Painless
Painless
Painless
Niki26 y Mona
Traducción
Crys Mogradh Magdys83
Kyda Malu_12 a_mac
Molly Bloom Mica Né Farrow
Bluedelacour Nix Gerald
Axcia Kath Lectora
Any Diaz Agus901 Vale
Niki26 a_mac Mona
Nelly Vanessa LeylaCullen Maria Clio88
Corrección
Gerald Kyda mayelie
Osma Fatima85 Ivettelaflaca
Nix YaniM Clau
Maria_clio88 Mimi Dabria Rose
Kuami Sabrinuchi Agustina
Bibliotecaria70 Cecilia Cereziito24
Flopy caronin84 Malu_12
Crys Sttefanye Just Jen
Lau_sp_90 Khira
Diseño
Cecilia
¡Por fin! El emocionante, caliente y ajetreada conclusión a la
historia de Samantha Smith. Painless sigue a Samantha durante el resto
de su primer año en la soleada Universidad de San Diego.
Ah, y ¿qué pasa con ese chico ardiente, Christos Manos? La última
vez que lo dejamos, su vida estaba sobre el borde del desastre. ¿Qué va
a pasar con él?
¡Vas a tener que leer Painless para averiguarlo!
¡Descubre lo que sucede con Samantha, Christos, Romeo, Kamiko,
Madison, Jake, y todos los demás en Painless, el tercer y último volumen
de la serie!
¡¡Este libro está lleno de sorpresas!!
Samantha
Temor.
La oscuridad de la desierta mansión Manos presiona a mi
alrededor, sofocándome. Me siento en la cama de Christos en su
dormitorio vacío, apretando su libreta de dibujo a mi pecho en mis
temblorosas manos. Sus atormentadoras palabras hacían eco en mi
mente.
Solo
Debo enfrentar este día
Solo
Tengo sellado mi destino
Solo
Alcanzaré el cielo
Solo
Debo morir
¡No! ¡Debo haberlas leído mal! Christos nunca…
Ni siquiera podía pensarlo.
Mi corazón latía sin parar en mi pecho y amenazaba sufrir un
ataque mientras releía su desolado poema bajo la tenue luz de su
lámpara de noche. Christos estaba seriamente atormentado. Su
corazón estaba rompiéndose. Podía sentir su dolor como si fuera mío.
Tenía problemas y necesitaba ayuda.
Pánico y un sentido de impotencia giraban a través de mí. ¿Cómo
podía ayudar a Christos si no sabía dónde estaba? No había respondido
alguna de mis llamadas o mensajes por más de una hora.
Desesperadamente deseaba hacer algo de otra manera iba a estallar
en un millón de pedazos.
¿Pero qué?
El pesado silencio apretando a mi alrededor fue roto por el ruido de
la puerta de entrada abriéndose abajo.
—¡Christos! —grité al mismo tiempo que saltaba de la cama. Salí
corriendo de su habitación y bajé por el oscuro pasillo. Alivio me invadía
mientras bajaba la escalera. Iba a lanzar mis brazos alrededor de mi
hombre y abrazarme a él y decirle que todo iba a estar bien. Sabía que
mi amor curaría el dolor y el auto desprecio que lo había estado
comiendo desde el interior durante demasiado tiempo.
En el último escalón, giré y resbalé dentro del recibidor.
—¡Christos!
—¿Samoula1? —Sonrió Spiridon, sus llaves tintineando en sus
manos—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Dónde está Christos? —solté ansiosamente.
—¿No está contigo?
—No —murmuré, decepción oscureciendo mi voz.
—¿No está en el estudio trabajando? —preguntó Spiridon.
—No, lo he verificado. No está en ningún lugar de la casa. —Por un
momento me sentí nerviosa, preocupada por si tenía que explicarle a
Spiridon por qué estaba deambulado por su casa sin ser invitada. Lo
cual era extraño, porque Spiridon ya me había invitado a mudarme con
él y Christos. Incluso me había dado una llave de la casa. Entonces,
¿por qué me sentía como una delincuente? Ah, sí. Mis padres. La causa
de todo esto es el mal.
Ellos.
Decirles a mis padres al teléfono que me estaba mudando con
Christos les había hecho perder los estribos. Lo que me llevo a colgarles
y a Christos perder los estribos porque mis padres los habían perdido.
Y la peor noticia de todas: el juicio pendiente de Christos para el
día de San Valentin, a solo dos días de distancia.
¿Por qué no me lo ha contado Christos hasta ahora? ¿Era mentira
la confianza que habíamos construido entre nosotros? ¿Qué más me
estaba escondiendo? Un escalofrió me sacudió hasta los huesos. Mi
corazón se aceleró al máximo cuando los estresantes acontecimientos
de las últimas horas recomenzaron en mi mente. Mi vida se estaba
desarrollando en segundos. Sentía un ligero mareo mientras mi pecho se
apretaba, haciendo casi imposible respirar. ¿Tenía un ataque de
corazón? ¿Era posible eso para alguien de diecinueve años? En este
momento, definitivamente se sentía así. Cada célula de mi cuerpo
gritaba que Christos estaba en peligro inminente, donde quiera que
estuviera. Mis ojos destellaban pánico. Necesitaba protegerlo de
cualquier manera que pudiera.
—¡Necesito encontrar a Christos!
—Tranquilízate, koritsaki mou2 —replicó Spiridon—. Vamos a la
cocina, Samoula. Quizás deberías sentarte. No te ves bien.
1 Samantha en griego
2 Mi niña
Mis manos temblaban incontroladamente cuando me condujo
hacia la cocina, sacó una silla de la mesa para mí y abrió el
refrigerador. Agarró una jarra con agua y sirvió un vaso para mí mientras
yo me dejaba caer en la silla.
—Cuéntamelo todo —dijo mientras colocaba el vaso sobre la mesa
y se sentaba. Tomó mis manos en la suyas y acarició el dorso de ellas
afectuosamente—. Lo que sea —sonrió—, todo estará bien.
Mi garganta se cerró en un agujero cuando me di cuenta de la
cruda verdad. Aunque pudiera encontrar de alguna manera a Christos
y salvarlo de lo que sea que el destino le esperaba esta noche, se
enfrentaba a la posibilidad de ir a la cárcel por quien sabe cuánto
tiempo después de su inminente juicio.
Divagué:
—Christos, está… no lo sé… creo que está… —Estaba dividida entre
mi preocupación por Christos y la cálida y cariñosa manera en que
Spiridon me estaba reconfortando. Su compasiva mirada me ponía
extrañamente nerviosa. No estaba acostumbrada a ningún tipo de
cariño por parte de otras personas o la manera que bajaba las paredes
alrededor de mis emociones.
Aparte de la intimidad que había compartido con Christos en los
últimos cinco meses, nunca me había abierto de esta manera delante
de nadie. En especial no de un adulto. Y nunca delante de mis padres.
Nunca había bajado mi guardia alrededor de ellos.
La noche que Damian Wolfram había atropellado a Taylor
Lamberth, asustado a más no poder. No había manera que hubiera
compartido mis emociones sobre ello con mis padres. Me había
asegurado de evitarlos hasta que tuve la oportunidad de
recomponerme y meter mis sentimientos de vuelta al interior de la caja
que había construido alrededor de mi corazón cuando era pequeña.
No sé cuándo había empezado a construir aquella caja. Nunca
fue una cosa consciente. Era un mecanismo de defensa.
Probablemente uno que todo el mundo tenía. La idea de compartir mis
sentimientos al desnudo con mis padres siempre se había sentido como
una invasión a mi privacidad. Ellos no entendían de sentimientos.
Cuando era pequeña y demostraba mis sentimientos a mi mamá, ella
fruncía el ceño y me gruñía y me decía que me aguantara como una
niña grande o me iba a enterar. Cuando mi padre vio mis sentimientos,
sacó una calculadora e intentó resolverlos como un problema
matemático. Si eso no funcionaba, intentaba esterilizarlos con lógica.
Ese fue el motivo por el cual nunca compartía nada con mis padres.
Nada que importara.
Pero mirando en los ojos de Spiridon profundamente compasivos,
ame sentía segura. Él no estaba perdiendo los papeles. Estaba tranquilo,
confiado y cariñoso. Deseaba que pudiera darles a mis padres
lecciones. En este momento, sentí como si pudiera contarle todo y que
él lo entendería. No me daría un sermón o me reñiría y no mediría,
calcularía o resolvería. Simplemente escucharía. Y en esa escucha,
sanación ocurriría. Christos me había enseñado esto. ¿Lo habría
aprendido de Spiridon? Parecía posible, mirándolo ahora.
Sentada en la cocina de los Manos, me sentía consolada, envuelta
en el cálido abrazo del tangible amor emanando de Spiridon, un amor
que circulaba por toda la casa, como si hubiera fluido gentilmente
desde su ser por décadas y hubiera empapado la madera. Este hogar,
esta cocina, era un espacio sagrado.
Mis lágrimas manaban. Estaba a punto de sacarlo todo, contarle a
Spiridon las repugnantes cosas que mis padres habían dicho y las
amenazas que habían hecho al teléfono. Sabía en mi corazón que
Spiridon no juzgaría. Escucharía con entendimiento y cariño. Ansiaba
por esa clase de consuelo, el tipo de consuelo que Christos ya me había
mostrado muchas veces.
Pero más que nada, lo deseaba de Christos.
Christos…
Enrollada determinación se desato en mi interior. Mis sentimientos
por mis padres podrían esperar. Christos estaba en un peligro mortal en
este preciso momento. Necesitaba hacer algo para salvarlo. ¿Podía
decirle a Spiridon que profundo hasta mis huesos sentía con certeza que
la vida de su nieto colgaba en el precipicio del desastre? Sonaría como
una lunática. Para mis padres, de todas formas.
—¿Qué pasa, Samoula? —pregunto Spiridon tranquilamente—.
Puedes contarme lo que sea.
Le creía y confiaba en él completamente. Levanté mi pesada
cabeza y encontré sus ojos con los míos.
—Christos está en terribles problemas. —Me asustaba decirlo, como
si vocalizando mis miedos podría mágicamente empeorar las cosas.
—Lo sé, koritsáki mou —dijo con pesar mientras su cabeza se
inclinaba solemnemente y sus ojos se cerraban.
Sus palabras llevaban tanta tristeza, tanta angustia, que sentí a mi
corazón empezando a marchitarse y hundirse en la oscuridad…
Christos…
Oh no…
Christos
Me paro en la oscuridad, equilibrándome en un pie desnudo, mis
dedos curvados alrededor del frio acero del barandal del balcón de
Nyyhmy Hall, a diez pisos sobre el cemento.
Frío viento de invierno soplaba alrededor de mí. Lejos debajo, un
solitario automóvil se deslizaba silenciosamente por la calle North Torrey
Pines. Estaba en otro mundo, distanciado de las personas invisibles en el
pequeño auto. Me preguntaba si estaban felices o tristes. No había
manera de saber.
Pero sabía que estaba al punto de perder mi mierda. Mi juicio era
en dos días. Mi juicio previo era en menos de doce horas, después de
las cuales mi futuro estaría en manos de la corte y de los doce extraños
que serían mi jurado. ¿Me condenarían y enviarían a prisión o me
declararían inocente y me dejarían libre?
Odiaba no saber. Odiaba no tener ningún control sobre el
resultado.
¿Siquiera importaba?
Esto estaba a un millón años de ahora.
En este momento, en este eterno momento de insensato peligro,
tenía control total. Vivir o morir. Luchar o volar. Todo dependía de mí. Si
quería, podría relajar la tensión en mi rodilla. Solo relajar. Dejarlo ir. Todo
estaría terminado en unos segundos, todo mi estrés se iría. Todas mis
preocupaciones se volverían irrelevantes.
Caer en la oscuridad y elevarse en la eternidad.
Samantha.
Puños ataron mis entrañas con agonía. Mi rostro se apretaba y
retorcía con frustración y rabia y culpa.
¿Qué le había hecho?
Había hecho un gran lio con las cosas.
Samantha ahora sabia cuán jodido estaba bajo mi ostentoso
exterior. Mientras la había abofeteado con la verdad, la había
golpeado con toda la mierda criminal que había hecho en mi pasado,
la condena que había visto en sus ojos fue peor que lo que cualquier
jurado pudiera darme en mi juicio. ¿Y si los doce extraños decidían que
estaba jodido y me enviaban a prisión a sudar mi culpa? Mi corazón ya
estaba encarcelado en auto desprecio. Por lo que le había hecho a
Samantha. Por mentirle al no decirle quien realmente era, por esconder
mi terrible pasado mientras ella inocentemente se enamoraba de mí.
¿Cómo pude haberle hecho esto? ¿Cómo pude haber arriesgado
la confianza que voluntariamente me dio al no decirle de frente que yo
no era una buena persona?
El frío viento enfriaba mi piel, pero mi corazón estaba más frío,
temblando en mi pecho.
Bajé la mirada hacia el tentador cemento cien metros abajo.
Sería tan fácil tirarme y dejar que todos mis problemas
desaparecieran…
Samantha
Sujeté mi mano alrededor de la muñeca de Spiridon y declaré:
—¡Tenemos que hacer algo!
Spiridon alzó sus cejas pensativo.
—¿Qué quieres decir?
—Christos salió corriendo de mi casa más temprano y salió a toda
velocidad en su motocicleta. Me temo que va a... —No podía decirlo.
La preocupación y el reconocimiento pesaron en el rostro de
Spiridon.
—¿Has intentado llamarlo?
—¡Cincuenta veces! —Mi voz crepitaba con miedo—. No
responderá. Es por eso que estoy tan preocupada. Tenía la esperanza
de que tal vez hubiera venido aquí.
Spiridon cruzó sus brazos sobre su pecho y resopló un nervioso
suspiro. Creo que mi miedo estaba filtrándose en él.
—¿Te dijo adónde iba? —preguntó Spiridon.
—¡No! ¡No tengo idea! Podría estar en cualquier lugar.
—Tal vez lo mejor que podemos hacer es esperar aquí. Está
obligado a volver tarde o temprano.
—Pero ¿qué pasa si...? —Estaba lista para salir como un cohete de
mi asiento a través del techo por la ansiedad. No podía sentarme aquí y
esperar. Necesitaba tomar acciones—. Espera, ¡tal vez Christos salió con
Jake!
—Entonces llama a Jake —dijo Spiridon tranquilamente.
No tenía el número de Jake, así que le marqué a Madison.
Respondió después de dos repiques. Sonaba soñolienta.
—¿Qué pasa, chica?
—¡Mads! —Mi voz sonaba con mucho más pánico de lo que
quería, considerando que estaba despertándola en medio de la
noche—. ¿Está Jake contigo?
—La última vez que revisé —suspiró—. A menos que el chico
caliente durmiendo junto a mí sea otra persona. Oye amigo —se rió
hacia quien sea que estuviera en la habitación con ella—, ¿tu nombre
es Jake?
Oí una la débil voz de Jake quejándose por teléfono.
—No me digas que ya estás aburrida de mí, nena.
—Los hombres tienen egos tan frágiles —me susurró Madison. La oí
apartarse de su teléfono de nuevo y decirle a Jake—: Duerme, King
Dong. Tu cañón es el único que bombardea mi caja de bebé cada
noche. ¡Rápido! ¡Todo el mundo al refugio dong!
Mierda. Allí iba mi teoría acerca de Christos y Jake estando fuera
en un bar.
—Mads, pregúntale a Jake si sabe dónde está Christos.
—¿Por qué sabría él dónde está Christos? Ha estado conmigo toda
la noche.
—¿Puedes por favor simplemente preguntarle? —supliqué.
—Jake —dijo Madison—. Sam quiere saber si sabes dónde está
Christos.
—No he hablado con él desde ayer —murmuró Jake.
Genial.
Madison transmitió las noticias.
—Jake dijo que no ha visto a...
—Sí escuché —interrumpí.
—¿Pasa algo malo? —preguntó Madison, evidente preocupación
en su voz.
No tenía tiempo para explicarle todo. Necesitaba ir a buscar a
Christos.
—Es, ah, no es nada —Traté de sonar como si no fuera gran cosa
para que no empezara a preocuparse—. Sólo necesito hablar con
Christos. Si por alguna razón llamara a Jake, llámame de inmediato,
¿está bien?
—¿Estás segura no hay nada mal, Sam?
—Sí. Todo está bien. Vuelve a dormir.
Oí el crujido de las mantas.
—Mmmm —murmuró Madison—. No creo que Jake me vaya a
dejar. Llámame mañana, Sam. Pero si realmente, realmente me
necesitas, llámame de inmediato —Madison hizo un ruido de ronroneo—
. Borra eso. No llames por lo menos en veinte minutos.
Oí a Jake resoplar.
—¿Veinte minutos?
—Está bien —le dijo Madison a Jake—, que sean cuarenta. Pero
eso es todo lo que tendrás, vaquero. Tengo clase por la mañana.
—No te preocupes por eso, Mads —dije—. Hablaremos mañana.
—Está bien. Adiós, Sam —Se rió antes de que la línea de teléfono se
cortara un segundo después.
La envidiaba en ese momento. Estaba acurrucada con su hombre,
los dos a salvo de todo el mal en el mundo. Puse el teléfono en la mesa
de la cocina y miré a Spiridon.
Él puso una mano reconfortante sobre la mía una vez más.
—Sé que estás preocupada, koritsáki mou. ¿Por qué no intentas
llamar a Christos otra vez?
—Está bien.
Me guiñó un ojo.
—¿No hay un viejo refrán que dice que la quincuagésimo primera
vez es la vencida?
Christos
Una sombra se tornó borrosa en la esquina de mi visión. Algo
enorme y oscuro pasó rápidamente delante de mi cabeza desde el
costado y se había ido antes que pudiera registrar lo que era. Seguí el
movimiento mientras la cosa hizo una curva a lo largo de la caída de
diez pisos hacia abajo.
Un solitario búho había agitado sus alas frente a mí, a solo unos
pocos centímetros delante de mí. Nunca la escuché venir. Estaba en un
sepulcral silencio. Totalmente en su elemento.
Observé con asombro mientras desaparecía más allá hacia la
distante luna, flotando sobre los cañones entre el océano y yo. Navegó
por el aire lánguidamente, buscando presas. Estaba paralizado por el
cazador en su entorno natural. Qué sencilla vida la que llevaba.
Sin previo aviso, las alas del búho se doblaron y se zambulló en la
oscuridad. Seguí su trayectoria de caída, observando con atención
mientras sus alas explotaban a meros centímetros sobre la tierra, el búho
aterrizando en un charco de ámbar debajo de una farola. Un segundo
después, el búho aleteaba furiosamente y se elevaba en el aire, un
ratón colgando de sus garras. Luego el búho desapareció en la negra
noche con su presa.
Estaba asombrado de la rapidez con que todo eso había ocurrido.
Una vida terminó así otra podría florecer.
Me di cuenta que tenía que tomar una decisión.
Mi vida... o Samantha.
Quería que ella prosperara.
Mi cara se torció en agonía. Mi pecho se tensó a medida que
cuchillos dentados de arrepentimiento me apuñalaban de adentro
hacia afuera. ¿Cómo diablos había jodido las cosas tan mal? Aspiré
profundamente, listo para gritar a todo pulmón en un intento de liberar
parte de la tensión rasgando mi corazón en pedazos.
Entonces me di cuenta que gritar llamaría la atención.
El ayuntamiento de Nyyhmy tenía la forma de una letra H hecha de
bloques, cuando lo mirabas desde arriba. El balcón estaba en la parte
superior de la rechoncha barra horizontal de la H. Las gruesas columnas
verticales de la H tenían todos los dormitorios, cuyas ventanas daban al
balcón de donde yo estaba. Debido a que era San Diego, afuera no
estaba más frío de quince grados centígrados, muchas de esas
ventanas estaban abiertas. Dado que se trataba de un edificio de
residencias universitarias, varias de esas ventanas tenían las luces
encendidas y algunas tenían sus cortinas abiertas. Si empezaba a gritar,
no tenía duda que cabezas comenzarían a salir de esas ventanas como
topos chequeando en busca de águilas por encima. Lo último que
quería era un público o alguien llamando a la seguridad del campus y
diciéndoles que había otro saltarín en el décimo piso. Estaba disfrutando
de mi paz y mi tranquilidad.
Respiré profundamente. Mi punzante remordimiento se alivió una
fracción. Respiré de nuevo.
Fue entonces cuando me di cuenta que había estado viendo mi
situación todo mal. Águilas, búhos, tuzas y ratones.
En primer lugar, el búho y el ratón. Por lo que sabía, era una búho
mamá con búhos bebé de vuelta en su nido que no habían comido en
semanas. Nadie quería búhos bebé pasando hambre. Sé que yo no.
En segundo lugar, el águila y las tuzas.
Todos sabemos cuál animal era yo en ese escenario.
No importa cuánta confusión y dolor se retorcieran en mis entrañas,
nunca sería una tuza. Era el depredador en mi vida, no la presa. No iba
a vivir mi vida encogiéndome lejos del peligro, siempre preguntándome
cuando el golpe de la muerte podría venir cayendo desde arriba como
lluvia.
Iba a dar el paso con valentía en la vida y bailar con peligro.
No iba a renunciar.
Al igual que el águila y el búho, iba a desnudar mis garras y dientes
y hacer lo que hacía lo mejor.
Luchar.
Por mí. Por Samantha.
Por mi vida.
Nadie me haría caer y me rompería en pedazos. Ni siquiera el
sistema judicial. Nunca tomé el camino fácil. Así es como había
terminado en esta situación en primer lugar. Porque me gustaba vivir
peligrosamente.
Estaba aquí arriba porque el día que conocí a Samantha, me
había tomado menos de medio segundo decidir que Horst Grossman, el
puto gordo que estaba en su rostro, estaba muy fuera de lugar y
necesitaba dejarla en paz. Lo fácil hubiera sido irme y olvidar todo sobre
ella.
Pero así no era como hacía las cosas. No ese día, no esta noche y
no en mi juicio. Si iba a caer, lo haría peleando.
Todavía no le había dicho a mi abogado, Russell Merriweather, si
aceptaba o no el acuerdo con el fiscal de Distrito. La oferta era un año
de cárcel a cambio de una declaración de culpabilidad.
Probablemente sólo serían nueve meses por buen comportamiento. Esa
era la cosa segura. Si fuera a juicio, me arriesgaba a tener hasta cuatro
años en la prisión estatal si el jurado me encontraba culpable. A la
mierda. Me gustaba tomar riesgos y me gustaba pelear.
Iba a tirar los dados e ir a juicio.
Sonreí y sacudí mi cabeza. No sé por qué había estado tan
estresado acerca de todo esto. Como a la mayoría de las mujeres, le
gustaba a la diosa Fortuna. No había ninguna razón por la que no me
respaldaría en mi juicio.
Aun equilibrado sobre un pie con mi rodilla en el aire, bajé mi pie
hacia el barandal y me estabilicé.
Cuando estaba a punto de brinca del vuelta al balcón, sonó mi
teléfono, sobresaltándome.
El sonido rompió a través de la silenciosa noche.
Siseé y caí hacia delante, estaba muy sorprendido. Mis brazos
giraron automáticamente y mis caderas se empujaron violentamente,
contra balanceando mi peso. Si sobre compensaba, estaría sobre el
borde de este barandal y tres segundos más tarde, acabado de forma
permanente. Me esforcé por recuperar mi equilibrio. Agonizantes
segundos después, recuperé mi centro de gravedad y brinque dentro
del balcón de cemento frío.
¿Estaba llamándome la diosa Fortuna para decirme algo?
Before Your Love de Kelly Clarkson continuó sonando a través de
los pequeños altavoces en mi teléfono.
No era la diosa Fortuna.
Samantha.
Rodé mi cabeza hacia atrás y reí.
—Joder —murmuré para mí mismo. Casi me había matado. La
ironía trágica era algo divertido, mientras no te pasara a ti.
Contesté su llamada.
—Hola —murmuré.
—¿Dónde estás? —suplicó Samantha.
—Afuera, consiguiendo un poco de aire fresco —Me senté en el
balcón de cemento frío y me puse mis calcetines y botas.
—¿Estás bien? —preguntó, preocupada.
—Estoy bien, agáp... —Me detuve. Llamarla así en este momento se
sentía como una promesa vacía que no podría mantener por mucho
tiempo. La mierda se iba a volver real cuando fuera a juicio. No quería
que Samantha tuviera esperanzas si las cosas iban mal. Si fuera
absuelto, genial. ¿Pero si el jurado me encontraba culpable? Nadie iba
a hacer una fiesta.
—Por favor, dime dónde estás, agápi mou —dijo Samantha, su voz
resonando con un penetrante miedo templado por su valiente amor sin
miedo.
Su confianza hizo que disminuyera mi temeraria resistencia. Si no
decía nada y la mantenía completamente en la oscuridad, me sentiría
como un terco idiota.
—Estoy en la Universidad de San Diego —suspiré—. Todo está bien.
—Necesito verte, Christos.
—Ahora no es un buen momento. —Sacudí la cabeza ante lo débil
que soné.
—¿Qué quieres decir? —pidió—. Estábamos hablando de cosas
realmente importantes y que huiste. ¿Por qué?
¿Le diría que hui porque me sentía como un idiota? ¿Qué estaba
avergonzado de mi pasado? Mierda, apenas podía admitírmelo a mí
mismo. ¿O le contaba sobre como mi vida todavía estaba sobre el filo
de un cuchillo aún más delgado que el barandal del balcón en que
había estado parado?
Si acababa en la cárcel, terminaría de vuelta en mis viejas
maneras. No tendría más opción que fortalecerme y luchar mi camino a
través de cada día de que estuviera encerrado. Sabía por experiencia
que la prisión se metería bajo mi piel y ensuciaría mis uñas sin importar
cuan fuerte tratara de aferrarme a la vida que había estado
construyendo durante los últimos dos años. ¿Qué clase de convicto
imbécil sería después de cuatro años de prisión? ¿Acaso Samantha
quería conocerme en ese entonces? ¿Estaría dispuesto a someterla a
cualquiera fuera el daño que estaba seguro que sufriría después de
haber vivido como un bárbaro?
¿A quién engañaba?
Necesitaba mejores opciones que eso.
Contuve una risa loca mientras consideraba cómo sus padres se
sentirían al respecto a todo este asunto. Estaba bastante seguro que yo
estaría de acuerdo con ellos.
Sacudí mi cabeza, negando.
—Mira —dije con voz ronca—. Realmente no quiero hablar de esto
justo ahora. Necesito tiempo para pensar.
—Vuelve a casa Christos. No importa cuán mal creas que están las
cosas en este momento, te amo. Tu abuelo te ama. Estamos aquí para
ti.
¿Por qué sus palabras me desgarraban las entrañas?
¡Joder! No podía lidiar con esto.
—Samantha, me tengo que ir.
—¡Christos! ¡Por favor, no cuelgues! Dime dónde estás exactamente
e iré a buscarte de inmediato.
Su voz sonaba inestable, como si estuviera corriendo con el
teléfono en la mano. Oí el bip bip bip de la alarma de su auto y una
puerta cerrándose.
—¿Estás en tu auto? —pregunté.
—Sí. Estoy saliendo de tu casa en este momento. No muevas un
músculo, estoy yendo a buscarte.
No iba a dejar que me fuera. No es como que fuera a correr hacia
mi moto y escaparme antes que llegara. Ya lo había hecho eso más
temprano.
Negué, moviendo la cabeza y sonreí. Odiaba ser predecible.
Además, tenía que hablar con ella tarde o temprano. ¿Y qué demonios
iba a hacer esta noche de todas formas? ¿Dormir tranquilo antes de mi
audiencia previa al juicio?
Sí, seguro.
—De acuerdo —dije—. Te encontraré en el estacionamiento de
Adams College, donde están las motos.
—De acuerdo, estaré ahí dentro de diez minutos.
—No te apures —dije irónicamente—. No me gustaría que termines
teniendo un accidente. —Hablaba en serio. Aunque mi seguridad era
de las ultimas cosas en mi lista de prioridades, la de ella estaba en la
parte superior—. ¿Por qué no colgamos para que puedas concentrarte
en conducir?
—¡No! —gritó—. ¡No cuelgues el teléfono hasta que esté parada en
frente tuyo!
Tenía que admitirlo, su insistencia era adorable.
—Está bien, me quedaré en el teléfono. Pero al menos pon el tuyo
en altavoz y sobre tu regazo o en un soporte de vaso o algo así.
—Bueno. El teléfono está en mi regazo. Sigue hablando.
—Ah, ¿Te recito poesía ahora?
—Si te sabes alguna de memoria.
—Asurraba. Los viscovivos toves tadralando en las vaparas
ruetaban;
—¿En qué idioma está? —se rió.
—¿Español?
—¿Estás seguro? —sonaba como si estuviera sonriendo.
—Sí. Es Jabberwocky de Lewis Carroll. Tuve que memorizar esa
mierda en séptimo grado. ¿Quieres oír el resto?
—¿Sabes la versión traducida?
—No —reí—. Pero se trata de un chico que mata un loco dragón.
Es bastante ridículo.
—¿Qué? ¿Matar a un dragón? —preguntó.
—Sí.
—No es ridículo. ¿No es eso lo que haces todo el tiempo? ¿Matar
dragones?
Sacudí la cabeza, negando.
—La última vez que comprobé, no.
—¿A qué te refieres? ¿Recuerdas a Pie Grande? ¿Ese motero
peludo de la cafetería en Pacific Beach? ¿Xanadu? ¿El chico que
intentó secuestrarme para poder aparearse conmigo y hacer bebés del
eslabón perdido?
—Ah, sí. Ese tipo era como el ciclope de una leyenda o una mierda
parecida. Si me acuerdo bien, solo tenía un ojo. ¿No tenía un parche de
pirata? —Me reí.
—¡No! Sólo tenía un ojo, ¡a mitad de su frente! —Samantha chilló de
risa—. ¿Te imaginas un cíclope con un parche pirata? ¡Estaría ciego y
viviría corriendo en círculos!
—Oí que los piratas cíclopes solo usan parches en el oído —
bromeé.
—¿Parches en el oído? —Río Samantha.
—¿Christos? —preguntó una voz detrás de mí.
Me volví hacia quienquiera que fuese. Qué sorpresa.
—Hola, Kamiko. ¿Qué pasa?
—¿Qué? —preguntó Sam en el teléfono.
Kamiko estaba usando una camiseta de la Universidad de San
Diego, pantalones de chándal y su cabello recogido en un sexy moño
en la parte de atrás de su cabeza. Una mochila colgaba sobre hombro.
Me miró con curiosidad.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Disfrutando la vista —dije casualmente, mostrándole una sonrisa
con hoyuelos.
—¿Estás hablando con Kamiko? —preguntó Samantha.
—Sí —dije al teléfono.
Kamiko preguntó:
—Lo lamento, ¿estás al teléfono? No quise interrumpir.
—No te preocupes —le dije a Kamiko. A Samantha, le dije—: ¿Oye,
puedes esperarme un segundo?
De repente recordé a Samantha contándome lo que pasó entre
ella y Kamiko cuando fueron a visitar a Brandon a la galería
Charboneau para mostrarle el trabajo de Kamiko. Pobre Kamiko. Por lo
que me contaron, Brandon había sido demasiado grosero. Sentí que era
una oportunidad para poder hacer trabajar algo de mi magia. Ayudar
a otras personas siempre me ponía de buen humor.
—¿Por qué estás despierta tan tarde? —le pregunté a Kamiko.
—Estaba estudiando a O Chem con mi amiga. Acabamos de
terminar.
—¿Vas a volver a tu cuarto?
—Sí —respondió.
―¿Quieres que te acompañe?
—Seguro —sonrió.
—Bien. Déjame decirle a mi amigo que lo llamaré de nuevo. —A
Samantha le dije—: Oye, voy a acompañar a mi amiga a su dormitorio.
¿Te puedo llamar más tarde, hermano?
—Christos —dijo Samantha en mi oído—, dile a Kamiko que
lamento lo que pasó con Brandon.
—Sí, totalmente —le dije a Samantha—, tan pronto como consiga
un nuevo traje de neopreno, iremos a surfear juntos. Hasta luego,
hermano.
—¡Christos! —dijo Samantha en mi oído—. ¡Espera! ¡No cuelgues!
Colgué mi teléfono y le sonreí Kamiko. Caminamos por el pasillo
desde el balcón hasta los ascensores.
Cuando la puerta del ascensor se abrió, hice un gesto con el brazo.
—Después de ti.
—Gracias. —Kamiko sonrió y entró.
Después del viaje en ascensor, acompañé a Kamiko por el oscuro
camino entre Nyyhmy y Paiute Hall.
—¿Cómo está yendo la pintura? —pregunté—. ¿Sigues trabajando
en las presentaciones para la exposición de artistas contemporáneos de
Brandon?
Sacó la lengua y gruño.
—Uff. Ni siquiera quiero escuchar ese nombre. Branestúpido es tan
insignificante.
Arqueé una ceja.
—¿Branestúpido?
—Sí —se estremeció—. Solo decirlo me da ganas de vomitar.
Nos detuvimos frente a las puertas dobles hacia Paiute mientras
Kamiko sacaba las llaves de su bolso.
Alcé una ceja.
—¿Qué pasó con esto de ser la gran ninja de la pintura?
Ella se iluminó.
—Oh, definitivamente aún sigo siendo la ninja de la pintura. —De
repente se dio la vuelta y me lanzó una patada, deteniendo su pie a un
centímetro de mi pecho.
—¡Cuidado! Alerta ninja —bromeé—. ¿Estudiaste artes marciales en
algún momento?
—Sí, estudié shotokan cuando estuve en la escuela primaria. Era la
única manera en que podía evitar que mis hermanos me golpearan. —
Sonrió—. Me llamaban Kamiko Kid.
—¿Qué, como Karate Kid? ¿Tus hermanos te llamaban así?
—Sip. Pero no estudié con el señor Miyagi. El tipo que entrenaba
era mexicano. —Bajó la pierna y giró hacia adelante, dándome un
puñetazo en el estómago.
Apreté mis abdominales automáticamente. Su pequeña mano
chocó contra sólido músculo.
―¡Ay! ―gritó.
—No te metas con el hombre de acero —bromeé. Podía decir que
no estaba tratando de golpearme muy fuerte, pero había puesto algo
de poder detrás del golpe—. Buen derechazo. Mucho mejor que tu
referencia a Karate Kid —bromeé.
Arrugó la nariz.
—¿Tengo que patearlo en la barbilla, señor? Porque lo haré.
Me puse encima de ella.
—Vas a necesitar un avión.
—¡Bien! Iré por tus espinillas. —Lanzó una patada hacia mis espinillas
pero salté hacia atrás, fuera de su alcance—. Que te sirva de lección —
advirtió.
—Tranquila, Bruce Lee. Me disculpo. —Le sonreí.
—No trates de ser lindo. —Sonrió.
—Oye, estoy usando la única defensa que me queda antes que
golpees mi trasero. —Le guiñé un ojo—. Pero en serio, ¿sigues
trabajando en alguna pintura?
—¡Sí, joder! Incluso si Branestúpido es un completo imbécil, haré
que una de mis pinturas entre en su estúpida exposición de artistas
contemporáneos, solo para demostrarle que puedo.
Asentí, mostrándole aprobación.
—¿Supongo que lo superaste?
—Qué se joda —gruñó Kamiko—. ¡Soy demasiado buena para ese
estúpido encantador de serpientes! Me niego a seguir viviendo como
una chica que se deja joder por los hombres. ¡Soy una mujer! ¡Óiganme
pintar! Dio un golpe en el suelo con el pie para dar un efecto más
dramático.
Sonreí y me reí.
—Le diré a Brandon que corra para el otro lado cuando te vea
venir o que lo vas a ir tras su trasero como su estuvieran en los Juegos del
hambre.
—¡Es una gran idea! ¡Definitivamente debería usar arco y flecha!
—La próxima vez que lo vea, le pondré un blanco en el culo así
tendrás algo a dónde apuntar.
—¿A quién le vas a poner un blanco? —preguntó Samantha,
dando la vuelta en la esquina dirigiéndose hacia Kamiko y yo.
Dirigí una sonrisa cómplice hacia Samantha.
Kamiko frunció el ceño, mirando entre nosotros dos.
—¡Oigan! ¡Me engañaron! —Me miró de reojo, sus ojos saliéndose
de sus órbitas—. Era Sam en el teléfono más temprano, ¿cierto, Christos?
—me preguntó en un tono acusatorio.
—Tal vez. —Sonreí tímidamente.
Samantha
favores y sabores.
—¿Por qué no? Vale diez veces más en el mercado. ¡Declaro una
mirada de culpa! —Se abalanzó sobre mí amenazadoramente.
Me alejé.
—¡Saca tu mirada culposa lejos de mí! ¡Es atroz! ¿Dónde aprendiste
a hacer ese gesto? —Di la vuelta detrás de Christos.
Kamiko siguió.
—De mi mamá. Es una maestra en eso. Siempre le funcionaba.
Creo que lo hacía para que le devolviera todo el dinero que me daban
por semana.
Confundida, me detuve mi circunnavegando alrededor de
Christos.
—Espera, ¿estás diciendo que cada vez que hacías algo mal en tu
casa, tu madre te hacía pagarle?
—Sí —dijo Kamiko insegura, mirando entre Christos y yo—. ¿Acaso
tus padres no?
—Uhh… —tartamudeé.
Christos se encogió de hombros.
—Bueno —dijo Kamiko despectivamente—, mi mamá es rara y mi
dinero no era más que una artimaña cruel diseñada para humillarme.
Pero aún así me tienes que pagar. —Alzó la palma expectante otra vez
y me miró con esa mirada de culpa. Era preocupantemente eficaz. Me
siguió alrededor de Christos.
Di la vuelta hacia atrás.
Kamiko estaba pisándome los talones.
—Ahora son diez dólares. Te sientes mal porque mi madre me robó
mis ingresos justos de la infancia. Piensa en todos los platos que lavé y
todas las veces que pasé la aspiradora. Gratis.
—Culpa, culpa, culpa —canturreó Christos.
—No me estás ayudando —le dije con voz monótona.
—¿Kamiko te está manipulando con la culpa? —preguntó Romeo,
de repente estaba parado detrás de mí.
Todos nos volvimos para mirarlo. Parecía que acababa de regresar
de estar fuera toda la noche. Llevaba su lujoso abrigo negro de
steampunk4. Tenía por lo menos doscientos broches y botones. Botas
negras con hebillas asomaban desde la parte inferior de la capa. Su
monóculo, marca registrada, estaba en su lugar.
—No va a parar hasta que le pagues —dijo Romeo, señalando a
Kamiko—. Vas a tener pesadillas con ese rostro hasta que le entregues el
relaciones sexuales con tres o más hombres por turnos o al mismo tiempo.
Los chicos de rugby comenzaron a medir a Christos.
Oh no. ¿Qué estaba haciendo Christos? Quiero decir, yo no
quería que Romeo saliera lastimado y Christos era impresionante por
defender a Romeo y Kamiko de esta forma, pero si Christos ya iba a la
corte por pelear, ¿sin duda más peleas no eran una buena idea? Tenía
que poner fin a esto.
Di un paso hacia la masa de hombres, poniéndome entre Christos
y los chicos de rugby. El inconfundible aroma de alcohol e idiota
inmediatamente entraron en mis fosas nasales. Levanté mi teléfono y
tomé una foto.
—Ahora que tengo una foto de ustedes, estoy llamando a la
seguridad del campus. Los tengo en el marcado rápido. Ustedes deben
salir antes que lleguen. —Mi teléfono ya estaba marcando.
Corte Militar arrebató mi teléfono de mi mano y lo arrojó a la
oscuridad como un lanzador de campeón de disco. Me quedé
realmente sorprendida por lo lejos que voló. Quiero decir, pasó por
encima del comedor junto a los dormitorios como si tuviera alas y,
literalmente, desapareció en el cielo nocturno. Ni siquiera escuchó la
tierra, se fue tan lejos.
—A la mierda el teléfono —dijo Corte Militar.
Retrocedí un paso y miré a Christos desde la esquina de mi ojo.
—Mala idea, amigo —dijo Christos a Corte Militar—. Ahora le debes
un teléfono.
—Está bien —dije nerviosamente—. No me importa. Necesitaba
uno nuevo de todos modos. Tenemos que irnos. —Tiré del brazo de
Christos.
Romeo y Kamiko estaban encogiéndose juntos, caminando
lentamente hacia atrás.
—¿A dónde vas, nena? —preguntó Barba de Leñador a Kamiko—.
Estaba llegando a conocerte.
—No, esto es una mierda —dijo Christos, con los ojos fijos en Corte
Militar—. Este individuo le debe un teléfono nuevo.
—Está bien —insistí—. Mi contrato termina y estoy segura que
puedo conseguir uno nuevo de forma gratuita. —No mencioné que
necesitaba el teléfono viejo si quería cambiarlo por uno nuevo. Oh,
bueno, no importaba. Sacarnos de aquí ilesos era más importante.
Compraría un teléfono de prepago, si tuviera que hacerlo—. Vámonos,
Christos.
Otro tipo de rugby dio un paso hacia Christos y dijo:
—Es mejor hacer lo que esta pequeña perra tonta te dice, si sabes
lo que es bueno para ti.
Christos
Cinco contra uno no eran nunca buenas probabilidades, incluso
para mí. Especialmente no cuando Samantha, Kamiko y Romeo eran
propensos a dejarse atrapar por las cosas. La mayoría de los hombres
nunca golpean a las mujeres, pero eso no ayudaba a Romeo. Estaba
bastante seguro que necesitaría protección. Y si Samantha o Kamiko
trataran de ayudar y protegerme, probablemente conseguirían
puñetazos en el proceso.
Si fuera por mí, hubiera escapado. No necesitaba más problemas
con el tribunal de los que ya tenía. Y dudaba que cualquiera de estos
idiotas me pudiese agarrar en una carrera a pie, practicando o no
rugby. No me importa una mierda si me llamaban marica por huir. Pero
si yo corría, no había manera de que Samantha, Kamiko y Romeo
fueran capaces de mantener el ritmo.
¿Qué hacía?
Samantha estaba en lo cierto. Su teléfono no importaba. Lo mejor
era simplemente irse.
Di un paso atrás y puse mi brazo alrededor de Samantha.
—Muy bien, vamos, chicos.
Sentí a Samantha largar un suspiro de alivio.
Los cuatro nos dimos la vuelta y comenzamos a caminar hacia la
puerta principal de Paiute Hall.
Tranquilamente dije:
—Kamiko, ten lista tu llave en mano para que podamos caminar
directo al edificio.
—Está bien —dijo. La llave ya estaba en su mano, junto a su llavero.
Algo se estrelló contra mi espalda y me fui a toda velocidad hacia
adelante. Samantha tropezó, casi cayendo, pero se contuvo.
—¡Regresa aquí, perra! —gritó Corte Militar—. ¡No hemos
terminado!
Nos giramos hacia él. Corte Militar estaba parado con orgullo,
agrietando los nudillos de sus puños, sus cuatro compañeros a la
derecha detrás de él.
—Abre las puertas, Kamiko —le susurré—. Entra en este momento.
—¡Basta! —Samantha gritó a Corte Militar.
—Demasiado tarde para eso, perra.
Kamiko tenía una de las puertas abiertas.
—¡Vamos, Romeo!
Romeo estaba abrumado por lo que estaba sucediendo. Kamiko
extendió la mano y tiró de Romeo en el edificio.
—Ve adentro —le dije a Samantha.
—¡No sin ti! —suplicó.
—¡Ahora! —Retrocedí hacia la puerta.
Samantha entró.
—¡Vamos, Christos!
Corte Militar avanzaba hacia mí.
Samantha se acercó a mi brazo.
Empujé la puerta a Paiute Hall cerrándola, forzándola a
permanecer dentro.
—No abras esa puerta —refunfuñé.
Corte Militar se abalanzó sobre mí. Me agaché y giré bajo el brazo
derecho y lancé un gancho a la izquierda en su hígado. Se dobló como
un saco de patatas y golpeó el hombro contra la puerta de Paiute Hall
con un sonajero.
Cuatro chicos vinieron a mí como rinocerontes de carga. Bailé al
lado y cerré mi puño en la sien izquierda de un hombre. Se desmayó.
Estaba en el suelo.
Pero Corte Militar se levantaba y los otros tres chicos me golpearon
con una lluvia de puños. Uno dio en el pecho, otro en la mandíbula, otro
en mi ojo izquierdo. Mis propios puños volaban y azotaron un codazo en
la nariz del hombre barbudo. La sangre brotó de su rostro. Los otros dos
chicos trataron de luchar, pero serpenteé sus manos y corrí como el
infierno hacia mi moto en el estacionamiento.
Oí pasos pesados golpeando detrás de mí, pero no había forma
en que me siguieran. Tenía la llave de la moto cuando llegué a mi
Ducati y subí. Encendí la moto y tiré el pie de apoyo mientras
presionaba el acelerador. Tuve a la moto dando la vuelta mientras los
chicos rodeaban el estacionamiento y yo era como un cohete.
En mi retrovisor, los vi correr en pos de mí, pero me di por vencido
después de nueve metros. Volé por el extremo más alejado de la zona
de estacionamiento, volví a Adams College Drive, lo que me llevó a
North Torrey Pines y apreté el acelerador.
¿Qué mierda fue eso?
Mi mente corrió sobre la situación. No estaba muy preocupado por
esos tipos siguiéndome ahora que estaba en mi motocicleta. Uno, no
me podían atrapar a menos que tuvieran motos deportivas y dos, con
tres de ellos bastante golpeados, dudaba que estuvieran en
condiciones para una persecución.
Quería llamar a Samantha y decirle que estaba bien, pero su
teléfono estaba descompuesto. No tenía los números de Kamiko o
Romeo, así que no podía llamarlos. Y no quería regresar a la escuela
antes de tiempo, porque quería esperar hasta que los chicos se habían
largado y porque alguien probablemente habría llamado a la
seguridad del campus por ahora.
La única cosa que no podía esperar era ponerme mi casco. A
medio kilómetro del campus, me detuve en el lado de la carretera y
agarré el casco de donde fue atado a un lado de mi moto. No hay
necesidad de ser detenido por montar sin casco por encima de todo lo
demás.
Después de ponerme el casco, manejé hacia La Jolla Village.
Terminé en el centro comercial de La Jolla Village Square y estacioné
afuera de la tienda de comestibles de Ralph. Levanté mi pierna sobre el
asiento y tomé mi casco. Estaba sudando bastante por el esfuerzo de
los combates y de la carrera. El forro de mi casco estaba húmedo de
sudor. Di un paseo dentro de Ralph. Haciendo una pausa en el pasillo
de licor, considerando agarrar una botella de bourbon, pero tenía que
conducir a casa en moto. Así que me enganché una enorme botella de
agua fuera de la plataforma en el pasillo de la bebida y fui al frente
para pagar por ello.
Puse el agua en la cinta transportadora en la caja registradora. La
empleada, una mujer joven con una expresión soñolienta y demasiado
maquillaje en los ojos, me miró e hizo una mueca.
Esa no era la reacción que estaba acostumbrado con las damas.
—¿Qué le pasó en la rostro? —preguntó.
Llegué con una mano y toqué mi mejilla. Ahora que la adrenalina
de la pelea se fue disipando, sentí el latido de mi hueso de la mejilla,
donde uno de los chicos de rugby me había golpeado. Me golpeó más
duro de lo que me di cuenta. Una docena de excusas se agolpaban en
mi cerebro. Me encontré con una puerta. Disparado en la acera. Caída
por las escaleras. Parado delante de una carretilla elevadora. Luchado
con un oso. Tuve doce asaltos con un elefante. Etc., etc., etc.
Le guiñé un ojo.
—Estuve en una pelea con un equipo de rugby borrachos. —A
veces la verdad sonaba demasiado ridícula de creer. Ese era mi plan.
Arqueó una ceja.
—¿Tú solo?
—Sí.
Frunció el ceño con escepticismo:
—¿En serio?
Me reí. ¿Qué había en mi aspecto físico (músculos, tatuajes, rostro
golpeado) que decía: ―este chico no se mete en peleas"? Siempre me
hizo gracia cuando la gente no creía la verdad.
—En serio —le dije.
Esbozó una gran sonrisa y su expresión soñolienta dio paso a un
bonito conjunto de dientes. Tenía un poco para mecer el cuerpo y en
realidad era lindo cuando ella no estaba a medio camino de
Slumberland.
—¿Necesitas a alguien para poner hielo en él? Mi turno termina en
media hora.
Escondí mi sonrisa. Mucho mejor. Este era el tipo de tratamiento
que había llegado a esperar de las damas.
La vi mirando a los tatuajes en mis brazos y la letra de mi tatuaje Sin
Miedo que alcanzó su punto máximo en la muesca en mi cuello V de la
camiseta. Le sonreí de vuelta.
—Estoy bien. Solo el agua. —Le dediqué una sonrisa con hoyuelos.
—¿Estás seguro? —Sus ojos se estrecharon en territorio de
dormitorio, pero no del tipo de sueño.
Sí, demasiado maquillaje de ojos. No es que me importara. Tenía
una novia que iba a vivir conmigo a menos que sus padres la pusieran
bajo arresto domiciliario.
—Totalmente seguro.
El cajero carraspeó de una manera linda, algo así como un gatito
con sueño, entonces arrastró mi botella de agua.
Pagué en efectivo y salí con mi motocicleta, consumiendo toda la
botella antes de subir en mi Ducati y montar de nuevo a SDU.
