Predica La Palabra. 2 Timoteo 4. 1 Al 8
Predica La Palabra. 2 Timoteo 4. 1 Al 8
Predica La Palabra. 2 Timoteo 4. 1 Al 8
EL ENCARGO DE PREDICAR EL
EVANGELIO
Este capítulo contiene algunas de las últimas palabras habladas o escritas por el apóstol
Pablo. Sin duda son las últimas registradas. Está escribiendo semanas o quizá días antes
de su martirio. Según una tradición de cierta confiabilidad fue decapitado en la vía
Ostia. Durante treinta años aproximadamente había trabajado sin interrupciones como
apóstol y evangelista itinerante. Tal como él mismo dijo, verdaderamente había peleado
la buena batalla, acabado la carrera, guardado la fe (7). Ahora aguardaba su
recompensa, «la corona de justicia» que le estaba preparada en el cielo (8). De manera
que estas palabras son el legado de Pablo a la iglesia. Transmiten una atmósfera de gran
solemnidad y es imposible leerlas sin sentirse profundamente conmovido.
La primera parte del capítulo toma la forma de un impresionante desafío. Comienza con
«Te encarezco delante de Dios (o en la presencia de Dios)». El verbo diamartyromai
tiene una connotación legal y puede significar «testificar bajo juramento» en una corte
legal, o juramentar a un testigo. Se utiliza en el Nuevo Testamento en el sentido de una
afirmación solemne y enfática. El desafío de Pablo se dirige en primera instancia a
Timoteo, su delegado apostólico y representante en Éfeso. Pero es también aplicable en
un sentido secundario a toda persona llamada a un ministerio pastoral o evangelístico, y
por extensión a todos los cristianos.
Timoteo debe «predicar» esta palabra; él mismo debe hablar lo que Dios ya ha hablado.
Su responsabilidad no se limita a escucharla, creerla y obedecerla, ni tampoco a
guardarla de falsificaciones, o de sufrir por ella y continuar en ella. Ahora debe
predicarla a otros. Es buena noticia de salvación para los pecadores y, por tanto, debe
proclamarla como un heraldo en el mercado (kerysso, comparar con keryx, «heraldo»,
en 1:11). Debe levantar la voz sin temor y osadamente hacer conocer el mensaje. A
continuación, Pablo procede a enumerar cuatro aspectos que deben caracterizar la
proclamación de Timoteo.
Esta predicación urgente debe continuar «a tiempo y fuera de tiempo». Cabe aclarar que
la exhortación no debe tomarse como un permiso para proceder en la forma insensible y
desconsiderada que en ciertas oportunidades ha caracterizado nuestro evangelio y lo ha
desprestigiado. No tenemos derecho a invadir sin respeto la vida privada de otros, o de
entrometernos en sus asuntos privados. De ninguna manera. Las ocasiones que Pablo
probablemente tiene en cuenta cuando dice «a tiempo y fuera de tiempo» no son tanto
del punto de vista de los oyentes, como del predicador. Una traducción más acertada
podría ser: «permanece en actividad en todo tiempo, sea... conveniente o no». Esta
posibilidad interpreta al verbo efistemi en su sentido alternativo y se encuentra en
ciertas oportunidades en los papiros. Parece indicar, entonces, que lo que aquí se nos da
no es una base bíblica para ser agresivos y desconsiderados, sino una apelación bíblica
contra la holgazanería o negligencia del obrero.
Ya ha surgido de los capítulos anteriores de esta carta que Timoteo era de una
disposición tímida y que los tiempos en que vivía y trabajaba eran muy poco propicios.
Seguramente al leer el solemne encargo para continuar predicando la palabra se habrá
sentido desanimado, y posiblemente tentado a huir de tal responsabilidad. Por esta
razón, Pablo no sólo le da el encargo sino que agrega ciertos incentivos.
El énfasis principal de este primer versículo no está tanto en la presencia de Dios como
en la manifestación de Cristo. Es evidente que Pablo todavía cree en el regreso personal
de Cristo, del cual había escrito en sus cartas más tempranas, y en forma especial en las
dos dirigidas a la iglesia en Tesalónica. Si bien ahora es consciente de que ha de morir
antes de que esto ocurra, encontramos que aun al final de su ministerio lo sigue
aguardando, vive a la luz de sus implicancias, y describe a los cristianos como aquellos
«que aman su venida» (8). Está seguro de que Cristo se manifestará en forma visible (la
palabra es epifaneia en los versos 1 y 8), y que cuando aparezca juzgará a los «vivos y a
los muertos» y consumará «su reino» o reinado.
