió.
—Eso es verdad. —Colocó su mano en mi rodilla bajo la mesa y me
miró fijamente a los ojos.
No podía superar lo guapo que Christos era, incluso en medio del
mareo del bourbon. Su expresión estaba tan relajada y soñadora, yo no
quería más que caer ante sus encantadores ojos justo en la mesa del
comedor. ¿Y qué si mis padres podían ver? Miré la boca lujuriosa de
Christos y me mordí mi propio labio inferior. Sus labios se extendieron en
una amplia sonrisa sobre sus inmaculados dientes blancos. Sus
legendarios hoyuelos aparecieron. Toqué mi labio superior con mi
lengua y me reí con suavidad. Iba a lamer esos hoyuelos, sin importar
quién estaba mirando. Me incliné hacia adelante, apunto de…
—¿Sam? —soltó abruptamente mi mamá—. ¿Qué vas a comer?
¿Hoyuelos? Salí de la tierra de la fantasía y fruncí el ceño. No, creo
que mi mamá quería decir para la cena. La vergüenza y la irritación
crepitaron dentro de mi pecho.
La voz de mi mamá era su don especial. Los niños de todo el
mundo clamaban que mi mamá les leyera cuentos antes de dormir y
calmara sus temores nocturnos con esa voz suya. No, en serio. Mi mamá
era mundialmente famosa por sus habilidades a la hora de dormir.
Enseñó en seminarios sobre maternidad, con entradas agotadas en
auditorios gigantes llenos de gente. En serio.
No.
El camarero estaba de pie junto a la mesa con su libreta en la
mano, esperando por tomar mi orden. Ni siquiera había mirado el menú
todavía. Creo que Christos me había hipnotizado con sus hermosos ojos
azules. El tiempo se había pasado volando. Eso era fácil de hacer con
Christos a mi lado.
El camarero arqueó una ceja expectante hacia mí.
Miré hacia el menú.
—Oh, mmm, voy a pedir la ensalada asiática de pollo.
—Excelente —dijo el camarero—. ¿Y para usted, señor? —le
preguntó a Christos.
—Voy a ordenar el pastel de cangrejo como aperitivo y la chuleta
a la parrilla con puré de patatas y salsa.
¿Cómo Christos podía comer como un caballo y nunca tener ni un
gramo de grasa en su cuerpo? Era ridículo. ¿Tal vez toda la bebida lo
mantenía delgado? No, probablemente no. Tenía que ser todo el sexo
que teníamos. Pero eso estaba en espera hasta que mamá y papá se
fueran. Suspiré.
Un momento más tarde, después de que el camarero había
dejado los entrantes de todos y la gente estaba comiendo y charlando,
Romeo le dijo a Kamiko, lo suficientemente fuerte para que toda la
mesa escuchara:
—Nuestro camarero sí que es sexy. ¿Viste el bulto en el frente de sus
pantalones?
Kamiko frunció el ceño.
—¡Romeo! ¿Siempre tienes una polla en el cerebro?
Romeo sonrió.
—Sí. Me gustan en el cerebro y en cualquier lugar en que pueda
ponerlas.
—¿Gustan? ¿Cómo, en plural? —preguntó Madison.
—Como en abundancia. —Romeo sonrió—. Una cornucopia.
Madison se rió. Jake y Spiridon se rieron. Christos sonrió mientras
masticaba.
Mis padres lucían atónitos. No estaban acostumbrados a este tipo
de conversación, en especial no en el comedor. Se había vuelto normal
para mí. Tal vez mis padres necesitaban una buena dosis de la
Samantha de San Diego. No era más su pequeña niña. Estaba cansada
de ser alguien que no era, sólo para complacerlos. Necesitaba vivir mi
vida a mi manera, no a la suya. Si no les gustaban mis amigos, podían
aguantárselo.
—Creo que Romeo necesita una intervención de polla —bromeó
Kamiko.
—Te aseguro, Kamiko —dijo Romeo—. Nunca he decepcionado.
Soy un pollaholico, cariño. Nunca me vas a atrapar en una reunión de
Pollaholicos Anónimos. No es que esté sugiriendo que tú frecuentas esas
reuniones. Sé lo mucho que odias las pistolas de carne.
Christos levantó sus cejas, divertido.
—¿Las Pistolas de Carne no son una banda? —inquirió Madison—.
¿No eran, como, una banda de punk del Reino Unido?
—Eso es Sex Pistols, cariño —corrigió Romeo.
—¿The Who? —preguntó Kamiko.
Romeo negó.
—No, esos son Roger Daltry y Pete Townshend. ¿Estoy hablando de
Johnny Rotten? ¿Sid Vicious? Lo has escuchado, ¿no, Kamiko? —Alzó las
dejas con expectación
Kamiko negó vigorosamente.
—¿De qué demonios estás hablando? —Estaba totalmente hecha
polvo.
Mis padres se encontraban aún más perdidos. Intercambiaron una
mirada perpleja, como si se hubieran despertado en un asilo de locos.
—Lo sé, lo sé, Kamiko —suspiró Romeo—. Si no está en Cartoon
Network, no tienes ni idea de lo que estoy hablando. Qué hay de… —
Romeo bajó su voz a un susurro de complicidad y se inclinó sobre la
oreja de Kamiko—: Los locales… Butter Lettuce…
Los ojos de Kamiko se encendieron como fuegos artificiales y
esbozó una sonrisa.
—¡Butter Lettuce fiesta!
Romeo suspiró y bajó la cabeza.
—Lo juro, Kamiko, no puedes tener más de nueve años.
—¿De qué demonios están hablando ustedes? —Spiridon se rió.
Incluso él estaba perdido ahora, pero no horrorizado como mis padres.
—Es una línea de Bravest Warriors28 —se quejó Romeo—. Un dibujo
animado —dijo las palabras ―dibujo animado‖ como si fueran una
ofensa.
Kamiko juntó sus manos alegremente.
—¡Lo había olvidado por completo! ¡Hay un nuevo episodio de
Bravest Warriors subiéndose esta noche a Youtube! ¡No puedo esperar
para verlo cuando llegue a casa!
Romeo negó, derrotado. Se inclinó hacia mi madre y le dijo:
—Debí dejar a Kamiko con la niñera.
Mi mamá se apartó de Romeo como si tuviera lepra o portara
alguna cepa altamente contagiosa de una bacteria come carne.
Kamiko golpeó a Romeo en el brazo.
Mi mamá saltó en su silla e hizo una mueca como si hubiera sido a
quien Kamiko había golpeado.
—¡Auch! —gritó Romeo, girando su rostro a Kamiko.
—¿Quién es el bebé ahora? —Se rió Kamiko.
—¿Por qué tienes que ser tan abusiva, Kamiko? —Romeo se frotó su
brazo—. No soy un dibujo animado, sabes.
—¡Tal vez si lo fueras, no serías tan llorón! —gritó Kamiko.
Secretamente esperaba que mis padres fueran los que decidieran
escabullirse sin ser notados por lo extraño que todos estaban actuando.
Que fueran los incómodos, para variar.
¡Este era mi mundo, perras!
Christos se inclinó y me besó en la mejilla.
—¿Te diviertes?

Bravest Warriors: serie web de Estados Unidos.


28
—Totalmente. —Sonreí.
¡Tenia los mejores amigos y el mejor novio del mundo!

Ácido se derramó de la boca de mi madre cuando dijo:


—Sabía que Christos no era bueno la primera vez que lo conocí.
Estaba de pie junto a ella y mi padre, fuera del elaborado hábitat
del chimpancé en el Zoológico de San Diego varios días después.
Continuó.
—Se comportó como un niño explorador cuando estuvo
quedándose en nuestra casa en D.C., pero sabía que sólo era cuestión
de tiempo hasta que un chico como él mostrara sus verdaderos colores.
Christos y Spiridon se habían ido a encontrar algo de beber para
todos porque estábamos sedientos. Mi mamá había sugerido que los
tres nos quedáramos para observar a los chimpancés. Debería haber
sabido que estaba confabulando.
Me las había arreglado para pasar a través de casi toda mi
semana de vacaciones de primavera sin meterme en ninguna discusión
con mis padres. No habían dicho ni pío sobre mis arreglos de vivienda o
mis estudios de arte mientras habíamos estado en Sea World, ni en el
San Diego Zoo Safari Park, ni en el Casco Antiguo de San Diego, ni en
Pacific Beach, ni en el centro en el Distrito Histórico, ni en Coronado.
Incluso habíamos visitado el portaviones USS Midway, lo cual había
sido idea de papá. Lo de Midway había resultado ser maravilloso
porque nuestro guía turístico de hecho había trabajado en el Midway
en los años 50 y nos había contado muchísimas historias internas de sus
años de servicio.
Creo que mi papá y Christos se unieron un poco mientras miraban
los aviones de combate en la cubierta y hablaban sobre lo rápido que
iban y todos los misiles que cargaban. Estaba feliz de escuchar su
conversación de hombres, si eso quería decir que mi papá no estaba
molestándome sobre mi arte. La única vez que mi padre había dicho
algo remotamente negativo fue cuando fuimos al Parque Balboa para
ver el Museo de Arte de San Diego. Cuando terminamos en frente de
una de las pinturas de Spiridon, mi papá dijo:
—Bueno, que me condenen. —Mientras miraba la tarjeta de título
junto a la pintura, como si tal vez Spiridon hubiera estado mintiendo
sobre eso.
A pesar de eso, no hubo más discusiones. Creo que había tenido
algo que ver con el hecho de que me aseguré de jamás estar a solas en
presencia de mis padres ni por un segundo. Christos o Spiridon siempre
estaban a mi lado. Había fantaseado que tal vez todo estaba bien
entre mis padres y yo. Debí haberlo sabido mejor. Ellos eran bombas de
tiempo. No habían volado todo el camino hasta San Diego sólo para
vacacionar.
Déjale a mamá que finalmente fuera a arruinar las cosas. Su
temporizador había llegado a cero antes que el de mi papá. Como
siempre.
Al segundo en que estuvimos solos en el Zoológico, mamá había
tomado la oportunidad para saltar. Si hubiéramos estado en la jaula del
tigre, estoy segura de que los hambrientos tigres la hubieran
ovacionado y lamido sus bocas, esperando por tomar un mordisco de
mi cadáver cuando mi mamá hubiera terminado conmigo.
—¿Sus verdaderos colores? —preguntó papá.
—Sí, mamá —dije—. ¿Qué verdaderos colores?
—La bebida de Christos —dijo en tono de superioridad—. Vi la
forma en que bebía en cada comida. Cada. Comida.
—¿Y qué te importa? —me burlé. Christos había estado bebiendo
menos desde que ellos habían llegado, y era la última cosa por la que
me preocupaba. En este instante, mis padres me asustaban diez veces
más que Christos bebiendo.
—¿Qué me importa? —Mamá frunció el ceño—. No te quiero
viviendo con un alcohólico.
—No veo por qué eso es de tu incumbencia —gruñí. Miré alrededor
y noté que, por un momento, no había gente rondando por este lado
del hábitat del chimpancé. Lo último que quería era una audiencia
mientras mis padres me trataban como a una niña. Al menos, los
chimpancés al otro lado del vidrio no parecían interesados.
Mi papá habló.
—Sam, con quién estás viviendo sin duda es motivo de
preocupación para tu madre y para mí.
—Gracias por preocuparte, papá —me mofé.
—No le hables de esa forma a tu padre —espetó mi mamá.
—¿Por qué no? No es como si estuvieran haciendo mucho acerca
de la paternidad ahora.
—¿Disculpa? —dijo mi mamá estridentemente.
—Fui a las oficinas de ayuda financiera, saben —me quejé—, y me
dijeron que no puedo obtener más préstamos estudiantiles mientras sea
su dependiente, debido a todo el dinero que ustedes ganan. El
gobierno dice que es su responsabilidad ayudar a pagar la diferencia.
La última vez que revisé, se negaron.
—Ahora, Sam —dijo mi papá con agudeza—, hemos discutido
mucho esto. Si estas dispuesta a cambiarte a una carrera de
contabilidad, como tu madre y yo te pedimos, estaríamos felices de
pagar la diferencia.
—Pero no quiero cambiar mis estudios —dije. Hice mi mejor esfuerzo
para evitar cualquier rastro de lloriqueo en mi voz. ¿Por qué parecía
tener un retroceso cerca a mis padres desde que habían llegado? No
me gustaba cómo su presencia me hacía sentir y actuar como si tuviera
catorce de nuevo. Como si fuera una pequeña niña que no sabía nada
y mis padres tuvieran todas las respuestas, lo cual sabía que no era así.
—Si no quieres cambiar a tu anterior carrera —suspiró mi padre—,
entonces es muy poco lo que tu madre y yo podemos hacer.
—Entonces, ¿por qué no me dejan en paz? —me quejé—. ¿Por qué
no vuelven a Washington D.C.? Lo estoy haciendo bien por mi cuenta.
—Crucé mis brazos sobre el pecho—. No necesito su ayuda.
Mi mamá se rió.
—Lo dudo mucho.
—Y tú qué sabes —espeté—. Tengo un lugar donde vivir, un trabajo,
y me gusta estudiar arte. Y tengo un novio maravilloso que se preocupa
por mí. Si no me van a ayudar, entonces dejen de decirme qué hacer.
—¿Estás segura? —se burló mi mamá—. Con todas esas mujeres
desnudas alrededor de él día tras día, sólo es cuestión de tiempo antes
de que los ojos de Christos comiencen a vagar por ahí. Entonces,
¿dónde vas a estar? Sin un lugar donde vivir, sería mi primera suposición.
Y como una bala a través del cristal de mi ventana, lo que
quedaba de mi confianza se rompió en diminutos fragmentos. ¿Cómo
se las arreglaba mi mamá para hacer eso tan fácilmente? Mi corazón
dio un vuelco o diez y mi garganta se llenó con púas de puercoespín
mientras trataba de tragar un trozo seco de terror que no bajaría.
Si había aprendido algo de Christos desde su juicio, era que él no
me decía todo lo que pasaba por su cabeza. ¿Pensaba a largo plazo
conmigo? ¿O sólo era una diversión? Tal vez estaba interesado en
Isabella, o alguna de las otras mujeres desnudas que pintaba los siete
días de la semana. Todas eran hermosas modelos. Yo no lo era. Sólo era
una chica normal de D.C. tratando de estudiar arte. ¿Por qué un
semental como Christos estaría interesado en la aburrida Sam Smith
cuando estaba rodeado de supermodelos?
No, eso no podía estar bien. Christos me había pedido mudarme
con él y había acarreado voluntariamente todas mis cosas a su casa.
Eso quería decir que iba en serio, ¿cierto? Estaba en esto conmigo a
largo plazo. ¿Verdad?
Entonces, ¿por qué las preguntas de mi mamá me estaban
poniendo tan nerviosa?
Sentí las lágrimas comenzando a formarse. Necesitaba esconderlas
de mi madre o las usaría en mi contra e iría a matar. Antes de que
tuviera oportunidad de atacar, me alejé de ella y mi papá para mirar a
los chimpancés y distraerme.
Una de los chimpancés hembras adultos se había acercado en
algún momento y se había sentado al lado del vidrio a tan sólo unos
metros de mí. Me observó con los ojos más profundos, oscuros y
compasivos que había visto alguna vez, como si mirara dentro de mí,
comunicándose en algún nivel primitivo y tratando de reconfortarme.
Hizo un mohín con sus labios en un extraño gesto. ¿Estaba tratando de
decirme algo? No, eso era una locura.
Un joven chimpancé se encaminó hacia ella sobre sus cuatro patas
y cayó en su regazo como si fuera su lugar favorito para pasar el
tiempo. Envolvió sus brazos alrededor del cuello de su madre y ella lo
abrazó mientras le hacía morritos. Ella comenzó a limpiarlo suavemente.
Él parecía estar en el cielo.
Deseé que esa madre chimpancé fuera la mía también.
—Christos no es así —dije tímidamente. Me limpié las lágrimas de los
ojos antes de girarme para enfrentar a mi madre.
Una sonrisa maliciosa curvaba sus labios. Parecía la Reina Malvada
de cada libro de cuentos que había sido escrito alguna vez.
Oh, chico. Necesitaba algo de helado.
—Todos los hombres son así —dijo mamá victoriosamente.
Rápida como un cuchillo, pregunté:
—¿Papá es así?
Un destello de ira bailó en sus ojos, pero no respondió.
Hubo un silencio largo y ensordecedor.
—Sí, Linda —dijo mi papá con un humor nervioso—. ¿Yo soy así?
Los ojos de mi mamá se agrandaron notablemente por la sorpresa.
Lanzó una rápida mirada a mi papá, luego se rió y me perforó con su
mirada.
—No, tu padre no es así.
Las ruedas giraron en mi mente.
—Mamá, ¿cómo sabes tanto de hombres? Esta no es la primera
vez que has mencionado a los hombres infieles. ¿Me suena a que has
tenido algunas malas experiencias? ¿Si no fue con papá, entonces con
quién?
Mi mamá se quedó perpleja. Diablos, yo me quedé perpleja. No
podía creer que le hubiese preguntado eso.
Mamá se rió.
—Eso no es tu asunto, Sam.
—¿Y no es mi asunto, Linda? —preguntó papá inocentemente.
—Aquí están, chicos —dijo Spiridon, caminando con un brazo lleno
de botellas de agua.
—También hemos conseguido unas barras de helado. —Christos
sonrió—. En caso de que alguien quisiera un refrigerio. —Me pasó uno a
mí—. Vainilla bañada con chocolate con relleno de caramelo. Pensé
que te gustaría uno.
—Gracias, agápi mou —dije cálidamente mientras tomaba una
barra de helado y le quitaba su envoltura. Me incliné contra Christos
mientras me comía mi helado. Pasó su brazo alrededor de mí mientras
se comía el suyo y miramos los chimpancés juntos. Estaba en el cielo.
Christos no era para nada como mi madre quería hacerme creer.
La barra de helado que me había comprado era la prueba porque se
trataba de la más deliciosa en la historia de las barras de helado.
Mi mamá era una perra.

—¿Cuándo te vas a dar cuenta que no vas hacer nada de dinero


como artista? —preguntó mi mamá mientras tomaba un sorbo de su té
en el sofá de la sala de Manos.
Christos y Spiridon habían salido por la cena para darnos tiempo a
mis padres y a mí de hablar a solas. Les rogué que se quedaran, pero
Spiridon había insistido. Creo que entendió que mis padres querían
hablarme en privado.
—Tu madre tiene razón, Sam —me consoló mi papá, como si
estuviera siendo amable y solidario—. Es poco probable que alguna vez
hagas dinero como artista. Si alguna vez esperas tener una carrera,
pagar por una hipoteca y un automóvil, necesitas perseguir una carrera
sensata como contaduría.
Había escuchado este argumento cientos de veces de mis padres,
y mi padre siempre había proporcionado datos y cifras para respaldar
todo. De adolescente, siempre les había creído a ellos. Cada vez que
habíamos discutido, mi resolución se había derrumbado y de mala
gana había cedido a sus ideas.
Estaba cansada de eso.
Este era mi mundo, no el suyo.
—Mira alrededor, papá. —Hice un gesto hacia todas las pinturas de
Spiridon que colgaban por el cuarto—. Tú mismo escuchaste a Spiridon.
Pagó por esta casa con sus pinturas. ¿Qué te hace pensar que yo no
puedo hacerlo también?
Papá habló pensativamente:
—Bueno, por una cosa…
—¡Ja! —interrumpió mamá—. ¿Crees que un par de caricaturas
pueden compararse con las pinturas que Spiridon ha hecho?
—¡Puedo pintar! —protesté.
—Todo lo que he visto son tus horribles dibujos de ese degenerado
wombat australiano. —Mamá se carcajeó—. ¿Qué sabes sobre pintar?
—Tomé una clase de pintura al óleo el trimestre pasado, y saqué
una A.
—Estoy segura de que pintaste un bol de fruta o dos —se rió—, pero
cualquier principiante puede hacer eso.
—No soy una principiante. —Me levanté y salí hecha una furia de la
sala de estar.
—¿A dónde vas? —se burló mi mamá disimuladamente.
Me detuve en seco. Obedeciendo a mis padres como siempre.
Como su esclava.
—Siempre fue algo muy común en ti rendirte fácilmente —dijo
mamá—. Tu padre tiene razón. No tienes lo que se necesita.
—No me estoy rindiendo —espeté. Caminé hacia el estudio y tomé
dos de mis mejores pinturas al óleo. Una era de mi clase y la otra eran
los lirios de agua que había hecho en el estudio. Pensé que eran
bastante buenos, considerando que sólo había estado pintando por tres
meses. Los puse en las manos de mis padres cuando regresé a la sala de
estar—. ¿Ven?
Mi papa sostuvo los lirios de agua con el brazo estirado.
—Esto no es del todo malo —dijo pensativo. No había dicho que
era medio bueno, pero mi papá nunca era optimista.
Mi mamá se burló de mi pintura de girasoles que sostenía en sus
manos.
—¿Entonces? ¿Qué se supone que significa esto? —preguntó—.
Parece otra pintura cualquiera de girasoles.
—Exactamente —gruñí—. Lucen como girasoles. Y no apestan,
como pareces creer que todo lo que pinto y dibujo hace.
Negó y se mofó.
—Hay un largo camino entre una pintura de girasoles y hacer algo
de dinero.
Papá colocó la pintura de los lirios sobre la mesa de centro con
cuidado. Al menos, no la arrojó a la basura.
—Tu madre tiene razón, Sam. Aunque estas pinturas son
prometedoras, no creo que eso te vaya a llevar a algún lado.
—¿Estás bromeando? —pregunté, con las manos en mis caderas
mientras me paraba en frente de ellos—. ¡Mira alrededor de este cuarto!
Spiridon ha pintado cientos de cuadros e hizo millones de dólares. Eso
suena como una gran carrera para mí.
Mi mamá sonrió con aire de suficiencia y levantó sus cejas como si
fuera la Reina. La Reina Malvada de las Perras, tal vez. Habló:
—Bill, ¿te importaría explicárselo a tu hija en términos lógicos que
pueda entender?
¿Qué, pensaba que era estúpida? Resoplé y puse los ojos en
blanco.
Mi papá asintió.
—Sam, lo que tu madre está tratando de decir, creo, es que
Spiridon es, bueno, ¿cómo puedo poner esto? —Papá abrió sus manos y
una mirada adolorida apretó sus rasgos—. Eh, Sam, bueno, Spiridon es
asombrosamente talentoso, y creo que si tengo que clasificar tu
habilidad, bueno, supongo, ya ves, la cosa es…
Mamá colocó una mano sobre la rodilla de papá para callarlo.
—Tu papá está intentando decir que no eres lo suficientemente
talentosa. No eres Spiridon, ni siquiera Christos.
¡CRAC!
Ese fue el sonido de mi corazón rompiéndose a la mitad. Me quedé
congelada en el sitio en que estaba de pie. No podía hablar, ni siquiera
respirar, era como si todos mis órganos internos de repente hubieran
explotado en fragmentos junto con mi corazón. Tenía la clara impresión
de que si alguien me hubiera cortado para abrirme en ese momento,
hubieran encontrado una persona vacía con pequeños montones de
vidrio rojo agrupándose en los pies vacíos. Esos fragmentos rojos serían
los restos de mi corazón roto.
Mamá continuó.
—No es que quiera que ninguna hija mía pinte pornografía para
vivir como Christos, pero tengo que admitir que los paisajes de Spiridon
son muy buenos.
Estaba herida por lo que mamá acababa de decir, no podía
responder. Me quedé de pie en silencio y miré a los dos monstruos
impostores que pretendían ser mis cariñosos padres. Eran malvados.
Quería salir corriendo del cuarto, pero no podía moverme cuando mi
corazón estaba roto y mis entrañas vacías.
—No estoy seguro si diría ―sin talento suficiente‖, Sam —dijo papá
calmadamente—, pero es obvio que Spiridon y Christos han estado
haciendo esto por mucho, mucho tiempo. Y sospecho que Spiridon tuvo
mucha participación en la educación de Christos en arte desde su
nacimiento. Sam, estás empezando tarde en la vida. Vas diecinueve
años por detrás de Christos. Más aún si tomas en cuenta la enseñanza
de Spiridon. En mi opinión, que persigas el arte sería una decisión de
negocios poco sólida. Por el contrario, has estado rodeada de números
y principios de contabilidad desde que naciste. —Mi papá sonrió.
Estaba tan malditamente orgulloso de su contabilidad.
Continuó.
—De la misma manera que Spiridon le ha dado a Christos una
ventaja, me gusta creer que tu madre y yo te hemos dado a ti una
ventaja en los negocios. Estas muy bien adaptada para una carrera de
contabilidad. Vas a sobresalir y hacer buen dinero mientras estás en ello.
Algo sobre la lógica de mi papá me enfadó más allá de toda
creencia. Había estado escuchando eso toda mi vida. Él siempre se
perdía el punto. Estaba tan enojada, creo que el calor de mi irritación
derritió esos fragmentos de vidrio rojo en mis pies y volvieron a fundirse
juntos. Ahora mi corazón estaba latiendo al rojo vivo con determinación
a través de todo mi cuerpo.
—No lo entiendes, papá —dije—. Nunca quise ser una contadora.
¿No ves eso? ¿No, verdad? Tú y mamá jamás han sido capaces de ver
lo que quería en la vida. Ustedes simplemente arrojaron todas sus ideas
sobre mí como si automáticamente me hubieran encantado. Como si
fuera una versión pequeña de ustedes dos. Pero no lo soy. Soy una
persona diferente. No quiero lo que ustedes quieren en su vida. Tengo
mis propios sueños, mis propias ideas. Voy a vivir mi vida a mi manera.
No a la suya.
—Entonces, no esperes más dinero de nuestra parte. —Mamá se
rió.
—Te lo dije antes —dije con fuerza—. No quiero su dinero. No
necesito su dinero. Lo estoy haciendo bien por mi cuenta.
—Incluso si te las arreglas para vender algunas pinturas —dijo mi
papá—. ¿Cuánto crees que ganarás realmente durante toda tu vida?
Tú misma me dijiste que Christos ha hecho ya seis cifras. ¿Cuánto has
hecho tú por vender tus obras, Sam?
—¡NO ME IMPORTA! —grité—. ¡No me importa si jamás hago NADA
de dinero! ¡No es por el dinero! ¡ODIO la contabilidad! Quiero hacer
algo que disfrute. Tal vez a ustedes les gusta lo que hacen, pero la idea
de ir a una oficina todos los días me enferma. No puedo vivir como
ustedes, ¡y no me importa cuánto dinero haga o no!
Mi mamá se rió sarcásticamente.
—Siento mucho que te sientas de esa forma, Sam.
—Sam —imploró papá—. El arte no es una sabia elección de
carrera. Estoy haciendo mi mejor esfuerzo como padre para mostrarte
eso. ¿No puedes ver a dónde voy?
—Bill, cállate —le espetó mi madre—. Estas cediendo ante ella y no
lo voy a soportar. —Se levantó y me miró—. No me importa lo que
pienses. Nunca debimos dejarte elegir San Diego en primer lugar. Sino
dejar que tu padre me convenciera de hacerte ir a la American
University. Si hubieras ido allí, podrías vivir en casa y no tendríamos este
problema. No estarías viviendo con algún matón de poca monta como
este Christos Manos y su abuelo hippie.
—No son hippies —insistí.
Dio un paso amenazador hacía mí. Sus ojos se entrecerraron
maliciosamente.
—No me importa lo que sean. Son una mala influencia para ti. Te
están convirtiendo en una pequeña zorra rebelde, y estoy cansada de
eso. No voy dejar que arrojes tu vida a la basura porque Christos y sus
músculos te hacen mojar las bragas.
Sentí oleadas de odio emanar de ella.
Casi me derrumbé en ese momento. Casi hice un comentario sobre
cómo mi mamá intentaba rebajar mi amor por Christos, como si fuera
algo malo. Pero eso hubiera salido a la defensiva.
Estaba cansada de las diatribas de mi mamá. Iba ir a la ofensiva.
Iba a atacar.
Por una vez en mi vida, iba a mostrarles a mis padres cuánta fuerza
tenía en mí.

—¡Sólo estás celosa, mamá! —grité—. ¡Ves que estoy viviendo una
vida que no es aburrida ni sosa! Ves que tengo un novio romántico que
me ama con todo su corazón. Y por primera vez en mi vida, soy feliz. —
Entrecerré mis ojos acusadoramente—. Y no puedes soportarlo —le
susurré a sabiendas—. Quieres que sea tan miserable como tú. —De
repente, caí en cuenta de las implicaciones de lo que estaba diciendo,
que comparaba a mi papá con Christos. Y era bastante obvio quién
ganó el concurso.
Mi papá, quien no era un completo idiota, frunció el ceño
pensativo. Abrió su boca para hablar, luego la cerró con un largo
suspiro.
—No empieces a señalar a otros, Sam —gruñó mi mamá—. Esto no
es sobre tu padre y yo. Esto es sobre cómo te convertiste en una niñita
malagradecida y mimada.
Me reí en su rostro.
—¿No lo entiendes? ¡No soy una niña! ¡Y no soy mimada! ¡Tengo un
trabajo! ¡Estoy pagando por mis cosas! ¡Ustedes! ¡No! ¡Están! ¡Pagando!
¡Por! ¡NADA! ¿Por qué están siquiera aquí? ¿Por qué tuvieron que venir a
San Diego en primer lugar?
Las cejas de mi mamá se juntaron y sus labios esbozaron una
horrible sonrisa.
La cabeza de papá colgó entre sus hombros donde se sentaba en
el sofá. Alzó la vista hacia mí, con una expresión de agobio.
—Sam, tu madre y yo pensamos que es hora de que vengas a
casa.
Estaba atónita y confundida.
—¿Qué?
—Has dejado claro que toda esta excursión a la Universidad de San
Diego fue un grave error —dijo mamá con confianza—. Has tenido tu
diversión con tu novio. No tengo dudas de que ha jodido tus sesos
sacándolos por tus oídos. Es la única explicación posible para tus
terribles decisiones durante los últimos meses.
Vaya, mi mamá estaba más ofensiva de lo normal hoy. Lo que lo
hacía peor era que ella actuaba como si no importara que me hablara
de esa forma, como si Christos fuera un don nadie sin valor que no
importaba. Ella no tenía ni idea de lo importante que era para mí. Cómo
había cambiado mi vida para mejor. Estaba tan fuera de foco.
Continuó.
—Ahora es el momento de dejar ese chico atrás y ponerte seria
sobre la universidad.
—¡No voy a dejar a Christos! ¡Estás loca!
—No estoy loca —dijo—. Christos es una distracción. Estarás mejor
sin él.
Mi corazón saltó de un lado a otro en mi pecho por cuadragésima
vez en los últimos diez minutos. No estaba sorprendida de que mis
padres intentaran arruinar mi vida. Sino por como hicieron las cosas.
—Tu padre y yo ya investigamos eso —continuó— puedes transferir
tus créditos de la Universidad de San Diego a la Universidad Americana
y comenzar allí en el otoño.
Quería lanzar una diatriba y decirle lo horrible que era su idea. Pero
si lo hacía, sabía que perdería esta discusión. Tenía que ser fuerte.
Respiré profundamente. Luego, todo cayó en su sitio. No era más una
niña. No necesitaba que mis padres me controlaran. Tenía una opción.
E iba hacerlo. Sonriendo, les dije:
—No voy a ir a la Americana.
—Sí lo harás —dijo mamá con certeza—, y eso es todo.
Creo que ella se perdió la calma y resolución en mi voz.
—No puedes decirme qué hacer —dije firmemente—. Tengo
diecinueve.
—Oh, no podemos, ¿verdad? —dijo mamá maliciosamente—. ¿Y
cómo planeas pagar tú matricula en el futuro?
—Con el dinero del préstamo que estoy recibiendo y el trabajo que
tengo —dije desafiante.
—¿Oh, con que así? ¿Se te está olvidando que tu padre y yo
tenemos que firmar tu solicitud de préstamo cada año académico para
que te sea renovado?
Oh, mierda. Mi mamá me había atrapado.
Estaba jodida.

Christos
La salsa rojo sangre salió del envase de plástico rojo y cayó sobre
mi burrito de carne asada.
—¿Estás seguro de que tiene salsa suficiente? —preguntó mi
abuelo con sarcasmo.
Me reí.
—Sabes que me gusta picante. Esto es sólo para el primer bocado.
Sonrió y le dio un mordisco a uno de sus tacos de pollo, el cual sólo
tenía un ligero chorrito de salsa picante.
Nos sentamos en una mesa fuera de Roberto‘s sobre la Ruta Estatal
de California 1, con vistas a la laguna de San Elijo, comiendo la cena.
Había sido mi sugerencia que saliéramos y les diéramos a Samantha y
sus padres algo de espacio para hablar. Creo que Samantha se había
asegurado de nunca estar a solas con ellos durante toda la semana a
propósito.
—¿Estás preocupada por Samoula? —preguntó mi abuelo.
—Sí —musité.
—Es bueno que los hayamos dejado solos. Sus padres
probablemente quieran hablar con ella. No puedo culparlos. Es su hija,
después de todo.
Tomé un sorbo de mi té de Jamaica.
—¿Crees que estén discutiendo ahora? —inquirí.
Mi abuelo masticó y luego tragó. Lo siguió con un sorbo de su gran
vaso de horchata29.
—Probablemente.
Hombre, me hubiera gustado traer una petaca, así hubiera podido
realzar mi té de Jamaica con algo de vodka o con lo que sea que fuera
con el té de hibiscos. Lo más extraño era que había reducido mi bebida

Horchata: es una bebida refrescante, preparada con agua, azúcar y almendras.


29
más y más desde que los padres de Samantha habían llegado. Había
querido pasar las vacaciones de primavera con Samantha, así ella no
tendría que estar toda una semana sola con ellos. Había sido tan
sencillo olvidarse de Brandon y mi espectáculo en la galería. A medida
que esas presiones habían desparecido de mi conciencia, la urgencia
de beber se había desvanecido con ellas.
Pero ahora que las vacaciones de primavera estaban terminando,
podía sentir todas esas obligaciones regresando. Me moría de ganas
por un trago. Pero la verdadera razón por la que quería emborracharme
era porque estaba asustado como la mierda por lo que podría
encontrar cuando volviera a casa esta noche.
Le di una mordida a mi burrito y mastiqué pensativamente. Cuando
terminé, hablé:
—He estado esperando a que sus padres se lancen sobre ella toda
la semana. Si los hubieras escuchado al teléfono cuando Samantha les
dijo que quería mudarse conmigo, estarías tan acojonado como yo
ahora mismo. Se encontraban completamente furiosos e hicieron toda
clase de amenazas sobre lo que harían si se mudaba con nosotros. No
me sorprendería si llegáramos a casa y ella se hubiera ido.
Probablemente esposada y amordazada, arrojada en una bolsa de
lona grande para que sus padres puedan acarrear su trasero de regreso
a la costa este.
—Relájate, paidí mou30. —Mi abuelo sonrió—. Samoula es una
chica fuerte. Tengo la sensación de que está enfrentándose a sus
padres ahora mismo. Si ellos creen que pueden arrinconarla e
intimidarla para rendirse e irse a casa, creo que están comiendo más de
lo que pueden tragar.
Le dio un gran bocado a su taco y lo masticó ruidosamente.
—Espero que tengas razón —dije antes de darle un mordisco a mi
burrito.
No podía soportar la idea de perderla.

Samantha
Un gran peso cayó en mi estómago, recordándome que mis
entrañas estaban más intactas de lo que me había dado cuenta. No
era una cáscara vacía.
Todavía.
Pero mi mamá se estaba encargando de ello.

Paidí mou: expresión cariñosa que quiere decir ―mi niño‖, ―mi muchacho.‖
30
Ella tenía razón. Sin la firma de mis padres, no iba conseguir ningún
préstamo. Tendría que ahorrar cada centavo de mi matricula y libros.
Nunca podría encontrar trabajos que pagaran por todo. Pero no había
forma de que regresara a D.C. En lo que a mí respecta, San Diego era
mi hogar ahora.
¿Tal vez podría usar el número PIN de mis padres en el formato en
línea y firmar yo misma? Sabía cuál era su número.
—Y no pienses en usar nuestro PIN para falsificar la firma
electrónica. —Mamá se rió—. Ya lo hemos cambiado.
Vaya, mamá había leído mi mente. No me sorprendí. Había
aprendido la mayoría de mis trucos sucios de ella.
Mi papá apoyaba los codos sobre sus rodillas. Parecía muy
cansado.
—Sam, este fue nuestro último recurso. Hemos intentado razonar
contigo, pero nada ha funcionado. No podemos a conciencia dejarte
continuar con una carrera de arte. Vuelve a la Universidad Americana y
consigue tu título en contaduría. Tu madre y yo nos aseguraremos de
que no tengas que trabajar y podrás enfocarte por completo en tus
estudios. Tal vez incluso encontrarás un novio estudiante de negocios
como tú. Después de que te gradúes, quizás puedas perseguir el arte en
tu tiempo libre. Todo el mundo necesita un pasatiempo.
¿Un pasatiempo? Estaba completamente loco y me estaba
enloqueciendo. Mi mamá también estaba loca. Creo que ellos no
escucharon ni una palabra de lo que dije en toda la tarde. Me
ignoraron e intentaron desalentarme hasta que aceptara ir a casa.
Mi cabeza estaba dando vueltas por todos sus argumentos. No
podía lidiar con ninguno de los dos. Me sentía totalmente engañada.
Mis padres me trataban como a una niña, como si estuviera colocando
mis dedos muy cerca de una llama sin saber lo que hacía. Se
equivocaban.
Había tenido suficiente.
—¡No! —grité y literalmente pisoteé con mis pies—. ¡No lo voy
hacer! ¡No voy a mudarme de regreso a casa y no voy a cambiar mi
carrera! ¡Si no les gusta, pues qué mal! ¡Lárguense de aquí! ¡Váyanse a
casa! —Apunté hacia las puertas principales—. Estoy segura de que el
Motel 6 tiene una habitación para ustedes. De hecho, déjenme hacer
sus maletas y los llevaré hasta allá yo misma. —Me giré y me encaminé
hacia las escaleras, yendo hacia el cuarto de invitados.
—¡REGRESA AQUÍ, JOVENCITA! —gritó mamá.
La ignoré.
Hasta que su mano agarró mi brazo y me hizo dar vuelta.
Su otra mano aferró mi otro brazo y me sacudió violentamente
mientras gritaba en mi rostro.
—¡VAS A VOLVER A WASHINGTON D.C. LO QUIERAS O NO!
Cuando se detuvo, me burlé de ella.
—¿Terminaste?
Sus ojos ardían con una feroz locura y sus cejas se retorcieron en un
gesto despreciable. Gritó:
—¡HE TENIDO SUFICIENTE DE TU INSOLENCIA!
Miré hacia ella, mis labios se comprimieron en una fina línea.
—No, mamá —dije tranquilamente.
¡GOLPE!
Me había abofeteado. Mi mejilla picó.
—¡VAS A HACER LO QUE TU PADRE Y YO DIGAMOS, Y ESO ES TODO!
Coloqué mis manos sobre el pecho de mi madre y la empujé tan
fuerte como pude. Trastabilló hacia atrás, sus brazos girando, y tropezó
con mi papá. Ambos cayeron en el sofá en una pila revuelta.
Mis manos se empuñaron a mis lados. Estaba lista para lo que sea
que hiciera después. Iba a golpear a mi mamá en el rostro si tenía que
hacerlo.
Sus párpados se abrieron de puro horror. Su boca estaba abierta
como si yo fuera el mismísimo diablo. Desafortunadamente, yo no era el
diablo en ese cuarto. Ella lo era.
Sentí la confianza y la resolución llenarme de la cabeza a los pies.
Mi corazón latió con fuerza en mi pecho. Era una roca, y ninguno de mis
padres iba a hacerme ceder.
—No voy a hacer nada de lo que dijeron. Mamá… —me burlé
cuando dije la palabra ―mamá‖—. Linda. Quienquiera que seas. Eres la
peor madre. Eres una abusadora y eres una tonta. Vuelve a D.C. a
donde perteneces. Y llévate el dinero prestado contigo.
Me giré y calmadamente salí caminando de la sala.
Samantha
Las valijas se amontonaron en el cuarto de invitados mientras mis
padres empacaban. Después de nuestra pelea, creo que decidieron
quedarse en el Motel 6. Me imaginé que mi madre hubiera estado
lanzando la vajilla contra la pared, o hacia mí, si hubiera sido su casa o
su vajilla. Ya que no podía, la única cosa que podía hacer era arrojar sus
zapatos, ropa y su kit de viaje mientras metía todo en su valija.
Me quedé en mi habitación con la puerta cerrada porque estaba
convencida que si miraba una vez más a mi madre, iba a vomitar. Mi
rostro aún escocía y palpitaba donde me había golpeado. Cada latido
que sentía en mi mejilla aumentaba mi decisión de quedarme en San
Diego con Christos.
Eventualmente, escuché los pasos de mamá por el pasillo hacia las
escaleras. Se iba con una rabieta.
Bien por mí.
Unos segundos después, escuché a mi padre murmurar mientras
caminaba por el pasillo tras ella. Mis padres se iban al día siguiente, así
que no importaba si pasaban la noche aquí o no. Podían pasarla en
una alcantarilla, por lo que me importaba.
La puerta de entrada se cerró de un golpe. Su Honda alquilado
aceleró y se alejó.
¡Que se vayan!
Estaba feliz que Christos y Spiridon no hubieran estado aquí para
observar el mal comportamiento de mis padres.
Me acosté en la cama y cubrí mis ojos con el brazo. Debo
haberme quedado dormida porque lo siguiente que supe es que
Christos estaba despertándome.
—¿Agápi mou? —dijo suavemente—. ¿Qué pasó con tus padres? El
auto no está y su habitación está vacía.
Deslizó mi brazo hacia mi pecho. Pesa cerca de cien kilos. Iba a
necesitar una grúa para levantarme de esta cama, estaba tan
deprimida. Ni siquiera diez kilos de helado podrían moverme ahora.
Christos se sentó suavemente junto a mí.
—¿Quieres hablar de ello?
—No —dije rotundamente.
Sonrió y asintió. Mi corazón se aceleró cuando asimilé esa hermosa
sonrisa suya. Derretía mi mundo cada vez. Todo el dolor que mis padres
me habían provocado se desvaneció en una presión difusa que era el
problema de alguien más. Al menos por ahora. Por ahora, iba a disfrutar
del brillo azul en la mirada amorosa de Christos.
Sonrió más.
—¿Estás segura? Hablar de ello lo mejorará.
Había resuelto mantener mis emociones controladas, pero con
todo el amor vertido por Christos, no vi la razón para contenerlos. Me
senté y envolví mis brazos a su alrededor y lloré suavemente.
—Christos, agápi mou, mis padres son malvados. Quieren que
renuncie al SDU y me mude de regreso a D.C.
Sentí a Christos tensarse de pronto.
—¿Qué les dijiste? —preguntó con cuidado.
—Les dije que estaban locos. —Lo sentí relajarse y derretirse contra
mí.
—Gracias a Dios. No creo que pueda soportar perderte. —Había
una suavidad en su voz que llegó hasta mi alma—. Te amo, agápi mou,
—dijo—. No quiero vivir sin ti en mi vida. No puedo imaginar despertarme
en una cama vacía porque, una vez que te vayas, mi cama
permanecerá tan vacía como mi corazón hasta el día que muera. La
vida sin ti será aburrida, gris, sin emoción y sin significado. Preferiría tener
una muerte rápida que vivir una vida vacía sin ti a mi lado.
Caray. Hermoso.
Sí, mi madre estaba totalmente equivocada con Christos.
—Oh, agápi mou —murmuré—, no iré a ningún lado.

Dos días después, estaba de regreso en el trabajo en el museo


Eleanor M. Westbrook.
—Samantha —dijo el señor Selfridge—, necesito salir por un tiempo.
Tengo una reunión con el rector de la Universidad Adams. Estaré fuera
por una hora. ¿Puedes manejar las cosas mientras no estoy?
—Claro —le sonreí desde donde estaba sentada, detrás del
escritorio de la recepción.
—Te veo en un rato —saludó mientras salía por las puertas.
En verdad amaba mi trabajo en el museo y realmente me gustaba
tener al señor Selfridge como jefe. Solo desearía que el museo pudiera
darme más horas. Le pregunté al señor Selfridge por ello hoy al principio
de mi turno, pero se había disculpado, el museo no tenía más horas que
dar.
Ahora que las clases del trimestre de primavera habían
comenzado, y mi dinero restante del préstamo se había acabado
pagando el primero de mis pagos mensuales por las instalaciones,
necesito más dinero pronto. Tengo que encontrar otro trabajo una vez
más. Con suerte, mi búsqueda de empleo no ocuparía todo mi tiempo
de estudio. La última cosa que necesitaba era que mi promedio bajara
lo suficiente para que mi préstamo fuera suspendido.
Con mis padres de regreso en D.C., en verdad sentía alivio, a pesar
que mi situación financiera era atroz. Mis padres solo eran otra molestia
con la que no tendría que lidiar. Iba a solucionar las cosas sin su ayuda.
De algún modo.
Ningún cliente ha venido al museo hoy, así que tuve algo de
tiempo libre. Saqué mi portátil y comencé a buscar trabajos en internet.
Tanto como odiaba la idea, era hora de aguantarlo y buscar un trabajo
como tutora de matemática. Había habido muchos la última vez que
busqué un trabajo.
Desafortunadamente, no me tomó mucho tiempo darme cuenta
que Sheri de las oficinas de Ayuda Financiera había tenido razón. Los
trabajos en general eran escasos estos días. Las numerosas listas de
tutorías de matemática que había visto hace unos meses no estaban.
Genial.
Suspiré y cerré mi computadora. Buscaría trabajo más tarde. Al
menos tenía el del museo, lo cual significaba un poco de dinero para
compensar mi crisis presupuestaria.
Una de las puertas de cristal del museo se abre y Tiffany
SinDiversion-Casadepopó entra usando un vestido apretado y zapatos
con plataforma. Ahí se fue mi buen humor. No es que tuviera mucho
para empezar, pero ella definitivamente lo mandó al fondo de un
profundo y deprimente pozo, del tipo de pozo con musgo en los lados
del que no puedes volver a subir, del tipo donde tienen que llamar al
grupo de rescate para sacar tu mal humor.
—Hola Tiffany —gemí cuando se acercó hasta el mostrador con sus
tacones de zorra.
Sonrió, pero no dijo nada.
—¿Qué te trae al museo? —pregunté sin ganas. Al menos no tenía
que decir: “Bienvenida a tómalo y corre. ¿Cómo puedo mejorar su
día?” Y ella no tenía una bebida en la mano para arrojármela en la
cara. Sonreí cuando me di cuenta que había poco que Tiffany pudiera
hacer aquí en el museo para arruinar mi día.
—Necesito un boleto —dijo bruscamente.
—¿Eres estudiante de arte? Porque si lo eres, no tienes que pagar.
Golpeó su gran bolso contra el mostrador y sacó su billetera. Debía
haber más de una docena de tarjetas de crédito allí. Sacó una de la
billetera y me la entregó.
—No sabía que te gustaba venir al museo de arte —dije
tímidamente, intentando entablar una conversación—. Es muy bonito.
Encuentro este lugar muy relajante, especialmente si tuviste un mal día.
Me miró fijamente.
—Está bien… —murmuré, y no le presté atención. Cuando firmó su
recibo, le entregué un boleto.
Lo arrancó de mi mano y se dirigió hacia la galería principal.
—Oh, um, ¿Tiffany? —la llamé—. Tienes que dejar tu bolso detrás
del mostrador.
Se detuvo en seco y se giró lentamente hacia mí. Estaba
esperando uno de esas revelaciones de películas de terror donde su
rostro luciría monstruoso de pronto, con una iluminación dramática y
colmillos chorreando, pero solo era la Tiffany de siempre, no es que
hubiera una gran diferencia.
Después de burlarse cerca de una hora, se dirigió hacia mí y arrojó
su bolso en mis manos.
Lo metí en uno de los cubículos detrás del mostrador.
Cerca de veinte minutos después, me di cuenta que necesitaba ir
al baño para cambiar mi tampón. Normalmente, el señor Selfridge
siempre está alrededor y podía conseguir que cubriera el mostrador.
Pero todavía estaba en su reunión.
¿Por cuánto tiempo se suponía que iba a estar fuera?
Di un paso y podía decir que estaba a punto de gotear. Odiaba
como un tampón podía renunciar a ti sin ninguna advertencia.
¿Dónde estaba el señor Selfridge?
En verdad tenía que ir al baño.
No es que fuera a cambiar mi tampón detrás del mostrador. ¿Qué
si alguien entraba al museo? Si hubiera usado una falda, quizás lo habría
considerado. Quizás. ¿Pero en pantalones? ¡Ni loca! Imaginé cómo
sucedería. Estaría en cuclillas detrás del mostrador, mis pantalones
alrededor de mis tobillos mientras intentaba meter un tampón nuevo
dentro del agujero en la presa, y ¡BOOM! Alguien entraría y me acusaría
de exhibicionismo.
No, gracias.
Muerdo mi labio inferior y utilizo mis poderes para hacer que el
señor Selfridge entré. ¿Dónde estaba? Di un paso tentativo hacia las
puertas al final del mostrador, lista para correr hacia los baños en el
segundo que entrara.
Apreté las piernas.
En cualquier momento, el señor Selfridge iba a entrar por esas
puertas…
Ya no podía esperar más.
Di otro paso hacia las puertas al final del mostrador.
Volví a mirar las puertas de entrada, y recurrí a mis poderes
telequinéticos. Los usé para atraer al señor Selfridge, de donde sea que
estuviera, hacia el museo.
Mierda. No estaba funcionando. Mi telequinesis era tan mala como
mi PES.
Otro paso.
Apreté las piernas.
Esto no era bueno.
¿Dónde demonios estaba el señor Selfridge?
Miré el reloj. No estaría aquí hasta por lo menos diez minutos. En
diez minutos, necesitaría llevar mis bragas y pantalones a la lavandería.
Pero no había ninguna lavadora en el museo y no tenía nada para usar
mientras esperaba. Tendría que ir a casa, pero tenía clases más tarde.
No tendría tiempo para ir a casa y volver antes que empezaran. Hasta
aquí llegó la tranquilidad de mi día.
Tomé una lapicera del mostrador y la agité en el aire como una
varita mágica. Pretendí ser Hermione de la película Harry Potter. Era la
intención lo que hacía toda la diferencia.
—Señor Selfridge, por favor aparezca, así mis bragas
permanecerán limpias. —Era lo mejor que podía inventar con poco
tiempo.
Tristemente, el señor Selfridge no apareció mágicamente en una
nube de humo.
A la mierda. Ya no podía esperar más.
La única persona en el museo era Tiffany. ¿Qué daño podría hacer
ella mientras estaba en el baño? No era una de esos locos que rajarían
una pintura con un cuchillo, ¿cierto? Esperaba que no. Además, tenía
su bolso detrás del mostrador y no creía que tuviera lugar en su
apretado vestido para un cuchillo. Y tampoco que fuera a tomar una
pintura de la pared y llevársela. Contrataría trabajadores para hacer
una cosa así, y no la había visto venir con un equipo de trabajo.
Está bien. Iba a arriesgarme. Salí cuidadosamente de detrás del
mostrador y me dirigí hacia el baño. Juro que solo moví mis piernas de
las rodillas para abajo para minimizar posibles fugas. Hubo mucho pie y
talón involucrado, pero estaba asombrada de cuán rápido podía
moverme sin usar mis rodillas.
Llegué hasta un cubículo en el baño y suspiré de alivio cuando vi
que mis bragas solo tenían una mancha roja. Al parecer, el hechizo que
hizo mi varita mágica no había mantenido mis bragas limpias. Hubiera
sido una bruja horrible.
Al menos la fuga había sido mínima. Y llegué justo a tiempo. Mi
tampón estaba listo para explotar cuando lo tiré en el contenedor.
Sequé el punto rojo en mi ropa interior con papel higiénico hasta que no
hubo humedad. Vaya, había estado cerca de desangrarme, sin juego
de palabras.
Cuando terminé mi asunto, lavé mis manos y troté de regreso al
mostrador.
El museo no estaba en llamas, el techo no se había derrumbado y
no había un grupo de personas lanzando bombas molotov, así que
imaginé que todo estaba bien. Nadie podría haber abierto la caja
registradora, porque tenía la llave alrededor de mi muñeca en una
banda elástica.
Era bueno.
Suspiré con alivio.
El señor Selfridge entró diez segundos después. Justo a tiempo,
señor Selfridge. No es que importara.
—¿Cómo estuvo su reunión? —le pregunté.
—Excelente. —Sonrió—. Gracias por preguntar.
Tiffany salió de la galería de arte y se dirigió al mostrador.
—Necesito mi bolso —se quejó.
—Oh, déjame conseguirlo para ti —dije entusiasta. Lo saqué del
cubículo y se lo entregué.
Lo arrancó de mi mano y salió por las puertas sin decir gracias. Era
una perra.
El señor Selfridge frunció el ceño.
—Supongo que a esa joven no le gustó el museo.
—No creo que le guste nada —dije.
Sus cejas se fruncieron, confundido.
—No fue nada que le dijiste, ¿verdad?
—No, solo tiene mal carácter.
Asintió con incertidumbre.
—Está bien, entonces. Bueno, voy a volver a mi oficina. Llámame si
necesitas algo. —Comenzó a caminar hacia el gran pasillo que llevaba
a las oficinas en la parte de atrás.
Una de las puertas del museo se abrió de golpe.
—¡Tú! —espetó Tiffany mientras caminaba por el salón hacia el
mostrador donde estaba.
No me sorprendía que hubiera regresado. No se las había
arreglado para arruinar mi día, así que iba a llamarme nombres o
demandar un rembolso porque odió el arte en el museo.
El señor Selfridge se había detenido en el otro lado del salón para
ver qué estaba sucediendo. Tiffany lo notó.
—¡Oye, tú! —gritó.
Él se sobresaltó.
—¿Puedo ayudarla señorita?
Arqueó su cadera y apretó sus puños contra su costado,
—¡Tu empleada robó mi tarjeta de crédito!
Hablé muy pronto. Nunca subestimes a Tiffany para hacer lo mejor
para arruinar mi vida.
El señor Selfridge caminó hacia el mostrador.
—Lo siento —le dijo a Tiffany—, ¿qué acaba de decir?
—Dije —resopló Tiffany—, que su empleada robó mi tarjeta de
crédito.
El señor Selfridge me miró por encima de sus lentes.
Suspiré. Al menos Tiffany estaba loca, solo tomaría un segundo
probarle al señor Selfridge que era inocente. Quiero decir, ¿Por qué
tomaría la tarjeta de crédito de Tiffany? Esta era la prueba de que
finalmente había enloquecido.
—Debe haberla tomado de mi bolso cuando me hizo ponerla
detrás del mostrador —refunfuñó.
El señor Silfridge alzó las cejas.
—Está loca. —Me reí a la defensiva—. No tomé su tarjeta de
crédito.
Tiffany golpeó su bolso contra el mostrador, lo abrió y luchó con su
contenido como si fuera un bolso lleno de ardillas rabiosas.
Eventualmente, sacó su billetera. La abrió y mostró el espacio vacío.
—¿Ve? La tenía justo aquí. No está.
Tambien tenía muchas otras tarjetas de crédito en su billetera, era
como si estuviera apuntando a un pastizal y acusándome de robar una
brizna de hierba.
Más importante, no la robé.
—¿Cómo sabes que no la perdiste en otro lugar? —me burlé—.
Quizás cayó de tu billetera. Quizás está en el fondo de tu bolso.
Tiffany entrecerró sus ojos.
—Ya miré —dijo entre dientes.
—Mira otra vez —me burlé.
El señor Selfridge observaba todo esto con interés neutral.
—No tomé su tarjeta de crédito, señor Selfridge.
—Eres una mentirosa —se burló Tiffany.
Él se aclaró la garganta y le dijo a Tiffany:
—Quizás estaría dispuesta a vaciar los contenidos de su bolso en el
mostrador, señorita.
Tiffany me lanzó dagas oxidadas con la mirada.
—Bien. —Levantó su bolso y todo cayó como un camión de basura
vaciando su carga en el basurero. Me sorprendió que no saliera una
nube de polvo. ¿Cómo encontraba algo allí? Creí que mi bolso estaba
mal.
Esparció todo el contenido en el mostrador hasta que pareció un
basurero.
—No está aquí —refunfuñó.
—¿Está segura que no lo perdió en otro lugar? —preguntó el señor
Selfridge.
—Sí. La usé para pagar mi boleto del museo. Tengo el recibo aquí.
—Sostuvo el pedazo de papel para mostrárselo al señor Selfridge—.
¿Ve?
Él asintió.
—¿Y la tarjeta no está en su billetera?
—¡No! ¿Quiere que saque todas las tarjetas de crédito para
probarlo?
—Sí, de hecho, quiero —dijo con calma el señor Selfridge. Al menos
estaba de mi lado en todo esto—. ¿Puedo ver el recibo de compra de
su boleto del museo?
Tiffany lo sostuvo en su mano.
Él lo examinó.
—Comprobaremos en número en el recibo con el de las tarjetas de
crédito en tu billetera.
Esto era un desperdicio de tiempo. Tiffany se había quedado sin
buenas ideas sobre cómo arruinar mi día, así que se estaba aferrando
desesperadamente a cualquier cosa que pudiera pensar para
enfadarme. Lo que sea. Lo había superado y a ella. Era un fastidio.
El señor Selfridge miró meticulosamente los números de cada
tarjeta con los números en el recibo. Cuando hubo terminado, suspiró y
me miró con severidad.
—No veo la tarjeta por ningún lado. ¿Podría estar en tus bolsillos?
Ella rió en su cara.
—¿Parece que tuviera bolsillos? —Señaló su vestido apretado. Ya
que era verdad que no tenía bolsillos, no me sorprendería si hubiera
arrojado en su culo solo para meterme en problemas.
—Quizás la dejaste caer afuera —sugerí. O la tiraste en los arbustos
o en el contenedor de basura a propósito.
Tiffany gruñó.
—Te lo dije, la tomó de mi bolso cuando lo dejé detrás de
mostrador mientras recorría el museo.
El señor Selfridge alzó una ceja y cruzó sus brazos. Acarició su
barbilla con una mano.
—¿Samantha? —preguntó, expectante.
—Lo prometo, señor Selfridge —suspiré—, no la tomé.
—Revise sus cosas —Insistió Tiffany—. Debe haberla robado.
¿Dónde más podría estar?
—Esto es una locura —dije, con aire ausente—. No tomé su tarjeta
de crédito, señor Selfridge.
—¿Tengo que llamar a la seguridad del campus? —demandó
Tiffany.
Miró entre Tiffany y yo. Dijo:
—La cosa más simple de hacer, Samantha, es que muestres tu
propia mochila. Si no tomaste la tarjeta de esta joven, no
encontraremos nada, ¿cierto?
—Sí —dije. Solo esperaba que Tiffany no demandara un cacheó al
desnudo después de buscar en mi mochila y no encontrar nada.
—No tengo nada que esconder. —Alcancé mi mochila de debajo
de mostrador y la coloqué al otro lado de donde no estaba la basura
de Tiffany. No la quería diciendo que sus cosas habían estado en mi
mochila. Saqué mi portátil y libros.
—¿Qué hay de los bolsillos laterales? —Demandó Tiffany.
—No tengo tu tarjeta de crédito, Tiffany —dije, mientras sacaba
todo de los bolsillos laterales y lo añadía a la pila de mis cosas en el
mostrador de vidrio. Entre bolígrafos, mis llaves, un lápiz labial, recetas
arrugadas, una lima de uñas, un delineador de ojos, dos tampones y
veinte de otra cosas, estaba mi billetera.
—¿Ves? Ninguna tarjeta de crédito.
—Revisa su billetera —insistió Tiffany al señor Selfrigde, como si yo no
estuviera allí.
—¿Te importa, Samantha? —preguntó él.
—No está en mi billetera. —Abrí mi billetera y se la mostré a
ambos—¿Tengo que revisar cada bolsillo?
Tiffany me dio una sucia mirada autoritaria.
—Sí, tienes que hacerlo.
—Bien. —Comencé a sacar las tarjetas de mi billetera y golpearlas
contra el mostrador—. MI licencia de conducir. —¡GOLPE!—. MI tarjeta
de identificación de estudiante de la Universidad. —¡GOLPE!—. MI
MasterCard. —¡GOLPE!—. Mi tarjeta de comprador frecuente de
Bath&Body Works. —¡GOLPE!—. Tarjeta de débito. —GOLPE—. Y…
GOLPE.
¿Por qué había una ostentosa tarjeta negra VISA en mi billetera?
Los labios de Tiffany se torcieron en una sonrisa victoriosa.
—Esa es mi tarjeta. Justo como creí. Ella la tomó.
¿Qué? Volví a mirar la tarjeta VISA. ¿Cómo se había metido en mi
billetera?
El señor Selfridge se estiró, tomó la tarjeta de mi mano y la examinó
de cerca.
—¿Tu eres Tiffany Kingston-Whitehouse, cierto?
Ella tomó su tarjeta de identificación de estudiante y su licencia de
conducir de su billetera, la cual el Señor Selfridge no había examinado y
se la mostró.
Él examinó ambas, luego me miró sobre sus gafas.
—Esto no luce bien, señorita Smith —murmuró.
¿Por qué había pasado de llamarme Samantha todo el tiempo a
señorita Smith de pronto? La respuesta era obvia. Había sido
incriminada por Tiffany ReinaDeLosIdiotas-Estupida y el señor Selfridge
creía que era una criminal.
—Le dije que ella la robó —refunfuñó Tiffany.
—Sí —suspiró el señor Selfridge—, me temo que esto no luce para
nada bien, señorita Smith.
Y así fue como fui despedida de mi trabajo en el museo de arte del
campus. Si alguien me hubiese ofrecido un trabajo trabajando desnuda
en un calabozo infestado de ratas como tutora de matemáticas para
violadores convictos, lo hubiera tomado con gusto.

El señor Selfridge no tuvo opción. Era la política académica en la


Universidad que cualquier estudiante empleado en un trabajo en el
campus sería despedido si era atrapado robando. El señor Selfridge
pidió disculpas, pero dijo que por la evidencia, tenía que dejarme ir.
La buena noticia era que Tiffany tenía su tarjeta de crédito de
regreso, y sé que no la había usado para pagar nada. Y estoy segura
que nadie la había usado en el tiempo que estuvo segura en su billetera
y en la mía.
La mala noticia era que Tiffany había presentado una queja oficial
con el Decano.
Qué sorpresa.
El señor Selfridge dijo que le diría al Decano que fui una empleada
modelo todo el tiempo que trabajé para él. Con suerte, inspiraría al
Decano a creer mi versión de los eventos. Con mucha suerte, obtendría
mi trabajo de regreso. Con el tiempo.
Solo deseaba que el señor Selfridge pudiera decirle al Decano que
Tiffany era una perra rica, quien me odiaba porque le robé a Christos, y
metió su tarjeta de crédito en mi billetera cuando había estado
cambiando mi tampón, pero no creía que eso le importara al Decano.
Mierda, debí haberme agachado tras el mostrador del museo como
pensé y cambiarme el tampón a plena vista. Entonces no sería un
callejón menstrual sin salida. Sí, era una imagen espantosa, pero de
algún modo capturaba a Tiffany.
Tiff, la Perra, era la perra épica de todo el universo. Mis disculpas a
todos las perras del mundo.
Hice una cita para ver al Decano Livingston.
Unos días después, me senté en la sala de espera de su oficina.
Mientras esperaba, garabateé otro dibujo de Tiffany siendo
asesinada de una forma atroz en mi cuaderno. Esta vez la tenía
enterrada hasta el cuello en arena mientras brillantes escorpiones
negros DeathStalrker (los cuales son los segundos más venenosos en el
mundo, aprendí) picaban sus ojos y extraños cangrejos practicaban una
descuidada cirugía plástica por todo su horrible rostro.
—El Decano la verá ahora —dijo su secretaria desde el escritorio.
Jadeé y cerré mi cuaderno de golpe, dándome cuenta que
comenzaba a parecer un cuaderno de odio de un asesino serial. Quizás
debería arrancar mis dibujos de Tiffany, solo me faltaba que alguien los
viera y los usara como evidencia de mi culpabilidad.
Metí el cuaderno en mi mochila y entré en la oficina del Decano.
Lucía como la clásica oficina de madera y libros de las Universidades
Oxford. Parecía fuera de lugar en San Diego, aun así ahí estaba.
El Decano Levingston estaba detrás de su escritorio. Era un hombre
mayor, alto con limpio cabello plateado y un conservador traje azul
marino.
—Tome asiento. —Señaló la silla de cuero frente a su escritorio.
Mientras caminaba por la enorme alfombra oriental, noté que el
Decano tenía un antiguo globo terráqueo montado en esos enormes
estantes de madera. En una de las bibliotecas estaba uno de esas
brújulas que utilizaban los capitanes de los barcos. Probablemente en
caso que el Decano de pronto necesitara explorar el nuevo mundo.
Ciertamente lucía lo suficientemente viejo para haber estado en un
barco de Colón. Solo esperaba que se considerase del tipo lindo de
exploradores que traían habilidades exóticas y especias para
comerciar, no el tipo malo que traía conquistadores o mantas infestadas
de viruela para invadir.
Me senté mientras el Decano abría una carpeta en su escritorio y
pasaba las páginas de esta. Creo que era mi archivo. Mi archivo
permanente. El cual decían en la secundaria que te atormentaría para
siempre. Genial. Ahora agregarían criminal a mi lista de transgresiones.
Continuó examinando los papeles mientras hablaba.
—¿Veo aquí que ha tenido un pequeño problema con su trabajo
en el museo de arte?
Tuve el presentimiento de que no era más que un número para él,
uno de miles que fueron a SDU. La universidad tenía más de treinta mil
estudiantes, así que no me sorprendería.
—Sí —dije.
—¿Eres consciente que cualquier estudiante atrapado robando en
el trabajo será despedido?
—Sí.
—¿Y que no hay excepciones a esta regla?
—Sí.
—¿Y que la Universidad de San Diego tiene una política de cero
tolerancia hacia los ladrones?
—Sí. —Puse los ojos en blanco. ¿Le pagaron solo para leer el
manual? Maldición, podría hacer el trabajo de este tipo. Apuesto que
pagaban muy bien y haría más que suficiente para cubrir mí matricula.
—Esta es una ofensa muy seria, señorita. ¿Qué tiene que decir? —
preguntó.
De pronto me sentí como cada criminal que dijo ser inocente
cuando nadie les creía. La única diferencia era, que un jurado no me
había condenado. Tiffany lo había hecho. ¿Cómo explicarlo? Iba con lo
obvio.
—Tiffany me inculpo.
—¿Quién es Tiffany?
—La chica que dice que he robado su tarjeta de crédito. —Suspiré.
¿Estaba siquiera escuchando? ¿O simplemente dudando? Hice lo
mejor para explicar lo que probablemente había hecho ella. Por
supuesto, solo puedo adivinar. Pero era todo lo que tenía para trabajar.
Mientras hablaba, noté al Decano lentamente se hundía más y
más en su resbaladiza silla de cuero. Su mejilla apoyada contra la mano
que colocó en el apoyabrazos.
Para mi horror, se deslizó tanto en si silla mientras hablaba que sus
nudillos estaban arrugando la piel de su mejilla por el lado de su
cabeza. Sus labios estaban tan estirados que formaban un espacio en la
esquina de su boca que no podía ser cerrado. Podía ver claramente sus
arreglos dentales.
—Mmm —murmuró, ausente.
Esperé que dijera algo más en respuesta a mi teoría sobre Tiffany.
Otro pliegue en la mejilla del Decano Levingston mientras continuaba
deslizándose en cámara lenta por la silla. Ahora había dieciséis pliegues.
Lo sé, porque tuve tiempo para contar mientras esperaba
educadamente para que respondiera.
Miré alrededor y observé las motas de polvo flotando en los rayos
del sol entrado de la ventana a mi derecha. Bailaban. Siempre me
gustaron las motas de polvo.
¡Hola! ¿Decano Levingston? ¿Está vivo allí? ¿Está dormido con los
ojos abiertos? Ciertamente, lucía lo suficientemente viejo como para
haber cruzado el Atlántico en la Santa María con Colón.
—La chica… —dijo.
¿Uh, si? ¿Qué demonios se suponía que dijera a eso? Alcé las cejas,
expectante.
Levantó un poco la suya en respuesta.
Alcé mi ceja un poco más.
Fue un tira y afloja, nuestras cejas subiendo un milímetro a la vez. Él
tenía ventaja porque la ceja en el lado de su rostro con la mejilla
arrugada tenía algunos centímetros más.
Está bien, ¿este era el juego de quien podía levantar más las cejas?
¿Ganaría si la mía tocaba mi cráneo? Porque estaban así de altas
ahora.
¡Cualquier día, señor Levingmuertoston!
Ya era todo. Exploté.
—¡Tiffany! ¿La recuerda?
—¿Quién?
Ya se había olvidado, ¿o había dormido todo el tiempo? Cualquier
cosa era posible.
Exasperada, espeté.
—Se lo dije, Tiffany era la chica que vino al museo de arte durante
mi turno y cuando fui al baño, debe haber puesto su tarjeta de crédito
en mi billetera así podría acusarme de robarla.
—El museo… —Suspiró como una bolsa de gas desinflándose.
Vaya, ¿solo habíamos llegado hasta allí?
—¿Cuál… cual museo? —Eructó.
Quiero decir eructó, un verdadero eructo.
—Discúlpeme… —dijo, arrastrando las palabras.
Caray, creo que acabo de ver su aliento salir por la esquina de su
boca, era tan espeso y fétido. Y de color marrón. Asco. Creo que una
mosca voló justo dentro y hacia su muerte. Tan asqueroso. En cualquier
momento, arañas iban a salir de su boca como si fuera una tumba. Al
menos su cadáver estaba mostrando signos de vida. Excepto que creo
que estaba dormitando otra vez.
—¿Señor Levingston?
Literalmente estaba mirándome fijo, pero no decía una palabra.
¡Despierte señor Levingston! Esto era inútil.
—¿Es un mal momento? —pregunté cuidadosamente.
Parpadeó.
¿Eso era todo? Definitivamente podría hacer el trabajo de este
tipo. ¿Me preguntaba en que consistió su entrevista de trabajo?
¿Parpadear más de dos veces en una hora?
¡Patético!
—Señor Levingston, en verdad necesito mi trabajo de regreso, —
rogué—. Y no tomé la tarjeta de Tiffany. ¿No hay nada que podamos
hacer? En verdad necesito trabajar o no seré capaz de pagar mi
matricula. —Tragué saliva, de pronto preocupada por admitir que al
estar teniendo problemas para cubrir la cuenta de mi matricula estaba
cavando mi propia tumba. La Universidad no quería estudiantes
quebrados que no pudieran pagar. Entonces otra vez, sospechaba que
el señor Levingston tenía una íntima relación familiar con las tumbas,
viendo como tenía una debajo de su escritorio y mantenía un pie en
ella todo el tiempo.
Parpadeó tres veces, un record para él, luego bostezó.
—Tendrás que hacer una apelación formal para la Universidad, en
este momento. —Bostezó otra vez—. Tendrás una oportunidad de
declarar tu caso frente a un tribunal de administradores. —No estaba
completamente despierto. La gente normalmente lo estaba cuando
estaban inclinándote e iban a golpearte con la vara de una escoba.
—Hasta entonces —advirtió—, no tendrás permitido trabajar en el
campus. Tambien serás colocada en libertad condicional académica
hasta que tu nombre sea limpiado. Si el tribunal encuentra que en
verdad eres culpable de robo, o si eres atrapada cometiendo otro
crimen en el campus, serás expulsada.
Tragué. ¿Qué? ¿Lo escuché bien?
¿Por qué me había levantado de la cama esta mañana?
¡Estúpida Tiffany!
Samantha
El clima cálido de primavera era perfecto en contraste con mi
estado de ánimo. Me senté fuera en una de las mesas en el Centro de
Estudiantes con Madison, Romeo y Kamiko. Todos comíamos tacos de
pescado para el almuerzo.
—Estoy jodida, chicos. —Suspiré.
—Dices eso como si fuera un problema —bromeó Romeo—. En mi
mundo, estar jodido es el resultado más deseable de cualquier
encuentro.
—¿Incluso si Tiffany Kingston-Whitehouse es la que te hace estar
jodida? —pregunté con escepticismo.
—Ahora que lo mencionas, siempre sospeché que esa chica tenía
pene. —Romeo rió.
—Es demasiado puta para ser un hombre o tener pene —dijo
Kamiko mientras sumergía un chip de tortilla en la salsa.
—Las perras en todas partes están encogiéndose porque las
estamos comparando con Tiffany. —Rió Madison.
—Tal vez podríamos comparar a Tiffany con residuos tóxicos o
cachorros asesinos —sugirió Romeo.
—¡No mates a ningún cachorro! —declaró Kamiko.
Romeo le frunció el ceño.
—¿Cómo es que decir ―cachorros asesinos‖ significa que ocurrió
realmente? ¿Qué haría a un cachorro en algún lugar del mundo morir
porque lo dije?
—No lo sé —dijo Kamiko tímidamente—, simplemente no lo digas.
Romeo puso los ojos en blanco.
—Has estado viendo demasiadas caricaturas, cariño. —Le dio un
mordisco a su taco de pescado.
Yo tomé un sorbo de mi té helado.
—¿Qué voy a hacer, chicos? Ni siquiera puedo encontrar un
trabajo de tutoría de matemáticas. No hay puestos de trabajo en
ningún lugar en este momento. Y, hasta que mi caso con Tiffany vaya a
revisión ante el tribunal académico de la SDU, Servicios de Carrera no
me dará otro trabajo en el campus. Soy un bien contaminado.
—¿Has tratando de buscar trabajo como esclava sexual? —
preguntó Romeo.
—¿Quién quiere una esclava sexual contaminada? —bromeó
Madison.
Miré hacia ella.
—Muchas gracias, Mads.
Ella sonrió.
—¿De verdad quieres trabajar como esclava sexual?
—Si la paga es buena, haré lo que sea —suspiré—. Pero ya
comprobé los anuncios de esclavas sexuales. Todos los dueños de
esclavos sexuales están buscando a alguien con experiencia.
—¿Experiencia en esclavos, o experiencia sexual? —preguntó
Romeo inocentemente.
—Estoy asumiendo que ambos —bromeé—. La mayoría de los
anuncios mencionan mordazas y experiencia con látigos. Nunca los he
usado tampoco.
—Si necesitas algún consejo —dijo Romeo—, avísame.
—Sí, Sam. —Kamiko sonrió—. Si necesitas práctica en azotar el
trasero de alguien, puedo hacerte una demostración en Romeo.
—Soy yo. —Romeo sonrió—. ¿O Kamiko sería una buena
dominatriz?
Miré a Kamiko, quien tenía sus manos en su regazo mientras se
inclinaba sobre la taza de su bebida, que estaba en la mesa, mientras
chupaba la paja. Se veía como una niña pequeña. Lo único que
faltaba era una paja loca de esas con formas. Le dije:
—Tal vez una dominatriz de dibujos animados.
—¿Lechuga mantequilla? —le dijo Romeo a Kamiko
sugestivamente, como si estuviera tratando de seducirla—. ¿Cultivada
localmente?
No estaba segura de lo que estaba hablando.
Tampoco Madison.
—¿Quieres decir una fiesta de lechuga mantequilla? —preguntó
Kamiko—. No eran dominatrices. Eran unicornios desnudistas.
—¿Dominatrices? —Romeo anunció con fuerza—. ¿Cuándo te
convertiste en la Srita. Diccionario, Kamiko? —preguntó Romeo con
escepticismo, como si la pronunciación de Kamiko fuera más rara que
los unicornios desnudistas masculinos.
Yo estaba tan perdida.
—Sí —dijo Kamiko—, dominatrices es la ortografía para la versión
plural de la palabra.
Madison me frunció el ceño.
—¿De qué están hablando?
Negué.
—¿De dibujos animados? ¿Del diccionario? No tengo ni idea. Mis
amigos están locos.
—¡¿Fiesta de lechuga mantequilla de más valientes guerreros?! —
sugirió Kamiko con la máxima de frustración—. ¡¿Episodio tres?!
¡¿Primera temporada?! —Dio una palmada en la mesa para enfatizar—.
¡¿Ustedes chicos no ven internet?!
—Sí. —Romeo me miró y a Madison sarcásticamente—. ¡Tonta!
—Mads —dije—, no puedo decidir quién está más maldito loco.
Ellos o nosotras.
—Sólo estoy comiendo mis tacos de pescado. —Ella se rió—. No
conozco a ninguno de ustedes.

