Predica La Palabra. 2 Timoteo 4. 1 Al 8

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Capítulo 4

EL ENCARGO DE PREDICAR EL
EVANGELIO
Este capítulo contiene algunas de las últimas palabras habladas o escritas por el apóstol
Pablo. Sin duda son las últimas registradas. Está escribiendo semanas o quizá días antes
de su martirio. Según una tradición de cierta confiabilidad fue decapitado en la vía
Ostia. Durante treinta años aproximadamente había trabajado sin interrupciones como
apóstol y evangelista itinerante. Tal como él mismo dijo, verdaderamente había peleado
la buena batalla, acabado la carrera, guardado la fe (7). Ahora aguardaba su
recompensa, «la corona de justicia» que le estaba preparada en el cielo (8). De manera
que estas palabras son el legado de Pablo a la iglesia. Transmiten una atmósfera de gran
solemnidad y es imposible leerlas sin sentirse profundamente conmovido.

La primera parte del capítulo toma la forma de un impresionante desafío. Comienza con
«Te encarezco delante de Dios (o en la presencia de Dios)». El verbo diamartyromai
tiene una connotación legal y puede significar «testificar bajo juramento» en una corte
legal, o juramentar a un testigo. Se utiliza en el Nuevo Testamento en el sentido de una
afirmación solemne y enfática. El desafío de Pablo se dirige en primera instancia a
Timoteo, su delegado apostólico y representante en Éfeso. Pero es también aplicable en
un sentido secundario a toda persona llamada a un ministerio pastoral o evangelístico, y
por extensión a todos los cristianos.

Hay tres aspectos del desafío que merecen ser estudiados:


• su naturaleza (lo que Pablo le está encomendando a Timoteo),
• su base (los argumentos sobre los cuales Pablo fundamenta su encargo)
• y una ilustración personal tomada de un ejemplo propio de Pablo en Roma.

1. LA NATURALEZA DEL ENCARGO (v. 2)


...que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende,
exhorta con toda paciencia y doctrina.

Omitiendo por el momento el versículo 1, la esencia del encargo se encuentra en la frase


«que prediques la palabra». Observamos de inmediato que el mensaje que Timoteo debe
comunicar se denomina «palabra», o sea, una expresión hablada. Más bien es la palabra,
la Palabra de Dios, que Dios ha hablado. Pablo no tiene necesidad de aclarar el sentido,
pues Timoteo sabrá de inmediato que se refiere al cuerpo de doctrina que había oído de
Pablo y que ahora le había sido encomendado para que lo transmitiera a otros. Es
idéntico al «depósito» del capítulo 1, y en este capítulo es el equivalente de la «sana
doctrina» (3), «la verdad» (4), y «la fe» (7). Consiste en las Escrituras del Antiguo
Testamento, inspiradas por Dios (o alentadas por Dios) y provechosas, que Timoteo ha
conocido desde su niñez, junto con la enseñanza del apóstol que Timoteo ha «seguido»,
«aprendido» y de la cual se había persuadido (3:10, 14). El mismo encargo le es
impuesto a la iglesia de todos los tiempos. No tenemos libertad para inventar nuestro
mensaje, sino sólo para comunicar la palabra que Dios ha hablado y que ahora le ha sido
encomendada a la iglesia como un depósito sagrado.

Timoteo debe «predicar» esta palabra; él mismo debe hablar lo que Dios ya ha hablado.
Su responsabilidad no se limita a escucharla, creerla y obedecerla, ni tampoco a
guardarla de falsificaciones, o de sufrir por ella y continuar en ella. Ahora debe
predicarla a otros. Es buena noticia de salvación para los pecadores y, por tanto, debe
proclamarla como un heraldo en el mercado (kerysso, comparar con keryx, «heraldo»,
en 1:11). Debe levantar la voz sin temor y osadamente hacer conocer el mensaje. A
continuación, Pablo procede a enumerar cuatro aspectos que deben caracterizar la
proclamación de Timoteo.