Estas tres verdades —de la manifestación, el juicio y el reino— deben ser una
expectativa tan clara y cierta para nosotros como lo fueron para Pablo y Timoteo, y no
pueden dejar de ejercer una influencia poderosa en nuestro ministerio, pues tanto los
que predican la Palabra como los oyentes deben rendir cuentas a Cristo cuando se
manifieste.
¿Cuáles son las características de este tiempo? Una de ellas es que la gente no sufrirá
la verdad. Pablo lo expresa dos veces en forma negativa y positiva: «no sufrirán la
sana doctrina, sino... se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias»
(3); «apartarán de la verdad el oído, y se volverán a fábulas» (4). En otras palabras, no
pueden soportar la verdad y rehusan escucharla. Todo tiene que ver con los oídos, que
en el griego se mencionan dos veces. Sufren de una condición patológica peculiar
llamada «comezón de oír», o según Ellicot: «una comezón por oír cosas nuevas». Arndt
y Gingrich explican que es una expresión figurada para describir esa clase de curiosidad
que «busca descubrir información de interés y jugosa». Además, continúan, «esta
comezón es aliviada por los mensajes de los nuevos maestros». En efecto, lo que las
personas hacen es taponar sus oídos hacia la verdad (comp. Hch. 7:57) y abrirlos a
cualquier maestro que alivie su irritación, satisfaciéndolos con su enseñanza.
Nótese que lo que rechazan es la «sana doctrina» (3) o «la verdad» (4) y que prefieren
«sus propias concupiscencias» (3) o «fábulas» (4). De esta manera reemplazan la
revelación de Dios con sus fantasías. El criterio con que juzgan a los maestros no es,
como debiera ser, la palabra de Dios, sino sus propios gustos subjetivos. Además, esto
se agrava, pues no escuchan primero para luego decidir si lo que han oído es verdad,
sino que primero deciden lo que quieren oír y luego seleccionan los maestros que les
hablarán a su gusto.
¿Cómo debe reaccionar Timoteo ante esta circunstancia? Uno supondría que esta
situación desesperada lo haría callar. Si los hombres no pueden tolerar la verdad y
rehusan escucharla, seguramente la prudencia aconsejaría callar. Pero Pablo arriba a la
conclusión opuesta. Por tercera vez utiliza los monosílabos su de, «pero tú» (5; comp.
3:10, 14). Repite su llamado a que Timoteo sea distinto, que no se deje llevar por las
corrientes que prevalecen en su tiempo.
A continuación siguen cuatro instrucciones precisas que parecen haber sido preparadas
en forma deliberada para encuadrar en la situación particular en que se encontraba
Timoteo y a la clase de personas a quienes él debía ministrar:
1. Ya que las personas son inestables en mente y conducta, Timoteo debe ser
especialmente «sobrio en todo». Literalmente, nefo significa «ser sobrio» y
figuradamente, «estar libre de toda intoxicación mental y espiritual», por ende, ser
«bien equilibrados, autocontrolados» (Arndt y Gingrich). Cuando hombres y mujeres
se intoxican con herejías mentales y novedades fantasiosas, el ministro de Dios
debe permanecer calmo y sano.
El apóstol utiliza dos formas de expresión muy gráficas para describir su próxima
muerte: una tomada del lenguaje de los sacrificios y otra (probablemente) de los navíos.
Las dos imágenes se complementan, pues el fin de esta vida (derramado en libación) no
es otra cosa que el comienzo de la otra (soltar amarras). El ancla ha sido elevada, las
sogas se deslizaron y la embarcación se apresta a desplegar sus velas con miras a otras
costas. En estos instantes, antes de que comience la gran aventura de este nuevo viaje,
mira hacia atrás, a los aproximadamente treinta años de ministerio, y los describe —en
forma concreta y jactanciosa— con tres expresiones brillantes:
1. Primero, «he peleado la buena batalla». Las mismas palabras también podrían
traducirse correctamente «he corrido la gran carrera», pues agon denota
cualquier puja que requiere esfuerzo, sea una carrera o una lucha. Pero dado que
la frase siguiente hace mención clara a la carrera que ha acabado, es probable
que Pablo esté nuevamente combinando las dos metáforas del soldado y del
atleta (como en 2:3–5), o al menos las metáforas de la lucha y la carrera (véase
V.H.A. 4:7).