Metí mi tarjeta de débito a uno de los cajeros automáticos en el


campus, cerca del Centro de Estudiantes. Necesitaba comprobar la
cantidad de dinero que quedaba en mi cuenta porque mi pago
mensual de matrícula se acercaba hacia mí a la velocidad de la luz.
Debería más de $ 5.000 a la SDU en unas pocas semanas.
Después de que metí mi PIN, presioné consultar su saldo. En lugar
de un número, el cajero automático se rió de mí y me dijo que
consiguiera trabajo. Me sorprende que no destrozara mi tarjeta y
parpadeara las palabras NO TIENES DINERO repetidamente.
Había gente esperando detrás de mí en la fila para usar el cajero
automático, por lo que cancelé y tomé mi tarjeta.
¿Dónde diablos iba a conseguir cinco de los grandes? Había
revisado los sitios web de búsqueda de empleo con microscopio y no
había encontrado nada. ¿Tal vez tenía que volver a Grab-n-Dash y
rogar por mi trabajo? Un recuerdo de olor a perros calientes y a orina en
poliéster de color arrugó mi nariz.
Tal vez no.
Sin oportunidad de vender un riñón u otras partes de mi cuerpo al
mejor postor, la única otra cosa que se me ocurrió fue comprobar la
línea para becas.
Me acerqué a la Biblioteca Central y configuré mi portátil cerca de
una ventana en el séptimo piso. Suspiré mientras me conectaba a la red
wi-fi de la biblioteca y buscaba a través de sitios web de becas. No
tardé mucho en darme cuenta que la mayoría de los plazos de solicitud
ya habían pasado. No es que importara. La mayoría de ellas no
pagaban ningún dinero hasta el otoño.
Me senté en mi silla y suspiré. Miré la increíble vista de San Diego.
Siempre me encantaba estar cerca de las ventanas de la Biblioteca
Central. Desde el séptimo piso, donde estaba sentada, se podía ver por
millas.
Por lo general, la vista me levantaba el ánimo. Lástima que nada
menos que una grúa de construcción pudiera levantar mi ánimo hoy.
Suspiré y volví a mi búsqueda de empleo. Tratando de mantener el
optimismo, entrecerré mi búsqueda en Internet a plazo de solicitud. No
había muchas becas que quedaran en la lista.
Encontré una para directores de gaita. ¡Pagaba siete mil dólares!
Las gaitas no podría ser muy difíciles de tocar, ¿verdad? Tomaría
totalmente doble licenciatura en gaitas si eso significaba siete mil
dólares. El único problema era que ni siquiera podía permitirme un
conjunto de gaitas. Incluso si pudiera, no me sorprendería si Christos o
Spiridon me echaran de la casa por quitarles las bolsas-de-pedos. Pero
tocaría cada maldito día si eso significaba $ 7.000. Mierda. ¿Con quién
estaba bromeando? No creo poder hacerle frente a todo ese graznido.
Siguiente.
Había una beca para personas que estudiaban el idioma Klingon.
Había visto Star Trek. ¿No el klingon era solo gruñidos? Podía gruñir.
También había una para La Biblioteca nudista de Investigación de
América. No, en serio. Lo leí en Internet. ¿Qué hacían los investigadores
que investigaban a los nudistas, de todos modos? ¿Checar el aumento
de la incidencia de cáncer de piel entre los desnudos? ¿Su caída
temprana, tanto para hombres como para mujeres? Porque saben, la
caída era el mayor problema que enfrentaban los nudistas. En serio
hubiera enviado mi solicitud si no fuera por el hecho de que tenía que
vivir en una colonia de nudistas para calificar. Ni siquiera sabía dónde
encontrar una colonia nudista, a menos que contara a los modelos de
arte. ¡Oye! Tal vez con todas las chicas viniendo al estudio de Christos
todos los días, ¡la casa Manos calificara! Presentaría totalmente una
solicitud.
Busqué becas por otras dos horas y envié solicitudes a una docena
más. Con un poco de suerte, en realidad podría ser aceptada por una,
pero no estaba conteniendo la respiración.
Tenía que asumir que no estaba más cerca de cubrir los $ 5,000
que le debía a la SDU que cuando empecé.
¡Demonios!
Ew.

Mis clases de primavera consistieron en: Sociología 3, Historia 3 —


que se centró en América del siglo XX—, Pintura Plein Air —que Kamiko
me dijo que tomara porque ella lo hacía—, y Dibujo de figura —alguno
que Romeo y Kamiko estaban tomando—.
Me las había arreglado para obtener B en Sosh e Historia durante el
trimestre de invierno, para mi sorpresa. Creo que todo lo atiborrado que
hice para los exámenes intermedios y las finales compensó mi tendencia
a garabatear en mi cuaderno de dibujo durante la clase. Con mis
problemas financieros actuales, me prometí poner total atención y
tomar notas durante Sosh e Historia con ese término. No más garabatos.
La última cosa que necesitaba era una mala GPA para hacer mi
situación de ayuda financiera peor de lo que ya era.
Encontré a Kamiko fuera del edificio de Artes Visuales para nuestra
primera clase de pintura Plein Air. Sólo nos reuníamos una vez por
semana, los miércoles por la tarde. ¿Cuán impresionante era eso? Las
dos sosteníamos caballetes portátiles que se doblaban al tamaño de
una maleta. Había tomado prestado el mío de Christos. Tenía varios en
el estudio. No podía permitirme el lujo de comprar uno, y era un requisito
para la clase, así que estaba de suerte.
—¿Por qué tenemos estos caballetes? —le pregunté.
—Ya verás. —Kamiko sonrió mientras entrábamos en el edificio de
Artes Visuales.
—Sabes —arrugué la nariz—, Plein Air suena un poco aburrido. —
Estaba pronunciándolo como ―plain‖ porque no tenía ni idea de cómo
decirlo—. ¿Vamos a pintar cosas planas? ¿Cómo helado de vainilla y
arroz blanco? Porque no veo cómo podríamos pintar aire plano. ¿A
menos que pintáramos el cielo? ¿Y por qué tiene que ser simple, cómo
sólo pintar cielos despejados? ¿No es simplemente poner pintura azul en
un lienzo?
Kamiko me sonrió con indulgencia mientras sostenía la puerta
abierta de la sala de clases.
—No, tonta.
A diferencia de mis clases de arte anteriores, que habían tenido
lugar en cuartos que eran obviamente paraísos de los artistas, la sala de
Plein Air era pequeña y anodina. Las paredes estaban en blanco. Había
un escritorio de un profesor en la parte delantera de la sala, uno de esos
antiguos de metal que parecían un acorazado gris que había visto
varias guerras. Y, por supuesto, un montón de estudiantes con sillas de
escritorio con asientos de plástico amarillo mostaza abarrotados juntos.
Había estado en lo cierto sobre lo plano. Esta se parecía a cualquier
aula de la secundaria al azar en Estados Unidos. ¿No se suponía que era
una Universidad?
—¿Por qué siento como que vamos a pasar las próximas tres horas
en prisión? —le pregunté a Kamiko.
Ella arqueó las cejas, pero no dijo nada.
Unos estudiantes estaban en contra de las paredes con sus
caballetes portátiles. No había mucho espacio para ponerlos. Tal vez es
por eso que teníamos caballetes portátiles, para podernos apretar en el
escaso espacio disponible restante.
Unos minutos más tarde, una mujer de mediana edad entró en la
habitación. Tenía el cabello rizado y una gran sonrisa. Llevaba un
sombrero de ala ancha y un chaleco de cazador de color caqui con un
montón de bolsillos sobre una camisa y pantalones vaqueros de manga
larga. Botas de montaña completaban su atuendo. ¿Iríamos de safari?
—Hola a todos —dijo—. Mi nombre es Katherine Weatherspoon, y
seré su instructora de Plein Air hasta el término de la primavera. Si no se
han dado cuenta a estas alturas, vamos a pintar al aire libre por las
próximas diez semanas. En plein air —lo dijo con un acento que sonaba
como que decía “plain air”—, es una expresión francesa que significa
“al aire libre”. Todo el mundo, reúna sus caballetes. Nos dirigiremos
afuera.
Los estudiantes recogieron sus caballetes y siguieron a Katherine
Weatherspoon por la puerta.
Yo me incliné hacia Kamiko y susurré:
—Estaba en lo correcto, vamos a estar pintando el cielo azul todo
el trimestre.
—Es peor que eso —susurró Kamiko—, realmente vamos a pintar el
aire, como el oxígeno. Así que sólo será claro. ¿Te acordaste de traer un
tubo de esmalte acrílico transparente? Porque ese es el único color que
vas a necesitar.
—¿Qué, como algo transparente? ¿Sólo vamos a poner pintura
clara sobre los lienzos?
Kamiko se encogió de hombros.
Esto iba a ser muy aburrido. Supongo que no todos los aspectos de
la pintura son ganadores.
—¿A dónde vamos? —le pregunté a Kamiko mientras
caminábamos detrás del último de los estudiantes.
—No tengo idea —dijo.
Caminamos a través del campus, a través de Adams College, y
fuera al Boulevard North Torrey Pines. Cruzamos la luz cuando cambió a
verde.
—¿Vamos a los acantilados? —le pregunté.
—Supongo —dijo Kamiko.
Efectivamente, terminamos en los acantilados al oeste del campus
de la SDU. Pasaron por alto la playa y el océano Pacífico. Había un
montón de aire normal para pintar ahí. Hurra.
—Aquí está bien —dijo la profesora Weatherspoon, fijando su
caballete portátil abajo—. Todo el mundo, encuentre un lugar para
dejar sus caballetes, entonces empezaré una demostración.
Kamiko y yo encontramos un lugar juntas. En realidad no importaba
dónde pudiera acomodarme porque había oxígeno en todas las
direcciones.
Unos minutos más tarde, la profesora nos tenía a todos reunidos
alrededor de su caballete. Tenía un lienzo muy pequeño montado sobre
el mismo, de alrededor de cuatro por seis pulgadas. Con su paleta
portátil ya cubierta con pequeñas cucharadas de aceite, comenzó a
pintar. Usó una pequeña palita de metal, a la que seguía refiriéndose
como espátula, mezclaba colores en su paleta y los extendía en el
lienzo. No pasó mucho tiempo para que cubriera el lienzo con colores.
Me di cuenta de que la mitad que estaba pintando era la curva de los
acantilados de Torrey Pines hacia el sur, la playa, el mar y el cielo. Su
pintura era realmente increíble, parecida a una fotografía descuidada
hecha de pastel glaseado. Si entrecerraba mis ojos, parecía la cosa
real.
Cuando la profesora terminó, se volvió hacia los estudiantes y
sonrió:
—Ahora sigan y comiencen con sus pinturas. Voy a estar
caminando alrededor para ayudar a todo el mundo.
Kamiko y yo caminamos a nuestros caballetes. Ahora que me di
cuenta de que no íbamos a pintar oxígeno invisible todo el tiempo,
ajusté mi caballete, así quedé frente a los acantilados al sur, igual que la
profesora.
No tenía un cuchillo de paleta, por lo que acabé por utilizar los
pinceles. No estaba acostumbrada a trabajar en un tema tan
complicado como los acantilados y las olas. Había diez millones de
cosas diferentes para pintar en mi campo de visión. Estaba un poco
nerviosa. Bajé mi pincel y me froté la frente con el dorso de la muñeca.
—¿Teniendo problemas? —preguntó la profesora Weatherspoon.
Estaba tan acostumbrada a la mala onda y al sarcasmo del
trimestre pasado de Marjorie Bitchinger, que tenía miedo de decir algo
por temor a incurrir en la ira de la Profesora Weatherspoon.
—Está bien —dijo con voz amable—, hay mucho que averiguar de
una vez. —Sonrió—. Lo que quiero que hagas es que te centres en las
grandes formas primero. Trabajar de grande a pequeño y agregar el
detalle a la pasada. ¿Puedes hacer eso? —preguntó, tratando de
alcanzar mi pincel.
—Sí, totalmente. —Sonreí.
Ella tomó mi pincel, limpió alguna sombra natural en mi paleta e
hizo las pocas líneas de los acantilados.
—Puesto que estás usando un pincel, pintarás delgado. No quieres
demasiada pintura haciendo un lío por todo el lienzo. —Enjuagó el
pincel en mi pequeño frasco de Turpenoid, entonces entró en una
mezcla fina de color blanco y azul ultramarino—. Pon la línea del
horizonte, así —pintó una línea horizontal azul débil—, para que sepas
dónde está. —Limpió el pincel de nuevo, lo mojó en algún ocre amarillo,
y escribió la línea de la playa, donde se reunía con el agua. Mi pintura
ahora parecía esquemas de colores a la vista—. Ahora todo lo que
tienes que hacer es llenar todo. —Sonrió y me entregó mi pincel antes
de alejarse para ayudar a otros estudiantes.
Mi buen humor había vuelto. Me volví hacia Kamiko.
—¿Es esta una clase de verdad? Parece demasiado divertida.
—Lo sé, ¿verdad? —Sonrió mientras mezclaba un montón de verde
talo con azul cerúleo en su paleta.
—Tal vez podamos abandonar la escuela y ser pintoras de Plein Air
por el resto de nuestras vidas.
—Suena como un plan para mí. —Ella sonrió mientras aplicaba
pintura azul verde en su lienzo donde las olas verdosas se encontraban
con la arena dorada de la playa—. Podemos hacer autostop a través
de Estados Unidos y pintar lo que veamos.
—Entonces podemos publicar un libro de nuestras pinturas —sugerí.
—Totalmente. —Kamiko sonrió.
La pintura Plein Air fue impresionante. Cuando la clase terminó más
de tres horas después, empacamos todo y caminamos de regreso a la
SDU.
Había olvidado totalmente mis problemas financieros durante todo
el tiempo. Y por eso, estaba agradecida.
Pero ellos no se habían olvidado de mí.

Cinco personas estaban de pie delante de mí en la fila para el


cajero en el banco Del Mar cuando entré a la mañana siguiente.
Por lo que entendí, si le entregabas una nota al cajero del banco
diciendo que tenías un arma y querías dinero, te lo daba. No
preguntaban si tenías un arma. Simplemente asumían que lo hacías, y te
pagaban, lo que significaba que estaba de enhorabuena porque no
tenía arma. Había considerado parar en una tienda de Todo a noventa
y nueve centavos para comprar una pistola de juguete, pero no tenía
99 centavos de sobra, así que decidí improvisar.
Por supuesto, cuando le entregues la nota al cajero, también
apretaban el botón de alarma baja y la policía se presentaba, pero yo
era rápida sobre mis pies. Podía irme antes que el equipo SWAT llegara y
las armas empezaran a salir.
Además, se trataba de San Diego. ¿Incluso tenían equipos SWAT en
San Diego? El guardia de seguridad en este banco era viejo. Estoy
bastante segura de que tenía un plátano en su funda. Eso estaría bien.
Y sólo iba a pedir $10,000 para cubrir mi matrícula. Ni un centavo
más. Me gustaba pensar en ello como una beca, porque nadie
esperaba que pagaras las becas.
La persona frente a mí era un hombre bulboso en una cazadora
descuidada y pantalones caídos. Se mantenía aclarándose la garganta
cada cinco segundos. Creo que tenía una bola de pelo. Estaba
esperando que cayera en cuclillas en el suelo de mármol, con la
cabeza colgando entre los omóplatos, y entrar ilegalmente en él como
un gato, pero nunca lo hice. Él siguió tosiendo.
Finalmente, la cajera llama a bola de pelo hasta el mostrador. Él
saca una pila de dinero en efectivo, que contó enfrente de la caja,
tosiendo después de cada quinto billete que dejaba como un reloj.
Creo que estaba haciendo un depósito en efectivo. No entendía por
qué estaba contándolo. Ese era el trabajo del banco. Pero él insistió.
Nos llevó una eternidad. Tosía tan a menudo, que estaba teniendo el
impulso de limpiar mi propia garganta. ¿Habría esporas tóxicas en el
aire? Sea cual sea lo que bola de pelo tenía, era contagioso.
Me estaba poniendo cada vez más nerviosa a cada segundo
porque era la próxima. Por un momento, pensé en irme, pero no lo hice.
Tenía que pasar por esto. Tan pronto como bola de pelo se fuera,
pediría diez de los grandes.
Cerca de diez horas y un millón de tosidas más tarde, bola de pelo
terminó. Me acerqué a la ventanilla y abrí la boca para hablar.
Lo que salió fue un tosido. Estúpida bola de pelo. Realmente
estaba alcanzándome. Me aclaré la garganta varias veces. Cuando
terminé, la cajera me miraba como si tuviera tuberculosis.
Probablemente la tenía. Gracias, Amo de las bolas de pelo.
—Ejem. —Tosí por última vez. Me retorcí las manos. Iba a hacer esto.
Necesitaba diez de los grandes. Mi corazón estaba latiendo. Era el
momento de pedir mi dinero.
—¿Puedo ayudarle? —preguntó el cajero como si estuviera a
punto de llamar al Centro de Control de Enfermedades para que me
pusieran en cuarentena.
Mi garganta estaba sintiendo cosquillas de nuevo, pero quería que
se relajara.
—Sí —le dije con voz ronca—: ¿Necesito hablar con alguien acerca
de cómo obtener un préstamo?
—Ciertamente. —El cajero sonrió falsa secamente—. Haré que uno
de nuestros encargados de préstamos hable con usted. Si pudiera
tomar asiento por allá —señaló la esquina del banco—, alguien saldrá
para hablar con usted en breve. —No podía esperar para quitarme de
su espacio para respirar.
—Gracias —le dije y me senté en una de las sillas. Mi garganta
todavía me hacía cosquillas, pero me negué a comenzar a toser de
nuevo mientras esperaba.
Eran las diez de la mañana, y había decidido cortar clases hoy y
tratar de resolver mis problemas de dinero. Quiero decir, ¿cuál era el
punto de estudiar si no podía pagar mi factura de matrícula cuando
estaba a punto de vencer?
Por desgracia, no había podido encontrar un solo puesto de
trabajo en línea, y las becas no se veían más prometedoras. Todavía no
le había dicho a Christos acerca de que perdí mi trabajo en el museo.
Habían pasado dos semanas ya, pero lo último que quería hacer era
molestarlo con mis problemas de dinero. Con todas las pinturas que
necesitaba terminar para su próxima exposición en una galería pesando
sobre él, tenía más que suficiente estrés ya, y se estaba carcomiendo. Su
continua manera de beber era la prueba.
Cuando el encargado de crédito, finalmente me llamó a su
cubículo, me disgusté al descubrir que necesitaba un aval para un
préstamo de $10.000.
Excelente.
¿Dónde iba a encontrar un aval? ¿En mis padres? ¡Ja! Eso era lo
más divertido que había oído nunca. ¿En Christos? No podía pedírselo.
Una cosa era vivir en su casa sin pagar alquiler, otra hacerlo responsable
de una gran parte del cambio. No podía hacerlo. Y no podía pedírselo
a mis amigos. Ellos no tenían dinero de sobra.
¿Tal vez tendría que ir a Las Vegas el fin de semana y ponerle un
poco de dinero a las máquinas traga monedas? Oh espera. No tengo
dinero para entrar a jugar.
¿No había una especie de organización de prostitutas en la
universidad que representaba a jóvenes mujeres universitarias como yo,
y sólo te emparejaba con chicos atractivos? No, creo que leí eso en una
novela romántica en alguna parte. No podía ser real. Además, tenía
novio.
Estaba fuera de opciones.
De las cuerdas, de todos modos.
Me senté en mi auto en el estacionamiento fuera del banco y lloré
mientras inclinaba la cabeza contra el volante. Mi cabello se envolvió
alrededor de mi cara y se pegó a mis mejillas húmedas. Cuando me
quedé sin lágrimas, me dirigí a la UTC, al centro comercial justo al este
de SDU. Caminé de tienda en tienda, preguntando acerca de trabajos,
igual que había hecho con Romeo hace unos meses.
Nadie estaba contratando.
Ni siquiera el Hot Dog On A Stick. Consideré esperar hasta que una
de las chicas de los perros calientes tomara un descanso para poder
dejarla inconsciente y robarle el uniforme multicolor. Estaba tan
desesperada, que usaría uno de sus trajes de payaso y me re enfocaría
en oler como perro caliente si significaba tener un poco de dinero
entrando.
Debido a que la UTC fue un fracaso, me dirigí a Mission Valley y fui
al centro comercial Fashion Valley, al Hazard Center y al Westfield. Llené
varias solicitudes y las dejé con las promesas de que los gerentes que
me darían una llamada si algo se abría.
Cuando fui a casa esa noche, estaba agotada. Había buscado
trabajo durante nueve horas seguidas. Mis pies me estaban matando.
Revisé el estudio por Christos pero no estaba allí. Caminé arriba y lo
encontré desmayado en nuestro dormitorio. Apestaba a alcohol. Se
estaba emborrachando todos los días ahora.
Cuando en Roma.
Estaba tan cansada y hambrienta y frustrada y desanimada de mi
búsqueda de empleo fallido hoy que decidí distraerme.
Me dirigí a la tienda de comestibles bajo el amparo de la oscuridad
y compré una brazada de helado. Cuando regresé a la casa, no pasó
mucho tiempo para que estuviera tan llena de helado que estaba
chapoteando cuando entré en uno de los baños de la planta baja.
Descargué mi helado recién consumido en privado y me preparé para
la segunda ronda. Regresé al congelador y saqué otra pinta.
Mmmm, helado.
Gag.
Comí dos pintas más antes de tener suficiente e irme a la cama.

Unos días más tarde, entre a Sociología 3 e Historia Americana 3,


pasando varias horas estudiando en la biblioteca principal. Cuando
llegó el momento de ir a lectura de historia, cerré mi laptop y me dirigí a
la puerta junto a la escalera.
Había una gran escalera en espiral alrededor de la torre de
cemento cuadrada que apoyaba del cuarto al séptimo piso de la
Biblioteca Central. Desde el exterior, la Biblioteca Central parecía un
árbol de roble cuadrado de cemento en cuclillas con una base
estrecha que apoyaba los cuatro pisos de la parte superior.
Bajar las escaleras dentro de la base de tres pisos siempre me
recordaba descender a una cripta gigante, como en las pirámides,
pero sin jeroglíficos frescos en las paredes. Era gris y lúgubre.
Lástima que no fuera a encontrar ningún sarcófago de oro en la
parte inferior de las escaleras, o cualquier otro tesoro que los ladrones
de tumbas encontraban siempre cuando irrumpían en las pirámides. Oh
bien.
Por lo menos era ejercicio.
Cuando salí de la escalera al lado de los ascensores, pasé por un
pasillo que tenía cajas de vidrio en ambos lados. Las cajas contenían
una colección siempre cambiante de exposiciones de estilo museo de
todo tipo de cosas: libros antiguos, cerámicas, objetos de arte popular,
o arte a veces real. Hoy, me di cuenta de que había una nueva
exposición en varias de las cajas.
Para mi sorpresa, cuando leí una de las pancartas, descubrí que
era el arte original de la tira cómica de Dennis the Menace.
Me detuve a mirar el arte más de cerca. Sólo había visto el arte de
Dennis the Menace en el pulposo periódico que mi papá miraba cada
mañana. De cerca, el arte entintado original era magnífico. Las líneas
eran tan precisas y nítidas, pero estilizadas y muy geométricas. Nunca
había hecho una observación como esa antes de haber empezado a
estudiar dibujos tan intensamente hace seis meses. Solía bastarme
pensar en Daniel The Menace como en dibujos animados con lindos
trazos. Ahora tenía algo vagamente profundo que decir. Estaba tan
orgullosa de mí misma.
Tal vez había encontrado un tesoro en el fondo de esa escalera de
biblioteca.
—Hank Ketcham es increíble, ¿verdad? —preguntó Justin
Tomlinson.
—¡Oh! —Di un grito ahogado. Había estado tan absorta en el arte,
que no me había dado cuenta de que había entrado—. Hola, Justin.
Justin llevaba una chaqueta deportiva ligera de cuero sobre una
camiseta impresa con cuello en V y pantalones de pitillo. Parecía que
estaba a punto de subir al podio en el Grammy y aceptar un premio al
mejor vocalista masculino.
—La biblioteca acaba de conseguir arte esta semana. Me muero
por verlo en persona —dijo.
¿Arte? ¿Cuál? Estaba ocupada admirando el sentido impecable
de la moda de Justin. Era elegante y distinguido. Apuesto a que tenía su
propio armario y consultor personal de estilo. Su cabello estaba
desordenadamente cuidado de una manera atractiva que parecía
fácil y relajada pero probablemente le tomaba una hora organizar.
Una mirada a Justin y mis observaciones profundas de arte habían
volado por la ventana.
—¿Qué piensas de eso? —Sonrió Justin.
¿De su cabello? Era increíble. ¿De su sonrisa? Aun mejor.
—Eh...
Justin frunció el ceño.
—¿Arte? ¿Qué opinas del arte?
—¡Oh! ¡El arte! ¡Sí! ¡El arte es increíble! —Creo que era de
conocimiento común que las personas culpables terminaban cada
frase con un signo de exclamación. No es que fuera culpable. No era
culpable de nada. ¿Y qué si Justin era adorable?
Justin asintió lentamente con una extraña mirada en su rostro. Creo
que no sabía qué decir, porque estaba tratando de decidir si o no
estaba clínicamente loca.
No estaba segura de qué decir tampoco, así que asentí hacia él.
Asentir, guiñar, guiñar. Podría seguir asintiendo todo el día como una
muñeca si él lo hacía también. ¡Asentir! ¡Asentir! ¡Asentir! ¡Gran sonrisa!
¡Un montón de dientes! ¡Tan no culpable de encontrar a Justin
adorable! ¡ASENTIR! ¡ASENTIR! ¡ASENTIR!
—¿Por qué me siento como si estuviera atrapado en medio una tira
cómica Daniel the Menace? —preguntó Justin.
¿Porque lo estábamos? Salvo que en este caso, era Denise the
Menace, y yo era Denise.
Negué, tratando de recuperarme. Eso hizo el movimiento de mi
cabeza aún peor. ¡Quédate quieta! Sonreí tan ancho que las mejillas
me dolieron. Tuve un momento para darme cuenta de que a pesar de
que tenía un novio increíble, algunos hombres tenían poderes de
monería otorgados por el diablo. No era mi culpa que Justin fuera
deslumbrante. Cualquier mujer que echara un vistazo hacia él se
volvería una muñeca de las que mueven la cabeza al segundo que lo
viera.
—Entonces, eh —tartamudeó Justin, sonando incómodo—, ¿hiciste
algunos bocetos más para el wombat?
¿Qué era un wombat de nuevo?
Bueno, había tenido suficiente de mi estado sin cerebro. Mordí el
interior de mi mejilla, sorprendiéndome a mí misma de mi loco estupor.
Haciendo una mueca, porque ahora el interior de mi mejilla
realmente me dolía, le dije:
—Te iba a preguntar, ¿ya votaron ustedes chicos? —Habían
pasado un par de semanas desde que le había dado todos mis diseños
para la Olla de Fumadores Wombat.
—Aún no. Algunos de los otros artistas todavía están trabajando en
las ideas.
—Eso es bueno. —Asentí. Asentir, guiño, guiño.
¡¡DEJA DE ASENTIR!!
Mi mejilla me dolía demasiado para morderme de nuevo, y no iba
a morderme el otro lado, así que suspiré, puse los ojos en blanco, y dije:
—Quería meter unos pocos más antes de la votación.
—¿Los tienes ahora? —preguntó.
—Eh, no. He estado como, ahh... ¿ocupada últimamente? —Las
personas culpables también terminaban sus oraciones con signos de
interrogación. ¿O eran las personas rotas cuyos padres eran pinchazos?
Lo olvidé. Uno o el otro.
—Bueno, ten nuevos dibujos para mí tan pronto como sea posible.
Sí, estaba en ello. ¡NO. NO LO ESTABA!
Justin continuó, sin darse cuenta de que estaba esquizofrénica.
—Probablemente tomaré un voto al final de la semana.
—Está bien. —Le sonreí, haciendo mi mejor esfuerzo para no agitar
mis pestañas. Eran los poderes del diablo sexys de Justin los que me
obligaron a hacerlo.
—Por cierto, ¿Tú y Romeo llegaron a alguna idea para las
historietas? Ya estamos armando el próximo número de la impresión. El
plazo de presentación está a la vuelta de la esquina.
—Tenemos unas pocas, pero ambos hemos estado bastante
ocupados. Romeo siempre tiene cosas importantes de teatro que
toman posesión de su tiempo.
—Bueno, incluso si no llegan a la fecha límite, Romeo todavía
parece un buen chico. Con un montón de ideas divertidas. Deberías
llevarlo totalmente a la próxima reunión de personal.
—Está bien. —Asentí. Quise decir, incliné mi cabeza para indicar
estar de acuerdo sin asentir, asintiendo, asintiendo.
¡¡DETÉNTE!!
—De todos modos —dijo Justin—. Tengo qué correr a clase. ¿Me
enviarás un correo electrónico con cualquier material nuevo si
consigues algo?
—Está bien.
Antes de caminar fuera, esboza una sonrisa y dice:
—¡Laters!
Espera, ¡había terminado su frase con un signo de exclamación! ¡Y
la anterior con un signo de interrogación! ¿Significaba eso que estaba
sintiéndose culpable? ¿O era sólo que yo me sentía culpable? Bueno
“¡Laters!” era sólo una palabra y no contaba como una frase, ¿no?
¿Acaso Justin me gustaba? ¡¿O quiso decir que estaba loca?! ¿¡¿Tal vez
ambos?!?
Oh, eh, eh. Eso podría complicar las cosas para mí. Él me gustaba.
Y estaba loca.
RECUPÉRATE.
Nótese la ausencia de culpables signos de exclamación. Esa era mi
voz cuerda diciéndole a mis queridos lamentos que se callaran.
Suspiro.
Necesitaba una lobotomía.
Caminé fuera al aire fresco con la esperanza de que me ayudara a
aclarar mi cabeza y que Justin se había ido para no pensar que lo
estaba acechando.
¡No lo estaba acechando! ¿Oh, sí?
¡¿¡Prometo que no lo hacía!?!
¿Dónde estaba esa lobotomía? Oí que podría utilizar un pica hielo
para atravesar la cuenca de mi ojo y funcionaba bien.
Grandes bolas.
De todos modos, realmente esperaba que Justin no estuviera
siendo amable conmigo sólo porque estaba interesado en mí. No era un
imbécil como Hunter Snakeley, pero era el editor de The Wombat. No
quiero esquivar el voto a favor de mis dibujos wombat sólo porque
pensaba que podría hacerme como él. Y no quería esquivar el voto en
contra de mí si pensaba que no le gustaba. Quería ganar en buena lid.
Espera, acabo de recordar que Justin había sido quien se acercó a
mí primero el trimestre pasado. Había estado acosándome por quién
sabe cuánto tiempo. No acosas a alguien en el que no estás interesado,
¿verdad?
¡Gimo!
¿¡¿Por qué mi vida es tan complicada?!?
¡No soy culpable!
¡Lo juro!
Quiero decir, lo juro.
No hay signos de exclamación o signos de interrogación en ese
momento.

El sol amarillo pasa caliente a través de la superficie del Océano


Pacífico mientras aparco mi VW en el camino de entrada de la casa
Manos. Me acerco a la puerta con mis llaves tintineando en mi mano.
Siempre tenía una sensación de alivio recorriéndome cuando llegaba
casa. Cuando estaba a punto de deslizar mis llaves en la cerradura de
las puertas delanteras dobles, la puerta fue jalada por dentro.
—¡Gracias a Dios que estás aquí! —soltó Sophia, de pie en la
puerta. Sophia era una de las otras modelos de Christos. La había
encontrado varias veces antes. Tenía los ojos de Europa del Este y los
labios carnosos. Normalmente era muy hermosa, pero por el momento
la preocupación cortaba su cara en líneas irregulares.
—¿Qué pasa? —le pregunté, inmediatamente asustada por su
pánico.
—Christos se desmayó —dijo con nerviosismo, tirando de mí a la
casa—. No sabía qué hacer. Estaba a punto de llamar al 911.
Mi corazón se ha disparó a toda marcha.
—¿Christos está herido? ¿Se cayó? —Había estado bebiendo
mucho últimamente, no me sorprendería si lo había hecho. Sabía que la
gente borracha se suponía que era tan relajada que eran menos
propensos a salir lastimados si se caían o lo que sea, pero eso no
importaba si caías por una ventana y aterrizabas en fragmentos de
vidrio o en un balcón de cemento.
—Más o menos. —Sophia se estremeció.
—¿Se cayó más o menos?
Ella sacudió la cabeza, obviamente preocupada.
—No sé cómo explicarlo...
—¿Qué pasó? —Hice todo lo posible para no perder la calma.
—Tal vez debería mostrártelo. —Hizo una mueca.
De repente estaba pensando que Christos había tenido una
convulsión y su boca estaba llena de sangre espumosa. ¿El alcohol
podría darle convulsiones? ¿O era algo peor?
A medida que entrábamos en el estudio, Sophia dijo en voz baja:
—Creo que está borracho.
Mierda, ¿eso era todo?
Efectivamente, Christos estaba sentado desplomado en una silla
frente a la pintura en la que Sophia había estado trabajando. Había
una enorme raya roja atravesando el lienzo, cortando por la mitad su
cara y pecho. Un pincel cargado con la misma pintura roja colgaba de
la mano de Christos.
Estaba roncando.
—Simplemente cayó en la pintura mientras trabajaba hace una
hora. Le dije esta mañana que tal vez debería dejar de beber, pero no
me hizo caso. ¿Quién era yo para quejarme? Soy sólo la modelo, y
necesito el trabajo.
Podría relacionarme con eso.
—No sabía a quién llamar, y nadie más estaba aquí. Casi me fui,
pero pensé que debía quedarme hasta que alguien apareciera. No
quería que se asfixiara o vomitara o lo que sea.
—Gracias, Sophia —le dije con sinceridad—. Aprecio totalmente
que te quedaras y mantuvieras un ojo sobre él. Si lo deseas, puede irte
ahora. Puedo manejarlo desde aquí.
Oh, eh, se supone que debo quedarme y modelar hasta las seis.
—No te preocupes —dije despectivamente—. Voy a decirle a
Christos que estuviste aquí todo el tiempo. —Le guiñé un ojo—. De
cualquier forma, no creo que sepa cuando te fuiste.
Ella asintió nerviosamente.
—¿Estás segura?
—Sí. —Sonreí—. Te lo prometo.
Dejó escapar un gran suspiro de alivio.
—¡Muchas gracias! Estaba empezando a preocuparme de si
alguien aparecía y estaría atrapada aquí hasta cuando despertara.
Tengo una sesión de fotos en Los Ángeles esta noche, y con el tráfico,
probablemente voy a llegar tarde. Si me das una ventaja ahora, en
realidad podría lograrlo. ¿Necesitas ayuda para mover a Christos antes
de que vuele?
Los brazos de Sophia parecían lápices. A pesar de su compasión,
no pensé que fuera de mucha ayuda en el departamento de la
elevación de un cuerpo.
—Creo que voy a necesitar una grúa —bromeé—. O sólo puedo
esperar hasta que despierte.
—Totalmente. —Sonrió.
Después de que Sophia se fue, di un buen vistazo de Christos.
Quería asegurarme de que mantuviera la respiración y que no se
asfixiara por el vómito. Teniendo en cuenta que roncaba como un
aserradero, creo que estaba bien. Pero si el aserradero cerraba
operaciones, lo deslizaría fuera de la silla y lo pondría sobre su costado.
Mientras tanto, tomé el pincel con la pintura roja de su mano y
crucé los brazos sobre su regazo para que se viera más cómodo.
Examiné la raya roja en la pintura de Christos de Sophia. La limpié
con el dedo meñique. Era aceite, por lo que todavía estaba mojado.
¿Debía limpiarla? No me podía imaginar que se enojara. Se veía como
un accidente. Considerando que Sophia dijo que se había quedado
dormido mientras pintaba, probablemente lo era.
¿A menos que pretendiera arruinar la pintura? ¿Cómo en la forma
en que había destrozado la pintura de Isabella el día en que mis padres
llegaron? Oh bien. Iba a limpiar el rojo, sólo en caso de que fuera un
accidente. Si había querido arruinarla, podría arruinarla de nuevo
mañana con la cabeza despejada.
Primero, limpié el pincel de la pintura roja. Entonces, encontré
algunas toallas de papel limpias y limpié cuidadosamente la raya roja
hasta que desapareció por completo. Me puse de pie detrás de la
pintura y la examiné desde la distancia.
Como nueva.
Entonces un miedo irracional se apoderó de mí. ¿Qué pasa si
Christos había querido poner esa raya vertical roja allí? ¿Qué pasa si se
trataba de algún avance de genio que finalmente había descubierto y
yo había ido y la había limpiado?
Oh no.
Recordé que Christos se había frustrado con sus pinturas de todas
las modelos y estaba tratando de encontrar una manera de
condimentarlas. ¿Y si esa raya roja era el primer paso en una nueva
dirección creativa que era demasiado densa para comprender? ¿Tal
vez había tenido un destello de brillantez y decidió combinar el arte
abstracto con sus retratos realistas de una forma totalmente nueva?
Teniendo en cuenta que todavía no sabía mucho acerca de
historia del arte o de cómo se desarrollaban los nuevos estilos y
movimientos artísticos, y no sabía nada sobre arte abstracto, era
perfectamente posible.
Oh no.
¿Qué había hecho?
¿Había borrado la única señal de su genio recién descubierto? Ni
siquiera le tomé una foto con el celular en caso de que quisiera un
recordatorio.
Oh no.
Miré el pegote de pintura roja todavía en su paleta y el pincel
ahora limpio que había sido cargado con pintura roja. ¿Debía cargar el
pincel con más rojo, tratando de recrear la línea roja, después poner el
pincel en su mano?
Pensaría totalmente que mi línea roja era su raya roja. Quiero decir,
era sólo una raya, ¿verdad?
¿Quién iba a saber la diferencia?
A quién estaba engañando. Sabía que a la gente le gustaba decir
que un bebé o un mono podrían pintar arte abstracto, pero estoy
bastante segura de que era una exageración y un artista abstracto
podía distinguir su trabajo de otro. Cuando Christos estuviera sobrio,
reconocería que mi coja línea roja no era su raya roja.
Mierda, mierda, mierda.
Mi nivel de pánico fue hasta mis globos oculares. Estaba nadando
en pánico. Necesitaba un snorkel de pánico o iba a ahogarme en él.
Respira profundo.
Tomé otra respiración, y otra. Recordé que Christos había estado
tan borracho, que se había quedado dormido. Así no era como
funcionaba un genio, ¿no? Entonces di un grito ahogado mientras
recordaba a todos aquellos artistas y escritores y poetas que habían
sido alcohólicos famosos.
¿Qué sabía yo de genios?
¿Qué había hecho?
¿Dónde estaba mi helado?
¡ALERTA ROJA! ¡ALERTA ROJA!
Necesitaba crear una estrategia. ¿Qué iba a hacer cuando
Christos despertara por la mañana y me preguntara a dónde se había
ido su línea roja?
¡Lo sé! Podría exprimir un poco de pintura roja del tubo directo en
el lienzo, luego empujar a Christos en su silla a la pintura, e inclinar su
rostro en el pegote rojo. Mancharía la pintura, tendría pintura roja en su
rostro como prueba, ¡y nunca sabría lo que había hecho! ¡Asumiría que
había arruinado su genio rojo él mismo! ¡Era genial! ¡Yo era genial!
Oh espera. ¿Qué era lo que había dicho antes sobre las personas
culpables que terminaban sus frases con signos de exclamación?
Christos se daría cuenta de que algo andaba mal, sobre todo si se
despertaba mañana y respondía a todas sus preguntas sobre la línea
roja con frases con signos de exclamación.
Necesitaba una idea mejor.
Miré la pila de toallas de papel manchadas de rojo en el bote de
basura. Su línea roja estaba en esas toallas. ¿Qué pasaba si las abría y
creaba con ellas la línea roja de nuevo en el lienzo, como una pegatina
con cuidado? A quién estaba engañando. La línea se arruinaría. El
genio de Christos estaba manchado hasta ser irreconocible.
Me sentía como una completa idiota. Como si acabara de entrar
en el estudio de Picasso el día en que había decidido dejar atrás el
estilo de pintura realista de sus primeros días y comenzado su legendaria
época azul, y yo era la idiota que tuvo el descaro de decir: —No, no,
no, Pablo. Esto es demasiado azul. Necesitas utilizar más color. Confía en
mí, sé de lo que estoy hablando.
Sí, claro.
Tenía la sensación de hundimiento que hoy Christos se había
embarcado en su propio viaje con gran éxito en todo el mundo, y la
pintura de Sophia habría sido recordada para siempre como el primer
cuadro de su legendario periodo de raya vertical roja, si no la hubiera
limpiado.
Era la peor novia de todos los tiempos.
Sólo podía esperar a que Christos se olvidara de ella cuando
estuviera sobrio. Si decía algo sobre las rayas rojas, se permitiría sugerir
que estaba hablando de licor, ¿y tal vez había estado bailando con los
elefantes rojos que había visto?
A excepción de la montaña de toallas rojas sucias en el bote de
basura. Necesitaba enterrar la evidencia rápido.
¿Por qué me siento como una asesina?
Oh sí. Debido a que acababa de asesinar la floreciente carrera
artística de Christos.
Giré a Christos en su silla para que su pintura arruinada no fuera lo
primero en lo que pusiera sus ojos en cuanto despertara. No quería que
le diera un ataque al corazón.
Dos horas más tarde, cuando finalmente despertara, lo llevaría
arriba antes de que pudiera hacer cualquier pregunta incriminatoria
sobre su falta de la línea roja.
Cuando lo dejé caer en la cama, me di cuenta de que olía a una
destilería de whisky. Su sudor debió haber sido por lo menos de sesenta si
le hicieran una prueba.
Cuando estuvo segura de que estaba dormido, me lancé
escaleras abajo y escondí las toallas rojas sucias en la basura de un
vecino en la calle. ¿Las toallas sucias parecían trapos ensangrentados
utilizados para limpiar después de un apuñalamiento? Err, quise decir,
¿corte? Mmm, algo así. Pero las pruebas de ADN no revelarían una
semejanza con el cadáver de la carrera muerta de Christos.
Nadie podría saber que era la asesina.
Excepto yo.
Tuve pesadillas con líneas rojas durante toda la noche.

Desperté antes que Christos.


Fui de puntillas a la cocina y en silencio nos hizo el desayuno en la
cama. Después de que terminamos de comer, hicimos el amor durante
dos horas, a pesar de los restos de su resaca. ¿Tuve orgasmos varias
veces? Claro. ¿Acaso exageré mis gritos en un intento de mantener a
Christos en el dormitorio con más sexo? Tal vez un poco. Pero no quería
que fuera al estudio y viera su pintura sin raya.
Después de que Christos se vino por cuarta vez, me dijo que quería
volver a trabajar en su pintura de Sophia. Desesperada por otra
distracción, le sugerí que nos quedáramos en la cama y
experimentáramos alguna cosa ligera de bondage. No es que estuviera
en lo S & M, pero necesitaba una excusa para mantener a Christos en la
cama para que no pudiera salir de la habitación.
—Tentador. —Sonrió—. ¿Tal vez la próxima vez? Realmente tengo
que volver al trabajo.
—¡Oh espera! No has visto la nueva ropa interior que compré. —
Salté de la cama y agarré mi cómoda. Corrí al cuarto de baño antes de
que pudiera protestar—. ¡Sólo tomará un segundo para que me la
ponga!
—¿Cuándo te compraste ropa interior? —gritó desde el dormitorio.
—La semana pasada —grité mientras trataba de no tropezar y
apresuradamente iba adelante—. Fui de compras con Mads.
Salí del baño vestida con un babydoll de encaje negro atado en el
cuello, tanga negra, y medias negras altas hasta el muslo. Había
planeado guardarlas para una ocasión especial. Distraer a Christos de
la tragedia de su raya roja desaparecida parecía tan buena como
cualquier otra.
—¡Santa mierda! —espetó Christos—. ¡Por qué no me dijiste que
tenías ropa interior sexy!
La ropa interior fue buena por otra hora de hacer el amor. Pero no
podía mantener a Christos en nuestro dormitorio para siempre, tanto
como quería.
Mientras nos duchábamos juntos después del sexo, consideré
esconderme y llamar con una amenaza de bomba en el estudio de
Christos. Pero estaba bastante segura de que no se suponía que le diría
a la policía que la amenaza de bomba era en su propia casa.
Me había quedado sin opciones.
Cuando Christos estuvo vestido, fue al estudio. Lo seguí, lista para el
desastre. Mantuve un ojo en mis salidas en caso de que necesitara
hacer una rápida retirada.
Él se puso de pie delante del lienzo.
Momento de la verdad.
Si me asesinaba por arruinar su pintura, no presentaría cargos. Era lo
menos que merecía.
—Estás frunciendo el ceño —dije nerviosamente—. ¿Por qué estás
frunciendo el ceño?
—No estoy seguro —dijo distraídamente—. Algo acerca de la
pintura de Sophia...
Mierda. Había estado en lo cierto.
La había arruinado.
Christos me iba a tirar y a patear a la calle por arruinar su carrera.
Terminaría siendo una de esas viejas sin hogar con piel curtida que
mantenían todas sus posesiones en un carrito de supermercado. Le diría
a cualquiera que tuviera la amabilidad de darme su cambio o un
sándwich a medio comer que una vez había estado enamorada del
artista más grande del planeta, hasta que había arruinado su vida y su
carrera.
Christos tomó un pincel de la mesa de trabajo junto a su caballete.
—No está funcionando realmente para mí —dijo pensativo—. ¿Qué
piensas?
Caminé alrededor y me paré a su lado.
—¡Oh no! ¡Es perfecta! Es decir, ¡se trata de una obra de un genio!
Nunca he visto nada más increíble. —Guau, ¿mis puntos de
exclamación eran tan obvios para él como lo eran para mí? Me
imaginé que estaba a cuatro segundos de distancia de ser cubierta con
rayas verticales rojas después de que Christos me apuñalara hasta la
muerte con el extremo romo de un pincel por lo que había hecho. No
iba a pelear, sin importar lo mucho que me lastimara. Me merecía una
muerte lenta y dolorosa.
Christos fijó el pincel hacia abajo y me sonrió.
—Está bien, agápi mou. Puedes ser honesta conmigo. No te gusta,
¿verdad?
¿Se refería a la pintura como estaba ahora?
No había dicho nada acerca de la raya roja.
—Err, ¿no? —dije con lo que sospechaba era un grado
incriminatorio de culpa—. Quiero decir que es realmente buena. ¿Qué
es lo que te no gusta? No puedo imaginar a alguien que no le guste. ¿Tú
sí? —Me detuve antes de usar algunos signos de interrogación más
culpables.
Él se rió entre dientes.
—Gracias, Pero, no sé. Parece sin vida para mí. Como si necesitara
algo para arreglarla.
¿Cómo una línea de color rojo?
¡Mierda! ¿Había dicho eso en voz alta?
¡¿¡¿¡Mierda!?!?!
Tomé una respiración profunda.
—Es Increíble, Christos. Quiero decir, yo no podría pintar algo tan
agradable.
—Gracias, agápi mou. Sé que no apesta, pero no me está
atrayendo. Hay millones de buenas pinturas en el mundo, pero menos
de cien, tal vez menos de una docena, son las que la gente recuerda.
Quiero decir, ¿cuántas pinturas famosas puedes nombrar que ahorita
estén en tu cabeza?
—¿La Mona Lisa? ¿Los Girasoles de Van Gogh? ¿El grito de Munch?
¿Los lirios de agua de Monet? ¿Los Relojes derretidos de Dalí? eh...
¿Guardianes de la Noche de Rembrandt? Uhh, ¡Se me están
acabando! Ayúdame aquí.
No sonaba nerviosa, ¿no?
—¿Ves Lo que quiero decir? —dijo casualmente—. No hace falta
mucho tiempo para que la persona promedio termine de nombrarlas.
La mayoría de las personas no llegan más allá de la Mona Lisa. Más allá
de eso, la única otra cosa que la gente recuerda es el período azul de
Picasso, porque suena divertido.
Oh vaya, él estaba peligrosamente cerca de poner las pistas
juntas. ¡Necesitaba una distracción rápida! Signo de exclamación
¡Culpable! Tonta Quise decir, tonta. Ya había usado mi cuerpo para
efecto completo en el dormitorio, y no había dejado lo inevitable. Todo
lo que podía hacer ahora era encadenar las primeras ideas que me
vinieran a la cabeza. Le dije:
—¡Lo sé, claro! ¿Un período azul? ¡Lo primero que pienso cuando
escucho ―período azul‖ es quitarme un tampón un día y es azul cerúleo!
Y es eso, la pintura más cara de todas, ¿no? ¡Podría convertirme en una
fábrica de pinturas si sangrara azul Cerulean! ¡Pero sólo podría vender la
pintura una vez al mes porque es de un color tan raro!
¿¡¿Qué estaba diciendo?!? ¡¡¡Estaba loca!!!
¿¡¿¡¿¡¿¡¿¡ !?!?!?!?!?!
¡Culpa! ¿Culpa? ¡Culpa! ¡Necesitaba que mi cerebro la eliminara!
¿ASAP?
Christos rió.
—Período Azul. ¿Alguna vez te dije lo mucho que disfruto de tus
extrañas ideas, agápi mou?
Raro era una palabra demasiado amable. Me reí con nerviosismo.
Él puso un brazo cariñoso alrededor de mis hombros.
—Todo esto de períodos azules me tiene pensando. Tengo que
llegar a mi propia cosa, como Picasso. ¿Tienes alguna idea? Apuesto a
que podrías pensar en algo que nadie ha pensado.
¿Qué tal un periodo de línea roja? ¡Oh espera! ¡¿¡¿¡¿¡¿¡Ya pensó en
eso!?!?!?!?!
Estuve a tres segundos de colapsar en un charco de lágrimas. No
podía soportarlo más. Me rompí como porcelana fina sobre cemento.
—¡YO LO HICE, CHRISTOS! ¡LIMPIÉ TU LÍNEA DE GENIO ROJA AYER!
¡LO SIENTO MUCHO! ¡PERO ESTABAS BORRACHO! ¡PENSÉ QUE ERA UN
ERROR! ¡¡¡QUERÍA LIMPIARLA ANTES DE QUE SE SECARA Y ARRUINÉ TU
PINTURA!!!
Lloré.
Él envolvió su otro brazo alrededor de mí.
—¿De qué estás hablando, agápi mou?
Después de que me calmé, me miró con ojos amorosos. Me daban
la bienvenida con calidez y afecto. Sequé las lágrimas de mis mejillas y
sollocé.
—Cuando llegué a casa ayer, te habías dormido de borracho.
Había una gran línea roja en la pintura sobre el lienzo. La limpié,
pensando que la habías hecho por accidente, ¡pero luego pensé que
tal vez no lo habías hecho! Ahora la arruiné. —Lloré un poco más.
—Una línea roja —dijo pensativo—. Ni me acuerdo de eso. —Su
rostro se ensombreció en un ceño fruncido.
Oh no, esto era todo. Ese fue el momento en que se dio cuenta de
lo que había hecho.
Sonrió.
—Me siento como un idiota, agápi mou.
¿Él?
Pensé que yo era la idiota.
Él sacudió la cabeza con disgusto.
—He estado bebiendo mucho últimamente. Ni siquiera puedo
recordar lo que estoy haciendo ya.
Esperanza. Tal vez no había cortado con tijeras el periodo de línea
roja de Christos.
—Entonces —dije—, ¿no crees que pusiste la línea roja en la pintura
a propósito?
—¿Bromeas? Probablemente estaba llenándolo de pintura y ni
siquiera sabía cuál era el color de la pintura en mi pincelada —se rió
entre dientes.
—Entonces ¿No destruí tu genio?
—¿Mi Genio?
—Era una línea roja muy impresionante —bromeé.
Su cara se puso seria y arqueó una ceja.
—¿Entonces tal vez debería haberla dejado? A veces las obras de
un genio funcionan en formas misteriosas...
Gulp. Me pregunté si podría suicidarme aguantando la respiración
hasta que me sofocara. Era la única opción de escape que tenía
mientras me envolvía en los brazos de Christos. Las lágrimas brotaron de
mis ojos, así que enterré mi cara en la camisa de Christos por vergüenza
y culpa.
¡¡¡¡¡¡¿¡¿¡¿¡Culpa!?!?!?!?!!!!!!!
Aspiré profundamente. Christos había estado bebiendo mucho,
supuse que olería a alcohol, y tenía la esperanza de que pudiera inhalar
humos suficientes de licor para que estuviera bebido y finalmente se
calmara. Nop. Al parecer, sudó todo el alcohol de su sistema durante
nuestra vigorosa vida sexual antes. Tendría que volver a contener la
respiración hasta que me sofocara. Pero, después de la ducha, ahora
olía como el hombre más sexy del planeta. No había manera de que
pudiera aguantar la respiración si no significaba estirarme para inhalar
más de su hombría a corta distancia.
Cuando levanté la vista sus amorosos ojos eran afectuosos, por lo
que mi culpabilidad bajó varias muescas.
—Estoy bromeando totalmente, agápi mou. —Sonrió—. Si todo lo
que se necesitara para hacer a un genio de la pintura fuera agregar
una raya roja, la gente estaría agregándole rayas rojas a todo. A las
rebanadas de pan. A los teléfonos inteligentes. A las SUVs. A las
cacerolas. El mundo estaría lleno de rayas verticales rojas. Pero ¿ves
líneas rojas en todas partes? Nop. Y no, esto no era el comienzo de un
fenómeno de rayas rojas en todo el mundo. Creo que estás a salvo. —
Me besó en la parte superior de mi cabeza con cariño.
—¿Estás seguro? —murmuré inhalando su sensualidad
embriagadora. Sin duda podría emborracharme o drogarme el aroma
varonil de Christos—. ¿No saboteé el inicio de tu período de líneas rojas?
—No —él se rió entre dientes, creo que estamos a salvo.
Me relajé en sus brazos al fin.
—Pero necesito algo —dijo él.
—¿Oh, qué?
—Necesito algunas ideas frescas, un poco de perspectiva fresca.
De lo contrario, voy a moler todas estas pinturas en el suelo hasta que
no pueda soportar verlas o todas estarán cubiertas con barras rojas. Y
no me refiero al tipo de líneas que venden con las pinturas. Me refiero
de la clase que dice: ¡Esta pintura es una mierda, entonces!
—¿Dónde vamos a encontrar buenas ideas? ¿En la tienda de
ideas? He oído que tendrán una venta. —Sonreí.
—Gracioso. —Sonrió, pero eso significaría que todo el mundo
podría comprar las mismas buenas ideas. No serían buenas ya. Dirigirían
el molino. Necesito hablar con alguien que realmente sea un genio y
que pueda sugerir algo verdaderamente especial.
—¿Quién? —le pregunté, mi interés se despertó repentinamente.
—Tienes que hablar con tu padre —dijo Spiridon, que de repente
estaba en la puerta al estudio—. Sabe lo que está pasando mejor que
nadie.
Eché un vistazo a Christos. Se había puesto blanco y sus ojos
estaban muy abiertos, con lo que parecía ser miedo.
Después de una larga pausa, Christos me miró y tragó.
Con voz crepitante dijo.
—Tiene razón.
Claro.
—¿Qué piensas?
Puede ser honesto conmigo.
¡Mierda!
¿La culpa?
¡Oh espera!
Gulp.
Nope.
Nope.
Christos
Mi Camaro del '68 descendió y subió por las pintorescas colinas de
Rancho Santa Fe mientras nos acercábamos a la casa de mi padre.
Rancho Santa Fe era una comunidad de lujo exclusiva escondida a
pocos kilómetros desde la costa. Las casas suburbanas de tres
dormitorios fueron reemplazadas por lujosas casas estilo rancho
rodeadas por océanos de superficie cultivada.
—Hay muchos caballos y mansiones aquí. —Samantha observó
mientras disfrutaba el campo.
—Sí —dije.
—Vaya que es hermoso. ¿Cómo es que no visitas a tu papá más a
menudo?
La miré brevemente. Era la única respuesta que podía dar en este
momento. El tema de mi papá estaba garantizado que iba a
molestarme o romper mi corazón. No estaba de humor para hacerlo.
Solo quería pedirle un consejo y terminar la visita lo más rápido posible.
—Oh, uh, lo siento —dijo Samantha tímidamente.
—Está bien, agápi mou —dije en voz baja—. Hazme un favor,
cuando lleguemos a la casa de mi padre, no menciones mi forma de
beber, ¿de acuerdo?
—Muy bien —contestó con incertidumbre.
Quería decirle a Samantha, que papá se molestaría si se enteraba
que estaba bebiendo muy seguido. Claro, eso era en parte verdad.
¿Quién querría enterarse que su hijo se embriagaba a diario en lugar de
hacer algo de sí mismo? Pero el resto de la verdad era que me sentía
como un idiota por beber tanto. Después de ver a mi papá destruir su
matrimonio con su propio consumo de alcohol, debería haberlo sabido.
¿Correcto?
De tal palo tal astilla.
Hombre, me había convertido en un maldito cliché.
Pero era más profundo que eso. Mi papá realmente no había
empezado a beber hasta que se había sentido obligado por sus esposas
de oro.
Mi abuelo me había dicho una vez que cuando mi padre era
joven, había tomado la lúcida decisión de pintar arte abstracto porque
sabía que se vendía bien. Tenía una familia que mantener y no quería
aguantarse como un pintor realista y esperar a hacer dinero algún día.
Es lo que mi abuelo había hecho. Claro, ahora mi abuelo era exitoso,
pero al principio, había pasado muchos años de vacas flacas y mi papá
vivió la mayor parte de ellos cuando era niño.
Así que mi papá fue por lo seguro. No es que cualquiera pudiera
hacer dinero como artista abstracto. Toneladas de artistas intentaron la
ruta ―fácil‖ durante décadas y fracasaron miserablemente. Pero mi
papá sabía exactamente lo que estaba haciendo. Su carrera estalló
desde el principio y empezó a llover dinero.
Pero no pasó mucho tiempo para que se sintiera amarrado
apretadamente por las esposas de oro. Se cansó de la pintura abstracta
muy rápido. Quizás porque fue tan condenadamente fácil para él.
Nunca pudo averiguar una manera de salirse, como Houdini, de hacer
arte abstracto y transformar su carrera para hacer las cosas realistas que
realmente quería hacer. Supongo que no estaba en las cartas para él.
Irónicamente, ya había hecho bastante dinero en mi primera
exposición individual en la Galería Charboneau vendiendo arte realista.
Estaba viviendo el sueño que mi padre tenía la esperanza de vivir desde
el día que había tomado un pincel. Y ahí estaba yo, bebiendo, porque
las cosas no iban a la perfección.
Lo último que quería hacer era entrar en la casa de mi padre y
decirle: ―Oye, papá, estoy haciendo lo que siempre has soñado hacer,
pero no puedo hacerlo con gusto porque esa mierda de Stanford
Wentworth dijo que a mis pinturas les falta corazón, y tenía razón. Así
que en lugar de hacerme hombre y luchar con el dolor, me estoy
desmoronando como un castillo de arena en una ligera brisa‖.
Sí, como si quisiera decirle a mi padre que estaba dándole la
espalda a una oportunidad por la cual él habría matado hace
veinticinco años.
De ahí, todo mi problema con la bebida y mi renuencia a enfrentar
a mi padre hoy.
Giré el Camaro en una calle privada pavimentada, conduje hasta
que llegamos a las puertas y nos detuvimos. La puerta de hierro tenía un
círculo ubicado en el centro. El círculo tenía una letra M de oro pulido.
Nunca pude decidir si era cursi o impresionante. Principalmente, en
realidad no me importaba. Mi padre podía gastar su dinero en lo que
quisiera. Había pagado por ello de la manera difícil cuando su
problema con la bebida había alejado a mi mamá. Después que ella se
fue, él había pintado como loco y recaudó dinero por montones,
tratando de llenar el vacío. No importa lo mucho que hizo, todo el
dinero del mundo no podría sustituir a mi mamá. No para mí o mi papá.
Con el tiempo, la bebida tomó el control tan fuerte, que mi papá dejó
de pintar por completo y solo bebió.
Hice una mueca mientras presionaba un código en la pequeña
caja atornillada a un poste que sale de la tierra delante de las puertas.
Un segundo después, las puertas se abrieron lentamente.
Solo había estado aquí un par de veces en los últimos cuatro años.
¿Por qué estas puertas me hacían pensar que estaba a punto de
ser tragado? Tal vez porque la última vez que había estado en la casa
de mi padre, había sido un oscuro calabozo. Se podía sentir la tristeza
filtrándose de las paredes de todas las habitaciones. Todas las cortinas
estaban cerradas, las botellas de alcohol estaban esparcidas alrededor
en cada superficie plana en el lugar. Cualquier señal de que mi padre
era un pintor era inexistente. Ningún arte colgado en las paredes. No
había espacio de estudio a un lado. Por lo que sabía, todos sus
suministros de pintura estaban escondidos en un armario de
almacenamiento en Encinitas. Eso fue gracias a Franco Viviano, el
dueño de la Galería Spada en L.A. Viviano era el tipo que vendía el
trabajo de mi papá y lo había ayudado a que se hiciera rico. Mi abuelo
me había contado toda la historia.
Al parecer, cuando a mi padre se le había metido en la cabeza la
idea de quemar todas sus pinturas y sus materiales de arte en una
borrachera de hace un año, llamó a Franco y le dijo que renunciaba.
Eso fue un poco raro porque mi papá no trabajaba para nadie. Franco
solo lo representaba. Pero mi padre le dijo a Franco que renunciaba y
quemaría todo su arte y suministros.
Según mi abuelo, Franco había saltado a un auto y conducido
desde Beverly Hills al segundo en que había cortado en el teléfono con
mi papá. Franco había llamado a mi abuelo mientras conducía al sur y
los dos se reunieron en la casa de mi padre. No querían que papá
hiciera algo estúpido. Al final, después de calmar a mi papá, Franco
había contratado a algunos chicos para eliminar todo y ponerlo con
seguridad en una unidad de almacenamiento en caso que alguna vez,
mi papá decidiera pintar de nuevo.
Lamentablemente, antes que mi padre hubiera empezado a ir
cuesta abajo, su casa había sido el paraíso de un pintor. Ahora era la
tumba de un borracho. Odiaba eso.
Detuve mi Camaro en frente de la casa. Todavía era agradable en
el exterior. Solo habían pasado unos ocho años. Dale otra década y
mostraría signos de desgaste si no hacía ningún tipo de mantenimiento,
que probablemente no lo haría. Ni siquiera podía mantenerse duchado
y afeitado, mucho menos hacerse cargo de una gran mansión.
Finalmente el exterior se pondría al día con el interior.
—Oh Dios mío —Samantha se quedó sin aliento—, ¿esta es la casa
de tu papá? Es enorme.
—Sí. —¿Debo advertirle a Samantha sobre lo que nos esperaba en
el interior? ¿O dejar que la golpee como un martillo? No creo que
importara.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que estuviste aquí? —
preguntó.
Entrecerré los ojos al sol.
—¿Por lo menos un año?
—¿Estás nervioso?
—Eso es un eufemismo —dije sarcásticamente.
Caminamos hasta la puerta principal de cristal tallado. Toqué el
timbre. Sonó una sonata para piano de Bach o alguna mierda. Las
cosas que la gente hacía con demasiado dinero.
Pude ver la silueta de alguien caminando hasta la puerta principal.
Momento de la verdad.
La puerta se abrió suavemente y en silencio. Nada de ese chirrido
de bisagras de película de terror de mierda. Aún. Dale tiempo al óxido
para que se asiente.
—¡Paidí mou! —Mi padre resplandeció, todo sonrisas—. ¡Es tan
bueno verte! —Me atacó con un abrazo de oso y golpeó mi espalda—.
¡Ha pasado mucho tiempo desde que estuviste aquí! Estoy tan contento
que hayas venido.
Le devolví el abrazo, pero después de un segundo, dije:
—Está bien, papá. Creo que vas a romperme algo. —Parecía aún
más fuerte que cuando me abrazó en la corte durante mi juicio. Y lucía
aún más saludable.
Me soltó.
—¿Te estás poniendo suave?
—Sí, como si pudiera —bromeé—. Pero creo que has estado
haciendo pesas de nuevo. ¿Estoy en lo cierto?
—Lo he hecho. —Sonrió.
Hombre, no creo haber visto a mi padre tan feliz desde antes que
mi mamá se fuera. Pero algo me dijo que esto era todo un acto y al
momento en que entráramos dentro de la mazmorra, la verdad saldría.
—¡Samantha! —dijo mi padre—. ¡Qué bueno verte de nuevo! —Mi
padre fue a abrazarla, pero creo que vio que Samantha estaba un
poco abrumada, así que la acarició suavemente en el hombro—.
Vengan adentro, ustedes dos. ¿Puedo darte algo para beber?
Casi dije: “¿Algo sin alcohol?”, pero me mordí la lengua. Desde que
tenía edad suficiente para saberlo, el alcoholismo de mi padre me
había vuelto loco. Siempre lo había molestado con ello en el pasado.
¿Quién era el idiota ahora?
—Claro —contestó Samantha—. Estoy bastante sedienta.
Entramos en el gran hall de entrada con la gran escalera de
caracol. El candelabro de araña era del tamaño de la Torre Eiffel si
estuviera hecha de cristal y colgando del techo de mi papá. Todo en la
habitación era tan jodidamente brillante y blanco.
¿Qué pasó con la mazmorra?
Caminamos por un pasillo de mármol hacia la gran cocina.
También estaba limpia. No hay botellas de bebidas alcohólicas en
cualquier lugar. Mi padre abrió la Sub Zero. No hay botellas de vodka.
Solo agua embotellada, jugo de frutas y leche.
—¿Qué puedo darles? —preguntó papá.
—Voy a tomar una botella agua. —Samantha sonrió.
—Lo que ella pidió —dije.
Mi papá destapó las botellas de agua y las vertió en vasos limpios
de la alacena.
—Papá —pregunté—. ¿Qué hiciste, sumergiste este lugar en una
botella de blanqueador?
Se rió entre dientes mientras servía la segunda botella de agua.
—No, tanto blanqueador habría quemado un agujero en la capa
de ozono. —Se rió entre dientes—. Tengo una empleada doméstica que
viene cinco días a la semana. Ella tiene energía de sobra.
—¿Cinco días a la semana? —Samantha se maravilló—. ¿Cuánto
está pagándole?
Mi padre frunció el ceño, pero sonrió.
—¿De verdad quieres saber?
—Ehm, quiero decir. —Samantha tartamudeó—. Necesito
encontrar un trabajo. Solía trabajar en una tienda de conveniencia,
pero no funcionó.
—¿Una tienda de conveniencia? —Mi papá se quedó
boquiabierto—. Eso suena horrible.
—Lo era —Samantha refunfuñó—. Pero tal vez ser empleada
doméstica sería mejor. No tendría clientes idiotas viniendo durante todo
el día. De todos modos, solo me preguntaba lo que le pagan a una
empleada doméstica.
—Le pago bien. La contraté de una agencia. Te puedo dar su
número y recomendarte. Tal vez puedan encontrarte algún trabajo.
—¿De verdad?
—Por supuesto. Pero me imagino que la mayoría de las empleadas
domésticas trabajan durante el día —dijo papá—. ¿No tienes clases en
SDU?
—Sí. —Samantha suspiró.
—Bueno, tal vez la agencia tiene algunas de esas empleadas
domésticas que limpian los edificios de oficinas por la noche. Lo
averiguaré.
—¿Podría? —preguntó Samantha esperanzada.
—Definitivamente —respondió—. Oye, tengo algo que quiero que
veas hijo.
—Soy todo ojos —bromeé.
Mi padre me sonrió y asintió.
—Gracioso. Sabes, Samantha, este muchacho mío es todo un
personaje.
—Dímelo a mí. —Sonrió mientras caminábamos por la casa.
Tenía tantas habitaciones y pasillos que era como caminar por un
museo. Por primera vez en años había pinturas, de todo el mundo, que
colgaban de las paredes.
—Hombre —dije—, hay un montón de pinturas aquí. Está
empezando a parecerse a la Capilla Sixtina.
—¿Son todas suyas, señor Manos? —preguntó Samantha.
—Llámame Nikolos. —Papá sonrió—. Algunas de las pinturas son
mías, otras son de otros artistas. Siempre me gusta intercambiar pinturas
con artistas que respeto.
Sam bromeó sarcásticamente.
—¿Es por eso que no veo ninguna de las pinturas de Christos?
—¡Vaya! —Papá se rió—. ¡Ella tiene lengua, eh!
En cierto modo esperaba que eso me sentara mal, pero Samantha
lo dijo con tanto cariño, que era obvio que no fue su intención decirlo
duramente. Y mi papá no tenía idea de lo que había estado pasando
últimamente. Al menos yo no le había dicho. ¿Tal vez mi abuelo sí? No
importaba. No iba a tocar el tema.
—Entonces, ¿qué querías mostrarnos? —pregunté.
—Aquí —respondió papá cuando entramos en una enorme
habitación en la parte trasera de la casa.
La luz se vertía desde el exterior. La habitación estaba amurallada
por un cristal. Era blanca, limpia y acogedora. Las cosas estaban
organizadas, a diferencia del caos constante en el cual había
trabajado antes cuando estaba haciendo arte abstracto, incluso antes
que iniciara con el alcoholismo. En aquellos días, el estudio había
estado desordenado pero apasionante y extravagante. El escenario
perfecto para un ―Estudio de Artista‖.
Este estudio era tranquilo y reflexivo. No hay mierdas escandalosas.
Todos los suministros de pintura estaban acomodados y organizados. Los
lienzos estaban alineados en filas ordenadas. Cualquier suministro sin
usar estaba prolijamente dispuesto o guardado en los cajones. Sin
embargo, tenía esta sensación acogedora, como que quería
sumergirme y empezar a pintar aquí mismo. Era el equilibrio perfecto
entre una zona de desastre y un teatro quirúrgico antiséptico.
Noté docenas de botellas de vidrio que contenían pigmento seco,
de todos los colores del arco iris, posadas a lo largo de un mostrador.
—¿Estás mezclando tus propios aceites? —Me maravillé. Nadie
mezclaba su propia pintura. Era un dolor en el culo. Pedía la mía en
línea.
—Sí —respondió papá—. Me cansé de tener que reorganizar todo.
Además, me conecta más con el trabajo si mezclo la pintura desde el
principio yo mismo. Los viejos maestros como Rembrandt tuvieron que
hacer su propia pintura. ¿Por qué no habría de hacerlo? De todos
modos, es mi propia protesta personal contra toda la modernización en
el mundo. Todo está demasiado separado hoy en día. Conozco a un
tipo que obtiene su pigmento azul ultramar directamente de las minas
de lapislázuli31 en Afganistán. Ese tipo tiene unas historias que te
pondrían los pelos de punta sobre la compra de pigmento, déjame
decirte.
—No puedo ni imaginarlo —dijo Samantha. Se veía como un niño
en una fogata escuchando cuentos míticos sobre dioses y monstruos.
Papá continuó:
—Estoy pensando en volar con él a Afganistán la próxima vez que
vaya, solo para ver las minas y darle las gracias a los chicos que están
rompiéndose la espalda excavando las rocas para que pueda pintar en
un cómodo estudio.
—Adviérteme de antemano si lo haces —dije—. Iré contigo.
—¿Irías a Afganistán? —preguntó con incredulidad Samantha —.
¿No es muy peligroso?
—Imagina las historias que traerías de vuelta —dije.
Mi padre dijo:
—Samantha, deberías venir con nosotros.
—Oh, no podría permitírmelo —contestó Samantha—. Además,
nunca he hecho nada de eso. No sé si pudiera, incluso si tuviera el
dinero.
—Claro que puedes —dijo mi padre.
Le guiñé un ojo a Samantha.
—Ahora sabes de dónde obtengo mi sentido de la aventura, agápi
mou.