a. Una proclamación urgente


El verbo efistemi, «instar», «ser urgente», significa literalmente «estar presente» y, por
ende, «estar preparado, o estar alistado». Pero en este caso aparentemente no sólo
refiere al sentido de estar alerta o despierto, sino también al de insistencia y urgencia.
Una paráfrasis podría ser: «nunca pierdas el sentido de la urgencia». Ciertamente, de
nada vale predicar en forma lacónica y sin convicción. Toda predicación verdadera debe
transmitir un sentido de importancia y urgencia. El heraldo cristiano sabe que es
responsable de un asunto de vida o muerte. Está anunciando el peligro que corre el
pecador bajo el juicio de Dios, la obra salvadora de Dios por la muerte y la resurrección
de Cristo, y el llamado al arrepentimiento y la fe. ¿Cómo puede tratar temas de tal
importancia con fría indiferencia? Ricardo Baxter dijo: «Permite que las almas vean que
estás seriamente involucrado en lo que haces... No puedes quebrantar los corazones de
los hombres por bromear con ellos, contándoles cándidas historias, o haciendo uso de
una oratoria jocosa. Los hombres no abandonarán sus placeres más caros ante un pedido
somnoliento de alguien que no parece querer decir lo que dice, ni importarle si su
llamado es ignorado o no».

Esta predicación urgente debe continuar «a tiempo y fuera de tiempo». Cabe aclarar que
la exhortación no debe tomarse como un permiso para proceder en la forma insensible y
desconsiderada que en ciertas oportunidades ha caracterizado nuestro evangelio y lo ha
desprestigiado. No tenemos derecho a invadir sin respeto la vida privada de otros, o de
entrometernos en sus asuntos privados. De ninguna manera. Las ocasiones que Pablo
probablemente tiene en cuenta cuando dice «a tiempo y fuera de tiempo» no son tanto
del punto de vista de los oyentes, como del predicador. Una traducción más acertada
podría ser: «permanece en actividad en todo tiempo, sea... conveniente o no». Esta
posibilidad interpreta al verbo efistemi en su sentido alternativo y se encuentra en
ciertas oportunidades en los papiros. Parece indicar, entonces, que lo que aquí se nos da
no es una base bíblica para ser agresivos y desconsiderados, sino una apelación bíblica
contra la holgazanería o negligencia del obrero.

b. Una proclamación adecuada


El heraldo que anuncia la palabra debe «redargüir, reprender y exhortar», lo que sugiere
tres formas distintas de hacerlo. La Palabra de Dios es «provechosa» para una variedad
de ministerios, tal como Pablo ya lo ha declarado (3:16); habla a diferentes personas en
distintas situaciones. El predicador debe recordar esto y ser hábil en su uso. Tiene que
utilizar argumentos, reprensiones, que vienen a ser una clasificación de los tres
enfoques: intelectual, moral y emocional. Algunas personas viven atormentadas por
dudas y necesitan ser convencidas por argumentos; otros han caído en pecado y
necesitan la reprensión, mientras que los restantes son acosados por temores y necesitan
ser animados. La palabra de Dios hace todo esto y mucho más. Nosotros debemos
aplicarla en forma adecuada.

c. Una proclamación paciente


Si bien necesitamos un sentido de urgencia (anhelando que las almas respondan a la
Palabra), precisamos hacerlo con «toda paciencia». Nunca debemos echar mano de
técnicas de presión humanas, ni procurar forzar una decisión. Nuestra responsabilidad
es ser fieles en la predicación de la palabra; los resultados de la proclamación son
responsabilidad del Espíritu Santo y debemos esperar pacientemente que Él haga la
obra. También es imprescindible ser pacientes en todo nuestro comportamiento, pues el
siervo del Señor debe ser «...amable para con todos... sufrido, que con mansedumbre
corrija a los que se oponen...» (2:24, 25). Toda la solemnidad de nuestra comisión y la
urgencia de nuestro mensaje no son justificativo para un proceder brusco o impaciente.

d. Una proclamación inteligente


No sólo hemos de predicar la palabra sino también enseñarla, o mejor dicho predicarla
«con toda... enseñanza» (V. H. A.) (keryxon... en pase... didaque). C. H. Dodd nos ha
familiarizado con su distinción entre las palabras kerygma y didaqué, siendo la primera
la proclamación del evangelio a los incrédulos con un llamado al arrepentimiento, y la
segunda la instrucción ética a los convertidos. La distinción es valiosa e importante,
pero como ya se ha señalado al comentar el verso 11 del capítulo 1 puede ser aplicada
con demasiada rigidez. Por lo menos, este pasaje demuestra que nuestra kerygma debe
contener mucha didaqué. Sea nuestra predicación destinada a convencer, redargüir o
exhortar, debe abarcar un ministerio doctrinal.