Samantha
Romeo llamó a la seguridad del campus mientras nosotras veíamos
con horror a través de las puertas de cristal como Christos luchó a tirones
con el Equipo de testosterona fuera de Paiute Hall.
—¡Hay cinco chicos con camisetas SDU de rugby golpeando a mi
amigo! —Romeo gritó en su teléfono—. ¿Qué? ¡Un tipo! Sí, ¡está
luchando solo! ¡Por favor envíe a alguien en este momento! ¡Están en
frente de Paiute Hall!
—¡Ay dios mío! —Kamiko gritó—. ¡Lo están golpeando!
Me estaba volviendo loca porque Christos estaba en peligro con
los chicos afuera, pero posiblemente peor sería el peligro si la seguridad
del campus apareciera. SDU tenía policía real en el campus. Eran los
mismos que habían detenido a Christos el día que nos conocimos.
Tenía que hacer algo para detener esto.
Estaba a punto de empujar las puertas para abrirse cuando Corte
Militar cayó en ellas, bloqueándolas.
Lo siguiente que supe, dos chicos más estaban fuera y Christos se
perdió con los dos últimos chicos persiguiéndolo. Todo había sucedido
tan rápido, no hubo tiempo de hacer nada.
Corte Militar y su amigo, con sangre corriendo por su rostro,
estaban tratando de levantar a su amigo que había sido noqueado.
—Recógelo —gruñó Corte Militar.
Rostro ensangrentado cubrió uno de los hombres inconscientes
alrededor de su cuello.
Los dos izaron a su amigo y comenzaron a caminar por el césped
delante del Paiute.
—¡Se van a escapar antes que seguridad llegue! —Kamiko gruñó—.
¡Van a salirse con la suya! ¡Eso no está bien! —Kamiko empujó la barra
de pánico en la puerta con un golpe seco en voz alta y se pavoneaba
al exterior.
—¡Kamiko! —grité detrás de ella—. ¡No lo hagas! ¡Quédate en el
interior!
Me ignoró.
—¡Vuelvan aquí, chicos! ¡Estoy presentando cargos tan pronto
como la seguridad aparezca! ¡Ustedes van a ser expulsados!
Corte Militar se volteó con torpeza al tratar de mantener a su
amigo.
—Retrocede, puta.
—¡Alto! —Kamiko gritó, caminando hacia ellos.
No podía dejarla sola con los chicos, así que troté para reunirme
con ella.
—No me hagas decírtelo dos veces —dijo Corte Militar.
—¡Vamos! —Rostro Ensangrentada le dijo a Corte Militar—.
¡Tenemos que irnos, hombre!
Corte Militar insultó a Kamiko.
—Puta de mierda.
—Vete a la mierda, ¡idiota apestoso! —Kamiko gritó.
La agarré por los hombros.
—¡Detente! No empeores esto.
—¡Pero ellos empezaron esto, Sam! —suplicó.
—Lo sé. —Pero todo en lo que podía pensar era en que los policías
aparecerían y harían preguntas y Kamiko o Romeo impulsivamente
nombrarían a Christos. Antes que tuviera tiempo para explicarme, dos
policías uniformados cruzaron el gran césped en frente de Nyyhmy y
Paiute.
—¡Son ellos! —Kamiko gritó.
Dos linternas se encendieron y bailaron en los tres chicos de rugby
restantes.
—Deténganse justo ahí señores —ordenó una voz.
Mierda.
—¡Oh, gracias a Dios! ¡Están aquí! —Romeo dijo a su teléfono,
ahora a junto a Kamiko y a mí—. Sí. Dos policías simplemente se
acercaron. Gracias. —Bajó su teléfono a su lado.
No estaba segura de si Romeo había colgado el teléfono o no. Lo
tomé de su mano.
—¡Oye! ¿Qué estás haciendo? —preguntó.
Terminé la llamada en su teléfono. O no, me preocupaba que el
operador pudiera escuchar lo que iba a decir.
—Ustedes tres, ¡pongan sus manos en alto! —Uno de los policías
gritó.
—¡No puedo! —dijo Corte Militar—. Nuestro amigo está
inconsciente.
Mierda. Estaba bastante segura de quien fue noqueado en un
combate parecería el inocente.
—Algunos chicos se metieron con nosotros —dijo Rostro
Ensangrentada a la policía—. Nos dio una paliza.
¿Qué demonios? ¿Nos estaban culpando de esto? Por lo menos
no serían capaces de fijarse en Christos si no sabían quién era.
Los policías se estaban acercando a todos nosotros. Tenía solo
unos segundos para crear una estrategia con Romeo y Kamiko antes
que los policías pudieran escuchar todo lo que tenía que decir.
—No mencionen el nombre Christos —le susurré.
—¿Qué? —preguntó Kamiko, confundida.
—Sam —dijo Romeo—, ¿por qué tomaste mi teléfono?
Empujé el teléfono de Romeo de nuevo en su mano.
—¡Escucha! Dile a la policía que Christos era un extraño caminando
y trató de ayudar. No digas su nombre. Ni siquiera sabes su nombre. Y no
menciones sus tatuajes. Solo dique él era un tipo cualquiera.
Kamiko y Romeo todavía se veían confundidos, sus ojos se pusieron
grandes. No podía culparlos. No tenían ni idea de lo que estaba
pasando con el juicio de Christos.
—Confíen en mí —les dije—. Y por favor, hagan lo que les pedí. Por
favor. Se los explicaré todo más tarde. ¿Bien?
—Sí. —Kamiko asintió.
—Está bien —dijo Romeo—. Pero, ¿y si esos idiotas dicen algo
diferente? Hablamos con ellos por un tiempo.
Romeo tenía razón.
—Uh —dije—. No sé. Improvisaremos. Eso sí, ¡no mencionen
nombres!
Me di cuenta entonces que los dos policías estaban esposando a
Corte Militar y a Rostro Ensangrentada, mientras que su amigo se
sentaba sobre la hierba, encorvado. Cuando los policías terminaron de
esposar a los dos chicos, hicieron que se sentaran en la hierba cerca de
tres metros de distancia el uno del otro, cerca de una de las lámparas
que iluminaban la pasarela entre Nyyhmy y Paiute.
—¿Son las personas que llamaron por la pelea? —preguntó el
policía más alto.
—Lo hice —dijo Romeo. Me miró con nerviosismo.
El otro policía estaba diciendo algo en la radio pegada a su
hombro. Era corpulento y tenía un cuello rechoncho y hombros anchos.
—Refuerzos y técnicos de emergencias médicas están en camino
—dijo al policía alto.
El policía más alto se acercó a nosotros mientras el policía fornido
se quedó de guardia con los jugadores de rugby. Tenía la esperanza
que sus traseros se pusieran fríos de estar sentados en el césped
húmedo. Idiotas.
—Necesito ver las identificaciones estudiantiles de todo el mundo
—dijo el policía alto.
Todos las sacamos y se las entregamos. Iluminó con su linterna
cada identificación y a su vez, nos miró a cada uno al rostro. Luego nos
regresó las identificaciones a cada uno.
—¿Puedes decirme qué pasó? —preguntó a Romeo.
Romeo me miró para su aprobación. No quería verme como si
fuera una especie de genio criminal, así que me encogí de hombros.
—Um —dijo Romeo—. Mis amigas y yo estábamos charlando allí —
señaló—, y estos chicos venían caminando hacia acá y comenzaron a
acosarnos.
—¿Alguno de ustedes estuvo involucrado en la lucha? —preguntó
el policía.
—No —dijimos a la vez.
—Entonces, ¿quién luchó contra ellos? —preguntó a quemarropa a
Romeo.
—¿Este… chico? —dijo Romeo tímidamente.
—¿Qué chico? —preguntó el policía.
—¿El... extraño? —dijo Romeo con incertidumbre.
Reprimí una tirada de ojo.
—Mis dos amigos y yo —dije, señalando Kamiko y Romeo—,
estábamos hablando por un rato, entonces este chico guapo se acercó
a nosotros y comenzó a charlar con nosotros.
—¿Qué lindo chico? —preguntó el policía alto. Luego señaló a
Romeo y dijo—: ¿Él?
—No —le dije.
—¡Hey! —Romeo frunció el ceño—, ¡soy lindo!
—Cállate, Romeo —dijo Kamiko.
El policía señaló con su pulgar detrás de él, hacia los matones de
rugby.
—¿Te refieres a uno de esos tipos ahí atrás?
—No —le dije—. Él se fue. El chico lindo, quiero decir.
—¿Por qué se fue? —preguntó el policía.
—¿Supongo que porque era cinco contra uno?
—¿Qué quieres decir?
—Mis dos amigos aquí y yo corrimos dentro Paiute Hall cuando los
chicos comenzaron a pelear. El chico lindo golpeó a un montón de ellos
antes de irse corriendo. Por eso es que ese tipo de allá tiene una
hemorragia nasal o lo que sea. Entonces los otros dos chicos se fueron
persiguiendo al chico lindo.
—Déjame entenderlo. ¿El chico lindo luchaba contra esos tres
chicos y dos más?
—Sí —le dije.
—¿Y usted no sabe quién es ese individuo lindo?
—No.
El policía asintió.
—Entonces, ¿cómo empezó la pelea?
¿Tengo que responder? Tenía miedo que lo que iba a decir sonara
tan ridículo que me iba a quedar atrapada en una mentira y pondría a
Christos en problemas.
—Uno de esos chicos me llamó maricón —dijo Romeo—, sucede
que soy gay, lo que lo convierte en un crimen de odio.
—¿Hizo algo para provocarlos? —preguntó el policía, mirando el
traje steampunk de Romeo.
Estaba empezando a odiar a este policía.
—¡No! —dijo Romeo—. Mis amigas y yo estábamos hablando entre
sí y uno de esos tipos vino y dijo… —Romeo imitaba la tos y la mano que
Corte Militar había hecho—: ¡Maricón!
El policía asintió.
—Suena como un posible crimen de odio para mí.
Tal vez este policía no era tan malo.
—¿Pero ninguno de ellos te golpeó? —preguntó a Romeo.
—No —dijo Romeo.
El policía miró a los chicos de rugby de la hierba, luego preguntó a
Romeo:
—¿Conoce alguno de ellos en lo personal? ¿Son conscientes de su
orientación sexual?
Romeo negó.
—No, no que yo sepa. Quiero decir, pensé que me veía bastante
fabuloso cuando me vestí para salir esta noche. ¿Cuenta eso? Algunas
personas me dicen que estoy muy de moda para mi propio bien. ¿Es un
crimen de la moda considerado un crimen de odio? Creo que debe ser
—dijo Romeo seriedad.
Kamiko lo fulminó con la mirada.
—¿Qué? —Romeo frunció el ceño—. Dijiste que me parecía a The
Matrix.
—Recargado —lo pinchó Kamiko.
El policía estaba haciendo obviamente lo posible por no sonreír a
su tontería. Se aclaró la garganta y dijo:
—En todo caso, el uso de un término peyorativo es inaceptable.
¿Estuvieron alguna de ustedes dos implicadas en el altercado verbal? —
El policía nos preguntó a Kamiko y a mí.
—El mismo tipo que llamó a Romeo maricón me llamó una puta de
mierda —Kamiko espetó—. Entonces, su amigo, el hombre de la barba,
llamó a Romeo maricón también.
—¿Romeo? —dijo el policía, confundido—. ¿Quién es Romeo?
—Soy yo. —Romeo hizo un gesto a su monóculo en su lugar e hizo
una reverencia cortés mientras giraba su mano—. Romeo Fabiano, a su
servicio.
—Eso no es lo que su identificación del estudiante dice," el policía
ceñía su frente.
—Romeo es mi segundo nombre —dijo nerviosamente.
Me quedé boquiabierta. Me volví para mirar a Romeo.
Una mirada de dolor pesaba sobre las características de Romeo
mientras dijo:
—Mi nombre es Elmo. Elmo R. Fabiano.
Me quedé muy sorprendida.
—¿Elmo? —Miré a Kamiko y ella asintió. Me volví hacia Romeo—.
¿Hablas en serio? ¿Es Elmo incluso italiano?
—Lo es —dijo Romeo con orgullo—. Mira hacia arriba.
Me sentí traicionada. Lo restregó en mi cara.
—Hey —Romeo dijo a la defensiva—, ¿Me puedes culpar? Elmo
tiene tantas connotaciones negativas en la actualidad. ¿Y esa voz
suya? —Romeo se estremeció—. De todos modos, Elmo era el nombre
de mi bisabuelo. Él era un miembro de la Resistencia Italiana durante la
Segunda Guerra Mundial y luchó contra Mussolini y los nazis. Fue un total
malote y él era un Elmo mucho antes que esa estúpida marioneta lo
arruinara para el resto de nosotros. Además, Romeo es más romántico,
¿no te parece?
No sabía qué decir.
—Elmo no es estúpido —Kamiko canturreó—. Es lindo.
Romeo puso los ojos en blanco.
—Solo lo defiendes porque Elmo era tu novio hasta el sexto grado.
—No, ¡no lo era! —protestó.
—¡Lo fue también!
—No, si lo recuerdas —Kamiko frunció el ceño—, una vez que
descubrí a Ash de Pokémon en el segundo grado, me olvidé de Elmo.
—¡Eso es! —Romeo sonrió—. ¡Ash fue tu primer gusto de dibujos
animados! ¡Estabas siempre tan celosa que no eras Pikachu para pasar
tanto tiempo con Ash!
—¡Odiaba a esa perra! —Kamiko sonrió.
—¿Es Pikachu incluso una chica? —murmuré, sobre todo para mí
misma—. Pensé que se suponía que era un niño.
—Ejem —el policía interrumpió—. De todos modos, señorita, ¿usted
mencionó un tipo con barba? ¿Quién salió corriendo?
—Sí —dijo Kamiko, tratando de calmarse.
—¿Y ninguno de ustedes golpeo a nadie, o se vieron afectadas por
esos tres hombres? —preguntó.
—No —dije—, todos corrimos dentro de Paiute y nos aseguramos
de que la puerta estuviese cerrada con llave.
—¿Y quién era este chico lindo de nuevo?
—No sabemos —le dije un poco demasiado enérgicamente—. Lo
he visto en el campus y en la clase, pero realmente no lo conozco.
Acababa de decirle hola.
—Sí, Sam es demasiado tímida para preguntarle su nombre —
Kamiko insistió—. Yo tampoco sé cómo se llama. —Se rió.
—¿Quién de ustedes es Sam? —preguntó el policía.
Agitando la mano tímidamente, le dije:
—Yo soy Sam... soy huevos verdes y jamón ... me refiero a
Samantha. Mi nombre es Samanta. Huevos verdes y Samantha. —Mi voz
se apagó en una risita débil, entonces hice una mueca, puse mis ojos en
blanco, arqueé ambas cejas y me pateé mentalmente por sonar como
una esquizofrénica del Dr. Seussette. A este ritmo, estaba bastante
segura que los policías iban a pedir hasta camisas de fuerza para los tres
de nosotros. Mientras los alejara de Christos, estaba bien con eso.
—¿Y ninguno de ustedes saben el nombre del chico guapo? —
preguntó con escepticismo el policía alto.
Romeo y Kamiko negaron.
—No —respondí mansamente.
El policía perforó sus ojos en los míos por lo que pareció una hora.
Por último, se ajustó el cinturón de la pistola y suspiró audiblemente.
—Bueno. Ustedes pueden quedarse. Voy a hablar con mi
compañero. —Se acercó al Policía fornido y los dos comenzaron a
charlar.
Otros dos policías llegaron caminando por la esquina de Paiute
desde la dirección opuesta, seguido por dos técnicos de emergencias
médicas que llevaban cajas de medicina de plástico. El policía alto
asintió ante ellos y les hizo señas.
—¿Hice bien? —preguntó Romeo nerviosamente.
—Asegúrate de no romper ninguna ley, Romeo —dijo Kamiko—.
Eres un terrible mentiroso. Te acabas de ir directamente a la cárcel si se
cometió un delito. ¿Y sabes lo que le pasa a los hombres que van a la
cárcel?
—¡Lo sé! —dijo Romeo con entusiasmo—. ¡Las posibilidades son
infinitas! Todos esos hombres desesperados que no tienen nada que
hacer más que levantar pesas y dar vueltas durante todo el día. Están
todos reprimidos e incluso los hombres heterosexuales se ven obligados
a buscar la alternativa satisfacción sexual. ¡Suena como un sueño
hecho realidad!
Kamiko boquiabierta.
—¿Estás tan loco, Romeo?
—Nop. Solo gay-gay. —Le guiñó un ojo.
—¡La cárcel no es para cualquiera! —susurré con insistencia.
La expresión lúdica de Romeo suavizada en la seriedad.
—¿Qué pasa con esos idiotas de allá? Creo que se merecen la
cárcel. Y un oxidado fiero en el culo.
—Tal vez para ellos —le dije—. Pero no vamos a hablar de ello, ¿de
acuerdo? —Me di cuenta que el policía alto estaba cuestionando a
Corte Militar—. ¡Ahora silencio para poder escuchar lo que los policías
están diciendo!
Sus voces eran débiles, pero he oído la mayor parte de su
conversación.
—¿Cuántos chicos dijiste que te asaltaron? —El policía alto le
preguntó a Corte Militar.
¿Asaltaron? Excelente. ¿Esos idiotas empezaron esto y ahora están
tratando de culparnos?
—Cuatro —dijo Corte Militar.
—¿Y dices que ellos empezaron?
—Sí. Estaban hablando que el equipo de Rugby de la universidad
de San Diego apesta y que somos todos maricas. Tratamos de hacer
que se fueran, pero no paraban.
Tal vez estaba siendo demasiado precipitada. Quizás el imbécil de
Corte Militar iba a hacer el trabajo por mí y haría que la policía
comenzara una persecución salvaje a los imbéciles, disminuyendo el
calor de Christos.
—¿Puedes describir a alguno de ellos?
—No realmente. Pasó tan rápido.
Incluso mejor.
—Pero sí recuerdo a uno de los tipos. Uno grande. Con un montón
de tatuajes en los brazos. Cabello oscuro.
Mierda.
El policía alto estaba anotando todo en un pequeño bloc de
notas.
—¿Habías visto alguna vez a ese hombre?
—Sí. Por el campus.
Oh, no.
—¿Te acuerdas de algo de los otros tres?
—No realmente.
Sacudí la cabeza. El imbécil del corte militar le estaba echando
toda la culpa a Christos.
—Quédate quieto —dijo el policía alto—, mientras hablo con tu
amigo.
Vi al chico del corte militar mirar a su compañero, que estaba
sangrando, siendo atendido por los paramédicos. El policía rechoncho
estaba hablando con los dos nuevos policías. El policía alto conversó
con los tres oficiales antes de acercarse al tipo del rostro ensangrentado
y los paramédicos.
El tipo del rostro ensangrentado sostenía una de esas rápidas bolsas
de hielo congelado contra su nariz. Me costó escuchar que era lo que
estaba diciendo. Pero sí oí claramente, ―él empezó‖ y ―tatuajes en sus
brazos‖ y ―creo que va a la escuela‖.
Se me hizo un nudo en el estómago.
Entonces el tipo del rostro ensangrentado me apuñaló en el
corazón. Dijo:
—Ella lo llamó Chris. Chris algo. No puedo recordar exactamente.
El policía alto se dio vuelta y me miró, tan fijo como si estuviera
disparándome.
Se me retorció el estómago y me hizo sentir que todos mis órganos
eran de plomo, cayéndose a mis pies. Estaba a punto de vomitar,
incluyendo los huesos de pies. Pero resistí a la tentación de hablar.
Mantuve mi rostro inocente en su lugar y traté de parecer tan tranquila
como podía.
El policía alto se debió quedar sin balas en sus ojos para dispararme
porque se volvió hacia el tipo del rostro ensangrentado.
—Esos tipos están mintiendo —susurró Kamiko.
—Lo sé —dije de mal humor.
Con una claridad dolorosa me di cuenta que la confesión que me
hizo Christos hace unas horas, que él era un criminal y que se había
metido en un montón de peleas y problemas con la ley era
ominosamente exacto. La mala suerte lo encontraba, no importaba lo
que hiciera para evitarla. ¿Estaba maldito? ¿Acaso era una idiota por
amarlo? ¿Sería siempre así? ¿Él constantemente estaría a punto de ser
arrestado, o peor, encerrado durante largos períodos? ¿Qué tipo de
vida era esa? Me estremecí y llevé mis codos contra mi pecho.
Necesitaba pensar en algo rápido.
—¡Oficial! —grité mientras le hacía señas al policía alto.
Todavía estaba cuestionando al tipo del rostro ensangrentado. Me
di cuenta que los dos paramédicos ahora estaban arrodillados al lado
del chico que Christos había noqueado y estaban chequeando si las
pupilas se le dilataban con una luz en los ojos. El policía rechoncho me
vio haciendo señas y asintió a los otros dos policías antes de caminar
hacia mí.
Tenía un rostro ancho, hosco y parecía bastante brusco.
Necesitaba ganarlo. El hecho de que se suponía que estos chicos
hacían cumplir la ley no significaba que iban a creer nuestra historia por
sobre la de los matones de rugby.
—¿Sí? —preguntó—. ¿Puedo ayudarla con algo, señorita?
—Me olvidé de decirle algo al otro oficial —dije—. Había estado
tan concentrada en no decir nada para traicionar a Christos que me he
olvidado de lo obvio.
—¿Qué? —gruñó, expectante, como si esperara algo
sorprendente, como alguna filmación sobre el segundo, tercero o
cuarto francotirador del presidente Kennedy.
Mi plan de ganarlo no estaba yendo bien.
—Cuando los chicos comenzaron a hostigarnos —les dije
tentativamente—, tomé una foto de ellos en mi teléfono y les dije que
iba a llamar a la seguridad del campus. Antes de que pudiera hacerlo,
ese tipo con el corte militar agarró mi teléfono y lo tiró.
—¿A dónde?
—¿A dónde qué?
—A dónde tiró tu teléfono —dijo el policía fornido
impacientemente.
—Oh. Por el comedor.
El policía rechoncho se dio la vuelta para mirar. Frunció el ceño.
—¿Desde aquí?
—No. Estábamos cerca de ahí cuando lo tiro. —Señalé.
—¿Estás segura que tiró tu teléfono? —preguntó el policía, como si
estuviera sugiriendo que el tipo del corte militar hubiera lanzado mi auto
o un elefante sobre el comedor.
—Sí, ¡Estoy segura! —¿Quieres revisarme? No tengo mi teléfono.
—¿Cómo puedo saber si tenías un teléfono para empezar?
Una pregunta mejor era, ¿cómo se me dio vuelta esto?
—Lo tenía —dijo Romeo—. Y vi como ese tipo lo tiró.
—Yo también —dijo Kamiko.
El policía rechoncho miró entre los tres de nosotros, la duda era
obvia en la forma de sus labios. Sí, tenía dientes de ogro, o tal vez de un
duende podrido. Elige.
—Está bien —suspiró pesadamente, como si le estuviera pidiendo
que limpiara su habitación por décima vez—. Voy a decirle a mi
compañero. —Se acercó a los otros tres policías y comenzó a charlar
con ellos. El policía alto me miró de nuevo y asintió mientras el policía
rechoncho le explicó las cosas. Un minuto más tarde, el policía alto
regresó.
—¿Dices que el tipo de ahí tomó tu teléfono y lo arrojó por el
comedor? —me preguntó el policía alto.
—Sí —contesté.
—¿Eso fue cuando la pelea comenzó?
—Sí.
—¿Entre esos tipos de ahí y tu amigo, el chico lindo?
—Sí.
—¿Y cómo es que se llamaba el chico lindo?
¡Frenos! Cerré la boca antes de poder decir algo. Casi caía en el
truco del policía.
—Ya te contesté, no sé su nombre. Como dije, es más un conocido.
Me miró con los ojos entrecerrados.
—¿Te acuerdas si tenía tatuajes? —preguntó, sospechando—. ¿Tu
conocido?
—No creo —dije, poniendo el mejor rostro de Señorita Honesta.
—No —añadió Romeo—. No tenía ningún tatuaje. Me hubiera
acordado. ¡Los chicos con tatuajes son sexys!
El policía alto levantó una ceja divertido.
—¿Y dijiste que había cinco chicos peleando contra tu único
amigo?
—¡Sí! ¡Y tengo una foto de los cinco en mi teléfono!
—¿Pero ya no tienes tu teléfono?
—¡Sí! Definitivamente puedo ir a buscarlo si quieres.
—No, quédate quieta hasta que resolvamos esto.
El policía alto se unió a los otros tres oficiales. Los paramédicos
habían ayudado a ponerse de pie al tipo que había sido noqueado. El
tipo del corte militar y el del rostro ensangrentado todavía estaban
sentados en el pasto. El policía rechoncho les sacó las esposas y se
pusieron de pie. Les dio alguna reprimenda. El tipo del corte militar y sus
amigos asintieron con solemnidad y repetidamente como si fueran
ciudadanos respetuosos de la ley que había sido injustamente
agredidos sin ninguna razón. Cuando los policías terminaron de regañar
al chico de corte militar dejaron que los tres matones de rugby cruzaran
el patio y se fueran.
Los cuatro policías vinieron hasta nosotros.
—Vamos a dejar que los tres se vayan esta noche —dijo el policía
alto—. Les sugiero que se vayan todos a la cama.
—¿Y mi teléfono? —le pregunté.
Me dio una tarjeta con su teléfono.
—Si lo encuentras, llámame.
Vaya, qué gran ayuda.
—De acuerdo. Entonces, eh, ¿acaso los tipos esos jugadores de
rugby están en problemas o algo? —le pregunté.
Suspiró.
—Obviamente, los tres chicos con los que hablamos estuvieron en
una pelea. Pero nos faltan varios de los participantes involucrados.
Como su conocido. A menos que podamos reunirlos a todos, no hay
mucho que podamos hacer.
Excelente. Esos idiotas de rugby se salieron con la suya,
comportándose como unos imbéciles de primera, mientras que el
hombre que me había protegido una y otra vez iba a ir a la corte en dos
días y, posiblemente, a la cárcel.
¿Cómo es que eso era justo?
Christos
Vi luces rojas y azules intermitentes de un par de autos de policía a
través del pavimento cuando doblé por el extremo sur del campus de
SDU y subí por el camino norte de Torrey Pines. Los patrulleros estaban
estacionados detrás de Paiute Hall. Los había visto antes de llegar a
Adams College Drive, así que decidí seguir manejando derecho.
Me pregunté si Samantha había encontrado su teléfono. Si sí,
¿quería llamarla cuando estaba hablando con un montón de policías
del campus? Mejor llamarla más tarde.
Fui a casa. Todo estaba en silencio cuando entré. Sin querer
despertar a mi abuelo, me saqué las botas en el vestíbulo y me arrastré
hasta la cama.
Necesitaba descansar bien antes de mi encuentro previo al juicio
en la mañana.
Qué divertido.
Christos
La gravedad me tuvo por las pelotas y me precipitaba hacia
abajo, hacia el olvido como una roca con un cohete atado a la
espalda. Demonios alados sin rostro se arremolinaban a mi alrededor,
burlándose de mí, arañando mi carne, cacareando con alegría salvaje.
Cada vez que me giraba uno de ellos trataba de agarrarme un brazo o
una pierna, desaparecían en una nube de humo negro sólo para
reaparecer en mi espalda con sus extremidades escamosas enrolladas
alrededor de mi torso en un abrazo malvado. Colmillos se hundieron en
mi cuello. Seguí torciendo y girando y lanzando las rodillas, pero había
demasiados de ellos. No podía detener el ataque.
—¿Christos?
Me agité despierto en mi cama.
—¡Qué mierda!
—Soy yo, agápi mou —susurró Samantha. Sentí una mano
tranquilizadora en mi hombro—. Creo que estabas teniendo una
pesadilla. ¿Era de esos tipos de rugby?
—Peor.
—¿Quieres hablar acerca de ello?
—En realidad no. No hará ninguna diferencia. Era sólo un sueño
estúpido. —Mi habitación estaba todavía oscura. Eché un vistazo al reloj
de la mesilla. 04:17 am—. ¿Acabas de llegar?
—No. He estado aquí por un tiempo.
—¿En la cama conmigo?
—Sí —dijo en voz baja.
—¿Estás desnuda?
—Sí. —Su voz era sensual y prometía cosas agradables.
Me giré y deslicé mi brazo alrededor de su cintura, tirando de su
cuerpo contra el mío. Nuestros estómagos tensos se besaron, delicioso
calor que irradiaba su piel en la mía. Sus pechos suaves se fundieron en
mi pecho musculoso y estuve duro al instante. Samantha no tenía idea
de cuán completamente femenina era. Incluso en la oscuridad total,
era increíble.
—¿Por qué no me despertaste cuando entraste? —pregunté.
—Estabas durmiendo tan profundamente, no quería molestarte.
—Sí, mi cuerpo debe haber estrellado después de toda la
adrenalina de la lucha se había ido. —La besé suavemente en los labios
y sentí la punta de su lengua burlándose de la mía—. Mmm, pero
definitivamente deberías haberme despertado.
—Estás despierto —dijo—. No eché de menos mi ventana de
oportunidad, ¿no? —Se rió.
—Caramba, no lo sé. Déjame ver. —Me di la vuelta encima de ella,
piel con piel, e introduje mis dedos debajo de su culo, levantando sus
caderas. Sus rodillas se separaron libremente y se deslizaron entre sus
piernas. Mi pene ya estaba latiendo, esforzándose por estar dentro de
ella. Lo cogí en mi puño y burlé la punta en su contra—. Maldita sea,
mujer, ya estás mojada.
—Qué esperabas —bromeó—. He estado echada desnuda junto a
ti como dos horas a la espera de que te despiertes.
—¿Te tocaste sola? —pregunté sugestivamente.
—¡No! —exclamó.
—¿Por qué no? Sería muy, muy sexy para mí despertar mientras
estabas recibiendo a ti misma a mi lado.
—¡Eres un pervertido, Christos!
—¿De Verdad? ¿Por qué? ¿Porque me gusta la idea de que estés
tan caliente para mí que ni siquiera puedes esperar a la cosa real
cuando estoy durmiendo a pulgadas de distancia? Suena muy, muy
caliente para mí...
—Ven aquí, hombre de las cavernas. —Rió.
Planté mis brazos alrededor de sus hombros y bajé mi boca a la
suya. Nuestras lenguas serpenteaban juntas mientras desesperación se
disparó por mi espalda.
—Sí, definitivamente debería haberme despertado antes. —Me
deslicé lentamente dentro de su calor en espera—. Joder, agápi mou...
Hemos hecho tanto ruido, no podía oír esos demonios hasta
mucho tiempo después de haber terminado.
Samantha
El olor del sexo hizo cosquillas en mis sentidos mientras suspiraba
gratamente después de hacer el amor con Christos.
Me acurruqué en los brazos de Christos. No pude acercarme lo
suficiente para exprimir sobre su juicio fuera del camino. Quería hablar
de ello. También quería olvidarme de ello y nunca hablar de nuevo.
Pero no iba a ninguna parte. El calor de nuestro amor infinito no podría
quemar la basura, no importa lo mucho que deseaba que lo hiciera.
Consideré los sentimientos de Christos. ¿Podría traer el tema de su
juicio hacerlo sentir mejor, así podía conseguir sacarlo de su pecho? ¿O
podría disfrutar el resplandor reconfortante de nuestra intimidad
calmarlo mejor en un sueño reparador? Yo no sabía.
Sin darme cuenta dejé escapar un gran suspiro. No pude evitarlo.
Mi indecisión me estaba volviendo loca. Yo era una terrible novia.
—¿Qué es, agápi mou? —preguntó.
—Nada.
Rió entre dientes.
—Vamos. Dime. Admito que me fui de tu apartamento un tanto
apresuradamente antes esta noche.
—¿Es eso una disculpa?
—Lo es. Pido disculpas por eso. Pero tengo toda esta mierda sobre
mí. Tengo que levantarme e iré a mi pre-juicio en pocas horas.
—¿Qué es un pre-juicio, de todos modos?
—Una tontería legal más antes del juicio real. El D.A., y mi abogado
le dicen al juez lo que va a pasar en el juicio, lo que van a decir en la
corte. Pero sobre todo es mi oportunidad de aceptar oficialmente un
acuerdo con el fiscal, o rechazarlo.
—¿Qué significa eso?
—El D.A., me está dando la oportunidad de declararme culpable
a cambio de una sentencia más corta.
Él estaba hablando de ello como si fuera una noticia que estaba
pasando a un total desconocido. Pero esto era real. Christos iba a la
corte. Peor aún, yo realmente no sabía nada al respecto. Hasta ahora
todo lo que me había dicho en las últimas veinticuatro horas era que él
había golpeado a un tipo y el juicio era en el Día de San Valentín. Más
allá de eso, estaba totalmente a oscuras. Sin saber algo que de alguna
manera lo haga más aterradora.
Pregunté:
—¿Vas a declararte culpable?
Un pesado silencioso llenó la habitación.
Miraba programas de televisión acerca de la corte en el pasado,
había visto imágenes de noticias de la gente en la corte, pero nada de
eso era real para mí. Siempre estaba sucediendo a otra persona. De
hecho, la escena de corte más memorable que podía pensar era uno
al final de la película Legalmente rubia. De alguna manera, no creo que
la experiencia judicial de Christos vaya a ser de caramelo recubierto
con un montón de momentos de risa protagonizada por Reese
Witherspoon.
—No tenemos que hablar de ello si no quieres —dije.
—Está bien. Voy a declararme inocente.
—Espera, ¿pensé que me dijiste que golpeaste un chico?
—Lo hice.
—¿Eso significa que no eres culpable?
—No, porque era en autodefensa.
—Oh. —No me esperaba eso. La forma en que Christos lo había
descrito al principio, yo había pensado tal vez había tenido una pelea
en un bar o algo igualmente estúpido—. Ahora estoy confundida.
—El fiscal de distrito va a tratar de hacerme quedar como un mal
tipo. Al igual que lo empecé sin razón. Mi abogado tiene que
convencer al jurado de que en realidad era en autodefensa, que el
otro chico lo empezó.
—¿Él? —solté. Golpeé mi mano a mi boca. No debería estar
dudando de Christos así—. Lo siento, no debería haber dicho eso. Por
supuesto, el otro chico empezó. —Lo dije en serio. Cada vez que
Christos había luchado con alguien en mi presencia, el otro chico había
comenzado.
—Está bien, agápi mou. Sí, el otro chico empezó. A pesar de toda
la mierda que he hecho en el pasado, no he comenzado una pelea en
años.
—Entonces dile al jurado eso. Diles que no comienzas peleas.
—No es así de simple. —Christos suspiró—. No con todas estas
reglas acerca de lo que constituye la defensa personal y lo que no. Es
diferente en cada estado, y yo no entiendo la mitad de mí mismo. Para
eso está mi abogado. Pero sí sé que tenemos que demostrar que la
única opción que tenía en ese segundo momento era defenderme.
—¿Lo era? —pregunté.
Me miró pensativo.
—Sin duda —dijo con confianza—. No tuve elección.
—¡Entonces vas a ganar!
—Ese es mi plan. —Christos se levantó de la cama—. Necesito un
vaso de agua. ¿Quieres algo?
—Por supuesto.
Oí el grifo abierto en su cuarto de baño y él volvió un momento
después con un vaso.
—Gracias. —Tomé el vaso y bebió un sorbo de ella.
—Oye —luego preguntó—: ¿Qué pasó después que los dejé en
SDU?
Me tragué varios tragos de agua. ¿Quería decirle a Christos que,
aparte de su juicio, esos idiotas de rugby estaban ahora culpándolo de
comenzar la pelea? En realidad no.
—Oh, uh, Romeo llamó a seguridad del campus y un grupo de
policías se presentó. ¿Qué pasó con los dos chicos que te perseguían?
—No tengo idea. Me subí a mi bicicleta y me deshice de ellos. Eso
fue lo último que vi de ellos. ¿Recibiste un teléfono nuevo? Intenté
llamarte.
—Eventualmente. Después de que los policías se fueron, Romeo y
Kamiko se mantuvieron llamando a mi teléfono mientras miramos a
nuestro alrededor detrás de la sala del comedor. Se tardaba muchísimo,
pero lo encontramos en algunos arbustos.
—Lamento que fuera una molestia. Esos tarados de rugby eran un
montón de Idiotas.
Reí.
—¿Es el culo superior como un gran cuadrante del ano cerca del
colon? ¿O están tomando cursos avanzados en tonterías?
—Ambos. —Rió entre dientes—. Oye, si tu teléfono está todo
golpeado, y necesitas dinero para uno nuevo, házmelo saber. Siento
que te lo debo.
—Gracias, Christos. No me lo debes. Esos tipos son los culpables, no
tú. De todos modos, si necesito un nuevo teléfono, que no lo hago, voy
a pagar por ello —mentí. No tenía dinero de sobra, pero no quiero que
se preocupe por otra cosa.
—¿Estás segura? ¿Estás recibiendo un bono trimestral de tómalo y
déjalo?
—Sí. Mi jefe me prometió un ICEE libre. —Sonreí—. Voy a ver si
puedo usarlo como un pago inicial de un teléfono.
Christos y yo nos metimos en la cama después de que terminé mi
vaso de agua.
No tenía ni idea de lo que las próximas cuarenta y ocho horas
traerían, pero por el momento, Christos estaba en mis brazos, y yo
estaba en los suyos.
Christos
Pensamientos de mi pre-juicio me tenían atento y me sacudieron
despierto antes de Samantha. Me duché y me vestí lo más
silenciosamente posible. No creo que había puesto tanto esfuerzo en
salir en citas calientes como yo me alistaba para ir a la corte. Había
algo jodido en eso.
Después de que me afeité, examiné mi ojo morado en el espejo.
Genial. Negro rodeado en rojo. No se podía perder. Me encantó. Me
sonreí a mí mismo. Mi labio superior era más rojo y más lleno que de
costumbre, pero yo no creo que nadie se diera cuenta. Con mi
escarpada buena apariencia, tal vez el juez lo atribuya a una inyección
de colágeno reciente. Sí, claro. Mientras que el hematoma no diga:
―Este hombre tuvo doce asaltos con Mike Tyson y perdió. Este chico
lucha más que la mayoría de la gente‖.
Consideré molestar a Samantha con algún corrector, pero luego
recordé que había llevado progresivamente menos y menos maquillaje
desde que nos conocimos. Si tenía alguno, era en su apartamento, y no
tenía tiempo para un desvío.
Lo que sea.
Después de abotonarme la camisa, me até mi corbata en el
espejo.
—Sexy —dijo Samantha, de pie en la puerta del baño—. No creo
que jamás te haya visto vestido así antes. O afeitado y limpio.
Le dediqué una sonrisa arrogante mientras apretaba el nudo hasta
el cuello.
—¿Te gusta?
—Me encanta. —Sonrió mientras caminaba detrás de mí y deslizó
sus manos sobre mi pecho—. ¿Tengo que verte con la chaqueta?
—Claro. —Después de darle un beso rápido, entró en el dormitorio,
tiró de la chaqueta de la percha y se lo puso. Me abotonó y se alisó
hacia abajo—. Ya está.
—Wow, Christos, sabía que podías ser sexy como nadie, pero
maldita sea, ¡creo que pones a ese tipo de 50 Sombras de Grey en
vergüenza!
—Creo que mi ojo morado añade un toque de calle peligroso que
al chico de 50 Sombras le faltaba.
—Definitivamente —ronroneó Samantha—. ¿Tengo tiempo para
ducharme?
—¿Qué quieres decir?
—¿Antes de ir?
Arqueé una ceja.
—¿Nosotros?
Su rostro se hundió.
—¿No quieres que vaya contigo? —preguntó tímidamente. Suspiré
y me acerqué a ella. Agarré sus brazos y la miré a los ojos.
—Agápi mou, significa mucho que quieras venir conmigo. Pero esto
es sólo el pre-juicio. Nada va a suceder hoy. Va a haber un montón de
charla aburrida de los abogados sobre los detalles técnicos, y los
argumentos que van a utilizar. Mierda como esa. Además, tienes clases,
¿verdad?
—Sí, supongo. Pero quiero estar allí para ti.
—Tú estás aquí para mí ahora, agápi mou. Te prometo, que no te
pierdes de nada.
—¿Lo prometes?
La besé suavemente en los labios.
—Lo prometo. Ahora, tengo que correr. No quiero llegar tarde a la
corte. Todavía tiene tu llave, ¿verdad?
—Sí. —Suspiró.
—Hay comida en la cocina si tienes hambre. Toma lo que quieras.
—La besé de nuevo y bajé al garaje y subí en mi Camaro.
Samantha
Después de que Christos se fue, me duché, me vestí y bajé las
escaleras. Abrí la nevera en la cocina y me quedé mirando el
contenido. ¿A quién engañaba? No podía pensar en comer cuando
Christos iba a la corte. Suavemente cerré la puerta y casi salté de mi
piel.
Spiridon estaba de pie allí.
—¡Oh! —di un grito ahogado—. No te oí entrar.
—Buenos días, koritsákimou —dijo—. Mis disculpas. No me di cuenta
que todavía estabas en la casa.
Siempre estaba sorprendida por como Spiridon parecía una versión
vieja, cabello de plata de su nieto de ojos azules. Los ojos de Spiridon
todavía brillaban tan brillantemente como los de Christos. Yo no tenía
ninguna duda de que Spiridon había sido bastante hombre para las
damas en su día y yo sospechaba que seguía, pero yo aún tenía que
cumplir con alguna de las mujeres que con toda seguridad le
perseguían. Yo sabía que él salía por las noches todo el tiempo, pero yo
no estaba muy segura de adónde se fue o que vio. Christos había
insinuado con frecuencia acerca de las mujeres en la vida de su
abuelo, pero hasta ahora no era más que insinuaciones jugosas.
—¿Te gustaría que te haga algo para desayunar? —preguntó.
—Oh, no, gracias. No tengo mucho apetito.
—Tienes que comer algo, Samoula. No se puede pasar por todo un
día sin comer. —Spiridon sacó una barra de pan de oliva y la fundió con
queso fresco en una rebanada. Me entregó el pan—. Prueba esto.
Tomé un bocado. El queso era salado y muy picante. Tenía algo.
Iba muy bien con el pan de oliva.
—¿Qué tipo de queso es este?
—¿Te gusta? —Sonrió.
—¡Es delicioso!
—Se llama Kopansti. Un amigo mío lo importa de Mykonos.
—¡Wow, está bueno! —Tomé otro bocado y lo saboreé. De alguna
manera, los hombres Manos siempre lograban ponerme a gusto, como
si todo el mundo era justo, y cada momento era una celebración de la
vida decadente. No había tenido apetito hace cinco minutos, pero
ahora yo estaba hambrienta—. ¿Puedo tener otra rebanada?
—Ciertamente, koritsákimou —dijo, extendiendo más queso en una
rebanada de pan fresco de oliva—. ¿Asumo que Christos llegó a casa
de manera segura?
—Sí. Sano y salvo. —Por ahora, pensé. Sabía que su pre-juicio no se
supone que es un gran problema, pero sentí un reloj del fin del mundo
marcando hasta el Día de San Valentín el viernes, el día de su juicio real.
Lamentable. ¿Puedo pedir tener el día de San Valentín pospuesto un
día? Probablemente no—. ¿Spiridon?
—¿Sí, Samoula? —Spiridon sonrió.
—Tú, eh, ah, siento que tal vez no debería preguntarte esto, pero
¿verdad, uh? ¿Sabes sobre el juicio de Christos? —Tenía miedo de que
tal vez no sabía y que iba a romper su corazón, pero también sentí
como si estuviera atrapada en la oscuridad sobre este tema del juicio
en conjunto, y yo necesitaba un poco de ayuda de emergencia.
Su sonrisa se desvaneció. No se volvió amarga, como que podía
imaginar a mi mamá o papá haciéndolo, después los gritos y
condescendencia comenzarían. En cambio, Spiridon parecía triste.
—Sí, koritsákimou, lo sé.
Uf. Uno de los obstáculos fuera del camino.
—¿Estás preocupado?
—Sí —dijo en voz baja—. Tantas veces como Christos ha estado en
la corte, nunca se hace más fácil. Hay poco que puedo hacer sino rezar
por él y esperar que el jurado considere al buen chico que sé que es mi
nieto.
—Sí —suspiré, pensativa—. ¿Vas a ir al juicio?
—Claro.
—¿Por qué no fuiste al pre-juicio de hoy?
—Debido a que, según mi experiencia, es en gran medida una
cuestión de los abogados. Pero voy a estar en el juicio el viernes.
—Oh.
En cierto modo me sentí dejada porque Spiridon conocía todos los
detalles. Pero tenía sentido. Christos vivió con él, así que estoy segura de
que le dijo a su abuelo sobre ello hace un rato. Pero me sentí herida de
que Christos no me lo había dicho. Quería ser de apoyo de cualquier
manera que pueda, pero eso era imposible si no me incluía en el
proceso. Suspiré a mí misma y sacudí la cabeza.
Spiridon me dio unas palmaditas en el hombro.
—Está bien, Samoula. Christos va a estar bien.
Eso esperaba. Pero la mirada torturada en los ojos de Spiridon
encendieron la preocupación latente que había sido retorcida en mis
tripas las últimas doce horas.
Samantha
El Profesor Tutan-bostezo-bostezo trabajaba la antigua magia del
sueño egipcio, en clase de Sociología, mejor que el ser imaginario del
sueño en la actualidad. Había agotado mi Venti Americano7 dentro de
los primeros cinco minutos de clase. Si iba a hacerlo a través del resto
del día, iba a necesitar más café.
Le envié un mensaje de texto a Madison.
Tengo una emergencia de café. ¿Nos vemos en Toasted Roast
después de clase?
Su respuesta:
No puedo. Tengo Contabilidad de Gestión con Dorquemann y
español después de eso. ¿Almuerzo?
Le respondí:
OK. T veo tonces.
Suspiré. Tal vez podría encontrar a Kamiko o Romeo. En serio
necesitaba un poco de apoyo moral. No quería cocerme en mis propios
pensamientos sobre lo que podría sucederle a Christos por un segundo
más.
Hice mi mejor esfuerzo para concentrarme en la conferencia de
Sociología y tomar notas hasta que se terminó la clase. Aún con
necesidad de café, conseguí una taza fresca en Toasted Roastant antes
de dirigirme hacia mi conferencia de Historia.
Me metí en un asiento y saqué mi computadora portátil. No había
suficiente espacio para mi café y la computadora en el pequeño
escritorio plegable del apoyabrazos.
Toke Time: Se le dice así a las 4:20 horas y además significa que es la hora para fumar.
8
¿Y por qué de repente estaba pensando en palabras de una
banda de chicos9?
¡Ahhh!
Christos
—¿Estás diciendo que lo que sea que le digamos al juez hoy es lo
que tenemos que decir en el juicio el viernes? —le pregunté a Russell
mientras entramos en la sala del tribunal.
—Sí —dijo Russell mientras nos sentamos detrás de la mesa de la
defensa—. El juez nos dio varios meses para poner toda nuestra mierda
en orden de modo que no habrá sorpresas el viernes. Ella está
asumiendo que por ahora hemos volteado cada piedra que haya
habido que dar vuelta.
Todavía había una roca que nadie había volteado. Pero me había
decidido a mantener a Samantha a salvo fuera de este lío desde el
principio. Era mi problema para lidiar, no de ella.
—Entendido —dije.
Russell sacó un ordenador portátil y varias carpetas de su maletín
mientras miraba alrededor.
Todo en la habitación estaba en paneles de madera en tonos
oscuros o tapizado en grises apagados. La paleta de colores de un
asunto serio. Casi hizo a la corte parece el lugar de moda para estar.
Risa.
Por lo menos el pre-juicio sería corto. Las cosas se volverían serias
en dos días en que el juicio propiamente dicho comenzaba. Por ahora,
podía entretenerme mediante el estudio de los detalles intrascendentes
como el color de las sillas.
El vicefiscal del distrito ya estaba en la mesa del fiscal con dos
ayudantes jóvenes, los tres yendo a través de archivos y murmurando en
voz baja sobre cómo iban a colgar mi culo para arriba en un pico.
La tribuna del jurado estaba vacía, al igual que los bancos de la
galería de espectador. No hay equipos de televisión o los periodistas
tampoco estaban presentes. Nadie venía a ver ensayos previos a
menos que fuera de interés periodístico. Una pelea con golpes entre dos
ciudadanos al azar no calificaba.
Russell se volvió hacia mí y me dijo en voz baja:
—Una vez que el juez entra, el abogado de la fiscalía del distrito va
a diseñar el marco básico que tiene la intención de presentar el viernes,
entonces voy a poner nuestra defensa propuesta. Le decimos al juez por
adelantado sobre todas las pruebas y testigos que planeamos traer al
juicio. Si tenemos suerte, y el Juez Moody siente que la fiscalía del distrito
tiene un caso débil, puede despedirlo directamente aquí en el acto. Si
eso sucede, eres un hombre libre. Si no es así, entramos al ring el viernes.
Hombre, esperaba que todo fuera tan bien como Russell lo hizo
sonar.
Apretó mi hombro y me miró directamente a los ojos.
—No te preocupes, hijo. Te cuidaré. No importa lo que la fiscalía del
distrito nos lance, trabajaré alrededor de ello.
—Dime que tienes un auto de huida listo por si acaso.
Me guiñó un ojo.
—Lleno de gasolina y con el motor en marcha —Russell se volvió
hacia el vicefiscal del distrito y dijo casualmente—: Buenos días, George.
—Russell. —El hombre asintió en respuesta.