Lapislázuli: Mineral de color azul intenso.


31
—Eso es un eufemismo. —Se rió.
Miré alrededor del estudio, sintiéndome como un niño en una
tienda de dulces. Fue entonces cuando me di cuenta que las pinturas
en todos los caballetes eran retratos. Mi padre no había pintado retratos
desde antes que yo naciera.
Me acerqué a uno de los caballetes.
—Mierda. Este es el abuelo.
—Sí —dijo mi papá—. Ha estado sentado posando para mí los
últimos fines de semana.
—¿Aquí es donde el abuelo ha estado viniendo? —pregunté.
—Sí.
La pintura era increíble.
Samantha se acercó a mirarlo.
—¡Oh, Dios mío, ese es Spiridon! —Extendió la mano para tocar la
pintura—. ¡Quiero decir, es él! Parece que está de pie detrás del marco
de la imagen.
No estaba bromeando. Siempre he sabido que mi papá era
jodidamente irreal cuando se trataba de pintar realismo. Me emocioné.
¿Quién había robado a mi padre alcohólico y lo reemplazó con el
hombre heroico de pie a mi lado?
Si tan solo mi mamá pudiera verlo ahora. Enloquecería. Esta versión
de mi padre era el hombre con el que se había casado, no el que
había dejado.
Pregunté:
—¿Les importa si uso el baño?
—¿Te acuerdas de dónde está? —dijo mi padre.
—Teniendo en cuenta que hay qué, ¿ocho? —contesté.
—Diez. —Papá se rió entre dientes.
—Diez. —Asentí—. Estoy seguro que voy a encontrar uno o dos
antes de orinarme.
Samantha y mi papá se rieron y siguieron hablando mientras salía
de la habitación. Al segundo en que doblé la esquina, las lágrimas
goteaban por mi rostro.
La tristeza me destrozó.
Mamá.
La extrañaba tanto.
¿Por qué no podía haberse quedado?
Sollocé en silencio durante otros veinte minutos.
—¿Te caíste dentro? —preguntó papá cuando volví del baño.
—Casi —bromeé como si estuviera feliz—. Si no fuera por el equipo
de rescate que bajó la escalera de cuerda desde el helicóptero, me
habría ido.
Mi padre se rió entre dientes.
—Pensé que tal vez estabas estreñido. —Samantha soltó, luego se
llevó una mano a la boca.
—Me gusta esta chica. —Sonrió Nikolos.
—A mí también —dije—. Va directamente al grano. Pero sí —dije
sarcásticamente—, después que el equipo de rescate me sacó,
llegaron los chicos con la plataforma de perforación de petróleo a
perforar mi culo hasta que salió la mierda. Tuve las nalgas al aire
cuando la cosa explotó. Deberías haberlo visto. Lluvia marrón.
—Eso es asqueroso. —Samantha hizo una mueca y sacó la lengua.
—Oye —me reí—, tú mencionaste el estreñimiento.
—Y tú lo llevaste hasta cruzar la línea de meta. —Sonrió.
—Si estas bromas se tornan más sucias —mi papá se rió—, voy a
tener que ir a buscar mis botas de lluvia. Ya estoy hasta las rodillas en
chistes de mierda.
Samantha se rió a carcajadas.
Pasamos las siguientes dos horas en el estudio intercambiando
chistes como viejos amigos y hablando de arte. Me di cuenta que
Samantha estaba pasándola muy bien.
—¿Alguien quiere cenar? —sugirió mi papá mientras el sol se ponía
para su siesta nocturna.
—¿Qué hay en el menú de Chateaux Manos? —Samantha
bromeó, haciendo que la S en Manos fuera muda, como si fuera
francés.
—Vamos a salir —dijo papá.
—¿Qué? ¿Es la noche libre del chef? —comentó Samantha
sarcásticamente. Estaba totalmente cómoda con mi papá después de
solo unas pocas horas.
—Lo es —respondió—. Podría hacer algo en la cocina, pero estaba
pensando en salir.
—Espero que tengan un lugar de lujo en mente —dijo Samantha.
—Estaba pensando en Berto‘s —mencionó papá.
—¿Te refieres a Roberto‘s? —preguntó Samantha.
—Por supuesto que Roberto‘s. —Se rió—. ¿Qué otro Berto‘s podría
querer decir?
—No lo sé —dijo—. ¿Rigoberto‘s, tal vez Alberto‘s, o Tio Alberto‘s o
Filiberto‘s?
—Vaya —reí—, en realidad te estás convirtiendo en una pueblerina
de San Diego, agápi mou.
Ella asintió con orgullo.
—Eso está muy bien —mencionó papá—, pero todos sabemos que
Roberto‘s sigue siendo el mejor.
Subimos a mi Camaro y nos conduje a los tres al Roberto‘s de
Encinitas.
Mi padre ordenó para todo el mundo, mientras Samantha y yo
agarramos las botellas de salsa y servilletas y encontramos una mesa
fuera.
—Está bien —dijo Samantha—, tu padre es totalmente
impresionante. —Estaba sonriendo de oreja a oreja—. ¿Por qué lo has
estado escondiendo de mí todo este tiempo?
Después de pasar varias horas con mi padre, ver el estudio y
recorriendo su casa, había quedado claro que no era una actuación.
Literalmente se había transformado a sí mismo desde mi última visita.
—Este es el nuevo y mejorado Nikolos Manos. ¿Recuerdas que te
dije sobre su manera de beber?
—¿Sí?
—Es un hombre nuevo. No lo he visto así desde hace años.
—Bueno, él es increíble ahora, eso es seguro.
—Cierto. —Sonreí.
—¿Cuán impresionante es, que es como un multimillonario y quiera
comer comida mexicana barata para la cena?
—Él no es un multimillonario, pero es épicamente impresionante. —
Sonreí.
Mi padre llevaba dos bandejas con burritos con carne asada unos
minutos más tarde.
—Tengo patatas fritas y guacamole extra para todos. —Sonrió
mientras dejaba la bandeja en la colorida mesa de mosaico.
Atacamos nuestra comida.
—Así que. —Papá me miró y dijo—: ¿Tu abuelo dice que has tenido
un pequeño problema con tus nuevas pinturas?
Con mi boca todavía llena de deliciosa carne asada, murmuré:
—Mátame en este instante. —Salió como si pensara que era
divertido y mi papá rió entre dientes. Pero por dentro, todo se tensó.
Ahora que mi padre había dejado atrás la bebida y se había convertido
en un pintor totalmente excelente, no podía decirle sobre mi cuesta
abajo. Lo mataría.
Sam me lanzó una mirada rápida. Ella conocía el punto, pero yo
sabía que no iba a hablar.
—¿ Qué te ha estado causando dolor? —preguntó mi padre.
En el pasado, habría esquivado la pregunta. Mi padre había tenido
tantos problemas propios, que nunca tuvimos tiempo para hablar de los
míos. Pero él había abierto la puerta. Por la mirada en sus ojos, quería
saber. ¿Dónde comenzar? A la mierda. Iría con todo a las folladas por el
culo que me habían estado dando últimamente mis pinturas.
—¿Supiste que Stanford Wentworth pasó por el estudio?
—¿El Stanford Wentworth? —Papá se maravilló—. No me di cuenta
que te habías vuelto famoso tan rápido.
—Más como infame. Wentworth odió mi nueva mierda.
—Mentira —escupió mi padre—. Vi tu trabajo en la exposición
individual. Era hermoso.
—Espera a ver mi nuevo material. —Sonreí engreídamente. Sabía
que había hecho progresos sustanciales desde que hice esas viejas
pinturas—. Técnicamente, mi nueva mierda es mucho mejor. De todos
modos, Wentworth los odiaba.
—Entonces es un idiota. —Mi papá se rió entre dientes alrededor de
la comida en la boca.
Hablar de Wentworth debería enviarme a buscar una quinta parte
de bourbon. Lo habría hecho ayer. Pero el estrés que tenía en torno al
tema de Wentworth se desvaneció.
Tan tonto como sonaba, creo que fue por el simple hecho de que
estaba sentado junto a mi padre, como si no hubiera pasado un día
desde que las cosas estaban bien con él y mamá, cuando aún éramos
una familia feliz. La más feliz. Había sentido esos buenos sentimientos
volver a lo largo del día de hoy. Bueno, medio de vuelta, lo cual era
jodidamente increíble porque la mitad de la mejor unidad familiar en el
planeta parecía bastante increíble para mí. Además, tenía a Samantha.
¿Qué más podría pedir un hombre?
Una mamá.
—Dos cosas —dijo papá—. Uno, estamos saltando en un avión a
donde carajo Wentworth esté en este momento, así puedo romperle la
mandíbula.
Sonreí.
—He oído que está en San Petersburgo mirando la nueva obra de
algún pintor ruso. Frío como la mierda tan al norte del ecuador. Espera
hasta que Wentworth se dirija a Italia. He oído que es donde pasa la
primavera. Luego me uniré a ti.
—Eso suena como un viaje divertido. —Samantha sonrió después
de limpiar la salsa de sus labios—. ¿Nos vamos a las minas de lapislázuli
en Afganistán después?
—¡Totalmente! —bromeé.
—Perfecto —dijo ella antes de morder delicadamente más burrito.
—¿Cuál era la otra cosa? —pregunté a mi papá.
—La otra cosa es, tengo que ver tu nuevo trabajo para que pueda
entender lo que hizo que Wentworth dijera eso. Por mucho que nunca
me ha agradado ese hombre, él sabe de lo que está hablando. Quiero
averiguar por qué dijo lo que dijo. Pero no puedo hacer ningún
comentario hasta que vea tus nuevas pinturas en persona. De lo
contrario, voy a estar soplando humo por el culo y ya sabes lo mucho
que odio acercar mis labios a ese ano fruncido. —Se inclinó hacia
Samantha y le susurró con complicidad—. Este chico era una fábrica de
pedos cuando solía cambiar sus pañales.
Samantha rompió en carcajadas.
—¿Ano fruncido? —pregunté dubitativo.
—He oído como hablan los chicos. No hay razón por la que tenga
que sonar como una antigüedad.
—Ningún chico habla así. —Reí.
—Así que soy un jodido pionero de la moda. —Papá sonrió.
Sí, lo era. No hacías millones por ser un imitador del montón o un
idiota.

—Creo que veo de qué estaba hablando Wentworth —dijo mi


papá pensativo mientras estábamos frente a mi pintura de Sophia en el
estudio en casa de mi abuelo.
Samantha se puso de pie junto a mí. Mi abuelo estaba justo detrás
de nosotros.
—Técnicamente —continuó papá—, es increíble. Pero es duro. —Lo
dijo sin juzgar. Era una observación, como si estuviera pensando en las
cosas en voz alta. Conocía a mi papá lo suficientemente bien como
para saber que él diría más cuando tuviera un concepto claro en
mente.
Mi abuelo se rió entre dientes.
—Deberías haber escuchado la forma en que Wentworth estaba
diciéndole a Christos que cambiase las cosas en la ahora difunta pintura
de Isabella. Si no hubiese salido de la habitación, habría tirado a
Wentworth por la ventana.
Froté el hombro de mi abuelo cariñosamente.
—Gracias, Pappoús.
—Realmente desearía que no hubieses destrozado esa pintura —
dijo mi abuelo—. Era excelente.
Boom. Silencio.
Mi abuelo había revelado el secreto accidentalmente.
Mi padre sabía exactamente lo que le provocaba a un artista tirar
una pintura. Había tenido mucha experiencia personal.
—Lo siento —dijo mi abuelo—. No debí haber… —Se detuvo en
seco—. Voy a hacer un poco de limonada. ¿Alguien quiere un vaso?
—Uhh… —Samantha balbuceó—. ¿Le ayudo? ¿No necesitas
primero recoger algunos limones frescos? Creo que vi un limonero en la
cuadra.
—Es primavera —dije sarcásticamente—. Los limones no saldrán
hasta dentro de un par de meses.
—¿Esperaremos? —dijo Samantha—. ¿Vamos, Spiridon, antes que
perdamos lo limones maduros?
Los dos salieron de la habitación.
Mi padre levantó las cejas hacia mí.
—¿Cuándo empezaste a destrozar pinturas?
—Fue solo una —dije con una combinación entre culpa y actitud a
la defensiva—. La que no le gustaba a Wenworth. Tengo que estar de
acuerdo con él.
Mi padre puso un par de sillas frente a mi pintura de Sofía y nos
sentamos.
—¿Era como esta? —Hizo un gesto señalando la pintura de Sofía.
—Mejor.
—¿Así que, por qué la tiraste? ¿Y qué quiso decir tu abuelo con
que la tiraste? No estabas bebiendo, ¿verdad?
Podría haber hecho una cortina de humo y negarlo, pero vamos, él
lo sabría. Habría pensado en sí mismo.
—Sí —señalé.
—¿Qué tan malo es?
—¿La bebida o la pintura? —bromeé.
—Estoy seguro que la pintura era estupenda.
Puse mi mano alrededor de mi mandíbula y froté mi barba
nerviosamente.
—Como dijiste, técnicamente, una patada en el culo.
—¿Y la bebida? ¿Es una patada en el culo?
—Nada que no pueda manejar.
Mi padre negó.
—Eso es lo que me dije a mí mismo. ¿Recuerdas dónde me puso?
De repente, mi estómago se sintió como si alguien hubiese cortado
una línea por mi garganta y hubiese vertido desechos tóxicos dentro de
mí. Necesitaba una bañera para vomitar.
—¿Eso es bueno, huh? —dijo papá.
Bajé la cabeza y me encogí de hombros.
—Tienes que tomar una decisión, paidí mou. Cuanto más cuesta
abajo, más difícil se hace detenerse para no estrellarse al final. Tienes
que tomar las riendas o la bebida lo hará.
Si no fuera por el hecho que mi padre, obviamente, sabía de lo
que estaba hablando, hubiese desechado todo lo que acababa de
decir con un montón de frases vacías. Pero él había vivido por los suelos
durante años. Lo había visto por mí mismo. Era un poco difícil de creer
que se hubiese convertido en el hombre limpio y sobrio que estaba
sentado junto a mí, al cabo de un año. Pero lo había hecho.
Necesitaba tomar en serio lo que había dicho.
En ese momento me di cuenta que he estado esforzándome
mucho en convencer a todos, durante estos dos últimos años, de que
tenía mi mierda junta, había comenzado a creer en mi propia mentira.
En el fondo, la misma vieja duda sobre mí mismo todavía me carcomía.
Era hora de cambiar eso. Los éxitos de mi padre, tanto como artista,
como ser humano, me daban la confianza para hablar finalmente con
total honestidad.
—No sé lo que estoy haciendo, Bampás32 —dije suavemente.
Decirlo en voz alta, era la cosa más difícil que había hecho en mucho
tiempo.
Me di cuenta que los ojos de mi padre se humedecieron cuándo lo
llamé Bampás.
Se le hizo un nudo en la garganta cuándo dijo:
—Ninguno de nosotros nunca lo hace, paidí mou. Todo lo que
cualquiera de nosotros puede hacer es seguir adelante y esperar lo
mejor. A veces las cosas salen bien, otras veces no. Pero hay que seguir
intentándolo hasta que te quedas sin intentos. Eso es todo lo que hay.
—Eso suena estúpido. —Reí mientras lágrimas silenciosas goteaban
por mi rostro.
Mi padre se rió en voz baja.

32 Bampás: Papá en griego


—Lo sé, pero eso no lo hace menos cierto. —Puso una mano en mi
hombro.
La siguiente cosa que supe es que estaba abriéndome por
completo a mi padre.
—Me estoy quedando sin dinero, Bampás. Estoy gastando mi
dinero pagándole a Russell para que trabaje en mi defensa contra ese
tipo Hunter Blakeley. Mis pinturas son una mierda y Brandon está
rompiéndose el culo para tener todo preparado para mi próxima
exposición individual. Al ritmo al que estoy arruinando las pinturas,
nunca voy a terminarlas. Todo está fuera de control y no puedo
detenerlo.
Mi padre me miró pensativo durante un largo rato. Con el tiempo,
sus ojos se iluminaron y asintió.
—Creo que descubrí el porqué.
Este era el punto en el que mi padre dejaba caer algún trozo de
sabiduría, después que me hacía pensar en lo que había dicho, durante
semanas e incluso meses después. Era bueno en ese tipo de cosas.
—¿Por qué? —pregunté.
Golpeó dos dedos ligeramente contra mi pecho.
—Tu corazón.
—¿Mi corazón?
—Dejaste fuera tu corazón en cada una de esas pinturas. —Hizo un
gesto a los lienzos que nos rodeaban en el taller del abuelo—. Estas son
las pinturas de Brandon, no las tuyas. ¿Elegiste a alguno de esas
modelas?
—Los aprobé. Quiero decir, los escogí de un montón de retratos
que Brandon me mandó.
—Pero no te preocupas por ninguno de ellos. Es obvio. Puedo verlo.
Estoy seguro que todas las mujeres son bonitas. Pero no te preocupas
por pintar a jóvenes mujeres hermosas como antes.
—No. —Sonreí. Él estaba en lo correcto.
—Has cambiado. Sabes por qué, ¿no?
Lo sabía, pero él me lo iba a decir como si estuviese leyendo mi
mente.
—Cuando eras más joven, lo único que hacías era perseguir las
faldas. Estabas obsesionado. Estabas enamorado de la idea de mujeres
jóvenes guapas y la emoción de la caza. Es por eso que los desnudos
que pintaste en el pasado siguen siendo buenos. Pusiste tu juventud en
ellos. Siendo un joven cachondo es una fina línea que cualquier hombre
puede apreciar.
Me reí. Él sabía lo que estaba diciendo. Tenía un millar de historias
sobre cómo perseguía a las chicas antes de conocer a mi mamá.
Y continuó:
—Pero en algún momento, comenzó a cambiar cuando
empezaste a crecer, ¿no? —Mi padre se puso de pie y se acercó a la
pintura de Tiffany colgada en la pared del fondo—. ¿Cuándo pintaste
este desnudo de Tiffany? No lo había visto antes.
Me puse de pie y me acerqué a su lado.
—¿Ese? ¿Probablemente hace seis meses?
—Uh huh. —Asintió, pensativo, mientras miraba arriba hacia ella—.
No es como los desnudos que pintaste hace un par de años atrás. Has
crecido como artista. Dime, ¿por qué crees que este retrato de Tiffany
es diferente?
—Lo importante es, que he sido amigo de Tiff desde siempre. No es
una chica a la que estaba persiguiendo. —Reí.
—Esa es una diferencia sustancial —dijo papá—. Y déjame adivinar,
pintaste a Tiffany antes de conocer a Samantha, ¿no?
—Sí. ¿Cómo puedes saberlo?
—Bueno, tu pintura de Tiffany tiene un mensaje claro y singular. A
pesar de la obvia belleza de Tiffany, el mensaje que trasmite la pintura
es fuerte y claro para mí, es respeto y cuidado. Y amor.
Solté una risita.
Mi padre sonrió.
—No me refiero a un amor romántico. Me refiero a un amor de una
amistad verdadera. Sé que Tiffany se ha convertido en una princesa
mimada desde que era una niña. Pero ella no era así cuando se
conocieron en la escuela primaria. Era una niñita inocente, con un gran
corazón. Fueron muy amigos durante años. Y tú pusiste la pureza de esa
amistad en el retrato de ella. Es inconfundible.
—Sí. —Asentí. Cuando se trataba de arte, mi padre leía como a un
libro.
—De todos modos —dijo papá, mirando alrededor—. Todas esas
nuevas pinturas de hermosas mujeres aleatorias que estabas haciendo
para Brandon no significaban nada para ti. Porque tu enfoque ha
cambiado, ¿no es así?
Es ahí cuando todo se reunió en mi cabeza. Dije:
—Es por eso que la pintura que estás haciendo del abuelo es tan
increíble, ¿no es así? Él ha estado yendo a tu casa todos los fines de
semana durante el último año, ¿no?
Mi padre asintió.
—Él te estaba ayudando a limpiarte y a poner tu vida en orden,
¿no? —pregunté.
Mi padre asintió mientras las lágrimas empezaban a caer por su
rostro.
—Es por eso que tu retrato de él es tan poderoso —dije.
Mi padre se frotó las lágrimas de los ojos con el lateral de su mano.
—Puse mi corazón en ese cuadro. Es un reflejo del amor que tu
abuelo me ha dado de forma continua desde que nací. Nunca ha
dejado de ser mi padre. Incluso ahora, cuando soy un gran artista y
padre en mi propio derecho, tu abuelo aún está ahí para mí, como si
acabara de caerme del triciclo y me hubiese despellejado la rodilla por
primera vez. No creo que me hubiese conseguido limpiar sin su
devoción. Él ha estado ahí para mí a través de todo. Cuando algún día
tengas un hijo propio, paidi mou, podrás ser capaz de entender lo
mucho que te amo y lo mucho que tu abuelo te ama. —El rostro de mi
padre estaba contraído por la emoción. Sus hombros saltaban cada
vez que trataba de contener sus sollozos.
Puse mi brazo alrededor de su cuello y él se inclinó hacia mí.
Después de un rato, dijo:
—Estoy bien. —Me miró y una sonrisa se dibujó en su rostro—. Ahora
ya sabes por qué ninguna de las pinturas de las modelos de Brandon
están funcionando para ti o para Stanford Wentworth, ¿no?
Asentí.
—Samantha.
—Ella estaba justo frente a ti todo el tiempo. —Sonrió—. Veo lo
mucho que amas a esa chica. Lo veo en la forma en que la miras.
Nunca has tenido ojos de esa forma para otra persona. Bueno, tal vez
para tu madre, pero eso es diferente. Ella era tu madre. —Hizo un gesto
con la mano—. Sabes lo que quiero decir. De todos modos, tu madre
era una buena mujer. La mejor. Quiero decir, lo es. Es una buena mujer.
—Mi padre lo dijo con un nudo en la garganta.
Asentí.
—Mira eso. —Se rió entre dientes y golpeó mi rodilla vigorosamente,
tratando de contener las lágrimas—. Te respondiste a ti mismo la
pregunta.
Me di cuenta que mi padre estaba rehuyendo el tema de mi
madre como si le matase hablar sobre ello un solo segundo más. Sabía
que aún la amaba como loco. Nunca había dejado de hacerlo, incluso
después que ella nos dejó.
No podía culparlo. Si Samantha alguna vez me dejara, estaría
actuando de la misma forma que mi padre lo estaba haciendo en este
momento. Me moriría a ciencia cierta. Vaya, eso era lo último que
quería pensar.
Aspiré algunas de mis lágrimas y reí.
—Tú solo hiciste todo el diálogo platónico sobre mi culo y me hiciste
darme cuenta de las cosas por mí mismo, ¿no?
—¿Me puedes culpar? Ese Platón fue un griego inteligente. ¿No es
verdad? —Mi padre estaba riéndose mientras lo decía.
También comencé a reír.
—Ven aquí, paidí mou. —Mi padre lanzó sus brazos alrededor de mí
y me dio un gran abrazo.
Cuando me soltó, me apretó los hombros y me miró a los ojos.
—Tu corazón ha cambiado. Ya no eres un niño. Tu arte necesita
reflejar eso. Pon el verdadero amor de tu corazón en el lienzo y todo el
mundo lo apreciará. Es así de simple.
Asentí.
—Lo es.
—Ahora ya sabes cómo arreglar tus pinturas. —Sonrió.
Lo sabía.
El arte era todo sobre el corazón.
Samantha

Una fascinante piscina de luz iluminaba mi mesa de dibujo y mi


cuaderno de bocetos. Dibujaba el bosquejo de animados osos
australianos con diversas drogas y problemas intestinales, cuando
Christos se acercó por detrás de mí la noche siguiente.
Él comenzó a masajear mi cuello y mis hombros.
—Oh, eso se siente bien —suspiré, dejando mi lápiz—. No me di
cuenta que había estado tan tensa.
—Cuándo no lo estás. —Sonrió.
—¡Oye! He estado mejorando. No soy la preocupada chica que
conociste hace meses atrás.
—No, no lo eres. Estas convirtiéndote en una asombrosa mujer.
Realmente me gustó la forma en que lo dijo.
—Entonces, ¿qué sucede? —pregunté.
Sentí la caliente respiración de Christos en mi oreja.
—Necesito pintarte… desnuda.
—¿Eso significa que te sacarías toda tu ropa mientras pintas un
retrato de mí? —Sonreí—. Suena divertido para mí, pero no sé si sería
capaz de quedarme quieta.
Rió suavemente.
—Quise decir que tú estarás desnuda. Pero si quieres, podría estar
desnudo también.
—Mmm, me gusta esa opción. Pero ¿necesitamos la parte de
pintar? Tal vez podríamos centrarnos en la parte de desnudarnos —
ronroneé. Había pasado un tiempo desde que hicimos el amor y sentía
una necesidad ardiente por Christos.
—Me gusta a dónde vas con esto —dijo Christos—, pero soy serio
sobre esto. Quiero hacer un retrato de ti desnuda.
—¡¿Qué?! —Prácticamente salté de mi silla. Quedarse desnuda por
un retrato estaba bien cuando alguien más estaba haciendo esto, pero
no pensé que yo podría—. ¿Por qué?
—Quiero pintarte desnuda para mi próxima exposición individual
en Charboneu.
—¿Desnuda? —Tragué saliva—. ¿Totalmente? —Me estremezco.
—¿Hay algún otro modo?
—¿Quieres decir desnuda, desnuda? ¿No solo en traje de baño?
—Desnuda, desnuda. Las bellas artes y los trajes de baño no van
juntos. Los trajes de baño suelen ser calientes en las portadas de las
revistas.
—Sabes que te hablé sobre hacer diferentes cosas después de
colgar con tu padre la otra noche. Pero estuve pensando que tal vez
deberías encontrar diferentes modelos o algo.
—Lo hice. —Sonrió con su sonrisa con hoyuelos.
Nerviosamente, dije:
—No pensaba que me dirías a mí.
—Tú —murmuró seductoramente.
Apreté el cuello de mi camiseta, como si colgara abierta como
una camisa desabotonada y estaba en corpiño. Pero estaba cubierta.
¿Por qué sentí el deseo de envolverme en mantas o tal vez de andar en
un traje de buceo de alta mar con uno de esos antiguos cascos de
buceo? Oh sí, porque Christos estaba sugiriendo no sólo pintarme
desnuda sino que la muestra del retrato sería en una galería pública
donde cualquier persona podría verlo. Peor, a alguien podría gustarle
para comprarlo y colgarlo en su repisa.
¿Cómo romper la mala noticia a Christos de su idea me hace sentir
incomoda?
—Ahh… Es grandioso que quieras pintarme. Estoy totalmente
halagada. Pero ¿podríamos hacer esto conmigo vestida? ¿Así como un
retrato común? ¿Como el de retrato de tu bisabuelo? Él estaba vestido.
—Podría hacer eso, pero pienso que no sería lo mismo.
—Por supuesto que no —bromeé—. Sería una pintura de mí.
Problema resuelto.
Él negó, y sonrió con su sonrisa de hoyuelos. Como siempre, tenía
poderes de hacer caer la ropa interior. Pero no iba a dejar trabajar su
magia esta vez.
Negué desafiante.
—Aquí está la cosa —dijo con confianza—. Hay una mujer dentro
de ti que he visto desde el primer día. Pero usualmente, ella solo sale
cuando estás acorralada en una esquina. La mayoría de las veces, esa
mujer está destinada a ser oculta del mundo. Te has pasado años
ocultando ese lado fuerte, la confianza en ti que apenas sabes que
existe. Pero la veo todo el tiempo. Quiero pintar esa mujer y compartirla
con el mundo. Quiero que todos conozcan lo asombrosa que es
Samantha Smith. No se puede, pero lo es. Eres asombrosa, agápi mou. Y
quiero que todos lo sepan. Supongo que si puedes encontrar el coraje
para sentarte desnuda, tu confianza brillará a través del retrato.
—¿No puedo estar segura con la ropa puesta? —pregunté
nerviosamente.
—Sí, pero será mucho más difícil para tu confianza brillar a través
de ello —dijo.
—¿Por qué?
—Porque posar vestido no requiere el mismo coraje como posar
desnudo. Si vas a posar desnuda, vas a tener que cavar hondo y sacar
tu coraje.
—¿Qué pasa si termino poniéndome nerviosa mientras me estas
pintando desnuda? ¿No se transmitirá eso en la pintura?
—Sí. Ese es el por qué te estoy preguntando, no contándote.
Siéntete libre de decir no. Porque si vas a hacer esto porque te sientes
obligada, eso también se transmitirá. Tienes que cavar hondo y
encontrar tu fuerza intrínseca y voluntariamente llevar a cabo lo que
puedo captar en la pintura. Tienes que querer que te pinte desnuda.
Luego podemos mostrarles juntos al mundo lo asombrosa que es
realmente Samantha Smith.
—Vaya. —Sonreí—. ¡Me gusta el sonido de eso! ¿Sabes lo que me
hace realmente fuerte?
—¿Qué?
—Si visto un casco de vikingo.
—¿Eh? —Frunció el ceño.
—¿Como una valquiria de la mitología Nórdica? Son totalmente
absurdos. ¡Podría lucir impresionante!
Hizo una cara divertida.
—Lleva un momento y la imagen de tu retrato, sentada desnuda,
vistiendo un casco de vikingo, y dime si no es esto ridículo.
Mis cejas se juntan.
—Eres quien sugirió que debería verme fuerte. Los cuernos son
divertidos.
—Sí. ¿Pero desnuda? Tal vez con una espada, una armadura y un
gran escudo. Pero eso luciría como si estuvieras pretendiendo ser fuerte.
La fuerza no viene de una armadura o armas. Viene dentro de ti, de tu
corazón y tu determinación. Eso es lo que quiero pintar.
—Tienes un punto. Pero aún pienso que desnuda con un casco de
vikingo sería increíble.
Levantó las cejas con escepticismo.
Fruncí el ceño y crucé mis brazos sobre mi pecho.
—Eres el artista. Encontrarás la manera de hacerme lucir increíble.
Podría ser el primero. Digo, lo que te dices a ti mismo, ¿cuantos retratos
de desnudos de mujeres vistiendo un casco de vikingo hay?
—Supongo que ninguno —dijo Christos.
—¿Lo ves? ¡Sería el primero! —Estaba totalmente en mi idea ahora.
—Tendré que pensar sobre esto —dijo pensativamente.
—¿De verdad? —Me sorprendió bastante.
—De verdad. Déjame reflexionar sobre esto. Realmente podría
funcionar. Pero vas a tener que usar trenzas como Brunhilda.
—¿Qué? Odio las trenzas. Me hacen lucir como de cinco años.
—Ese es el trato. —Sonrió.
—¿De verdad?
Negó.
—Tal vez no. Las trenzas pueden ser demasiado. Pero pensaré
sobre ese casco. ¿Entonces lo harás?
—¿Supongo? —Sonreí nerviosamente—. ¿Pero no hay ninguna
extensión de tiros en la entrepierna, verdad?
Sonrió abiertamente.
—¿Qué, no hay castores abiertos?
—Sigue hablando así y puedes olvidar esto —bromeé.
—Estoy bromeando. Solo verías castores en porno, o tal vez tatuajes
de arte. No quiero espantar a los compradores de bellas artes.
—¡Qué! ¿Estás diciendo que mis partes de señorita son espantosas?
—Me levanté de mi silla y me di vuelta para enfrentarme a él.
Saltó fuera del rango.
—Estoy seguro que algunos hombres se sentirán de esa manera…
Arremetí contra él, pero me esquivó.
—¡Retira lo dicho!
—¡Estaba pensando en un hombre gay! —dijo mientras salía fuera
del estudio—. ¡Ellos estarán probablemente aterrorizados de tu castor
porque estarán preocupados de que sus penes estén demasiado cerca
de esos enormes dientes!
—¡¿Enormes dientes? ¿Eso se supone que es una disculpa?! —grité
mientras corrí detrás de él—. ¡De todas maneras, la mía no tiene ningún
diente! ¡Y no luce como un castor! ¡Vuelve acá! ¡Voy a arrancar tus
nueces y alimentar a las ardillas de afuera con ellas!
—¿No te gustaría alimentarlos con tu castor? —llamó mientras
corría hacia la sala de estar.
—¡No es un castor! —grité mientras lo seguía alrededor del sofá—.
¡Es un coño! ¡Tú mismo lo dijiste! —Cuando estuve a punto de agarrar la
parte de atrás de su camisa, saltó sobre el sofá, fuera de mi alcance—.
Al menos podrías llamarme león o jaguar. No hay nada sexy sobre los
castores.
Corrió hacia el lado más alejado de la sala de estar y se detuvo.
—¿Qué quieres decir? Apuesto que los machos castores piensan
que las hembras castores son totalmente calientes. Los machos castores
están probablemente como: Viejo, comprueba la cola de esa chica. Es
tan grande, plana y gomosa, podrías usarla como una piscina cubierta.
—¿Una piscina cubierta? —mofé, arrastrándome hacia él, un paso
a la vez, con la esperanza que no notara que estaba acechándolo
como un gato de la jungla que era.
Christos frunció el ceño, retrocediendo un paso.
—¿Qué? Los castores pasan la mayor parte del tiempo en el agua.
Ellos piensan sobre esas cosas.
—¡Los castores construyen represas! ¿Qué tienen que ver las
piscinas? —pregunté escépticamente, avanzado hacia él.
—Obvio. Una represa produce que el agua rebalse, por lo tanto
piscinas cubiertas.
Negué, moviéndome alrededor lentamente.
—No lo creo. De todos modos ¿por qué la obsesión de repente con
los castores?
—Eres la única que has estado dibujando osos australianos todo el
tiempo.
Él estaba casi en la base de las escaleras. Si me movía lentamente,
tal vez podría generar una falsa sensación de seguridad por lo que
podría alcanzarle. Sonreí fríamente.
—Eres incorregible. —Avancé otro paso hacia él.
—¿Qué es lo que van a hacer tu jaguar y tú por esto? —se burló.
—Mi jaguar va a comerte vivo —gruñí. Sí él corre escaleras arriba,
sería mío. Allí no hay manera de escapar.
En el último segundo, Christos esquivó hacia la derecha y corrió
hacia la puerta. Llegó afuera más rápido que un guepardo.
—¡Vuelve aquí! —grité, corrí detrás de él, pisando sus talones.

Mi respiración bombeaba en un ritmo constante bajo la oscuridad.


El movimiento de mi cuerpo y la sensación líquida de mis extremidades
consumen mi enfoque.
Christos estaba a solo unos pocos pasos adelante cuando corrimos
a lo largo de las calles oscuras fuera de la casa de Manos cerca del
sendero.
Aún logro encontrar tiempo para correr tres veces a la semana, a
pesar de toda la locura que he vivido estos últimos meses, y estaba en
buena forma. Pero Christos quedaba varios pasos adelante sin importar
lo rápido que corriera. A pesar de todo el alcohol que él ha estado
consumiendo, aún era un asombroso atleta que me pone en
vergüenza. Podría decir que él podría dejarme hecha polvo si quisiera,
pero no lo hizo. Se burlaba de mi proverbial zanahoria en un palo. En
ese caso, era un trozo de carne de hombre en un palo. O debo decir su
carne de hombre en un palo.
De todas maneras, no dejé que él o su palo se escaparan.
Cuando llegamos al comienzo del sendero, él saltó por la
pendiente como una ligera gacela. Ahora realmente me deja en el
polvo, pero bombeé mis piernas duro para seguir el ritmo.
Mi corazón latía y mis pulmones quemaban cuando llegué a la
parte superior del camino. Christos estaba parado en el borde del
pequeño claro, admirando el paisaje. Tomé nota del viejo banco de
madera de Spiridion, aquel en el que Christos y yo nos habíamos
besado hace muchas lunas bajo las estrellas. Creo que había sido la
primera vez que había estado sin blusa en toda mi vida.
Había compartido tantas primeras veces maravillosas con Christos
desde que nos conocimos. Y esperaba que compartiéramos miles más
durante nuestras vidas.
Este claro también era el lugar donde Christos había dibujado su
primera pintura de mí, la caricatura mostrándome como un pintor con
la inscripción, La Maestra del Arte mundialmente famosa, Samantha
Smith ¡Puedes hacerlo totalmente! Todavía tenía esa pintura. Christos
había comprado un marco para ella y colgaba junto a mi mesa de
dibujo en nuestro estudio.
Nuestro estudio.
Este claro era el lugar que Christos había dicho que sólo su familia
había visitado alguna vez. Yo había sido tan perra ese día.
Erróneamente lo había acusado de llevar a todas sus novias aquí para
bajar sus pantalones y joderlas. Había estado muy densa y muy enojada
para darme cuenta de que ya estaba llamándome su familia cuando
apenas me conocía.
Vaya, qué profético había sido eso.
Y por supuesto, este claro era el lugar en el que me había burlado
de Christos y le dije que sus pinturas de desnudos sólo eran trofeos
baratos de todas las mujeres con las que había tenido sexo. Le dije que
sus pinturas eran una invasión a la intimidad de las mujeres, nada más
que la explotación pornográfica sobre telas elegantes. Gracioso. Eso es
exactamente lo que mi mamá había dicho cuando vio el estudio de
Christos durante las vacaciones de primavera.
—Eso no es arte —había dicho mamá—, esto es pornografía.
Espero que nunca consideres degradarte al rebajarte a desnudarte
para Christos. Debería esperar haberte enseñado mejor que eso.
Me reí entre dientes suavemente mientras las palabras de mi mamá
hicieron eco en mi cabeza.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Christos.
—Solo estaba recordando lo que dijo mi mamá acerca de tus
retratos de desnudos cuando estaba de visita.
Christos sonrió y asintió.
—Me parece que sonaba mucho como tú lo hiciste cuando nos
conocimos.
—De tal palo, tal astilla —suspiré.
—No tenemos que hacer el retrato desnudo si no quieres hacerlo,
agápi mou. Depende totalmente de ti.
—Gracias, Christos. Pero ya no quiero ser como mi mamá. Es el
momento de que finalmente deje todo atrás. Ahora soy mi propia mujer.
—Sí lo eres, agápi mou. Eres toda una mujer. —Sus ojos destellaron
enigmáticamente en la luz de la luna azul plateada—. Y ésa es la mujer
que quiero pintar.
—¿Todo lo que quieres hacer es pintarme? —me burlé.
Él sacó su camiseta por la cabeza y la lanzó en el banco. Las
fuertes sombras en su rostro y cuerpo musculoso de la luz de la luna le
hacían parecer salvaje. Las líneas irregulares de sus tatuajes en sus
hombros robustos realzaban su aspecto peligroso. Sus abdominales eran
afilados y rígidos. Me podía imaginar ser perseguida por el bosque por
este espécimen asombroso de masculinidad hace un millón de años.
Me habría encantado haberlo dejado devastarme.
—Haré cualquier cosa que quieras —gruñó.
—¿Cualquier cosa? —susurré.
—Cualquier cosa —dijo entre dientes.
—Tómame —dije de manera seductora.
Él se acercó sigilosamente y se agachó. Sus ojos ardían debajo de
sus cejas. Parecía a punto de gruñir como una bestia.
Empecé a estremecerme con anticipación y con un poco de
temor. Las llamas en sus ojos eran más intensas de lo que había visto
alguna vez. Eran de fuego azul en el centro de la llama, la parte más
oscura y más caliente de él.
Se detuvo a centímetros de distancia y hundió sus puños en la
manga larga de mi camiseta en el cuello. Sus dedos anudados en el
algodón. Los músculos de su pecho desnudo sobresalían y sus hombros
anudados. Tendones definidos y venas enrolladas aparecían en sus
antebrazos. Sus ojos se mantuvieron en los míos. Estaba fascinada por su
poder masculino.
Hubo un sonido de desgarrado agudo cuando el hombre salvaje
sosteniéndome en su agarre de puños rasgó mi camiseta. Sus labios
mostrando sus dientes cuando apareció el algodón roto, separando mi
camiseta justo por la mitad. La pasión caliente destellaba en sus ojos
cuando forzó la camiseta hecha jirones por mis brazos, atada a mis
brazos. Estaba a su merced y no quiero estar en ningún otro lugar en el
universo en ese momento. Era suya para poseer.
Él rasgó mi camiseta por el resto del camino, liberando mis brazos.
Hace un mes, podría haber cubierto mi sostén y pechos con mis brazos
por timidez. En lugar de eso, ignoré los restos de mi camiseta harapienta
y me quedé parada orgullosa mientras empujaba mi pecho hacia el
hombre.
Él se quedó mirando mis pechos, devorándolos con la mirada
hambrienta. Eran suyos. Llegué a mi espalda y desabroché mi sostén,
dejándolo caer. Él lo atrapó antes de que tocara el suelo como un
cazador experto y lo lanzó al banco como una resortera. Aterrizó en su
camisa como una flecha golpeando la diana.
El aire fresco de la noche endureció mis pezones en capullos
rígidos.
Sentí su deseo masculino bañándome. Ese deseo era para mí. Para
mi femineidad. Mía, y solo mía. En ese momento, entendí. Mi hombre
perfecto era todo un hombre. Su lujuria lo había impulsado a buscar las
mejores muestras de femineidad que pudo encontrar. Y él me había
encontrado. Me había escogido de entre todas las otras mujeres para
ser su mujer. Porque lo volvía loco, yo encendía su pasión, lo calentaba.
Lo convertí en un desesperado hombre de las cavernas. Y ahora, sería
su mujer de las cavernas.
Con sus fuertes manos ahuecó mis pechos con delicadeza. Los
amasó con suavidad, venerándolos y atesorándolos porque sabía que
eran las herramientas de una mujer para el sustento de la vida de un
recién nacido. Sin mis pechos femeninos, su joven descendencia nunca
podría sobrevivir. A pesar de su fuerza bestial, su masculinidad no era
nada más que un breve momento en la historia sin mi femineidad para
llevar su semilla a la eternidad, pasando nuestra fuerza vital y en las
generaciones futuras.
El calor quemó entre mis piernas.
Él se agachó y lanzó sus brazos alrededor de mis caderas,
levantándome como si no pesara nada. Me sostuvo en el aire con sus
brazos poderosos como un ídolo primitivo, después me bajó por lo que
mi estómago se deslizó por su pecho. Su vello hacía cosquillas en mi piel
hasta que apretó mis pechos contra su cara. Cuando acarició mi pecho
e inhaló mi olor profundamente en sus pulmones, enrollé mis brazos
alrededor de su nuca, acercándolo. Gimió cuando su nariz rozó sobre
un pecho y su lengua lo siguió, lamiendo desde la curva hinchada en la
parte inferior hasta el botón y viajando a través del pezón puntiagudo.
La humedad llovió dentro de mí.
Trabajó mis pechos con intensa atención, lamiendo, chupando,
contorsionando, apretando. El placer primario se agitó por mi pecho
cuando mis piernas se apretaron alrededor de su cintura. Enterré mi
nariz en su grueso cabello cuando enterré y torcí mis dedos en sus
mechones gruesos. Inhalé su olor erótico, filtrándose por sus poros. El
aroma de su deseo desnudo en mi cerebro envió lanzas de éxtasis por
mi columna vertebral. Los músculos en lo más hondo de mí palpitaban
con necesidad.
Suspiré audiblemente y se volvió en un gemido largo y fuerte
mientras lanzaba mi cabeza hacia atrás para permitir que la energía de
la necesidad fluyera dentro de mí en el mundo. Estaba completamente
despreocupada de quién podía estar posiblemente escuchándonos en
la cima de la montaña. Estaba sola en una selva en algún lugar con
este pagano que estaba enterrando su cara en mis pechos, lamiendo
toscamente y succionando el sustento de mí como un bárbaro.
Me bajó hasta que mi cara estaba al nivel de la suya. Nuestras
narices se tocaron con delicadeza en suave contraste con el fuego que
lo había consumido antes. Había ternura dentro de esta bestia. La
pasión abrazadora en sus ojos permanecía, pero la ternura de sus labios
mientras rozaban los míos era la de una pareja amorosa que sería
amable con nuestros hijos. Esta bestia brutal que podía cazar y proteger,
también podría educar y amar.
Nos besamos de una forma tranquila y suave, bebiendo el refinado
y complejo placer de labios y lenguas. El calor pasó entre nosotros,
nuestra respiración mezclándose, nuestra fuerza vital combinada. Nos
conectamos en todos los niveles.
Las palabras y pensamientos se desvanecieron cuando nos
convertimos en placer juntos.
Él terminó nuestro beso, se agachó y me puso en el suelo. Se
arrodillo ante mí, su cara en línea con mi pelvis. Con ceremonia y
reverencia, desabrochó mis jeans, los deslizó y mis bragas bajaron hasta
mis tobillos. Besó mi femineidad desnuda con la misma apreciación
cuidadosa que había mostrado en mi boca. Suspiró calor mientras mi
humedad goteaba sobre su cara y boca.
Me tragó como un animal sediento, su lengua lamiendo y
embistiendo en mi agujero empapado.
Empujé mis caderas en su cara mientras el placer me sobrepasaba.
Sus dedos rígidos apretaron mi culo, sosteniéndome mientras mis rodillas
cedían. Caería al suelo si él no hubiera estado soportando mi peso con
sus fuertes manos. Fui tomada por el placer que borró mi conciencia.
Me volví en la esencia de la femineidad y el éxtasis mientras él me
comía, y nada más.
Estallé en un orgasmo violento, un volcán de calor abriendo mi
cuerpo como el nacimiento del planeta. Al igual que la Madre Tierra,
cobré vida mientras la intensa energía me liberaba.
Grité mi despertar y cobré vida completamente por primera vez.
Era una mujer.
Gruñí.
Y me corrí.
Me corrí…

Luz y oscuridad infinita rebotaban del uno al otro, vibrando y


luchando contra el otro.
Yo vibraba entre sus dos extremos.
Lentamente, con sensualidad, volví a la conciencia humana.
Un hombre corpulento tenía su cara enterrada entre mis piernas.
Ahora estaba de pie, mirándome a los ojos, apoyando mi cuerpo flojo y
gastado. Su boca estaba manchada de humedad. Con el líquido de la
vida.
Nos besamos profundamente cuando recuperé el conocimiento.
La fuerza y deseo surgió a través de mí. Tiré mis zapatos y empujé
mis jeans y bragas hasta que estaba completamente desnuda. Lancé
mis jeans y calcetines en el banco.
Bajé mi cabeza y lo miré, mis labios se curvaron con anticipación.
Sus propios labios se torcieron con el desafío.
Me lancé hacia él y arañé el cinturón alrededor de su cintura y
rasgué su pantalón, bajándolos hasta sus tobillos. Su polla se levantó alta
y orgullosa mientras me arrodillaba delante de él. Era gruesa, venosa y
fuerte como sus brazos poderosos. Él era el poder masculino de la
cabeza a los pies.
Su polla palpitaba con necesidad mientras permanecía de pie
sobre mí. No podía permitirle sufrir otro momento sin mi calor. Nuestros
ojos se encontraron mientas lo adoraba. Lo toqué con la lengua, lamí,
me burlé, inhalé y tragué.
Él me permitió venerarlo.
Pronto, su aprobación se transformó en sumisión mientras gemía y
gemía. Sus enormes y musculosos muslos temblaban. Apenas podía
estar de pie. Toda su fuerza estaba en mi boca. Estaba impotente para
defenderse.
Consumí todo de él con voracidad, tomándolo en profundidad.
Él no podía detenerme.
Y no podía detenerse.
Un rugido salió de él, su pecho flexionándose y sus abdominales
contrayéndose, temblando todo su cuerpo musculoso.
Su hombría se vertió en mi boca mientras su cuerpo se estremecía
con liberación placentera.
Agarré su polla con fuerza en una mano mientras lo bebía. Él se
estremeció contra mi lengua y la parte posterior de mi boca.
Cuando sus espasmos disminuyeron, él se inclinó, con las manos en
las rodillas, respirando con dificultad.
Lamí la cabeza de él limpia, y finalmente lo liberé.
Una última gota de semen se escurrió de su punta. La limpié con la
punta de mi lengua y tragué.
Pasé el lado de mi mano sobre mi boca.
Todavía estaba hambrienta.
Me levanté y nos besamos profundamente por mucho tiempo,
tragándonos el uno al otro, ahogándonos en el deseo. Cuando lo sentí
presionando calor y dureza contra mi abdomen unos minutos después,
él me empujó hacia el banco. Tropecé en él. Entonces estaba en el
banco, en cuatro patas, mi cabello enmarañado colgando en mi cara.
Le lancé una mirada burlona. Me mordí el labio inferior.
Él se puso de pie, alto y fuerte. Su polla estaba hinchada otra vez.
Pateó las botas y se sacó los jeans agrupados de cada pie hasta que
también estaba completamente desnudo bajo la luz de la luna.
Él se paseó hacia el banco y dio la vuelta detrás de mí.
Entrecerré los ojos y lo miré por encima de mi hombro, enviándole
una mirada sensual. Su hombría se sacudió con expectación. Bajé mis
caderas y me incliné de rodillas, presentando mi femineidad hacia él.
Dio un paso hacia adelante y me tomó por detrás.
Mi centro estaba resbaladizo y listo. Se deslizó profundo dentro de
mí, hasta que sus caderas se presionaron contra mi culo. Lo apreté
firmemente mientras se retiraba lentamente. Sus manos agarraron mis
caderas por detrás mientras se empujaba hacia adelante. Yo empujé
mis caderas hacia atrás, encontrándome con él en el centro.
Apreté su virilidad cada vez que él se retiraba, haciéndole saber
que no quería que fuera a ningún lado. Él cayó en un ritmo constante,
bombeando cuando yo me empujaba hacia él.
El placer se construyó en mi interior. Pronto, cualquier control de
consciencia se desvaneció, cualquier deseo de satisfacer o complacer
desapareció cuando el éxtasis que él me dio me reclamó. Me rendí al
deseo, me rendí a lo encantador. Mi espalda se arqueó mientras mis
pechos se presionaron en el montón de ropa debajo de mí, dándole un
total acceso para tomarme y abrumarme con su energía masculina
dominante.
La energía hizo un tornado dentro de mi cuerpo cuando me dejé
llevar de la realidad. El hombre más perfecto en la historia de los
hombres me penetró como un animal. Mi pulso latía en mis oídos y se
aceleró mientras sus embestidas se intensificaban. De nuevo gruñí, una
leona letal en medio de un ritual atemporal de apareamiento.
El suelo se abrió bajo nuestros pies y el fuego se propagó
rápidamente desde el centro de la tierra, bañándonos en un geiser de
magma cuando nuestro orgasmo nos destrozó al polvo.
Gritamos juntos mientras renovamos el vínculo eterno entre lo
masculino y lo femenino.
Unión.

Christos estaba encima de mí, apretándome en la pila de ropa en


el banco mientras luchaba por exhalar un aliento.
—Mierda —dijo con voz ronca—. No me puedo levantar. —Su
pesado torso estaba presionándose en el mío.
—¡Ah! —bufé. No podía conseguir el suficiente aire para expulsar
una palabra completa.
—¿Estás bien? —preguntó, preocupado.
—¡Mierda!
Él salió de mí y se dejó caer sobre su culo en el suelo al lado del
banco. Se dobló en sus rodillas y se arrodilló junto a mí mientras
acariciaba mi mejilla.
—¿Samantha? ¿Háblame? ¿Rompí algo? ¿Necesitas RCP?
Rodé sobre mi espalda, completamente desnuda y me quedé
mirando a las estrellas por encima de la cabeza:
—Estoy bien —susurré—. ¿Nos dormimos?
—Creo que perdimos el conocimiento. —Él sonrió.
—¿De verdad?
—Sí, creo que después de que nos corrimos caí arriba de ti y ambos
nos desmayamos.
Fruncí el ceño.
—Eso es ridículo.
—Si tienes una mejor explicación, me encantaría escucharla.
—En realidad no —sonreí—, tendré que tomar tu palabra en esto.
—Creo que me rompí un testículo aquella vez.
Hice una mueca de dolor.
—No te lastimaste golpeando tan duro, ¿o sí?
—No. —Se rió entre dientes—. Me refería a cuando me corrí. No
creo que alguna vez me haya corrido así de duro antes. Quiero decir,
como, nunca. No tienes ningún orificio de bala en ti, ¿o sí?
—¿Qué? —pregunté, confundida.
—¿De cuándo disparé mi carga?
—No te entiendo.
—Se sintió como proyectiles para mí.
Reí.
—Esas son balas pobres.
—Estaba pensando en balas en llamas.
—Pensé que habías dicho que eran proyectiles.
Él se rió disimuladamente:
—Balas en llamas suena mucho mejor que proyectiles, ¿no te
parece?
Rodé en el banco a mi lado y le sonreí.
—Eres un idiota, agápi mou.
Él sonrió.
—Es por eso que me amas. —Se echó hacia adelante y me besó
suavemente.
Antes de darme cuenta, nuestro beso se había profundizado con
sensualidad y me sentí encendida de nuevo.
Después de un rato, me aparté y sonreí.
—Nunca antes he tenido sexo en la cima de la montaña.
—Nunca antes he tenido sexo en este banco —dijo él.
—¿De verdad?
—Te lo dije antes, este lugar es sagrado. Nunca he traído a ninguna
mujer aquí.
—Pero me trajiste. —Sonreí.
—Sí. Y ahora este lugar es oficialmente suelo consagrado. Si
cualquier otra mujer alguna vez llega hasta aquí —se rió entre dientes—,
creo que el suelo la tragará.
—Creo que casi nos estábamos consumiendo cuando estabas
dentro de mí antes. —Sonreí.
—Sigue hablando así y voy a tener que hacerlo de nuevo —
ronroneó.
—Está bien, pero, ¿qué tal si lo hacemos de vuelta en la casa? Está
frío aquí afuera. —Por frío, me refería a que estaba completamente
desnuda afuera en medio de la noche y estaba helada. Si esto hubiera
sido D.C., probablemente hubiéramos estado congelados y con
hipotermia a estas alturas. Tanto así que, mis dientes estaban queriendo
castañear y yo necesitaba entrar en calor.
—Me parece bien. —Christos se levantó.
—Tienes suciedad.
—¿La tengo? —Él bajó la vista a sí mismo—. Ni siquiera me di
cuenta.
Yo tenía tierra en mis rodillas y también en los pies, pero él tenía una
gran mancha en su culo, el cual tenía las nalgas blancas, a diferencia
del resto de su cuerpo bronceado. Ambos habíamos estado recibiendo
el sol desde el inicio de la primavera.
—No puedo decidir si me gusta el bronceado del bañador que vas
a tener o no.
—Si quieres, podemos ir a la playa nudista por SDU donde te vi esa
vez con Madison y Jake. Entonces podemos asolearnos y borrar nuestras
líneas de bronceado juntos.
Madison y yo nunca habíamos regresado a esa parte de la playa
desde que nos dimos cuenta que era nudista.
—Mmm, tal vez no. ¿Qué tal si nos vamos con las líneas de
bronceado?
—Siempre podemos asolearnos en la terraza en casa cuando mi
abuelo esté fuera.
Me encantó cómo la llamó nuestra casa. Sonreí para mis adentros
mientras me ponía la ropa.
Ambos nos vestimos.
Me di cuenta de que mi camiseta fue destruida, pero me las
ingenié para atar los extremos juntos en mi cintura, encima de mi sostén.
—¿Te gusta? —le pregunté.
—En cierto modo te ves como Mary Ann de la Isla de Gilligan. Pero
rubia y más caliente. Y después de lo que hicimos en el banco, mucho
más sucia.
Casi le pregunté insegura si eso era bueno. Pero esa era mi vieja yo.
La nueva yo se rió con seguridad.
—Y te encantó.
—Lo hace. Y te amo, agápi mou. —Se agachó y me besó.
—Y si quieres más de mí sucia, ¡vas a tener que atraparme! —Me di
la vuelta y corrí hacia la colina en la oscuridad.
Podía sentir el semen de Christos goteando en mis bragas mientras
corría. No me importaba. Todavía me sentía como una mujer primitiva
de la prehistoria. No me importan las cosas como la ropa interior sucia o
lavar la ropa. Todo lo que me importaba en ese momento era el
espécimen perfecto de virilidad persiguiéndome, el que se había
apareado conmigo. Me sentí tan viva, quería que me tomara de nuevo
y que demostrara su hombría.
El camino era áspero y desigual, y sentí la gravedad empujándome
más rápido de lo que estaba cómoda para correr, sobre todo
considerando lo oscuro en la que estaba.
Pero las botas de Christos estaban golpeando justo detrás de mí.
No quiero que me atrape tan fácilmente.
Aceleré mi ritmo, enfocándome en donde cayeron mis pies y
manteniendo mi centro de gravedad bajo y balanceado.
Un hilo de mi vieja inseguridad tejió mis cejas y una cuerda de mi
civilizada cordura arraigada se enrolló a través de mis pensamientos. Me
di cuenta de que mi deseo por Christos me tenía tan encendida, estaba
siendo estúpida. Quiero decir, estaba saliendo disparada cuesta abajo
en la oscuridad. Fácilmente podía quebrarme un tobillo o pierna. Me
asustó. Me pregunté si Christos podía destruirme con su implacable
abandono algún día. Esperaba que mi viejo amigo, el miedo, arrancara
mi confianza y me devorara en cualquier momento.
Pero ya no era esa chica asustada. No iba a dejar que el miedo
dirigiera mi vida.
Era una mujer, y era fuerte.
Una poderosa fuerza femenina se levantó dentro de mí como una
yegua campeona o una leona en la tundra y pisoteó mi temor con
decisión. La adrenalina y emoción se vertieron en mis venas y nadaron a
través de mi cuerpo.
Christos sólo podía tenerme si era lo suficientemente fuerte para
atraparme.
Corrí tan rápido como pude por el camino. Salté sobre las rocas y
terrones como una cazadora experimentada en su elemento hasta que
estaba calle abajo. Entonces corrí a toda velocidad hacia la casa,
Detrás Christos estaba cerca.

Subimos las escaleras de nuestra casa juntos.


Sabía que Spiridion estaba fuera, así que no estaba preocupada
del ruido molestándolo.
Tropecé en el dormitorio y me estrellé en la cama. Nos desvestimos
riéndonos el uno al otro y nos zambullimos en la cama, ignorando la
suciedad del camino.
Nos arrodillamos juntos en la cama, uno al frente del otro. Yo
estaba llena de confianza porque estaba entusiasmada de que no
había tropezado en el camino. Había navegado el terreno
accidentado en la oscuridad como un maestro. Mi éxito alimentó a mi
palpitante emoción.
Tracé las letras del tatuaje Fearless en el pecho de Christos con la
yema de mi dedo:
—Tal vez debería hacerme un tatuaje en mi pecho que diga
Fearless. —Sonreí.
—¿Qué? ¿Y dañar esos pechos perfectos? Nada hecho por la
mano del hombre podría alguna vez compararse con tus pechos, agápi
mou. A decir verdad, estoy un poco preocupado por capturar su
perfección cuando los pinte.
—Puedes hacerlo por completo —dije con desdén. Cuando me
encontré por primera vez con Christos, me habría avergonzado sus
palabras, y preguntado para reconfirmar que no estaba mintiendo.
Ahora me lo tomé con calma. Pero la verdad era que no estaba
realmente en los tatuajes. Bromeé—. Está bien, ¿y si consigo una
estampa de zorra que diga Sin Miedo en su lugar?
Él se rió entre dientes.
—Definitivamente ve con la estampa de zorra. De esa forma,
cuando te esté tomando por detrás, voy a recordar lo dura que eres.
—Porque ambos sabemos que soy dura —bromeé—, en el buen
sentido.
—En el mejor sentido. Tienes un culo que lanzaría miles de barcos.
Fruncí el ceño.
—Espera, eso suena como algo que tiene que ver con los pedos.
Como que mi culo dispara pedos de balas de cañón o pedos de
bombas de misiles que explotan las velas que dan poder a los barcos.
—Miles de ellos. —Sonrió Christos y negó—. Tu imaginación no
conoce límites, agápi mou. Tampoco los límites del decoro.
—Y te encanta. —Reí.
—Lo hago. —Sonrió.
Empezamos a besarnos, desnudos de rodillas, pecho a pecho en
nuestra cama. La pasión de la cima de la montaña estalló una vez más,
sin nunca enfriarse por completo. Pero esta vez fue más dulce y
suavemente diferente. Hacer el amor era tranquilo e íntimo en contraste
con la intensidad brutal y el abandono salvaje de antes. Esta vez, no
sólo nuestros cuerpos, sino nuestros corazones latían juntos en ese ritmo
atemporal y antiguo del hombre y la mujer en perfecta unión.
La unión de nuestros corazones trajo una urgencia poderosa.
Estaba íntimamente consciente de Christos mientras él empujaba con
ternura en mí una y otra vez. Su calor, su olor, su peso. Pero también su
compasión, su ternura y su amor. Sentí nuestras almas unirse mientras
nuestros cuerpos se corrían juntos. Podía decir que él también lo sintió.
Nuestros ojos se bloquearon cuando el placer barrió a través de nosotros
en una llovizna de liberación orgásmica.
Yacimos en los brazos del otro en nuestra cama mientras las brasas
de nuestro fuego se enfrió y el vínculo entre nuestros corazones se
fortaleció, al igual que los cimientos después de un volcán que entró en
erupción finalmente se detiene. Nuestro ritual de amor estaba
completo, cuerpo y alma.
Juntos, Christos y yo habíamos sentado la base de nuestra
renovación y renacimiento. Como Adán y Eva, éramos Hombre y Mujer.
Éramos la Creación.
Éramos Amor.
Amor.
Samantha
—¿Crees que los piratas siempre utilizan su pata de palo como
consolador? —preguntó Romeo pensativo.
Me quedé mirándolo boquiabierta.
Un viejo con una sombra de barba canosa estaba de pie en el
centro de la habitación vestido de pirata. Adquirió la pose clásica de
pirata: las manos en las caderas y la pierna encima de una caja, como
si estuviera en la parte delantera de un barco pirata. Un machete
colgaba de su funda en el cinturón. Tenía un sombrero de pirata negro y
un sofisticado abrigo largo con cientos de botones.
Los estudiantes hacían un círculo alrededor de la tarima dibujando
al pirata, sentados en esos bancos llamados caballetes, en los que te
sentabas a horcajadas como si fuera un caballo, de ahí el nombre.
Tenía un tablón vertical pegado en la parte delantera como si fuera el
cuello del caballo para apoyar el cuaderno de dibujo. No pensaba que
fueran tan grandes como para llamarlos caballos, por eso los llamaba
ponis de dibujo. Necesitaría una silla adecuada y deslumbrante con
brillos y hebillas de plata para el mío.
La clase se llamaba Dibujando La Figura Vestida. El profesor Walt
Childress, que me había enseñado Dibujo de la Vida el pasado otoño,
era nuestro profesor una vez más.
—Estoy totalmente de acuerdo con que los piratas utilicen sus
patas de palo como consoladores —susurró Romeo mientras dibujaba
en su regazo su propio pirata.
—¡Él no tiene pata de palo! —susurró siseando Kamiko mientras
dibujaba su pirata.
—Pero si la tuviera —murmuró Romeo pensativo—, la usaría como
consolador.
El viejo en traje de pirata tosió de repente. ¿O era una risa? No
estaba segura. Pero estaba frente a nosotros, suficientemente cerca
como para escuchar a Romeo.
Kamiko dejó caer su carboncillo y se sacudió las manos en el
regazo confundida, luego miró a Romeo asombrado.
—¿Qué?
—Lo digo en serio —susurró Romeo—, todos los piratas son gays.
Todos.
Esta vez, el viejo pirata hizo un ruido de ¡pfff! como si estuviera
tratando de captar la atención de Romeo, como si quisiera que dejara
de hablar. No podía culparle. Era difícil concentrarse cuando
empezaba a divagar.
Romeo estaba ajeno, por supuesto. A este paso, iba a ponerse
peor.
Miré alrededor del salón, tratando de determinar si estábamos
molestando a otros estudiantes, o si el profesor se había dado cuenta
que estábamos hablando cuando se suponía que teníamos que estar
dibujando. Por suerte, el profesor estaba sentando en un caballete al
otro lado de la habitación con dos estudiantes que se inclinaban sobre
sus hombros. Les explicaba cómo dibujar correctamente las arrugas del
abrigo del pirata.
—Eso tiene cero sentido, Romeo —susurró Kamiko—. No puede ser
que todos los piratas sean gays.
Romeo puso los ojos en blanco.
—¿Ah, sí? ¿Por qué un hombre heterosexual se encerraría en un
barco durante meses solo con chicos? Suena bastante gay para mí.
—¿Qué tiene que ver eso con los consoladores? —susurró Kamiko,
frustrada—. Con todas esas pollas alrededor, ¿para qué necesitarían
uno? ¡Duh!
Romeo se rió nerviosamente.
—Cuando se trata de una orgía, nunca hay suficientes pollas,
cariño. De una manera o de otra.
Kamiko hizo una mueca y negó.
—He descubierto que con una, por lo general, es suficiente.
—Estoy de acuerdo. —Sonreí.
Nuestro modelo de pirata carraspeó. Su rostro se volvió rojo. Estaba
escuchando todo y creo que estaba avergonzado. Nuestras bromas
inmaduras lo ofendían.
Un chico joven se sentó a mi lado y se puso a dibujar sonriendo y
moviendo la cabeza por los comentarios de piratas de Romeo y Kamiko.
Sí, sus comentarios eran ligeramente embarazosos. Hasta ahora.
Pero sabía que podían pasar de ligeros a pesados en cualquier
momento. Romeo era como el tren expreso de la vergüenza y, una vez
que tomaba velocidad, no había nada que lo detuviera hasta que todo
el mundo llegara a la estación de la humillación. Me imaginé un tren de
vapor gigante con el rostro de Romeo rellenando el círculo grande en la
parte delantera de la locomotora, con el monóculo en su lugar y
sonriendo como un maniático con la boca abierta. Su lengua estaría
colgando de lado, azotada por el viento, y las gotas de baba se
secaban rápido. El humo saldría de la chimenea impulsado hacia las
nubes en forma de letras que formaban sus comentarios ofensivos.
Sí.
Romeo, la Locomotora Loca.
—¡Tuuuu!¡Tuuuuu!—silbaría.
Y todos sabíamos lo mucho que le gustaba explotar cosas.
Hice lo que pude para reprimir una risita ante la idea. Solo
esperaba que Romeo no se saliera de las vías y matara a todo el mundo
que estaba a bordo de su tren de la vergüenza.
—Espera —le dijo Romeo a Kamiko—, pensé que tu única
experiencia con pollas había sido con caricaturas animadas. ¿Has dado
finalmente el paso? ¿Caminando por la tablilla?
El chico joven a mi lado se rió, pero hizo lo posible por reprimirse y
mantenerse concentrado en su dibujo.
—¿La tablilla? —se burló Kamiko—. Solo un hombre podría
relacionar la tablilla del barco pirata con un pene.
—Estás bromeando, ¿verdad? —Le frunció el ceño—. Las tablas son
largas, rígidas y salen en línea recta desde el casco de la nave. ¿Cuál es
la diferencia con una polla?
—Que los tablones son de madera —protestó Kamiko.
—¿De dónde crees que vino el término ―ponerse firme‖? —susurró
Romeo—. ¿O erección matutina?
—No de un tablón —se burló.
El modelo pirata soltó un molesto ¡Ejem! Sonaba como si estuviera
aclarándose la garganta o tratando que Romeo se callara.
—¿Está bien, señor Underwood? —preguntó el profesor Childress
desde el otro lado de la habitación—. ¿Necesita un vaso de agua? ¿O
tal vez un descanso?
El profesor sonaba sincero. El modelo era viejo después de todo y
podría estar acalorado por la vergüenza bajo el gran abrigo.
—Estoy bien —dijo el señor Underwood.
El profesor volvió su atención a los estudiantes que tenía a su lado.
—¿Ves? —susurró Romeo—. ¡El nombre del pirata es Underwood33!
¡Eso demuestra mi teoría! ¡Todo hombre tiene madera bajo los
pantalones!
Reprimí una risita mientras miraba al señor Underwood para ver si se
sentía ofendido por el comentario. No podría decirlo. Se quedó mirando
al frente con los ojos fijos en la distancia. Probablemente estaba

Underwood: significa debajo de la madera.


33
haciendo su mejor esfuerzo para ignorar a Romeo. El pobre señor
Underwood. No debería tener que soportar sus travesuras.
—Estábamos hablando de tablones —siseó Kamiko—. Pasarelas
que no tienen nada que ver con sexo. Las personas se ven obligadas a
caminar por ellas a punta de espada y obligadas a saltar, muriendo
ahogados en aguas infestadas de tiburones.
—Suena como mi última cita a ciegas —dijo Romeo sonriendo
casual mientras continuaba dibujando su disfraz de pirata en el bloc de
dibujo—. Pero no me obligaron. Y no eran tiburones. Eran cangrejos. Lo
bueno es que no eran venenosos Pero bueno, siempre estoy en busca
de una buena razón para afeitarme el pubis.
Kamiko bromeó:
—¡Oh dios mío! ¡Demasiada Información! Creo que voy a vomitar.
El modelo tuvo que disimular una de esas risas que salen explosivas,
obligándose a estornudar.
—¿Necesita un pañuelo, señor Underwood? —preguntó el profesor
Childress.
—Estoy… —decía el señor Underwood con la cara roja, poniendo
todo su empeño en no reírse—… bien. Estoy bien.
Negó sonriendo mucho, como si estuviera tratando de ahogar el
resto de la risa. Compuso una mirada seria. Pero sus mejillas todavía
temblaban por la risa reprimida.
El profesor asintió y volvió a ayudar a los estudiantes.
Bueno, al menos el señor Underwood no se sintió ofendido. Me sentí
un poco mejor, pero le lancé una mirada de asombro a Romeo por
encima de Kamiko, que estaba doblada agarrándose el estómago. Si
Romeo no se detenía, íbamos a acabar mal.
Romeo me guiñó un ojo.
—Estoy bromeando, Kamiko —le susurró—. No eran cangrejos. Eran
percebes. No tenía idea que los percebes eran como una enfermedad
de transmisión sexual. Lección aprendida. No tengas relaciones sexuales
con el malhumorado capitán de un barco pirata. El culo de percebes
es lo peor. ¿Tienes una idea de lo difícil que es terminar cuando tu culo
está lleno de percebes? Los percebes trituran el papel higiénico como
nadie.
—¡JA! —gritó el modelo. Luego empezó a toser a conciencia. Pero
me di cuenta que estaba tratando de mantener un comportamiento
profesional para ocultar su risa.
A este paso, Romeo iba a conseguir que el pobre Underwood fuera
despedido.
El profesor se levantó del caballete.
—Permita que le traiga un poco de agua. —Se acercó al fregadero
de la esquina y llenó un vaso de plástico limpio con agua del grifo.
Kamiko de repente se levantó con la cara roja, mirando como si
tuviera diarrea o estuviera lista para vomitar después del comentario de
los percebes. Se volvió hacia Romeo y fingió que soltaba un proyectil de
vómito en su regazo, moviendo las manos delante de su boca varias
veces. Hizo un sonido ahogado, algo como ―¡Gack!‖.
—¿Estás chupando una polla gigante? —susurró Romeo, riéndose
entre dientes—, ¿o es un consolador de madera gigante?
El chico a mi lado soltó una risa contenida.
El profesor pasó junto a nosotros y le entregó el vaso de agua al
señor Underwood, quién le dio las gracias y bebió a grandes tragos
antes de reanudar su pose.
Kamiko dejó caer las manos en el regazo y me miró, sorprendida
por la vergüenza. Estaba aún más roja que antes.
—Ejem —dijo el profesor Childress mientras daba la vuelta y se
quedaba de pie justo frente a nosotros, con el ceño fruncido y los brazos
en la espalda tenía una actitud muy profesional—. ¿Será posible que
ustedes dediquen sus energías a sus dibujos en lugar de socializar
durante la clase? Están distrayendo al modelo. Y a sus compañeros de
clase.
—¡Caray, Sam! —gruñó Romeo—. ¡Estoy tratando de dibujar!¡Deja
de distraerme!
Se inclinó sobre la almohadilla y se puso a sombrear la chaqueta
del pirata frenéticamente con su carboncillo como si fuera inocente.
—¿Yo? —gemí—. ¡Si eras tú el que…!
El profesor Childress me miró y arqueó las cejas con expectación.
Hice una mueca y sonreí. Estoy segura que parecía una idiota
culpable. Quería explicarle que era culpa de la Locomotora Loca, no
mía.
El profesor movió la mirada a mi cuaderno, dando a entender que
debía de volver al trabajo. Asentí y empecé a esbozar las líneas de mi
sombrero pirata como una buena chica. Mi rostro estaba ardiendo de
vergüenza. Creo que ahora estaba más rojo que el de Kamiko.
Por el rabillo del ojo me di cuenta que se mordía el labio y parecía
terriblemente asustada, como si fueran a castigarla, o incluso expulsarla.
Estaba dibujando con tanta furia que hacía agujeros en el papel. Dobló
la hoja rasgada con manos temblorosas y empezó un nuevo dibujo.
Gimió mientras trabajaba.
El profesor se puso detrás de nosotros. Durante los siguientes dos
minutos se cernió sobre nuestros hombros asegurándose que estábamos
trabajando bien.
Estaba segura que su mirada estaba haciendo agujeros.
Después de otro minuto, el profesor se inclinó hacia adelante para
que su rostro estuviera justo al lado de la oreja de Romeo.
—La próxima vez, joven —le murmuró a Romeo con toda su
calma—, le sugiero que elija sus amores piratas con más cuidado. —A
Romeo se le salieron los ojos—. Pero —prosiguió en broma—, por lo que
he oído, la mejor manera de eliminar percebes es astillarlos con un pico.
Solo tenga cuidado con las nueces, joven —dijo serio—, no me gustaría
que se las arrancara en el proceso. —Se enderezó y nos sonrió—. Y no lo
oyeron de mí. —Guiñó un ojo.
Miré de Romeo a Kamiko y los tres nos echamos a reír.
El Profesor Childress era impresionante.
El señor Underwood rió sin restricciones, su cara se puso roja como
una remolacha.
El profesor se rió y le hizo un guiño al señor Underwood.
—Sigue con tu buen trabajo, Dick34. —Después el profesor caminó
para circular entre los otros estudiantes.
El señor Dick Underwood, es decir el Dick Underwood normal,
asintió y le sonrió al profesor.
—¡El nombre del modelo es Dick! —silbó Romeo—. ¡Dick
Underwood! ¡Te lo dije! ¡Tenía razón! ¡Su segundo nombre es
probablemente WoodenDildo35!
Kamiko se quedó boquiabierta.
—¡¿Dick WoodenDildo Underwood?!
Romeo, la Locomotora Loca, finalmente se había descarrilado.
El joven a mi lado dejó escapar una gran carcajada.
El Profesor Childress estaba al otro lado de la habitación. Negó
hacia nosotros y se rió entre dientes antes de ayudar a otro estudiante
con su dibujo.
¡Me encantaba esta clase!