El ministerio pastoral es esencialmente un ministerio de enseñanza, lo que explica


porqué los candidatos deben ser ortodoxos en su propia fe y tener aptitud para enseñar
(Tit. 1:9; 1 Ti. 3:2). Hay una necesidad creciente, especialmente a medida que avanza el
proceso de urbanización y se superan los niveles educativos, de que los ministros del
evangelio se ejerciten en desarrollar una predicación sistemática expositiva, o sea, en
«proclamar la palabra... con toda... enseñanza» (V.H.A.). Esto es precisamente lo que
Pablo hizo en Éfeso, y de lo cual Timoteo fue testigo. Por un plazo de aproximadamente
tres años persistió en enseñarles todo el consejo de Dios, lo que hizo públicamente y por
las casas (Hch. 20:20, 27; comp. 19:8–10). Ahora Timoteo debía hacer lo mismo.

Este es el encargo de Pablo a Timoteo. Debe predicar la palabra, y al anunciar el


mensaje dado por Dios precisa hacerlo con un enfoque de urgencia, una aplicación
pertinente, ser paciente en sus modales e inteligente en su presentación.

2. LA BASE PARA EL ENCARGO (vv. 1, 3–8)


Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los
muertos en su manifestación y en su reino... Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la
sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a
sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.
Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu
ministerio. Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está
cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo
demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en
aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.

Ya ha surgido de los capítulos anteriores de esta carta que Timoteo era de una
disposición tímida y que los tiempos en que vivía y trabajaba eran muy poco propicios.
Seguramente al leer el solemne encargo para continuar predicando la palabra se habrá
sentido desanimado, y posiblemente tentado a huir de tal responsabilidad. Por esta
razón, Pablo no sólo le da el encargo sino que agrega ciertos incentivos.

Le sugiere a Timoteo que mire en tres direcciones:


1. primero a Jesucristo, el juez y rey que viene;
2. en segundo lugar, la escena contemporánea,
3. y en tercer lugar, al mismo Pablo, el anciano apóstol próximo a ser martirizado.

a. El Cristo que se manifestará (v. 1)


Pablo no está efectuando este encargo en su propio nombre o por su propia autoridad
sino «delante de Dios y del Señor Jesucristo» y, por lo tanto, consciente de la dirección
y aprobación divinas. Quizá el más fuerte de los incentivos a la fidelidad es el sentido
de haber recibido una comisión de Dios. Si Timoteo puede estar seguro de que él es
siervo del Dios altísimo y un embajador de Jesucristo, y que el encargo de Pablo es en
verdad el desafío de Dios, entonces nada le hará declinar de su cometido.

El énfasis principal de este primer versículo no está tanto en la presencia de Dios como
en la manifestación de Cristo. Es evidente que Pablo todavía cree en el regreso personal
de Cristo, del cual había escrito en sus cartas más tempranas, y en forma especial en las
dos dirigidas a la iglesia en Tesalónica. Si bien ahora es consciente de que ha de morir
antes de que esto ocurra, encontramos que aun al final de su ministerio lo sigue
aguardando, vive a la luz de sus implicancias, y describe a los cristianos como aquellos
«que aman su venida» (8). Está seguro de que Cristo se manifestará en forma visible (la
palabra es epifaneia en los versos 1 y 8), y que cuando aparezca juzgará a los «vivos y a
los muertos» y consumará «su reino» o reinado.

Estas tres verdades —de la manifestación, el juicio y el reino— deben ser una
expectativa tan clara y cierta para nosotros como lo fueron para Pablo y Timoteo, y no
pueden dejar de ejercer una influencia poderosa en nuestro ministerio, pues tanto los
que predican la Palabra como los oyentes deben rendir cuentas a Cristo cuando se
manifieste.

b. La escena contemporánea (vv. 3–5)


Nótese el uso de la palabra «porque» (gar) que introduce este nuevo párrafo, pues
sugiere que Pablo está ahora dando una segunda razón sobre la cual basar su encargo Se
trata de otro evento futuro; no la venida de Cristo, sino los días venideros oscuros y
difíciles. Aunque el apóstol parece estar anticipando que la situación va a deteriorarse,
surge también con claridad de este párrafo y de lo que ha dicho anteriormente que tal
período ya había comenzado para Timoteo, y es a la luz de esta escena contemporánea
que imparte recomendaciones adicionales.