Reconocí a George Schlosser de mi lectura de cargos. Era un
hombre alto, de pelo muy corto con motas de gris en las sienes y un
rostro serio aunque de niño. Un lobo con vestimenta de monaguillo. Del
tipo civilizado que te ofrece una taza de té después de golpear las
estacas de bambú debajo de tus uñas.
—¿Cómo están Judy y los chicos? — cuestionó Russell.
—Bien —dijo Schlosser con desdén—. ¿Su cliente ha tomado una
decisión con respecto a nuestra oferta de un acuerdo? —preguntó,
todo negocios.
—Después de una cuidadosa consideración, mi cliente ha
decidido respetuosamente declinar —respondió Russell.
Los labios de George Schlosser curvaron minuciosamente en una
sonrisa salvaje. Parecía contento.
—Que así sea —dijo.
Con una expresión en blanco en su rostro, Russell se inclinó y le
susurró al oído:
—Se rumorea que el viejo George allá coció y comió a su esposa e
hijos, de ahí su renuencia a responder a mi consulta en cuanto a su
salud y bienestar. Casi le pregunté si la carne humana iba mejor con
vino blanco o rojo, pero no creo que sería de interés de tu caso.
Estaba listo para romper a reír de lo que Russell había dicho, por lo
que cayó mi barbilla a mi pecho y la contuve
Había estado en la corte con Russell muchas veces en el pasado, y
siempre me gustó su esfuerzo por mantener las cosas ligeras detrás de la
mesa de la defensa, no importa lo que estaba pasando en el resto de la
sala.
La puerta de atrás del inmenso banco del juez se abrió y Geraldine
Moody salió flotando como un fantasma vestido negro.
—La Corte entrará en sesión —dijo el alguacil uniformado—. Todos
de pie para la Honorable Geraldine Moody, que está presidiendo.
La Jueza Moody era tan duramente hermosa como lo era la última
vez que la había visto en mi lectura de cargos. Su cabello era quizás un
poco más largo y más rubio que antes. Su maquillaje era sutil, pero
eficaz. Una reina tomando su trono. Su silla ejecutiva de cuero estaba
flanqueada por dos banderas, los EE.UU. de la izquierda y el Estado de
California a la derecha. El sello del estado de California, un disco de
bronce, colgaba a su espalda en la pared con paneles de madera.
—Por favor, tomen asiento —dijo formalmente desde su silla
ejecutiva. Entonces me miró brevemente—. Nos reunimos una vez más,
señor Manos —Geraldine Moody dijo detrás de las murallas de su
inmenso banco. No podía decidir si era bueno o malo que me
recordara. Teniendo en cuenta que había tenido la amabilidad de
poner mi fianza en ciento cincuenta mil dólares, aunque la fiscalía del
distrito solo había pedido veinticinco mil, estaba adivinando mal. No
podía escapar de la molesta sensación de que estaba conteniendo
algo personal contra mí.
En mi lectura de cargos, había estado usando un uniforme de
prisión naranja con mis tatuajes en exhibición. Tal vez pensó que me
parecía a cualquier otro criminal que pasa a través de la sala del
tribunal en una base diaria. Por lo menos ahora llevaba un traje
conservador, con mi tinta oculta. Pero mi ojo morado era
incriminatoriamente obvio, incluso a distancia. Estaba empezando a
desear haberme puesto ese corrector. El detalle más pequeño puede
influir en su opinión, para mí o en mi contra. Si lo peor llegaba y el jurado
me hallaba culpable, su opinión podría influir en la sentencia, lo que
podría significar la diferencia entre dos años de prisión o cuatro. No es
poca cosa.
Lo único que podía hacer era verme tan inocente como sea
posible. Me gustaría comprar algo de corrector en el segundo que salga
de esta sala. No más gilipolleces. De aquí en adelante, era el señor
Limpio, era un Boy Scout. Ayudaba a ancianas en la calle. Tal vez podría
meter un poco de trabajo de caridad entre hoy y el viernes. Tal vez la
señora Elders en la biblioteca podría arreglar una sesión de último
minuto de creyones Christos delante de la Jueza Moody durante mi
juicio. Joder, ¿a quién estaba engañando? El tiempo para ser un buen
samaritano había pasado.
Russell susurró:
—Creo que Geraldine podría ser dulce contigo, joven. Tal vez
podrías deslizar tu número de teléfono y hacer planes para la cena.
Endulzarla antes del juicio.
Puse los ojos en blanco y reprimí una sonrisa.
—Sí, claro.
—Ahora estamos en el expediente para el Estado vs. Manos —
entonó la juez gravemente—, número de caso SD-2013-K-071183A. El
abogado, por favor anuncie sus apariciones para el registro.
—George Schlosser, en nombre del estado de California.
—Stanley Whitehead, en nombre del Estado —dijo el ayudante de
Schlosser. Stanley me lanzó una mirada burlona como si hubiera robado
el dinero de la leche demasiadas veces en la escuela primaria. Me
gustaría hacer estallar su cabeza blanca con un alfiler y empujar un
galón de peróxido de benzoilo en su garganta.
—Natalia Valenzuela, en nombre del Estado —dijo con acento
hispano fluido, la otra ayudante de Schlosser. Tenía la esperanza que
Natalia tuviera tan buen corazón como parecía. Por lo que sabía, era
solo un acto para que la gente se olvide de tomarla en serio. Trabajaba
para la oficina del fiscal del distrito, después de todo, no como una
monja o una enfermera.
—Russell Merriweather, en nombre del señor Manos.
La juez barajeó papeles y archivos en el escritorio en frente de ella,
poniendo todo en orden. Cuando terminó, cruzó las manos sobre la
mesa delante de sí.
—Gracias, abogados. Tenemos una serie de mociones por las
cuales ir atravesando. Les sugiero que comencemos con el Estado.
¿Señor Schlosser?
George Schlosser se acercó al podio entre la mesa de la acusación
y de la mesa de la defensa y dijo:
—El señor Manos es identificado a través de declaraciones de
testigos y descripciones como el autor del asalto y agresión en cuestión.
Schlosser procedió a sumergirse en una letanía de las mociones de
prueba. En otras palabras, Schlosser dijo al juez todo lo que iba a hacer
en mi juicio para demostrar que yo era el malo de la película, que había
arrojado un golpe primero al pobre de Horst Grossman por ninguna
buena razón.
Todo era incómodamente familiar.
¿Cuántas veces me había sentado detrás de la mesa de la
defensa por razones similares? Había perdido la cuenta. En el pasado
nunca me preocupé. Pero no había tenido mucho de qué
preocuparme. Ahora las cosas eran diferentes.
Ahora tenía Samantha por la cual preocuparme. Verla florecer y
encontrar el éxito en la vida era mi prioridad número uno.
Apreté los dientes. No podía esperar para que esta mierda se
acabara.
Cuando Schlosser terminó de esbozar lo que el Estado discutiría el
viernes en mi juicio, él volvió a su asiento y Russell se hizo cargo del
podio.
Todo el tiempo que Russell habló, Schlosser lo observaba de cerca,
tomando notas y susurrando periódicamente a sus ayudantes. Sabía
que Schlosser estaba formulando estrategias, en busca de cualquier
debilidad en el caso de Russell que podía explotar durante mi juicio. En
su mayor parte, nada estaba afilando el apetito carnívoro de Schlosser.
Casi parecía aburrido. Russell Merriweather lideraba un barco fuerte, y
sabía que había trabajado un caso sólido para mi reclamo de defensa
propia. La acción real no empezaría realmente hasta el viernes.
—¿Va a estar llamando a cualquier otro testigo en el juicio, señor
Merriweather? —preguntó la jueza Moody, con los ojos en su escritorio
mientras anotó una nota sobre unos papeles.
Before Your Love de Kelly Clarkson comenzó a tocar de mi
chaqueta. No era muy alto, pero en la sala del tribunal tranquila como
una cripta, sonaba como un sistema de sonido de primera a todo
volumen. Mierda. Pensé que había apagado el timbre antes de venir a
la corte. Debo de haberlo hecho mal. Busqué en mi chaqueta, tratando
de apagar el teléfono a través del material. Nada bueno. Tuve que
sacarlo.
La jueza chocó una mirada dura hacia mí.
—¿Tenemos un problema, señor Manos?
—No, yo, eh… —murmuré mientras pescaba mi teléfono de mi
traje.
—¿Tal vez podamos convocarlo de nuevo cuando sea más
conveniente para usted, señor Manos? —preguntó la jueza
sarcásticamente. No estaba anotando puntos con ella hoy.
Schlosser y su equipo compartieron una risa a mi costa.
Finalmente, saqué el teléfono y lo apagué, pero no antes de
darme cuenta de quién había llamado. Samantha. ¿Por qué diablos iba
a estar llamándome ahora? Fuera lo que fuera, podría esperar. Me
aseguré que el timbre estaba apagado y metí el teléfono en mi traje.
—¿Has terminado? —interrogó la jueza Moody.
—Sí, lo siento. No volverá a suceder.
—Espero que no, señor Manos. Por su bien.
Jodidamente maravilloso. No hay nada como una mala primera
impresión. En este caso, era más como una mala primera, segunda y
tercera impresión.
—Como estaba diciendo —la jueza disparó una mirada final a mí—
, antes que fuéramos interrumpidos tan groseramente. —Luego se volvió
a Russell—. Mr. Merriweather, ¿tiene intención de llamar a otros testigos
en el juicio?
Russell me lanzó una mirada afilada. Solo lo suficiente fuerte para
que yo escuchara, dijo:
—¿Vamos a hacer esto?
Mi teléfono saltó en mi bolsillo y vibró una vez. Casi me estremecí,
pero me las arreglé para mantener mi mierda junta. Me di cuenta desde
el patrón de vibración que se trataba de un mensaje de texto que
entró. Lo ignoré.
Asentí hacia Russell.
Se volvió hacia la juez, y en una voz segura dijo:
—Sí, su señoría. También voy a estar llamando al señor Manos a
declarar en su propio nombre.
Un silencio cayó sobre la sala del tribunal.
Los tres abogados de la fiscalía del distrito parecían una manada
de hienas cuyos oídos había pinchado y sus narices temblaron en el
momento en que habían capturado aroma de un ñu10 herido y
cojeando. Schlosser clavó los dedos en los brazos de la silla.
Prácticamente estaba saliendo de ella. La sonrisa avara en el rostro de
Stanley Whitehead se había convertido en una mueca. Estaba
esperando que su lengua saliera como la de una serpiente y con avidez
lamiera sus labios. Las mejillas de Natalia Valenzuela de buen corazón se
habían enrojecido como si de repente estuviera excitada. Sí, su actitud
anterior había sido nada más que una fachada. Se excitaba por la
desesperación. Podía sentirlo. Estos tres habían olido mi sangre y
estaban sedientos de una bebida.
¿Y qué? Que se vayan a la mierda. No era un ñu herido. Siempre
estaba listo para una pelea. Porque sabías que en el segundo en que el
león macho rudo venía corriendo desde la zarza con su melena grande
en exhibición, esas hienas se dispersaban como hormigas en una
tormenta de arena.
Lástima que no tenía permitido lanzar golpes y codazos en la
corte. No según la ley, de todos modos. Pero Russell podía. En la sala del
tribunal, era un león más grande que yo.
Él iba a comerse a los hijos de puta de la fiscalía del distrito para el
almuerzo.
Alguien que me dé un cuchillo y tenedor.
Ñu: aspecto desgarbado que recuerda a un extraño cruce entre vaquilla y antílope
10
Samantha
Después del almuerzo, fui a la Biblioteca Central para estudiar. No
importa cuántas veces llamé o envié un mensaje a Christos, nunca
respondió. Traté de concentrarme en mi lectura de Sociología e Historia,
pero era difícil ir. Estaba demasiado preocupado por Christos.
Con el tiempo, me di por vencida con la tarea, guardé los libros y el
ordenador portátil. Caminando hacia el estacionamiento norte donde
había estacionado, envié a Christos un mensaje por última vez.
¿Nos vemos en tu casa para cenar?
Cuando llegué a mi Volkswagen, me sorprendió gratamente ver
que estaba justo donde lo había dejado, aparentemente intacto.
Medio esperaba no encontrarlo, de alguna manera remolcado por
Tiffany Rostro de odio manchado de mierda, o tal vez destrozado. No
me extrañaría que Tiffany contratara a un tipo para que le pasase una
excavadora por encima.
Rodeé mi auto, buscando cualquier marca de arañazo o
neumáticos pinchados. Nada. De alguna manera, me imaginaba que
Tiffany estaba simplemente esperando el momento oportuno.
Esperando el momento más oportuno para atacar.
Subí a mi auto y lo encendí, haciendo una mueca en previsión de
que tuviera una bomba y se activara. No, el motor se inició sin
problemas.
Un momento después, escuché mi teléfono sonar. Un mensaje de
texto de Christos.
La cena está esperando en tu nuevo hogar, agápi mou.
¡Hurra! Suspiré de alivio. Realmente necesitaba hablar con él
acerca de su juicio. Solo esperaba que no fuera demasiado tarde para
cambiar las cosas.
Salí del estacionamiento y fui por el lateral. ¿Quizás Tiffany había
cortado mis frenos? ¿Cómo verifica uno los frenos de todos modos? No
tenía ni idea. Oh, espera, ¡lo sé!
Miré por el espejo retrovisor. Cuando vi que no había nadie detrás
de mí, frené duro. Mi auto se detuvo abruptamente. Los frenos parecían
estar funcionando. Por ahora. ¿Tal vez tomaba un tiempo?
Que se joda. No tenía tiempo para preocuparme por lo que la
perra vengativa de Tiffany podría estar planeando. Tenía cosas más
importantes de qué preocuparme que su celos mezquinos. Tenía que
llegar a casa, a mi hombre.
El tráfico era ligero y llegué a casa de Christos en un tiempo récord.
Estacioné en la calzada, junto a su Camaro. Saqué mi llave para entrar.
Realmente necesitaba empacar todas mis cosas y mudarme lo antes
posible. Ya le había dado al encargado de mi edificio mi aviso de
treinta días para desocupar.
Lamentablemente, dudaba de que hubiera tiempo para poder
mudar todo antes del viernes. Ni siquiera había comenzado a empacar.
¿Entonces qué? ¿Estaría compartiendo esta gran casa con Spiridon
mientras esperábamos quién sabe cuánto tiempo que Christos sea
liberado de la cárcel?
No quería pensar en ello.
Metí la llave en la cerradura y entré.
Por el momento, iba a disfrutar de nuestro tiempo juntos lo mejor
que pudiera.
¡Samoula! Spiridon sonrió mientras caminaba hacia la
cocina. La cena está casi lista. Me envolvió en un gran abrazo.
Christos entró con un enorme plato de brochetas kebab de
cordero.
Acabo de sacar estos de la parrilla exterior. Espero que tengas
hambre, agápi mou. Sonrió.
Por supuesto. Sonreí y caminé de puntillas hasta rodear con un
brazo alrededor de su cuello y besarlo en la mejilla.
Christos era tan alto, que tenía que inclinarse para poder llegar a
él. Se torció en el último segundo, sosteniendo los pinchos en una mano
mientras que pasó un brazo alrededor de mi cintura y me besó en los
labios.
Mejor así comentó. He estado esperando por eso todo el día.
Tu Spanakopita está casi lista advirtió Spiridon a Christos.
Huele delicioso.
Impresionante comentó Christos mientras dejaba el plato de
pinchos en la parte superior del mostrador.
Me di cuenta de trozos de cebolla a la parrilla acuñados en los
pinchos entre el cordero. Agarró un guante de cocina y lo utilizó para
sacar de molde de hornear del horno.
¡Vaya, se ve muy rico! elogié. ¿Qué es?
Spanakopita. Empanada de espinaca.
La corteza tenía un dorado perfecto y se veía hojaldrada. No
podía esperar a comerla.
Siéntate, los dos mandó Christos mientras cortaba rebanadas
de Spanakopita y las repartió con los pinchos de cordero y ensalada de
pepino.
¡Mmm, Tzatziki! No puedo esperar. Sonreí mientras Christos
colocaba platos delante de mí y Spiridon.
Christos se unió a nosotros en la mesa y empezamos a comer.
Como de costumbre, la conversación con Christos y su abuelo era
divertida y llena de risas. Disfrutaba estos sencillos momentos. La cena
con mis padres nunca fue así. Estaba empezando a creer que mis
padres no tenían idea de cómo disfrutar de sí mismos, como si
conscientemente evitaran la risa y la alegría. Gemí. Quizás Spiridon y
Christos les podrían dar lecciones. No.
Seguí disfrutando del buen ambiente de la cena, pero el juicio de
Christos siguió insistiendo en la parte trasera de mi mente. No podía
decidir si Christos estaba evitando el tema. Probablemente había
hablado con Spiridon sobre ello largo y tendido cuando no estaba
alrededor. Habían pasado cinco meses desde el arresto de Christos, por
lo que probablemente estaban hartos de eso. No iba a estropear la
cena por sacar el tema por milmillonésima vez. Esperaría hasta después.
Cuando terminamos de comer, me levanté para recoger los platos
y lavarlos.
Déjame a mí, koritsaki mou propuso Spiridon. Ve a pasar
algún tiempo con mi nieto.
¿Estás seguro? pregunté.
Sí. Sonrió, una tristeza leve arremolinándose en sus ojos.
Muy bien acepté con incertidumbre.
Ve comentó, disfruten.
Lo que el hombre dijo. Christos sonrió. ¿Quieres ayudarme a
limpiar la parrilla?
Claro respondí.
Caminamos hacia la terraza de atrás y Christos agarró un cepillo
de acero para fregar abajo de la parrilla. Sus músculos flexionados se
resaltaron mientras trabajaba el cepillo, hipnotizándome al instante. No
podía concentrarme.
¿Qué es lo que tengo que hablar con Christos que era tan
importante? ¿Era el hecho de que sus brazos tatuados me mareaban y
mis muslos estaban ahora temblando? No. Algo más. ¿Era la forma en
que mi estómago daba volteretas y mis mejillas brillaban rojo cuando
sus sensuales labios se curvaron en una sonrisa mientras me miraba
como si mi sola presencia había alegrado su día? No, no podía ser eso
tampoco.
Admítelo se burló, una vez más, verme limpiar algo te está
excitando.
Culpable.
Puse los ojos en blanco.
No estoy para nada excitada.
Me dedicó una sonrisa con hoyuelos.
Ajá. Veo la forma en que tus ojos están girando en círculos.
Apenas puedes ponerte de pie.
¿Y qué si tenía razón? No lo admitiría, ni siquiera frente a un jurado
después de jurar sobre una pila de Biblias. Mierda. Eso rompió el hechizo.
Teníamos que hablar de su juicio.
Suspiré con tristeza.
¿Recibiste mi llamada hoy?
Christos se rió entre dientes mientras se limpiaba.
Sí. Justo en el medio de la corte. El juez me dio un montón de
mierda porque mi teléfono sonó.
¡Oh no! Lo siento, soy una idiota. Debería haber esperado para
llamar.
No es culpa tuya, agápi mou me tranquilizó Christos. No te
preocupes por eso.
No importa lo ansiosa que estaba, incluso la conducta de Christos
siempre podía calmarme.
Tomé una respiración profunda y relajante.
¿Recibiste mi mensaje de texto o tuviste la oportunidad de
escuchar mi mensaje?
Dejó el cepillo de alambre.
Sí.
¿Y?
¿Y qué?
Y repetí, puedo testificar por ti. No es demasiado tarde,
¿verdad?
Christos se pasó una fuerte mano sobre sus mejillas con barba. Sus
siempre sexy mejillas. ¿Por qué tenía que ser tan guapo? Nunca podría
tener suficiente de mi novio modelo de portada de revista. Era como
crack para la vista. Estoy sorprendida que mis ojos no tengan síndrome
de abstinencia cuando estaba fuera de mi vista. Al menos podía
conseguir un poco en este momento. Espera, ¡está haciéndolo otra vez!
¡Tratando de distraerme con su sensualidad!
Por favor, Christos, ¿puedes dejar de ser sexy durante un segundo
para que podamos hablar de esto?
Prefiero ser sexy se burló. Me divierte ver cómo tus ojos
bizquean así.
¡Mis ojos no están bizqueando!
Lo hacían hace un segundo. Guiñó un ojo.
Eres tan hombre me quejé.
Sí.
Vaya. Engreído como siempre. Si fuera yo, la que estuviese a dos
días de ir a la corte, estaría volviéndome loca. Quizás Christos podría dar
lecciones de confianza a estadios llenos y hacer un montón de dinero
en la industria de la autoayuda. O tal vez pudiéramos embotellar su ego
y quitarle el negocio a la heroína. De cualquier manera, nos retiraríamos
jóvenes y ricos.
Me acordé de pensar en él como Good Time Christos en la fiesta
de Halloween, en la casa de Jake del año pasado. Resultó que había
sido un título apropiado para él.
Christos bajó la tapa de la parrilla y colgó el cepillo en el lateral.
¿Entramos? Todo este ejercicio me tiene todo tenso. Necesito
relajarme.
Está bien. Fruncí el ceño soñadoramente. Luego sacudí la
cabeza. ¡Espera! ¡Detente! Deja de hechizarme con tus poderes de.
Tenemos que hablar acerca de tu juicio.
Levantó una ceja.
¿Debemos? Quería disfrutar de esta noche contigo. Y tengo un
regalo para ti. Puso un mechón de cabello suelto detrás de mi oreja y
me besó en la frente.
Me desmayo.
¿En serio?
Suspiré.
¿Quién no quiere regalos? Espera un segundo, ¡lo estaba haciendo
otra vez!
Entrecerré los ojos y puse las manos en las caderas.
¿Esto es otra táctica de distracción, Christos?
No, realmente tengo un regalo.
Bien. ¿Discutimos el juicio antes o después del regalo?
Lo pensó.
Antes. De esa manera, mi regalo te volverá a poner de buen
humor.
¿Buen humor? comenté con escepticismo. ¿Estás tratando
de llevarme a la cama, Christos Manos?
Asintió con confianza y deslizó un brazo alrededor de mi cintura.
Puse los ojos en blanco y sonreí.
Bien. Pero no hasta después que hablemos.
Funciona para mí. Se inclinó hacia delante y me besó
apasionadamente.
Después de un minuto, apenas podía ponerme de pie. Mis piernas
se habían derretido oficialmente por el incendio forestal muy profundo
en mi... bosque.
Sacudí la cabeza y alejé el pensamiento.
¡Detente! Tenemos que hablar le rogué.
¿Quién necesitaba hablar cuando el hombre más sexy del mundo
estaba abrazándome? Estoy bastante segura de que era la voz del
diablo quien hablaba en mi hombro. A la voz Diablo le gustaba
divertirse. Pero la voz del ángel le recordó que no habría más fiestas en
mi ropa interior si Christos estaba en la cárcel.
Suspiré.
Christos, sabes que te deseo, pero no te quiero solo por esta
noche. También me gustaría tenerte mañana por la noche, la noche
siguiente y la siguiente y...
Sonrió.
Lo entiendo. Mira, mi abogado tiene todo resuelto.
Definitivamente agradezco tu deseo de ayudar. Pero todo va a estar
bien.
Christos, no sé mucho acerca de cómo funciona la corte, pero sí
sé que estaba allí ese día. Estás yendo a juicio por ese chico que me
gritó el día que nos conocimos, ¿no?
Asintió.
Te diste cuenta. No estoy sorprendido. Tu inteligencia es la mitad
de lo que me atrajo a ti en primer lugar.
¿De Verdad? ¿No soy solo un rostro bonito? Hice puchero
como una modelo y me levanté el cabello sobre la cabeza con ambas
manos.
Se rió.
También tienes un rostro bonito. El más bonito.
Entonces definitivamente me quieres en tu juicio para poder
ganar a todos los jurados masculinos. Los tendré comiendo de la palma
de mi mano cuando haya terminado.
Estoy seguro que sí. Pero no tienes que hacer nada. Va a estar
bien.
Vamos, Christos. Los dos sabemos que fui un testigo presencial. Y
mis ojos estaban más cerca de ese idiota que cualquier otra persona. Mi
versión de los hechos podría ayudarte totalmente. ¿Me equivoco?
No.
¿Entonces cómo hago para meterme en el juicio? ¿Qué tengo
que hacer para contar mi versión de los hechos?
No lo hagas.
Fruncí el ceño.
¿Por qué no?
Es muy tarde.
¿Qué? ¿Podrías explicarte con más detalle?
Suspiró.
Tuvimos que decirle al juez en la previa al juicio quienes eran los
testigos a los que llamaríamos al estrado el viernes. Es demasiado tarde
para agregar más.
¡Qué estúpido! ¿Por qué?
Para que el fiscal pueda escuchar lo que sea que vas a decir
antes de que empiece el juicio. Para que tengan tiempo de prepararse.
No hay problema. ¡Los voy a llamar ahora mismo! —Me levanté.
No funciona así. Tienes que seguir el protocolo. Lleva su tiempo.
¡Es ridículo! Sentí que mi ira iba aumentando como un volcán.
Quería proteger a Christos más de lo que quería respirar. ¡Todavía nos
quedan dos días!
No, teníamos dos días hace dos días explicó, con calma.
Y si...
Negó.
Podría…
No, agápi mou aseguró. Ya es tarde.
¿Por qué no me lo dijiste antes? Quería golpearlo de lo
frustrada que estaba. ¡Podría haber ayudado!
Ya me has ayudado más de lo que podrías imaginar.
¿A quién le importa? Ahora estaba furiosa. Si vas a la cárcel
porque no le conté a nadie en la corte sobre lo que pasó, ¡no importa!
¡No te quiero en la cárcel ni un segundo! ¿No lo entiendes? ¡Esto es tan
estúpido!
Me aparté de sus brazos y caminé por la cubierta hasta que
quedar de pie al borde de la piscina. De repente tuve el deseo de
bucear y nadar cien largos, aún vestida. Estaba furiosa. Pero nadar no
me iba a hacer llegar a donde quería ir.
Sentí cálidos brazos envolviéndome desde atrás. Me Besó en la
parte superior de la cabeza y me apoyé en su contra.
Ahora estaba llorando.
¿Por qué no me dijiste, Christos?
Porque no quería que perdieses tu tiempo en esto. Yo me metí en
este lío, yo saldré.
¡Pero quiero ayudar! grité.
Agápi mou... Tienes que enfocarte en tus clases y en tu trabajo.
Hablando de eso, ¿no tenías que trabajar en Grab-n-Dash esta noche?
Me puse rígida en los brazos de Christos.
Oh, mierda. ¡Oh, joder! Me había olvidado completamente. Estaba
tan estresada porque Christos no respondía mis llamadas, que me había
olvidado de todo.
Te olvidaste, ¿no?
Me estremecí.
Eh... ¿tal vez?
Samantha, esto es lo que estoy hablando. Estás tan preocupada
por mí cuando deberías preocuparte por ti.
Me di la vuelta en sus brazos.
¿No lo entiendes? Siempre me estás ayudando, Christos. Esta es,
finalmente, la única vez que puedo hacer algo para ayudarte de
verdad y no me lo permites. Mi estúpido trabajo en Grab-n-Dash no
importa. No voy a ser un empleado en la tienda por el resto de mi vida.
Puedo encontrar otro trabajo. Pero, si no me equivoco, tú si tienes un
solo juicio, ¿no?
A menos que anulen el juicio. Pero sí, suele haber solo uno.
Entonces basta de ser tan obtuso y déjame ayudarte, ¡joder!
Sonrió y me mostró su hoyuelo.
Lo haría si pudiera, pero está fuera de mis manos. De todos
modos, el juicio es el viernes. Tengo esta noche y todo el día de mañana
para disfrutar de mi libertad. Y tú, agápi mou. ¿No podemos disfrutar de
esta noche y olvidarnos de lo que está por venir?
La mirada suplicante en sus ojos derritió mi corazón. Puse mi mejilla
contra su pecho duro como una roca. Estúpidos músculos. Estúpidos
hoyuelos. ¡Estúpido Christos! Lo abracé y lo apreté tan fuerte como
pude. Haría todo lo posible para bloquear el juicio y concentrarme en el
presente.
Suspiré.
Creo que, ¿dijiste algo sobre un regalo?
Así es comentó seductoramente. Pero antes de llegar a eso,
¿tal vez deberías llamar a tu jefe y decirle que no puedes ir a trabajar?
¡Mierda!
Mi jefe podía agarrar su camisa de color pis del uniforme de Grab-
n-Dash y metérsela en el culo. Dado que me iba a mudar con Christos y
ahorraría el alquiler, ¿realmente necesito el trabajo? Oh, espera, desde
que mis padres se habían vuelto locos y decidieron no enviarme más
dinero para la universidad, sí. No solo necesitaba e trabajo en Grab-n-
Dash, si no que me vendría bien conseguir tres más. No había manera
de que pudiera pagar mi matrícula con lo que ganaba en el museo de
arte SDU y en el Grab-n-Dash combinado.
Mi vida realmente me estaba jodiendo por todos los orificios. Peor
aún, no solo se metían por mis agujeros principales, incluyendo mis
oídos, nariz y ojos, sino que también imaginaba millones de diminutas
pollas microscópicas violando todos los poros de mi cuerpo.
A la mierda. Mejor que disfrutara de mi noche con Christos.
Porque las cosas no podían empeorar, ¿o sí?
Christos
Lo más gracioso de las mamadas era que un buen número de
chicas apestaba en ellas. De mala manera. Quiero decir, eran terribles.
Como meter mi polla en una picadora de carne. No tenía duda de que
un número igual de hombres eran terribles en hacerles sexo oral a las
mujeres, pero eso era otro tema.
La peor cosa en el mundo fue cuando una chica iba hacia abajo
en ti, moliendo la piel de tu polla como una lijadora de banda, teniendo
el mejor momento de su vida, pensando que es increíble. Lo último que
querías hacer era estallar su burbuja y decirle que apestaba en chupar.
Nunca había hecho eso. Siempre me había armado de coraje y soporté
el dolor. La mayor parte del tiempo, podría forzar a salir una carga de
semen tan rápido como fuese posible y acabar de una vez. Pero en una
o dos ocasiones raras, la chica era tan mala, que no había manera de
que me corriese antes de que mi polla se moliera hasta convertirse en
un nudo. Ni siquiera recuerdo cómo salí de aquella. Creo que solo había
gritado: ¡Oh mierda, quién es eso fuera de tu ventana! Y corrí por su
puerta cuando estaba mirando para otro lado. No es uno de mis
mejores momentos.
Por suerte para mí, Samantha fue fácilmente la mejor que he
tenido. De clase mundial. Medalla de oro. Apenas había comenzado y
ya no podía distinguir arriba de abajo o izquierda de la derecha.
Santa mierda exclamé. Tengo que sentarme.
¿Hice algo mal? preguntó Samantha, quitando su la boca de
mi polla.
Maldita sea no. Pero me voy a desmayar al ritmo que vas.
¿Es eso malo? cuestionó inocentemente.
Negué y reí.
No. Mis rodillas parecían gelatina mientras me agachaba hasta
que estaba sentado en el borde de la bañera.
Samantha mantuvo una mano alrededor de mi pene todo el
tiempo, como si no quisiera dejarlo ir. No tenía idea de lo jodidamente
sexy que era. Y el hecho de que no lo supiera, la hacía diez veces más
sexy. No porque fuera inocente, sino porque no estaba actuando.
Algunas mujeres pensaban que las cámaras estaban rodando mientras
estaban en el dormitorio y estaban ocupadas vapuleándose y gimiendo
para la lente. Pero Samantha estaba aquí conmigo, totalmente
centrada en mí. Era una experiencia rara y única para mí, tanto como
sabía que era para ella.
Estaba arrodillada en la alfombra delante de la bañera entre mis
rodillas.
¿Debo continuar? preguntó.
Diablos sí dije sonriendo.
Sus labios calientes se deslizaron hacia debajo de mi pene como
un guante de seda. Maldita sea, era tan natural. Fue arriba y abajo de
mi pene, llevándome a su interior más y más profundo. Cerré los ojos y
mi cabeza cayó hacia atrás, colgando contra mis hombros. Lo que
estaba haciendo con sus manos y su boca era magia. Lo juro, todo mi
paquete estaba radiante de placer, igual que toda mi conciencia se
derrumbaba a mi pene en una bola de éxtasis caliente esforzándose
por ser lanzado.
No sé cuánto tiempo pasó. Perdí la noción del tiempo. En un
momento, miré hacia abajo y vi que estaba poniendo todo su cuerpo
en ello. La cabeza de mi pene estaba en llamas. Cada lamida hacía
que mi cuerpo se quedara tonto. Se sentía tan jodidamente bien. Creo
que mis bolas terminaron tan apretadas que no quedó nada para
tomar, así que las liberé y puse las dos manos a trabajar en mi eje.
Joder, Samantha susurré con voz ronca. Voy a venirme. Oh,
mierda, oh mierda...
Intensificó todo y creo que mi pene se convirtió en un agujero
negro por el que estaba chupando todo el universo del centro de mi
cuerpo. Justo cuando pensaba que iba a estallar, olas de calor
inundaron todo mi cuerpo y todo se soltó. Toda mi tensión desapareció.
Todo el estrés que había anudado mi cuerpo durante las pasadas tres
semanas pensando en mi juicio, finalmente se soltó. Fue la sensación
más relajante que jamás había sentido.
Estaba en paz.
Y todavía no me había venido. Había leído acerca de los chicos
teniendo orgasmos múltiples. Pensé que era una especie de mito. Pero
aún no había disparado mi carga y ya estaba cabalgando sobre una
ola de intenso placer relajante. Fue increíble.
Y Samantha se mantenía y seguía. Los orgasmos siempre habían
sido una explosión para mí. Un tiro, golpeando, tirando cosas. Esto era
solo total liberación pacífica.
Se sentía tan condenadamente bien. El resplandor se extendió por
todo mi cuerpo. Me dejé caer contra la pared junto a la esquina de la
bañera y me deslicé sobre el codo, pero Samantha se mantenía.
Podría quedarme así para siempre, disfrutando de la libertad de
volar con lo que el amor de mi vida estaba dándome.
No sé cuánto tiempo pasó. No quería que se detuviera nunca.
Entonces algo comenzó a crecer. Algo sinuoso más apretado de lo que
nunca había sentido antes. Iba a estallar. Alguien había metido una
bomba nuclear por mi trasero y me iba a partir por la mitad. Le di la
bienvenida.
Mi conciencia se encogió con el comienzo del universo entre mis
piernas, masa infinita aplastada en un espacio microscópico. Y
entonces todo terminó.
BOOM.
Cada átomo de mi cuerpo se desintegró en protones y neutrones,
y se disparó a través del universo a la velocidad de la luz, envolviendo
toda la existencia.
Soltándose.
Paz. Estaba en paz. Por primera vez en mi vida, estaba en paz.
Agápi mou... siempre fuiste tú.
Samantha
El pene de Christos se puso más grueso, mientras se forzaba en mi
boca. Se había desplomado por un tiempo, pero estaba decidida a
acabar con él. Estaba hambrienta por su pene, sedienta de su dulce
liberación. Quería tomarlo en mi boca, tragarme su energía en mi
vientre.
Se quejaba continuamente, casi ausente, sus párpados
revoloteando, casi catatónicos de placer. Era un poco raro, pero al
mismo tiempo era de lo más excitante. Era verdadera masilla en mis
manos, con el cuerpo en un charco de músculo y gemidos.
Entonces su pene, repentinamente, se tensó cada vez más, con las
venas abultadas, sobresaliendo y la hinchazón fuera de toda
proporción. Esto era todo. De repente se tambaleó hacia delante, con
las rodillas presionando mis costados mientras todo su cuerpo se
contraía.
¡¡¡Diaaaaaaaaaaaablos!!! gritó.
Semen caliente se disparó en mi boca, golpeando la parte
posterior de mi garganta. Me sorprendió por dos cosas a la vez. Era muy
salado y había un montón. Mucho más de lo que esperaba.
Dejé de mover mi cabeza, pero seguí bombeando su eje. Estaba
decidida a ordeñar hasta la última gota con mi lengua. Siguió
viniéndose y viniéndose y traté de mantener todo en mi boca. No tuve
más remedio que tragar.
Esperaba ahogarme, pero no lo hice. Estaba tan excitada por todo
esto, que acabé por ir con la corriente. Sin juego de palabras. Se vino
directo en mí. Seguí acariciando lentamente su pene con mi lengua.
Con mis labios aún envueltos a su alrededor, miré a Christos. Tenía los
ojos cerrados, su rostro flácido e inconsciente. Se había ido totalmente.
¿Estaba dormido? Después de un rato, me detuve, me aparté y le
sonreí.
No creo haberme sentido casi tan cachonda en toda mi vida, ni
siquiera cuando besé mi propia humedad de su boca en varias
ocasiones. Lo que realmente me sorprendió era que me gustaba
sentirme así.
¡Le di en la cabeza!
No, ¡lo dije! ¡Mi primera mamada! ¡Sí, yo! No podía creer lo mucho
que lo había disfrutado. Estoy bastante segura de que había
funcionado para Christos también, a juzgar por la expresión de su rostro.
Uno de sus párpados se abrió un poco. Su pupila parpadeó en mi
dirección.
¿Hay alguien en casa? bromeé.
Una lenta sonrisa se extendió por su boca. Levantó una ceja.
¿Estoy muerto?
No, tonto.
Puse mis manos en sus piernas y me incliné hacia él para darle un
beso. Deslicé mi lengua en su boca y le dio la bienvenida. Medio
esperaba que hiciera una mueca de dolor por alguna razón, como que
tal vez no le gustaría probar su propio semen. Pero me succionó con
voracidad.
Mmmmm se quejó.
¿Fue bueno? pregunté.
Mmmmm-hmmm. No creo que pueda moverme.
¿Listo para ese baño?
Es posible que desees dejar salir un poco de agua caliente. Me
siento como si hubiese pasado una semana y la bañera probablemente
esté fría bromeó. ¿Qué año es? Ni siquiera lo sé.
Revisé la bañera y estaba fría, así que dejé correr el agua caliente
y añadí más espuma. Cuando estuvo lista, me subí.
¿Te unes?
La única respuesta de Christos fue bajarse de la bañera de
hidromasaje como una anguila coja desde donde estaba sentado en el
borde, con las piernas siguiéndolo como una ocurrencia tardía.
¡Oh, dios mío! ¡Christos!
Estaba totalmente sumergido. No quería que se ahogara. Quité
algo de la espuma y lo vi sonriéndome desde debajo del agua.
Finalmente, con la cabeza elevada por encima de la superficie,
con el cabello pegado a su frente.
Realmente no sé en qué planeta estoy en este momento
comentó mientras se deslizaba alrededor de la bañera hasta que
estuvimos hombro con hombro y apoyó su cuerpo contra el mío. Eso
fue realmente increíble, agápi mou. Nunca había sentido nada igual.
¿En serio?
A pesar de la conducta saciada de Christos, todavía estaba un
poco insegura sobre mi rendimiento, ya que nunca lo había hecho
antes. No había ninguna vergüenza en recibir unos cuantos cumplidos,
¿no? Además, era casi tan divertido hablar sobre sexo como lo era
hacerlo, especialmente cuando estabas disfrutando de la sensación de
bienestar posterior de haber terminado.
De verdad. Christos sonrió con aire de suficiencia. Creo que
derretiste mi pene murmuró adormilado. Ni siquiera puedo sentirlo
ahora. Creo que mis bolas están completamente vacías. Como si le
hubiera disparado a mis testículos desde mi pene. ¿Las sentiste irse por
tu garganta en algún momento? ¿Puedes comprobar si están todavía
allí, o si mi escroto se ha desinflado por completo?
Llegué bajo el agua, entre sus piernas y tomé sus bolas.
Todavía no. Sonreí. Les di un suave apretón. Parece como si
todavía estuvieran llenas. ¿Tal vez necesitas escurrirlas un poco más?
En un momento.
¿Qué? di un grito ahogado. Pensé que eras el hombre del
minuto a la hora de la recuperación.
No después de lo que acabas de hacer. Puede ser que necesite
una hora.
¡De ninguna manera!
Sí hay manera. Ahora que lo pienso, creo que me bajó el azúcar
en sangre con toda esa acción. Es posible que necesite un poco de
chocolate después de eso.
¿Estás loco? grité. ¡Después de lo que me tragué, creo que
tengo que ponerme a dieta!
Se rió.
Estoy seguro de que no te tragaste más de dos mil calorías.
¿Todas esas? jadeé en serio.
Eso dicen. Pero tiene que ser un mito. Una carga no es más que
un par de cucharaditas. Quiero decir, medio litro son mil calorías.
¿Cómo diablos exprimirías dos mil en dos o tres cucharaditas? No tiene
ningún sentido. En otras palabras, no necesitas ponerte a dieta.
¿Estás seguro?
Hombre, eres tan chica. Supongo que no tendrás espacio para el
chocolate que te compré, con lo de tragarte mi carga y todo
comentó con desdén.
¡Ahí es donde te equivocas! ¡Las mujeres siempre tienen espacio
para chocolate! Salté fuera de la bañera y agarré la caja en forma
de corazón de la encimera, entonces me deslicé de nuevo en el agua.
Miré la caja. ¿Qué hay de See‘s Candies? Nunca antes lo había
escuchado.
Eso es correcto dijo Christos, su boca justo por encima de la
superficie del agua, una expresión soñolienta todavía oscurecía sus
ojos. No tienen See‘s de la costa este. See‘s es Mary See, la viejita que
los inventó. Prepárate para las mejores trufas de chocolate que hayas
tenido.
He probado Godiva. Algunos señora llamada Mary no puede ser
tan buena como la exóticamente atractiva Godiva me burlé.
Prueba uno sugirió, poco interesado en mi argumento.
Abrí la caja y miré los diferentes bocados de leche, oscuros y
chocolate blanco.
¿Cuál debo elegir?
No importa, todos son impresionantes respondió.
Tomé uno solo y tomé un bocado. Rico chocolate y relleno de
crema de mantequilla se derritió en mis papilas gustativas en un apuro
de chocolate con deliciosa exquisitez.
Oh Dios mío. Eso es irreal. Tragué. Creo que acabo de tener
mi primer orgasmo de comida.
Te lo dije. Christos se rió entre dientes. Feliz Día de San
Valentín, agápi mou. Se inclinó y me besó apasionadamente.
Nos turnamos besándonos y comiendo chocolates See‘s. No podía
decidir cuál estaba más rico.
No importaba porque los estaba compartiendo con mi hombre.
Estaba en el cielo.
Samantha
A la mañana siguiente estaba en el infierno.
Había tenido pesadillas toda la noche sobre Christos estando en la
cárcel. Dormí como una mierda y me desperté agotada.
Al menos Christos estaba a mi lado en la cama. Por ahora.
Su juicio era mañana.
Me quedé mirando el techo, con mi cabeza dando vueltas como
un huracán.
Su juicio parecía como una eternidad desde ahora y solo quería
que terminase. También se sentía como si estuviese en segundo lugar a
partir de ahora, y mi tiempo con Christos era tan fugaz que tenía que
aferrarme a él como si me fuera la vida en ello.
—¿Estás despierta? —preguntó con cautela.
Las lágrimas goteaban por mis mejillas.
—Sí —dije con suavidad.
Rodó sobre su estómago, hasta que su rostro quedó a centímetros
del mío. Besándome en mi mejilla suavemente.
Froté las lágrimas de mis mejillas y contuve los sollozos que trataron
de irrumpir a toda costa. Quería ser fuerte para mi hombre.
—Déjalo salir, agápi mou —dijo bajito. Pasando un brazo alrededor
de mí, tiro de mi cuerpo desnudo hacia el suyo
—¡Oh, Christos! —gemí, finalmente dejándome ir. Mi cuerpo se
estremeció de dolor y miedo. Borré los terribles escenarios futuros que
bailaban en mi cabeza y me esforcé al máximo por concentrarme en el
amoroso abrazo Christos.
Lloré durante mucho tiempo mientras me besaba suavemente,
rociándome de amor alrededor de mí, mis labios, mis ojos, mis mejillas, la
punta de mi nariz, mis oídos, mi cabello. Me hundí en su reconfortante
amor.
—Te amo Christos. No puedo dejarte ir —le dije con
desesperación—. Te necesito. Aquí. No quiero que vayas al tribunal
mañana.
Sabía que era ridículo, pero se lo dije de todos modos.
—Yo también te necesito, agápi mou, por y para siempre. Te
necesito en mi vida para guiar a mi corazón, para mantenerlo abierto,
para mantenerme conectado a la tierra, para recordarme por qué vale
la pena vivir, por quien tengo que seguir luchando, por eso nunca voy a
renunciar a ti o a nosotros. Tú eres mi vida, agápi mou. No tengo nada
sin ti.
Mi corazón se abrió al suyo en ese momento más ampliamente de
lo que nunca lo había hecho antes. Christos era mi único y verdadero
amor. Lo sabía con tanta certeza como sentía su corazón abrirse de par
en par al mío en ese momento. Literalmente, sentí la energía que fluía
entre ambos, la joya de rubí de mi propio corazón absorber y proyectar
su amor en un círculo completo.
Juntos al fin.
Apreciaba a este hombre como ninguna otra cosa en mi corta
vida. Él era mi regalo.
Haría cualquier cosa para mantenerlo a salvo.
Cualquier cosa.
Sin pensarlo, alcancé entre nosotros y sentir su calor en mi mano. La
deslicé dentro de mi humedad en espera e hicimos el amor
tiernamente.
Era lento, suave, conectados, era precioso. Las alas de mi corazón
ondeaban en el baño de su amor. Nuestros cuerpos giraron
vertiginosamente hacia arriba y fuera de la habitación como uno solo,
el cálido aliento nuestro amor nos elevaba sin esfuerzo en el cielo, sobre
las láminas ondulantes de éxtasis.
Finalmente, llegamos juntos al orgasmo.
—Te amo, agápi mou —murmuramos simultáneamente.
Después, cuando nos tumbamos en la cama, volvimos a la Tierra y
nos relajamos en nuestros propios cuerpos una vez más.
Para mi sorpresa, estaba sobre él. Incluso ni me había dado cuenta
que había terminado aquí. Había ocurrido inconscientemente, sin
inseguridad o ansiedad.
Realmente había estado fuera de mi cuerpo, conectada con
Christos en algún extraño plano espiritual, que existía fuera de esta
habitación.
Pero ese momento había pasado.
Ahora estaba íntimamente consciente de mi cuerpo físico, una vez
más. La hombría Christos, la parte más sensible de él, estaba todavía
muy dentro de mí, temblando dentro, latiendo débilmente y de forma
intermitente. Me gusto saber que sus fluidos se mezclaban con los míos
mientras vaciaba lo últimos de sí mismo en mí. Quería mantener su tierna
virilidad dentro de mí, así para siempre, así podría protegerlo de todas
las cosas terribles en el mundo. Quería mantener el flujo abierto entre
nuestros corazones en ese momento, esta conexión que era una prueba
de que su corazón estaba atado al mío.
Para siempre.
Christos
El cielo era azul claro mientras conducía mi Camaro del 68 hacia el
sur por la autopista cinco hacia el centro. Gran día para un juicio,
¿verdad? Qué no haría por quitarme la camisa y la corbata que me
estaban estrangulando así podría bajar a la playa con mi tabla y coger
algunas olas con Jake en su lugar.
Hoy no.
Quizás no por los próximos cuatro años.
Aprieto los dientes, haciendo mi mejor esfuerzo para no pensar en
ello.
El tráfico de la mañana era ligero y mi auto cruzó a toda velocidad
la carretera 65. Le eché un vistazo al reproductor de MP3 montado en el
tablero y salté a través de canciones hasta que llegué a Mouth For War
de Pantera. Le subí todo el volumen y la música retumbó en el interior
del auto. Mi pie izquierdo golpeteaba la tabla de suelo al ritmo del
bombo y mis manos golpeteaban el ritmo del tambor en el volante. La
guitarra rasgueaba en mis tímpanos.
Sí, iba a darles una jodida pelea.
Tiempo para testificar, hijos de puta madre.
Quería desesperadamente pisar el pedal del acelerador. Conducir
mi Camaro a toda velocidad y empezar a tejer a través de los autos en
la carretera. Pero estas personas no eran mis enemigos.
Eso es lo que me estaba volviendo loco.
No había nadie contra quien luchar. Nadie para golpear. Nadie
para patear, arañar o morder. Maldita sea, tenía que golpear a alguien
en el rostro.
Miré al Buick a mi lado. Una anciana estaba al volante. Tenía el
asiento empujado hacia adelante y apenas podía ver por encima del
tablero. Sus manos estaban bien posicionadas sobre el volante y su
barbilla sobresalía hacia delante, sus ojos clavados en la carretera
delante de ella.
Sí, no era exactamente lo que tenía en mente.
¿Dónde estaba ese Hunter Blakeley cuando necesitaba un saco
de boxeo? Apenas había herido su nariz la noche que Jake y yo nos
habíamos topado con él saliendo del centro de Hooters. Se merecía
que le patearan bien el culo por ser un imán para la mierda.
Respiré hondo y traté de liberar mi frustración. Empecé a gritar
junto con la letra de Mouth For War.
Un par de kilómetros más tarde, tomé la salida de la autopista por
la calle principal y me dirigí hacia el palacio de justicia. Conduje a un
garaje de estacionamiento. Los niveles más bajos ya estaban llenos de
autos, así que pisé el acelerador y los neumáticos chillaron hasta los
próximos cuatro pisos, dejando rastros de caucho en cada esquina,
hasta que mi auto estaba en el techo. Un montón de espacios. Aparqué
en la esquina. Después de ponerme mi chaqueta del traje, me dirigí a
las escaleras.
