DDHH
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Los derechos humanos garantizan la igualdad de todas las personas, la integridad personal,
la privacidad, las libertades personales y el cumplimiento de las necesidades existenciales y
sociales básicas. Son derechos y libertades que pertenecen a todas las personas por el mero
hecho de ser personas. Por tanto, todas las personas somos titulares de esos derechos al
margen de…
La nacionalidad
El lugar de residencia
El sexo
El color
La religión
El idioma
…o cualquier otra condición. Los derechos humanos ayudan a determinar cómo podemos
vivir pacíficamente en colectividad, protegiendo los derechos y libertades de cada persona.
Tras la Declaración Universal de Derechos Humanos, durante las últimas décadas los
Estados han ido adoptando una serie de tratados internacionales y otros acuerdos para
proteger los derechos humanos, ya sea a escala mundial (en el marco de las Naciones
Unidas) o regional (en el seno de la Organización para la Unidad Africana o la Unión
Africana, en África; de la Organización de los Estados Americanos, en América; de la
Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, entre otros organismos, en Asia; y del
Consejo de Europa y la Unión Europea ,en Europa). Muchos de estos documentos dan lugar
a normas vinculantes para todos los Estados que los han firmado y ratificado, normas cuyo
cumplimiento es, a su vez, vigilado por mecanismos internacionales de protección, y que
constituyen un importante punto de referencia a la hora de pedir responsabilidades a los
Estados en relación con su historial de derechos humanos.
Por tanto, nuestros derechos humanos se traducen también en deberes, que atañen sobre
todo a los Estados en los que vivimos. El Estado debe:
respetar nuestros derechos, es decir, abstenerse de interferir indebidamente en ellos
(por ejemplo, por medio de la violencia policial, la tortura y las ejecuciones y
detenciones arbitrarias);
proteger nuestros derechos, es decir, tomar medidas para impedir que otros agentes
cometan abusos (por ejemplo, medidas contra la violencia en el ámbito familiar o
contra la contaminación de las grandes empresas);
realizar nuestros derechos, es decir, crear el marco jurídico e institucional necesario
para que nuestros derechos queden garantizados (construir escuelas y hospitales,
aprobar leyes que prohíban delitos contra la vida y la propiedad, etc.).
1ª Generación de Derechos:
Suegieron durante los siglos XVII y XVIII a partir, sobre todo, de cuestiones políticas. Cada
vez más, se alzaban voces que pedían limitar al todopoderoso Estado, y que la población
tuviera más influencia en las políticas estatales que le afectaban. Nacieron,
fundamentalmente, como derechos contra el Estado: protegían a las personas contra
injerencias indebidas del Estado y sus órganos.
En el marco de la ONU, por ejemplo, los derechos civiles y políticos quedaron consagrados
en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 1966.
Los “derechos civiles” son, por ejemplo, los derechos a la libertad y la igualdad ante la ley,
a la libertad de religión y de expresión, el derecho a la vida, el derecho a un juicio justo y la
prohibición de la tortura.
2ª Generación de Derechos:
Estos derechos afectan, sobre todo, a las condiciones de trabajo y de vida, y al acceso a las
necesidades de la vida. Pasaron a formar parte del debate internacional —y fueron
reconocidos internacionalmente— debido a los efectos de la industrialización. Abordan las
nuevas necesidades de la época para llevar una vida digna.
La población se dio cuenta de que para garantizar la dignidad humana no bastaba con que el
Estado se abstuviera de interferir en ciertas esferas de la vida y, en consecuencia, empezó a
pedir al Estado que tomara medidas para promover estos derechos.
3ª Generación de Derechos:
En muchas partes del mundo, las condiciones de pobreza extrema, los desastres ecológicos
y naturales, la opresión y la colonización impedían avanzar significativamente en relación
con los derechos humanos. Por ello se consideró necesario reconocer una nueva categoría
de derechos humanos, a fin de garantizar a las sociedades —sobre todo a las de los países
en desarrollo— las condiciones necesarias para realizar los derechos de primera y segunda
generación.
iv. Empoderan a las personas, a las que contemplan como titulares de derechos, y no
como beneficiarias de actos de caridad o clemencia del Estado.