Después de la clase de la tarde, Romeo y yo nos sentamos en una


de las mesas en el exterior de Toasted Roast con una lluvia de ideas
para las tiras cómicas del Wombat. Todavía no teníamos mucho desde
la reunión del personal de The Wombat hace semanas.

Dick: en español, polla.


34

WoodenDildo: en español, consolador de madera.


35
—¿Qué tal Gay vs. Gay? —preguntó Romeo mordisqueando la
pluma—. Será una parodia del clásico Spy vs Spy de los cómics de la
revista Mad.
—No creo haber visto ni uno —le dije mientras bebía mi café—. ¿De
qué se trata?
—Son esos dos espías, uno viste de negro, el otro de blanco, y
siempre están tratando de matarse uno a otro con trampas ingeniosas.
Y creo que son aves, ya que tienen esas narices puntiagudas en
triángulo.
Garabateé en mi cuaderno de dibujo.
—¿Cómo podría funcionar si es Gay vs. Gay?
—¿Siempre están tratando de acostarse uno con el otro? —sugirió.
—Estoy confundida. Si son gays, ¿no quieren acostarse con los
demás? ¿Cuál es el reto?
—¿Tal vez se odian?
—Entonces, ¿por qué iban a estar tratando de acostarse uno con
el otro?
—Hmm. Quizá tengas razón. ¿Qué tal ―Peabutts‖? Una parodia gay
del ―Peanuts‖ clásico de Charles Schultz. O podríamos llamarlo ―Peanis‖.
—Eso suena muy mal —dije riendo—. Probablemente seríamos
demandados.
—¿Qué hay de ―Dickey Mouse‖?
—El mismo problema —dije, tomando otro sorbo de café.
—¿‖Daffy Dick36‖? —Puse los ojos en blanco—. ¿Qué? Todas las
aves de dibujos animados son gays. ¿Por qué crees que el Pato Lucas
estaba tan enojado? No fue a echar un polvo. Y sabes que Piolín era
gay.
Negué.
—¿Gayfield el gato?
—No.
—¡Vamos! Los gatos son los mejores amigos de los hombres gays.
Arqueé una ceja dubitativa.
—¿Todos los gays aman a los gatos?
—No sé del resto, pero yo sí. Son la única clase de cobardes que
me gustan mucho. —Se rió. Hizo una pausa, tamborileando la pluma
contra el cuaderno. —¿Qué tal Queer Family Circus37?

Daffy Dick: En español La polla Daffy, el original es Daffy Duck, conocido en español
36

como el Pato Lucas.


Queer Family Circus: En español, circo de familia maricona.
37
—Tengo un problema con el tema —dije con un suspiro.
El monóculo de Romeo cayó de su ojo con decepción.
—Estoy tratando de ser contemporáneo, Sam. Hay un montón de
programas de televisión con parejas homosexuales. ¿Por qué no hay
tiras cómicas gays?
—Bueno. Pero Queer Family Circus suena demasiado a payasos.
Me estremecí.
—Los payasos son divertidos.
—Los payasos dan miedo —insistí.
—Todo lo del maquillaje chillón es bastante espeluznante. —Romeo
hizo una mueca, poniéndose el monóculo de nuevo en el ojo—. Quizá
tengas razón. ¿Qué hay de Pene el Travieso?
—Eso suena a pornografía.
—¿Family Gay?
—¿Igual que Padre de Familia? —pregunté con escepticismo.
—¿Por qué no? Los gays tienen familias también.
Suspiré.
—¿Alguna otra idea?
Los ojos de Romeo se iluminaron y el monóculo cayó de nuevo.
—¡Lo tengo ¡Jugs Bunny! No sería gay. Jugs Bunny es una
estudiante de la universidad con senos enormes. Siempre se mete en
problemas porque son muy grandes.
—Sabes, ese comentario demuestra que los hombres gays son
hombres, no mujeres atrapadas en cuerpos de hombres.
Romeo se vio confundido.
—¿Qué quieres decir? Los senos enormes son hilarantes.
Negué con desdén.
—Exactamente.
—Muy bien, Debbie Downer38. ¿Por qué no sugieres algo? Estás
derribando todo lo que tengo.
Sonreí.
—¿Qué?¿Vas a sugerir una tira cómica sobre una estudiante
universitaria que da muchos problemas y su nombre es Debbie Downer?
Los ojos de Romeo se iluminaron de nuevo.
—¡Eso es genial, Sam! ¡Me encanta! —Garabateó algunas notas en
su cuaderno—. ¿Puedes empezar a dibujar bocetos de ella? ¿Cómo se

Debbie Downer: Personaje de Saturday Night Live, se le dice así a personas que
38

hacen comentarios depresivos o que rompen la atmósfera optimista.


vería? ¿Tiene una enorme boca? ¿Un cuello muy largo? ¿Labios
gruesos? ¿Tal vez tiene una boca de lado que parece una Vajay-jay39?
Puse los ojos en blanco y moví la cabeza al mismo tiempo.
—Estás bromeando, ¿verdad?
—¡No! —dijo sonriendo de oreja a oreja—. ¿Tiene que afeitarse?
¿Tiene barba rizada? ¿Un clítoris por nariz y un solo orificio nasal por
donde hace pis? ¡El potencial cómico es infinito! —Romeo dio un
puñetazo en la mesa con los ojos brillantes de emoción. Parecía a punto
de conquistar el mundo con su genio de comedia.
Hice una mueca.
—Todo eso suena un poco… demasiado. ¿No podrías hacer de ella
una chica normal con un amigo animal, como Calvin con Hobbes, o tal
vez Snoopy con Woodstock40?
—¡Eso es perfecto! ¡Pero el nombre del pájaro será Woodcock! ¡Y
Woodcock, por supuesto será gay! ¡Porque es un pájaro de dibujos
animados! ¡Eres un genio, Sam!
Solté un gemido. Teníamos mucho camino por recorrer con nuestra
idea de tira cómica.

Saqué el correo del buzón en la casa de los Manos al día siguiente.


Había estado llevando el correo y haciendo un montón de pequeñas
cosas para mostrar mi agradecimiento a Spiridon y a Christos. Era mi
casa también. Así que hacía mi parte para cuidarla. Revisé la pila de
correo y una carta saltó hacia mí.
Oficina de la Caja de la Universidad de San Diego.
Oh, mierda.
Abrí la carta.
¡Había olvidado hacer mi pago de colegiatura! Había estado tan
locamente ocupada últimamente que el plazo se me había escurrido.
Mi primer pensamiento fue que me iban echar de la escuela. Con la
acusación de Tiffany de que robé su tarjeta de crédito colgando sobre
mi cabeza, estaba patinando sobre hielo delgado. La última cosa que
necesitaba era un pago tardío dificultándome la vida. El hielo estaba a
punto de agrietarse y me hundiría en el agua helada.
Necesitaba encargarme de esto inmediatamente. ¿Tal vez podría
pagar con mi tarjeta de crédito? Era lo último que quería, pero estaba
desesperada.

39Vajay-jay:
Vagina. Palabra utilizada en el programa Grey‘s Anatomy.
Woodcock: En español, polla de madera.
40
Por costumbre metí la mano en el buzón, asegurándome que no
había quedado nada. De repente me imaginé que el buzón se cerraba
en mis dedos como una boca golosa y los masticaba. Con tantos
problemas encima, parecía un escenario probable.
—¿Llegó el correo? —preguntó Christos que salió en ese momento.
—¡Ah! —Salté.
—¿Ocurre algo?
—Eh, ¿no? —Signo de interrogación culpable—. Es decir, ¡no! ¡Todo
está bien! —Y signos de exclamación también—. Quiero decir bien.
Todo está bien. —No quiero hablarle de mis problemas de dinero. Me
prometí encargarme de ellos yo sola, e iba a seguir adelante. Era parte
de demostrarme a mí y a mis padres que no era una tonta por haber
elegido arte.
—Muy bien —dijo Christos—. Voy a correr a la tienda de arte.
Necesito algunos pinceles de marta. ¿Necesitas algo mientras estoy allí?
No es que pudiera permitirme nada. Estaba más allá de quebrada.
Y Christos ya había gastado un montón de dinero acomodando mi
mesa de dibujo con los suministros en nuestro estudio. No podía pedirle
más.
—No, gracias —dije con un suspiro.
—¿Quieres venir conmigo, de todas formas?
—No, tengo que ir a la escuela.
—Estabas ahí. Pensé que tus clases habían terminado por hoy.
—Tengo que atender algo de mi, eh, ¡de la ayuda financiera! ¡Algo
con los nuevos papeles del préstamo! —mentí. Esperaba que Christos no
supiera nada sobre cómo funcionaba la ayuda financiera y los
préstamos, o empezaría a hacer preguntas y lo averiguaría muy rápido.
—Eso es genial. ¿Quieres que te lleve? Podríamos ir después a Blick
Art en Little Italy.
—¡No! ¡Todo está bien!
Frunció el ceño.
—¿Estás segura?
—¡Sí!
—Correcto. En ese caso, me llevaré a Duke. El clima es muy
agradable y me dan ganas de dar un paseo.
Estaba a punto de preguntarle si había estado bebiendo porque
no quería que condujera su motocicleta si había bebido siquiera un
sorbo. Pero debido a la visita de su padre, no creía que Christos hubiera
estado bebiendo en absoluto.
—Está bien —le dije.
Sacó la Ducati del garaje y se puso el casco.
—¿Quieres ir a cenar cuando regrese?
—Eso sería increíble.
—Y no olvides que tenemos que empezar tu pintura pronto.
Oh eso. Yo desnuda. Para que todos la vieran. Desnuda en la
noche en la cima de una montaña era una cosa. Una pintura colgada
y bien iluminada en una galería llena de gente era otra.
—¡Claro! —Observen el signo de exclamación.
—Tal vez podamos empezar esta noche —sugirió.
—¿Tal vez? —Observen el signo de interrogación.
Asintió y me dedicó esa sonrisa con hoyuelos.
—Hasta luego —dijo mientras aceleraba la moto y se marchaba.
Envidiaba que Christos fuera de nuevo el de siempre, sin
preocupaciones. De la noche a la mañana todos sus problemas se
habían desvanecido. Había vuelto a ser el Christos del que me había
enamorado. Era increíble lo que el amor y el apoyo de un padre podían
hacer por la confianza y la autoestima de uno.
(Sutil indirecta a mis propios padres)
Suspiré.
Me hubiera gustado que mis problemas desaparecieran como los
de Christos para poder estar también libre de preocupaciones. Por
desgracia, los míos no estaban ni siquiera cerca de liberarse. Costaban
miles de dólares que no tenía.
Por lo menos tenía mi tarjeta de crédito. Ahora podía comenzar la
consagrada tradición americana de hundirme en un pozo de deudas
del que nunca podría salir.

—¿Qué quiere decir con que no puedo pagar mi matrícula con


tarjeta de crédito? —pregunté con horror.
El cajero, un hombre de mediana edad con barba gris y gafas,
estaba de pie detrás del mostrador de la caja de la oficina central de la
SDU.
—Solo podemos aceptar el pago en efectivo, cheque, giro postal o
cheques de préstamos estudiantiles.
—Pero no cuento con el dinero del préstamo estudiantil y no tengo
más dinero —me quejé—. El banco no me va a dar el préstamo, porque
no tengo aval. —Estaba a punto de llorar y suplicar clemencia. Creo
que se mostró en mi cara y en el desesperado tono de voz.
El cajero sonrió con simpatía.
—Lo siento, no hay nada que pueda hacer. ¿Hablaste con alguien
de ayuda financiera? Pueden ayudarte a explorar más opciones de
ayuda.
—Ya lo hice —dije suspirando—. No podré conseguir más dinero
del préstamo hasta el próximo año.
—Ese es un problema —asintió con simpatía.
—¿Qué pasa si no pago?
—Hay un período de gracia. Tienes una semana para pagar antes
de incurrir en un cargo de cincuenta dólares.
Mierda, no tenía cincuenta dólares para gastar, ni hablar de miles.
—¿Qué pasa si no pago para entonces?
—Vas a incurrir en una baja en tu cuenta.
—¿Qué significa eso?
—Eso significa que tendrás que pagar una tarifa de treinta y cinco
dólares para activar la cuenta y realizar tu pago.
—¿Quiere decir que voy a tener que pagar treinta y cinco dólares
para poder pagar los cincuenta por pago atrasado y mi matrícula?
—Sí —contestó con un poco de timidez.
Negué. Excelente. Más dinero que no tenía.
—¿Qué pasa si no cumplo a tiempo?
—Eventualmente, comenzarán a cancelarte clases.
—¿Qué quiere decir? ¿De forma permanente? No quiero que me
echen de la SDU —dije en voz baja con temor.
—No —dijo sonriendo—, no es tan grave. Pero no podrás recibir
ningún crédito durante ese período. Tendrás que volver a tomar todas
las clases en las que estés inscrita ahora.
—¡Pero no habrá Historia 3 ni Sociología 3 otra vez hasta la próxima
primavera! ¡Eso va a arruinar totalmente mi agenda del próximo año!
Extendió las manos.
—Lo siento.
—¿Qué puedo hacer? —le dije, ya con pánico.
—Sé que suena duro, pero si puedes encontrar una manera de
cubrir tu pago mensual a plazos, no tendrás nada de qué preocuparte.
Trata de hablar con tus padres. —Ellos. Sí, claro. No iban a hacer una
mierda—. ¿Hay algo más en lo que te pueda ayudar? —preguntó
mirando por encima de mi hombro a las personas que esperaban en la
fila.
—No, gracias.
Mis hombros cayeron mientras caminaba fuera de la oficina de
pagos.
Iba a encontrar la farola más cercana y a esperar hasta la noche
para comenzar a hacer algunos trucos. Estaba bastante segura que un
truco cubriría mis honorarios tardíos y mi tarifa de retención.
Bajé las escaleras de la oficina mientras Tiffany, la reina del nirvana
sexual con el esposo cornudo, caminaba flanqueada por un par de
hobots41 de su hermandad.
Excelente.
Como siempre, estaba vestida con ropa nueva. El cabello rubio
platino estaba perfecto y esperaba que los paparazzi saltaran de los
arbustos y empezaran a tomar fotos en cualquier momento. Ella
exudaba celebridad, aunque creo que lo único por lo que se hizo
famosa era por ser una perra.
Agaché la cabeza, esperando que no me notara.
—Bueno, si es la pequeña Scumantha Banana Shit42 —se burló.
Me pregunté por segunda vez la forma en que había averiguado
que mi nombre completo era Samantha Anna Smith. Probablemente
tenía espías por todas partes. No tenía ninguna duda de que podía
darse el lujo de contratar a los mejores.
Estábamos yendo en la misma dirección, así que caminé
rápidamente, con la esperanza de poner un poco de distancia entre
nosotras. La escuché soltar risitas con sus dos secuaces detrás de mí.
—¿Teniendo un mal día, Scumantha? —se burló a mis espaldas.
Puse los ojos en blanco y seguí caminando, haciendo mi mejor esfuerzo
por ignorarla—. ¿Encontraste algún buen puesto de trabajo? —preguntó
con sorna.
Qué perra. Había conseguido que me despidieran solamente por
despecho y ambas lo sabíamos.
Volví la cabeza y la miré.
—Cállate, Tiffany.
Ella y sus hobots se rieron de mí.
Lo que me molestaba más que nada era que Tiffany nunca tenía
que preocuparse por dinero, nunca tenía que trabajar en nada y seguía
siendo la perra más grande del planeta.

41Hobots: Son chicas entre 14 y 20 años que se vuelven copias de alguna que es la
líder, perdiendo así toda su personalidad.
42ScumanthaBanana Shit: Scum: palabra muy despectiva que habla de una persona

inútil, despreciable, que no vale nada. Banana(plátano) Shit (de Mierda). Está
haciendo un juego de palabras con los nombres y el apellido de Samantha,
Scumantha (Samantha) Anna (Banana) Smith (Shit).
—Oh —susurró con tono infantil—, ¿lastimé los sentimientos de
Scumantha?
Sus amigas se rieron de buena gana.
Me giré sobre los talones y marché hasta Tiffany y sus amigas. Las
tres se detuvieron en seco, con los ojos muy abiertos.
—Hey —murmuró una de las hobots.
Tiffany frunció el ceño.
—Hey, retrocede.
¡¡SLAP!!
Le pegué directo en la cara. La mejilla quedó blanca donde la
golpeé. Había aprendido el truco de mi mamá. Al menos era buena en
algo.
—¡Oh Dios mío! —jadeó una de las hobots, cubriéndoselos labios
con los dedos.
La otra se quedó inmóvil en silencio.
Tiffany resopló un grito mudo. Lentamente levantó la mano y con
cuidado se tocó la mejilla con los dedos.
Entrecerré los ojos.
—No me llames Scumantha.
Me di la vuelta y me alejé, con miedo de que ella o sus amigas me
saltaran encima o me lanzaran cuchillos a la espalda. Conociendo a
Tiffany, probablemente su padre le había dado una pistola de mano
maravillosa que podía usar para dispararme.
En cambio, lo único que hizo fue gritar.
—¡¡¡Realmente estoy esperando la audiencia ante el tribunal SDU!!!
¡¡¡No puedo esperar para contarles cómo robaste mi tarjeta de crédito y
me atacaste en el campus!!! ¡¡¡¡¡Me aseguraré que seas expulsada,
cobarde llorona!!!!!
Esto no había pasado absolutamente de la manera que esperaba.
Suspiré.

Un Firebird Trans Am negro estaba estacionado en la calzada


cuando llegué a casa. Tenía una enorme calcomanía de un fénix
dorado en el capó y una raya diplomática alrededor de las ventanas.
Las luces estaban apagadas. Se trataba de un poderoso auto en
perfecto estado. No tenía idea de quién era el dueño.
Tenía la esperanza que no fuera Tiffany. Conducía un Mercedes
negro, pero nunca se sabía. Tal vez estaba tratando de impresionar a
Christos o reconquistarlo, comprándole un auto como regalo. Sin duda
se lo podía permitir.
Perra estúpida.
Estaba haciendo mi vida miserable sin siquiera intentarlo. Sí, la
odiaba.
Puse la llave en la cerradura de la doble puerta de entrada y
descubrí que ya estaba abierta.
—¿Hay alguien en casa? —grité con incertidumbre.
—¡Samantha! —Nikolos sonrió y se asomó por la cocina—. Estaba
esperando que alguien llegara. Me metí.
—¿Tiene llave?
—Sí. La he tenido siempre.
—¿Cómo es que nunca la usa? —dije sonriendo.
Él arqueó una ceja y se encogió de hombros.
—Oh, ya sabes —dijo casual.
Hombre, todavía me chupaba el dedo de vez en cuando.
Supongo que crecer tomaba más de seis o siete meses. Pero estaba
haciendo mi mejor esfuerzo.
—¿Ese de allá afuera es su auto? Es hermoso.
—Sí. Es un Firebird Trans Am, setenta y siete, Edición Especial. El
mismo que se utilizó en Smokey and the Bandit.
—¿Smokey y el qué?
—¿No has visto Smokey and the Bandit? —jadeó Nikolos. Yo
negué—. Esa película es clásica. Vamos a tener que verla una noche en
mi casa. Con Christos. La pondremos en mi gran televisor.
—¡Suena bien! —Sonreí—. ¿Quiere algo de beber?
—Ya me serví un poco de limonada del refrigerador. Te puedo
servir un vaso.
—Oh, yo me la sirvo. Siéntese. —Me acerqué al armario, tomé un
vaso de la estantería y me serví un poco de la jarra sudada del
mostrador.
—¿Supiste algo más de mi servicio de limpieza?
Me senté en la mesa de la cocina frente a Nikolos.
—No. ¿Trataron de llamarme?
—Les dije que llamaran a la casa ya que no tengo tu número de
celular. ¿No recibiste el mensaje?
—No —le dije.
—¿Todavía necesitas trabajo? —preguntó.
—¿Está bromeando? —le dije resoplando—. Mataría por un trabajo
en este momento. Limpiaría inodoros apestosos con un trapo si me
pagaran.
Pareció confundido.
—¿Limpiando inodoros apestosos?
—Ya sabe, ¿los que utilizan los zorrillos? Probablemente huelen
horrible. He oído que los baños públicos son los peores.
Nikolos rió.
—Inodoros apestosos para zorrillos. Siempre tienes las ideas más
extrañas.
—¿Eso es bueno o malo? —le pregunté con incertidumbre.
—Sin duda bueno. Muestra que tienes una mente creativa.
—¿Eso cree?
—Sí.
Puse los ojos en blanco.
—Mis padres nunca lo creyeron. —Sentí que me estaba hundiendo
de nuevo en la duda mientras hablaba con Nikolos. Quería ser mayor,
pero todo lo que tenía que hacer era cerrar los ojos un segundo y podía
ver a quince metros los números parpadeando en neón rojo.
$ 5.000
$ 5.000
$ 5.000
Nunca iba a conseguir esa cantidad de dinero.
—Entonces, ¿cuándo voy a ver un poco de tu arte, Samantha? Mi
papá dice que realmente ha mejorado desde que te conocí.
—Sí. —Sonreí, de repente estaba de mejor ánimo al pensar en lo
bueno que era Spiridon conmigo. Por lo menos los tenía a él y a Christos
para vigilar mi espalda. Pero nunca se me ocurriría pedirles los cinco mil
dólares.
—Tengo mi cuaderno de dibujo, ¿quiere verlo?
—Claro —dijo Nikolos sonriendo.
Entré en el estudio y tomé mi cuaderno de bocetos de la mesa de
dibujo y volví a la cocina.
Nikolos empezó a hojearlo desde el principio, en la mesa para que
ambos lo pudiéramos mirar. No dijo mucho al principio.
—Se ve el progreso de inmediato. ¿Supongo que esta página
marca el punto en el que empezaste a recibir instrucción?
—Sí, eso fue lo que hice justo después que comencé a tomar
Dibujo Vivo con el profesor Childress.
—¿Con Walt Childress?
—Sí, tomé su clase este otoño. Ahora estoy tomando Dibujo de
Figuras Personalizadas con él. ¿Lo conoce?
—Muy bien, pero hace años que no hablo con él.
—¿Qué pasó con Walt y Spiridon, de todos modos?
Nikolos rompió en una amplia sonrisa que tenía los mismos hoyuelos
que Christos.
—Ahh, lo de Walt y mi papá va de hace mucho, mucho tiempo.
—¿Hubo alguna clase de drama entre ellos? Cada vez que
menciono el nombre de Walt, Spiridon se desvía del tema, pero nunca
dice nada.
Nikolos asintió.
—Sí, tienen…eeh, ¿cómo decirlo? Una historia juntos. —Enfatizó la
palabra historia como si escondiera un tesoro enterrado.
—¿En serio? —Me incliné hacia adelante sobre los codos, toda
oídos. Nikolos arqueó las cejas y… no dijo nada—. ¿No me lo va a decir?
—le pregunté—. ¡Me estoy muriendo por saberlo!
Movió la cabeza y sonrió con esa estúpida sonrisa con hoyuelos de
los Manos.
—Lo lamento, no es mi historia para poder contarla. Tendrás que
preguntarle a mi padre algún día.
Gruñí y sonreí.
—Está bien.
Nikolos volvió de nuevo a mi cuaderno de dibujo y siguió
revisándolo. Cuando llegó a mis bocetos de un tejón fumando
marihuana, se detuvo y empezó a reírse.
—¿Qué es esto?
—Son mis ideas para el logo del Wombat.
—¿El qué?
—El diario de comedia de la SDU.
—Oh, ese tejón. Son realmente graciosos, Samantha. ¿Por qué
tienes tantos?
—El editor del diario me pidió que diseñara varios logos nuevos.
—¿En serio?
—Sí. —Sonreí.
—¿Cuál eligieron?
—Oh, van a hacer una votación. Todos los que pertenecen al staff
tienen un voto. Otras personas han aportado sus ideas también.
—Bueno, deberías ganar. Estos son comiquísimos. Y tu sentido del
diseño es hermoso. Dibujas formas elegantes que tienen humor y
sarcasmo sin ser crudas.
—¡Gracias!
—Basándome en todo este trabajo de tus borradores, puedo ver
que en verdad tienes talento. Con razón mi papá dice tantas cosas
buenas de ti.
Me estaba sonrojando como una niña pequeña, lo que estaba
bien porque aún no era vieja, a pesar de estar en la universidad. Estaba
bien sonrojarse cuando te hacían tantos cumplidos, ¿cierto? Estaba en
las nubes.
$5.000
$5.000
$5.000
Y ahí se fue mi buen humor.
—¿Algo te molesta? —preguntó Nikolos, luciendo preocupado.
—Oh, uh, nada.
—No intentes embromar a un bromista. Luces como alguien a
quien le acaban de atropellar a su gatito. ¿Qué pasa?
Nikolos era tan amigable y amable, no pude evitar hablar.
—Le debo a la universidad un montón de dinero que no tengo.
—¿A qué te refieres?
—Mi pago de la matrícula se retrasó porque he usado el poco
dinero del préstamo que ya tenía. Se suponía que debía pagar en
cuotas mensuales, pero me quedé sin dinero en efectivo.
—¿Es por eso que estabas preguntando por el trabajo de limpieza?
—Sí. Los trabajos son escasos en este momento. Ni siquiera puedo
encontrar un trabajo de tutoría de matemáticas, para lo que sería
buena.
Tomó un sorbo de su limonada.
—Pensé que habías dicho que estabas trabajando en una tienda
de abarrotes.
—Sí. Y también estaba trabajando en el museo de arte del
campus.
Él sonrió.
—¿Estabas trabajando en el museo Eleanor M. Westbrook?
—Sí.
—Eso debe ser divertido.
—Lo fue. —Hice una mueca.
—¿Fue? —Alzó las cejas—. ¿Qué pasó?
—Es una larga historia —gemí.
—A mí me suena como si estuvieras en una situación desesperada.
—Eso es un eufemismo. —Puse los ojos en blanco. Todo estaba
ahogándome y no pude detenerme. Toda la culpa la tenían los oídos
comprensivos de Nikolos. Oídos estúpidos. Me había prometido lidiar
con esto por mi cuenta, no decírselo a otra persona.
—¿Has pensado en buscar trabajo en un estudio de arte?
—Oh —suspiré—, claro que lo he buscado. Además del museo,
donde solo era una cajera, no hay ninguno. Nadie contrata a los artistas
en los trabajos que he visto.
—Yo lo haría.
Fruncí el ceño.
—¿Eh?
—Me vendría bien un ayudante en mi estudio. Mezclar pintura a
mano tarda una eternidad. Lo mismo que estirar lienzos y construir
marcos. Se pierde mucho tiempo de trabajo. Sería bueno tener a
alguien que lo haga por mí mientras superviso el proceso. Alguien a
quien pueda entrenar y alguien en quien pueda confiar.
Le di una mirada divertida.
—¿Cómo quién?
—Como tú. —Sonrió.
Negué.
—Oh, no podría hacer eso.
—Pensé que habías dicho que tenías que encontrar un trabajo. Te
estoy contratando.
—No puedo tomar su dinero, señor Manos.
—Llámame Nikolos.
—Usted es el padre de mi novio —me burlé—, no puedo llamarlo
por su nombre.
—Seguro que puedes. Y si trabajas para mí, va a ser parte del
requisito de trabajo.
Una chispa de esperanza brilló en mi pecho. Realmente
necesitaba un trabajo.
—¿Habla en serio?
—Sí, hablo en serio.
Me quedé con la boca abierta.
—No sé qué decir.
—Di gracias, siempre funciona. —Sonrió.
—¡Gracias, señor Manos! —Me incliné sobre la mesa y lo abracé,
casi derribando su vaso de limonada.
Él lo tomó y sonrió.
—¡Cuidado!
—¡Muchas gracias! —Volví a sentarme—. No sabe lo mucho que
esto significa para mí.
Sonrió.
—¿No vas a preguntarme cuánto te pagaré?
—¡Oh sí! Uff.
—¿Cuánto es el pago de la matrícula? —preguntó.
—¿Qué? No, no podría. —Negué vigorosamente.
—¿Cuánto? —insistió.
Suspiré.
—Son más de cinco mil.
—¿Qué tal si yo pago la matrícula y tú trabajas para pagarme?
—¡Nunca podría hacer eso!
—¿Por qué no?
—No puedo tomar su dinero —le supliqué.
—¿Quién dijo algo sobre tomar? Vas a trabajar. Siempre hay cosas
que hacer en el estudio, créeme. Vas a convertirte en una experta en
limpiar pinceles.
—No sé —le dije tímidamente.
—Mira, Samantha. Los artistas tienen aprendices. Los aprendices
hacen todo el trabajo sucio mientras observan el trabajo del artista. No
solo vas a recibir el pago, aprenderás algo. Es uno de esos trabajos que
implica estudio y trabajo. Porque, la verdad, ¿cuánto aprenderías sobre
el arte atendiendo en la caja registradora del museo? —Tenía su
punto—. Digamos que te pago veinte dólares por hora. Puedes trabajar
hasta que cubras los cinco mil dólares. No va a tomar mucho tiempo,
estoy seguro.
—¿Cuántas horas quiere que trabaje a la semana?
—Tantas como quieras.
—¿Habla en serio?
—Sí. —Hice cuentas en mi mente. Si trabajaba a tiempo parcial,
digamos veinte horas a la semana, me tomaría cerca de tres meses
cubrir la factura de la matrícula. ¡Oh espera! Eso cubriría la matrícula
vencida. Me imaginé que la tercera se vencería dentro de un mes—.
¿Tenemos un trato? —preguntó, poniendo la mano sobre la mesa.
La sacudí.
—¡Sí!
¡Qué agradable sorpresa!
Ahora solo tenía que preocuparme por ser expulsada de SDU por
atacar a Tiffany y robar su tarjeta de crédito.
¡Que se joda Tiffany!
¡Tenía un trabajo!
Samantha
—Tengo una idea nueva para nuestra tira cómica —dijo Romeo
mientras atravesábamos el campus hacia el Centro de Estudiantes y The
Wombat para la reunión del personal de Toasted Roast. Aunque el
tiempo se había vuelto bastante cálido por el inicio de la primavera,
Romeo llevaba su elaborada capa steampunk43 burdeos con los puños
y el colla negro, y sus zapatos de cuero negro puntiagudos. Su
monóculo iba colgado moviéndose al ritmo de sus zancadas.
—¿Cuál era tu idea? —le pregunté.
—¡Tampón Tammy! Ella dispara tampones gigantes desde su tronco
zorrillo apestoso mientras que lucha contra las fuerzas del mal.
—¿No querrás decir Tammy Limones, la perra esa de la última
reunión de personal? ¿La de los vasos hipster?
—Estoy totalmente con ella —dijo Romeo con complicidad.
—Oh, Romeo, no podemos hacer eso. Nos odiaría más de lo que
ya hace.
—Tal vez tengas razón. —Suspiró—. Pero si ella es una perra en la
reunión de hoy, definitivamente voy a proponer la idea a todo el
mundo.
—Por favor, no —le supliqué.
—¿Por favor, que no haga qué? —dijo Justin Tomlison, adaptando
el paso con nosotros.
—Hey, Justin. —Me sonrió nerviosamente. Tenía la esperanza de
que no hubiese oído la idea de Romeo.
—Le estaba diciendo a Sam —Romeo espetó.
Le interrumpí.
—Cómo de bien nos lo hemos estado pasando trabajando en las
ideas para The Wombat.
Justin frunció el ceño.
—¿Cómo seguía ese ―Por favor, no‖?
—Uhh… —tartamudeé.

Steampunk: Mezcla el estilo ciencia ficción con el de época victoriana.


43
—Por favor no le digas a Justin lo increíble que es por dejarnos
sentarnos con vosotros chicos —dijo Romeo, salvándome.
Justin sonrió y asintió mientras que bajábamos las escaleras,
pasando junto a la fuente escalonada que conducía al patio interior del
Centro de Estudiantes.
—Gracias. Chicos, son bastante impresionantes. A casi todo el
mundo le gusta lo que están consiguiendo llegar a ser.
—¿Casi todo el mundo? —preguntó Romeo.
Le lancé a Romeo una mirada de ―Cierra la puta boca‖. Sabía
que él estaba pensando en Tammy.
—Bueno, sólo quería decir que… —Justin soltó de inmediato.
—Sabemos lo que querías decir. —Sonreí.
Los tres caminamos hasta las dos mesas ocupadas por Keith,
Miqueas, Alyssa y Tammy.
—Hola chicos —dijo Justin, poniendo la bolsa de libros sobre la
mesa mientras que nosotros nos sentábamos.
—Bueno, sí no es Romeo y Julio —Tammy Lemons se quejó.
Excelente. Tal vez Romeo tenía razón. ¿Tammy estaba queriendo
decir que era un marimacho llamándome Julio?
Romeo me arqueó una ceja, entonces se volvió hacia Justin:
—Justin, tengo una gran idea para la nueva tira cómica. ¿Quieres
oírla?
Tragué saliva.
—Vamos a escucharlo —Keith sonrió.
—Bueno. —Romeo esbozó la sonrisa del gato Cheshire—. Es sobre
¡¡OW!!
Le di una patada en la espinilla por debajo de la mesa.
—¿Ow? —preguntó Miqueas—. ¿Qué es eso?
—¡Un búho44! ¡Quería decir un Búho! —dijo Romeo.
—¿Una lechuza? —Alysa preguntó dubitativamente.
—¡Sí! —Romeo gritó—. Es, uh, sobre Obie, ¡el búho OB/GYN45! ¡El es
un verdadero puntazo para el viejo!
—¿Puntazo para el viejo? —Micah rió.
—Y en lugar de averiguar cuántos lametones toma llegar al centro
de Tootsie Pop, él se imagina cuántos lametones tiene que hacer para
Tootsie, interpretado por Dustin Hoffman en la película con el mismo
nombre, ¡bájalo! ¿Consíguelo? ¿Tootsie Pop?

44 Búho en inglés es owl, por lo que se parece a Ow.


45 Obstetra y ginecólogo.
—Tío, ¿qué tan volado estás? —Keith preguntó con una sonrisa
sorprendida en su cara.
—Quiero fumar lo que sea que él ha estado fumando. —Sonrió
Micah.
—Tengo que admitir. —Justin le sonrió a Romeo—. Que tiene
potencial.
—Potencial para chupar —Tammy se burló.
Wow, Tamy estaba bromeando.
—Tengo otra idea —dijo Romeo, mirando a Tammy.
—Vamos a escucharla —dijo Micah.
—Se llama Tah-¡HEY!
Le había golpeado con el pie por debajo de la mesa otra vez.
—¿Tah-HEY? —preguntó Keith—. No puedo esperar para escuchar
dónde va con esto.
—Sí, Romeo —gruñó—. No puedo esperar tampoco. —La última
cosa que quería hacer era empeorar las cosas con Tammy. Ya tenía a
Tiffany en mi casa. No necesitaba también a Tammy.
Romeo negó y me miró.
—Yo tah-totalmente lo olvidé.
—Muy bien —dijo Justin—, creo que tal vez lo recordarás más tarde.
Quiero decirles a todos que por fin tengo el recuento de todos los votos
por nuestro nuevo trabajo para la mascota Wombat. Fue una carrera
muy reñida. —Sacó dos trozos de papel de su bolso y los puso en cada
lado de la mesa. Uno de ellos era una copia de unos de mis dibujos de
Wombat. Y el otro, wow, era realmente bueno.
Mostraba a un Wombat con un bate de béisbol sobre un hombro.
El bate estaba roto por la mitad y del final colgaba una manija de una
astilla. En la otra mano de Wombat tenía una enorme jarra de cerveza
espumosa, la espuma se deslizaba por la parte superior de la copa.
Tenía el logo de SDU marcado en el pecho, como una marca de
ganado. Junto a él había un hombre tirado en el suelo, noqueado. Él
era obviamente un profesor porque había una pizarra con ecuaciones
químicas a en la parte posterior y un trozo de tiza sobresalía por una
mano, y un borrador por la otra. Un enorme chichón en su frente con
dibujos de pájaros volando en círculo con notas musicales que salían de
su boca, como si cantasen.
Era fantástico, incluso si era Tammy la que lo había dibujado.
—Y el ganador es… —dijo Justin.
¿Tammy? Estaba totalmente segura de que había ganado. ¡Habría
escogido el suyo sobre el mío!
Micah tamborileó sus dedos en la mesa.
—¡Samantha! —Justin finalizó.
¿Qué?
—¡Enhorabuena, Sam! —dijo Romeo.
Tammy cruzó los brazos sobre su pecho y frunció el ceño.
Romeo le dirigió una mirada altiva.
—Romeo —susurré—, no.
Justin sonrió.
—A todos nos encanta tu arte, Tammy, pero la mayoría de nosotros
estamos de acuerdo que no conseguiríamos que la administración lo
aceptase. La violencia para los profesores de la SDU no es el tema
favorito.
Tammy frunció el ceño.
—¿tirando piedras al tejado no? —Se refería a mi dibujo.
Justin se encogió los hombros.
—Los votos eran aún para Samantha.
Tammy rodó los ojos.
—Lo que sea.
—Samantha —dijo Justin—, el dibujo ahora será la próxima
portada, del siguiente número del Wombat. También va a estar en la
parte superior de nuestra página. Todo el mundo lo sabrá.
—¿Qué? —Sonreí. No lo podía creer. Realmente esperaba que
Justin no hubiese amañado los votos, porque estaba a mi favor, porque
el arte de Tammy era realmente increíble.
—Nos encantó tu arte —Alyssa me dijo.
—Sí, un montón de los otros del equipo estaban locos por tu dibujo
de Potty. —Sonrió Keith.
—Creo que deberíamos hacer camisetas que muestren ―Potty para
presidente‖ —sonrió Micah.
La boca de Tammy se hundió con disgusto.
Era difícil disfrutar de la victoria cuando llegaba a expensas de otra
persona. Quería decirle a Tammy que lo sentía, pero de alguna manera
me parecía desconsiderado.
—Tammy, realmente me gusta mucho tu dibujo. Es muy bueno.
Ella escupió:
—¿Entonces por qué no retiras el tuyo para que usemos el mío?
Abrí la boca, con ganas de decir algo para apoyarla, pero no
podía pensar en nada. La cerré frustrada.
—¿Tal vez deberíamos de abrir los votos a los lectores? —sugirió
Alyssa con indecisión.
Keith y Micah encogieron los hombros evasivamente.
Justin asintió pensativo.
—Si podemos lograr que la administración apruebe el arte de
Tammy, ¿no veo por qué no?
Una sonrisa de suficiencia apareció en los labios de Tammy.
Wow, vaya forma de robar mi momento. Tal vez, Romeo y yo
necesitábamos escribir una tira cómica del Tampón Tammy después de
todo. Me gustaría hacer que el personaje se viese exactamente como
ella para que así nadie pudiese suponer sobre eso. Ella tendría
totalmente la cara de vajay-yay.
Toca cojones.

—¿Cómo puedo conseguir un conjunto cerrado? —le pregunté a


Christon—, ¿como los que tienen en las películas para cuándo están
grabando escenas de sexo? —Me quedé en mi bata de baño en
nuestro estudio de pintura. En el cuál pensaba como nuestro todo el
tiempo, a pesar de que Spiridon era el dueño de la casa.
—Nosotros no vamos a rodar una escena de sexo. —Ssonrió
Christos—. A menos que quieras. Puedo grabar el video en mi teléfono…
—dijo insinuando.
—¡No! Posar desnuda es todo lo que puedo manejar. Por cierto,
¿tenemos que tener las cortinas abiertas? —No es que jamás hubiese
visto algunas cortinas en el estudio. Las ventanas eran tan altas como la
pared y daban al patio trasero. Sí, necesitábamos cortinas.
—Necesito que entre la luz natural. Es más halagador que las luces
que se usan en los estudios.
—Hablando de eso —le dije—. ¿Me puedes hacer Photoshop con
tu pintura?
—¿Te refieres a que esconda todas tus imperfecciones?
—Sí —dije esperanzada.
—No —dijo con firmeza.
—¿Por qué no? —Fruncí el ceño.
—Porque no tienes ninguna. —Mostró una sonrisa con hoyuelos.
—Oh. —Sonreí—. Bueno, ¿puedes al menos hacerme más de una
muesca en la entrepierna?
—¿Una qué?
—¿Ya sabes, ese espacio que tiene entre las piernas la mujeres, eso
que está de moda ahora?
—¿Quieres decir un espacio entre los muslos?
—¡Sí!
Él sacudió su cabeza.
—Ya tienes uno en la entrepierna.
—¡No, no lo tengo!
El arqueó una ceja.
—¿Te has mirado en el espejo últimamente?
Fruncí el ceño.
—Bueno, ¿puedes hacerlo más grande? Tengo muchas ganas de
venderlo.
—¿Te estás escuchando a ti misma? —preguntó irritado.
—¿Qué? Quiero un espacio grande en la entrepierna.
El arqueó la otra ceja.
—¿Estás segura?
—¡Sí! No me gustan como mis muslos se tocan.
—Los muslos de cada mujer se tocan en algún grado.
—Pero los míos se tocan más de lo normal.
—No, no lo hacen —argumentó con paciencia.
¿Por qué estaba siendo tan exigente y neurótica? Ah sí, porque
Christos iba a pintarme desnuda para que el mundo lo viese. ¿Puedes
culpar a una chica por querer lucir lo mejor posible?
—Bien. Puedo hacerte lucir como si tuvieras palillos por piernas, si
eso es lo que prefieres.
—¿Eh?
—La mueca de tu entrepierna está bien. La amo. Nadie va a
criticar mi pintura por tener una muesca de entrepierna poco
satisfactoria. Además, por la forma en que te voy acomodar, nadie va a
ser capaz de decir qué tipo de muesca de entrepierna tienes. Ni
siquiera serán capaz de ver tu entrepierna.
—¿Qué? ¿Por qué no? —exigí.
—Porque te haré sostener un casco vikingo con cuernos sobre ella.
—Sonrió.
—¿Qué? ¡Eso suena horrible!
—Oye, el casco fue tu idea.
—¡Pero no sobre la muesca de mi entrepierna!
Él rodó sus ojos y sonrió su sonrisa con hoyuelos.
—¿Estás tratando de volverme loco?
—No, yo, eh. No lo sé. —Suspiré.
—Me dijiste que descifrara una manera de hacer funcionar el
casco vikingo. Esa es mi solución. —Sonrió—. Ten cuidado con lo que
deseas.
—No quiero un casco sobre mis partes femeninas, eso es seguro. —
Me reí. Suspiré—. Dios, ¿qué pasa con ese espacio entre los muslos de
todas formas? Ese como si no existía hace unos cuantos años atrás.
—Culpa a los pantalones estrechos, los pantaloncillos cortos y las
selfies de entrepiernas. Estaba destinado a suceder tarde o temprano.
Una vez que el gatito estuvo fuera de la bolsa, nunca iba a regresar. —
Sonrió.
—¿Me pregunto si las mujeres que usaban faldas Poodle en esos
días tenía que preocuparse por tener una muesca de entrepierna? —
pregunté pensativamente.
—Nop. Todo en lo que se tenían que preocupar era en si su poodle
eran tan grande o no como el de la siguiente chica.
—¿Estás diciendo que solía ser la mujer con el poodle más grande
la que ganaba? ¿Y ahora es la entrepierna con mayor muesca?
—Triste, ¿cierto? —dijo Christos irónicamente—. Así que, ¿vamos a
pintar tu retrato o quieres obsesionarte un poco más con tus
imperfecciones inexistentes?
Arrugué mi nariz hacia él sarcásticamente.
—No tenemos que hacer esto —dijo él—. Siempre te puedo pintar
con la ropa puesta. Tú decides.
—¿En serio?
Asintió.
—Pero creo que estarías cometiendo un gran error. Odiaría pensar
que perdiste la oportunidad de ser el retrato desnudo más famoso del
mundo. Porque eso es lo que estoy pretendiendo.
—Oh. —Definitivamente me gusta cómo suena eso.
—Imagínate. —Sonrió—. Un equipo de trabajo de tipos rodando tu
pintura dentro del Louvre, quitando la Mona Lisa y colgando tu retrato
en su lugar.
Sonreí.
—Eso podría funcionar.
Se rió entre dientes.
—Sí, podría. Entonces El Louvre finalmente tendría una pintura
impresionante lugar de esa pequeña Mona Lisa.
—Seguro que eres arrogante —dije.
—¿Es eso un problema?
—No. Idiota. —Manoteé su brazo.
—Está bien, desnúdate.
—Mmmm. Me gusta cuando me dices qué hacer.
—Bien. —Me mostró su sonrisa sexy.
Dejé caer mi bata al suelo.
—Haz conmigo lo que quieras... —ronroneé.
Por supuesto, tuvimos sexo en el estudio.
Spiridon se había ido por el resto de la tarde para que pudiera
sentirme como si tuviera algo de privacidad mientras posaba desnuda.
Christos y yo tuvimos sexo en el estrado donde todos los demás
modelos se habían sentado antes de mí. No le pregunté a Christos si
había tenido sexo sobre él, porque era posible que lo tuviera, con
perfect Paisley o alguien más de su pasado. Todo lo que sabía era que
yo era la reina de este dominio ahora, ¡perras! Ah, y primero lo hice
poner mantas limpias. Por si acaso.
Christos me folló en mi trono, mientras ejercía influencia sobre mi
dominio. Christos se vino dentro de mí como un arte de estrella de rock.
Entonces le di una mamada mientras se sentó frente a su caballete.
Hice una pausa para hacer una broma sobre su polla siendo un tubo de
pintura color carne.
—Pero no es color carne —dijo él.
—Sí, sí lo es —discutí—. La he inspeccionado cuidadosamente
muchas veces.
—Me refería a la pintura. La pintura dentro de mi tubo de pintura es
color blanco nacarado.
—¿Es eso siquiera un color? —pregunté dubitativa.
—Lo es. Búscalo. Puedes encontrarlo en línea. Es una pintura común
en el arte.
—Sí —ronroneé—. ¿Pero alguna de esas pinturas es comestible?
—Vaya. —Se rió entre dientes—. Te vuelves más y más sucia,
mientras más te conozco, agápi mou.
—Y tú —presioné mi dedo contra sus abdominales musculosos—, lo
amas. —Entonces me burlé la punta de su polla con mi lengua antes de
volver a trabajar en él.
Se encorvó contra el respaldo de su silla y gimió. Le hice cosquillas
a sus testículos con mis dedos mientras lo hacía tener un orgasmo
sacudidor de estudio. Reduje mis movimientos de cabeza mientras sus
espasmos disminuían. Ordeñé hasta la última preciosa gota nacarada
de su polla.
Cuando Christos finalmente se recuperó, dijo:
—¿Vamos a hacer algo de pintura hoy o simplemente follar?
—Voto por follar. —Sonreí, antes de besar su polla de nuevo.
Christos se levantó de su silla, se puso en cuclillas delante de mí y
me levantó por el culo hasta que mis pliegues húmedos estaban en su
rostro. Él empezó a lamer con avidez.
—¡Christos! ¡Bájame!
No lo hizo. Sólo siguió lamiendo. No sé cómo me levantó tan alto
durante tanto tiempo. Pero miré varias veces hacia sus hombros duros
como la roca. Era más fuerte que un buey. Después de un rato, dejé de
preocuparme acerca de si podría o no podría caerme debido a que el
intenso placer entre mis piernas robó toda la preocupación que pudiera
tener.
Después de no sé cuántos orgasmos, finalmente iniciamos la
pintura.
Christos no se molestó en ponerse su ropa después de que
habíamos hecho el amor.
—¿Vas a permanecer desnudo mientras me pintas? —pregunté.
—Suena justo para mí.
—No sé si voy a ser capaz de mantener mis manos lejos de ti. —
Mordí mi labio inferior.
—Haz tu mejor esfuerzo. —Sonrió.
Christos me acomodó en una pose de pie sobre el estrado.
—Primero voy a hacer un bosquejo de ti al, en papel. Sólo para ver
lo que pienso de la pose y la iluminación.
—Está bien.
—Haz tu mejor esfuerzo para mantenerte quieta —dijo.
—Lo haré. —Sonreí.
Poco sabía que estar de pie durante tanto tiempo era muy, muy
duro.
—Creo que me está dando un calambre —dije después de lo que
parecieron como cuatro días, pero que en realidad probablemente
eran veinte minutos.
—Tomemos un descanso —sonrió.
—¿Descanso? ¿No podemos terminar por el día? —-supliqué.
—No, si queremos terminar el retrato. Haré un trato contigo. Me
dices donde tienes el calambre y lo masajearé para sacarlo.
—Tengo la sensación de que todo va a tener calambres para el
momento en que hayamos terminado.
Él sonrió.
—Está bien, entonces masajearé todo.
—Trato. —Me acerqué para mirar su dibujo al carboncillo—. ¡Santa
mierda! ¿Hiciste todo eso en sólo veinte minutos? —Parecía como una
foto en bruto, en blanco y negro de mí. Parte de ella aún estaba sin
terminar, como las manos y los pies, pero el rostro era totalmente yo—.
¿Cómo terminaste mi rostro tan rápido? ¡Luce igual a mí!
—Tengo tu rostro grabado en mi cerebro. Lo veo en mi mente
cada vez que cierro los ojos.
—¿Puedes recordarlo tan bien?
—Belleza como la tuya es imposible de olvidar. —Inclinó su sonrisa
con hoyuelos.
Cuando mi descanso se terminó, preguntó:
—¿Quieres probar la pose con un casco vikingo ahora? Voy a
hacer otro boceto y podemos compararlos.
—No tenemos un casco vikingo dije.
—Si lo tenemos, arriba en la estantería superior de por allá.
Me encantó como estábamos usando derivados de la palabra
―nosotros‖ para referirnos a las cosas en nuestro estudio. Seguí la mirada
de Christos y noté un casco vikingo entre un casco de gladiador y el
casco de caballero, del tipo de brillante armadura.
—¿De dónde sacaste eso? —pregunté.
—Mi abuelo los compró hace siglos. Siempre es bueno tener
apoyos alrededor. Ahora por fin podemos usar uno. —Se acercó a la
estantería y sacó el casco con cuernos—. Aquí, ponte esto.
Caminamos hasta el gran espejo de cuerpo entero en la esquina
que estaba construido en un marco sobre ruedas.
—¿Por qué tienes esto? —pregunté.
—Es para la pintar autorretratos de extensión completa. Un montón
de pintores los utilizan. También puede utilizarlos para mirar tu pintura
una imagen de espejo, lo que facilita ver los defectos.
—No sabía eso —dije pensativa—. ¿Alguna vez has utilizado el
espejo de tu autorretrato?
—No lo he hecho.
—Deberías hacerlo. Oye, ¡¿y si te pintas a ti mismo en mi retrato?!
Sus ojos se iluminaron.
—No es una mala idea. ¿Pero también tengo que usar un casco
vikingo?
—Depende de cómo se vea en mí. —Me reí—. ¿Me lo puedo
probar?
Me entregó el casco y me lo puse en la cabeza. Era demasiado
grande. Cubría mis ojos completamente. Incliné mi cabeza hacia atrás
para mirar debajo del borde del casco mi reflejo en el espejo. Estaba
desnuda de pies a cabeza. En un casco de vikingo. Tal vez no.
Christos se rio.
—Es perfecto. Un ganador total.
—¡Cállate! —Me quité el casco.
—¡Ponte eso de nuevo! Totalmente te pintaremos con el casco de
vikingo. Desnuda.
Rodé mis ojos.
—Bueno, era una idea terrible. Pero, ¿Qué hay sobre tú y yo juntos?
Podríamos llamar a la pintura Los Amantes.
Él sonrió y empezó a asentir.
—Eso es realmente impresionante.
—¿No hacemos un gran equipo?
—Lo hacemos, agápi mou. —Sonrió y me besó en los labios.
Envolví mis brazos alrededor de su cintura desnuda y apoyé mi
cabeza contra su pecho.
Nos miré a los dos en toda nuestra desnuda gloria de pie juntos
frente al espejo de cuerpo entero.
—Me gusta cómo se ve esto —susurré.
—¿Tal vez en lugar de llamarlo Los Amantes —sonrió—, que suena
un tanto temporal, sólo llamamos a la pintura AMOR, que es eterno?
—Me gusta tu forma de pensar, agâpi mou —suspiré.
Tenía el mejor novio de todos los tiempos.

A pesar de todos mis problemas con el dinero y Tiffany, estaba


logrando equilibrar toda mi agenda: clases, tareas, mi nuevo trabajo
ayudando a Nikolos en su estudio y posar desnuda para Christos.
Trabajar para el papá Christos resultó ser impresionante. Era
totalmente flexible en cuanto a mis horas. Trabajaba todo el tiempo, así
que realmente no le importaba cuando decidiera entrar, mientras
tuviera todo hecho. Y había mucho que hacer.
Nikolos siempre estaba empezando nuevas pinturas o quedándose
sin un solo color u otro de pintura. Así que bien estaba mezclando
pintura nueva, estirando nuevos lienzos o limpiando cientos de pinceles.
Iba a través de los pinceles como el agua.
Según lo prometido, Nikolos me había escrito un cheque para el
pago de matrícula. Estaba bien hasta que venciera el próximo pago.
Pero eso no era hasta después de los exámenes de medio término, así
que no iba a preocuparme por ello hasta que tuviera que hacerlo. Con
un poco de suerte, algo se me ocurriría.
Por el momento, estaba en el cobertizo del jardinero detrás de la
casa Nikolos. Era más como una casa de jardinero o un garaje para tres
autos, debido a su tamaño. Tenía varias habitaciones, un montón de
ventanas —la mayoría de las cuales estaban abiertas para dejar entrar
una brisa constante—, dos grandes lavabos al aire libre, agua corriente,
herramientas de jardinería, un tractor cortacésped para el césped
gigante del patio trasero, sacos de fertilizantes y alimento para plantas y
todo lo demás que el jardinero, con quien me reuní varias veces,
utilizaba para mantener los terrenos tres días a la semana. Todo en la
habitación estaba perfectamente organizado y creaba un agradable
ambiente.
Me paré en una gran mesa de trabajo contra las ventanas
abiertas, mezclando pintura afanosamente. Rojo cadmio medio, para
ser exactos. Debido a que se supone que no inhales los pigmentos
secos, portaba gafas, mascarilla y guantes. A pesar de las precauciones
de seguridad, lo disfrutaba. Por lo que entendía, los pigmentos de la
pintura eran mucho menos tóxicos que Tiffany Kingdumb-Cuntmouse,
que había conseguido encontrarme en mis trabajos anteriores y
molestarme. Estaba bastante segura de que nunca me iba a encontrar
en Rancho Santa Fe en el lugar Nikolos.
Estaba añadiendo regates de aceite de linaza a un montón de
polvo de pigmento rojo en la parte superior de una losa de cristal
grueso, mezclándolos juntos en un pegote mantequilloso con una
espátula. Era algo así como hacer un glaseado para pastel tóxico
porque definitivamente se suponía que no te comieras la pintura. Tal vez
podría hacer un pastel tóxico y entregarlo a la casa de Tiffany para su
cumpleaños. Ella nunca sabría que fui yo. Sonrisa maliciosa.
Había un truco para conseguir que la consistencia de la pintura
terminada quedara a la perfección, pero había estado haciéndolo
durante un par de semanas y estaba mejorando en ello. Cuando
terminé de mezclar, recogí la pintura terminada en tubos de metal
vacíos con los tapas de tornillo y ricé los extremos con las pinzas.
Nikolos apoyó su cabeza en la puerta. Claro cielo azul brillante
iluminaba su silueta.
—¿Cómo va ese rojo cad?
—Recién terminado. —Sonreí, sacándome los guantes, mascarilla y
gafas.
—¿Lista para un descanso? Papá hizo un poco de limonada fresca.
—Se refería a Spiridon, que estaba por sentarse de nuevo para su
retrato, que Nikolos casi había terminado.
—¿Qué pasa con tu papá y la limonada? —Sonreí.
—No tengo idea. —Se rió entre dientes—. Deberías preguntarle.
Llevaba los tubos terminados de rojo cadmio en una caja de
cartón mientras caminábamos juntos de regreso hacia la casa.
Spiridon salió de la casa con una jarra de limonada en una
bandeja que también contenía tres vasos llenos de hielo. Nos sentamos
en una mesa al aire libre bajo un toldo. Spiridon vertió para todos y sirvió.
La vista desde la parte trasera de la casa Nikolos era
impresionante. La casa estaba en lo alto de una colina y miraba hacia
las colinas de un hermoso cañón. Probablemente era la mejor vista que
jamás hubiera visto en la verdadera casa de una persona. Era tranquila
y no podías escuchar ningún ruido de autos o de la cacofonía del
humano moderno. Sólo estaba la naturaleza. Aves cantando de vez en
cuando y una suave brisa cálida. La palabra habitual que la gente
utilizaba para un lugar como éste era Paraíso con una P mayúscula de
perfecto.
Había pensado que la casa de playa de Spiridon era
impresionante. Esto era el siguiente nivel.
—¿Cómo va tu clase de pintura al aire libre, Samoula? —preguntó
Spiridon antes de sorber su limonada—. ¿Dijiste que el profesor era
Katherine Weatherspoon?
—Sí —dije.
—Es buena —dijo Nikolos.
—¿La conoces? —pregunté.
—Conozco a la mayoría de la facultad en el departamento de
arte en SDU —dijo Nikolos.
—Vaya, ambos lo hacen, ¿cierto? —Sonreí.
—Más o menos. —Sonrió Spiridon—. ¿Estás disfrutando pintar al aire
libre?
—¡Es lo mejor! —Sonreí—-. Siempre estoy pensando en lo
maravilloso que sería pintar en el exterior para ganarse la vida.
—Bastante impresionante. —Sonrió Spiridon.
—¡Eso es correcto! ¡Pintaste todos esos paisajes a través de los años!
—He pasado la mayor parte de mi vida pintando al aire libre —dijo
él.
—Todavía no puedo superar el hecho que sea tu trabajo. —Bebí
más limonada y empecé a despedazar un cubo de hielo. Normalmente,
no habría hablado con la boca llena, pero eso era con mis padres.
Spiridon y Nikolos estaban tan relajados, que ni siquiera me di cuenta
que estaba rompiendo las reglas.
—Oye —le dijo Nikolos a su papá—, ¿recuerdas esa vez que me
llevaste hasta Yosemite, y que estabas pintando por ese río, y pensaste
que yo era un ciervo?
—¿Qué? —pregunté, confundida.
—¡Es correcto! —Rio Spiridon entre dientes—. ¡Eras un ciervo!
Nikolos sonrió ampliamente, esa misma sonrisa con hoyuelos que
Christos tenía, y dijo:
—Oh, deberías haber estado allí, Samantha. Era sólo un niño. Mi
papá estaba ocupado pintando, pero yo quería jugar.
—¿Probablemente tenías que, siete u ocho años en ese momento?
—dijo Spiridon.
—Eso suena bastante correcto —sonrió Nikolos—. Así que, ahí
estaba yo, tirando del brazo de mi padre cada cinco minutos para
mostrarle otro cono de pino que había encontrado o tal vez otra genial
roca y estaba caminando de vuelta hacia donde estaba establecido
con su caballete para mostrarle algo más y vi a una madre cierva
caminando detrás de mi papá salida de la nada, seguida por sus dos
bebés. La mamá estaba a un metro detrás de papá, y era una gran
cierva. Estaba tan asustado, que ni siquiera podía hablar. Lo siguiente
que supe fue que la mamá cierva está mordisqueando la parte
posterior de la chaqueta de mi papá. —Nikolos miró a Spiridon—. ¿No
tenías una naranja o algo en el bolsillo? —Spiridon asintió en acuerdo—.
De todos modos, papá está tan ocupado concentrándose en su pintura
y sin darse la vuelta, le dice al venado: ―Eso es maravilloso, Nikos,
hermoso. Ahora ve a ver si puede encontrar otro igual.‖ ¡Ni siquiera
sabía que no era yo! —gritó Nikolos riéndose.
Spiridon, ya riendo dijo:
—Lo hice cuando esa mamá ciervo se inclinó sobre mi hombro y
lamió mi paleta de acuarelas.
—¡Deberías haberlo visto saltar! —Rio Nikolos, reviviendo el
recuerdo—. ¡Se dio la vuelta y esa mamá cierva lo estaba mirando a la
cara, a centímetros de distancia! ¡Saltó fuera de su silla de
campamento al menos dos metros por el aire!
—¡De ninguna manera! —dije con incredulidad.
—No fueron dos metros. —Rió Spiridon—. Pero estoy seguro de que
salté cuando me di cuenta que no eras tú.
Ambos lanzaron la cabeza hacia atrás y rieron con ganas.
Spiridon se limpiaba lágrimas de alegría de sus ojos.
—¿Te acuerdas de esa vez que estábamos visitando a tu tía en
Mykonos?
—¿Cuál vez? —Sonrió Nikolos.
—La vez con los pelícanos en nuestro bote de remos.
—Oh. —Rió Nikolos entre dientes—. ¿Te refieres al pelícano que
quería tu almuerzo?
Spiridon asintió.
—Cuéntala tú. —Sonrió Nikolos.
Spiridon se inclinó hacia mí.
—Así que, habíamos montado bicicletas desde la casa de mi
hermana en Mykonos hacia a Ornos para el fin de semana. Esto fue
antes que todos los hoteles comenzaran a tomar la isla.
—¿Dónde está Mykonos? —pregunté.
—Está en el mar Egeo, al sureste de la Grecia continental —dijo
Nikolos.
—Así que —continuó Spiridon—. Había tenido la brillante idea de
acomodar mi caballete en un bote de remos. Debería haberlo sabido
mejor, con éste alrededor. —Ladeó un pulgar hacia Nikolos—. Pero
quería pintar la ciudad desde un punto de vista sobre el agua así podría
capturar los edificios de yeso blanco contra el azul zafiro del océano.
Nikos y su prima Helena estuvieron ocupados nadando toda la mañana.
Cuando llegó la hora del almuerzo, mi hermana sacó la cesta de picnic
que había traído para alimentar a todos. Nikos y Helena salieron del
agua, empapados. Estaban goteando encima de todo. Eso debería
haber sido mi señal de estar pidiendo problemas al pintar acuarelas en
el centro de la bahía, pero todo en lo que podía pensar era en los
deliciosos gyros de mi hermana esperándonos. Una vez que la comida
estaba fuera, un pelícano gigante aterrizó en la proa del barco para ver
lo que había en el menú. Nikos quería espantarlo, pero le dije que
estaba bien. ¡Lo siguiente que supe, había puesto mi gyro abajo sólo por
un segundo y el pelícano brincó desde la popa y arrebató mi almuerzo
como si fuera un pez y se lo tragó! Antes que me pudiera parar, Nikos
gritó: ―Lo conseguiré‖ y se lanzó tras ese pájaro. ¡El pelícano batió sus
alas furiosamente para escapar y tiró mi pintura directo al agua! Todo el
mundo gritó y Nikos se giró rápidamente, gritando: ―¡Lo conseguiré, lo
conseguiré!‖ Se lanzó justo en el agua y rescató mi pintura. Pero te
puedes imaginar lo que un chapuzón en el mar hace a una pintura de
acuarela.
Spiridon y Nikolos reían al recordar.
—¡Oh, no! —Me reí—. ¿Qué pasó con la pintura?
—La pintura estaba arruinada, pero no podía decirle eso a Nikos.
Estaba tan orgulloso por salvarla. —Spiridon miró a su hijo y sonrió
amorosamente.
Nikolos asintió, disfrutando de la calidez del amor de su padre
décadas después de los hechos.
Spiridon y Nikolos intercambiaron historias pintura de ida y vuelta de
esa forma durante una hora. Algunas de ellos también incluyeron las
desventuras de Christos joven. Cada cuento estaba lleno con emoción,
diversión y amor. Mi infancia no había sido nada parecida.
—¿Y eso es lo que hizo para ganarse la vida durante todos estos
años? —le dije a Spiridon con una sonrisa asombrada. Sonaba como
unas vacaciones continuas para mí.
—Sí —dijo Spiridon—. Por mucho tiempo.
—¿Por qué has dejado de pintar? —pregunté.
Spiridon suspiró misteriosamente.
—Es una historia larga.
Miré hacia Nikolos, quien levantó sus cejas antes de alejar la
mirada. Está bien, no me iban a decir.
—Tal vez debería ser un pintor de paisajes, Samantha —dijo Nikolos,
desviando la atención de Spiridon.
—¿Crees? —dije.
Nikolos se encogió de hombros.
—¿Por qué no? Es un trabajo como cualquier otro.
Nunca dejaba de sorprenderme cómo los hombres Manos daban
por sentado que iba a ser una artista exitosa algún día. Ahora Nikolos
también lo hacía. Christos tenía la familia más increíble que jamás
hubiera conocido. Estaba tan contenta de ser parte de ella.
Sacudí mi cabeza y bebí más limonada, que estaba deliciosa,
como siempre, y disfruté en el cálido aire de primavera. Era difícil de
creer que trabajar para Nikolos era un trabajo real. Era como salir con
mis amigos.
¡Qué suerte la mía!

Me senté en mi mesa de dibujo en el estudio en la casa de


Spiridon, trabajando en la elaboración de cortinas. Cortinas significaba
doblar la tela, por lo general sobre la ropa cuando la gente llevaba, a
veces simplemente colgando como mantas arrugadas o manteles que
cuelgan y cortinas. Era parte de nuestra tarea para Dibujar La figura
Vestida.
Era casi como hacer ilustraciones de moda.
Ya había dibujado un montón de fotos de princesas en vestidos
suaves y chicos calientes en trajes lisos con poses de GQ. Tenía un
montón de ventanas del navegador de Internet abiertas en mi
computadora portátil mostrando fotos de varios vestidos y modelos de
pasarela, hombres y mujeres. Realmente me estaba gustando esta gran
decisión del Arte. Mis padres realmente no querían discutir sobre arte.
Lo que sea.
Christos estaba fuera, pasando el rato con Jake. Spiridon también
estaba fuera, no estaba segura de dónde. Tendía a ir y venir sin
explicación. Sólo podía suponer que tenía toda una vida adulta que
estaba viviendo, pero nunca la veía. ¿Tal vez secretamente era un
apuesto capo de la mafia griega?
Me reí para mis adentros.
Mi portátil estaba abierta junto a mí, reproduciendo iTunes.
Wonderwall de Oasis se colaba por los altavoces en cálidas y amorosas
ondas mientras yo dibujaba en mi cuaderno de bocetos.
Estaba ocupada dando los toques finales a un chico caliente en un
smoking que lucía alarmante similar a Christos. Ni siquiera me había
dado cuenta que lo estaba dibujando. Bajé mi cuaderno de bocetos y
me di cuenta que el tipo de esmoquin estaba junto a una chica en un
vestido de novia.
¿Cómo había sucedido eso?
Juro que no lo había hecho a propósito.
Tal vez lo próximo que dibujaría serían bebés en mamelucos.
Me sonrojé. ¿En que estaba pensando?
Negué y me levanté para estirar las piernas y tomar un descanso.
Comencé con Wonderwall desde el principio y bailaba sola,
moviéndose al compás de la música, pensando en Christos, poniendo
mis brazos alrededor mío.
Estaba tan enamorada de Christos.
Me había salvado del futuro horrible que mis padres habían
planeado para mí. Mi vida había sido abierta a posibilidades que jamás
había soñado que se hagan realidad cuando era una niña. Ahora tenía
esperanza como nunca la había conocido.
Estaba verdaderamente bendecida.
Mi celular sonó bruscamente, cortando como un grito estridente a
través de la música reconfortante que salía de mi portátil.
Salté.
Mi teléfono estaba también en vibrador, y bailaba maniáticamente
en la bandeja de lápices en mi mesa de dibujo donde lo había dejado,
haciendo que los lápices golpeteen juntos horriblemente.
Pavoroso.
Agarré mi teléfono, pero bailaba de mis dedos.
Christos.
Algo andaba mal. En el tercer timbrado pude sostenerlo. Oh, no,
Christos. Mi instinto se revolvía.
No otra vez.
Cayendo, cayendo, cayendo.
Miré a la pantalla de mi teléfono. Decía:
Mamá y papá.
¿Qué demonios? El corazón estaba saltándome en el pecho.
Imágenes de Christos en un accidente con un conductor borracho pasó
por mi cabeza. Entonces ¿por qué estarían llamando mis padres? No
serían los primeros en saber si se hirió. ¿Lo serían? No, eso no tiene ningún
sentido.
Entonces ¿por qué se llaman?
Fruncí el ceño. Podría arriesgar una respuesta.
¿Quiero siquiera responder su llamada? Probablemente se
quejaran de nuevo. Suspiré dramáticamente y respondí mi teléfono en
el cuarto timbrado, sonando irritada.
—¿Hola?
—¿Sam?
—¿Padre?
Mi padre se aclaró la garganta.
Hice una mueca.
—Sam, estoy llamando para informarte de que tu madre se mudó.
—¿Qué? —Estaba totalmente confundida.
—Ella ha tomado un apartamento en Friendship Heights. Y ha
llevado a un amante.
—¿Qué? ¡Padre! ¿De qué estás hablando? No estás teniendo
ningún sentido. —Mi estómago, que había implosionado, dijo lo
contrario. Cada órgano en mi cuerpo había sido absorbido por el
agujero negro formándose en mi abdomen.
—Tu madre está viendo a alguien —dijo rotundamente—. Otro
hombre.
—¿Qué quieres decir viendo? ¿Cómo para una reunión o clase o
algo? Sé que está siempre hablando de tomar clases de tenis en el club
de campo.
—Sam, tu madre está teniendo una aventura. Con otro hombre.
El silencio me dio un puñetazo en el estómago. Ese agujero negro
no era la única cosa machacándome. Cada átomo en el universo
venía a toda prisa hacia mí en una súper nova de desastre inminente.
Alguna esquina separada de mi cerebro gritó dentro de mi
cabeza: ―¡A quién le importa! ¡Mamá es débil! ¡Tú eres débil!‖ Pero esa
voz era fina y metálica, ahogada por la tormenta cósmica que estaba
desenrollándose dentro de mí.
Después de más de silencio, finalmente hablé en un murmullo:
—¿Mamá está teniendo una aventura? —Las lágrimas goteaban
por mis mejillas contra mi aprobación.
—Sí.
—¿Con otro hombre?
—Sí. Alguien que conoció en la universidad. Él conduce una
motocicleta —dijo papá sin pizca de ironía.
—Eso no tiene ningún sentido —tartamudeé.
—Sí, lo tiene —dijo en voz baja.
Me senté en mi silla del escritorio. Debo decir, me caí donde estaba
y tuve la suerte de que la silla estaba detrás mío, porque no me detuve
a pensar lo que estaba haciendo. Sólo colapsé cuando la fuerza dejó
las piernas.
Entonces decenas de recuerdos inconexos chocaron en mi
cabeza. Mi mamá había dejado claro hace meses que pensaba que
Christos no era el tipo de hombre que se quedaba. Y ella lo había
hecho sonar como que había tenido experiencia con tipos como él.
¿Era el hombre del que mi padre estaba hablando algún tipo del
pasado de Mamá que la había dejado plantada y la hizo tan
amargada por los chicos malos? ¿Pero ahora que había conseguido
volver con él?
Sólo podía preguntarme.
No iba preguntarle a papá por detalles. Estoy seguro que el tipo
con el que mi madre se acostaba no era el tema de conversación
favorito de Papá en este momento.
Y luego un recuerdo de las palabras de mi madre de Febrero se
estrelló a través de mi cerebro:
“Todavía no estás. ¡Pero lo estarás! ¡Dale seis meses, quizá un año, y
te preñará! ¡Luego se habrá ido! ¡Así de simple! ¡Asegúrate de que tener
suficiente ahorrado para el aborto!”
Lo dijo como si estuviera hablando por experiencia. ¿Era eso
posible?
Por supuesto que lo era.
De repente recordé que al crecer, la gente siempre estaba
diciendo lo mucho que me parecía a mi mamá. Nadie nunca dijo que
me parecía a mi padre. Y, mi padre siempre había parecido tan
diferente y extraño para mí, tuve un tiempo difícil creer que estábamos
emparentados.
¿Qué si mi madre nunca había conseguido el aborto y se había
casado con el fiable Bill Smith en su lugar?
¿Era posible que mi padre no fuera mi padre biológico?
¿Era hija de otro hombre?
Mierda.
Era completamente posible.
No, eso fue loco.
Pero todo sumaba.
Qué. Carajos.
Oh, Dios mío, todo sonaba tan desesperadamente estúpido. Pero
¿por qué tenía tanto sentido?
Sacudí la cabeza. ¿Importa siquiera? Mi mamá estaba engañando
a mi padre y que ya se había mudado a un apartamento. Eso era un
hecho.
Mierda.
No necesitaba tres adivinanzas para averiguar dónde que se
fueron.
Justo cuando mi vida se había ido expandiendo con buenas vibras
como un colorido globo de cumpleaños, ¡BAM! Mis padres me estallaron
con una aguja y se llevaron todo por la borda. Más precisamente, mi
mamá.
Mi maldita madre.
Cada maldita vez.