Cuando estaba en la acera, di la vuelta a la esquina en
Broadway. El sol disparaba rayos calientes sobre la fachada de cristal
del Palacio de Justicia, cegándome. Entrecerré los ojos y me sentí como
un vaquero del viejo oeste en pleno mediodía. La hora del duelo
final. Lástima que un juicio tardaba más tiempo y era mucho más
aburrido que un duelo de seis pistolas en una calle polvorienta entre las
filas de prostíbulos y cantinas.
Tiré de mis mangas y me ajusté la corbata. Hombre, odiaba los
trajes.
Caminé hasta la escalinata del tribunal.
Era hora de patear unos jodidos culos.
Samantha
Después de gritar a todo pulmón en el camino de entrada por la
mayor parte de dos minutos, me levanté y desempolvé las rodillas de los
pantalones de dormir y corrí a la casa Manos. Subí las escaleras y salté
detrás del escritorio en la oficina de Spiridon y frenéticamente busqué
en línea todas las casas de la corte de San Diego mientras me limpiaba
las lágrimas de mis ojos.
Había más de una. Descarté los obvios, como el Tribunal de
Menores y el Tribunal Derecho de Familia. Había dos Tribunales
Superiores. Uno en el centro, y el otro en Kearny Mesa. Estaban bastante
lejos. Esperaba no elegir el equivocado.
No tenía ni idea de cuánto tiempo un juicio de verdad
duraba. Quiero decir, la mayoría de los programas de televisión de la
corte duraban una hora o menos. Pero ¿qué pasa en la vida real? No
tenía ni idea. Pero era lo mejor.
Lo que sabía era que no podía correr a la corte vistiendo
pantalones de chándal y zapatillas.
Corrí hacia mi nuevo dormitorio y rebusqué en mi armario. No tuve
un segundo para saborear el hecho de que esta era mi primera
mañana en mi casa nueva con Christos. Bienvenido a Villamierda.
Población: Yo.
Los restos de mi armario de Washington DC eran perfectos para
arreglar una vestimenta apropiada para la corte. Escogí un blazer negro
y una falda lápiz de color gris, además de una blusa blanca linda,
medias negras y tacones conservadores a juego.
Corrí al baño y me eché desodorante. Lástima que se me había
acabado el de larga duración. Tendría que usar el Extra-seco. Me
amarré el cabello hacia atrás en una cola de caballo ajustada, a
continuación, apliqué el maquillaje mínimo.
Estuve fuera de la casa siete minutos más tarde.
¿Quién dijo que las mujeres tenían que demorarse una eternidad
en vestirse?
Yo estaba en una misión.
Iba a salvar a Christos.
Traté de llamarlo cuando me subí en mi VW, pero no respondió su
teléfono.
No importaba. Tenía la prueba de su inocencia en la palma de mi
mano.
Christos
Pasos resonaban por todo el pasillo lleno de mármol en el interior
del palacio de justicia mientras pasaba a través de la seguridad en
cámara lenta. Tuve que quitarme el cinturón y los zapatos cuando fui a
través del detector de metales. Era casi como ir en un viaje de
vacaciones de avión, excepto que había un cincuenta por ciento de
posibilidad de que mi vuelo se estrellara contra el lado del
monte Culpable.
Hice una pausa para mirar hacia atrás a la luz del sol brillando a
través de las altas ventanas de la entrada principal del palacio de
justicia. Le di un buen vistazo, en caso de que fuera la última vez que
veía la libertad por cuatro años.
No, a la mierda eso.
Iba a pelear esta mierda hasta que me ganara.
Encontré a Russelll esperando fuera de nuestra sala.
—¿Eye of the Tiger? —dijo Russelll mientras me pavoneaba hacia él.
—¿Qué? —le pregunté.
—Tienes esa mirada de Rocky Balboa en tu rostro cuando peleó
con Clubber Lang por segunda vez al final de Rocky III.
Me reí.
—Ojo del tigre de mierda, hombre.
Como siempre, Russelll estaba vestido elegantemente de arriba a
abajo. Su traje estaba recién planchado, sus gemelos brillaban, y el
blanco de su cuello y puños en contraste brillante contra su piel de
ébano.
—Hablando de ojos, veo que tu corrector hizo el truco. Te ves
como un ciudadano correcto ahora.
—Sí. —Había cogido prestado un poco de la bolsa de maquillaje
de Samantha esta mañana.
—Ganamos esto —dijo Russelll—. Voy a tener que llevarte a una
cena de lujo, teniendo en cuenta que los dos estamos vestidos
elegantes.
—Sí —le sonreí—. Estoy apuntado para el almuerzo. Mi plan es estar
dentro y fuera de aquí para el mediodía.
Russelll se rió y palmeó mi hombro con firmeza.
—Ojo del tigre.
Una hermosa mujer alta, de piel morena en un traje azul marino
ajustado se situó junto a Russelll, sosteniendo el mango de su maletín en
la parte delantera de las caderas con ambas manos. Ella me sonrió.
—Christos —dijo Russelll—. ¿Te acuerdas de la señora Johnson? Me
estará asistiendo hoy en el juicio.
—Por supuesto. —Le sonreí—. Brianna —Con un metro ochenta en
sus tacones, todavía parecía baja para mí. Nos dimos la mano. Ella tenía
el mismo agarre firme que recordaba. La había conocido en las oficinas
de Russelll en numerosas ocasiones.
—Christos —sonrió y asintió.
Sabía que Brianna estaba aún en la búsqueda de material de
marido de calidad. Antes de que Samantha me hubiera retirado del
mercado, me había ofrecido para llenar la factura de Brianna varias
veces. Era una mujer buena, inteligente y súper divertida en el segundo
que estaba fuera del reloj y colgaba el traje de abogado. Pero ella
había dicho que era demasiado joven. Creo que yo tenía dieciocho
años en el momento y ella tenía treinta. No podía culparla. Todavía era
un desastre en ese entonces.
—¿Algún hombre bueno ha sido capaz de atraparte, Brianna?
—Aún no. —Sonrió—. Ninguno de ellos es lo suficientemente rápido.
—Brianna tenía trofeos y fotos de correr en pista de la universidad en su
oficina.
—¿Cuándo vamos a ir a la pista de SDU para ver quién corre más
rápido los cien? —comenté.
—Tu musculoso culo no tendría ninguna oportunidad. —Rió—.
Demasiado malditamente pesado.
—Sigue soñando. —Sonreí. Era muy rápido, pero sabía que Brianna
me lo haría difícil una vez que se pusiera sus zapatillas de correr.
Russelll me dijo: —Te sacamos hoy, os llevaré a la pista yo mismo.
Pero apuesto mi dinero en Brianna.
—Espero que os guste perder —sonreí.
—Nunca pierdo —contestó Russelll astutamente—. ¿Estamos listos?
—Asintió hacia la sala de audiencias.
—Vamos a hacerlo —le dije.
Russelll abrió una de las puertas de madera pesadas y su rostro de
juego se deslizó en su lugar como la visera de Sir Lancelot.
Seguí a Brianna y Russelll hacia el vientre de la bestia.
La gran puerta se cerró firmemente detrás de mí.
Samantha
Estaba emocionada y ansiosa mientras conducía fuera de mi
nuevo hogar, ¡el que compartí con Christos!
Estaba segura de que la suerte estaba conmigo y las cosas buenas
iban a suceder una vez que llegara al centro al Palacio de Justicia.
Todo iba a favorecerme y a Christos al final.
¿El único problema?
En ese momento, todo empezó a ir mal.
A medio camino de la autopista, la aguja en mi medidor de
gasolina decidió aflojarse en el trabajo. Señaló a la derecha en la E
como un bastardo perezoso. No hay problema. Yo era todo acerca de
la solución de los problemas de hoy. No sería disuadida. Por suerte,
había una gasolinera justo antes de la rampa. ¡Hurra! También había
una larga fila. ¡Fastidio! Pero no había otras gasolineras convenientes.
Esperando en la cola no tomaría tanto tiempo, ¿verdad? Había
cuatro líneas de autos, así que elegí la más corta, esperando que fuera
la más rápida.
Esperé.
¿Por qué estaba tan lleno? ¿No tenían gasolina? No había oído
hablar de cualquier escasez de gasolina que se avecinara o embargos
petroleros.
Fingí ser paciente mientras esperaba. El sedán de dos autos por
delante terminó y se alejó de la bomba. El chico frente a mí condujo
hacia adelante y salió de su enorme camión para echarle gasolina. Era
la siguiente.
Demasiado mal que el chico del camión tenía un tanque de
gasolina del tamaño de un campo petrolero. Le tomó una eternidad
para llenarlo. Luego tuvo que entrar a pagar. ¿No tiene una tarjeta de
crédito o una tarjeta de débito? ¿Quién usa efectivo ya? ¿Tal vez iba a
pagar con doblones de oro?
Golpeé mi pie impacientemente.
—¡En cualquier momento, vaquero! —grité.
Él llevaba botas. Todos los hombres que usaban botas y conducían
camiones eran vaqueros. Estoy segura de que tenía un armero en su
camión en alguna parte. Me crie en Washington DC. Demándame.
¿A dónde se había ido? ¿Estaba usando el baño? ¿Se cayó en el
inodoro, o era solo diarrea? Caray, ¿cuánto tiempo se tarda en
limpiarse el culo?
Tamborileé mis dedos en mi volante. Si tratara de conducir por la
isla a otra bomba, podría perder mi lugar. El camión del chico del
camión era demasiado grande para poder empujarlo fuera del camino
con mi pequeño VW, de lo contrario lo habría hecho. Y la manguera de
gasolina era demasiado corta para llegar a mi auto porque la cama de
su camión estaba a una milla de largo era como de un kilómetro de
larga, y me había obligado a parar muy lejos de la bomba.
Cuando me di cuenta de musgo empezando a crecer en la punta
de mi nariz, Vaquero finalmente salió a la calle. Tan lento como la
melaza. Escena a cámara lenta en una película lenta. Tan lento como
el desplazamiento de los continentes.
—Muévete! —grité dentro de mi auto. Él no me había oído hablar
así que bajé mi ventana para gritar de nuevo.
Antes de que pudiera hacer un pío, giró sobre sus botas de
vaquero y volvió a entrar en la tienda. ¡No! ¿Dónde estaba mi lazo!
Tengo que atar su culo y lanzarlo detrás de su volante.
Observé a mi alrededor. Por desgracia, las líneas para las otras
bombas eran de pared a pared de autos. En realidad era más
inteligente que esperara.
Dos minutos más tarde, vaquero regresó al aire libre con una gran
Slim Jim de pepperoni y una botella de Mountain Dew. Se subió a su
camioneta. ¿Se fue de inmediato? No. ¿Incluso inició su motor? No.
¿Hizo algo más que jugar con el palo de carne en su mano, mientras
que estaba en la comodidad de su taxi?
No tenía ni idea de lo que hizo con su palo de carne, ni quiero
saberlo.
Días, semanas, incluso meses después, encendió su camión. Una
ráfaga de humo de escape a través de mi ventana mientras se marchó.
Debería haber rodado la ventana para arriba. Tosí una parte de mi
pulmón izquierdo antes que el aire se aclaró.
Llené de gasolina mi auto, entonces aceleré a la vía de acceso de
la autopista cinco. Te lo juro, cada luz que me tocó en el camino era
roja. En una intersección, me quedé atrapada detrás de una fila de
autos esperando para girar a la derecha porque una mujer con un
autocito había decidido usar el cruce peatonal para pasear como si
fuera un domingo. ¿Nadie le dijera que era viernes? ¡Nada de paseos
de domingo los viernes! Lo juro, vi tres caracoles de carreras pasarla.
¿Por qué estaba caminando? ¿Quién camina en cualquier lugar ya?
¿No sabía que era la hora punta y la gente tenía lugares a donde ir?
Con el tiempo, lo que iban a cruzar hacia la derecha cruzaron y
logré pasar la luz. Estaba en la cinco sur unos minutos más tarde.
Nada me puede detener ahora.
Excepto un atasco de tráfico.
Mientras subí la colina en Del Mar Heights Road, casi me caí en un
manto de luces de freno. Los autos se habían ralentizado todos de
sesenta y cinco a treinta y cinco en menos de un cuarto de kilómetro.
Unos minutos más tarde, mi VW se ralentizó a los diez kph.
¿Lo había arruinado yo misma esperando que las cosas pudieran
resultar mejor?
Christos
Russelll llevó a Brianna y a mí a la mesa de la defensa dentro de la
sala de audiencias.
El banco del juez seguía vacío. Solo unas pocas cabezas al azar
poblaron los asientos en la galería de espectador.
Me di cuenta de que George Schlosser y sus verdugos asistentes,
Stanley Whitehead y Natalia Valenzuela, ya se establecieron en la mesa
del fiscal con tres ordenadores portátiles abierta y zumbando, y
carpetas de archivos prolijamente dispuestas entre ellos.
George Schlosser parecía tranquilo y seguro de sí mismo.
Whitehead parecía una mierda petulante con el cual me gustaría
mucho chocar en algún callejón oscuro cuando nadie mirara. Natalia
era una vampira liebre con ojos brillantes y cola tupida.
Lo que sea.
Sabía que Russelll, Brianna y yo parecíamos tres gladiadores
entrando en el Coliseo de la Roma antigua mientras caminamos hasta
la mesa de la defensa. Íbamos a cortar algunas cabezas. Podía sentirlo.
Me senté, mientras que Russelll y Brianna organizaron sus
ordenadores portátiles y archivos en la mesa de la defensa. Fue un
momento de tranquilidad para instalarme en mi asiento. Iba a estar
haciendo un montón de sentarme por las próximas horas. Por lo menos
era tranquila la sala del tribunal antes del juicio. Casi como una
meditación forzada. Podía seguir la corriente con eso. Entonces mi
estómago cayó por un agujero en el suelo y se desplomó en el centro
de la tierra.
—Paidi mou. —Mi padre dijo desde algún lugar detrás de mí.
Reconocí su voz al instante.
Santa mierda. ¿Cómo diablos llegó hasta aquí?
Mi estómago saltó de vuelta desde el núcleo de la tierra y voló a
través del techo para dispararse a la estratosfera. Este no iba a ser mi
día, ¿verdad?
No le había dicho a mi padre sobre el juicio. Lo había considerado
después de discutir el tema con mi abuelo, pero en el último momento
decidí no hacerlo. Tal vez si mi padre viniera al lugar de mi abuelo de
vez en cuando o mostrara algún interés en algo que no sea beber, se lo
habría dicho.
Miré hacia atrás mientras me apretaba el hombro.
Estaba apoyado sobre la partición, alta hasta el muslo, entre el
suelo de la corte y la galería, estaba usando un traje oscuro. Se veía
como una versión un poco más vieja de mí, pero con un toque de gris
en las sienes. Para mi sorpresa, parecía más saludable que la última vez
que lo había visto hace casi un año.
Desde que mi madre nos había abandonado, mi padre se había
quedado encerrado en su casa, donde bebía para pasar el día. Su
ruptura con mi madre lo había convertido en un ser humano ausente.
No podía soportar verlo desperdiciar su vida y su enorme talento, por lo
que rara vez lo visitaba, y nunca hablábamos por teléfono. Siempre
estaba demasiado borracho como para mantener una conversación.
Russelll y Brianna se volvieron para mirar a mi padre. Russelll lo
reconoció. Había visto a mi padre muchas veces en mi juventud, pero
no creo que Brianna lo conociera.
—Señor Manos. —Russell asintió, levantándose para darle la mano
a mi padre.
Brianna se para también y se presentó.
—Brianna Johnson.
—Nikolos Manos —dijo mi padre.
De mala gana, me puse de pie y lo miré. Mi abuelo, que llevaba un
traje gris claro, se acercó por detrás a mi padre, parecía nervioso y
arrepentido. Sí, sabía por qué ya que podría posiblemente estar irritado
que hubiera traído a mi padre. Mierda.
—Pappoús —dije y me agaché para abrazar a mi abuelo.
Me susurró al oído:
—Pensé que tu padre debería estar aquí. Por ti. Por su hijo.
Eso explicaba a dónde había ido mi abuelo anoche.
Probablemente a poner sobrio a mi padre para que no fuera un
borracho descuidado en la corte. Apreté los dientes.
Aún susurrando, mi abuelo continuó:
—A tu padre le preocupaba que no fueras a querer que esté aquí,
pero le dije que estaría bien.
Sí, seguro.
Me aparté de mi abuelo, y miré mis manos, que ya estaban
apretadas formando puños. Mi puto padre era la última persona que
quería sentado detrás de mí durante mi juicio.
—Puedo ver de dónde Christos sacó su buena apariencia —dijo
Brianna cálidamente—. Los tres podrían ser hermanos.
Mi abuelo sonrió, orgulloso y asintió.
—Esos son mis niños.
—Dile hola a tu padre —me dijo Russelll en voz baja, dándome un
codazo.
Miré a Russelll, pero vi la compasión en sus ojos. Me había estado
animando a perdonar a mi padre durante años.
Sin mirar a mi padre, me incliné hacia él. Lanzó sus brazos alrededor
de mí y me apretó, asfixiándome. Esperaba que oliera a alcohol, pero
no lo hacía. Eso era una sorpresa.
Me alejé y lo miré rápidamente.
—Hola —murmuré.
—Paidi mou, qué bueno verte —dijo sinceramente.
Cuando estaba a punto de dar un paso atrás, mi padre lanzó sus
brazos alrededor de mí otra vez y me aplastó contra su pecho. Él había
dejado que su cuerpo se fuera a la mierda hace años. Pero ahora, era
mucho más fuerte de lo que recordaba. ¿Había estado entrenando de
nuevo? Eso parecía imposible. Suspiré mientras me palmeaba la
espalda varias veces.
—Bueno, papá. Basta.
Se relajó cuando dije papá.
Me soltó y lo miré otra vez. Sus ojos estaban húmedos.
—Te ves guapo como siempre, hijo. —Sonrió, con la boca
temblorosa—. Apuesto que las damas te han estado persiguiendo, ¿no?
Arqueé una ceja evasiva.
—He oído todo sobre cómo has vendido todo en Charboneau —
continuó—. Fui a ver todo el día después de la noche de apertura. Un
trabajo increíble, paidi mou. Tus figuras femeninas ponen a las mías en
vergüenza.
Lo miré duro, por un rato largo.
—No te estoy mintiendo, paidi mou. En mis mejores días, no pintaba
como tú ahora.
Mi pecho se apretó y mis ojos se calentaron. El que mi padre dijera
eso, y sobrio, me impactó. Mi padre nunca exageraba cuando hablaba
de las obras de arte. No era duro, pero nunca me alabó de mentira. Era
honesto, directo y alentador. Pero nunca dijo lo que no quería decir.
Había estado esperando oír palabras como esas de él durante toda mi
vida. Él tenía tanto talento que nunca pensé que yo también. Estaba
sorprendido.
Mi voz se entrecortó cuando dije:
—Gracias, Bampás.
La sonrisa de mi padre se amplió a través de sus dientes derechos y
blancos. Lágrimas silenciosas caían de sus ojos, manchando la
chaqueta del traje. Me agarró y me abrazó con más fuerza que antes.
Lo dejé.
Mi abuelo frotó la espalda de mi padre con cariño. Sus ojos
estaban húmedos también. Luego se volvió hacia Russelll y le dijo:
—Mi nieto es un buen chico.
—Sí, lo es —dijo Russelll firmemente.
Yo también estaba a punto de llorar. Cuando mi padre soltó su
abrazo, se me ocurrió mirar a Russelll que estaba maravillado como si
estuviera presenciando un milagro. Tal vez lo era.
—Orden en la sala ahora —anunció el alguacil uniformado desde
el frente de la sala.
Hasta aquí la feliz reunión familiar.
Era hora de pelear.
Samantha
El tráfico se estancó antes de que llegara a la división 805. Estaba
estacionada, literalmente, en mi VW en un océano de otros
conductores frustrados.
Justo al norte del campus SDU, la autopista 5 se divide en dos
caminos, el 5 y 805. Generalmente, el tráfico se aligeraba en ese punto
ya que de repente, había el doble de carriles.
Había esperado que el alto en el tráfico en Del Mar fuera temporal.
No tuve tanta suerte.
Estaba atorada. No podía llegar a una rampa de salida para
retomar por las calles porque el tráfico no se había movido en los últimos
diez minutos. Lo sé, porque estaba mirando el reloj en mi tablero.
Consideré conducir por el arcén. Muchos conductores habían
hecho precisamente eso en el último par de minutos. En tiempos
desesperados se necesitaba tomar medidas desesperadas. El único
problema era que estaba en el tercer carril y había un camión de
dieciocho ruedas entre yo y el arcén a mi derecha. No había manera
de que pudiera moverse fuera del camino, y estaba acorralada por
autos delante, atrás y a la izquierda.
Si mi VW hubiese sido más pequeño, hubiera conducido por
debajo del camión de dieciocho. Lo había visto en una película, pero
no tenía un auto deportivo.
¿Tal vez necesitaba salir del auto y pedirle a uno de los que
estaban manejando por el arcén que me llevaran?
Un segundo después, una patrulla de la autopista de California
pasó con las luces intermitentes puestas y la sirena a todo volumen.
Probablemente iba a detener a los conductores que iban por el arcén y
a ponerles una multa.
¡Ufff!
¿Podría alquilar un helicóptero y llamar para que me recojan?
Probablemente no. ¿Y si llamara al 911 y les dijera que tenía que ir al
hospital? Lástima que eso no me ayudaría a llegar a la corte.
¿Qué iba a hacer? Eran veinticinco kilómetros hasta el centro.
Espera. Podría correr veinticinco kilómetros. No me llevaría más de, oh,
no sé, ¿dos horas?
Qué mal que estuviera usando tacones.
¿Dónde estaban los zapatos corrientes de Taylor Lamberth cuando
los necesitaba? Debería haber aprendido la lección. Nunca usar
tacones. Los tacones eran malos.
Medio que me reí y lloré de mi humor negro.
Había estado quieta desde hace veinte minutos.
Ahí fue cuando me di cuenta de que salía humo negro hasta el
cielo en la distancia.
Debió de haber ocurrido un accidente.
Sabía que los camiones de bomberos estarían por pasar y
despejarían la carretera en cualquier momento, ¿no? ¿Abrirían el
camino y lograrían que, al menos, uno o dos carriles se movieran?
¿No?
Diez minutos más pasaron sin que pasara un solo camión de
bomberos o una ambulancia. ¿Dónde estaban? La gente podría estar
muriendo en sus autos destrozados. ¡Alguien tenía que ayudarlos para
que pudiera llegar a la corte!
¿Por cuánto tiempo me llevaría caminar? ¿Cuán rápido podría
caminar? ¿Cuatro kilómetros por hora? ¡Podría llegar al centro en cinco
horas! ¿Christos todavía estaría en la corte?
¿Pero podría caminar veinticinco kilómetros en tacones?
Mierda.
Tan pronto como este día terminara, iba a tirar a la basura cada
zapato que tuviera tacón. Iba a ser una de esas mujeres que vestían
trajes de negocios y zapatillas deportivas durante su hora de almuerzo,
iba a hacerlo durante todo el día. ¡Me gustaría encabezar un
movimiento para liberar al mundo de los zapatos con tacones! ¡Señoras!
¡Libérense de sus cadenas! ¡Quemen sus tacones! Así es, eso iba a
funcionar. Cuando se trataba de sustancias adictivas, los zapatos de las
mujeres eran peor que la cocaína y el crack. Lo sabía por experiencia.
Otros diez minutos pasaron sin que nos moviéramos ni un
centímetro. La gente ya había salido de sus autos para mirar alrededor y
ver qué estaba sucediendo.
Finalmente pasó una ambulancia seguida de un camión de
bomberos.
Mi buen humor había desaparecido. Estaba atascada de verdad.
¿Tal vez podría caminar a la rampa más cercana y llamar a un taxi?
Pero con el tráfico detenido, ¿cómo llegaría el taxi? Mierda.
¿Qué iba a hacer?
Traté de llamar a Christos. No hubo respuesta. Estoy segura de que
estaba en la corte en medio del juicio. No quiso contestar.
Esto me estaba matando.
Tenía pruebas contundentes de que Christos era inocente, pruebas
incontrovertibles de que había actuado en defensa propia. Todo lo que
tenía que hacer era dárselo a él y a su abogado. Ellos sabrían qué
hacer.
¿Pero que importaba si no podía localizarlos?
Ni siquiera sabía el nombre del abogado de Christos, de lo
contrario hubiera llamado a su oficina para decirles lo que sabía. Estoy
segura de que el tipo tenía una secretaria que podría enviar a un
asistente a la corte o lo que sea.
Golpeé el volante varias veces.
—¡Jodeeeeeeer! —grité.
En ese momento, era completamente inútil.
Christos
—Todos de pie para la Honorable Geraldine Moody, presidiendo —
dijo el alguacil.
La tercera vez siempre era la vencida. Las dos últimas veces que
escuché esa frase, durante mi comparecencia y previa al juicio, no era
gran cosa. Ahora esto era en serio.
Después de mi juicio, iba a salir de esta sala a uno de dos lugares.
Libertad o prisión.
La Jueza Moody se acercó a su trono. Llevaba más maquillaje de lo
que había visto antes, y tenía el cabello recogido en un moño
cuidadosamente. Estaba bien vestida, una mujer atractiva que podía
joderme con un solo golpe de su martillo. No es el tipo de joder que me
gusta pensar.
Resoplé un suspiro mientras se acomodaba.
Estaba cansado de esperar. Vamos a hacer que esta mierda
empiece.
George Schlosser y sus ayudantes idiotas A. D., Stanley y Natalia,
parecían dispuestos a babear sobre mi cadáver.
Al diablo con ellos. Todavía estaba pateando y respirando.
Cuidado, hijos de puta.
—Por favor, siéntense —dijo la jueza seriamente desde su banco—,
ahora estamos en el expediente del Estado de California vs. Christos
Manos, número de caso SD-2013-K-071183A. Todas las partes están
presentes. Y así comenzamos —terminó ominosamente—, alguacil, por
favor llame al jurado.
El alguacil abrió una puerta lateral y doce miembros del jurado,
una mezcla de hombres y mujeres de diversas edades y etnias, entraron
en el tribunal del jurado y se sentaron. Varios de ellos parecían aburridos.
Otros parecían contentos de cumplir con su deber cívico. Algunos
parecían preferir estar en cualquier otro lugar excepto aquí.
Fue entonces cuando la realidad de mi situación me dio una
bofetada en el rostro. ¿A quién quería engañar? Esto no era una pelea
a puñetazos. Durante las siguientes tantas horas, tenía que quedarme
quieto y mantener la boca cerrada. No hay puños, ni rodillas, ni
codazos, nada. Todo lo que podía hacer era esperar y rogar que el
jurado prestara atención, mantuviera una mente abierta, y no se dieran
prisa para juzgarme.
Esto iba a ser una tortura.
Maldito Cristo. ¿Sirven bourbon a los acusados? Me vendría bien un
trago o doce.
El vice fiscal del distrito George Schlosser se acercó al podio para
dar su declaración inicial al jurado. Se tomó su tiempo, mirando a cada
uno de los doce miembros del jurado a los ojos antes de abrir la boca.
¿Iba a decir algo, o simplemente a sonreír placenteramente toda la
mañana?
La sala del tribunal estaba en completo silencio.
—Sí, golpeé al tipo —dijo Schlosser, asintiendo de manera
dramática, mirando a varios miembros del jurado—, sí, golpeé al chico
—repitió antes de detenerse para más efecto dramático—, señoras y
señores del jurado, estos son palabras propias del acusado, dadas
durante una entrevista con el Departamento de Policía de San Diego,
unos días después de haber agredido a Horst Grossman.
Schlosser puso las manos en sus caderas, empujando la chaqueta
hacia atrás con sus brazos, y en una voz llena de acusación y prejuicio,
dijo:
—El propio acusado admitió que sí, de hecho, golpeó
violentamente a Horst Grossman en el estómago el 26 de septiembre
2013. —Schlosser asintió con autoridad.
¿Violentamente? ¿Qué se puede esperar cuando el bueno de
Grossman me llamó un maldito idiota y trató de atacarme? ¿Se suponía
que debía darle un puñetazo amistoso o tal vez uno suave? No me
jodas.
Basado en la entrega de Schlosser, se podría pensar que ya había
ganado el juicio. ¡Qué imbécil! Él no estaba allí. No sabía que pasó.
Aprieto los dientes y hago mi mejor intento de verme tranquilo, frío y
amable. Russell me había advertido que no muestre mis emociones, o el
jurado podría aferrarse a lo que sea que haga como si fuera prueba de
mi culpabilidad.
Schlosser sonrió ante el jurado como si fueran viejos amigos.
—Ustedes se preguntarán por qué estamos siquiera teniendo un
juicio hoy, si el acusado ya admitió golpear a Horst Grossman. Es
culpable, ¿verdad?
Mierda. Sabía exactamente lo que estaba haciendo Schlosser.
Estaba plantando semillas en la mente del jurado. Era bueno. Sabía
algunos trucos por mi cuenta. Lástima que no podía usar ni uno en la
sala del tribunal.
—La razón por la que estamos aquí hoy, señoras y señores del
jurado, se debe a que el acusado quiere que crean que golpeó a la
víctima en defensa propia. —Se burló Schlosser, como si no pudiera ser
cierto.
Me di cuenta de que los ayudantes de Schlosser, Stanley
Whitehead y Natalia Valenzuela, estaban viendo su actuación con
evidente admiración. Noté que ambos hacían reverencia y raspaban a
los pies de Schlosser. No podía culparlos. Si quisiera ser un parásito,
probablemente también lo haría con Schlosser. Malditas sanguijuelas.
—Miembros del jurado, les pido que den un vistazo a la prueba 86 B
en la pantalla de proyección —dijo Schlosser, haciendo clic en los
botones en su computadora portátil en estrado.
Una gran foto apareció en la pantalla montada en la pared frente
a la tribuna del jurado, llenándola como una unidad en la sala de cine.
La imagen se divide por la mitad conmigo a la izquierda y Horst
Grossman a la derecha. Lucía como el Increíble Hulk de pie junto a un
viejito.
La razón de esta discrepancia era evidente.
La imagen de mí era del día que me habían arrestado. Llevaba
una camiseta blanca de mangas cortas y cuello en V. Mis brazos
musculosos, cubiertos de tatuajes, estaban resaltando fuera de mi
camiseta. En claras letras negras en la pared gris detrás de mí había una
línea de medición horizontal con los números un metro noventa y cinco
rozando la parte superior de mi cabello.
La foto de Horst había sido tomada en un momento diferente
frente a una pared blanca al azar. No había líneas de medición detrás
de él. Horst podría ser un metro o dos metros setenta, pero sin ningún
tipo de números, no había forma de saber. Sea cual sea su altura real,
su cabeza fue colocada mucho menor que la mía, creando la ilusión de
que era mucho más bajo. Por último, a la foto de Horst le habían
disminuido el zoom. No tanto como para ser cómicamente engañosa,
pero lo suficiente para que Horst pareciera un hombre pequeño,
insignificante al lado de un titán gigantesco.
Esto era jodidamente absurdo. Sabía por haberme parado a dos
centímetros de Horst Grossman que no era tan pequeño como esta
imagen le hacía parecer.
La foto había sido dividida en pantalla por dos segundos antes que
Schlosser dijera:
—El acusado quiere que crean que Horst Grossman lo hizo temer
por su vida ese día…
—Objeción, su señoría —cortó Russell con autoridad—, esta
evidencia es abiertamente perjudicial.
—Ha lugar —dijo la jueza Moody. Dirigió una mirada severa a
Schlosser y dijo:
—Abogado, quite esa diapositiva de inmediato.
—Desde luego, su señoría —comentó Schlosser acordando. Hizo
clic en su computadora portátil y la pantalla quedó en negro.
—Los miembros del jurado —dijo la jueza—, van a pasar por alto
esa foto. Que la transcripción de la corte refleje que la prueba 86 B ha
sido removida de la evidencia.
No importaba. El jurado no iba a olvidar la foto ahora que la
habían visto. Peor aún, ninguno de ellos había visto a Horst Grossman en
persona porque ni siquiera estaba en la sala del tribunal. Si lo hubiera
estado, lo justo sería que Horst y yo nos pusiéramos de pie hombro con
hombro frente al jurado para que pudieran ver por sí mismos nuestras
diferencias de tamaño real. Pero esa no era la forma en que
funcionaba.
George Schlosser sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Estaba empujando las normas del derecho hasta el límite, y estaba
saliéndose con la suya.
No era la primera vez que mierda como ésta me ocurría cuando
estaba en la corte. Todo lo que podía hacer era quedarme quieto y
aguantarlo en silencio.
El resto de la declaración inicial de Schlosser era casi tan atroz y
engañosa como la foto de división, pero no había nada abierto que
Russell pudiera objetar. Todo estaba en la forma en que Schlosser
pronunció su argumento: su tono de desprecio y burla en la voz, el
lenguaje corporal, y la elección de las palabras. Schlosser era un
hombre despreciablemente brillante.
Cuando Schlosser terminó y se sentó en la mesa de la fiscalía,
Russell se inclinó y en voz muy baja me susurró al oído:
—Después de nueve años de trabajo bajo la cabeza Fiscal de
Distrito, Schlosser sigue siendo nada más que un joven tratando de
probarse a sí mismo. Su único objetivo de hoy es afinar los puntos de su
gloriosa carrera en su piel mientras que sube la escala política. El único
problema es que hay un león de montaña en esta sala, listo para hacer
caer su mierda un peldaño. Y ese león de montaña soy yo. No te
preocupes, hijo. Voy a tener la cabeza de Schlosser en mi pared antes
de que termine el día.
Sonreí.
—No sonrías —ordenó Russell bruscamente cuando se levantó y se
acercó al estrado.
Russell era un malote consumado durante su discurso de apertura.
Era amable, juicioso, directo al grano, se centró en los hechos, y
desmanteló la mayor parte de los argumentos inflamatorios de Schlosser
con facilidad.
Los hombres y las mujeres en el tribunal del jurado, que habían
lucido a punto de colgarme del árbol más cercano en un nudo
apretado, asintieron pensativos ante las palabras de Russell, cautivados
por su confianza, sin la presencia de mentiras.
Cuando Russell terminó y se sentó en la mesa de la defensa junto a
mí, suspiré de alivio.
No podía imaginar un mejor abogado en mi esquina del ring que
Russell Merriweather.
El único problema era que iba a ser de ida y vuelta así todo el día.
Russell Merriweather y George Schlosser estaban igualados. Cuando
llegaba al punto, este ensayo dependía de mi palabra contra Horst
Grossman, y de si el jurado cree una palabra de lo que diga después de
que Schlosser los estimulara con historias de mi verdadero estilo de vida
del crimen.
La gente no estaba inclinada a creer en un criminal convicto.
Schlosser tenía la ventaja.
Si solo tuviéramos algo mejor con que trabajar.
Samantha
Había pasado más de una hora desde que el tráfico se había
detenido. Había una neblina negra en el aire que olía a goma
quemada y carne cocida. Era nauseabundo por no decir más.
Finalmente un tipo de pie fuera de su Toyota Camry me dijo que no
era una pila de cadáveres en llamas. Gracias a Dios por eso. Al parecer,
un camión refrigerado de una tienda de comestibles Ralph se había
volcado y encendido en llamas. Otros varios autos estaban implicados,
todos en llamas. La CHP15 no dejaba que nadie condujera a través del
infierno.
Pero había visto un helicóptero de Life Flight aterrizar adelante. ¿Mi
deseo había sido concedido? ¿Era posible?
Por supuesto que no.
Estaba bastante segura de que lo necesitaban para alguien que
estaba herido de gravedad. Sí, había considerado preguntar si me
podían dar un aventón después de dejar a los heridos en el hospital. No,
realmente no me acerque a la escena del accidente a preguntar.
15
Patrulla de California
Los rumores sobre cuando el tráfico se movería de nuevo variaron
desde una hora a cuatro. Solo podía cruzar los dedos y esperar.
Llamé a Christos varias veces más. Sin respuesta.
Llamé a Madison que llamó a Jake para preguntarle si sabía quién
era el abogado de Christos. Jake nunca respondió. Madison dijo que
estaba surfeando y que podrían pasar horas hasta que revisara su
teléfono. ¿Qué tenían los surfistas profesionales que tenían que pasar
todo su tiempo en las olas?
Maldita sea. No había nada que pudiera hacer más que esperar.
Christos
George Schlosser llama a una serie de testigos al estrado, todos los
cuales habían estado en la escena el día que le había un puñetazo a
Grossman. Todos sonaron razonables y creíbles.
El problema era que ninguno tenía una visión clara e ininterrumpida
de todo el asunto de principio a fin y nadie había oído nada que
Grossman o yo habíamos dicho ese día porque los ruidos del tráfico
eran demasiado fuertes, o habían estado demasiado lejos o sus
ventanas estaban subidas y no habían oído nada en absoluto.
Se podría pensar que eso funcionaría a mi favor. Por desgracia, la
ley dice que si no podías demostrar que habías actuado en defensa
propia, el jurado tendría que encontrarme culpable de asalto porque
había golpeado a Horst Grossman. Era así de simple.
Y en este momento, lo que el jurado tenía para trabajar era como
entregar una novela de misterio con la mitad de las páginas
arrancadas, incluyendo el final, y preguntarles quién era el asesino. Sólo
podían adivinar.
En otras palabras, el marcador era, el Estado: 1, Yo: 0.
En hockey sobre hielo y fútbol, después de un montón de andar,
muchos juegos terminaban con uno a cero en el marcador. Tenía la
esperanza de las cosas salieran de manera diferente para mí.
Necesitaba alguien para correr y anotar un touchdown de seis puntos
en la zona de anotación. Lástima que nadie con piernas tuviera el
balón.
—El Estado llama a su siguiente testigo— dijo la juez Moody.
Desde su asiento en la mesa de la fiscalía, George Schlosser dijo —
El estado llama a Edna Holloway.
Un oficial uniformado caminó fuera de la sala a buscarla. Un
minuto más tarde, el oficial llevaba a una anciana hasta el podio.
Llevaba un vestido azul marino largo hasta la espinilla y un sombrero
pastillero que flotaba en la espuma de su cabello blanco. Agarraba
firmemente un estrecho bolso dorado de señora grande en sus manos
enguantadas. A pesar de su edad, caminaba erguida y con propósito.
Mi primera impresión fue que probablemente había picado barriles
abiertos de cerveza y de licor con un hacha de madera durante la
prohibición, o había llevado a un ejército de sufragistas durante los
primeros cargos para asegurar los derechos de voto de las mujeres en
EE.UU. durante el siglo 19.
El alguacil le indicó a Edna que levantara su mano derecha,
mientras decía:
—¿Jura solemnemente que su testimonio será la verdad, toda la
verdad y nada más que la verdad, o que Dios la ayude?
—Sí —dijo Edna Holloway.
El alguacil la llevó a sentarse en el banquillo de los testigos.
George Schlosser le hizo a la señora Holloway una serie de
preguntas probatorias de que era profesora jubilada de matemáticas
de 83 años de la secundaria que vivía en Del Mar y nunca faltaba un
domingo en la iglesia. Había estado un poco fuera de su edad. Edna
también le dijo al jurado cómo había estado fuera paseando a su
pastor alemán Greta en el sendero que bordeaba la autopista Pacific
Coast, cuando vio que le di un puñetazo a Horst Grossman. Había
tenido una visión clara de los hechos, y se había quedado para cumplir
con su deber cívico y decirle a la policía su versión de los hechos.
George Schlosser le sonrió desde el podio.
—Señora Holloway, por favor, dígale al tribunal lo que pasó en los
momentos previos al asalto.
—Vi a ese hombre —me señaló con fuerza—, bajar de su moto,
caminar hasta Horst Grossman, y golpearlo sin provocación. —Asintió
para dar énfasis, sus labios arrugados y apretados con tanta fuerza
como la bolsa de mano que aferraba en sus manos enguantadas. Uno
pensaría que estaba preocupada por los carteristas.
Russell se puso de pie y dijo: —Objeción a la utilización de la frase
―sin provocación‖, su señoría. La señora Holloway no estaba al tanto de
la conversación entre el Sr. Manos y el Sr. Grossman. No tenía manera
de saber lo que se decía entre los dos hombres. Por lo tanto, no puede
hablar de asuntos de provocación.
—Sostenida —dijo la juez Moody—. Por favor, quite la frase ―sin
provocación‖ del testimonio de la señora Holloway. Los miembros del
jurado tendrán en cuenta su observación.
Schlosser echó la sonrisa de una serpiente en dirección de Russell
antes de volverse hacia el estrado de los testigos.
—Señora Holloway, en cualquier momento, ¿vio a la víctima
golpear o patear al acusado?
—No.
—¿Atacó al acusado de cualquier manera antes de que el
acusado le diera un puñetazo?
—No. Vi toda la cosa, desde el momento en que el acusado se
bajó de la motocicleta hasta el momento en que se alejó. Nunca vi al
Sr. Grossman atacarlo.
Schlosser asintió victoriosamente.
—¿Qué pasó después de que el acusado golpeó al Sr. Grossman?
—Le diré lo que pasó después. El Sr. Grossman cayó. Entonces vi
con horror como el acusado arrastraba al Sr. Grossman a un lado de la
carretera y lo dejaba en la acera como basura —escupió—. Igual que
basura. Nunca he visto a un joven darle tan flagrante falta de respeto
con un anciano en toda mi vida. Luego se alejó sin ninguna
preocupación por la salud y el bienestar del Sr. Grossman. Después de
eso, se subió a su moto y se fue a quién sabe dónde.
Eso estaba mal. Le había preguntado a Grossman si quería una
ambulancia. Había dicho que no. Por supuesto, Edna Holloway no sabía
eso.
—Gracias, señora Holloway —le dijo Schlosser—. Nada más.
Schlosser se sentó y Russell se acercó al podio.
—Señora. Holloway —dijo Russell en tono amable—, ¿pudo
escuchar algo de la conversación entre el Sr. Manos y el Sr. Grossman?
—No lo hice. —Los ojos de Edna Holloway brillaron hacia Russell
como si fuera el atracador que, sin duda, robaría su bolso de sus manos
enguantadas. Apretó alrededor de él y se sentó con la espalda recta y
rígida, con la cabeza bien alta.
—¿Los vio hablar uno con el otro? —continuó Russell.
—Lo hice. — La señora Holloway miró a su alrededor a la defensiva,
como si Russell estuviera tratando de atraparla en una mentira.
—Pero ¿no escuchó ninguna parte del contenido de su
conversación?
—No lo hice —dijo con cautela.
—¿Cómo caracterizaría el lenguaje corporal del señor Manos
durante la conversación?
Recordé claramente que había estado tranquilo y relajado ese día.
No me había exaltado hasta que me dijo que diera una maldita
caminata.
—Agresivo —dijo Edna Holloway—, y de confrontación.
No me jodas. No hay nada como el testimonio de testigos oculares
para llegar al fondo de las cosas. Sólo que en este caso, Edna estaba
paleando tierra de la tumba que estaba cavando para mí con cada
palabra de su boca.
—¿Está segura? —preguntó Russell dubitativo.
—Sí —dijo ella con fuerza.
—¿En algún momento vio al señor Grossman moverse para atacar
el Sr. Manos?
—No.
Eso estaba mal. Diez segundos después de levantarse en mi cara y
gritarme de cosas, Grossman se había abalanzado como un toro de
carga. Ahí es cuando le di un puñetazo. Una vez. Sonaba como auto
defensa para mí.
—¿Nunca vio al Sr. Grossman ir hacia el señor Manos? —preguntó
Russell con escepticismo.
—No —dijo ella con firmeza.
—¿Vio al Sr. Grossman ir hacia el señor Manos?
—No.
—¿Él no se movió en absoluto?
—No. El Grossman se quedó donde estaba todo el tiempo. No me
importa de cuántas maneras me lo pregunte, señor. Ese joven lanzó el
primer y único golpe. —Después de una pausa, miró a Russell y añadió—
: Sin provocación —como si estuviera escupiendo con sus ojos.
Russell la ignoró.
Sólo tenía que deslizar eso, ¿verdad? ¿Quién diablos era esa
mujer?
Brianna le dio a mi mano un breve apretón tranquilizador debajo
de la mesa. Conocía la historia, se la había dicho y a Russell tantas
veces. La miré y ella sonrió brevemente. Ninguno de nosotros quería
llamar la atención sobre nosotros mismos. Ella volvió a tomar notas en su
computadora portátil y a preparar los archivos mientras volvía a verme
soso y en calma.
Russell trabajó con Edna Holloway con preguntas por los siguientes
veinte minutos, llegando a ella desde todos los ángulos, pero Edna
Holloway no se movió. Lo último que Russell quería hacer era verse
como si estuviera acosando a la testigo, por lo que finalmente dio
marcha atrás y dijo:
—No hay nada más, su señoría. —Antes de sentarse.
El marcador cambió, el Estado: 2, y Yo: 0.
Después de que la señora Holloway abandonó el estrado de los
testigos, el oficial llevó a Horst Grossman a la sala del tribunal para
prestar juramento.
Lástima que no pudiera estar junto a Grossman para que el jurado
pudiera ver nuestra diferencia de tamaño real. Horst no era tan grande
como yo, pero de ninguna manera era el pequeño hombre de la foto al
lado de mí que el Fiscal de Distrito había llevado a hacerle creer al
jurado.
El gran estómago de Grossman no había cambiado. Sobresalía de
las solapas de su chaqueta raída. El chico parecía que no se podía
permitir ropa nueva. Sabía que era una mierda. Conducía su Mercedes
convertible de costumbre, por el amor de Dios. Atrás quedó su joyería
de oro y la camisa de seda cara y pantalones ajustados que se había
puesto el día que lo había golpeado.
También faltaba el tupé de lujo. Recuerdo haber pensado que el
tipo tenía una gran cabeza llena de cabello. Ahora lucía una calva
fibrosa. Se veía como un ineficaz chofer de autobús de la ciudad con la
esperanza de una jubilación anticipada.
Horst Grossman cojeó su camino hacia el estrado de los testigos.
Respiraba pesadamente, como si estuviera escalando el monte Everest.
Qué espectáculo navegante. Que le dieran un Oscar al tipo.
Reprimí el deseo de dejar escapar una risa cómica. Ridículo.
George Schlosser se inclinó pacientemente frente al podio y sonrió
mientras el pobre Horst se acomodaba en la silla de los testigos con una
serie de gruñidos y sonidos. Me sorprende que no hubieran llevado a
Horst en una cama de hospital con un tubo intravenoso saliendo de su
brazo.
Schlosser le hizo a Grossman todas las preguntas habituales para
identificar quién era y dónde vivía. Grossman también divagó sobre la
familia que adoraba con locura, su participación desinteresada en la
comunidad, y sus considerables contribuciones caritativas. En su tiempo
libre, no tenía ninguna duda de que Horst patrocinaba a miles de niños
hambrientos que vivían en países del Tercer Mundo, con regularidad
rescataba gatitos atrapados en los árboles y ayudaba a viejitas a cruzar
la calle. Que alguien llamara al Vaticano. Necesitaban reconocer
oficialmente a Santo Horst Grossman y hacer algunas estatuas del
chico.
Finalmente, Schlosser se zambulló en el testimonio relevante. —La
pregunta en la mente de todos, Sr. Grossman, es ¿por qué salió de su
auto en primer lugar, poniéndose en peligro?
Grossman asintió con respeto, como un niño bueno que siempre
hacía lo que le decían. Eh, ajá. Hacía a Sir Anthony Hopkins parecer un
actor de jamón en la comedia de los hermanos Wayan. Grossman dijo:
—Pensé que la mujer que conducía el Volkswagen, la que se había
detenido frente a mí, estaba teniendo algún tipo de problemas con el
auto. El semáforo estuvo en verde por mucho tiempo, y su auto no se
había movido. Así que salí de mi auto para comprobar que estuviera
bien.
Tomó todo lo que tenía no dejar escapar una risa. Grossman había
querido matarla, no ayudarla.
Grossman continuó:
—Resultó, que había derramado su café en todo el auto. Le
pregunté si necesitaba ayuda. Ella dijo que no, que estaba bien. Le
sugerí que debería hacerse a un lado del camino para dejar pasar el
tráfico.
¿Qué? Estaba mintiendo totalmente. Había estado girándole a
Samantha y diciéndole ofensas. El chico había estado tan ebrio, que
me sorprendió que no se hubiera dado un golpe. Es por eso que me
acerqué al auto de Samantha en primer lugar. Grossman había estado
tratando de forzar la ventana hacia abajo para poder llegar a ella.
Cuando eso no funcionó, había empezado a dar patadas en la puerta
del auto.
—¿Ése fue el momento en el que el demandado se le acercó?—
Preguntó Schlosser.
—Sí. Me sorprendió. Nunca lo vi. Lo siguiente que sé, es que me dijo
que retrocediera como la mierda. No tenía ni idea de lo que estaba
pasando. Había estado tratando de ayudar a la joven en el VW. Me
volví hacia él para que pudiera explicármelo. Fue entonces cuando lo
noté. Me sorprendió, nunca lo vi venir.
¿Hablaba en serio? ¿O simplemente estaba malditamente loco?
—¿Dónde lo golpeó el acusado? —preguntó Schlosser.