Una manifestación del sistema mundial de valores sobre el que se asientan los derechos
humanos es la llamada “Regla de Oro” que se encuentra en todas las religiones principales.
Por ejemplo: “Ninguno de vosotros habrá de completar su fe, hasta que quiera para su
hermano, lo que quiere para sí mismo.” (Islam) “Esta es la suma del deber: no hagas a otros
aquello que te causaría dolor si te lo hicieran a ti.” (Hinduismo) “Y como queréis que hagan
los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos.” (Cristianismo) “Lo que es
odioso para ti, no se lo hagas a tu prójimo. Ésta es toda la Torá. El resto no es más que
comentario.” (Judaísmo) “No hieras a los demás con lo que te hiere a ti.” (Budismo).
La mayoría de las sociedades han tenido tradiciones orales o escritas similares a esta “Regla
de Oro”: por ejemplo, los códigos de conducta y justicia inca y azteca, y la Constitución
iroquesa, son fuentes indígenas americanas, existentes antes del siglo XVIII.
“En todas las etapas de la historia se han alzado voces que protestaban contra la opresión,
y en todas las épocas se han frustrado también visiones de liberación humana. A medida
que hemos ido avanzando hacia la edad contemporánea, esas voces y visiones se han ido
plasmando en programas de acción social y, en ocasiones, se han incorporado a las
constituciones de los Estados.”
En este sentido, uno de los primeros pasos que se suelen citar es la Carta Magna adoptada
en Inglaterra en 1215. En ella recogieron sus derechos la nobleza y parte del clero de
Inglaterra, que obligaron al rey a respetarla. No obstante, la Carta Magna protegía sólo los
derechos de los privilegiados (la nobleza) y, por tanto, no es un documento de derechos
humanos como tal. Sin embargo, se suele mencionar en relación con la defensa de las
libertades civiles, ya que representó la limitación del poder del rey, y el reconocimiento de
las libertades y los derechos de una parte de la población.
Siglo XVIII
Ilustración
John Locke (1689) desarrolló una teoría según la cual todo ser humano tiene ciertos
derechos que se derivan de su propia naturaleza, y no de los gobiernos ni de sus leyes.
Posteriormente, empezó a extenderse la idea de que, en virtud de estos derechos naturales,
la población tiene derecho a ciertas salvaguardias jurídicas, y esta idea empezó a reflejarse
en las constituciones de algunos países.
De mediados del siglo XVIII a principios del siglo XX, surgieron diversos problemas
relacionados con los derechos humanos, que empezaron a abordarse a escala nacional e
internacional, entre ellos y, sobre todo, la esclavitud, la servidumbre, las malas condiciones
de trabajo y el trabajo infantil. En torno a esta época se adoptaron los primeros tratados
internacionales sobre derechos humanos.
En Inglaterra y Francia se prohibió la esclavitud entre finales del siglo XVIII y principios
del XIX. En 1890 se firmó un Acta antiesclavista, en la que se declaraba la intención de
poner fin al tráfico de esclavos africanos. En 1926 se adoptó la Convención sobre la
Esclavitud, que prohibía la esclavitud en todas sus formas.
Fue necesario esperar hasta la Segunda Guerra Mundial para que, definitivamente, los
derechos humanos asumieran una dimensión universal y pasaran a formar parte
definitivamente de la conciencia mundial. Las atrocidades cometidas en el transcurso de esa
guerra —el Holocausto, con más de seis millones de víctimas judías, la persecución de
cientos de miles de sintis, romaníes, homosexuales, personas con discapacidad y otros
grupos que se oponían al régimen nazi, así como la comisión masiva de crímenes de guerra
— hicieron que por fin todo el mundo se percatara de la necesidad de un sistema universal
que garantizara y protegiera los derechos humanos. Nunca más se debería volver a negar
injustamente a nadie la vida, la libertad, el sustento, el cobijo y la nacionalidad: en todo el
mundo hubo llamamientos en favor del establecimiento de normas de derechos humanos
que protegieran a la ciudadanía frente a los abusos perpetrados por sus gobiernos y por cuya
violación pudieran pedir responsabilidades a los Estados quienes vivieran dentro de sus
fronteras.