—Lo siento mucho, agápi mou —Christos dijo mientras me


abrazaba donde nos sentábamos en el sofá de la sala de estar—. Sé lo
difícil que es cuando tus padres se separan.
Había esperado dos horas para que Christos vuelva a casa,
llorando todo el tiempo en el sofá en la oscuridad. Me sorprendió un
poco que estuviera tan triste que mi mamá se había ido, pero no estaba
en absoluto sorprendida por mi ira contra ella. Eso era normal y familiar.
Pero esta sensación de pérdida, y supongo que traición, era nuevo y me
hacía sentir incómoda. Una parte de mí decía que el único sentimiento
que debía tener para mi mamá en este momento era odio.
Pero, no importa cuán perra era, ella seguía siendo mi madre.
¡Mierda! Odiaba sentirme de esta manera.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó en voz baja Christos. A pesar de
que había estado con Jake por horas, me di cuenta de que no había
bebido mucho. Ni siquiera estaba mareado. Tenía mucho que
agradecer.
—¿Qué puedo hacer? —pregunté retóricamente—. Mi madre dejó
a mi papá. Punto.
—¿Necesitas volar a casa para ver a sus padres? Te entenderé
totalmente si lo haces. Puedo ir contigo si quieres.
Lo miré, lágrimas goteando por mis mejillas. Las limpié con un
pañuelo de papel de la caja que Christos me había traído.
—No sé si eso va a hacer alguna diferencia. Además, los finales
están llegando en pocas semanas. Siento como si irme a casa, sería
arruinar todas mis clases y me tendría que retirar y retomar todo. —
Agonía e indecisión me invadió—. Oh, Christos. ¡No sé qué hacer! —Me
apoyé en su pecho y sollocé contra él.
Acarició la parte superior de mi cabeza y murmuró:
—Cualquier cosa que quieras hacer, házmelo saber, y estoy ahí
para ti, agápi mou.
Giré mis dedos en la tela de su camiseta. Miré hacia él
desesperadamente.
—No sé lo que haría sin ti, agápi mou.
—Silencio —susurró—. Nunca vas a tener que averiguarlo. Siempre
estaré aquí para ti.
No podía empezar a comprender el tipo de persona loca en que
me habría convertido si Christos hiciera lo que mi mamá le había hecho
a mi papá. Dios mío, ¿Cómo lo estaría pasando papá ahora? Ni siquiera
podía imaginarlo. ¿Estaba enfadado? ¿Triste? ¿Odiaba a mi mamá?
¿Estaba deseando desesperadamente que vuelva a sus sentidos y
volviera con él? Probablemente todas esas cosas.
Miré hacia Christos, mis ojos suplicando consuelo y seguridad. Le
pregunté tímidamente, con una voz vulnerable que estaba al borde de
romper en fragmentos frágiles:
—¿Estás seguro?
Christos acunó mi mejilla y acarició el costado de mi cara.
—Sí. No voy a ninguna parte, agápi mou. Nunca.
Mirando en sus amorosos ojos azules, le creí con todo mi corazón.
La ola de energía pasando de mi corazón al suyo era la confirmación.
Alisó un mechón de mi cabello detrás de mi oreja. Ese simple gesto
de afecto era tan poderoso, que rompí en sollozos nuevos y me
desplomé en su pecho musculoso. En sus brazos, me sentí segura.
Protegida. No quería dejarlos nunca.
Lloré en silencio por un tiempo, dejándolo salir.
Con el tiempo, sorbí y le dije:
—Creo que el tipo que mi mamá está viendo podría ser mi padre.
—¿Qué? —Christos jadeó.
Me encogí ahora que lo había dicho en voz alta.
—No lo sé. Tal vez estoy loca. Pero mi mamá dijo todas estas cosas
sobre ti como si hubiera tenido experiencia con su propio chico malo
cuando era joven, y me hizo pensar. Tal vez este tipo con el que se está
viendo la dejó embarazada hace veinte años. De mí. Mi papá dijo que
este tipo es de sus días en la universidad y él es un chico malo. ¿Quizás
es el mismo chico de cuando ella era joven y quiere volver con él ahora
que estoy fuera de la casa? ¿Porque ya no necesita mi padre más?
—Wow, eso es una locura —dijo Christos.
—Estás bien. Estoy loca. —Negué—. Estoy haciendo que suene
como una historia de telenovela. Es demasiado loco para ser verdad.
¿Verdad? —Pensamientos desesperados pulsando en mi cabeza: Por
favor dime que estoy loca, por favor dime que mi razonamiento es
idiota. Por favor por favor por favor…
Christos suspiró.
—¿Quién sabe? La gente hace mierdas locas. Todo es posible.
Agarré su camiseta y dejé escapar un sollozo doloroso.
—No crees que es verdad, ¿no?
—No tengo ni idea, agápi mou —dijo en voz baja—. Pero
cualquiera que resulte ser la verdad, voy a estar a tu lado a través de
todo.
Me acurruqué más en sus brazos y lloré.
Por el momento, estaba desesperadamente llena de miedo, media
loca, pero, sobre todo, agradecida de tener a Christos.
Samantha
La negación se convirtió rápidamente en mi mejor amiga. Era de la
única forma que podía funcionar y mantenerme cuerda. Hice lo mejor
para bloquear cualquier pensamiento del matrimonio en ruinas de mis
padres y enfocarme en la escuela y mi nuevo trabajo.
Kamiko y yo estábamos almorzando en la Cafetería Adams
College.
—¿Cuál es el estado de Samantos? —preguntó, antes de poner
una papa frita en su boca.
—¿El qué?
—¿Christos y tú? Duh.
—¿Samantos? —ironicé—. Eso suena como una pastilla para el
aliento.
—¡El fabricante de frescura! —bromeó.
—Estamos bien —contesté riendo.
—¿Cómo van sus pinturas? ¿Todavía tiene un desfile de modelos
entrando y saliendo del estudio todos los días?
—No. Él, uh, cambió de enfoque. —No estaba cómoda diciéndole
que Christos estaba pintándome desnuda.
Me pregunté si podía mantener la próxima su exposición en
secreto, así podría evitar sorprender a mis amigos con un desnudo de
mí. ¿A quién estaba engañando? Kamiko seguía las muestras de la
galería como un halcón. Lo descubriría y estaría allí. Al menos podría
apreciar su deseo de presentarse y apoyar.
—¿Has hecho alguna pintura nueva para entregar a Brantonto
para su próxima muestra de Artistas Contemporáneos? —dije,
cambiando de tema.
—Algunas. —Sonrió.
—¿Cómo son?
Kamiko estaba devastada cuando Brandon rechazó su primer
grupo de trabajos.
—Asombrosas —contestó—. ¿Quieres verlas después del almuerzo?
—Seguro —aseveré.
Cuando terminamos de comer, descartamos los restos en los
contenedores de basura, y nos dirigimos a la salida.
Había un dispensador de diarios justo afuera.
Kamiko se detuvo.
—¡Oh Dios mío! —gritó, tomando una copia nueva de The
Wombat—. ¡Sam! ¡Es tu wombat! —Me entregó el periódico—. ¡Luce
muy bien!
Caray, mi pintura estaba en la portada, junto a la foto de Tammy
Lemons.
—¡Deberías guardar como diez copias!
—Pero no he ganado —digo.
—¿Y qué? —dijo Kamiko, emocionada—. ¡Estás en la portada! ¡Ese
es TU arte!
—Supongo que tienes razón —repuse—. Pero solo tomaré cinco
copias —respondí tomando varios ejemplares del contenedor.
—¿Firmarías el mío? —preguntó Kamiko, rebuscando
frenéticamente en su mochila por un lápiz.
—Oh, no puedo hacer eso, Kamiko —negué.
—¿Qué, olvidaste como escribir tu nombre? —cuestionó con
sarcasmo y me tendió un lápiz.
Fruncí el ceño.
—No.
—¡Entonces fírmalo, perra! ¡Estoy tan orgullosa de ti! —Me abrazó
con fuerza. Cuando me soltó, me ofreció de nuevo el lápiz—. Pero en
serio, fírmalo. Voy a tenerlo hasta que valga miles de dólares. En veinte
años la venderé en una Comic Con de San Diego46, cuando seas una
dibujante famosa.
—Creo que estás dejándote llevar un poco, Kamiko —comenté.
—Cállate y firma. Si voy a ser una doctora por el resto de mi vida,
voy a decirle a la gente que fui a la escuela con Samantha Smith, la
asombrosa artista.
Arqueé una ceja, dudosa.
—¡Deja de fingir humildad y firma! —refunfuñó.

Comic Con de San Diego La Convención Internacional de Cómics de San


46

Diego (en inglés: Comic-Con International: San Diego)


No estaba fingiendo humildad. Solo me parecía raro que me
estuviera pidiendo que le autografiara el diario. Ni siquiera había
ganado todavía. Por todo lo que sabía, los estudiantes que leían el
diario y se molestaban en votar, elegirían el dibujo de Tammy.
Un chico con anteojos y largo cabello ondulado se acercó al
contenedor y tomó una copia de The Wombat. Rió cuando miró la
portada.
—Mi chica dibujó ese wombat —le dijo Kamiko—. Puede firmar tu
diario si eres amable.
—¡Kamiko! —susurré.
El chico miró las fotos, pensativo.
—¿Tu dibujaste esto? —preguntó.
—Sí —respondí con timidez—, él que está en el inodoro. No dibujé
el de la gorra de béisbol.
—Oh. —Asintió, examinando los dibujos y rió—. Me gusta que haya
sido pintado mientras esta cagando. Es asombroso.
Kamiko me dio un codazo.
—¡Fírmalo!
—Sí —asintió el chico—, ¿me lo firmarías? Lo colgaré en el baño de
los dormitorios.
No podía decidir si era un cumplido o un insulto.
—Los chicos amarán esto. —Sonrió, admirando mi arte.
Entonces lo autografié. Quiero decir, muchas personas leían
cuando estaban en el baño. Seguro, una cabina de baño en los
dormitorios no era exactamente la Galería Charboneau, pero era lo
segundo mejor, ¿no?

Kamiko y yo fuimos a su dormitorio en Paiute Hall.


—Voy a intentar algo completamente diferente —comentó,
sacando un gran portafolio negro debajo de su cama. Lo abrió y me
entregó una pila de pinturas en una tabla de ilustración de 1/8—. Estas
están hechas con lápiz, tinta y acrílicos.
Había trazos con lavados de color transparente sobre las líneas de
tinta, toques de acrílico opaco aquí y allá, y acrílicos más densos que
otros.
—¿Qué pasó con todos tus óleos?
—Están en el armario. —Asintió hacia el armario con ruedas junto a
su cama—. Desde que Brantonto no las quiso para la exposición, las
guardé. Quizás intente venderlos después. Pero por ahora, estoy
haciendo esto. —Apuntó con su barbilla a las pinturas que estaban
sobre mi regazo.
Me senté en la cama y las ojeé. Había media docena de ellas,
todas en diferentes estilos. Una mostraba un delfín saltando de olas
hechas de manos y brazos azules. Otra mostraba una hermosa mujer
con un enorme vestido victoriano con manos de hebras que
terminaban en un ramo de rosas. Otra mostraba tres chicas idénticas
con coletas negras y kimonos de pie en el puente de un jardín japonés,
sobre un estanque lleno de peces koi con rostros humanos.
—¿Esas chicas con kimono se supone que son tú? —pregunté.
Asintió.
—Y esas caras en los koi se supone que son Brantonto, pero no creo
que lo note. Tuve que trabajar de memoria.
—¿Qué significan?
—No lo sé —respondió sonriendo—, ¿que soy tres veces más
asombrosa que Brantonto, quien también es tan poco desarrollado que
ni siquiera ha salido del océano con los otros peces que se convirtieron
en humanos hace un millón de años?
—No sigues enojada con él, ¿cierto?
—Lo estaba cuando la hice —contestó riendo—. ¿Ahora? No
mucho.
El resto de sus pinturas eran igual de bizarras y asombrosas.
—¿Tú hiciste todas estas? Parece que las pintaron seis artistas
diferentes.
Sonrió y asintió, sus ojos brillando de emoción.
—Hice mi tarea. Revisé ese catálogo que me diste de la última
exposición hasta que tuve alguna idea, luego entré en acción.
Todavía podía recordar como Brandon había destrozado la
confianza de Kamiko cuando rechazó sus pinturas y coqueteó conmigo
justo frente a ella. Las siguientes dos semanas, temí que nunca saliera de
su depresión. Pero ahora, su confianza estaba de vuelta con toda la
fuerza.
—Bueno, todas son asombrosas, Kamiko. —Devolví las pinturas—.
Estoy impresionada.
Las tomó guardándolas de nuevo en el portafolio.
—¿Vas a entregar algo Sam?
—¿Qué, para la exposición de Brandon?
—Sí.
—En realidad no había pensado en ello. Supongo que he estado
ocupada.
—Considerando que estás en la portada de The Wombat, creo que
probablemente deberías.
—¿Tienes el catálogo?
Lo sacó de la estantería y me lo entregó.
Lo primero que noté al revisarlo fue que sus nuevas pinturas
encajaban por completo.
—No lo sé, Kamiko. Estas son muy buenas. Puedo ver que
investigaste mucho. No sé si tendré tiempo de hacer algo.
—Ya pensarás en algo —auguró.
A pesar de lo que había mejorado estudiando arte con la ayuda
de Christos, Spiridon, Kamiko y todos mis profesores de arte, las pinturas
en el catálogo probablemente eran mejores de lo que podía hacer por
el momento, especialmente en poco tiempo.
—Tienes miles de buenas ideas, Sam —apuntó—. Apuesto a que se
te ocurre algo asombroso.
Una vez más, estaba agradecida de que todos mis amigos de San
Diego me apoyaran tanto. Su confianza reforzaba la mía.
—Tienes razón —aseveré confiada—, lo haré.

Madison y yo estábamos estudiando en la Biblioteca principal, en


nuestro lugar favorito y privado del quinto piso, el cual tenía la mejor
vista del océano.
Mi portátil estaba abierta y la señal de correo sonó cuando llegó
un nuevo mensaje. Era de la oficina de SDU. El asunto: ―Ha sido
acordada una fecha para su apelación‖.
Gemí.
—¿Qué? —preguntó Madison, levantando la vista de su enorme
libro de marketing.
No solo el ―asunto‖ había estropeado de antemano el contenido
del mensaje, también había estropeado mi humor. Lo abrí para leerlo y
acabar con esto.
El mensaje decía:
“Ha sido asignada una fecha para que se presente frente al
tribunal administrativo de la Universidad de San Diego, a fin de discutir
los cargos en su contra, al tiempo que su estadía como estudiante en la
SDU será revisada. En adición a la acusación inicial de robo hecha
contra usted por Tiffany Kingston-Withehouse (demandante), se ha
añadido un caso adicional por asaltó contra usted, Samantha Smith
(demandado)…”
Tiffany y su estúpida tarjeta de crédito robada.
Y mi estúpida cachetada.
Nunca debí haberla golpeado.
Según el resto de la carta, Tiffany había ido a la policía de la
Universidad para reportar mi ―ataque‖. Al menos, la carta hacia parecer
que golpearla no era un crimen federal con pena de muerte incluida.
Pero por un segundo, imaginé a la policía apareciendo en sus autos con
luces rojas y azules para poder esposarme y encerrarme en prisión por
cometer Abofeteo y Robo.
Vaya, de pronto sentí como si la relación entre Christos y yo se
había invertido. O él, como mi madre advirtió, era una mala influencia
para mí. No, eso era loco, porque mi madre infiel estaba loca.
—¿Malas noticias? —preguntó Madison.
—¿Huh?
—Luces como si te hubieras tragado un pastel envenenado.
—¿Pastel envenenado?
—¿Cómo una de esas tartas de pollo con veinticuatro pájaros
dentro? Luces como si estuvieran volando por tu vientre justo ahora,
intentando salir —aventuró.
—Preferiría tener eso que esto. —Fruncí el ceño.
—¿Qué es?
—Mi fecha para la cosa de Tiffany.
—Oh —exclamó de mal humor. Ya conocía toda la historia—. Te lo
he dicho antes, di la palabra, y acabaré con la perra.
—¿Qué perra?
Sus ojos se volvieron locos.
—¡Cualquier perra! ¡Solo di la palabra! —Se puso de pie y agitó su
resaltador como un cuchillo—. ¡Cuídense perras! ¡Soy una loca que
apuñala! —gritó.
—¿Qué quieres decir con apuñalar, Mads?
Se sentó y rio.
Me uní a ella y compartimos una buena carcajada.
Como siempre, nos sentábamos en uno de los cuartos de estudio
con paredes de vidrio. Estoy segura que los chicos estudiando fuera nos
miraban divertirnos. Algunos probablemente querían usar nuestro salón
de estudio así podían divertirse también.
Bueno, habíamos llegado primero.
Un momento después, una chica cualquiera se levantó de uno de
los cubículos de estudio y caminó hasta nuestra puerta. Tenía el cabello
rubio teñido y usaba una camiseta de Delta Pi Delta, la hermandad de
Tiffany.
Grandioso.
La perra de la hermandad abrió la puerta de nuestro salón de
estudio explotando chicle en su boca. Declaró:
—¿Saben cuándo van a terminar aquí? Hay otras personas
esperando…
Madison saltó de su silla, la cual resonó con fuerza tras ella, y
apuntó su resaltador a la perra de la hermandad, quien estaba a unos
metros de distancia.
—¡Quédate atrás! —espetó Madison. La perra se estremeció. Luego
masticó su chicle y frunció el ceño, intentando parecer como si
estuviera por encima de esto.
Madison se adelantó, ahora a centímetros.
—¡Retrocede!
Me volví y con voz casual comenté:
—Ten cuidado con lo que digas. Es Mads la cortadora y te cortará.
Sus ojos se ampliaron mientras lentamente retrocedía. La puerta
automática se cerró suavemente.
Empezamos a reír.

Más tarde, caminábamos hacia nuestros autos en el


estacionamiento norte.
—¡Oh Dios mío, ahí está Tiffany! —Señaló—. ¡Escondámonos en los
arbustos y saltemos sobre ella!
Tiffany estaba sola y no nos había notado acercándonos.
—¡Gag! —gemí—. Deberíamos ir por otro lado.
—Tenemos el derecho a caminar por aquí tanto como ella —gruñó.
—Sí, pero entre la golpeadora Sam y Mads la cortadora —
bromeé—, será asesinada.
—Te cubro la espalda de cualquier modo, amiga. —Sacó su
resaltador de la mochila y lo agitó como un cuchillo.
—Gracias. Pero por favor, envaina tu resaltador. No te quiero
sacando sangre.
—Está bien —Rió y lo guardó en la mochila mientras pasábamos a
Tiffany.
Su labio se torció cuando nos vio.
—¿Todavía sigues aquí? ¿No deberías haber vuelto a Washington?
¿Cómo sabia donde vivía? ¿Estaba hablando de ir a casa para ver
a mis padres por los problemas que tenían? No, no había forma que
supiera, ¿no? ¿A menos que Christos le haya dicho? No, eso era
imposible.
Tiffany puso los ojos en blanco y nos pasó.
—Te veo en el tribunal, perra.
—¡Oye! —gritó Madison.
Le murmuré una advertencia a Madison:
—Mantén tu resaltador enfundado, yo manejaré esto. —Me detuve
y me volví para enfrentar a Tiffany mientras se alejaba—. ¡Tiffany!
¿Puedo hablar contigo un segundo?
Paró y se dio la vuelta, arqueando su cadera. Como siempre, lucia
como la portada de una revista de moda, con su inmaculado cabello
rubio, maquillaje perfecto y ropa cara.
—¿Por qué? ¿Vas a atacarme?, hazme un favor y déjame saber si
necesito llamar a la policía del campus antes que me golpees esta vez
—declaró con sarcasmo.
—No, no voy a tocarte —negué.
Arqueó una ceja, expectante.
—¿Bueno? No tengo todo el día.
—Mira, sobre la tarjeta de crédito.
Sonrió alegremente.
—¿Hablas de la que robaste?
—Sabes que no la robé. La pusiste en mi billetera.
—No sé de lo que estás hablando. —Negó, mientras fruncía la nariz
con petulancia—. Pero si sé que estaba en tu billetera. Dios, Scumantha,
¿Cómo llegó allí? —jadeó sarcástica.
—Por favor no me llames Scumantha —demandé suavemente.
¿Intentaba que la golpeara otra vez?
Noté a Madison gruñendo a mi lado.
—¿Entonces mi tarjeta de crédito salió mágicamente de mi billetera
y cayó en la tuya? —satirizó.
Puse los ojos en blanco, frustrada. El ―hablémoslo‖ no estaba
funcionando.
—Tiffany, ¿sigues enojada por lo de la pintura en tu yate?
Puso los ojos en blanco.
Ya que la delicadeza no parecía estar funcionando, iba a
golpearla donde dolía. Estaba cansada de su mierda.
—¿O todavía sigues enojada porque yo estoy con Christos y tú no?
Comenzó a morder su labio inferior como una ardilla rabiosa.
Sí, eso le había dolido.
—Tiffany —expuse con calma—, nada de lo que hagas va a
separarnos. No voy a volver a D.C. Incluso si te las arreglas para echarme
de la Universidad, estoy aquí para quedarme. Tienes que aceptar eso.
¿Así que porque no nos ahorras un montón de problemas y lo dejas ir? —
Soné más confiada de lo que me sentía. La última cosa que quería era
ser echada de la Universidad. Amaba tomar las clases con Madison,
Kamiko y Romeo. Amaba a mis profesores de arte. No podía imaginarme
renunciando. Rompería mi corazón despedirme de la Universidad de San
Diego. Pero no iba a retroceder, no iba a dejar que se saliera con la suya
inculpándome—. Dile la verdad al tribunal. Que pusiste la tarjeta en mi
billetera. Oh, y lamento haberte golpeado. Nunca debí haber hecho
eso.
Su cara se volvió rojo brillante. Escupió las palabras—: ¡¡¡JODETE,
PERRA ESTUPIDA!!! —Tuvo que respirar antes de volver a gritar otra vez—.
¡¡¡VOY A ARRUINARTE, MALDITA PERRA!!!

Una gigantesca ave fénix salía de las nubes del flameante


amanecer. Las largas plumas de su cola ardían mientras bajaba del
cielo. El fénix era parte águila, parte mujer.
La mujer era yo.
—¡Eso luce asombroso, Sam! —comentó Kamiko sobre mi hombro,
mirando mi desprolijo boceto.
—¿Crees que servirá para la exposición de Brandon? —pregunté.
Todavía era un pequeño dibujo con lápiz y lapicera en mi cuaderno
coloreado con marcadores.
Romeo estaba haciendo tarea en una de las mesas de trabajo
contra la pared en el estudio de Christos y se acercó para echar un
vistazo.
—Vaya —sonrió—, me encanta, Sam.
Fruncí la nariz.
—Gracias. —Todavía no estaba acostumbrada a todos los elogios
que recibía últimamente.
—Bien, ahora tengo que echarle un vistazo. —Señaló Christos.
Estaba sentado en una silla reclinable con los pies apoyados en el
alféizar de la ventana, dibujando en su cuaderno. Trataba de obtener
ideas para la muestra de pinturas de su próxima exposición individual,
que se celebraría en Charboneau en algún momento después que el
espectáculo de artistas contemporáneos terminara.
Christos apoyó una mano en mi hombro y se inclinó sobre mí para
tener una mejor visión.
Romeo espetó:
—¡Alerta roja! ¡Alerta roja! Boo-EEEP! Boo-EEEP! ¡Christos está
haciendo un movimiento en Sam! ¡Abandonen el barco antes que
dispare su torpedo en ella!
—¿Todo debe caer en sexo para ti, Romeo? —preguntó.
—Sí. —Sonrió sin pedir disculpas.
—Romeo, eres tan wonky Kong —exclamó riendo Kamiko.
—¿Wonky kong47? —apuntó Romeo—, te voy a mostrar wonky
kong. —Empezó a saltar frenéticamente en el aire. Con cada salto
gruñía—: ¡Boing! —Su monóculo bailó caóticamente al final de la cuerda
atada a un botón de su abrigo steampunk.
—¿Qué estás haciendo? —bromeé.
Continuó saltando y empezó a chillar:
—¡Doodle lee DEE do! Doodle lee DEE do48!
Kamiko negó, divertida.
—Creo que por fin se dio un golpe tratando demasiado duro de ser
gracioso todo el tiempo.
Romeo se detuvo de su rutina de salto loco.

Wonky Kong: Un programa de dibujos animados.


47

Está imitando al gorila del juego Donkey kong.


48
—¿No juegan videojuegos chicos? ¡Soy Mario del clásico Donkey
Kong!
—¿Eh? —exclamó Kamiko, nunca jugaba videojuegos porque
pasaba demasiado tiempo viendo dibujos animados, estudiando para
todas sus locas clases pre-medicina, y dibujando en cada momento
libre. No sé si alguna vez dormía.
—¡Vamos, Kamiko! —declaró—. ¡Tú eres la que me llamó Donkey
Kong49!
—Te he llamado Wonky Kong —apuntó.
Dejó de saltar y metió los puños en las caderas.
—¿Qué demonios es un wonky kong?
Kamiko extendió las manos y levantó las cejas.
—No lo sé —contestó a la defensiva—, ¿un hermano tullido de
Donkey Kong, que tiene una pierna coja?
Christos y yo reímos.
—Estás loco, Romeo —señalé.
Abrió muy amplio los ojos y los giró mientras movía su lengua y hacia
ruidos locos. La Locomotora Loca estaba de vuelta.
Kamiko negó.
—Es realmente un idiota. Alguien que atrapa mariposas.
—Hey, Romeo —comentó Christos pensativo—, haz esa cosa de
saltar de nuevo.
—¿Qué, esto? —preguntó Romeo mientras saltaba un par de veces.
—Sí, eso —respondió Christos.
Romeo lo hizo un par de veces más y luego se detuvo.
—¿Puedes hacerlo de nuevo, con ruidos de salto? —preguntó
Christos, totalmente serio.
Romeo frunció el ceño.
—Uh, está bien. —Hizo el ruido y un salto poco entusiasta.
—No —consideró Christos—, quise decir como antes. Trata
realmente de meterte en ello.
—Espera —comentó Romeo astutamente—, estás burlando de mí,
¿verdad?
—No —respondió Christos suavemente—, soy totalmente serio.
Romeo miró confundido.
No tenía ni idea de lo que estaba haciendo Christos, ni tampoco
Kamiko. Aclaré:

Donkey Kong: Un videojuego.


49
—Está bien, Romeo. No tienes que hacerlo.
Dejó caer sus brazos a los costados y nos miró.
—No, por favor —rogó Christos sinceramente—. Quiero ver algo. —
Parecía totalmente en serio, pero no de una manera formal.
Romeo se encogió de hombros.
—Está bien, pero necesito un segundo para prepararme. Soy un
actor, después de todo.
Kamiko parecía dudosa.
—Silencio, Kamiko —censuró antes que abriera la boca—. He
tomado clases de actuación en la Universidad. —Sacudió sus hombros,
rodó su cuello y sacó la lengua un montón de veces mientras tarareaba.
Luego, comenzó a saltar de nuevo, más entusiasta y espasmódicamente
que antes. —¡¡¡DOODLE LEE DEE DO!!! ¡¡¡DOODLE LEE DEE DO!!! —Se
detuvo después de unos pocos saltos—. ¿Cómo eso?
Christos negó.
—No, ahora estás forzándolo. Como antes. Cuando era
espontánea.
—¿Qué estás haciendo, Christos? —pregunté.
—Confía en mí —señaló crípticamente—. Adelante, Romeo.
—Está bien —contestó Romeo. Se calmó y cerró los ojos—. Kamiko,
búrlate de mí. Di algo crítico, como lo harías normalmente. —A pesar de
que tenía los ojos cerrados, estaba sonriendo, no tomándose en serio.
—Uh... —tartamudeó y se rió entre dientes—. ¿Tu monóculo está de
moda?
—Eso es perfecto —afirmó Romeo—, creo que ya lo tengo. —
Empezó a sonreír con naturalidad. Afirmó—: Sí, eso es todo. —Su sonrisa
ahora era enorme. Abrió los ojos y comenzó a saltar—. ¡Doodle lee DEE
do! ¡Doodle lee DEE do! ¡Doodle lee DEE do! —Tenía una enorme sonrisa
en su rostro todo el tiempo.
Christos asintió, embelesado, con su sonrisa con hoyuelos, esa
mirada misteriosa, fascinada, aún en el rostro.
Muy pronto, Kamiko y yo soltábamos risitas, luego, nos reíamos.
—Está bien. —Resopló Romeo después de la decimonovena vez—.
Estoy sin aliento.
—Puedes parar —concedió Christos.
Romeo se hundió en la silla más cercana.
—¡Caray! ¡Eso fue un montón de trabajo! ¿Mi atletismo descarado
ayudó a que tu idea se completara?
Christos respondió con sarcasmo:
—Ahora estoy totalmente iluminado.
Después de un momento, Romeo nos miró expectante.
—Hey, ¿ninguno de ustedes va a rellenar mi tanga con algunos
billetes? ¡Eso fue un trabajo duro!
—¿Estás incluso usando una tanga? —cuestionó Kamiko dubitativa.
Él entrecerró sus párpados y preguntó:
—¿Te sorprenderías si lo estuviera?
—Me sorprendería si no lo estuvieras —argumenté.
Kamiko y Christos estallaron en carcajadas.
—¡Quiero mis billetes! —clamó Romeo—. Ese es el último
espectáculo gratuito que están recibiendo. Los trabajadores sexuales no
reciben ningún respeto. —Se rió entre dientes.
—¿Ese fue trabajo sexual? —Kamiko frunció el ceño con
escepticismo—. Creo que mis ojos están sangrando de verte bailar. O lo
que fuera.
Romeo hizo una mueca ante ella.
—Admítelo, Kamiko, estás totalmente celosa de mi batido. —Se dio
la vuelta, levantó la cola de su chaqueta steampunk, y empujó su culo
hacia nosotros mientras apoyaba las manos sobre los muslos y
contoneaba su trasero hacia arriba y abajo.
—Eso merece un dólar. —Christos rió y sacó su billetera. Se acercó a
Romeo y atascado el billete en el cinturón de los pantalones negros de
Romeo.
Kamiko pescó un dólar en su bolso y agarró uno de los míos. Las dos
nos reímos mientras los pusimos en su cinturón. Estaba sonriendo todo el
tiempo.
Romeo finalmente dejó de bailar.
—Un buen batido siempre se paga —anunció sugestivamente.
Los cuatro nos reímos juntos. Mis amigos y mi novio todos sacudimos
cincuenta y cinco galones de increíble salsa.

Christos
—¿No estás aburrido de mirarte desnudo? —preguntó Samantha.
Me quedé desnudo frente al gran espejo con ruedas en nuestro
estudio de pintura, con una paleta cubierta de óleos descansando en
mi antebrazo.
Estaba trabajando en el autorretrato que era la mitad de nuestro
doble retrato titulado AMOR. La imagen de Samantha ya estaba
terminada, y parecía fantástica.
Estaba a mi lado, completamente vestida y llevaba un delantal de
pintura.
Le sonreí, mirándola a los ojos.
—Nunca me aburro de mirar la perfección.
—¿Te refieres a mí? —Pestañeó.
Mis ojos reflejados en el espejo se iluminaron.
—Me refería a mí. —Me volví hacia mi imagen y flexioné los
abdominales. Resaltaron, al igual que los oblicuos externos. Estaban tan
marcados como siempre.
—Tú ego es tan grande —bromeó—. Estoy sorprendida que en el
sistema solar no sea aspirado por él.
Reí mientras caminaba descalzo lentamente al lienzo y le aplicaba
un poco del color recién mezclado.
—¿Cómo va la pintura del Ave Fénix?
Había estado trabajando como una loca desde que había
terminado el boceto y nos lo mostró hace más de una semana. Se sentó
en su caballete en un rincón del estudio. Tomando mi consejo, había
decidido hacerlo en óleo para darle la más amplia gama de contrastes
de claroscuro y los colores más vibrantes posibles.
—Bien. —Sonrió—. Es más trabajo de lo que esperaba, pero tengo
una mano en ella.
Me acerqué a mirar. Estaba haciendo un trabajo realmente bueno
teniendo en cuenta que sólo había tenido una clase de pintura al óleo
hasta el momento. Creo que todo el tiempo pasado en el estudio de mi
padre mirando por encima de su hombro probablemente estaba
ayudando mucho. Sé que verlo a él y a mi abuelo pintar cada día
mientras crecía había sido una gran ayuda para mí. Asentí en apoyo al
mirar más de la pintura.
—Ya es patea traseros. Cuando esté terminado, la gente lo va a
amar.
—¿Crees que Brandon lo pondrá en la exposición contemporánea?
—preguntó tentativamente.
—Si no lo hace, vamos a tener una larga conversación que
involucrará una gran cantidad de nudillos.
—Voy a mantener eso en mente. —Sonrió—. Haré mi mejor esfuerzo.
Por el bien de sus dientes.
Caminé hacia el espejo y posé para que el reflejo coincidiera con
la pintura. Este retrato de mierda requería un montón de pose. Regresé
al lienzo e hice otra pincelada.
—Sabes, he estado pensando.
—¿Sí?—preguntó desde su caballete.
—Realmente necesito hacer un retrato solo de ti.
—No tienes que hacer eso —desestimó—. Ya tenemos AMOR. Nos
muestra a los dos. ¿Qué podría ser mejor que eso?
—Me encanta AMOR —sonreí—, pero me he inspirado por tu
pintura del Fénix. Has crecido tanto desde que te conocí. En cierto
modo quiero capturar cómo has cambiado como persona. Cómo te
veo, la mujer en que te estás convirtiendo delante de mis ojos. No sólo la
forma en que estamos juntos. Sólo tú, Samantha Anna Smith, y la forma
en que has crecido tan rápidamente en la mujer más increíble que he
conocido. Eres mi inspiración, ¿lo sabes, agápi mou?
Se sonrojó y dejó su pincel.
—Oh, Christos. Eso es tan dulce. Te amo tanto. —Se acercó a mí y se
inclinó para besar mi mejilla—. Pero no lo sé, ¿no sería demasiado de mí
en tu muestra? Quiero decir, ¿cuántos cuadros de mí necesitas
realmente? ¿Uno no es suficiente?
—¿Cómo puede ser demasiado de ti, agápi mou?
Una mirada tímida anidó en su cara cuando señaló:
—¿Quién quiere mirarme todo el tiempo?
—Yo quiero —objeté. Sonriendo para mí mismo, me maravillé de
cómo dudaba de su propia belleza. La ironía era, que su inocencia
elevaba su nivel de sensualidad a la estratosfera.
En mi experiencia, las mujeres ardientes que sabían que lo eran,
tendían a dar problemas. Yo siempre había sido capaz de ver a través
de sus actos como si fueran practicadas. Por esto, estas mujeres
carecían de espontaneidad. Conociendo solo hombres que las
adoraban, convertían, tarde o temprano, su belleza en una fachada
tediosa, como si se hubiera convertido en una carga o un trabajo, y se
aburrían con ello. Irónicamente, nunca renunciaban, no salían por la
puerta sin maximizar su belleza con el cabello, maquillaje y ropa. Ni
siquiera podían ir a la sala de emergencias en el medio de la noche sin
asegurarse de que tenían al menos un toque de delineador encima.
Samantha era todo lo contrario. Tenía una mancha de pintura en la
mejilla y otro en la frente, y su cabello estaba recogido en una coleta
desordenada. Su belleza era un descubrimiento tardío para ella. Lo que
redundaba en que era una persona considerada, reflexiva, que siempre
estaba tratando ser amable. No pensaba en su aspecto. Pensaba en ser
una buena persona.
Cada minuto que pasaba con ella era refrescante, genuino y de
inspiración.
Sabía que la combinación de su determinación, y autentico y
sincero espíritu, era donde estaba toda la magia. Ella podría dudar, pero
lo veía todos los días. Quería que entrar en una pintura de sólo ella.
Samantha Anna Smith.
—¿Qué piensas? —pregunté.
—¿Realmente me quieres posando de nuevo? —respondió con
muchas dudas.
—Quiero. —Sonreí.
Una mirada extraña cruzó por sus ojos.
—Lo hago… —tragó—, quiero decir, lo haré. —Parpadeó un
montón de veces y me sonrió.
Me incliné y la besé apasionadamente.
Samantha
Brandon se sentó en el escritorio en su oficina en Charboneau y
hojeó las nuevas pinturas de Kamiko. Yo y Kamiko estábamos sentadas
en las sillas frente a su escritorio, en los bordes de nuestros asientos.
Brandon me recordaba una de esas fotos de revistas de moda que
se ven de un joven en traje de estilo que se sienta en una oficina lujosa,
haciendo cosas importantes, a la vez que se ve ridículamente apuesto.
Todo lo que Brandon tenía que hacer para vender la imagen era
levantarse y apoyarse en su escritorio mientras miraba por la ventana de
gran altura a una metrópolis palpitante. Pero La Jolla era demasiado
pintoresca y con playas para eso. Y en lugar de muebles de diseñador
con estilo, las paredes de la oficina estaban llenas de pinturas increíbles.
Pero eso no hacía a Brandon menos atractivo.
Él asintió pensativo para sí mismo, absorto en las pinturas. Tenía la
esperanza de que fuera una buena señal. Después de que examinó la
última, miró hacia arriba y dijo:
—Kamiko, este es un excelente trabajo. ¿Tú pintaste todo esto?
Ella asintió con entusiasmo.
—Eh, ajá.
—No tenía ni idea de que fueras tan versátil —dijo.
Yo negué y escondí una sonrisa. Había un montón de cosas-Brand
que no sabía acerca de Kamiko. Si le daba la oportunidad, tal vez lo
descubriera.
—Pintas en una amplia gama de estilos diversos, Kamiko —dijo
Brandon—. Pocos artistas tienen esa capacidad. Estoy impresionado —
sonrió.
—¿Eso significa que aceptará una de mis piezas para el
Contemporary Artists Show? —preguntó ella esperanzada.
Brandon se reclinó en su silla y juntó los dedos delante de su cara.
Yo y Kamiko nos inclinamos hacia delante una pulgada.
Él levantó una ceja.
Nosotros nos inclinamos hacia delante otra pulgada.
Oh chico, será mejor que diga que sí o iba a saltar por encima de
su escritorio y a apuñalarlo en el corazón con el abre cartas de latón en
su escritorio. Oh, espera, si decía que no, era porque no tenía corazón,
así que tendría que apuñalarlo más abajo, donde se daña más a un
hombre.
Brandon abrió la boca para hablar.
Kamiko y yo nos inclinamos hacia adelante hasta que estuvimos a
punto de salirnos de nuestros asientos y caer sobre nuestros traseros
como idiotas.
Yo perforé a Brandon con mi mirada y puse mi ESP a trabajar. ¡¡¡DI
ALGO!!!
Kamiko me miró con expresión de sorpresa en su rostro. ¿Había
oído mi ESP? Kamiko enarcó una ceja. ¡Creo que alguien finalmente
escuchó mi ESP! ¡Hurra! Pero Brandon no había oído nada.
Él respiró hondo y dijo:
—Sí.
—¡Oh, Dios mío! —Comencé a aplaudir y lancé mis brazos
alrededor de Kamiko—. ¡Lo hiciste!
—¿Lo hice? —dijo Kamiko con escepticismo.
Brandon asintió:
—Sí. Pero.
BOOM.
Sabía que Brandon siempre era demasiado bueno para ser verdad.
Fruncí el ceño.
—Me trajiste una docena de piezas, Kamiko. Pero sólo tengo
espacio en el show para una más.
Kamiko miró a Brandon a mí y dijo:
—¿Pero qué pasa...
—Me gusta mucho esta —dijo Brandon, apuntando a la pintura de
Kamiko de los tres Kamikos kimonoed de pie en un puente sobre peces
koi Brandons—. Algo que realmente funciona para mí. —Se rió entre
dientes mientras la miraba.
Kamiko me miró sorprendida y se mordió el labio.
Yo no iba a decir nada.
Brandon sostenía la pintura para examinarla más de cerca:
—Sí, me gusta mucho esta. —Sonreí—. Tiene un gran sentido del
humor. ¿Esas trillizas se supone que son tú, Kamiko?
Oh, mierda, ¡Lo estaba adivinando!
Kamiko hizo una mueca.
—Ahh... ¿no?
Nota culpable con un signo de interrogación.
—¿Quién es el pez? —preguntó Brandon inocentemente.
—¡Un antiguo novio suyo! —espeté—. ¡De la secundaria! —Una vez
más los signos culpables de exclamación.
—¡Eh, sí! —Kamiko asintió frenéticamente.
Brandon se rió entre dientes.
—Está muy bien. Estoy seguro de que fue un completo idiota.
Kamiko y yo lo miramos boquiabiertas con ojos muy abiertos una a
la otra. Al unísono, las dos dijimos:
—¡Sí!
—Me encanta. —Sonrió Brandon, completamente inconsciente.
Dejó la pintura sobre el escritorio—. Kamiko, si dejas ésta conmigo, la
haré enmarcar y la colgaré para el show.
—Está bien. —Ella sonrió.
Brandon se levantó de su escritorio y juntó las manos una vez.
Sonrió.
—¡Esto significa que tengo todos los lugares para mi show llenos!
—Pero ¿qué pasa... —Kamiko se apagó.
—¿Qué pasa con qué? —preguntó Brandon.
—¿Con la pintura de Sam? —Kamiko suspiró.
Brandon ladeó la cabeza hacia mí.
—¿Trajiste una pintura para el show de CA también?
Asentí nerviosamente. La última cosa que quería hacer era que
Brandon tuviera que decidir entre mi pintura y la de Kamiko. Tenía
miedo de que esto se convirtiera en una repetición de la última visita. Si
Brandon elegía mi pintura sobre la de Kamiko, moriría. Entonces
perseguiría a Brandon desde el más allá, hasta que se volviera loco. No
era mi opción preferida de resultados. Todavía estaba en esto viva. Pero
si sucedía, fielmente perseguiría a Brandon, por respeto a Kamiko.
—Eh —dije—, está bien. La mía no es muy buena. Y tienes tu show
lleno de todos modos.
—Vamos. —Brandon sonrió—. Déjame verla. —Hizo un gesto con la
mano.
—Adelante, Sam. —Kamiko gimió.
Mierda, ella se preocupaba demasiado. Saqué mi pintura de ave
fénix de la cartera negra que había comprado para llevarla y se la
entregué a Brandon.
Él la tomó con cuidado con ambas manos.
—¿Mira esto? —Se quedó boquiabierto—. Esto es increíble.
Excelente.
—Tengo que ver esto bajo una buena iluminación —dijo—. Estos
aceites son espectaculares. Sígueme. —Tomando mi pintura con ambas
manos, salió de su oficina. Caminamos a lo largo del pasillo y entramos
a una pequeña habitación que tenía un sofá contra una pared y un
caballete opuesto y vacío de pie. Brandon dejó la pintura en el
caballete y deslizó algunos interruptores de luz en la pared. Pequeños
focos volvieron a la vida, brillando sobre la pintura. Luego apagó las
luces fluorescentes, oscureciendo la habitación, a excepción de la
pintura.
Hubo un punto de luz extraño en mi pintura.
Brandon metió las manos en los bolsillos de sus pantalones,
empujando hacia atrás su chaqueta estilo deportiva.
—Esto es realmente bonito. —Brandon asintió, embelesado por mi
pintura.
Puse los ojos en blanco. Esto era ridículo.
Brandon se sentó en el sofá, en el borde del mismo, anudando las
manos.
—¿Qué es esta habitación, de todos modos? —le pregunté.
Kamiko dijo rotundamente, sonando un poco molesta.
—Es una sala de proyección para los clientes que necesitan un
cierto convencimiento para comprar una pintura. La iluminación está
configurada para realmente hacer que una pintura se vea mejor.
Brandon no estaba prestando atención, porque, oh Dios mío,
adoraba literalmente, mi pintura. Mierda, me sentí como una tarada y
una idiota. Todo lo que podía pensar era en lo que podría estar
vagando por la mente de la pobre Kamiko en este momento.
En cualquier momento, Brandon iba a acudir a mí y me preguntaría
si podía usar mi pintura en la muestra de artistas contemporáneos en vez
de la de Kamiko. Entonces me sentiría como una idiota total y Kamiko
me odiaría. No la culparía.
Brandon encendió las luces fluorescentes del techo de nuevo y
dijo:
—Esta pieza es fenomenal, Samantha, pero no es adecuada para
el espectáculo contemporáneo.
Le eché un vistazo a Kamiko. El ceño fruncido gélido que había
grabado su camino en su rostro se calentó treinta grados.
Brandon se volvió hacia Kamiko.
—Me gusta mucho tu pieza, Kamiko. Se quedará en el espectáculo
de la A. C. —Luego se volvió hacia mí—. Samantha, tú y yo necesitamos
hablar acerca de hagas algunas más pinturas para mí. Para tu propio
espectáculo.
¿¡¿Qué, qué?!?
—¿Mi propio show? —tartamudeé.
—Solo una muestra. —Brandon sonrió y asintió.
—Guau, Sam. —Kamiko sonrió—. ¡Eso es genial!
Sonreí tímidamente mientras Kamiko me abrazaba.
¡Uf! Más que nada, la emoción de Kamiko significaba que no
estaba molesta por toda la atención que Brandon estaba dándole a mi
pintura.
Esa había sido una llamada muy estrecha.
Quizás Brandon no estuviera tan mal.

Estaba completamente desnuda, de pie delante de Christos. Él


estaba vestido, en su caballete, trabajando en el retrato en solitario
desnudo sólo de mí.
Hizo una pausa de la mezcla de un montón de pintura y levantó la
vista de su paleta. Sonrió.
—Realmente estoy extrañando el casco vikingo.
—¿Tal vez la próxima vez? —Puse los ojos en él, pero mantuve la
pose, que era de pie. También tenía que mantener mis brazos a lo
ancho, lo cual era realmente agotador. Así que cuando Christos no
estaba estudiando mi pose, descansaba mis brazos a mis costados. Era
un trabajo muy duro. Pero estaba decidida a hacer un buen trabajo.
También estaba muy arriba en la parte superior de una silla, que
estaba situada encima de un escenario alto de pie, con mi cabeza a
ocho pies en el aire. Miré hacia abajo a todo el estudio.
Afortunadamente, el estudio tenía un techo muy alto, así que no tenía
que preocuparme por golpearme la cabeza.
—¿Por qué estoy tan alto otra vez?
—Te hace ver más majestuosa. —Sonrió, volviendo a mezclar su
pintura. Cuando cargó el pincel, me miró y dijo—: ¿Lista?
Asentí y asumí la pose, que también era de puntillas. Sostuve mis
brazos en alto y arqueé mi espalda. Afortunadamente, Christos había
hecho tantos bocetos de carbón de esta postura, que podría funcionar
en la mayoría de ellos y del recuerdo en este momento. Nunca había
tenido que mantener una postura extrema durante más de un minuto o
dos a la vez. Si hubiera tenido que mantenerla por más tiempo, mi
cuello y hombros se hubieran cimentado en su lugar de forma
permanente, y ninguna cantidad de masajes nunca podría resolver las
torceduras.
Un minuto más tarde, Christos dijo:
—Lo tengo, puedes relajarte.
Bajé mis brazos y masajeé mis propios hombros.
—Totalmente me deberás un centenar de masajes después de que
esto termine.
—Hagámoslos mil. —Sonrió.
—Me parece bien —me regodeé—. ¿Estás seguro?
Sentado en su silla, apoya el codo en su rodilla, sosteniendo un
pincel en una mano y la paleta elíptica en la otra. Con su grueso
cabello oscuro despeinado, sus rasgos cincelados, con los hombros
abultados bajo la tela de su camiseta de cuello V, y sus hoyuelos, su
sonrisa arrogante, el artista era consumadamente sexy.
—Por supuesto que estoy seguro. Tomar cualquier excusa para
frotar mis manos sobre cada pulgada de tu cuerpo durante horas a la
vez no es lo que llamaría trabajo. Creo que serás la que consiga el
extremo corto de la oferta en los mensajes.
Le sonreí. No iba a discutir.
—Entonces, ¿cuándo llegaré a ver la pintura?
El lienzo era enorme, por lo menos de ocho pies de alto y cinco pies
de ancho. Christos nunca dejaría que la mirara. Ni siquiera había visto
los bocetos finales que había hecho, más allá del primero y áspero, sólo
me dio una idea de la postura, así que sabía que no estaba
enseñándole mi basura de mujer no deseada al mundo. Mis rodillas
estaban muy juntas en la postura, por lo que estaba bien.
—La verás cuando esté terminada. —Sonrió.
Hice puchero.
—¿No tengo un adelanto?
—Nop. Nadie lo tiene. A veces, la sorpresa es lo que lo hace
especial.
Le di una sucia mirada sonriente.
—Eres un culo de hámster.
Se rió entre dientes.
—¿Un hámster? Me gusta pensar en mí mismo más como un culo
de comadreja, o tal vez un culo de hurón. Algo con colmillos.
—Tú elige —dije sarcásticamente. De cualquier manera, eres un
pequeño animal llorón y peludo utilizado para limpiar los traseros de las
personas.
Se rió.
—¿Quién en su sano juicio se limpia el culo con un roedor?
—¿La gente de pueblos primitivos que estaban cansados de utilizar
hojas?
—¿Pero hámsters?
—¿Dijiste trasero de hámsters? —Me reí.
—¿Sabes lo que quise decir.
—Oye, estoy segura que miles de años antes de la invención del
papel higiénico acolchado, la gente miraba alrededor por alternativas
más suaves que la corteza de abedul.
Rodó sus ojos.
Hizo una mueca.
—¿Corteza de abedul?
—Rasposo como el infierno, lo sé. —Sonreí—. Un hámster meneador
es mucho mejor. Además, la acción del movimiento hace la mitad del
trabajo por ti.
Se burló mientras sonreía.
—Tal vez necesitas entrar en la publicidad, porque estoy dispuesto
a comprar tu línea de mierda. —Se rió entre dientes—. No se lo digas a
nadie, pero tu locura es tu característica más atractiva.
—¿Estás diciendo que no soy atractiva? —exigí desde donde
estaba en la silla—. Porque te lastimaré si dices que no lo soy.
Él me sonrió.
—Simplemente me referí a tu belleza intensa que da a tu locura
increíble algo de contexto. Podrían llenar todo un asilo con tu locura.
—Pásame una espada, porque estoy a punto de ir a golpear
violentamente. —Me reí.
Mi teléfono sonó de repente. Estaba sobre una mesa de trabajo
cercana. El tono era de una persona desconocida.
—¿Quieres que responda eso por ti? —preguntó Christos.
—No, no sé quién es. Lo dejaré ir al correo de voz.
Un minuto más tarde, el teléfono sonó de nuevo.
Christos me miró.
—¿Quieres vaya por él?
—Estoy segura que es un vendedor por teléfono —descarté.
Christos volvió a mezclar un poco de pintura.
—¿Puede hacer la pose de nuevo?
—Claro. —Me puse de puntillas y levanté mis brazos.
Mi teléfono sonó por tercera vez.
Christos suspiró.
—¿Segura que no quieres vaya por él? O puedo desactivar el
timbre.
—Por qué no responder y decir algo amenazante. —Sonreí.
Él arqueó una ceja.
—¿Amenazante?
—No sé, tú eres el tipo duro. Sé duro. Eres totalmente sexy cuando
eres duro.
Bajó su pincel, se acercó a la mesa, y contestó el teléfono.
—¿Hola?
—¿Eso es duro? —me burlé.
Él asintió.
—Sí. —Asintió de nuevo—. Aja. —Asintió por tercera vez. Se volvió
hacia mí y me tendió el teléfono—. Es tu mamá.
—¿Qué? —Me bajé de la silla y tomé el teléfono de Christos. Si solo
mi madre pudiera verme ahora, de pie desnuda en el burdel de pintura
de Christos con clasificación para adultos. Me daría exquisita
satisfacción.
—Hola, mamá —dije con sarcasmo. Lo puse en el altavoz del
teléfono de manera que Christos pudiera oírlo todo. No quería tener que
repetir las palabras horribles que mi mamá tenía para ofrecer. Estaba
bastante seguro que iba a llorar un montón con Christos en cuanto
colgara. Pero estaba decidido a hacer mi mejor esfuerzo para no
derramar una lágrima mientras mi estúpida mamá estuviera en la línea.
Perra estúpida.
—Sam —dijo ella—. ¿Quién contestó tu teléfono? —Me di cuenta
que sus palabras eran pastosas. ¿Había estado bebiendo? No creo que
jamás hubiera visto a mi mamá tomada.
—Christos.
—Debería haber sabido. —Rió.
—¿Entonces por qué preguntas? —Me burlé. Ya estaba a la
defensiva, lo que no era una sorpresa considerando que mi mamá
había resultado ser la verdadera ramera en nuestra familia.
Mamá derramó otra risa ebria melosa.
—¿Por qué llamaste, mamá? —gruñí.
—Quería saber qué historias te ha estado diciendo tu padre.
—¿Historias? Me dijo que lo dejaste y que está viviendo con un tipo
con una motocicleta. —Miré a Christos, quien me observaba con
atención.
Me guiñó un ojo y susurró en voz baja:
—Chicos con motocicletas siempre son problemas.
Me di cuenta de que estaba tratando de ser de apoyo siendo
gracioso. Realmente ya no estaba de humor para reír. Curioso cómo mi
mamá podía arruinar mi buen estado de ánimo como una bomba de
neutrones. Pero le lancé una sonrisa plana a Christos y froté su brazo
cariñosamente.
—¿Te dijo algo más tu padre? —preguntó mamá preguntó con una
voz amigable.
—No, eso es prácticamente todo lo que dijo papá.
Curiosamente, mi mamá estaba siendo vagamente educada. Una
primera vez para ella. ¿Estaba siendo cuidadosa porque sabía que
estaba mal? Tal vez. Realmente no lo sabía. Era posible que mi papá me
hubiera dado una versión manipulada de los hechos. Su versión de la
historia. Pero eso no parecía como él. No, mi padre se enorgullecía de
decir la verdad, incluso aunque lastimara los sentimientos de las
personas. Decía que una mentira blanca seguía siendo una mentira. La
honestidad era más importante para él que las gracias sociales. O mis
sentimientos cuando era una niña. Y una adolescente. Y una adulta
joven. Pero, al menos en este caso, significaba que sabía lo que estaba
pasando entre ellos. Si mi madre estaba a punto de hacer un montón
de historias que apuntaban toda la culpa hacia mi padre, sabría que
estaría mintiendo.
Mi madre inhaló profundamente por teléfono.
—Sam, le pediré a tu padre el divorcio.
¡CRACK!
Mi madre logró darme una palmada que me lanzó a cinco
kilómetros de distancia. Tenía poderes demoníacos, no tenía ninguna
duda.
—¿Le dijiste a papá? —gruñí, repentinamente enojada. No sé por
qué, pero me sentía muy protectora con de él de repente. Tal vez su
honestidad, por dura que pueda haber sido para hacer frente mientras
crecía, valía más de lo que le había dado el crédito durante todos estos
años. Mi papá nunca haría todo el escabullimiento alrededor que mi
mamá había hecho últimamente.
Mamá dijo:
—Todavía no. Quería decirte a ti primero.
De alguna manera, sentía como si ella estuviera traicionando a
papá por segunda vez, como que debería haber tenido la cortesía de
decirle a él antes que nadie. Tal vez era demasiado cobarde para
hacerlo. Tal vez ya estaba tratando de conseguir que yo tomara su lado
en el divorcio. Era la única explicación racional por su cortesía.
—Sam, ¿tienes algo que decir? —preguntó mamá.
—¿Qué, otra cosa demás que eres una perra?
Esperaba que mi mamá a arremetiera contra mí. Era su estrategia
estándar cuando me ponía desafiante.
—Me merezco eso —dijo con calma.
—¡Mereces mucho más que eso! —grité—. ¿Por qué lo hiciste,
mamá? ¿Papá no era suficientemente para ti? —No pude detenerme.
Solo seguía saliendo.
—Estas cosas son complicadas, Sam. Amo a tu padre, pero...
—¿Pero qué, mamá? —exigí. Estaba temblando, mi corazón latía
con fuerza y estaba tan caliente como un horno.
—Pero las cosas no... estaban funcionando —suspiró—. No han
estado trabajando durante mucho tiempo.
—¿Qué quieres decir? ¡Las cosas se veían bien para mí! ¡Estaban
bien en Navidad! ¿Cómo pudieron haber empeorado tanto en solo
unos meses?
¿Por qué demonios estaba tratando de mantener junto el
matrimonio de mis padres? Siempre había tenido nada más que
desprecio por ellos. ¿Qué demonios estaba pasándome? Odiaba la
forma en que esta situación me estaba haciendo sentir.
Christos deslizó su brazo alrededor de mis hombros y me apoyé
contra él.
—Es difícil de explicar, Samantha —suspiró suavemente.
¿Samantha? Ella nunca nunca nunca me llamaba Samantha a
menos que estuviera muy enojada conmigo. Pero no estaba gritando.
Sonaba... triste.
—Bueno —siseaba y lloraba al mismo tiempo—, haz tu mejor
esfuerzo para explicarlo. —Lágrimas silenciosas goteaba por mis mejillas,
sobre mi cuerpo desnudo. Tanto para no llorar hasta que colgara el
teléfono. De repente me sentí demasiado desnuda. Me acerqué a la
silla donde mi bata colgada y la deslicé sobre mí.
—Samantha, la chispa entre su padre y yo se ha atenuado.
Entonces recordé toda la pasión en la voz de mi mamá cada vez
que me había advertido que Christos me amaría y me dejaría como
una mujer rota luchando por recoger los pedazos de mi vida. ¿Había
estado mamá haciendo el duelo por la pérdida de una pasión que una
vez había conocido, pero que había perdido años atrás?
Caray, no sabía nada sobre las relaciones entre adultos y el
matrimonio.
Me armé de valor para lo que tenía que preguntar después.
—Mamá —resollé—. ¿Es papá mi papá?
—¿Qué? —dijo ella, confundida.
—¿Es papá mi padre?
Ella se rió entre dientes.
—¿De qué estás hablando, Samantha? Por supuesto que es tu
padre.
¿Por qué estaba haciendo esto tan difícil? Ahora estaba
temblando de nuevo y mi bata sentí sofocante.
—¿Es papá, tú sabes, mi padre biológico?
Hubo un tiempo muy largo y seco silencio. Duró meses.
—Por supuesto que lo es, Sam —se rió—. ¿De dónde sacaste una
idea tan loca?
¿Estaba mintiendo? Tenía que estar mintiendo.
—Dime la verdad, mamá.
—Te estoy diciendo la verdad, Samantha. Lo sabría si es que fueras
la hija de otro hombre. Eso es una locura.
Tenía mi detector de mentiras encendido en el ajuste más sensible.
Todo sonaba cierto.
—¿Es la verdad?
Mi madre suspiró.
—¿Quieres una prueba de ADN? Si no me crees, estoy feliz de
hacerlo. ¿De dónde sacaste la idea de todos modos, Sam? —preguntó
con una combinación de urgencia y preocupación—. ¿Tu padre te
dijo?
—No —dije.
—Entonces, ¿quién? —exigió.
—No lo sé. —No iba a tratar de explicarle a mi mamá mi lógica de
telenovela.
—Bueno, es una locura, Samantha. Eres la hija de Bill y yo soy tu
mamá. ¿Está bien? No tienes idea de lo mucho que tu padre y yo te
amamos, no importa lo que esté sucediendo entre él y yo.
¿Por qué que me daban diez veces más ganas de llorar de lo que
ya tenía? Tal vez mis padres no eran tan débiles como había pensado.
—¿Entonces por qué dejas a papá? —sollocé. Necesitaba
sentarme. Miré alrededor por la silla más cercana. Pero Christos ya había
rodado una de las sillas de oficina en el estudio hacia mí. Me senté y se
arrodilló a mi lado, abrazándome alrededor de mis hombros.
—Es complicado —dijo mi madre—. ¿No es eso lo que ustedes
chicas dicen hoy en día?
Resoplé una respuesta.
Mamá tomó un largo y profundo suspiro.
—No sé cómo explicarlo, Samantha. Tal vez cuando seas mayor,
entenderás. No lo sé.
¿Entender? ¿Cuando sea mayor? Esperaba nunca entender lo que
era estar en los zapatos de mi madre en este momento. Miré a Christos y
él me besó suavemente en la mejilla. Mi corazón estaba dando vueltas
en mi pecho como uno de esos bungees gigantes en un parque de
diversiones. Ni siquiera podía hablar.
Mamá dijo en una voz amable.
—Sé que esto es mucho para tomar en este momento, Samantha.
Eso era un eufemismo. Literalmente estaba sin habla.
Ella dijo:
—Suena como que necesitas un poco de tiempo para procesar
todo esto. ¿Por qué no me llamas a este número si desea hablar más? Es
mi número de teléfono celular. Siempre está prendido.
Eso era una sorpresa en su propio derecho. ¿Mi mamá tenía un
teléfono celular? Quería hacer una broma sobre que al fin había
entrado en el siglo XXI. Quería acusarla de usarlo para hacer planes
secretos con su nuevo novio, porque duh, era evidente que lo tenía.
Pero no podía hablar. Mi mamá había robado mi poder de palabra.
Después de más silencio, dijo mi mamá:
—Voy a colgar ahora, Samantha. Llámame si necesitas algo.
La línea murió.
Mi corazón también lo hizo.

Tiffany
Cerré la puerta detrás de mí tan silenciosamente como pude. No
quería que nadie supiera que estaba en casa, mi madre o el personal
de la casa.
Estaba enferma del mármol elaborado del gran vestíbulo de la
lujosa mansión de mis padres. Cuando era una niña, este vestíbulo me
hacía sentir como una princesa regresando a su castillo. Ahora era
como volver a casa a una elegante, cara prisión.
No podía soportarlo.
Todo en esta casa me recordaba a mi madre Gwendolyn, la reina
malvada de su dominio. La mera idea de que ella me daba náuseas.
Literalmente. Pero últimamente, cuando se trataba de revolver mi
estómago, esta casa llegaba en un cercano segundo lugar.
Me apoyé en la puerta principal y me quité las nuevas botas altas
Louboutin de $1.000. Por mucho que me gustara la forma en que
alargaban las piernas, hacían demasiado ruido en el suelo de mármol
del vestíbulo.
Me dirigí hacia la escalera de la derecha.
¿Cuál era el punto de tener dos escaleras cuando iban
exactamente al mismo lugar? ¿Vanidad? ¡Oh! Eso no podía ser.
Gwendolyn no tenía una pizca de vanidad en su cuerpo.
Tenía galones.
Mi padre, Westin —Conrad Kingston— Whitehouse, vino
zapateando por la escalera opuesta. Juro, siempre se las arregló para
mantenerse por lo menos a treinta pies de distancia de mí siempre.
—Tu madre te está buscando —dijo mientras se deslizaba por la
puerta principal sin decir adiós.
Yo nunca podría decidir quién estaba más asustado de mi mamá:
yo o mi papá.
Doble tres esquinas y otros tantos pasillos en susurrantes pasos antes
de ir a mi dormitorio. Tenía la mano en el picaporte de latón pulido, a
punto de abrirlo.
Casi seguro.
—¿Saliste así? —Gwendolyn dijo con desprecio desde el otro
extremo del pasillo.
Típica Gwendolyn.
Lanzando púas a tu espalda cuando no estabas viendo. Pero ella
amaba la confrontación en igual manera.
—No, Madre —le dije con respeto—. Me puse esta ropa en el auto
antes de entrar por la puerta —dije sarcásticamente—, sólo para
irritarte.
Ella se pavoneaba hacia mí, pavoneando sus caderas.
Gwendolyn llevaba trajes elegantes en todo momento y los cambiaba
por lo menos tres veces al día. No sé a quién se los estaba mostrando.
¿Las mucamas? Estoy segura de que no les importa una mierda, siempre
y cuando Gwendolyn firmara sus cheques.
Gwendolyn medio rasgaba sus párpados. Uno de ellos
parpadeaba espasmódicamente. Era tan condenadamente buena en
ese aspecto. Me volvia realmente loca. Creo que su expresión en este
momento podría inducir convulsiones epilépticas en los débiles y serviles.
Empeoraba por su fea belleza. Sí, había sido bendecida con la buena
apariencia de Gwendolyn. Era mi cruz.
Gwendolyn sonrió como una piraña.
—¿Siempre tienes que ser tan sarcástica? Te he enseñado mejor
que eso, Tiffany.
Ella me enseñó a ser sarcástica, seguro. No conscientemente.
Tome eso de ella sobre la marcha. Era inevitable.
Si le preguntaras a Gwendolyn, estaba decidida a arreglar todos
los errores que había cometido en su vida, que decía que eran pocos,
con la mía.
Lamentablemente, eso la hizo un poco dominante.
Su sarcasmo era sólo un bono.
—Madre, ahora no es un buen momento —suspiré agarrando la
manija de la puerta de mi habitación como un salvavidas. Si tan sólo
pudiera pasar por esta puerta ilesa...
—Tengo que contigo de la gala de verano. Todavía no has
elegido un vestido.
Se refería a la gala anual en La Jolla Country Club. Gwendolyn
tiraba la casa por la ventana cada año, cada año más grande y más
audaz que el anterior. Yo era parte de su pantalla. Uno de estos años,
creo que pensaba contratar a alguien para construir una carroza para
conducir hasta las puertas del club de campo en un trono hecho de
quinientos mil orquídeas frescas. Yo estaría atrapada sentado a sus pies
como una joya en exhibición.
Gwendolyn doblo las manos delante de la cintura y le dijo:
—Puesto has estado insatisfecha con las opciones de vestido que
te he dado, he mandado al mensajero de Fred Segal por varios vestidos
nuevos de su boutique de Los Ángeles. Deberían estar aquí esta tarde.
Me gustaría que te los pruebes. Dos de ellos están triunfando con
números en los hombros de un fenómeno nuevo diseñador de Beverly
Hills llamado Rocco Ferrara, que absolutamente adoro. Por favor
pruébatelos todos y elige uno, Tiffany. No voy a tenerte asistiendo a la
gala en tu ropa de calle. —Miró a mi equipo con disgusto evidente. Pero
no apareció en su rostro. Ella mantenía una sonrisa perfectamente
agradable en su lugar constante. Creo que su rostro estaba congelado
así. Era sólo ese horrible brillo de piedra en sus ojos que delataba su
irritación.
Arqueé las cejas, esperando que ella hubiera terminado. Había
aprendido a decir poco en presencia de Gwendolyn. Le daba menos
oportunidades de criticarme.
—¿Te has decidido por una escolta para la gala? —Preguntó.
A veces, el silencio no ayuda nada.
—No —suspiré.
—¿Has considerado a Brandon Charboneau?
—No, Madre —murmuré. No importa cuántas indirectas dejaba
caerle a Brandon, él siempre estaba demasiado ocupado. Yo estaba
empezando a preguntarme si era gay. Era la única explicación,
considerando lo obvio que había sido con él en el pasado.
—¿Qué pasa con Christos Manos? —Gwendolyn ladeó la cabeza
ligeramente—. Siempre he sido aficionada a ese joven.
Mis labios se apretaron bajos. Podía sentir mis párpados queriendo
revolotear por mis lágrimas inminentes. Yo estaba decidida a detenerlas.
—Christos esta... ocupado. —Me atraganté. Mi voz estaba a punto
de agrietarse. Gwendolyn siempre golpeaba con precisión practicada.
Justo en la yugular.
—No entiendo cuál es tu problema, Tiffany. ¿Estás asustando a
todos los solteros elegibles en San Diego? —Hizo sonar como si conseguir
un buen hombre era tan fácil como llenar un tanque de gas en la
gasolinera.
—No, Madre —murmuré.
—¡Habla, querida! Esa voz ratonil tuya es la mitad del problema.
Ningún hombre quiere a una chica tímida. Muestra un poco de
confianza. Eres un Kingston-Whitehouse.
—¿Puedo irme ahora? —le pregunté con una voz distorsionada.
—Sí. Pero estate lista cuando lleguen esos vestidos. Quiero ver
cómo se ven en ti.
Estaba decidida a tratarme como a una muñeca de vestir, no
importa lo que hiciera. Abrí la puerta y entré en mi habitación.
—¿Tiffany?
Me detuve, de espaldas a ella, preparándome para la crítica
habitual. Todavía agarraba el pomo de latón. Me imaginé tirándolo
fuera de la puerta y plantándoselo bien en el centro de la frente de
Gwendolyn.
—¿Esa falda te queda apretada? —preguntó, pensativa. Mi madre
tenía el corazón y los ojos de un cirujano plástico de Beverly Hills.
Sí, mi falda estaba apretada. Parecía que estaba pintada, y me
veía increíble en ella. Trabajé mi culo en el gimnasio y comí como un
ratón para asegurarme de ello.
—¿Necesitas perder una libra o dos? Tu cintura esta un poco
hinchada hoy.
Típica Gwendolyn.
No le respondí.
—No importa —suspiró pesadamente—. Esos vestidos estarán aquí
dentro de poco. Con un poco de suerte, no reventaras las costuras
cuando te los pruebe. —Ella ya sonaba derrotada. Doblemente
atravesado por la cintura hinchada de su hija traidora. ¿No sabía
Gwendolyn lo que era un período? Oh espera. Creo que tenía su útero
eliminado hace mucho tiempo. Mi conjetura es que ella había
contratado una sustituta para llevarme a término en lugar de estirar su
cintura. Y yo sabía que ella nunca caeria tan bajo como para tener una
cesárea electiva. Habría dejado una cicatriz.
Tranquilamente cerré la puerta de mi dormitorio detrás de mí y
entro en mi extenso armario. Tenía trajes más impresionantes que una
Mercedes Benz Fashion Week. Por lo menos había algunas ventajas de
ser un Kingston-Whitehouse. Puse mis suelas rojas lacas Louboutins en el
zapatero, entre decenas de otros.
De vuelta en mi habitación, saque un álbum de fotos de al lado
de mi escritorio y me senté en mi edredón de felpa en lo alto de mi
cama con dosel. Yo hojeé. Había fotos que eran de cuando yo era una
niña.
Algunas sobresalieron, y me detuve en ellos.
Una obra de la escuela en cuarto grado. Robin Hood. Yo era Maid
Marian y Christos era Robin Hood. Por supuesto. Era elegante incluso
entonces.
Una Caza del Huevo de Pascua cuando yo tenía seis. Había
sabido entonces que estaba enamorada de Christos. Incluso le había
dicho que quería casarme con él ese día.
Christos en la playa, en algún momento en la escuela secundaria.
Estaba sin camisa y marcado. Sin tatuajes aún, pero musculoso y guapo.
El hombre que se convertiría ya era obvio. Todas las chicas tenían ojos
para él.
Mi fiesta de cumpleaños undécimo. Rodeado de globos y confeti
y amigos. El pastel de cumpleaños estaba justo en frente mío y yo
estaba soplando sobre las velas. Christos se inclinaba hacia mí, con una
mirada pícara en su rostro, besando mi mejilla. Yo no había lavado mi
mejilla una semana después de ese día, lo recuerdo.
Me froté la mejilla con nostalgia.
Las lágrimas goteaban sobre el manguito de plástico que cubría
las fotos. Saqué la foto hacia fuera para conseguir un mejor aspecto.
Christos Manos.
Christos.
Apreté los ojos cerrados y mi cabeza cayó sobre mi pecho.
Contuve mis sollozos. Gwendolyn tenía oídos como un murciélago
vampiro y sin duda me lo haría sentir y me insultaría de arriba a abajo si
me oía llorar en mi habitación como un bebé.
Christos se había ido.
Negué con la cabeza, no quería creerlo.
Era esa estúpida Samantha.
Ella había arruinado todo.
Ella lo había tomado de mí.
Todo era culpa de ella.
Christos y yo nos habíamos estado acercando durante el verano
pasado, antes de que las clases hubieran comenzado. Habíamos
estado saliendo todo el tiempo. Casi todos los días. Yo había empezado
a pensar que tal vez hubiéramos tenido una oportunidad. Christos
finalmente había limpiado su acto, trabajando en sus pinturas,
convirtiéndose en un joven respetable. Había sido un touch and go con
él durante varios años. Pero por fin había conseguido su mierda junta.
No era más una vergüenza.
Y Samantha se había abalanzado y robado su corazón.
Odiaba a esa perra de mierda.
La odiaba.
La odiaba con toda mi alma.
Iba a hacer su vida imposible si era la última cosa que hiciera.
Empezando por su audiencia ante el tribunal SDU. Ella estaba
siendo expulsada de SDU. Sea lo que tomara.
Me levanté de mi cama y entré en mi armario, cerrando la puerta
detrás de mí. Fui a la parte posterior del armario y empujé a un lado los
abrigos y vestidos. Como si necesitara otro vestido para la gala de
verano. Tuve tres que aún me quedaban. Pero no, que habían sido
usados una vez. En público. Gwendolyn se avergonzaría de mí si incluso
sugería usarlo de nuevo.
Escondido en la esquina, detrás de mis chaquetas de esquí y
pantalones para la nieve estaba una bolsa de lona. Me senté en el
suelo alfombrado de mi armario y abri la cremallera de la bolsa. Llegué
dentro y sentí un alivio inmediato.
Saqué un oso de peluche viejo, raído de la bolsa. Su piel estaba
hecha jirones y le faltaba un ojo de botón. Si Gwendolyn sabía que
todavía tenía a la Sra. Osa, ella la hubiera quemado. Gwendolyn había
tirado cada muñeca y los animales de peluche que tenía cuando
cumplí trece años. Ella había dicho que eran infantiles. Me las había
arreglado para salvar a la Señora Osa ocultándola su bajo mi cama
cuando Gwendolyn no estaba mirando.
Abracé a la Sra. Osa a mi pecho.
Sin dejar de llorar, y con voz temblorosa, dije:
—Todavía me quieres, ¿verdad, Sra. Osa?
La Sra. Osa me miraba fijamente con su sonrisa de un solo ojo.
La abracé a mi pecho y solloce en silencio. Mi cuerpo se
estremeció y se convulsionó con tristeza.
Cuarenta minutos más tarde, cuando los vestidos llegaron, no
había ni rastro dejado en mi cara de que yo hubiera estado llorando.
Nunca me permití llorar lo suficiente para que mi cara estuviera
hinchada.
Gwendolyn no lo toleraría nunca.
Samantha
—¡Vamos a festejar! —animé mientras la pandilla y yo entramos en
la Galería Charboneau en la noche de la Exposición de Artistas
Contemporáneos.
El lugar estaba lleno de gente. A diferencia de la multitud en la
exposición individual de Christos el año pasado, que había sido de más
calidad, esta gente era mucho más joven y más a la moda. Tenían un
DJ en lugar de un cuarteto de cuerda. La gente hablaba mucho más
fuerte y bebía más libremente. Vi latas de Red Bull en las manos de la
gente en lugar de copas de vino. Con seguridad, era un ambiente de
fiesta.
Kamiko ya estaba dentro. Había llegado temprano porque era
una de los artistas. Christos y yo habíamos recogido a Romeo y nos
habíamos reunido con Madison y Jake en la calle antes de entrar.
—Vamos a encontrar a Kamiko —dijo Romeo—. Quiero ver de qué
personaje de cosplay se vistió esta vez.
—Está bien —respondí mientras me tironeaba.
Christos, Madison y Jake nos siguieron.
A pesar de la bomba que mi mamá había dejado caer al pedirle a
mi padre el divorcio, había logrado mantenerme compuesta los días
que ella no había llamado. Claro, mis piernas estaban todavía
tambaleantes y quería vomitar cada cinco minutos casi todos los días,
pero estaba decidida a disfrutar esta noche.
—Este lugar está lleno —le dije—, nunca vamos a encontrar a
Kamiko.
Romeo estaba examinando un trozo de papel. —Agarré una de las
hojas de precios. Dice que es el número treinta y dos. Ella debe estar por
allí en alguna parte. —Apuntó hacia la derecha.
Los cuatro caminamos en esa dirección.
—Amigo —dijo Christos a Jake mientras atravesábamos la
multitud—, ¿sigues pensando en navegar por la costa norte durante
todo el verano?
—Claro que sí. —Jake Sonrió—. Estoy soñando con Pipeline50 todas
las noches.
Los dos estaban justo detrás de mí y Madison. Fruncí el ceño hacia
ella y le susurré al oído:
—¿Jake está hablando de tu Pipeline?
Madison se rió.
—No, tonta Sam. Está hablando de la ruptura de arrecife en Banzai
Beach, en Oahu.
—Oh. —Asentí—. Solo asumo que cuando los chicos empiezan a
soltar términos que no tienen sentido, están hablando de sexo.
—Es una suposición segura. —Sonrió Madison.
Christos le preguntó a Jake:
—¿Llevarás a Mads contigo?
Jake asintió.
—Por supuesto, nunca iría a Pipeline sin traer a mi tubería favorita
conmigo.
Christos y Jake comenzaron a reírse. Madison y yo volteamos una
hacia la otra y dijimos al unísono:
—¡Hombres!
Jake envolvió un brazo musculoso alrededor de Madison y le dijo:
—Sabes que te encanta. —Sonrió con su sonrisa blanca y
encantadora, siempre un brillante contraste contra su piel bronceada,
antes de besar su mejilla.
Madison se apoyó en él.
—Si no fueras tan condenadamente lindo, Jake, nunca te saldrías
con la tuya hablando como un pagano.
—¿Eso significa que puedo seguir hablando como un pagano?
Madison puso los ojos en blanco para mi beneficio, pero me di
cuenta que estaba totalmente enamorada de Jake.
Christos pasó un brazo alrededor de mí.
Le lancé una mirada de advertencia.
—No empieces a hablar de mi tubería —bromeé.
—¿La tubería de quién? —preguntó Romeo—. Me encantan las
tuberías. Darle, sacarla, taparla, drenarla…
—¿Drenarla? —Jake hizo una mueca.
—Amigo —Christos sonrió—, ¿qué significa eso?
50Pipeline:se refiere a Banzai Pipeline un lugar de surf en la costa norte de Oahu;
pipeline también puede referirse a tuberías, por ello el comentario siguiente de
Samantha.
Romeo examinó sus uñas y sonrió.
—¿De verdad quieres saber?
—¡NO! —gritamos Madison y yo.
Todos los jóvenes que nos rodeaban estaban vestidos con diversos
atuendos hipster o como para ir a clubes. Estaba esperando que las
luces se apagaran y los palos luminosos de neón aparecieran. Pero aun
así era una galería de arte. Había tanta gente que apenas podíamos
ver las pinturas en las paredes.
—Por aquí —dijo Romeo, guiándonos a todos—. ¡Oh Dios mío!
—¿Qué? —le dije, curiosa.
—¡No puedo creeeerlo! —canturreó Romeo.
—¿Qué, qué? —No podía ver más allá de las personas entre las
que Romeo se había metido.
Intercambié una mirada emocionada con Madison mientras nos
apretujábamos hasta Romeo, que tenía sus brazos alrededor de Kamiko.
—¡No estás vestida como un dibujo animado! —vitoreó Romeo
mientras abrazaba a Kamiko.
—Está bien —Ella hizo una mueca—, no me rompas. —Pudo
haberse estado quejando, pero estaba completamente riéndose.
Cuando Romeo rompió el abrazo, por fin vi el traje de Kamiko.
—¡Vaya, Kamiko! —Sonreí—. ¡Te ves totalmente sexy!
Kamiko llevaba un vestido de color rojo y negro sin mangas de
cremallera frontal. Estaba alta en sandalias de plataforma negras y su
cabello suelto.
—Vaya —dijo Christos—. Kamiko, te ves sexi, chica.
Kamiko se sonrojó.
Jake asintió con aprobación.
—Bonito vestido, Kamiko.
—¿Alguien quiere bajarle la cremallera tanto como yo? —preguntó
Romeo.
—Por favor, no lo hagas —declaró Kamiko.
—Estoy bromeando. —Romeo sonrió—. Te ves increíble, Kamiko —
dijo genuinamente—. De ninguna manera te pareces a un personaje de
dibujos animados esta noche. Si fuera heterosexual, totalmente te
follaría. Luces fabulosa.
—Gracias. —Sonrió tímidamente.
Romeo le dio otro fuerte abrazo.
Christos sonrió.
—Si no recibes por lo menos diez números de teléfono de chicos
guapos esta noche, me sorprendería.
—Gracias. —Kamiko puso los ojos en blanco como si la idea de que
ella conociera a un hombre fuera tan probable como que el sol de
repente estallara. Dijo—: Solo espero que venda mi pintura esta noche.
—Se puso de pie al lado de ella.
Christos miró más de cerca.
—Oh, mierda, ¿ese es el rostro de Brandon en esos koi51?
Los ojos de Kamiko se abrieron e intercambiamos una risita.
—Oh por Dios. —Kamiko rió entre dientes, claramente
avergonzada—, ¿es tan obvio?
—Tal vez para mí —aseguró Christos—, pero he conocido a ese
oportunista durante mucho tiempo.
—¿Qué oportunista? —preguntó Brandon Charboneau, de pronto
de pie junto a todos nosotros.
Ups. Supongo que el bagre estaba finalmente fuera de la bolsa.
Bueno, técnicamente era un koi. Lo que sea. De cualquier manera,
espero que Brandon no se ofendiera.
—¡Brandon! —dijo Christos extravagantemente, dándole una
palmada en la espalda, claramente tratando de distraer la atención de
lo obvio.
—Hola a todos. —Brandon sonrió, luciendo gallardo—. Estamos
llenos esta noche, ¿no es así?
—Totalmente —dijo Christos en voz alta, tratando de mantener la
atención de Brandon lejos de la pintura.
Tal vez si Brandon no descubría que era el tema de la pintura de
Kamiko, en su lugar tomaría nota de lo sexy que Kamiko lucía en su
vestido, y finalmente la invitaría a salir.
—¿No se ve sexy Kamiko en su vestido? —le dije a Brandon. No iba
a solo insinuarlo.
Brandon miró su atuendo y sonrió cortésmente.
—Muy elegante, Kamiko. —Entonces miró al resto de nosotros—.
Bueno, tengo que circular. —Levantó las cejas y sonrió mientras se metía
entre la multitud.
Brandton-to estúpido.
Al menos a Kamiko no parecía importarle.
—¡Uf! —susurró—, ¡eso estuvo cerca!
—¿Qué te preocupa? —preguntó Romeo.
Kamiko lo fulminó con la mirada.