—En el estómago. Sentí el dolor dispararse hacia mi vientre, y creo
que el viento fue sacado de mí. No podía respirar o incluso ponerme de
pie, por lo que caí de rodillas. Antes de que pudiera recuperarme,
agarró la parte de atrás de mi camisa y me levantó. Mi camisa fue a mi
garganta y no podía respirar. Luego me arrastró hasta la orilla de la
carretera. Yo estaba tratando de mantenerme en pie, pero él estaba
empujándome tan rápido, que no dejaba de tropezar. Creo que la
única razón por la que no caí sobre mi cara fue porque me tenía por el
cuello de mi camisa. Cuando llegamos a la acera, me tiró al suelo.
Schlosser continuó haciéndole a Grossman una letanía de
preguntas: la gravedad de sus heridas, cuánto tiempo estuvo fuera del
trabajo, la cantidad de dolor que sintió inmediatamente después del
ataque y en las semanas siguientes. Siguió y siguió. Horst Grossman
sonaba como el hombre más débil, razonable en el planeta. George
Schlosser era tan inteligente con sus preguntas, que hubo poco que
Russell pudiera objetar.
Estaba en el borde de mi asiento cuando Schlosser finalmente
volteó las cosas hacia Russell.
Russell caminó con confianza al podio y fue directamente a
trabajar con Grossman.
—¿Se acuerda de haberle dicho algo al señor Manos cuando se le
acercó?
—No que yo recuerde —Grossman respondió con prontitud.
—¿No le dijo nada para provocarlo?
—No que yo recuerde.
—¿No hizo ningún comentario amenazante?
—No que yo recuerde.
Joder, Grossman tenía el recuerdo más selectivo de todos los
tiempos. Si iba a mentir a través del interrogatorio, estaba jodido.
—¿Cuánto tiempo estima que pasó entre el momento en que se
volvió hacia el señor Manos y cuando afirma que fue atacado?
—No lo sé, ¿tal vez cinco segundos? —dijo Grossman, pensativo.
Ahora lo recordaba. Lástima que su recuerdo era un poco
impreciso.
—¿Hizo algún movimiento que pudiera haber provocado al Sr.
Manos?
—Ninguno que yo recuerde.
—¿No se movió hacia él de repente?
—No lo creo.
Russell puso los ojos en blanco notablemente. No podía culparlo.
Quería rodar los míos, pero me quedé mirando directamente a
Grossman tan suavemente como me fue posible. Tenía la esperanza de
que el jurado no detectara las dagas y balas escondidas en mis ojos,
porque estaban volando a mil rondas por minuto.
Russell le preguntó a Grossman.
—¿No se movió ni una pulgada?
—No lo creo —respondió Grossman.
—¿Se quedó parado e inmóvil, como una estatua? —preguntó
Russell en un tono que rayaba en lo cómico.
Grossman se rió entre dientes agradablemente.
—Por supuesto que no. Pero no hice ningún movimiento brusco.
—¿Está seguro? —dijo Russell dubitativo—. Le recuerdo, Sr.
Grossman, está testificando bajo juramento.
Las cejas de Grossman se fruncieron. —Ya lo sé, señor, y no hice
ningún movimiento brusco.
—Eso parece extraño para mí, Sr. Grossman. ¿Está diciendo que el
acusado se bajó de su motocicleta, se acercó a usted, a un completo
desconocido, y simplemente le dio un puñetazo en el estómago?
¿Luego se lo llevó a la acera y le preguntó si necesitaba una
ambulancia?
—Fue la cosa más extraña... —Grossman reflexionó pensativo.
—Lo fue, ¿no? —Russell se maravilló, con una sonrisa de
incredulidad tirando de las comisuras de su boca.
Yo estaba maravillado también. Grossman estaba mintiendo
totalmente. Pero no había manera de demostrarlo.
Russell le hizo más preguntas sobre el ataque y las secuelas,
incluyendo las supuestas lesiones de Grossman, pero el hombre desvió
todas las preguntas de Russell como el mayor metedor de goles en la
historia de los deportes. No lo podía creer. Grossman era un profesional
total en el estrado.
Russell finalmente se quedó sin preguntas y se sentó.
—¿Alguna cosa más, consejero? —preguntó el juez.
—No, su señoría —dijo Schlosser desde la mesa del fiscal.
—Nada más, su señoría —dijo Russell.
—El Estado descansa, su señoría —dijo Schlosser.
Grossman bajó del estrado de los testigos.
—Muy bien —dijo La Jueza Moody—, vamos a tomar un breve
receso de quince minutos, entonces la defensa llamará a su primer
testigo. —Golpeó el martillo con carácter definitivo.
Mierda. El marcador cambió a: Estado: 3, Yo: 0
La única manera de que fuera a sumar algún punto con el jurado
sería cuando Russell me llamara al estrado, y me diera la oportunidad
de finalmente contar mi versión de los hechos. Si tenía suerte, eso me
ganaría un punto con el jurado, con lo que la puntuación sería 3 a 1.
Lástima que Schlosser siguiera con preguntas sobre mi pasado criminal
durante el interrogatorio. Podía muy bien socavar cualquier ventaja que
hubiera obtenido al contar mi versión de los hechos. Si las cosas salían
mal, después de que terminara de declarar, el resultado podría ser de
nuevo 3 a 0, o peor, el jurado podría verme como a un criminal. Debido
a que todo el mundo lo sabía: una vez un criminal, siempre un criminal.
Eso sumaría un punto para el juicio. De la forma en que lo veía, pondría
las cosas 4-0.
Lamentablemente, no importaba. Ya estaba 3-0, 3-1, o 4-0, era el
perdedor en todos los escenarios.
Necesitaba un receptor abierto de la NFL corriendo directo en este
campo de fútbol y que diera un pase de touchdown de Ave María, o
estaba jodido.
Lástima que no hubiera receptores abiertos en el fútbol.
Samantha
El atasco de tráfico finalmente se despejó lo suficiente para que los
equipos de emergencia y los autos empezaran a avanzar. Llevó una
eternidad para que todos se metieran en el carril que estaba abierto y
pasar alrededor de los restos del accidente.
El semi de Ralph y los otros vehículos involucrados en el accidente
estaban todos torcidos, quemados y ennegrecidos. Los bomberos
seguían pululando alrededor y regaban las cosas, pero nada parecía
estarse quemando ya. Las personas que habían sido levantadas en el
aire por el helicóptero se habían ido. Me tomé un momento para
recordarme a mí mismo que sus días eran mucho peores que los míos.
Yo me limité a los 65 kilómetros por hora en el camino al centro,
paranoica de que pudiera ser multada por la CHP si trataba de
acelerar. No necesitaba más retrasos. Mantuve una distancia de cuatro
centímetros de los autos delante de mí. No quería entrar de alguna
manera en un accidente yo también. Esa perra de la Srita. Suerte había
estado trabajando en mi contra durante toda la mañana, así que no le
daría ninguna oportunidad de detenerme más.
Salí de la autopista a la calle delantera y me dirigí hacia el palacio
de justicia. Había un montón de calles de sentido único y di la vuelta
varias veces antes de encontrar el palacio de justicia en Broadway.
¿El tribunal tenía aparcamiento con prioridad para las novias con
pánico? No. ¿Tenían estacionamiento en absoluto? Ninguno que
pudiera ver.
Tenía la tentación de deshacerme de mi auto en la escalinata del
palacio de justicia y correr dentro. Mierda. Esa no era una opción.
Conduje alrededor de la cuadra y me detuve en el primer
aparcamiento que pude encontrar. ¡Querían veinticinco dólares! No me
importaba. Tomé la nota del encargado del aparcamiento y aparqué
en el tercer piso.
Tomé mis tacones y los cargué mientras corría de mi auto al
palacio de justicia. Por suerte para mí las aceras de San Diego estaban
relativamente limpias. El palacio de justicia era un edificio enorme con
un montón de columnas romanas en el frente y 'las palabras ―Salón de
la Justicia‖ en letras grandes encima de la entrada. ¿Acaso Superman y
la Mujer Maravilla trabajaban aquí? ¿Por qué no voló la Mujer Maravilla
su jet invisible para recogerme del atasco de tráfico? O Superman
podría haber simplemente saltado por la ventana y haberme sacado
de mi auto. Esos tipos se estaban volviendo perezosos.
Me puse mis zapatos y atravesé las puertas. Entonces me puse en
la fila para el control de seguridad y me quité rápidamente mis zapatos.
Y mi cinturón. ¿Por qué? No volaría ningún lugar. ¿No podían ver que no
era terrorista? ¿Y qué si mi blusa estaba empapada de sudor? Sabía
que estaba a punto de perder la calma porque un retraso más iba a
asar mi cerebro y a enviarme a tener convulsiones, pero no era como
que tenía una bomba en mi bolso.
Después de que terminé con seguridad, me detuve en seco.
¿Dónde diablos estaba la sala de Christos? ¡Debía haber un centenar
de salas en este lugar! Detuve a varias personas caminando y les
pregunté si sabían dónde era el juicio de Manos, con la esperanza de
que así fuera cómo se llamaba. Cada persona que detenía me miraba
como si estuviera loca. Quería decirles que no tenía una bomba en mi
bolso, ni era terrorista, pero deduje que no ayudaría para nada.
Así que empecé a abrir al azar las puertas de las salas del tribunal.
Cada vez que lo hacía, lo que estaba pasando en el interior se detenía.
Todos se volvían a mirarme y los abogados me veían como si estuviera
arruinando su mojo de abogado. ¿Cuál diablos era el problema?
Estaba siendo silenciosa. Podría haber sido porque todas las salas de
audiencias eran tan pequeñas. ¿Dónde estaban las enormes salas que
había visto en todas las películas?
Más importante aún, ¿dónde diablos estaba Christos?
Nunca iba a encontrarlo.
Este edificio tenía al menos diez pisos. ¿Tendría que ir de piso en
piso abriendo todas las puertas? Eso podría llevar horas. Pero nadie a
quien le había preguntado tenía idea de dónde era el juicio de Christos.
¿Qué tal si era el Palacio de Justicia equivocado?
¡Mierda!
Christos
Samantha
Prácticamente salté por encima del banquillo de los testigos
intentando llegar hasta Christos cuando la jueza desestimó el caso.
Christos salió por detrás de la mesa de defensa y salté en sus
brazos.
—¡Lo hicimos! —chillé.
Me hizo girar alrededor una vez y me dejó en el suelo.
—No, tú lo hiciste, agápi mou. Has ganado este caso con una sola
mano. Echó un vistazo a su abogado y dijo—. Quiero decir, Russell
ayudó, pero tu Samantha, le robaste el espectáculo. Samantha, te
presento a mi abogado, Russell Merriweather. Es un viejo amigo de la
familia.
Estreché la mano de Russell:
—Encantada de conocerlo.
—Christos tiene razón, señorita Smith —sonrió Russell—. Usted
debería de enviarle una factura.
Sonreí.
—Nah, idearé alguna manera de hacerle pagar por los servicios
prestados.
Christos se rio entre dientes.
—Con mucho gusto.
Brianna Johnson caminó alrededor de la mesa de la defensa,
frunciéndole el ceño a Christos.
—Christos, ¿cómo has podido olvidar mencionarnos a Russell y a mí
que tu novia estaba en la escena del delito?
Christos esbozo una amplia sonrisa con hoyuelos.
—Intentaba ahorrarle a Samantha un montón de tiempo y
problemas. —Frotó su mano en mi hombro—. Tiene mejores cosas que
hacer.
—Podrías haberte ahorrado un montón de tiempo y problemas si
nos lo hubieras dicho antes —lo amonestó Brianna.
Christos sacó una sonrisa con hoyuelos.
—Estaba tratando de ahorrarle a Samantha un montón de tiempo
y problemas. —Frotó su mano en mi hombro—. Tiene mejores cosas que
hacer.
Le puse los ojos blancos.
—Russell tenía razón, Christos. ¡Estás loco! —Miré a Brianna en
acuerdo.
Ella me dio una sonrisa fraternal y sacudió la cabeza.
—¡Hombres! ¡Juro que si no fuera por nosotras las mujeres, no serían
capaces ni de atar sus propios zapatos!
—Lo sé, ¿verdad? —Sonreí.
—Oye —bromeó Christos—, estoy aquí delante.
—Bueno. Entonces lo que estamos diciendo quizá surta efecto. —
Me guiñó Brianna un ojo—. A pesar de su dura cabeza, Christos es un
buen chico. Pero no lo dejes escabullirse de hacer algunas tareas para
compensar todos los problemas que te ha causado.
—No lo haré —sonreí.
Spiridon se acercó un momento después con alguien que sólo
podía ser el papá de Christos. Ambos intercambiaron grandes abrazos
con Christos.
—Los hombres Manos —dijo Russell con orgullo, sonriéndole a los
tres—, todos justo aquí en esto.
—Samantha —dijo Christos— quiero presentarte a mi papá, Nikolos
Manos.
Estreché la mano de Nikolos. Parecía una versión apenas más
mayor de Christos. Era tan apuesto como su hijo y tenía los mismos
divertidos ojos azules. Viendo a los tres juntos, era obvio que Christos iba
a ser dolorosamente hermoso en todas las etapas de su vida. Sé que la
gente decía que George Clooney mejoró su aspecto con la edad, pero
Nikolos y Spirindon dejaban a George en vergüenza.
—He oído hablar de ti —sonrió Nikolos—. Mi padre dice que eres
una buena joven y una artista con talento también. Tal vez podrías
enseñar a mi hijo una o dos cosas en cuanto a pintar. Necesita toda la
ayuda que pueda conseguir —Me guiñó un ojo.
Spirindon me sonrió.
—Sí. Samoula se ha mudado a la casa para ser la tutora privada en
pintura de Christos. ¿Es así, koristsáki mou? —Me dio unas palmaditas
cariñosas en el hombro.
Estaba tan abrumada por todo ello, por el alivio que había
terminado el juicio de Christos y el sentimiento de tener una familia que
absolutamente adoraba, que no podía hablar. Sonreí y asentí mi
respuesta mientras las lágrimas nublaban mi vista. Hice mi mejor esfuerzo
para retenerlas mientras salíamos de la sala del tribunal.
Ahora que había terminado, secretamente esperaba que fuera la
última vez que pusiera un pie en la sala de un tribunal. Entre Taylor
Lamberth, Damian Wolfram y Christos, había tenido suficientes juicios
para toda la vida.
Christos
Inhalo una bocanada del suave aire de la tarde cuando ya
estamos parados delante del Palacio de Justicia bajo el sol de San
Diego.
Estaba libre.
Todavía no me había hundido del todo. Una parte de mi había
estado totalmente preparado para ser llevado fuera de la sala del
tribunal esposado y siendo enviado a prisión después de mi juicio. Las
brumosas garras del miedo todavía me tenían sujeto por el cuello. Nada
de lo que preocuparse. Desaparecerían. Estaba seguro. Estaba con mi
familia y amigos, y estaba libre.
—¿Quién quiere celebrarlo? —Sonreí—. Estaba pensando en tomar
unas bebidas y comer algo en la calle Yard House. Yo invito.
—Ya has gastado suficiente dinero conmigo. —Sonrió Russel—.
Podemos ir todos allí y yo pagaré la cuenta.
—¿Christos Manos? —Un tipo desconocido se nos acercó y
preguntó bruscamente. Había venido desde la dirección del Palacio de
Justicia y usaba un traje caro y un maletín. ¿Era un secretario del
juzgado o algo así?
Estreché mis ojos.
—¿Quién quiere saberlo?
—¿Eres Christos Manos? —preguntó el tipo otra vez.
Ahora que había tenido la oportunidad de estudiarlo, no parecía
una amenaza. Pero tenía un grueso sobre comercial blanco en la
mano.
—Sí, soy yo. ¿Qué es lo que quiere?
El tipo levantó el brazo y me empujó el sobre.
—Ha sido notificado.
—Christos, Christos, Christos —suspiró Russell—. ¿Qué es esta vez,
joven?
Abrí el sobre y leí los documentos.
—¿Qué? —preguntó Samantha, preocupada.
Suspiré pesadamente.
—Hunter Blakeley me está demandando.
—¿Qué? ¿Por qué? —Samantha frunció el ceño—. ¿Por qué le
hiciste tropezar ese día en lDUa SDU?
Se refería a la vez en que le llamé la atención a Hunter por darle
mierda a ella y a Romero en la arboleda de eucaliptos del campus.
—No. Porque le di un puñetazo en la cara.
—¿Cuándo? —preguntó Samantha.
—No quieres saber.
—Yo quiero saberlo —interrumpió Russell. Tomó la citación judicial—
. Y quiero saber quiénes estuvieron implicados. No más sorpresas de
estas de último minuto. —Analizó el papeleo—. Se trata de una
demanda civil, Christos. Te está demandando por daños y perjuicios.
¿Lo golpeaste?
—Sí —suspiré—. Pero fue en defensa propia.
—Estoy seguro —dijo Russell.
No podría decir si estaba siendo sarcástico o no. Probablemente
estaba enojada porque estaba saliendo de un caso y entrando directo
a otro. No podía culparlo.
—Mira —dije—, hace un par de semanas, Hunter y tres de sus
amigos nos siguieron a Jake y a mí después de salir de Hooters. Hunter
intentó golpearme y se la devolví en las narices. Una vez.
Russell apretó los labios mientras sus cejas se elevaban encima sus
ojos oscuros.
—Suena familiar. Desafortunadamente, un juicio civil no es un juicio
penal, hijo. Si le pegaste, probablemente vas a tener que pagar. Lo
único que puedo hacer es minimizar lo que le deberás. Hojeó varias
páginas del documento—. Lo que, en este caso, es una millonada. El
abogado de este chico está pidiendo un millón en gastos médicos,
perdida de salarios y el dolor y sufrimiento. Podemos reducirlo un poco.
Pero puede que no sea capaz de hacer que todo desaparezca. Puedo
preguntar, ¿tenías algún equipo de grabación alrededor para salvarte
el culo en el juzgado esta vez?
—Lo dudo —dije—. Fue en el medio de la noche en una calle
vacía. No había nadie allí excepto Jake y los tres tipos con Hunter.
—Vale —dijo Russell—. Vamos a averiguarlo. ¿Entretanto, podría
pedirte que no te metieras en más peleas? ¿Es posible? ¿O estoy
pidiéndole agua a una piedra?
Todos me miraban expectantes. Samantha, mi padre, mi abuelo,
Brianna y Russell. Todos tenían miradas escépticas.
—Vamos, chicos —supliqué—, la única razón de que esta mierda
empezó fue porque estuve defendiendo a Samantha. La primera vez en
su VW la segunda vez en la arboleda de eucaliptos en la SDU.
Hunter nunca nos hubiera arrinconado a Jake y a mí esa noche si
no le hubiera hecho tropezar ese día en la SDU. Todavía estaba enojado
porque le había hecho quedar como un necio.
—Aunque tus acciones han sido honorables —amonestó Russell—,
la próxima vez que haya un problema, te animo a salir corriendo. ¿Lo
entiendes? —Levantó una dudosa ceja, pero una leve sonrisa
traicionaba su seriedad.
—¿Y qué hay de Samantha? —le pregunté—. ¿Qué pasa si tengo
que protegerla? No voy a abandonarla en problemas.
—Eres un chico fuerte —Sonrió Russell socarronamente—. La
recoges, te la echas al hombro y corres.
Me reí:
—Puedo manejar eso.
Russell puso una mano grande en la parte de atrás de mi cuello.
—Está bien, todos ustedes. Ya he tenido suficiente drama judicial
por un día. Vamos a conseguir algo para cenar.
Todos caminamos hacia el este por Broadway y entramos en Yard
House. Ya que era temprano y la hora de la cena aún no había llegado,
nos dieron una mesa para seis de inmediato.
Mientras esperábamos al camarero para hacer nuestra orden de
bebidas, revisé mi teléfono. Tenía toneladas de textos y mensajes de voz
de Samantha. Me sentí como un idiota. Ella debía de haberse vuelto
loca tratando de localizarme. Lamentaría eso más tarde.
Pero el último texto era de Brandon Charboneau.
¿Cómo están yendo las pinturas? Quiero reservar la galería para
mostrarlas, pero no puedo fijar una fecha hasta que me des
una. Házmelo saber.
Malditamente genial. No le había dicho a Brandon sobre el
juicio. Había estado agitando el látigo lo suficiente sin saberlo. No había
querido que pensara que tendría que tener todo listo antes de que
terminara en la cárcel. Hubiera creado demasiada tensión entre
nosotros.
Ahora que mi juicio había terminado, la última cosa que quería
hacer era saltar de nuevo en el estudio para continuar pintando un
montón de modelos que no tenía interés en pintarla.
Antes, las había pintado sobre todo para mantener mi mente fuera
del juicio con Grossman. El trabajo era siempre una buena
distracción. En el lado positivo, ahora que tenía esta ridícula demanda
civil de Hunter Blakeley cerniéndose sobre mi cabeza, el trabajo podría
ser justo lo que necesitaba para mantenerme motivado. Había gastado
una gran cantidad de dinero con Russell. Sus servicios no eran baratos. Si
terminaba pagándole a Hunter, aunque sólo le debiera una fracción de
la cantidad que pedía, estaría en quiebra.
Necesitaba ganar algo de dinero rápido. Hacer los lienzos para
Brandon era tan buena manera como cualquier otra para atraer más
Benjamins16.
Y ahora que Samantha se había mudado, podía verme salir con
chicas desnudas calientes siete días a la semana. Ella no se perdería un
momento de la emoción. Estoy seguro de que pasaría el rato de su vida.
Mierda. Como todo lo demás, me preocuparía de eso más
adelante. Cuando la camarera llegó, pedí un trago doble de bourbon
Basil Hayden.
Que comience el beber.
Samantha.
SONAR: (acrónimo de Sound Navigation And Ranging, ―navegación por sonido‖) es
18
una técnica que usa la propagación del sonido bajo el agua (principalmente) para
navegar, comunicarse o detectar objetos sumergidos.
circunstancias, eso estaba muy bien. Me ayudó a sacarme la falda y
luego me bajé las pantimedias frenéticamente. Mi núcleo estaba
apretado de necesidad.
Christos se sumergió bajo las mantas y se dirigió a mi entrepierna. Se
deslizó alrededor y entre mis piernas y me levantó con sus fuertes brazos.
Su cálido aliento atravesó mis pliegues húmedos. Su boca caliente
estaba en mi núcleo un segundo después. Puse mis ojos en blanco una
vez más, mientras el placer brotaba de mi centro.
Estaba doblándome hacia él segundos más tarde. Necesitaba
tanto esto que estuve a punto de desmayarme de deseo. No tomó
mucho tiempo para que un poderoso orgasmo me alcanzara. Apreté
mis piernas a los lados de su cabeza, mientras me venía contra su rostro.
Mis muslos y estómago se estremecieron mientras mi cabeza se
levantaba de la tumbona. No grité porque estábamos afuera y no
podría escapar de la sensación de que había vecinos cerca, pero no
pude evitar gemir bajo y largo, una y otra vez mientras el orgasmo me
recorría.
Cuando los espasmos de placer comenzaron a disminuir, Christos se
arrastró sobre mi cuerpo, su pecho se deslizó por mi estómago mientras
se sostenía a sí mismo con ambos brazos.
—Joder —murmuró Christos mientras flotaba en la felicidad post
orgásmica—, estás empapada allí.
Asentí hacia él con los ojos medio entornados.
Bajó su cabeza y me besó con pasión, con el rostro todavía
cubierto de mi humedad. Su lengua se deslizó en mi boca expectante
mientras deslizaba su pene en mi interior. Estaba dentro de mí. Muy
profundo, su calor me quemaba de adentro hacia afuera. Comenzó un
ritmo constante, bombeando su virilidad en mi femineidad. Me llenó por
completo. Su pene era una combinación perfecta. Se empujó
constantemente y floté hacia otro poderoso clímax minutos más tarde.
Gemí en voz alta y mi cuerpo liberó aún más tensión.
Creo que tal vez estaba cargando más estrés del que me había
dado cuenta. Se sentía tan bien dejar que todo se fuera.
—Vaya —susurró—, estás ardiente esta noche. —Aún dentro de mí,
Christos se apoyó en sus brazos y la manta se deslizó por su espalda,
arremolinándose detrás de él.
Sentí una brisa fresca a través de mis pechos. Levanté la vista hacia
la luna y las parpadeantes estrellas sobre nosotros. Era una vista tan
hermosa.
—¿Estás bien ahí abajo? —preguntó Christos, ralentizando su ritmo.
Fue entonces cuando me di cuenta que no solo mis pechos
estaban expuestos al mundo, lo que no era totalmente nuevo para mí,
sino que tenía el palpitante pene de Christos dentro de mi mojada
vagina.
Estábamos teniendo sexo afuera. Sexo mojado, apasionado,
ardiente. Nunca había hecho eso antes.
Nerviosamente señalé mi entorno al aire libre. ¿Qué tan fuerte
había estado gimiendo? ¿Era posible que los vecinos hubieran
confundido mis gemidos con las sirenas de un ataque aéreo y nos
hubieran ignorado? ¿O habían estado escuchando y riéndose mientras
me venía? ¿Había alguien observando con binoculares? ¿Qué pasaba
con las ardillas en los árboles? Dormían en el exterior. Seguramente las
había despertado. Y a los mapaches. Eran nocturnos. Probablemente
habían estado observando durante su descanso para comer. ¿Y qué
había acerca del Hombre en la Luna19? Tuvo una vista sin obstáculos
todo el tiempo.
Me acordé de una vieja película muda en blanco y negro donde
el Hombre en la Luna tenía un rostro real. ¿Dónde había visto eso?
Probablemente en internet. Dondequiera que fuera, me acuerdo que
me había parecido bastante pervertido. Estoy segura que le había
dado un buen espectáculo.
Pregunté:
—¿Puedes volver a taparnos con la manta?
Christos levantó las cejas y sus embestidas desaceleraron hasta
detenerse
—¿No estás teniendo más calor?
¿Y qué si me asaba? Por lo menos, la cubierta me escondía de las
miradas indiscretas.
—Un poco —mentí—. ¿Por qué?
—Me estoy muriendo bajo esta cosa. ¿Te importa si me deshago
de ella?
—Ehhh... —tartamudeé—, ¿qué pasa con el hombre en la luna?
—¿Eh? ¿Me perdí de algo?
—Puede ver todo —le susurré.
—¿De qué estás hablando?
Señalé detrás de Christos. Se volteó para mirar a la luna.
Christos rió.
—Sí, ese tipo es un pervertido total. Siempre está mirando a través
de las ventanas de los dormitorios de todo el mundo, viendo lo que
hace la gente. Imagina todas las veces que ha visto a la gente tener
sexo en la historia del hombre. ¿Antes que el hombre aprendiera a
Man in the Moon: Hace referencia a cualquier imagen de un rostro humano, cabeza
19
Samantha
Caminé a través del campus de la sala de conferencias de
Sociología. Estaba de buen humor después de hablar con Sheri Denney
sobre mis opciones de ayuda financiera.
¿Casarme con Christos?
¿Esa era una posibilidad real?
Tenía miedo de pensar en ello demasiado por si atraía la mala
suerte hacia mí.
Sociología con el profesor Tutan bostezo-bostezo era la cura
perfecta. La conferencia se convirtió en un borrón de sueño. Puedo o
no puedo tomar notas. Después de la clase, me detuve en el Toasted
Roast para refrescar mi café americano. No había dormido lo suficiente
en los últimos cuatro días, e iba a necesitar cafeína si quería atravesar
historia, sin roncar.
Cuando entré en la sala de conferencias y me senté, un rostro
familiar me saludó.
Justin Tomlinson, el editor del periódico humorístico El Wómbat. Era
tan lindo como el chico de la banda como siempre.
—Hola, Samantha —sonrió—, te extrañamos el viernes.
—¡Oh no! Me olvidé por completo de tu reunión. —Sonreí
tímidamente—. Lo siento totalmente, estuve... ah, muy ocupada con la
tarea —Justin no necesitaba saber acerca de mi angustioso viaje a la
corte para salvar a Christos.
—No te preocupes —Sonrió—. A todo el mundo le gustan tus cosas.
Debes unirte a nosotros en la reunión de este viernes para que puedas
conocer a todo el mundo.
—¿Quieres decir que no seré negreada por perderme mi primera
reunión? —bromeo.
—No, somos bastante relajados. Debes venir totalmente. A la
misma hora, en el mismo lugar.
—¿A las 04:20? ¿En Toasted Roast? Espera, ¿tostado y asado no son
eufemismos para drogarse22?
—Más o menos. —Me guiña un ojo.
—¿Tal vez debería dibujar un wómbat fumando marihuana para
ustedes?
Él esbozó una sonrisa.
—Me gustaría ver cómo manejas a un wómbat fumando
marihuana.
—Galletas y papas fritas —dije rotundamente.
Él estaba confundido.
—¿Qué?
—¿Los wómbat no tienen el deseo de comer botanas como todos
los demás cuando están drogados? —Sonreí—. Si tuviera que hacerle
frente a un wómbat fumando marihuana, me gustaría darle galletas y
papas fritas.
22
Juego de palabras con el nombre del sitio que se llama Toasted Roast que en
español significa tostado y asado y fumar marihuana.
—Totalmente. —Se rió entre dientes—. Tengo la sensación de que
vas a encajar perfectamente. ¿Crees que puedas tener algunos
bocetos de Potty el wómbat fumón antes del viernes?
—¿Su nombre es Potty? —Arqueé una ceja.
—Lo es ahora. —ustin sonrió.
Espera, ¿había inadvertidamente nombrado a su mascota? Tal vez
lo había hecho.
—¿Puedo hacer algo que combine con inodoros y fumar
marihuana? ¿Tal vez tenga a Potty en el inodoro23 mientras está
fumando un porro grande y gordo?
—Puedes hacer lo que quieras. Ve con eso. No. Hay. Reglas. —
Sonrió.
Guau, me gustaba el sonido de eso.
—Bien. ¡Llevaré algunos dibujos el viernes!
—Impresionante.
No podía esperar a decírselo a Christos. ¡Tenía mi primera tarea
real de arte en vivo!
23
En el original ―John‖: juego de palabras pues en inglés ―potty‖ puede ser una
bacinica o puede referirse a ―pot‖ que es un apodo para la marihuana al igual ocurre
con ―John‖, también se utiliza como apodo para el inodoro o un porro.
Samantha
—¿Tienes que dibujar un qué? —preguntó Christos. Estaba muy
borracho.
—Un wombat24 fumando marihuana sentado en un inodoro, para
el periódico The Wombat —le dije.
Estábamos en el estudio de Christos, donde estaba mi nueva tabla
de dibujo. No podía esperar para empezar a dibujar wombats
animados. Pensé que Christos estaría trabajando cuando llegué a casa
de la SDU, pero el modelo se había ido y él había estado sentado frente
a su caballete con una botella de licor en un puño.
Christos giró lentamente sus ojos vidriosos en mi dirección.
—¿Quieres que me cuele en el zoológico y robe uno para
referencia?
—¿Qué, un wombat?
—Sí. Podría ir todo ninja y pasar por encima de la cerca en la
noche. Conozco un camino. —Asintió, ultra serio. Luego se llevó la mano
a un lado de su boca y susurró—: Hay una escuela primaria en el lado
norte del zoológico de San Diego y su patio de recreo va directo hasta
la parte posterior del mismo.
Arrugué la nariz.
—¿El zoológico siquiera tiene wombats?
—Probablemente. Deberíamos totalmente tomar uno y tenerlo
como mascota. Lo nombraría Womby, el Wombat. ¿No sería totalmente
lindo?
—¿Supongo? —Como que sonaba como una idea terrible.
—Podemos subir encima de la valla —dijo Christos arrastrando las
palabras—. Tú y yo deberíamos ir ahora. Yo conduzco.
—Ahh, probablemente no deberías conducir o subir al estilo ninja o
cualquier otra cosa esta noche. ¿Tal vez deberías acostarte por un rato?
—¡Pero el wombat se irá!
Christos
Salí por las puertas correderas del estudio hacia el escritorio de
atrás con mi teléfono sonando en mis manos.
Russel Merriwather estaba llamando.
Fantástico. Consideré contestarle en el estudio y poner el teléfono
en manos libres así los padres de Samantha podrían escuchar. Sí, bueno.
Estoy seguro que quieran escuchar todo sobre los recientes cargos
civiles que el jodido Hunter Blakeley había adosado a mi culo. Después
que sus padres escucharan todos los detalles sangrientos, quizás podría
espantarlos con mi reciente juicio. Los padres de Samantha me amarán
totalmente después de escuchar esta mierda.
Cuando estaba a mitad de camino rodeando la piscina y fuera del
alcance de los oídos de la casa, contesté.
—¿Qué pasa, Russel?
—Christos! ¿Cómo disfrutas tu libertad, hijo?
—Una libertad de puta madre —bromeé.
—Sí, lo es. También me inclino por ella. —Podía sentir la sonrisa en
sus palabras—. La buena noticia es que puedes disfrutar de tanta
libertad como tu corazón deseé si eres inteligente. Todo lo que tienes
que hacer es mantenerte lejos de problemas. ¿Crees que puedes hacer
esto?
—Puedo dispararles. —Me reí.
—No dispares a nada. —Se rió—. Solo permanece fuera de
problemas. Sin pelear. ¿Me entiendes?
—Sí, sí, sí. —Suspiré.
—Hablo en serio, hijo. Sin peleas. Ninguna. Cero. Nada.
Meneé la cabeza y me reí.
—Hombre eres tan sutil como un elefante.
Su voz se llenó de risa otra vez. Russel nunca estaba mucho tiempo
sermoneando.
—No te quiero llorando en mi teléfono a las tres de la madrugada,
despertando mi trasero para decirme que estás en problemas otra vez.
Necesito mi descanso de belleza. —Se rió.
Russel siempre me levantaba el ánimo. No solo era un fantástico
abogado, era el mejor tipo.
—Sabes que eres bastante genial para ser un viejo amigo —dije
sarcásticamente.
—Cuida tu boca —dijo con humor—. Aún puedo golpear tu trasero,
joven.
—¿Qué? ¿Tratas de meterme en más peleas?
—No presentaré cargos, así que está bien. Y te patearé el trasero
durante el próximo año si me entero que tan solo miras con odio a
alguien.
—Está bien, está bien. —Sonreí—. Sin peleas. Así que, ¿por qué me
llamas tan tarde? ¿No deberías estar relajándote detrás de un jugoso
bistec en Yard House? —Observé las nubes rojizo brillantes frente al
dorado sol cerniéndose sobre del océano Pacífico. La casa de mi
abuelo tenía la mejor maldita vista.
—Mi comida fue cancelada porque tu colega Hunter Blakeley
puede que tenga un reclamo válido en tu contra, chico. Resulta que,
de hecho, tiene un considerable interés en ser modelo y su nariz rota le
ha costado su trabajo.
Negué con incredulidad. Debería saber que Hunter era un
tremendo marica.
—¿Qué quiere el imbécil? ¿Un montón de cirugías plásticas o
alguna cosa así?
—Eso sería fácil. También quiere el sueldo perdido y daños morales
por sufrimiento y dolor. Deberías ver las facturas que su abogado me ha
enviado de los psicólogos de alto nivel que atendieron a Hunter
Blakeley.
—¿Psicólogos? —Puse los ojos en blanco—. ¿Por qué? ¿Por qué
tiene TEPT27 después de la violenta paliza que le he dado?
—Me quitaste las palabras de la boca.
Suspiré.
—¿Tienes alguna buena noticia?
—Estoy rebosando de buenas noticias —bromeó Russel—. Soy el
Papá Noel de las buenas noticias.
—¿Y bueno?
—Necesito la información de contacto de tu amigo Jake. Tengo
que conseguir su declaración y adjuntarla al resto. También, tengo
gente hablando con los camareros de Hooters, para ver si ellos pueden
corroborar tu historia de que Hunter estaba confabulado con tres
amigos.
—Por supuesto que lo estaba.
—No, según su declaración. Lo hizo ver como que sus amigos
miraban el incidente desde un edificio alejado mientras tú le dabas una
paliza al pobre Hunter.
—Joder. Sus amigos estaban preparados para saltar hasta que
puse a Hunter en su lugar. El tipo es un total mentiroso.
—Puede que sea un mentiroso, pero si no podemos demonstrar
que está silbando Dixie en el estrado, al jurado le costará creer tu parte
de la historia. Recuerda, este no es un juicio criminal, donde la
acusación debe convencer al jurado por encima de todas las dudas
razonables de tu culpabilidad. Es un juicio civil. Si el abogado de Hunter
puede convencer al jurado que eres culpable en un cincuenta y un por
—¡Sólo estás celosa, mamá! —grité—. ¡Ves que estoy viviendo una
vida que no es aburrida ni sosa! Ves que tengo un novio romántico que
me ama con todo su corazón. Y por primera vez en mi vida, soy feliz. —
Entrecerré mis ojos acusadoramente—. Y no puedes soportarlo —le
susurré a sabiendas—. Quieres que sea tan miserable como tú. —De
repente, caí en cuenta de las implicaciones de lo que estaba diciendo,
que comparaba a mi papá con Christos. Y era bastante obvio quién
ganó el concurso.
Mi papá, quien no era un completo idiota, frunció el ceño
pensativo. Abrió su boca para hablar, luego la cerró con un largo
suspiro.
—No empieces a señalar a otros, Sam —gruñó mi mamá—. Esto no
es sobre tu padre y yo. Esto es sobre cómo te convertiste en una niñita
malagradecida y mimada.
Me reí en su rostro.
—¿No lo entiendes? ¡No soy una niña! ¡Y no soy mimada! ¡Tengo un
trabajo! ¡Estoy pagando por mis cosas! ¡Ustedes! ¡No! ¡Están! ¡Pagando!
¡Por! ¡NADA! ¿Por qué están siquiera aquí? ¿Por qué tuvieron que venir a
San Diego en primer lugar?
Las cejas de mi mamá se juntaron y sus labios esbozaron una
horrible sonrisa.
La cabeza de papá colgó entre sus hombros donde se sentaba en
el sofá. Alzó la vista hacia mí, con una expresión de agobio.
—Sam, tu madre y yo pensamos que es hora de que vengas a
casa.
Estaba atónita y confundida.
—¿Qué?
—Has dejado claro que toda esta excursión a la Universidad de San
Diego fue un grave error —dijo mamá con confianza—. Has tenido tu
diversión con tu novio. No tengo dudas de que ha jodido tus sesos
sacándolos por tus oídos. Es la única explicación posible para tus
terribles decisiones durante los últimos meses.
Vaya, mi mamá estaba más ofensiva de lo normal hoy. Lo que lo
hacía peor era que ella actuaba como si no importara que me hablara
de esa forma, como si Christos fuera un don nadie sin valor que no
importaba. Ella no tenía ni idea de lo importante que era para mí. Cómo
había cambiado mi vida para mejor. Estaba tan fuera de foco.
Continuó.
—Ahora es el momento de dejar ese chico atrás y ponerte seria
sobre la universidad.
—¡No voy a dejar a Christos! ¡Estás loca!
—No estoy loca —dijo—. Christos es una distracción. Estarás mejor
sin él.
Mi corazón saltó de un lado a otro en mi pecho por cuadragésima
vez en los últimos diez minutos. No estaba sorprendida de que mis
padres intentaran arruinar mi vida. Sino por como hicieron las cosas.
—Tu padre y yo ya investigamos eso —continuó— puedes transferir
tus créditos de la Universidad de San Diego a la Universidad Americana
y comenzar allí en el otoño.
Quería lanzar una diatriba y decirle lo horrible que era su idea. Pero
si lo hacía, sabía que perdería esta discusión. Tenía que ser fuerte.
Respiré profundamente. Luego, todo cayó en su sitio. No era más una
niña. No necesitaba que mis padres me controlaran. Tenía una opción.
E iba hacerlo. Sonriendo, les dije:
—No voy a ir a la Americana.
—Sí lo harás —dijo mamá con certeza—, y eso es todo.
Creo que ella se perdió la calma y resolución en mi voz.
—No puedes decirme qué hacer —dije firmemente—. Tengo
diecinueve.
—Oh, no podemos, ¿verdad? —dijo mamá maliciosamente—. ¿Y
cómo planeas pagar tú matricula en el futuro?
—Con el dinero del préstamo que estoy recibiendo y el trabajo que
tengo —dije desafiante.
—¿Oh, con que así? ¿Se te está olvidando que tu padre y yo
tenemos que firmar tu solicitud de préstamo cada año académico para
que te sea renovado?
Oh, mierda. Mi mamá me había atrapado.
Estaba jodida.
Christos
La salsa rojo sangre salió del envase de plástico rojo y cayó sobre
mi burrito de carne asada.
—¿Estás seguro de que tiene salsa suficiente? —preguntó mi
abuelo con sarcasmo.
Me reí.
—Sabes que me gusta picante. Esto es sólo para el primer bocado.
Sonrió y le dio un mordisco a uno de sus tacos de pollo, el cual sólo
tenía un ligero chorrito de salsa picante.
Nos sentamos en una mesa fuera de Roberto‘s sobre la Ruta Estatal
de California 1, con vistas a la laguna de San Elijo, comiendo la cena.
Había sido mi sugerencia que saliéramos y les diéramos a Samantha y
sus padres algo de espacio para hablar. Creo que Samantha se había
asegurado de nunca estar a solas con ellos durante toda la semana a
propósito.
—¿Estás preocupada por Samoula? —preguntó mi abuelo.
—Sí —musité.
—Es bueno que los hayamos dejado solos. Sus padres
probablemente quieran hablar con ella. No puedo culparlos. Es su hija,
después de todo.
Tomé un sorbo de mi té de Jamaica.
—¿Crees que estén discutiendo ahora? —inquirí.
Mi abuelo masticó y luego tragó. Lo siguió con un sorbo de su gran
vaso de horchata29.
—Probablemente.
Hombre, me hubiera gustado traer una petaca, así hubiera podido
realzar mi té de Jamaica con algo de vodka o con lo que sea que fuera
con el té de hibiscos. Lo más extraño era que había reducido mi bebida
Samantha
Un gran peso cayó en mi estómago, recordándome que mis
entrañas estaban más intactas de lo que me había dado cuenta. No
era una cáscara vacía.
Todavía.
Pero mi mamá se estaba encargando de ello.
Paidí mou: expresión cariñosa que quiere decir ―mi niño‖, ―mi muchacho.‖
30
Ella tenía razón. Sin la firma de mis padres, no iba conseguir ningún
préstamo. Tendría que ahorrar cada centavo de mi matricula y libros.
Nunca podría encontrar trabajos que pagaran por todo. Pero no había
forma de que regresara a D.C. En lo que a mí respecta, San Diego era
mi hogar ahora.
¿Tal vez podría usar el número PIN de mis padres en el formato en
línea y firmar yo misma? Sabía cuál era su número.
—Y no pienses en usar nuestro PIN para falsificar la firma
electrónica. —Mamá se rió—. Ya lo hemos cambiado.
Vaya, mamá había leído mi mente. No me sorprendí. Había
aprendido la mayoría de mis trucos sucios de ella.
Mi papá apoyaba los codos sobre sus rodillas. Parecía muy
cansado.
—Sam, este fue nuestro último recurso. Hemos intentado razonar
contigo, pero nada ha funcionado. No podemos a conciencia dejarte
continuar con una carrera de arte. Vuelve a la Universidad Americana y
consigue tu título en contaduría. Tu madre y yo nos aseguraremos de
que no tengas que trabajar y podrás enfocarte por completo en tus
estudios. Tal vez incluso encontrarás un novio estudiante de negocios
como tú. Después de que te gradúes, quizás puedas perseguir el arte en
tu tiempo libre. Todo el mundo necesita un pasatiempo.
¿Un pasatiempo? Estaba completamente loco y me estaba
enloqueciendo. Mi mamá también estaba loca. Creo que ellos no
escucharon ni una palabra de lo que dije en toda la tarde. Me
ignoraron e intentaron desalentarme hasta que aceptara ir a casa.
Mi cabeza estaba dando vueltas por todos sus argumentos. No
podía lidiar con ninguno de los dos. Me sentía totalmente engañada.
Mis padres me trataban como a una niña, como si estuviera colocando
mis dedos muy cerca de una llama sin saber lo que hacía. Se
equivocaban.
Había tenido suficiente.
—¡No! —grité y literalmente pisoteé con mis pies—. ¡No lo voy
hacer! ¡No voy a mudarme de regreso a casa y no voy a cambiar mi
carrera! ¡Si no les gusta, pues qué mal! ¡Lárguense de aquí! ¡Váyanse a
casa! —Apunté hacia las puertas principales—. Estoy segura de que el
Motel 6 tiene una habitación para ustedes. De hecho, déjenme hacer
sus maletas y los llevaré hasta allá yo misma. —Me giré y me encaminé
hacia las escaleras, yendo hacia el cuarto de invitados.
—¡REGRESA AQUÍ, JOVENCITA! —gritó mamá.
La ignoré.
Hasta que su mano agarró mi brazo y me hizo dar vuelta.
Su otra mano aferró mi otro brazo y me sacudió violentamente
mientras gritaba en mi rostro.
—¡VAS A VOLVER A WASHINGTON D.C. LO QUIERAS O NO!
Cuando se detuvo, me burlé de ella.
—¿Terminaste?
Sus ojos ardían con una feroz locura y sus cejas se retorcieron en un
gesto despreciable. Gritó:
—¡HE TENIDO SUFICIENTE DE TU INSOLENCIA!
Miré hacia ella, mis labios se comprimieron en una fina línea.
—No, mamá —dije tranquilamente.
¡GOLPE!
Me había abofeteado. Mi mejilla picó.
—¡VAS A HACER LO QUE TU PADRE Y YO DIGAMOS, Y ESO ES TODO!
Coloqué mis manos sobre el pecho de mi madre y la empujé tan
fuerte como pude. Trastabilló hacia atrás, sus brazos girando, y tropezó
con mi papá. Ambos cayeron en el sofá en una pila revuelta.
Mis manos se empuñaron a mis lados. Estaba lista para lo que sea
que hiciera después. Iba a golpear a mi mamá en el rostro si tenía que
hacerlo.
Sus párpados se abrieron de puro horror. Su boca estaba abierta
como si yo fuera el mismísimo diablo. Desafortunadamente, yo no era el
diablo en ese cuarto. Ella lo era.
Sentí la confianza y la resolución llenarme de la cabeza a los pies.
Mi corazón latió con fuerza en mi pecho. Era una roca, y ninguno de mis
padres iba a hacerme ceder.
—No voy a hacer nada de lo que dijeron. Mamá… —me burlé
cuando dije la palabra ―mamá‖—. Linda. Quienquiera que seas. Eres la
peor madre. Eres una abusadora y eres una tonta. Vuelve a D.C. a
donde perteneces. Y llévate el dinero prestado contigo.
Me giré y calmadamente salí caminando de la sala.
Samantha
Las valijas se amontonaron en el cuarto de invitados mientras mis
padres empacaban. Después de nuestra pelea, creo que decidieron
quedarse en el Motel 6. Me imaginé que mi madre hubiera estado
lanzando la vajilla contra la pared, o hacia mí, si hubiera sido su casa o
su vajilla. Ya que no podía, la única cosa que podía hacer era arrojar sus
zapatos, ropa y su kit de viaje mientras metía todo en su valija.
Me quedé en mi habitación con la puerta cerrada porque estaba
convencida que si miraba una vez más a mi madre, iba a vomitar. Mi
rostro aún escocía y palpitaba donde me había golpeado. Cada latido
que sentía en mi mejilla aumentaba mi decisión de quedarme en San
Diego con Christos.
Eventualmente, escuché los pasos de mamá por el pasillo hacia las
escaleras. Se iba con una rabieta.
Bien por mí.
Unos segundos después, escuché a mi padre murmurar mientras
caminaba por el pasillo tras ella. Mis padres se iban al día siguiente, así
que no importaba si pasaban la noche aquí o no. Podían pasarla en
una alcantarilla, por lo que me importaba.
La puerta de entrada se cerró de un golpe. Su Honda alquilado
aceleró y se alejó.
¡Que se vayan!
Estaba feliz que Christos y Spiridon no hubieran estado aquí para
observar el mal comportamiento de mis padres.
Me acosté en la cama y cubrí mis ojos con el brazo. Debo
haberme quedado dormida porque lo siguiente que supe es que
Christos estaba despertándome.
—¿Agápi mou? —dijo suavemente—. ¿Qué pasó con tus padres? El
auto no está y su habitación está vacía.
Deslizó mi brazo hacia mi pecho. Pesa cerca de cien kilos. Iba a
necesitar una grúa para levantarme de esta cama, estaba tan
deprimida. Ni siquiera diez kilos de helado podrían moverme ahora.
Christos se sentó suavemente junto a mí.
—¿Quieres hablar de ello?
—No —dije rotundamente.
Sonrió y asintió. Mi corazón se aceleró cuando asimilé esa hermosa
sonrisa suya. Derretía mi mundo cada vez. Todo el dolor que mis padres
me habían provocado se desvaneció en una presión difusa que era el
problema de alguien más. Al menos por ahora. Por ahora, iba a disfrutar
del brillo azul en la mirada amorosa de Christos.
Sonrió más.
—¿Estás segura? Hablar de ello lo mejorará.
Había resuelto mantener mis emociones controladas, pero con
todo el amor vertido por Christos, no vi la razón para contenerlos. Me
senté y envolví mis brazos a su alrededor y lloré suavemente.
—Christos, agápi mou, mis padres son malvados. Quieren que
renuncie al SDU y me mude de regreso a D.C.
Sentí a Christos tensarse de pronto.
—¿Qué les dijiste? —preguntó con cuidado.