¿Cuáles son las características de este tiempo? Una de ellas es que la gente no sufrirá
la verdad. Pablo lo expresa dos veces en forma negativa y positiva: «no sufrirán la
sana doctrina, sino... se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias»
(3); «apartarán de la verdad el oído, y se volverán a fábulas» (4). En otras palabras, no
pueden soportar la verdad y rehusan escucharla. Todo tiene que ver con los oídos, que
en el griego se mencionan dos veces. Sufren de una condición patológica peculiar
llamada «comezón de oír», o según Ellicot: «una comezón por oír cosas nuevas». Arndt
y Gingrich explican que es una expresión figurada para describir esa clase de curiosidad
que «busca descubrir información de interés y jugosa». Además, continúan, «esta
comezón es aliviada por los mensajes de los nuevos maestros». En efecto, lo que las
personas hacen es taponar sus oídos hacia la verdad (comp. Hch. 7:57) y abrirlos a
cualquier maestro que alivie su irritación, satisfaciéndolos con su enseñanza.

Nótese que lo que rechazan es la «sana doctrina» (3) o «la verdad» (4) y que prefieren
«sus propias concupiscencias» (3) o «fábulas» (4). De esta manera reemplazan la
revelación de Dios con sus fantasías. El criterio con que juzgan a los maestros no es,
como debiera ser, la palabra de Dios, sino sus propios gustos subjetivos. Además, esto
se agrava, pues no escuchan primero para luego decidir si lo que han oído es verdad,
sino que primero deciden lo que quieren oír y luego seleccionan los maestros que les
hablarán a su gusto.

¿Cómo debe reaccionar Timoteo ante esta circunstancia? Uno supondría que esta
situación desesperada lo haría callar. Si los hombres no pueden tolerar la verdad y
rehusan escucharla, seguramente la prudencia aconsejaría callar. Pero Pablo arriba a la
conclusión opuesta. Por tercera vez utiliza los monosílabos su de, «pero tú» (5; comp.
3:10, 14). Repite su llamado a que Timoteo sea distinto, que no se deje llevar por las
corrientes que prevalecen en su tiempo.

A continuación siguen cuatro instrucciones precisas que parecen haber sido preparadas
en forma deliberada para encuadrar en la situación particular en que se encontraba
Timoteo y a la clase de personas a quienes él debía ministrar:

1. Ya que las personas son inestables en mente y conducta, Timoteo debe ser
especialmente «sobrio en todo». Literalmente, nefo significa «ser sobrio» y
figuradamente, «estar libre de toda intoxicación mental y espiritual», por ende, ser
«bien equilibrados, autocontrolados» (Arndt y Gingrich). Cuando hombres y mujeres
se intoxican con herejías mentales y novedades fantasiosas, el ministro de Dios
debe permanecer calmo y sano.

2. Aunque la gente no escuche la sana enseñanza, Timoteo debe persistir en enseñarla y


en estar preparado para «soportar aflicciones», como resultado de la verdad que no está
dispuesto a abandonar. Cada vez que la verdad bíblica se torna impopular, los
siervos de Dios son tentados a mutilar aquellos elementos que causan ofensa.
3. Ya que las almas están en una ignorancia lamentable acerca del evangelio, Timoteo
debe hacer «obra de evangelista». No aparece con claridad si esta referencia es a un
ministerio específico, como se desprende de los otros dos pasajes del Nuevo Testamento
donde la palabra es utilizada (Hch. 21:8; Ef. 4:11). La alternativa sería interpretarla
como aplicable a cualquiera que predica el evangelio y testifica acerca de Cristo. En
cualquiera de los casos, Pablo le está recomendando a Timoteo que la predicación del
evangelio sea la obra de su vida. La buena noticia no sólo debe ser preservada de
distorsiones, sino también difundida.

4. Aunque las personas abandonaran el ministerio de Timoteo a favor de otros maestros


que satisfacían sus caprichos, Timoteo debía «cumplir su ministerio». El mismo verbo
se utiliza cuando Pablo y Bernabé completaron su servicio de ayuda a la iglesia en
Jerusalén. Lucas lo describe en Hechos 12:25 diciendo: «cumplido su servicio». De la
misma manera Timoteo habría de perseverar hasta que su ministerio estuviera
cumplido.