Koi: tipo de pez.


51
—¿Estás loco? Si se da cuenta de que él está en mi pintura,
probablemente me prohibiría vender en su galería por siempre.
Empecé a decir:
—Si él hace eso…
Entonces, dos cosas sucedieron de repente de forma simultánea
en los próximos dos segundos.
En primer lugar, Brandon de repente se echó hacia atrás a través
de la multitud hacia nosotros y dijo:
—Oh, ¿oye, Kamiko?
Y, terminé mi oración:
—…entonces Brandon es un maldito idiota.
Los ojos de Kamiko sobresalieron.
Oh, que me follen hacia atrás y hacia los lados. Ese pie mío todavía
tenía mente propia a la hora de saltar en mi boca.
Romeo de repente fue a toda marcha.
—Uh, lo que Sam quería decir era, ahh… Era que, ¡Brandon, eres lo
contrario de un maldito idiota! —Los ojos de Romeo brillaban como si
hubiera descubierto la cura para el cáncer—. ¡Sí! ¡Todo lo contrario! ¡Eres
un idiota no maldito! ¡Eres el tipo de idiota que nunca ha visto un día de
trabajo! ¡Nunca has sido utilizado para follar! ¡Eres tenso como un
tambor! ¡No podrías pasar una mierda del tamaño de una píldora de
vitaminas, incluso si lo intentaras!
Nota lo signos de exclamación culpables de Romeo. Estaban por
todo el lugar.
Brandon arqueó una ceja.
El resto de nosotros se levantó y vio con horror mudo cómo el Loco
Locomotora chocó contra la ladera de una montaña. Oh, qué
calamidad. Al menos él estaba tratando de salvar mi culo.
Romeo continuó limpiando:
—Brandon, eres el idiota más prístino que el mundo haya conocido.
Recién salido del bastidor. Sin tocar, como un diamante. Un idiota en
bruto. Ahhh… —Romeo finalmente se agotó, luciendo desconcertado—
. Eso no salió del todo bien. Lo siento.
Brandon asintió con amargura:
—Entendí el punto.
—¿Qué era lo que querías? —Kamiko preguntó con desesperación,
con los dientes apretados de terror, haciendo todo lo posible para
barrer el terrible momento bajo la alfombra.
Brandon se aclaró la garganta mientras se le disparó una mirada
de estrella que lanza un ninja hacia Romeo y yo:
—Solo iba a decirte, Kamiko, que un par de compradores ya me
han preguntado por tu pintura. Realmente les gusta. Creo que
podríamos venderla esta tarde.
Un largo momento de silencio pasó entre nosotros siete, ya que
todos nos quedamos mirando el techo, nuestros pies, nuestras uñas.
Cualquier cosa para evitar el desastre social que nos rodeaba.
Brandon miró a todos, con las cejas en alto.
—¿Algo más?
Negué, arrepentida.
—Lo comparé con un diamante —susurró Romeo en mi oído, como
si eso lo compensara todo.
Pisé fuerte su pie.
Brandon se apartó de nuestro grupo.
Al menos Brandon nunca se había dado cuenta que era el pez koi
en la pintura de Kamiko.
Brandon volvió un segundo más tarde:
—Ah, una cosa más —lanzó una mirada a Kamiko—, no creas que
no me di cuenta que estoy yo en el koi de tu pintura.
Ruido sordo.
Kamiko se puso blanca.
Rápido, alguien sujétela antes que se desmaye.
—Oh, Brandon —Kamiko rogó mientras hiperventilaba—. ¡Lo siento
mucho! ¡No era mi intención hacerlo! Quiero decir, yo, ah, ah… —Iba a
desmayarse.
La boca de Brandon se curvó en una sonrisa maliciosa.
—¿Por qué crees que quería tu pieza en el show?
¿Qué?
Él sonrió.
—Tengo sentido del humor. ¿Cuán tenso creen que soy?
—¡No eres tenso en absoluto! —dijo Romeo—. ¡Eres totalmente
suelto! ¡Como la diarrea! ¡Al igual que la escorrentía de una operación
de minería a cielo abierto!
—¡Romeo! —Todos gritamos, excepto Brandon.
Brandon se rió entre dientes.
—¿Puede alguien convertir a este chico en una pintura? Porque
estoy seguro que podría construir todo un espectáculo en torno a él —
Se rió—. Te alcanzaré más tarde, Kamiko —Brandon sonrió y
desapareció entre la multitud.
Vaya, Brandon no era nada malo.
—¿Alguien quiere un trago? —preguntó Christos.
—Después de eso, necesito como diez. —Jake sonrió.
Me volví hacia Kamiko.
—¿Puedo ofrecerte algo, Kamiko?
—Un botón de SILENCIO para Romeo estaría bien —contestó—, o
por lo menos, una bolsa para poner encima de mi cabeza para que
nadie me note el resto de la noche. Me muero de la vergüenza.
Christos dijo:
—No te preocupes, Kamiko. Brandon es genial. No lo va a usar en
tu contra.
—¿Qué hay de mí? —pregunté—. Yo fui quien lo llamó imbécil.
—Un maldito idiota —corrigió Romeo—. Del tipo de los que se usan
para poner pollas dentro. Frecuentemente.
Puse los ojos en blanco hacia Romeo.
—¿Qué? —dijo a la defensiva—. Tú lo dijiste.
Kamiko hizo un gesto como si estuviera presionando el botón de
SILENCIO en el control remoto.
—No está funcionando. —Sonrió.

Después que conseguimos bebidas en el bar y le trajimos una a


Kamiko, quien la necesitaba con urgencia, Christos y yo circulamos
alrededor de la galería, mirando todas las maravillosas pinturas.
La Exposición de Artistas Contemporáneos realmente tenía una
mezcla ecléctica de arte. Había arte influenciado en grafiti, creaciones
digitales serigrafiadas, collages combinando la pintura con materiales
encontrados, incluso un pedazo grande hecho enteramente en
crayones de colores.
—Mira —dije, viendo el cartel describiéndolo—, ¡es una pintura de
crayones!
En el cartel, por debajo de las dimensiones, la tarjeta catalogó al
medio como: ―Crayola caja de 96 colores sobre papel‖.
Christos asintió, mirando con admiración a la pieza.
—Esto es impresionante.
Era una imagen increíblemente detallada del interior de un palacio
renacentista. Era una reminiscencia de M.C. Escher, pero a todo color.
Los azulejos de un piso blanco y negro transformado en aves y peces
mientras el suelo retrocedía en la distancia, con las baldosas de pájaro
negro tomando vuelo y los azulejos de pescado blanco sumergiéndose
en un estanque azul. El estanque se vaciaba en una corriente azul que
fluía hacia el primer plano de la pintura, y la corriente se transformaba
en un corredor azul entrelazado con oro cuando se acercaba a la
parte inferior del lienzo. La ley de la gravedad no estaba en vigor, y la
gente entraba en el techo y las paredes, en sus quehaceres. Entonces
me di cuenta que todo el pueblo eran animales caminando sobre dos
piernas. Cerdos, vacas, caballos, gallinas, gansos, ovejas, cabras y todo
tipo de animales de granja que te puedas imaginar. Había incluso un
lobo con una capa con capucha roja besándose con tres cerdas en un
rincón oscuro en la parte superior de la pintura.
—Ese lobo seguramente conseguirá un montón de acción con
esos cerdos —dijo Christos.
—Es una orgía regular de cerdos. —Sonreí—. ¿A qué casa crees
que irán para ello?
—¿Te refieres a la de paja, madera o de ladrillo?
—Creo que van a empezar con la casa de paja, follar su camino a
través de eso y la de madera, hasta terminar en la de ladrillo. —Christos
se rió entre dientes—. Todo el mundo sabe que una casa de ladrillo es
muy poderosa. Por mucho que tiemble la cama, no puede destruir una
casa de ladrillo.
—¡Qué asco! —Hice una mueca—. ¿Estás sugiriendo que el lobo va
a tener relaciones sexuales con las tres cerdas putas? Y en lugar de
soplar sus casas para destruirlas, ¿van a, uh, follar en las casas hasta
destruirlas?
Christos sonrió.
—Oye, no pinté la pintura.
—Eres terrible. —Fruncí el ceño—. Pero, lo que quiero saber es, ¿por
qué el lobo llevaba una capa con capucha roja?
—No lo sé —dijo pensativo—. O es el lobo que se comió a
Caperucita Roja, o es una loba buscando alguna cerda con actitud de
perra.
Hice una mueca.
—Eso es súper desagradable.
—Una vez más, no la pinté.
Christos y yo caminamos a la siguiente pintura, tomados del brazo.
Rodeamos la galería, disfrutando de todo el arte e hicimos más
comentarios cómicos sobre las imágenes. Una gran pintura tenía una
multitud a su alrededor. La mayoría de las personas estaban hablando
en lugar de mirar la pintura, por lo que traté de meterme más allá de
ellos para obtener una mejor visión de la misma.
—Disculpe —dije mientras me deslizaba detrás de alguna mujer
vestida completamente de blanco.
—¡Mira por dónde vas! —espetó.
Me volví a pedir disculpas.
Era Tiffany Kingston-Whitehouse.
Excelente. ¿Por qué estaba aquí?
Llevaba un vestido midi con abertura en el frente sin mangas, de
color blanco. Y tenía que admitir que se veía muy bien en él. El vestido
contrastaba muy bien contra su piel bronceada y cabello dorado.
También me di cuenta que tenía brillo de labios brillante que
resplandecía casi tanto como sus aretes de diamantes. Debería haber
lucido de mal gusto, pero era sutil y, en ella, solo mejoraba. Tiffany era
de una belleza única.
—Estás perdonada —se burló, sosteniendo su copa de champán
fuera del camino. Derramó champán alrededor.
También era una perra única. ¿Cómo una perra increíble entró en
un cuerpo tan espectacular?
Me di cuenta que Tiffany estaba inclinando la copa hacia mí y el
champán estaba a un milímetro de derramarse sobre el borde y verterse
sobre mi hombro.
—Oye, Tiff —dijo Christos, capturando su mano con la suya,
deteniendo la cascada de champán—. Casi derramas tu bebida —dijo
a sabiendas.
Tiffany frunció el ceño, mirándolo fijamente a los ojos.
Christos le devolvió la mirada. Todavía sostenía su mano.
—No lo hagas, Tiffany —dijo en voz baja.
—Suéltame —exigió. Christos lo hizo y ella tragó su bebida,
bebiéndola en varios tragos grandes—. Necesito otra copa, ahora que
la chusma está aquí. —Pasó cerca de mi hombro, chocándome con
fuerza.
—¡Oye! —Solté.
Me ignoró.
Me froté el hombro donde había chocado con el suyo.
—¿Qué está haciendo aquí? —le pregunté a Christos.
—Ella siempre viene a las exposiciones de Brandon.
—Fantástico. —Suspiré.
—No te preocupes. Yo me encargo de ella si se sale de control.
—Eso es lo que me preocupa. Probablemente se salga de control,
por lo que tendrás que lidiar con ella. Eso es lo que hizo en su yate en la
víspera de Año Nuevo. Vi la forma en que estaba babeando sobre ti en
este momento. —¿Soné celosa? Esperaba que solo un poco.
—No te preocupes por ella, agápi mou. No voy a dejar que Tiff se
interponga entre nosotros.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo —Christos me tranquilizó—. Nada nos va a separar.
Hice una mueca cuando una ola de náuseas se derramó a través
de mi estómago. La palabra ―separar‖ me hizo pensar en el inminente
divorcio de mis padres.
Christos me dirigió una mirada compasiva.
—Estás pensando en tus padres, ¿no es así?
Asentí en silencio.
Christos envolvió un brazo cariñoso a mi alrededor y me llevó a su
pecho. Me besó en la frente con suavidad.
—No voy a ir a ninguna parte. Voy a estar a tu lado, pase lo que
pase.
—¿De verdad?
—Sí —murmuró en mi oído.
Aspiré el aroma cariñoso y cálido que emanaba de su pecho
mientras envolví mis brazos alrededor de su cintura.
—Te amo tanto, Christos Adonis Manos.
—También te amo, Samantha Anna Smith —dijo mientras besaba la
cima de mi cabeza.
—¡Consigan una habitación! —dijo Romeo mientras se acercaba
caminando—. Y deja de ser un acaparador de vagina, Christos. Has
estado acaparando a Sam durante la última hora. Hay más que
suficiente de ella para todos. —Él deslizó su brazo entre Christos y yo y
me llevó a su lado para un abrazo rápido.
—¿Acaparador de vagina? —Me reí—. ¿Me estás llamando
vagina?
—Tienes una, ¿no? —se burló Romeo, liberando el abrazo.
—Sí, pero no es como si voy por ahí llamándote pene inútil.
—Estoy herido, Sam. ¿Estás sugiriendo que mi buen humor no se
quiere? —Hizo un lánguido y triste rostro, sobresaliendo el labio inferior.
Sus hombros se hundieron cómicamente.
—Oh, Romeo. —Reí—. Tu pene siempre es necesario.
—Eso es lo que me dicen. —Romeo sonrió—. ¿Quieres pasar por la
pintura de Kamiko y decir hola? Me temo que alguien va a secuestrarla
en ese vestido.
—Awww, ¿estás preocupado por ella, Romeo? —canturreé.
—Por supuesto que sí, Sam. ¿Quién sabía que un personaje de
dibujos animados podría ser tan sexy? —bromeó—. La follaría si tuviera
una polla.
Hice una mueca.
—Imagen equivocada.
—Sería una polla muy femenina —dijo Romeo—. Más bien
pequeña con un diminuto envoltorio de color rosa.
Hice una mueca más amplia.
—¡No ayudas! —le advertí.
—¿Qué hay de malo con las pollas, Sam? Te gustan, ¿no?
Negué y comencé a reír.
—¡Romeo, por favor!
—¿Qué? —Romeo miró a Christos en busca de apoyo.
—¡No me mires! —Christos se rió entre dientes—. Me encanta
acaparar la vagina.
Negué.
—Ustedes tienen una mente enfocada en una sola cosa esta
noche. ¿Entramos en un burdel sin darme cuenta?
—Donde quiera que voy —bromeó Romeo—, traigo al burdel.
Eso era cien por ciento cierto.

Christos, Romeo y yo nos apretamos caminando a través de la


multitud hacia la pintura de Kamiko. Por el momento, estaba de pie
sola. El espectáculo había estado pasando tiempo suficiente como
para que la mayoría de la gente hubiera visto todo el arte y ahora
estaban ocupados socializando y emborrachándose.
—Hola, chicos —dijo Kamiko nerviosamente.
—¿Cómo te va? —le pregunté—. ¿Has vendido tu pintura?
—No —respondió ella, sonando decepcionada.
Me había dado cuenta que la mayoría de las otras pinturas que
Christos y yo habíamos mirado tenían puntos rojos en las pancartas, lo
que significaba que se había vendido. No iba a decirle eso a Kamiko.
—Parece que la mayoría de las pinturas se están vendiendo. —
Kamiko suspiró.
Oh bueno. Lo había descubierto por sí misma.
—El tuyo se va a vender —la animé.
—Discúlpenme, muchachos —dijo Christos—. Creo que acabo de
ver a un amigo mío. Iré a saludar.
—Muy bien —contesté—. Me voy a quedar aquí con Kamiko y
Romeo.
Christos me dio un beso en la mejilla.
—¿No obtengo un beso? —Romeo sonrió.
—La próxima vez. —Christos guiñó un ojo a Romeo antes de
caminar entre la multitud.
Me volví hacia Kamiko. Ella parecía cada vez más angustiada.
—No sé lo que estaba pensando metiendo mi pintura en la
exposición —dijo—. Tal vez mis padres tenían razón sobre que estudiara
pre-medicina. Esta cosa del arte es dura.
—No seas tonta, Kamiko —comentó Romeo con desdén—. Tu arte
es impresionante.
Kamiko lo miró con desaliento.
Yo no sabía qué más decir.
Brandon se apretó a través de la multitud hacia nosotros.
—Hola —dijo. No parecía más entusiasmado que el resto de
nosotros.
Bolas de decepción.
—¿Cómo te va? —preguntó Brandon a Kamiko.
Ella puso los ojos en blanco.
—¿La verdad?
Brandon asintió.
—Mis pies me están matando. He estado de pie aquí dos horas.
Romeo dijo:
—Kamiko, tal vez deberías bajar la cremallera de la parte delantera
de tu vestido y decir que vienes con la pintura.
Brandon se rió entre dientes.
—Mientras que eso podría funcionar, me gustaría pensar que el
arte de Kamiko se mantiene en pie por sí solo.
—Sí —dijo ella sarcásticamente—, pero mi pintura no está usando
sandalias de plataforma —se quejó—. Yo soy la que está de pie.
—Tal vez esto ayude —respondió Brandon, inclinándose hacia
Kamiko.
De repente estaba segura de que iba a besarla.
En cambio, presionó un punto rojo en el cartel de su pintura.
—Se vendió. —Sonrió.
—¿Qué? —El rostro de Kamiko se iluminó.
—Por dos mil. —Brandon sonrió.
Kamiko llevó sus manos a su rostro.
—¡Oh Dios mío! ¡No lo creo!
—Créelo. —Brandon se rió entre dientes—. Tuve dos compradores.
El precio comenzó en los mil quinientos, pero discutieron su camino
hasta dos mil dólares antes que uno de ellos la comprara.
—¡Vaya! —Sonreí—. ¡Eres una mercancía ardiente esta noche,
Kamiko! ¿No es ardiente, Brandon? —le insinué con cero sutileza.
—Ella está en llamas esta noche. —Brandon sonrió antes de irse
caminando.
Miré a Kamiko y suspiré.
—Lo intenté.
—Oh —dijo Kamiko—. No me interesa Brandtonto ya. —Ella parecía
decepcionada, pero luego su rostro se iluminó y comenzó a saltar en sus
tacones y a aplaudir—. ¡Vendí mi pintura! ¡La vendí, la vendí!
Romeo sonrió.
—Sabía que lo harías, Kamiko. Ven aquí, personaje de dibujos
animados —dijo con emoción genuina. Le dio a Kamiko un enorme
abrazo—. Sabía que podrías hacerlo. ¿No te dije en la escuela
secundaria que ibas a ser una gran artista algún día?
Los ojos de Kamiko se estaban llenando de lágrimas.
—Lo hiciste. Siempre has estado a mi lado, tú, hada que usa un
monóculo.
Se rieron y se abrazaron de nuevo.
Kamiko dijo:
—¿Quién necesita un novio cuando tengo a Romeo?
—Hola, chicos —Christos dijo mientras se apretaba entre la gente
para llegar a nosotros.
—¡Kamiko vendió su pintura! —grité.
—¿Lo hiciste? —Christos sonrió—. Eso es maravilloso, Kamiko.
Kamiko asintió, sonriendo a Christos.
Un chico lindo salió desde detrás de Christos. Llevaba un traje de
chaleco negro sobre una camisa gris abotonada con las mangas
enrolladas hasta los codos, jeans negros ajustados y una pajarita roja
con cuadritos en negro. Su espeso cabello oscuro estaba despeinado y
un rizo sexy colgando en su frente. En cada antebrazo tenía un tatuaje
de un personaje de dibujos animados. Ambos eran de Adventure Time,
el favorito de Kamiko. Los reconocí totalmente por todas las veces que
había visto el programa con ella desde que la escuela comenzó el año
pasado.
La mandíbula de Kamiko cayó y se quedó sin aliento.
—¿Qué demonios? ¿Por qué tienes tatuajes de Marceline y de la
Princesa Bubblegum?
Chico hipster frunció el ceño a Kamiko como si fuera
completamente estúpida.
—Duh. Porque ellos son geniales. —Sonrió.
Su sexi sonrisa era material quita bragas de verdad. No es que lo
hubiera notado, pero estuvo bien con sus ojos esmeralda. Una vez más,
no es que lo hubiera notado.
Pero Romeo lo notó. Creo que estaba babeando en el chico.
—Oye, Samantha —dijo Christos—, ¿recuerdas que te dije en
noviembre que un amigo mío hizo un guion para Hora de Aventura?
Asentí.
—Es él. —Christos sonrió—. Todo el mundo, conozcan a Dillon
McKenna.
Dillons sacudió la mano de todos.
Kamiko parecía un ciervo encandilado por los faros. No podía
decidir si estaba fangirleando porque Dillon trabajó en su caricatura
favorita, o porque era guapo.
—Encantado, —dijo Romeo mientras sacudían manos, sonando
totalmente a lo niña.
Sonreí para mis adentros mientras me imaginaba a Romeo y
Kamiko peleando por Dillon.
Christos dijo:
—Kamiko es un gran fan de Hora de Aventura. Y ella pintó ese
cuadro, —hizo un gesto hacia la pintura.
Dillon miró a la pintura, luego la volvió a mirar. Dio un paso hacia
ella y le dio un vistazo más de cerca.
—Vaya, ¿has hecho esto?
Kamiko asintió nerviosamente.
—Son tetas —dijo, mirando de cerca—. ¿Por qué el rostro en los
peces koi me parece familiar? —preguntó.
Todos rompimos a reír, menos Dillon.
—Chiste de grupo. —Kamiko sonrió.
Dillon asintió mientras examinaba más de cerca la pintura.
—Es realmente buena. ¿Cuál era tu nombre?
—Kamiko Nishumura. —Sonrió.
—Seguro que puedes pintar, Kamiko. —Él sonrió.
—Entonces —dijo Kamiko seriamente—, ¿tu guion para Hora de
Aventura?
—¿Lo ves? —preguntó Dillon.
—¡Oh, sí! ¡Tengo cada temporada en DVD! ¡Me vestí como
Marceline el Halloween pasado! —sonaba completamente nerviosa.
—¿Tú haces cosplay ? —le preguntó Dillon, sonando impresionado.
Kamiko asintió.
—Genial —dijo él—. Hice mi propio disfraz del Rey de Hielo el
Halloween pasado. Tengo imágenes en mi teléfono si las quieres ver.
—¡Cállate! —Kamiko sonrió como si fuera navidad.
Dillon asintió mientras sacaba su teléfono.
—Pero voy a hacer un disfraz del Conde Limonagrio para la Comic
Con en San Diego este verano.
—¡Qué! ¿Tienes entradas?
—Sí, nos la dan porque trabajamos en el show —dijo mientras
buscaba en su teléfono.
—¡Nunca puedo conseguir entradas para la Comic Con! —dijo
Kamiko—. Siempre están agotadas…
—Puedo conseguirte entradas para este año si quieres. —Dillon
sonrió—. Siempre tienen unas extras en la oficina.
Dillon le pasó su teléfono a Kamiko.
Ella examinó las fotos.
—¡Vaya! ¡Tu traje del Rey del Hielo está genial! ¿Tú mismo lo hiciste?
Dillon le dio una gran sonrisa y asintió.
—Oh, sí.
Girándose hacia Christos y yo, Romeo dijo:
—Creo que necesitamos dejar a esos dos solos. Los ojos de Kamiko
se volvieron corazones de dulce, o algo así de juvenil.
—Creo que son caritas de emoticón ahora mismo. —Rió Christos.
Christos, Romeo y yo nos sonreímos mientras lentamente nos
dábamos la vuelta, dejando a Kamiko y a Dillon fangirlear sobre Hora de
Aventura, los cosplay y la Comic Con de San Diego.

Christos
El DJ subió el volumen mientras la multitud se alocaba más. La
gente tenía que levantar la voz para ser escuchados mejorando la vibra
del club.
No sé por qué no pensé en presentarle a Kamiko a Dillon antes. Son
perfectos juntos.
Samantha demandó:
—¿Por qué no me dijiste que tu amigo de Hora de Aventura era tan
atractivo? ¿Y perfecto para Kamiko?
Fruncí el ceño.
—¿Estás leyendo mi mente?
—¿Qué? —preguntó confundida.
—No importa. —Sonreí—. De todos modos, supongo que tenía otras
cosas con las que distraerme en ese entonces. —Le di una mirada de
complicidad y me incliné para besar sus labios.
Romeo gruñó.
—Que alguien me traiga un balde. Hay tanto amor verdadero por
aquí esta noche, que voy a vomitar.
—Oh —dijo Samantha compasivamente—. Lo siento Romeo.
Christos, ¿tienes amigos sexis para Romeo?
—Voy a comprobar. —Sonreí.
Brandon llegó caminando.
—¿Cómo están? —Sonrió—. ¿Disfrutando del espectáculo?
—Es un gran espectáculo, Brandon —dijo Samantha.
Creo que su estado de ánimo había mejorado desde que Kamiko
había vendido su pintura del koi. Sabía que Samantha estaba tratando
de mantener una cara de póker ante sus padres, pero solo puedes fingir
hasta cierto punto. Sus entrañas estaban probablemente dando saltos
mortales cada sesenta segundos de mañana, tarde y noche. Sé que las
mías lo hacían cuando mi mamá había dejado a mi papá hace una
década.
Joder, mis tripas todavía se anudaban cuando pensaba en mi
madre.
Mamá
—Gracias —Brandon dio su sonrisa de Sr. Agradable—. Christos,
¿puedo hablar contigo un momento?
—Claro —le dije. Levanté mis cejas hacia Samantha y Romeo.
—Vamos a mirar los alrededores, Sam, —dijo Romeo. Llevó a
Samantha hacia la multitud.
—¿Qué pasa, Brandon? —pregunté.
—Quería chequear tu progreso con las pinturas. ¿Te importaría dar
un paseo por el jardín de esculturas?
Asentí.
Salimos. El jardín de esculturas no estaba tan concurrido como el
interior de la galería, y estaba fuera, así que teníamos una vaga
sensación de intimidad en los setos bajo la luz de las estrellas. Brandon
era todo sobre las apariencias, así que traerme de nuevo aquí
significaba que tenía algo que decir que iba a irritar a uno de los dos.
Cuando estuvimos solos, preguntó:
—¿Cómo va el retrato de Isabella? ¿Hiciste los cambios como
sugirió Stanford Wentworth?
Reí. Sí como no.
—¿Qué? —Brandon sonrió.
¿Ya mencioné que había destruido la pintura de Isabella en un
arranque de rabia? ¿O dejarle saber era obviamente un descenso en
mi parte del espectáculo? Que se joda. No tenía ganas de bailar esta
noche.
—Decidí ir en una dirección diferente para el show.
Brandon entrecerró sus ojos.
—¿Qué quieres decir?
—Voy a deshacerme de la idea de usar modelos. No estaba
funcionando para mí.
—Pensé que lucían bien.
—Escuchaste a Wentworth. —Reí—. Estuviste allí. Dijo que las
pinturas no tenían vida.
—Yo podría venderlas —se mofó Brandon.
—Tú podrías vender un auto a un canario.
Brandon frunció el ceño.
—¿Por qué un canario querría un auto? Ellos tienen alas.
—Exacto.
Brandon ignoró mi comentario.
—Christos, nos conocemos desde hace mucho tiempo.
Asentí.
—Estoy tratando de construir tu carrera —dijo.
Dije:
—Pero no quiero una carrera pintando modelos que no me
importan una mierda.
—Hermosas mujeres se venden, Christos. Ellas nunca pasan de
moda.
Arqueé una ceja y asentí.
—En cualquier caso —continuó—, no puedo construir tu carrera si
no tengo pinturas para vender. Aquí una sugerencia. Vendemos los
desnudos que tienes el mes que viene, en tu exposición individual. El
próximo año, pasamos a algo más significativo. Lo importante es que
mantengamos el impulso. Tengo quince posibles compradores
alineándose para tus pinturas. Incluso tengo una para el retrato de
Isabella. No me importa lo que dijo Stanford Wentworth, puedo
conseguirnos hasta ciento veinticinco mil.
Caramba. Me vendrían bien $125.000. No hay nada como
honorarios de abogados para drenar tu billetera. Jodido Hunter
Blakeley.
Lamentablemente, si sacara los jirones de la pintura de Isabella
del vertedero ahora, no creo que Brandon obtendría ni cincuenta
centavos por ello.
Él preguntó:
—¿Cuánto tiempo crees que tomaría terminar quince pinturas?
Brandon necesitaba verificar la realidad. Él estaba bajo la
impresión que yo había estado muy ocupado trabajando en el estudio
estos últimos meses, haciendo más pinturas de sus modelos. Había
mantenido oculto hasta ahora, el hecho que me había quedado muy
por detrás por el juicio de Horst Grossman y porque había decidido ir en
una dirección diferente con mi arte.
—Meses —dije.
Los ojos de Brandon se ampliaron.
—¿Meses? No tengo meses. Tengo espectáculos haciendo fila el
resto del año. No puedo cambiar las cosas. Christos, —dijo, sonando
profundamente decepcionado—, no puedo mantener estos
compradores en espera. Si no cierro con ellos ahora, van a ir a otro
lugar.
—¿Por qué no les vendes algunos de tus otros artistas?
—Estos son grandes compradores. No están interesados en mis otros
artistas, Christos. Están interesados en ti. Quieren la magia de Manos.
Necesito tus pinturas. Ahora. ¿Cuántas tienes?
—Tres terminadas. Las que has visto de Avery, Jacqueline y Becca.
Tengo tres más en proceso. —Estaba pensando en la pintura de AMOR
de Samantha y yo, el retrato individual de ella y la sorpresa que tenía
para todos.
—¿Seis? Pensé que tenías siete. Sé que te envié siete modelos y que
estabas trabajando con todas. ¿Qué pasó?
—El, ahhh… bueno… —iba a tener que decirle—. La pintura de
Isabel está RIP.
—¿Qué? ¿Por qué? —Él tenía el ceño fruncido.
—Te lo dije, no estaba funcionando para mí.
—¿No la cambiaste? ¿Verdad? ¿Como pidió Wentworth?
—No —me burlé—. Es un idiota.
—Bien. Porque te lo digo, puedo vender esa pintura con seis cifras
seguras.
Mierda. Tiene que saberlo.
—Se ha ido.
—Qué, ¿ya la vendiste? —Se rió nerviosamente.
Si lo hubiera hecho, sería un completo imbécil y Brandon
reconsideraría su oferta. No lo culparía. Por suerte para mí, no lo había
hecho.
—Yo, um, la destrocé.
Los ojos de Brandon se ampliaron más que antes.
—¿Por qué demonios harías eso? —Él en realidad sonaba enojado.
Brandon nunca perdía su genialidad—. Le tenía un comprador. El tipo
no compra más que desnudos caros. No pensaría dos veces antes de
pagar cien mil dólares por el tuyo. Estás loco, Christos. —Brandon negó
con la cabeza y frunció el ceño, luciendo medio derrotado. Luego hizo
una pausa y su expresión de enojo se convirtió en una sonrisa fácil.
—Me estás tomando el pelo, ¿verdad, Christos?
Negué.
—No. Destrocé esa mierda y la tiré.
Los ojos de Brandon se ampliaron por tercera vez.
—¿Hablas en serio, ¿verdad?
Asentí.
—Christos, me estás matando. —Suspiró—. No puedo darte un solo
con seis pinturas. La galería se verá vacía. Voy a necesitar más.
Me sentí mal. Yo mismo me había puesto en esta posición.
—Mira, tal vez pueda hacer nueve.
—¿Nueve? —preguntó con escepticismo.
—Nunca terminé los tres de los otros modelos.
—¿Por qué no?
—Te lo dije, empecé nuevas piezas.
—Christos, ¿qué me estás haciendo? —suplicó—. ¿Hasta qué punto
estás con todas las pinturas sin terminar? —Parecía totalmente
exasperado—. ¿Vas a tener cualquiera de esas a tiempo? —Ahora
sonaba como un padre decepcionado.
Pobre Brandon. No podía culparlo. Yo estaba arruinándolo todo y
lo sabía. Suspiré.
—Las tres nuevas estarán definitivamente terminadas. Si me doy
prisa, puedo terminar las otras tres.
—Solo tienes un par de semanas para hacerlo, Christos. ¿Va a ser
tiempo suficiente? —lo dijo como si supiera que era imposible, pero
estaba siendo demasiado amable para no decirlo.
—Eso espero —dije en voz baja.
Brandon me miró como si hubiera pasado de ser de su propiedad
caliente a ser una espina en la costilla en el lapso de cinco minutos.
Porque lo había hecho.
Me sentía mal. Estaba tomando un riesgo enorme con mi nueva
dirección artística. Brandon no merecía el estrés que estaba
provocándole. A pesar del hecho de que me molestaba a veces,
siempre había sido bueno conmigo y mi familia durante años, y había
estado contando conmigo para entregar una cierta cantidad de
trabajo en un período de tiempo determinado. Ahora había arruinado
mi fecha límite. Pero qué diablos. No quería pasar el resto de mi vida
pintando para otras personas.
¿Pensé que el punto de esta cosa de ser artista era hacer lo que
querías?
Mierda.
Tal vez estaba siendo un poco demasiado estrecho de miras en mi
visión de las cosas.

Samantha
Madison y Jake ya se habían ido a casa de la galería, pues se
levantaban temprano para surfear en la mañana. Romeo estaba
charlando con Dillon y Kamiko atrás en el jardín de esculturas. Ahora
que la pintura de Kamiko se había vendido, estaba lista para relajarse.
Estuve dando vueltas en la galería principal, aún fascinada por
todo el arte. Me dejaba alucinada que tantas personas hubieran
vendido pinturas esta noche. La mayoría de ellas eran baratas para los
estándares de la galería, que oscilaba entre $ 500 y $ 3.000. Eso
significaba que la de Kamiko había sido una de las piezas de mayor
precio de venta. Estaba tan orgullosa de ella.
Tal vez un día, yo vendiera un cuadro por mil dólares.
Fuera de la esquina de mi ojo, me di cuenta que Tiffany tropezaba
hacia la entrada. Parecía totalmente borracha. Creí que se había ido,
pero no estaba en condiciones de conducir.
Fui hacia la puerta mientras se iba, mirándola caminar sobre la
acera. Tal vez estrellaría su auto contra un poste de teléfono en su
camino a casa y no tendría que preocuparme sobre que hiciera que
me echaran de la universidad en mi próxima audiencia con el tribunal
de la SDU.
Suspiré.
Por mucho que odiara a Tiffany, no podía dejar que fuera a su
casa totalmente borracha.
Entonces me di cuenta que tropezó con un hombre fumando un
cigarrillo fuera. Llevaba una chaqueta de cuero hecha jirones y estaba
apoyado en un parquímetro. Ella se inclinó hacia él y agarró las solapas
de su chaqueta. Él la miró sorprendido. Pero luego de darle un buen
vistazo a Tiffany una sonrisa apareció en su rostro. Dejó caer su cigarrillo
y lo pisó con su bota. Supongo que Tiffany lo conocía porque puso un
brazo alrededor de su cintura y la levantó.
Había dos mujeres jóvenes fumando afuera, acurrucadas y
hablando entre sí. ¿El chico de la chaqueta había estado hablando
con ellas cuando Tiffany salió? No estaba segura. Qué extraño.
Tres chicos dentro de la galería pasaron delante de mí, riéndose
de algo que uno de ellos había dicho cuando salieron a la acera. El
chico de la chaqueta los miró. Uno de los tres chicos asintió y le dijo:
—Hola.
El chico de la chaqueta asintió.
—¡Ahí están!—Dijo Romeo detrás de mí—. He estado buscándolos
por todos lados. Creo que Dillon y Kamiko necesitan un momento de
intimidad, así que los dejé solos en el jardín de esculturas. Además, no
podían más que hablar de dibujos animados. Todavía están hablando
de Hora de Aventura. Creo que Kamiko está enamorada. ¿Quieres ver si
el bar tiene alguna bebida?
—Claro —le dije distraídamente mientras Romeo me agarraba la
mano y me llevaba dentro de la galería.
Caminamos hacia el bar. La multitud se había reducido
considerablemente. Las personas se dirigían hacia la puerta. No tomaría
mucho tiempo conseguir una bebida. No es que fuera a tener algo de
alcohol. Era la conductora designada esta noche.
Tiffany.
El chico de la chaqueta.
Algo no estaba bien.
—Volveré, Romeo —le dije, tirando mi mano de las suyas. Pasé
junto a lo último de la gente paseando casualmente hacia la puerta.
En el momento en que estuve en la acera, sabía que algo andaba
mal.
Tiffany y el chico de la chaqueta se habían ido.
—¿Tiffany?
Moví mi cabeza de izquierda a derecha. No la vi. Me volví a las dos
chicas que seguían fumando afuera.
—¿Vieron en qué dirección se fue esa chica con el cabello rubio
platino y vestido blanco?
Una de las chicas fumando dijo:
—¿Te refieres a la chica con ese chico de la chaqueta de cuero?
—Sí.
—Creo que se fueron en esa dirección. —Señaló con su cigarrillo.
—Gracias. —Salí corriendo.
Oh, Dios mío, Tiffany.
Ahora que estaba pensando en ello, el chico de la chaqueta se
había visto un poco demasiado sarnoso para ser su tipo.
—¡Tiffany! —grité.
Pasé un callejón y me detuve. Miré hacia la oscuridad. No la vi. Y
no vi nada que pudieran ser ellos escondidos detrás de un contenedor
de basura o de botes de basura o lo que sea.
Corrí por la acera hasta que me detuve en una intersección de
cuatro vías. El corazón latía con fuerza en mi pecho. No de correr, sino
de la máquina de pánico haciendo fuego en mi estómago. Miré arriba
y abajo de la calle transversal. Tenía un montón de farolas brillantes en
ambas direcciones. Pero al frente, la calle estaba oscura. Creo que vi
movimiento adelante.
Síp.
El pequeño punto del vestido blanco y del cabello de Tiffany
brillaba débilmente en el claro de luna.
—¡Tiffany! —grité. La luz estaba roja, pero corrí de todos modos. Un
auto tocó la bocina y se desvió a mi alrededor. Por suerte, no había ido
muy rápido. Lo esquivé y crucé al otro lado de la calle.
Corrí por la acera, gritando con todos mis pulmones:
—¡Tiffany!
Definitivamente era el chico de la chaqueta quien estaba con
ella, su brazo alrededor de su cintura. Giraron por una calle antes que
los alcanzara.
Para cuando doblé la esquina, el chico de la chaqueta había
clavado a Tiffany contra una pared de ladrillo. Su bolso estaba en el
piso. Tiffany estaba empujándose hacia él con manos débiles. Estaba
demasiado borracha para pelear. Ella cayó de rodillas. El chico de la
chaqueta la agarró por la manga y yo salté sobre su espalda,
golpeando la parte posterior de su cabeza con todo lo que tenía. Él se
puso de pie y se tambaleó hacia atrás, estrellándome contra la ventana
de un auto estacionado. Una iluminación blanca se disparó arriba y
abajo de mi espalda mientras el dolor explotaba en mi cuerpo.
Me deslicé por el auto. Mi trasero golpeó la acera.
El chico de la chaqueta se dio la vuelta, viéndose sorprendido. Sus
labios estaban bien abiertos sobre dientes torcidos y apretados. Estaba
encorvado como un animal. Giró su bota hacia mi rostro, pero yo me
puse sobre un lado y me puse de pie. Su bota golpeó la puerta del auto
donde mi rostro había estado, abollándola. Luego se abalanzó sobre mí
y yo pasé mis uñas por su mejilla.
—¡Me cortaste, perra! —gritó.
Vi el rostro de Damian Wolfram caer en su lugar sobre la chaqueta
de hombre. La ira estalló dentro de mí como una bomba de neutrones y
mi visión se puso roja. Levanté mis brazos hacia él como palas de
helicóptero, con el objetivo de que mis uñas llegaran a sus ojos. Él se
tambaleó hacia atrás y tropezó con las piernas de Tiffany. Yo seguí
balanceando los brazos. No tenía idea de lo que estaba haciendo,
pero no iba a parar.
Mis dedos estaban bien abiertos hacia la piel de su otra mejilla. Él
buscó distancia como una ardilla a cuatro patas. Cuando se puso de
pie, se detuvo y me miró. Se tocó la mejilla ensangrentada y examinó la
sangre que tenía en los dedos.
—Voy a cortarte, perra —dijo mientras sacaba un cuchillo de su
bolsillo. Movió la hoja dentada abriéndola con el pulgar.
Oh no. Estaba jodida.
Él avanzó hacia mí. Si corría, nunca me atraparía. Pero no podía
dejar a Tiffany sola con él.
La cara del chico de la Chaqueta ya no era de Damian Wolfram.
Era solo un chico feo con chaqueta que tenía heridas de uñas rojas en
la cara. Me di cuenta de la saliva en su labio inferior. Me obsesioné con
la saliva. Era tan blanca en la oscuridad. No podía dejar de mirarla, creo
que porque no quería pensar en el cuchillo. No sabía qué hacer.
Alguien iba a ser apuñalada, pero no estaba dispuesta a aceptar ese
hecho.
Él dio un paso hacia mí.
La saliva. La saliva. La saliva.
Él comenzó a reír como una bisagra oxidada, agitando el cuchillo
lentamente a través del aire en círculos perezosos.
Sus ojos se abrieron de repente, llamando mi atención sobre ellos,
rompiendo el hechizo de la saliva.
—No cortarás a nadie —dijo Tiffany. Estaba detrás de mí. Me volví y
vi que estaba sentada en el suelo, con una pequeña pistola de plata en
ambas manos. Estaba mirando directo al chico de la chaqueta—. A
menos que quieras que te haga explotar las pelotas, idiota.
—Baja el arma —dijo el hombre de la chaqueta.
—¿Estás loco, pendejo? —se burló Tiffany—. Voy a contar hasta
tres para que huyas. —Tiffany arrastró las palabras, obviamente
borracha, pero sosteniendo la pistola sorprendentemente estable—.
Uno…
El chico de la chaqueta sonrió como una cobra.
—No vas a disparar.
—Dos…
Dio un paso con confianza hacia Tiffany.
—Estás demasiado borracha. Vas a fallar por un metro.
—He estado tomando lecciones de tiro desde que tenía diez años,
tarado. —Se rió—. ¿Cuál es la pelota que quieres salvar, la derecha o la
izquierda? Ah, mierda, voy a ver si puedo conseguir ambas con una sola
bala—. Ladeó la pistola como siempre hacían en las películas.
¡Cha-CHAK!
—Tres… —dijo Tiffany.
El chico de la chaqueta huyó tan rápido, que fue un borrón.
Tragué y sentí que mi corazón iba de nuevo a mi garganta.
—Idiota —dijo Tiffany cuando bajó el arma.
Me arrodillé junto a ella, mis piernas temblando como gelatina. No
podría haberme puesto de pie si lo hubiera querido. Mi estómago
estaba en el ciclo de centrifugado.
—¿Estás bien?
Tiffany dio un buen vistazo hacia mí. Después de un momento, el
reconocimiento cayó en su cara, que se agrió cuando se dio cuenta
que era yo.
—Estoy bien. —Bajó con cuidado la cosa del martillo en la parte
posterior de la pistola. Sabía que eso significaba que no estaba a punto
de disparar ya. Deslizó la pistola en su bolso con un resoplido fuerte.
Trató de levantarse, pero estaba teniendo problemas.
—¿Necesitas ayuda? —le pregunté, con las manos apoyadas en
mis muslos.
—No —espetó.
Observé su lucha por ponerse a cuatro patas, pero eso fue lo
único que logró.
—Aquí —le dije, y puse mis brazos alrededor de los suyos y la puse
de pie.
Tiffany se apoyó en mí.
La adrenalina todavía brillaba en mis venas. Me temblaban las
manos, mis rodillas oscilaban, mierda, incluso mi cabello estaba
hormigueando. Me sorprendió que pudiera ponerme de pie y mucho
menos abrazarla también.
—¿En qué dirección está tu auto? —le pregunté.
—No lo sé —arrastraba las palabras, totalmente frustrada, como si
estuviera molestándola.
—¡Oh Dios mío! ¡Sam! —Romeo chirrió detrás de mí—. ¿Qué diablos
pasó?
Tiffany y yo nos dimos la vuelta para mirarlo.
—¿Qué campanas en los infiernos? —Romeo estaba
boquiabierto—. ¿Tú y Tiffany son hermanas tijeras?
—Sí, Romeo —dije con sarcasmo—. Estábamos a punto de hacer
saltar los frijoles de cada una un rato antes de entre cruzar las piernas
con la otra.
—¿Puedo ver? —preguntó inocentemente.
Fruncí el ceño.
—Pensé que eras gay.
—Pero este es un evento histórico —dijo—, y alguien tendrá que
documentarlo. Necesitarás una prueba. De lo contrario, nadie va a
creerte. —Sacó su celular—. Tomaré una foto de ustedes dos.
—¿Puedo dispararle? —preguntó Tiffany.
—Por favor. —Me reí. Solo tomó unos tres segundos para que mis
risitas se convirtieran en lágrimas de alivio.
Samantha
Mis dos uñas todavía no habían crecido completamente después
de que me las había arrancado en carne viva la noche que había
salvado a Tiffany. Ellas me habían hecho ver estrellas durante días.
Pero ahora, eran un fastidio menor.
Me senté en una hilera de sillas en un vestíbulo del segundo piso del
edificio de Historia y Ciencias Sociales, que estaba cerca de la oficina
del Decano, esperando mi audiencia en el tribunal SDU por
supuestamente robar hace dos meses la tarjeta de crédito de Tiffany.
Me puse el mismo traje que había usado en la corte el día que
Christos había sido juzgado. Chaqueta negra, falda al tubo gris, blusa
blanca, medias negras y zapatos de tacón negros. Mi maquillaje era
ligero, lo suficiente para parecer profesional.
El traje parecía apropiado porque ahora yo estaba a punto de ser
enjuiciada.
Una mujer usando un desaliñado traje de oficina abrió una de las
puertas del vestíbulo y se asomó.
—Puedes entrar ahora —dijo.
Ella sostuvo la puerta para mí mientras entraba en una sala de
conferencias. En el otro extremo de la gran mesa de conferencias de
madera, el Decano Livingston estaba sentado a la cabeza, llevando un
traje, flanqueado por una mujer mayor y un hombre de mediana edad.
Ambos vestían trajes y asumí que eran administradores SDU. Tiffany
estaba sentada cerca de ellos, algunos asientos más abajo. El señor
Selfridge, mi antiguo jefe del museo, sentado frente a Tiffany. Con algo
de suerte, él sería capaz de decir algo que ayudara en mi caso. La
mujer que me había dejado entrar estaba sentada cerca de la puerta,
detrás de un ordenador portátil instalado sobre la mesa de
conferencias.
Saludé al Sr. Selfridge y le sonreí.
Él sonrió de vuelta.
No estaba completamente segura donde se suponía debía
sentarme. Pero nadie pareció decirme a donde ir, entonces escogí un
asiento más cerca a la puerta, no queriendo estar muy cerca de Tiffany.
Además, si tenía que retirarme rápidamente, podría escaparme por la
puerta sin ser notada. No.
Al menos esta no era una sala de tribunal propiamente dicha con
guardias armados, el jurado y mesas de la defensa y todas las reglas.
Saber que tenía un ligero grado de control sobre las cosas hoy alivió mis
nervios ligeramente. No es que yo sería arrestada y esposada si las cosas
salieran mal.
Puse mi café sobre la mesa y mi mochila en el suelo. No había
manera de que pudiera aguantar esta mañana de masacre sin
cafeína. Debatí jalando mi ordenador portátil fuera, pero no es como
que yo tuviera archivos del caso para repasar, o algo así. Todo lo que
iba a hacer era decirles lo que sabía, que no era mucho, y esperar que
me creyeran.
Ojalá Christos hubiera estado aquí para sostener mi mano, pero él
tenía demasiado trabajo que hacer sobre sus pinturas. No era como si
fuera a terminar en la cárcel si las cosas fueran mal hoy. Si terminara por
ser expulsada de la SDU, vería a Christos todos los días.
Pero realmente, realmente esperaba evitar ser expulsada. Había
trabajado muy duro para tirar todo por la borda ahora. No quería dejar
de tomar más increíbles clases de arte y ver a mis amigos todos los días.
Porque sabía que si fuera expulsada, sin importar lo que alguien diga,
vería mucho menos a Madison, Romeo, y Kamiko.
Suspiré.
El decano Livingston murmuró de un lado a otro con los dos
administradores sentados a su lado, entonces él se volteó hacia mí
—Gracias por su paciencia, señorita Smith. ¿Creo que estamos listos
para comenzar? —Levantó sus cejas y echó un vistazo a todos.
Nadie objetó.
El decano Livingston hojeó los archivos que descansaban sobre la
mesa delante de él.
—Como usted sabe, señorita Smith. —Asintió hacia mí—. La razón
por la que estamos aquí hoy es porque la señorita Kingston-Whitehouse
la ha acusado de robo. El robo de su tarjeta de crédito, para ser exacto,
mientras estaba visitando al mecenas de Eleanor M. Westbrook en el
museo de arte, dónde usted trabajaba entonces.
Quería decir: ―¡Me opongo!‖ pero yo no era una abogada y esta
no era una sala de tribunal. Sabía lo suficiente para mantener mi boca
cerrada hasta que ellos me dijeran que era mi turno de hablar. Sólo
entonces me lanzaría sobre la mesa y estrangularía a Tiffany por el
cuello mientras le exigía que diga la verdad.
El Decano dio vuelta hacia el Sr. Selfridge y dijo:
—Sr. Selfridge le gustaría decir algunas palabras en nombre de la
señorita Smith.
No esperaba esto. Esperaba que él no hablara mal de mí.
Sr. Selfridge se levantó y alisó su chaqueta. Entrelazó sus manos
delante de su cintura y me sonrió.
—Aunque sólo tuve el placer de trabajar con la señorita Smith por
unos cuantos meses, en ese tiempo la encontré siendo diligente,
trabajadora, una joven directa. Ella siempre hacía su trabajo, y lo hizo
bien, siempre fue agradable con los visitantes patrocinadores, nunca
fue impaciente, y siempre fue responsable. —Él me sonrió antes de
voltear hacia los administradores—. Confié en Samantha
incondicionalmente, y no tenía ninguna preocupación sobre dejarla a
cargo del museo cuando tenía que salir por diligencias.
El decano Livingston miró al Sr. Selfridge y dijo:
—¿Tengo entendido que usted no estaba presente en el momento
del robo?
—No —dijo el Sr. Selfridge disculpándose—, estaba en reunión con
el rector de la Universidad Adams en ese momento. Sabes cómo es Bill
sobre sus reuniones. —El Sr. Selfridge sonrió.
El Decano le sonrió.
—Sí lo hago. —Luego su sonrisa se desvaneció—. ¿Pero no estabas
en el museo en el momento del incidente?
—Lamentablemente, no —dijo Sr. Selfridge—. Solo estuve presente
después, cuando la señorita Kingston-Whitehouse volvió por su tarjeta
de crédito.
El Decano asintió, al igual que los dos administradores que lo
flanqueaban. La administradora mujer me lanzó un rápido vistazo. Le di
mi mejor sonrisa, tratando de lucir inocente y agradable.
Ella apartó la mirada. ¿Ya había decidido que era una culpable
mentirosa? Esperaba que no.
El Decano miró a los papeles delante de él y dijo:
—¿Sr. Selfridge, estoy en lo cierto al decir que vio a la señorita Smith
retirar la tarjeta de crédito robada de su cartera?
—Sí.
—¿Pero nunca vio cómo llegó allí?
—No.
—Gracias, Sr. Selfridge —terminó el Decano—. Puede sentarse.
El Sr. Selfridge se sentó y lanzó una sonrisa nerviosa en mi dirección.
Le sonreí de vuelta sinceramente. Él lo había intentado. ¿Quiero
decir, qué más podría decir? Él no había visto como la tarjeta había
llegado a mi cartera. Demonios, yo había estado en los servicios cuando
eso había pasado. Por lo que sabía, Tiffany había contratado ninjas
para colarse en el museo y ponerlo allí.
Se me ocurrió que estar en ese momento en los servicios higiénicos
era posiblemente la peor coartada de todos los tiempos. ¿Cómo, se
suponía, que iba a probarlo? ¿Pescar mi viejo tampón de algún lugar de
la alcantarilla y hacerle la prueba del carbono 14 por el tiempo que
había usado el baño de damas? Sí, correcto.
No tenía nada.
—Señorita Kingston-Whitehouse —dijo el Decano—. ¿Podríamos
escuchar su versión de los acontecimientos?
Tiffany se levantó para hablar. Usaba una sexi falda tubo color
plata y una ajustada blusa color lila que estaba sólo abotonada hasta
la mitad de su escote. Su cabello rubio flotaba a través de su pecho.
Ella lucía ridículamente caliente. Supongo que era apropiado. Cuándo
la Reina gritaba desde su trono: "¡Que le corten la cabeza!" ella por lo
general llevaba un atuendo elegante.
El Decano, el Sr. Selfridge, y el otro administrador hombre se veían
hipnotizados por la belleza de Tiffany. La administradora mujer, en lugar
de ser maliciosa, parecía igualmente encantada.
¿No era un hecho que las personas tendían a confiar en la gente
atractiva más que en los menos atractivos?
¿Aun cuando eras un desconocido?
Si fuera cierto, Tiffany estaba tan hermosa en este momento que los
administradores iban a creer cada palabra que ella dijera. Cuando me
levante para hablar, el Decano ya tendría una soga en sus manos, y él
estaría tocando los nudos en preparación para mi ahorcamiento. El tipo
a su lado estaría cargando un rifle para mi pelotón de fusilamiento, y la
administradora haría entrar el veneno en una jeringuilla de modo que
podría darme una inyección mortal aquí y ahora.
Tiffany hizo un espectáculo de alisar su falda.
No tenía idea lo que iba a decir. Tal vez, solamente tal vez, podría
decir la verdad. No. ¿A quién estaba engañando? Esta era Tiffany
Kingston-Whitehouse. Todo lo que ella hacía en la vida era salirse con la
suya. Oh bueno. Incluso si me expulsaran de SDU, ella no podía llevarse
a Christos lejos de mí, y ella no podía detenerme de estudiar arte.
Lo que sea.
Tiffany asintió hacia el Decano.
—Decano Livingston, no sé por dónde comenzar.
Yo sí. ¿Qué tal sobre la verdad?
—Usted ve… —Tiffany dijo nerviosamente.
Ella lucía más que nerviosa. Cuando miento descaradamente, por
lo general lo estaba.
—Um… —Tiffany tartamudeó—, todo esto ha sido un gran
malentendido. Yo, uh, bueno… en cierto modo puse mi tarjeta de
crédito en la cartera de Samantha yo misma.
Pienso que realmente escuché ruidos húmedos estallando cuando
los ojos de todos saltaron de sus órbitas. Eso por supuesto era ridículo.
Porque necesitaba conseguir una revisión de mis oídos. No había
manera de que hubiera escuchado a Tiffany decir lo que pensé que
ella había dicho.
Tiffany lucía muy nerviosa mientras los administradores la miraban
boquiabiertos.
—¿Vamos de nuevo? —dijo el Decano.
—Puse mi tarjeta de crédito en su cartera… —dijo Tiffany—, como
una, uh, broma. No sé por qué. Fue una estupidez. Y la dejé meterse en
problemas. —Tiffany volteó hacia mí, una mirada afligida sobre su
rostro—. Lo siento realmente, Samantha. Fui una completa estúpida por
hacer esto. —Ella dio vuelta hacia los administradores—. Sé, que
probablemente ahora estoy en un gran problema. Eso está bien.
Aceptaré lo que sea que ustedes decidan hacer. —Ella se sentó de
nuevo.
El Decano y los dos administradores murmuraron de ida y vuelta. No
podía entender lo que ellos decían porque estaban sentados
demasiado lejos, pero podía verlos levantar sus cejas con incredulidad.
Estaba tan sorprendida como ellos lo estaban.
Guao, cuando Tiffany se puso de pie para hablar hace dos
minutos, había pensado que su hipnótica belleza había sido nada más
que una artimaña diabólica para cubrir su perversión. Estaba
equivocada. Había sido un reflejo de su cambio de opinión acerca de
mí.
Resultó que Tiffany Kingston-Whitehouse estaba llena de sorpresas,
ninguna mierda, como me temía.
Guao.
Aprendí algo nuevo hoy.
Las personas cambian.
Incluso las perras odiosas.

Había una reunión de personal de The Wombat en el Toasted Roast


esa tarde. Justin había enviado por correo electrónico a todos hace dos
días y dijo que iba a anunciar el ganador de la votación general en
todo el campus entre mi dibujo y el de Tammy Lemons para la nueva
mascota de Wombat hoy. No podía esperar para saber los resultados.
¿Era posible que un rayo caiga dos veces en un día? Crucé los
dedos.
Me encontré con Romeo delante de la Biblioteca Central antes de
ir al Centro de Estudiantes.
—¡Guao! Sam —dijo Romeo con excesiva emoción—. ¡Te ves
caliente como el infierno!
Yo todavía llevaba mi sexy traje para la audiencia en el tribunal.
—¿Tienes una entrevista de trabajo? —preguntó con entusiasmo—.
¿O vas a entrar en alguna reunión corporativa, con un puñado de
ejecutivos que toman decisiones que configurarán el mundo?
—Para, Romeo. —Me reí—. Tenía que usarlo para mi audiencia en
el tribunal.
—¿Cómo te fue? —preguntó, de repente serio.
—Tiffany admitió haber puesto su tarjeta en mi cartera. Dijo que
solo fue una broma.
—¿Qué? —dijo Romeo con asombro—. Estás mintiendo.
—No, en serio.
—Seriamente caliente —dijo Justin Tomlinson sugestivamente,
caminando hacia nosotros desde el otro lado del amplio puente que
conducía hacia la Biblioteca Principal—. Estás vestida para matar hoy,
Samantha. —Él me miró arriba y abajo.
—Sí. —Romeo sonrió—. Ella tiene una pistola con silenciador en su
mochila y ella va a usarla más tarde para asesinar a algún jefe de
estado después de darle sexo oral a su estado.
—¡Romeo! —reprendí.
—¿Qué? —preguntó Romeo defensivamente—. Ningún jefe de
Estado dejaría jamás que te acerques lo suficiente para asesinarlo sin
seducirlo primero. ¿No ves películas de espías?
Me incliné hacia Romeo e hice un gran espectáculo de mirar
detenidamente una de sus orejas.
—¿Qué estás haciendo, Sam? —espetó, alejándose.
—Estoy tratando de ver en ese cerebro tuyo así puedo ver todas las
ideas locas flotando dentro. Probablemente es más divertido que un
parque de diversiones. —Me reí. Me incliné hacia él de nuevo, mirando
fijamente.
Romeo me dio manotazos con ambas manos en repetidas
ocasiones como un gatito jugando.
—¡Suficiente! ¡Son mis ideas, y cobro la entrada! —Comenzó a reír,
y siguió agitando sus manos.
Retrocedí antes de que me diera una bofetada.
—Me equivoqué. Era sólo cerumen.
Justin arrugó su nariz y se rió de nosotros, luciendo súper lindo.
—Ustedes son certificadamente locos. —Se rió.
—Completamente —le dije, sonriéndole a Justin. Noté sus ojos
brillando en mí. Sí, prácticamente parecía como si él perteneciera a la
portada de una revista de adolescentes. Pero de veinte años de
manera que hacía desmayar a todas las mujeres menores de cuarenta.
Antes de que pudiera apartar la mirada, Justin volteó hacia
Romeo, con los ojos todavía centellantes, y dijo:
—Romeo, hazme saber lo que cobras por la entrada. Yo pagaría
por ver la fábrica de locuras dentro de tu cabeza. ¿Hay alguna manera
de que podamos embotellarlo para The Wombat?
—Ahí está. He estado trabajando con Willy Wonka, ya sabes, el tipo
con la fábrica de chocolate, para formular una receta secreta. Pero
todavía no hemos decidido si destilar mí ingenio en caramelos duros o
en tabletas de chocolate.
—Voto por caramelos duros. —Justin sonrió—. Cuestan menos y
duran más.
—Sí —dijo Romeo seriamente—. Pero, como un malvado villano, mi
único objetivo es despojar a todos los niños del mundo de sus mesadas,
para llenar mis propias arcas. —Él estalló en una sonrisa.
Justin todavía le sonreía.
—¿Cómo lo haces? —Él se maravilló—. Siempre tienes más ideas. —
Justin se inclinó hacia Romeo, algo así como yo lo hice antes. Pero no
igual.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Romeo nerviosamente,
echándose para atrás.
Justin le lanzó una sonrisa.
—No le creo a Samantha cuando dijo que todo lo que vio era
cerumen.
—Uh, bueno —Romeo dijo inciertamente.
Justin sonrió torpemente y de repente se retractó.
—Probablemente es solamente cerumen. De todos modos,
deberíamos ir al Toasted Roast. Es hora de la reunión de personal.
Justin comenzó a caminar hacia el Centro de Estudiantes. Romeo y
yo lo seguimos. Encontramos Keith, Micah, Alyssa, y Tammy ya sentados
en dos mesas juntas en el patio exterior de Toasted Roast.
—Hey, chicos —dijo Justin, sentándose.
Romeo y yo encontramos sillas.
—Lo crean o no —dijo Justin—. Conseguimos, casi seis mil votos
para la nueva mascota de Wombat.
—Guau —dijo Alyssa.
—Mierda —dijo Keith—, no pensé que alguien leyera The Wombat
más.
—Estamos marcando tendencia —dijo Micah—. Por supuesto que
sí, ellos lo hacen.
—¿Cuáles fueron los resultados? —Tammy Lemons exigió.
Justin sacó una hoja de papel de su mochila. Mostró una copia
impresa de una captura de pantalla de los resultados de la encuesta.
—Fue una carrera muy reñida —dijo Justin—. 3.277 votos para Sam,
2649 para Tammy. ¡Felicidades, Sam! ¡Ganaste! ¡Tenemos nuestra nueva
mascota! ¡Potty el Wombat Fumón!
—¿Qué? —dije. Debo haber escuchado mal.
—¡Ganaste Sam! —Romeo vitoreó—. ¡Has ganado! —Lanzó sus
brazos alrededor mío y me abrazó con fuerza.
Justin, Keith, Micah, y Alyssa todos aplaudieron, con grandes
sonrisas en sus rostros.
—¡Felicidades, Sam! —Alyssa sonrió.
—Potty para Presidente —dijo Micah—. Alzando sus puños.
—Ahora sólo tengo que averiguar dónde Potty compra su
marihuana. —Keith sonrió—. La contundencia de esto es descomunal.
Micah le chocó los cinco y ambos se rieron como marihuaneros
totales.
Al final de la mesa, Tammy Lemons frunció el ceño.
—Lo siento, Tammy —dijo Justin.
Me sentí mal por Tammy. En cierto modo. Pero no quería jactarme
de ello. ¡Había ganado! ¡El rayo había caído dos veces hoy!
¡Yupi!
Una sonrisa se extendió por mi rostro.
Eché un vistazo a Justin, esperando ver a su centelleante sonrisa.
Pero sus ojos estaban sobre Romeo.
¿Que él qué?
¿Cómo no me había dado cuenta antes?