—Les dije que estaban locos. —Lo sentí relajarse y derretirse contra
mí.
—Gracias a Dios. No creo que pueda soportar perderte. —Había
una suavidad en su voz que llegó hasta mi alma—. Te amo, agápi mou,
—dijo—. No quiero vivir sin ti en mi vida. No puedo imaginar despertarme
en una cama vacía porque, una vez que te vayas, mi cama
permanecerá tan vacía como mi corazón hasta el día que muera. La
vida sin ti será aburrida, gris, sin emoción y sin significado. Preferiría tener
una muerte rápida que vivir una vida vacía sin ti a mi lado.
Caray. Hermoso.
Sí, mi madre estaba totalmente equivocada con Christos.
—Oh, agápi mou —murmuré—, no iré a ningún lado.
Daffy Dick: En español La polla Daffy, el original es Daffy Duck, conocido en español
36
Debbie Downer: Personaje de Saturday Night Live, se le dice así a personas que
38
39Vajay-jay:
Vagina. Palabra utilizada en el programa Grey‘s Anatomy.
Woodcock: En español, polla de madera.
40
Por costumbre metí la mano en el buzón, asegurándome que no
había quedado nada. De repente me imaginé que el buzón se cerraba
en mis dedos como una boca golosa y los masticaba. Con tantos
problemas encima, parecía un escenario probable.
—¿Llegó el correo? —preguntó Christos que salió en ese momento.
—¡Ah! —Salté.
—¿Ocurre algo?
—Eh, ¿no? —Signo de interrogación culpable—. Es decir, ¡no! ¡Todo
está bien! —Y signos de exclamación también—. Quiero decir bien.
Todo está bien. —No quiero hablarle de mis problemas de dinero. Me
prometí encargarme de ellos yo sola, e iba a seguir adelante. Era parte
de demostrarme a mí y a mis padres que no era una tonta por haber
elegido arte.
—Muy bien —dijo Christos—. Voy a correr a la tienda de arte.
Necesito algunos pinceles de marta. ¿Necesitas algo mientras estoy allí?
No es que pudiera permitirme nada. Estaba más allá de quebrada.
Y Christos ya había gastado un montón de dinero acomodando mi
mesa de dibujo con los suministros en nuestro estudio. No podía pedirle
más.
—No, gracias —dije con un suspiro.
—¿Quieres venir conmigo, de todas formas?
—No, tengo que ir a la escuela.
—Estabas ahí. Pensé que tus clases habían terminado por hoy.
—Tengo que atender algo de mi, eh, ¡de la ayuda financiera! ¡Algo
con los nuevos papeles del préstamo! —mentí. Esperaba que Christos no
supiera nada sobre cómo funcionaba la ayuda financiera y los
préstamos, o empezaría a hacer preguntas y lo averiguaría muy rápido.
—Eso es genial. ¿Quieres que te lleve? Podríamos ir después a Blick
Art en Little Italy.
—¡No! ¡Todo está bien!
Frunció el ceño.
—¿Estás segura?
—¡Sí!
—Correcto. En ese caso, me llevaré a Duke. El clima es muy
agradable y me dan ganas de dar un paseo.
Estaba a punto de preguntarle si había estado bebiendo porque
no quería que condujera su motocicleta si había bebido siquiera un
sorbo. Pero debido a la visita de su padre, no creía que Christos hubiera
estado bebiendo en absoluto.
—Está bien —le dije.
Sacó la Ducati del garaje y se puso el casco.
—¿Quieres ir a cenar cuando regrese?
—Eso sería increíble.
—Y no olvides que tenemos que empezar tu pintura pronto.
Oh eso. Yo desnuda. Para que todos la vieran. Desnuda en la
noche en la cima de una montaña era una cosa. Una pintura colgada
y bien iluminada en una galería llena de gente era otra.
—¡Claro! —Observen el signo de exclamación.
—Tal vez podamos empezar esta noche —sugirió.
—¿Tal vez? —Observen el signo de interrogación.
Asintió y me dedicó esa sonrisa con hoyuelos.
—Hasta luego —dijo mientras aceleraba la moto y se marchaba.
Envidiaba que Christos fuera de nuevo el de siempre, sin
preocupaciones. De la noche a la mañana todos sus problemas se
habían desvanecido. Había vuelto a ser el Christos del que me había
enamorado. Era increíble lo que el amor y el apoyo de un padre podían
hacer por la confianza y la autoestima de uno.
(Sutil indirecta a mis propios padres)
Suspiré.
Me hubiera gustado que mis problemas desaparecieran como los
de Christos para poder estar también libre de preocupaciones. Por
desgracia, los míos no estaban ni siquiera cerca de liberarse. Costaban
miles de dólares que no tenía.
Por lo menos tenía mi tarjeta de crédito. Ahora podía comenzar la
consagrada tradición americana de hundirme en un pozo de deudas
del que nunca podría salir.
41Hobots: Son chicas entre 14 y 20 años que se vuelven copias de alguna que es la
líder, perdiendo así toda su personalidad.
42ScumanthaBanana Shit: Scum: palabra muy despectiva que habla de una persona
inútil, despreciable, que no vale nada. Banana(plátano) Shit (de Mierda). Está
haciendo un juego de palabras con los nombres y el apellido de Samantha,
Scumantha (Samantha) Anna (Banana) Smith (Shit).
—Oh —susurró con tono infantil—, ¿lastimé los sentimientos de
Scumantha?
Sus amigas se rieron de buena gana.
Me giré sobre los talones y marché hasta Tiffany y sus amigas. Las
tres se detuvieron en seco, con los ojos muy abiertos.
—Hey —murmuró una de las hobots.
Tiffany frunció el ceño.
—Hey, retrocede.
¡¡SLAP!!
Le pegué directo en la cara. La mejilla quedó blanca donde la
golpeé. Había aprendido el truco de mi mamá. Al menos era buena en
algo.
—¡Oh Dios mío! —jadeó una de las hobots, cubriéndoselos labios
con los dedos.
La otra se quedó inmóvil en silencio.
Tiffany resopló un grito mudo. Lentamente levantó la mano y con
cuidado se tocó la mejilla con los dedos.
Entrecerré los ojos.
—No me llames Scumantha.
Me di la vuelta y me alejé, con miedo de que ella o sus amigas me
saltaran encima o me lanzaran cuchillos a la espalda. Conociendo a
Tiffany, probablemente su padre le había dado una pistola de mano
maravillosa que podía usar para dispararme.
En cambio, lo único que hizo fue gritar.
—¡¡¡Realmente estoy esperando la audiencia ante el tribunal SDU!!!
¡¡¡No puedo esperar para contarles cómo robaste mi tarjeta de crédito y
me atacaste en el campus!!! ¡¡¡¡¡Me aseguraré que seas expulsada,
cobarde llorona!!!!!
Esto no había pasado absolutamente de la manera que esperaba.
Suspiré.
Christos
—¿No estás aburrido de mirarte desnudo? —preguntó Samantha.
Me quedé desnudo frente al gran espejo con ruedas en nuestro
estudio de pintura, con una paleta cubierta de óleos descansando en
mi antebrazo.
Estaba trabajando en el autorretrato que era la mitad de nuestro
doble retrato titulado AMOR. La imagen de Samantha ya estaba
terminada, y parecía fantástica.
Estaba a mi lado, completamente vestida y llevaba un delantal de
pintura.
Le sonreí, mirándola a los ojos.
—Nunca me aburro de mirar la perfección.
—¿Te refieres a mí? —Pestañeó.
Mis ojos reflejados en el espejo se iluminaron.
—Me refería a mí. —Me volví hacia mi imagen y flexioné los
abdominales. Resaltaron, al igual que los oblicuos externos. Estaban tan
marcados como siempre.
—Tú ego es tan grande —bromeó—. Estoy sorprendida que en el
sistema solar no sea aspirado por él.
Reí mientras caminaba descalzo lentamente al lienzo y le aplicaba
un poco del color recién mezclado.
—¿Cómo va la pintura del Ave Fénix?
Había estado trabajando como una loca desde que había
terminado el boceto y nos lo mostró hace más de una semana. Se sentó
en su caballete en un rincón del estudio. Tomando mi consejo, había
decidido hacerlo en óleo para darle la más amplia gama de contrastes
de claroscuro y los colores más vibrantes posibles.
—Bien. —Sonrió—. Es más trabajo de lo que esperaba, pero tengo
una mano en ella.
Me acerqué a mirar. Estaba haciendo un trabajo realmente bueno
teniendo en cuenta que sólo había tenido una clase de pintura al óleo
hasta el momento. Creo que todo el tiempo pasado en el estudio de mi
padre mirando por encima de su hombro probablemente estaba
ayudando mucho. Sé que verlo a él y a mi abuelo pintar cada día
mientras crecía había sido una gran ayuda para mí. Asentí en apoyo al
mirar más de la pintura.
—Ya es patea traseros. Cuando esté terminado, la gente lo va a
amar.
—¿Crees que Brandon lo pondrá en la exposición contemporánea?
—preguntó tentativamente.
—Si no lo hace, vamos a tener una larga conversación que
involucrará una gran cantidad de nudillos.
—Voy a mantener eso en mente. —Sonrió—. Haré mi mejor esfuerzo.
Por el bien de sus dientes.
Caminé hacia el espejo y posé para que el reflejo coincidiera con
la pintura. Este retrato de mierda requería un montón de pose. Regresé
al lienzo e hice otra pincelada.
—Sabes, he estado pensando.
—¿Sí?—preguntó desde su caballete.
—Realmente necesito hacer un retrato solo de ti.
—No tienes que hacer eso —desestimó—. Ya tenemos AMOR. Nos
muestra a los dos. ¿Qué podría ser mejor que eso?
—Me encanta AMOR —sonreí—, pero me he inspirado por tu
pintura del Fénix. Has crecido tanto desde que te conocí. En cierto
modo quiero capturar cómo has cambiado como persona. Cómo te
veo, la mujer en que te estás convirtiendo delante de mis ojos. No sólo la
forma en que estamos juntos. Sólo tú, Samantha Anna Smith, y la forma
en que has crecido tan rápidamente en la mujer más increíble que he
conocido. Eres mi inspiración, ¿lo sabes, agápi mou?
Se sonrojó y dejó su pincel.
—Oh, Christos. Eso es tan dulce. Te amo tanto. —Se acercó a mí y se
inclinó para besar mi mejilla—. Pero no lo sé, ¿no sería demasiado de mí
en tu muestra? Quiero decir, ¿cuántos cuadros de mí necesitas
realmente? ¿Uno no es suficiente?
—¿Cómo puede ser demasiado de ti, agápi mou?
Una mirada tímida anidó en su cara cuando señaló:
—¿Quién quiere mirarme todo el tiempo?
—Yo quiero —objeté. Sonriendo para mí mismo, me maravillé de
cómo dudaba de su propia belleza. La ironía era, que su inocencia
elevaba su nivel de sensualidad a la estratosfera.
En mi experiencia, las mujeres ardientes que sabían que lo eran,
tendían a dar problemas. Yo siempre había sido capaz de ver a través
de sus actos como si fueran practicadas. Por esto, estas mujeres
carecían de espontaneidad. Conociendo solo hombres que las
adoraban, convertían, tarde o temprano, su belleza en una fachada
tediosa, como si se hubiera convertido en una carga o un trabajo, y se
aburrían con ello. Irónicamente, nunca renunciaban, no salían por la
puerta sin maximizar su belleza con el cabello, maquillaje y ropa. Ni
siquiera podían ir a la sala de emergencias en el medio de la noche sin
asegurarse de que tenían al menos un toque de delineador encima.
Samantha era todo lo contrario. Tenía una mancha de pintura en la
mejilla y otro en la frente, y su cabello estaba recogido en una coleta
desordenada. Su belleza era un descubrimiento tardío para ella. Lo que
redundaba en que era una persona considerada, reflexiva, que siempre
estaba tratando ser amable. No pensaba en su aspecto. Pensaba en ser
una buena persona.
Cada minuto que pasaba con ella era refrescante, genuino y de
inspiración.
Sabía que la combinación de su determinación, y autentico y
sincero espíritu, era donde estaba toda la magia. Ella podría dudar, pero
lo veía todos los días. Quería que entrar en una pintura de sólo ella.
Samantha Anna Smith.
—¿Qué piensas? —pregunté.
—¿Realmente me quieres posando de nuevo? —respondió con
muchas dudas.
—Quiero. —Sonreí.
Una mirada extraña cruzó por sus ojos.
—Lo hago… —tragó—, quiero decir, lo haré. —Parpadeó un
montón de veces y me sonrió.
Me incliné y la besé apasionadamente.
Samantha
Brandon se sentó en el escritorio en su oficina en Charboneau y
hojeó las nuevas pinturas de Kamiko. Yo y Kamiko estábamos sentadas
en las sillas frente a su escritorio, en los bordes de nuestros asientos.
Brandon me recordaba una de esas fotos de revistas de moda que
se ven de un joven en traje de estilo que se sienta en una oficina lujosa,
haciendo cosas importantes, a la vez que se ve ridículamente apuesto.
Todo lo que Brandon tenía que hacer para vender la imagen era
levantarse y apoyarse en su escritorio mientras miraba por la ventana de
gran altura a una metrópolis palpitante. Pero La Jolla era demasiado
pintoresca y con playas para eso. Y en lugar de muebles de diseñador
con estilo, las paredes de la oficina estaban llenas de pinturas increíbles.
Pero eso no hacía a Brandon menos atractivo.
Él asintió pensativo para sí mismo, absorto en las pinturas. Tenía la
esperanza de que fuera una buena señal. Después de que examinó la
última, miró hacia arriba y dijo:
—Kamiko, este es un excelente trabajo. ¿Tú pintaste todo esto?
Ella asintió con entusiasmo.
—Eh, ajá.
—No tenía ni idea de que fueras tan versátil —dijo.
Yo negué y escondí una sonrisa. Había un montón de cosas-Brand
que no sabía acerca de Kamiko. Si le daba la oportunidad, tal vez lo
descubriera.
—Pintas en una amplia gama de estilos diversos, Kamiko —dijo
Brandon—. Pocos artistas tienen esa capacidad. Estoy impresionado —
sonrió.
—¿Eso significa que aceptará una de mis piezas para el
Contemporary Artists Show? —preguntó ella esperanzada.
Brandon se reclinó en su silla y juntó los dedos delante de su cara.
Yo y Kamiko nos inclinamos hacia delante una pulgada.
Él levantó una ceja.
Nosotros nos inclinamos hacia delante otra pulgada.
Oh chico, será mejor que diga que sí o iba a saltar por encima de
su escritorio y a apuñalarlo en el corazón con el abre cartas de latón en
su escritorio. Oh, espera, si decía que no, era porque no tenía corazón,
así que tendría que apuñalarlo más abajo, donde se daña más a un
hombre.
Brandon abrió la boca para hablar.
Kamiko y yo nos inclinamos hacia adelante hasta que estuvimos a
punto de salirnos de nuestros asientos y caer sobre nuestros traseros
como idiotas.
Yo perforé a Brandon con mi mirada y puse mi ESP a trabajar. ¡¡¡DI
ALGO!!!
Kamiko me miró con expresión de sorpresa en su rostro. ¿Había
oído mi ESP? Kamiko enarcó una ceja. ¡Creo que alguien finalmente
escuchó mi ESP! ¡Hurra! Pero Brandon no había oído nada.
Él respiró hondo y dijo:
—Sí.
—¡Oh, Dios mío! —Comencé a aplaudir y lancé mis brazos
alrededor de Kamiko—. ¡Lo hiciste!
—¿Lo hice? —dijo Kamiko con escepticismo.
Brandon asintió:
—Sí. Pero.
BOOM.
Sabía que Brandon siempre era demasiado bueno para ser verdad.
Fruncí el ceño.
—Me trajiste una docena de piezas, Kamiko. Pero sólo tengo
espacio en el show para una más.
Kamiko miró a Brandon a mí y dijo:
—¿Pero qué pasa...
—Me gusta mucho esta —dijo Brandon, apuntando a la pintura de
Kamiko de los tres Kamikos kimonoed de pie en un puente sobre peces
koi Brandons—. Algo que realmente funciona para mí. —Se rió entre
dientes mientras la miraba.
Kamiko me miró sorprendida y se mordió el labio.
Yo no iba a decir nada.
Brandon sostenía la pintura para examinarla más de cerca:
—Sí, me gusta mucho esta. —Sonreí—. Tiene un gran sentido del
humor. ¿Esas trillizas se supone que son tú, Kamiko?
Oh, mierda, ¡Lo estaba adivinando!
Kamiko hizo una mueca.
—Ahh... ¿no?
Nota culpable con un signo de interrogación.
—¿Quién es el pez? —preguntó Brandon inocentemente.
—¡Un antiguo novio suyo! —espeté—. ¡De la secundaria! —Una vez
más los signos culpables de exclamación.
—¡Eh, sí! —Kamiko asintió frenéticamente.
Brandon se rió entre dientes.
—Está muy bien. Estoy seguro de que fue un completo idiota.
Kamiko y yo lo miramos boquiabiertas con ojos muy abiertos una a
la otra. Al unísono, las dos dijimos:
—¡Sí!
—Me encanta. —Sonrió Brandon, completamente inconsciente.
Dejó la pintura sobre el escritorio—. Kamiko, si dejas ésta conmigo, la
haré enmarcar y la colgaré para el show.
—Está bien. —Ella sonrió.
Brandon se levantó de su escritorio y juntó las manos una vez.
Sonrió.
—¡Esto significa que tengo todos los lugares para mi show llenos!
—Pero ¿qué pasa... —Kamiko se apagó.
—¿Qué pasa con qué? —preguntó Brandon.
—¿Con la pintura de Sam? —Kamiko suspiró.
Brandon ladeó la cabeza hacia mí.
—¿Trajiste una pintura para el show de CA también?
Asentí nerviosamente. La última cosa que quería hacer era que
Brandon tuviera que decidir entre mi pintura y la de Kamiko. Tenía
miedo de que esto se convirtiera en una repetición de la última visita. Si
Brandon elegía mi pintura sobre la de Kamiko, moriría. Entonces
perseguiría a Brandon desde el más allá, hasta que se volviera loco. No
era mi opción preferida de resultados. Todavía estaba en esto viva. Pero
si sucedía, fielmente perseguiría a Brandon, por respeto a Kamiko.
—Eh —dije—, está bien. La mía no es muy buena. Y tienes tu show
lleno de todos modos.
—Vamos. —Brandon sonrió—. Déjame verla. —Hizo un gesto con la
mano.
—Adelante, Sam. —Kamiko gimió.
Mierda, ella se preocupaba demasiado. Saqué mi pintura de ave
fénix de la cartera negra que había comprado para llevarla y se la
entregué a Brandon.
Él la tomó con cuidado con ambas manos.
—¿Mira esto? —Se quedó boquiabierto—. Esto es increíble.
Excelente.
—Tengo que ver esto bajo una buena iluminación —dijo—. Estos
aceites son espectaculares. Sígueme. —Tomando mi pintura con ambas
manos, salió de su oficina. Caminamos a lo largo del pasillo y entramos
a una pequeña habitación que tenía un sofá contra una pared y un
caballete opuesto y vacío de pie. Brandon dejó la pintura en el
caballete y deslizó algunos interruptores de luz en la pared. Pequeños
focos volvieron a la vida, brillando sobre la pintura. Luego apagó las
luces fluorescentes, oscureciendo la habitación, a excepción de la
pintura.
Hubo un punto de luz extraño en mi pintura.
Brandon metió las manos en los bolsillos de sus pantalones,
empujando hacia atrás su chaqueta estilo deportiva.
—Esto es realmente bonito. —Brandon asintió, embelesado por mi
pintura.
Puse los ojos en blanco. Esto era ridículo.
Brandon se sentó en el sofá, en el borde del mismo, anudando las
manos.
—¿Qué es esta habitación, de todos modos? —le pregunté.
Kamiko dijo rotundamente, sonando un poco molesta.
—Es una sala de proyección para los clientes que necesitan un
cierto convencimiento para comprar una pintura. La iluminación está
configurada para realmente hacer que una pintura se vea mejor.
Brandon no estaba prestando atención, porque, oh Dios mío,
adoraba literalmente, mi pintura. Mierda, me sentí como una tarada y
una idiota. Todo lo que podía pensar era en lo que podría estar
vagando por la mente de la pobre Kamiko en este momento.
En cualquier momento, Brandon iba a acudir a mí y me preguntaría
si podía usar mi pintura en la muestra de artistas contemporáneos en vez
de la de Kamiko. Entonces me sentiría como una idiota total y Kamiko
me odiaría. No la culparía.
Brandon encendió las luces fluorescentes del techo de nuevo y
dijo:
—Esta pieza es fenomenal, Samantha, pero no es adecuada para
el espectáculo contemporáneo.
Le eché un vistazo a Kamiko. El ceño fruncido gélido que había
grabado su camino en su rostro se calentó treinta grados.
Brandon se volvió hacia Kamiko.
—Me gusta mucho tu pieza, Kamiko. Se quedará en el espectáculo
de la A. C. —Luego se volvió hacia mí—. Samantha, tú y yo necesitamos
hablar acerca de hagas algunas más pinturas para mí. Para tu propio
espectáculo.
¿¡¿Qué, qué?!?
—¿Mi propio show? —tartamudeé.
—Solo una muestra. —Brandon sonrió y asintió.
—Guau, Sam. —Kamiko sonrió—. ¡Eso es genial!
Sonreí tímidamente mientras Kamiko me abrazaba.
¡Uf! Más que nada, la emoción de Kamiko significaba que no
estaba molesta por toda la atención que Brandon estaba dándole a mi
pintura.
Esa había sido una llamada muy estrecha.
Quizás Brandon no estuviera tan mal.
Tiffany
Cerré la puerta detrás de mí tan silenciosamente como pude. No
quería que nadie supiera que estaba en casa, mi madre o el personal
de la casa.
Estaba enferma del mármol elaborado del gran vestíbulo de la
lujosa mansión de mis padres. Cuando era una niña, este vestíbulo me
hacía sentir como una princesa regresando a su castillo. Ahora era
como volver a casa a una elegante, cara prisión.
No podía soportarlo.
Todo en esta casa me recordaba a mi madre Gwendolyn, la reina
malvada de su dominio. La mera idea de que ella me daba náuseas.
Literalmente. Pero últimamente, cuando se trataba de revolver mi
estómago, esta casa llegaba en un cercano segundo lugar.
Me apoyé en la puerta principal y me quité las nuevas botas altas
Louboutin de $1.000. Por mucho que me gustara la forma en que
alargaban las piernas, hacían demasiado ruido en el suelo de mármol
del vestíbulo.
Me dirigí hacia la escalera de la derecha.
¿Cuál era el punto de tener dos escaleras cuando iban
exactamente al mismo lugar? ¿Vanidad? ¡Oh! Eso no podía ser.
Gwendolyn no tenía una pizca de vanidad en su cuerpo.
Tenía galones.
Mi padre, Westin —Conrad Kingston— Whitehouse, vino
zapateando por la escalera opuesta. Juro, siempre se las arregló para
mantenerse por lo menos a treinta pies de distancia de mí siempre.
—Tu madre te está buscando —dijo mientras se deslizaba por la
puerta principal sin decir adiós.
Yo nunca podría decidir quién estaba más asustado de mi mamá:
yo o mi papá.
Doble tres esquinas y otros tantos pasillos en susurrantes pasos antes
de ir a mi dormitorio. Tenía la mano en el picaporte de latón pulido, a
punto de abrirlo.
Casi seguro.
—¿Saliste así? —Gwendolyn dijo con desprecio desde el otro
extremo del pasillo.
Típica Gwendolyn.
Lanzando púas a tu espalda cuando no estabas viendo. Pero ella
amaba la confrontación en igual manera.
—No, Madre —le dije con respeto—. Me puse esta ropa en el auto
antes de entrar por la puerta —dije sarcásticamente—, sólo para
irritarte.
Ella se pavoneaba hacia mí, pavoneando sus caderas.
Gwendolyn llevaba trajes elegantes en todo momento y los cambiaba
por lo menos tres veces al día. No sé a quién se los estaba mostrando.
¿Las mucamas? Estoy segura de que no les importa una mierda, siempre
y cuando Gwendolyn firmara sus cheques.
Gwendolyn medio rasgaba sus párpados. Uno de ellos
parpadeaba espasmódicamente. Era tan condenadamente buena en
ese aspecto. Me volvia realmente loca. Creo que su expresión en este
momento podría inducir convulsiones epilépticas en los débiles y serviles.
Empeoraba por su fea belleza. Sí, había sido bendecida con la buena
apariencia de Gwendolyn. Era mi cruz.
Gwendolyn sonrió como una piraña.
—¿Siempre tienes que ser tan sarcástica? Te he enseñado mejor
que eso, Tiffany.
Ella me enseñó a ser sarcástica, seguro. No conscientemente.
Tome eso de ella sobre la marcha. Era inevitable.
Si le preguntaras a Gwendolyn, estaba decidida a arreglar todos
los errores que había cometido en su vida, que decía que eran pocos,
con la mía.
Lamentablemente, eso la hizo un poco dominante.
Su sarcasmo era sólo un bono.
—Madre, ahora no es un buen momento —suspiré agarrando la
manija de la puerta de mi habitación como un salvavidas. Si tan sólo
pudiera pasar por esta puerta ilesa...
—Tengo que contigo de la gala de verano. Todavía no has
elegido un vestido.
Se refería a la gala anual en La Jolla Country Club. Gwendolyn
tiraba la casa por la ventana cada año, cada año más grande y más
audaz que el anterior. Yo era parte de su pantalla. Uno de estos años,
creo que pensaba contratar a alguien para construir una carroza para
conducir hasta las puertas del club de campo en un trono hecho de
quinientos mil orquídeas frescas. Yo estaría atrapada sentado a sus pies
como una joya en exhibición.
Gwendolyn doblo las manos delante de la cintura y le dijo:
—Puesto has estado insatisfecha con las opciones de vestido que
te he dado, he mandado al mensajero de Fred Segal por varios vestidos
nuevos de su boutique de Los Ángeles. Deberían estar aquí esta tarde.
Me gustaría que te los pruebes. Dos de ellos están triunfando con
números en los hombros de un fenómeno nuevo diseñador de Beverly
Hills llamado Rocco Ferrara, que absolutamente adoro. Por favor
pruébatelos todos y elige uno, Tiffany. No voy a tenerte asistiendo a la
gala en tu ropa de calle. —Miró a mi equipo con disgusto evidente. Pero
no apareció en su rostro. Ella mantenía una sonrisa perfectamente
agradable en su lugar constante. Creo que su rostro estaba congelado
así. Era sólo ese horrible brillo de piedra en sus ojos que delataba su
irritación.
Arqueé las cejas, esperando que ella hubiera terminado. Había
aprendido a decir poco en presencia de Gwendolyn. Le daba menos
oportunidades de criticarme.
—¿Te has decidido por una escolta para la gala? —Preguntó.
A veces, el silencio no ayuda nada.
—No —suspiré.
—¿Has considerado a Brandon Charboneau?
—No, Madre —murmuré. No importa cuántas indirectas dejaba
caerle a Brandon, él siempre estaba demasiado ocupado. Yo estaba
empezando a preguntarme si era gay. Era la única explicación,
considerando lo obvio que había sido con él en el pasado.
—¿Qué pasa con Christos Manos? —Gwendolyn ladeó la cabeza
ligeramente—. Siempre he sido aficionada a ese joven.
Mis labios se apretaron bajos. Podía sentir mis párpados queriendo
revolotear por mis lágrimas inminentes. Yo estaba decidida a detenerlas.
—Christos esta... ocupado. —Me atraganté. Mi voz estaba a punto
de agrietarse. Gwendolyn siempre golpeaba con precisión practicada.
Justo en la yugular.
—No entiendo cuál es tu problema, Tiffany. ¿Estás asustando a
todos los solteros elegibles en San Diego? —Hizo sonar como si conseguir
un buen hombre era tan fácil como llenar un tanque de gas en la
gasolinera.
—No, Madre —murmuré.
—¡Habla, querida! Esa voz ratonil tuya es la mitad del problema.
Ningún hombre quiere a una chica tímida. Muestra un poco de
confianza. Eres un Kingston-Whitehouse.
—¿Puedo irme ahora? —le pregunté con una voz distorsionada.
—Sí. Pero estate lista cuando lleguen esos vestidos. Quiero ver
cómo se ven en ti.
Estaba decidida a tratarme como a una muñeca de vestir, no
importa lo que hiciera. Abrí la puerta y entré en mi habitación.
—¿Tiffany?
Me detuve, de espaldas a ella, preparándome para la crítica
habitual. Todavía agarraba el pomo de latón. Me imaginé tirándolo
fuera de la puerta y plantándoselo bien en el centro de la frente de
Gwendolyn.
—¿Esa falda te queda apretada? —preguntó, pensativa. Mi madre
tenía el corazón y los ojos de un cirujano plástico de Beverly Hills.
Sí, mi falda estaba apretada. Parecía que estaba pintada, y me
veía increíble en ella. Trabajé mi culo en el gimnasio y comí como un
ratón para asegurarme de ello.
—¿Necesitas perder una libra o dos? Tu cintura esta un poco
hinchada hoy.
Típica Gwendolyn.
No le respondí.
—No importa —suspiró pesadamente—. Esos vestidos estarán aquí
dentro de poco. Con un poco de suerte, no reventaras las costuras
cuando te los pruebe. —Ella ya sonaba derrotada. Doblemente
atravesado por la cintura hinchada de su hija traidora. ¿No sabía
Gwendolyn lo que era un período? Oh espera. Creo que tenía su útero
eliminado hace mucho tiempo. Mi conjetura es que ella había
contratado una sustituta para llevarme a término en lugar de estirar su
cintura. Y yo sabía que ella nunca caeria tan bajo como para tener una
cesárea electiva. Habría dejado una cicatriz.
Tranquilamente cerré la puerta de mi dormitorio detrás de mí y
entro en mi extenso armario. Tenía trajes más impresionantes que una
Mercedes Benz Fashion Week. Por lo menos había algunas ventajas de
ser un Kingston-Whitehouse. Puse mis suelas rojas lacas Louboutins en el
zapatero, entre decenas de otros.
De vuelta en mi habitación, saque un álbum de fotos de al lado
de mi escritorio y me senté en mi edredón de felpa en lo alto de mi
cama con dosel. Yo hojeé. Había fotos que eran de cuando yo era una
niña.
Algunas sobresalieron, y me detuve en ellos.
Una obra de la escuela en cuarto grado. Robin Hood. Yo era Maid
Marian y Christos era Robin Hood. Por supuesto. Era elegante incluso
entonces.
Una Caza del Huevo de Pascua cuando yo tenía seis. Había
sabido entonces que estaba enamorada de Christos. Incluso le había
dicho que quería casarme con él ese día.
Christos en la playa, en algún momento en la escuela secundaria.
Estaba sin camisa y marcado. Sin tatuajes aún, pero musculoso y guapo.
El hombre que se convertiría ya era obvio. Todas las chicas tenían ojos
para él.
Mi fiesta de cumpleaños undécimo. Rodeado de globos y confeti
y amigos. El pastel de cumpleaños estaba justo en frente mío y yo
estaba soplando sobre las velas. Christos se inclinaba hacia mí, con una
mirada pícara en su rostro, besando mi mejilla. Yo no había lavado mi
mejilla una semana después de ese día, lo recuerdo.
Me froté la mejilla con nostalgia.
Las lágrimas goteaban sobre el manguito de plástico que cubría
las fotos. Saqué la foto hacia fuera para conseguir un mejor aspecto.
Christos Manos.
Christos.
Apreté los ojos cerrados y mi cabeza cayó sobre mi pecho.
Contuve mis sollozos. Gwendolyn tenía oídos como un murciélago
vampiro y sin duda me lo haría sentir y me insultaría de arriba a abajo si
me oía llorar en mi habitación como un bebé.
Christos se había ido.
Negué con la cabeza, no quería creerlo.
Era esa estúpida Samantha.
Ella había arruinado todo.
Ella lo había tomado de mí.
Todo era culpa de ella.
Christos y yo nos habíamos estado acercando durante el verano
pasado, antes de que las clases hubieran comenzado. Habíamos
estado saliendo todo el tiempo. Casi todos los días. Yo había empezado
a pensar que tal vez hubiéramos tenido una oportunidad. Christos
finalmente había limpiado su acto, trabajando en sus pinturas,
convirtiéndose en un joven respetable. Había sido un touch and go con
él durante varios años. Pero por fin había conseguido su mierda junta.
No era más una vergüenza.
Y Samantha se había abalanzado y robado su corazón.
Odiaba a esa perra de mierda.
La odiaba.
La odiaba con toda mi alma.
Iba a hacer su vida imposible si era la última cosa que hiciera.
Empezando por su audiencia ante el tribunal SDU. Ella estaba
siendo expulsada de SDU. Sea lo que tomara.
Me levanté de mi cama y entré en mi armario, cerrando la puerta
detrás de mí. Fui a la parte posterior del armario y empujé a un lado los
abrigos y vestidos. Como si necesitara otro vestido para la gala de
verano. Tuve tres que aún me quedaban. Pero no, que habían sido
usados una vez. En público. Gwendolyn se avergonzaría de mí si incluso
sugería usarlo de nuevo.
Escondido en la esquina, detrás de mis chaquetas de esquí y
pantalones para la nieve estaba una bolsa de lona. Me senté en el
suelo alfombrado de mi armario y abri la cremallera de la bolsa. Llegué
dentro y sentí un alivio inmediato.
Saqué un oso de peluche viejo, raído de la bolsa. Su piel estaba
hecha jirones y le faltaba un ojo de botón. Si Gwendolyn sabía que
todavía tenía a la Sra. Osa, ella la hubiera quemado. Gwendolyn había
tirado cada muñeca y los animales de peluche que tenía cuando
cumplí trece años. Ella había dicho que eran infantiles. Me las había
arreglado para salvar a la Señora Osa ocultándola su bajo mi cama
cuando Gwendolyn no estaba mirando.
Abracé a la Sra. Osa a mi pecho.
Sin dejar de llorar, y con voz temblorosa, dije:
—Todavía me quieres, ¿verdad, Sra. Osa?
La Sra. Osa me miraba fijamente con su sonrisa de un solo ojo.
La abracé a mi pecho y solloce en silencio. Mi cuerpo se
estremeció y se convulsionó con tristeza.
Cuarenta minutos más tarde, cuando los vestidos llegaron, no
había ni rastro dejado en mi cara de que yo hubiera estado llorando.
Nunca me permití llorar lo suficiente para que mi cara estuviera
hinchada.
Gwendolyn no lo toleraría nunca.
Samantha
—¡Vamos a festejar! —animé mientras la pandilla y yo entramos en
la Galería Charboneau en la noche de la Exposición de Artistas
Contemporáneos.
El lugar estaba lleno de gente. A diferencia de la multitud en la
exposición individual de Christos el año pasado, que había sido de más
calidad, esta gente era mucho más joven y más a la moda. Tenían un
DJ en lugar de un cuarteto de cuerda. La gente hablaba mucho más
fuerte y bebía más libremente. Vi latas de Red Bull en las manos de la
gente en lugar de copas de vino. Con seguridad, era un ambiente de
fiesta.
Kamiko ya estaba dentro. Había llegado temprano porque era
una de los artistas. Christos y yo habíamos recogido a Romeo y nos
habíamos reunido con Madison y Jake en la calle antes de entrar.
—Vamos a encontrar a Kamiko —dijo Romeo—. Quiero ver de qué
personaje de cosplay se vistió esta vez.
—Está bien —respondí mientras me tironeaba.
Christos, Madison y Jake nos siguieron.
A pesar de la bomba que mi mamá había dejado caer al pedirle a
mi padre el divorcio, había logrado mantenerme compuesta los días
que ella no había llamado. Claro, mis piernas estaban todavía
tambaleantes y quería vomitar cada cinco minutos casi todos los días,
pero estaba decidida a disfrutar esta noche.
—Este lugar está lleno —le dije—, nunca vamos a encontrar a
Kamiko.
Romeo estaba examinando un trozo de papel. —Agarré una de las
hojas de precios. Dice que es el número treinta y dos. Ella debe estar por
allí en alguna parte. —Apuntó hacia la derecha.
Los cuatro caminamos en esa dirección.
—Amigo —dijo Christos a Jake mientras atravesábamos la
multitud—, ¿sigues pensando en navegar por la costa norte durante
todo el verano?
—Claro que sí. —Jake Sonrió—. Estoy soñando con Pipeline50 todas
las noches.
Los dos estaban justo detrás de mí y Madison. Fruncí el ceño hacia
ella y le susurré al oído:
—¿Jake está hablando de tu Pipeline?
Madison se rió.
—No, tonta Sam. Está hablando de la ruptura de arrecife en Banzai
Beach, en Oahu.
—Oh. —Asentí—. Solo asumo que cuando los chicos empiezan a
soltar términos que no tienen sentido, están hablando de sexo.
—Es una suposición segura. —Sonrió Madison.
Christos le preguntó a Jake:
—¿Llevarás a Mads contigo?
Jake asintió.
—Por supuesto, nunca iría a Pipeline sin traer a mi tubería favorita
conmigo.
Christos y Jake comenzaron a reírse. Madison y yo volteamos una
hacia la otra y dijimos al unísono:
—¡Hombres!
Jake envolvió un brazo musculoso alrededor de Madison y le dijo:
—Sabes que te encanta. —Sonrió con su sonrisa blanca y
encantadora, siempre un brillante contraste contra su piel bronceada,
antes de besar su mejilla.
Madison se apoyó en él.
—Si no fueras tan condenadamente lindo, Jake, nunca te saldrías
con la tuya hablando como un pagano.
—¿Eso significa que puedo seguir hablando como un pagano?
Madison puso los ojos en blanco para mi beneficio, pero me di
cuenta que estaba totalmente enamorada de Jake.
Christos pasó un brazo alrededor de mí.
Le lancé una mirada de advertencia.
—No empieces a hablar de mi tubería —bromeé.
—¿La tubería de quién? —preguntó Romeo—. Me encantan las
tuberías. Darle, sacarla, taparla, drenarla…
—¿Drenarla? —Jake hizo una mueca.
—Amigo —Christos sonrió—, ¿qué significa eso?
50Pipeline:se refiere a Banzai Pipeline un lugar de surf en la costa norte de Oahu;
pipeline también puede referirse a tuberías, por ello el comentario siguiente de
Samantha.
Romeo examinó sus uñas y sonrió.
—¿De verdad quieres saber?
—¡NO! —gritamos Madison y yo.
Todos los jóvenes que nos rodeaban estaban vestidos con diversos
atuendos hipster o como para ir a clubes. Estaba esperando que las
luces se apagaran y los palos luminosos de neón aparecieran. Pero aun
así era una galería de arte. Había tanta gente que apenas podíamos
ver las pinturas en las paredes.
—Por aquí —dijo Romeo, guiándonos a todos—. ¡Oh Dios mío!
—¿Qué? —le dije, curiosa.
—¡No puedo creeeerlo! —canturreó Romeo.
—¿Qué, qué? —No podía ver más allá de las personas entre las
que Romeo se había metido.
Intercambié una mirada emocionada con Madison mientras nos
apretujábamos hasta Romeo, que tenía sus brazos alrededor de Kamiko.
—¡No estás vestida como un dibujo animado! —vitoreó Romeo
mientras abrazaba a Kamiko.
—Está bien —Ella hizo una mueca—, no me rompas. —Pudo
haberse estado quejando, pero estaba completamente riéndose.
Cuando Romeo rompió el abrazo, por fin vi el traje de Kamiko.
—¡Vaya, Kamiko! —Sonreí—. ¡Te ves totalmente sexy!
Kamiko llevaba un vestido de color rojo y negro sin mangas de
cremallera frontal. Estaba alta en sandalias de plataforma negras y su
cabello suelto.
—Vaya —dijo Christos—. Kamiko, te ves sexi, chica.
Kamiko se sonrojó.
Jake asintió con aprobación.
—Bonito vestido, Kamiko.
—¿Alguien quiere bajarle la cremallera tanto como yo? —preguntó
Romeo.
—Por favor, no lo hagas —declaró Kamiko.
—Estoy bromeando. —Romeo sonrió—. Te ves increíble, Kamiko —
dijo genuinamente—. De ninguna manera te pareces a un personaje de
dibujos animados esta noche. Si fuera heterosexual, totalmente te
follaría. Luces fabulosa.
—Gracias. —Sonrió tímidamente.
Romeo le dio otro fuerte abrazo.
Christos sonrió.
—Si no recibes por lo menos diez números de teléfono de chicos
guapos esta noche, me sorprendería.
—Gracias. —Kamiko puso los ojos en blanco como si la idea de que
ella conociera a un hombre fuera tan probable como que el sol de
repente estallara. Dijo—: Solo espero que venda mi pintura esta noche.
—Se puso de pie al lado de ella.
Christos miró más de cerca.
—Oh, mierda, ¿ese es el rostro de Brandon en esos koi51?
Los ojos de Kamiko se abrieron e intercambiamos una risita.
—Oh por Dios. —Kamiko rió entre dientes, claramente
avergonzada—, ¿es tan obvio?
—Tal vez para mí —aseguró Christos—, pero he conocido a ese
oportunista durante mucho tiempo.
—¿Qué oportunista? —preguntó Brandon Charboneau, de pronto
de pie junto a todos nosotros.
Ups. Supongo que el bagre estaba finalmente fuera de la bolsa.
Bueno, técnicamente era un koi. Lo que sea. De cualquier manera,
espero que Brandon no se ofendiera.
—¡Brandon! —dijo Christos extravagantemente, dándole una
palmada en la espalda, claramente tratando de distraer la atención de
lo obvio.
—Hola a todos. —Brandon sonrió, luciendo gallardo—. Estamos
llenos esta noche, ¿no es así?
—Totalmente —dijo Christos en voz alta, tratando de mantener la
atención de Brandon lejos de la pintura.
Tal vez si Brandon no descubría que era el tema de la pintura de
Kamiko, en su lugar tomaría nota de lo sexy que Kamiko lucía en su
vestido, y finalmente la invitaría a salir.
—¿No se ve sexy Kamiko en su vestido? —le dije a Brandon. No iba
a solo insinuarlo.
Brandon miró su atuendo y sonrió cortésmente.
—Muy elegante, Kamiko. —Entonces miró al resto de nosotros—.
Bueno, tengo que circular. —Levantó las cejas y sonrió mientras se metía
entre la multitud.
Brandton-to estúpido.
Al menos a Kamiko no parecía importarle.
—¡Uf! —susurró—, ¡eso estuvo cerca!
—¿Qué te preocupa? —preguntó Romeo.
Kamiko lo fulminó con la mirada.
Christos
El DJ subió el volumen mientras la multitud se alocaba más. La
gente tenía que levantar la voz para ser escuchados mejorando la vibra
del club.
No sé por qué no pensé en presentarle a Kamiko a Dillon antes. Son
perfectos juntos.
Samantha demandó:
—¿Por qué no me dijiste que tu amigo de Hora de Aventura era tan
atractivo? ¿Y perfecto para Kamiko?
Fruncí el ceño.
—¿Estás leyendo mi mente?
—¿Qué? —preguntó confundida.
—No importa. —Sonreí—. De todos modos, supongo que tenía otras
cosas con las que distraerme en ese entonces. —Le di una mirada de
complicidad y me incliné para besar sus labios.
Romeo gruñó.
—Que alguien me traiga un balde. Hay tanto amor verdadero por
aquí esta noche, que voy a vomitar.
—Oh —dijo Samantha compasivamente—. Lo siento Romeo.
Christos, ¿tienes amigos sexis para Romeo?
—Voy a comprobar. —Sonreí.
Brandon llegó caminando.
—¿Cómo están? —Sonrió—. ¿Disfrutando del espectáculo?
—Es un gran espectáculo, Brandon —dijo Samantha.
Creo que su estado de ánimo había mejorado desde que Kamiko
había vendido su pintura del koi. Sabía que Samantha estaba tratando
de mantener una cara de póker ante sus padres, pero solo puedes fingir
hasta cierto punto. Sus entrañas estaban probablemente dando saltos
mortales cada sesenta segundos de mañana, tarde y noche. Sé que las
mías lo hacían cuando mi mamá había dejado a mi papá hace una
década.
Joder, mis tripas todavía se anudaban cuando pensaba en mi
madre.
Mamá
—Gracias —Brandon dio su sonrisa de Sr. Agradable—. Christos,
¿puedo hablar contigo un momento?
—Claro —le dije. Levanté mis cejas hacia Samantha y Romeo.
—Vamos a mirar los alrededores, Sam, —dijo Romeo. Llevó a
Samantha hacia la multitud.
—¿Qué pasa, Brandon? —pregunté.
—Quería chequear tu progreso con las pinturas. ¿Te importaría dar
un paseo por el jardín de esculturas?
Asentí.
Salimos. El jardín de esculturas no estaba tan concurrido como el
interior de la galería, y estaba fuera, así que teníamos una vaga
sensación de intimidad en los setos bajo la luz de las estrellas. Brandon
era todo sobre las apariencias, así que traerme de nuevo aquí
significaba que tenía algo que decir que iba a irritar a uno de los dos.
Cuando estuvimos solos, preguntó:
—¿Cómo va el retrato de Isabella? ¿Hiciste los cambios como
sugirió Stanford Wentworth?
Reí. Sí como no.
—¿Qué? —Brandon sonrió.
¿Ya mencioné que había destruido la pintura de Isabella en un
arranque de rabia? ¿O dejarle saber era obviamente un descenso en
mi parte del espectáculo? Que se joda. No tenía ganas de bailar esta
noche.
—Decidí ir en una dirección diferente para el show.
Brandon entrecerró sus ojos.
—¿Qué quieres decir?
—Voy a deshacerme de la idea de usar modelos. No estaba
funcionando para mí.
—Pensé que lucían bien.
—Escuchaste a Wentworth. —Reí—. Estuviste allí. Dijo que las
pinturas no tenían vida.
—Yo podría venderlas —se mofó Brandon.
—Tú podrías vender un auto a un canario.
Brandon frunció el ceño.
—¿Por qué un canario querría un auto? Ellos tienen alas.
—Exacto.
Brandon ignoró mi comentario.
—Christos, nos conocemos desde hace mucho tiempo.
Asentí.
—Estoy tratando de construir tu carrera —dijo.
Dije:
—Pero no quiero una carrera pintando modelos que no me
importan una mierda.
—Hermosas mujeres se venden, Christos. Ellas nunca pasan de
moda.
Arqueé una ceja y asentí.
—En cualquier caso —continuó—, no puedo construir tu carrera si
no tengo pinturas para vender. Aquí una sugerencia. Vendemos los
desnudos que tienes el mes que viene, en tu exposición individual. El
próximo año, pasamos a algo más significativo. Lo importante es que
mantengamos el impulso. Tengo quince posibles compradores
alineándose para tus pinturas. Incluso tengo una para el retrato de
Isabella. No me importa lo que dijo Stanford Wentworth, puedo
conseguirnos hasta ciento veinticinco mil.
Caramba. Me vendrían bien $125.000. No hay nada como
honorarios de abogados para drenar tu billetera. Jodido Hunter
Blakeley.
Lamentablemente, si sacara los jirones de la pintura de Isabella
del vertedero ahora, no creo que Brandon obtendría ni cincuenta
centavos por ello.
Él preguntó:
—¿Cuánto tiempo crees que tomaría terminar quince pinturas?
Brandon necesitaba verificar la realidad. Él estaba bajo la
impresión que yo había estado muy ocupado trabajando en el estudio
estos últimos meses, haciendo más pinturas de sus modelos. Había
mantenido oculto hasta ahora, el hecho que me había quedado muy
por detrás por el juicio de Horst Grossman y porque había decidido ir en
una dirección diferente con mi arte.
—Meses —dije.
Los ojos de Brandon se ampliaron.
—¿Meses? No tengo meses. Tengo espectáculos haciendo fila el
resto del año. No puedo cambiar las cosas. Christos, —dijo, sonando
profundamente decepcionado—, no puedo mantener estos
compradores en espera. Si no cierro con ellos ahora, van a ir a otro
lugar.
—¿Por qué no les vendes algunos de tus otros artistas?
—Estos son grandes compradores. No están interesados en mis otros
artistas, Christos. Están interesados en ti. Quieren la magia de Manos.
Necesito tus pinturas. Ahora. ¿Cuántas tienes?
—Tres terminadas. Las que has visto de Avery, Jacqueline y Becca.
Tengo tres más en proceso. —Estaba pensando en la pintura de AMOR
de Samantha y yo, el retrato individual de ella y la sorpresa que tenía
para todos.
—¿Seis? Pensé que tenías siete. Sé que te envié siete modelos y que
estabas trabajando con todas. ¿Qué pasó?
—El, ahhh… bueno… —iba a tener que decirle—. La pintura de
Isabel está RIP.
—¿Qué? ¿Por qué? —Él tenía el ceño fruncido.
—Te lo dije, no estaba funcionando para mí.
—¿No la cambiaste? ¿Verdad? ¿Como pidió Wentworth?
—No —me burlé—. Es un idiota.
—Bien. Porque te lo digo, puedo vender esa pintura con seis cifras
seguras.
Mierda. Tiene que saberlo.
—Se ha ido.
—Qué, ¿ya la vendiste? —Se rió nerviosamente.
Si lo hubiera hecho, sería un completo imbécil y Brandon
reconsideraría su oferta. No lo culparía. Por suerte para mí, no lo había
hecho.