De este modo, las cuatro instrucciones, si bien diferentes en su detalle, contienen el


mismo mensaje general. Aquellos días, en que era difícil obtener atención para escuchar
el evangelio, no debían desanimar a Timoteo ni apartarlo de su ministerio o inducirlo a
acomodar su mensaje para satisfacer a sus oyentes y, menos aún, silenciarlo, sino por el
contrario debían alentarlo a predicar más y más. De igual manera tiene que ser con
nosotros. Cuanto más duros sean los tiempos y más sordos los oídos, más clara y
persuasiva deberá ser nuestra proclamación. Tal como dijo Calvino: «cuanto más
decididos estén los hombres a despreciar la enseñanza de Cristo, más celosos deberán
ser los ministros piadosos en afirmarla y esforzados en preservarla entera, y con suma
diligencia guardarla de los ataques de Satanás».

c. El apóstol anciano (vv. 6–8)


La tercera base para el encargo del apóstol es otro evento futuro: su propio martirio. El
enlace entre este párrafo y el verso 5 es evidente. El argumento de Pablo avanza de la
siguiente manera: «Pero tú, Timoteo, tú debes cumplir tu ministerio, pues yo estoy a
punto de morir». Ante el hecho de que la vida y la obra del apóstol tocan a su fin, es de
vital importancia para Timoteo continuar y completar su ministerio. Así como Josué
siguió a Moisés, Salomón a David y Eliseo a Elías, así también Timoteo debía suceder a
Pablo.

El apóstol utiliza dos formas de expresión muy gráficas para describir su próxima
muerte: una tomada del lenguaje de los sacrificios y otra (probablemente) de los navíos.

- Primero dice: «yo ya estoy para ser sacrificado», o según la versión


hispanoamericana: «yo ya estoy siendo ofrecido en libación». Se compara a sí
mismo con una libación, y parece tan inminente para él el martirio que habla como
si el sacrificio ya hubiera comenzado.
- Luego continúa diciendo que «el tiempo de su partida ya está cercano». «Partida»
(analysis) parece haber llegado a ser un sinónimo de muerte, pero no por esto
debemos concluir que su origen metafórico ha sido totalmente olvidado. Significa
«soltar» y podría utilizarse con referencia a desarmar una tienda o carpa
(interpretación que prefiere Lock en vista del soldado que ha «peleado la buena
batalla»). Puede también haber referencia a «soltar cadenas» o prisiones (posibilidad
que menciona E. K. Simpson), o a soltar las amarras de una embarcación. Sin duda
la última posibilidad es la más gráfica de todas.

Las dos imágenes se complementan, pues el fin de esta vida (derramado en libación) no
es otra cosa que el comienzo de la otra (soltar amarras). El ancla ha sido elevada, las
sogas se deslizaron y la embarcación se apresta a desplegar sus velas con miras a otras
costas. En estos instantes, antes de que comience la gran aventura de este nuevo viaje,
mira hacia atrás, a los aproximadamente treinta años de ministerio, y los describe —en
forma concreta y jactanciosa— con tres expresiones brillantes:

1. Primero, «he peleado la buena batalla». Las mismas palabras también podrían
traducirse correctamente «he corrido la gran carrera», pues agon denota
cualquier puja que requiere esfuerzo, sea una carrera o una lucha. Pero dado que
la frase siguiente hace mención clara a la carrera que ha acabado, es probable
que Pablo esté nuevamente combinando las dos metáforas del soldado y del
atleta (como en 2:3–5), o al menos las metáforas de la lucha y la carrera (véase
V.H.A. 4:7).
2. A continuación escribe, «he acabado la carrera». Algunos años antes, hablando a
los ancianos de la misma iglesia que Timoteo estaba ahora presidiendo, Pablo
había expresado la ambición de hacer precisamente esto. «Pero en manera
alguna estimo mi vida como cosa preciosa para mí, con tal que acabe mi carrera
y el ministerio que recibí del Señor Jesús» (Hch. 20:24 V.H.A.). Ahora puede
decir que lo ha hecho. Tanto el verbo como el sustantivo utilizados son los
mismos. Lo que había sido un propósito es ahora un hecho. Puede usar el tiempo
perfecto en cada una de estas tres expresiones, tal como lo había hecho Jesús en
el aposento alto (comp. Jn. 17:4, «habiendo acabado la obra que me has dado
que hiciese» V.H.A.), porque el fin ya estaba a la vista.
3. En tercer lugar, «he guardado la fe». Esta frase podría significar: «he guardado
la fe en mi Maestro», pero en el contexto de esta carta, que enfatiza con tanta
fuerza la importancia de guardar el depósito de la fe revelada, es más probable
que Pablo esté afirmando su fidelidad en el siguiente sentido: he guardado en
forma segura, como un guardián o custodio, el tesoro del evangelio que había
sido confiado a mi cuidado.