Romeo me acompañó hasta mi auto en el estacionamiento Norte


después de la reunión del personal Wombat. El sol flotaba por encima
del horizonte, empapando el cielo de cálidos amarillos y naranjas. Ya se
sentía como el clima de verano en San Diego a pesar de que todavía
era primavera.
—Romeo, creo que a Justin le gustas —le dije.
—Sí, a él también le gustas —dijo Romeo—. ¿Y?
—No, quiero decir, como atraer.
Romeo se burló y negó.
—De ninguna manera, Justin no es gay. Me habría dado cuenta.
—Es lo que pensaba. Pero, no sé, tal vez es porque los dos
estábamos nerviosos por llegar a conocer a todo el personal en las
reuniones. Y tú siempre te enfocabas en tratar de proponer ideas
divertidas para impresionar a todos. Sé cómo eres. Te dejas llevar por
completo cuando estás inspirado.
Romeo asintió pensativo.
—Bueno, ¿no crees que tú habrías notado ya que él era gay?
—Tal vez. Pero, Romeo, tú exudas tanta homosexualidad en todo
momento que bloqueas el radar gay de todos.
Romeo levantó una ceja.
—Tiene razón en eso.
—Entonces tal vez tú deberías invitarlo a salir.
Romeo se rió.
—¿Por qué haría eso?
—Porque, a pesar de tu entusiasmo por el macho de la especie,
nunca te he visto en una cita con un hombre ni bestia.
—He estado en algunas citas muy espeluznantes con algunos
hombres que pueden haber sido bestias. ¡Rawr! —Romeo bromeó.
Dejé de caminar y entrecerré mis ojos a él.
—¿Cuándo?
—Siempre —rebatió y siguió caminando hacia el
estacionamiento—. ¿Cuándo no estoy en una cita?
Corrí para alcanzarlo.
—¡Ve más despacio estoy en tacones!
Redujo la velocidad hasta que lo alcancé.
—Vamos, Romeo. ¿No crees que ya me habrías presentado a una
de tus citas? ¡Te conozco desde hace nueve meses!
—Me gusta mantener mi vida personal privada —dijo mientras
caminaba—. Además, nunca salí con nadie por mucho tiempo.
Tuve la sensación de que Romeo trataba de escapar. Agarré su
brazo y lo detuve otra vez.
—¿Para cuándo? —le pregunté.
—¿Qué?
—¿Para cuándo es tu cita? —exigí.
Romeo rodó los ojos con desesperación y me dio una mirada
suplicante. Nunca lo había visto tan genuinamente nervioso antes.
Nivelé mi mirada hacia él, pero estaba evitando mis ojos.
—Tienes que invitar a salir a Justin —dije.
De repente me miró, con ojos desorbitados como si yo estuviera
loca.
—¡No puedo pedirle salir a Justin!
—Bien. Le preguntaré por ti.
—Esta no es la secundaria, Sam —dijo como si estuviera
educándome como un padre—. Puedo preguntarle yo mismo. Si
quisiera.
—Entonces, ¿por qué no lo haces? Es totalmente lindo. Y él no
podía dejar de mirarte hace un momento durante la reunión de
personal. Y le encanta tu sentido del humor. Parece un buen partido
para mí.
Romeo rodo los ojos.
—¿Entonces qué? Sabes que estoy completa e inútilmente
enamorado de Christos. Me estoy guardando para él. —Su habitual
sarcasmo estaba de vuelta.
—Romeo, también tuviste un total e inútil enamoramiento de
Hunter Blakeley. ¿Y cómo quedó eso?
—¡Perfectamente! ¡Christos me salvó de él! ¡Prácticamente me
desmayé en el lugar cuando él tropezó con Hunter ese día después de
la clase de escultura!
No le estaba creyendo. Eran todos los signos de exclamación los
que Romeo estaba usando. Yo misma sabía una cosa o dos sobre ellos.
Puse los ojos en blanco.
—Creo que tienes miedo, Romeo. Evidentemente le gustas a Justin.
A diferencia de Hunter, que es hetero. Después de la reunión de hoy, y
aquel extraño momento cuando trató de mirar en tu oreja frente a la
Biblioteca Central, por supuesto él es gay.
Romeo se estremeció cuando mencioné el momento en la
biblioteca. Y, continué
—Me da la impresión que Justin está disponible. Creo que eso te
asusta.
Romeo se consternó.
—¿Romeo, deliberadamente estás tratando de evitar salir con un
tipo lindo como Justin? ¿O es por costumbre?
Romeo sonrió y encogió sus hombros suavemente.
Asentí y doblé mis brazos a través de mi pecho.
—Eso es lo que pensé. Hablas como todo un gay pero sin caminar
sobre un arcoíris.
Romeo echó un vistazo alrededor, asegurándose de que nadie
escuchara lo que él estaba a punto de decir. Algunos estudiantes al
azar caminaban aquí y allá, pero nadie estaba más cerca de quince
metros de distancia.
En una baja, avergonzada voz, Romeo murmuró:
—Puedo hablar como si yo fuera Fifty Shades of Gray cuando se
trata de vida gay, Samantha, pero eso no significa que tenga alguna
experiencia práctica cuando se trata de asuntos del amor.
Sacudí mi cabeza.
—Espera, ¿qué? ¿De qué estás hablando, Romeo? Pensé que
habías ido a Hillcrest constantemente para el crucero de chicos.
Romeo agitó su mano con desdén:
—Solo iba hasta el Old Globe.
—¿Qué es el Old Globe? ¿Un bar gay?
—No. —Él sonrió—. Es un teatro clásico Shakesperiano en Balboa
Park. Un teatro con público alrededor, al aire libre bajo las estrellas.
Deberías ir alguna vez si quieres ver cómo Shakespeare se realizó en su
día. De todos modos, ayudo con los trajes y trabajo como ujier cuando
tienen shows.
—¿Entonces no vas al Brass Rail para conocer chicos para vomitar
sexo?
Negó.
—Hay que tener veintiún años para entrar al Rail. Es un bar normal
que sirve alcohol.
No podía creer lo que escuchaba.
—¿Y no estás saliendo con un nuevo chico gay cada fin de
semana, o lo que sea?
Negó otra vez.
—Ni siquiera he estado en una cita antes. Bueno, llevé a Kamiko a
nuestro baile de graduación, pero eso no fue realmente una cita.
—¿Llevaste a Kamiko al baile de graduación? —jadeé.
—Sí, nos la pasamos de maravilla. Pero todo fue por diversión.
Fuimos como amigos. Sin follada después. —Sonrió.
—¿Entonces tú nunca has estado en una verdadera cita?
—No.
—¿Ni con hombre ni bestia?
—Ni siquiera los yaks52. Lo juro. Nunca he estado en una cita con
nadie.
Su mención de los yaks trajo una sonrisa a mi rostro. Yak sodomitas...
eso había sido el año pasado cuando él había dicho que me sacaría
de mi angustia emocional por Christos. Guao, mi vida había sido tan
emocionante como el parque de diversiones en la cabeza de Romeo
desde que empecé la SDU.
—Guao, Romeo. —Suspiré—. Estoy totalmente sorprendida.
—Yo también. Esta patética realidad. No se la cuentes a nadie.
Incluso Kamiko no lo sabe. Le cuento todas esas historias acerca del
crucero para hombres en Hillcrest para que no me fastidiara sobre
conocer a alguien. —Él levantó las cejas, con expectación.
—Buen punto —le dije—. Voy a dejar de molestarte sobre Justin.
—Gracias. Cuando esté listo para la cita, lo haré. Por ahora, creo
que me gusta pasar el tiempo contigo y tu grupo. —Él envolvió un brazo
alrededor de mi cuello y trató de darme un coscorrón en la parte
superior de mi cabeza.
—¡Detente, Romeo! —Me carcajeé, apartándome—. ¡Vas a
estropear mi cabello!
Él estaba riendo, pero me soltó y me sonrió.
—Vamos, Sam. Vamos a llevarte a tu auto. Creo tienes algunas
buenas noticias que compartir con Christos, ¿verdad?
Le sonreí.
—Totalmente.
—Y no le digas a nadie sobre mi sucio pequeño secreto.
Crucé mi corazón.
—No lo haré. Para mí, siempre serás el gay superlativamente gay
en el planeta.
—Y tú serás la arpía más marica de todos los tiempos. —Sonrió.
Nos reímos juntos mientras caminábamos hacia mi VW.

52 Yak: Bóvido tibetano lanudo y de gran envergadura.


Samantha
Las últimas semanas pasaron volando. Me siento bien con mis
exámenes finales. Desde que Nikolos me contrató para ayudarlo en su
estudio, mi vida se había puesto mejor de lo que podría haber
imaginado.
Cuando mi tercer pago de la matrícula para el trimestre de
primavera había venido el mes pasado, Nikolos había insistido en
prestarme el dinero. Dijo que podría trabajar a tiempo completo
durante el verano. No iba a discutir con él. Paso la mitad del tiempo en
su estudio mirándolo pintar. Ya había aprendido mucho.
No le dije a Nikolos que incluso si trabajaba a tiempo completo en
verano, no tendría más dinero para cubrir mi matricula en otoño, no
después de devolverle el dinero que ya le debía.
No tenía idea si mis padres planeaban firmar los papeles del
préstamo para el próximo año. Estaban ocupados juntando las piezas
de su matrimonio roto. No había escuchado mucho de ellos
últimamente, pero ¿qué tenían para decirme? Estaban divorciándose.
¿Y qué? La mitad de los niños de América ya habían pasado por eso. Lo
que sea. Lidiaré con ello. Y descubriría como pagar la matrícula para el
próximo año cuando vinieran las cuentas.
En el examen final del jueves, entré a la sala de conferencias para
Historia Americana III. Estaba lleno de estudiantes ansiosos por empezar
el examen y seguir adelante.
Sabía que tenía una A en Pintura al Aire Libre y Diseño por hablar
con mi profesor durante las horas de oficina. Y sospechaba que tendría
una A o B en Sociología III basada en cuán bien me había ido en mi
examen final. ¡Historia Americana era mi último obstáculo antes que mi
primer año en la universidad terminara oficialmente!
Cuando miraba las preguntas en la hoja del examen, sentí una
oleada de confianza. Sabía exactamente qué escribir para mis
preguntas de examen. Mis horas de estudio habían valido la pena.
Después de solo dos horas, con una de sobra, cierro mi libro azul
con una sonrisa. Sabía que lo lograría. Bajé hasta el final de la sala de
conferencias y dejé mi libro azul en la pequeña pila que ya se había
formado en la mesa frente a la pizarra.
No pude evitarlo. Tuve que hacer un baile de felicidad. Chillé no
más fuerte que un ratón mientras giraba alrededor una vez antes de
controlarme. Estoy segura que los estudiantes todavía escribiendo
querían concentrarse.
La profesora sentada tras el escritorio me sonrió.
Le devolví la sonrisa antes de darme la vuelta y subir las escaleras.
Sonreía de oreja a oreja cuando salí. El clima era absolutamente
perfecto. El sol estaba alto en el cielo. Probablemente hiciera veintisiete
grados. Usaba pantalones cortos y una camiseta sobre mi bikini.
Madison y yo habíamos estado yendo a la playa en cada oportunidad
que teníamos desde el comienzo de mayo.
Estaba bronceada de pies a cabeza.
Bienvenida de vuelta a Mi Vida en la Playa, ubicada en San Diego,
California, mi lugar favorito en el planeta. Nunca volvería al deprimente
Washington D.C.
Salté y grité de alegría. ¡Estaba tan emocionada! ¡Había
atravesado mi primer año de universidad.
—Hola, chica loca —dijo Christos, apareciendo apoyado sobre un
árbol junto a la entrada de la sala de conferencias.
—¡Christos! —Salté a sus brazos.
La última vez que él me había estado esperando fuera de un
examen final había sido el pasado diciembre. En ese momento, creí que
habíamos terminado. Después de Damian Wolfram, pensé que nunca
encontraría el verdadero amor. Cuán equivocada había estado.
Le dio una buena apretada a mi culo cuando me besó
brevemente.
—¿Cómo te fue, agápi mou? —preguntó, volviéndome a poner en
el suelo.
—¡Muy bien! ¡Pasé mi final!
—Creo que necesitamos celebrar —dijo, mostrándome su sonrisa
con hoyuelos.
—¡Demonios sí! —grité—. ¿Qué tienes en mente?
Abrió la boca para hablar y sonó su teléfono.
—Espera un segundo. —Sonrió, sacando el teléfono de su bolsillo.
Miró la pantalla—. Tengo que tomar esta llamada. —De pronto, lucía
nervioso.
—Está bien —dije dubitativa. Su nerviosismo era contagioso. Como
celebrar.
Christos sostuvo el teléfono en su oreja y dijo:
—¡Hola! —contestó, mientras caminaba hacia la hierba frente a la
sala de conferencias. Claramente quería privacidad.
No otra vez.
Estaba determinada a no sentirme desanimada, sin importar qué
malas noticias podría tener después de colgar.
Mierda.
Miré el cielo y comencé a buscar nubes. El cielo azul estaba
perfecto y sin ninguna nube. La única nube en la zona era la oscura
dentro del estúpido teléfono de Christos.
Quería romper esa estúpida cosa.

Christos
—¡Russell! —dije cuando respondí el teléfono, intentando sonar
casual—. ¿Qué sucede?
Russell Merriweather rió al otro lado de la línea antes de hablar.
Siempre era bueno escuchar de él, sin importar las noticias.
—Christos, mi chico, ¿cómo has estado?
—Asombroso —dije, sonriendo.
—¿Alguna otra pelea?
—No últimamente. —Reí—. Pero te recuerdo diciendo algo sobre
ser capaz de patear mi culo. ¿Cuándo vas a demostrar esa mierda en
el cuadrilátero? —Sonreía mientras lo decía.
Él rió.
—No quieres meterte conmigo, hijo. Sabes que lanzo ladrillos
cuando me pongo los guantes. Rompería tu rostro.
—Trae tus ladrillos —bromeé—. Serán polvo cuando haya
terminado de golpear tu culo.
—Considerando que esa dura cabeza tuya está hecha de roca
sólida, quizás tengas razón. —Rió—. Pero sugiero que dejemos tu bonito
rostro intacto, por el bien de tu novia Samantha. Ella me gusta mucho.
—Sí, ella es maravillosa. —Sonreí—. Entonces, ¿qué sucede? Sé que
no llamaste solo para acosar mi culo.
—Sí, sí —suspiró Russell—. Quiero ponerte al tanto de la demanda
civil que tú a amigo Hunter Blakeley tiene sobre ti.
Mierda, creó que lo borré completamente de mi mente. Había
estado muy ocupado con cientos de otras cosas para importarme una
mierda sobre Hunter Maldito Blakeley y la nariz rota que le di hace unos
meses. Además, Russell estaba al tanto de las cosas y confiaba en el
para manejarlo.
—¿Y? —pregunté.
—Y, mi gente no tuvo mucha suerte con esperar al personal de
Hooters. Esas chicas recuerdan más a Jake y a ti que a Hunter Blakeley y
sus compañeros. Aparentemente —rió—, Jake y tú dan muchas
propinas.
—Lo intentamos —dije secamente.
—Y creo que le gustas a una de las meseras. Recuerda
exactamente quién eras. Incluso tuvo la valentía de preguntarle a mi
chico si podía conseguir tu número de teléfono. —Rió—. De cualquier
modo, mencionó que los vio a ustedes bebiendo con otras dos mujeres.
—Oh sí. Eran estudiantes de leyes en la Universidad de San Diego.
—¿Algo que deba saber? —preguntó Russell con una pizca de
diversión—. Parece que a dondequiera que vayas, las chicas se lanzan
sobre ti, hijo.
—¿Qué puedo decir? —Sonreí—. Pero no, se habían ido antes que
Hunter apareciera.
—Además —continuó Russell—, he tenido la oportunidad de revisar
las declaraciones de Hunter Blakeley y sus tres amigos en detalle. Todas
son muy parecidas, no luce bien. Tengo a mi gente revisando cada
cámara de bancos cercanos, cámaras de tránsito, cámaras de tiendas,
cualquier cosa que puedas imaginarte. No hay nada en video. Todo lo
que tenemos es la palabra de Hunter y sus amigos contra Jake y tú,
quien, por cierto, es un jovencito apuesto. Después de tener a Jake en
mi oficina para darle su deposición, Rhonda y Brianna no podían dejar
de hablar sobre él cuando se fue. Esas dos estaban babeando tanto
sobre él que necesitaban baberos. —Rió Russell.
Estallé en risas.
—Ese es mi chico. Si, Jake es asombroso. —Negué, sonriendo con el
pensamiento. Luego suspiré. De vuelta a los negocios—. Entonces, ¿en
que estábamos?
—Estábamos en que tu cita en la corte es en un par de días. No
creo que haya mucho más que pueda hacer además de gastar más de
tu dinero persiguiendo callejones sin salidas. Todo lo que podemos
hacer ahora es esperar que por algún milagro, podamos mantenernos
firmes en la corte. Sugiero que empieces a practicar tus ojos de
cachorro para el jurado. Los quiero mirándote como si fueras el
pequeño Tim en Un Cuento de Navidad53.
—Dios nos bendiga a todos54 —murmuré.

Un Cuento de Navidad: Novela corta de Charles Dickens.


53

Esta es la última frase de la novela ―Un cuento de Navidad‖ y la dice el pequeño


54

Tim.
—Ese es el espíritu —dijo Russell—. Haré lo que pueda Christos. Pero
no hay garantías. Seré honesto contigo. Se siente como si fuera una
carrera más cerca de lo que me gusta.
—Gracias, hombre.
—Estaremos en contacto.
Terminé la llamada.
Ahora a celebrar. Haré lo mejor para mantener una buena cara
para Samantha. Mi cara angustiada podía esperar hasta la corte.

Samantha
Mientras Christos estaba al teléfono, me ponía más nerviosa a cada
momento. A pesar del clima cálido, puse mis brazos a mí alrededor para
evitar temblar.
Cuando Christos finalmente colgó y se dirigió hacia mí, lucía
demacrado.
—¿Quién era? —pregunté—. ¿O no quiero saberlo? —Había tenido
suficientes malas noticias últimamente. Quizás podía esperar.
—Te lo diré, si quieres —suspiré.
¿Qué era el amor sin algunos problemas en el camino?
—Quiero saber.
—Era Russell. Sobre el jucio de Hunter Bakeley.
—Oh.
—Se ve bastante sombrío —suspiró.
—Oh —suspiré con él—. ¿Qué significa eso?
—Significa que quizás le deba a Hunter un montón de dinero
después del juicio.
—¿Qué es un montón?
—El ultimo estimativo que Russell me dio hace unos meses, estaba
entre doscientos cincuenta y ochocientos mil.
—¿Qué? —jadeé.
Asintió.
—¡Eso es absurdo! ¿Por una nariz rota?
—Oye. —Rió con amargura—. Antes estaban pidiendo más. Russell
ha estado negociando con el abogado de Hunter desde que empezó.
Russell está intentando resolverlo fuera de la corte, solo haciéndome
pegar las cuentas médicas de Hunter, las cuales son menores y
ahorrarles a todos una pérdida de tiempo y dinero. Porque,
enfrentémoslo, golpeé al tipo. Es malo que Hunter y su abogado no
haya aceptado ninguna de nuestras ofertas. Sospecho que alguien
trabajando para el abogado de Hunter hizo algo de investigación y
descubrió que mi familia tenía más que algunos dólares a nuestro
nombre.
Eso era un eufemismo. Entre Spiridon y Nikolos, la familia Manos
tenía montañas de dinero.
Christos continuó:
—Estoy seguro que el abogado de Hunter le gustaría tomar una
gran porción del dinero de los Manos. Probablemente crea que puede
llegar al dinero de mi padre a través de mí. Eso nunca sucederá —dijo
con confianza.
Pero podía ver una vena de nerviosismo que latía debajo de la
bravuconería de Christos. La seriedad de su situación estaba
asentándose. Era posible que perdiera en la corte esta vez. No había
un testigo sorpresa como yo para salvar el día. Todos los hechos estaban
sobre la mesa, por lo que sabía. Y no creía que Christos estuviera
guardándose nada esta vez. Bien podría terminar perdiendo su caso y
terminar debiéndole a Hunter una importante suma de dinero que no
podría ni imaginar. Él había dicho que los más bajo seria doscientos
cincuenta mil. Mierda. ¿Quién tenía esa cantidad de dinero?
—¿Puedes pagar doscientos cincuenta mil, o lo que sea, si las
cosas no van bien en la corte? —dije.
Negó.
—Ni de cerca.
—¿Puedes pedirle dinero a tu padre? —pregunté tentativamente—
. Quiero decir, ¿si tienes que hacerlo?
Puso los ojos en blanco.
—No. Eso sería meterme en el juego de Hunter y su abogado. Mi
padre no es parte de esto.
¿Cuán patético era que los dos estuviéramos teniendo problemas
económicos al mismo tiempo?
—Si termino teniendo que pagar —dijo Christos—, me las arreglaré
yo solo —dijo, con gravedad, una mirada lejana en sus ojos.
No me gustaba como sonaba eso. Si había una cosa que sabía
sobre Christos, cuando estaba acorralado, hacia lo que sea para
sobrevivir, sin importar cuán loco y peligros fuera.
Cualquier cosa.
Mierda.
Mi humor para celebrar estaba oficialmente muerto y enterrado.
—De cualquier modo —dijo resuelto—. A la mierda con eso. A la
mierda con Hunter. ¡Es hora de celebrar! —Su rostro brillaba con una
enorme sonrisa—. ¡Terminaste tu primer año en la universidad, agápi
mou! ¡Estoy tan orgulloso de ti! —Se agachó, me tomó por las caderas
con sus grandes manos y me levantó como si no pesara nada. A pesar
de su dañada situación económica, Christos estaba más físicamente
fuerte que nunca. Respiré hondo antes de caer en sus brazos.
—¡Christos! —chillé—. ¡Bájame!
Rió y me colocó sobre mis pies antes de inclinarse y besarme
apasionadamente. Rodeé su cuello con mi brazo y nos besamos por
mucho tiempo bajo el sol de San Diego.
En ese momento, mi vida era perfecta.
Esperaba que no fuera algo temporario.
Samantha
—¿Qué piensan? —pregunté a Madison, Kamiko y Romeo mientras
giraba en frente de ellos en mi nuevo vestido. Era un vestido largo
asimétrico con una abertura a mitad de camino hasta mi muslo. Tenía
un cierre con cremallera azul en el frente y cintas entrecruzadas en mi
espalda. Usaba sandalias de plataforma atadas a los tobillos a juego.
Todos se sentaban en mi cama en la casa Manos.
Mi casa.
—Vaya, Sam —dijo Romeo—. Creo que me voy a volver
heterosexual.
Le guiñé un ojo.
—Me encanta, Sam —sonrió Kamiko
—Estoy con Romeo —dijo Madison—. Hagamos una orgía los
cuatro con Sam porque está demasiado caliente.
Sonreí hacia ellos.
—Son los mejores, chicos. ¿Estamos listos para irnos?
—Estamos listos cuando lo estés —dijo Kamiko.
Ellos estaban bien vestidos también. Christos me había dado
instrucciones de que todos tenían que usar corbata negra esta noche
en su apertura de la galería, incluyendo vestidos negros para las
mujeres. No había visto ninguna de sus nuevas pinturas porque dijo que
eran ultra secretas, todavía no había visto el retrato que había hecho
de mí. Estaba emocionada de verlo al fin.
Madison y Kamiko usaban sexis vestidos negros. Romeo usaba un
traje con doble fila de botones cruzados con cola. También tenía un
alto cuello victoriano, un sombrero de copa negro, y su monóculo. No
era un esmoquin, pero ciertamente lucía lo suficientemente formal.
Me reí.
—Hacemos que esas chicas de Sex and the City se vean como
desastres de la moda.
Todos chocamos las manos y bajamos las escaleras hacia mi VW.
Spiridon ya estaba en la galería, de otra forma le hubiera pedido que
nos llevara en su camioneta con cabina de madera así podríamos
llegar con estilo.
La próxima.
Cuando entramos en la Charboneau Gallery en La Joya, tenía una
atmosfera muy diferente que el Show de Artistas Contemporáneos de
hace un mes. Aún era temprano, y ningún invitado había llegado
todavía.
De pie dentro de las puertas de cristal de en frente había un gran
atril de bronce con un gran letrero que simplemente decía, ―Manos‖.
Todo en el cuarto estaba cubierto de negro o plata. Al instante se
sentía más elegante que la anterior exposición individual de Christos. Los
camareros con largos delantales negros hasta los tobillos estaban
ocupados acomodando las cosas.
El cuarteto de cuerdas de la exposición individual de Christos no
estaba por ningún lado a la vista. En cambio, un DJ ya estaba detrás de
un tablero de mezclas, tocando suaves sonidos electrónicos de
ambiente. Mucho más moderno que un montón de tipos con violines.
La habitación estaba llena con pequeñas mesas de coctel
redondas cubiertas con manteles negros. El centro de mesa de cada
una era una elegante escultura negra y con metal plateado.
Docenas de delicados móviles de plata colgaban desde el techo,
rotando lánguidamente con la ligera brisa que atravesaba las puertas
principales. Los móviles consistían en ondulantes figuras de metal que
parecían plegarse sobre sí mismas en espirales infinitas. Eran hermosos.
Serpentinas de seda negra caían desde el centro del techo,
curvándose hacia las esquinas de la galería. Cada pintura a lo largo de
la galería estaba cubierta por una manta de seda negra. La galería
estaba llena con estas.
Me detuve. No recordaba tantas pinturas alrededor del estudio en
casa. ¿Todas las pinturas cubiertas habían sido pintadas por Christos?
Eso parecía poco probable, ¿pero de donde habían salido todas?
¿Estaba perdiéndome de algo?
—¡Qué tal, C-man! —dijo Romeo.
—Hola chicos. —Christos sonrió mientras se acercaba caminando,
usando una camisa de manga corta negra y pantalones de jean negros
ajustados sobre sus botas. Sus musculosos brazos y tatuajes rasurados
fueron lo primero que noté. Luego noté su increíble y apuesto rostro y
asombrosos ojos azules.
—¡Estás mostrando los tatuajes! —solté—. Pensé que tenías que
tenerlos cubiertos para no ofender a los potenciales compradores que
son demasiado conservadores.
—Ese era el antiguo yo —dijo Christos—. Fue idea de Brandon. Esta
es mi exposición ahora. Estoy presentándole mi arte al mundo, a mi
manera.
—Me gusta —dije, mirando alrededor—. ¿Por qué están cubiertas
todas las pinturas?
—Va a haber una revelación a las ocho en punto.
—¡Genial! —dijo Kamiko—. Me encanta un poco de misterio.
—¿Cómo es que todo está blanco y plateado? —preguntó
Madison.
—Para que el único color en el cuarto sean las pinturas en las
paredes —dijo Christos.
—Que listo —guiñó Madison.
—¿Dónde está Jake? —preguntó Christos.
—Viene más tarde. Aún está surfeando en Terrestres. Llegará tarde.
—Se rio ella.
—¡Samoula! —dijo Spiridon mientras caminaba hacia nosotros—.
Qué alegría que estés aquí. No podíamos tener un evento familiar
Manos sin ti. —Envolvió sus brazos alrededor mío en un gran abrazo.
Después del abrazo, Spiridon saludó al resto de la pandilla.
—¡Santa mierda! —espetó Romeo, mirando detrás de mí–. ¡Hay tres
de ellos!
Nikolos llegó caminando detrás de mí.
—Todos —dijo Spiridon—, este es mi hijo, Nikolos Manos. El padre de
Christos.
Los ojos de Romeo estaban saliéndose de sus orbes. Se giró hacia
mí y susurró en un jadeo.
—¡Es muy caliente, Sam! —Creo que Romeo estaba a punto de
llorar de alegría. No podía culparlo. Nikolos era una versión un poco más
mayor e igualmente caliente de su hijo.
Nikolos se rio por Romeo.
—Debes de ser Romeo. He escuchado todo sobre ti —sonrió
mientras estrechaba la mano de este.
Romeo parecía listo para desmayarse. Después de un apretón, él
chilló:
—¡Jamás me volveré a lavar esta mano!
—Sólo no la uses para limpiarte, y estarás bien. —Se rio Nikolos—. Si
alguna vez tienes que limpiarte con ella, no comas con ella. —Le guiñó
a Romeo.
Nadie se había esperado que un chiste tan sucio saliera de la boca
de alguien que tenía la edad de todos nuestros padres, así que todos
estallamos en carcajadas, incluso Spiridon.
Por las siguientes horas, la gente entró en fila a la Charboneau
Gallery hasta que el lugar estuvo lleno. Todo el mundo usaba esmoquin
y vestidos negros. Muchos de ellos eran gente mayor, algunos los
reconocí de la exposición de Christos del año pasado, incluyendo al
adinerado señor Moorhouse. El abogado del Christos Russell
Merriweather apareció y habló con Spiridon y Nikolos como si fueran
viejos amigos. Probablemente porque lo eran.
Mientras nos acercábamos al comienzo oficial del evento, Christos
apuntó a una pareja entrando a la galería. Una hermosa mujer de
mediana edad y un apuesto hombre con canas.
—Adivina quienes son —dijo Christos.
—No lo sé, ¿el príncipe de Mónaco y la Grace Kelly?
—Nop. —Se rio—. Casi. Son Westin-Conrad Kingston-Whitehouse y
Gwendolyn Kingston-Whitehouse. Los padres de Tiffany.
Fruncí el ceño.
—¿Cuántos nombres tienen sus padres?
—Al menos treinta. —Se rio Christos.
—Puedo ver de dónde sacó su belleza Tiffany. Su madre es
preciosa. Aunque se ve un poco… seria.
—Eso es quedarse corto. —Hizo una mueca.
—¿En serio? ¿Por qué?
—No quieres saberlo.
—Oh, vamos. Ahora tengo que saber —rogué.
—¿Tienes como cuatro horas? Ni siquiera puedo empezar a hacer
justicia a toda la mierda que podría contarte sobre los Kingston-
Whitehouse en menos tiempo.
Abrí mis ojos.
—Vaya. ¿Así de mal?
—Esa familia es una telenovela de horario estelar —dijo Christos.
Casi sonaba, no lo sé, ¿triste? Tenía que conocer a Tiffany desde hace
años. Estoy seguro de que me contaría un poco en otra ocasión—.
Tengo que ir a saludarlos —dijo Christos—. ¿Te importa venir?
Sarcásticamente dije:
—Te dejaré manejar eso. La mamá de Tiffany me asusta.
—A los dos —dijo Christos por sobre su hombro mientras caminaba
hacia ellos. Habló con ellos por un momento antes de saludar a otros
invitados.
Me uní con Madison, Romeo y Kamiko cerca a la puerta. Poco
tiempo después, Jake llegó.
—¿Qué demonios estás usando, Jake? —exigió Madison, sus cejas
fruncidas juntas.
Jake usaba una de esas camisetas negras con un esmoquin
estampado en el frente de color blanco. Al menos su camisa era de
manga larga y abrazaba su bronceado y musculoso cuerpo de forma
halagadora. También tenía unos pantalones negros y unas zapatillas
deportivas Vans negras. Su cabello rubio estaba dorado y naturalmente
cortado y degradado. Caía sobre su frente de una forma que
probablemente haría que cualquier cosa con doble cromosoma X
quisiera pasar sus dedos a través de este.
—No tengo un esmoquin —siseó disculpándose. Metió sus manos
dentro de los bolsillos. Lucia como un niño grande fuera de su elemento.
Madison rodó sus ojos y le sonrió. Se paró en las puntas de sus pies y
besó su mejilla.
—Aun te amo, grandísimo vago surfista.
Las luces sobre nuestras cabezas se atenuaron de repente y el de
DJ bajó el volumen de la música hasta que fue un murmullo.
—Buenas noches, damas y caballeros —dijo Brandon en el
micrófono desde algún lado del cuarto.
La charla y las conversaciones alrededor del cuarto se aquietaron.
Todos los ojos de giraron hacia Brandon, quien apareció cerca de la
cabina del DJ. Una luz cayó sobre él.
—Tenemos un evento muy especial esta noche aquí en
Charboneau —continuó Brandon—, y quiero darles la bienvenida a
todos a una experiencia única en la vida. Esta es una primera vez,
damas y caballeros. Podrán haber notado que el cartel en el frente
simplemente decía, Manos. Todos nosotros en el mundo del arte
sabemos que hay tres hombres Manos. ¿Cómo pude yo, Brandon
Charboneau, tener semejante descuido? —Se detuvo y sonrió
expectantemente.
La multitud se rio.
—Les aseguro, que no fue un descuido.
Vi a Christos, quien estaba de pie con algunos antiguos clientes,
reírse y rodar sus ojos hacia Brandon.
—Porque esta noche, damas y caballeros —dijo Brandon
misteriosamente—, tenemos a los tres caballeros Manos presentes.
¿Spiridon? ¿Nikolos? ¿Christos? ¿Podrían acompañarme por favor?
Los tres hombres Manos se abrieron camino entre la gente hacia la
luz al lado de Brandon mientras la multitud murmuraba.
Sólo tomó un segundo a la gente antes de que comenzaran a
aplaudir. Quiero decir, con fuerza. Pronto, la gente estuvo vitoreando.
Nunca había apreciado de verdad lo famosos que los hombres Manos
eran hasta ahora. Pero no sabía que eso sólo era la punta del iceberg.
Los hombres Manos estaban parados al lado de Brandon. Todos
sonrieron y saludaron, y todos se veían tan malditamente apuestos y
humildes. De verdad era la chica con más suerte en el mundo de ser
parte de su familia. Bueno, al menos un miembro honorario, ya que sólo
era la novia de Christos. No es como si fuera su esposa. Pero, hombre,
estaba orgullosa de los tres ahora mismo. Comencé a llorar de alegría.
Madison me dio un golpe con el codo y susurró:
—Está bien, Sam. Déjalo salir.
—No quiero que se corra mi rímel —inspiré, limpiando la esquina de
mi ojo con mi meñique.
—Aquí toma un pañuelo —dijo Romeo, sacando uno del bolsillo de
su abrigo—. Es de seda. Adelante —dijo cariñosamente—. Sólo me he
limpiado la nariz una vez. —Sonrió—. Estoy bromeando.
Me reí a carcajadas y lo tomé para secar mis ojos.
Cuando los aplausos disminuyeron, Brandon dijo:
—Esta noche, señoras y señores, no solo tenemos a los tres Manos
aquí presentes, también tenemos su arte maestro.
Con una señal, los focos se encienden por toda la galería,
iluminando todas las sedas negras que cubren las pinturas en las
paredes.
—¡La familia Manos está de vuelta! —aclama Brandon en el
micrófono—. ¡Bienvenidos a la primera exposición del nunca antes visto
arte de Spiridon, Nikolos y Christos Manos!
Estaba gritando en sus palabras finales. Y le entregó el micrófono al
DJ para aplaudir vigorosamente.
La sala entera se le unió.
—¡Sii! —gritó Jack.
—Youuu-juuu —aclamó Madison.
—Muy bien Christos —aplaudió Kamiko.
—Yo lo he preparado —gritó Romeo.
Hice una mueca y le sonreí.
—Eres tan Romeo, Romeo.
Sonrió ampliamente:
—Lo sé, ¿está bien?
Mis amigos eras espectaculares. En general, no era la clase de
chica que aclama en eventos sociales. Pero esta noche era especial. Y
no me pude aguantar. Aclamé fuerte.
—¡Olee, Christos! ¡¡Yuuu-huu!!
No tomó mucho tiempo para que toda la sala explotara en
aplausos. Era como estar en un concierto cuando una famosa banda
sale a escena al principio del espectáculo. La sala rugía de aplausos y
aclamaciones.
Era totalmente sobrecogedor.
Lo focos todavía alumbraban a los hombres Manos. Christos pasó
entre Nikolos y Spiridon y colocó sus manos en sus hombros. Los tres se
inclinaron en unísono.
Después de un rato, los aplausos se desvanecieron.
De vuelta al micrófono, Brandon dijo:
—¿Todo el mundo está preparado para ver arte?
—¡¡Sii!! —gritó la multitud.
Esto era apenas lo que esperaba de una galería de arte abriendo.
¿Pero qué sabía yo? ¡Era jodidamente increíble!
El DJ había preparado una pista de dub-step en el momento justo
que todas las sedas negras cayeron en ondas al suelo bajo cada lienzo.
La gente literalmente jadeó.
La sala estaba llena de arte. Retratos que había visto en el estudio
de Nikolos. Paisajes que había visto en la casa de Spiridon. Y los
desnudos de Christos y unas otras pocas pinturas que no había visto.
Había tanto para ver.
Todos miraban en la sala, sin palabras. Después de un momento, la
gente fue atraída por las pinturas y la conversación era tan baja como
la música.
Caminé alrededor de la sala con el grupo, mirando todo el arte.
Hice comentarios sobre los retratos en las cuales había visto a Nikolos
trabajar en su casa. Todos eran espectaculares y tenían mucho
carácter. Pero mi favorito era su retrato de Spiridon, quizás porque
conocía a Spiridon tan bien y el retrato prácticamente respiraba
cuando lo miraba.
En cuanto a los paisajes de Spiridon, había visto algunos de ellos,
pero no todos. En cualquier caso, no los había visto adecuadamente
iluminados en una galería. Brillaban en sus marcos como portales hacia
otra realidad. Podías sentir la brisa en tu rostro o el sol en tus ojos.
Asombroso.
—Estas pinturas son increíbles —dijo Kamiko—. Es como si casi
pudiera oler la brisa del océano en el arte de Spiridon como si estuviera
ahí. Es irreal.
—Lo sé, ¿cierto? —dije con total acuerdo.
—Ella solo está oliendo mis pedos —bromeó Romeo.
—Romeo. —El rostro de Kamiko se apretó en una mueca—. Tus
pedos no huelen nada parecido a la brisa del océano. Créeme, lo sé.
Eché mi cabeza para atrás y me reí.
Finalmente nos hicimos camino a través de la multitud hacia las
pinturas de Christos. Pero nadie del grupo había visto el retrato de
AMOR de Christos y yo.
—Puedo ver tus tetas —dijo Romeo.
Me ruboricé al instante. Esto era el por qué me preocupaba.
—No te preocupes Sam —dijo Madison—. Medio planeta tiene
tetas, y la otra mitad las ha visto antes.
Puse los ojos blancos. Esperaba que nadie me reconociera. Había
olvidado traer un disfraz. Bueno. Quizás había demasiado caos en la
galería para que alguien observe que yo era la chica desnuda en
tamaño real colgando en la pared bajo el foco de luz.
Algunos chicos mayores en esmoquin a mi lado estaban mirando
de una a otra entre mi cara y la pintura.
—Sí —les dijo Romeo a los chicos—, es ella.
Rodé mis ojos:
—Gracias Romeo —espeté sarcásticamente.
—Cuando quieras. —Se rio.
El chico dijo:
—Es asombroso el parecido. Este es Christos contigo en el retrato,
¿verdad?
Asentí.
—Nunca he visto a un artista hacer un retrato propio con una chica
a su lado —dijo el hombre.
—Es su novia —dijo Romeo—, por eso la pintura se llama AMOR.
—Es maravilloso —dijo el hombre sonriendo, luego se giró hacia una
mujer con pelo canoso la cual era obviamente su mujer. Ella me sonrió
antes que los dos examinaran el retrato.
—Romeo —pregunté—, ¿cómo es que sabes tanto sobre las
pinturas de Christos?
Romeo dijo:
—Oh, hmm…
—¡Qué demonios! —gritó Kamiko. Estaba seriamente caminando
delante de nosotros—. ¡No puedo creer esto!
—¿Qué? —dijo Mads, empujando a Jake mientras se movía para
ver de lo que Kamiko estaba hablando.
Las seguí hasta que todos estábamos ante un enorme retrato. De
Romeo. Saltando en el aire, al igual que Mario de Donkey Kong. Romeo
estaba vestido en su tradicional atuendo steampunk. Su monóculo
colgaba suspendido en el aire en una curva S de un cable de
monóculo. Romeo también estaba suspendido en medio vuelo, sus
brazos se lanzaban hacia abajo con sus dedos separados, sus chaqueta
en ondas a su alrededor, sus rodillas echadas hacia adelante y atrás
como si estuviera saltando algo. Tenía la más larga boca abierta
sonriendo que alguna vez había visto. La pintura era una maravilla.
—¿Que dice en la tarjeta? —preguntó Kamiko—. ¿Cómo se llama
la pintura?
—Madison agachó la cabeza y leyó.
—Solo dice ―Romeo‖.
Rome dijo:
—Porque es todo lo que debe poner.
Christos me abrazó de entre la multitud.
—¿Qué te parece? —me preguntó.
—Me encanta —sonreí—. ¿Cuándo lo has hecho? No tenía ni idea
que estabas trabajando en esto.
Levantó su ceja.
—Cuando tú estabas trabajando en la casa de mi padre.
—Es tan buena, Christos —dijo Madison.
—Gracias. —Sonrió—. Oye Jack, me encanta el esmoquin.
Jack bajó la mirada a su esmoquin.
—¿En serio?
Christos le levantó los pulgares.
—Solo tú, hermano.
Jack sonrió ampliamente y asintió mientras chocaban puños.
En ese momento observé que dos pinturas entre las otras de
Christos todavía tenían la seda negra encima. Una de ellas era
verdaderamente grande.
—¿Qué pasa con las dos pinturas cubiertas?
—Es una sorpresa. —Me mostró su sonrisa con húyelos.
—¿De verdad?
—Te va a encantar.
—¿Como me encantó AMOR?
Asintió.
—Sí.
—No puedo esperar.
—Bueno, tengo que seguir dando vueltas —dijo Christos—. La
gente está haciendo preguntas a cien kilómetros por minuto.
—Está bien. —Me despedí de él mientras era tragado por la
multitud.
No estaba exagerando. Todos querían hablar con él. Todos lo
miraban con ojos brillantes, con asombro por el famoso artista de rock.
Estaba tan orgullosa de él.

En algún punto, el grupo se separó para mirar las obras. Permanecí


hablando con Spiridon y Nikolos delante de uno de los paisajes de
Spiridon.
De repente Brandon apareció de entre la multitud y pegó una
marca roja en el paisaje.
—Otra vendida. —Le sonrió a Spiridon.
—¿Cuántas con esta? —preguntó Spiridon.
—Nueve y hay más en camino. —Sonrió Brandon.
—Oye, Brandon —dijo Nikolos—, ¿Quién vende más, yo o papa?
—En este momento Spiridon te gana por dos.
Spiridon le golpeó en la espalda.
—Te dije que aún estoy arriba.
—Sí —le dijo Nikolos—, pero Brandon dijo que te estoy alcanzando.
Brandon ve y vende más pinturas mías.
Brandon sonrió ampliamente y movió su cabeza.
—Todas se venden.
Nikolos se rio.
—Entonces, asegúrate que se vendan más de las mías. No puedo
permitir al viejo ponerme en evidencia.
Spiridon puso los ojos en blanco.
—Ahh, la juventud. —Hizo una mueca.
—Así que —le dijo Brandon a Spiridon—, dime algo. He intentado
convencerte de vender estos paisajes durante años. —Señaló las
pinturas en las paredes—. Pero decías que no lo harías porque significan
mucho para ti. Incluso rechazaste la oferta de Standfort Wentworth de
hace unos meses. ¿Por qué cambiaste de opinión ahora?
Spiridon se encogió de hombros.
—Tú mismo le dijiste a Christos que necesitaba más pinturas en las
paredes si quería una exposición de éxito. Quería que mi nieto tenga
éxito. Es así de simple. Verlo tener éxito significa más que guardar estas
antiguas pinturas.
Nikolos asintió de acuerdo.
—Cuanto más, más alegre, ¿verdad?
Brandon asintió.
—No puedo agradecerles a los dos por estar de acuerdo con esto.
Y gracias a ti Nikolos, por sugerirlo. Estoy tan contento de que Christos
aceptó también. Y tú también, Spiridon.
—Es lo mínimo que podíamos hacer —dijo Spiridon—, por la familia.
Nikolos asintió.
—Bueno, gracias —dijo Brandon—. Es claramente un evento
histórico.
—Sí, lo es —dijo Spiridon reverencial.
Todo el mundo estaba de tan buen humor, que era contagioso.
Brandon sonrió:
—Tengo que regresar a ello. La gente está esperando porque
quieren comprar más obras. —Levantó sus cejas y sonrió antes de
sumergirse en el océano de gente en esmóquines y vestidos negros.
Miré la placada en la pintura de Spiridon. El precio marcado era
$475,000. Jesucristo, la familia Manos hacía dinero como locos cuando
se trataba de vender sus obras.
—¿Dónde pintaste esta, Spiridon? —pregunté señalando hacia el
paisaje. Era una asombrosa pintura del sol atravesando las nubes
encima de un enorme valle de montañas.
—Yosemite —dijo Spiridon.
—¿Quieres decir que volviste después de que los ciervos intentaron
comer tus acuarelas? —bromeé.
—Te has acordado de nuestra historia con el ciervo. —Se rio Nikolos.
—Por supuesto que me he acordado. —Le sonreí de vuelta—.
Recuerdo todas sus historias. Voy a escribirlas todas juntas un día. —Hice
un guiño. Miré alrededor un momento y suspiré conmocionada por la
emoción del magnífico arte—. Ustedes chicos. —Sonreí—. Tienen tan
maravillosas pinturas aquí esta noche. No me lo puedo creer.
Spiridon y Nikolos me sonrieron de vuelta.
—Es solo arte.
—Solo arte —resoplé. Quizás estaban aburridos con las magníficas
galerías abiertas durante décadas. ¿Qué sabía yo?
—Oye —dijo Spiridon—, ¿recuerdas aquella exposición que tuviste
en New York? ¿Creo que fue en 1984?
Nikolos se rio.
—Intenté olvidar todas las de 1984.
—Ya sabes cuál. ¿La del fuego?
Los ojos de Nikolos se abrieron enormes.
—¡Oh! Aquella exposición.
Spiridon asintió a sabiendas.
—¿Qué pasó? —pregunté, toda oídos.
Nikolos dijo:
—Tenía la idea de que si colocaba una de mis pinturas ardiendo en
la galería, crearía un verdadero rumor en el mundo del arte.
Spiridon hizo una mueca, obviamente sabiendo dónde iba la
historia.
Nikolos continúo:
—Lástima que el único rumor fue cuando el departamento de
bomberos apareció y sacó a todos de la galería.
Spiridon sacudió su cabeza sonriendo.
—¿Alguien salió herido? —pregunté.
—Solo mis ventas —guiñó Nikolos.
—¿Entonces no has puesto fuego a nada esta noche? —bromeé.
Nikolos miró a Spiridon.
—¿Te he dicho lo mucho que me gusta esta chica? —Envolvió un
brazo alrededor de mi cuello y me dio un amistoso abrazo.
—Nikolos siempre estuvo con lo del marketing, desde el principio —
dijo Spiridon—. Sabía lo que estaba haciendo y quería vender cuadros.
Pero poner aquellos cuadros en llamas no fue la única brillante idea de
marketing que tuvo, ¿verdad hijo? ¿Recuerdas aquella vez que te
cubriste en pintura y te diste una vuelta enrollado en un lienzo en el
medio de la galería abierta?
Mis ojos se salieron de sus orbitas.
—¿Tú hiciste esto?
—Sip. —Asintió Nikolos—. Desnudo.
—¿Mientras la gente miraba? —pregunté con incredulidad.
—En una casa llena de gente —dijo.
—¿Cómo termino?
—A la gente le encanto. —Nikolos hizo una cara graciosa—. Era tan
―experimental‖. —Hizo comillas con los dedos—. Estaba superando los
límites.
—Lo único que no había tenido en cuenta —dijo Spiridon con
complicidad—, fue cuán difícil fue quitar la pintura después.
Nikolos apretó sus ojos cerrados riéndose a carcajadas mientras
dijo:
—¡Quién sabría que pelar la pintura acrílica de tus partes dolería
tanto!
—¡Qué! —jadeo, cubriendo mi boca.
Nikolos asintió.
—Pero la peor parte fue quitarla de mi pelo. Termine rapándome
mi cabeza y mis joyas.
Mi boca hizo una O.
—Te advertí —dijo Spiridon afectuosamente.
Spiridon y Nikolos se rieron y movieron sus cabezas ante el recuerdo
compartido.
Estos dos estaban llenos de historias sobre aventuras de arte.
—Entonces, ¿vendiste tu pintura púbica al público? —pregunté
satíricamente.
Spiridon se rio a carcajadas.
—Pintura púbica…
Le guiñé un ojo.
—Por supuesto que lo hice —se mofó Nikolos.
—¿El extra de pelo púbico hizo subir el precio? —pregunté
inocentemente.
Spiridon y Nikolos se rieron fuertemente.
—No que yo recuerde —dijo Nikolos—. Pero debería. Aquel
comprador consiguió mi ADN. No puedes conseguir mejor autenticidad
que esa. Oye, debería usar esto como un punto de vista de marketing.
—¿El que? —dijo Spiridon—, ¿poner tu pelo púbico en todas las
pinturas?
—¿Por qué no? —Nikolos hizo una mueca.
—Conoces tus limites, hijo —sonrió Spiridon con suficiencia, dándole
golpecitos en el hombro.
—Entonces —dije—, ¿cuánto hizo el pelo púbico para la venta?
—Oh, hombre —Nikolos miró pensativo al techo, recordando—.
¿Creo que unos doscientos veinticinco?
—¿Dólares? —pregunté.
—Miles —se rio Nikolos.
—Doscientos veinticinco mil —jadeé.
—Sí. —Él sonrió.
—Guau, ¿cuándo hiciste esto?
—Hace tiempo en el 88, me parece. Te dije que quería olvidar los
ochenta. —Le hizo una mueca a Spiridon.
—Vamos —dijo Spiridon entusiasmado—, eras joven. Te divertías. En
aquellos días, era todo lo que tú y Vesile hacían… —Spiridon se paró de
repente, golpeándose la boca.
Nikolos dejó caer su barbilla en su pecho y sus hombros se
hundieron.
—Lo siento hijo —le dijo Spiridon suavemente, poniendo su brazo en
los hombros de Nikolos.
No estaba completamente segura del porqué Nikolos estaba tan
emocional. Pero sabía una cosa de trabajar con él en su estudio todo el
tiempo. Nunca hablaba de su ex-mujer, la madre de Christos y yo nunca
preguntaba. Apenas sabía algo de ella. Y por lo que yo podía decir,
Nikolos no se veía con nadie más. Solo pintaba y pasaba el tiempo con
los amigos y la familia.
—¿Estás bien, Nikolos? —pregunté, de repente preocupada.
Parecía verdaderamente distraído.
Nikolos levantó su cabeza y parpadeó alejando las lágrimas.
—No es nada, estoy bien. —Volvió a girar su cabeza, intentando
esconder las emociones de su rostro—. No te preocupes por ello —dijo
un momento más tarde—. Estoy bien —suspiró.
Guau, debió de haber amado a Vesile con locura si aún estaba
destrozado veinte años después de haberse ido.
Me sentía tan mal por él.

—Muy bien, todos —dijo Brandon en el micrófono. Estaba en frente


de las dos pinturas aun cubiertas en seda negra—. Hay una sorpresa
más. La inauguración final. Estoy seguro que todos están preguntándose
sobre las dos pinturas que están aún cubiertas.
La gente murmuró en acuerdo.
—Dejaré a Christos introducirlo por sí mismo. —Brandon le entregó
el micrófono a Christos y caminó fuera de la luz de los focos.
Christos había estado tan ocupado en las últimas horas, que no le
había dicho ninguna palabra.
—Algunos de ustedes probablemente saben —dijo Christos hacia la
multitud—, que una mujer muy especial llegó a mi vida hace nueve
meses. Si no la han conocido, ya la han visto en mi cuadro titulado
AMOR. Aquellos somos yo y ella, Samantha Smith, juntos. Samantha,
¿quieres venir aquí arriba conmigo?
Trago.
Christos protegió sus ojos de la luz con su mano y buscó en la
multitud por mí.
Nerviosismo repentinamente se apodero de mí. ¿Tenía que estar en
frente de todos? Por supuesto que sí. Pero a lo mejor no tenía que decir
nada.
—Ve Sam. —Madison me dio un codazo.
—Sí —dijo Romeo, empujándome la espalda suavemente—, ve ahí
arriba.
No tuve elección. Me hice camino entre la gente y di unos pasos
en la luz. Realmente era jodidamente brillante la luz. Apreté mis ojos
hasta que me acostumbré. Tenía la esperanza que nadie sacara fotos.
Probablemente lucia terrible.
Christos tomó mi mano y la sostuvo en la suya.
Nunca me sentí así de observada en toda mi vida. Literalmente.
Christos me sonrió, mirando en mis ojos. Dijo en el micrófono:
—Lo que ninguno de ustedes sabe es cuanto significa Samantha
para mí.
Sus ojos azules quemaban mi corazón en este momento, en el buen
sentido. Oh, mi Dios, ¿a dónde iba a llegar esto?
—Samantha ha sido mi inspiración desde que nos conocimos —dijo
Christos—. Si no fuera por ella, no sé si estuviera aquí esta noche.
Trago.
—Samantha salvó mi vida, y por esto, estaré agradecido siempre.
Pero más que esto, ella ha sido mi guía. Me ha enseñado como
aceptarme a mí mismo, ser yo. No otra persona. Su valentía me ha
dejado sorprendido cada vez que he pensado en ello. Se ha mudado
de Washington DC a San Diego con el sueño de transformarse en una
artista. Y nunca ha dudado de ello. Se ha pegado a sus armas, sin
importar que desafíos le ha puesto la vida en su camino. Ha llegado tan
lejos en tan corto tiempo. Tiene un talento natural para el arte que
nunca he visto antes. Desafortunadamente, a pesar de todo su duro
trabajo, Samantha nunca ha tenido una pintura en una galería de
exposición.
Christos hizo una pausa mientras toda la gente decía ―Awww‖.
Continuó:
—Pero debería. Es una excelente artista, y apenas está
empezando. Así que, sin más, les presento a todos a la artista maestra
Samantha Anna Smith.
Una de las dos sedas negras cayó al suelo.
Estaba a punto de llorar.
Era mi pintura con el fénix en el paisaje de atardecer que hice para
el Espectáculo de Artistas Contemporáneos, la que Brandon rechazó.
No pude aguantarme. Lágrimas corrieron por mi rostro.
La entera sala aplaudía. Era abrumador por sus energías. Me
apoyé en Christos y me abracé a su pecho. Estaba llorando y riendo al
mismo tiempo. No podía creer lo que estaba pasando. Mis lágrimas
cayeron todas en su camiseta negra. Enterré mi rostro en ella.
Christos se inclinó hacia abajo y susurró en mi oído:
—No tienes idea de cuánto te amo Samantha Anna Smith.
No, creo que la tengo. Sorbí mis lágrimas y reí.
Después de un minuto murmuró:
—¿Estás bien, agápi mou?
—Sí —suspiré—, creo que he muerto y he ido al cielo.
La gente había empezado a hacer un poco de ruido. Todos
estaban hablando de mi pintura.
—Esperen —dijo Christos en el micrófono—. Tenemos una sorpresa
más. Cuando vi esta pintura de Samantha, que están mirando ahora, he
sido impresionado por ella. Solo había estado pintando en óleo durante
seis meses y creía que era malditamente increíble.
Varias personas en la multitud se rieron.
Espontáneamente traje el micrófono abajo a mi boca y dije:
—Tuve un montón de buenas sugerencias de los hombres Manos.
No podría haberla hecho sin un millón de consejos de ellos.
La gente se reía.
—¡Fue todo ella! —gritó Spiridon desde detrás.
Más risas entre la gente.
—¡Arriba Sam! —gritó Madison.
Creo que era Jake al lado de ella quien hizo uno de esos fuertes
silbidos.
—¡¡SAAAMMMM!! —gritó Romeo—. Quiero ser el padre de tus
bebés.
Escuché a Kamiko reír a su lado.
Estuve a punto de desmayarme de felicidad en menos de treinta
segundos. Estaba totalmente, alegremente sobrecogida. Nunca me
había sentido tan aceptada, o tan importante en toda mi vida. Era
increíble.
Christos habló en el micrófono:
—He sido tan inspirado en la transformación de Samantha de una
tímida niña a una increíble artista, que quise inmortalizar la persona que
sabía que iba a ser en mi pintura final del evento. —Señaló a la gran
pintura de detrás aun cubierta en seda negra—. Ha sido un espíritu
guerrero, y es indomable. Quiero pagar tributo a eso.
Christos asintió hacia Brandon y la última seda negra se desplomó.
La multitud jadeó y se quedó en silencio.
Había tanto silencio que ni siquiera los alfileres caídos hicieron ruido.
Tenía casi miedo de darme la vuelta y mirar la pintura.
Pero lo hice.
Oh, mi Dios.
Era asombroso.
Era yo, un tamaño enorme de mí como un ángel desnudo con alas
de fuego. Era la cosa más maravillosa que había visto alguna vez.
Estaba en una elegante pose, con mis brazos totalmente abiertos a los
lados, la pose que mantuve en nuestro estudio hasta que mis hombros y
mi cuello habían acabado contracturados. Las enormes alas de ángel
extendiéndose detrás de mi estaban hechas de plumas en rojo intenso y
dorado. Flotaba en el aire sobre la superficie de la tierra, la cual era una
curva en lo bajo de la pintura, pasando de izquierda a derecha. La
sombra purpura del espacio, rodeando las llamas dorado anaranjadas
bailando alrededor de mis piernas, sostenía miles de estrellas brillantes.
El retrato de Christos conmigo como un ángel en llamas tenía una
paleta de colores similar a mi fénix en atardecer. Parecían como un
juego de cuadros. La pinturas suya y de ella honorando la energía de la
creación, hecha en joyas rojas y oro fundido.
Estaba abrumada. Mis rodillas fallaron.
Pero Christos me cogió.
Siempre lo hacía. Yo era la chica más suertuda del planeta.

Después de que Christos desveló su pintura conmigo como ángel


en llamas, toda la multitud nos rodeó. No podían estar más cerca de
Christos. Todo el mundo quería un poco de él. Estaba algo asustada, en
verdad. Era esta rara mentalidad de la gente sobre la fama. Suponía
que aquello era lo que ser famoso era. Era raro ser el centro de
atención, pero con Christos a mi lado estaba bien.
La gente estaba haciendo a los dos una multitud de preguntas
sobre pinturas y nuestra relación. Simplemente contestamos a medida
que preguntaban. Todos estaban extasiados con la idea de que éramos
dos pintores enamorados, inspirando uno al otro con creativas ideas.
Supongo que lo doy por asumido. No en la desconsiderada manera.
Solo que en ningún momento me había parado realmente a pensar
sobre lo especial que era lo que teníamos en realidad.
Uno de los comentarios más comunes que escuché era sobre la
similitud de la paleta de colores y el contenido de nuestros cuadros.
Cuando la gente preguntaba, Christos decía a todo el mundo
libremente:
—Conozco un genio cuando lo veo. Simplemente tomé la idea de
Samantha y la usé.
Era una exageración total, pero cada vez que lo decía, incluso
después de la centésima, estaba aturdida, halagada y roja como un
tomate.
Había sonreído tanto que mis mejillas habían empezado a doler.
¿Era posible conseguir contracturas de los músculos faciales? No me
importaba si existieran. Valió la pena. No creo que alguna vez en mi
vida estuviera más feliz.
En algún momento durante la noche, Christos me susurró al oído:
—¿Te das cuenta que hemos estado aquí hablando con la gente
por casi dos horas?
—Lo sé. Necesito orinar —espeté.
—Sigue aguantándolo. Es tu trabajo. —Me guiñó un ojo.
Brandon llegó caminando hacia nosotros.
—Nunca van a creer esto. —Sus ojos estaban brillando con
emoción.
—Probablemente lo haré —dijo Christos con indiferencia.
—Todo se ha vendido.
—¿Quieres decir todas mis pinturas? —dijo Christos dudando—. ¿O
todas las de ellos?
Christos tenía menos de diez pinturas en la exposición, por lo tanto
esto era lo que Brandon quería decir. Christos vendió más cuadros en su
exposición única del año pasado. Pero entre todas las pinturas de
Spiridon y Nikolos, había por lo menos sesenta o setenta en venta esta
noche. Eran un montón de cuadros para vender en una sola exposición.
—No —dijo Brandon—. Todo ha sido vendido. Las de tu padre, las
de tu abuelo, todas. Bueno, todas con excepción de una.
Solo podía asumir que Brandon se refería a la mía. Era obviamente
una para no vender. Spiridon, Nikolos y Christos eran artistas de fama
mundial con mucha reputación. La familia Manos tenía un legado de
pintura, y la gente quería comprar una pieza de sus famas para colgar
en sus paredes y apreciar el valor. Yo solo era la novia. Dudaba que
alguien realmente quisiera mis pinturas. Por supuesto, hizo una buena
representación ir con mi enorme retrato hecho por Christos, pero esto
era todo.
—¿Cuál no se ha vendido? —preguntó Christos.
Apreté mis dientes preparándome para la noticia. Lo sobreviviría.
Un día, venderé un cuadro mío en una galería de exposición. Solo que
no esta noche.
—El tuyo —dijo Brandon.
Esto era lo que pensaba. Oh, espera. ¿Estaba hablando conmigo o
con Christos?
Christos dijo:
—¿Quieres decir que el cuadro de Samantha se vendió?
Brandon se mofó:
—Por supuesto que el cuadro de Samantha se vendió. Lo vendí
cinco minutos después de haberse quitado la seda.
—¿Qué? ¡¡No puede ser!! —soltó Christos.
Bueno, mi cerebro debe haberse estropeado, porque creo que
Brandon acaba de decir que mi tonto paisaje de fantasía ha sido
vendido esta noche.
Brandon asintió y nos sonrió a los dos.
—¿Por cuánto se ha vendido? —preguntó Christos.
La sonrisa de Brandon se extendió encantadora y dijo:
—Veintisiete mil.
Tape con la mano mi boca abierta, deteniendo mi descarriado
cerebro de dar vueltas.
Christos me sonrió y acarició mi cuello cariñosamente, provocando
temblores corriendo por mi columna.
—Sabía que lo harías —dijo.
—Yo no —dije estupefacta—. ¿Sabes lo que significa esto?
—¿Qué? —preguntó Christos.
—Voy a ser capaz de pagar mi matricula el próximo año. —Salté en
el aire con mis brazos encima de mi cabeza—. ¡Sii!
Christos me abrazó y me besó.
—Felicidades, agápi mou. Era solo cuestión de tiempo hasta que
empezaras a vender. ¿No te dije esto cuando nos conocimos la primera
vez?
—Sí, lo hiciste —dije alegremente. Guau. No me lo podría creer. Mis
sueños se iban a hacer realidad como nunca había imaginado.
Definitivamente era la chica más suertuda en el mundo esta
noche.
Christos
—Por lo tanto Brandon —dije girando la cara hacia el—, ¿cuál
pintura no ha sido vendida esta noche?
—Tu retrato de Samantha como ángel en llamas —contestó.
—Oh —canturreó Samantha—. Lo siento Christos. Tu retrato de mí
es tan bonito. Lo compraría seguramente si me lo permitiera.
¿Aceptarías veintisiete grandes por él? —Me guiñó.
—Gracias, agápi mou —dije resignadamente—. Guarda tu dinero
para la matricula. Además, si nadie compra mi retrato tuyo,
malditamente me lo guardo. —Sonreí—. He puesto mi corazón en ello.
—Mire hacia atrás al retrato de Samantha de dos metros y medio, del
ángel con las alas en llamas colgando en la pared—. Sí, nunca me
cansaría de mirarlo. Es la real tú, agápi mou, la que he visto cada vez
que te he mirado, la que otras personas no siempre se dan cuenta que
está ahí.
—Oh, Christos —suspiró Samantha—, te amo tanto.
Se apoyó en mí y me abrazó por la cintura.
—Yo también te amo, agápi mou —dije y la bese en la cima de su
cabeza—. Espera un segundo —solté, dándome cuenta de algo de
repente—. Brandon, ¿mi retrato de AMOR de Samantha y yo se vendió
también?
—Sí. —Asintió Brandon—. Por medio millón.
—¿Qué? —soltó Samantha.
—Sí. —Sonrió Brandon ampliamente—. Me has oído bien. Medio
millón de dólares.
Samantha golpeó las dos manos en su cara:
—¡Oh Dios mio! ¡No puedo creer que alguien compró un desnudo
de tú y yo!
Le sonreí:
—Créetelo. —Me giré hacia Brandon—. ¿Quién lo compro?
Los ojos de Brandon parpadearon y alejó la mirada de momento.
—Fue, hmm, un comprador anónimo.
Podría decir que Brandon escondía algo.
—¿Anónimo? —dije sarcásticamente—. No es como si vendiera
porno o drogas. Puedes decírmelo Brandon.
Brandon movió su cabeza seriamente.
—Se me han dado instrucciones explicitas para no revelar la
identidad del comprador bajo ninguna circunstancia.
—Ahora estoy totalmente curiosa —dijo Samantha.
—No puedo decirte. —Brandon se encogió de hombros—. Era uno
de los términos del contrato.
—¿Términos? —pregunté—. No era Standfort Wentworth, ¿o lo era?
—No. —Se rio.
—¿Quién es Standford Wentworth? —preguntó Samantha.
Ella se había ahorrado la tortura de soportar la visita de Wentworth
a mi estudio aquel día que dijo que necesitaba cambiar mis pinturas
porque eran una mierda, y había dicho que el óleo Calla Lily de
Samantha era horrible. Pensando en el ahora, todo lo que quería hacer
era golpear su cara y después restregarle en la cara todo el montón de
dinero que he hecho esta noche. Después escuché la vos de Russel
Merriwather sonando en mi cabeza: ―sin más peleas”. Sonreí para mí
mismo.
—Standford Wentworth es uno de los más ricos compradores de
arte del mundo Samantha. Puede transformar la carrera de alguien si
compra su arte —dijo Brandon.
—Oh —dijo ella—. Esto suena como algo bueno.
—También es un imbécil —dije—. No quiero que su penoso culo
posea mi arte. Lo hago bien sin su ayuda.
—¿Qué si te digo que contribuyó en la licitación del retrato de
Samantha? —dijo Brandon.
—No jodas. —Me reí.
—Lo hizo —dijo Brandon.
Una sonrisa engreída se extendió por toda mi cara.
—Supongo que cambió su gusto sobre mi arte. —Saberlo me dio
una deleitante sensación de satisfacción.
—Wentworth fue uno de los primeros licitantes. Una vez que los
otros compradores empezaron a subir el precio —sonrió Brandon con
complicidad—, estuvo misteriosamente incapaz de conseguir hacer
alguna oferta más a través de mí.
Le sonreí de vuelta a Brandon. Wentworth había sido un imbécil
con el aquel día en el estudio. Brandon lo estaba bloqueando fuera del
proceso de licitación. Wentworth tenía un poco de reputación como
creador de fama. Recogía las obras de un artista antes de que fuera
famoso, y la mantenía ahí. Esto aceleraba las demandas en las obras
del artista, a tal punto que Wetworth frecuentemente lo vendía por un
considerable beneficio. Jodido. No iba a hacer un centavo con mi
sudor. Había tenido su oportunidad aquel día en el estudio y la
desaprovechó.
—Así que, Brandon —pregunté—, ¿Cuál es el estado de la
licitación?
—En este momento. —Sonrió Brandon con superioridad—. Está
transformándose en una intensa pelea. Dos personas aquí esta noche
han insistido que la pintura debe ser de ellas, y cuatro otros
compradores en el teléfono están llamándome cada cinco minutos
para saber si tienen que elevar la oferta o no.
—Espero que ninguna de estas personas sea un agente de
Wenthworth —dije.
—No —dijo Brandon—, los conozco a todos. Estamos a salvo.
Wentworth saldrá con las manos vacías esta noche.
Asentí con aprobación.
—Guau —dijo Samantha—, ¡si estas rechazando compradores,
significa que eres completamente famoso, Christos!
—¿Cuál es la puja más alta? —le pregunté a Brandon.
Sonrió.
—Un millón y medio.
—Santa mierda —soltó Samantha.
Me sentí de la misma manera.
El teléfono de Brandon sonó. Lo sacó de su bolsillo y lo miró antes
de volverse hacia mí.
—Otro licitador por teléfono. El precio sigue subiendo. Tengo que
contestar. —Sonrió mientras se alejaba, sosteniendo su teléfono en su
oído.
—Christos, esto es una locura —chillo Samantha—. ¡Estás haciendo
tanto dinero esta noche!
—Tú también —le dije.
—Lo sé. —Sonrió—. ¡Veintisiete grandes! ¡No lo puedo creer!
—Estarás ganando un infierno de mucho más que eso.
Sus cejas se estrecharon.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir, que dividiré lo que obtenga por mi retrato de ti, y
del retrato AMOR de los dos, contigo.
—¡¿Qué?! Estás loco. ¡Esos son tus cuadros! ¡No puedo tomar tu
dinero!
—¿Qué quieres decir? Ni siquiera los hubiera pintado, si no hubiera
sido por ti. Todo lo que tengo es un autorretrato de mí mismo y algunas
pinturas de las modelos de L.A. de Brandon. No creo que haya una
guerra de ofertas de millones de dólares sobre alguna de ellas. Hiciste
ambas pinturas especiales, agápi mou. Tú, Samantha Anna Smith.
Porque eres mi novia, estás en las pinturas, y eres una artista increíble por
derecho propio. Esta es la historia del arte sobre la que los libros
escribirán en un centenar de años a partir de ahora. Toda la historia,
todo el paquete. Nosotros. Tú y yo. Sin ti, sería el tercer Manos. Contigo y
tu arte, soy algo especial.
—No lo sé, Christos. —Samantha frunció el ceño—. Es mucho
dinero.
—¿Y qué? Eso no quiere decir que no te lo merezcas.
—No puedo tomar tu dinero, Christos —suspiró.
—¿Por qué no? Déjame ponerlo de otra manera. Qué hubiera
pasado si hubiera pintado un retrato de ti, después de pasar tal vez dos
o tres horas en él, y lo hubiera vendido en, por ejemplo, doscientos
dólares. ¿Dividirías el dinero conmigo entonces? Recibo cien por
pintarlo, tú recibes cien por haberlo modelado.
Ella frunció el ceño.
—Supongo.
—Entonces, ¿cuál es la diferencia entre eso y esto?
—¡Cientos de miles de dólares! —espetó.
—No. —Negué firmemente—. Eso no debería hacer ninguna
diferencia. ¿Crees que sólo porque se trata de dinero merece menos?
—Bueno, no, no creo eso.
Asentí.
—En cualquier sociedad al cincuenta por ciento, cada persona
recibe la mitad, ¿no?
—Pero estás hablando de más dinero del que nunca me he
imaginado —dijo nerviosamente.
—¿Y qué? No te subestimes a ti misma, agápi mou.
—Es mucho dinero —suspiró ella.
—La mitad de él sigue siendo tuyo —le dije—. Pero si realmente no
lo quieres... —No sabía qué más decir. Tal vez la haría cambiar de
opinión más tarde.
Romeo apareció de la nada y le dijo:
—Iré mitad y mitad contigo en tu pintura de mí, C-Man.
—¿Ves? —le dije—. Romeo conoce su valor. —Le di un golpe de
puño.
Kamiko estaba junto a Romeo. Dijo:
—Todavía no puedo creer que alguien compró ese retrato Wonky
Kong de Romeo.
—¿Qué? —Romeo frunció el ceño—. Es impresionante. Y creo que
el que lo compró lo consiguió en una ganga de $150.000. Te dije que
alguien pagaría por tener un cuadro de mí.
Kamiko puso los ojos en blanco.
—Espera hasta que tengan el retrato en su casa y tengan que
mirarte 24/7.
—Estás celosa porque Christos no te pintó —se burló Romeo.
Ella puso los ojos en blanco y le sacó la lengua.
Le dije a Kamiko:
—Te voy a pintar para mi próxima muestra. Te disfrazaremos como
uno de los personajes de Adventure Time.
Sus ojos se iluminaron.
—Guau, Christos, ¿me pintarías?
—Claro. —Le sonreí—. Prefiero pintar a una amiga que a alguna
modelo al azar.
Kamiko juntó sus manos.
—¡Quiero que me pintes totalmente como Fionna de Adventure
Time! ¡Voy a hacerte el traje yo misma! ¡Cuándo podemos empezar!
—Lo haremos durante el verano.
Kamiko jadeó.
—¡Eso sería totalmente increíble, Christos! —Ella y Romeo vagaron
entre la multitud mientras yo y Samantha compartíamos una risita.
Unos minutos más tarde, Russell se acercó a nosotros desde fuera
de la multitud.
—Felicidades, joven —dijo—. Parece que estás bastante bien esta
noche.
—Sí. —Sonreí—. Samantha, ¿te acuerdas de Russell Merriweather?
—Totalmente. —Sonrió, estrechando su mano—. Qué gusto verlo de
nuevo.
—Encantado de verte también, jovencita. ¿Has estado
manteniendo a este personaje fuera de problemas? —Asintió hacia mí.
—Definitivamente. —Sonrió ella.
—Sabes —dijo Russell—. Compré uno de los paisajes de tu abuelo.
—¿Lo hiciste? —pregunté—. ¿Cuál?
—El del valle detrás de la casa de tu padre a la salida del sol.
Siempre le digo a Nikolos lo mucho que me encanta la vista cuando voy
por ahí. Debido a que tu abuelo decidió pintar una foto de él, pensé
que sería la mejor cosa siguiente a visitar. Siempre estoy caminando en
mi oficina del centro, así puedo verlo.
Sabía que Brandon le había puesto un precio a esa pintura de
$75.000.
—Guau, Russell, fue muy generoso de tu parte —le dije con
admiración.
—Fiddlesticks. —Russell sonrió.
—¿Fiddlesticks? —Me reí—. ¿Quién carajos dice fiddlesticks?
Samantha se rio de lo que había dicho.
—Yo —dijo Russell en su voz corta más seria nunca—. Y si quieres
mantener tus dientes, no harás ninguna pregunta más a fondo. ¿Queda
claro? —Arqueó una ceja, pero sólo tomó un segundo para que su
rostro se relajara en una gran sonrisa.
Yo negué y le sonreí.
—Además —dijo Russell—. Tu familia ha gastado un montón de
dinero en mí en los últimos años, era lo menos que podía hacer.
—Gracias, hombre. —Me sonrió.
—Bueno, me tengo que ir. Buenas noches, Samantha. Ambos por
favor, denle mis saludos a Spiridon y a Nikolos —dijo Russell antes de
desaparecer entre la multitud.
—Russell es tan bueno —dijo Samantha.
—Sip.
Brandon estalló entre la multitud un minuto después.
—¡Se vendió! ¡Tu retrato de Samantha se vendió!
Los ojos de Samantha se abrieron.
Lo mismo hicieron los míos.
—¿Cuánto? —preguntamos ambos.
—¡Uno punto nueve millones! —Brandon estaba fuera de sí. Nunca
lo había visto perder la calma así. No me sorprendió. Una parte
considerable del dinero que había sacado esta noche era suyo.
Samantha echó los brazos alrededor de mí y plantó un beso
enorme en mi mejilla antes de decir:
—¡Felicidades, Christos!
Un segundo más tarde, mi padre y mi abuelo estaban
empujándose a través de la multitud.
—¡Felicidades, paidí mou! —dijo mi abuelo, inclinándose para
abrazarme—. Nos enteramos de la noticia.
—Gracias, Pappoús —dije.
Mi padre nos abrazó a los dos.
—¡Lo hiciste, paidi mou!
—No podría haberlo hecho sin ti, Bampás —dije, mirando los ojos
de mi padre. Estaban llenos de lágrimas. Igual que los míos.
Brandon sonrió mientras golpeaba mi hombro con fuerza.
—Varias de las principales revistas de arte ya llamaron. Están
pidiendo entrevistarte, Christos. Vas a ser la comidilla del mundo del arte
internacional mañana por la mañana. Te lo dije antes, si alguna vez
pintabas un retrato de Samantha, sería tu Mona Lisa. Y ahí lo tienes.
—¿Mona Lisa? —Me reí—. Sabes que la Mona Lisa se ve como un
tipo drag-queen. Al menos podrías haber dicho Evening Mood de
Bouguereau. La chica en la pintura es en realidad una mujer, y es
hermosa.
—Pero la pintura no es tan famosa. —Sonrió Brandon—. De todos
modos, este retrato de Samantha te ganará un nombre, Christos. Lo sé.
—Brandon se maravilló mientras contemplaba la pintura en la pared.
Estaba fascinado por ella. Creo que saber que se vendió por tanto
efectivo hacía que fuera mucho mejor en sus ojos. No podía culparlo.
Brandon se alejó de la pintura y dijo:
—¿Va a estar triste de decirle adiós cuando el comprador tome
posesión de ella, Christos?
—Nop. —Sonreí hacia Samantha—. Me quedaré con la real.
—Yo sí lo haré —dijo Samantha—. Me encanta verla. —Miró la
pintura.
—No tienes de que preocuparte, Samantha —dijo Brandon.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué?
Brandon sonrió.
—Nunca adivinarán quién fue el comprador.
—¿Quién? —pregunté. No podía ser Wentworth.
—El M.O.M.A. de los Ángeles —Brandon sonrió.
Mi mandíbula cayó.
—De ninguna jodida manera.
—¿Qué es eso? —preguntó Samantha.
—El Museo de Arte Moderno de Los Ángeles. —Sonrió Brandon—.
Para colgarla en su colección permanente. —No es de extrañar que
estuviera tan feliz de vender mi pintura. Esa era una gran pluma en la
gorra de la Galería Charboneau.
Le dije a Samantha:
—¿Sabes lo que eso significa, agápi mou?
Ella negó.
Sonreí.
—Que el mundo entero va a ver mi pintura de ti.
Sus ojos se desorbitaron y se echó a reír.
—¡Lo sabía!
—¿Qué? —Estaba confundido.
—¡Todo el mundo va a verme desnuda!
Me reí y Brandon también lo hizo.
—No. —Sonreí—. Todo el mundo será inspirado por tu valentía.
Samantha puso los ojos en blanco, pero me incliné y la besé con
pasión de todos modos. La multitud que nos rodeaba, que todavía era
una masa bulliciosa de hombres y mujeres en elegantes trajes negros de
noche, comenzó a aplaudir y a dar hurras.
Samantha y yo continuamos besándonos bajo su mirada mucho
tiempo en frente de todos.
Fue una noche perfecta, en todos los sentidos.
Lo único que todavía me molestaba era si ganaría suficiente dinero
después de darle a Brandon su parte para pagarle a Hunter Blakeley. Si
perdía su demanda civil en mi contra en el tribunal iba a deberle dinero
suficiente para llenar la bóveda en un banco. Me di cuenta que Russell
no había mencionado el juicio cuando me dijo adiós esta noche.
Probablemente no quería arruinar mi noche.
Hombre, ¿por qué tuve que golpear al maldito Hunter en primer
lugar? No es como si no supiera ya que podía patear su trasero diez
veces.
Oh bien.
Me preocuparía de eso mañana.
Ahora era el momento de reunir a todo el mundo e ir a celebrar en
otro lugar. No había manera de que dejara que Hunter Blakeley
arruinara mi noche perfecta.
No había una jodida manera.
Además, ¿cuáles eran las posibilidades de toparme con él esta
noche?
Samantha
La banda en el escenario del Belly Up Tavern sacudió la casa. El
lugar estaba lleno. Después que la multitud en Charboneau Gallery por
fin se achicara, todos vinimos aquí para relajarnos y celebrar.
Christos y Jake conocían al portero de afuera, así que nos dejaron
entrar; Madison, Romeo y Kamiko se colaron en el interior para ver a la
banda. Pero nos hicieron comprometernos a no pedir bebidas. Christos
y Jake les dijeron a los guardias que mantendrían un ojo en nosotros.
El Belly Up era un bar de combinación y una sala de conciertos.
Tenía un muy gran escenario en un extremo y dos barras en el otro. Una
enorme estatua de un gran tiburón blanco se cernía sobre una de las
barras, con cables y tablas de surf alineadas en las paredes.
—Nunca he estado en un bar antes —le susurré a Madison.
—¿Qué? —gritó.
La banda tocaba tan fuerte que no sé por qué estaba susurrando.
Me incliné hacia su oído y dije en tono alto:
—¡Nunca he estado en un bar antes!
—¡Yo tampoco! —gritó ella—. ¡¿No es increíble?!
Asentí.
Bailamos casualmente, balanceándonos con la música.
Romeo comenzó a moverse al azar, su trasero empujándose detrás
de él con los brazos extendidos al frente, agitando su mantequera. No
tenía ningún sentido porque la banda tocaba rock, no hip hop.
Comencé a reír al instante.
—¿Qué estás haciendo, Romeo? —dijo riendo Kamiko.
—¡Tratando de conseguirme un hombre! —Él sonrió y miró a su
alrededor, pero las únicas personas que lo observaban se veían
horrorizadas. A Romeo no le importaba. Se alejó como un loco.
Miré hacia el escenario y me di cuenta de que el baterista y el
bajista me resultaban familiares. Me volví hacia Madison y grité:
—¡¿Hey, no son esos dos chicos amigos de Jake?!
—¡Sí! —gritó Madison—. ¡Lucas Summeres el del bajo y su hermano
Logan el de los tambores!
—¡Ayudaron a Christos y a Jake a mudar mis cosas a la casa! —
grité.
Madison asintió.
La banda era realmente buena. La canción que estaban tocando
empezó a acelerarse. Toda la casa se mecía al compás de la música.
Logan estaba volviéndose loco en la batería. Parecía un animal
salvaje. Un total contraste con lo tímido que había sido el día que lo
conocí. ¿Cuál era ese viejo refrán? ¿Las aguas corren profundo? ¿O los
individuos tímidos y atractivos eran grandes bateristas de rock?
Madison y yo realmente estábamos metidas en la música,
moviendo nuestras cabezas como idiotas para que nuestro cabello
volara alrededor. Las dos estábamos riendo y mareadas y tuvimos que
parar.
Casi me tropecé con mis sandalias de plataforma, pero Christos me
tomó en sus brazos y me puso de pie.
Gritó:
—¡Jake y yo iremos a conseguir algunas bebidas! ¿Quieres algo?
—¡Le dijimos a los gorilas que no beberíamos! —grité con
incertidumbre. Quiero decir, me encantaría tomar una copa o dos. No
tenía intención de emborracharme. Pero no quería meter a nadie en
problemas.
—¡Eres una buena chica! —bromeó Christos.
—¡Puedo ser mala! —Sonreí.
—¡¿Ahora?! ¡¿O tengo que esperar hasta más tarde?!
—Eh... —No sabía cómo responder a eso. No había estado
pensando en ir y ensuciarme en la pista de baile—. ¡¿Tal vez puedas
hacer que Romeo se retuerza para ti?!
Christos le echó un vistazo a Romeo, que estaba en un trance,
retorciéndose desigualmente, y soltó una risa.
—¡No! —gritó Christos. Me besó en la mejilla y dijo—: ¡Puedes
mostrarme lo mala que eres más tarde! —Apretó mi trasero y yo salté—.
¡Jake y yo les conseguiremos algo de agua! ¡Y puedes compartir mi
bebida, si quieres!
—¡Está bien! —Sonreí mientras los dos se apretaban atravesando la
multitud hacia la barra.
La siguiente canción que la banda tocó fue una lenta y
desgarradora balada. Las luces en el escenario se desvanecieron a un
azul suave para que coincidiera con el estado de ánimo de la música.
Lucas cantó en el micrófono en la parte delantera del escenario
mientras tocaba su guitarra. Tenía una voz suave y sexy. Había pensado
que era lindo con su buena apariencia de surfista y ojos azules, pero al
oírlo cantar, no tuve ninguna duda de que lo perseguirían paquetes de
mujeres babeando a dondequiera que fuera.
De lo que podía sacar de la letra, la canción era sobre un hombre
cuya novia había muerto o lo había dejado. No estaba segura de qué.
Lucas y Logan cantaron el coro juntosa corazón, en perfecta
armonía:

—When I awoke
You did fall asleep
Now your eyes are closed, and
I can only weep.