—Yo, um, la destrocé.
Los ojos de Brandon se ampliaron más que antes.
—¿Por qué demonios harías eso? —Él en realidad sonaba enojado.
Brandon nunca perdía su genialidad—. Le tenía un comprador. El tipo
no compra más que desnudos caros. No pensaría dos veces antes de
pagar cien mil dólares por el tuyo. Estás loco, Christos. —Brandon negó
con la cabeza y frunció el ceño, luciendo medio derrotado. Luego hizo
una pausa y su expresión de enojo se convirtió en una sonrisa fácil.
—Me estás tomando el pelo, ¿verdad, Christos?
Negué.
—No. Destrocé esa mierda y la tiré.
Los ojos de Brandon se ampliaron por tercera vez.
—¿Hablas en serio, ¿verdad?
Asentí.
—Christos, me estás matando. —Suspiró—. No puedo darte un solo
con seis pinturas. La galería se verá vacía. Voy a necesitar más.
Me sentí mal. Yo mismo me había puesto en esta posición.
—Mira, tal vez pueda hacer nueve.
—¿Nueve? —preguntó con escepticismo.
—Nunca terminé los tres de los otros modelos.
—¿Por qué no?
—Te lo dije, empecé nuevas piezas.
—Christos, ¿qué me estás haciendo? —suplicó—. ¿Hasta qué punto
estás con todas las pinturas sin terminar? —Parecía totalmente
exasperado—. ¿Vas a tener cualquiera de esas a tiempo? —Ahora
sonaba como un padre decepcionado.
Pobre Brandon. No podía culparlo. Yo estaba arruinándolo todo y
lo sabía. Suspiré.
—Las tres nuevas estarán definitivamente terminadas. Si me doy
prisa, puedo terminar las otras tres.
—Solo tienes un par de semanas para hacerlo, Christos. ¿Va a ser
tiempo suficiente? —lo dijo como si supiera que era imposible, pero
estaba siendo demasiado amable para no decirlo.
—Eso espero —dije en voz baja.
Brandon me miró como si hubiera pasado de ser de su propiedad
caliente a ser una espina en la costilla en el lapso de cinco minutos.
Porque lo había hecho.
Me sentía mal. Estaba tomando un riesgo enorme con mi nueva
dirección artística. Brandon no merecía el estrés que estaba
provocándole. A pesar del hecho de que me molestaba a veces,
siempre había sido bueno conmigo y mi familia durante años, y había
estado contando conmigo para entregar una cierta cantidad de
trabajo en un período de tiempo determinado. Ahora había arruinado
mi fecha límite. Pero qué diablos. No quería pasar el resto de mi vida
pintando para otras personas.
¿Pensé que el punto de esta cosa de ser artista era hacer lo que
querías?
Mierda.
Tal vez estaba siendo un poco demasiado estrecho de miras en mi
visión de las cosas.
Samantha
Madison y Jake ya se habían ido a casa de la galería, pues se
levantaban temprano para surfear en la mañana. Romeo estaba
charlando con Dillon y Kamiko atrás en el jardín de esculturas. Ahora
que la pintura de Kamiko se había vendido, estaba lista para relajarse.
Estuve dando vueltas en la galería principal, aún fascinada por
todo el arte. Me dejaba alucinada que tantas personas hubieran
vendido pinturas esta noche. La mayoría de ellas eran baratas para los
estándares de la galería, que oscilaba entre $ 500 y $ 3.000. Eso
significaba que la de Kamiko había sido una de las piezas de mayor
precio de venta. Estaba tan orgullosa de ella.
Tal vez un día, yo vendiera un cuadro por mil dólares.
Fuera de la esquina de mi ojo, me di cuenta que Tiffany tropezaba
hacia la entrada. Parecía totalmente borracha. Creí que se había ido,
pero no estaba en condiciones de conducir.
Fui hacia la puerta mientras se iba, mirándola caminar sobre la
acera. Tal vez estrellaría su auto contra un poste de teléfono en su
camino a casa y no tendría que preocuparme sobre que hiciera que
me echaran de la universidad en mi próxima audiencia con el tribunal
de la SDU.
Suspiré.
Por mucho que odiara a Tiffany, no podía dejar que fuera a su
casa totalmente borracha.
Entonces me di cuenta que tropezó con un hombre fumando un
cigarrillo fuera. Llevaba una chaqueta de cuero hecha jirones y estaba
apoyado en un parquímetro. Ella se inclinó hacia él y agarró las solapas
de su chaqueta. Él la miró sorprendido. Pero luego de darle un buen
vistazo a Tiffany una sonrisa apareció en su rostro. Dejó caer su cigarrillo
y lo pisó con su bota. Supongo que Tiffany lo conocía porque puso un
brazo alrededor de su cintura y la levantó.
Había dos mujeres jóvenes fumando afuera, acurrucadas y
hablando entre sí. ¿El chico de la chaqueta había estado hablando
con ellas cuando Tiffany salió? No estaba segura. Qué extraño.
Tres chicos dentro de la galería pasaron delante de mí, riéndose
de algo que uno de ellos había dicho cuando salieron a la acera. El
chico de la chaqueta los miró. Uno de los tres chicos asintió y le dijo:
—Hola.
El chico de la chaqueta asintió.
—¡Ahí están!—Dijo Romeo detrás de mí—. He estado buscándolos
por todos lados. Creo que Dillon y Kamiko necesitan un momento de
intimidad, así que los dejé solos en el jardín de esculturas. Además, no
podían más que hablar de dibujos animados. Todavía están hablando
de Hora de Aventura. Creo que Kamiko está enamorada. ¿Quieres ver si
el bar tiene alguna bebida?
—Claro —le dije distraídamente mientras Romeo me agarraba la
mano y me llevaba dentro de la galería.
Caminamos hacia el bar. La multitud se había reducido
considerablemente. Las personas se dirigían hacia la puerta. No tomaría
mucho tiempo conseguir una bebida. No es que fuera a tener algo de
alcohol. Era la conductora designada esta noche.
Tiffany.
El chico de la chaqueta.
Algo no estaba bien.
—Volveré, Romeo —le dije, tirando mi mano de las suyas. Pasé
junto a lo último de la gente paseando casualmente hacia la puerta.
En el momento en que estuve en la acera, sabía que algo andaba
mal.
Tiffany y el chico de la chaqueta se habían ido.
—¿Tiffany?
Moví mi cabeza de izquierda a derecha. No la vi. Me volví a las dos
chicas que seguían fumando afuera.
—¿Vieron en qué dirección se fue esa chica con el cabello rubio
platino y vestido blanco?
Una de las chicas fumando dijo:
—¿Te refieres a la chica con ese chico de la chaqueta de cuero?
—Sí.
—Creo que se fueron en esa dirección. —Señaló con su cigarrillo.
—Gracias. —Salí corriendo.
Oh, Dios mío, Tiffany.
Ahora que estaba pensando en ello, el chico de la chaqueta se
había visto un poco demasiado sarnoso para ser su tipo.
—¡Tiffany! —grité.
Pasé un callejón y me detuve. Miré hacia la oscuridad. No la vi. Y
no vi nada que pudieran ser ellos escondidos detrás de un contenedor
de basura o de botes de basura o lo que sea.
Corrí por la acera hasta que me detuve en una intersección de
cuatro vías. El corazón latía con fuerza en mi pecho. No de correr, sino
de la máquina de pánico haciendo fuego en mi estómago. Miré arriba
y abajo de la calle transversal. Tenía un montón de farolas brillantes en
ambas direcciones. Pero al frente, la calle estaba oscura. Creo que vi
movimiento adelante.
Síp.
El pequeño punto del vestido blanco y del cabello de Tiffany
brillaba débilmente en el claro de luna.
—¡Tiffany! —grité. La luz estaba roja, pero corrí de todos modos. Un
auto tocó la bocina y se desvió a mi alrededor. Por suerte, no había ido
muy rápido. Lo esquivé y crucé al otro lado de la calle.
Corrí por la acera, gritando con todos mis pulmones:
—¡Tiffany!
Definitivamente era el chico de la chaqueta quien estaba con
ella, su brazo alrededor de su cintura. Giraron por una calle antes que
los alcanzara.
Para cuando doblé la esquina, el chico de la chaqueta había
clavado a Tiffany contra una pared de ladrillo. Su bolso estaba en el
piso. Tiffany estaba empujándose hacia él con manos débiles. Estaba
demasiado borracha para pelear. Ella cayó de rodillas. El chico de la
chaqueta la agarró por la manga y yo salté sobre su espalda,
golpeando la parte posterior de su cabeza con todo lo que tenía. Él se
puso de pie y se tambaleó hacia atrás, estrellándome contra la ventana
de un auto estacionado. Una iluminación blanca se disparó arriba y
abajo de mi espalda mientras el dolor explotaba en mi cuerpo.
Me deslicé por el auto. Mi trasero golpeó la acera.
El chico de la chaqueta se dio la vuelta, viéndose sorprendido. Sus
labios estaban bien abiertos sobre dientes torcidos y apretados. Estaba
encorvado como un animal. Giró su bota hacia mi rostro, pero yo me
puse sobre un lado y me puse de pie. Su bota golpeó la puerta del auto
donde mi rostro había estado, abollándola. Luego se abalanzó sobre mí
y yo pasé mis uñas por su mejilla.
—¡Me cortaste, perra! —gritó.
Vi el rostro de Damian Wolfram caer en su lugar sobre la chaqueta
de hombre. La ira estalló dentro de mí como una bomba de neutrones y
mi visión se puso roja. Levanté mis brazos hacia él como palas de
helicóptero, con el objetivo de que mis uñas llegaran a sus ojos. Él se
tambaleó hacia atrás y tropezó con las piernas de Tiffany. Yo seguí
balanceando los brazos. No tenía idea de lo que estaba haciendo,
pero no iba a parar.
Mis dedos estaban bien abiertos hacia la piel de su otra mejilla. Él
buscó distancia como una ardilla a cuatro patas. Cuando se puso de
pie, se detuvo y me miró. Se tocó la mejilla ensangrentada y examinó la
sangre que tenía en los dedos.
—Voy a cortarte, perra —dijo mientras sacaba un cuchillo de su
bolsillo. Movió la hoja dentada abriéndola con el pulgar.
Oh no. Estaba jodida.
Él avanzó hacia mí. Si corría, nunca me atraparía. Pero no podía
dejar a Tiffany sola con él.
La cara del chico de la Chaqueta ya no era de Damian Wolfram.
Era solo un chico feo con chaqueta que tenía heridas de uñas rojas en
la cara. Me di cuenta de la saliva en su labio inferior. Me obsesioné con
la saliva. Era tan blanca en la oscuridad. No podía dejar de mirarla, creo
que porque no quería pensar en el cuchillo. No sabía qué hacer.
Alguien iba a ser apuñalada, pero no estaba dispuesta a aceptar ese
hecho.
Él dio un paso hacia mí.
La saliva. La saliva. La saliva.
Él comenzó a reír como una bisagra oxidada, agitando el cuchillo
lentamente a través del aire en círculos perezosos.
Sus ojos se abrieron de repente, llamando mi atención sobre ellos,
rompiendo el hechizo de la saliva.
—No cortarás a nadie —dijo Tiffany. Estaba detrás de mí. Me volví y
vi que estaba sentada en el suelo, con una pequeña pistola de plata en
ambas manos. Estaba mirando directo al chico de la chaqueta—. A
menos que quieras que te haga explotar las pelotas, idiota.
—Baja el arma —dijo el hombre de la chaqueta.
—¿Estás loco, pendejo? —se burló Tiffany—. Voy a contar hasta
tres para que huyas. —Tiffany arrastró las palabras, obviamente
borracha, pero sosteniendo la pistola sorprendentemente estable—.
Uno…
El chico de la chaqueta sonrió como una cobra.
—No vas a disparar.
—Dos…
Dio un paso con confianza hacia Tiffany.
—Estás demasiado borracha. Vas a fallar por un metro.
—He estado tomando lecciones de tiro desde que tenía diez años,
tarado. —Se rió—. ¿Cuál es la pelota que quieres salvar, la derecha o la
izquierda? Ah, mierda, voy a ver si puedo conseguir ambas con una sola
bala—. Ladeó la pistola como siempre hacían en las películas.
¡Cha-CHAK!
—Tres… —dijo Tiffany.
El chico de la chaqueta huyó tan rápido, que fue un borrón.
Tragué y sentí que mi corazón iba de nuevo a mi garganta.
—Idiota —dijo Tiffany cuando bajó el arma.
Me arrodillé junto a ella, mis piernas temblando como gelatina. No
podría haberme puesto de pie si lo hubiera querido. Mi estómago
estaba en el ciclo de centrifugado.
—¿Estás bien?
Tiffany dio un buen vistazo hacia mí. Después de un momento, el
reconocimiento cayó en su cara, que se agrió cuando se dio cuenta
que era yo.
—Estoy bien. —Bajó con cuidado la cosa del martillo en la parte
posterior de la pistola. Sabía que eso significaba que no estaba a punto
de disparar ya. Deslizó la pistola en su bolso con un resoplido fuerte.
Trató de levantarse, pero estaba teniendo problemas.
—¿Necesitas ayuda? —le pregunté, con las manos apoyadas en
mis muslos.
—No —espetó.
Observé su lucha por ponerse a cuatro patas, pero eso fue lo
único que logró.
—Aquí —le dije, y puse mis brazos alrededor de los suyos y la puse
de pie.
Tiffany se apoyó en mí.
La adrenalina todavía brillaba en mis venas. Me temblaban las
manos, mis rodillas oscilaban, mierda, incluso mi cabello estaba
hormigueando. Me sorprendió que pudiera ponerme de pie y mucho
menos abrazarla también.
—¿En qué dirección está tu auto? —le pregunté.
—No lo sé —arrastraba las palabras, totalmente frustrada, como si
estuviera molestándola.
—¡Oh Dios mío! ¡Sam! —Romeo chirrió detrás de mí—. ¿Qué diablos
pasó?
Tiffany y yo nos dimos la vuelta para mirarlo.
—¿Qué campanas en los infiernos? —Romeo estaba
boquiabierto—. ¿Tú y Tiffany son hermanas tijeras?
—Sí, Romeo —dije con sarcasmo—. Estábamos a punto de hacer
saltar los frijoles de cada una un rato antes de entre cruzar las piernas
con la otra.
—¿Puedo ver? —preguntó inocentemente.
Fruncí el ceño.
—Pensé que eras gay.
—Pero este es un evento histórico —dijo—, y alguien tendrá que
documentarlo. Necesitarás una prueba. De lo contrario, nadie va a
creerte. —Sacó su celular—. Tomaré una foto de ustedes dos.
—¿Puedo dispararle? —preguntó Tiffany.
—Por favor. —Me reí. Solo tomó unos tres segundos para que mis
risitas se convirtieran en lágrimas de alivio.
Samantha
Mis dos uñas todavía no habían crecido completamente después
de que me las había arrancado en carne viva la noche que había
salvado a Tiffany. Ellas me habían hecho ver estrellas durante días.
Pero ahora, eran un fastidio menor.
Me senté en una hilera de sillas en un vestíbulo del segundo piso del
edificio de Historia y Ciencias Sociales, que estaba cerca de la oficina
del Decano, esperando mi audiencia en el tribunal SDU por
supuestamente robar hace dos meses la tarjeta de crédito de Tiffany.
Me puse el mismo traje que había usado en la corte el día que
Christos había sido juzgado. Chaqueta negra, falda al tubo gris, blusa
blanca, medias negras y zapatos de tacón negros. Mi maquillaje era
ligero, lo suficiente para parecer profesional.
El traje parecía apropiado porque ahora yo estaba a punto de ser
enjuiciada.
Una mujer usando un desaliñado traje de oficina abrió una de las
puertas del vestíbulo y se asomó.
—Puedes entrar ahora —dijo.
Ella sostuvo la puerta para mí mientras entraba en una sala de
conferencias. En el otro extremo de la gran mesa de conferencias de
madera, el Decano Livingston estaba sentado a la cabeza, llevando un
traje, flanqueado por una mujer mayor y un hombre de mediana edad.
Ambos vestían trajes y asumí que eran administradores SDU. Tiffany
estaba sentada cerca de ellos, algunos asientos más abajo. El señor
Selfridge, mi antiguo jefe del museo, sentado frente a Tiffany. Con algo
de suerte, él sería capaz de decir algo que ayudara en mi caso. La
mujer que me había dejado entrar estaba sentada cerca de la puerta,
detrás de un ordenador portátil instalado sobre la mesa de
conferencias.
Saludé al Sr. Selfridge y le sonreí.
Él sonrió de vuelta.
No estaba completamente segura donde se suponía debía
sentarme. Pero nadie pareció decirme a donde ir, entonces escogí un
asiento más cerca a la puerta, no queriendo estar muy cerca de Tiffany.
Además, si tenía que retirarme rápidamente, podría escaparme por la
puerta sin ser notada. No.
Al menos esta no era una sala de tribunal propiamente dicha con
guardias armados, el jurado y mesas de la defensa y todas las reglas.
Saber que tenía un ligero grado de control sobre las cosas hoy alivió mis
nervios ligeramente. No es que yo sería arrestada y esposada si las cosas
salieran mal.
Puse mi café sobre la mesa y mi mochila en el suelo. No había
manera de que pudiera aguantar esta mañana de masacre sin
cafeína. Debatí jalando mi ordenador portátil fuera, pero no es como
que yo tuviera archivos del caso para repasar, o algo así. Todo lo que
iba a hacer era decirles lo que sabía, que no era mucho, y esperar que
me creyeran.
Ojalá Christos hubiera estado aquí para sostener mi mano, pero él
tenía demasiado trabajo que hacer sobre sus pinturas. No era como si
fuera a terminar en la cárcel si las cosas fueran mal hoy. Si terminara por
ser expulsada de la SDU, vería a Christos todos los días.
Pero realmente, realmente esperaba evitar ser expulsada. Había
trabajado muy duro para tirar todo por la borda ahora. No quería dejar
de tomar más increíbles clases de arte y ver a mis amigos todos los días.
Porque sabía que si fuera expulsada, sin importar lo que alguien diga,
vería mucho menos a Madison, Romeo, y Kamiko.
Suspiré.
El decano Livingston murmuró de un lado a otro con los dos
administradores sentados a su lado, entonces él se volteó hacia mí
—Gracias por su paciencia, señorita Smith. ¿Creo que estamos listos
para comenzar? —Levantó sus cejas y echó un vistazo a todos.
Nadie objetó.
El decano Livingston hojeó los archivos que descansaban sobre la
mesa delante de él.
—Como usted sabe, señorita Smith. —Asintió hacia mí—. La razón
por la que estamos aquí hoy es porque la señorita Kingston-Whitehouse
la ha acusado de robo. El robo de su tarjeta de crédito, para ser exacto,
mientras estaba visitando al mecenas de Eleanor M. Westbrook en el
museo de arte, dónde usted trabajaba entonces.
Quería decir: ―¡Me opongo!‖ pero yo no era una abogada y esta
no era una sala de tribunal. Sabía lo suficiente para mantener mi boca
cerrada hasta que ellos me dijeran que era mi turno de hablar. Sólo
entonces me lanzaría sobre la mesa y estrangularía a Tiffany por el
cuello mientras le exigía que diga la verdad.
El Decano dio vuelta hacia el Sr. Selfridge y dijo:
—Sr. Selfridge le gustaría decir algunas palabras en nombre de la
señorita Smith.
No esperaba esto. Esperaba que él no hablara mal de mí.
Sr. Selfridge se levantó y alisó su chaqueta. Entrelazó sus manos
delante de su cintura y me sonrió.
—Aunque sólo tuve el placer de trabajar con la señorita Smith por
unos cuantos meses, en ese tiempo la encontré siendo diligente,
trabajadora, una joven directa. Ella siempre hacía su trabajo, y lo hizo
bien, siempre fue agradable con los visitantes patrocinadores, nunca
fue impaciente, y siempre fue responsable. —Él me sonrió antes de
voltear hacia los administradores—. Confié en Samantha
incondicionalmente, y no tenía ninguna preocupación sobre dejarla a
cargo del museo cuando tenía que salir por diligencias.
El decano Livingston miró al Sr. Selfridge y dijo:
—¿Tengo entendido que usted no estaba presente en el momento
del robo?
—No —dijo el Sr. Selfridge disculpándose—, estaba en reunión con
el rector de la Universidad Adams en ese momento. Sabes cómo es Bill
sobre sus reuniones. —El Sr. Selfridge sonrió.
El Decano le sonrió.
—Sí lo hago. —Luego su sonrisa se desvaneció—. ¿Pero no estabas
en el museo en el momento del incidente?
—Lamentablemente, no —dijo Sr. Selfridge—. Solo estuve presente
después, cuando la señorita Kingston-Whitehouse volvió por su tarjeta
de crédito.
El Decano asintió, al igual que los dos administradores que lo
flanqueaban. La administradora mujer me lanzó un rápido vistazo. Le di
mi mejor sonrisa, tratando de lucir inocente y agradable.
Ella apartó la mirada. ¿Ya había decidido que era una culpable
mentirosa? Esperaba que no.
El Decano miró a los papeles delante de él y dijo:
—¿Sr. Selfridge, estoy en lo cierto al decir que vio a la señorita Smith
retirar la tarjeta de crédito robada de su cartera?
—Sí.
—¿Pero nunca vio cómo llegó allí?
—No.
—Gracias, Sr. Selfridge —terminó el Decano—. Puede sentarse.
El Sr. Selfridge se sentó y lanzó una sonrisa nerviosa en mi dirección.
Le sonreí de vuelta sinceramente. Él lo había intentado. ¿Quiero
decir, qué más podría decir? Él no había visto como la tarjeta había
llegado a mi cartera. Demonios, yo había estado en los servicios cuando
eso había pasado. Por lo que sabía, Tiffany había contratado ninjas
para colarse en el museo y ponerlo allí.
Se me ocurrió que estar en ese momento en los servicios higiénicos
era posiblemente la peor coartada de todos los tiempos. ¿Cómo, se
suponía, que iba a probarlo? ¿Pescar mi viejo tampón de algún lugar de
la alcantarilla y hacerle la prueba del carbono 14 por el tiempo que
había usado el baño de damas? Sí, correcto.
No tenía nada.
—Señorita Kingston-Whitehouse —dijo el Decano—. ¿Podríamos
escuchar su versión de los acontecimientos?
Tiffany se levantó para hablar. Usaba una sexi falda tubo color
plata y una ajustada blusa color lila que estaba sólo abotonada hasta
la mitad de su escote. Su cabello rubio flotaba a través de su pecho.
Ella lucía ridículamente caliente. Supongo que era apropiado. Cuándo
la Reina gritaba desde su trono: "¡Que le corten la cabeza!" ella por lo
general llevaba un atuendo elegante.
El Decano, el Sr. Selfridge, y el otro administrador hombre se veían
hipnotizados por la belleza de Tiffany. La administradora mujer, en lugar
de ser maliciosa, parecía igualmente encantada.
¿No era un hecho que las personas tendían a confiar en la gente
atractiva más que en los menos atractivos?
¿Aun cuando eras un desconocido?
Si fuera cierto, Tiffany estaba tan hermosa en este momento que los
administradores iban a creer cada palabra que ella dijera. Cuando me
levante para hablar, el Decano ya tendría una soga en sus manos, y él
estaría tocando los nudos en preparación para mi ahorcamiento. El tipo
a su lado estaría cargando un rifle para mi pelotón de fusilamiento, y la
administradora haría entrar el veneno en una jeringuilla de modo que
podría darme una inyección mortal aquí y ahora.
Tiffany hizo un espectáculo de alisar su falda.
No tenía idea lo que iba a decir. Tal vez, solamente tal vez, podría
decir la verdad. No. ¿A quién estaba engañando? Esta era Tiffany
Kingston-Whitehouse. Todo lo que ella hacía en la vida era salirse con la
suya. Oh bueno. Incluso si me expulsaran de SDU, ella no podía llevarse
a Christos lejos de mí, y ella no podía detenerme de estudiar arte.
Lo que sea.
Tiffany asintió hacia el Decano.
—Decano Livingston, no sé por dónde comenzar.
Yo sí. ¿Qué tal sobre la verdad?
—Usted ve… —Tiffany dijo nerviosamente.
Ella lucía más que nerviosa. Cuando miento descaradamente, por
lo general lo estaba.
—Um… —Tiffany tartamudeó—, todo esto ha sido un gran
malentendido. Yo, uh, bueno… en cierto modo puse mi tarjeta de
crédito en la cartera de Samantha yo misma.
Pienso que realmente escuché ruidos húmedos estallando cuando
los ojos de todos saltaron de sus órbitas. Eso por supuesto era ridículo.
Porque necesitaba conseguir una revisión de mis oídos. No había
manera de que hubiera escuchado a Tiffany decir lo que pensé que
ella había dicho.
Tiffany lucía muy nerviosa mientras los administradores la miraban
boquiabiertos.
—¿Vamos de nuevo? —dijo el Decano.
—Puse mi tarjeta de crédito en su cartera… —dijo Tiffany—, como
una, uh, broma. No sé por qué. Fue una estupidez. Y la dejé meterse en
problemas. —Tiffany volteó hacia mí, una mirada afligida sobre su
rostro—. Lo siento realmente, Samantha. Fui una completa estúpida por
hacer esto. —Ella dio vuelta hacia los administradores—. Sé, que
probablemente ahora estoy en un gran problema. Eso está bien.
Aceptaré lo que sea que ustedes decidan hacer. —Ella se sentó de
nuevo.
El Decano y los dos administradores murmuraron de ida y vuelta. No
podía entender lo que ellos decían porque estaban sentados
demasiado lejos, pero podía verlos levantar sus cejas con incredulidad.
Estaba tan sorprendida como ellos lo estaban.
Guao, cuando Tiffany se puso de pie para hablar hace dos
minutos, había pensado que su hipnótica belleza había sido nada más
que una artimaña diabólica para cubrir su perversión. Estaba
equivocada. Había sido un reflejo de su cambio de opinión acerca de
mí.
Resultó que Tiffany Kingston-Whitehouse estaba llena de sorpresas,
ninguna mierda, como me temía.
Guao.
Aprendí algo nuevo hoy.
Las personas cambian.
Incluso las perras odiosas.
Christos
—¡Russell! —dije cuando respondí el teléfono, intentando sonar
casual—. ¿Qué sucede?
Russell Merriweather rió al otro lado de la línea antes de hablar.
Siempre era bueno escuchar de él, sin importar las noticias.
—Christos, mi chico, ¿cómo has estado?
—Asombroso —dije, sonriendo.
—¿Alguna otra pelea?
—No últimamente. —Reí—. Pero te recuerdo diciendo algo sobre
ser capaz de patear mi culo. ¿Cuándo vas a demostrar esa mierda en
el cuadrilátero? —Sonreía mientras lo decía.
Él rió.
—No quieres meterte conmigo, hijo. Sabes que lanzo ladrillos
cuando me pongo los guantes. Rompería tu rostro.
—Trae tus ladrillos —bromeé—. Serán polvo cuando haya
terminado de golpear tu culo.
—Considerando que esa dura cabeza tuya está hecha de roca
sólida, quizás tengas razón. —Rió—. Pero sugiero que dejemos tu bonito
rostro intacto, por el bien de tu novia Samantha. Ella me gusta mucho.
—Sí, ella es maravillosa. —Sonreí—. Entonces, ¿qué sucede? Sé que
no llamaste solo para acosar mi culo.
—Sí, sí —suspiró Russell—. Quiero ponerte al tanto de la demanda
civil que tú a amigo Hunter Blakeley tiene sobre ti.
Mierda, creó que lo borré completamente de mi mente. Había
estado muy ocupado con cientos de otras cosas para importarme una
mierda sobre Hunter Maldito Blakeley y la nariz rota que le di hace unos
meses. Además, Russell estaba al tanto de las cosas y confiaba en el
para manejarlo.
—¿Y? —pregunté.
—Y, mi gente no tuvo mucha suerte con esperar al personal de
Hooters. Esas chicas recuerdan más a Jake y a ti que a Hunter Blakeley y
sus compañeros. Aparentemente —rió—, Jake y tú dan muchas
propinas.
—Lo intentamos —dije secamente.
—Y creo que le gustas a una de las meseras. Recuerda
exactamente quién eras. Incluso tuvo la valentía de preguntarle a mi
chico si podía conseguir tu número de teléfono. —Rió—. De cualquier
modo, mencionó que los vio a ustedes bebiendo con otras dos mujeres.
—Oh sí. Eran estudiantes de leyes en la Universidad de San Diego.
—¿Algo que deba saber? —preguntó Russell con una pizca de
diversión—. Parece que a dondequiera que vayas, las chicas se lanzan
sobre ti, hijo.
—¿Qué puedo decir? —Sonreí—. Pero no, se habían ido antes que
Hunter apareciera.
—Además —continuó Russell—, he tenido la oportunidad de revisar
las declaraciones de Hunter Blakeley y sus tres amigos en detalle. Todas
son muy parecidas, no luce bien. Tengo a mi gente revisando cada
cámara de bancos cercanos, cámaras de tránsito, cámaras de tiendas,
cualquier cosa que puedas imaginarte. No hay nada en video. Todo lo
que tenemos es la palabra de Hunter y sus amigos contra Jake y tú,
quien, por cierto, es un jovencito apuesto. Después de tener a Jake en
mi oficina para darle su deposición, Rhonda y Brianna no podían dejar
de hablar sobre él cuando se fue. Esas dos estaban babeando tanto
sobre él que necesitaban baberos. —Rió Russell.
Estallé en risas.
—Ese es mi chico. Si, Jake es asombroso. —Negué, sonriendo con el
pensamiento. Luego suspiré. De vuelta a los negocios—. Entonces, ¿en
que estábamos?
—Estábamos en que tu cita en la corte es en un par de días. No
creo que haya mucho más que pueda hacer además de gastar más de
tu dinero persiguiendo callejones sin salidas. Todo lo que podemos
hacer ahora es esperar que por algún milagro, podamos mantenernos
firmes en la corte. Sugiero que empieces a practicar tus ojos de
cachorro para el jurado. Los quiero mirándote como si fueras el
pequeño Tim en Un Cuento de Navidad53.
—Dios nos bendiga a todos54 —murmuré.
Tim.
—Ese es el espíritu —dijo Russell—. Haré lo que pueda Christos. Pero
no hay garantías. Seré honesto contigo. Se siente como si fuera una
carrera más cerca de lo que me gusta.
—Gracias, hombre.
—Estaremos en contacto.
Terminé la llamada.
Ahora a celebrar. Haré lo mejor para mantener una buena cara
para Samantha. Mi cara angustiada podía esperar hasta la corte.
Samantha
Mientras Christos estaba al teléfono, me ponía más nerviosa a cada
momento. A pesar del clima cálido, puse mis brazos a mí alrededor para
evitar temblar.
Cuando Christos finalmente colgó y se dirigió hacia mí, lucía
demacrado.
—¿Quién era? —pregunté—. ¿O no quiero saberlo? —Había tenido
suficientes malas noticias últimamente. Quizás podía esperar.
—Te lo diré, si quieres —suspiré.
¿Qué era el amor sin algunos problemas en el camino?
—Quiero saber.
—Era Russell. Sobre el jucio de Hunter Bakeley.
—Oh.
—Se ve bastante sombrío —suspiró.
—Oh —suspiré con él—. ¿Qué significa eso?
—Significa que quizás le deba a Hunter un montón de dinero
después del juicio.
—¿Qué es un montón?
—El ultimo estimativo que Russell me dio hace unos meses, estaba
entre doscientos cincuenta y ochocientos mil.
—¿Qué? —jadeé.
Asintió.
—¡Eso es absurdo! ¿Por una nariz rota?
—Oye. —Rió con amargura—. Antes estaban pidiendo más. Russell
ha estado negociando con el abogado de Hunter desde que empezó.
Russell está intentando resolverlo fuera de la corte, solo haciéndome
pegar las cuentas médicas de Hunter, las cuales son menores y
ahorrarles a todos una pérdida de tiempo y dinero. Porque,
enfrentémoslo, golpeé al tipo. Es malo que Hunter y su abogado no
haya aceptado ninguna de nuestras ofertas. Sospecho que alguien
trabajando para el abogado de Hunter hizo algo de investigación y
descubrió que mi familia tenía más que algunos dólares a nuestro
nombre.
Eso era un eufemismo. Entre Spiridon y Nikolos, la familia Manos
tenía montañas de dinero.
Christos continuó:
—Estoy seguro que el abogado de Hunter le gustaría tomar una
gran porción del dinero de los Manos. Probablemente crea que puede
llegar al dinero de mi padre a través de mí. Eso nunca sucederá —dijo
con confianza.
Pero podía ver una vena de nerviosismo que latía debajo de la
bravuconería de Christos. La seriedad de su situación estaba
asentándose. Era posible que perdiera en la corte esta vez. No había
un testigo sorpresa como yo para salvar el día. Todos los hechos estaban
sobre la mesa, por lo que sabía. Y no creía que Christos estuviera
guardándose nada esta vez. Bien podría terminar perdiendo su caso y
terminar debiéndole a Hunter una importante suma de dinero que no
podría ni imaginar. Él había dicho que los más bajo seria doscientos
cincuenta mil. Mierda. ¿Quién tenía esa cantidad de dinero?
—¿Puedes pagar doscientos cincuenta mil, o lo que sea, si las
cosas no van bien en la corte? —dije.
Negó.
—Ni de cerca.
—¿Puedes pedirle dinero a tu padre? —pregunté tentativamente—
. Quiero decir, ¿si tienes que hacerlo?
Puso los ojos en blanco.
—No. Eso sería meterme en el juego de Hunter y su abogado. Mi
padre no es parte de esto.
¿Cuán patético era que los dos estuviéramos teniendo problemas
económicos al mismo tiempo?
—Si termino teniendo que pagar —dijo Christos—, me las arreglaré
yo solo —dijo, con gravedad, una mirada lejana en sus ojos.
No me gustaba como sonaba eso. Si había una cosa que sabía
sobre Christos, cuando estaba acorralado, hacia lo que sea para
sobrevivir, sin importar cuán loco y peligros fuera.
Cualquier cosa.
Mierda.
Mi humor para celebrar estaba oficialmente muerto y enterrado.
—De cualquier modo —dijo resuelto—. A la mierda con eso. A la
mierda con Hunter. ¡Es hora de celebrar! —Su rostro brillaba con una
enorme sonrisa—. ¡Terminaste tu primer año en la universidad, agápi
mou! ¡Estoy tan orgulloso de ti! —Se agachó, me tomó por las caderas
con sus grandes manos y me levantó como si no pesara nada. A pesar
de su dañada situación económica, Christos estaba más físicamente
fuerte que nunca. Respiré hondo antes de caer en sus brazos.
—¡Christos! —chillé—. ¡Bájame!
Rió y me colocó sobre mis pies antes de inclinarse y besarme
apasionadamente. Rodeé su cuello con mi brazo y nos besamos por
mucho tiempo bajo el sol de San Diego.
En ese momento, mi vida era perfecta.
Esperaba que no fuera algo temporario.
Samantha
—¿Qué piensan? —pregunté a Madison, Kamiko y Romeo mientras
giraba en frente de ellos en mi nuevo vestido. Era un vestido largo
asimétrico con una abertura a mitad de camino hasta mi muslo. Tenía
un cierre con cremallera azul en el frente y cintas entrecruzadas en mi
espalda. Usaba sandalias de plataforma atadas a los tobillos a juego.
Todos se sentaban en mi cama en la casa Manos.
Mi casa.
—Vaya, Sam —dijo Romeo—. Creo que me voy a volver
heterosexual.
Le guiñé un ojo.
—Me encanta, Sam —sonrió Kamiko
—Estoy con Romeo —dijo Madison—. Hagamos una orgía los
cuatro con Sam porque está demasiado caliente.
Sonreí hacia ellos.
—Son los mejores, chicos. ¿Estamos listos para irnos?
—Estamos listos cuando lo estés —dijo Kamiko.
Ellos estaban bien vestidos también. Christos me había dado
instrucciones de que todos tenían que usar corbata negra esta noche
en su apertura de la galería, incluyendo vestidos negros para las
mujeres. No había visto ninguna de sus nuevas pinturas porque dijo que
eran ultra secretas, todavía no había visto el retrato que había hecho
de mí. Estaba emocionada de verlo al fin.
Madison y Kamiko usaban sexis vestidos negros. Romeo usaba un
traje con doble fila de botones cruzados con cola. También tenía un
alto cuello victoriano, un sombrero de copa negro, y su monóculo. No
era un esmoquin, pero ciertamente lucía lo suficientemente formal.
Me reí.
—Hacemos que esas chicas de Sex and the City se vean como
desastres de la moda.
Todos chocamos las manos y bajamos las escaleras hacia mi VW.
Spiridon ya estaba en la galería, de otra forma le hubiera pedido que
nos llevara en su camioneta con cabina de madera así podríamos
llegar con estilo.
La próxima.
Cuando entramos en la Charboneau Gallery en La Joya, tenía una
atmosfera muy diferente que el Show de Artistas Contemporáneos de
hace un mes. Aún era temprano, y ningún invitado había llegado
todavía.
De pie dentro de las puertas de cristal de en frente había un gran
atril de bronce con un gran letrero que simplemente decía, ―Manos‖.
Todo en el cuarto estaba cubierto de negro o plata. Al instante se
sentía más elegante que la anterior exposición individual de Christos. Los
camareros con largos delantales negros hasta los tobillos estaban
ocupados acomodando las cosas.
El cuarteto de cuerdas de la exposición individual de Christos no
estaba por ningún lado a la vista. En cambio, un DJ ya estaba detrás de
un tablero de mezclas, tocando suaves sonidos electrónicos de
ambiente. Mucho más moderno que un montón de tipos con violines.
La habitación estaba llena con pequeñas mesas de coctel
redondas cubiertas con manteles negros. El centro de mesa de cada
una era una elegante escultura negra y con metal plateado.
Docenas de delicados móviles de plata colgaban desde el techo,
rotando lánguidamente con la ligera brisa que atravesaba las puertas
principales. Los móviles consistían en ondulantes figuras de metal que
parecían plegarse sobre sí mismas en espirales infinitas. Eran hermosos.
Serpentinas de seda negra caían desde el centro del techo,
curvándose hacia las esquinas de la galería. Cada pintura a lo largo de
la galería estaba cubierta por una manta de seda negra. La galería
estaba llena con estas.
Me detuve. No recordaba tantas pinturas alrededor del estudio en
casa. ¿Todas las pinturas cubiertas habían sido pintadas por Christos?
Eso parecía poco probable, ¿pero de donde habían salido todas?
¿Estaba perdiéndome de algo?
—¡Qué tal, C-man! —dijo Romeo.
—Hola chicos. —Christos sonrió mientras se acercaba caminando,
usando una camisa de manga corta negra y pantalones de jean negros
ajustados sobre sus botas. Sus musculosos brazos y tatuajes rasurados
fueron lo primero que noté. Luego noté su increíble y apuesto rostro y
asombrosos ojos azules.
—¡Estás mostrando los tatuajes! —solté—. Pensé que tenías que
tenerlos cubiertos para no ofender a los potenciales compradores que
son demasiado conservadores.
—Ese era el antiguo yo —dijo Christos—. Fue idea de Brandon. Esta
es mi exposición ahora. Estoy presentándole mi arte al mundo, a mi
manera.
—Me gusta —dije, mirando alrededor—. ¿Por qué están cubiertas
todas las pinturas?
—Va a haber una revelación a las ocho en punto.
—¡Genial! —dijo Kamiko—. Me encanta un poco de misterio.
—¿Cómo es que todo está blanco y plateado? —preguntó
Madison.
—Para que el único color en el cuarto sean las pinturas en las
paredes —dijo Christos.
—Que listo —guiñó Madison.
—¿Dónde está Jake? —preguntó Christos.
—Viene más tarde. Aún está surfeando en Terrestres. Llegará tarde.
—Se rio ella.
—¡Samoula! —dijo Spiridon mientras caminaba hacia nosotros—.
Qué alegría que estés aquí. No podíamos tener un evento familiar
Manos sin ti. —Envolvió sus brazos alrededor mío en un gran abrazo.
Después del abrazo, Spiridon saludó al resto de la pandilla.
—¡Santa mierda! —espetó Romeo, mirando detrás de mí–. ¡Hay tres
de ellos!
Nikolos llegó caminando detrás de mí.
—Todos —dijo Spiridon—, este es mi hijo, Nikolos Manos. El padre de
Christos.
Los ojos de Romeo estaban saliéndose de sus orbes. Se giró hacia
mí y susurró en un jadeo.
—¡Es muy caliente, Sam! —Creo que Romeo estaba a punto de
llorar de alegría. No podía culparlo. Nikolos era una versión un poco más
mayor e igualmente caliente de su hijo.
Nikolos se rio por Romeo.
—Debes de ser Romeo. He escuchado todo sobre ti —sonrió
mientras estrechaba la mano de este.
Romeo parecía listo para desmayarse. Después de un apretón, él
chilló:
—¡Jamás me volveré a lavar esta mano!
—Sólo no la uses para limpiarte, y estarás bien. —Se rio Nikolos—. Si
alguna vez tienes que limpiarte con ella, no comas con ella. —Le guiñó
a Romeo.
Nadie se había esperado que un chiste tan sucio saliera de la boca
de alguien que tenía la edad de todos nuestros padres, así que todos
estallamos en carcajadas, incluso Spiridon.
Por las siguientes horas, la gente entró en fila a la Charboneau
Gallery hasta que el lugar estuvo lleno. Todo el mundo usaba esmoquin
y vestidos negros. Muchos de ellos eran gente mayor, algunos los
reconocí de la exposición de Christos del año pasado, incluyendo al
adinerado señor Moorhouse. El abogado del Christos Russell
Merriweather apareció y habló con Spiridon y Nikolos como si fueran
viejos amigos. Probablemente porque lo eran.
Mientras nos acercábamos al comienzo oficial del evento, Christos
apuntó a una pareja entrando a la galería. Una hermosa mujer de
mediana edad y un apuesto hombre con canas.
—Adivina quienes son —dijo Christos.
—No lo sé, ¿el príncipe de Mónaco y la Grace Kelly?
—Nop. —Se rio—. Casi. Son Westin-Conrad Kingston-Whitehouse y
Gwendolyn Kingston-Whitehouse. Los padres de Tiffany.
Fruncí el ceño.
—¿Cuántos nombres tienen sus padres?
—Al menos treinta. —Se rio Christos.
—Puedo ver de dónde sacó su belleza Tiffany. Su madre es
preciosa. Aunque se ve un poco… seria.
—Eso es quedarse corto. —Hizo una mueca.
—¿En serio? ¿Por qué?
—No quieres saberlo.
—Oh, vamos. Ahora tengo que saber —rogué.
—¿Tienes como cuatro horas? Ni siquiera puedo empezar a hacer
justicia a toda la mierda que podría contarte sobre los Kingston-
Whitehouse en menos tiempo.
Abrí mis ojos.
—Vaya. ¿Así de mal?
—Esa familia es una telenovela de horario estelar —dijo Christos.
Casi sonaba, no lo sé, ¿triste? Tenía que conocer a Tiffany desde hace
años. Estoy seguro de que me contaría un poco en otra ocasión—.
Tengo que ir a saludarlos —dijo Christos—. ¿Te importa venir?
Sarcásticamente dije:
—Te dejaré manejar eso. La mamá de Tiffany me asusta.
—A los dos —dijo Christos por sobre su hombro mientras caminaba
hacia ellos. Habló con ellos por un momento antes de saludar a otros
invitados.
Me uní con Madison, Romeo y Kamiko cerca a la puerta. Poco
tiempo después, Jake llegó.
—¿Qué demonios estás usando, Jake? —exigió Madison, sus cejas
fruncidas juntas.
Jake usaba una de esas camisetas negras con un esmoquin
estampado en el frente de color blanco. Al menos su camisa era de
manga larga y abrazaba su bronceado y musculoso cuerpo de forma
halagadora. También tenía unos pantalones negros y unas zapatillas
deportivas Vans negras. Su cabello rubio estaba dorado y naturalmente
cortado y degradado. Caía sobre su frente de una forma que
probablemente haría que cualquier cosa con doble cromosoma X
quisiera pasar sus dedos a través de este.
—No tengo un esmoquin —siseó disculpándose. Metió sus manos
dentro de los bolsillos. Lucia como un niño grande fuera de su elemento.
Madison rodó sus ojos y le sonrió. Se paró en las puntas de sus pies y
besó su mejilla.
—Aun te amo, grandísimo vago surfista.
Las luces sobre nuestras cabezas se atenuaron de repente y el de
DJ bajó el volumen de la música hasta que fue un murmullo.
—Buenas noches, damas y caballeros —dijo Brandon en el
micrófono desde algún lado del cuarto.
La charla y las conversaciones alrededor del cuarto se aquietaron.
Todos los ojos de giraron hacia Brandon, quien apareció cerca de la
cabina del DJ. Una luz cayó sobre él.
—Tenemos un evento muy especial esta noche aquí en
Charboneau —continuó Brandon—, y quiero darles la bienvenida a
todos a una experiencia única en la vida. Esta es una primera vez,
damas y caballeros. Podrán haber notado que el cartel en el frente
simplemente decía, Manos. Todos nosotros en el mundo del arte
sabemos que hay tres hombres Manos. ¿Cómo pude yo, Brandon
Charboneau, tener semejante descuido? —Se detuvo y sonrió
expectantemente.
La multitud se rio.
—Les aseguro, que no fue un descuido.
Vi a Christos, quien estaba de pie con algunos antiguos clientes,
reírse y rodar sus ojos hacia Brandon.
—Porque esta noche, damas y caballeros —dijo Brandon
misteriosamente—, tenemos a los tres caballeros Manos presentes.
¿Spiridon? ¿Nikolos? ¿Christos? ¿Podrían acompañarme por favor?
Los tres hombres Manos se abrieron camino entre la gente hacia la
luz al lado de Brandon mientras la multitud murmuraba.
Sólo tomó un segundo a la gente antes de que comenzaran a
aplaudir. Quiero decir, con fuerza. Pronto, la gente estuvo vitoreando.
Nunca había apreciado de verdad lo famosos que los hombres Manos
eran hasta ahora. Pero no sabía que eso sólo era la punta del iceberg.
Los hombres Manos estaban parados al lado de Brandon. Todos
sonrieron y saludaron, y todos se veían tan malditamente apuestos y
humildes. De verdad era la chica con más suerte en el mundo de ser
parte de su familia. Bueno, al menos un miembro honorario, ya que sólo
era la novia de Christos. No es como si fuera su esposa. Pero, hombre,
estaba orgullosa de los tres ahora mismo. Comencé a llorar de alegría.
Madison me dio un golpe con el codo y susurró:
—Está bien, Sam. Déjalo salir.
—No quiero que se corra mi rímel —inspiré, limpiando la esquina de
mi ojo con mi meñique.
—Aquí toma un pañuelo —dijo Romeo, sacando uno del bolsillo de
su abrigo—. Es de seda. Adelante —dijo cariñosamente—. Sólo me he
limpiado la nariz una vez. —Sonrió—. Estoy bromeando.
Me reí a carcajadas y lo tomé para secar mis ojos.
Cuando los aplausos disminuyeron, Brandon dijo:
—Esta noche, señoras y señores, no solo tenemos a los tres Manos
aquí presentes, también tenemos su arte maestro.
Con una señal, los focos se encienden por toda la galería,
iluminando todas las sedas negras que cubren las pinturas en las
paredes.
—¡La familia Manos está de vuelta! —aclama Brandon en el
micrófono—. ¡Bienvenidos a la primera exposición del nunca antes visto
arte de Spiridon, Nikolos y Christos Manos!
Estaba gritando en sus palabras finales. Y le entregó el micrófono al
DJ para aplaudir vigorosamente.
La sala entera se le unió.
—¡Sii! —gritó Jack.
—Youuu-juuu —aclamó Madison.
—Muy bien Christos —aplaudió Kamiko.
—Yo lo he preparado —gritó Romeo.
Hice una mueca y le sonreí.
—Eres tan Romeo, Romeo.
Sonrió ampliamente:
—Lo sé, ¿está bien?
Mis amigos eras espectaculares. En general, no era la clase de
chica que aclama en eventos sociales. Pero esta noche era especial. Y
no me pude aguantar. Aclamé fuerte.
—¡Olee, Christos! ¡¡Yuuu-huu!!
No tomó mucho tiempo para que toda la sala explotara en
aplausos. Era como estar en un concierto cuando una famosa banda
sale a escena al principio del espectáculo. La sala rugía de aplausos y
aclamaciones.
Era totalmente sobrecogedor.
Lo focos todavía alumbraban a los hombres Manos. Christos pasó
entre Nikolos y Spiridon y colocó sus manos en sus hombros. Los tres se
inclinaron en unísono.
Después de un rato, los aplausos se desvanecieron.
De vuelta al micrófono, Brandon dijo:
—¿Todo el mundo está preparado para ver arte?
—¡¡Sii!! —gritó la multitud.
Esto era apenas lo que esperaba de una galería de arte abriendo.
¿Pero qué sabía yo? ¡Era jodidamente increíble!
El DJ había preparado una pista de dub-step en el momento justo
que todas las sedas negras cayeron en ondas al suelo bajo cada lienzo.
La gente literalmente jadeó.
La sala estaba llena de arte. Retratos que había visto en el estudio
de Nikolos. Paisajes que había visto en la casa de Spiridon. Y los
desnudos de Christos y unas otras pocas pinturas que no había visto.