2. A continuación escribe, «he acabado la carrera». Algunos años antes, hablando a
los ancianos de la misma iglesia que Timoteo estaba ahora presidiendo, Pablo
había expresado la ambición de hacer precisamente esto. «Pero en manera
alguna estimo mi vida como cosa preciosa para mí, con tal que acabe mi carrera
y el ministerio que recibí del Señor Jesús» (Hch. 20:24 V.H.A.). Ahora puede
decir que lo ha hecho. Tanto el verbo como el sustantivo utilizados son los
mismos. Lo que había sido un propósito es ahora un hecho. Puede usar el tiempo
perfecto en cada una de estas tres expresiones, tal como lo había hecho Jesús en
el aposento alto (comp. Jn. 17:4, «habiendo acabado la obra que me has dado
que hiciese» V.H.A.), porque el fin ya estaba a la vista.
3. En tercer lugar, «he guardado la fe». Esta frase podría significar: «he guardado
la fe en mi Maestro», pero en el contexto de esta carta, que enfatiza con tanta
fuerza la importancia de guardar el depósito de la fe revelada, es más probable
que Pablo esté afirmando su fidelidad en el siguiente sentido: he guardado en
forma segura, como un guardián o custodio, el tesoro del evangelio que había
sido confiado a mi cuidado.
Ahora sólo resta que reciba el premio, al que él denomina «corona (o mejor aún,
guirnalda) de justicia», que le «está reservada» y que le será entregada en la meta «aquel
día». Aunque intrínsecamente sin valor, las guirnaldas compuestas de hojas verdes en
lugar de oro o plata eran de alta estima para los vencedores en los torneos griegos.
Según H. Moule: «muchas pequeñas aldeas de aquellos días demolían parte de sus
blancos muros a fin de que su hijo, coronado con la corona del istmo o de Olimpia,
pudiese entrar por una puerta que no hubiera sido utilizada anteriormente». Pablo
aguarda la que él llama «corona de justicia» (dikaiosyne). De su pluma, la palabra
significaría naturalmente «justificación». Pero en esta oportunidad tiene quizá una
connotación legal y contrasta deliberadamente con la sentencia que aguarda en
cualquier momento de un juez humano en un tribunal humano. El emperador Nerón
podía declararlo culpable y condenarlo a muerte; sin embargo, pronto habría un
magnífico reverso al veredicto de Nerón cuando «el Señor, el juez justo» lo declarara
justo.
La misma vindicación por Cristo le espera a «todos los que aman su venida». Esta no
es, por supuesto, una doctrina de justificación por las obras. Es innecesario recalcar la
convicción absoluta de Pablo de que la salvación es un don gratuito de la gracia de Dios
«no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia» (1:9). La
corona de justicia se le otorga a «todos los que han amado su manifestación» (V.H.A.),
no porque se trate de una acción meritoria sino porque es una evidencia segura de la
justificación. El incrédulo, quien no ha sido justificado, teme la venida de Cristo (si es
que cree o piensa en ella). Al no estar preparado, se encogerá con vergüenza ante ella.
Por el contrario, el creyente, habiendo sido justificado, aguarda la venida de Cristo, que
es el anhelo de su corazón. Al estar preparado, tendrá confianza cuando Cristo aparezca
(1 Jn. 2:28). Sólo aquellos que han entrado por fe en el beneficio de la primera venida
de Cristo aguardan con anhelo su segundo advenimiento (He. 9:28).
Este es, pues, «Pablo ya anciano», tal como él se autodenominó dos años antes al
escribir a Filemón (v. 9). Ha peleado la buena batalla, ha acabado la carrera y guardado
la fe. Su sangre y su vida están por derramarse. Su pequeña barquilla está por soltar las
amarras, desplegar sus velas y navegar hacia «otro» puerto; además, está aguardando
ansiosamente su corona. Estos hechos constituyen el tercer motivo para incentivar a
Timoteo a la fidelidad.
“Nuestro Dios es el Dios de la historia; está obrando su propósito año tras año.
Sus siervos mueren, pero su obra sigue. La antorcha del evangelio es entregada
de una generación a otra. Mientras los líderes de una generación van pasando a
la presencia del Señor, se torna más urgente la necesidad de que los que les
suceden avancen con valentía para tomar su lugar. El corazón de Timoteo sin
duda fue profundamente conmovido por esta exhortación de Pablo, el anciano
guerrero, quien le había conducido a Cristo. ¿Quién te guió a Cristo? ¿Es de
edad avanzada? El hombre que me presentó a Cristo ha tenido que retirarse del
ministerio (¡aunque sigue activo!). No podemos depender para siempre del
liderazgo de la generación precedente. Llega el día en que debemos ponernos
sus zapatos y tomar la delantera. Aquel día había llegado para Timoteo y a su
tiempo llegará también para nosotros.
- John Stott