Así, la Segunda Guerra Mundial dio lugar al nacimiento de un nuevo corpus de derecho
internacional y, sobre todo, a la creación de los derechos humanos tal como los conocemos
hoy en día. Los Estados se comprometieron a establecer la Organización de las Naciones
Unidas con el objetivo principal de impulsar la paz mundial y prevenir los conflictos, sobre
la base de los derechos humanos fundamentales, la dignidad, el valor de la persona humana
y la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. La Carta de las Naciones Unidas fue
adoptada en 1945.
Otro avance importante del siglo XX fue el desarrollo de los llamados “derechos colectivos
o solidarios”, nueva categoría de derechos humanos. Éstos pueden entenderse como el
resultado de la lucha contra la opresión y las amenazas que ciertos pueblos han sufrido
sistemáticamente: colonización, discriminación y explotación sistemáticas, pobreza extrema
y amenazas al medio ambiente y a la paz. Estos derechos incluyen, entre otros, los derechos
a la libre determinación, al desarrollo y a un medio ambiente sano.
Actualidad
Como acabamos de ver, tras la Segunda Guerra Mundial los Estados se comprometieron,
cada vez más, a desarrollar acuerdos internacionales para proteger los derechos humanos de
todas las personas. Fue en ese momento cuando empezaron a protegerse los derechos
humanos a escala internacional. A tal fin, los Estados se reunieron (y siguen reuniéndose)
para redactar acuerdos sobre derechos humanos, sobre todo en el marco de organizaciones
internacionales o regionales, como la ONU, el Consejo de Europa, la Organización para la
Unidad Africana y la Organización de los Estados Americanos. Estos acuerdos establecen
derechos individuales, junto con las correspondientes obligaciones de los Estados, y pueden
ser jurídicamente vinculantes o no.
Firma
Ratificación
Al ratificar un tratado, el Estado accede a que éste sea vinculante para él. En general, antes
de este paso se concede al Estado el tiempo necesario tras la firma para que el tratado se
apruebe dentro de su territorio (por ejemplo, en el Parlamento o el Congreso), y para
promulgar leyes nacionales que lo hagan efectivo. Tras la ratificación de un tratado por un
Estado, éste queda jurídicamente vinculado por él, como cuando una persona firma un
contrato para comprar un automóvil o alquilar un apartamento. Así, la ratificación de un
tratado de derechos humanos crea nuevas obligaciones internacionales para el Estado en
cuestión, obligaciones por las que se le pueden pedir responsabilidades.
Aunque, técnicamente, estos acuerdos no sean vinculantes para los Estados, son a menudo
fundamentales para proteger mejor los derechos humanos, ya que constituyen una fuente de
autoridad y facilitan a los Estados orientación práctica en sus actos. Por ejemplo, el
documento internacional más conocido de derechos humanos –la Declaración Universal de
Derechos Humanos de 1948– es, como su nombre indica, sólo una declaración y, por tanto,
no es jurídicamente vinculante. No obstante, constituye una referencia imprescindible y un
punto de partida para lograr mejoras de calado en el ámbito de los derechos humanos.
Gracias a su aceptación generalizada, grandes partes de la Declaración Universal de
Derechos Humanos se consideran actualmente derecho internacional consuetudinario, que
sí es jurídicamente vinculante.
En todo el mundo, existen cientos de documentos internacionales que protegen los derechos
humanos, y todos los Estados han ratificado, al menos, alguno de esos acuerdos vinculantes.
Su aplicación es objeto de escrutinio internacional, pues de lo contrario, ¿qué valor tendrían
los acuerdos internacionales si no se supervisa su cumplimiento por parte de los Estados y
no se sanciona su incumplimiento?