Había tanto para ver.
Todos miraban en la sala, sin palabras. Después de un momento, la
gente fue atraída por las pinturas y la conversación era tan baja como
la música.
Caminé alrededor de la sala con el grupo, mirando todo el arte.
Hice comentarios sobre los retratos en las cuales había visto a Nikolos
trabajar en su casa. Todos eran espectaculares y tenían mucho
carácter. Pero mi favorito era su retrato de Spiridon, quizás porque
conocía a Spiridon tan bien y el retrato prácticamente respiraba
cuando lo miraba.
En cuanto a los paisajes de Spiridon, había visto algunos de ellos,
pero no todos. En cualquier caso, no los había visto adecuadamente
iluminados en una galería. Brillaban en sus marcos como portales hacia
otra realidad. Podías sentir la brisa en tu rostro o el sol en tus ojos.
Asombroso.
—Estas pinturas son increíbles —dijo Kamiko—. Es como si casi
pudiera oler la brisa del océano en el arte de Spiridon como si estuviera
ahí. Es irreal.
—Lo sé, ¿cierto? —dije con total acuerdo.
—Ella solo está oliendo mis pedos —bromeó Romeo.
—Romeo. —El rostro de Kamiko se apretó en una mueca—. Tus
pedos no huelen nada parecido a la brisa del océano. Créeme, lo sé.
Eché mi cabeza para atrás y me reí.
Finalmente nos hicimos camino a través de la multitud hacia las
pinturas de Christos. Pero nadie del grupo había visto el retrato de
AMOR de Christos y yo.
—Puedo ver tus tetas —dijo Romeo.
Me ruboricé al instante. Esto era el por qué me preocupaba.
—No te preocupes Sam —dijo Madison—. Medio planeta tiene
tetas, y la otra mitad las ha visto antes.
Puse los ojos blancos. Esperaba que nadie me reconociera. Había
olvidado traer un disfraz. Bueno. Quizás había demasiado caos en la
galería para que alguien observe que yo era la chica desnuda en
tamaño real colgando en la pared bajo el foco de luz.
Algunos chicos mayores en esmoquin a mi lado estaban mirando
de una a otra entre mi cara y la pintura.
—Sí —les dijo Romeo a los chicos—, es ella.
Rodé mis ojos:
—Gracias Romeo —espeté sarcásticamente.
—Cuando quieras. —Se rio.
El chico dijo:
—Es asombroso el parecido. Este es Christos contigo en el retrato,
¿verdad?
Asentí.
—Nunca he visto a un artista hacer un retrato propio con una chica
a su lado —dijo el hombre.
—Es su novia —dijo Romeo—, por eso la pintura se llama AMOR.
—Es maravilloso —dijo el hombre sonriendo, luego se giró hacia una
mujer con pelo canoso la cual era obviamente su mujer. Ella me sonrió
antes que los dos examinaran el retrato.
—Romeo —pregunté—, ¿cómo es que sabes tanto sobre las
pinturas de Christos?
Romeo dijo:
—Oh, hmm…
—¡Qué demonios! —gritó Kamiko. Estaba seriamente caminando
delante de nosotros—. ¡No puedo creer esto!
—¿Qué? —dijo Mads, empujando a Jake mientras se movía para
ver de lo que Kamiko estaba hablando.
Las seguí hasta que todos estábamos ante un enorme retrato. De
Romeo. Saltando en el aire, al igual que Mario de Donkey Kong. Romeo
estaba vestido en su tradicional atuendo steampunk. Su monóculo
colgaba suspendido en el aire en una curva S de un cable de
monóculo. Romeo también estaba suspendido en medio vuelo, sus
brazos se lanzaban hacia abajo con sus dedos separados, sus chaqueta
en ondas a su alrededor, sus rodillas echadas hacia adelante y atrás
como si estuviera saltando algo. Tenía la más larga boca abierta
sonriendo que alguna vez había visto. La pintura era una maravilla.
—¿Que dice en la tarjeta? —preguntó Kamiko—. ¿Cómo se llama
la pintura?
—Madison agachó la cabeza y leyó.
—Solo dice ―Romeo‖.
Rome dijo:
—Porque es todo lo que debe poner.
Christos me abrazó de entre la multitud.
—¿Qué te parece? —me preguntó.
—Me encanta —sonreí—. ¿Cuándo lo has hecho? No tenía ni idea
que estabas trabajando en esto.
Levantó su ceja.
—Cuando tú estabas trabajando en la casa de mi padre.
—Es tan buena, Christos —dijo Madison.
—Gracias. —Sonrió—. Oye Jack, me encanta el esmoquin.
Jack bajó la mirada a su esmoquin.
—¿En serio?
Christos le levantó los pulgares.
—Solo tú, hermano.
Jack sonrió ampliamente y asintió mientras chocaban puños.
En ese momento observé que dos pinturas entre las otras de
Christos todavía tenían la seda negra encima. Una de ellas era
verdaderamente grande.
—¿Qué pasa con las dos pinturas cubiertas?
—Es una sorpresa. —Me mostró su sonrisa con húyelos.
—¿De verdad?
—Te va a encantar.
—¿Como me encantó AMOR?
Asintió.
—Sí.
—No puedo esperar.
—Bueno, tengo que seguir dando vueltas —dijo Christos—. La
gente está haciendo preguntas a cien kilómetros por minuto.
—Está bien. —Me despedí de él mientras era tragado por la
multitud.
No estaba exagerando. Todos querían hablar con él. Todos lo
miraban con ojos brillantes, con asombro por el famoso artista de rock.
Estaba tan orgullosa de él.
—When I awoke
You did fall asleep
Now your eyes are closed, and
I can only weep.
Y juntos, cantaron:
Samantha
—Vamos a hablar con el grupo —dijo Madison mientras Lucas,
Logan y Victory caminaban desde el escenario hacia el bar con el gran
tiburón cerniéndose encima de todo—. Te presentaré a Victory.
—Vale —dije mientras ella me empujaba.
Romeo y Kamiko nos seguían.
Cuando hacíamos el camino hacia ellos, Madison chilló:
—¡Hola, Lucas!
—Qué hay, Madison. —Lucas sonrió—. ¿Qué les parecieron las
canciones?
—Lo máximo —dijo Madison.
Nuestro grupo estaba ahora unos frente a otros.
—Chicos, son maravillosos —dije.
—Hola. —Lucas me sonrió—. Me acuerdo de ti. Eres Samantha,
¿verdad?
—Sí. —Sonreí.
Lucas dijo:
—Logan, te acuerdas de Samantha. Le mudamos las cosas al
apartamento de Christos.
—Sí. —Logan sonrió. No dijo nada más. Seguía tan tímido como la
primera vez que lo conocí. Pero era tan lindo que no lo desfavorecía.
Madison dijo:
—Aquí esta Sam, la amiga de Romeo y Kamiko. —Los dos dijeron
hola a los chicos.
—Y ella —dijo Lucas—, es nuestra amiga Victory.
—Hola —dijo ella.
Sacudí su mano:
—Tu guitarra es increíble. —Sonreí.
—Gracias. —Me sonrió de vuelta, exudando frescura de famosa
indiferente.
No estaba segura de qué decirle. No podía decir si era demasiado
genial para la escuela o qué. Así que me giré hacia Lucas y dije:
—Oye, Lucas, tocaron unas canciones maravillosas esta noche.
Pero una de ella realmente me pegó y me preguntaba de qué trataba.
—¿Cuál de ellas? —preguntó.
—La lenta y triste —dije yo.
—¿Te refieres a Ahora tus ojos están cerrados? —dijo—. ¿La
balada?
—Supongo —dije desconcertada—. Era realmente triste.
Logan asintió hacia su hermano.
—Si —dijo Lucas para mí, casi con una mueca—, era Ahora tus ojos
están cerrados.
—Bueno, fue verdaderamente genial. —Sonreí sinceramente—.
Pero no me podía imaginar de qué trataba.
Logan, el tímido, miró hacia Lucas, quien de repente parecía
miserable.
¿Había hecho la pregunta equivocada? Miré hacia abajo para
asegurarme que mis pies no se habían pegado a mi boca sin mi
aprobación. Sí, tenía dedos y todo. Al menos de estar atascados en mi
boca no sería capaz de decir nada más para provocar molestias a las
personas.
—Uh —dijo Logan—, esa canción es algo personal para mí y mi
hermano. En verdad no hablamos de esto.
—Estoy totalmente apenada —dije nerviosamente—. No debería
haber preguntado. —Quizás un día, como por ejemplo en unas
décadas, mi torpeza desapareciera por completo. Pero de momento,
todavía se estaba resistiendo. Bueno.
—No te preocupes. —Logan sonrió, intentando sonar casual, pero
podía decir que estaba incómodo con el asunto.
Lucas, el charlatán, estaba ahora completamente mudo. Sus ojos
se habían oscurecido y una mirada pensativa pesaba en su rostro.
¿Había tenido razón al suponer que sus canciones eran sobre la
difunta novia de Lucas?
Las rasgos Logan se suavizaron con compasión mientras miraba a
su hermano hundiéndose en un profundo hoyo emocional justo en
frente de nosotros.
—¿Estás bien, hermano? —preguntó. Apoyó gentilmente una mano
en el hombro de Lucas.
Lucas inhaló fuerte por la nariz y movió su cabeza.
—Estoy bien. —Un segundo más tarde, la chispa que había visto en
sus ojos azules el día que nos conocimos había vuelto. Se giró hacia
Victory y dijo—: Estuviste genial esta noche, chiquilla. Necesitamos
tenerte dentro con nosotros más a menudo.
—Gracias. —Victory sonrió.
—Espera —dijo Madison—, pensé que Victory era su guitarrista de
siempre.
—No —dijo Lucas—, nuestro guitarrista de siempre es un chico
ocupado haciendo sesiones en Los Ángeles, así que le preguntamos a
Victory si quiere estar en nuestras últimos shows.
Solté:
—¡Deberías quedártela en tu grupo! Es genial.
—Victory generalmente actúa en otra banda —dijo Lucas.
Ahí estaba yo, metiendo la pata de nuevo.
—Solo nos hizo un favor —dijo Logan.
Victory asintió. Era tan callada. Contrario a mí, la bomba habladora
sin pensar.
Alguien golpeó mi hombro. Solo podría asumir que era Christos con
nuestras bebidas. Necesitaba totalmente una salida social antes de
decir algo más incómodo.
—Hola, Sam —dijo la voz detrás de mí. Me giré para quedar de
frente a Hunter Blakeley.
Bolas flojas56. Quiero decir, bolas asquerosas57.
¿Por qué estaba aquí? ¿Aún no había captado el mensaje de que
no quería tener nada con él? Oh, bueno, era un bar público. ¿Existía
una manera rápida de explicarles a todos que Hunter estaba
demandando a mi novio por cientos de miles de dólares porque era un
imbécil total y que deberíamos evitarlo hasta que se fuera? Quizás no.
Así que me giré de espaldas a Hunter, esperando que captara la
indirecta y se alejara.
Debí haberlo sabido mejor.
Hunter se metió en el círculo a mi alrededor. Sonrió hacia los
hermanos Summer y dijo:
—Soy Hunter Blakeley.
Ambos le dieron la mano. No sabían quién era.
Miré a Romeo, cuyos ojos se salían de sus orbitas.
—¿Quién es ella? —provocó Hunter mirando a Victory como a un
trozo de carne. Era preciosa y Hunter era tan predecible como obvio.
Victory arqueó una ceja hacia él. No podía decir si estaba
interesada en él o no. Él tendió su mano.
—Soy Hunter Blakeley.
56N/T: Juego de palabras; lameballs en inglés, lame significando débil, flojo, lisiado.
57N/T: Siguiendo el mismo juego de palabras con slimeballs en este caso, slime
significando lleno de babas.
Victory no le dio la mano. Simplemente lo miró un rato, después le
dio una sonrisa divertida. Era algo difícil de leer.
Hunter le sonrió:
—¿Eres amiga de Sam?
Victory me miró.
—¿Conoces a este chico? —me preguntó.
—Algo así —dije preocupada. Quería gritar ―¡es horrible! ¡Corre!‖,
pero estaba intentando ser amable, así que no lo hice.
Victory entrecerró sus ojos hacia mí, perforándome con la mirada.
Era extraño. Parecía enfadada de repente. ¿Estaba enfadada
conmigo? No sabía por qué lo estaría, pero podía sentirlo llegando en
olas. Debía haberla enfadado de alguna manera. ¿Tal vez pensaba
que mi pregunta a Lucas sobre su canción había sido extremadamente
irrespetuosa y estaba ofendida por él? ¿Quizás se había enfadado
porque le había sugerido unirse al grupo de Lucas y Logan? ¿Era esto un
punto doloroso entre ellos? No tenía ni idea. Dios, era la Primera Dama
de la Incomodidad e Inseguridad esta noche.
Victory se giró hacia Hunter y le sonrió.
Tal vez se sentía atraída por Hunter. Esperaba que no. Por su bien.
Victory dio un paso hacia Hunter, hasta que estuvo justo delante de
él. En cualquier momento, Victory agarraría el codo de Hunter y se
giraría hacia mí para decirme aireadamente:
—Deshagámonos de estos nerds. —Antes de alejarse con Hunter.
Después Lucas y Logan se reirían de mí, me insultarían y me tirarían
cosas.
En cambio, Victory miró a Hunter y dijo:
—Amigo, estás haciendo a todos sentirse incómodos. A Samantha
no le gustas y puedo decir que eres un idiota. —Sus ojos brillaron cuando
lo dijo. Parecía, no lo sé, peligrosa. De pie delante de él, parecía
demasiado pequeña, pero ya sabes lo que dicen de los
mellivoracapensis58. No le temía a Hunter para nada.
Romeo pegó una mano a su boca, conteniendo una risa.
Una sonrisa se amplió cruzando mi rostro. No pude evitarlo.
Victory le dijo a Hunter:
—¿Porque no te vas a otro sitio?
La sonrisa permaneció en el rostro de Hunter. Nunca fue uno de los
que hacían caso a las instrucciones básicas. Se quedó ahí. Estaba
Christos
Hunter se dio la vuelta y me frunció el ceño.
—Christos Manos, en carne y hueso.
Lo miré fijo.
Hunter era un tipo grande. Pero yo lo era aún más. Y sabía que no
tenía ni una oportunidad contra mí en una pelea. Había probado eso
en dos ocasiones vergonzosas.
—¿Qué tal tu vida? —dijo Hunter riéndose como si fuera mi mejor
amigo.
—De maravilla. —Sonreí.
Hunter dejó caer su brazo en los hombros de Samantha como si
estuvieran juntos.
Samantha hizo mala cara y se alejó diciendo:
—¡Aléjate de mí, Hunter!
Él se reía como si no fuera la gran cosa.
—¿Quieres que le enseñe a Hunter algunos modales? —preguntó
Jake, crujiendo sus nudillos con ganas.
—No, lo tengo controlado —dije. Lo último que quería era que Jack
le rompiera los dientes a Hunter y tuviera su propia demanda civil con la
que lidiar. Jake y su familia no tenían dinero como la mía. Un buen litigio
les enterraría.
Hunter le dijo a Jake:
—Tranquilo, tipo duro. Parece que tu novio va a protegerte. Tal vez
puedas chupársela más tarde como agradecimiento para estar ahí
para ti.
—Eres un imbécil —le dijo Madison a Hunter—. ¿No tienes ningún
desfile de rabos que hacer?
—Te acordaste. —Hunter sonrió como si fuera buen amigo de
Madison por esto.
Tiffany
Observé el espectáculo completo entre Christos y Hunter desde la
distancia después de salir del baño de mujeres. Este Hunter era un idiota
absoluto. Realmente necesitaba que alguien lo pusiera en su lugar.
Cuando Hunter pasó junto a Christos, pensé en juntarme con
Christos y sus amigos. Siempre me había gustado pasar el tiempo con
Christos pero estaba con su novia Samantha. Oh, bueno. Decidí dejarles
en paz.
Vería a Christos en otro momento.
Fui a la barra para pedir otra bebida. Estaba de humor para beber
sola esta noche. Después que mi doble Martini llegara, lo sorbí en
solitario mientras la banda tocaba otro set. En algún momento más
tarde, vi a Christos caminar fuera del bar con su novia y el resto de sus
amigos.
Suspiré.
Realmente tenía que aceptar que Chrostos ya no estaba en el
mercado. Otro Martini seguramente ayudaría. Le hice señas al
camarero por otro y asintió en respuesta.
—Oyyyeee, Tiffany —dijo arrastrando las palabras Hunter Blakeley.
La banda estaba haciendo una pausa, así que no tenía que gritar. Se
apretó cerca de la barra al lado mío, empujando algunas chicas fuera
de su camino.
—¡Oye! —le gritaron las chicas a Hunter—, ¡mira por donde andas!
Hunter esbozó su sonrisa habitual hacia las chicas mientras a mí me
daba una mirada que decía: ¿te imaginas?
No le importaba. Hunter era un egoísta.
¿Por qué no me había dado cuenta hasta entonces que Hunter
podría ser tan grosero? Quizás por su buen aspecto era muy
decepcionante. Tal vez porque cuando conocí a Hunter, Christos había
estado saliendo con su novia desde hacía un par de meses y yo estaba
sola. Fui susceptible a la sonrisa rápida de Hunter y sus ojos marrones. Y
sus músculos amplios. Y sus abdominales.
Hunter sonrió.
—¿Cómo es que no me has devuelto las llamadas, Tiffany?
Me encogí de hombros mientras jugaba ausentemente con el
palillo rojo de plástico que sujetaba la oliva en mi copa vacía de Martini.
—Me divertí un montón aquella noche —dijo con optimismo. Podría
decir que estaba buscando otro rollo conmigo.
Estaba dividida entre el asco por su mal comportamiento con
Christos y mi propia desesperación. No sabía cuál ganaría esta noche.
Creo que el número de Martinis que había bebido afectaba mi
decisión. No me importaba en realidad.
Cuando el Martini que había pedido llegó, Hunter sacó su cartera y
le dijo al camarero:
—Yo pago esto. ¿Y podrías traerme una Corona?
El camarero asintió y sacó una botella de la nevera, le quitó la tapa
y se la entregó a Hunter.
Hunter dejó caer billetes en la barra, incluyendo propina.
Sorbí de mi Martini. Con la esperanza que el gin nublara mis
emociones. Estaba cansada de sentirme triste todo el tiempo.
Definitivamente había empeorado en los últimos meses. Lo último que
quería hacer esta noche era pensar en cosas.
(Christos)
Hunter sorbió de su cerveza y me sonrió.
Realmente era un chico guapo con una sonrisa amistosa. Levantó
su cerveza y dijo:
—Salud.
Golpeé mi vaso de Martini contra su cerveza, luego di un trago.
No podía decidir si estaba cometiendo un error bebiendo con
Hunter o no. Quiero decir, habíamos tenido sexo antes. No era un
fracaso total.
Por los siguientes treinta minutos, Hunter habló sobre sí mismo. Y
habló, y habló, y habló. Y habló. Casi le pedí al camarero unos tapones
de oídos, los cuales tenían a mano por la música en vivo. Pero la banda
aún estaba en receso. No quería ser completamente grosera. Así que
asentí mucho, centrándome en sus ardientes ojos ámbares, su
desgreñado cabello rubio, y pretendí interesarme por la aburrida vida
de Hunter.
Me pregunté si hablaría tanto durante el sexo. Era mucho más
atractivo con la boca cerrada.
—En todo caso —dijo, terminando alguna historia que ya había
olvidado—, fue por eso que pasé el último verano en Cannes. —
Pronunció Cannes como ―cans‖.
Sospeché que Hunter nunca había estado en Cannes, por no
hablar de Francia, o en ningún otro lugar del Mediterráneo, por la forma
en que hablaba de ello. Sonaba como un guía de viaje, no como
alguien que viajaba.
—¿Quieres otra bebida? —preguntó Hunter.
Sostuve mi mano sobre el vaso.
—Estoy bien. —Luego, sin ninguna advertencia, las ruedas en mi
cabeza comenzaron a girar. Siempre lo hacían, sin importar cuánto
bebiera—. Oye, Hunter, ¿cómo va el trabajo? —La primera vez que me
había invitado a salir, me había hablado sobre modelaje por dos horas
seguidas.
—Oh, no he tenido muchas presentaciones últimamente.
—¿Oh? ¿Por qué?
—Me metí en una pelea con este tipo.
—En serio —dije, prestando mucha atención—. ¿Qué tipo?
—Un tipo llamado Christos Manos. ¿Lo conoces?
—No —mentí—. ¿Qué pasó?
—Este tipo Christos comenzó una mierda conmigo hace un tiempo.
Así que peleé con él. Terminé con una nariz rota. Pero deberías haber
visto su cara cuando acabé con él.
Lo había hecho. La cara de Christos estaba tan impecable como
siempre y creí en su versión por sobre la Hunter.
—¿En serio? —Jadeé—. ¿Lo mandaste al hospital o algo?
Hunter se rió con confianza.
—Casi.
Qué estafador. Pero entonces, Christos ya me había dicho lo
mismo. Dije:
—¿No tienes miedo de ser demandado por golpear a este tipo
Christos?
Hunter frunció el ceño.
—¿Por qué lo preguntas?
—Oh, la gente hace demandas todo el tiempo, ¿no? —Esperaba
sonar hasta la última parte como una rubia tonta. Me reí para darle
efecto.
—Lo gracioso es que —dijo Hunter riéndose—. Yo lo estoy
demandando a él.
—¿Por qué? ¿Si tú lo mandaste al hospital?
Hunter negó con la cabeza.
—No, casi lo mandé al hospital. No fue tan malo. —Me pude dar
cuenta de que estaba echándose para atrás y tratando de apuntalar
su mentira antes de que se derrumbara.
—¿Entonces, por qué lo estás demandando? —pregunté
inocentemente.
—Porque él comenzó —se mofó Hunter sarcásticamente. Pude
decir que la verdad se estaba filtrando por los bordes. Hunter estaba en
una situación difícil. Continuó—: El tipo tiene un montón de dinero. Él
debió haberlo pensado mejor antes de meterse conmigo sino podía
terminarlo. Tiene suerte que no lo haya enviado al hospital en verdad. —
Hunter asintió con superioridad.
—Qué idiota —dije irónicamente. Hunter no sospechó que me
refería a él con el idiota. Estaba aún lo suficientemente sobria para
darme cuenta que debería haber escuchado mis instintos sobre Hunter.
Era un completo idiota. Después de lo que Christos me había contado
anoche, debí haberle dicho a Hunter que se alejara al momento en que
se acercó en el bar. Me disculpé a mí misma con el argumento que
había estado sola y había sido un momento de debilidad—. Creo que
quiero dar un paseo —dije al azar.
—Está bien —dijo—. ¿Quieres compañía?
—Seguro. —Agarré mi bolso del gancho bajo la barra y me levanté.
Hunter me siguió afuera al aire nocturno.
Caminamos por la Avenida Cedros, pasando todas las tiendas
cerradas y los autos estacionados, hasta que encontré un callejón. Giré
en él. Era oscuro, lúgubre y empalagoso. Lo suficientemente bueno.
Tiré a Hunter hacia la oscuridad con las dos manos, agarrándolo de
la camiseta. Una vez estuvimos lo suficientemente lejos de las luces de la
calle para estar completamente en las sobras, lo jalé contra mí.
Él se empujó contra mí, clavándome contra la dura pared de
estuco.
Perfecto.
Nos besamos. No estaba muy metida en ello, pero tenía una razón
para estar aquí. Nos besamos por un rato. No me llevó mucho tiempo
aburrirme. Hora de ponerse manos a la obra.
Desabroché el cinturón de Hunter.
—Caray, Tiff—ronroneó Hunter—, no pierdes nada de tiempo.
Lo miré y empuñé su camiseta en mi mano.
—No me llames Tiff. Tú no me llames Tiff. ¿Entendido?
—Lo que digas, cariño. —Sonrió.
Podía lidiar con el cariño. Lo que sea. Desabroché su cinturón.
—¿Aún estás limpio? —pregunté.
—Sí —dijo Hunter—. Te lo dije la última vez que tuvimos sexo. Me
hago pruebas todo el tiempo.
—Pero eso fue hace cinco meses.
Hunter se detuvo.
—Tiffany, mira. Me hago exámenes regularmente y no me acuesto
con cualquier zorra vieja que se aparezca. Solo he tenido sexo con dos
chicas después de ti y las conozco a las dos. Están limpias. Confía en mí.
—Bien. Terminemos con esto.
—¿Con esto? ¿Siquiera quieres estar aquí, Tiffany?
—Sí, definitivamente.
Los ojos ámbares de Hunter brillaron.
—¿Estás segura?
—Sí.
Sonrió y se inclinó hacia adelante. Más besos húmedos siguieron.
No era que importara. Haríamos esto.
¿Y qué si terminábamos teniendo sexo en un callejón húmedo y
oscuro? ¿Y qué si estaba seca cuando me penetrara? ¿Y qué si le decía
que me follara tan fuerte como pudiera sin que siquiera me gustara? ¿Y
qué si mi espalda estaba tan magullado por que estuviera clavándome
contra la pared de estuco detrás de mí? ¿Y qué si se venía dentro?
Después de todo lo que Christos me había dicho, Hunter era un
artista total de la estafa. Un sexi y caliente estafador. Pero no había
forma de que le fuera permitir salirse con una estafa a Christos por
cientos de miles de dólares.
Hunter no era el único que sabía cómo jugar.
Cuando terminamos, le dije:
—Me tengo que ir.
—¿Qué? ¿A dónde vas? Déjame comprarte otro trago adentro. O
podemos ir a mi apartamento. —Miró alrededor del oscuro callejón—.
Un lugar más agradable que este.
Empujé mi vestido hacia abajo sobre mi tanga, la cual Hunter
había rasgado y no era nada más que un cinturón ahora. Bien. Miré por
sobre mi hombro hacia mi trasero y mi vestido estaba bien sucio por
frotarse contra la pared de estuco.
—Tengo que ir a la sala de emergencias —dije, aun mirando por
sobre mi hombro hacia mi vestido.
—¿La sala de emergencia? —preguntó, confundido—. ¿Por el
vestido?
—Adiós, Hunter. —Comencé a trabajar en algunas lágrimas. Quería
mi rímel de pestañas regándose antes de llegar al hospital. Caminé
hacia la acera iluminada al final del callejón.
—Oye. —Me agarró del brazo y me dio vuelta.
—¡Auch! ¡Hunter! —grité—. ¡Eso duele! ¡Suéltame!
Soltó mis brazos, sus ojos abiertos con incredulidad.
—¿Qué sucede contigo, Tiffany?
—He sido violada. Eso es lo que me pasa.
—¿Qué? —Jadeó—. ¡No te violé!
—¿No lo hiciste? Porque podría jurar que es tu semen el que está
dentro de mí ahora. Y cuando recojan las muestras en la sala de
emergencias van a encontrarlo. —Me di vuelta para que pudiera ver mi
vestido sucio—. ¿Y ves eso? Mi vestido está sucio y rasgado de cuando
me lanzaste contra la pared. Y mi tanga está rota en pedazos. Suena
como una violación para mí. Y, hombre —hice una mueca—, estaba
seca cuando me penetraste. Estoy segura de que encontrarán varias
abrasiones.
—¿Qué? —El miedo tiró de su rostro en veinte direcciones a la vez—
. Estás loca, Tiffany.
—¿Lo estoy?
—Tú lo querías por completo —se mofó.
—Eso es lo que siempre dicen los violadores.
—Vete al diablo, Tiffany.
—No fue follar. Fue una violación.
Él me agarró del brazo de nuevo.
—¡Ah! —me burlé—. ¿Me vas a dar una paliza ahora? ¿A ponerme
un ojo morado? Adelante, Hunter.
Soltó mi brazo y me frunció el ceño.
—¿Por qué haces esto?
—Porque, Hunter, eres un imbécil. Y porque estás intentando
demandar a Christos Manos cuando todo lo que hirió fue tu orgullo.
Sus cejas se curvaron.
—¿Conoces a Christos?
—Claro que conozco a Christos, idiota. Y sé que él no comienza
peleas. Él me contó lo que sucedió.
Hunter gruñó.
—Perra. —Ahora estaba entendiéndolo. No era que eso cambiara
las cosas.
—Solo quieres su dinero porque eres una sanguijuela, Hunter.
—¡Eso es mentira!
—¿Lo es? —le pregunté, pensativa—. ¿Entonces por qué aún lo
estás demandando?
Hunter se rió y miró a otro lado. Lucía culpable como el infierno.
Sonreí.
—Te propongo un trato, Hunter. A cambio de que no presente
cargos y te envíe a prisión por tres años, vas a sacar la demanda en
contra de Christos. ¿Trato?
—Jódete —escupió.
—Tú ya lo hiciste, Hunter. Tengo la evidencia para probarlo. Todo lo
que tengo que hacer ahora es correr de cara contra una puerta y
ponerme un ojo morado.
—No harías eso —se mofó.
—¿No? ¿Así como no te dejaría follarme mientras aún estaba seca
para poder implicarte?
Abrió su boca para decir algo, luego la luz desapareció de sus ojos
y sus hombros se hundieron.
—¿Hablas en serio, verdad?
—Cien por ciento. Tú eliges, puedes intentar estafar a Christos y a su
familia y terminar en prisión, o puedes olvidarte de esto y también yo lo
haré.
—¿Cómo sé que no vas a presentar cargos?
—No lo sabes. Vas a tener que confiar en mí.
—¿Confiar en ti? —Se rió—. Después de esta noche, jamás confiaré
en ti.
—Oye, yo creí en tu palabra de que no te habías acostado con
ninguna zorra desde la última vez que tuvimos sexo.
—No lo he hecho. —Frunció el ceño—. En verdad.
—¿Ves? —Sonreí—. Mira lo bien que funciona la confianza.
—Mierda, Tiffany, eres terrible.
—Así fue como me sentí sobre ti cuando me enteré que
básicamente estás chantajeando a Christos.
—¿Ahora tú me estás chantajeando a mí?
—Síp.
—Bien. ¿Qué vas a hacer? —Sonaba asustado. Genial.
—Bueno —dije—. Voy a ir a emergencias, como dije. Usarán un
equipo de violación para recoger evidencia. Luego les diré que no sé
quién era. Estaba oscuro. No obtuve un buen vistazo de tu rostro, todo
pasó tan rápido y huiste después. Si no quitas tu demanda en contra de
Christos, de repente voy a recordar quién eres. Así de simple.
—¿Pensaste en todo esto, verdad?
—¿Y tú no? ¿Christos te dijo que su familia era rica, o tu abogado lo
descubrió por ti? Sé cómo piensan los abogados, Hunter. Abogados
como los tuyos han tratado de estafar a mi familia por décadas. Como
dije, Hunter. Eres una sanguijuela, y quieres lo que no es tuyo. Esta es tu
última oportunidad. ¿Trato o no?
Hunter apretó su mandíbula y me miró como si quisiera matarme.
Y qué.
Christos
Me tendí en la tumbona bajo el sol de San Diego la mañana
siguiente. Samantha se tendió a mi lado. Estábamos pillando rayos en la
cubierta de nuestra piscina.
Habíamos estado fuera tan tarde, que nos derrumbamos cuando
llegamos a casa. Ninguno de nosotros tenía energía para sexo antes de
dormir. Creo que los dos utilizamos toda nuestra adrenalina durante la
emoción de mi exposición y después de esto en al Belly Up.
Simplemente caímos dormidos uno en los brazos del otro. Tanto tiempo
que Samantha estaba a mi lado, no me importaba lo que hacíamos.
Después del desayuno de esta mañana, todo lo que queríamos era
descansar. Había sido un largo año.
—¿Quieres algo para beber? —preguntó Samantha—. Tu limonada
está vacía. —Estaba acostada sobre su espalda, la parte superior del
bikini sin atar. No tenía ni idea cuán increíblemente sexi se veía, toda
tostada y bronceada.
—Estoy bien —murmuré. Por suerte ambos estábamos lo suficiente
bronceados para yacer durante mucho tiempo sin quemarnos.
—Muy bien porque estoy demasiado cansada para ponerme de
pie. —Se rió, descansando su mejilla y su brazo en mi espalda.
—Voy a tener una marca de Samantha —bromeé—. Tendré una
silueta en blanco donde te has acurrucado encima de mí.
—Estará de moda. Nos inventaremos marca de parejas. Va ser el
grito para el final del verano. Haz tu propio estampado de adorno en tu
amado. A diferencia de un tatuaje, este se quita con facilidad.
—Eres una genio. Porque no hemos pensado en esto antes. —Me
reí.
Mi teléfono sonó en el cristal de la mesa junto a mí.
—No tienes que contestar a esto, ¿verdad?—preguntó Samantha.
Recogí el teléfono.
—Es Russel.
—¿Más malas noticias? —suspiró Samantha.
—Espero que no. Debería contestar —Pongo el teléfono en manos
libres. Samantha muy bien puede saber—. ¿Qué pasa, hombre?
—¡Christos! No te vas a creer esto —dijo Russel entusiasmadamente.
—Si son malas noticias, probablemente lo haré. —Puse una sonrisa
de satisfacción hacia Samantha.
Ella puso los ojos en blancos.
—He recibido una llamada del abogado de Hunter Blakeley esta
mañana.
—Maravilloso —suspiré.
—Quiere llegar a un acuerdo.
—¿Sí? ¿Por cuánto? ¿Medio millón? —dije sarcásticamente.
—Veinticuatro mil.
Me senté en mi silla.
—¿Qué?
—Me has oído. Por veinticuatro mil. Once mil para los gastos
médicos de Hunter y trabajos perdidos y trece mil para los gastos de su
abogado.
Después de anoche, fácilmente podría cubrir esto. No que
deseaba tirar este dinero en un idiota como Hunter, pero considerando
que le he pegado en vez de alejarme, veinticuatro de las grandes
parecía un precio pequeño que pagar para quitármelo de encima
para siempre.
—¿Qué demonios paso? Pensaba que Hunter y sus abogados
estaban sosteniéndose firmes.
—No tengo ni idea —dijo Russel dramáticamente—. Estoy igual de
sorprendido que tú. Christos. Debe haber un ángel ahí fuera cuidando
tu culo.
Un ángel. Moví mi cabeza en negación. ¿Por qué no? Cosas
extrañas.
—Ahora —regaño Russel—, antes que te hagas la idea que esto
siempre funciona así, que siempre ganarás tu caso o terminará tan
fácilmente, me permito recordarte que no va ser ni de lejos tan simple,
en el futuro evita pelear completamente.
Me reí.
—¿Puedes creer que en realidad me alejé de una pelea anoche?
—¿Si? —dijo Russel, todo entusiasmado—. Muy bien por ti.
—Y nunca vas a adivinar con quién. —Me reí.
—¿Hunter Blakeley?
—¿Cómo lo supiste? —Reí.
—Suerte, supongo. Pero te aseguro que es extraño.
—No me lo puedo explicar tampoco. Pero te lo digo, me provoqué
de frente y no levanté ni un dedo.
—Muy bien por ti, hijo. Estoy orgulloso de ti. Con algo de suerte, esta
va ser la última vez que recurras a mis servicios legales por comportarte
como un chico fuerte. Prometeme que podemos mantener nuestra
relación fuera de esto a partir de ahora. —Sonaba divertido y con
esperanza al mismo tiempo.
—Es una promesa. Pero antes necesito preguntarte una cosa más.
Podía prácticamente escucharlo poner los ojos en blanco a través
del teléfono.
—Christos, ¿siquiera quiero saberlo?
Miré a Samantha. Le dije a Russel:
—¿Sabes qué? Te lo diré más tarde.
—Muy bien hijo. Tengo trabajo que hacer. Vamos a hablar pronto,
¿dale?
—Lo haremos. —Sonreí y terminé la llamada. Me giré hacia
Samantha y sonreí.
—Vaya —dijo ella—. Estas son buenas noticias, ¿verdad?
—Absolutamente. —Sonreí.
—Quiero decir, es un montón de dinero, pero supongo que tienes
bastante.
—Sip. —Incliné mi cabeza en la tumbona y levanté la mirada al
cielo azul—. Por primera vez en años, finalmente siento que puedo dejar
toda la mierda de mi vida atrás.
—Eso es maravilloso —dijo Samantha.
Después de un rato, me levanté.
—¿Quieres un poco de limonada? Me voy a hacer una jarra fresca.
Hemos terminado la que mi abuelo dejó en el frigorífico.
—¿Ahora haces tú también?—Se reía.
—Oye —sonreí—, es una tradición Manos.
Samantha
Christos y yo pasamos la tarde bajo la sombrilla. Todo lo que quería
hacer era estar fuera y relajarme con él en el perfecto tiempo de San
Diego.
Me hizo la comida, la cual fue gyros60 recién hecho porque
ninguno de nosotros quería molestarse con algo extravagante.
—Oye, ¿dónde está Spiridon? —pregunté—. Debería unirse a
nosotros.
—No lo sé—dijo Christos—. Ha estado fuera todo el día.
Quería hablar algo con Spiridon sobre la exposición de anoche,
pero tendrá que esperar. Christos y yo comimos fuera en una de las
mesas, mirando al océano haciendo olas. La comida era muy buena.
Una fresquita brisa se levantó alrededor de las siete.
—Oye, ¿quieres ir a dar una caminata? —preguntó Christos.
—¿Tenemos que hacerlo? Estoy cansada.
—Vamos. —Sonrió—. Podemos ver el atardecer desde lo alto de la
playa en la colina.
—Esa es una larga caminata —me quejé—. ¿Podríamos mirar el sol
bajando desde aquí? —Una polvorienta caminata era la última cosa
que quería hacer en este momento.
—El ejercicio te hará bien.
—Corrí ayer en la mañana. No necesito ningún ejercicio.
—Puedo llevarte yo —dije.
—No hagas esto Christos. Me sentiría como una invalida.
¿Podríamos esperar hasta mañana? Te prometo que iré mañana. Lo
primero que haré, te lo prometo.
—No, de verdad tiene que ser esta noche.
—¿Por qué te comportas tan extraño? —pregunté.
—Se está muy bien fuera. Solo quiero hacer una caminata. ¿Es esto
tan raro?
Suspiré.
—¿Por qué no vas sin mí? Estaré aquí cuando vuelvas.
—Nos vamos —dijo y se levantó de su silla en la mesa, dio la vuelta
y me recogió de mi silla.
—Christos, estoy demasiado cansada —rogué, pero se estaba
riendo.
Me llevó por las escaleras arriba. Debe haber pasado un tiempo
desde que no me llevaba a sitios. Nunca me cansaba de esto. Me sentó
en la cama.
—¿Por qué no tenemos sexo en lugar de esto? —sugerí mientras me
tiraba atrás sobre la cama.
Here comes the bride: Es una canción, cuyo título en español es Aquí viene la novia.
61
era una idiota por casarme tan joven y antes que acabase mi
licenciatura. Pero no lo hizo. Solo quería estar con su hija el día de su
boda. Era una sorpresa agradable, a decir verdad.
Pestañeé para alejar las lágrimas. No había forma que mi
maquillaje superase la ceremonia intacto.
Caminamos hacia el altar, donde Christos esperaba. Mantuve la
mirada en el premio a causa de lo nerviosa que estaba. Desde las
esquinas de los ojos, noté todos los rostros sonrientes mirándome entre la
gente.
Mientras mi padre y yo nos acercábamos al final de la fila, miré a la
derecha. Mi madre estaba sentada en el pasillo al frente de la fila.
Había sido una gran sorpresa cuando mi padre me había dicho
que mamá había vuelto a mudarse con él. Estaban trabajando para
arreglar las cosas. Se había disculpado mucho con él, según mi padre, y
también conmigo.
Curiosamente, durante el verano descubrí que estuve forjando una
relación individual con cada uno de mis padres. Ambos habían
empezado a tratarme como una adulta, pero a su manera. Como que
me gustaba. Era como si nos hubiésemos convertido en iguales. Me di
cuente que ahora mis padres confiaban en que me cuidase por mí
misma.
Eso realmente me dejó pasmada.
No podía creerlo.
Pero era cierto.
Mi madre me sonreía desde donde estaba sentada. Estaba
llorando. Quizás no fuese tan mala, después de todo. Le sonreí
brevemente, antes de centrar la mirada en Christos.
Jake estaba a su lado, con un esmoquin real, por una vez. Al lado
de Jake estaban Nikolos y Spiridon, también con trajes negros. Me
sonrieron.
Pero no podía apartar los ojos de Christos. Estaba tan
increíblemente guapo. Incluso con los músculos y tatuajes tapados por
el esmoquin, estaba magnífico. El tipo más caliente del planeta. Sus ojos
zafiro brillaron en los míos como faros enamorados. Mostró su sonrisa con
hoyuelos y resplandeció más brillante que el sol.
Dios mío, era el espécimen perfecto de masculinidad.
Mi padre me besó la mejilla antes que subiese al altar. Christos
tomó mi mano y enfrentamos al Juez de Paz.
Después de intercambiar los votos, algo que apenas recordaba,
hicimos la ceremonia de encender la vela. Christos y yo usamos cada
uno nuestra vela para encender la del centro, después apagamos
nuestras velas individuales.
Dos se convierten en uno.
Para siempre.
Tuve un recuerdo de una de las velas restantes que había estado
encendida la mañana siguiente que Christos y yo celebrásemos pre-San
Valentín en su habitación. Los pétalos de rosas, las velas y los chocolates
de See. Demasiado malo, había sido el día anterior a su juicio. Había
creído que esa mañana podría perderlo al ir a prisión durante muchos
años. Quizás para siempre. Había creído que esa única vela restante
había sido un mal presagio, que significaba que muy pronto estaría sola.
Qué equivocada había estado. Ahora entiendo que esa única vela
había simbolizado nuestra unión, incluso entonces. Chica tonta. ¿Por
qué había estado tan preocupada?
Cuando el Juez de Paz nos declaró marido y mujer, Christos se
inclinó para besarme.
Sí, pese a todos los besos y sexo que habíamos tenido, era el beso
más mágico de toda mi vida.
Toda la multitud aplaudió y vitoreó. Pero Madison vitoreó más alto
que nadie. Bueno, Romeo también fue bastante ruidoso, pero Madison
le dio una buena lección.
Mientras todos vitoreaban, me susurró en el oído:
¿Ahora tomarás tu parte del dinero por el retrato Love? ¿Y mi
retrato de ti como ángel de fuego? Son solo un millón de dólares,
después de la rebaja de Brandon.
Abrí los ojos como platos. ¿Cómo podía protestar contra eso?
Bueno, podía. Un poco.
¿Tengo que hacerlo? Sonreí.
Eres mi esposa, es cincuenta y cincuenta de aquí en adelante. Lo
que es mío es tuyo. Y eres rica.
En ese caso... Sonreí de forma burlona mientras nos volvíamos a
besar tiernamente. ¿Cómo puedo negarme?
La recepción tuvo lugar en el hermoso salón de The Lodge. Kamiko
trajo una cita. Dillon McKenna, el guionista gráfico de Adventure Time.
Hacían, completamente, una linda caricatura juntos.
Romeo, para sorpresa de todos nosotros, había traído a Justin
Tomlinson, el señor director de la banda de The Wombat. No sabía lo en
serio que iban. Estoy segura que lo averiguaría.
Habíamos contratado un asombroso DJ llamado Graham Gold,
que tenía a todo el mundo de pie y bailando después de la cena. Valía
el dinero extra que gastamos en él. No solo era un DJ, era un animador.
La elección perfecta.
Durante el lanzamiento del ramo, creo que Justin Tomlinson estaba
tan asombrado como el resto de que Romeo agarrase mi ramo.
Durante toda la recepción, todo pasó en un momento. Hice todo
lo posible por hablar con todos. Esperaba no olvidarme de saludar a
alguien importante. Saludé a Brandon, que estaba allí y a Russel
Merriweather. Pero nunca había conocido a muchos de los
acompañantes. Esperaba que no les importase que olvidase sus
nombres segundos después de presentarnos.
En un momento, Christos y yo estábamos esperando la tarta,
hablando con Nikolos:
Quiero explicar mi regalo de bodas, antes que se vayan de luna
de miel comentó Nikolos.
No tienes que hacerlo, Bampás aseguró Christos. Sea lo que
sea, estará bien.
Estoy de acuerdo afirmé. Que estés aquí es más que
suficiente.
Nikolos asintió.
Eres tan joven e inocente, Samoula. Sonrió. Pero a veces, el
matrimonio puede ser difícil. Ese es el por qué quiero explicar mi regalo.
¿Nos compraste una sesión con un consejero matrimonial o algo?
bromeó Christos.
No, compré tu retrato Love. Ese de ti y Samoula.
¿Qué? jadeamos Christos y yo.
Hice un acuerdo especial con Brandon. No se quedaba con
ninguna comisión de venta. Solo lo hicimos para que no hicieran
ninguna pregunta. Todo el dinero es para ustedes. Medio millón de
dólares.
Vaya, ese era un gran regalo de boda.
Nikolos continuó:
Y quiero que ambos tengan la pintura. Quiero que sirva como
recordatorio del amor especial que sienten hoy. No quiero que nunca lo
olviden.
Nikolos estaba claramente superado por la emoción. Era un gran
gesto para él.
No puedes hacerlo, Bampásprotestó Christos.
Estaba de acuerdo con Christos. Parecía un regalo excesivo para
darle a alguien.
Sí, puedo sentenció Nikolos. Eres mi hijo. Y ahora, tú, Samoula,
eres mi hija. Me miró. Veo la vacilación en tus ojos, Samoula.
Déjame explicarme. No quiero que jamás, tú o mi hijo, se preocupen por
el dinero en su matrimonio. Los problemas de dinero abrieron una
brecha en mi familia, que he lamentado durante mucho, mucho
tiempo. Miró a Christos de forma intensa y triste.
Christos asintió con seriedad.
Nikolos volvió a mirarme.
Tomé la decisión de perseguir el dinero cuando era joven, así mi
esposa e hijos podrían tener siempre suficiente para estar a salvo. Pero
los problemas de dinero se convirtieron en mi obsesión. Y mi amada
esposa Vesile me abandonó por ello. Ahora que tengo dinero, no quiero
que le pase lo mismo a mi hijo. No quiero que tengas ninguna razón
para dejarlo, Samoula.
La angustia que escondía Nikolos tras sus ojos era inconmensurable.
Estaba lista para llorar por él.
Parpadeó la humedad de sus ojos y se giró para sonreírle a su hijo.
Pero tenemos un montón de dinero, Bampás se defendió
Christos. Hice una tonelada con el espectáculo.
Ahora tienes más. Nikolos le sonrió. Si eres listo con ello,
siempre tendrás suficiente.
Lo sé todo sobre exprimir cada céntimo mencioné. Crecí
rodeada de ahorradores. Sé lo que hay que hacer bromeé.
Nikolos sonrió.
Excelente. Cuidarás de mi hijo, paidí mou.
Nikolos alzó el vaso de agua que sostenía en la mano.
Por la feliz pareja. El corazón que ama siempre es joven.
Christos y yo no teníamos ningún vaso en ese momento, así que
sonreímos a Nikolos.
Gracias, Bampáscontestó Christos.
Nikolos bebió su agua antes de rodear a su hijo con un brazo y
pegarle en la espalda con cariño.
Siento que tu madre no pudiese estar aquí esta noche
comentó, reteniendo las lágrimas repentinas.
Christos hizo una mueca de dolor y suspiró, mientras abrazaba a su
padre y decía con voz tensa:
Sí.
Hasta donde sabía, Christos no había hablado con su madre desde
hace más de un año. No creo que la haya visto desde mucho antes.
Tristemente, no creo que jamás perdone a su madre por marcharse
cuando tenía diez años. Ese día, había roto el corazón de ambos, padre
e hijo.
Cuando Nikolos liberó a su hijo del abrazo, pude ver que Christos
tenía lágrimas en los ojos. Acaricié la espalda de su traje, mientras
dejaba caer la cabeza.
Lo siento murmuró.
Está bien lo tranquilicé, abrazándolo.
Después de un momento, levanté la mirada y vi como Christos
abría los ojos con sorpresa.
Me giré, para observar qué le había llamado la atención.
Mi pecho se apretó.
La mujer más hermosa que he visto en toda mi vida, se acercaba
cruzando el salón. Tenía el cabello de color negro suelto y unos brillantes
ojos azules. Todo el mundo la estaba mirando. Llamaba la atención, sin
ni siquiera intentarlo. Podría ser fácilmente una supermodelo, incluso
siendo mayor. Su vestido de cuello bajo azul, caía con elegancia hasta
sus pies. No tenía idea de quién era, pero casi podía adivinarlo. Mi
corazón saltó a mi garganta.
Siento llegar tarde dijo con voz elegante. Mi vuelo se retrasó,
pero no podía perderme este día por nada del mundo.
Christos se giró hacia ella. La conmoción borró toda expresión de
su rostro, mientras palidecía. Su rostro decayó. Parecía que estuviese
viendo un fantasma. Estaba completamente aturdido cuando dijo:
¿Mamá?
La mujer abrió los brazos a su hijo.
Paidí mou...
¿Vesile? jadeó Nikolos. ¿Kardiamou?
Vesile pasó la mirada entre Christos y Nikolos con lágrimas
silenciosas deslizándose de sus ojos.
Aseguró:
Los he echado de menos a ambos.
Fin.
Por ahora...
Devon Hartford pasó la mayor parte de su
vida en el sur de California, en muchas de
las localidades frecuentadas en Fearless.
Devon también pinta.
Su trayectoria en las artes fue la inspiración
para este libro.