De esta manera, el trabajo del apóstol, y en alguna medida el de todo predicador y


maestro del evangelio, se describe como pelear una batalla, correr una carrera,
guardar un tesoro. Cada aspecto del ministerio implica trabajo, sacrificio, y aun
peligro. En los tres sentidos, Pablo ha sido fiel hasta el fin.

Ahora sólo resta que reciba el premio, al que él denomina «corona (o mejor aún,
guirnalda) de justicia», que le «está reservada» y que le será entregada en la meta «aquel
día». Aunque intrínsecamente sin valor, las guirnaldas compuestas de hojas verdes en
lugar de oro o plata eran de alta estima para los vencedores en los torneos griegos.
Según H. Moule: «muchas pequeñas aldeas de aquellos días demolían parte de sus
blancos muros a fin de que su hijo, coronado con la corona del istmo o de Olimpia,
pudiese entrar por una puerta que no hubiera sido utilizada anteriormente». Pablo
aguarda la que él llama «corona de justicia» (dikaiosyne). De su pluma, la palabra
significaría naturalmente «justificación». Pero en esta oportunidad tiene quizá una
connotación legal y contrasta deliberadamente con la sentencia que aguarda en
cualquier momento de un juez humano en un tribunal humano. El emperador Nerón
podía declararlo culpable y condenarlo a muerte; sin embargo, pronto habría un
magnífico reverso al veredicto de Nerón cuando «el Señor, el juez justo» lo declarara
justo.

La misma vindicación por Cristo le espera a «todos los que aman su venida». Esta no
es, por supuesto, una doctrina de justificación por las obras. Es innecesario recalcar la
convicción absoluta de Pablo de que la salvación es un don gratuito de la gracia de Dios
«no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia» (1:9). La
corona de justicia se le otorga a «todos los que han amado su manifestación» (V.H.A.),
no porque se trate de una acción meritoria sino porque es una evidencia segura de la
justificación. El incrédulo, quien no ha sido justificado, teme la venida de Cristo (si es
que cree o piensa en ella). Al no estar preparado, se encogerá con vergüenza ante ella.
Por el contrario, el creyente, habiendo sido justificado, aguarda la venida de Cristo, que
es el anhelo de su corazón. Al estar preparado, tendrá confianza cuando Cristo aparezca
(1 Jn. 2:28). Sólo aquellos que han entrado por fe en el beneficio de la primera venida
de Cristo aguardan con anhelo su segundo advenimiento (He. 9:28).

Este es, pues, «Pablo ya anciano», tal como él se autodenominó dos años antes al
escribir a Filemón (v. 9). Ha peleado la buena batalla, ha acabado la carrera y guardado
la fe. Su sangre y su vida están por derramarse. Su pequeña barquilla está por soltar las
amarras, desplegar sus velas y navegar hacia «otro» puerto; además, está aguardando
ansiosamente su corona. Estos hechos constituyen el tercer motivo para incentivar a
Timoteo a la fidelidad.

“Nuestro Dios es el Dios de la historia; está obrando su propósito año tras año.
Sus siervos mueren, pero su obra sigue. La antorcha del evangelio es entregada
de una generación a otra. Mientras los líderes de una generación van pasando a
la presencia del Señor, se torna más urgente la necesidad de que los que les
suceden avancen con valentía para tomar su lugar. El corazón de Timoteo sin
duda fue profundamente conmovido por esta exhortación de Pablo, el anciano
guerrero, quien le había conducido a Cristo. ¿Quién te guió a Cristo? ¿Es de
edad avanzada? El hombre que me presentó a Cristo ha tenido que retirarse del
ministerio (¡aunque sigue activo!). No podemos depender para siempre del
liderazgo de la generación precedente. Llega el día en que debemos ponernos
sus zapatos y tomar la delantera. Aquel día había llegado para Timoteo y a su
tiempo llegará también para nosotros.

Así pues, en vista de la próxima venida de Cristo, de la oposición al evangelio


por parte del mundo contemporáneo y de la muerte inminente del apóstol
encarcelado, la última comisión a Timoteo contenía una nota de solemne
urgencia: ¡Predica la palabra!”

- John Stott

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