Aunque son los propios Estados los que tienen que proteger los derechos humanos de todas
las personas que se encuentren en su territorio y bajo su jurisdicción, con frecuencia los
mecanismos nacionales de protección no abordan ni reparan las violaciones de derechos
humanos. Por tanto, es esencial que existan mecanismos internacionales y regionales de
protección para pedir a los Estados responsabilidades en relación con el cumplimiento de
las obligaciones internacionales de derechos humanos que hayan asumido.
Todos los seres humanos son “titulares de derechos”, es decir, poseedores de derechos
humanos. Nos referimos, principalmente, a personas individuales, pero también hay grupos
concretos de personas que son titulares de derechos humanos. Los derechos de todas las
personas entrañan obligaciones, pero ¿a quién atañen esas obligaciones?
Desde el punto de vista ético, todas las personas son al mismo tiempo titulares de derechos
y de deberes. Debemos respetar los derechos de las demás personas, ya que nuestra libertad
termina donde empieza el derecho del prójimo. Por tanto, tenemos la responsabilidad de
tratar a las demás personas con respeto y dignidad, y contribuir así a que toda la gente
disfrute de los derechos humanos.
En el derecho internacional, los derechos humanos entrañan obligaciones sobre todo para
los Estados, que son los “titulares de deberes”. Los Estados están obligados a respetar,
proteger y realizar los derechos humanos. Es importante señalar que cada Estado tiene
obligaciones de derechos humanos con respecto a las personas y grupos de su territorio (en
determinadas circunstancias, también puede estar obligado a garantizar los derechos
humanos fuera de su territorio, circunstancia que se denomina “jurisdicción
extraterritorial”). Esto quiere decir que todas las personas del territorio de un Estado tienen
derecho a reclamar sus derechos humanos a ese Estado. Esta regla general tiene
excepciones, sobre todo en lo que se refiere a los derechos políticos, como el derecho al
voto, que por lo general se limitan a las personas que son ciudadanas del Estado en
cuestión.
Muchos de estos documentos crean obligaciones vinculantes para todos los Estados que los
aceptan. Existen mecanismos de protección internacional que supervisan el cumplimiento
de dichas obligaciones: son, por ejemplo, los órganos de vigilancia de los tratados de la
ONU y los tribunales regionales de derechos humanos de América, África y Europa. Estos
documentos representan un importante punto de referencia para pedir responsabilidades a
los Estados en relación con sus historiales de derechos humanos.
De conformidad con estos tratados, los Estados tienen la obligación de respetar, proteger y
realizar estos derechos para todas las personas de su territorio.
Proteger nuestros derechos: implica tomar medidas para impedir que otros agentes cometan
abusos (por ejemplo, medidas contra la violencia en el ámbito familiar o contra la
contaminación medioambiental de las grandes empresas).
Realizar nuestros derechos: implica crear el marco jurídico e institucional necesario para
que nuestros derechos queden garantizados (construir escuelas y hospitales, aprobar leyes
que prohíban delitos contra la vida y la propiedad, etc.).
SI el Estado no toma las medidas adecuadas para impedir el asesinato de una persona. Por
ejemplo, si la víctima ha acudido a la policía para denunciar amenazas de muerte dignas de
crédito y la policía no ha actuado, esa actitud pasiva del Estado podría constituir una
violación de la obligación del Estado de proteger y realizar el derecho a la vida; o
SI el Estado no ha adoptado las disposiciones jurídicas necesarias para impedir actos de esa
naturaleza. En este caso, por ejemplo, si el Estado no hubiera tipificado y sancionado el
delito de “asesinato” en el Código Penal, esa omisión podría constituir una violación de la
obligación del Estado de realizar.
SI el Estado ha adoptado las disposiciones jurídicas necesarias en el Código Penal, pero no
investiga ni juzga el asesinato ni castiga de manera adecuada al responsable, esa omisión
podría constituir una violación de la obligación del Estado de proteger.