—Why did you go, girl


I just found myself
Now I‟m all alone, and
I really need your love.

La voz de los hermanos se mezclaba de manera fluida, expresando


un sentimiento doloroso por la pérdida de la perfección. Ambos eran
corazones totalmente palpitantes.
Después que Lucas y Logan cantaron el coro por segunda vez, el
centro de atención se alejó de ellos hacia el otro lado del escenario. Se
detuvo en el guitarrista, quien finalmente noté que era una mujer joven
con cabello largo fluyendo. Adivinaba que ella tenía mi edad, tal vez un
poco más grande.
Había estado oculta al costado del escenario la mayor parte de los
sets, sin llamar mucho la atención en realidad. Estaba actuando tan
tímida, que casi parecía frágil. Pero cuando llegó el momento de su solo
de guitarra, se puso de pie en la parte delantera del escenario, a
centímetros de la multitud.
El centro de atención hacía brillar su guitarra con diamantes azules.
Vi los brazos de la multitud estirarse para tocarla como si fuera un
chamán pagano realizando un ritual mágico. Tal vez lo era. Pensé que
podría distraerse por las manos alcanzándola, pero estaba en su propio
mundo, totalmente concentrada. Tocó con su corazón.
El sonido de la guitarra eléctrica se vertía por los altavoces como
un gemido humano, el sonido de un intestino desgarrado por las
lágrimas y la angustia arrastró conmigo. Esta chica misteriosa parecía
estar tan llena de tristeza que no podía contenerla por más tiempo, y la
única manera en que podía liberarla era a través de su guitarra.
Estaba asombrada totalmente por su capacidad de tomar las
emociones y conectar las mías con las suyas con tanta inmediatez.
Mientras su guitarra hacía un crescendo en solitario, echó la
cabeza hacia atrás, su cabello largo colgando detrás de ella, sus ojos
cerrados, su rostro abrumado por pura emoción. No era frágil en
absoluto. Tenía que ser fuerte y valiente para canalizar toda la emoción
en su interior y proyectarla a través de su guitarra con tal honestidad y
vulnerabilidad.
Sentí escalofríos corriendo por mi cuerpo y mis ojos estaban
repentinamente calientes y llenos de lágrimas.
Esta joven era increíble.
Después que terminó su solo de guitarra, Lucas y Logan cantaron el
coro otra vez, pero con nuevas palabras.

—Now it‟s time to heal


Time for me to live,
But it‟s hard for me to say…

Entonces Lucas canto una línea solo:

—It‟s time to let you go…


followed by Logan singing,
I‟ll never let you go…

Y juntos, cantaron:

—Again. No, not again.

Basada en la letra, me pregunté si Lucas había perdido una novia y


Logan estaba tratando de aferrarse a la que tenía. Todo era tan
misterioso. Lo único que sabía con certeza era que estaba llorando y
riendo para cuando terminó la canción. No podía sobreponerme a lo
mucho que la banda me había conmovido con su música.
Todo el mundo en el bar vitoreó y aplaudió. Un segundo después,
la banda arrancó con una nueva canción, totalmente optimista, y todo
el mundo estaba bailando con ella, moviéndose constantemente. La
chica en la guitarra hizo otro solo hacia el final, tocando a un millón de
millas por hora. Las personas vitorearon todo el tiempo que tocó.
Esta vez, en lugar de verse como si fuera a explotar de tristeza,
tenía una mirada de furia primitiva en su rostro. Al final de su solo, hizo
esa larga nota que sonó como un grito. Sostuvo su mano libre en el aire
mientras la nota vibraba sin fin.
No pude evitarlo. Animé tan fuerte como pude:
—¡¡Seeh!!
Fue muy emocionante.
Cuando la canción llegó a su fin, la banda hizo un montón de
ruido, rasgueando sus guitarras y martillando la batería al mismo tiempo.
Las luces del escenario pasaron por todos los colores del arco iris.
Entonces, en el momento justo, la chica y Lucas saltaron en el aire.
Golpearon sus instrumentos por última vez cuando aterrizaron de nuevo
en el escenario. Los tambores se detuvieron en el mismo momento, la
banda se quedó en silencio, y las luces del escenario se apagaron.
Todo el mundo en el bar rugió su aprobación.
Cuando las luces blancas del escenario volvieron a encenderse,
iluminando a la banda, Lucas Summer gritó en el micrófono y señaló a
la guitarrista:
—¡Victory Payne en la guitarra, todo el mundo! —Le dio una
palmada en la cabeza, aplaudiéndole mientras su bajo colgaba de su
correa en el hombro. Las personas silbaron y gritaron—. ¡Nosotros somos
Lucas y Logan Summer! ¡Volveremos en una media hora para un poco
más de música! ¡¡¡Muy bien!!!
La multitud aplaudió de nuevo mientras la banda abandonaba el
escenario.
Me volví hacia Madison y dije:
—¡Esa chica es increíble! ¡Nunca he visto a nadie tocar la guitarra
así!
—Yo tampoco —dijo Madison.
—¡Y es una chica! —animé.
—Creo que tengo un flechazo por una chica —dijo Romeo
genuinamente.
Kamiko dijo:
—Pensé que yo era tu chica enamorada.
—¿Cuál dijeron que era su nombre? —preguntó Romeo.
—Victory Payne —dijo Madison.
—¿Ese es su nombre? —me burlé—. Suena falso.
—Creo que su verdadero nombre es Victoria —dijo Madison,
pensativa—. Victoria Payne.
—¿La conoces?
—La conocí a través de Lucas y Logan una vez. Es muy agradable.
Te gustaría.
Christos
El bar estaba muy lleno, todavía estaba esperando nuestras
bebidas cuando la banda se tomó un descanso.
—Ya regreso —dijo Jake—. Voy a mear.
Asentí.
Un minuto más tarde, alguien me dio un golpecito en la espalda.
Me di la vuelta y Tiffany Kingston-Whitehouse estaba justo detrás de mí.
—Hola, extraño. —Sonrió. Llevaba el atuendo estándar de Tiffany, lo
que significaba un top ajustado y una falda apretada. Amaba mostrar
su cuerpo cada vez que tenía la oportunidad. No podía culparla.
Como de costumbre, ella parecía feliz de verme.
—Hola Tiff. —Hace un mes, no le hubiera dado ni una mínima
importancia, pero después de la manera en que le había contado a
Samanta en el juzgado la verdad sobre su ―tarjeta de crédito robada‖,
estaba inclinado a ser amable—. ¿Cómo cuelgan? —Sonreí.
—Alegres como siempre. —Tiffanyme guiñó el ojo, sutilmente
empujando sus pechos hacia mí. No estaba exagerando. Tenía un
maravilloso par de tetas, las cuales sabía que eran auténticas. Pero no
necesitaba a nadie recordándole cuán bien se veía. Su ego era
bastante grande ya.
Cambiando de tema, dije:
—Vi a tu madre y tu padre en mi espectáculo esta noche. ¿Cómo
es que no fuiste tú? Normalmente lo haces.
—Oh. —Alejó torpemente la mirada—. Yo, ehh, pensé que tal vez
debería dejarte solo. Así podrías, ya sabes, disfrutar del espectáculo.
Con, ehh, Samantha. —Puso los ojos en blanco como si le costara todo
lo que tenía hablar bien de Samantha.
Esto era un progreso. Sonaba como si Tiff estuviera cambiando a
una nueva página.
—¿Qué paso con eso de llamarla Scumantha55? —dije riéndome—.
Me contó sobre eso, ya sabes.
Tiffany se encogió de hombros. Por una vez, no tenía las manos
encima de mí. Solo estaba a un paso distancia, sosteniendo una bebida
de chicas en su mano, la cual estaba a medias.
Decidí ser educado y dejarla en paz para superar transgresiones.
—¿Puedo comprarte otra bebida?

55Scumantha: Juego de palabras, Scum significa escoria, basura, chusma.


—Estoy bien por el momento. —Sonrió—. ¿Cómo han ido las ventas
esta noche? ¿Has liquidado?
Asentí inclinando la cabeza.
—Infiernos, sí. Hemos vendido todo.
—¿Me han dicho que tu padre y tu abuelo vendieron pinturas esta
noche?
—Sí, sus cosas se vendieron también.
—Felicidades —dijo sinceramente—, deberías estar orgulloso de ti
mismo, Christos. Apuesto que has hecho un montón de dinero.
—Eso espero. —Lo siguiente que supe es que me estaba abriendo a
ella como de costumbre—. Tengo la esperanza que cubra la demanda
civil que cuelga sobre mi cabeza.
—¿Demanda civil? —Sorbió su bebida—. ¿Qué demanda civil?
—Oh, un idiota que se llama Hunter Blakeley. ¿Lo conoces?
Encogió los hombros.
—Un idiota total. —Sacudí mi cabeza—. Este tipo Hunter Blakeley
estuvo acosando a Samantha unos meses atrás cada vez que corría
hacia ella. Una vez lo hizo delante de mí. Intentó empezar una pelea
conmigo, pero lo tiré al suelo. Hasta aquí todo bien, ¿verdad?
Asintió, instándome a continuar, y sorbió su bebida. Le di la
estropeada versión sobre correr hasta Hunter delante de Hooters, y él y
sus tres amigos siguiéndome a mí y a Jake hasta nuestro auto. Me salté
la parte donde Jake y yo robamos las chicas de Hunter del bar,
comprándoles bebidas, porque no quería que Tiff pensara que tenía un
rollo conmigo, porque no lo tenía. Y había estado borracho aquella
noche de todos modos. No planeaba hacer mucho más que beber
alguna bebida más, una o dos, en un futuro cercano. Tenía mucho que
perder.
Nunca quería perder a Samantha.
—¿Qué le pasó a tu auto? —pregunto Tiff, sus ojos ampliamente
abiertos con interés mientras tragaba más de su bebida.
Tuve un momento para preguntarme si ella intentaba
emborracharse para así tener la excusa para ponerse en marcha
conmigo sin cohibición. Era su estrategia habitual. Tenía que mantener
un ojo en ella.
—Golpeé al chico en la nariz —dije—. Una vez. Pero creo que se la
rompí. De todas formas, este tipo Hunter es modelo, y se ha vuelto loco
por perder un trabajo. Ahora su abogado está pidiendo cerca de un
millón de dólares.
—¡Un millón! —Se atragantó y tosió varias veces—. Lo siento. —Se
secó la mejilla con la servilleta del cóctel.
No pude detenerme y me reí.
—¿Qué? —Sonrió.
—Nada —dije riendo.
Cuando terminó de secarse, dijo:
—¿Qué vas a hacer con este Hunter?
—Joder, no lo sé. Russel y yo pensamos que el abogado de Hunter
averiguó cuán valiosa es mi familia y están intentando quebrarnos.
—Lamento escuchar eso. —Tiffanyse estremeció. A lo largo de los
años, supe que la familia de Tiffany había visto expuestos sus negocios
por gente intentando demandarles por cosas menores, solo porque
tenían dinero. Ella podía entender.
—Gracias Tiff. Sí, es bastante jodido. No tenemos ningún video
grabado o algo para probar que Hunter lo empezó. Somos solo Jake y
yo, nuestras palabras contra las de Hunter y sus tres amigos. Este tipo
Hunter puede llegar totalmente a un corte limpio cuando quiera. Un
jurado probablemente le creería. En el mejor caso, esperamos poder
reducir las demandas de daños. Pero incluso entonces, podrían ser unos
cuantos cientos de los grandes.
—Eso es horrible, Christos —dijo Tiff, apoyando su mano en mi brazo.
Miré su mano.
La dejó caer.
—Desearía que existiera algo en lo que pudiera ayudar… —dijo ella
mirándome a los ojos, pero de repente tuvo una mirada al vacío,
perdida en sus pensamientos.
Estuvo perdida durante un largo momento y finalmente dije:
—Tiff, ¿sigues aquí?
—Sí. —sonrió—. Lo siento. Solo estaba pensando en algo.
—Bueno, iba a decirte gracias, Tiff. Aprecio que me hayas
escuchado. Pero no te preocupes por esto. Lidiaré con ello.
Movió su cabeza y sonrió.
—Siempre lo haces.
Colocó su copa vacía en la barra y me comentó:
—Necesito ir a refrescarme en el baño de mujeres.
Asentí y caminó perdiéndose en la multitud.
Un minuto más tarde, Jake apareció detrás de la barra.
—¿Ya conseguiste nuestras bebidas?
—Todavía esperándolas —dije.
Mientras esperaba, no puede evitar preguntarme qué había
pasado por la mente de Tiff de repente. Siempre sabía cuándo sus
ruedas comenzaban a girar sobre alguna nueva estrategia en su
cabeza. No había cambiado ni una pizca.
Tenía que mantenerla vigilada.

Samantha
—Vamos a hablar con el grupo —dijo Madison mientras Lucas,
Logan y Victory caminaban desde el escenario hacia el bar con el gran
tiburón cerniéndose encima de todo—. Te presentaré a Victory.
—Vale —dije mientras ella me empujaba.
Romeo y Kamiko nos seguían.
Cuando hacíamos el camino hacia ellos, Madison chilló:
—¡Hola, Lucas!
—Qué hay, Madison. —Lucas sonrió—. ¿Qué les parecieron las
canciones?
—Lo máximo —dijo Madison.
Nuestro grupo estaba ahora unos frente a otros.
—Chicos, son maravillosos —dije.
—Hola. —Lucas me sonrió—. Me acuerdo de ti. Eres Samantha,
¿verdad?
—Sí. —Sonreí.
Lucas dijo:
—Logan, te acuerdas de Samantha. Le mudamos las cosas al
apartamento de Christos.
—Sí. —Logan sonrió. No dijo nada más. Seguía tan tímido como la
primera vez que lo conocí. Pero era tan lindo que no lo desfavorecía.
Madison dijo:
—Aquí esta Sam, la amiga de Romeo y Kamiko. —Los dos dijeron
hola a los chicos.
—Y ella —dijo Lucas—, es nuestra amiga Victory.
—Hola —dijo ella.
Sacudí su mano:
—Tu guitarra es increíble. —Sonreí.
—Gracias. —Me sonrió de vuelta, exudando frescura de famosa
indiferente.
No estaba segura de qué decirle. No podía decir si era demasiado
genial para la escuela o qué. Así que me giré hacia Lucas y dije:
—Oye, Lucas, tocaron unas canciones maravillosas esta noche.
Pero una de ella realmente me pegó y me preguntaba de qué trataba.
—¿Cuál de ellas? —preguntó.
—La lenta y triste —dije yo.
—¿Te refieres a Ahora tus ojos están cerrados? —dijo—. ¿La
balada?
—Supongo —dije desconcertada—. Era realmente triste.
Logan asintió hacia su hermano.
—Si —dijo Lucas para mí, casi con una mueca—, era Ahora tus ojos
están cerrados.
—Bueno, fue verdaderamente genial. —Sonreí sinceramente—.
Pero no me podía imaginar de qué trataba.
Logan, el tímido, miró hacia Lucas, quien de repente parecía
miserable.
¿Había hecho la pregunta equivocada? Miré hacia abajo para
asegurarme que mis pies no se habían pegado a mi boca sin mi
aprobación. Sí, tenía dedos y todo. Al menos de estar atascados en mi
boca no sería capaz de decir nada más para provocar molestias a las
personas.
—Uh —dijo Logan—, esa canción es algo personal para mí y mi
hermano. En verdad no hablamos de esto.
—Estoy totalmente apenada —dije nerviosamente—. No debería
haber preguntado. —Quizás un día, como por ejemplo en unas
décadas, mi torpeza desapareciera por completo. Pero de momento,
todavía se estaba resistiendo. Bueno.
—No te preocupes. —Logan sonrió, intentando sonar casual, pero
podía decir que estaba incómodo con el asunto.
Lucas, el charlatán, estaba ahora completamente mudo. Sus ojos
se habían oscurecido y una mirada pensativa pesaba en su rostro.
¿Había tenido razón al suponer que sus canciones eran sobre la
difunta novia de Lucas?
Las rasgos Logan se suavizaron con compasión mientras miraba a
su hermano hundiéndose en un profundo hoyo emocional justo en
frente de nosotros.
—¿Estás bien, hermano? —preguntó. Apoyó gentilmente una mano
en el hombro de Lucas.
Lucas inhaló fuerte por la nariz y movió su cabeza.
—Estoy bien. —Un segundo más tarde, la chispa que había visto en
sus ojos azules el día que nos conocimos había vuelto. Se giró hacia
Victory y dijo—: Estuviste genial esta noche, chiquilla. Necesitamos
tenerte dentro con nosotros más a menudo.
—Gracias. —Victory sonrió.
—Espera —dijo Madison—, pensé que Victory era su guitarrista de
siempre.
—No —dijo Lucas—, nuestro guitarrista de siempre es un chico
ocupado haciendo sesiones en Los Ángeles, así que le preguntamos a
Victory si quiere estar en nuestras últimos shows.
Solté:
—¡Deberías quedártela en tu grupo! Es genial.
—Victory generalmente actúa en otra banda —dijo Lucas.
Ahí estaba yo, metiendo la pata de nuevo.
—Solo nos hizo un favor —dijo Logan.
Victory asintió. Era tan callada. Contrario a mí, la bomba habladora
sin pensar.
Alguien golpeó mi hombro. Solo podría asumir que era Christos con
nuestras bebidas. Necesitaba totalmente una salida social antes de
decir algo más incómodo.
—Hola, Sam —dijo la voz detrás de mí. Me giré para quedar de
frente a Hunter Blakeley.
Bolas flojas56. Quiero decir, bolas asquerosas57.
¿Por qué estaba aquí? ¿Aún no había captado el mensaje de que
no quería tener nada con él? Oh, bueno, era un bar público. ¿Existía
una manera rápida de explicarles a todos que Hunter estaba
demandando a mi novio por cientos de miles de dólares porque era un
imbécil total y que deberíamos evitarlo hasta que se fuera? Quizás no.
Así que me giré de espaldas a Hunter, esperando que captara la
indirecta y se alejara.
Debí haberlo sabido mejor.
Hunter se metió en el círculo a mi alrededor. Sonrió hacia los
hermanos Summer y dijo:
—Soy Hunter Blakeley.
Ambos le dieron la mano. No sabían quién era.
Miré a Romeo, cuyos ojos se salían de sus orbitas.
—¿Quién es ella? —provocó Hunter mirando a Victory como a un
trozo de carne. Era preciosa y Hunter era tan predecible como obvio.
Victory arqueó una ceja hacia él. No podía decir si estaba
interesada en él o no. Él tendió su mano.
—Soy Hunter Blakeley.

56N/T: Juego de palabras; lameballs en inglés, lame significando débil, flojo, lisiado.
57N/T: Siguiendo el mismo juego de palabras con slimeballs en este caso, slime
significando lleno de babas.
Victory no le dio la mano. Simplemente lo miró un rato, después le
dio una sonrisa divertida. Era algo difícil de leer.
Hunter le sonrió:
—¿Eres amiga de Sam?
Victory me miró.
—¿Conoces a este chico? —me preguntó.
—Algo así —dije preocupada. Quería gritar ―¡es horrible! ¡Corre!‖,
pero estaba intentando ser amable, así que no lo hice.
Victory entrecerró sus ojos hacia mí, perforándome con la mirada.
Era extraño. Parecía enfadada de repente. ¿Estaba enfadada
conmigo? No sabía por qué lo estaría, pero podía sentirlo llegando en
olas. Debía haberla enfadado de alguna manera. ¿Tal vez pensaba
que mi pregunta a Lucas sobre su canción había sido extremadamente
irrespetuosa y estaba ofendida por él? ¿Quizás se había enfadado
porque le había sugerido unirse al grupo de Lucas y Logan? ¿Era esto un
punto doloroso entre ellos? No tenía ni idea. Dios, era la Primera Dama
de la Incomodidad e Inseguridad esta noche.
Victory se giró hacia Hunter y le sonrió.
Tal vez se sentía atraída por Hunter. Esperaba que no. Por su bien.
Victory dio un paso hacia Hunter, hasta que estuvo justo delante de
él. En cualquier momento, Victory agarraría el codo de Hunter y se
giraría hacia mí para decirme aireadamente:
—Deshagámonos de estos nerds. —Antes de alejarse con Hunter.
Después Lucas y Logan se reirían de mí, me insultarían y me tirarían
cosas.
En cambio, Victory miró a Hunter y dijo:
—Amigo, estás haciendo a todos sentirse incómodos. A Samantha
no le gustas y puedo decir que eres un idiota. —Sus ojos brillaron cuando
lo dijo. Parecía, no lo sé, peligrosa. De pie delante de él, parecía
demasiado pequeña, pero ya sabes lo que dicen de los
mellivoracapensis58. No le temía a Hunter para nada.
Romeo pegó una mano a su boca, conteniendo una risa.
Una sonrisa se amplió cruzando mi rostro. No pude evitarlo.
Victory le dijo a Hunter:
—¿Porque no te vas a otro sitio?
La sonrisa permaneció en el rostro de Hunter. Nunca fue uno de los
que hacían caso a las instrucciones básicas. Se quedó ahí. Estaba

58Mellivoracapensis: es una especie de mamíferos carnívoro, de pequeña altura y que


no llega a los nueve kilos, pero muy peligrosa.
disfrutando demasiado como para irse cuando la diversión acababa de
empezar.
—Hunter Blakeley —canturreó Christos detrás de mí—. Qué bueno
verte, amigo.
Mi propio Motorknight59 sabía siempre cuando aparecer.
Sonrío.

Christos
Hunter se dio la vuelta y me frunció el ceño.
—Christos Manos, en carne y hueso.
Lo miré fijo.
Hunter era un tipo grande. Pero yo lo era aún más. Y sabía que no
tenía ni una oportunidad contra mí en una pelea. Había probado eso
en dos ocasiones vergonzosas.
—¿Qué tal tu vida? —dijo Hunter riéndose como si fuera mi mejor
amigo.
—De maravilla. —Sonreí.
Hunter dejó caer su brazo en los hombros de Samantha como si
estuvieran juntos.
Samantha hizo mala cara y se alejó diciendo:
—¡Aléjate de mí, Hunter!
Él se reía como si no fuera la gran cosa.
—¿Quieres que le enseñe a Hunter algunos modales? —preguntó
Jake, crujiendo sus nudillos con ganas.
—No, lo tengo controlado —dije. Lo último que quería era que Jack
le rompiera los dientes a Hunter y tuviera su propia demanda civil con la
que lidiar. Jake y su familia no tenían dinero como la mía. Un buen litigio
les enterraría.
Hunter le dijo a Jake:
—Tranquilo, tipo duro. Parece que tu novio va a protegerte. Tal vez
puedas chupársela más tarde como agradecimiento para estar ahí
para ti.
—Eres un imbécil —le dijo Madison a Hunter—. ¿No tienes ningún
desfile de rabos que hacer?
—Te acordaste. —Hunter sonrió como si fuera buen amigo de
Madison por esto.

59Motorknight: clase de moto caracterizada por andar suave y silenciosa.


—Me acordé que eres un idiota —dijo ella enfurecida—. Estoy
segura que hay un montón de pollas modelando por ahí para un cretino
como tú.
—Muy bien, Mads —soltó Samantha antes de pegarse una mano
en la boca.
Hunter se reía.
—Vaya, nunca había visto a tantas mujeres con pelotas en un solo
sitio. —Me miró a mí y a Jack mientras lo decía, insinuando que nosotros
dos éramos mujeres.
—Relájate, Hunter —dije.
Caminó hacia mí hasta que su pecho estaba a un centímetro del
mío y dijo:
—No lo creo.
En realidad quería aplastarlo como a una hormiga.
—Vamos, chico grande —siseó Hunter—. Enséñame lo que tienes.
Esto era ridículo. Hunter estaba haciendo todo lo que podía para
sacarme de quicio. Estaba actuando como si tuviera una armadura
invulnerable encima por lo de la demanda civil. Tristemente, tenía algo
parecido. Ambos sabíamos que me demandaría otra vez si le pegara
de nuevo. Tenía la ventaja y jugaba con ella hasta el final.
Como sea.
—¿Cuándo te volviste tan cobarde, Christos? —preguntó Hunter.
Moví mi cabeza en negación despectivamente.
—Ya no eres tan duro, ¿no? —se burló.
—Pégame, Hunter —dije calmamente.
Sus ojos se entrecerraron.
—Ve por ello —dije—, no te devolveré el golpe. Sé que es lo que
quieres.
Hunter asintió astutamente.
—Sé lo que estás intentando hacer. Quieres que te pegue así
podrás archivar la demanda.
—¿Lo hago?
—No soy idiota, Christos.
—Eso es debatible —dije riéndome.
Samantha y el grupo se rieron. El rostro de Hunter se arrugó.
—¿Ahora te vas a ir? —pregunté—. O tal vez quieras llamar algunos
amigos así podrás tener ventaja. Hacerlo ocho a dos contra mí y Jake.
Trae algunas pistolas y cuchillos, cosas de esas, así será una pelea real.
Hunter resopló burlonamente.
—Eres un cobarde, Hunter —dije—. Lo demostraré. Pégame tan
fuerte como quieras. Prometo no demandarte.
Parecía estarlo considerando, de tan enfadado que estaba.
—Te dejaré dar tres golpes antes de tomar represalias. Luego será
defensa propia. Pero solo te golpearé una vez. Sabes que es todo lo
que durará. Y esta vez, estará lleno de testigos.
—Grabaré todo esto —dijo Romeo, enseñándonos su móvil a
Hunter y a mí.
Seguía escuchando las palabras de Russel haciéndose eco en mi
cabeza “No Más Peleas”. Técnicamente no era una pelea si solo había
usado palabras para ganar, ¿verdad?
—Que te jodan, imbécil —espetó Hunter en mi cara—. No puedo
esperar a ver cuán duro lo harán en el juicio.
—Yo tampoco —le dije a Hunter mientras pasaba por mi lado.

Tiffany
Observé el espectáculo completo entre Christos y Hunter desde la
distancia después de salir del baño de mujeres. Este Hunter era un idiota
absoluto. Realmente necesitaba que alguien lo pusiera en su lugar.
Cuando Hunter pasó junto a Christos, pensé en juntarme con
Christos y sus amigos. Siempre me había gustado pasar el tiempo con
Christos pero estaba con su novia Samantha. Oh, bueno. Decidí dejarles
en paz.
Vería a Christos en otro momento.
Fui a la barra para pedir otra bebida. Estaba de humor para beber
sola esta noche. Después que mi doble Martini llegara, lo sorbí en
solitario mientras la banda tocaba otro set. En algún momento más
tarde, vi a Christos caminar fuera del bar con su novia y el resto de sus
amigos.
Suspiré.
Realmente tenía que aceptar que Chrostos ya no estaba en el
mercado. Otro Martini seguramente ayudaría. Le hice señas al
camarero por otro y asintió en respuesta.
—Oyyyeee, Tiffany —dijo arrastrando las palabras Hunter Blakeley.
La banda estaba haciendo una pausa, así que no tenía que gritar. Se
apretó cerca de la barra al lado mío, empujando algunas chicas fuera
de su camino.
—¡Oye! —le gritaron las chicas a Hunter—, ¡mira por donde andas!
Hunter esbozó su sonrisa habitual hacia las chicas mientras a mí me
daba una mirada que decía: ¿te imaginas?
No le importaba. Hunter era un egoísta.
¿Por qué no me había dado cuenta hasta entonces que Hunter
podría ser tan grosero? Quizás por su buen aspecto era muy
decepcionante. Tal vez porque cuando conocí a Hunter, Christos había
estado saliendo con su novia desde hacía un par de meses y yo estaba
sola. Fui susceptible a la sonrisa rápida de Hunter y sus ojos marrones. Y
sus músculos amplios. Y sus abdominales.
Hunter sonrió.
—¿Cómo es que no me has devuelto las llamadas, Tiffany?
Me encogí de hombros mientras jugaba ausentemente con el
palillo rojo de plástico que sujetaba la oliva en mi copa vacía de Martini.
—Me divertí un montón aquella noche —dijo con optimismo. Podría
decir que estaba buscando otro rollo conmigo.
Estaba dividida entre el asco por su mal comportamiento con
Christos y mi propia desesperación. No sabía cuál ganaría esta noche.
Creo que el número de Martinis que había bebido afectaba mi
decisión. No me importaba en realidad.
Cuando el Martini que había pedido llegó, Hunter sacó su cartera y
le dijo al camarero:
—Yo pago esto. ¿Y podrías traerme una Corona?
El camarero asintió y sacó una botella de la nevera, le quitó la tapa
y se la entregó a Hunter.
Hunter dejó caer billetes en la barra, incluyendo propina.
Sorbí de mi Martini. Con la esperanza que el gin nublara mis
emociones. Estaba cansada de sentirme triste todo el tiempo.
Definitivamente había empeorado en los últimos meses. Lo último que
quería hacer esta noche era pensar en cosas.
(Christos)
Hunter sorbió de su cerveza y me sonrió.
Realmente era un chico guapo con una sonrisa amistosa. Levantó
su cerveza y dijo:
—Salud.
Golpeé mi vaso de Martini contra su cerveza, luego di un trago.
No podía decidir si estaba cometiendo un error bebiendo con
Hunter o no. Quiero decir, habíamos tenido sexo antes. No era un
fracaso total.
Por los siguientes treinta minutos, Hunter habló sobre sí mismo. Y
habló, y habló, y habló. Y habló. Casi le pedí al camarero unos tapones
de oídos, los cuales tenían a mano por la música en vivo. Pero la banda
aún estaba en receso. No quería ser completamente grosera. Así que
asentí mucho, centrándome en sus ardientes ojos ámbares, su
desgreñado cabello rubio, y pretendí interesarme por la aburrida vida
de Hunter.
Me pregunté si hablaría tanto durante el sexo. Era mucho más
atractivo con la boca cerrada.
—En todo caso —dijo, terminando alguna historia que ya había
olvidado—, fue por eso que pasé el último verano en Cannes. —
Pronunció Cannes como ―cans‖.
Sospeché que Hunter nunca había estado en Cannes, por no
hablar de Francia, o en ningún otro lugar del Mediterráneo, por la forma
en que hablaba de ello. Sonaba como un guía de viaje, no como
alguien que viajaba.
—¿Quieres otra bebida? —preguntó Hunter.
Sostuve mi mano sobre el vaso.
—Estoy bien. —Luego, sin ninguna advertencia, las ruedas en mi
cabeza comenzaron a girar. Siempre lo hacían, sin importar cuánto
bebiera—. Oye, Hunter, ¿cómo va el trabajo? —La primera vez que me
había invitado a salir, me había hablado sobre modelaje por dos horas
seguidas.
—Oh, no he tenido muchas presentaciones últimamente.
—¿Oh? ¿Por qué?
—Me metí en una pelea con este tipo.
—En serio —dije, prestando mucha atención—. ¿Qué tipo?
—Un tipo llamado Christos Manos. ¿Lo conoces?
—No —mentí—. ¿Qué pasó?
—Este tipo Christos comenzó una mierda conmigo hace un tiempo.
Así que peleé con él. Terminé con una nariz rota. Pero deberías haber
visto su cara cuando acabé con él.
Lo había hecho. La cara de Christos estaba tan impecable como
siempre y creí en su versión por sobre la Hunter.
—¿En serio? —Jadeé—. ¿Lo mandaste al hospital o algo?
Hunter se rió con confianza.
—Casi.
Qué estafador. Pero entonces, Christos ya me había dicho lo
mismo. Dije:
—¿No tienes miedo de ser demandado por golpear a este tipo
Christos?
Hunter frunció el ceño.
—¿Por qué lo preguntas?
—Oh, la gente hace demandas todo el tiempo, ¿no? —Esperaba
sonar hasta la última parte como una rubia tonta. Me reí para darle
efecto.
—Lo gracioso es que —dijo Hunter riéndose—. Yo lo estoy
demandando a él.
—¿Por qué? ¿Si tú lo mandaste al hospital?
Hunter negó con la cabeza.
—No, casi lo mandé al hospital. No fue tan malo. —Me pude dar
cuenta de que estaba echándose para atrás y tratando de apuntalar
su mentira antes de que se derrumbara.
—¿Entonces, por qué lo estás demandando? —pregunté
inocentemente.
—Porque él comenzó —se mofó Hunter sarcásticamente. Pude
decir que la verdad se estaba filtrando por los bordes. Hunter estaba en
una situación difícil. Continuó—: El tipo tiene un montón de dinero. Él
debió haberlo pensado mejor antes de meterse conmigo sino podía
terminarlo. Tiene suerte que no lo haya enviado al hospital en verdad. —
Hunter asintió con superioridad.
—Qué idiota —dije irónicamente. Hunter no sospechó que me
refería a él con el idiota. Estaba aún lo suficientemente sobria para
darme cuenta que debería haber escuchado mis instintos sobre Hunter.
Era un completo idiota. Después de lo que Christos me había contado
anoche, debí haberle dicho a Hunter que se alejara al momento en que
se acercó en el bar. Me disculpé a mí misma con el argumento que
había estado sola y había sido un momento de debilidad—. Creo que
quiero dar un paseo —dije al azar.
—Está bien —dijo—. ¿Quieres compañía?
—Seguro. —Agarré mi bolso del gancho bajo la barra y me levanté.
Hunter me siguió afuera al aire nocturno.
Caminamos por la Avenida Cedros, pasando todas las tiendas
cerradas y los autos estacionados, hasta que encontré un callejón. Giré
en él. Era oscuro, lúgubre y empalagoso. Lo suficientemente bueno.
Tiré a Hunter hacia la oscuridad con las dos manos, agarrándolo de
la camiseta. Una vez estuvimos lo suficientemente lejos de las luces de la
calle para estar completamente en las sobras, lo jalé contra mí.
Él se empujó contra mí, clavándome contra la dura pared de
estuco.
Perfecto.
Nos besamos. No estaba muy metida en ello, pero tenía una razón
para estar aquí. Nos besamos por un rato. No me llevó mucho tiempo
aburrirme. Hora de ponerse manos a la obra.
Desabroché el cinturón de Hunter.
—Caray, Tiff—ronroneó Hunter—, no pierdes nada de tiempo.
Lo miré y empuñé su camiseta en mi mano.
—No me llames Tiff. Tú no me llames Tiff. ¿Entendido?
—Lo que digas, cariño. —Sonrió.
Podía lidiar con el cariño. Lo que sea. Desabroché su cinturón.
—¿Aún estás limpio? —pregunté.
—Sí —dijo Hunter—. Te lo dije la última vez que tuvimos sexo. Me
hago pruebas todo el tiempo.
—Pero eso fue hace cinco meses.
Hunter se detuvo.
—Tiffany, mira. Me hago exámenes regularmente y no me acuesto
con cualquier zorra vieja que se aparezca. Solo he tenido sexo con dos
chicas después de ti y las conozco a las dos. Están limpias. Confía en mí.
—Bien. Terminemos con esto.
—¿Con esto? ¿Siquiera quieres estar aquí, Tiffany?
—Sí, definitivamente.
Los ojos ámbares de Hunter brillaron.
—¿Estás segura?
—Sí.
Sonrió y se inclinó hacia adelante. Más besos húmedos siguieron.
No era que importara. Haríamos esto.
¿Y qué si terminábamos teniendo sexo en un callejón húmedo y
oscuro? ¿Y qué si estaba seca cuando me penetrara? ¿Y qué si le decía
que me follara tan fuerte como pudiera sin que siquiera me gustara? ¿Y
qué si mi espalda estaba tan magullado por que estuviera clavándome
contra la pared de estuco detrás de mí? ¿Y qué si se venía dentro?
Después de todo lo que Christos me había dicho, Hunter era un
artista total de la estafa. Un sexi y caliente estafador. Pero no había
forma de que le fuera permitir salirse con una estafa a Christos por
cientos de miles de dólares.
Hunter no era el único que sabía cómo jugar.
Cuando terminamos, le dije:
—Me tengo que ir.
—¿Qué? ¿A dónde vas? Déjame comprarte otro trago adentro. O
podemos ir a mi apartamento. —Miró alrededor del oscuro callejón—.
Un lugar más agradable que este.
Empujé mi vestido hacia abajo sobre mi tanga, la cual Hunter
había rasgado y no era nada más que un cinturón ahora. Bien. Miré por
sobre mi hombro hacia mi trasero y mi vestido estaba bien sucio por
frotarse contra la pared de estuco.
—Tengo que ir a la sala de emergencias —dije, aun mirando por
sobre mi hombro hacia mi vestido.
—¿La sala de emergencia? —preguntó, confundido—. ¿Por el
vestido?
—Adiós, Hunter. —Comencé a trabajar en algunas lágrimas. Quería
mi rímel de pestañas regándose antes de llegar al hospital. Caminé
hacia la acera iluminada al final del callejón.
—Oye. —Me agarró del brazo y me dio vuelta.
—¡Auch! ¡Hunter! —grité—. ¡Eso duele! ¡Suéltame!
Soltó mis brazos, sus ojos abiertos con incredulidad.
—¿Qué sucede contigo, Tiffany?
—He sido violada. Eso es lo que me pasa.
—¿Qué? —Jadeó—. ¡No te violé!
—¿No lo hiciste? Porque podría jurar que es tu semen el que está
dentro de mí ahora. Y cuando recojan las muestras en la sala de
emergencias van a encontrarlo. —Me di vuelta para que pudiera ver mi
vestido sucio—. ¿Y ves eso? Mi vestido está sucio y rasgado de cuando
me lanzaste contra la pared. Y mi tanga está rota en pedazos. Suena
como una violación para mí. Y, hombre —hice una mueca—, estaba
seca cuando me penetraste. Estoy segura de que encontrarán varias
abrasiones.
—¿Qué? —El miedo tiró de su rostro en veinte direcciones a la vez—
. Estás loca, Tiffany.
—¿Lo estoy?
—Tú lo querías por completo —se mofó.
—Eso es lo que siempre dicen los violadores.
—Vete al diablo, Tiffany.
—No fue follar. Fue una violación.
Él me agarró del brazo de nuevo.
—¡Ah! —me burlé—. ¿Me vas a dar una paliza ahora? ¿A ponerme
un ojo morado? Adelante, Hunter.
Soltó mi brazo y me frunció el ceño.
—¿Por qué haces esto?
—Porque, Hunter, eres un imbécil. Y porque estás intentando
demandar a Christos Manos cuando todo lo que hirió fue tu orgullo.
Sus cejas se curvaron.
—¿Conoces a Christos?
—Claro que conozco a Christos, idiota. Y sé que él no comienza
peleas. Él me contó lo que sucedió.
Hunter gruñó.
—Perra. —Ahora estaba entendiéndolo. No era que eso cambiara
las cosas.
—Solo quieres su dinero porque eres una sanguijuela, Hunter.
—¡Eso es mentira!
—¿Lo es? —le pregunté, pensativa—. ¿Entonces por qué aún lo
estás demandando?
Hunter se rió y miró a otro lado. Lucía culpable como el infierno.
Sonreí.
—Te propongo un trato, Hunter. A cambio de que no presente
cargos y te envíe a prisión por tres años, vas a sacar la demanda en
contra de Christos. ¿Trato?
—Jódete —escupió.
—Tú ya lo hiciste, Hunter. Tengo la evidencia para probarlo. Todo lo
que tengo que hacer ahora es correr de cara contra una puerta y
ponerme un ojo morado.
—No harías eso —se mofó.
—¿No? ¿Así como no te dejaría follarme mientras aún estaba seca
para poder implicarte?
Abrió su boca para decir algo, luego la luz desapareció de sus ojos
y sus hombros se hundieron.
—¿Hablas en serio, verdad?
—Cien por ciento. Tú eliges, puedes intentar estafar a Christos y a su
familia y terminar en prisión, o puedes olvidarte de esto y también yo lo
haré.
—¿Cómo sé que no vas a presentar cargos?
—No lo sabes. Vas a tener que confiar en mí.
—¿Confiar en ti? —Se rió—. Después de esta noche, jamás confiaré
en ti.
—Oye, yo creí en tu palabra de que no te habías acostado con
ninguna zorra desde la última vez que tuvimos sexo.
—No lo he hecho. —Frunció el ceño—. En verdad.
—¿Ves? —Sonreí—. Mira lo bien que funciona la confianza.
—Mierda, Tiffany, eres terrible.
—Así fue como me sentí sobre ti cuando me enteré que
básicamente estás chantajeando a Christos.
—¿Ahora tú me estás chantajeando a mí?
—Síp.
—Bien. ¿Qué vas a hacer? —Sonaba asustado. Genial.
—Bueno —dije—. Voy a ir a emergencias, como dije. Usarán un
equipo de violación para recoger evidencia. Luego les diré que no sé
quién era. Estaba oscuro. No obtuve un buen vistazo de tu rostro, todo
pasó tan rápido y huiste después. Si no quitas tu demanda en contra de
Christos, de repente voy a recordar quién eres. Así de simple.
—¿Pensaste en todo esto, verdad?
—¿Y tú no? ¿Christos te dijo que su familia era rica, o tu abogado lo
descubrió por ti? Sé cómo piensan los abogados, Hunter. Abogados
como los tuyos han tratado de estafar a mi familia por décadas. Como
dije, Hunter. Eres una sanguijuela, y quieres lo que no es tuyo. Esta es tu
última oportunidad. ¿Trato o no?
Hunter apretó su mandíbula y me miró como si quisiera matarme.
Y qué.
Christos
Me tendí en la tumbona bajo el sol de San Diego la mañana
siguiente. Samantha se tendió a mi lado. Estábamos pillando rayos en la
cubierta de nuestra piscina.
Habíamos estado fuera tan tarde, que nos derrumbamos cuando
llegamos a casa. Ninguno de nosotros tenía energía para sexo antes de
dormir. Creo que los dos utilizamos toda nuestra adrenalina durante la
emoción de mi exposición y después de esto en al Belly Up.
Simplemente caímos dormidos uno en los brazos del otro. Tanto tiempo
que Samantha estaba a mi lado, no me importaba lo que hacíamos.
Después del desayuno de esta mañana, todo lo que queríamos era
descansar. Había sido un largo año.
—¿Quieres algo para beber? —preguntó Samantha—. Tu limonada
está vacía. —Estaba acostada sobre su espalda, la parte superior del
bikini sin atar. No tenía ni idea cuán increíblemente sexi se veía, toda
tostada y bronceada.
—Estoy bien —murmuré. Por suerte ambos estábamos lo suficiente
bronceados para yacer durante mucho tiempo sin quemarnos.
—Muy bien porque estoy demasiado cansada para ponerme de
pie. —Se rió, descansando su mejilla y su brazo en mi espalda.
—Voy a tener una marca de Samantha —bromeé—. Tendré una
silueta en blanco donde te has acurrucado encima de mí.
—Estará de moda. Nos inventaremos marca de parejas. Va ser el
grito para el final del verano. Haz tu propio estampado de adorno en tu
amado. A diferencia de un tatuaje, este se quita con facilidad.
—Eres una genio. Porque no hemos pensado en esto antes. —Me
reí.
Mi teléfono sonó en el cristal de la mesa junto a mí.
—No tienes que contestar a esto, ¿verdad?—preguntó Samantha.
Recogí el teléfono.
—Es Russel.
—¿Más malas noticias? —suspiró Samantha.
—Espero que no. Debería contestar —Pongo el teléfono en manos
libres. Samantha muy bien puede saber—. ¿Qué pasa, hombre?
—¡Christos! No te vas a creer esto —dijo Russel entusiasmadamente.
—Si son malas noticias, probablemente lo haré. —Puse una sonrisa
de satisfacción hacia Samantha.
Ella puso los ojos en blancos.
—He recibido una llamada del abogado de Hunter Blakeley esta
mañana.
—Maravilloso —suspiré.
—Quiere llegar a un acuerdo.
—¿Sí? ¿Por cuánto? ¿Medio millón? —dije sarcásticamente.
—Veinticuatro mil.
Me senté en mi silla.
—¿Qué?
—Me has oído. Por veinticuatro mil. Once mil para los gastos
médicos de Hunter y trabajos perdidos y trece mil para los gastos de su
abogado.
Después de anoche, fácilmente podría cubrir esto. No que
deseaba tirar este dinero en un idiota como Hunter, pero considerando
que le he pegado en vez de alejarme, veinticuatro de las grandes
parecía un precio pequeño que pagar para quitármelo de encima
para siempre.
—¿Qué demonios paso? Pensaba que Hunter y sus abogados
estaban sosteniéndose firmes.
—No tengo ni idea —dijo Russel dramáticamente—. Estoy igual de
sorprendido que tú. Christos. Debe haber un ángel ahí fuera cuidando
tu culo.
Un ángel. Moví mi cabeza en negación. ¿Por qué no? Cosas
extrañas.
—Ahora —regaño Russel—, antes que te hagas la idea que esto
siempre funciona así, que siempre ganarás tu caso o terminará tan
fácilmente, me permito recordarte que no va ser ni de lejos tan simple,
en el futuro evita pelear completamente.
Me reí.
—¿Puedes creer que en realidad me alejé de una pelea anoche?
—¿Si? —dijo Russel, todo entusiasmado—. Muy bien por ti.
—Y nunca vas a adivinar con quién. —Me reí.
—¿Hunter Blakeley?
—¿Cómo lo supiste? —Reí.
—Suerte, supongo. Pero te aseguro que es extraño.
—No me lo puedo explicar tampoco. Pero te lo digo, me provoqué
de frente y no levanté ni un dedo.
—Muy bien por ti, hijo. Estoy orgulloso de ti. Con algo de suerte, esta
va ser la última vez que recurras a mis servicios legales por comportarte
como un chico fuerte. Prometeme que podemos mantener nuestra
relación fuera de esto a partir de ahora. —Sonaba divertido y con
esperanza al mismo tiempo.
—Es una promesa. Pero antes necesito preguntarte una cosa más.
Podía prácticamente escucharlo poner los ojos en blanco a través
del teléfono.
—Christos, ¿siquiera quiero saberlo?
Miré a Samantha. Le dije a Russel:
—¿Sabes qué? Te lo diré más tarde.
—Muy bien hijo. Tengo trabajo que hacer. Vamos a hablar pronto,
¿dale?
—Lo haremos. —Sonreí y terminé la llamada. Me giré hacia
Samantha y sonreí.
—Vaya —dijo ella—. Estas son buenas noticias, ¿verdad?
—Absolutamente. —Sonreí.
—Quiero decir, es un montón de dinero, pero supongo que tienes
bastante.
—Sip. —Incliné mi cabeza en la tumbona y levanté la mirada al
cielo azul—. Por primera vez en años, finalmente siento que puedo dejar
toda la mierda de mi vida atrás.
—Eso es maravilloso —dijo Samantha.
Después de un rato, me levanté.
—¿Quieres un poco de limonada? Me voy a hacer una jarra fresca.
Hemos terminado la que mi abuelo dejó en el frigorífico.
—¿Ahora haces tú también?—Se reía.
—Oye —sonreí—, es una tradición Manos.

Samantha
Christos y yo pasamos la tarde bajo la sombrilla. Todo lo que quería
hacer era estar fuera y relajarme con él en el perfecto tiempo de San
Diego.
Me hizo la comida, la cual fue gyros60 recién hecho porque
ninguno de nosotros quería molestarse con algo extravagante.
—Oye, ¿dónde está Spiridon? —pregunté—. Debería unirse a
nosotros.
—No lo sé—dijo Christos—. Ha estado fuera todo el día.
Quería hablar algo con Spiridon sobre la exposición de anoche,
pero tendrá que esperar. Christos y yo comimos fuera en una de las
mesas, mirando al océano haciendo olas. La comida era muy buena.
Una fresquita brisa se levantó alrededor de las siete.
—Oye, ¿quieres ir a dar una caminata? —preguntó Christos.
—¿Tenemos que hacerlo? Estoy cansada.
—Vamos. —Sonrió—. Podemos ver el atardecer desde lo alto de la
playa en la colina.
—Esa es una larga caminata —me quejé—. ¿Podríamos mirar el sol
bajando desde aquí? —Una polvorienta caminata era la última cosa
que quería hacer en este momento.
—El ejercicio te hará bien.
—Corrí ayer en la mañana. No necesito ningún ejercicio.
—Puedo llevarte yo —dije.
—No hagas esto Christos. Me sentiría como una invalida.
¿Podríamos esperar hasta mañana? Te prometo que iré mañana. Lo
primero que haré, te lo prometo.
—No, de verdad tiene que ser esta noche.
—¿Por qué te comportas tan extraño? —pregunté.
—Se está muy bien fuera. Solo quiero hacer una caminata. ¿Es esto
tan raro?
Suspiré.
—¿Por qué no vas sin mí? Estaré aquí cuando vuelvas.
—Nos vamos —dijo y se levantó de su silla en la mesa, dio la vuelta
y me recogió de mi silla.
—Christos, estoy demasiado cansada —rogué, pero se estaba
riendo.
Me llevó por las escaleras arriba. Debe haber pasado un tiempo
desde que no me llevaba a sitios. Nunca me cansaba de esto. Me sentó
en la cama.
—¿Por qué no tenemos sexo en lugar de esto? —sugerí mientras me
tiraba atrás sobre la cama.

Gyros: es carne asada en un horno vertical que se sirve en un pan de pita o


60

sándwich. Como acompañamiento, se agregan algunas verduras y salsas.


—Nahh, una caminata es mejor.
Me senté de repente.
—¿Que alíen robo a mi Christos y lo reemplazó con la versión de
celibato?
Se rió a carcajadas mientras me ponía calcetines y zapatillas de
correr.
—Vamos a la caminata.
—No vas a renunciar a esto, ¿verdad?
—No —dijo.
—Muy bien —gruñí—. Pero me vas a tener que llevar. No me
importa si parezco una inválida.
—Puedo encargarme de eso. —Sonrió.
—Creo que puedes.
Diez minutos más tarde, estábamos caminando hacia la salida
cercana a la casa, de la mano.
—¿La colina? —refunfuñé—. ¿Vas a hacerme caminar todo el
trayecto hasta arriba al banco, ¿verdad?
—Es bueno para tus curvilíneas piernas. —Sonrió.
—No intentes disfrazar tu manera de deshacerte de llevarme —
bromeé mientras nos dirigíamos hacia la ladera.
A mitad de camino, Spiridon bajaba caminando, seguido por
Nikolos.
—¿Qué están haciendo por aquí, chicos? —solté.
—Ah, nada —dijo Spiridon mientras pasaba. Estaba en una forma
excelente para ser un hombre mayor.
Nikolos estaba justo detrás de él.
—Los veremos más tarde.
Me detuve y los vi desaparecer bajando la colina.
—¿Qué estaban haciendo aquí arriba?
—Quién sabe —dijo Christos—. Vamos, antes que el sol baje.
Me encogí de hombros y caminamos el resto del trayecto hasta el
banco familiar. Hasta el lugar donde Christos y yo hemos compartido
tantas primeras cosas importantes, incluyendo locuras de sexo de
trogloditas bajo la luna no hace mucho tiempo. Había sido una mujer
salvaje aquella noche. Me ponía roja solo de pensar en ello.
Como siempre, estaba respirando con dificultad después de hacer
la subida a la colina. Di los últimos pasos alrededor de los arbustos que
rodeaban la colina de la familia Manos y giré en la esquina.
La vista que me esperaba era como siempre, impresionante.
Pero el contenido de ella era radicalmente diferente.
Y no por el sol de verano.
Si no por los petalos de rosa que formaban una alfombra roja
dirigiendo hacia un pequeño altar blanco de madera que quitaba
importancia a la vista de Océano Pacifico.
En lo alto del altar estaban ramitos de rosas colocados a los dos
lados de una pequeña pieza dorada en el centro. La pieza del centro
era como una pequeña filigrana elevada. Encima de ella estaba una
concha enorme, abierta para relevar una caja roja sosteniendo un
brillante anillo.
Mi cuerpo se cubrió con escalofríos. Mi garganta se tensó, mis ojos
ardían, mis rodillas temblaban. No podía dar un paso. Sostuve mis
puntas de los dedos en mis labios, los cuales temblaban con locura.
—¿Necesitas que te sostenga? —preguntó Christos, ofreciéndome
una mano.
Asentí.
Me levantó y me llevó unos pasos hasta el banco familiar y me
sentó en él. Después caminé hasta el altar y levanté la cajita del anillo
de la concha.
Volvió a mí y se arrodilló.
El anillo brilló en la deslumbrante luz del sol, miles de estrellas
brillantes bailando en él. Era el anillo más precioso que alguna vez había
visto.
—Samantha —dijo—, agápi mou, eres verdaderamente la mujer
más asombrosa que he conocido. Las maneras en las cuales me haces
feliz superan las medidas. Mejoraste mi vida, me mejoraste a mí, y sin ti,
solo sería la mitad del hombre que me he vuelto. La primera vez que te
traje aquí, te dije que este lugar era sagrado. Solo la familia sube aquí.
Ahora es tiempo de hacerlo oficial.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. Las mías corrían como ríos por mis
mejillas abajo.
Se aclaró la garganta, ahogándose por la emoción.
—Samantha Anna Smith, ¿quieres casar conmigo, agapi mou? —
susurró.
—Sí —contesté, mi voz balbuceando con la emoción.
En secreto había deseado que Christos y yo quedáramos juntos
para siempre, pero había estado demasiado asustada para decirlo en
voz alta.
Ahora mi sueño se había hecho realidad. Podía decirlo tan alto
como quería, salvo que apenas podía hablar.
Christos deslizó el anillo en mi dedo. No podía decir las manos de
quién temblaban más, las suyas o las mías.
No importaba.
Christos y yo estábamos, ahora y para siempre juntos.
Para siempre.
Enamorados.
Samantha
¿Estás nerviosa? preguntó Kamiko.
Estoy bien respondí, abanicándome el rostro.
Hacía un poco de calor dentro de la habitación del hotel The
Lodge en Torrey Pines, pese a los veintitrés grados que hacía fuera. Creo
que en parte eran mis nervios. O quizás el hecho que la habitación
costase seiscientos dólares la noche. Supongo que pagabas más por los
porteros vistiendo faldas escocesas. Sí, faldas escocesas, porque tenían
un curso de golf. Pero no era tan horrible. Los terrenos eran
increíblemente exuberantes y el hotel era tan rústico, con un encanto
romántico, que me enamoré al instante del lugar cuando Christos y yo
lo habíamos visitado en junio.
¿Cómo puedes estar tan nerviosa? cuestionó Romeo. Es el
día de tu boda. Después de hoy, podrás follar a Christos sin tener que
llevar una A escarlata en el pecho.
—¡Romeo! se quejó Kamiko.
¿Qué? Si no estás casado es técnicamente adulterio.
Puse los ojos en blanco.
¿En qué siglo vives?
En el diecisiete se burló.
Eso era lo que pensaba.Reí.
Encenderé el aire acondicionado comentó Madison.
Estaba tan contenta que ella y Jake fuesen capaces de volver de
surfear en Hawaii para unírsenos para la boda. Nunca había visto a
Madison tan morena. Prácticamente, tenía un color marrón oscuro.
¿Simplemente puedes abrir la puerta corrediza? pregunté.
Creo que será más rápido si conseguimos que entre una brisa.
Lo hizo y entró aire frío. Sentí un alivio inmediato. Me encantaba el
olor del aire fresco del océano. Al final, mi vestido de boda era de
hombros descubiertos, así que era más fresco. Solo esperaba no
estropear el maquillaje con el sudor.
¿Quién creó todo eso de que el novio no puede ver a la novia
antes de la ceremonia? Lo juro, estaré derretida para el momento que
vea a Christos.
Madison y Kamiko llevaban vestidos de dama de honor lavanda
claro a juego. Era un diseño maxi con plisado de mayor a menor, con un
fino cinturón, perfecto para el tiempo caluroso. Quería que mis chicas
luciesen tan sexys como yo. No iba a entrar en todo eso de ser la estrella
de mi boda. También eran importantes.
¿Estamos listos? pregunté.
Madison y Kamiko asintieron.
Ahora estoy nervioso comentó Romeo. Vestía un esmoquin
lavanda claro a juego.
No puedo creer que insistieses en que Sam te hiciese dama de
honor, Romeo se burló Kamiko.
Es totalmente una de las chicas bromeé.
Salimos de la habitación y nos dirigimos al Arroyo Terrace detrás del
hotel. Tenía vistas al campo de croquet, detrás del hoyo dieciocho de
campo de golf. Nos rodeaban el cielo azul y exuberantes pastos verdes.
El océano besaba al cielo en una pacífica línea blanca en el horizonte
del oeste.
¿Cómo está mi maquillaje? pregunté desesperada.
Madison, Romeo y Kamiko me miraron y sonrieron.
Tienes un aspecto perfecto aseguró Madison.
¿Puedo hacerlo contigo antes que le des el sí quiero a Christos?
cuestionó Romeo. Así no lo estarías engañando.
¡Suficiente! advertí. Vamos.
Hileras de sillas blancas estaban colocadas en el césped y
ocupadas con gente. La mayoría eran amigos de la familia Manos. Mis
amigos estaban justo a mi lado.
Una alfombra de pétalos de rosas blancas estaba ordenada
conduciendo al arco de la boda. Los pétalos estaban en un diseño
curvo que incorporaba el verde del césped. Sin embargo, la hierba
representaba un recorte curvo.
La música sonaba tranquilamente, cambiando al Here comes the
bride61. Alguna gente pensaba que era horrible, pero para mí era un
clásico obligatorio.
Mi padre se acercó a mí, vistiendo un traje azul marino. Estaba más
guapo de lo que hubiese creído.
Samantha. Sonrió, ofreciéndome su codo.
Hola, papá.
Nunca, en mis sueños más salvajes había imaginado que quisiese
estar aquí. Había esperado que protestase, discutiese y me dijese que

Here comes the bride: Es una canción, cuyo título en español es Aquí viene la novia.
61
era una idiota por casarme tan joven y antes que acabase mi
licenciatura. Pero no lo hizo. Solo quería estar con su hija el día de su
boda. Era una sorpresa agradable, a decir verdad.
Pestañeé para alejar las lágrimas. No había forma que mi
maquillaje superase la ceremonia intacto.
Caminamos hacia el altar, donde Christos esperaba. Mantuve la
mirada en el premio a causa de lo nerviosa que estaba. Desde las
esquinas de los ojos, noté todos los rostros sonrientes mirándome entre la
gente.
Mientras mi padre y yo nos acercábamos al final de la fila, miré a la
derecha. Mi madre estaba sentada en el pasillo al frente de la fila.
Había sido una gran sorpresa cuando mi padre me había dicho
que mamá había vuelto a mudarse con él. Estaban trabajando para
arreglar las cosas. Se había disculpado mucho con él, según mi padre, y
también conmigo.
Curiosamente, durante el verano descubrí que estuve forjando una
relación individual con cada uno de mis padres. Ambos habían
empezado a tratarme como una adulta, pero a su manera. Como que
me gustaba. Era como si nos hubiésemos convertido en iguales. Me di
cuente que ahora mis padres confiaban en que me cuidase por mí
misma.
Eso realmente me dejó pasmada.
No podía creerlo.
Pero era cierto.
Mi madre me sonreía desde donde estaba sentada. Estaba
llorando. Quizás no fuese tan mala, después de todo. Le sonreí
brevemente, antes de centrar la mirada en Christos.
Jake estaba a su lado, con un esmoquin real, por una vez. Al lado
de Jake estaban Nikolos y Spiridon, también con trajes negros. Me
sonrieron.
Pero no podía apartar los ojos de Christos. Estaba tan
increíblemente guapo. Incluso con los músculos y tatuajes tapados por
el esmoquin, estaba magnífico. El tipo más caliente del planeta. Sus ojos
zafiro brillaron en los míos como faros enamorados. Mostró su sonrisa con
hoyuelos y resplandeció más brillante que el sol.
Dios mío, era el espécimen perfecto de masculinidad.
Mi padre me besó la mejilla antes que subiese al altar. Christos
tomó mi mano y enfrentamos al Juez de Paz.
Después de intercambiar los votos, algo que apenas recordaba,
hicimos la ceremonia de encender la vela. Christos y yo usamos cada
uno nuestra vela para encender la del centro, después apagamos
nuestras velas individuales.
Dos se convierten en uno.
Para siempre.
Tuve un recuerdo de una de las velas restantes que había estado
encendida la mañana siguiente que Christos y yo celebrásemos pre-San
Valentín en su habitación. Los pétalos de rosas, las velas y los chocolates
de See. Demasiado malo, había sido el día anterior a su juicio. Había
creído que esa mañana podría perderlo al ir a prisión durante muchos
años. Quizás para siempre. Había creído que esa única vela restante
había sido un mal presagio, que significaba que muy pronto estaría sola.
Qué equivocada había estado. Ahora entiendo que esa única vela
había simbolizado nuestra unión, incluso entonces. Chica tonta. ¿Por
qué había estado tan preocupada?
Cuando el Juez de Paz nos declaró marido y mujer, Christos se
inclinó para besarme.
Sí, pese a todos los besos y sexo que habíamos tenido, era el beso
más mágico de toda mi vida.
Toda la multitud aplaudió y vitoreó. Pero Madison vitoreó más alto
que nadie. Bueno, Romeo también fue bastante ruidoso, pero Madison
le dio una buena lección.
Mientras todos vitoreaban, me susurró en el oído:
¿Ahora tomarás tu parte del dinero por el retrato Love? ¿Y mi
retrato de ti como ángel de fuego? Son solo un millón de dólares,
después de la rebaja de Brandon.
Abrí los ojos como platos. ¿Cómo podía protestar contra eso?
Bueno, podía. Un poco.
¿Tengo que hacerlo? Sonreí.
Eres mi esposa, es cincuenta y cincuenta de aquí en adelante. Lo
que es mío es tuyo. Y eres rica.
En ese caso... Sonreí de forma burlona mientras nos volvíamos a
besar tiernamente. ¿Cómo puedo negarme?
La recepción tuvo lugar en el hermoso salón de The Lodge. Kamiko
trajo una cita. Dillon McKenna, el guionista gráfico de Adventure Time.
Hacían, completamente, una linda caricatura juntos.
Romeo, para sorpresa de todos nosotros, había traído a Justin
Tomlinson, el señor director de la banda de The Wombat. No sabía lo en
serio que iban. Estoy segura que lo averiguaría.
Habíamos contratado un asombroso DJ llamado Graham Gold,
que tenía a todo el mundo de pie y bailando después de la cena. Valía
el dinero extra que gastamos en él. No solo era un DJ, era un animador.
La elección perfecta.
Durante el lanzamiento del ramo, creo que Justin Tomlinson estaba
tan asombrado como el resto de que Romeo agarrase mi ramo.
Durante toda la recepción, todo pasó en un momento. Hice todo
lo posible por hablar con todos. Esperaba no olvidarme de saludar a
alguien importante. Saludé a Brandon, que estaba allí y a Russel
Merriweather. Pero nunca había conocido a muchos de los
acompañantes. Esperaba que no les importase que olvidase sus
nombres segundos después de presentarnos.
En un momento, Christos y yo estábamos esperando la tarta,
hablando con Nikolos:
Quiero explicar mi regalo de bodas, antes que se vayan de luna
de miel comentó Nikolos.
No tienes que hacerlo, Bampás aseguró Christos. Sea lo que
sea, estará bien.
Estoy de acuerdo afirmé. Que estés aquí es más que
suficiente.
Nikolos asintió.
Eres tan joven e inocente, Samoula. Sonrió. Pero a veces, el
matrimonio puede ser difícil. Ese es el por qué quiero explicar mi regalo.
¿Nos compraste una sesión con un consejero matrimonial o algo?
bromeó Christos.
No, compré tu retrato Love. Ese de ti y Samoula.
¿Qué? jadeamos Christos y yo.
Hice un acuerdo especial con Brandon. No se quedaba con
ninguna comisión de venta. Solo lo hicimos para que no hicieran
ninguna pregunta. Todo el dinero es para ustedes. Medio millón de
dólares.
Vaya, ese era un gran regalo de boda.
Nikolos continuó:
Y quiero que ambos tengan la pintura. Quiero que sirva como
recordatorio del amor especial que sienten hoy. No quiero que nunca lo
olviden.
Nikolos estaba claramente superado por la emoción. Era un gran
gesto para él.
No puedes hacerlo, Bampásprotestó Christos.
Estaba de acuerdo con Christos. Parecía un regalo excesivo para
darle a alguien.
Sí, puedo sentenció Nikolos. Eres mi hijo. Y ahora, tú, Samoula,
eres mi hija. Me miró. Veo la vacilación en tus ojos, Samoula.
Déjame explicarme. No quiero que jamás, tú o mi hijo, se preocupen por
el dinero en su matrimonio. Los problemas de dinero abrieron una
brecha en mi familia, que he lamentado durante mucho, mucho
tiempo. Miró a Christos de forma intensa y triste.
Christos asintió con seriedad.
Nikolos volvió a mirarme.
Tomé la decisión de perseguir el dinero cuando era joven, así mi
esposa e hijos podrían tener siempre suficiente para estar a salvo. Pero
los problemas de dinero se convirtieron en mi obsesión. Y mi amada
esposa Vesile me abandonó por ello. Ahora que tengo dinero, no quiero
que le pase lo mismo a mi hijo. No quiero que tengas ninguna razón
para dejarlo, Samoula.
La angustia que escondía Nikolos tras sus ojos era inconmensurable.
Estaba lista para llorar por él.
Parpadeó la humedad de sus ojos y se giró para sonreírle a su hijo.
Pero tenemos un montón de dinero, Bampás se defendió
Christos. Hice una tonelada con el espectáculo.
Ahora tienes más. Nikolos le sonrió. Si eres listo con ello,
siempre tendrás suficiente.
Lo sé todo sobre exprimir cada céntimo mencioné. Crecí
rodeada de ahorradores. Sé lo que hay que hacer bromeé.
Nikolos sonrió.
Excelente. Cuidarás de mi hijo, paidí mou.
Nikolos alzó el vaso de agua que sostenía en la mano.
Por la feliz pareja. El corazón que ama siempre es joven.
Christos y yo no teníamos ningún vaso en ese momento, así que
sonreímos a Nikolos.
Gracias, Bampáscontestó Christos.
Nikolos bebió su agua antes de rodear a su hijo con un brazo y
pegarle en la espalda con cariño.
Siento que tu madre no pudiese estar aquí esta noche
comentó, reteniendo las lágrimas repentinas.
Christos hizo una mueca de dolor y suspiró, mientras abrazaba a su
padre y decía con voz tensa:
Sí.
Hasta donde sabía, Christos no había hablado con su madre desde
hace más de un año. No creo que la haya visto desde mucho antes.
Tristemente, no creo que jamás perdone a su madre por marcharse
cuando tenía diez años. Ese día, había roto el corazón de ambos, padre
e hijo.
Cuando Nikolos liberó a su hijo del abrazo, pude ver que Christos
tenía lágrimas en los ojos. Acaricié la espalda de su traje, mientras
dejaba caer la cabeza.
Lo siento murmuró.
Está bien lo tranquilicé, abrazándolo.
Después de un momento, levanté la mirada y vi como Christos
abría los ojos con sorpresa.
Me giré, para observar qué le había llamado la atención.
Mi pecho se apretó.
La mujer más hermosa que he visto en toda mi vida, se acercaba
cruzando el salón. Tenía el cabello de color negro suelto y unos brillantes
ojos azules. Todo el mundo la estaba mirando. Llamaba la atención, sin
ni siquiera intentarlo. Podría ser fácilmente una supermodelo, incluso
siendo mayor. Su vestido de cuello bajo azul, caía con elegancia hasta
sus pies. No tenía idea de quién era, pero casi podía adivinarlo. Mi
corazón saltó a mi garganta.
Siento llegar tarde dijo con voz elegante. Mi vuelo se retrasó,
pero no podía perderme este día por nada del mundo.
Christos se giró hacia ella. La conmoción borró toda expresión de
su rostro, mientras palidecía. Su rostro decayó. Parecía que estuviese
viendo un fantasma. Estaba completamente aturdido cuando dijo:
¿Mamá?
La mujer abrió los brazos a su hijo.
Paidí mou...
¿Vesile? jadeó Nikolos. ¿Kardiamou?
Vesile pasó la mirada entre Christos y Nikolos con lágrimas
silenciosas deslizándose de sus ojos.
Aseguró:
Los he echado de menos a ambos.

Fin.
Por ahora...
Devon Hartford pasó la mayor parte de su
vida en el sur de California, en muchas de
las localidades frecuentadas en Fearless.
Devon también pinta.
Su trayectoria en las artes fue la inspiración
para este libro.

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